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Daniel Cosio Villegas El Estilo Personal
Daniel Cosio Villegas El Estilo Personal
El estilo
personal de gobernar
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Q
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DANIEL COSÍO VILLEGAS
El estilo personal
de gobernar
MÉXICO, 1974
Primera edición, agosto de 1974
Segunda edición, septiembre de 1974
D. R. © Editorial Joaquín Mortiz, S. A.
Tabasco 106, México 7, D. F.
EXPLICACIÓN
8
ese nexo sea más visible cuando se trata, no de una sim
ple persona, sino de una gran personalidad, digamos
Churchill en el caso de Inglaterra o D e Gaulle en el de
Francia. Aun así, no debe olvidarse que el primero per
dió las elecciones que siguieron inmediatamente a la Gue
rra, y que el segvmdo abdicó ai negársele el respaldo po
pular que apetecía.
9
S I T O D O eso fuera cierto, debiera convenirse en que re-
sulta una complicación más para estudiar y entender
nuestra vida pública. En efecto, se ha hablado del tempe-
ramento y del carácter como una de las determinantes
de la personalidad de nuestros presidentes; pero, ¿qué sig-
nifican exactamente una y otra palabra? Sabemos que
corresponden a realidades que podemos advertir en noso-
tros mismos y en nuestros semejantes más próximos; al
mismo tiempo, sentimos que nada fácil es medirlas o
apreciarlas. Los diccionarios definen temperamento como
"la constitución particular de cada individuo, que resulta
del predominio fisiológico de un sistema orgánico, como
el nervioso o el sanguíneo, o de un humor, como la bi-
lis o la linfa". Y carácter, "el modo de ser peculiar y
privativo de cada persona por sus cualidades morales".
Nótese que ambas definiciones destacan que el tempera-
mento y el carácter son, en efecto, elementos definitorios
de la persona: el primero es "la constitución particular de
cada individuo", y el segundo, "el modo de ser peculiar
y privativo de cada persona". También resulta interesan-
te advertir que el temperamento es un dato biológico
mientras que el carácter es moral.
Todo esto no obsta para que aun en el supuesto de
que pudiera llegarse a discernir claramente el tempera-
mento y el carácter, es indudable que sólo estarían en
condiciones de hacerlo, en el primer caso, un médico, y
en el segundo, una persona que hubiera podido observar
a nuestros presidentes de manera larga y ceñida. Ahora
bien, como según he dicho más de una vez, nuestra vida
pública es estrictamente privada, en principio resulta poco
menos que imposible, no ya r.certar, sino definir con al-
gún fundamento cuál es el temperamento y qué carácter
tiene un presidente nuestro.
Cosa muy parecida ocurre tratándose de otro elemen-
to definitorio del que se habló antes: las simpatías y las
diferencias que cada hombre abriga, y que incluso pue-
den sublimarse al tener en sus manos un gran poder. De
nueva cuenta, sólo una persona que lo haya tratado por
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largos años y de cerca podría aventurar una opinión. Se
dirá que tratándose de la educación, el cuarto elemento
definitorio, el terreno es más firme. Sí y no: primero,
porque la educación no se adquiere tan sólo en la escue-
la, sino en el hogar, en el círculo de amigos y conocidos
y en el hábito solitario de leer, de escribir y de meditar.
Pero aun tratándose de la educación escolar, es difícil pre-
cisar. Se ha puesto de moda anunciar el curriculum vitae
de los funcionarios a quienes se da un puesto de cierta
categoría. Aparte de que no es infrecuente advertir que
tales curricula son mentirosos o demasiado optimistas,
¿qué quiere decir realmente, por ejemplo, que un señor se
ha titulado de abogado en nuestra Universidad Nacional?
Sobrarían razones para tomar este dato como un mal pre-
sagio; pero, en todo caso, poco se adelanta porque no se
dan otros que permitan determinar si ese funcionario fue
un estudiante bueno, mediocre o malo. Y puede estarse
seguro de que las autoridades universitarias negarían el
acceso al expediente de un Presidente: de López Mateos,
digamos, nunca pudo averiguarse si se había recibido o no.
La última circunstancia definitoria de la personalidad
es la experiencia, es decir, lo que pueda enseñarle a un
individuo la vida que ha llevado. Hay gente que ha sido
un tanto escéptica en cuanto a la capacidad del hombre
para aprovechar de verdad las enseñanzas que la vida le
ofrece, en contraste con lo que ocurre con los animales.
Un perro o un gato que ve tirar a su amo una colilla de
cigarro y que pretende jugar con ella y se quema, jamás
volverá a cometer ese error. En cambio, muchos hombres
volverían a quemarse una y otra vez. De todos modos,
puede concederse que la experiencia algo le enseña al hom-
bre, de manera que quien ha tenido una vida difícil esta-
rá mejor preparado para lidiar con problemas difíciles.
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rancia. Hay hombres que justamente por razón de su tem-
peramento, de su carácter, de sus prejuicios, de su educa-
ción y de su experiencia, cubren su personahdad con un
manto protector poco menos que impenetrable. Son los
introvertidos, los que viven para dentro. En el extremo
opuesto están los que del modo más natural enseñan
cuanto son, y cuanto quieren, y que, además, no pueden
ocultarlo aun si se propusieran hacerlo. Es claro que
mientras la tarea del observador es arriesgada en el pri-
mer caso, en el segundo se facilita hasta hacerse viable
Me parece cierto que el presidente Echeverría cae en este
segundo caso, a la inversa, digamos, de Benito Juárez,
Porfirio Díaz o Lázaro Cárdenas.
En todo caso, yo no pretendo apreciar los tres prime-
ros años de gobierno del presidente Echeverría partien-
do, como si dijéramos, de un "retrato hablado" sicológico
y moral suyo dibujado previamente, y, en consecuencia,
arbitrario. A la inversa, yo trato de apreciar ciertos actos
de gobierno sin considerar en absoluto ningún rasgo si-
cológico privativo del Presidente, y en otros casos, prime-
ro estudio esos actos, y, sobre todo, sus declaraciones ver-
bales y escritas, para determinar lo que hay de personal
en ellas. Lo cierto es que la gran moraleja del estudio
sería, por supuesto, la de que nuestro actual sistema po-
lítico propicia un estilo personal, y no institucional, de
gobierno, con todas las consecuencias que esto supone.
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alguna arbitrariedad o de alguna injusticia, responderían
en seguida a mi llamado. Como don Luis Echeverría se
ha permitido el lujo de llegar a la presidencia sin haber
pasado antes por mi cátedra, no ha habido entre él y yo
siquiera ese recuerdo afectivo de maestro-discípulo. A pe-
sar de esto, de ningún presidente de la República he re-
cibido tantas muestras de consideración y de respeto como
de él. N o sólo eso, sino que desde que entramos en rela-
ciones, ambos nos empeñamos en trazar una clara distin-
ción entre las relaciones públicas y las relaciones perso-
nales, de modo que él puede considerarme un buen ami-
go, pero un mal escritor, y yo, a mi vez, puedo estimarlo
más como amigo que como gobernante. N o hay, pues,
ni puede haber, un motivo personal que me haya guiado
a escribir este ensayo; su móvil único es un deseo fervien-
te de ayudar un poco al entendimiento de nuestra vida
pública.
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Una última aclaración. N o he pretendido examinar
toda la obra de gobierno del presidente Echeverría, y me
nos hacerlo por "ramos", es decir, Hacienda, Agricultu
ra, Educación, etc. He elegido lo que me parece más lla
mativo de su gestión.
D . C. V.
7-VÍÍ-74
14
I. EL ATERRIZAJE
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llamar la atención. Desde luego, con una sorprendente
locuacidad habla de todos los problemas nacionales, los
habidos y los por haber. Después, porque hace una cam-
paña electoral perseverante y de una extensión desusada,
de modo que llega hasta los pueblos y rancherías más
remotos y desamparados del país. Sobre todo, sin embar-
go, porque, contrariando la regla tradicional de que el pre-
sidente entrante no comienza a liberarse de la tutela de
su antecesor hasta sentarse en el trono presidencial, Eche-
verría empezó a minar el poder de Díaz Ordaz desde la
iniciación de su campaña. Esto parecía indicar que es-
taba resuelto a hacer un gobierno distinto, aun opuesto
al anterior, es decir, que intentaría cambiar el rumbo del
país.
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los beneficios que legítimamente podían y debían espe-
rarse de ellos. Por su parte el candidato presidencial ha-
blaba una y otra vez de la necesidad de un cambio, pero
sin definir tampoco cuál era o podía ser. Por eso cabe
decir que el gobierno de Echeverría se inició bajo los aus-
picios de una típica "comedia de equivocaciones".
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cendido que las computadoras pasaron las de Caín, y que
el final fue un lienzo desdibujado y confuso.
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Esta sentencia, claro, tiene su toquecillo demagógico; pero
rara vez se halla en el discurso una que sea demagogia
pura, como aquella de "iré tan lejos como el pueblo
quiera". Rara vez también se halla un pensamiento que
pudiera calificarse de redondamente equivocado, como sin
duda lo es el de que "el crecimiento demográfico no es
una amenaza, sino un desafío que pone a prueba nuestra
potencialidad creadora".
En la gran mayoría de los casos los planteamientos son
justos y equilibrados. Dígase, por ejemplo, el tan debati-
do problema de una economía mixta:
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sus medios de producción sean manejados exclusivamente
por organismos públicos", pues no se contrariaría ese di-
cho presidencial si los organismos públicos acabaran por
manejar el noventa y nueve por ciento de esos llamados
impropiamente "medios de producción". Por su parte, los
buenos señores que quieren "socializar" todo, temerán
que el Presidente maniobre para dejarle a los organismos
públicos el manejo de una única empresa, digamos Pe-
mex, ya que todavía seguiría siendo válida la afirmación
de haber superado México "las teorías que dejaban por
entero a las fuerzas privadas la promoción de la eco-
nomía".
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presidencia. . .". ( E G M : 2, 2 4 5 ) . Claro que la noción de
joven es bastante elástica, tanto, que se oye decir que lo
es quien cree serlo. Lo cierto fue que el mayor número
de miembros del gabinete caía entre los 45 y los 50 años,
que había tres mayores de 55 y otros tantos que pasaban
de los 65. Sólo uno tenía una edad propiamente de joven
( 3 7 ) . Pero es incuestionable que esta de la juventud, la
propia y la de sus colaboradores, es una de las ideas obse-
sivas del Presidente. Durante su octava "gira de trabajo",
por Querétaro, insiste en que muchos de sus colaborado-
res son jóvenes, y para probarlo, ejemplifica: el secretario
de Gobernación tiene treinta y seis años (tenía treinta y
siete), el de Relaciones cuarenta y seis (tenía cuarenta
y cinco), "de mi edad aproximadamente", agrega. Y esto
lo dice el Presidente el día justo en que celebraba sus cua-
renta y nueve años de edad, ( E G M : 2, 235-236). Es ver-
dad que el Presidente se ha adjudicado una "primera ju-
ventud" ( E G M : 6,99-106) cuando tenía veinticuatro
años; de modo que debe suponerse que en esa celebración
hablaba de la segunda.
En cambio, impresionó favorablemente que no hereda-
ra de su antecesor ningún miembro del gabinete, así como
que sólo uno de los nuevos pudiera ser clasificado de "vie-
jo político". Es más: se admiró la decisión de excluir a
uno tan fuerte y experimentado como Corona del Rosal,
quien en otros tiempos habría sido ascendido de jefe de
un Departamento a secretario de estado. Así y todo, sub-
sistía el hecho de tratarse de un grupo de desconocidos,
sin importar que fueran jóvenes o viejos. De los diecinue-
ve que formaron el gabinete, el público apenas podía
reconocer, y eso con bastante incertidumbre, a menos de
la tercera parte, y alguno de ellos por cierta broma que
se hizo de él. De don Manuel Bernardo Aguirre por ejem-
plo, se refería que pocos días, antes de su nombramiento
confiaba a sus íntimos que en su ya larga existencia no
había tenido sino dos únicas ambiciones: llegar a secreta-
rio de Agricultura y acabar su educación primaria.
Pronto se hizo la prensa reflejo de la incertidumbre
creada por la presentación de ese equipo de trabajo. El
16 de enero de 1971 un periodista le hizo en Querétaro
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l a aturdida p r e g u n t a d e con q u é criterio h a b í a selecciona-
d o a sus colaboradores. El Presidente, quizás s o r p r e n d i d o ,
sintió la necesidad d e d a r u n a respuesta c o n v i n c e n t e :
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ta, ya que fue durante varios años consultor jurídico de la
secretaría de Relaciones; pero no ha desempeñado pro-
piamente una misión diplomática, ni puede tomarse como
tal su repetida asistencia a la Comisión de Estupefacientes
de las Naciones Unidas. Los únicos hechos que el público
informado conocía eran éstos. Don Emilio O., siguiendo
el camino del abuelo, se especializó en derecho Constitu-
cional, de modo que sus estudios de doaorado culmina-
ron con una tesis de recepción sobre la Constitución de
1824. Pero al comenzar a ejercer, abandonó esa especia-
lidad para trabajar la legislación bancaria primero, des-
pués el derecho agrario y más tarde el derecho sanitario,
llamémoslo así. La otra actividad internacional que el pú-
blico conocía era que, siendo ya director del Banco Cine-
matográfico, don Emilio O. se trasladó a Hollywood para
presenciar la entrega de los Óscares.
Hubo otros brotes de entusiasmo puesto en los curricu-
la de los miembros del gabinete. A don Mario Moya Fa-
lencia se le pinta como "estudioso" {whatever that
means) del derecho constitucional, de la ciencia política
y de la filosofía. A don Hugo B. Margain, a más de
'experto en finanzas públicas y derecho tributario", como
poseedor de "un conocimiento profundo de las condicio-
nes políticas, económicas y sociales del país". A don Ho-
racio Flores de la Peña se le atribuye falsamente haber
sido "representante de México en la Organización de las
Naciones Unidas". En fin, aun de don Ignacio Ovalle, con
sus escasos veinticinco años, se le atribuye el que fuera
"un brillante estudiante" de la Facultad de Derecho y ha-
ber realizado "una importante labor ideológica en edicio-
nes y pronunciamientos" cuando pertenecía a la Dirección
Juvenil del PRI.
La verdad de las cosas es que los más próximos al es-
tado de joven ya habían comenzado su carrera burocráti-
ca, pero precisamente por esa juventud apenas estaban en
puestos secundarios. El peldaño más alto que había alcan-
zado don Mario Moya Falencia había sido la Dirección de
Cinematografía en Gobernación; el señor Rabasa, la di-
rección del Banco Cinematográfico; don Carlos Torres
Manzo, la jefatura del Departamento de Política Comer-
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cial en la Secretaría de Industria; el médico Jorge Jimé-
nez Cantú, la gerencia de la Comisión Promotora de la
Conasupo; don Agustín Olachea Borbón, abogado de la
Dirección de Estudios Hacendarlos; y así consecutivamen-
te. Entonces, el salto que ahora habían pegado no dejaba
de ser mortal. ( E G M : 1,27-37).
Cabe decir, así, que los negociantes y buena parte de
la clase media alta (profesionistas, intelectuales, etc.) re-
cibieron ese gabinete con marcado escepticismo, por no
decir con clara desconfianza. Pero no faltó gente que apre-
ciara la ventaja de haber cortado al "viejo político", a
más de no encontrar razón alguna por la cual se le ne-
gara a los recién llegados el acceso a los puesto de mando,
si bien en el entendimiento de que el Presidente los ob-
servara para destituir a quienes resultaran incompetentes.
Muy pocos, pero algunos, hicieron la observación de que,
por desgracia, el nuevo gabinete seguía y ahondaba la
vieja tendencia (iniciada por el presidente Alemán) de
sustituir al hombre con experiencia e instinto políticos por
el "técnico". Es más: deploraron que el único político del
gabinete, don Manuel Bernardo Aguirre, no fuera preci-
samente el más contundente de los argumentos para de-
fender la tesis de que el político debe privar sobre el téc-
nico.
Puede decirse, en suma, que el gabinete no sirvió gran
cosa, o nada, para confiar algo más en el nuevo Presiden-
te. De hecho, al cumplir seis meses de gobierno, un pe-
riodista le pregunta si estaba satisfecho de la labor de sus
colaboradores, y responde modesta y optimistamente: "No,
no estoy satisfecho. Estoy profundamnetc insatisfecho to-
davía; pero pienso que estamos aprendiendo con nuestro
equipo de colaboradores. Pienso, además, que todos los
días aprendemos algo." ( E X : 22-Í^-71).
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primer instante —pensaron—, es decir, cuando en su casa
de San Jerónimo fue notificado de que los tres Sectores
del PRI lo habían escogido como candidato presidencial,
notaron el sorprendente aplomo con que se desempeñaba
don Luis Echeverría ante las cámaras de la televisión y
los micrófonos del radio. Esto parecía un punto favora-
ble, que empañó un tanto la rigidez del cuerpo, hecho
como de una sola pieza, de la cabeza a los pies, cual plan-
cha de mármol. Apenas si movía el antebrazo derecho
para subrayar lo que decía, como lo hace el profesor de
primeras letras que quiere estampar en sus discípulos el
alfabeto o la tabla de multiplicar. Pero no pasó mucho
tiempo sin que este secreto se hiciera público. Un perio-
dista describió la escena en que el Presidente anunció el
17 de diciembre de 1970 el alza del precio del azúcar:
" . . . seguía golpeando el escritorio con el puño; y de vez
en cuando señalaba con el dedo índice". ( E X : \l-xii-10).
Un negociante con la apariencia de hombre ligero y
aun casquivano, fue distinguido por el candidato Echeve-
rría con la invitación a acompañarlo en tres tramos de su
gira electoral. Tuvo, pues, una mejor oportunidad de ob-
servarlo. Regresó muy impresionado: no cabía duda al-
guna de la salud y de la energía físicas del candidato, de
su buena fe, de la sinceridad de sus propósitos de hacer
el bien. Y, sin embargo. . ., era un hombre muy pagado
de sí mismo, de sus ideas y de sus propósitos, de modo que
cree saberlo todo y, por lo tanto, serle innecesario con-
sultar o siquiera meditar él mismo.
Este negociante no se enteró de que al poco tiempo,
o, para ser exacto, el 27 de mayo de 1971, el Presidente
recordó haber comenzado a escribir artículos para El Na-
cional cuando tenía veinticuatro años, y que al releerlos
ahora, un cuarto de siglo después, comprobaba que su
"ideología" actual seguía estando "en perfecta armonía"
con la expuesta en ese diario. Que no fue ésa una decla-
ración casual, lo revela que dos semanas después la repi-
tió más elaborada y en una ocasión significativa. En efec-
to, lo visitan el 11 de junio, es decir, al día siguiente del
Corpus, cien dirigentes de la Confederación de Jóvenes
Mexicanos, para expresarle su "profunda preocupación"
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por la agresión de que habían sido víctimas los estudian-
tes. El Presidente, sin referirse de modo concreto a esos
hechos, sostuvo la idea de que los jóvenes deberían lograr
un equilibrio entre un pensamiento crítico y una "actitud
serenamente reflexiva", y para ilustrar esa actitud se puso
de ejemplo:
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inmediato [de ese Teatro] representa un indicio de la ac-
tual ineficacia funcional del teatro y del cinematógrafo."
( N A : 24-Í-46).
Los otros seis artículos son de mayor sustancia, y en
ellos se descubren ideas buenas que han durado hasta el
día de hoy. Digamos la de que las democracias latinoame-
ricanas son frágiles, no sólo por su escasa edad, sino por-
que en ellas "coexisten inclinaciones políticas de todo gé-
nero". Del mismo modo, que "los esfuerzos serios que
ahora se realizan para el mantenimiento de la paz se iden-
tifican con los movimientos populares orientados hacia la
transformación de las bases económicas y éticas de las de-
mocracias capitalistas". Un tercera idea acertada y que sub-
siste es ésta: "el conjunto de intereses individuales tendrá
que armonizarse, confundirse con los grandes y principa-
les intereses colectivos". Por último, es fundado el con-
traste que se pinta entre una democracia puramente
formal, que declara como su fin principal dar iguales
oportunidades a todos y cada uno de los miembros de una
sociedad, y las posibilidades reales y concretas de mejo-
ramiento de las mayorías, objetivo al cual debe endere-
zarse la acción pública y la acción del individuo.
En fin, se advierte también la subsistencia de cierto ro-
manticismo, que se agrava con el uso de palabras de un
significado vago o múltiple. Digamos la idea de un "pro-
grama general", que todos los países del Orbe empren-
derían para crear un "nuevo modelo subjetivo del hom-
bre y trazar [una] estructura social [capaz] de evitar que
los sectores sociales y los viejos intereses creados del fas-
cismo tornen a organizarse". Asimismo, la de "favorecer
la preminencia del factor racional". Y no muy lejana de la
irrealidad romántica, pero en la que el Presidente cree
aún hoy, es la de una fe, "de indispensable advenimien-
to", una "mística laica" que sustituya "las inclinaciones
religiosas de antaño". ( N A : 31-¿; 7, 14, 22, 28-K; \A-iii-
A6).
De hecho, llevado por ese impulso recordatorio, el Pre-
sidente pudo haber aludido a sus primeros escritos publi-
cados de la revista México y la Universidad, que uno de
sus biógrafos aduladores califica de "plataforma del pen-
28
Sarniento literario". (Sierra: Luis Echeverría, 8 ) .
Si nuestro negociante hubiera conocido todos estos da
tos (es hombre de escasas lecturas) sentiría tener un nue
vo argumento para la conclusión final a que llegó después
de las giras electorales: "Que no nos resulte un fanático,
un Savonarola, porque entonces habría que quemarlo en
la plaza pública."
29
II. LAS C O N S T A N T E S Y S O N A N T E S
30
éstos adquieren en cuanto reposan en la silla presidencial
es capaz de volver al revés a un hombre transformándolo
en otro diametralmente opuesto.
En todo caso, lo que aquí se persigue es descubrir y
apreciar las constantes sicológicas del Presidente, tal y
como las revelan sus actos de gobierno y sobre todo sus
expresiones verbales y escritas. El lector advertirá que
para ilustrar cada una de esas constantes uso varios ejem-
plos, pero no todos los que podría citar, porque entonces
se haría insufrible la lectura de este ensayo. Así, al lec-
tor que crea que valiéndome de una base pequeña de he-
chos he levantado una alta, altísima pirámide de con-
clusiones, le rogaría que usara los 36 volúmenes de la
publicación El Gobierno Mexicano, en donde encontrará,
diez, veinte, o cien ejemplos más de los que he presen-
tado aquí.
Sin duda la constante más sobresaliente es su extra-
ordinaria locuacidad, extraordinaria tanto midiéndola a la
luz de nuestras tradiciones como si se la mira en sí mis-
ma. De verdad puede asegurarse que los más de nuestros
presidentes fueron hombres de pocas palabras. Tal vez
alguien piense en las posibles excepciones, digamos, de
Iturbide o de Santa-Anna, y entre los recientes, Alvaro
Obregón; pero fueron excepciones, no de sustancia sino
de grado, y de un grado pequeño. Los verdaderamente tí-
picos han sido Juárez, Porfirio Díaz, Carranza y Lázaro
Cárdenas. Aun López Mateos, que en sus mocedades fue
campeón de oratoria y que alardeaba de mejorar un texto
escrito con la improvisación hecha al ir leyéndolo, se que-
da muy atrás del actual Presidente. De hecho, se tiene la
impresión de que para Echeverría hablar es una necesidad
fisiológica cuya satisfacción periódica resulta inaplazable.
Ya es curioso que use siempre las palabras "reflexio-
nar" o "reflexión" en lugar de hablar, decir o declarar,
como si reflexionar no significara "considerar nueva y de-
tenidamente una cosa". O sea, que mientras para el co-
mún de los mortales la reflexión es un ejercicio callado,
para nuestro Presidente hablar es como se piensa o se re-
flexiona. N o es así extraño que en la continua fricción de
los países poderosos con los pobres, le asigne a éstos el
31
noble papel "de hacer algunas reflexiones", es decir, de
hablar ( E G M : 1,49-53). Más claramente todavía: en la
celebración del Día del Médico de 1971, dice: " . . .he-
mos escuchado tres discursos que la han convertido [la
ceremonia] en una sesión de trabajo" ( E G M : 11, 7 8 - 8 3 ) .
Se le pide en diciembre de 1970 declarar inaugurada la
XII Asamblea General Ordinaria de la Federación de
Trabajadores del Distrito Federal, y en seguida dice que
semejante y simple papel "no me impide, como nunca lo
haré, aprovechar la oportunidad para hacerles algunas
reflexiones", es decir, de nuevo, hablar ( E G M : 1,111-
1 1 5 ) . Cuando poco tiempo después inaugura el IX
Congreso del Sindicato de Trabajadores de Educa-
ción, dice sin ambages que "no me voy a privar
del gusto. . . de dirigirles un breve saludo" ( E G M : 2,
125-127). Y al inaugurar el Consejo Nacional de la Con-
federación Regional Obrera Mexicana, asegura que "no
me sentiría satisfecho si me limitara a ciunplir con hacer
la declaratoria de inauguración". N o sólo eso, sino que,
en rigor, expone con franqueza un tesis que más tarde
repetirá una y otra vez, a saber, que hablar sobre los pro-
blemas es comenzar a resolverlos ( E G M : 3 1 , 9 7 - 9 9 ) . En
otra ocasión se le invita a concurrir, en su calidad cere-
monial de jefe del estado, a un acto de El Colegio Nacio-
nal, y concluido, se levanta para decir que supone que no
existe "una objeción protocolaria" para que él hable
( E G M : 4, 83-84). A unos médicos del Seguro Social les
explica que es muy importante para un presidente de la
República "detenerse. . . a charlar con distintos grupos
de mexicanos" ( E G M : 7 , 9 1 - 9 3 ) . Se le invita al acto pu-
ramente ceremonial de descubrir un mural de Rufino Ta-
mayo y se declara complacido de verse acompañado y de
"reflexionar" con la concurrencia acerca de la "gran deu-
da que tenemos con muchos artistas" ( E G M : 8 , 8 9 - 9 1 ) .
En no pocas ocasiones ve que el auditorio, suponiendo
que la ceremonia ha terminado, comienza a desbandarse,
pero lo ataja pidiéndoles expresamente "si ustedes tuvie-
ran la paciencia de escucharme algunas reflexiones, se los
agradecería" ( E G M : 8, 160-165). La escena se repite en
otras ocasiones, cuando el auditorio, ya en pie, se dispone
32
a salir del salón. Pide entonces: "si tuvieran la bondad,
señoras y señores, de tomar asiento y e s c u c h a r m e . . . "
( E G M : 13, 9-11; 20, 59-62). Hace una petición seme-
jante por cuarta vez, pero cree ahora necesario justifi-
carla: "no quedaría satisfecho" si dejara de hablar ( E G M :
26, 118-122). Y no tiene empacho en decirles a los di-
rigentes juveniles de la Confederación Nacional de Orga-
nizaciones Populares que le complace su visita "sobre todo
porque me da la oportunidad de hacer algunas reflexio-
nes" ( E G M : 10, 182-187). Lo invitan a desayunar los ca-
ricaturistas de la prensa, y en seguida les dice: "si quieren
que platiquemos así, vamos pasando este micrófono para
hacernos algunas reflexiones" ( E G M : 26, 187-195). Al
celebrarse en 1973 el aniversario de la Constitución, se
designa al Procurador General de la República para ha-
blar "en representación de los tres poderes" federales;
pero al llegar a la Casa del Constituyente el Presidente no
puede contenerse y da salida a "las profundas reflexiones"
que le han inspirado siempre los redactores de la Cons-
titución ( E G M : 27, 159-165).
N o sólo se tiene la impresión de que hablar es para
Echeverría una verdadera necesidad fisiológica, sino de
que está convencido de que dice cada vez cosas nuevas,
en realidad verdaderas revelaciones. Es más: llega uno a
imaginarlo desfallecido cuando se encuentra solo, y vivo,
aun exaltado, en cuanto tiene por delante un auditorio.
Y si éste es restringido por el número o la homogeneidad
de sus componentes, pide que lo escuche otro más am-
plio, de hecho la Nación y aun el mundo entero. Desde
antes de tomar posesión, tenía pensado dar un decreto
para crear la Comisión Nacional de las Zonas Áridas, y
cuando lo tiene listo, se traslada a Cuatro Ciénegas, y des-
de la Casa de Carranza declara que le pareció importante
"subrayar ante la faz de la Nación" el cuidado que debía
darse a esas zonas, y que por eso deseaba "difundirlo per-
sonalmente ante la faz de la Nación" ( E G M : 1, 127-
1 3 5 ) . Una vez lo visitan algunos médicos jóvenes, resi-
dentes e internos de los hospitales oficiales, y desde luego
les pide que transmitan su mensaje "a todos los médicos
del país" ( E G M : 1 0 , 2 3 8 - 2 4 2 ) . De viaje alguna vez,
33
inaugura una escuela en Armería, poblado bien modesto
de Colima, y declara:
34
Artes Cinematográficas, se entusiasma, de modo que les
ofrece la receta:
35
voto de adhesión consciente y razonado a la poh'tica na-
cionalista de su régimen. . . " ( E G M : 26, 38-40). Tam-
bién de poco interés resultan las reacciones del interlocu-
tor priista. El secretario de la CNOP le confía que ese
sector espera que siga "la apasionada entrega de un hom-
bre que, de acuerdo con el proceso histórico del país, cum-
ple íntegramente con los ideales de la Revolución ( E G M .
2 6 , 2 7 - 3 0 ) . En fin, no son menos pobres las reacciones
de la burocracia laborista: el presidente del Congreso del
Trabajo, un tanto criptográficamente, proclama que "el
cambio permite vigorizar las instituciones; la renovación
inyecta dinamismo; el reimplantamiento de las situacio-
nes inspira y mueve al encuentro de nuevos y mejores
caminos" ( E G M : 26, 21-22).
Puede considerarse como imposible que un hombre,
así sea de singular talento, de cultura enciclopédica y con
un dominio magistral del idioma, pueda decir todos los
días, y a veces dos o tres al día, cosas convincentes y lu-
minosas. En este caso particular resulta mucho más re-
moto porque la mente de Echeverría dista de ser clara y
porque su lenguaje le ayuda poco. Según se apuntó ya,
tiende a expresarse en párrafos larguísimos, de quince o
veinte líneas sin más respiro que un par de comas. Ade-
más, están plagados de oraciones incidentales explicativas
que diluyen la fuerza que sin ellas podría tener el pensa-
miento principal. Por último, dañan sus expresiones el
frecuente uso equivocado de las preposiciones, pues como
la gramática enseña, éstas "denotan el régimen o relación
que entre sí tienen dos palabras o términos".
Esas fallas desafortunadas, sobrepuestas a la urgencia
de hablar, conducen de modo inevitable a sentencias cuyo
significado resulta oscuro o a expresiones archisabidas. A
las damas de Acción Social y Cultural que lo invitan a
festejar el Día de la Madre, les dice que "en este capítulo
de la solidaridad humana, como en muchos otros, el es-
fuerzo debe ser mantenido hasta lograr la cristalización de
las intenciones" ( E G M : 2, 1 0 2 ) . En otra ocasión se le
pregunta si no es lamentable que Cantinflas haya cambia-
do su viejo papel de "peladito" al de catrín, y responde:
"por ese camino de la sensibilidad popular ha llegado a
36
un grado de mayor profundidad en la conciencia de mu
chos problemas" ( E G M : 7 , 9 4 - 9 7 ) . Unos arquitectos le
participan los resultados de un congreso reciente, y les
dice que si bien se conoce el número de habitaciones que
faltan en el país, "vivimos ahora unos días de cambio de
filosofía social y de cambio de naturalzea económica que
a partir de estos momentos nos están permitiendo la ini
ciación del desarrollo de nuestros programas que, con esa
nueva filosofía, atienden a distintos aspectos a lo que debe
ser la habitación popular" ( E G M : 18, 81-83). En la inau
guración del XXVIII Congreso de la Confederación In
ternacional de Autores y Compositores, explica que "el
artista es el receptáculo de las diversas influencias de la
sociedad en que vive, pero constituye a la vez un agente
decisivo en la confrontación del pensar y del sentir colec
tivo" ( E G M : 2 3 , 8 9 - 9 1 ) . A los dirigentes de la C N O P
les asegura que entender "el signo del tiempo. . . es lo
de m á s trascendencia porque contribuye al fortalecimien
to de una ideología, de una actitud subjetiva que incide en
muchos problemas objetivos para una marcha nacional lú
cida y sólida" ( E G M : 1 8 , 5 5 - 6 0 ) . Y a unos profesores
les expone toda una teoría:
37
sado que son heterogéneos los factores que determinan la
vida nacional" ( E G M : 1 3 , 6 4 - 7 6 ) .
En este capítulo favorece al Presidente que varios de
sus colaboradores irunediatos y no pocos de los jerarcas
del PRI o de otros organismos expresan pensamientos to-
davía más inciertos. N o vale la pena, por supuesto, citar
sino un par de ejemplos para ilustrar este punto. Un dis-
tinguido senador cavila hondamente sobre "¿hasta dónde
llega la política interna y dónde comienza la política ex-
terior? Pienso que hay una complementareidad en toda
acción política" ( E G M : 29, 322-336). El secretario de
Salubridad anuncia que el Presidente ha enviado al Con-
greso un nuevo Código Sanitario que "concibe a la salud,
no sólo como estado de ausencia de enfermedad, sino
como un desarrollo dinámico en que el hombre realiza
todas sus potencialidades sin más límite que el impuesto
para su marco genético" ( E G M : 27, 139-140). Por su-
puesto que semejante fantasía parte de la definición ofi-
cial propuesta por la Organización Mundial de la Salud
de las Naciones Unidas; pero ha sido transformada hasta
hacerla irreconocible, sobre todo cuando el propio funcio-
nario se extasía pintando este cuadro idílico al abrirse los
trabajos de la Primera Convención Nacional de la Salud:
38
neficiada es de deslumbrada complacencia, como ha ocu-
rrido, digamos, en Chiapas y Quintana Roo.
Ahora un par de ejemplos de preposiciones perturba-
doras o innecesarias, así como de expresiones de una fo-
gosidad también perturbadora. Cuando se dice "difiero
con casi todas las personas que han hablado", no se sabe
si se quiso decir "concuerda con", pues se difiere "de".
Asimismo, cuando se dice "los egresados en las escuelas",
entra la duda de si no se quiso decir los "ingresados" en
las escuelas. Es inútil poner " . . . reflexionamos en que
el espíritu humano. . . " ( E G M : 3 0 , 5 9 - 6 0 ) . Y no diga-
mos esta expresión: " . . .me es grato recibir la vigorosa
presencia de ustedes" ( E G M : 14, 29-30).
Es en verdad excepcional hallar en los pronunciamien-
tos un párrafo limpio y aun hermoso, como este de su
discurso al inaugurar la LV Convención Internacional del
Club de Leones:
39
otra de sus constantes sicológicas: la incapacidad de re-
posar, la prisa con que se mueve, la prisa con que quiere
hacer las cosas y la prisa con que quiere que otros, todos,
las hagan. Y esto, a su vez, está ligado a su insistencia en
que él cumple cuanto ofrece y lo cumple en el día, a la
hora y al minuto convenidos. Su campaña electoral causó
asombro por varios motivos, pero el principal fue el salto
continuo y pronto, la movilidad de azogue que lo llevó
prácticamente a todos los rincones del país. Y ya en la
presidencia, sus escapadas semanarias a la provincia y su
prédica diaria de que ver in situ los problemas, palparlos
allí donde están, es el primer paso necesario para resol-
verlos. Y también de aquí su desprecio infantil del hom-
bre "solitario" que clavado ante la mesa de su gabinete de
trabajo, pontifica sobre los males del país y sus remedios,
cuando jamás ha visto brotar el pus de la llaga. Por for-
tuna, ha extendido esas reflexiones a la burocracia oficial:
40
se le presenta en Palacio a recordarle su ofrecimiento, y en
la conversación le pregunta qué querría ser de grande.
Almendrita le dice que actriz de teatro. En seguida toca
el timbre para encargarle a don Fausto Zapata que dé ór-
denes telefónicas al director del INBA a efecto de inscri-
birla en una escuela de arte dramático y concederle una
beca para hacer sus estudios ( E G M : 3, 7 1 ) . Poco tiempo
después viaja a Chiapas y tiene una "reunión de Trabajo"
que dura seis horas y en que intervienen más de treinta
personas, cada una de las cuales, por supuesto, hace alguna
petición. Los chiapanecos no se calman con el anuncio de
que en ese buen año de 1971 el gobierno federal inver-
tirá en el estado más de 2 000 millones de pesos. Enton-
ces, el Presidente propone una mesa redonda que estudie
"a fondo" cada una de esas peticiones y pueda él dictar
los acuerdos necesarios, acuerdos que "mañana mismo co-
nocerán todos los chiapanecos" ( E G M : 3 , 1 8 1 - 1 9 4 ) . Du-
rante una visita que le hace, el director de la Comisión
Nacional de Energía Nuclear expresa su esperanza de que
alguna vez el Presidente pueda visitar las instalaciones de
la Comisión, y "suspendí algunas actividades para venir
desde luego" ( E G M : 1 2 , 6 9 - 7 1 ) . Ante una comisión de
ejidatarios oaxaqueños interesados en la construcción de
la presa Cerro de Oro, ofrece que "esta misma semana se
comenzarán los trabajos", y para que nadie dude, agrega:
" . . . no habrá nada de lo aquí expuesto [en el decreto res-
pectivo], que es una promesa, que no se cumpla" ( E G M :
31, 115-118). El rector de la universidad de Querétaro le
somete unos planos para la reedificación de las instala-
ciones escolares, y tras echarles un vistazo, le pregunta:
"¿Cuándo se inaugura si se comienza mañana mismo?
Porque esto es lo importante, no comenzarlo, sino aca-
barlo" ( E G M : 22, 146-147). Cuando inaugura los traba-
jos del V Congreso Internacional de Nefrología, un de-
legado extranjero expresa la esperanza de que alguna vez
se monte en México un instituto de esa especialidad. An-
tes de hacer la declaratoria de inauguración, el Presidente
dice: ". . .ya encomiendo al secretario de Salubridad que
haga los planos, y aproveche este Congreso para la fun-
dación de ese Instituto" ( E G M : 3 3 , 4 3 ) . Ante una reu-
41
nión de inspeaores de las Misiones Culturales de la Se-
cretaría de Educación, anuncia que "en un año duplica-
remos el número de las Misiones, y en dos, lo triplicare-
mos. . . " ( E G M : 2 6 , 1 0 7 - 1 1 5 ) . Miembros de la Central
Campesina Independiente le exponen algunos problemas
durante una reunión de trabajo que "se prolonga hasta la
madrugada del día siguiente", pero como aun así no se
llega a definir la solución de todos, les pide que nombren
una comisión que a costa del gobierno permanezca en la
capital "hasta llegar a aclararlos" ( E G M : 32, 124-125).
42
Ferrocarriles Nacionales, y comenta: '". . .si así se conti
núa trabajando, hemos encontrado el punto de arranque
para que en el presente sexenio sean rehabilitados los
ferrocarriles, considerando íntegramente el sistema"
(EGM: 5, 36-37). Pinta con gran claridad que los gran
des conjuntos habitacionales resuelven "grandes proble
mas, pero provocan graves desajustes"; deja su solución,
sin embargo, a la sociología, la antropología "y sobre
todo, a una buena voluntad para la solidaridad en cual
quiera de sus formas" ( E G M : 3 6 , 1 7 - 2 0 ) . Tras inaugurar
la carretera Transpeninsular de Baja California, se le pre
gunta cómo se superan las carencias, y contesta: "con ima
ginación pero con esfuerzo" ( E G M : 3 6 , 2 3 1 - 2 4 1 ) . Sólo
una vez hace un vaticinio en apariencia pesimista, si bien
en realidad no lo es, pues expresado al iniciar su gobierno,
equivale en realidad a presentar el programa que se pro
ponía realizar:
43
Presidente cuando baraja los datos de edad, de la suya y
de sus colaboradores. Queda, pues, aclarar otros aspectos
de esta constante.
Desde luego, su incansable insistencia en aducir como
prueba de buen gobierno el haber designado embajadores
jóvenes, entre los cuales "destaca" uno de 32 años, dos
que tienen un año más y que, por lo visto, nada destacan
ya, y otros que "apenas rebasan los 4 2 " ( E G M : 4 , 3 8 -
4 2 ) . Pasemos asimismo por alto que un periodista le pre-
gunta si alguna vez practicó un deporte, y responde que
nadaba "en la adolescencia", pero advirtiendo que la con-
testación resulta poco juvenil, añade: " . . .y estaba re-
cordando que poco después" se dedicó a los aparatos, al
fútbol americano, al frontenis, al golf y a la equitación
( E G M : 1 6 , 4 3 - 5 2 ) . En diciembre de ese año declara que
tiene un grato recuerdo y un cariño especial a Ciudad Vic-
toria porque allí, "como modesto funcionario federal y
capitalino —muchacho capitalino—", pudo apreciar por
la primera vez los grandes valores que encierra la provin-
cia ( E G M : 13, 182-183). Aun cuando no puede hacerse
un cálculo aritmético, eso parecería indicar que el Presi-
dente inició su carrera burocrática a los 14 años.
Más que esta comedia de equivocaciones con los años,
lo importante es que el Presidente considera a la juven-
tud como un instrumento necesario de cambio. A los dos
meses de gobierno declara en Nayarit que "esta genera-
ción en cuyo nombre hemos llegado a la presidencia, pien-
sa que no podría hacer realidad plena los principios y los
propósitos de la Revolución Mexicana si no instrumenta
un renovado sentido sociológico y económico la obra del
gobierno" ( E G M : 2, 2 4 5 ) . En la, universidad de San Luis
Potosí sostiene que el universitario puede ser "un ele-
mento esencial en la vida creativa" a condición de que
"conjugue las ideas con los hechos para transformar así
la realidad" ( E G M : 4, 38-42). A los dirigentes de la
Confederación de Jóvenes Mexicanos les dice que sería
un grave error considerar a la juventud "como una simple
etapa cronológica, como un mero momento biológico";
es y debe ser un estado permanente de ánimo. . . una
conciencia activa para el cambio y el m e j o r a m i e n t o . . . "
44
( E G M : 5,108-123).
Pero a veces se le cruzan las viejas figuras revoluciona-
rias, y entonces se siente obligado a especular sobre la ju-
ventud frente a la vejez. Como ha declarado repetidamen-
te que adora la Constitución de 17 y venera religiosa-
mente a sus autores, al visitar el 5 de febrero de 1972 el
Museo-Casa Venustiano Carranza, donde lo aguardan los
constituyentes, todos ellos viejos de más de 80 años, deja
de calificar a la suya de joven, para llamarla una "genera-
ción intermedia. . . que observa con el mismo cuidado las
inquietudes de los jóvenes y las recomendaciones de los
v i e j o s . . . " ( E G M : 1 5 , 3 0 1 - 3 0 8 ) . Y cuando en diciem-
bre de 1972 lo visitan los viejos dirigentes del partido
oficial, encabezados por Emilio Portes Gil, afirma que
45
de Guanajuato, le disparan varios discursos y dice que,
"más que interesante, ha sido apasionante" escucharlos
( E G M : 3 , 1 9 5 - 2 1 5 ) . Inspecciona las nuevas oficinas de
la Confederación Obrera Revolucionaria, felicita a sus di-
rigentes "principalmente por la pasión creadora" que re-
velan "todos los detalles" del flamante edificio ( E G M : 4,
4 3 - 4 7 ) . A los estudiantes y profesores de la escuela
agrícola Antonio Narro los conmina: " . . .entreguémonos
a trabajar con pasión.. . " ( E G M : 6, 9 5 - 9 8 ) . Declara a
los miembros del Congreso Juvenil de Aportación Cívica-
Política que le ha complacido "constatar con emoción la
doarina que flota en el ambiente" ( E G M : 14, 232-237).
A los dirigentes del PRI les repite que "debe haber siem-
pre una angustia creadora" para mejorar diariamente sus
tareas ( E G M : 14, 11-24). Expuesta negativamente la
misma idea, les dice al grupo de viejos militares retirados
que
46
Pocas dudas pueden caber de que una de las constan-
tes más constantes del Presidente Echeverría es esta de la
juventud como instrumento de cambio. Es verdad que a
veces, como acaba de verse, trata de condicionarla dicien-
do que debe entenderse la juventud no tan sólo como
tránsito cronológico o un hecho meramente biológico^
sino que a la simple edad ha de agregarse un espíritu re-
novador. Pero varias consideraciones y hechos numerosos
debilitan esas rectificaciones ocasionales. En ellas, por
ejemplo, no ha llegado a afirmar que puede haber "vie-
jos" con un espíritu renovador acusado y comprobado,
cosa susceptible de confirmarse históricamente. Tampoco
ha especulado sobre la tragedia que pinta de modo tan
maravilloso este refrán francés: "si los jóvenes supie-
ran. . . si los viejos pudieran". Porque, en efecto, puede
tenerse por seguro que en general al joven le falta, no ya
la experiencia, hecho en que casi siempre se piensa, sino
el reposo sin el cual la reflexión es imposible. Por otra
parte, al negarles el Presidente todo poder, los "viejos"
no han tenido ocasión de servir útilmente al país. Más
grave aún es la sospecha de que el horror al "viejo" que
tanto cultiva el Presidente, se origine en el santo y justi-
ficado horror, no al simplemente "viejo", sino al "polí-
tico viejo" que le tocó conocer en su vida pública ante-
rior, un hombre, este sí, detestable porque todo él está
hecho de maña, de doblez, de trucos, y no de ideas y me-
nos de ideales. Más grave aún es el hecho comprobable
de que el Presidente usa el haber nombrado embajador
a un mozalbete de 32 años para demostrar el acierto, di-
gamos, de su gestión financiera, o su apego a la libertad
de expresión. Tampoco ha considerado que al creársele a
un joven la idea de que real, positivamente puede ser
presidente de la República al día siguiente de cumplir 35
años de edad, y que le es dable llegar a secretario de es-
tado a los 20, se le incita a organizar toda su vida para
alcanzar esas metas ya asequibles, es decir, se le despierta
una ambición puramente política, a la que sacrificaría
la devoción al trabajo desinteresado, la reaitud de sus ac-
tos, la limpieza del pensamiento. En fin, se ha desconsi-
derado también que el no gastar el joven algún tiempo en
47
ascender gradualmente la escala de la estimación pública,
sino colocándolo de golpe en los puestos más encumbra-
dos de ella, en realidad se le condena a una muerte pre-
matura, o se le fuerza a pasarse con armas y bagajes ai
campo de los negocios privados. En efecto, si se les hace
a uno de los aspirantes actuales a la presidencia, conclui-
rían su mandato a los 45 ó 46 años de edad. ¿Qué diablos
harán en los 20 ó 25 que les quedan de vida?
Lo cierto es que ésta no es sólo una de las constantes
más constantes del Presidente, sino una de las destinadas
a tener más constantes efectos.
48
III. V I S T A A O J O D E PÁJARO
49
de cambiarla. La primera duda brotó en el campo econó-
mico, al comenzar a publicarse estudios que, a pesar de
sus deficiencias técnicas, señalaban un hecho grueso, pero
que parecía incontrovertible: como ya se dijo, el ingreso
nacional se repartía del modo más inequitativo imagina-
ble, ya que el diez por ciento de las familias privilegiadas
se llevaba el cincuenta por ciento de ese ingreso, mien-
tras que el cincuenta por ciento de las "otras" familias ape-
nas alcanzaba el catorce. N o pasó mucho tiempo sin que
brotara la duda política: la estabilidad de que el país
venía gozando desde 1929, y particularmente desde 1946,
se había conseguido a costa de un monopolio del poder
político cada vez más estrecho y cerrado.
Empero, estas dos dudas, la económica y la política, no
pasaban del ensayo erudito, del artículo, de la conferencia
o de la murmuración callejera; pero la rebelión estudian-
til de 1968 les dio un estado público espectacular. Pro-
dujo, además, un resultado patético y visible: el aislamien
to cabal en que vivió sus dos últimos años el gobierno de
Díaz Ordaz.
50
mas a granel, palpando de continuo el atraso y la pobre-
za. Presumió, además, de hombre joven, y de serlo tam-
bién su equipo de trabajo irunediato. Esto parecía indicar
que, no teniendo viejas y macizas ligas con el pasado, ve-
ría las cosas con ojos nuevos y frescos, y que, por lo tan-
to, juzgaría natural la mudanza. Vino, en fin, la prédica
oficial del cambio, de modo que no parecía caber ya duda
de que lo habría.
Pero entonces se produjo un malentendimiento del
que no ha salido todavía la Nación. Esa clase media ilus-
trada, ni como grupo ni ninguno de sus miembros indi-
vidualmente considerado, definió qué cambios apetecía,
cómo proponía lograrlos, por qué y cuándo deberían hacer-
se y mucho menos los frutos perdurables que se espera-
ban del cambio. Los temerosos simplemente se agazapa-
ron y rogaron en silencio que no los hubiera o, en el peor
de los casos, que resultaran leves. N o fueron suficiente-
mente listos para adelantarse a proponer el que menos los
afectara. Por su parte, ni el candidato, ni el Presidente re-
cién llegado, hicieron una clara definición de lo que se
proponían hacer. Reconoció, y explicó ese malentendi-
miento muy tardíamente, de hecho, un mes antes de ini-
ciar su tercer año de gobierno, cuando dijo:
51
arraigados, que su resolución sólo puede esperarse de un
ser dotado de poderes sobrenaturales, mas no del hombre,
débil, inconstante y egoísta. Esta larga y amarga experien-
cia ha hecho de él un creyente de los dioses y un descreí-
do de los hombres. Pero aun si el mexicano creyera des-
pués de ver y de palpar las obras de algunos hombres, en
el presente caso no puede ver porque varias de las cosas
que ha intentado el presidente Echeverría se ejecutan fue-
ra de la Capital, y sobre todo porque sus resultados no
serán palpables sino después de algunos años, después, a
buen seguro, de que su impulsor abandone la Silla.
52
del Norte", provincianos y por siglos segregados del
"Centro", gobernaron a México. En marcado contraste,
Luis Echeverría inventa y sostiene el propósito de revivir
la provincia no obstante ser él un producto ciento veinti-
cinco por ciento capitalino, por su origen, su educación,
su residencia y su falta de sangre indígena.
53
triales de Durango, Querétaro, Mérida y Veracruz, y se
anuncia que para fines de 1972 habrá otras dos, y que
"en breve plazo" se contaría con otras cincuenta y nueve
( E G M : 16, 13-26). El ritmo con que se empujaba este
propósito debió parecerle tan vertiginoso, que en julio de
ese mismo año de 1972 creyó necesario poner una nota
de moderación: "sabemos —dijo entonces— que no bas-
tan las facilidades de la urbanización industrial. . . para
convencer a cualquier promotor industrial de que se han
llenado todos los requisitos. . .; pero estamos haciendo un
esfuerzo. . ." ( E G M : 20, 155-159).
Y ha embestido este problema del renacimiento pro-
vinciano por vías distintas, digamos la educativa. Con
poca discriminación, pero con rumbosa largueza, ha dado
dinero a todas las universidades de provincia; en particu-
lar, sin embargo, ha creado 34 institutos tecnológicos re-
gionales y locales, más 254 escuelas tecnológicas agro-
pecuarias, o sea escuelas secundarias especializadas en esa
enseñanza^ número que se pensaba llevar a 720 al con-
cluir el año de 1973 ( E G M : 32, 129-134). Pues esta es
otra novedad acertada del gobierno de Echeverría: el im-
pulso a la educación técnica como correctivo a la enseñan
za profesional de nuestras universidades, y porque está
convencido de que sólo industrializándose se salvará el
país de la pobreza, y de allí la admisión de que México
necesita desesperadamente técnicos, ahora sí que "a todos
los niveles". Su entusiasmo es tan grande, que se deleita
haciendo notar que apenas unos meses antes "en este si-
tio, sólo la tierra, las montañas y las nubes nos indicaron
el lugar para comenzar la construcción del Instituto Tec-
nológico Regional" de Hidalgo, y que, hecha ya, y en su
primera visita, se le piden ampliaciones "que se atende-
rán desde luego". Además era "ya tangible o potencial"
que del instituto brotaran "industrias de tipo mecánico,
de minería, de construcción, de electricidad, de plásticos,
de café, de materiales extractivos, de productos de piel, de
calzado, editorial, siderúrgica, neumática, del carbón,
mueblera, jabonera, eléctrica y de telecomunicaciones"
( E G M : 2 1 , 192-224).
Muy cercano a este buen propósito de reanimar la vida
54
provinciana se halla el de rescatar para México la larga
franja fronteriza del Norte, que durante largos años ha
venido nutriéndose económica y mentalmente de Estados
Unidos. A los cinco meses de entrar en la presidencia, se
crea la Comisión Intersecretarial para el Desarrollo Fron-
terizo, que se reúne periódicamente en distintas ciu-
dades de la Frontera, con la asistencia de los seis goberna-
dores de los estados afectados. En la IV, de enero de
1973, el Presidente expuso con marcada oscuridad su
pensamiento, pero puede presumirse que, en esencia, ase-
guró que una filosofía meramente "desarrollista" apenas
vería en la Frontera un lugar propicio a la creación de
atractivos para pescar al turista norteamericano del otro
lado. Pero si se piensa en un "desarrollo integral, equili-
brado y con un sentido de justicia social", entonces ha-
bría que ligar el progreso de esa zona al de todo el país.
Por supuesto que este buen propósito choca desde luego
con la áspera realidad de las empresas maquiladoras nor-
teamericanas que se instalan en nuestro territorio del Nor-
te para beneficiarse de salarios e impuestos bajos y rehuir
las cargas fiscales de Estados Unidos. En efecto, como se-
mejantes empresas ocupan a 53 000 mexicanos y derra-
man anualmente salarios por valor de 1 300 millones de
pesos, se creyó necesario ayudarlas, sobre todo facilitando
el despacho de las importaciones y exportaciones que ha-
cen, facilidades que "van desde las mesas especiales para
recepción, comprobación y pago. . . hasta el despacho en
garita" ( E G M : 26;, 282-311). Más atrevidamente, puesto
que la medida se basa en supuestos sicológicos, se autori-
zó la libre importación a México de ochenta artículos
"gancho" norteamericanos ( E G M : 1 3 , 2 1 - 3 4 ) . Se supone
que son artículos cuya compra juzga indispensable el me-
xicano fronterizo; pero que si puede adquirirlos en tien-
das mexicanas, dejará de comprar muchos otros que com-
pra "de paso" en las norteamericanas. Por otra parte, no
puede desconocerse que uno de los móviles para empren-
der esta tarea es una cierta xenofobia infantil. Esto, sin
embargo, no le resta justificación al propósito de recobrar
para México la economía fronteriza. Por último, aun si
tuviera pleno éxito en el terreno económico, claro que
55
quedaría por lograr el rescate m e n t a l , tarea difícil, si n o
imposible, ya q u e el estilo d e vida n o r t e a m e r i c a n o es imi-
tado en todo el m u n d o , incluso, p o r supuesto, en la U n i ó n
Soviética y los países socialistas.
56
León y Sonora, los más recientes de Chihuahua y Michoa-
cán y el muy notorio de Veracruz. N o puede ponerse en
duda que la iniciativa de presentarlos como candidatos no
partió de los ciudadanos y residentes de esas entidades, es
decir, de la gente que nació en ellas, donde han vivido a
veces por generaciones, se han educado y donde tienen fa-
milia y se ganan el pan nuestro de cada día, y cuyo por-
venir, por lo tanto, está fincado en la localidad.
Sería desproporcionado cargar toda la culpa a la cuen-
ta del presidente actual. Puede demostrarse históricamen-
te que todos ellos se han empeñado en aumentar el poder
de la autoridad central a costa de las autoridades locales.
Por añadidura, no se trata tan sólo de los hombres, sino
de cosas más hondas y permanentes, como son la geogra-
fía del país y su heterogeneidad social. Partido en valle-
cilios por altas montañas, aisladas sus partes por el de-
sierto, se dificulta la comunicación nacional. Esto da lu-
gar al nacimiento y la supervivencia de la autoridad local
arbitraria llamada cacique, opuesta siempre a toda acción
nacional aun si es benéfica para la localidad o la persona
del cacique. Entonces, el Centro trata de dominarla a cual-
quier precio. A ese fraccionamiento extra-legal de la auto-
ridad contribuye la heterogeneidad de la sociedad mexica-
na, pues reclama un rasero cualquiera para uniformarla
un tanto. De igual manera, debe admitirse que los estados
mismos no parecen estar interesados en salvaguardar su
independencia. La mayor parte de sus constituciones ape-
nas exigen el requisito de nacimiento dentro de la enti-
dad, pero no el verdaderamente efectivo de una residen-
cia ininterrumpida, digamos, de diez años. La de San Luis
es más liberal todavía, ya que pueden ser gobernadores
los hijos de los nativos del estado. N o sólo eso, sino que
debe recordarle que la legislatura de Sonora modificó en
veinticuatro horas la Constitución local para rebajar a
treinta años el requisito de edad, pues el anterior de trein-
ta y cinco excluía al candidato elegido por el Centro.
Todo esto no quita, sin embargo, que pueda y deba car-
garse a la cuenta del presidente Echeverría el no haber
tomado ninguna medida para iniciar la corrección de un
estado de cosas a todas luces perjudicial.
57
Y casi sobra decir que a nadie puede engañar el hecho
de que el aparato político teatral del PRI le da una legi-
timidad formal a la nominación y posterior elección de
los candidatos designados. Es más: como los otros parti-
dos políticos suelen abstenerse de presentar candidatos
propios, los del PRI resultan únicos, de modo que puede
llegarse a decir que fatalmente tenían que ser electos.
Aparte de razonamientos como éstos, pueden recordarse
ciertos hechos históricos que apuntan también a la incom-
patibilidad de una autonomía económica y cultural con
una servidumbre política. El nombre mismo de Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas indicaba claramente el
propósito original de que todas y cada una de ellas con-
servara su propia lengua y en general su cultura, así como
una acusada autonomía política, la que corresponde a toda
una República. Pronto, sin embargo, el rasero central y
nacional barrió con ese designio. También está Cataluña,
la metrópoli económica de España, con una fuerte y asi-
duamente cultivada personalidad cultural, y que, sin em-
bargo, aspira siempre a una autonomía política que ha ido
desde la constitución de un estado independiente hasta
un gobierno local libre.
59
gusto Gómez Villanueva ante los ejidatarios de Zihua-
tanejo para justificar la expropiación de sus ejidos:
60
de núcleos vacacionales del ISSSTE y del IMSS, así como
para la CTM. Esto sin contar con que el ejido La Peñita
tiene playas "cuya popularidad y flujo turístico son de
gran importancia". El litoral nayarita "ofrece tales con-
diciones variables", que se ha "sugerido el siguiente dis-
positivo". La región norte se destinaría a un Centro de
Investigaciones Forestales dotado de viveros, de centros
de reforestación y de "auxilio frutícola". Asimismo, gran-
jas con centros cívicos y un hotel ejidal "con parque de-
portivo". En Rincón de Guayabitos habría que "regene-
rar" las instalaciones ya existentes: un motel, un campo
de casas móviles y varios restaurantes. En el ejido Sayuli-
ta se levantarían un hotel y cabanas, más campos de golf
y de tiro, así como clubes de pesca y de vela. Y no podía
faltar un grandioso Parque Histórico, Cultural y Recreati-
vo en que estuviera representada "toda América", para
mostrarle al peregrino "las raíces históricas y los valores
culturales" del Continente. Habría igualmente un museo
con una "zona de exposición" ( E G M : 9 , 4 4 - 4 6 ) .
Para realizar este impresionante proyecto se creó el Fi-
deicomiso Bahía de Banderas, que a los ocho meses rindió
su primer informe:
61
ellos [los ejidatarios] manejen sus cosas con los apoyos que
quieran pedirnos (EGM: 23,309-315).
62
dal. Entonces, ¿cómo va a convertirse al ejidatario en un
empresario de estos negocios turísticos que jamás ha visto
siquiera de lejos? La otra causa de pesadumbre es la irres-
ponsable grandiosidad con que se han pensado y atacado
estos proyectos. Por las anteriores transcripciones se ha-
brá visto que la visión original del Presidente era más mo-
derada y clara, si bien preocupa su insistencia en que los
ejidatarios deben moverse por su propia cuenta, sin otros
apoyos que los que ellos mismos pidan espontáneamente.
En todo caso, como suele ocurrirle al presidente Echeverría,
es claro que su cuadrilla no lo acompaña en esta faena.
63
tar un ejemplo, señalaron la iniciativa de ley de Reforma
Agraria. El presidente Echeverría reaccionó viva, aun co-
léricamente. En cuanto al primer cargo, dijo que sería in-
humano prohibirle a sus ministros tener esos u otros ami-
gos; respecto del segundo, que si la Constitución le pidiera
enviar sus iniciativas de ley a la Coparmex y no al Con-
greso de la Unión, los dirigentes de ésta podían estar se-
guros de que así lo habría hecho ( E G M : 2, 108-116).
A pesar de este mal comienzo, parece fácil reconocer
que ninguno de sus antecesores hizo un esfuerzo claro por
institucionalizar la consulta del gobierno con los sectores
privado, obrero y campesino. A las numerosas "reuniones
de trabajo" que ha provocado, y que en buena medida
consisten en escuchar quejas y peticiones, siempre han
concurrido representantes de esos sectores; pero el esfuer-
zo institucionalizador culminó en la creación, primero, de
la Comisión Nacional Tripartita y después de las comi-
siones tripartitas locales. En realidad, estos dos organismos
comenzaron (bien significativamente) como una "con-
frontación" entre dirigentes obreros y representantes de la
banca y la industria. El Palacio Nacional le sirvió de es-
cenario en mayo de 1971. También nació bajo otro mal
auspicio, a saber, las ideas confusas que la presidieron.
Digamos el secretario del Trabajo, Hernández Ochoa,
quien afirmó que
64
"servicio público de empleo", así como la compilación de
estadísticas de ocupación. Don Manuel Espinosa Iglesias,
presidente de la Asociación de Banqueros, tras admitir el
aumento reciente de la desocupación, la "abierta" y la "dis-
frazada", propuso que se alentaran las actividades que
"ocupan volúmenes elevados de mano de obra", como. . .
¡la turística! ( E G M : 6, 7 8 - 9 4 ) . Pero a fines de agosto de
ese año, aquella "confrontación" pasajera se transforma
en la Comisión Nacional Tripartita, con un ambicioso
programa de trabajo que atacarían simultáneamente seis
comisiones: de inversiones "para" la mano de obra; pro-
ductividad y descentralización industrial; desempleo y ca-
pacitación de los recursos humanos; maquiladoras y ex-
portación; vivienda popular y contaminación ambiental.
Las "consideraciones" en que se fundó esa división del
trabajo, o más bien el propósito de los estudios que debía
emprender cada comisión, reflejaron una variedad nota-
ble de talentos y de conocimientos de sus respectivos
miembros. Mientras siguieron siendo oscuros los de la
primera comisión, resultaron claros y definidos los rela-
tivos a la descentralización industrial. Y el comentario del
Presidente disfrutó también de esa desigualdad, pues
mientras en términos sencillos y justos apoyó una política
de "puertas abiertas" que mediante un intercambio de
ideas condujera a un mínimo de entendimiento entre los
intereses en conflicto, habló de la necesidad de "estructu-
rar una política económica orgánica" ( E G M : 9, 69-131).
El primer fruto de la Comisión Nacional Tripartita se
dio el 22 de diciembre de 1971, cuando le presenta al
Presidente un proyecto de reforma de la fracción XII del
artículo 123 de la Constitución. Pretendía precisar la for-
ma de cumplir la obligación que desde 1917 caía sobre
los empresarios de proporcionar habitaciones a sus respec-
tivos trabajadores. Harían una aportación en efctivo a un
Fondo Nacional de la Vivienda, que administrarían re-
presentantes del ejecutivo federal, de los obreros y de los
empresarios ( E G M : 13, 159-171). El Presidente anunció
el 29 de marzo que el proyecto de reforma estaba listo,
y aprovechó la ocasión de elogiar calurosamente a los
obreros y empresarios que "durante tres meses, durante
65
muchos días y muchísimas horas de trabajo", habían lo-
grado un acuerdo sobre la idea y la forma de realizarla
( E G M : 1 6 , 5 8 - 6 5 ) . El 1- de mayo de 1972 preside la
asamblea constitutiva del Instituto del Fondo Nacional de
la Vivienda para los Trabajadores, o Infonavitra, como se
llamó primitivamente ( E G M : 1 8 , 9 - 1 6 ) .
El segundo fruto mayor fueron las reformas a la Ley
del Seguro Social, que en su origen propusieron los obre-
ros, circunstancia ésta que hacía más necesario todavía
conseguir el acuerdo de los patrones. Así lo dio a conocer
el Presidente en una declaración que a pesar de su tonillo
demagógico, pinta la enorme importancia que le atribuye
a este procedimiento de institucionalizar la consulta de los
intereses encontrados de esos dos sectores:
66
.. .es la expresión institucional de un régimen que funda su
conducta en la coordinación de los esfuerzos nacionales
(EGM: 28,61-75).
67
especulación de si se inclinaba más de un lado que del
otro, calificándosele automáticamente de reaccionario en
el primer caso y de izquierdista en el segundo. Por otra
parte, las comisiones tripartitas han dado ocasión a que
los empresarios y los obreros se desfoguen, manteniéndo-
se así la caldera política a baja presión.
N o puede discutirse, pues, la excelencia de esta idea;
pero tiene sus fallas, unas en su concepción y otras en la
aplicación práctica que hasta ahora ha tenido. Casi sobra
decir que siendo la agricultura y la ganadería actividades
económicas de primera importancia, resulta extraño que
no figuren en las Comisiones representantes de los cam-
pesinos y de los ganaderos y agricultores privados. Asi-
mismo extraña la falta de representantes del consumidor,
ya que en ellas sólo figuran los de la producción. Admi-
tiendo que en México los consumidores no han sabido
organizarse, no puede dejarse de reconocer la incongruen-
cia de ün obrero que como produaor aprueba el precio
mayor de los energéticos para resentirlo y maldecirlo
como consumidor. En la práctica, no parece que el acuer-
do conseguido en los casos reseñados antes haya sido sin-
cero o de fondo. El gobierno acusa a los empresarios
( E G M : 1 1 , 129-134; 20, 106), de haber faltado a su com-
promiso de no recargar el precio de los bienes y servicios
que producen como consecuencia de esas medidas, y por
su parte, los empresarios siguen considerándolas como
cargas excesivas e injustificadas. Más todavía: es de te-
merse que entre ellos sea general la impopularidad del
Presidente, así como la desconfianza que se le tiene, y que
una y otra se hayan traducido ya en hechos reales como
la salida de capitales al extranjero, el retraimiento de las
inversiones y la exigencia de que se coticen en dólares los
convenios de compras, ventas o préstamos de alguna im-
portancia. Además, por supuesto, en un alza de precios
más allá de lo que justificarían los nuevos costos.
69
IV. LA R E F O R M A POLÍTICA
70
to sería bien difícil en el primer supuesto, y en el otro,
tolerablemente bueno. Pero ya es discutible que para el
día de hoy pueda asegurarse que "la información que
llega a todas las latitudes del territorio nacional" hace "in-
necesario el crecimiento desmesurado de diputados". Asi-
mismo, que "con la modernización del país los estratos
sociales están mejor organizados y sus intereses más ra-
cionalmente definidos, lo que hace posible que un indi-
viduo actúe genuina y eficientemente en nombre de nú-
cleos de ciudadanos cada vez más amplios".
Si se advierte esa venilla demagógica cuando se baraja
el dato numérico firme de los habitantes que determinan
un distrito electoral, con mayor desenfado brota al tratar
de apreciar a qué edad un ciudadano puede conllevar la
responsabilidad de ser diputado o senador. La Exposición
de Motivos habla de que "un análisis de las condiciones de
existencia de la juventud contemporánea. . . permite con-
cluir que a los 21 años los ciudadanos han adquirido ya la
experiencia en el manejo de intereses que trascienden los
de la vida familiar". Surge la primera duda porque no
se dice cuándo, cómo ni quién hizo semejante "análisis";
la segunda, al tomarse como criterio una supuesta expe-
riencia en el manejo de "intereses" extra-familiares. Pero
asalta el temor a la arbitrariedad pura cuando más tarde
se afirma que "a juicio del Ejecutivo", es decir, de la per-
sona del presidente de la República, o de su secretario de
Gobernación, "las cualidades que requiere el cargo de se-
nador se alcanzan plenamente a los treinta años". El buen
argumento se da al final de la Exposición, a saber, que
México es un país de población joven, puesto que el 72
por ciento de ella (no el 70, como dice la Iniciativa) es
menor de 30 años, y llega al 26 la comprendida entre 18
y 30 años. Y se le escapó a la Exposición otro buen argu-
mento: habiéndose ya aprobado que la calidad de ciuda-
dano se adquiere a los 18 años, resultaba demasiado largo
el plazo de 7 que mediaba entre esa edad y la de 25, a
la que se podía ser diputado, y clatamente excesivo el de
17 años para llegar a senador.
La reforma constitucional de más fondo consiste en
que un partido minoritario puede acreditar de golpe 5
71
diputados con sólo obtener el 1.5 por ciento de la vota-
ción general, y un diputado más, hasta el máximo de 25,
por cada medio de uno por ciento adicional de esa vota-
ción. El argumento que da la Exposición es que las tres
elecciones sucesivas habidas desde la creación de los dipu-
tados de partido, demuestran que resultaba difícil alcan-
zar el 2.5 por ciento, no obstante que los partidos mino-
ritarios "representan grupos que aglutinan corrientes
arraigadas en la sociedad o ideologías consistentes". N o es
muy feliz esta frase: la palabra grupo puede significar
una reunión transitoria u ocasional. Luego, ¿de qué "co-
rrientes" se trata, de ideas, de sentimientos, de intereses?
En fin, lo de "ideología" y "consistente" difícilmente pue-
de aplicarse con algún rigor a cualquiera de los tres par-
tidos minoritarios existentes (para no hablar del propio
P R I ) , y de verdad mueve a risa cuando se piensa en el
PARM. Lo que en realidad demuestran los hechos, o esa
"experiencia" de las tres elecciones sucesivas, es que el
PAN, sin duda el partido minoritario más "consistente",
ha llegado al 13 por ciento sin dificultad mayor, pero sí
las han tenido el PPS y el PARM, partidos que colindan
con lo ficticio. Por añadidura, no parece ser un verdadero
estímulo al robustecimiento de los partidos minoritarios
facilitarles con exceso su mera supervivencia, fin este el
verdadero que persigue la correspondiente reforma cons-
titucional. Puede llegarse hasta el extremo de aceptar que
por la simple razón de haber existido ya por largo tiempo,
el PPS y el FARM no debieran desaparecer de la noche
a la mañana; pero habría que estimularlos de verdad con
la perspectiva de su desaparición si no logran progresar
un mínimo, digamos en esta forma: haberles exigido que
en las elecciones de 1973 obtuvieran no menos de 1.5
por ciento, el 2 en las de 1976 y el 2.5 para 1979- Agre-
gar seis más de prueba a los años que ya tienen justifi-
caría la cancelación de su registro, pues quedaría demos-
trado de manera indudable que no representan capas
sociales importantes, para dejar a un lado lo de una "ideo-
logía consistente".
En todo caso, se siente uno forzado a admitir que el
político mexicano tiene un instinto finísimo para idear
"72
el mejor modo de "dar atole con el dedo". En efecto, la
seguridad de obtener los 5 primeros diputados y la espe
ranza de llegar a 20 más, bastan sicológica y políticamen
te para mantener en aaividad a los tres partidos minori
tarios existentes. Por otra parte, se aleja la posibilidad de
llegar a contar con sólo dos, el oficial y un opositor fuer
te, situación que pondría en aprietos al PRI, no tanto des
de el punto de vista electoral como ideológicamente, pues
ese partido opositor fuerte, que representaría la "derecha",
obligaría al PRI a situarse en su flanco izquierdo, cosa su
mamente comprometedora.
73
en que el presidente de la República era un mero jefe de
estado, y su gabinete el verdadero órgano de gobierno, y
por eso sujeto a la aprobación o la censura de una mayo-
ría de la Cámara. Era abusiva esa idea; pero es un hecho
que durante la República Restaurada siempre esmvo de
cuerpo presente en el recinto de la Cámara un miembro
del gabinete, obligado en todo momento a contestar cual-
quier interpelación que le hiciera un diputado. El ptesi-
dente Juárez y su secretario de Gobernación Sebastián
Lerdo de Tejada, considerando incluso humillante ese há-
bito, propusieron una reforma constitucional según la
cual los informes del Ejecutivo se dieran única y exclusi-
vamente por escrito, y eso cuando una mayoría de la Cá-
mara aprobara pedirlos.
El artículo 9.3 de la Constitución vigente ha sido, pues,
una bonita transacción, porque mantiene el derecho del
Congreso a recibir informes verbales del Ejecutivo, pero
limitándolo a que sean citados sólo los secretarios de es
tado, y única y exclusivamente cuando "se discuta una ley
o se estudie un negocio" que caiga dentro de la competen-
cia del secretatio citado. El Congreso, entonces, tiene ese
derecho, y su ejercicio no está sujeto a la aprobación del
Presidente, y ni siquiera a su conocimiento.
Un nuevo error, pequeño pero no carente de signifi-
cación, fue que en lugar de reunirse el Congreso para es-
cuchar las explicaciones del secretario de Gobernación, lo
citó la cámara de diputados el 25 de noviembre y la de
senadores el 20 de diciembre. Esto sin contar con que la
Exposición de Motivos, según se dijo ya, es un buen docu-
mento explicativo. Por eso, sin duda, don Mario Moya
Palencia se propuso, más que repetir o ampliar las razo-
nes presentadas ya en la Exposición, ornar ésta con una
especie de marco filosófico. Y por esa misma razón las
preguntas de algunos diputados y las respuestas del secre-
tario fueron lo único de cierto interés. Uno del PRI, cosa
curiosa, señaló el hecho, no por conocido menos pertur-
bador, de que los partidos minoritarios (y también
el PRI) "muestran clara tendencia a reducir su acción o
circunscribirse a zonas o regiones determinadas" del país.
Preguntaba si podría esperarse que las reformas constitu-
74
cionaies propuestas corregirían semejante simación. Don
Mario Moya Palencia vio en ella el simple problema de
"extender su campo geográfico"', meta que esperaba se al-
canzara con las reformas y la nueva ley electoral; pero el
asunto es mucho más complicado, por supuesto. Una parte
importante de él radica en que los partidos minoritarios
carecen de los recursos económicos, y los consiguientes
humanos, del PRI, hecho que plantearía el grave proble-
ma de que las elecciones se financian con dineros públi-
cos repartidos equitativamente entre los partidos conten-
dientes. Pero también hay aquí un problema de "clases".
Se sabe que la mayor fuerza del P A N está en los grandes
centros urbanos, cuyos habitantes pertenecen en buena
pro(K)rción a la clase media. Por otro lado, en esos mis-
mos centros viven grandes aglomeraciones de obreros, to-
dos ellos afiliados al PRI, y a los que no logra atraer el
PPS, un partido "socialista". En las regiones donde resul-
ta abrumadora la población rural, al contrario, el predo-
m i n i o del PRI es aplastante. Eso se debe al hecho ya se-
ñalado de que los partidos minoritarios carecen de la
fuerza económica y humana para hacerse presentes en
cada parte del territorio nacional, y al bien conocido de
que los agentes del PRI, digamos los comisarios ejidales,
recogen muy puntualmente las boletas de los campesinos
y bajo su vigilancia ocular los llevan a depositarlas en las
urnas.
La exposici(')n inicial de don Mario en el Senado
no ofreció mayor novedad, pues en muy buena me-
dida tuvo que repetir conceptos y datos ya presentados en
la Exposición de Motivos y en sus declaracionens ante la
cámara de diputados. Además, siendo todos priístas, las
preguntas de los senadores buscaban sobre todo darle al
secretario de Gobernación una oportunidad de lucirse.
Uno, por ejemplo, preguntó si las reformas constitucio-
nales y las eventuales a la Ley Electoral "prevén circuns-
tancias futuras, o solamente se concretan a resolver nece-
sidades del presente". Aun así, algunas de esas preguntas
no dejaron de revelar el pensamiento político del nuevo
gobierno, digamos cuando don Mario Moya Palencia de-
clara abierta c insistentemente que deben verse con sim-
75
patía las enmiendas a las constituciones de los estados que
abran un sitio en las legislaturas locales a los diputados
de partido.
76
disposición: los partidos deben llevar una vida cotidiana
y no quedar muertos y sepultados para resucitar en víspe-
ras de las elecciones; pero ese laudable propósito podía
cumplirse disponiendo que presentaran con cierta frecuen-
cia a la opinión pública sus opiniones sobre los grandes
problemas nacionales. Así, un par de folletos al año, en
que se analizaran a fondo, digamos, la política fiscal del
gobierno, o los medios para hacer libres de verdad a los
municipios, podrían cumplir mejor ese propósito.
De cualquier modo, sólo la experiencia irá demostran-
do semejantes excesos, que quizás puedan corregirse al-
guna vez; pero desde ahora pueden señalarse dos
progresos indudables, ambos favorables a los partidos no
oficiales, si bien en un grado distinto. El acceso al radio
y la televisión, más la franquicia postal y telegráfica, cier-
tamente les dan mejores posibilidades de comunicación,
sea con la masa ciudadana, sea con sus propios dirigentes.
Sin embargo, por lo que toca al radio y la televisión, no
cabe engañarse mucho. El gobierno puede favorecer a su
partido todo el tiempo porque tiene transmisiones pro-
pias de radio y televisión, mientras que a los partidos mi-
noritarios sólo les cabe hacerlas en época de elecciones, y
por tiempo muy limitado. Y eso sin contar con que el
peso del gobierno inclinaría en cualquier momento al ra-
dio y la televisión comerciales a ponerse de su lado. La
otra reforma, ésta sí plenamente favorable, es haber-
le dado a esos partidos, además de la voz que ya tenían,
voto, en los comités locales, distritales y aun en las casi-
llas electorales, pues esto les permitirá, no sólo una mayor
vigilancia de las distintas fases del proceso electoral, sino
participar en las decisiones.
Don Mario apareció en la Cámara de diputados el
15 de noviembre de 1972, y como la Exposición de
Motivos, según se dijo ya, era breve, se dio vue-
lo esta vez. Dijo que la ley propuesta era hija de la "in-
conformidad creadora"; que "una polvareda de opiniones
aisladas es incapaz de tomar iniciativas", razón por la
cual los partidos políticos resultaban necesarios, además
de que con ellos es posible asegurar "una auténtica repre-
sentación sociológica". Fueron numerosas las preguntas
77
que le hicieron los diputados, aunque en general de es-
caso interés. Desde luego, resultaron inoportunas las de
un pepesiano, que teafirmó la creencia de su partido de
que el sistema de representación proporcional es el único
justo. Otro, del P A N esta vez, preguntó por qué no se
creaban también los senadores de partido. Don Mario
Moya Palencia pudo haberse limitado a señalar que ambas
ideas requerían una reforma constitucional, y que en ese
momento se discutía una simple ley secundaria, como la
electoral. Pero no: dio corteses y largas respuestas. Un di-
putado del PRI le planteó el problema del abstencionis-
mo, sugiriendo que "el gobierno y los partidos tomaran
algunas medidas para que nuestros ciudadanos se po-
liticen". En esto don Mario no caló muy hondo,
pues se limitó a señalar que ése era un mal imi-
versal, y que, después de todo, el índice de la abstención
electoral en México podía compararse favorablemente con
los de países de una democracia más madura. En seguida,
poniéndose belicoso, declaró que "el partido del absten-
cionismo" era "el enemigo a vencer", sin indicar qué pro-
yectiles podrían dispararse para aniquilarlo. Se le escapó
sugerir siquiera si no habría en México algunas circuns-
tancias propias que explicaran al menos parcialmente este
fenómeno, digamos la imperfecta integración de nuestra
sociedad. Por eso, tal vez, concluyó con un arranque líri-
co: desear que "la democracia cualitativa sea cada vez más
amplia en este México que deseamos pleno par? nuestros
hijos".
Las comisiones dictaminadoras propusieron algunos
cambios, pero de mera forma o de poca sustancia. Por eso
fue aprobado en lo general por unanimidad de 17^ votos;
pero los diputados de Acción Nacional reservaron 60 ar-
tículos para la discusión en lo particular, y ocho el PPS.
En algunos casos fueron desechadas las enmiendas pro-
puestas por el P A N mediante una simple votación eco-
nómica, y en los casos en que llegaron a votarse, la
aplanadora priista funcionó de modo impresionante: de
145 votos contra 16, en uno; en otro, 145 contra 17;
139 contra 14; 149 contra 9; y en el más favorable, el
PAN fue derrotado por 140 contra 23 votos. En el Sena-
78
do las cosas caminaron sobre ruedas; un dictamen favo-
rable, dos senadores para apoyarlo y una aprobación uná-
nime de 54 votos.
79
de la votación nacional en 1970, al 14.60 tres años des-
pués.
Las observaciones de Segovia se basan en estadísticas
que maneja con visible fruición. Son, pues, legítimas y
perfectamente defendibles. Sin embargo, aun aquí sigue
funcionando el cristal con que se mira. Desde luego, cabe
observar que puede considerarse como un éxito, ahora sí
"innegable", que se empadronara el 93 por ciento de los
ciudadanos que teóricamente existían en el año de las
elecciones; pero justo en razón de ese éxito, impresiona
más el que apenas el 66 por ciento de los empadronados
llegaran a votar, si bien haciendo a un lado los votos anu-
lados y los emitidos en favor de candidatos no registra-
dos, se llega a un escaso 60 por ciento de votos emitidos
y computados, o sea un "abstencionismo" real del 40 por
ciento. Hay que agregar estos otros dos. En más de la mi-
tad de las entidades de la República el tanto por ciento
de abstencionistas es superior al promedio nacional, indi-
cio de la generalidad del fenómeno. Luego, lo más impre-
sionante es que de un lado quedan, digamos, Nayarit, don-
de sólo el 27 por ciento de los empadronados vota, o
Sonora apenas el 34, y del otro lado el Territorio de Quin-
tana Roo, con un 94 por ciento de ciudadanos que acuden
a las urnas.
De los datos oficiales parecen desprenderse estas dos
impresiones poco alentadoras. La primera, que cualquier
conclusión que se pretenda sacar de ellos resulta incierta.
Puede suponerse, por ejemplo, que el hecho de que en el
Distrito Federal el 71 por ciento de los empadronados
vota se debe a que es la capital política de la República;
a que en ella tienen su asiento los poderes federales y
todos los partidos políticos; a que aquí existe una opinión
pública más despierta y mejor informada; etc. i'cro en
igual situación se encuentran Campeche y Yucatán, le si-
gue muy de cerca Guerrero y lo supera con gran margen
Quintana Roo, con ese 94 por ciento de votantes. Y tam-
poco se halla una explicación satisfactoria a que en Na-
yarit y Sonora el 73 y el 66 por ciento de los empadro-
nados deje de votar. Y no menos misterioso resulta que
con tan alto por ciento de votantes. Quintana Roo sea
80
la entidad donde hubo el mayor por ciento de votos anula-
dos, y que le sigue Yucatán, donde vota el 83 por ciento
de los empadronados.
La segunda conclusión que puede derivarse de las ci-
fras oficiales, es el presentimiento de que, aun ignorando
sus verdaderas causas, el abstencionismo no sólo es un
fenómeno general, sino deliberadamente provocado, cosa
que debía preocupar mucho al gobierno y a los partidos
políticos. Así es: contrasta de manera impresionante que
habiendo tenido la campaña en favor del empadronamien-
to un éxito rotundo, como que sólo se le escapó un 9 por
ciento de ciudadanos, la campaña tan intensa y pertinaz
en contra del abstencionismo no haya alcanzado siquiera
la sexta parte del éxito, puesto que apenas logra el 60 por
ciento de votantes.
Se ha dicho que el éxito escaso ha sido provocado de
manera deliberada. El ciudadano más avisado se ha dado
cuenta no sólo de la utilidad, sino de la necesidad de con-
tar con su credencial de elector. Le sirve de identificación
para cualquier gestión menor, a semejanza, digamos, de
la licencia de manejar automóviles; pero es que, además,
incluso en instituciones financieras privadas, ha comenza-
do a exigirse para concluir operaciones de crédito. Hasta
allí, sin embargo, se detiene su interés, de modo que se
empadrona a sabiendas de que no irá a votar. Y esto a
pesar de la verdadera campaña que el gobierno y los par-
tidos hicieron para combatir el abstencionismo: recuérde-
se que desde el inicio de la suya, el candidato Echeverría
declaró que prefería un voto en contra a una abstención;
que don Mario indicó que el ""enemigo a vencer"
era el abstencionismo y que el bueno de don Emilio
O. Rabasa pidió calificarlo de '"delito civil". En fin,
recuérdese, como se ha dicho ya, que la campaña contra
el abstencionismo hecha en la prensa, el radio y la tele
visión, fue constante, a pesar de lo cual los logros resul-
taron bien limitados. Entonces, esto parece indicar que los
motivos de orden general son más fuertes de lo que se ha
creído, y, además, que tiene causas locales que nadie
ha estudiado hasta ahora.
81
E L PRI, sin duda, ha perdido terreno, no sólo a manos
de su rival más antiguo y formal, sino a manos del PPS,
lo cual parece indicar que los votos de protesta o de in
conformidad provienen no sólo de la derecha, sino ahora
también de la izquierda. A pesar de ello, su peso sigue
siendo abrumador. Pesca el 70 por ciento de todos los
votos emitidos en 1973, lo cual quiere decir que todavía
puede darse el lujo de dejar la tajada del 30 restante para
sus tres pobres rivales. N o sólo eso, sino que, contrarian
do el parecer más común de los politólogos, su predomi
nio es, puede decirse, general, ya que en 23 entidades el
tanto por ciento de los votos que capta es superior al pro
medio nacional, como que va del 97 por ciento en Cam
peche hasta un 71 en Sinaloa y Chihuahua. Más todavía:
en buen número de distritos electorales su tanto por cien
to es increíblemente alto: en el II de Aguascalientes, 94;
en el IV de Coahuila, 96; en el III y IV de Chiapas, 99;
en el VI de Guerrero, 97; en el V de Oaxaca, 96; etc.,
etc. Es verdad que al llegar a los grandes centros urbanos
esos por cientos bajan mucho: en el Distrito Fedetal ape
nas alcanza el promedio de 44, baja hasta 36 en los I y
XI distritos eleaorales, y a sólo 25 en los I y II del esta
do de Puebla.
Esos datos tienen dos sentidos distintos: según el elec
toral, el PRI sigue siendo el "Invencible", como se le ha
llamado siempre; pero tienen también un sentido políti
co, que no lo favorece. Así es: dentro de los centros ur
banos, sobre todo en los grandes, claro está, viven
predominantemente la clase media y el obrero industrial.
Buena parte de la primera está constituida por la
burocracia oficial y por los profesionistas "revoluciona
rios", es decir, los que formalmente pertenecen a la Con
federación Nacional de Organismos Populares, y en
consecuencia al PRI. Esa burocracia y semejantes profe
sionistas, más los obreros industriales, son votantes cauti
vos del PRI. Pero aparte de que algunos de ellos se di
vorcian de su partido a la hora de votar, existe otra clase
media, la "libre", la no comprometida, formada por la
82
burocracia y el profesionista privados, y los estudiantes,
profesores, periodistas, "intelectuales", etc. Pues bien, éste
es sin disputa el ciudadano más consciente, más sensitivo,
o sea el que vota usando la cabeza. Y ése es el que vota
contra el PRI, bien favoreciendo a los "partidos menores"
o candidatos no registrados, bien llenando las boletas con
injurias y majaderías. Al PRI, en suma, debiera preocu-
parle seriamente este deterioro de su prestigio y de su
efectividad, tanto la política como, con el tiempo, la elec-
toral. Semejante situación crítica del PRI queda confirma-
da por un hecho en que no se ha reparado. La fuerza ma-
yor del P A N proviene de los grandes centros urbanos, y
desde ese punto de vista, sigue siendo cierto que su al-
cance horizontal es muy limitado. Sin embargo, en seis
entidades de la República el tanto por ciento de votos
que alcanza en cada uno de ellos es superior al promedio
nacional: en el Distrito Federal casi llega a la tercera
parte, y en Jalisco, Puebla y el estado de México es supe-
rior a la quinta. En el caso del PPS, este fenómeno se re-
pite en siete entidades, y en cinco para el PARM. Es de-
cir, los partidos opositores cubren hoy más territorio
nacional que antes.
83
sentido común alegaría que tiene que ser más sana una
oposición única y fuerte que tres o cinco separadas y dé
biles, está la larga experiencia norteamericana, que abo
naría las ventajas de dos partidos únicos. Algún sospe-
chosista ha propuesto la explicación de que al enfrentarse
a solas, el P A N , partido de derecha, obligaría al PRI a
hacerse de izquierda, cosa esta última que se juzga suma
mente indeseable. A la inversa, ese fuerte contraste se
diluye hasta desaparecer si entre los dos rivales más fuer
tes viven o vegetan un partido que no es popular ni so
cialista, y otro que no reclama más distinción ideológica
que la avanzada edad de sus dirigentes.
El hecho es, sin embargo, que de haberse conservado
el requisito del 2.5 por ciento, el PARM habría desapa
recido. En cambio, rebajado a 1.5, todo un batallón de 6
diputados parmistas pueden entrar en la Cámara a tam
bor batiente y con la frente muy en alto. El PPS rebasó
el viejo 2.5, pero con el nuevo de 1.5 logra 9 diputados
en lugar de los 7 que hubiera tenido. Esto quiere decir
que los tres partidos independientes tienen hoy estos re-
peresentantes de más: 5, el P A N , 2 el PPS y el PARM
5, o sea un coro mayor que expresará mejor o más ruido
samente los pareceres no oficiales. También es un hecho
que mientras el P A N no pudo presentar candidatos en
22 distritos electorales y el PARM en 48, el PPS cubrió
los 162 que hubo. En este punto, el PPS jugó mejor sus
cartas, pues no le arredró sacar sólo 23 votos en el II Dis
trito de Campeche, 49 en el IV de Chiapas o más atre
vidamente 140 en el IV de Coahuila, con tal de ir acumu
lando un voto aquí y otro allí hasta llegar al 3.61 por
ciento de la votación nacional. Pero también alcanzó vo
taciones espectaculares, como los 42 mil votos en el esta
do de Baja California, 163 mil en el mismísimo Distrito
Federal o los 62 mil en Veracruz. El PARM, por su
puesto, batió todos los records imaginables: logra 1 voto
único en los distritos I de Quintana Roo y IV de Oaxaca,
y 2 en el V de San Luis Potosí. Pero en el I de Tamau-
lipas logra el 53 por ciento de los votos, acribillando a
los candidatos de los otros tres partidos, incluido, por su
puesto, el del PRI. Y no deja de obtener 65 mil en el
84
Distrito Federal y 21 mil en el Estado de México. Al mis-
mo tiempo debe convenirse en que estos datos revelan,
por una parte, que el fortalecimiento de los partidos me-
nores es muy relativo, pues en muchos distritos electorales
recogen votaciones que pueden calificarse de ridiculas; y
por otra, que varios de sus éxitos dependen de situacio-
nes locales que se desconocen.
En todo caso, el verdadero problema es averiguar si
estos pogresos pueden y deben atribuirse a las reformas
constitucionales y a la nueva Ley Federal Eleaoral, o más
bien a circunstancias de orden general y transitorio, así
como a esas situaciones políticas locales, que bien pueden
resultar pasajeras. En cuanto a esas "condiciones de orden
general", conviene destacar algunas. Pocas dudas pueden
caber de que los partidos independientes confiaron más
en las autoridades oficiales superiores que intervienen en
el llamado proceso electoral, sobre todo la Comisión Fe-
deral Electoral. Recuérdese el estupor que causó don
Mario con su malísimo desempeño como presidente
de esa Comisión en las elecciones de 1970. Lejos de
obrar como moderador, azuzó a todos los miembros
de ella para que cayeran como verdadera jauría atacando
grosera e innecesariamente al delegado del PAN, quien
para salvar el pellejo creyó necesario abandonar la Comi-
sión. Esto, inevitablemente, le robó su carácter esencial de
constituirse con todos y cada uno de los partidos. A la in-
versa, al clausurar sus reuniones en las elecciones de
1973, don Mario fue objeto de una ovación unáni-
me y calurosa. Nadie, pues, puede garantizar que el
día de mañana el secretario de Gobernación resul-
te descomedido, o, al contrario, comprensivo. Hay otra
circunstancia de orden general perfectamente atribuible
a las iniciativas presidenciales, pero también de carácter
transitorio porque el entusiasmo, sobre todo en los me-
nesteres políticos, se agota pronto. Bien seguro es que los
partidos independientes juzgaron ventajosas las reformas
constitucionales y la nueva Ley Electoral. Aprobaron las
primeras sin discrepancia, y aun cuando el P A N y un
poco el PPS pusieron buen número de reparos a la Ley
Electoral, todos fueron sobre su modín operandi, pero no
85
en cuanto a sus principios, digamos la forma de constituir
la Comisión Federal Eleaoral. En ella tienen los elemen-
tos oficiales: secretario de Gobernación, un diputado, un
senador y un representante del PRI, 4 votos contra 3 de
los partidos independientes. Ese secretario la preside como
representante del Poder Ejecutivo, cosa explicable, pues a
éste le corresponde ejecutar los mandamientos legales;
pero carece de toda justificación que haya un diputado y
un senador, a quienes se hace representantes del Legisla-
tivo, un poder que por definición está encargado de le-
gislar, pero no de ejecutar. Y no digamos la incongruen-
cia de que resueltos a poner representantes de estos dos
poderes, se excluya al Judicial, obligado por la Constitu-
ción a investigar los fraudes electorales.
En fin, cabe señalar como un estímulo a todos los par-
tidos el que se les haya concedido el voto en los comités
locales, distritales y aun en las casillas.
86
V. C O N EL R O S T R O H A C I A A F U E R A
87
duda de las que concede a sus viajes, ya que en seguida
añade que, "rompiendo viejas ortodoxias de una mera con •
vivencia interamericana, ustedes [los corresponsales ex-
tranjeros] han podido presenciar la multiplicación de
vínculos que hemos logrado" ( E G M : 16, 136-156).
Se avanzaría algo si se logra afinar un tanto la última
afirmación. Desde don Miguel Alemán, los cuatro pre-
sidentes que gobernaron al país durante casi un cuarto de
siglo se movieron por el extranjero, y don Adolfo López
Mateos fue a Europa y aun a la India, es decir, bastante
más allá "de una mera convivencia interamericana". Por
añadidura, se supone que es necesario trabajar esta con-
vivencia porque México no podría subsistir si prescinde
cabalmente de Estados Unidos y de una América Larina
que se considera el primer bastión defensor de nuestros
intereses. Don Gustavo Díaz Ordaz, el menos movido de
esos cuatro presidentes, se limitó a la América Central y
Panamá, pero con plena justificación, ya que a esta zona
se le ha atribuido siempre la prioridad número dos de
nuestta política exterior; además, porque sus antecesores
no la visitaron. Como los viajes del presidente actual se-
rán examinados después, por ahora conviene explorar
otros senderos para medir hasta qué punto puede admi-
tirse que su política exterior ha representado de verdad
"la más importante transformación en la historia de Mé-
xico".
Desde luego, atrae la mirada que esta diplomacia en la
cumbre no fuera un objetivo prioritario de su gestión gu-
bernamental, sino que la determinaran circunstancias al
parecer formitas. Recién llegado al poder, el 12 de di-
ciembre de 1970, para ser exactos, declara que no piensa
salir al extranjero durante los dos o tres primeros años de
su gestión, porque se proponía "viajar intensamente, pero
dentro del país" ( E G M : 1, 2 6 2 ) . El 22 de septiembre de
1971 se le pregunta si piensa visitar la América Central,
y contesta que para él "lo esencial es profundizar más en
los problemas nacionales, y echar a andar instituciones
que hemos creado" ( E G M : 10, 3 5 3 ) . Pero diez días des-
pués se desplaza a Nueva York para asistir a la Asamblea
de las Naciones Unidas ( E G M : 11, 185-199), y tres me-
88
ses más tarde anuncia su viaje a Japón ( E G M : 14, 56-
6 1 ) . Menos de tres semanas después de haber regresado
de esta última incursión, el 31 de marzo de 1972, se le
pregunta si irá a Santiago de Chile para asistir a la reu-
nión de la U N C T A D , y expresa dudas porque en sólo
diez días comenzará; pero a las cuarenta y ocho horas so-
licita la autorización del Congreso para hacerlo ( E G M :
1 6 , 2 1 9 - 2 2 4 ) . Un día antes de emprender su viaje a Ca-
nadá, Europa, etc., se le pregunta si piensa hacer otros, y
con visible firmeza contesta: "¡No, ya no! ¡A la provin-
cia mexicana!" ( E G M : 28, 2 0 2 - 2 1 2 ) . En más de una
ocasión se le interroga si piensa visitar, digamos, Cuba o
China, y responde que "simplemente no puedo pensar en
ellos porque no me han invitado". Y llega a calificar de
"insólito" es decir, de imprevisto, el viaje que está por
emprender a Canadá, Europa, la URSS y China ( E G M :
27,68-70).
Es verdad que el Presidente no parece haberse pro-
puesto nunca dar una idea, digamos general o abstraaa,
de cómo concibe él la política entre las naciones; pero no
ha dejado de incursionar ocasionalmente en este terreno.
El 10 de mayo de 1972, por ejemplo, se despiden de él
los diputados y senadores que asistirán a la XII Reunión
Interparlamentaria México-Estados Unidos, y del modo
más espontáneo les dice que si a él le pidieran algunos
lincamientos para resolver "cualquier problema interna-
cional con acierto", aconsejaría inspirarse en la política
interna del país, en su historia y en la Constitución. Casi
resulta ocioso subrayar la sabiduría de este consejo, sobre
todo porque nuestros diplomáticos profesionales no han
sido adiestrados, ni les interesa, entender nuestra política
interna, ni tampoco ha sido su fuerte la historia nacional.
Lo malo es que el Presidente, tras ese consejo, se refugia
en que la "doctrina" de Juárez es una "norma de validez
universal" ( E G M : 1 8 , 7 1 - 7 6 ) . Es dudoso que se refiriera
a la única "doctrina" internacional que Juárez expuso
cuando justifica por qué México había resuelto romper
sus relaciones no sólo con los tres países que participaron
activamente en la Intervención, sino con todos aquellos
que por reconocer al Imperio habían desconocido a la Re-
89
pública. Entonces debe suponerse que esa "doctrina" sea
el bien conocido apotegma de que "entre los individuos,
como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la
paz", que en realidad ayuda muy poco a entender, y me-
nos todavía a resolver los conflictos internacionales. Cosa
curiosa, pues parece contener una buena dosis de contra-
dicción, que hable con manifiesto desprecio de ser "muy
siglo x i x " [el siglo de Juárez] la concepción de unas
relaciones internacionales que se desenvuelven "en el ám-
bito de la cultura y de los propósitos llenos de altos idea-
les", cuando deben crecer "en el terreno racional de la
economía". Es más, con semejante desprecio habla des-
pués de que "la mera doctrina" no puede "conducirnos
por caminos sólidos". Sin embargo, cayendo en una nueva
contradicción, ahora asegura que no podrá haber "una
lucha sólida por el mejoramiento económico" si no se
comptenden y valoran la cultura y la historia de los pue-
blos débiles ( E G M : 24, 38-43).
90
go del viaje. En su respuesta a la reina Isabel, dice: "la
liquidación de los vestigios de la guerra fría, el surgimien-
to de otros centros de poder, la integración de grandes
bloques económicos y la presencia activa de todos los pue-
blos en el escenario internacional, señalan el fin de una
etapa de la historia" ( E G M : 29, 23-26). Al contestar el
discurso de bienvenida del presidente Pompidou, vuelve a
decir que "una etapa histórica llega a su fin" ( E G M : 29,
115-119). En la Academia de Ciencias Morales y Políti-
cas declara que "la humanidad conoce, por primera vez,
un periodo de paz que puede ser definitivo", ya que "la
vida internacional no será regida de un modo exclusivo
por los países poderosos" ( E G M : 2 9 , 1 5 4 - 1 6 7 ) . Su en-
tusiasmo por esta idea no se achica al llegar a Moscú, no
obstante que allí iba a mentar la cuerda en la casa del
ahorcado, pues le dice a Podgorny que "la creciente de-
mocratización del poder internacional anuncia una nueva
era' ( E G M : 29, 191-199). Pero, como era de esperarse,
el comunicado conjunto ruso-mexicano atemperó ese ca-
lor: con bastante frialdad habla de que "las partes com-
probaron que en el mundo últimamente se han operado
algunos cambios que contribuyen al mejoramiento de la
atmósfera internacional" ( E G M : 2 9 , 2 3 6 - 2 3 9 ) .
N o parecen caber muchas dudas sobre que la guerra
del Medio Oriente y el boicot petrolero árabe han arrui-
nado la visión de un mundo distinto y mejor porque el
poder está más repartido. La guerra Israel-Egipto-Siria de-
muestra que la humanidad no conoce todavía "una paz
que puede ser definitiva". Y el embargo petrolero reve-
la que ni China, ni Japón ni la Europa Occidental cuentan
como centros de poder en las grandes crisis internaciona-
les, y que ese poder sigue monopolizado por Estados
Unidos y la Unión Soviética. Es más: podría llegarse has-
ta conjeturar que si alguna era histórica nueva se inicia
ahora, es la del monocentrismo soviético.
91
fine de muchos modos, pero en esencia significa el arte,
o la maña, de ganar la aprobación y aun el apoyo a las
opiniones de uno llevando al interlocutot, o adversario,
hasta hacerlo creer que otorga su aprobación o su apoyo
a sus propias opiniones o intereses. Lo menos que supone
la diplomacia es el tacto necesario para no herir al con-
trario, evitando de ese modo que crezca su resistencia o su
desconfianza, y se haga así imposible el entendimiento.
Pues bien, es incuestionable que el presidente Echeverría
renunció desde el primer momento a ejercer, o rratar de
ejercer este oficio. En vísperas de su viaje "Tricontinen-
tal" tiene una entrevista con los corresponsales extranje-
ros, y en ella, no tanto con franqueza como con pasión,
les dice:
92
blema de la salinidad del río Colorado, que "no es ya en
nuestra época la diplomacia mero juego de artificios que
pueden reducirse a canalizarse con procedimientos hue-
cos, sino la atención directa de los problemas básicos del
país" ( E G M : 19, 135-139).
Ciertos rasgos curiosos del carácter, aun del tempera-
mento de nuestro Presidente limitan de otro modo su di-
plomacia: pronto para presentar y defender sus opiniones,
es tardo para advertir el alcance, aun el sentido de las pre-
guntas que se le hacen, y de allí que sólo por excepción
salga bien librado de sus entrevistas de prensa, como ocu-
rrió cuando recibió a unos periodistas japoneses el 29 de
febrero de 1972: sus respuestas fueron entonces sencillas,
cordiales y certeras ( E G M : 1 5 , 2 6 0 - 2 7 8 ) . Pero en otra
ocasión, reacciona prontamente al sentir que se le quiere
poner en un aprieto preguntándole por qué México acaba
de reconocer a Bangladesh a pesar de haber ganado su
independencia mediante la intervención militar de la In-
dia, y se negaba a entablar relaciones con la España fran-
quista, que venció a la República gracias a la intervención
militar de Alemania e Italia. Entonces contesta:
93
¿Hasta dónde desea, o hasta dónde desearía llevar las re-
laciones de México con el Comecón, con el Bloque Económico
Socialista?
94 .
que, además, el corresponsal que hizo esa pregunta, aña-
dió la siguiente nota explicativa:
95
primerísimas medidas fuera crear un instituto especial-
mente encargado de fomentar nuestras exportaciones. En-
tonces, es de presumirse que no dejaba de pensar que los
agentes diplomáticos mexicanos debían prestar una aten-
ción especial a ese problema. Pero, como suele ocurrir en
nuestro medio, el secretario de Relaciones se apresuró a
pescar estos sentimientos presidenciales un tanto indefini-
dos para hacer con ellos una "tesis", que pronto llegó al
extremo de la caricatura. En efecto, el 27 de agosto de ese
mismo año el secretario pontificó:
96
Pero el Presidente acabó por convencerse de la sabidu-
ría de estas medidas, ya que el 7 de febrero de 1972 dijo
a los periodistas:
97
ridad del pueblo y del gobierno de México" ( E G M : 17,
9-10). Al desembarcar en Santiago, en el aeropuerto mis-
mo, declaró "sin reticencias" que "aquí se está gestando
un aspecto de la liberación de Latinoamérica" ( E G M : 17,
151). Tal vez esa buena disposición de nuestro Presiden-
te llevó a Allende a recordarle en el banquete oficial que
le ofreció que México había sido el único país con la ne-
cesaria altivez para "negarse a bloquear y condenar la re-
volución cubana", así como que Echeverría, entonces jo-
ven estudiante de diecinueve años, había visitado Chile
por la primera vez cuando lo gobernaba el Frente Popu-
lar, y que regresaba ahora, cuando
98
vimiento transformador a un ritmo y con una profundi-
dad que provocara un retroceso que bien podía resultar
definitivo. N o sólo eso, sino que habló de la necesidad de
conseguirle un apoyo verdaderamente general. Por esto
siente uno la tentación de suponer que nuestro Presiden-
re hizo entonces una profecía, que por desgracia el tiempo
iba a confirmar. Semejante supuesto parece afirmarse con
otro párrafo del mismo discurso, donde sin vacilación sos-
tiene que es facultad soberana de un estado expropiar o
nacionalizar los "bienes naturales" de un país, y que, por
lo ranto, sólo a los tribunales nacionales compete fijar el
monto y el tiempo de la indemnización respectiva. Es de-
cir, parecía indicarse de este modo que en ese punto par-
ticular México sí acompañaba a Chile. Tampoco debe des-
cuidarse que en su discurso ante el pleno de la U N C T A D
reprocha claramente a los países "socialistas industrializa-
dos" el no haber cumplido su compromiso de otorgar
ciertas preferencias a las importaciones provenientes de las
naciones pobres ( E G M : 17, 73-76). Un sentido semejan-
te habría que darle a su pronunciamiento ante el grupo
latinoamericano de aquella organización, en que sostuvo
ser tarea de cada uno arrancar a su propio país del ham-
bre y la ignorancia, si bien uniéndose "en el ámbito in-
ternacional" ( E G M : 17, 177-180) cuando coincidan las
metas y los procedimientos individuales para alcanzarlas.
Pero, sorprendente y desconcertantemente, esa actitud
parece cambiar en las declaraciones y discursos posterio-
res. Por ejemplo, en la rueda de prensa del 20 de abril,
Echeverría dice:
99
el detalle de que el presidente del Círculo de Periodistas
Chilenos intentó dos veces dar por terminada la entrevis-
ta, y que a ello se opuso el presidente de México, primero,
asegurando que no se había concluido y que, en conse-
cuencia, seguía estando a disposición de los periodistas, y
segundo, declarando ""no tengo prisa; estoy muy conten-
to". Es más: en esa ocasión se le pide opinar sobre el mi-
litarismo latinoamericano, y se excusa de hacerlo por ser,
no un simple '"observador sociológico", sino un jefe de
estado ( E G M : 17, 185-206). Por último, ya aquí, de re-
greso, se le pregunta si es aplicable a México algo del so-
cialismo chileno, y contesta:
100
A s í F U E : el 19 de octubre de 1972 visita al presidente
Echeverría el ministro de Relaciones de Chile para entre-
garle en mano una carta de Allende en que le agradece
"el apoyo y solidaridad" del gobierno mexicano en oca-
sión de "las acciones de la Kennecott Copper Co., en con-
tra de nuestros legítimos intereses" ( E G M : 23, 127-128),
o sea las consecuencias de la expropiación "nacionalista"
de un "bien natural" de Chile. Un mes después, el minis-
tro Rabasa anuncia la visita a México del presidente
Allende:
101
Pero no: lejos de saltar, nuestro Presidente camina por la
cuerda floja para lograr un equilibrio precario. En el ban
quete oficial que le ofrece a su huésped, dice que México
está identificado con Chile y que ambos sostienen la
misma lucha. Pero esa identificación es con "quienes de
fienden virilmente su derecho a ser libres", objetivo con
el cual cualquier gobierno puede identificarse sin vacila
ción. Y esa lucha igual es "contra desigualdades ancestra
les, contra el abuso, la servidumbre y el marginalismo"
lucha a la cual todo ser humano se sumaría. Para insistir
en la ambivalencia, repite su admonición: " . . . s ó l o la
madurez de la conducta colectiva es garantía de avances
perdurables" ( E G M : 25, 196-200). En realidad, nuestro
Presidenre no logró durante los muchos días de la estancia
de Allende disipar esa situación confusa. Fue el propio
Allende quien lo intentó aludiendo discretamente a que
él y Echeverría "podemos tener una interpretación filo
sófica distinta, que no niego" ( E G M : 25, 200-205), y
más tarde, al hablar de que "al margen de las concep
ciones filosóficas de sus gobernantes", México y Chile te
nían algunas tareas semejantes ( E G M : 25, 279-288).
De una cosa puede estarse seguro: desde que pisó tie
rra mexicana hasta que acabó su discurso en la Asamblea
General de las Naciones Unidas, el presidente Echeverría
se convirtió en el director de relaciones públicas o en el
agente publicitario de Allende. Puso a su servicio sin lí
mite de tiempo ni de costo, la prensa, el cine, la televi
sión, el radio; el acarreo de grandes masas de curiosos;
banquetes, excursiones, viajes, en suma, lo expuso a la
mirada pública las veinticuatro horas del día. El agobio
fue de tal naturaleza, que al pobre de Allende le resultó
imposible escribir sus discursos, teniendo que improvisar
los, con los deplorables resultados previsibles ( E G M : 25,
182-191, 193-195,200-218,239-253). De hecho. Allen
de aprovechó el banquete oficial con que correspondió a
nuestro Presidente para narrar públicamente sus desven
turas:
102
cansancio, pues saludé a cinco mil personas: estreché sus ma-
nos, recibí abrazos, pequeños golpes en la espalda. Muy gra-
tos cuando son dos, cuando son veinte, cuando son cincuenta,
cuando son doscientos, pero increíblemente pesados cuando
son más de quinientos... Después nos metimos a un mer-
cado, y luego de reconocer que entre el presidente Echeverría
y yo hay alguna diferencia de años, pues el presidente Eche-
verría camina a sesenta kilómetros por hora, y yo, como un
viejo Ford, iba a cuarenta... Estando en uno de los merca-
dos. . . le dije:- "Tomemos algo para refrescarnos". El pro-
blema no era refrescarnos, sino descansar... Se repletó el co-
che [del Metro] hasta que era imposible, no se podía respirar.
Cuando creí que todo había terminado..., el presidente
Echeverría me dijo: ¡Ahí están! ¿Quiénes? Siete hombres de
la televisión... [que] me acribillaron a preguntas... (EGM:
25,219-225)
103
C O N N E C E S A R I A brevedad han de examinarse ahora las
otras incursiones internacionales. La primera, en octubre
de 1971: fue a Nueva York, para participar en el Debate
General de la Asamblea de las Naciones Unidas. La par-
te medular de su discurso (muy bien dicho) abogaba por
la admisión inmediata de la China Popular. La medida
venía abriéndose paso desde tiempo atrás, pero la hicie-
ron inaplazable los viajes a China de Kissinger y Nixon.
En esas condiciones, no podía tener ni originalidad ni es-
pontaneidad el alegato mexicano; pero no dejó de com-
pensar algo esta desventaja el hecho de que todo un jefe
de estado se trasladara hasta Nueva York para presentar-
lo en persona. Y como Echeverría fue también el primer
mandatario latinoamericano que la visitó, se logró el fru-
to indiscutible del esfuerzo extraordinario, en realidad in-
creíble, del gobierno chino para destacar la singular com-
placencia con que recibía semejante visita. En rigor, el
fruto resultó tan maduro que no alcanzó a estropearlo el
comentario de don Emilio O. Rabasa al ser recibido el pri-
mer embajador chino:
104
¿Cuál era ese "cierto tipo" de relaciones políticas?
Pues. . . "Contribuir a que la paz internacional sea una
conquistii mpariable" ( E G M : 1 6 , 1 0 3 - 1 6 9 ) .
105
mismo secretario de Estado hizo un viaje a México para
poner en manos del Presidente un estudio que propone
"la solución definitiva" del problema de la salinidad.
( E G M : 30, 38-46)
106
se empeñó en colocar los empréstitos que México nece-
sitaba en los mercados de Francia, Inglaterra y Alema-
nia. Contra esa dependencia pronto se levantó el sano
pero claro nacionalismo hijo inicial de la Revolución Me-
xicana, que veía con recelo cuanto fuera extranjero y so-
bre todo "yanqui". Pero otras fuerzas más poderosas aca-
baron por predominar no mucho tiempo después. La ve-
cindad geográfica que facilita la comunicación; la necesi-
dad de reconstruir la economía nacional, deshecha tras
diez años continuos de lucha armada que desató la rebe-
lión maderista; el propósito de hacer del progreso econó-
mico la meta más levantada del esfuerzo nacional. Del
otro lado, la transformación de Estados Unidos en la pri-
mera potencia mundial; sus asombrosas conquistas tecno-
lógicas; la invención de técnicas que, como el manage-
ment, han creado la primera sociedad ultramoderna; etc.
Esas y otras fuerzas volvieron a México al estado de una
dependencia ahora abrumadora. Así, el problema no resi-
de en descubrirla o comprobarla, sino en dar con el modo
de rebajarla cuanto antes y en el máximo grado posible.
Por eso surge la duda de si el esfuerzo de un solo hom-
bre, así sea valeroso, ducho y se halle revestido de la au-
toridad de un jefe de estado, puede ayudar en un grado
perceptible a resolver un problema tan viejo, tan comple-
jo y tan arraigado como éste, o si, por el conrrario, requie-
re toda una política nacional, inteligente, pero, sobre todo,
aplicada de un modo congruente y perseverante a lo largo
de muchos, de muchísimos años. Alguien dirá que exacta-
mente por eso, vale la pena, y se justifica, ensayar cual-
quier camino y todo esfuerzo. Lo cierto es que nuestro
Presidente se lanzó animosamente a la tarea, tanto así
que en su primer discurso canadiense planteó el problema:
107
En el naejor discurso de todo el viaje, el dicho en el
parlamento de Canadá, repite el tema de la dependencia,
sólo que con una fina y necesaria aclaración: ""ninguno
de nuestros dos países pretende suscitar oposiciones siste-
máticas con nación alguna" ( E G M : 28, 265-271). En
Bruselas hace notar que los intercambios económicos son
"'excesivamente reducidos", y que la cordialidad de las re-
laciones entre los dos países no se traduce en nada tan-
gible ( E G M : 29, 69-72). Pero en Francia y la Unión
Soviética los temas políticos relegan a los económicos al
tercero o quinto plano ( E G M : 29, 110-112, 115-119,
125-127,191-199,214-217). En China reviven, quizás
porque el Presidente se sentía optimista en cuanto a la
capacidad de la economía mexicana y a las posibilidades
ilimitadas del mercado chií>o. A la pregunta de qué po-
dría México colocar en él, da esta larga lista: algodón,
azúcar, cereales, semillas diversas, henequén y sus produc-
tos, hilo, hilaza y textiles, prendas de vestir y calzado,
productos químicos y farmacéuticos, abonos químicos, pro-
ductos eléctricos y electrónicos, productos metálicos, ma-
quinaria de toda clase, equipos de transporte y minerales
( E G M : 29, 271-277).
Al llegar a México estalló como luces de Bengala el
ditirambo oficial. Para don Mario Moya Palencia repre-
sentaba ""una gran victoria diplomática, y por eso es que
el pueblo mexicano se ha volcado a recibirlo". Don Hugo
Cervantes del Río creyó que el Presidente ""cumplió con
gran honor la misión que tuvo". Don Octavio Sentíes juz-
ga que los resultados habían sido "extraordinarios, y re-
presentan lo que es México". Para don Porfirio Muñoz
Ledo se rompió ""la inercia de la dependencia de México"
y se abrieron '"múltiples cauces de progreso para el país".
Don Luis Enrique Bracamontes, más elaborada y oscura-
mente, vio el viaje como ""extraordinario por todos con-
ceptos. . . porque se le dio la dimensión humana al ha-
cer hincapié en el trato igual que debe darse a los hu-
mildes con pleno goce de las libertades; porque logró una
diversificación de mercados y por la gran apertura inter-
nacional que logró para México" ( E G M : 2 9 , 3 0 6 - 3 0 7 ) .
Pero ¿cuál fue la cosecha real, contable, de esta aventura
108
Tricontinental? El propio Presidente no logró presentarla
de manera convincente en el Mensaje a la Nación que
dirigió a su regreso, ni tampoco en su siguiente Informe
al Congreso. En aquel habló de que consideraba "una
responsabilidad ineludible advertir con oportunidad los
cambios en el mundo para aprovecharlos en beneficio de
la Nación". Y al final ensayó presentar la justificación su-
perior, que resultó marcada con un tinte personal:
109
tos con hombres de negocios... Existen probabilidades muy
concretas de continuar ventas de frutas y legumbres, de ropa
y confecciones, de café, de carne. Bélgica: se exploraron nue-
vas posibilidades de comercio, y se habló concretamente de
productos agrícolas, café, tabaco, aparatos y partes electróni-
cas, etc. Unión Soviética: se firmó un convenio comercial
que significa el prerrequisito indispensable para entablar ne-
gociaciones de magnitud importante. Se firmó un protocolo
que le ofrece a México maquinaria y equipo... China: se fir-
mó un convenio comercial que establece una comisión mixta.
México ofrece maquinaria y equipo de toda clase... (EGM:
29, 349-351;
110
por esos dos senderos, el progreso tecnológico y la pene-
tración educativa, son inescapablemente, desesperante-
mente lentos, y que una política internacional tiene que
ceñirse de maneta estricta a lo que vaya lográndose.
Pero hay un margen determinado para la "invención":
una retórica que presenta más convincentemente los pro-
blemas internacionales; el aprovechamiento de una buena
oportunidad para destacar alguno, de modo de adelantar
su solución. Y está, por supuesto, la inteligencia, la pon-
deración reflexiva, la decisión o el valor, así como la per-
severancia patriórica. Dentro de estos márgenes, estrechos
pero reales, muchas cosas buenas pueden y deben abonár-
sele al presidente Echeverría. Desde luego su repetido
sermón de que el mexicano no debe dejarse abatir por
la magnitud, la hondura y la vejez de sus problemas, so-
bre todo, tal vez pudiera agregarse, por los internaciona-
les. Ningún Presidente nuestro ha insistido tanto en la
necesidad de liberarse de la dependencia norteamericana.
Ningún otro ha denunciado con tanta reiteración los ma-
les que acarrean las empresas multinacionales o la inver-
sión extranjera indiscriminada. Ninguno se ha esforzado
en un grado igual por multiplicar nuestros contactos in-
ternacionales. Tampoco ninguno ha destacado tanto la
conveniencia y la necesidad de que México contribuya a
la acción concertada de las naciones del Tercer Mundo.
Por último, su caballo de batalla predilecto, la ya famosa
Carta de los Deberes y Derechos Económicos de los Esta-
dos, es sin duda alguna una idea justa y necesaria, y si
llegara a aprobarse, constituiría una victoria para él en
lo personal, y para México como Nación.
111
VI. E S P Í R I T U Y C U E R P O
112
PRI, les indica que si abrigan la idea de que ha llegado
ya a la democracia perfecta, México "entraría en una eta-
pa de decadencia que nada ni nadie podría detener". Para
salvarla, está el remedio de la autocrítica ( E G M : 4, 22-
2 6 ) . Mucho más significativamente todavía, el primerísi-
mo día de su presidencia se pinta a sí mismo en esta for-
ma: "un mexicano como cualquiera otro, con sus cuali-
dades y sus defectos, pero. . . con una actitud permanen-
te de autocrítica". Más aún: a esa virtud excepcional
le confía la tarea de "superar todo aquello que sea un
obstáculo. . . " para hacer un buen gobierno, o para ser-
vir mejor al país, como él lo dijo ( E G M : 1, 73-76).
La palabra autocrítica es desdichada por mil motivos,
sobre todo cuando la propone y la propala un hombre
público. Casi sobra recordar que no es igual autocrítica
que crítica: la primera significa criticarse a sí mismo, y
la segunda que otros lo critiquen a uno. Y a lo que se
expone y debe exponerse un gobernante no es a su propia
crítica, sino a la crítica de sus conciudadanos. Cuando el
hombre público propala la autocrítica, sólo la autocrítica,
es inevitable suponer que se reserva en exclusiva el dere-
cho a criticar sus actos, y que, por lo tanto, niega ese de-
recho a los demás. Asimismo, parece reservarse el derecho
de elegir la materia criticable y el grado de severidad, o de
indulgencia, que usará al juzgarse a sí mismo. Sin contar
con que la autocrítica, por definición, es un proceso in-
terno, íntimo, que no puede conocer el público. Por eso,
sin duda, aun siendo "permanente" la actitud de autocrí-
tica, apenas si se conoce el caso único de un error que se
anunció, pero no se cometió. Fue la desdichadísima idea
de darle a la autonomía universitaria un rango constitu-
cional, que se anunció hace ya año y medio, y que, por
fortuna, no ha plasmado hasta ahora en una iniciativa de
reformas a la Constitución. N o se conoce todavía que re
haya confesado la comisión de un error en la gestión pú-
blica, y menos que en alguna forma se hubiera reparado.
Más desdichada, si se quiere, es la palabra "diálogo",
que el diccionario define como "una plática entre dos
o más personas que alternativamente manifiestan sus
ideas o afectos". En el presente caso, entonces, se trata en
113
realidad de un monólogo, pues la segunda persona necesa-
ria al diálogo, es decir, la Nación, no tiene manera de
expresar sus ideas o sus afectos, ya que todos los medios
usuales para hacerlo fallan en México: las manifestacio-
nes públicas, los partidos políticos, el parlamento, las elec-
ciones, la prensa, el libro, la televisión, el cine, el radio.
Esto sin considerar que el gobierno, y no la Nación, elige
el tema del monólogo y la forma de tratarlo. Pero es que,
en rigor, aquella definición del diálogo no es suficiente-
mente explícita o completa. N o basta, en efecto, que dos
personas expongan alternativamente sus respectivas ideas,
sino que al hablar por segunda vez uno de los parlantes,
debe presentar sus ideas en función de las que acaba de
exponer el otro, y no cerrarse a cualquier observación,
limitándose a repetir las mismas ideas como si nada hubie-
ra pasado. Cabe comparar el diálogo verdadero con un
juego de florete: cuando el botón del arma toca el pecho
del contrario, éste lo reconoce gritando ¡touché!, y en las
instalaciones olímpicas modernas un dispositivo electró-
nico hace encender un foco rojo en el instante de ocurrir
el toque. Es, pues, perfectamente concebible, y más que
posible, que una persona hable mucho y que oiga por lar-
go tiempo a otra; pero que resulte impenetrable a las
ideas ajenas por considerar las suyas, a más de justas, evi-
dentes como la luz del día o como una verdad revelada.
Tal vez dudando del acierto de las palabras diálogo y
autocrítica, el Presidente sintiera la necesidad de esclare-
cerlas. Si así fue, la suerte, por desgracia, no lo acompañó.
A los quinientos médicos que asistieron a la II Reunión
Nacional de Salud Pública, les dice:
114
moslo así, el de que ios mexicanos critiquen a su país o
se critiquen a ellos mismos como componentes de ese
país. También se ve claramente que se confunden como
iguales "crítica" y censura, o más bien "condenación". En
su hermoso sentido literario, crítica es "el arte de juzgar
de la bondad, verdad y belleza de las cosas", o, más te-
rrestremente, "conjunto de opiniones vertidas sobre cual
quier asunto". Es decir, que la crítica es apreciación o
valoración, y no por fuerza condenación. De allí que sobre
hablar de un diluvio pesimista, y menos de denigración,
que quiere decir "ofender la opinión o fama de una per
sona", e incluso injuriarla. Esto sin contar con la ofensa
innecesaria de suponer que los mexicanos, de oficio, pro-
fesionalmente, o de cualquier otro modo, denigran a su
país y aun a ellos mismos. Puede desecharse el supuesto
de que el pensamiento general del mexicano sea el de
que "como México no hay dos"; pero se estaría muy cer
ca de la verdad al suponer que su estado de ánimo más
constante es la impaciencia de ver que su país no avanza
todo lo que él quisiera y todo lo que el país merece dados
sus viejos infortunios. Podría irse más lejos y asegurar que
el mexicano no denigra siquiera a la persona de stts go
bernantes, si bien su actitud dominante sea la de criticar
los. Con la sana intención de explicar éste y otros juicios
extremosos, quizás deba recordarse que en mi ensayo so
bre nuestro sistema político, aseguré que nuestro Presi
dente suele conducirse más como predicador que como
estadista. Entonces, es de observación corriente que el
predicador acude a la exageración para convencer mejor
a su grey. En todo caso, esta identificación de la crítica
con el pesimismo la repite el Presidente ante un grupo de
intelectuales, seres éstos, por lo visto, propensos a la crí
tica y al pesimismo. A ellos les pide ayuda para "valorar
lo mejor de México", en lugar de caer "en meros desaho
gos personales, que suelen producirse con frecuencia"
( E G M : 1 5 , 2 6 2 - 2 6 8 ) . Esta cita ofrece un elemento vie
jo y otro nuevo. El primero es la sustitución poco venta
josa de denigración por desahogo personal, que, en todo
caso, significa una reacción pasional, carente, por lo tanto,
de juicio o razón. Y el elemento nuevo el que la crítica
115
no ha de enderezarse a conseguir un juicio cabal y equi-
librado donde entren con sus respectivos pesos específicos
lo bueno y lo malo, sino que debe limitarse a ensalzar lo
bueno, "lo mejor" de México, y "lo mejor" de sus gober-
nantes, es de suponerse.
116
nunca más ninguna forma de dictadura" ( E G M : 2 6 , 2 3 - '
2 5 ) . Muy cerca del término de su tercer año de gobierno,
vuelve a la carga:
117
de denunciar con la búsqueda de la verdad", pues, en efec-
to, esa confusión ha venido convirtiéndose en una carac-
terística desagradable y dañina de los últimos tiempos. La
segunda es que "se anteponga el celoso respeto a. . . la de-
fensa de los valores y objetivos supremos de la Nación",
que no se definen ni siquiera se ejemplifican. Y la signi-
ficativa es ésta: "la libertad de prensa supone la posibi-
lidad de disentir, pero también la de estar de acuerdo con
los aaos del poder público" ( E G M : 19, 36-43). Bien si
se trata de pedir un juicio equilibrado que determine la
consideración de todos y cada uno de los pros y de todos
y cada uno de los contras. Mal si se sugiere que las pal-
mas deben ahogar a los pitos. Por último, al año siguien-
te de 1973 vuelve el Presidente a insistir en su "volun-
tad indeclinable" de velar por la libertad de prensa, pues
el diálogo con ésta "forma parte del estilo mismo de su
gobierno" ( E G M : 3 1 , 32-36).
118
ber sido pospuestos por unos días. Cosa semejante ocurre
en septiembre de 1972: fatiga por la preparación y lec
tura del Informe al Congreso, felicitaciones de numerosos
individuos y corporaciones, pero se da campo para inau
gurar el IX Congreso Internacional de Nutrición. El 4 de
mayo de 1971 asiste a una sesión del Consejo de Admi
nistración del Banco de México, a otra en la Academia de
la Lengua, una comida con los agentes aduanales y a la
toma de posesión del comité ejecutivo del Sindicato Na
cional de Trabajadores del Seguro Social. Pero el 20 de
julio de 1973 no palidece al lado de ese 4 de mayo: se
hace presente en el aniversario del Banco del Ejército y
la Armada, en una ceremonia recordatoria de Francisco
Villa, en la clausura de la Confrontación Deportiva y en
un concierto de la Sinfónica Nacional. Ese mes de mayo
de 1971 podía considerarse como "fatal", pues al ajetreo
del 4, y con sólo cuarenta y ocho horas de respiro, hace
una gira por Tamaulipas, y el día mismo en que regresa
de ella, la emprende a Chiapas. Insatisfecho, en la última
semana del mes viaja cinco días por Quintana Roo. N o
se queda muy atrás el mayo de 1972, ya que la gira prin
cipal se extiende por Jalisco, Zacatecas, Coahuila y Baja
California. En los días apacibles, llamémoslos así, recibe
a ocho gobernadores.
Sin pretender, según se confesó ya, presentar una es
tadística completa, no carecerá de interés dar algunas in
formaciones. Rara vez las visitas que recibe son de una
persona única, sino de grupos, que en ocasiones llegan a
80, 100, 220, 350, 1 500 y aun 2 000 individuos. Y las
que él hace, también son de grupo, ya que casi nunca
deja de acarrear dos, tres o cinco secretarios de estado y
jefes de Departamento, más invitados especiales. En todo
caso, el mayor número de visitas que recibe lo forman
diplomáticos y personajes extranjeros, cosa natural dada
la frecuente rutina de presentación y despedida de los je
fes de misiones. El segundo lugar lo ocupan los intelec
tuales, profesionistas, estudiantes y maestros de la más va
riada índole. Vienen después los obreros y trabajadores y
en seguida los militares. Un lugar ya modesto está forma
do por los "políticos": senadores, diputados, ministros y
119
magistrados, gobernadores, alcaldes, etc. Siguen los em-
presarios y los deportistas, los campesinos y los charros. Y
no falta el visitante extraño, como los dirigentes de una
Confederación Panamericana de Sastres. Las visitas que él
hace tienen también anfitriones numerosos, que pertene-
cen a una organización, de obreros, de empresarios o pro-
fesión isias, pero las que ocurren en provincia son de gru-
pos mucho más numerosos y heterogéneos, pues asisten,
campesinos, agricultores, empresarios, estudiantes, autori-l
dades locales, maestros, etc. ' - ..^^'-V^i^
En suma una exposición continua y a los cuatro vientos?
120 _ -
morativas, etc. Esa fiebre verbal se ha extendido a los ne-
gociantes. Antes apenas hablaban en sus convenciones
anuales; hoy, a más de haberse multiplicado sus organiza-
ciones y de reunirse éstas dos o tres veces al año, hacen
frecuentes declaraciones a la prensa. En suma, el "diálo-
go" se ha extendido a un número sorprendente de mono-
loguistas. Pero no para allí la actividad verbal, y en esto,
una vez más, el Presidente ha puesto la muestra. Ha in-
citado a personas y grupos, antes dudosos de que se les
oyera, a hablar. Y este nuevo ejercicio de oír se ha exten-
dido a sus colaboradores más próximos, así como, diga-
mos, a los gobernadores de los estados, a los diputados y
senadores, que llaman a los secretarios de estado para ha-
blar ellos mismos y no sólo para oír a los secretarios. A
más de éstos, los diputados y senadores llaman a los intere-
sados en alguna ley que estudian, como que han instaura-
do ya la "audiencia pública", antes extraña a nuestra tra-
dición parlamentaria. N o cabe duda, entonces, de que la
actividad verbal se ha extendido horizontalmente hasta
abarcar el país entero, y verticalmente, por las distintas
capas o grupos de la pirámide social.
Cosa muy semejante cabe decir del aspecto visual. Ei
Presidente declaró desde el comienzo que viajaría con fre-
cuencia por todo el país, cosa que le ha permitido exhi-
birse ante millares y millares de personas y que otras tan-
tas lo vean a él. Pero es que, además, como en sus via-
jes siempre acarrea a dos o tres secretarios de estado, pro-
fesionistas, reporteros, empresarios, estudiantes, escritores,
etc., el campo visual mutuo se extiende casi sin límite.
Y no se hable de que a éste lo amplifique la televisión.
Al ir sus colaboradores a alguna de las cámaras, su audi-
torio, reducido a 60 ó 200 miembros de una y otta, llega,
en el peor de los casos, a 11 000 y puede alcanzar los 60 ó
70 000 televidentes. Así, tampoco puede dudarse de que
el aspecto visual de este espíritu democrático ha ganado
un terreno antes no imaginado siquiera.
Ahora, qué sedimento perceptible ha dejado esta colo-
sal actividad verbal y visual. Es de presumirse que al me-
xicano de 1976-1982 le disgustará profundamente que los
hombres públicos vuelvan a las viejas épocas, cuando el
121
Presidente era el único y ocasional parlador. El origen de
su enfado es la experiencia de que los hombres que con-
versan rara vez llegan a las manos, o sea que hablar y
ver disminuyen las tensiones políticas y sociales al crear
la impresión de que cada hombre ha recobrado, aun re-
conquistado, el derecho de quejarse, de pedir, de dispu-
tar, de hacerse presente, en suma, el derecho a ser o exis-
tir. Al mismo tiempo, cabe presumir que el mexicano de
hoy más bien confía en esa ley o ritmo histórico según el
cual a un presidente jacarandoso sucede otro adusto, de
modo de dar alguna vez con el justo medio que debe exis-
tir entre la parlanchinería y la mudez.
Presentados así los beneficios generales, que no son
pocos ni desdeñables, ha de señalarse el barro que los em-
paña. Desde luego, el aturdimiento que provoca la impo-
sibilidad, no ya de digerir, sino de deglutir diariamente
un largo sermón, y a veces dos y aun tres. Después, el
hablar y dejarse ver han dado a los mirones y los oidores
elementos de juicio suficientes para concluir, aparte la
gente menuda, que apenas dos miembros del gabinete tie-
nen dotes políticas y los otros carecen aun del más primi-
tivo instinto político. Tercero, el incitar a la gente a ha-
blar y ver ha traído la consecuencia, contraria a los bue-
nos deseos presidenciales, de que haya privado con mucho
la denuncia sobre la búsqueda de la verdad. Esto no pue-
de concluir sino en dos salidas, ambas lamentables: o tor-
cer su ánimo natural del mexicano hasta convertirse en
pesimisra, o decidir vendarse los ojos y taponarse los oídos
para no ver ni oír tantos males como a diario se denuncian.
122
Todos sus acompañantes cercanos declaran, por supues-
to, estar plenísimamente identificados con el espíritu de-
mocrático presidencial, y su conducta externa, en efecto,
resulta congruente: por ejemplo, jamás han expresado pú-
blicamente contrariedad alguna por las críticas que muy
de vez en cuando les hacen los reporteros y comentaris-
tas de las publicaciones periódicas. Pero se sabe que los
cortejan más allá de lo que supone un trato normalmente
cortés; se sabe también que los más poderosos llegan a
indicar a los directores, comentaristas y reporteros que de-
ben enderezar su extraviada conducta; se sabe, en fin, que
no han vacilado en gastar los dineros públicos para pagar
plumas mercenarias y costear la impresión y distribución
de libelos difamatorios de los escritores independientes,
cuyas opiniones pesan en el ánimo público justamente por
juzgarlos insobornables. Estas apreciaciones podrían fun-
darse con nombres, fechas, etc.; pero lo importante aquí
es fijar las causas de este divorcio aparente y real de las
prédicas presidenciales. La primera es una discrepancia de
las ideas de su jefe, pues, con distintas variantes, creen que
México es todavía un país demasiado bronco para que un
gobierno se permita el lujo de dejarlo suelto y no llevarlo
arrendado, como lo ha sido toda su vida, añadirían. La
segunda razón es que tienen poder, y el poder carece de
sentido, aun de existencia, si no se ejerce. Ahora bien,
no pueden desplegarlo, como si dijéramos, en todas direc-
ciones, sino en unas cuantas bien definidas. Desde luego,
no hacia arriba, porque en lo alto se topan con el Pre-
sidente, que puede despedirlos sin mayor ceremonia. En
buena medida les está vedado ejercerlo horizontalmente,
al mismo nivel en que se hallan, porque sus colegas no
carecen de algún poder, y, en todo caso, porque de ejer-
cerlo horizontalmente y a los cuatro vientos, provocaría
una coalición adversa de todos contra uno. De allí que se
limiten a hacerse presentes con meras fintas, pero sin ti-
rarse a fondo, a matar. Entonces, tienen que ejercer el
poder hacia abajo, sobre los de un poder menor o nulo,
y en esta situación se hallan, sobra decirlo, los escritores
independientes, cuya arma única es la pluma, rara vez pun-
zante y nunca mortífera.
123
La conducta de los gobernadores de los estados es se
mejante, sólo que más marcada. Un secretario de estado
no es el responsable final de sus actos; lo es el Presiden
te. En cambio, por grande que sea (y es) la dependencia
de un gobernador del presidente de la República, nunca
deja de haber asuntos locales cuya solución inmediata re
cae sobre ellos. Por eso desconfían todavía más de una
mayor libertad democrática. Luego, la censura a un secre
tario hecha por un diario capitalino, rara vez es reprodu
cida o comentada por los otros, de modo que de ella se
entera un número bien limitado de personas. Por si algo
faltara, a una comunidad de nueve millones de habitantes
no la conmueve sino una catástrofe que se abata sobre
toda ella. En la provincia, el escenario es muy reducido,
y el comentario se enciende como un reguero de pólvora,
de modo que afecta mucho más a la autoridad local. En
fin, está la madera de que están hechos los gobernantes:
ligeramente pulida en el funcionario federal, un tanto
agreste en el local.
El contagio democrático que han sufrido las cámaras
legisladoras y el poder judicial puede curarlo un derma
tólogo. Ya se citó el dicho del presidente de la Corte de
que si bien la Constitución dispone que haya tres pode
res, en la realidad sólo hay un gobierno. Puede ahora agre
garse la tesis de un senador, teórico político, además, se
gún la cual el poder legislativo es un mero colaborador,
y distante, del Ejecutivo.
Se dijo antes que debía examinarse la invasión del es
píritu democrático en la acción y en el pensamiento polí
tico. El PRI de hoy piensa con mayor libertad, pero accio
na ran atadamente como antes.
Entre nuestros camaradas los campesinos el contagio
ha sido mayor de lo que podría suponerse, pues aunque
no se dispone de estadísticas no han escaseado los conatos
de marchas de protesta a la capital, que han frustrado el
verbo encendido de don Augusto Gómez Villanueva y
uno que otro piquete de soldados. Los campesinos han
depuesto también a varias autoridades municipales e in
clusive se han hecho de los locales oficiales. Y han sido
ruidosas sus protestas al anunciárseles que deben irse a
124
otra parte ya que sus tierras serán inundadas por las aguas
de una presa próxima. También contra lo que pudiera su-
ponerse, la democratización sindical ha sido casi nula.
En los obreros se nota, sin embargo, una mayor inicia-
tiva para embestir a los empresarios, pero no para puri-
ficarse interiormente y menos para separarse del gobierno
como entes distintos que son.
La televisión y el radio han resultado absolutamente
impermeables al espíritu democrático, al diálogo, a la au-
tocrítica. Y en cuanto a la prensa, sobrarían los dedos de
una sola mano para contar las publicaciones que se mue-
ven con alguna libertad.
En suma, si ha habido alguno, como sin duda lo hay,
el progreso resulta a la postre visiblemente limitado, lo
cual querría decir que este problema de democratizar una
sociedad es muy duro y complicado, y que su solución no
puede venir de un solo hombre, así sea tan encumbrado
como un presidente de la República.
125
ria y rural, para adecuarla a la sociedad industrial y de
servicios en que México se había transformado durante
el medio siglo anterior, los allegados dieron esta respues-
ta: consagrar todo un número de una revista semioficial
a combatir esas ideas; pagar media hora de televisión con
entrevistas a los constituyentes, quienes naturalmente sos-
tuvieron que la Constitución había previsto todo, y que,
por lo tanto, era criminal tocarla; y toda una telenovela,
que se llamó "La Constitución", de más de cien capítulos.
Un tiempo y un esfuerzo excesivos para replicar, y un gas-
to de unos seis o siete millones de pesos. Los malos ar-
gumentos fueron dos. Que ese escritor no se hubiera "atre-
vido" a criticar la Constitución cuando desempeñaba un
cargo diplomático, es decir, una tajante cortapisa a la li-
bre expresión de las ideas que supone todo diálogo autén-
tico. Y que ese escritor era un "político de escritorio", o
sea el absurdo doble de suponer que para discurrir sobre
política es necesario practicarla, y que un escritor debe
escribir de pie y caminando por las calles y las plazas
públicas. Esras reacciones son tanto más significativas
cuanto que semejantes reflexiones no tocaban, ni podían
tocar al candidato presidencial, que no había nacido aún
cuando se proclamó la Constitución.
A los veintidós meses de estar en la presidencia, otro
escritor señaló la impropiedad de que el congreso solici-
tara "la venia del Señor Presidente" para llamar a los se-
cretarios de estado a informar, porque el artículo 93 cons-
titucional lo autoriza a hacerlo sin ese consentimiento o
aprobación, según he explicado antes. La urgencia de dar
respuesta a esa observación, que tampoco le tocaba a él,
sino al congreso, llevó al Presidente a aprovechar la for-
zada ocasión de una visita que le hacen unos burócratas y
oficiales del ejército para agradecerle un decreto que les
permitía comprar sus casas. Les dijo:
126
nuestra democracia social en donde se ha conseguido un só-
lido e irreversible avance? ( E G M : 23,98-105)
127
sonales, así como las circunstancias históricas en que actúa
el paciente. Pero se debe también a nuestro sistema po
lítico, cuya característica principal, según se sabe, es un
presidente de la República dotado de facultades y de re
cursos ilimitados. Esto lo convierte fatalmente en el Gran
Dispensador de Bienes y Favores, aun de milagros. Y cla
ro que quien da, y sin recibir nada a cambio, tiene que ser
aplaudido sin reserva, pues la crítica y la maldición sólo
pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar.
128
ÍNDICE
Explicación 7
I. El aterrizaje 15
II. Las constantes y sonantes 30
III. Vista a ojo de pájaro 49
IV. La reforma política 70
V. Con el rostro hacia afuera 87
VI. Espíritu y cuerpo 112
Impreso y hecho en México
Printed and made in México
Talleres de Litoarte, S. de R. L.
Ferrocarril de Cuernavaca, 683
México 17, D. F.
Edición de 12 000 ejemplares
y sobrantes para reposición
12 - IX - 1974
Daniel Cosío Villegas
EL ESTILO PERSONAL DE GOBERNAR
Ha sido siempre un tabú juzgar a un presidente
de la República todavía en funciones, y más
en el c a s o actual, a quien s e considera el jefe d e
estado más discutido del México revolucionario.
Cosío Villegas preparó el terreno para e s e juicio
d e s d e su anterior ensayo: El sistema político
mexicano (5a. edición, 1 9 7 4 ) al asegurar q u e la
pieza principal de semejante sistema e s el
Presidente, porque cuenta c o n facultades y
O)
recursos tan ilimitados, que lo llevan a gobernar, (M
no institucional, sino personalmente.
I-
Tres a ñ o s d e gobierno dan al autor ocasión de
reflexionar sobre la persona del Presidente y
de s u s colaboradores, así c o m o sobre una obra
d e gobierno q u e s e propone transformar la O
<
realidad en q u e vivimos. La observación Os
—
minuciosa de esa obra y la meditación a q u e da LU
origen, provocará en el lector inquietudes y o
satisfacciones q u e le permitirán adoptar una 8
z
posición más lúcida y polémica frente a los ce
problemas nacionales. LU
o
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