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Daniel Cosío Villegas

El estilo
personal de gobernar

Cuadernos de Joaquín Mortiz


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DANIEL COSÍO VILLEGAS

El estilo personal
de gobernar

MÉXICO, 1974
Primera edición, agosto de 1974
Segunda edición, septiembre de 1974
D. R. © Editorial Joaquín Mortiz, S. A.
Tabasco 106, México 7, D. F.
EXPLICACIÓN

L A B U E N A acogida que ha tenido el ensayo El sistema


político mexicano. Las posibilidades de cambio, me ha
llevado a intentar completarlo con esta segunda parte,
cuyo título, El estilo personal de gobernar, parece reque-
rir una explicación inmediata.
En aquella primera parte (página 21) indiqué que las
dos piezas centrales de nuestra organización política son
un partido ""oficial", no único, pero sí predominante en
un grado abrumador, y un presidente de la República que
cuenta con facultades y recursos amplísimos, procedentes
de una gran variedad de circunstancias, lo mismo de or-
den jurídico que geográfico, económico, sicológico y has-
ta moral (páginas 2 2 - 3 0 ) . Si a esto se agrega la creencia
general de que el partido político oficial es apenas "una
oficina más del Presidente", se admitirá que éste resulta
la pieza principal de nuestro sistema político, o su pieza
única, según dirían los observadores más extremosos.
Según se dijo en esa primera parte del ensayo (pági-
nas 30-35), a últimas fechas ha venido sosteniéndose que
si bien es verdad que alguna vez pudo calificarse de in-
menso el poder presidencial, no lo es ya; al contrario,
ahora resulta muy limitado. La explicación dada a seme-
jante idea, que parecen contradecir los sucesos diarios de
nuestra vida pública, es ésta. Precisamente porque el po-
der del Presidente fue alguna vez inmenso, y precisamen-
te porque lo ejercía de un modo personal e imprevisible,
los núcleos a quienes podía afectar más su ejercicio se
organizaron para inclinarlo a proteger y favorecer sus in-
tereses. Para fundar en la historia esa tesis, se señala el
hecho incontrovertible de que el progreso económico de
México de los últimos treinta años no ha favorecido de
modo particular a los miembros del partido oficial, cam-
pesinos, obreros o sectores medios, sino a los grandes ca-
pitanes de la industria, del comercio, de la banca y de la
agricultura comercial, todos ellos extraños al Partido y
a la familia revolucionaria. Se añade que aun dentro del
círculo de gobernantes, existen también fuertes grupos
opresores que luchan unos contra otros para alcanzar las
dádivas presidenciales. De allí que el poder del Presiden-
te no se ejerza, como en los viejos tiempos, con entera
libertad, puesto que no puede doblegar los intereses de
los grupos opresores, con la consecuencia de que ahora el
Presidente busca tímida, vacilantemente un curso medio
que a nadie lastime.
Hice algunas observaciones a esta idea (páginas 31-
3 5 ) , que no pienso resumir aquí, pues ahora me interesa
destacar que el jefe del poder ejecutivo, con un poder
irrestriao, como se ha supuesto en general, o con un po-
der condicionado, como ahora se sostiene, es, de todos mo-
dos, la pieza principal, o única si se quiere, de nuestra
organización y de nuestra vida políticas. De lo contrario,
¿para qué y por qué iban a presionarlo los grupos opre-
sores?

de este hecho, a más de incon-


LAS C O N S E C U E N C I A S
tables, sólo por rara excepción pueden favorecer la salud
pública del país. Por eso de tiempo atrás debieran haber-
nos conducido a mirarlas y estudiarlas con atención sos-
tenida. En este libro, sin embargo, no me propongo si-
quiera enumerarlas, sino que tomaré como punto de
partida de este ensayo una idea bastante obvia: puesto
que el presidente de México tiene un poder inmenso, es
inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente,
o sea que resulta fatal que la persona del Presidente le
dé a su gobierno un sello peculiar, hasta inconfundible.
Es decir, que el temperamento, el caráaer, las simpatías
y las diferencias, la educación y la experiencia personales
influirán de un modo claro en toda su vida pública y, por
lo tanto, en sus actos de gobierno.
Claro que esto es cierto de cualquier país de cualquier
tiempo y de todo tipo de gobierno; pero ya es significati-
vo que sea más acusado en las viejas monarquías absolu-
tas que en los estados democráticos modernos. Se dirá
que aun en éstos se advierte la relación persona-gobier-
no; una vez más, sin embargo, resulta significativo que

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ese nexo sea más visible cuando se trata, no de una sim­
ple persona, sino de una gran personalidad, digamos
Churchill en el caso de Inglaterra o D e Gaulle en el de
Francia. Aun así, no debe olvidarse que el primero per­
dió las elecciones que siguieron inmediatamente a la Gue­
rra, y que el segvmdo abdicó ai negársele el respaldo po­
pular que apetecía.

L A S R A Z O N E S , después de todo, son numerosas y cla­


ras. La más lejana y general es que las sociedades que
viven hoy dentro de un régimen democrático de gobier­
no, no son tan heterogéneas como la nuestra, y por eso
en aquéllas las diferencias personales son relativamente
menores. El caso típico es el de Estados Unidos: allí, el
rasero de la educación, de la prensa, del radio, de la tele­
visión y de una producción industrial en gran escala, tra­
tan de modelar un hombre standard. La razón más pró­
xima e importante, sin embargo, es que en países como
Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica y Estados Unidos,
la tradición y las instituciones son más fuertes que el hom­
bre, y por lo tanto, son capaces de frenar con eficacia la
acción pública puramente personal. La situación es muy
otra en nuestro caso. Los hombres del Norte, igual Ca­
rranza que Obregón y Calles, son temperamentalmente
muy distintos de los del Centro, de un López Majeos o
de un Díaz Ordaz. Y es bien manifiesta la diferencia en­
tre Cárdenas, de vieja raigambre pueblerina, y Luis Eche­
verría, producto capitalino químicamente puro. Y de
abismal podía haberse calificado la separación que medió
entre Benito Juárez y Sebastián Lerdo de Tejada.
Más que nada, sin embargo, cuenta la debilidad de la
tradición y de las instituciones, que permite al hombre,
al individuo, desoírlas y hasta desafiarlas. Como en Mé­
xico no funciona la opinión pública, ni los partidos po­
líticos, ni el parlamento, ni los sindicatos, ni la prensa,
ni el radio y la televisión, un presidente de la República
puede obrar, y obra, tranquilamente de un modo muy per­
sonal y aun caprichoso.

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S I T O D O eso fuera cierto, debiera convenirse en que re-
sulta una complicación más para estudiar y entender
nuestra vida pública. En efecto, se ha hablado del tempe-
ramento y del carácter como una de las determinantes
de la personalidad de nuestros presidentes; pero, ¿qué sig-
nifican exactamente una y otra palabra? Sabemos que
corresponden a realidades que podemos advertir en noso-
tros mismos y en nuestros semejantes más próximos; al
mismo tiempo, sentimos que nada fácil es medirlas o
apreciarlas. Los diccionarios definen temperamento como
"la constitución particular de cada individuo, que resulta
del predominio fisiológico de un sistema orgánico, como
el nervioso o el sanguíneo, o de un humor, como la bi-
lis o la linfa". Y carácter, "el modo de ser peculiar y
privativo de cada persona por sus cualidades morales".
Nótese que ambas definiciones destacan que el tempera-
mento y el carácter son, en efecto, elementos definitorios
de la persona: el primero es "la constitución particular de
cada individuo", y el segundo, "el modo de ser peculiar
y privativo de cada persona". También resulta interesan-
te advertir que el temperamento es un dato biológico
mientras que el carácter es moral.
Todo esto no obsta para que aun en el supuesto de
que pudiera llegarse a discernir claramente el tempera-
mento y el carácter, es indudable que sólo estarían en
condiciones de hacerlo, en el primer caso, un médico, y
en el segundo, una persona que hubiera podido observar
a nuestros presidentes de manera larga y ceñida. Ahora
bien, como según he dicho más de una vez, nuestra vida
pública es estrictamente privada, en principio resulta poco
menos que imposible, no ya r.certar, sino definir con al-
gún fundamento cuál es el temperamento y qué carácter
tiene un presidente nuestro.
Cosa muy parecida ocurre tratándose de otro elemen-
to definitorio del que se habló antes: las simpatías y las
diferencias que cada hombre abriga, y que incluso pue-
den sublimarse al tener en sus manos un gran poder. De
nueva cuenta, sólo una persona que lo haya tratado por
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largos años y de cerca podría aventurar una opinión. Se
dirá que tratándose de la educación, el cuarto elemento
definitorio, el terreno es más firme. Sí y no: primero,
porque la educación no se adquiere tan sólo en la escue-
la, sino en el hogar, en el círculo de amigos y conocidos
y en el hábito solitario de leer, de escribir y de meditar.
Pero aun tratándose de la educación escolar, es difícil pre-
cisar. Se ha puesto de moda anunciar el curriculum vitae
de los funcionarios a quienes se da un puesto de cierta
categoría. Aparte de que no es infrecuente advertir que
tales curricula son mentirosos o demasiado optimistas,
¿qué quiere decir realmente, por ejemplo, que un señor se
ha titulado de abogado en nuestra Universidad Nacional?
Sobrarían razones para tomar este dato como un mal pre-
sagio; pero, en todo caso, poco se adelanta porque no se
dan otros que permitan determinar si ese funcionario fue
un estudiante bueno, mediocre o malo. Y puede estarse
seguro de que las autoridades universitarias negarían el
acceso al expediente de un Presidente: de López Mateos,
digamos, nunca pudo averiguarse si se había recibido o no.
La última circunstancia definitoria de la personalidad
es la experiencia, es decir, lo que pueda enseñarle a un
individuo la vida que ha llevado. Hay gente que ha sido
un tanto escéptica en cuanto a la capacidad del hombre
para aprovechar de verdad las enseñanzas que la vida le
ofrece, en contraste con lo que ocurre con los animales.
Un perro o un gato que ve tirar a su amo una colilla de
cigarro y que pretende jugar con ella y se quema, jamás
volverá a cometer ese error. En cambio, muchos hombres
volverían a quemarse una y otra vez. De todos modos,
puede concederse que la experiencia algo le enseña al hom-
bre, de manera que quien ha tenido una vida difícil esta-
rá mejor preparado para lidiar con problemas difíciles.

D E C U A N T O se ha dicho hasta ahora cabe deducir que


es bien incierto calibrar con alguna seguridad la influen-
cia que tienen en una persona el temperamento, el ca-
rácter, los prejuicios, la educación y la experiencia. Sin
embargo, cabe aquí hacer una aclaración de suma impor-

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rancia. Hay hombres que justamente por razón de su tem-
peramento, de su carácter, de sus prejuicios, de su educa-
ción y de su experiencia, cubren su personahdad con un
manto protector poco menos que impenetrable. Son los
introvertidos, los que viven para dentro. En el extremo
opuesto están los que del modo más natural enseñan
cuanto son, y cuanto quieren, y que, además, no pueden
ocultarlo aun si se propusieran hacerlo. Es claro que
mientras la tarea del observador es arriesgada en el pri-
mer caso, en el segundo se facilita hasta hacerse viable
Me parece cierto que el presidente Echeverría cae en este
segundo caso, a la inversa, digamos, de Benito Juárez,
Porfirio Díaz o Lázaro Cárdenas.
En todo caso, yo no pretendo apreciar los tres prime-
ros años de gobierno del presidente Echeverría partien-
do, como si dijéramos, de un "retrato hablado" sicológico
y moral suyo dibujado previamente, y, en consecuencia,
arbitrario. A la inversa, yo trato de apreciar ciertos actos
de gobierno sin considerar en absoluto ningún rasgo si-
cológico privativo del Presidente, y en otros casos, prime-
ro estudio esos actos, y, sobre todo, sus declaraciones ver-
bales y escritas, para determinar lo que hay de personal
en ellas. Lo cierto es que la gran moraleja del estudio
sería, por supuesto, la de que nuestro actual sistema po-
lítico propicia un estilo personal, y no institucional, de
gobierno, con todas las consecuencias que esto supone.

EL ENSAYO tendrá un saldo crítico inevitable, pero no


de la persona de Luis Echeverría, sino del gobernante
que de un modo fatal gobierna personalmente. Abrigo la
esperanza de que algunos observadores estudien el estilo
personal de gobernar de otros presidentes para que mi
ensayo resulte así menos "personalista". Mientras tanto,
quisiera hacer esta declaración: por una serie de circuns-
tancias que no es el caso referir, durante un cuarto de si-
glo, o sea desde Manuel Ávila Camacho hasta Adolfo Ló-
pez Mateos, todos los presidentes fueron discípulos míos.
Nunca les pedí un favor ni me lo hicieron; pero siempre
tuve la certeza de que si un buen día era yo v í a i m a de

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alguna arbitrariedad o de alguna injusticia, responderían
en seguida a mi llamado. Como don Luis Echeverría se
ha permitido el lujo de llegar a la presidencia sin haber
pasado antes por mi cátedra, no ha habido entre él y yo
siquiera ese recuerdo afectivo de maestro-discípulo. A pe-
sar de esto, de ningún presidente de la República he re-
cibido tantas muestras de consideración y de respeto como
de él. N o sólo eso, sino que desde que entramos en rela-
ciones, ambos nos empeñamos en trazar una clara distin-
ción entre las relaciones públicas y las relaciones perso-
nales, de modo que él puede considerarme un buen ami-
go, pero un mal escritor, y yo, a mi vez, puedo estimarlo
más como amigo que como gobernante. N o hay, pues,
ni puede haber, un motivo personal que me haya guiado
a escribir este ensayo; su móvil único es un deseo fervien-
te de ayudar un poco al entendimiento de nuestra vida
pública.

N o E S éste, por supuesto, un estudio erudito. Por lo tan-


to, la bibliografía en que descansa es mínima. La princi-
cipal fuente es la publicación mensual El Gobierno
Mexicano, que informa sobre todas las aaividades del
Presidente, así como de sus pronunciamientos, y, en oca-
siones, los de sus interlocutores. Se cita así: E G M : 3 , 1 2 1 -
125. El primer número se refiere al volumen y los dos
siguientes a las páginas. Con el propósito de evitar la sos-
pecha de que se distorsionan las declaraciones del Presi-
dente al citar de ellas sólo una palabra, una frase o un
párrafo, doy el número de la página inicial y de la termi-
nal, y no exclusivamente el de la página donde se halla la
palabra o frase citada, para que el leaor pueda compro-
bar que no ha habido distorsión alguna. Los dos únicos
periódicos que se citan son: Excélsior, con la abreviatura
E X , y El Nacional, con N A . El capitulillo sobre la
"Reforma Política" descansa en el libro La reforma po-
lítica del presidente Echeverría ( R P ) , editado por Cultu-
ra y Ciencia Política. Las cifras de las elecciones de dipu-
tados federales de 1973 son las publicadas oficialmente
por la Comisión Federal Electoral.

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Una última aclaración. N o he pretendido examinar
toda la obra de gobierno del presidente Echeverría, y me­
nos hacerlo por "ramos", es decir, Hacienda, Agricultu­
ra, Educación, etc. He elegido lo que me parece más lla­
mativo de su gestión.
D . C. V.

7-VÍÍ-74

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I. EL ATERRIZAJE

A U N L O S más diestros comentaristas se resisten a inten-


tar un balance de los tres primeros años de gobierno del
presidente Echeverría. La resistencia crecería si se les pi-
diera anticipar cómo serán los tres restantes. Y ninguno,
desde luego, se arriesgaría a predecir la huella perdurable
que dejará este mandatario.
Dos razones principales explican esas actitudes. La pri-
mera es que poco a poco, pero con firmeza, se fue ani-
dando en los mexicanos el presentimiento de que no po-
día durar mucho tiempo más "el milagro mexicano", o sea-
el periodo de estabilidad política y de progreso económico
que se inician, respectivamente, en 1929 y 1946. Desde
luego, porque los milagros sólo se dan por milagro, y
después, porque aparecen y se esfuman calladamente. La
otra razón principal es que, también con lentitud pero
con firmeza, se fueron señalando las grandes fallas de
ese "milagro": una estabilidad política conseguida al pre-
cio de un monopolio cada vez más cerrado del poder po-
lítico y unos beneficios del progreso económico que se
distribuyen con hiriente inequidad, ya que mientras el
diez por ciento de las familias "acomodadas" se llevaba
la mitad del ingreso nacional, el cincuenta por ciento de
"las otras" familias apenas alcanzaba el catorce. La rebe-
lión estudiantil de agosto-septiembre de 1968, y su trá-
gico desenlace, la matanza de Tlatelolco, de octubre,
transformaron aquel presentimiento de que el país iba a
cambiar en la convicción de que debía hacerlo, y pronto.

COINCIDIENDO con ese estado de ánimo, surgió la can-


didatura de don Luis Echeverría, una persona poco cono-
cida y que alcanzaba esa posición mediante la fórmula
tradicional del "Tapado", o sea que su selección, lejos de
haberse hecho a la luz del día y en la plaza pública, se
produjo dentro de la oscuridad y en el silencio del pasi-
llo o de la cámara real. Pero muy pronto comienza a

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llamar la atención. Desde luego, con una sorprendente
locuacidad habla de todos los problemas nacionales, los
habidos y los por haber. Después, porque hace una cam-
paña electoral perseverante y de una extensión desusada,
de modo que llega hasta los pueblos y rancherías más
remotos y desamparados del país. Sobre todo, sin embar-
go, porque, contrariando la regla tradicional de que el pre-
sidente entrante no comienza a liberarse de la tutela de
su antecesor hasta sentarse en el trono presidencial, Eche-
verría empezó a minar el poder de Díaz Ordaz desde la
iniciación de su campaña. Esto parecía indicar que es-
taba resuelto a hacer un gobierno distinto, aun opuesto
al anterior, es decir, que intentaría cambiar el rumbo del
país.

L o D I C H O hasta aquí exige un afinamiento, ya que po-


dría creerse que el señor Echeverría subió al poder en
condiciones muy favorables por encarnar la esperanza de
cambio que sus gobernados abrigaban. La verdad es que
muchos de ellos preferían el statu quo, pues, como es ló-
gico suponerlo, sus beneficiarios no podían querer otra
cosa que la afirmación y la continuación de los viejos usos.
Estaban, desde luego, los hombres de negocios: a más de
ser por naturaleza conservadores, es decir, adversarios de
toda mudanza, en los últimos años habían intimado con
el gobierno hasta el punto de parecer sus únicos amigos.
Deben sumarse a los adversarios del cambio, de cualquier
cambio, muchos elementos del mundo político y burocrá-
tico oficial, sobre todo los encaramados en altas posicio-
nes del gobierno y del PRL
Pero aun pensando por ahora sólo en los mexicanos
partidarios del cambio, la simpatía, y en especial el apo-
yo al nuevo Presidente, fueron inciertos e ineficaces. El
mayor número de ellos carecía de todo poder político o
económico, de modo que su apoyo sólo podía ser "difu-
so", como lo llaman los politólogos, o sea latente, pero
no activo. Más importante aún, estos mexicanos no sabían
siquiera con vaguedad qué cambios debieran producirse,
cuándo, por quiénes, con qué métodos y mucho menos

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los beneficios que legítimamente podían y debían espe-
rarse de ellos. Por su parte el candidato presidencial ha-
blaba una y otra vez de la necesidad de un cambio, pero
sin definir tampoco cuál era o podía ser. Por eso cabe
decir que el gobierno de Echeverría se inició bajo los aus-
picios de una típica "comedia de equivocaciones".

ÉSA, C O M O toda comedia, tuvo más de un acto. El pri-


mero puede identificarse con la campaña electoral, y su
nota dominante fue de confusión, es decir, "falta de or-
den, de concierto y de claridad". El candidato brincaba
con tanta prontitud y tan repetidamente de un lugar a
otro, que resultaba difícil seguir, no ya la pista ideológi-
ca, sino la simplemente geográfica. Al parecer, para lo-
grar esto último hubiera sido necesario acudir a un enor-
me mapa de la República y pinchar en él tachuelas con
cabezas de colores distintos, como hicieron durante las dos
guerras mundiales los estados mayores aliado y germáni-
co. Luego, como resultaba inevitable hablar en cada sitio
visitado, se produjo un torrente de declaraciones, impro-
visadas, muchas incompletas, vagas y aun contradictorias,
cosa perfectamente explicable, pues aun cuando el candi-
dato tenía tras de sí una larga carrera administrativa, su
experiencia previa, en el mejor de los casos, era tan sólo
política, de modo que resultaba precario su conocimiento
de las cuestiones económicas, sociales e internacionales.
A su tiempo se supo que los dirigentes de uno de nues-
tros grandes bancos, en parte por presentir que el señor
Echeverría podía resultar un gobernante singular, y en
otra mayor porque acababan de adquirir unas computado-
ras y no sabían exactamente en qué emplearlas, decidie-
ron ponerlas a trabajar en recoger todos los dichos del
candidato para que al final de la campaña pudiera vati-
cinarse cómo se proponía gobernar a la nación. Estos di-
rigentes, tras de guardarlos en secreto, han negado aira-
damente los resultados a quienes solicitaron conocerlos,
llegando a sostener que jamás se habían propuesto
siquiera hacer semejante cosa. A pesar de ello, ha tras-

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cendido que las computadoras pasaron las de Caín, y que
el final fue un lienzo desdibujado y confuso.

E L S E G U N D O acto de la comedia comenzó el 1° de di-


ciembre de 1970, con la ceremonia de la toma de pose-
sión. N o por la costosa remozada que se le dio al viejo
Auditorio Municipal; tampoco por la enorme cantidad ni
por la heterogeneidad de los invitados y la calidad excep-
cional de algunos; ni siquiera por la televisión indiscreta
que apuntaba repetidamente a María Félix, ataviada con
un fastuoso abrigo de leopardo y, para variar, a don Hen-
ry Ford III, o al pequeño islote de cuatro viejecitos indios
que visiblemente no acababan de explicarse cómo habían
caído en ese laberinto y se veían rodeados de tanta y tan
extraña gente. N o por eso, sino por el discurso del noví-
simo Presidente.
Leído hoy, puede calificarse de notable ese documen-
to. Es gratamente breve y está desusadamente bien es-
crito. Y se encuentra muy bien armado: lo forman una
serie de párrafos de unas seis a doce líneas, en que se
plantea con sencilla claridad un problema o se pinta una
situación, para explicar en seguida, con moderada fran-
queza, lo que el Presidente piensa hacer para resolver tal
problema o mejorar semejante situación. Y están consi-
deradas allí todas las cuestiones, desde la desigual distri-
bución del ingreso nacional y la esclavitud del municipio
libre, hasta la integración económica de los países lati-
noamericanos o los deficientes servicios de la industria tu-
rística nacional.
Ya en los primerísimos párrafos se presenta la necesi-
dad y la voluntad del cambio. Por supuesto que cada uno
hubiera preferido expresarla con ideas y lenguaje propios;
pero puede aceptarse como perfectamente válida la elegi-
da por el Presidente:

Alentar las tendencias conservadoras que han surgido de


un largo periodo de estabilidad, equivaldría a negar la heren-
cia del pasado. Repudiar el conformismo y acelerar la evolu-
ción general, es, en cambio, mantener la energía de la Re-
volución.

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Esta sentencia, claro, tiene su toquecillo demagógico; pero
rara vez se halla en el discurso una que sea demagogia
pura, como aquella de "iré tan lejos como el pueblo
quiera". Rara vez también se halla un pensamiento que
pudiera calificarse de redondamente equivocado, como sin
duda lo es el de que "el crecimiento demográfico no es
una amenaza, sino un desafío que pone a prueba nuestra
potencialidad creadora".
En la gran mayoría de los casos los planteamientos son
justos y equilibrados. Dígase, por ejemplo, el tan debati-
do problema de una economía mixta:

México no acepta que sus medios de producción sean ma-


nejados exclusivamente por organismos públicos; pero ha su-
perado también las teorías que dejaban por entero a las fuer-
zas privadas la promoción de la economía.

Asimismo el reconocimiento de que "la era que vivimos


está condicionada por el avance científico y tecnológico"-
en consecuencia, "cobra así nueva vigencia el principio se-
gún el cual se es libre por el saber".
Debe considerarse, en suma, como un documento no-
table por su claridad y por su moderación.

¿ P O R Q U É , entonces, resultaron nulos sus efectos, de


modo que la actitud de los mexicanos, igual de un bando
que de otro, siguió siendo la misma, y en gran parte con-
dicionada por la gira electoral? Múltiples son, por su-
puesto, las razones. Desde luego, una meramente física:
puesto en uno de los platillos de la balanza un solo dis-
curso, así sea muy sesudo, no puede pesar tanto, y menos
pesar más, que los mil y tantos dichos durante el periodo
electoral. Después, porcjue casi de un modo inevitable,
el discurso se limita a desaprobar la opción por una de
las dos soluciones extremas a un problema determinado,
pero sin indicar si la que se favorece estará más cerca de
uno que del otro extremo. Es incuestionable, por ejemplo,
que las dudas y los temores de los negociantes no quedan
despejados cuando se les dice que "México no acepta que

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sus medios de producción sean manejados exclusivamente
por organismos públicos", pues no se contrariaría ese di-
cho presidencial si los organismos públicos acabaran por
manejar el noventa y nueve por ciento de esos llamados
impropiamente "medios de producción". Por su parte, los
buenos señores que quieren "socializar" todo, temerán
que el Presidente maniobre para dejarle a los organismos
públicos el manejo de una única empresa, digamos Pe-
mex, ya que todavía seguiría siendo válida la afirmación
de haber superado México "las teorías que dejaban por
entero a las fuerzas privadas la promoción de la eco-
nomía".

N o A Y U D Ó mucho a desvanecer las dudas y los temo-


res la presentación del equipo que acompañaría al nuevo
Presidente. Primero, sorprendió que, por desconocimiento
o por arrogancia, se anunciara también la designación,
entre otras, de los directores de los bancos de México y
Mexicano, instituciones éstas que tienen un consejo de
administración, único capacitado jurídicamente para nom-
brar y remover a sus directores. Se sabe de sobra, por su-
puesto, que todos los directores del Banco de México han
sido elegidos por iniciativa del presidente de la Repúbli-
ca; pero formalmente siempre ha sido el consejo de ad-
ministración el que propone y resuelve. Se dirá que enton-
ces se trata de una mera formalidad; pero es que en eso
suele consistir el respeto a las leyes, que nadie puede des-
airar, y menos un jefe de estado. El caso del Banco Me-
xicano resultó peor, pues hasta antes de ese anuncio, la
autoridad oficial no había revelado que el gobierno lo do-
minaba como accionista mayoritario.
Pensando en el gabinete mismo, desde luego se produ-
jo un pequeño equívoco. Cuando aceptó su candidatura,
don Luis Echeverría proclamó que lo hacía, no sólo en
nombre propio, sino en el de "toda una generación de
jóvenes" que irrumpía en el escenario político nacional.
El Presidente viaja por Sinaloa y Nayarit a los dos meses
escasos de haber tomado posesión, y allí repite esa idea:
"Esta generación, en cuyo nombre hemos llegado a la

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presidencia. . .". ( E G M : 2, 2 4 5 ) . Claro que la noción de
joven es bastante elástica, tanto, que se oye decir que lo
es quien cree serlo. Lo cierto fue que el mayor número
de miembros del gabinete caía entre los 45 y los 50 años,
que había tres mayores de 55 y otros tantos que pasaban
de los 65. Sólo uno tenía una edad propiamente de joven
( 3 7 ) . Pero es incuestionable que esta de la juventud, la
propia y la de sus colaboradores, es una de las ideas obse-
sivas del Presidente. Durante su octava "gira de trabajo",
por Querétaro, insiste en que muchos de sus colaborado-
res son jóvenes, y para probarlo, ejemplifica: el secretario
de Gobernación tiene treinta y seis años (tenía treinta y
siete), el de Relaciones cuarenta y seis (tenía cuarenta
y cinco), "de mi edad aproximadamente", agrega. Y esto
lo dice el Presidente el día justo en que celebraba sus cua-
renta y nueve años de edad, ( E G M : 2, 235-236). Es ver-
dad que el Presidente se ha adjudicado una "primera ju-
ventud" ( E G M : 6,99-106) cuando tenía veinticuatro
años; de modo que debe suponerse que en esa celebración
hablaba de la segunda.
En cambio, impresionó favorablemente que no hereda-
ra de su antecesor ningún miembro del gabinete, así como
que sólo uno de los nuevos pudiera ser clasificado de "vie-
jo político". Es más: se admiró la decisión de excluir a
uno tan fuerte y experimentado como Corona del Rosal,
quien en otros tiempos habría sido ascendido de jefe de
un Departamento a secretario de estado. Así y todo, sub-
sistía el hecho de tratarse de un grupo de desconocidos,
sin importar que fueran jóvenes o viejos. De los diecinue-
ve que formaron el gabinete, el público apenas podía
reconocer, y eso con bastante incertidumbre, a menos de
la tercera parte, y alguno de ellos por cierta broma que
se hizo de él. De don Manuel Bernardo Aguirre por ejem-
plo, se refería que pocos días, antes de su nombramiento
confiaba a sus íntimos que en su ya larga existencia no
había tenido sino dos únicas ambiciones: llegar a secreta-
rio de Agricultura y acabar su educación primaria.
Pronto se hizo la prensa reflejo de la incertidumbre
creada por la presentación de ese equipo de trabajo. El
16 de enero de 1971 un periodista le hizo en Querétaro

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l a aturdida p r e g u n t a d e con q u é criterio h a b í a selecciona-
d o a sus colaboradores. El Presidente, quizás s o r p r e n d i d o ,
sintió la necesidad d e d a r u n a respuesta c o n v i n c e n t e :

Es natural que a lo largo de cinco lustros, desde los veinti-


cuatro años de edad, siempre con aspiraciones públicas, haya
sido yo un atento observador de la trayectoria de los hombres
dedicados a la política y a la administración... (EGM: 2,
2,35-237).

El público, p o r supuesto, n o dejó d e advertir la irrealidad


de semejante explicación, pues eso h a b r í a significado q u e
el Presidente le siguió la pista a su secretario particular
desde antes d e nacer, a su secretario d e G o b e r n a c i ó n cuan-
d o tenía doce años, dieciocho en el caso del d e Relacio-
nes y veintidós en c u a n t o a los del P a t r i m o n i o , d e Indus-
tria, O b r a s Públicas, Comunicaciones, etc. T a n resultó
insatisfactoria la explicación, q u e u n d í a después, ya en la
capital, o t r o periodista repitió la p r e g u n t a d e c ó m o h a b í a
seleccionado a los m i e m b r o s d e su g a b i n e t e . El Presidente
insistió entonces en q u e n u n c a h a b í a p e n s a d o en relacio-
nes de amistad; lejos d e eso, aquilató " n o s o l a m e n t e el va-
lor y el valer, los conocimientos y experiencia personal
d e cada u n o de ellos, sino t a m b i é n su eficacia potencial".
( E X : 18-/-71).
P o r t o d o esto, sin duda, el n u e v o g o b i e r n o se sintió
o b l i g a d o a abultar los curricula de estos colaboradores. A
d o n Emilio O . Rabasa, p o r ejemplo, se le pinta así: "Sus
raíces familiares, son d e h o n d a r a i g a m b r e internacionalis-
ta y diplomática." A p a r t e del p l e o n a s m o d e raíces y rai-
g a m b r e y del disparate d e creer q u e p u e d e n heredarse bio-
l ó g i c a m e n t e el internacionalismo y la diplomacia, ¿cuá-
les eran los hechos q u e el público conocía de este caso
particular? Es i n d u d a b l e q u e la referencia es al a b u e l o y
al p a d r e d e este señor Rabasa. D o n E m i l i o R a b a s a n o
fue internacionalista sino constitucionalista, y de d i p l o m á -
tico n o t u v o sino h a b e r encabezado la delegación q u e en-
vió Victoriano H u e r t a a la Conferencia de N i á g a r a Falls,
en la cual d o n E m i l i o hizo u n papel m á s q u e decoroso.
El padre, d o n Óscar, p u e d e tenerse c o m o internacionalis-

22
ta, ya que fue durante varios años consultor jurídico de la
secretaría de Relaciones; pero no ha desempeñado pro-
piamente una misión diplomática, ni puede tomarse como
tal su repetida asistencia a la Comisión de Estupefacientes
de las Naciones Unidas. Los únicos hechos que el público
informado conocía eran éstos. Don Emilio O., siguiendo
el camino del abuelo, se especializó en derecho Constitu-
cional, de modo que sus estudios de doaorado culmina-
ron con una tesis de recepción sobre la Constitución de
1824. Pero al comenzar a ejercer, abandonó esa especia-
lidad para trabajar la legislación bancaria primero, des-
pués el derecho agrario y más tarde el derecho sanitario,
llamémoslo así. La otra actividad internacional que el pú-
blico conocía era que, siendo ya director del Banco Cine-
matográfico, don Emilio O. se trasladó a Hollywood para
presenciar la entrega de los Óscares.
Hubo otros brotes de entusiasmo puesto en los curricu-
la de los miembros del gabinete. A don Mario Moya Fa-
lencia se le pinta como "estudioso" {whatever that
means) del derecho constitucional, de la ciencia política
y de la filosofía. A don Hugo B. Margain, a más de
'experto en finanzas públicas y derecho tributario", como
poseedor de "un conocimiento profundo de las condicio-
nes políticas, económicas y sociales del país". A don Ho-
racio Flores de la Peña se le atribuye falsamente haber
sido "representante de México en la Organización de las
Naciones Unidas". En fin, aun de don Ignacio Ovalle, con
sus escasos veinticinco años, se le atribuye el que fuera
"un brillante estudiante" de la Facultad de Derecho y ha-
ber realizado "una importante labor ideológica en edicio-
nes y pronunciamientos" cuando pertenecía a la Dirección
Juvenil del PRI.
La verdad de las cosas es que los más próximos al es-
tado de joven ya habían comenzado su carrera burocráti-
ca, pero precisamente por esa juventud apenas estaban en
puestos secundarios. El peldaño más alto que había alcan-
zado don Mario Moya Falencia había sido la Dirección de
Cinematografía en Gobernación; el señor Rabasa, la di-
rección del Banco Cinematográfico; don Carlos Torres
Manzo, la jefatura del Departamento de Política Comer-

23
cial en la Secretaría de Industria; el médico Jorge Jimé-
nez Cantú, la gerencia de la Comisión Promotora de la
Conasupo; don Agustín Olachea Borbón, abogado de la
Dirección de Estudios Hacendarlos; y así consecutivamen-
te. Entonces, el salto que ahora habían pegado no dejaba
de ser mortal. ( E G M : 1,27-37).
Cabe decir, así, que los negociantes y buena parte de
la clase media alta (profesionistas, intelectuales, etc.) re-
cibieron ese gabinete con marcado escepticismo, por no
decir con clara desconfianza. Pero no faltó gente que apre-
ciara la ventaja de haber cortado al "viejo político", a
más de no encontrar razón alguna por la cual se le ne-
gara a los recién llegados el acceso a los puesto de mando,
si bien en el entendimiento de que el Presidente los ob-
servara para destituir a quienes resultaran incompetentes.
Muy pocos, pero algunos, hicieron la observación de que,
por desgracia, el nuevo gabinete seguía y ahondaba la
vieja tendencia (iniciada por el presidente Alemán) de
sustituir al hombre con experiencia e instinto políticos por
el "técnico". Es más: deploraron que el único político del
gabinete, don Manuel Bernardo Aguirre, no fuera preci-
samente el más contundente de los argumentos para de-
fender la tesis de que el político debe privar sobre el téc-
nico.
Puede decirse, en suma, que el gabinete no sirvió gran
cosa, o nada, para confiar algo más en el nuevo Presiden-
te. De hecho, al cumplir seis meses de gobierno, un pe-
riodista le pregunta si estaba satisfecho de la labor de sus
colaboradores, y responde modesta y optimistamente: "No,
no estoy satisfecho. Estoy profundamnetc insatisfecho to-
davía; pero pienso que estamos aprendiendo con nuestro
equipo de colaboradores. Pienso, además, que todos los
días aprendemos algo." ( E X : 22-Í^-71).

P o c o s , P E R O gente con experiencia y dotes de obser-


vación, advirtieron un rasgo sicológico del señor Echeve-
rría que los llenó de temor, aunque de inmediato no se
resolvieron a comentarlo siquiera en privado, guardándo-
lo en la intimidad como simple presentimiento. Desde el

24
primer instante —pensaron—, es decir, cuando en su casa
de San Jerónimo fue notificado de que los tres Sectores
del PRI lo habían escogido como candidato presidencial,
notaron el sorprendente aplomo con que se desempeñaba
don Luis Echeverría ante las cámaras de la televisión y
los micrófonos del radio. Esto parecía un punto favora-
ble, que empañó un tanto la rigidez del cuerpo, hecho
como de una sola pieza, de la cabeza a los pies, cual plan-
cha de mármol. Apenas si movía el antebrazo derecho
para subrayar lo que decía, como lo hace el profesor de
primeras letras que quiere estampar en sus discípulos el
alfabeto o la tabla de multiplicar. Pero no pasó mucho
tiempo sin que este secreto se hiciera público. Un perio-
dista describió la escena en que el Presidente anunció el
17 de diciembre de 1970 el alza del precio del azúcar:
" . . . seguía golpeando el escritorio con el puño; y de vez
en cuando señalaba con el dedo índice". ( E X : \l-xii-10).
Un negociante con la apariencia de hombre ligero y
aun casquivano, fue distinguido por el candidato Echeve-
rría con la invitación a acompañarlo en tres tramos de su
gira electoral. Tuvo, pues, una mejor oportunidad de ob-
servarlo. Regresó muy impresionado: no cabía duda al-
guna de la salud y de la energía físicas del candidato, de
su buena fe, de la sinceridad de sus propósitos de hacer
el bien. Y, sin embargo. . ., era un hombre muy pagado
de sí mismo, de sus ideas y de sus propósitos, de modo que
cree saberlo todo y, por lo tanto, serle innecesario con-
sultar o siquiera meditar él mismo.
Este negociante no se enteró de que al poco tiempo,
o, para ser exacto, el 27 de mayo de 1971, el Presidente
recordó haber comenzado a escribir artículos para El Na-
cional cuando tenía veinticuatro años, y que al releerlos
ahora, un cuarto de siglo después, comprobaba que su
"ideología" actual seguía estando "en perfecta armonía"
con la expuesta en ese diario. Que no fue ésa una decla-
ración casual, lo revela que dos semanas después la repi-
tió más elaborada y en una ocasión significativa. En efec-
to, lo visitan el 11 de junio, es decir, al día siguiente del
Corpus, cien dirigentes de la Confederación de Jóvenes
Mexicanos, para expresarle su "profunda preocupación"

25
por la agresión de que habían sido víctimas los estudian-
tes. El Presidente, sin referirse de modo concreto a esos
hechos, sostuvo la idea de que los jóvenes deberían lograr
un equilibrio entre un pensamiento crítico y una "actitud
serenamente reflexiva", y para ilustrar esa actitud se puso
de ejemplo:

.. .puedo decir que, habiendo releído artículos escritos hace


veinticinco años sobre lo que pensaba cuando yo tenía vein-
cuatro respecto de los problemas de la Revolución Mexicana
[y los comparó con] los discursos que ahora pronuncio, las dis-
posiciones que ahora firmo o las palabras que digo y el con-
tenido de esos artículos —inclusive la forma— hay una ínte-
gra afinidad. ( E G M : 7,52-60).

Difícilmente puede dejar de sorprender que un hombre


crea que no han cambiado sus ideas en el transcurso de
veinticinco años, años que representan el paso de la ju-
ventud a la madurez, sin contar con que justamente du-
rante ese tiempo va escalando puestos de una responsabi-
lidad cada vez mayor hasta el de gobernante de un país
con cincuenta millones de habitantes.
Los artículos a que se refería el Presidente se publica-
ron en lo que quizás pueda considerarse la edad de oro de
El Nacional. A viejos pero perseverantes colaboradores,
tal Jesús Romero Flores, Rafael Heliodoro Valle, José
Mancisidor o Enrique Flores Magón, se sumaban jóvenes
como Ermilo Abreu Gómez, Raúl Noriega y Fernando
Benítez, que con el tiempo harían del periodismo una pro-
fesión. Pero su mayor brillo lo daban los emigrados es-
pañoles: Rafael Sánchez de Ocaña, Margarita Nelken,
Juan Rejano, etc. N o puede dudarse de que aquel era un
buen lugar para iniciarse en el periodismo; asimismo, el
momento político, ya que comenzaba su presidencia Mi-
guel Alemán, que iba a cambiar el rumbo del país de un
modo señalado. Ha de convenirse, por último, que raro
ha sido el presidente de nuestro país que ha escrito algo
de su puño y letra. Todo esto no quita considerar que el
paso de nuestro Presidente por El Nacional resultó fu-
gaz. Debuta el 4 de enero de 1946; a la tercera semana
le falla su colaboración, aun cuando después su puntua-
26
lidad es completa. Sin embargo, la concluye el 14 de mar­
zo, con un total de nueve artículos.
El principal punto de interés es si las ideas y el estilo
actuales son tan idénticos a los presentados en El Nacio­
nal como lo afirma don Luis Echeverría, o siquiera tan
semejantes que pueda admitirse en su parte gruesa esa
afirmación. En cuanto al estilo, el juicio ha de ser un tan­
to vacilante, primero, porque la mayor parte de los tex­
tos de hoy son verbales e improvisados, y en cuanto a los
escritos, se ignora hasta qué punto son hijos legítimos, di­
gamos así, de la pluma personal del Presidente. A pesar
de ello, se notan similitudes importantes: párrafos muy
largos, con escasa puntuación y la frecuente inserción
de oraciones incidentales explicativas que opacan el senti­
do de la sentencia principal; el uso de dos o tres adjeti­
vos con un significado idéntico o muy parecido; el uso
equivocado de ciertas preposiciones, etc.
En cuanto a temas, dos únicos se tratan en esta serie:
la Universidad (tres artículos) y el que se titula "Revolu­
ción y Contra-Revolución". En el primero de aquellos se
advierte un prejuicio contra el siglo x i x y el liberalismo
de aquella época que, a más de injustificado, ha subsistido
hasta el día de hoy. Véase este ejemplo:

Es una menguada idea liberal la de aceptar que el estu­


diante debe ser pobre para que, después de haber terminado
con serias dificultades su carrera profesional, esté en posibi­
lidad de enriquecerse como un premio a sus sacrificios. ( N A :
4-/-46).

Casi sobra decir que no podría citarse el texto de un filó­


sofo, de un educador o de un gobernante "liberal" en que
se asiente semejante monstruosidad. En el segundo artícu­
lo se percibe una idea vigente todavía, a saber, que son
"malintencionados provocadores" los que alborotan la
Universidad para crearle problemas a los "gobiernos re­
volucionarios", ( N A : 11-/-46). El tercer artículo se refie­
re a las representaciones que el Teatro Estudiantil Autó­
nomo brindaba "frente al Hemiciclo a Juárez". El tema es
leve, pero da ocasión a este apotegma rotundo: "El éxito

27
inmediato [de ese Teatro] representa un indicio de la ac-
tual ineficacia funcional del teatro y del cinematógrafo."
( N A : 24-Í-46).
Los otros seis artículos son de mayor sustancia, y en
ellos se descubren ideas buenas que han durado hasta el
día de hoy. Digamos la de que las democracias latinoame-
ricanas son frágiles, no sólo por su escasa edad, sino por-
que en ellas "coexisten inclinaciones políticas de todo gé-
nero". Del mismo modo, que "los esfuerzos serios que
ahora se realizan para el mantenimiento de la paz se iden-
tifican con los movimientos populares orientados hacia la
transformación de las bases económicas y éticas de las de-
mocracias capitalistas". Un tercera idea acertada y que sub-
siste es ésta: "el conjunto de intereses individuales tendrá
que armonizarse, confundirse con los grandes y principa-
les intereses colectivos". Por último, es fundado el con-
traste que se pinta entre una democracia puramente
formal, que declara como su fin principal dar iguales
oportunidades a todos y cada uno de los miembros de una
sociedad, y las posibilidades reales y concretas de mejo-
ramiento de las mayorías, objetivo al cual debe endere-
zarse la acción pública y la acción del individuo.
En fin, se advierte también la subsistencia de cierto ro-
manticismo, que se agrava con el uso de palabras de un
significado vago o múltiple. Digamos la idea de un "pro-
grama general", que todos los países del Orbe empren-
derían para crear un "nuevo modelo subjetivo del hom-
bre y trazar [una] estructura social [capaz] de evitar que
los sectores sociales y los viejos intereses creados del fas-
cismo tornen a organizarse". Asimismo, la de "favorecer
la preminencia del factor racional". Y no muy lejana de la
irrealidad romántica, pero en la que el Presidente cree
aún hoy, es la de una fe, "de indispensable advenimien-
to", una "mística laica" que sustituya "las inclinaciones
religiosas de antaño". ( N A : 31-¿; 7, 14, 22, 28-K; \A-iii-
A6).
De hecho, llevado por ese impulso recordatorio, el Pre-
sidente pudo haber aludido a sus primeros escritos publi-
cados de la revista México y la Universidad, que uno de
sus biógrafos aduladores califica de "plataforma del pen-

28
Sarniento literario". (Sierra: Luis Echeverría, 8 ) .
Si nuestro negociante hubiera conocido todos estos da­
tos (es hombre de escasas lecturas) sentiría tener un nue­
vo argumento para la conclusión final a que llegó después
de las giras electorales: "Que no nos resulte un fanático,
un Savonarola, porque entonces habría que quemarlo en
la plaza pública."

29
II. LAS C O N S T A N T E S Y S O N A N T E S

E N M A N E R A alguna intento hacer aquí un análisis si-


cológico, y menos siquiátrico, de nuestro Presidente. Esto
requeriría una relación personal vieja, cercana y continua
que no he tenido, como que yo lo vi con mis propios
ojos por la primera vez alcanzados ya sus cincuenta años
de edad. Y requeriría también un conocimiento profesio-
nal especializado del que obviamente carezco. He inten-
tado, sí, lograr una impresión de cómo era cuando estu-
diaba derecho por si podía yo dar con una similitud o un
contraste; pero el resultado ha sido pobre y contradicto-
rio. Unos amigos suyos lo pintan como un ser más bien
callado, solitario, que rehuía el acompañamiento que no
fuera de unos cuantos. Otros, en cambio, lo retratan como
un "vacilador" o festivo, que se divertía asombrando a sus
amigos con pasearles por la nariz la última sensación li-
teraria, sólo para que al rato descubrieran que no la había
leído. Un tercer grupo lo describe como muy interesado
en los movimientos estudiantiles, pero sin participar en
ellos activamente. En fin, el cuarto lo recuerda con claras
inclinaciones magisteriales, pues con frecuencia convocaba
a sus íntimos para discutir un tema elegido por él, y cuyo
estudio repartía entre ellos, reservándose, por supuesto, el
papel de director de debates y de expositor de las conclu-
siones.
Es un hecho, sin embargo, que durante su larga ca-
rrera administrativa, incluso siendo ya secretario de Go-
bernación, es decir, la segunda figura política nacional,
fue distintamente reservado. Tanto, que más de una per-
sona está persuadida de que Díaz Ordaz, que lo tra-
tó a diario durante largos años se fue de espaldas
desde el primer día de la campaña al darse cuenta del
monstruo insospechado que había venido alimentando pa-
cientemente a lo largo de esos dieciocho años. Este hecho
apunta a dos conclusiones: primera, la ociosidad comple-
ta del sistema tapádico con que se escoge a nuestros pre-
sidentes; y la segunda, que la suma enorme de poder que

30
éstos adquieren en cuanto reposan en la silla presidencial
es capaz de volver al revés a un hombre transformándolo
en otro diametralmente opuesto.
En todo caso, lo que aquí se persigue es descubrir y
apreciar las constantes sicológicas del Presidente, tal y
como las revelan sus actos de gobierno y sobre todo sus
expresiones verbales y escritas. El lector advertirá que
para ilustrar cada una de esas constantes uso varios ejem-
plos, pero no todos los que podría citar, porque entonces
se haría insufrible la lectura de este ensayo. Así, al lec-
tor que crea que valiéndome de una base pequeña de he-
chos he levantado una alta, altísima pirámide de con-
clusiones, le rogaría que usara los 36 volúmenes de la
publicación El Gobierno Mexicano, en donde encontrará,
diez, veinte, o cien ejemplos más de los que he presen-
tado aquí.
Sin duda la constante más sobresaliente es su extra-
ordinaria locuacidad, extraordinaria tanto midiéndola a la
luz de nuestras tradiciones como si se la mira en sí mis-
ma. De verdad puede asegurarse que los más de nuestros
presidentes fueron hombres de pocas palabras. Tal vez
alguien piense en las posibles excepciones, digamos, de
Iturbide o de Santa-Anna, y entre los recientes, Alvaro
Obregón; pero fueron excepciones, no de sustancia sino
de grado, y de un grado pequeño. Los verdaderamente tí-
picos han sido Juárez, Porfirio Díaz, Carranza y Lázaro
Cárdenas. Aun López Mateos, que en sus mocedades fue
campeón de oratoria y que alardeaba de mejorar un texto
escrito con la improvisación hecha al ir leyéndolo, se que-
da muy atrás del actual Presidente. De hecho, se tiene la
impresión de que para Echeverría hablar es una necesidad
fisiológica cuya satisfacción periódica resulta inaplazable.
Ya es curioso que use siempre las palabras "reflexio-
nar" o "reflexión" en lugar de hablar, decir o declarar,
como si reflexionar no significara "considerar nueva y de-
tenidamente una cosa". O sea, que mientras para el co-
mún de los mortales la reflexión es un ejercicio callado,
para nuestro Presidente hablar es como se piensa o se re-
flexiona. N o es así extraño que en la continua fricción de
los países poderosos con los pobres, le asigne a éstos el

31
noble papel "de hacer algunas reflexiones", es decir, de
hablar ( E G M : 1,49-53). Más claramente todavía: en la
celebración del Día del Médico de 1971, dice: " . . .he-
mos escuchado tres discursos que la han convertido [la
ceremonia] en una sesión de trabajo" ( E G M : 11, 7 8 - 8 3 ) .
Se le pide en diciembre de 1970 declarar inaugurada la
XII Asamblea General Ordinaria de la Federación de
Trabajadores del Distrito Federal, y en seguida dice que
semejante y simple papel "no me impide, como nunca lo
haré, aprovechar la oportunidad para hacerles algunas
reflexiones", es decir, de nuevo, hablar ( E G M : 1,111-
1 1 5 ) . Cuando poco tiempo después inaugura el IX
Congreso del Sindicato de Trabajadores de Educa-
ción, dice sin ambages que "no me voy a privar
del gusto. . . de dirigirles un breve saludo" ( E G M : 2,
125-127). Y al inaugurar el Consejo Nacional de la Con-
federación Regional Obrera Mexicana, asegura que "no
me sentiría satisfecho si me limitara a ciunplir con hacer
la declaratoria de inauguración". N o sólo eso, sino que,
en rigor, expone con franqueza un tesis que más tarde
repetirá una y otra vez, a saber, que hablar sobre los pro-
blemas es comenzar a resolverlos ( E G M : 3 1 , 9 7 - 9 9 ) . En
otra ocasión se le invita a concurrir, en su calidad cere-
monial de jefe del estado, a un acto de El Colegio Nacio-
nal, y concluido, se levanta para decir que supone que no
existe "una objeción protocolaria" para que él hable
( E G M : 4, 83-84). A unos médicos del Seguro Social les
explica que es muy importante para un presidente de la
República "detenerse. . . a charlar con distintos grupos
de mexicanos" ( E G M : 7 , 9 1 - 9 3 ) . Se le invita al acto pu-
ramente ceremonial de descubrir un mural de Rufino Ta-
mayo y se declara complacido de verse acompañado y de
"reflexionar" con la concurrencia acerca de la "gran deu-
da que tenemos con muchos artistas" ( E G M : 8 , 8 9 - 9 1 ) .
En no pocas ocasiones ve que el auditorio, suponiendo
que la ceremonia ha terminado, comienza a desbandarse,
pero lo ataja pidiéndoles expresamente "si ustedes tuvie-
ran la paciencia de escucharme algunas reflexiones, se los
agradecería" ( E G M : 8, 160-165). La escena se repite en
otras ocasiones, cuando el auditorio, ya en pie, se dispone

32
a salir del salón. Pide entonces: "si tuvieran la bondad,
señoras y señores, de tomar asiento y e s c u c h a r m e . . . "
( E G M : 13, 9-11; 20, 59-62). Hace una petición seme-
jante por cuarta vez, pero cree ahora necesario justifi-
carla: "no quedaría satisfecho" si dejara de hablar ( E G M :
26, 118-122). Y no tiene empacho en decirles a los di-
rigentes juveniles de la Confederación Nacional de Orga-
nizaciones Populares que le complace su visita "sobre todo
porque me da la oportunidad de hacer algunas reflexio-
nes" ( E G M : 10, 182-187). Lo invitan a desayunar los ca-
ricaturistas de la prensa, y en seguida les dice: "si quieren
que platiquemos así, vamos pasando este micrófono para
hacernos algunas reflexiones" ( E G M : 26, 187-195). Al
celebrarse en 1973 el aniversario de la Constitución, se
designa al Procurador General de la República para ha-
blar "en representación de los tres poderes" federales;
pero al llegar a la Casa del Constituyente el Presidente no
puede contenerse y da salida a "las profundas reflexiones"
que le han inspirado siempre los redactores de la Cons-
titución ( E G M : 27, 159-165).
N o sólo se tiene la impresión de que hablar es para
Echeverría una verdadera necesidad fisiológica, sino de
que está convencido de que dice cada vez cosas nuevas,
en realidad verdaderas revelaciones. Es más: llega uno a
imaginarlo desfallecido cuando se encuentra solo, y vivo,
aun exaltado, en cuanto tiene por delante un auditorio.
Y si éste es restringido por el número o la homogeneidad
de sus componentes, pide que lo escuche otro más am-
plio, de hecho la Nación y aun el mundo entero. Desde
antes de tomar posesión, tenía pensado dar un decreto
para crear la Comisión Nacional de las Zonas Áridas, y
cuando lo tiene listo, se traslada a Cuatro Ciénegas, y des-
de la Casa de Carranza declara que le pareció importante
"subrayar ante la faz de la Nación" el cuidado que debía
darse a esas zonas, y que por eso deseaba "difundirlo per-
sonalmente ante la faz de la Nación" ( E G M : 1, 127-
1 3 5 ) . Una vez lo visitan algunos médicos jóvenes, resi-
dentes e internos de los hospitales oficiales, y desde luego
les pide que transmitan su mensaje "a todos los médicos
del país" ( E G M : 1 0 , 2 3 8 - 2 4 2 ) . De viaje alguna vez,

33
inaugura una escuela en Armería, poblado bien modesto
de Colima, y declara:

Esto lo digo aquí, en este rincón de México, en una escue-


la secundaria ejidal..., pero es igualmente válida para todas
las universidades y para todos los institutos técnicos.

Horas más tarde, la Universidad de Colima le ofrece un


auditorio un poco más amplio; pero apetece otro mayor.

Quisiera que mis palabras llegaran a los más lejanos y hu-


mildes hogares de los campesinos, a las familias de los pesca-
dores y a los obreros todos...

Insatisfecho, reclama un auditorio todavía más nutrido:

. . .desde aquí quisiéramos que nos escucharan todos los estu-


diantes de provincia, que nuestras palabras llegaron a todas
las universidades. . . y a todos los tecnológicos... ¡Yo se los
digo a ustedes! . . . desde aquí me refiero a toda la juventud
de México. (EGM: .35,197-218).

También se advierte la prontitud del salto a la expre-


sión verbal viendo la sensibilidad extrema del Presidente
ante la naturaleza de su auditorio, pues aun cuando su
tono más persistente es de predicador o de maestro, reac-
ciona muy acorde con quienes le hablan o lo escuchan.
El secretario del Sindicato Nacional de Trabajadores de
Educación le dispara alguna vez un discurso donde afirma
que los maestros, "por la singular posición que la socie-
dad les ha encomendado, son un sensible barómetro de
todo cuanto acontece en el seno de esa misma sociedad".
El Presidente declara que le "llegan muy hondo y le com-
placen profundamente esas palabras", y se lanza a hacer
un discurso todavía más largo y más "conceptuoso". Re-
cibe a los compositores y les dice que "mucha de la poe-
sía viva, mucho del embeleso de la literatura y de la mú-
sica" se debe a ellos, y no a los "grandes poetas y escrito-
res" amigos suyos, que sin duda criticarán semejante
creencia ( E G M : 28, .39-42). En la entrega de los "Arie-
les" discernidos por la Academia Mexicana de Ciencias y

34
Artes Cinematográficas, se entusiasma, de modo que les
ofrece la receta:

. . .idear un argumento, exaltar a través de la fotografía la


belleza; derramar mucho del espíritu humano a través de la
actuación; hacer que se lean muchas obras literarias de cali-
dad que han sido adaptadas al cine, y que, de retorno a la
literatura, los espectadores puedan conocer o reconocer des-
pués de, en el cine, haberlas visto transformadas... (EGM:
28,104-110).

Y a los dirigentes de la Asociación Nacional de Charros


les revela que en el Sur de Estados Unidos "se mantienen
con un furor muy vivo" las tradiciones charras ( E G M : 3 1 ,
11-12).
Por supuesto que sería sumamente instruaivo averiguar
las reacciones de quienes ven y escuchan al Presidente,
pues así se podría calibrar qué tan hondo calan sus prédi-
cas. Por desgracia, existen pocos textos, ya que, tratándose
siempre de ensalzarlo, los que se reproducen son los pro-
nimciamientos presidenciales. A algunos, sin duda, les
impresiona la anticipación de las citas que concede y la
puntualidad con que las respeta. Unos estudiantes vera-
cruzanos, por ejemplo, relatan conmovidos que el 28 de
enero de 1970 el entonces candidato les ofreció recibirlos
cada año en igual fecha, y que les había cumplido reli-
giosamente por tres veces consecutivas. Es más: "nos ga-
rantizó que no solamente en esa fecha podemos estar con
él, sino en todos los momentos en que sea necesaria la
identificación ideológica" ( E G M : 1 4 , 1 2 6 - 1 2 9 ) , es decir,
cada vez que pierdan el rumbo, lo recobrarán acercándose
al Presidente. Apenas si ofrecen un interés costumbrista,
llamémosle así, las reacciones del mundo oficial. Digamos
el presidente de la Corte que en ocasión del II Informe lo
felicita "no sólo en su calidad de presidente de la Repú-
blica, sino. . . de jurista y universitario distinguido"
( E G M : 2 2 , 9 3 - 9 6 ) . O cuando ese mismo personaje ase-
gura que "aun cuando por disposición constitucional los
poderes son tres, el gobierno es uno" ( E G M : 26, 30-31).
El presidente del Tribunal de lo Contencioso del Distrito
más garbosamente le dice: " . . .hácese presente nuestro

35
voto de adhesión consciente y razonado a la poh'tica na-
cionalista de su régimen. . . " ( E G M : 26, 38-40). Tam-
bién de poco interés resultan las reacciones del interlocu-
tor priista. El secretario de la CNOP le confía que ese
sector espera que siga "la apasionada entrega de un hom-
bre que, de acuerdo con el proceso histórico del país, cum-
ple íntegramente con los ideales de la Revolución ( E G M .
2 6 , 2 7 - 3 0 ) . En fin, no son menos pobres las reacciones
de la burocracia laborista: el presidente del Congreso del
Trabajo, un tanto criptográficamente, proclama que "el
cambio permite vigorizar las instituciones; la renovación
inyecta dinamismo; el reimplantamiento de las situacio-
nes inspira y mueve al encuentro de nuevos y mejores
caminos" ( E G M : 26, 21-22).
Puede considerarse como imposible que un hombre,
así sea de singular talento, de cultura enciclopédica y con
un dominio magistral del idioma, pueda decir todos los
días, y a veces dos o tres al día, cosas convincentes y lu-
minosas. En este caso particular resulta mucho más re-
moto porque la mente de Echeverría dista de ser clara y
porque su lenguaje le ayuda poco. Según se apuntó ya,
tiende a expresarse en párrafos larguísimos, de quince o
veinte líneas sin más respiro que un par de comas. Ade-
más, están plagados de oraciones incidentales explicativas
que diluyen la fuerza que sin ellas podría tener el pensa-
miento principal. Por último, dañan sus expresiones el
frecuente uso equivocado de las preposiciones, pues como
la gramática enseña, éstas "denotan el régimen o relación
que entre sí tienen dos palabras o términos".
Esas fallas desafortunadas, sobrepuestas a la urgencia
de hablar, conducen de modo inevitable a sentencias cuyo
significado resulta oscuro o a expresiones archisabidas. A
las damas de Acción Social y Cultural que lo invitan a
festejar el Día de la Madre, les dice que "en este capítulo
de la solidaridad humana, como en muchos otros, el es-
fuerzo debe ser mantenido hasta lograr la cristalización de
las intenciones" ( E G M : 2, 1 0 2 ) . En otra ocasión se le
pregunta si no es lamentable que Cantinflas haya cambia-
do su viejo papel de "peladito" al de catrín, y responde:
"por ese camino de la sensibilidad popular ha llegado a

36
un grado de mayor profundidad en la conciencia de mu­
chos problemas" ( E G M : 7 , 9 4 - 9 7 ) . Unos arquitectos le
participan los resultados de un congreso reciente, y les
dice que si bien se conoce el número de habitaciones que
faltan en el país, "vivimos ahora unos días de cambio de
filosofía social y de cambio de naturalzea económica que
a partir de estos momentos nos están permitiendo la ini­
ciación del desarrollo de nuestros programas que, con esa
nueva filosofía, atienden a distintos aspectos a lo que debe
ser la habitación popular" ( E G M : 18, 81-83). En la inau­
guración del XXVIII Congreso de la Confederación In­
ternacional de Autores y Compositores, explica que "el
artista es el receptáculo de las diversas influencias de la
sociedad en que vive, pero constituye a la vez un agente
decisivo en la confrontación del pensar y del sentir colec­
tivo" ( E G M : 2 3 , 8 9 - 9 1 ) . A los dirigentes de la C N O P
les asegura que entender "el signo del tiempo. . . es lo
de m á s trascendencia porque contribuye al fortalecimien­
to de una ideología, de una actitud subjetiva que incide en
muchos problemas objetivos para una marcha nacional lú­
cida y sólida" ( E G M : 1 8 , 5 5 - 6 0 ) . Y a unos profesores
les expone toda una teoría:

Una observación detenida y minuciosa de los estímulos de


la conducta humana nos lleva a la conclusión de que hay
factores objetivos y otros subjetivos... que motivan la entrega
a una profesión o a una causa, y que la justicia tiene también
aspectos, así los tangibles como otros de gran subjetividad, en
una combinación compleja, múltiple y armónica como es el
espíritu humano (EGM: 30, 26-31).

Los industriales del estado de México reciben la sugeren­


cia de "la necesidad de que se conciba la zona metropo­
litana del país como un anillo un poco más elástico que
se desborde con agilidad en las fronteras del Distrito Fe­
deral" ( E G M : 35, 110-116). Dos últimos ejemplos de cien
que podrían citarse. Nada menos que a los ministros de la
Corte les descubre que "la característica, quizás la funda­
mental de la vida social y de la existencia humana, es que
no existe la perfección ( E G M : 3 4 , 9 3 - 9 6 ) . A los Econo­
mistas Revolucionarios les revela que "siempre he pen-

37
sado que son heterogéneos los factores que determinan la
vida nacional" ( E G M : 1 3 , 6 4 - 7 6 ) .
En este capítulo favorece al Presidente que varios de
sus colaboradores irunediatos y no pocos de los jerarcas
del PRI o de otros organismos expresan pensamientos to-
davía más inciertos. N o vale la pena, por supuesto, citar
sino un par de ejemplos para ilustrar este punto. Un dis-
tinguido senador cavila hondamente sobre "¿hasta dónde
llega la política interna y dónde comienza la política ex-
terior? Pienso que hay una complementareidad en toda
acción política" ( E G M : 29, 322-336). El secretario de
Salubridad anuncia que el Presidente ha enviado al Con-
greso un nuevo Código Sanitario que "concibe a la salud,
no sólo como estado de ausencia de enfermedad, sino
como un desarrollo dinámico en que el hombre realiza
todas sus potencialidades sin más límite que el impuesto
para su marco genético" ( E G M : 27, 139-140). Por su-
puesto que semejante fantasía parte de la definición ofi-
cial propuesta por la Organización Mundial de la Salud
de las Naciones Unidas; pero ha sido transformada hasta
hacerla irreconocible, sobre todo cuando el propio funcio-
nario se extasía pintando este cuadro idílico al abrirse los
trabajos de la Primera Convención Nacional de la Salud:

Un nuevo concepto de la salud se perfila en la perspectiva


de nuestro desarrollo social, como transformación activa de
las potencias inmanentes en el hombre; como proliferación
y florecimiento de cualidades no manifestadas; como poder
de lucha y capacidad creativa; como poder para superar obs-
táculos y transformar circunstancias adversas en propicias, y,
así, conseguir mayores bienes en un ambiente más limpio,
más bello, seguro y prometedor. (EGM: 32,80-85).

O el secretario de Educación, que propone en Chiapas un


plan educativo "realista y autogenerado", es de suponerse
que quería decir que el plan se había inspirado en las ne-
cesidades propias o singulares de Chiapas ( E G M : 8, 107-
1 1 5 ) . Otra es, por supuesto, la reacción ante las obras,
y no simplemente ante las palabras del Presidente. Cuan-
do ha atacado con su brío peculiar algún problema an-
cestral y lo ha resuelto, la aprobación de la localidad be-

38
neficiada es de deslumbrada complacencia, como ha ocu-
rrido, digamos, en Chiapas y Quintana Roo.
Ahora un par de ejemplos de preposiciones perturba-
doras o innecesarias, así como de expresiones de una fo-
gosidad también perturbadora. Cuando se dice "difiero
con casi todas las personas que han hablado", no se sabe
si se quiso decir "concuerda con", pues se difiere "de".
Asimismo, cuando se dice "los egresados en las escuelas",
entra la duda de si no se quiso decir los "ingresados" en
las escuelas. Es inútil poner " . . . reflexionamos en que
el espíritu humano. . . " ( E G M : 3 0 , 5 9 - 6 0 ) . Y no diga-
mos esta expresión: " . . .me es grato recibir la vigorosa
presencia de ustedes" ( E G M : 14, 29-30).
Es en verdad excepcional hallar en los pronunciamien-
tos un párrafo limpio y aun hermoso, como este de su
discurso al inaugurar la LV Convención Internacional del
Club de Leones:

Han llegado ustedes a México provenientes de todas las


regiones del planeta. Distintas lenguas, nxxlos de vida, ideo-
logías y costumbres se congregan en torno a una filosofía
de la fraternidad y a una voluntad compartida de mejorar
la condición de sus semejantes. A nuestras acciones indivi-
duales deben corresponder conduaas nacionales e internacio-
nales. Si somos sensibles a la miseria y al abandono de un
hombre, de una mujer o de un niño, tendremos que serlo
con mayor razón ante el hambre y la ignorancia de un pueblo
o de muchos pueblos. (EGM: 19,128-130).

Lo mismo puede decirse del discurso que pronuncia al


entregar indemnizaciones a los ejidatarios expropiados de
sus tierras para construir la presa de Los Charcos, en Nau-
calpan. Pocas líneas le bastan para pintar con vigorosa
claridad el crecimiento monstruoso de los grandes centros
urbanos, la atracción irresistible que ejercen en el poblador
rural y los problemas casi insolubles que con todo ello se
crean ( E G M : 3. 25-28).

N A D A D E extraño tendría que estas imperfecciones ha-


bladas y escritas del Presidente tuvieran algo que ver con

39
otra de sus constantes sicológicas: la incapacidad de re-
posar, la prisa con que se mueve, la prisa con que quiere
hacer las cosas y la prisa con que quiere que otros, todos,
las hagan. Y esto, a su vez, está ligado a su insistencia en
que él cumple cuanto ofrece y lo cumple en el día, a la
hora y al minuto convenidos. Su campaña electoral causó
asombro por varios motivos, pero el principal fue el salto
continuo y pronto, la movilidad de azogue que lo llevó
prácticamente a todos los rincones del país. Y ya en la
presidencia, sus escapadas semanarias a la provincia y su
prédica diaria de que ver in situ los problemas, palparlos
allí donde están, es el primer paso necesario para resol-
verlos. Y también de aquí su desprecio infantil del hom-
bre "solitario" que clavado ante la mesa de su gabinete de
trabajo, pontifica sobre los males del país y sus remedios,
cuando jamás ha visto brotar el pus de la llaga. Por for-
tuna, ha extendido esas reflexiones a la burocracia oficial:

Muchas veces los indispensables escritorios y teléfonos nos


ocultan la realidad del país: frecuentemente nos burocratiza-
mos los funcionarios más destacados de la República; frecuen-
temente nos aislamos de nuestros conciudadanos por obra y
gracia de los muros de nuestras oficinas... (EGM: 1,127-
135).

A la segunda semana de haber tomado posesión llega


al pueblo de Súchil, donde lo reciben unos indígenas para
agradecerle las promesas de mejorar su condición, hechas
durante la campaña electoral. Reacciona de inmediato:

El programa duranguense está en marcha, y no habremos


de desatender el cumplimiento de ninguna de las promesas
formuladas.

Y para subrayar su credo, usa una frase que bien pudiera


convertirse en el motto de toda su acción gubernamental.
Dice: "Sobre la marcha, caminando, seguiremos poniendo
las ideas a caballo. . ." ( E G M : 1, 260-279). Al pasar du-
rante su gira por Tototlán, conoce a Almendrita, una niña
de once años que oye al candidato ofrecer una presa en
beneficio del pueblo. En el tercer mes de su presidencia

40
se le presenta en Palacio a recordarle su ofrecimiento, y en
la conversación le pregunta qué querría ser de grande.
Almendrita le dice que actriz de teatro. En seguida toca
el timbre para encargarle a don Fausto Zapata que dé ór-
denes telefónicas al director del INBA a efecto de inscri-
birla en una escuela de arte dramático y concederle una
beca para hacer sus estudios ( E G M : 3, 7 1 ) . Poco tiempo
después viaja a Chiapas y tiene una "reunión de Trabajo"
que dura seis horas y en que intervienen más de treinta
personas, cada una de las cuales, por supuesto, hace alguna
petición. Los chiapanecos no se calman con el anuncio de
que en ese buen año de 1971 el gobierno federal inver-
tirá en el estado más de 2 000 millones de pesos. Enton-
ces, el Presidente propone una mesa redonda que estudie
"a fondo" cada una de esas peticiones y pueda él dictar
los acuerdos necesarios, acuerdos que "mañana mismo co-
nocerán todos los chiapanecos" ( E G M : 3 , 1 8 1 - 1 9 4 ) . Du-
rante una visita que le hace, el director de la Comisión
Nacional de Energía Nuclear expresa su esperanza de que
alguna vez el Presidente pueda visitar las instalaciones de
la Comisión, y "suspendí algunas actividades para venir
desde luego" ( E G M : 1 2 , 6 9 - 7 1 ) . Ante una comisión de
ejidatarios oaxaqueños interesados en la construcción de
la presa Cerro de Oro, ofrece que "esta misma semana se
comenzarán los trabajos", y para que nadie dude, agrega:
" . . . no habrá nada de lo aquí expuesto [en el decreto res-
pectivo], que es una promesa, que no se cumpla" ( E G M :
31, 115-118). El rector de la universidad de Querétaro le
somete unos planos para la reedificación de las instala-
ciones escolares, y tras echarles un vistazo, le pregunta:
"¿Cuándo se inaugura si se comienza mañana mismo?
Porque esto es lo importante, no comenzarlo, sino aca-
barlo" ( E G M : 22, 146-147). Cuando inaugura los traba-
jos del V Congreso Internacional de Nefrología, un de-
legado extranjero expresa la esperanza de que alguna vez
se monte en México un instituto de esa especialidad. An-
tes de hacer la declaratoria de inauguración, el Presidente
dice: ". . .ya encomiendo al secretario de Salubridad que
haga los planos, y aproveche este Congreso para la fun-
dación de ese Instituto" ( E G M : 3 3 , 4 3 ) . Ante una reu-

41
nión de inspeaores de las Misiones Culturales de la Se-
cretaría de Educación, anuncia que "en un año duplica-
remos el número de las Misiones, y en dos, lo triplicare-
mos. . . " ( E G M : 2 6 , 1 0 7 - 1 1 5 ) . Miembros de la Central
Campesina Independiente le exponen algunos problemas
durante una reunión de trabajo que "se prolonga hasta la
madrugada del día siguiente", pero como aun así no se
llega a definir la solución de todos, les pide que nombren
una comisión que a costa del gobierno permanezca en la
capital "hasta llegar a aclararlos" ( E G M : 32, 124-125).

E L S E R humano es tremendamente complicado aun si se


trata de imo que, como Echeverría, parece transparente
dada su patente extroversión. Por eso, a las constantes
sicológicas ya indicadas, han de agregarse todavía otras
más. Desde luego la noción de tener por delante un tiem-
po interminable. Puede verse alguna justificación, si bien
remota, al hecho de que en vísperas de enviarse al Con-
greso la nueva Ley Federal Electoral, tenga con el secre-
tario de Gobernación un acuerdo "que se prolongó por
ocho horas y luego prosiguió de noche" ( E G M : 2 2 , 1 9 5 ) .
Pero ya sorprende que a los dirigentes del Colegio Nacio-
nal de Arquitectos les ofrezca visitarlos para "escuchar
toda una tarde los trabajos que ustedes quieran exponer-
me y las ideas que ustedes quieran desarrollar" ( E G M :
4,9).
A esta desconsideración del tiempo se asocia de un
modo natural un temperamento optimista. Poco después
de haberse subido los precios del azúcar, del tabaco, la
cerveza y los refrescos, que provoca un alza de numerosos
otros artículos, comenta:

Vivimos, no digo una época, no digo una temporada —y


quiero subrayarlo— [sino] unos días de encarecimiento de
artículos de primera necesidad... (EGM: 2,63-65).

A la semana siguiente, califica de "artificial" semejante


encarecimiento ( E G M : 2 , 8 3 - 8 4 ) . En abril de 1971 es-
cucha el informe del Consejo de Administración de los

42
Ferrocarriles Nacionales, y comenta: '". . .si así se conti­
núa trabajando, hemos encontrado el punto de arranque
para que en el presente sexenio sean rehabilitados los
ferrocarriles, considerando íntegramente el sistema"
(EGM: 5, 36-37). Pinta con gran claridad que los gran­
des conjuntos habitacionales resuelven "grandes proble­
mas, pero provocan graves desajustes"; deja su solución,
sin embargo, a la sociología, la antropología "y sobre
todo, a una buena voluntad para la solidaridad en cual­
quiera de sus formas" ( E G M : 3 6 , 1 7 - 2 0 ) . Tras inaugurar
la carretera Transpeninsular de Baja California, se le pre­
gunta cómo se superan las carencias, y contesta: "con ima­
ginación pero con esfuerzo" ( E G M : 3 6 , 2 3 1 - 2 4 1 ) . Sólo
una vez hace un vaticinio en apariencia pesimista, si bien
en realidad no lo es, pues expresado al iniciar su gobierno,
equivale en realidad a presentar el programa que se pro­
ponía realizar:

Sin pesimismo, con la serena y equilibrada previsión que


nos dan los conocimientos esenciales y básicos de la sociolo­
gía, de la economía y de la historia de México, podemos afir­
mar que si en este sexenio no logra el p a í s . . . renovar sus
instalaciones ferrocarrileras, incrementar sus formas de pro­
ductividad, elevar la producción agropecuaria y los niveles de
vida de los campesinos, descentralizar la industria..., hacer
más fácil y humana la vida en las regiones áridas, incremen­
tar la producción pesquera..., desarrollar con éxito las fun­
ciones. .. del Instituto de Comercio Exterior, dar al Servicio
diplomático un nuevo sentido dinámico..., transformar el sis­
tema educativo..., y dar empleo a los egresados en las escue­
las. .., consolidar las nociones de solidaridad social de los
mexicanos, organizar el funcionamiento de los puertos, repi­
to, sin pesimismo..., podemos predecir que para el siguiente
sexenio habrá graves calamidades económicas para este país.
(EGM: 2 , 1 0 4 ) .

A E S T A S constantes del tiempo sin fin y del optimismo,


deben sumarse dos más, íntimamente asociadas a ellas: la
juventud y la "pasión". D e la noción juvenil se ha dicho
ya bastante en el capitulillo inicial de este ensayo, inclu­
sive las curiosas equivocaciones en que suele incurrir el

43
Presidente cuando baraja los datos de edad, de la suya y
de sus colaboradores. Queda, pues, aclarar otros aspectos
de esta constante.
Desde luego, su incansable insistencia en aducir como
prueba de buen gobierno el haber designado embajadores
jóvenes, entre los cuales "destaca" uno de 32 años, dos
que tienen un año más y que, por lo visto, nada destacan
ya, y otros que "apenas rebasan los 4 2 " ( E G M : 4 , 3 8 -
4 2 ) . Pasemos asimismo por alto que un periodista le pre-
gunta si alguna vez practicó un deporte, y responde que
nadaba "en la adolescencia", pero advirtiendo que la con-
testación resulta poco juvenil, añade: " . . .y estaba re-
cordando que poco después" se dedicó a los aparatos, al
fútbol americano, al frontenis, al golf y a la equitación
( E G M : 1 6 , 4 3 - 5 2 ) . En diciembre de ese año declara que
tiene un grato recuerdo y un cariño especial a Ciudad Vic-
toria porque allí, "como modesto funcionario federal y
capitalino —muchacho capitalino—", pudo apreciar por
la primera vez los grandes valores que encierra la provin-
cia ( E G M : 13, 182-183). Aun cuando no puede hacerse
un cálculo aritmético, eso parecería indicar que el Presi-
dente inició su carrera burocrática a los 14 años.
Más que esta comedia de equivocaciones con los años,
lo importante es que el Presidente considera a la juven-
tud como un instrumento necesario de cambio. A los dos
meses de gobierno declara en Nayarit que "esta genera-
ción en cuyo nombre hemos llegado a la presidencia, pien-
sa que no podría hacer realidad plena los principios y los
propósitos de la Revolución Mexicana si no instrumenta
un renovado sentido sociológico y económico la obra del
gobierno" ( E G M : 2, 2 4 5 ) . En la, universidad de San Luis
Potosí sostiene que el universitario puede ser "un ele-
mento esencial en la vida creativa" a condición de que
"conjugue las ideas con los hechos para transformar así
la realidad" ( E G M : 4, 38-42). A los dirigentes de la
Confederación de Jóvenes Mexicanos les dice que sería
un grave error considerar a la juventud "como una simple
etapa cronológica, como un mero momento biológico";
es y debe ser un estado permanente de ánimo. . . una
conciencia activa para el cambio y el m e j o r a m i e n t o . . . "

44
( E G M : 5,108-123).
Pero a veces se le cruzan las viejas figuras revoluciona-
rias, y entonces se siente obligado a especular sobre la ju-
ventud frente a la vejez. Como ha declarado repetidamen-
te que adora la Constitución de 17 y venera religiosa-
mente a sus autores, al visitar el 5 de febrero de 1972 el
Museo-Casa Venustiano Carranza, donde lo aguardan los
constituyentes, todos ellos viejos de más de 80 años, deja
de calificar a la suya de joven, para llamarla una "genera-
ción intermedia. . . que observa con el mismo cuidado las
inquietudes de los jóvenes y las recomendaciones de los
v i e j o s . . . " ( E G M : 1 5 , 3 0 1 - 3 0 8 ) . Y cuando en diciem-
bre de 1972 lo visitan los viejos dirigentes del partido
oficial, encabezados por Emilio Portes Gil, afirma que

. . . sí es posible la convivencia de las generaciones, no para


que los viejos vean a los jóvenes como inmaduros, y los jó-
venes a los viejos como carentes ya de un mensaje..., sino
como una continuidad que le dará a nuestra Patria una vigo-
rosa columna vertebral ( E G M : 25, 44-50).

Al examinar la constante de la "pasión", debe tenerse


algún cuidado, pues parece que nuestro Presidente no
está seguro de los significados reconocidos de esta pala-
bra. En efecto, generalmente quiere decir, "lo contrario a
la acción", "estado pasivo en el sujeto", o "perturbación
desordenada del ánimo". Más bien parecería que debiera
usar la palabra "devoción", en el sentido de "amor, ve-
neración religiosos", o quizás mejor aún "fervor", que
significa "eficacia suma con que se hace una cosa". En
todo caso, el mismísimo 1° de diciembre de 1970 dice que
el entusiasmo popular con que ha sido recibido "me com-
promete a servir a mi país con una gran pasión" ( E G M :
7, 3 9 ) . Al mandar su mensaje del año nuevo de 1971
a los dirigentes del PRI, les dice que no les desea felici-
dades, "sino angustia creadora" ( E G M : 2 , 2 3 ) . En oca-
sión de celebrarse el LV aniversario de la primera ley
agraria, sostiene que para no detener su curso, la Revo-
lución Mexicana necesita "una honda pasión creadora"
( E G M : 2, s.p.). En una visita que hace a la universidad

45
de Guanajuato, le disparan varios discursos y dice que,
"más que interesante, ha sido apasionante" escucharlos
( E G M : 3 , 1 9 5 - 2 1 5 ) . Inspecciona las nuevas oficinas de
la Confederación Obrera Revolucionaria, felicita a sus di-
rigentes "principalmente por la pasión creadora" que re-
velan "todos los detalles" del flamante edificio ( E G M : 4,
4 3 - 4 7 ) . A los estudiantes y profesores de la escuela
agrícola Antonio Narro los conmina: " . . .entreguémonos
a trabajar con pasión.. . " ( E G M : 6, 9 5 - 9 8 ) . Declara a
los miembros del Congreso Juvenil de Aportación Cívica-
Política que le ha complacido "constatar con emoción la
doarina que flota en el ambiente" ( E G M : 14, 232-237).
A los dirigentes del PRI les repite que "debe haber siem-
pre una angustia creadora" para mejorar diariamente sus
tareas ( E G M : 14, 11-24). Expuesta negativamente la
misma idea, les dice al grupo de viejos militares retirados
que

. . . a veces, en donde más esfuerzos se hicieron, en donde


más sangre se derramó, como que !a fatiga, o el cansancio,
o los intereses, hacen que se enseñoreen ciertas actitudes que
no están de acuerdo con nuestro movimiento social... (EGM:
24, 115-117).

Los miembros del Consejo de Administración del Banco


Nacional de Obras y Servicios Públicos reciben el con-
sejo de que "todo servicio debe ser prestado con pa-
sión. . ." ( E G M : 27, 9 3 - 9 7 ) . Y los delegados de la Aso-
ciación Mexicana de Hoteles deben revelar "inconformi-
dad, una rebeldía creadora todos los días" ( E G M : 28,
179-183). En una reunión de trabajo alaba "el corazón
ardoroso" de los guerrerenses ( E G M : 3 1 , 1 9 0 - 2 0 1 ) . A
los vecinos de Naucalpan les declara su interés en "la
emoción política" con que deben atenderse los servicios
que se ofrecen al público ( E G M : 3 2 , 2 2 1 - 2 2 4 ) . Y en
agosto de 1973, cuando los diputados de la XLVIII le-
gislatura se despiden de él, les dice:

. . . pero cuando cada minuto lo llenamos de pasión y de va-


lor..., sentimos que los años han pasado veloces (EGM: 33,
126-1.36).

46
Pocas dudas pueden caber de que una de las constan-
tes más constantes del Presidente Echeverría es esta de la
juventud como instrumento de cambio. Es verdad que a
veces, como acaba de verse, trata de condicionarla dicien-
do que debe entenderse la juventud no tan sólo como
tránsito cronológico o un hecho meramente biológico^
sino que a la simple edad ha de agregarse un espíritu re-
novador. Pero varias consideraciones y hechos numerosos
debilitan esas rectificaciones ocasionales. En ellas, por
ejemplo, no ha llegado a afirmar que puede haber "vie-
jos" con un espíritu renovador acusado y comprobado,
cosa susceptible de confirmarse históricamente. Tampoco
ha especulado sobre la tragedia que pinta de modo tan
maravilloso este refrán francés: "si los jóvenes supie-
ran. . . si los viejos pudieran". Porque, en efecto, puede
tenerse por seguro que en general al joven le falta, no ya
la experiencia, hecho en que casi siempre se piensa, sino
el reposo sin el cual la reflexión es imposible. Por otra
parte, al negarles el Presidente todo poder, los "viejos"
no han tenido ocasión de servir útilmente al país. Más
grave aún es la sospecha de que el horror al "viejo" que
tanto cultiva el Presidente, se origine en el santo y justi-
ficado horror, no al simplemente "viejo", sino al "polí-
tico viejo" que le tocó conocer en su vida pública ante-
rior, un hombre, este sí, detestable porque todo él está
hecho de maña, de doblez, de trucos, y no de ideas y me-
nos de ideales. Más grave aún es el hecho comprobable
de que el Presidente usa el haber nombrado embajador
a un mozalbete de 32 años para demostrar el acierto, di-
gamos, de su gestión financiera, o su apego a la libertad
de expresión. Tampoco ha considerado que al creársele a
un joven la idea de que real, positivamente puede ser
presidente de la República al día siguiente de cumplir 35
años de edad, y que le es dable llegar a secretario de es-
tado a los 20, se le incita a organizar toda su vida para
alcanzar esas metas ya asequibles, es decir, se le despierta
una ambición puramente política, a la que sacrificaría
la devoción al trabajo desinteresado, la reaitud de sus ac-
tos, la limpieza del pensamiento. En fin, se ha desconsi-
derado también que el no gastar el joven algún tiempo en

47
ascender gradualmente la escala de la estimación pública,
sino colocándolo de golpe en los puestos más encumbra-
dos de ella, en realidad se le condena a una muerte pre-
matura, o se le fuerza a pasarse con armas y bagajes ai
campo de los negocios privados. En efecto, si se les hace
a uno de los aspirantes actuales a la presidencia, conclui-
rían su mandato a los 45 ó 46 años de edad. ¿Qué diablos
harán en los 20 ó 25 que les quedan de vida?
Lo cierto es que ésta no es sólo una de las constantes
más constantes del Presidente, sino una de las destinadas
a tener más constantes efectos.

L A Ú L T I M A constante sicológica que cabe destacar es la


cortesía. De los gobernantes revolucionarios quizás pueda
decirse que con la sola excepción de uno, que puede cali-
ficarse de grosero, y otro de brusco, todos los demás han
sido corteses. Pero todos ellos han sido secones, y ningu-
no ha sabido combinar la cortesía con la cordialidad, ex-
ceptuando tal vez a López Mateos. Tampoco Echeverría es
cordial y su cortesía, además, es un tanto ceremoniosa. A
pesar de ello, no puede ponerse en duda que su cortesía es
genuina y que se empeña en ser amable con todo el mun-
do, y más aún con los desvalidos o los modestos.

48
III. V I S T A A O J O D E PÁJARO

C O N V I E N E R E V I V I R algunos recuerdos para situar m e -


jor la apreciación g e n e r a l q u e se p r e t e n d e hacer aquí d e
algunos cambios i m p o r t a n t e s q u e el presidente Echeverría
ha i n t e n t a d o en sus tres primeros años de gobierno. A pe-
sar de sus antecedentes conservadores, n o dejó d e sor-
prender que d o n M a n u e l Ávila C a m a c h o iniciara desde
el p r i m e r m o m e n t o de su reinado u n a rectificación a la
obra y los procedimientos de su antecesor, el general Lá-
zaro Cárdenas. Lo hizo sin declararlo públicamente, y sus
actos no fueron bruscos y m e n o s teatrales; antes bien, m e -
didos. M i g u e l A l e m á n , q u e sube a la presidencia en 1946
sin liga a l g u n a especial con Cárdenas, y, sobre todo, con
una filosofía económica y política m u y distinta, c o n s u m a
c l a r a m e n t e la rectificación.
U s a n d o la jerga d e los economistas latinoamericanos,
podría decirse q u e Cárdenas fue u n "estructuralista" n a t o ,
es decir, u n h o m b r e q u e creía q u e el verdadero progreso
económico, y por consiguiente la distribución equitativa
de sus frutos, n o pueden conseguirse sin modificar antes
la estructura o la organización socioeconómica de u n
país. A l e m á n , en cambio, personificó la creencia de q u e
no cabe repartir u n a riqueza inexistente, y que, por lo
tanto, lo p r i m e r o es crearla y crearla en abundancia para
que algo le t o q u e a todos. D i c h o de o t r o m o d o . Cárdenas
se p r o p o n í a e m p u j a r al país s i m u l t á n e a m e n t e hacia u n a
mayor riqueza y hacia u n a sociedad m á s equilibrada. Ale-
m á n , a la inversa, pensaba que, creada la riqueza, ven-
drían por sí solos el progreso social y aun el político. Se
propuso, en suma, hacer del desarrollo económico nacio-
nal la m e t a principal, por n o decir la única, de la acción
del estado, del empresario, del o b r e r o y del campesino.
Este c a m i n o trazado por A l e m á n fue recorrido duran-
te veinticuatro años por él m i s m o y por los tres sucesores
siguientes. En u n m o m e n t o dado, sin e m b a r g o , ocurrie-
ron dos f e n ó m e n o s q u e crearon dudas sobre si ésa era la
ruta m á s acertada, y después, la aspiración, aun el apetito

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de cambiarla. La primera duda brotó en el campo econó-
mico, al comenzar a publicarse estudios que, a pesar de
sus deficiencias técnicas, señalaban un hecho grueso, pero
que parecía incontrovertible: como ya se dijo, el ingreso
nacional se repartía del modo más inequitativo imagina-
ble, ya que el diez por ciento de las familias privilegiadas
se llevaba el cincuenta por ciento de ese ingreso, mien-
tras que el cincuenta por ciento de las "otras" familias ape-
nas alcanzaba el catorce. N o pasó mucho tiempo sin que
brotara la duda política: la estabilidad de que el país
venía gozando desde 1929, y particularmente desde 1946,
se había conseguido a costa de un monopolio del poder
político cada vez más estrecho y cerrado.
Empero, estas dos dudas, la económica y la política, no
pasaban del ensayo erudito, del artículo, de la conferencia
o de la murmuración callejera; pero la rebelión estudian-
til de 1968 les dio un estado público espectacular. Pro-
dujo, además, un resultado patético y visible: el aislamien
to cabal en que vivió sus dos últimos años el gobierno de
Díaz Ordaz.

A s í S E creó una atmósfera propicia a la creencia de que


era inevitable un cambio, que un grupo deseaba y otro
temía. Quizás los componentes principales del primero
pertenecían a lo que vagamente pueda llamarse la "clase
media ilustrada": estudiantes, profesores, intelectuales,
periodistas y algunos líderes obreros desplazados de sus
sindicatos. Más claramente, el grupo de los temerosos es-
taba formado por la iniciativa privada o los negociantes,
así como la alta burocracia administrativa y política, ex-
puesta a caer de su encumbramiento.
Según se ha dicho ya, en ese clima de apetito y de mie-
do al cambio surgió la candidatura presidencial de Luis
Echeverría. El hecho mismo de que fuera un hombre
poco conocido, y ciertamente no "calado", alentó la espe-
ranza de los unos y el temor de los otros. Muy pronto co-
menzó a singularizarse el candidato: dotado de una resis-
tencia física muy poco común, recorrió perseverantemente
el país entero escuchando quejas, viendo brotar proble-

50
mas a granel, palpando de continuo el atraso y la pobre-
za. Presumió, además, de hombre joven, y de serlo tam-
bién su equipo de trabajo irunediato. Esto parecía indicar
que, no teniendo viejas y macizas ligas con el pasado, ve-
ría las cosas con ojos nuevos y frescos, y que, por lo tan-
to, juzgaría natural la mudanza. Vino, en fin, la prédica
oficial del cambio, de modo que no parecía caber ya duda
de que lo habría.
Pero entonces se produjo un malentendimiento del
que no ha salido todavía la Nación. Esa clase media ilus-
trada, ni como grupo ni ninguno de sus miembros indi-
vidualmente considerado, definió qué cambios apetecía,
cómo proponía lograrlos, por qué y cuándo deberían hacer-
se y mucho menos los frutos perdurables que se espera-
ban del cambio. Los temerosos simplemente se agazapa-
ron y rogaron en silencio que no los hubiera o, en el peor
de los casos, que resultaran leves. N o fueron suficiente-
mente listos para adelantarse a proponer el que menos los
afectara. Por su parte, ni el candidato, ni el Presidente re-
cién llegado, hicieron una clara definición de lo que se
proponían hacer. Reconoció, y explicó ese malentendi-
miento muy tardíamente, de hecho, un mes antes de ini-
ciar su tercer año de gobierno, cuando dijo:

Se habla mucho de cambios, y es preciso para ser conse-


cuente con una postura simplemente racional, que se diga ha-
cia dónde... es preciso perfilar las metas, señalar objetivos,
y esto es sólo posible con la comprensión de los hechos que
nos envuelven.

T O D O E S O acarreó la consecuencia lamentable de que


mientras un observador atento y equilibrado tiene que ad-
mitir que el presidente Echeverría ha introducido cam-
bios importantes y saludables, un gran número de mexi-
canos desconoce la existencia de ellos, y los pocos que la
admiten, los declaran puramente verbales. ¿Por qué esa
negación, por qué tal escepticismo? En muy buena medi-
da por la vida que ha llevado el mexicano desde tiempo
inmemorial: sus problemas son tantos, tan grandes y tan

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arraigados, que su resolución sólo puede esperarse de un
ser dotado de poderes sobrenaturales, mas no del hombre,
débil, inconstante y egoísta. Esta larga y amarga experien-
cia ha hecho de él un creyente de los dioses y un descreí-
do de los hombres. Pero aun si el mexicano creyera des-
pués de ver y de palpar las obras de algunos hombres, en
el presente caso no puede ver porque varias de las cosas
que ha intentado el presidente Echeverría se ejecutan fue-
ra de la Capital, y sobre todo porque sus resultados no
serán palpables sino después de algunos años, después, a
buen seguro, de que su impulsor abandone la Silla.

TÓMESE COMO ilustración de esto último lo que parece


ser uno de los puntales más salientes de toda la filosofía
echevérrica: el renacimiento económico, educativo, cívico
y cultural de la provincia. Desde muy temprano declara:
" . . . no dejamos pasar una semana antes de volver a la
provincia. Es allí donde las ideas mexicanas siguen en pie,
en forma permanente, alimentando lo mejor de nuestro
espíritu y delineando y acendrando lo mejor de la Pa-
tria" ( E G M : 4 , 7 0 - 7 2 ) . Más tarde habla de que seguirá
apoyando la descentralización de la enseñanza universita-
ria " . . . para que la provincia mexicana siga dando su
aportación ejemplar a la cultura y el progreso del país"
( E G M : 28, 317-342). Considera que en la provincia "la
gente está más cerca"; en ella es "donde los problemas
se ven con más claridad, donde es más fácil que las fami-
lias permanezcan unidas. . . y donde la vista de las mon-
tañas no es obstruida por altos muros de concreto" ( E G M .
31, 4 3 - 4 4 ) . Poco se necesita argüir en favor de este pro-
pósito, pues si en el panorama nacional hay algo hirien-
te y abominable en grado sumo, es la macrocefalia del
Distrito Federal, que el dicho popular recogió desde hace
mucho tiempo expresivamente al decir que fuera de Mé-
xico todo es Cuautitlán.
A más de saludable, haber dado con ese propósito re-
presenta méritos excepcionales. Desde luego, ningún Pre-
sidente anterior lo sostuvo o siquiera lo enunció, cosa ex-
traña, ya que, por ejemplo, de 1910 a 1935 "los hombres

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del Norte", provincianos y por siglos segregados del
"Centro", gobernaron a México. En marcado contraste,
Luis Echeverría inventa y sostiene el propósito de revivir
la provincia no obstante ser él un producto ciento veinti-
cinco por ciento capitalino, por su origen, su educación,
su residencia y su falta de sangre indígena.

S E D I R Á que en política no basta enunciar propósitos,


pues en ella los hechos son lo único que cuenta; pero es
un hecho y no un dicho, y comprobable, que Echeverría
ha dedicado mucho de su tiempo y de su energía persona-
les al logro de ese fin, a más, por supuesto, de cuantiosos
recursos.
Desde luego, ha usado la idea vieja de la descentrali-
zación industrial para reanimar la economía provinciana,
pero con una diferencia respecto a sus antecesores. Por ex-
traño que parezca, en este caso no se ha limitado Echeve-
rría a predicar la necesidad imperiosa de semejante des-
centralización, sino que para lograrla ha ofrecido tenta-
dores estímulos crediticios y fiscales. Para concederlos, se
dividió la República en tres zonas, según su desarrollo in-
dustrial, desde la "altamente desarrollada" hasta aquella
otra en que "todavía es una mera promesa el desarrollo
industrial". Entonces, el estímulo fiscal va del 10 al 100
por ciento ( E G M : 20, 109-110). Además, ha ordenado
construir parques o corredores industriales en varias regio-
nes del país. Al día siguiente de tomar posesión, el Pre-
sidente decretó crear en la Nacional Financiera un fidei-
comiso, con un capital inicial de 5 millones de pesos, para
determinar las poblaciones donde pudieran promoverse
conjuntos, parques o ciudades indu.striales ( E G M : 1, 159-
162). Como respuesta un tanto tardía, al año cinco go-
bernadores le sometieron el plan ambiciosísimo de cons-
truir un Corredor del Desarrollo Industrial que partiera
de Mazarían para terminar en Matamoros ( E G M : 10,
1.33 ). En seguida estimula la reunión del Primer Semina-
rio Nacional Técnico Estudiantil-Empresarial, que se ocu-
pa de la descentralización industrial ( E G M : 9 , 2 9 1 - 3 0 2 ) .
Pronto se inicia la construcción de las Ciudades Indus-

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triales de Durango, Querétaro, Mérida y Veracruz, y se
anuncia que para fines de 1972 habrá otras dos, y que
"en breve plazo" se contaría con otras cincuenta y nueve
( E G M : 16, 13-26). El ritmo con que se empujaba este
propósito debió parecerle tan vertiginoso, que en julio de
ese mismo año de 1972 creyó necesario poner una nota
de moderación: "sabemos —dijo entonces— que no bas-
tan las facilidades de la urbanización industrial. . . para
convencer a cualquier promotor industrial de que se han
llenado todos los requisitos. . .; pero estamos haciendo un
esfuerzo. . ." ( E G M : 20, 155-159).
Y ha embestido este problema del renacimiento pro-
vinciano por vías distintas, digamos la educativa. Con
poca discriminación, pero con rumbosa largueza, ha dado
dinero a todas las universidades de provincia; en particu-
lar, sin embargo, ha creado 34 institutos tecnológicos re-
gionales y locales, más 254 escuelas tecnológicas agro-
pecuarias, o sea escuelas secundarias especializadas en esa
enseñanza^ número que se pensaba llevar a 720 al con-
cluir el año de 1973 ( E G M : 32, 129-134). Pues esta es
otra novedad acertada del gobierno de Echeverría: el im-
pulso a la educación técnica como correctivo a la enseñan
za profesional de nuestras universidades, y porque está
convencido de que sólo industrializándose se salvará el
país de la pobreza, y de allí la admisión de que México
necesita desesperadamente técnicos, ahora sí que "a todos
los niveles". Su entusiasmo es tan grande, que se deleita
haciendo notar que apenas unos meses antes "en este si-
tio, sólo la tierra, las montañas y las nubes nos indicaron
el lugar para comenzar la construcción del Instituto Tec-
nológico Regional" de Hidalgo, y que, hecha ya, y en su
primera visita, se le piden ampliaciones "que se atende-
rán desde luego". Además era "ya tangible o potencial"
que del instituto brotaran "industrias de tipo mecánico,
de minería, de construcción, de electricidad, de plásticos,
de café, de materiales extractivos, de productos de piel, de
calzado, editorial, siderúrgica, neumática, del carbón,
mueblera, jabonera, eléctrica y de telecomunicaciones"
( E G M : 2 1 , 192-224).
Muy cercano a este buen propósito de reanimar la vida

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provinciana se halla el de rescatar para México la larga
franja fronteriza del Norte, que durante largos años ha
venido nutriéndose económica y mentalmente de Estados
Unidos. A los cinco meses de entrar en la presidencia, se
crea la Comisión Intersecretarial para el Desarrollo Fron-
terizo, que se reúne periódicamente en distintas ciu-
dades de la Frontera, con la asistencia de los seis goberna-
dores de los estados afectados. En la IV, de enero de
1973, el Presidente expuso con marcada oscuridad su
pensamiento, pero puede presumirse que, en esencia, ase-
guró que una filosofía meramente "desarrollista" apenas
vería en la Frontera un lugar propicio a la creación de
atractivos para pescar al turista norteamericano del otro
lado. Pero si se piensa en un "desarrollo integral, equili-
brado y con un sentido de justicia social", entonces ha-
bría que ligar el progreso de esa zona al de todo el país.
Por supuesto que este buen propósito choca desde luego
con la áspera realidad de las empresas maquiladoras nor-
teamericanas que se instalan en nuestro territorio del Nor-
te para beneficiarse de salarios e impuestos bajos y rehuir
las cargas fiscales de Estados Unidos. En efecto, como se-
mejantes empresas ocupan a 53 000 mexicanos y derra-
man anualmente salarios por valor de 1 300 millones de
pesos, se creyó necesario ayudarlas, sobre todo facilitando
el despacho de las importaciones y exportaciones que ha-
cen, facilidades que "van desde las mesas especiales para
recepción, comprobación y pago. . . hasta el despacho en
garita" ( E G M : 26;, 282-311). Más atrevidamente, puesto
que la medida se basa en supuestos sicológicos, se autori-
zó la libre importación a México de ochenta artículos
"gancho" norteamericanos ( E G M : 1 3 , 2 1 - 3 4 ) . Se supone
que son artículos cuya compra juzga indispensable el me-
xicano fronterizo; pero que si puede adquirirlos en tien-
das mexicanas, dejará de comprar muchos otros que com-
pra "de paso" en las norteamericanas. Por otra parte, no
puede desconocerse que uno de los móviles para empren-
der esta tarea es una cierta xenofobia infantil. Esto, sin
embargo, no le resta justificación al propósito de recobrar
para México la economía fronteriza. Por último, aun si
tuviera pleno éxito en el terreno económico, claro que

55
quedaría por lograr el rescate m e n t a l , tarea difícil, si n o
imposible, ya q u e el estilo d e vida n o r t e a m e r i c a n o es imi-
tado en todo el m u n d o , incluso, p o r supuesto, en la U n i ó n
Soviética y los países socialistas.

L A S C A U S A S del desconocimiento d e esos esfuerzos,


grandes y sostenidos, son varias, pero m u y c o n c r e t a m e n t e
dos, señaladas ya: desplegarse fuera d e la Capital y ser d e
frutos tardíos. T r a t á n d o s e , digamos, d e los institutos téc-
nicos regionales, deberán pasar por lo m e n o s ocho años,
pues sólo entonces dos generaciones de g r a d u a d o s estarán
trabajando en laboratorios, fábricas y talleres. Y h a b r á
q u e juzgar esos frutos i n d u l g e n t e m e n t e , pues n o puede
desconocerse q u e este e m p e ñ o se h a acometido con tal
fogosidad, q u e su consecuencia necesaria ha sido u n preci-
pitarse a paso veloz para elegir el lugar d o n d e deben le-
vantarse los edificios y n o digamos los planes d e estudios
y sobre todo el profesorado. Y todavía está por verse lo
q u e disponga el sucesor d e Echeverría, pues u n a larga ex-
periencia indica que b u e n a parte de la obra "constructi-
va" del recién llegado se endereza a destruir o sepultar en
el olvido lo anterior.
Este buen propósito, sin e m b a r g o , presenta una falla
que parece decisiva: ¿será posible darle a la provincia una
vida económica y cultural propia si se le niega cierta au-
t o n o m í a política? Es verdad que del m o d o m á s espontá-
neo y personal Echeverría inició las reformas legales con-
ducentes a q u e hubiera elecciones municipales en el
Distrito d e Baja California; pero n o parece q u e en ningu-
n o d e los muchísimos ayuntamientos del país se hayan
alentado elecciones m á s genuinas y libres, y m e n o s toda-
vía dotarlos de recursos económicos que aseguren su li-
bertad. Lo cierto es q u e sabemos poco d e los municipios
salvo d e los m u y importantes de M o n t e r r e y y Guadalaja-
ra, o d e aquellos otros, tal Tijuana y Mérida, q u e en un
m o m e n t o d a d o alcanzan una notoriedad circunstancial,
P e r o en estos casos justamente se ha visto bien la m a n o
del C e n t r o , y más aún c u a n d o se trata de los g o b e r n a d o -
res d e los estados. Así lo d e m u e s t r a n los casos de N u e v o

56
León y Sonora, los más recientes de Chihuahua y Michoa-
cán y el muy notorio de Veracruz. N o puede ponerse en
duda que la iniciativa de presentarlos como candidatos no
partió de los ciudadanos y residentes de esas entidades, es
decir, de la gente que nació en ellas, donde han vivido a
veces por generaciones, se han educado y donde tienen fa-
milia y se ganan el pan nuestro de cada día, y cuyo por-
venir, por lo tanto, está fincado en la localidad.
Sería desproporcionado cargar toda la culpa a la cuen-
ta del presidente actual. Puede demostrarse históricamen-
te que todos ellos se han empeñado en aumentar el poder
de la autoridad central a costa de las autoridades locales.
Por añadidura, no se trata tan sólo de los hombres, sino
de cosas más hondas y permanentes, como son la geogra-
fía del país y su heterogeneidad social. Partido en valle-
cilios por altas montañas, aisladas sus partes por el de-
sierto, se dificulta la comunicación nacional. Esto da lu-
gar al nacimiento y la supervivencia de la autoridad local
arbitraria llamada cacique, opuesta siempre a toda acción
nacional aun si es benéfica para la localidad o la persona
del cacique. Entonces, el Centro trata de dominarla a cual-
quier precio. A ese fraccionamiento extra-legal de la auto-
ridad contribuye la heterogeneidad de la sociedad mexica-
na, pues reclama un rasero cualquiera para uniformarla
un tanto. De igual manera, debe admitirse que los estados
mismos no parecen estar interesados en salvaguardar su
independencia. La mayor parte de sus constituciones ape-
nas exigen el requisito de nacimiento dentro de la enti-
dad, pero no el verdaderamente efectivo de una residen-
cia ininterrumpida, digamos, de diez años. La de San Luis
es más liberal todavía, ya que pueden ser gobernadores
los hijos de los nativos del estado. N o sólo eso, sino que
debe recordarle que la legislatura de Sonora modificó en
veinticuatro horas la Constitución local para rebajar a
treinta años el requisito de edad, pues el anterior de trein-
ta y cinco excluía al candidato elegido por el Centro.
Todo esto no quita, sin embargo, que pueda y deba car-
garse a la cuenta del presidente Echeverría el no haber
tomado ninguna medida para iniciar la corrección de un
estado de cosas a todas luces perjudicial.

57
Y casi sobra decir que a nadie puede engañar el hecho
de que el aparato político teatral del PRI le da una legi-
timidad formal a la nominación y posterior elección de
los candidatos designados. Es más: como los otros parti-
dos políticos suelen abstenerse de presentar candidatos
propios, los del PRI resultan únicos, de modo que puede
llegarse a decir que fatalmente tenían que ser electos.
Aparte de razonamientos como éstos, pueden recordarse
ciertos hechos históricos que apuntan también a la incom-
patibilidad de una autonomía económica y cultural con
una servidumbre política. El nombre mismo de Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas indicaba claramente el
propósito original de que todas y cada una de ellas con-
servara su propia lengua y en general su cultura, así como
una acusada autonomía política, la que corresponde a toda
una República. Pronto, sin embargo, el rasero central y
nacional barrió con ese designio. También está Cataluña,
la metrópoli económica de España, con una fuerte y asi-
duamente cultivada personalidad cultural, y que, sin em-
bargo, aspira siempre a una autonomía política que ha ido
desde la constitución de un estado independiente hasta
un gobierno local libre.

ECHEVERRÍA comenzó mal con una idea que, a más de


acertada, significa un cambio importante. Dijo al aceptar
su candidatura que bajo su presidencia la reforma agraria
entraría en una segunda etapa, la de aumentar la produc-
tividad del ejido para que el ejidatario pudiera consumir
los productos de la industria nacional, que se enriquecería
con semejante ampliación de un mercado confinado hasta
entonces a la clase media. Mal, no, desde luego, porque
sea indeseable que el ejidatario prospere, ni tampoco por-
que no deba beneficiarse la industria mexicana con un
ensanchamiento del mercado interno. El disparate consis-
tió en presentar la suerte mejor del ejidatario como medio
para alcanzar el fin de la prosperidad industrial, cuando
debió haberse propuesto como un fin en sí mismo y el
más levantado de todos.
De cualquier manera, después, impresionado por el cre-
58
cimiento desmedido de la población y de las zonas urba-
nas, y por las limitaciones insalvables al cultivo de cier-
tas tierras, Echeverría pensó que debían buscársele al eji-
datario horizontes económicos fuera de la agricultura. En
un plano menor, pero no exento de significación, la Co-
nasupo abrió unos cursos de capacitación que permitieran
a los hijos jóvenes de los ejidatarios administrar las cose-
chas de sus mayores, y no propiamente trabajar en su pro-
ducción. Para ello, se les adiestró en la recolección, la
selección, el almacenamiento e incluso la distribución y
venta de esas cosechas. El 2 de ocutbre de 1972, el Pre-
sidente recibe a 600 jóvenes de la Segunda Promoción
de Analistas-Almacenistas preparados en doce centros de
la Conasupo. Al presentárselos, Alfredo Bonfil, entonces
secretario de la Confederación Nacional Campesina, ex-
puso una buena idea que no exploró suficientemente:
"nuestras propias fuerzas productivas" impulsaron más
rápidamente el progreso de los sectores industrial y de ser-
vicios, dejando a la zaga al rural. De allí la necesidad de
estimularlo en todas las formas posibles, y una de ellas
era esa nueva preparación de los jóvenes campesinos:

Tal vez, señor, seamos exigentes, incluso intemperan-


tes. . . Lo que haya costado... tres o cinco mil pesos, capaci-
tar a un joven de éstos, en la primera cosecha, con que no se
alteren las básculas, con que se clasifique debidamente el gra-
no, con que se pague lo justo... se pagará íntegramente, y
con creces, el gasto de la Federación.

El Presidente, satisfecho, ordenó que "se multiplicaran en


forma muy considerable" esos esfuerzos ( E G M : 23, 9-24).
De mucha mayor envergadura ha sido la idea de crear
grandes complejos turísticos en algunas tierras ejidales,
sobre todo las expuestas al mar. En el proyecto de Ley
de Reforma Agraria, enviado al Congreso el 30 de di-
ciembre de 1970, el Presidente vio abierta la posibilidad
de que "los ejidatarios no solamente se dediquen a la
agricultura, sino. . . a los negocios ganaderos, industria-
les, comerciales, cinegéticos y turísticos". Esta misma idea
habría de expresarla más tarde pintorescamente don Au-

59
gusto Gómez Villanueva ante los ejidatarios de Zihua-
tanejo para justificar la expropiación de sus ejidos:

El presidente Echeverría no quiere la imagen del campe-


sino permanentemente doblegado sobre el surco, sin más ho-
rizontes que una economía de autoconsumo... quiere verlo,
y lucha incansablemente por lograrlo, incorporado al desarro-
llo general del país ( E G M : 35,219-227).

El presidente halló en julio de 1971 que Nayarit ofrecía

. . . grandes perspectivas, porque las instalaciones turísticas,


que aquí se desarrollen, que sean organizadas por los propios
campesinos. .. y atendidas por sus propias familias...

Pequeños hoteles que los campesinos "instalarían en for-


ma cooperativa, expendios de gasolina o comerciales",
etc. Es más: en semejantes centros turísticos hallarían un
mercado ideal para sus productos los campesinos que re-
solvieran seguir cultivando la tierra y aquellos que cam-
biaran esta actividad por la pesca. Pensaba que la primera
etapa de este plan se llevaría cuatro o cinco años, si bien
esto dependería también de la prontitud con que los par-
ticulares adquirieran terrenos para construir hoteles
( E G M : 8, 2 7 5 ) .
A las dos semanas don Augusto se lanzó a pintar un
cuadro oscuro pero tentadoramente paradisíaco. El des-
arrollo de la Costa Alegre de Nayarit

. . . se sustenta en el concepto que trata de lograr la mayor


diversificación de programas urbanos y arquitectónicos, con
objetivos concretos e independientes entre sí.

Por esto quería decir don Augusto todo lo siguiente. Te-


nía previsto que en el ejido Las Varas se creara un centro
"vacacional-cultural" para el Ejército, que contaría inclu-
sive con un club de yates para los dragones y los artille-
ros. También se situaría allí un Centro de Estudios Eco-
lógicos y de Preservación de las Especies Regionales Te-
rrestres. Se construirían parques nacionales y cotos de
caza. En La Peñita "se proyecta la posible ubicación"

60
de núcleos vacacionales del ISSSTE y del IMSS, así como
para la CTM. Esto sin contar con que el ejido La Peñita
tiene playas "cuya popularidad y flujo turístico son de
gran importancia". El litoral nayarita "ofrece tales con-
diciones variables", que se ha "sugerido el siguiente dis-
positivo". La región norte se destinaría a un Centro de
Investigaciones Forestales dotado de viveros, de centros
de reforestación y de "auxilio frutícola". Asimismo, gran-
jas con centros cívicos y un hotel ejidal "con parque de-
portivo". En Rincón de Guayabitos habría que "regene-
rar" las instalaciones ya existentes: un motel, un campo
de casas móviles y varios restaurantes. En el ejido Sayuli-
ta se levantarían un hotel y cabanas, más campos de golf
y de tiro, así como clubes de pesca y de vela. Y no podía
faltar un grandioso Parque Histórico, Cultural y Recreati-
vo en que estuviera representada "toda América", para
mostrarle al peregrino "las raíces históricas y los valores
culturales" del Continente. Habría igualmente un museo
con una "zona de exposición" ( E G M : 9 , 4 4 - 4 6 ) .
Para realizar este impresionante proyecto se creó el Fi-
deicomiso Bahía de Banderas, que a los ocho meses rindió
su primer informe:

Los puntales del plan son las obras de infraestructura: cen-


sos de población, regularización de tierras y el desarrollo agro-
l^ecuario e industrial.

El Banco Nacional de Obras y Servicios Públicos dio para


el primer semestre 300 mil pesos, y el Fondo Nacional
de Fomento Ejidal 3 millones; pero el presupuesto anual
de operaciones se había cifrado en 12 millones. Por eso,
hubo que concentrar el esfuerzo en la Jarretadera, donde
brotará un centro de población de unos 100 mil habitan-
tes ( E G M : 18, 104-116). En octubre de 1972 el Primer
Mandatario presidió una reunión de los ejidatarios, y en
ella les aseguró que

. . .en todo aquello en que podamos colaborar para sus acti-


vidade.s, nos tienen a sus órdenes, y en todo aquello en que
debamos no estorbar, también estamos a sus órdenes, para que

61
ellos [los ejidatarios] manejen sus cosas con los apoyos que
quieran pedirnos (EGM: 23,309-315).

N o ha sido éste el caso único en que se ha proyectado


crear centros turísticos en tierras ejidales. Acapulco es
otro, pues las de algún ejido han alcanzado el precio de
3 000 pesos el metro cuadrado, razón por la cual se proyec-
tan construir en ellas "campos de golf, residencias, hote-
les, etc." ( E G M : 26, 253-259). Y en Baja California los
planes son también de gran magnitud ( E G M : 30, 126-
132).
Caso típico es este de un buen propósito cuyos frutos
se verán, no en cuatro o cinco años, como lo espera el
Presidente, sino tras quince o veinte cuando menos. Y eso
si las cosas caminaran más o menos bien, puesto que, des-
graciadamente, la esperanza no parece tener por ahora ma-
yor fundamento. Primero habrá que reunir cuantiosos re-
cursos, que de manera casi inevitable tendrá que aportar
el gobierno o, más peligrosamente, el Fondo de Fomento
Ejidal, que por definición debe atender a todos los ejidos
y no agotarse en unos cuantos. Fondos para echar la fa-
mosa "infraestructura": vías de acceso, dotación de agua
de riego y potable, drenaje, electricidad, gas, etc. Después,
fuertes capitales para construir hoteles y balnearios, res-
taurantes, centros de recreo, etc. En esta segunda etapa
nada improbable es que, a la postre, sean las empresas
hoteleras multinacionales las que corran el riesgo. . . y
recojan el beneficio. Además, fomentarán el turismo ex-
tranjero, que ciertamente tiene el atractivo de las divisas,
pero cuya presencia se hace en general con sacrificio del
viajante nacional. Pero la mayor pesadumbre proviene de
estos dos motivos. Hace ya 68 años que se fundó la pri-
mera escuela agrícola para ejidatarios, y, sin embargo,
contra lo que esperaba entonces y sigue esperando hoy la
Revolución Mexicana, no se ha transformado al ejidatario
en un empresario, es decir, en uii hombre capaz de ma-
nejar por sí mismo, sin la tutela de nadie, sus negocios
agrícolas. Lo ha suplantado, en ocasiones para explotarlo,
la burocracia del Departamento Agrario, de la Confede-
ración Nacional Campesina y del Banco de Crédito Eji-

62
dal. Entonces, ¿cómo va a convertirse al ejidatario en un
empresario de estos negocios turísticos que jamás ha visto
siquiera de lejos? La otra causa de pesadumbre es la irres-
ponsable grandiosidad con que se han pensado y atacado
estos proyectos. Por las anteriores transcripciones se ha-
brá visto que la visión original del Presidente era más mo-
derada y clara, si bien preocupa su insistencia en que los
ejidatarios deben moverse por su propia cuenta, sin otros
apoyos que los que ellos mismos pidan espontáneamente.
En todo caso, como suele ocurrirle al presidente Echeverría,
es claro que su cuadrilla no lo acompaña en esta faena.

U N O D E los cambios en que no se ha reparado suficiente-


mente es el que encierra el título que sus subordinados
le adjudicaron pronto al presidente Echeverría, a saber:
""Coordinador de los Esfuerzos Nacionales". Es verdad que
al poco tiempo lo retorcieron transformándolo en ""Rec-
tor" de esos esfuerzos, y aun de los "destinos nacionales",
pues esto supone que el Presidente está por encima de los
esforzados. De todos modos, aunque novedoso el título,
la función resulta vieja. Primero, porque es de la esencia
misma de una sociedad un tanto compleja, como es ya la
mexicana, la diversidad de intereses, de opiniones y has-
ta de gustos, y, por lo tanto, la necesidad de conciliarios
en alguna forma para crear un mínimo de orden y aun
de armonía. Y segundo, porque entre nosotros siempre
han compartido el poder, en mayor o menor proporción,
el gobierno y la llamada iniciativa privada, y como los
propósitos del uno y de la otra suelen divergir, el gobier-
no siempre ha consultado a esa iniciativa antes de tomar
una medida que pueda afectar seriamente los intereses de
ella. Y si bien en un grado menor, igual ha ocurrido con
los obreros y los campesinos.
En todo caso, conviene recordar que recientemente ins-
talado el actual gobierno, los dirigentes de la Copar-
mex se quejaron públicamente de que el propio Presi-
dente, pero sobre todo ciertos ministros suyos, consultaban
personal y privadamente con algunos de esos ditigentes,
pero no con las instituciones a que pertenecían. Y para ci-

63
tar un ejemplo, señalaron la iniciativa de ley de Reforma
Agraria. El presidente Echeverría reaccionó viva, aun co-
léricamente. En cuanto al primer cargo, dijo que sería in-
humano prohibirle a sus ministros tener esos u otros ami-
gos; respecto del segundo, que si la Constitución le pidiera
enviar sus iniciativas de ley a la Coparmex y no al Con-
greso de la Unión, los dirigentes de ésta podían estar se-
guros de que así lo habría hecho ( E G M : 2, 108-116).
A pesar de este mal comienzo, parece fácil reconocer
que ninguno de sus antecesores hizo un esfuerzo claro por
institucionalizar la consulta del gobierno con los sectores
privado, obrero y campesino. A las numerosas "reuniones
de trabajo" que ha provocado, y que en buena medida
consisten en escuchar quejas y peticiones, siempre han
concurrido representantes de esos sectores; pero el esfuer-
zo institucionalizador culminó en la creación, primero, de
la Comisión Nacional Tripartita y después de las comi-
siones tripartitas locales. En realidad, estos dos organismos
comenzaron (bien significativamente) como una "con-
frontación" entre dirigentes obreros y representantes de la
banca y la industria. El Palacio Nacional le sirvió de es-
cenario en mayo de 1971. También nació bajo otro mal
auspicio, a saber, las ideas confusas que la presidieron.
Digamos el secretario del Trabajo, Hernández Ochoa,
quien afirmó que

.. la franqueza es presupuesto indispensable y la única pers-


jx;ct¡va para encontrar en las discrepancias la dinámica uni-
dad de metas que impulse y haga más justa la colaboración
creadora de los mexicanos. . .

El secretario de Hacienda anunció que se estudiaba una


política de reinversión de utilidades, lo que encrespó a un
líder obrero que en el acto propuso que se orientara "ha-
cia criterios que permitan una mayor productividad so-
cial", y que la determinación de semejantes criterios no
se dejara exclusivamente al sector privado, para que el
estado se torne "en competidor activo aumentando los
niveles de calidad para obtener mayores índices de pro-
ductividad". Don Jesús Yurén sugirió la creación de un

64
"servicio público de empleo", así como la compilación de
estadísticas de ocupación. Don Manuel Espinosa Iglesias,
presidente de la Asociación de Banqueros, tras admitir el
aumento reciente de la desocupación, la "abierta" y la "dis-
frazada", propuso que se alentaran las actividades que
"ocupan volúmenes elevados de mano de obra", como. . .
¡la turística! ( E G M : 6, 7 8 - 9 4 ) . Pero a fines de agosto de
ese año, aquella "confrontación" pasajera se transforma
en la Comisión Nacional Tripartita, con un ambicioso
programa de trabajo que atacarían simultáneamente seis
comisiones: de inversiones "para" la mano de obra; pro-
ductividad y descentralización industrial; desempleo y ca-
pacitación de los recursos humanos; maquiladoras y ex-
portación; vivienda popular y contaminación ambiental.
Las "consideraciones" en que se fundó esa división del
trabajo, o más bien el propósito de los estudios que debía
emprender cada comisión, reflejaron una variedad nota-
ble de talentos y de conocimientos de sus respectivos
miembros. Mientras siguieron siendo oscuros los de la
primera comisión, resultaron claros y definidos los rela-
tivos a la descentralización industrial. Y el comentario del
Presidente disfrutó también de esa desigualdad, pues
mientras en términos sencillos y justos apoyó una política
de "puertas abiertas" que mediante un intercambio de
ideas condujera a un mínimo de entendimiento entre los
intereses en conflicto, habló de la necesidad de "estructu-
rar una política económica orgánica" ( E G M : 9, 69-131).
El primer fruto de la Comisión Nacional Tripartita se
dio el 22 de diciembre de 1971, cuando le presenta al
Presidente un proyecto de reforma de la fracción XII del
artículo 123 de la Constitución. Pretendía precisar la for-
ma de cumplir la obligación que desde 1917 caía sobre
los empresarios de proporcionar habitaciones a sus respec-
tivos trabajadores. Harían una aportación en efctivo a un
Fondo Nacional de la Vivienda, que administrarían re-
presentantes del ejecutivo federal, de los obreros y de los
empresarios ( E G M : 13, 159-171). El Presidente anunció
el 29 de marzo que el proyecto de reforma estaba listo,
y aprovechó la ocasión de elogiar calurosamente a los
obreros y empresarios que "durante tres meses, durante

65
muchos días y muchísimas horas de trabajo", habían lo-
grado un acuerdo sobre la idea y la forma de realizarla
( E G M : 1 6 , 5 8 - 6 5 ) . El 1- de mayo de 1972 preside la
asamblea constitutiva del Instituto del Fondo Nacional de
la Vivienda para los Trabajadores, o Infonavitra, como se
llamó primitivamente ( E G M : 1 8 , 9 - 1 6 ) .
El segundo fruto mayor fueron las reformas a la Ley
del Seguro Social, que en su origen propusieron los obre-
ros, circunstancia ésta que hacía más necesario todavía
conseguir el acuerdo de los patrones. Así lo dio a conocer
el Presidente en una declaración que a pesar de su tonillo
demagógico, pinta la enorme importancia que le atribuye
a este procedimiento de institucionalizar la consulta de los
intereses encontrados de esos dos sectores:

Si el Ejecutivo tiene la facultad constitucional de iniciar


leyes ante el Congreso, es el pueblo mismo, los intereses en-
contrados que tratan de armonizarse para una común supe-
ración, los que están proporcionando la esencia, la sustancia,
la materia misma de este nuevo sistema de acción política
( E G M : 1, 1 5 2 - 1 5 7 ) .

El tercer fruto fue el acuerdo de gobierno, empresarios


y obreros para subir el precio de la luz y la energía eléc-
tricas, así como los del petróleo y sus derivados. El 2 de
marzo de 1973 el Presidente instaló la Comisión Nacio-
nal de Energéticos, a cuyos trabajos quiso dar un carácter
de señalada urgencia:

Cuando contemplamos y sufrimos problem.as como los que


una Comisión como ésta afronta, ratificamos lo profunda-
mente regresivo, involutivo, que es la pérdida de tiempo en
los sitios donde se debe estudiar o trabajar, como atentado
contra los intereses de México ( E G M : 28. 1 4 - 2 0 ) .

En fin, el 12 de marzo de 1973 encomienda a la Comi-


sión Nacional Tripartita el estudio de la necesidad y la
conveniencia de implantar como normal general la jor-
nada de 40 horas semanarias. Aprovechó esta oca-
sión para reiterar el carácter que tenía su papel de coor-
dinador y armonizador de los intereses opuestos:

66
.. .es la expresión institucional de un régimen que funda su
conducta en la coordinación de los esfuerzos nacionales
(EGM: 28,61-75).

Aparentemente en un momento dado los empresarios


consideraron ventajosa la idea de esta Comisión Nacional,
pues de ellos partió la de que en cada estado de la Repú­
blica se crearan comisiones tripartitas locales ( E G M : 3 1 ,
17-27). De hecho, mucho antes los empresarios inte­
resados en el turismo propusieron crear una comisión bi­
partita que se ocupara de armonizar los intereses suyos y
los del estado ( E G M : 8 , 9 3 - 9 4 ) .
N o todos los resultados han sido hasta ahora felices,
como suele ocurrir con empresas nuevas en que están in­
volucrados intereses considerables. Se ha dicho ya que los
gobiernos revolucionarios han consultado en una u otra
forma a los negociantes en lo personal, o más formal­
mente a sus asociaciones. Tal vez podría irse más lejos
y afirmar que con mayor frecuencia han sido consultados
ellos que los obreros, porque el gobierno parte del su­
puesto de que éstos son más "comprensivos". De cualquier
manera, esas consultas fueron hechas esporádicamente y
en privado, de modo que el público no sabía nunca si de
verdad se habían hecho y qué resultados produjeron. Por
supuesto que se ignoraban las posiciones iniciales del go­
bierno mismo, de los empresarios y de los obreros, y me­
nos las concesiones que cada uno hiciera para facilitar el
acuerdo final. El otro grave defecto del viejo sistema era
que las consultas se hacían separadamente, de modo que
resultaba más que posible que el empresario sospechara
que el gobierno exageraba las exigencias obreras para obli­
garlo a ceder; el obrero, por su parte, bien podía abrigar
un temor semejante. Un defecto grave adicional consistía
en que el obrero y el empresario no se veían las caras sino
cuando el conflicto, digamos una huelga, había estallado
ya, pero no antes, cuando todavía podía evitarse. Todas
esas limitaciones desaparecían con la institucionalización
de la consulta, que se hacía no sólo abierta, sino pública­
mente. El gobierno mismo se beneficiaba de modo consi­
derable. Por una parte, evitaba en buena medida la eterna

67
especulación de si se inclinaba más de un lado que del
otro, calificándosele automáticamente de reaccionario en
el primer caso y de izquierdista en el segundo. Por otra
parte, las comisiones tripartitas han dado ocasión a que
los empresarios y los obreros se desfoguen, manteniéndo-
se así la caldera política a baja presión.
N o puede discutirse, pues, la excelencia de esta idea;
pero tiene sus fallas, unas en su concepción y otras en la
aplicación práctica que hasta ahora ha tenido. Casi sobra
decir que siendo la agricultura y la ganadería actividades
económicas de primera importancia, resulta extraño que
no figuren en las Comisiones representantes de los cam-
pesinos y de los ganaderos y agricultores privados. Asi-
mismo extraña la falta de representantes del consumidor,
ya que en ellas sólo figuran los de la producción. Admi-
tiendo que en México los consumidores no han sabido
organizarse, no puede dejarse de reconocer la incongruen-
cia de ün obrero que como produaor aprueba el precio
mayor de los energéticos para resentirlo y maldecirlo
como consumidor. En la práctica, no parece que el acuer-
do conseguido en los casos reseñados antes haya sido sin-
cero o de fondo. El gobierno acusa a los empresarios
( E G M : 1 1 , 129-134; 20, 106), de haber faltado a su com-
promiso de no recargar el precio de los bienes y servicios
que producen como consecuencia de esas medidas, y por
su parte, los empresarios siguen considerándolas como
cargas excesivas e injustificadas. Más todavía: es de te-
merse que entre ellos sea general la impopularidad del
Presidente, así como la desconfianza que se le tiene, y que
una y otra se hayan traducido ya en hechos reales como
la salida de capitales al extranjero, el retraimiento de las
inversiones y la exigencia de que se coticen en dólares los
convenios de compras, ventas o préstamos de alguna im-
portancia. Además, por supuesto, en un alza de precios
más allá de lo que justificarían los nuevos costos.

N o HA sido el propósito de las líneas anteriores señalar


siquiera los cambios más importantes intentados o conse-
guidos por el presidente Echeverría, y mucho menos, so-
68
bra decirlo, presentarlos como si formaran una lista com-
pleta de ellos. Aun así, no puede dejarse de recordar su
obra legislativa, cuya apreciación, por desgracia, no han
intentado sus adeptos y menos aún los juristas y los co-
nocedores de las materias a las que se refiere cada una
de las leyes. N o obstante, hasta el profano puede percibir
c]ue es considerable, tanto por su cuantía como por la va-
riedad de asuntos que tocan, pues van de todo un Código
Sanitario de 508 artículos ( E G M : 27, 2 1 9 - 3 2 7 ) , hasta un
decreto que reorganiza la Comisión Nacional de Fruticul-
tura, pasando por una ley que reforma el sistema peni-
tenciario ( E G M : 1,165) y otra para el fomento de la
pesca ( E G M : 13, 5 4 ) . Varias de esas leyes son de señala-
da importancia, sea por el asunto que tocan, sea por su
novedad. Entre las primeras, cabe destacar la Ley de Re-
forma Agraria, la Ley General de Población, la General
de Educación, la Federal Electoral, y entre las segundas,
la ley destinada a combatir la contaminación ambiental
y su extenso reglamento (EGM: 10, 282-298), la ley para
Promover la Inversión Mexicana y Regular la Extranjera,
así como otra relativa a la transferencia de tecnología ex-
tranjera ( E G M : 25, 109-112).

69
IV. LA R E F O R M A POLÍTICA

E L P R E S I D E N T E Echeverría dijo en su discurso inaugu-


ral que se disponía a "renovar, en profundidad, cuanto
detenga el advenimiento de una sociedad más democráti-
ca". Para ello, pedía que se "mejoren nuestros procesos
electorales; que se fortalezcan los partidos y la actividad
ideológica; que la conciencia cívica esté más alerta y siem-
pre verazmente informada; que los ciudadanos sean más
exigentes con los Poderes. . .". Por de contado que termi-
naba con lo que más tarde sería uno de sus estribillos fa-
voritos: cambiar "de raíz algunas estructuras mentales que
heredamos de siglos". ( R P : 6 ) . Menos de un año des-
pués cumplió parte de esa promesa enviando al Congreso
un proyecto de reformas constitucionales cuya aprobación
traería consigo enmiendas a la ley electoral vigente.
Las reformas propuestas eran éstas: subir a 250 000, o
fracción mayor de 125 000, el número de habitantes de
cada distrito electoral; rebajar a 21 y 30 años la edad
para ser, respectivamente, diputado y senador; disminuir
de 2.5 a 1.5 el tanto por ciento de la votación nacional
que da derecho a los cinco primeros diputados de partido;
y elevar de 20 a 25 el número máximo de diputados que
puede alcanzar un partido político minoritario.
La Exposición de Motivos que precedía a las reformas
constitucionales es, en términos generales, un buen do-
cumento. Presenta con claridad los fundamentos de esas
reformas, y esto a pesar de advertirse cierta vena demagó-
gica que sobrepone a las buenas razones otras discutibles,
con lo cual apenas se consigue debilitar el argumento
principal. Los dos motivos convincentes para fundar la ele-
vación a 250 000 habitantes de cada distrito electoral son
el antecedente de que de 1928 a 1960 se aumentó ese
número de 60 000 a 200 000, en consonancia, por supues-
to, con el crecimiento de la población. Luego, que, según
el último censo, la Cámara podría aproximarse a tener
con el viejo criterio unos 300 diputados, y con el nuevo,
en el peor de los casos, menos de 200. Su funcionamien-

70
to sería bien difícil en el primer supuesto, y en el otro,
tolerablemente bueno. Pero ya es discutible que para el
día de hoy pueda asegurarse que "la información que
llega a todas las latitudes del territorio nacional" hace "in-
necesario el crecimiento desmesurado de diputados". Asi-
mismo, que "con la modernización del país los estratos
sociales están mejor organizados y sus intereses más ra-
cionalmente definidos, lo que hace posible que un indi-
viduo actúe genuina y eficientemente en nombre de nú-
cleos de ciudadanos cada vez más amplios".
Si se advierte esa venilla demagógica cuando se baraja
el dato numérico firme de los habitantes que determinan
un distrito electoral, con mayor desenfado brota al tratar
de apreciar a qué edad un ciudadano puede conllevar la
responsabilidad de ser diputado o senador. La Exposición
de Motivos habla de que "un análisis de las condiciones de
existencia de la juventud contemporánea. . . permite con-
cluir que a los 21 años los ciudadanos han adquirido ya la
experiencia en el manejo de intereses que trascienden los
de la vida familiar". Surge la primera duda porque no
se dice cuándo, cómo ni quién hizo semejante "análisis";
la segunda, al tomarse como criterio una supuesta expe-
riencia en el manejo de "intereses" extra-familiares. Pero
asalta el temor a la arbitrariedad pura cuando más tarde
se afirma que "a juicio del Ejecutivo", es decir, de la per-
sona del presidente de la República, o de su secretario de
Gobernación, "las cualidades que requiere el cargo de se-
nador se alcanzan plenamente a los treinta años". El buen
argumento se da al final de la Exposición, a saber, que
México es un país de población joven, puesto que el 72
por ciento de ella (no el 70, como dice la Iniciativa) es
menor de 30 años, y llega al 26 la comprendida entre 18
y 30 años. Y se le escapó a la Exposición otro buen argu-
mento: habiéndose ya aprobado que la calidad de ciuda-
dano se adquiere a los 18 años, resultaba demasiado largo
el plazo de 7 que mediaba entre esa edad y la de 25, a
la que se podía ser diputado, y clatamente excesivo el de
17 años para llegar a senador.
La reforma constitucional de más fondo consiste en
que un partido minoritario puede acreditar de golpe 5

71
diputados con sólo obtener el 1.5 por ciento de la vota-
ción general, y un diputado más, hasta el máximo de 25,
por cada medio de uno por ciento adicional de esa vota-
ción. El argumento que da la Exposición es que las tres
elecciones sucesivas habidas desde la creación de los dipu-
tados de partido, demuestran que resultaba difícil alcan-
zar el 2.5 por ciento, no obstante que los partidos mino-
ritarios "representan grupos que aglutinan corrientes
arraigadas en la sociedad o ideologías consistentes". N o es
muy feliz esta frase: la palabra grupo puede significar
una reunión transitoria u ocasional. Luego, ¿de qué "co-
rrientes" se trata, de ideas, de sentimientos, de intereses?
En fin, lo de "ideología" y "consistente" difícilmente pue-
de aplicarse con algún rigor a cualquiera de los tres par-
tidos minoritarios existentes (para no hablar del propio
P R I ) , y de verdad mueve a risa cuando se piensa en el
PARM. Lo que en realidad demuestran los hechos, o esa
"experiencia" de las tres elecciones sucesivas, es que el
PAN, sin duda el partido minoritario más "consistente",
ha llegado al 13 por ciento sin dificultad mayor, pero sí
las han tenido el PPS y el PARM, partidos que colindan
con lo ficticio. Por añadidura, no parece ser un verdadero
estímulo al robustecimiento de los partidos minoritarios
facilitarles con exceso su mera supervivencia, fin este el
verdadero que persigue la correspondiente reforma cons-
titucional. Puede llegarse hasta el extremo de aceptar que
por la simple razón de haber existido ya por largo tiempo,
el PPS y el FARM no debieran desaparecer de la noche
a la mañana; pero habría que estimularlos de verdad con
la perspectiva de su desaparición si no logran progresar
un mínimo, digamos en esta forma: haberles exigido que
en las elecciones de 1973 obtuvieran no menos de 1.5
por ciento, el 2 en las de 1976 y el 2.5 para 1979- Agre-
gar seis más de prueba a los años que ya tienen justifi-
caría la cancelación de su registro, pues quedaría demos-
trado de manera indudable que no representan capas
sociales importantes, para dejar a un lado lo de una "ideo-
logía consistente".
En todo caso, se siente uno forzado a admitir que el
político mexicano tiene un instinto finísimo para idear

"72
el mejor modo de "dar atole con el dedo". En efecto, la
seguridad de obtener los 5 primeros diputados y la espe­
ranza de llegar a 20 más, bastan sicológica y políticamen­
te para mantener en aaividad a los tres partidos minori­
tarios existentes. Por otra parte, se aleja la posibilidad de
llegar a contar con sólo dos, el oficial y un opositor fuer­
te, situación que pondría en aprietos al PRI, no tanto des­
de el punto de vista electoral como ideológicamente, pues
ese partido opositor fuerte, que representaría la "derecha",
obligaría al PRI a situarse en su flanco izquierdo, cosa su­
mamente comprometedora.

S E SABE bien que el presidente Echeverría ha propicia­


do la idea de que sus colaboradores se expongan a la mi­
rada pública, y en particular compareciendo ante el Con­
greso de la Unión, o más bien ante alguna de sus dos
Cámaras. Pero no se sabe si con deliberada intención, o
tan sólo por ignorancia de la historia constimcional del
país, se le ha querido dar a ese propósito el aire de una
concesión graciosa del Presidente, reveladora de su espíri­
tu democrático, y no como el ejercicio de un derecho que
la Constitución le da al Congreso para citar a los secre­
tarios de estado. Así fue: en ocasión de examinar las re­
formas, el presidente de la cámara de diputados se creyó
obligado a expresar públicamente el "reconocimiento" de
esa Cámara al presidente de la República por haber "au­
torizado" al secretario de Gobernación a informar sobre
ellas.
El actual artículo 93 de la Constitución ejemplifica bo­
nitamente la transacción que puso fin a una vieja y amar­
ga disputa entre el poder Legislativo y el Ejecutivo. Se
sabe que los constituyentes de 1856, obsedidos por el fe­
nómeno recurrente de un Presidente que se transforma en
tirano, rebajaron sus facultades para dárselas a un Legis­
lativo que no tenía siquiera el contrapeso del Senado, ya
que esos constituyentes decidieron depositarlo en una cá­
mara única de diputados. Esos propósitos llegaron hasta
el extremo de crear la idea de que la Constitución de 57
había establecido un sistema parlamentario de gobierno,

73
en que el presidente de la República era un mero jefe de
estado, y su gabinete el verdadero órgano de gobierno, y
por eso sujeto a la aprobación o la censura de una mayo-
ría de la Cámara. Era abusiva esa idea; pero es un hecho
que durante la República Restaurada siempre esmvo de
cuerpo presente en el recinto de la Cámara un miembro
del gabinete, obligado en todo momento a contestar cual-
quier interpelación que le hiciera un diputado. El ptesi-
dente Juárez y su secretario de Gobernación Sebastián
Lerdo de Tejada, considerando incluso humillante ese há-
bito, propusieron una reforma constitucional según la
cual los informes del Ejecutivo se dieran única y exclusi-
vamente por escrito, y eso cuando una mayoría de la Cá-
mara aprobara pedirlos.
El artículo 9.3 de la Constitución vigente ha sido, pues,
una bonita transacción, porque mantiene el derecho del
Congreso a recibir informes verbales del Ejecutivo, pero
limitándolo a que sean citados sólo los secretarios de es
tado, y única y exclusivamente cuando "se discuta una ley
o se estudie un negocio" que caiga dentro de la competen-
cia del secretatio citado. El Congreso, entonces, tiene ese
derecho, y su ejercicio no está sujeto a la aprobación del
Presidente, y ni siquiera a su conocimiento.
Un nuevo error, pequeño pero no carente de signifi-
cación, fue que en lugar de reunirse el Congreso para es-
cuchar las explicaciones del secretario de Gobernación, lo
citó la cámara de diputados el 25 de noviembre y la de
senadores el 20 de diciembre. Esto sin contar con que la
Exposición de Motivos, según se dijo ya, es un buen docu-
mento explicativo. Por eso, sin duda, don Mario Moya
Palencia se propuso, más que repetir o ampliar las razo-
nes presentadas ya en la Exposición, ornar ésta con una
especie de marco filosófico. Y por esa misma razón las
preguntas de algunos diputados y las respuestas del secre-
tario fueron lo único de cierto interés. Uno del PRI, cosa
curiosa, señaló el hecho, no por conocido menos pertur-
bador, de que los partidos minoritarios (y también
el PRI) "muestran clara tendencia a reducir su acción o
circunscribirse a zonas o regiones determinadas" del país.
Preguntaba si podría esperarse que las reformas constitu-

74
cionaies propuestas corregirían semejante simación. Don
Mario Moya Palencia vio en ella el simple problema de
"extender su campo geográfico"', meta que esperaba se al-
canzara con las reformas y la nueva ley electoral; pero el
asunto es mucho más complicado, por supuesto. Una parte
importante de él radica en que los partidos minoritarios
carecen de los recursos económicos, y los consiguientes
humanos, del PRI, hecho que plantearía el grave proble-
ma de que las elecciones se financian con dineros públi-
cos repartidos equitativamente entre los partidos conten-
dientes. Pero también hay aquí un problema de "clases".
Se sabe que la mayor fuerza del P A N está en los grandes
centros urbanos, cuyos habitantes pertenecen en buena
pro(K)rción a la clase media. Por otro lado, en esos mis-
mos centros viven grandes aglomeraciones de obreros, to-
dos ellos afiliados al PRI, y a los que no logra atraer el
PPS, un partido "socialista". En las regiones donde resul-
ta abrumadora la población rural, al contrario, el predo-
m i n i o del PRI es aplastante. Eso se debe al hecho ya se-
ñalado de que los partidos minoritarios carecen de la
fuerza económica y humana para hacerse presentes en
cada parte del territorio nacional, y al bien conocido de
que los agentes del PRI, digamos los comisarios ejidales,
recogen muy puntualmente las boletas de los campesinos
y bajo su vigilancia ocular los llevan a depositarlas en las
urnas.
La exposici(')n inicial de don Mario en el Senado
no ofreció mayor novedad, pues en muy buena me-
dida tuvo que repetir conceptos y datos ya presentados en
la Exposición de Motivos y en sus declaracionens ante la
cámara de diputados. Además, siendo todos priístas, las
preguntas de los senadores buscaban sobre todo darle al
secretario de Gobernación una oportunidad de lucirse.
Uno, por ejemplo, preguntó si las reformas constitucio-
nales y las eventuales a la Ley Electoral "prevén circuns-
tancias futuras, o solamente se concretan a resolver nece-
sidades del presente". Aun así, algunas de esas preguntas
no dejaron de revelar el pensamiento político del nuevo
gobierno, digamos cuando don Mario Moya Palencia de-
clara abierta c insistentemente que deben verse con sim-

75
patía las enmiendas a las constituciones de los estados que
abran un sitio en las legislaturas locales a los diputados
de partido.

LAS C O M I S I O N E S unidas de la cámara de diputados a


las que se turnó, encontraron que la iniciativa presidencial
era un "histórico paso hacia la consecución de ambiciosas
metas de progreso político"; por consiguiente, recomen­
daban la aprobación de las reformas. El dictamen está
firmado por pocos pero encumbrados personajes priístas,
que, por lo visto, monopolizan las más importantes comi­
siones; pero también por representantes de los tres parti­
dos minoritarios, ( R P : 57-64). Las del Senado, a su vez,
propusieron la aprobación tal cual de la iniciativa, que
dio la unanimidad de 54 senadores. En fin, todas las le­
gislaturas locales otorgaron su conformidad, de modo que
las reformas constitucionales fueron aprobadas rápidamen­
te y con todas las de la ley. Entonces, el Presidente some­
tió al Congreso toda un nueva ley electoral, comenzando
por su nombre mismo, pues ahora sería Ley Federal Elec­
toral, y no, como antes. Ley Electoral Federal.
La exposición de motivos, breve y poco trabajada, se
encamina a exaltar la importancia de los partidos políti­
cos, pues "las manifestaciones sin órganos son impoten­
tes". Se destaca la enmienda de rebajar de 75 000 a
65 000 el número mínimo de adherentes de un partido
para ser registrado como "nacional"; pero se le dan dos
fundamentos en realidad contradictorios. De un lado,
como estímulo a la creación de nuevos partidos, y del
otro, que "estando ya organizadas las tendencias ideoló­
gicas más conspicuas, no es de preverse la proliferación
de partidos", o sea el nacimiento de otros distintos de los
actuales. La Ley misma es larga (204 artículos), tremen­
damente elaborada y acusa un espíritu intervencionista in­
saciable, que no quiere dejar sin ocupar un resquicio si­
quiera. Piénsese, por ejemplo, en una disjxjsición de la
antigua y de la nueva Ley, que obliga a los partidos a sa­
car una publicación periódica con una periodicidad míni­
ma de un mes. Se entiende el "espíritu" de semejante

76
disposición: los partidos deben llevar una vida cotidiana
y no quedar muertos y sepultados para resucitar en víspe-
ras de las elecciones; pero ese laudable propósito podía
cumplirse disponiendo que presentaran con cierta frecuen-
cia a la opinión pública sus opiniones sobre los grandes
problemas nacionales. Así, un par de folletos al año, en
que se analizaran a fondo, digamos, la política fiscal del
gobierno, o los medios para hacer libres de verdad a los
municipios, podrían cumplir mejor ese propósito.
De cualquier modo, sólo la experiencia irá demostran-
do semejantes excesos, que quizás puedan corregirse al-
guna vez; pero desde ahora pueden señalarse dos
progresos indudables, ambos favorables a los partidos no
oficiales, si bien en un grado distinto. El acceso al radio
y la televisión, más la franquicia postal y telegráfica, cier-
tamente les dan mejores posibilidades de comunicación,
sea con la masa ciudadana, sea con sus propios dirigentes.
Sin embargo, por lo que toca al radio y la televisión, no
cabe engañarse mucho. El gobierno puede favorecer a su
partido todo el tiempo porque tiene transmisiones pro-
pias de radio y televisión, mientras que a los partidos mi-
noritarios sólo les cabe hacerlas en época de elecciones, y
por tiempo muy limitado. Y eso sin contar con que el
peso del gobierno inclinaría en cualquier momento al ra-
dio y la televisión comerciales a ponerse de su lado. La
otra reforma, ésta sí plenamente favorable, es haber-
le dado a esos partidos, además de la voz que ya tenían,
voto, en los comités locales, distritales y aun en las casi-
llas electorales, pues esto les permitirá, no sólo una mayor
vigilancia de las distintas fases del proceso electoral, sino
participar en las decisiones.
Don Mario apareció en la Cámara de diputados el
15 de noviembre de 1972, y como la Exposición de
Motivos, según se dijo ya, era breve, se dio vue-
lo esta vez. Dijo que la ley propuesta era hija de la "in-
conformidad creadora"; que "una polvareda de opiniones
aisladas es incapaz de tomar iniciativas", razón por la
cual los partidos políticos resultaban necesarios, además
de que con ellos es posible asegurar "una auténtica repre-
sentación sociológica". Fueron numerosas las preguntas

77
que le hicieron los diputados, aunque en general de es-
caso interés. Desde luego, resultaron inoportunas las de
un pepesiano, que teafirmó la creencia de su partido de
que el sistema de representación proporcional es el único
justo. Otro, del P A N esta vez, preguntó por qué no se
creaban también los senadores de partido. Don Mario
Moya Palencia pudo haberse limitado a señalar que ambas
ideas requerían una reforma constitucional, y que en ese
momento se discutía una simple ley secundaria, como la
electoral. Pero no: dio corteses y largas respuestas. Un di-
putado del PRI le planteó el problema del abstencionis-
mo, sugiriendo que "el gobierno y los partidos tomaran
algunas medidas para que nuestros ciudadanos se po-
liticen". En esto don Mario no caló muy hondo,
pues se limitó a señalar que ése era un mal imi-
versal, y que, después de todo, el índice de la abstención
electoral en México podía compararse favorablemente con
los de países de una democracia más madura. En seguida,
poniéndose belicoso, declaró que "el partido del absten-
cionismo" era "el enemigo a vencer", sin indicar qué pro-
yectiles podrían dispararse para aniquilarlo. Se le escapó
sugerir siquiera si no habría en México algunas circuns-
tancias propias que explicaran al menos parcialmente este
fenómeno, digamos la imperfecta integración de nuestra
sociedad. Por eso, tal vez, concluyó con un arranque líri-
co: desear que "la democracia cualitativa sea cada vez más
amplia en este México que deseamos pleno par? nuestros
hijos".
Las comisiones dictaminadoras propusieron algunos
cambios, pero de mera forma o de poca sustancia. Por eso
fue aprobado en lo general por unanimidad de 17^ votos;
pero los diputados de Acción Nacional reservaron 60 ar-
tículos para la discusión en lo particular, y ocho el PPS.
En algunos casos fueron desechadas las enmiendas pro-
puestas por el P A N mediante una simple votación eco-
nómica, y en los casos en que llegaron a votarse, la
aplanadora priista funcionó de modo impresionante: de
145 votos contra 16, en uno; en otro, 145 contra 17;
139 contra 14; 149 contra 9; y en el más favorable, el
PAN fue derrotado por 140 contra 23 votos. En el Sena-

78
do las cosas caminaron sobre ruedas; un dictamen favo-
rable, dos senadores para apoyarlo y una aprobación uná-
nime de 54 votos.

LAS R E F O R M A S constitucionales y la nueva Ley Federal


Electoral pronto pasaron por su primera prueba con las
elecciones de diputados federales de julio de 1973; de
hecho, el Ejecutivo las promovió oportunamente con ese
propósito. Una primera prueba no es ni puede ser la prue-
ba final tratándose de dos instrumentos jurídicos destina-
dos a durar un buen tiempo. Y, sin embargo, cabe aven-
turar ciertas opiniones sobre esto que los amigos del
Presidente llamaron "La Reforma Política del Presidente
Echeverría" o, con más entusiasmo, la ""Revolución Polí-
tica del Presidente Echeverría".
Hasta donde se sabe, Rafael Segovia es el único politó-
logo que ha hecho un verdadero estudio donde analiza
las elecciones de 1973, comparándolas, además, con las
tres anteriores. (Ver Foro Internacional XIV: 3, pp. 305-
3 2 1 ) . Varias observaciones de interés contiene ese estu-
dio; pero aquí sólo conviene destacar unas cuantas. Para
Segovia, las elecciones del Distrito Federal son una "'prue-
ba innegable del éxito de las campañas electorales y de
la presencia del radio y la televisión", puesto que acudió
a las urnas un número señaladamente mayor de ciuda-
danos que en las anteriores elecciones. Después, "la vo-
luntad reformadora del Ejecutivo Federal parece haber
logrado un éxito innegable de reforzar a los partidos me-
nores". Esto, porque el PPS alcanza el 3.61 por ciento del
voto nacional, y el PARM, 1.82. Es más; en cifras abso-
lutas el PPS recoge 328 300 votos más que en la elec-
ción de 1970, y el PARM 163 000, o sea, en cl primer
caso un 173 por ciento más, y en el segundo, 145. Segovia
contrasta estos avances de los partidos menores con la pér-
dida del PRI de 683 500 votos con relación a los obte-
nidos en 1970, y en algunos estados, Sinaloa, Coahuila,
Sonora y Nuevo León, sus pérdidas relativas son todavía
más marcadas. Aunque menos espectacularmente, el P A N
también progresa, puesto que pasa del 13.83 por ciento

79
de la votación nacional en 1970, al 14.60 tres años des-
pués.
Las observaciones de Segovia se basan en estadísticas
que maneja con visible fruición. Son, pues, legítimas y
perfectamente defendibles. Sin embargo, aun aquí sigue
funcionando el cristal con que se mira. Desde luego, cabe
observar que puede considerarse como un éxito, ahora sí
"innegable", que se empadronara el 93 por ciento de los
ciudadanos que teóricamente existían en el año de las
elecciones; pero justo en razón de ese éxito, impresiona
más el que apenas el 66 por ciento de los empadronados
llegaran a votar, si bien haciendo a un lado los votos anu-
lados y los emitidos en favor de candidatos no registra-
dos, se llega a un escaso 60 por ciento de votos emitidos
y computados, o sea un "abstencionismo" real del 40 por
ciento. Hay que agregar estos otros dos. En más de la mi-
tad de las entidades de la República el tanto por ciento
de abstencionistas es superior al promedio nacional, indi-
cio de la generalidad del fenómeno. Luego, lo más impre-
sionante es que de un lado quedan, digamos, Nayarit, don-
de sólo el 27 por ciento de los empadronados vota, o
Sonora apenas el 34, y del otro lado el Territorio de Quin-
tana Roo, con un 94 por ciento de ciudadanos que acuden
a las urnas.
De los datos oficiales parecen desprenderse estas dos
impresiones poco alentadoras. La primera, que cualquier
conclusión que se pretenda sacar de ellos resulta incierta.
Puede suponerse, por ejemplo, que el hecho de que en el
Distrito Federal el 71 por ciento de los empadronados
vota se debe a que es la capital política de la República;
a que en ella tienen su asiento los poderes federales y
todos los partidos políticos; a que aquí existe una opinión
pública más despierta y mejor informada; etc. i'cro en
igual situación se encuentran Campeche y Yucatán, le si-
gue muy de cerca Guerrero y lo supera con gran margen
Quintana Roo, con ese 94 por ciento de votantes. Y tam-
poco se halla una explicación satisfactoria a que en Na-
yarit y Sonora el 73 y el 66 por ciento de los empadro-
nados deje de votar. Y no menos misterioso resulta que
con tan alto por ciento de votantes. Quintana Roo sea

80
la entidad donde hubo el mayor por ciento de votos anula-
dos, y que le sigue Yucatán, donde vota el 83 por ciento
de los empadronados.
La segunda conclusión que puede derivarse de las ci-
fras oficiales, es el presentimiento de que, aun ignorando
sus verdaderas causas, el abstencionismo no sólo es un
fenómeno general, sino deliberadamente provocado, cosa
que debía preocupar mucho al gobierno y a los partidos
políticos. Así es: contrasta de manera impresionante que
habiendo tenido la campaña en favor del empadronamien-
to un éxito rotundo, como que sólo se le escapó un 9 por
ciento de ciudadanos, la campaña tan intensa y pertinaz
en contra del abstencionismo no haya alcanzado siquiera
la sexta parte del éxito, puesto que apenas logra el 60 por
ciento de votantes.
Se ha dicho que el éxito escaso ha sido provocado de
manera deliberada. El ciudadano más avisado se ha dado
cuenta no sólo de la utilidad, sino de la necesidad de con-
tar con su credencial de elector. Le sirve de identificación
para cualquier gestión menor, a semejanza, digamos, de
la licencia de manejar automóviles; pero es que, además,
incluso en instituciones financieras privadas, ha comenza-
do a exigirse para concluir operaciones de crédito. Hasta
allí, sin embargo, se detiene su interés, de modo que se
empadrona a sabiendas de que no irá a votar. Y esto a
pesar de la verdadera campaña que el gobierno y los par-
tidos hicieron para combatir el abstencionismo: recuérde-
se que desde el inicio de la suya, el candidato Echeverría
declaró que prefería un voto en contra a una abstención;
que don Mario indicó que el ""enemigo a vencer"
era el abstencionismo y que el bueno de don Emilio
O. Rabasa pidió calificarlo de '"delito civil". En fin,
recuérdese, como se ha dicho ya, que la campaña contra
el abstencionismo hecha en la prensa, el radio y la tele
visión, fue constante, a pesar de lo cual los logros resul-
taron bien limitados. Entonces, esto parece indicar que los
motivos de orden general son más fuertes de lo que se ha
creído, y, además, que tiene causas locales que nadie
ha estudiado hasta ahora.

81
E L PRI, sin duda, ha perdido terreno, no sólo a manos
de su rival más antiguo y formal, sino a manos del PPS,
lo cual parece indicar que los votos de protesta o de in­
conformidad provienen no sólo de la derecha, sino ahora
también de la izquierda. A pesar de ello, su peso sigue
siendo abrumador. Pesca el 70 por ciento de todos los
votos emitidos en 1973, lo cual quiere decir que todavía
puede darse el lujo de dejar la tajada del 30 restante para
sus tres pobres rivales. N o sólo eso, sino que, contrarian­
do el parecer más común de los politólogos, su predomi­
nio es, puede decirse, general, ya que en 23 entidades el
tanto por ciento de los votos que capta es superior al pro­
medio nacional, como que va del 97 por ciento en Cam­
peche hasta un 71 en Sinaloa y Chihuahua. Más todavía:
en buen número de distritos electorales su tanto por cien­
to es increíblemente alto: en el II de Aguascalientes, 94;
en el IV de Coahuila, 96; en el III y IV de Chiapas, 99;
en el VI de Guerrero, 97; en el V de Oaxaca, 96; etc.,
etc. Es verdad que al llegar a los grandes centros urbanos
esos por cientos bajan mucho: en el Distrito Fedetal ape­
nas alcanza el promedio de 44, baja hasta 36 en los I y
XI distritos eleaorales, y a sólo 25 en los I y II del esta­
do de Puebla.
Esos datos tienen dos sentidos distintos: según el elec­
toral, el PRI sigue siendo el "Invencible", como se le ha
llamado siempre; pero tienen también un sentido políti­
co, que no lo favorece. Así es: dentro de los centros ur­
banos, sobre todo en los grandes, claro está, viven
predominantemente la clase media y el obrero industrial.
Buena parte de la primera está constituida por la
burocracia oficial y por los profesionistas "revoluciona­
rios", es decir, los que formalmente pertenecen a la Con­
federación Nacional de Organismos Populares, y en
consecuencia al PRI. Esa burocracia y semejantes profe­
sionistas, más los obreros industriales, son votantes cauti­
vos del PRI. Pero aparte de que algunos de ellos se di­
vorcian de su partido a la hora de votar, existe otra clase
media, la "libre", la no comprometida, formada por la

82
burocracia y el profesionista privados, y los estudiantes,
profesores, periodistas, "intelectuales", etc. Pues bien, éste
es sin disputa el ciudadano más consciente, más sensitivo,
o sea el que vota usando la cabeza. Y ése es el que vota
contra el PRI, bien favoreciendo a los "partidos menores"
o candidatos no registrados, bien llenando las boletas con
injurias y majaderías. Al PRI, en suma, debiera preocu-
parle seriamente este deterioro de su prestigio y de su
efectividad, tanto la política como, con el tiempo, la elec-
toral. Semejante situación crítica del PRI queda confirma-
da por un hecho en que no se ha reparado. La fuerza ma-
yor del P A N proviene de los grandes centros urbanos, y
desde ese punto de vista, sigue siendo cierto que su al-
cance horizontal es muy limitado. Sin embargo, en seis
entidades de la República el tanto por ciento de votos
que alcanza en cada uno de ellos es superior al promedio
nacional: en el Distrito Federal casi llega a la tercera
parte, y en Jalisco, Puebla y el estado de México es supe-
rior a la quinta. En el caso del PPS, este fenómeno se re-
pite en siete entidades, y en cinco para el PARM. Es de-
cir, los partidos opositores cubren hoy más territorio
nacional que antes.

S E G Ú N SE dijo ya, Rafael Segovia califica de "innega-


ble" el éxito alcanzado por el Presidente en su propósito
de fortalecer a los partidos menores, es decir, el PPS y el
PARM. En efecto, el primero obtuvo el 3.6 por ciento
de la votación nacional, hecho que le dio 9 diputados de
partido, hazaña pocas veces imaginada por sus adherentes.
El mismísimo PARM alcanzó el 1.82, o sea 5 diputados
de partido, más uno —¡quién lo creyera!^— de mayoría.
Al examinar el alcance de las reformas constitucionales
propuestas por cl Presidente, me permití decir que más
que proponerse robustecer a los partidos menores, sim-
plemente pretendían asegurar su supervivencia. Y esto
con el ánimo de evitar que México cayera en el biparti-
dismo, o sea un enfrentamicnto del P A N con el PRI.
Empero, no es fácil desentrañar, o siquiera adivinar, qué
razones pudieron justificar ese temor. A más de que el

83
sentido común alegaría que tiene que ser más sana una
oposición única y fuerte que tres o cinco separadas y dé­
biles, está la larga experiencia norteamericana, que abo­
naría las ventajas de dos partidos únicos. Algún sospe-
chosista ha propuesto la explicación de que al enfrentarse
a solas, el P A N , partido de derecha, obligaría al PRI a
hacerse de izquierda, cosa esta última que se juzga suma­
mente indeseable. A la inversa, ese fuerte contraste se
diluye hasta desaparecer si entre los dos rivales más fuer­
tes viven o vegetan un partido que no es popular ni so­
cialista, y otro que no reclama más distinción ideológica
que la avanzada edad de sus dirigentes.
El hecho es, sin embargo, que de haberse conservado
el requisito del 2.5 por ciento, el PARM habría desapa­
recido. En cambio, rebajado a 1.5, todo un batallón de 6
diputados parmistas pueden entrar en la Cámara a tam­
bor batiente y con la frente muy en alto. El PPS rebasó
el viejo 2.5, pero con el nuevo de 1.5 logra 9 diputados
en lugar de los 7 que hubiera tenido. Esto quiere decir
que los tres partidos independientes tienen hoy estos re-
peresentantes de más: 5, el P A N , 2 el PPS y el PARM
5, o sea un coro mayor que expresará mejor o más ruido­
samente los pareceres no oficiales. También es un hecho
que mientras el P A N no pudo presentar candidatos en
22 distritos electorales y el PARM en 48, el PPS cubrió
los 162 que hubo. En este punto, el PPS jugó mejor sus
cartas, pues no le arredró sacar sólo 23 votos en el II Dis­
trito de Campeche, 49 en el IV de Chiapas o más atre­
vidamente 140 en el IV de Coahuila, con tal de ir acumu­
lando un voto aquí y otro allí hasta llegar al 3.61 por
ciento de la votación nacional. Pero también alcanzó vo­
taciones espectaculares, como los 42 mil votos en el esta­
do de Baja California, 163 mil en el mismísimo Distrito
Federal o los 62 mil en Veracruz. El PARM, por su­
puesto, batió todos los records imaginables: logra 1 voto
único en los distritos I de Quintana Roo y IV de Oaxaca,
y 2 en el V de San Luis Potosí. Pero en el I de Tamau-
lipas logra el 53 por ciento de los votos, acribillando a
los candidatos de los otros tres partidos, incluido, por su­
puesto, el del PRI. Y no deja de obtener 65 mil en el

84
Distrito Federal y 21 mil en el Estado de México. Al mis-
mo tiempo debe convenirse en que estos datos revelan,
por una parte, que el fortalecimiento de los partidos me-
nores es muy relativo, pues en muchos distritos electorales
recogen votaciones que pueden calificarse de ridiculas; y
por otra, que varios de sus éxitos dependen de situacio-
nes locales que se desconocen.
En todo caso, el verdadero problema es averiguar si
estos pogresos pueden y deben atribuirse a las reformas
constitucionales y a la nueva Ley Federal Eleaoral, o más
bien a circunstancias de orden general y transitorio, así
como a esas situaciones políticas locales, que bien pueden
resultar pasajeras. En cuanto a esas "condiciones de orden
general", conviene destacar algunas. Pocas dudas pueden
caber de que los partidos independientes confiaron más
en las autoridades oficiales superiores que intervienen en
el llamado proceso electoral, sobre todo la Comisión Fe-
deral Electoral. Recuérdese el estupor que causó don
Mario con su malísimo desempeño como presidente
de esa Comisión en las elecciones de 1970. Lejos de
obrar como moderador, azuzó a todos los miembros
de ella para que cayeran como verdadera jauría atacando
grosera e innecesariamente al delegado del PAN, quien
para salvar el pellejo creyó necesario abandonar la Comi-
sión. Esto, inevitablemente, le robó su carácter esencial de
constituirse con todos y cada uno de los partidos. A la in-
versa, al clausurar sus reuniones en las elecciones de
1973, don Mario fue objeto de una ovación unáni-
me y calurosa. Nadie, pues, puede garantizar que el
día de mañana el secretario de Gobernación resul-
te descomedido, o, al contrario, comprensivo. Hay otra
circunstancia de orden general perfectamente atribuible
a las iniciativas presidenciales, pero también de carácter
transitorio porque el entusiasmo, sobre todo en los me-
nesteres políticos, se agota pronto. Bien seguro es que los
partidos independientes juzgaron ventajosas las reformas
constitucionales y la nueva Ley Electoral. Aprobaron las
primeras sin discrepancia, y aun cuando el P A N y un
poco el PPS pusieron buen número de reparos a la Ley
Electoral, todos fueron sobre su modín operandi, pero no

85
en cuanto a sus principios, digamos la forma de constituir
la Comisión Federal Eleaoral. En ella tienen los elemen-
tos oficiales: secretario de Gobernación, un diputado, un
senador y un representante del PRI, 4 votos contra 3 de
los partidos independientes. Ese secretario la preside como
representante del Poder Ejecutivo, cosa explicable, pues a
éste le corresponde ejecutar los mandamientos legales;
pero carece de toda justificación que haya un diputado y
un senador, a quienes se hace representantes del Legisla-
tivo, un poder que por definición está encargado de le-
gislar, pero no de ejecutar. Y no digamos la incongruen-
cia de que resueltos a poner representantes de estos dos
poderes, se excluya al Judicial, obligado por la Constitu-
ción a investigar los fraudes electorales.
En fin, cabe señalar como un estímulo a todos los par-
tidos el que se les haya concedido el voto en los comités
locales, distritales y aun en las casillas.

Es DE esperarse que al siguiente Primer Mandatario no


se le ocurra introducir nuevos cambios en la Constitu-
ción y en las leyes eleaorales, como ocurrió ya con los
dos anteriores. En principio, la Constitución no debe to-
carse, excepto cuando sea comprobadamente necesario, y
jamás para ver qué sale. La Ley Electoral es un ordena-
miento muy importante, al cual, además, deben ajustarse
penosamente los partidos políticos y los ciudadanos todos.
Por último, sólo el tiempo y la experiencia pueden me-
dir en definitiva la bondad de esta "Reforma Política del
Presidente Echeverría". La prueba suprema, me parece,
es la formación de un nuevo partido independiente con
propósitos progresistas bien definidos. Desde este punto
de vista, difícilmente puede reprimirse un cierto escepti-
cismo, en parte fundado en los relatos que ha hecho don
Heberto Castillo de sus aventuras en varios lugares de la
República, pero sobre todo en la conjetura de que sólo un
desgajamiento del PRI daría lugar al nacimiento de ese
nuevo y más apetecible partido. Pero si el mismo gobier-
no y lo que quedara del PRI actual, lo consideraran hete-
rodoxo y aun rebelde, lo combatirán hasta anularlo.

86
V. C O N EL R O S T R O H A C I A A F U E R A

S u s A M I G O S y admiradores dan como prueba de una


temprana vocación internacionalista el que nuestro Presi-
dente se graduara como licenciado en derecho con una te-
sis sobre El sistema de equilibrio de poder y la Sociedad
de Naciones. Abona esa idea el recuerdo de que temas de
esa naturaleza jamás se trataban en ninguno de los mu-
chos cursos que entonces ofrecía la Facultad de Derecho,
ni siquiera en el de derecho internacional público. Su
elección, pues, tuvo que ser, en efecto, personal y delibe-
rada. La tesis lleva como subtítulo explicativo el de "En-
sayo Jurídico-Político"; pero en realidad debía haberse
completado con un "histórico", pues cuando se escribió en
1 9 4 4 la Sociedad de Naciones estaba bien muerta. Roose-
velt y Churchill anuncian al mundo en agosto de 1941 el
nuevo orden internacional mediante la declaración que se
llamó la Carta del Atlántico, y un mes después se adhi-
rieron a ella los quince países que combatían al Eje. Es
más: en septiembre de 1944 se celebró la Conferencia de
Dumbarton Oaks, de la que salió la Organización de las
Naciones Unidas.
Es un hecho, además, que el Presidente le ha atribuido
una importancia de primerísimo orden a su actividad in-
ternacional. Un corresponsal extranjero le pide el 26 de
noviembre de 1973 hacer un balance de sus tres primeros
años de gobierno, y si bien coloca al frente el desarrollo
económico logrado sin sacrificar las libertades cívicas y la
justicia social, el calor en el concepto y en las palabras
lo reservó para aquella actividad:

En política internacional, esta administración ha tenido...


la más importante de sus transformaciones en la historia de
México... ha sido una de las más grandes experiencias me-
xicanas la de esta reforma trascendental en nuestra política
exterior... Esto cuenta entre las realizaciones más amplias de
estos tres años por las múltiples repercusiones que ha tenido.

N o especifica qué repercusiones son ésas, pero se trata sin

87
duda de las que concede a sus viajes, ya que en seguida
añade que, "rompiendo viejas ortodoxias de una mera con •
vivencia interamericana, ustedes [los corresponsales ex-
tranjeros] han podido presenciar la multiplicación de
vínculos que hemos logrado" ( E G M : 16, 136-156).
Se avanzaría algo si se logra afinar un tanto la última
afirmación. Desde don Miguel Alemán, los cuatro pre-
sidentes que gobernaron al país durante casi un cuarto de
siglo se movieron por el extranjero, y don Adolfo López
Mateos fue a Europa y aun a la India, es decir, bastante
más allá "de una mera convivencia interamericana". Por
añadidura, se supone que es necesario trabajar esta con-
vivencia porque México no podría subsistir si prescinde
cabalmente de Estados Unidos y de una América Larina
que se considera el primer bastión defensor de nuestros
intereses. Don Gustavo Díaz Ordaz, el menos movido de
esos cuatro presidentes, se limitó a la América Central y
Panamá, pero con plena justificación, ya que a esta zona
se le ha atribuido siempre la prioridad número dos de
nuestta política exterior; además, porque sus antecesores
no la visitaron. Como los viajes del presidente actual se-
rán examinados después, por ahora conviene explorar
otros senderos para medir hasta qué punto puede admi-
tirse que su política exterior ha representado de verdad
"la más importante transformación en la historia de Mé-
xico".
Desde luego, atrae la mirada que esta diplomacia en la
cumbre no fuera un objetivo prioritario de su gestión gu-
bernamental, sino que la determinaran circunstancias al
parecer formitas. Recién llegado al poder, el 12 de di-
ciembre de 1970, para ser exactos, declara que no piensa
salir al extranjero durante los dos o tres primeros años de
su gestión, porque se proponía "viajar intensamente, pero
dentro del país" ( E G M : 1, 2 6 2 ) . El 22 de septiembre de
1971 se le pregunta si piensa visitar la América Central,
y contesta que para él "lo esencial es profundizar más en
los problemas nacionales, y echar a andar instituciones
que hemos creado" ( E G M : 10, 3 5 3 ) . Pero diez días des-
pués se desplaza a Nueva York para asistir a la Asamblea
de las Naciones Unidas ( E G M : 11, 185-199), y tres me-
88
ses más tarde anuncia su viaje a Japón ( E G M : 14, 56-
6 1 ) . Menos de tres semanas después de haber regresado
de esta última incursión, el 31 de marzo de 1972, se le
pregunta si irá a Santiago de Chile para asistir a la reu-
nión de la U N C T A D , y expresa dudas porque en sólo
diez días comenzará; pero a las cuarenta y ocho horas so-
licita la autorización del Congreso para hacerlo ( E G M :
1 6 , 2 1 9 - 2 2 4 ) . Un día antes de emprender su viaje a Ca-
nadá, Europa, etc., se le pregunta si piensa hacer otros, y
con visible firmeza contesta: "¡No, ya no! ¡A la provin-
cia mexicana!" ( E G M : 28, 2 0 2 - 2 1 2 ) . En más de una
ocasión se le interroga si piensa visitar, digamos, Cuba o
China, y responde que "simplemente no puedo pensar en
ellos porque no me han invitado". Y llega a calificar de
"insólito" es decir, de imprevisto, el viaje que está por
emprender a Canadá, Europa, la URSS y China ( E G M :
27,68-70).
Es verdad que el Presidente no parece haberse pro-
puesto nunca dar una idea, digamos general o abstraaa,
de cómo concibe él la política entre las naciones; pero no
ha dejado de incursionar ocasionalmente en este terreno.
El 10 de mayo de 1972, por ejemplo, se despiden de él
los diputados y senadores que asistirán a la XII Reunión
Interparlamentaria México-Estados Unidos, y del modo
más espontáneo les dice que si a él le pidieran algunos
lincamientos para resolver "cualquier problema interna-
cional con acierto", aconsejaría inspirarse en la política
interna del país, en su historia y en la Constitución. Casi
resulta ocioso subrayar la sabiduría de este consejo, sobre
todo porque nuestros diplomáticos profesionales no han
sido adiestrados, ni les interesa, entender nuestra política
interna, ni tampoco ha sido su fuerte la historia nacional.
Lo malo es que el Presidente, tras ese consejo, se refugia
en que la "doctrina" de Juárez es una "norma de validez
universal" ( E G M : 1 8 , 7 1 - 7 6 ) . Es dudoso que se refiriera
a la única "doctrina" internacional que Juárez expuso
cuando justifica por qué México había resuelto romper
sus relaciones no sólo con los tres países que participaron
activamente en la Intervención, sino con todos aquellos
que por reconocer al Imperio habían desconocido a la Re-

89
pública. Entonces debe suponerse que esa "doctrina" sea
el bien conocido apotegma de que "entre los individuos,
como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la
paz", que en realidad ayuda muy poco a entender, y me-
nos todavía a resolver los conflictos internacionales. Cosa
curiosa, pues parece contener una buena dosis de contra-
dicción, que hable con manifiesto desprecio de ser "muy
siglo x i x " [el siglo de Juárez] la concepción de unas
relaciones internacionales que se desenvuelven "en el ám-
bito de la cultura y de los propósitos llenos de altos idea-
les", cuando deben crecer "en el terreno racional de la
economía". Es más, con semejante desprecio habla des-
pués de que "la mera doctrina" no puede "conducirnos
por caminos sólidos". Sin embargo, cayendo en una nueva
contradicción, ahora asegura que no podrá haber "una
lucha sólida por el mejoramiento económico" si no se
comptenden y valoran la cultura y la historia de los pue-
blos débiles ( E G M : 24, 38-43).

E L P R E S I D E N T E ha incursionado, pero con mayor sis-


tema y reflexión, no ya por el terreno de una concepción
general o abstracta de la política exterior, sino por la vi-
sión del mundo actual en que debe operar la nuestra. El
23 de febrero de 1973 comparece ante el Congreso de la
Unión para explicar los motivos de su viaje a Canadá,
Gran Bretaña, Bélgica, Francia, la Unión Soviética y
China. Dice bien claramente que "el mundo se encuentra
en una etapa decisiva de su evolución y todos los signos
anuncian el final de una etapa histórica y el principio de
otra'. Causa este cambio "el tránsito del bipolarismo al
policentrismo", o sea de un mundo gobernado por Esta-
dos Unidos y la Unión Soviética a otro en que los centros
del poder sean múltiples: la Europa Occidental, China, el
Mundo Árabe, etc. De allí la justificación de su viaje:
"México no quiere ser espectador inerte de la historia"
( E G M : 27, 100-109), es decir, debe participar en el
alumbramiento de ese mundo nuevo y mejor.
Esta idea del término de una era histórica y el naci-
miento de una nueva fue repetida una y otra vez a lo lar-

90
go del viaje. En su respuesta a la reina Isabel, dice: "la
liquidación de los vestigios de la guerra fría, el surgimien-
to de otros centros de poder, la integración de grandes
bloques económicos y la presencia activa de todos los pue-
blos en el escenario internacional, señalan el fin de una
etapa de la historia" ( E G M : 29, 23-26). Al contestar el
discurso de bienvenida del presidente Pompidou, vuelve a
decir que "una etapa histórica llega a su fin" ( E G M : 29,
115-119). En la Academia de Ciencias Morales y Políti-
cas declara que "la humanidad conoce, por primera vez,
un periodo de paz que puede ser definitivo", ya que "la
vida internacional no será regida de un modo exclusivo
por los países poderosos" ( E G M : 2 9 , 1 5 4 - 1 6 7 ) . Su en-
tusiasmo por esta idea no se achica al llegar a Moscú, no
obstante que allí iba a mentar la cuerda en la casa del
ahorcado, pues le dice a Podgorny que "la creciente de-
mocratización del poder internacional anuncia una nueva
era' ( E G M : 29, 191-199). Pero, como era de esperarse,
el comunicado conjunto ruso-mexicano atemperó ese ca-
lor: con bastante frialdad habla de que "las partes com-
probaron que en el mundo últimamente se han operado
algunos cambios que contribuyen al mejoramiento de la
atmósfera internacional" ( E G M : 2 9 , 2 3 6 - 2 3 9 ) .
N o parecen caber muchas dudas sobre que la guerra
del Medio Oriente y el boicot petrolero árabe han arrui-
nado la visión de un mundo distinto y mejor porque el
poder está más repartido. La guerra Israel-Egipto-Siria de-
muestra que la humanidad no conoce todavía "una paz
que puede ser definitiva". Y el embargo petrolero reve-
la que ni China, ni Japón ni la Europa Occidental cuentan
como centros de poder en las grandes crisis internaciona-
les, y que ese poder sigue monopolizado por Estados
Unidos y la Unión Soviética. Es más: podría llegarse has-
ta conjeturar que si alguna era histórica nueva se inicia
ahora, es la del monocentrismo soviético.

T A L VEZ no el concepto, pero sí la aplicación práctica


de una política exterior supone el ejercicio de la diplo-
macia. Ésta, que a veces ha sido llamada "ciencia", se de-

91
fine de muchos modos, pero en esencia significa el arte,
o la maña, de ganar la aprobación y aun el apoyo a las
opiniones de uno llevando al interlocutot, o adversario,
hasta hacerlo creer que otorga su aprobación o su apoyo
a sus propias opiniones o intereses. Lo menos que supone
la diplomacia es el tacto necesario para no herir al con-
trario, evitando de ese modo que crezca su resistencia o su
desconfianza, y se haga así imposible el entendimiento.
Pues bien, es incuestionable que el presidente Echeverría
renunció desde el primer momento a ejercer, o rratar de
ejercer este oficio. En vísperas de su viaje "Tricontinen-
tal" tiene una entrevista con los corresponsales extranje-
ros, y en ella, no tanto con franqueza como con pasión,
les dice:

Si se siguen repitiendo fenómenos de expansionismo o in-


tervenciones como la de Checoeslovaquia, se pondrá en peli-
gro la paz del mundo. ¡Que se hagan serias rectificaciones!
¡Ojalá lo publique esto el "Times" de Londres y el "Pravda"
de Moscú, para que sepan con claridad lo que estamos pen-
sando! (EGM: 28, 136-167)

Un diplomático diría que esa alusión a Checoslovaquia no


fue muy diplomática porque se hizo en vísperas de ser
huésped de la Unión Soviética, porque puede ofender a
los propios checos al restregarles una vez más su impo-
tencia para sacudirse el yugo soviético, y porque el go-
bierno mexicano, en el momento oportuno y nada menos
que en un informe presidencial, es decir, el documento
oficial de máxima autoridad, condenó en términos ine-
quívocos la invasión de Checoslovaquia. Pero el Presiden-
te no vaciló en explicar su franqueza añadiendo entre
interjecciones esta frase: "¡No vamos a hacer caravanas de
tipo diplomático!" De hecho, apenas si dudó por un ins-
tante de si hablaba "quizás con excesiva franqueza"; pero
convencido de la necesidad inaplazable de "dar cara a los
problemas", acabó por creer que de allí nació "el nuevo
estilo. . . en la política de la vida internacional", un es-
tilo, además, que "tendrá efecto sobre el mundo entero"
( E G M : 19, 2 4 1 ) . Y explica a los dirigentes del Congreso
del Trabajo a propósito de la esperada solución del pro-

92
blema de la salinidad del río Colorado, que "no es ya en
nuestra época la diplomacia mero juego de artificios que
pueden reducirse a canalizarse con procedimientos hue-
cos, sino la atención directa de los problemas básicos del
país" ( E G M : 19, 135-139).
Ciertos rasgos curiosos del carácter, aun del tempera-
mento de nuestro Presidente limitan de otro modo su di-
plomacia: pronto para presentar y defender sus opiniones,
es tardo para advertir el alcance, aun el sentido de las pre-
guntas que se le hacen, y de allí que sólo por excepción
salga bien librado de sus entrevistas de prensa, como ocu-
rrió cuando recibió a unos periodistas japoneses el 29 de
febrero de 1972: sus respuestas fueron entonces sencillas,
cordiales y certeras ( E G M : 1 5 , 2 6 0 - 2 7 8 ) . Pero en otra
ocasión, reacciona prontamente al sentir que se le quiere
poner en un aprieto preguntándole por qué México acaba
de reconocer a Bangladesh a pesar de haber ganado su
independencia mediante la intervención militar de la In-
dia, y se negaba a entablar relaciones con la España fran-
quista, que venció a la República gracias a la intervención
militar de Alemania e Italia. Entonces contesta:

En aquellos trágicos años, de 1936 a 1939, la misma inter-


vención que acabó con la República española quiso acabar con
el régimen republicano mexicano.

Difícilmente podría aducirse una razón, por conjetural


que fuera, que funde el propósito de Alemania e Italia de
plantar aquí un monarca extranjero. Es más: para soste-
ner su in promptu todavía agregó con visible enfado: "Y
si esto no se entiende, no se entiende la vida nacional"
(EGM: 31,32-39).
Pero todavía ilustra mejor la visible prontitud para ex-
presar y defender las opiniones propias y la tardanza para
advertir el alcance, aun el significado de las preguntas que
se le hacen como la entrevista con los corresponsales ex-
tranjeros del 23 de marzo de 1973. Indica bien lo pri-
mero que a una pregunta que cabe en tres renglones, dé
una respuesta de ciento cincuenta y seis. Y lo segundo
queda bien ilustrado por otras dos preguntas. La primera:

93
¿Hasta dónde desea, o hasta dónde desearía llevar las re-
laciones de México con el Comecón, con el Bloque Económico
Socialista?

Y contesta: "realmente, por nuestra parte, quisiéramos


que fuera en la forma más amplia y más intensa posible".
Y para justificar ese deseo habla de que México es un
"gran comprador del Mercado Común Europeo", y que to-
dos los países del Mercado Común Europeo han alcan-
zado un notorio progreso tecnológico, razón de más para
que nuestro país desee estas relaciones amplias e intensas.
Es decir: el Presidente, tras ignorar que hace ya veititinue-
ve arlos Rusia y sus satélites de la Europa Oriental ímás
la República Popular de Mongolia) se asociaron para co-
merciar libremente entre sí, no recogió la sentencia ex-
plicativa de "el Bloque Económico Socialista". N o para
allí la cosa, pues otro corresponsal le hizo esta otra pre-
gunta:

Es indudable que últimamente México se ha proyectado


como uno de los países más dinámicos del Tercer Mundo, en
gran parte debido a vuestra personalidad... ¿es posible que
ahora México aceptara una candidatura para ocupar uno de
los puestos del Consejo de Seguridad?

El Presidente contestó así:

. . .hace ya tiempo que no oigo hablar de una invitación tal


para México, ni creo que México tuviera el peso suficiente,
dentro de la constelación de grandes países, a cuyo grupo no
pertenece, como para ocupar tan honroso cargo y ser señala-
do con esa distinción.

Se sabe bien que ciertamente las grandes potencias (la


Unión Soviética, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia
y China) tienen un sitio permanente en el Consejo de
Seguridad; pero la Asamblea General elige diez miem-
bros más para un periodo de dos años. Y al amparo de
esta norma han sido electos (no "invitados") potencias
militares, económicas y políticas tan formidables como
Panamá, Bolivia y Paraguay. N o se trata de "invitación",
ni de "honroso cargo" o de "distinción" alguna. Pero es

94 .
que, además, el corresponsal que hizo esa pregunta, aña-
dió la siguiente nota explicativa:

Esta candidatura la ha declinado una y otra vez México des-


de que ocupó uno de esos puestos en el primer año de vida
de la ONU. (EGM: 28,136-137)

De haber pescado prontamente el significado de este úl-


timo párrafo de la pregunta, habría caído en la cuenta de
que no podía ser fruto del capricho o del azar de una
"invitación" el que México se negara a figurar como can-
didato durante veinticinco años continuos. La razón, sen-
cilla y justificada, que todos nuestros gobernantes ante-
riores han entendido, es que los países menores adquieren
sin quererlo en el Consejo de Seguridad compromisos po-
líticos y morales ajenos a sus intereses, pero muy propios
del designio de las grandes potencias.

S E C A L I F I C Ó oficialmente de "acto sin precedente" el


que nuestro Primer Mandatario entregara el 5 de marzo de
1971 sus "nombramientos" a veintitrés nuevos embaja-
dores. Lo que aquí importa, sin embargo, es el comentario
del propio Presidente:

Hemos intercambiado ideas con los nuevos embajadores,


hemos charlado con todos ellos, de modo ágil y elástico...,
respecto a distintos aspectos culturales, económicos y turís-
ticos.

También interesa destacar que a ese acto asistieron, no


sólo los secretarios de Relaciones y Educación, sino el de
Comunicaciones y . . . ¡el Director General de Fruticul-
tura! ( E G M : 4, 18-20). El comentario presidencial y esa
pequeña pero extraña mescolanza de asistentes parecen in-
dicar que el Presidente no tomaba todavía un partido de-
cidido sobre que a esos nuevos embajadores ?e les confia-
ra una misión no diplomática especial. Al mismo tiempo,
ha de considerarse que una de las grandes y justas preo-
cupaciones del Presidente fue el escaso crecimiento "hacia
afuera" de la economía nacional. De allí que una de sus

95
primerísimas medidas fuera crear un instituto especial-
mente encargado de fomentar nuestras exportaciones. En-
tonces, es de presumirse que no dejaba de pensar que los
agentes diplomáticos mexicanos debían prestar una aten-
ción especial a ese problema. Pero, como suele ocurrir en
nuestro medio, el secretario de Relaciones se apresuró a
pescar estos sentimientos presidenciales un tanto indefini-
dos para hacer con ellos una "tesis", que pronto llegó al
extremo de la caricatura. En efecto, el 27 de agosto de ese
mismo año el secretario pontificó:

En todas estas actividades de la Cancillería se elevó la


preocupación del Presidente de poner especial énfasis en el
aspecto económico y de las relaciones comerciales con todos
los países, así como que de que se busque que los embaja-
dores nuestros sean verdaderos agentes promotores del acele-
rado desarrollo económico que está teniendo el país. (EGM:
9,154-157).

Déjense a un lado la gramática y esa sutil diferencia en-


tre el "aspecto económico" y "las relaciones ccmerciales",
para fijarse en el disparate imposible de convertir a los
embajadores en "verdaderos agentes promotores" del pro-
greso económico nacional. La única interpretación imagi-
nable es que se les encargaría vender los productos expor-
tables del país, y quizás dotarlos de bicicletas, para que su
pregón por las calle fuera tan acelerado como ese des-
arrollo económico. Parece ocioso el intento de explicar
que jamás ha sido ni es ésa la misión de un embajador,
y por la sencilla pero contundente razón de que repre-
senta a u n jefe de estado que no es sólo comerciante aun-
si de inntii propio declara serlo. Esas tareas se confían a
consejeros o agregados comerciales especiales, que, por
otra parte, el Instituto Mexicano de Comercio Exterior
ha elegido, preparado y enviado al extranjero. Aun así,
don Emilio O. Rabasa concluyó diciendo;

El aspecto de los embajadores fue motivo de un estudio


especial de parte del presidente Echeverría... fy por eso] se
envió a un conjunto de jóvenes economistas u hombres de
negocios y de la iniciativa privada para este sesgo importante
dentro de las relaciones exteriores de México. {Ihid.)

96
Pero el Presidente acabó por convencerse de la sabidu-
ría de estas medidas, ya que el 7 de febrero de 1972 dijo
a los periodistas:

El año pasado se cambió parte del cuerpo diplomático en


un afán de renovación. Entraron unos embajadores jóvenes
que están haciendo un brillante papel en muchos países con
excelente preparación diplomática y económica. (EGM: 15,
70)

Si uno desecha que la "excelente preparación diplomática


y económica" se aplica, no como gramaticalmente debie-
ra pensarse, a los "muchos países", sino a los "embajado-
res jóvenes", habría que convenir en que éste ha sido un
nuevo e innecesario estorbo a la actividad internacional
del Presidente.

D E TODOS los viajes presidenciales, ninguno ofrece ma-


3'or interés que el de Chile. Desde luego porque ha sido
hasta ahora el único retribuido, y por el trágico fin del
mandatario visitado. Asimismo, porque ese viaje y la vi-
sita de Allende a México, tuvieron un marcado tinte po-
lítico, que los otros apenas alcanzaron muy diluido al mez-
clarlos con propósitos y gestiones comerciales, turísticas,
tecnológicas, culturales, etc. Por eso conviene consagrarle
una atención mayor.
Se creyó que su fin principal, aun único, era asistir a
las sesiones de la U N C T A D , que tenían lugar en San-
tiago. De hecho, se sigue creyendo eso hasta el día de
hoy porque allí expuso el Presidente por primera vez la
necesidad de una Carta que fijara los derechos y los debe-
res económicos de los estados miembros de las Naciones
Unidas, asunto este del que se sigue hablando todavía. En
realidad, desde la autorización que pidió al Congreso se-
ñaló fines más amplios: "afianzar los nexos de coopera-
ción y de fraternidad" con los países de la América Lati-
na; "mantener con actos concretos de gobierno" la política
exterior de México; y más específicamente, llevar "a la
República de Chile un testimonio de afecto y de solida-

97
ridad del pueblo y del gobierno de México" ( E G M : 17,
9-10). Al desembarcar en Santiago, en el aeropuerto mis-
mo, declaró "sin reticencias" que "aquí se está gestando
un aspecto de la liberación de Latinoamérica" ( E G M : 17,
151). Tal vez esa buena disposición de nuestro Presiden-
te llevó a Allende a recordarle en el banquete oficial que
le ofreció que México había sido el único país con la ne-
cesaria altivez para "negarse a bloquear y condenar la re-
volución cubana", así como que Echeverría, entonces jo-
ven estudiante de diecinueve años, había visitado Chile
por la primera vez cuando lo gobernaba el Frente Popu-
lar, y que regresaba ahora, cuando

.. .los trabajadores, en una fase superior de su combate, lle-


van a cabo una profunda obra revolucionaria para transformar
las estructuras del sistema capitalista y abrir el camino al
socialismo.

Entonces Echeverría contestó:

He venido a Chile... para confirmar nuestra compartida fe


en una democracia puesta al servicio de la libertad y de la
justicia social... Precisamos también encontrar una ruta se-
gura para la plena autonomía económica, tecnológica y cultu-
ral. Habremos de lograrla mediante una acción firme y pers-
picaz, que no renuncie jamás a la defensa de nuestros dere-
chos, pero que nos proteja de nuestra propia impaciencia, y
no nos exponga a retrocesos que podrían ser definitivos. . . La
experiencia nos ha enseñado que en todo pr<x:eso de transfor-
mación es menester sumar voluntades, unir esfuerzos, buscar
el común denominador de las metas nacionales, y lograr un
consenso ciudadano sobre aquellos objetivos que interesen al
pueblo. (EGM: 17,151-160)

Para valorar mejor los pronunciamientos de los dos


presidentes, debe advertirse que los del nuestro en este
viaje son muy buenos, y notariamente superiores a los nu-
merosos dichos en otros, y que éste del presidente chileno
es bueno también, y moderado, excepto el párrafo antes
transcrito. Echeverría, echando por delante su fe en una
democracia que proteja la libertad y la justicia social, qui-
so advertir a sus anfitriones que no debía llevarse un mo-

98
vimiento transformador a un ritmo y con una profundi-
dad que provocara un retroceso que bien podía resultar
definitivo. N o sólo eso, sino que habló de la necesidad de
conseguirle un apoyo verdaderamente general. Por esto
siente uno la tentación de suponer que nuestro Presiden-
re hizo entonces una profecía, que por desgracia el tiempo
iba a confirmar. Semejante supuesto parece afirmarse con
otro párrafo del mismo discurso, donde sin vacilación sos-
tiene que es facultad soberana de un estado expropiar o
nacionalizar los "bienes naturales" de un país, y que, por
lo ranto, sólo a los tribunales nacionales compete fijar el
monto y el tiempo de la indemnización respectiva. Es de-
cir, parecía indicarse de este modo que en ese punto par-
ticular México sí acompañaba a Chile. Tampoco debe des-
cuidarse que en su discurso ante el pleno de la U N C T A D
reprocha claramente a los países "socialistas industrializa-
dos" el no haber cumplido su compromiso de otorgar
ciertas preferencias a las importaciones provenientes de las
naciones pobres ( E G M : 17, 73-76). Un sentido semejan-
te habría que darle a su pronunciamiento ante el grupo
latinoamericano de aquella organización, en que sostuvo
ser tarea de cada uno arrancar a su propio país del ham-
bre y la ignorancia, si bien uniéndose "en el ámbito in-
ternacional" ( E G M : 17, 177-180) cuando coincidan las
metas y los procedimientos individuales para alcanzarlas.
Pero, sorprendente y desconcertantemente, esa actitud
parece cambiar en las declaraciones y discursos posterio-
res. Por ejemplo, en la rueda de prensa del 20 de abril,
Echeverría dice:

Como un observador y viajero imparcial, pero con simpatía


y afecto para el pueblo chileno, he venido a comprobar lo
que ya sabia: aquí se está desarrollando un proceso revolu-
cionario nacionalista... como el que ha ocurrido bajo el im-
perio de la Revolución Mexicana, es decir, un proceso nacio-
nalista de recuperación de los recursos naturales para el bien
de los chilenos.

N o por simple curiosidad, sino como dato demostrativo


de que esta idea "nacionalista" no se expresó bajo el apre-
mio que toda entrevista de prensa supone, debe recogerse

99
el detalle de que el presidente del Círculo de Periodistas
Chilenos intentó dos veces dar por terminada la entrevis-
ta, y que a ello se opuso el presidente de México, primero,
asegurando que no se había concluido y que, en conse-
cuencia, seguía estando a disposición de los periodistas, y
segundo, declarando ""no tengo prisa; estoy muy conten-
to". Es más: en esa ocasión se le pide opinar sobre el mi-
litarismo latinoamericano, y se excusa de hacerlo por ser,
no un simple '"observador sociológico", sino un jefe de
estado ( E G M : 17, 185-206). Por último, ya aquí, de re-
greso, se le pregunta si es aplicable a México algo del so-
cialismo chileno, y contesta:

No, es una cosa muy distinta, muy chilena, de una vieja


tradición. En realidad, es un mosaico de muchas tendencias;
pero, en esencia, hay una política nacionalista, como la nacio-
nalización del cobre, que es muy semejante a la del petróleo
mexicano. (EGM: 17,216-218)

Ahora bien, difícilmente puede sostenerse que la in


dudable inclinación socialista de Allende y de su gobierno
fueran una ""vieja tradición" chilena, puesto que la atrac-
ción mundial sobre su victoria electoral se basó en ser
Allende el primero y el único marxista en el mundo exal-
tado al poder democráticamente. Por ese solo hecho, se
sabía bien el sello que por fuerza tendría que imponer
Allende a su gestión, esto sin contar con que en esa visi-
ta, teniendo a su lado al presidente Echeverría, declaró,
según se dijo ya, que se proponía subvertir la organiza-
ción capitalista de su país para abrirle paso al socialismo.
En esas condiciones, ¿podía calificarse de simplemente
'"nacionalista" esa obra? Asimismo, ¿pueden equipararse
la expropiación petrolera con la del cobre? El cobre esta-
ba ya '"nacionalizado" desde la administración anterior,
puesto que el gobierno era desde entonces accionista ma-
yoritario. Entonces, una de dos: o el presidente Echeve-
rría no logró entender los verdaderos propósitos del go-
bierno de Allende, o, entendiéndolos, quiso disimularlos
bajo el manto intocable del nacionalismo. Lo cierto es que
los chilenos supieron aprovechar astutamente esta incer-
tidumbre, involuntaria o deliberada.

100
A s í F U E : el 19 de octubre de 1972 visita al presidente
Echeverría el ministro de Relaciones de Chile para entre-
garle en mano una carta de Allende en que le agradece
"el apoyo y solidaridad" del gobierno mexicano en oca-
sión de "las acciones de la Kennecott Copper Co., en con-
tra de nuestros legítimos intereses" ( E G M : 23, 127-128),
o sea las consecuencias de la expropiación "nacionalista"
de un "bien natural" de Chile. Un mes después, el minis-
tro Rabasa anuncia la visita a México del presidente
Allende:

Hemos estado en pláticas con el embajador de Chile en


México para que se cubran los aspectos esenciales protoco-
larios de una adecuada, formal y solemne recepción en el ae-
ropuerto. ( E G M : 24, 18)

El presidente Echeverría fue el primero en romper esos


"aspectos esenciales protocolarios", y desde su discurso de
bienvenida en el aeropuerto pareció abandonar todo es-
fuerzo para colocarse, no, por supuesto, frente a Allende,
sino separado de él:

México entero lo recibe afecmosamente porque México está


persuadido de que vigorosa y valientemente, usted, señor Pre-
sidente, al frente de su pueblo, está celebrando una batalla
por la libertad, y con indicios vigorosos del triunfo, que Mé-
xico desea para los revolucionarios chilenos.

Allende, moderado, cantó las glorias de las viejas civili-


zaciones indígenas, y a lo más que llegó fue a decir que
no quería el colonialismo, sino la independencia ( E G M :
2 4 , 2 1 3 - 2 1 7 ) , una tesis, a más de perfectamente defen-
dible, aceptada desde hace años atrás como bandera por
rodos ios países pobres.
La primera impresión es que hay un verdadero abismo
entre aquella profecía de Santiago de que vendrá un re-
troceso definitivo de no moderarse la impaciencia, y esta
otra del aeropuerto, de que existen "vigorosos indicios de
triunfo", y de un triunfo que México aplaude como propio

101
Pero no: lejos de saltar, nuestro Presidente camina por la
cuerda floja para lograr un equilibrio precario. En el ban­
quete oficial que le ofrece a su huésped, dice que México
está identificado con Chile y que ambos sostienen la
misma lucha. Pero esa identificación es con "quienes de­
fienden virilmente su derecho a ser libres", objetivo con
el cual cualquier gobierno puede identificarse sin vacila­
ción. Y esa lucha igual es "contra desigualdades ancestra­
les, contra el abuso, la servidumbre y el marginalismo"
lucha a la cual todo ser humano se sumaría. Para insistir
en la ambivalencia, repite su admonición: " . . . s ó l o la
madurez de la conducta colectiva es garantía de avances
perdurables" ( E G M : 25, 196-200). En realidad, nuestro
Presidenre no logró durante los muchos días de la estancia
de Allende disipar esa situación confusa. Fue el propio
Allende quien lo intentó aludiendo discretamente a que
él y Echeverría "podemos tener una interpretación filo­
sófica distinta, que no niego" ( E G M : 25, 200-205), y
más tarde, al hablar de que "al margen de las concep­
ciones filosóficas de sus gobernantes", México y Chile te­
nían algunas tareas semejantes ( E G M : 25, 279-288).
De una cosa puede estarse seguro: desde que pisó tie­
rra mexicana hasta que acabó su discurso en la Asamblea
General de las Naciones Unidas, el presidente Echeverría
se convirtió en el director de relaciones públicas o en el
agente publicitario de Allende. Puso a su servicio sin lí­
mite de tiempo ni de costo, la prensa, el cine, la televi­
sión, el radio; el acarreo de grandes masas de curiosos;
banquetes, excursiones, viajes, en suma, lo expuso a la
mirada pública las veinticuatro horas del día. El agobio
fue de tal naturaleza, que al pobre de Allende le resultó
imposible escribir sus discursos, teniendo que improvisar­
los, con los deplorables resultados previsibles ( E G M : 25,
182-191, 193-195,200-218,239-253). De hecho. Allen­
de aprovechó el banquete oficial con que correspondió a
nuestro Presidente para narrar públicamente sus desven­
turas:

Debo aclarar que ayer, por primera vez en mi vida, junto


con recibir una grata emoción, he tenido un extraordinario

102
cansancio, pues saludé a cinco mil personas: estreché sus ma-
nos, recibí abrazos, pequeños golpes en la espalda. Muy gra-
tos cuando son dos, cuando son veinte, cuando son cincuenta,
cuando son doscientos, pero increíblemente pesados cuando
son más de quinientos... Después nos metimos a un mer-
cado, y luego de reconocer que entre el presidente Echeverría
y yo hay alguna diferencia de años, pues el presidente Eche-
verría camina a sesenta kilómetros por hora, y yo, como un
viejo Ford, iba a cuarenta... Estando en uno de los merca-
dos. . . le dije:- "Tomemos algo para refrescarnos". El pro-
blema no era refrescarnos, sino descansar... Se repletó el co-
che [del Metro] hasta que era imposible, no se podía respirar.
Cuando creí que todo había terminado..., el presidente
Echeverría me dijo: ¡Ahí están! ¿Quiénes? Siete hombres de
la televisión... [que] me acribillaron a preguntas... (EGM:
25,219-225)

Es literalmente imposible, no ya admitirlo, sino tan sólo


suponerlo, que el presidente Echeverría no previera que
una visita de Allende, aun la puramente protocoloraria,
pero más, muchísimo más, por la forma estruendosa como
se condujo, debía producir repercusiones políticas, exte-
riores e inreriores. Resulta sencillo imaginar las primeras:
demosrrar que México guarda una aaitud internacional in-
dependiente, sobre todo, claro, frente a Estados Unidos,
y presentarse en el mundo de los países pobres como
abanderado de las causas buenas. En cuanto a las reper-
cusiones políticas interiores, ¿qué perseguía nuestro Pre-
sidente? Se ha supuesto que quería "asustar" a la derecha
mexicana; pero ¿necesitaba y le convenía asustarla, y en
cualquiera de los dos casos, era ésa la forma mejor de lo-
grarlo? Parecen tan descabellados estos supuestos, que no
cabe sino desecharlos por insostenibles. También se ha
supuesto que quería "echárselas" de izquierdista. Imposi-
ble admitirlo, pues era más que obvio que junto al de
Chile, el presidente mexicano quedaría siempre muy a la
derecha. En fin, se ha supuesto que en materia de polí-
tica exterior, o al menos en este caso particular, nuestro
Primer Mandatario procedió emotivamente, y no, como
otros jefes de estado, racional, fría, aun calculadoramente.
En todo caso, la reacción puramente emotiva se desbordó
con la caída y muerte del presidente chileno.

103
C O N N E C E S A R I A brevedad han de examinarse ahora las
otras incursiones internacionales. La primera, en octubre
de 1971: fue a Nueva York, para participar en el Debate
General de la Asamblea de las Naciones Unidas. La par-
te medular de su discurso (muy bien dicho) abogaba por
la admisión inmediata de la China Popular. La medida
venía abriéndose paso desde tiempo atrás, pero la hicie-
ron inaplazable los viajes a China de Kissinger y Nixon.
En esas condiciones, no podía tener ni originalidad ni es-
pontaneidad el alegato mexicano; pero no dejó de com-
pensar algo esta desventaja el hecho de que todo un jefe
de estado se trasladara hasta Nueva York para presentar-
lo en persona. Y como Echeverría fue también el primer
mandatario latinoamericano que la visitó, se logró el fru-
to indiscutible del esfuerzo extraordinario, en realidad in-
creíble, del gobierno chino para destacar la singular com-
placencia con que recibía semejante visita. En rigor, el
fruto resultó tan maduro que no alcanzó a estropearlo el
comentario de don Emilio O. Rabasa al ser recibido el pri-
mer embajador chino:

Definitivamente considero que México no es considerado


por China como una trastienda; de otro modo, no hubiera»
admitido tener relaciones con nosotros, ( E G M ; 21,54-40)

E L V I A J E al Japón fue uno de los más afortunados, si


bien no dejó de empañarlo cierta confusión sobre los fi-
nes que perseguía. En México mismo, antes de partir, y
al llegar a Japón, el Presidente destacó como el principal
fomentar el intercambio económico y aprovechar una tec-
nología más acorde con las necesidades propias de Méxi-
co; pero en una entrevista de prensa posterior dijo:

La visita ha sido, principalmente para incrementar cierto


tipo de relaciones políticas, pero también de un modo im-
portante lo económico y lo cultural. Las cuestiones políticas,
sin embargo, son las más importantes para México, . .

104
¿Cuál era ese "cierto tipo" de relaciones políticas?
Pues. . . "Contribuir a que la paz internacional sea una
conquistii mpariable" ( E G M : 1 6 , 1 0 3 - 1 6 9 ) .

S I G U I Ó EL viaje a Estados Unidos, cuyo propósito ma-


yor y bien definido era precipitar un arreglo del ya viejo
problema de la salinidad de las aguas del río Colorado. La
mayor definición del propósito, el conocer de visu el pro-
blema y la promesa hecha a los mexicalenses de que se
arreglaría, facilitaron las gestiones. La pieza central fue el
discurso en el Congreso de la Unión, "claro y firme", se-
gún lo calificó su autor. Censuró las veleidades de los
gobernantes norteamericanos, que suelen ser infieles a los
ideales que proclaman; asimismo, que consagren todos sus
esfuerzos a entenderse con Rusia y China olvidando los in-
tereses de la enorme mayoría de las naciones del mundo,
vano empeño, puesto que "ningún equilibrio puede fun-
darse sobre la inconformidad de la mayor parte de los
habitantes de la tierra". Al referirse concretamente al pro-
blema de la salinidad, viejo de más de diez años, logró
una de esas pocas frases que se graban y se retienen por
largo tiempo:

Resulta inexplicable.. . que la audacia y la imaginación de


Estados Unidos para resolver complejos problemas con sus
enemigos, no sean empleadas para solucionar sencillos proble-
mas con sus amigos. (EGM: 19,204-210)

Esta incursión resultó también singular porque el presi-


dente Echeverría fue, por la primera y única vez, exqui-
sitamente amable con el secretario de Estado Rogers:

.. .pero qué trabajo más grato que contestar, señor Secretario,


a las cordiales palabras con que usted nos ha dado la bien-
venida a mi esposa y a m í . . . Es por eso que en este mundo
convulso, cuyos días nos ha tocado vivir, podríamos presentar
ai mundo las nuestras como relaciones ejemplares entre dos
países vecinos. (EGM: 19,240-242)

Pronto se levantó la cosecha: el 13 de mayo de 1973 ese

105
mismo secretario de Estado hizo un viaje a México para
poner en manos del Presidente un estudio que propone
"la solución definitiva" del problema de la salinidad.
( E G M : 30, 38-46)

LA A V E N T U R A "Tricontinental", como pronto se la lla­


mó, se inicia el 21 de febrero de 1973, cuando el Presiden­
te explica al Congreso los motivos para emprenderla. Muy
bueno resultó su discurso (que hubiera alcanzado el gra­
do de la excelencia haciéndolo más breve), pues en él
aparecen conceptos justos y expresados concisa y brillan­
temente. Como éste: "Crueles conflictos bélicos surgieron
como desahogo circunstancial de una gran confrontación
bélica en ciernes". Los fundamentos que da al viaje son
que los países pobres sólo saldrán de la dependencia si se
embarcan en "las grandes corrientes del pensamiento, de
la tecnología y del capital". Para ello, considera necesa­
rio, por una parte, que presenten con decisión sus deman­
das, y, por otra, que multipliquen sus contactos con el ex­
terior para participar en la "conformación del fututo":

Un vasto sistema de intercambios recíprocos permitirá ace­


lerar nuestra industrialización, acrecentar la oferta de empleos
y elevar el nivel de vida de nuestros pueblos.

Entonces, "para servir al país, para defender nuestros in­


tereses y para reafirmar los principios de nuestra doctrina
internacional, iremos a donde sea" ( E G M : 27, 100-109)-
El presidente Echeverría distaba de ser, por supuesto,
el Cristóbal Colón de la dependencia de México respecto
de Estados Unidos. Recuérdese que desde 1887 ese país
consumía el 67 por ciento de nuestras exportaciones y que
de él tomábamos el 56 de nuestras importaciones. De allí
que José Ivés Limantour, no por su ascendencia francesa,
como algún malicioso lo supuso, sino por la experiencia
y el conocimiento de los hechos, luchó contra ella, sobre
todo en el último decenio del Porfiriato: logró que el
gobierno mexicano llegara a ser accionista mayoritario de
lo que después se llamó los Ferrocarriles Nacionales, y

106
se empeñó en colocar los empréstitos que México nece-
sitaba en los mercados de Francia, Inglaterra y Alema-
nia. Contra esa dependencia pronto se levantó el sano
pero claro nacionalismo hijo inicial de la Revolución Me-
xicana, que veía con recelo cuanto fuera extranjero y so-
bre todo "yanqui". Pero otras fuerzas más poderosas aca-
baron por predominar no mucho tiempo después. La ve-
cindad geográfica que facilita la comunicación; la necesi-
dad de reconstruir la economía nacional, deshecha tras
diez años continuos de lucha armada que desató la rebe-
lión maderista; el propósito de hacer del progreso econó-
mico la meta más levantada del esfuerzo nacional. Del
otro lado, la transformación de Estados Unidos en la pri-
mera potencia mundial; sus asombrosas conquistas tecno-
lógicas; la invención de técnicas que, como el manage-
ment, han creado la primera sociedad ultramoderna; etc.
Esas y otras fuerzas volvieron a México al estado de una
dependencia ahora abrumadora. Así, el problema no resi-
de en descubrirla o comprobarla, sino en dar con el modo
de rebajarla cuanto antes y en el máximo grado posible.
Por eso surge la duda de si el esfuerzo de un solo hom-
bre, así sea valeroso, ducho y se halle revestido de la au-
toridad de un jefe de estado, puede ayudar en un grado
perceptible a resolver un problema tan viejo, tan comple-
jo y tan arraigado como éste, o si, por el conrrario, requie-
re toda una política nacional, inteligente, pero, sobre todo,
aplicada de un modo congruente y perseverante a lo largo
de muchos, de muchísimos años. Alguien dirá que exacta-
mente por eso, vale la pena, y se justifica, ensayar cual-
quier camino y todo esfuerzo. Lo cierto es que nuestro
Presidente se lanzó animosamente a la tarea, tanto así
que en su primer discurso canadiense planteó el problema:

Hemos renunciado a complacernos estérilmente en el es-


plendor de nuestra historia, en el valor de nuestras tradicio-
nes, en el éxito de nuestras reformas sociales o en el acele-
rado proceso de nuestra industrialización... La insuficiencia
de vínculos efectivos entre la América Latina y Canadá no ha
obedecido al desinterés. Está determinada por la orientación
que antiguos nexos de dependencia imprimieron a nuestra
vida e x t e r n a . ( H G M : 28,255-262)

107
En el naejor discurso de todo el viaje, el dicho en el
parlamento de Canadá, repite el tema de la dependencia,
sólo que con una fina y necesaria aclaración: ""ninguno
de nuestros dos países pretende suscitar oposiciones siste-
máticas con nación alguna" ( E G M : 28, 265-271). En
Bruselas hace notar que los intercambios económicos son
"'excesivamente reducidos", y que la cordialidad de las re-
laciones entre los dos países no se traduce en nada tan-
gible ( E G M : 29, 69-72). Pero en Francia y la Unión
Soviética los temas políticos relegan a los económicos al
tercero o quinto plano ( E G M : 29, 110-112, 115-119,
125-127,191-199,214-217). En China reviven, quizás
porque el Presidente se sentía optimista en cuanto a la
capacidad de la economía mexicana y a las posibilidades
ilimitadas del mercado chií>o. A la pregunta de qué po-
dría México colocar en él, da esta larga lista: algodón,
azúcar, cereales, semillas diversas, henequén y sus produc-
tos, hilo, hilaza y textiles, prendas de vestir y calzado,
productos químicos y farmacéuticos, abonos químicos, pro-
ductos eléctricos y electrónicos, productos metálicos, ma-
quinaria de toda clase, equipos de transporte y minerales
( E G M : 29, 271-277).
Al llegar a México estalló como luces de Bengala el
ditirambo oficial. Para don Mario Moya Palencia repre-
sentaba ""una gran victoria diplomática, y por eso es que
el pueblo mexicano se ha volcado a recibirlo". Don Hugo
Cervantes del Río creyó que el Presidente ""cumplió con
gran honor la misión que tuvo". Don Octavio Sentíes juz-
ga que los resultados habían sido "extraordinarios, y re-
presentan lo que es México". Para don Porfirio Muñoz
Ledo se rompió ""la inercia de la dependencia de México"
y se abrieron '"múltiples cauces de progreso para el país".
Don Luis Enrique Bracamontes, más elaborada y oscura-
mente, vio el viaje como ""extraordinario por todos con-
ceptos. . . porque se le dio la dimensión humana al ha-
cer hincapié en el trato igual que debe darse a los hu-
mildes con pleno goce de las libertades; porque logró una
diversificación de mercados y por la gran apertura inter-
nacional que logró para México" ( E G M : 2 9 , 3 0 6 - 3 0 7 ) .
Pero ¿cuál fue la cosecha real, contable, de esta aventura

108
Tricontinental? El propio Presidente no logró presentarla
de manera convincente en el Mensaje a la Nación que
dirigió a su regreso, ni tampoco en su siguiente Informe
al Congreso. En aquel habló de que consideraba "una
responsabilidad ineludible advertir con oportunidad los
cambios en el mundo para aprovecharlos en beneficio de
la Nación". Y al final ensayó presentar la justificación su-
perior, que resultó marcada con un tinte personal:

Al entrar en contacto con los dirigentes o los habitantes


de cada país, no pudimos menos que reflexionar hasta qué
punto la humanidad ha sido perseguida por el aislamiento.
Durante siglos hemos padecido una prolongación de la men-
talidad feudal, que ahora está condenada a desaparecer por la
creciente interrelación entre los pueblos. (EGM: 29,311-321)

De los comunicados conjuntos que se publicaron al tér-


mino de la visita de cada país, se desprende que Canadá
ofreció "cooperar plenamente" en la preparación de la
Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Es-
tados ( E G M : 28, 300-313). Bélgica "expresó la esperan-
za" de que la próxima Asamblea de las Naciones Unidas
la adoptara ( E G M : 2 9 , 8 9 - 9 1 ) . Francia juzgó "de vital
importancia" que se hiciera así, y ofreció firmar con re-
servas el Protocolo del II Tratado de Tlatelolco ( E G M :
29, 177-180). La Unión Soviética también ofreció apo-
yar la Carta, concesión que nuestro Presidente comentó
diciendo que "bastaría. . . para que el gobierno de Mé-
xico considerara fructífero, que pensara haber obtenido sus
más altos resultados el viaje" ( E G M : 29, 230-236).
(.-hiña, en fin, declaró que haría "los máximos esfuerzos"
para lograr el mismo objetivo ( E G M : 2 9 , 2 8 6 - 2 8 9 ) . En
cuanto a los resultados económicos, que inicialmente se
presentaron como los más importantes, fue el mismísimo
secretario de Industria y Comercio quien involuntariamen-
te los puso en duda:

Se prevén resultados muy positivos. Canadá: se ofrecieron


divers(« productos mexicanos de origen agrícola, legumbres
y hortalizas, que siguen teniendo gran demanda en el mer-
cado potencial de Canadá. Inglaterra: se continuaron contac-

109
tos con hombres de negocios... Existen probabilidades muy
concretas de continuar ventas de frutas y legumbres, de ropa
y confecciones, de café, de carne. Bélgica: se exploraron nue-
vas posibilidades de comercio, y se habló concretamente de
productos agrícolas, café, tabaco, aparatos y partes electróni-
cas, etc. Unión Soviética: se firmó un convenio comercial
que significa el prerrequisito indispensable para entablar ne-
gociaciones de magnitud importante. Se firmó un protocolo
que le ofrece a México maquinaria y equipo... China: se fir-
mó un convenio comercial que establece una comisión mixta.
México ofrece maquinaria y equipo de toda clase... (EGM:
29, 349-351;

¿ C U A N T O SE ha dicho en este capitulillo debe enten-


derse en el sentido de negar todo valor a la actividad in-
ternacional del presidente Echeverría? De ninguna mane-
ra se ha pretendido insinuar y mucho menos sostener se-
mejante negación.
De un modo seguro puede afirmarse (y demostrarse)
que esa actividad carece de toda originalidad, y esto a pe-
sar de lo que él ha dicho, a saber, que la política exterior
de México ha sufrido en sus manos una innovación nun-
ca antes registrada en la historia nacional. Pero no hay
que asustarse por esto, pues debiera ser obvio que la polí-
tica exterior de un país, de cualquier país, no se inventa
ni se imagina, así tratara de hacerlo el más atrevido nove-
lista o el más fantasioso de los poetas. La dictan (y ésta
es la palabra justa) las duras realidades en que ese país
vive y se desenvuelve. Digamos, típicamente, su situación
geográfica: ¿quién y qué puede inventarse para suprimir
este factor determinante, dictatorial, de la política inter-
nacional de un país? En un grado apenas menor de resis-
tencia al genio inventivo, están, digamos, la cantidad, la
variedad y la calidad de los recursos naturales, y el modo
de ser de sus habitantes, indolentes o activos, disciplina-
dos o anárquicos, etc. Algo puede esperarse de que alguna
vez los adelantos tecnológicos lleguen a compensar en
cierto grado la escasez o la pobreza de semejantes recur-
sos, y de que una labor educativa tenaz e inteligente di-
luya los defectos y exalte las cualidades "innatas" de sus
moradores. Pero, aun así, debe admitirse que los avances

110
por esos dos senderos, el progreso tecnológico y la pene-
tración educativa, son inescapablemente, desesperante-
mente lentos, y que una política internacional tiene que
ceñirse de maneta estricta a lo que vaya lográndose.
Pero hay un margen determinado para la "invención":
una retórica que presenta más convincentemente los pro-
blemas internacionales; el aprovechamiento de una buena
oportunidad para destacar alguno, de modo de adelantar
su solución. Y está, por supuesto, la inteligencia, la pon-
deración reflexiva, la decisión o el valor, así como la per-
severancia patriórica. Dentro de estos márgenes, estrechos
pero reales, muchas cosas buenas pueden y deben abonár-
sele al presidente Echeverría. Desde luego su repetido
sermón de que el mexicano no debe dejarse abatir por
la magnitud, la hondura y la vejez de sus problemas, so-
bre todo, tal vez pudiera agregarse, por los internaciona-
les. Ningún Presidente nuestro ha insistido tanto en la
necesidad de liberarse de la dependencia norteamericana.
Ningún otro ha denunciado con tanta reiteración los ma-
les que acarrean las empresas multinacionales o la inver-
sión extranjera indiscriminada. Ninguno se ha esforzado
en un grado igual por multiplicar nuestros contactos in-
ternacionales. Tampoco ninguno ha destacado tanto la
conveniencia y la necesidad de que México contribuya a
la acción concertada de las naciones del Tercer Mundo.
Por último, su caballo de batalla predilecto, la ya famosa
Carta de los Deberes y Derechos Económicos de los Esta-
dos, es sin duda alguna una idea justa y necesaria, y si
llegara a aprobarse, constituiría una victoria para él en
lo personal, y para México como Nación.

111
VI. E S P Í R I T U Y C U E R P O

P o c o s , ninguno, de los cambios propiciados por el pre-


sidente Echeverría han recibido tanta atención y tantos
comentarios, como la prédica y la práctica del "diálogo",
de la "crítica" y de la "autocrítica", en suma, de lo que
más amplia y generosamente podría llamarse "espíritu de-
mocrático". Nadie puede dudar de su existencia ni tam-
poco de su encendido valor, sobre todo si se contrasta la
situación actual con la inmediata anterior, durante la cual,
para decirlo con marcada benevolencia, resultaba ingrato
hablar y escribir para el público. Exactamente por esto,
ha dejado de tener actualidad, e incluso sentido, volver
a preguntarse si existe o no una "apertura democrática",
porque es ya un hecho. Entonces, lo que ahora interesa
es calar la hondura de ese espíritu democrático para me-
dir qué tanto se ha progresado y cuánto falta por cami-
nar, y, sobre todo, determinar si los frutos de este buen
intento son lo suficientemente maduros para contemplar
con cierto reposo al menos el futuro inmediato.

P O R LO P R O N T O , debe concederse que no deja de sus-


citar cierto recelo el que se haya bautizado este movimien-
to purificador con palabras tan desdichadas como las de
"diálogo" y "autocrítica", pues si su elección fue involun-
taria, significa torpeza, y si se hizo adrede, entrañaría una
intención poco clara.
Desde luego, sorprende la enorme, la decisiva impor-
tancia que el Presidente le atribuye a la autocrítica. Por
ejemplo, lo visitan los dirigentes de la Federación Nacio-
nal del Ramo Textil para exponerle los problemas que
afligen a su organización. Les contesta, por supuesto, que
los estudiará gustosamente, pero añade; "siempre insis-
tiré" e n que jamás la podrán sanear si n o t i e n e n "la
misma conducta de autocrítica que todos debemos tener
en México" ( E G M ; 3 , 1 6 - 1 7 ) . A los dos mil delegados
que asisten a la VI Asamblea Nacional Ordinaria del

112
PRI, les indica que si abrigan la idea de que ha llegado
ya a la democracia perfecta, México "entraría en una eta-
pa de decadencia que nada ni nadie podría detener". Para
salvarla, está el remedio de la autocrítica ( E G M : 4, 22-
2 6 ) . Mucho más significativamente todavía, el primerísi-
mo día de su presidencia se pinta a sí mismo en esta for-
ma: "un mexicano como cualquiera otro, con sus cuali-
dades y sus defectos, pero. . . con una actitud permanen-
te de autocrítica". Más aún: a esa virtud excepcional
le confía la tarea de "superar todo aquello que sea un
obstáculo. . . " para hacer un buen gobierno, o para ser-
vir mejor al país, como él lo dijo ( E G M : 1, 73-76).
La palabra autocrítica es desdichada por mil motivos,
sobre todo cuando la propone y la propala un hombre
público. Casi sobra recordar que no es igual autocrítica
que crítica: la primera significa criticarse a sí mismo, y
la segunda que otros lo critiquen a uno. Y a lo que se
expone y debe exponerse un gobernante no es a su propia
crítica, sino a la crítica de sus conciudadanos. Cuando el
hombre público propala la autocrítica, sólo la autocrítica,
es inevitable suponer que se reserva en exclusiva el dere-
cho a criticar sus actos, y que, por lo tanto, niega ese de-
recho a los demás. Asimismo, parece reservarse el derecho
de elegir la materia criticable y el grado de severidad, o de
indulgencia, que usará al juzgarse a sí mismo. Sin contar
con que la autocrítica, por definición, es un proceso in-
terno, íntimo, que no puede conocer el público. Por eso,
sin duda, aun siendo "permanente" la actitud de autocrí-
tica, apenas si se conoce el caso único de un error que se
anunció, pero no se cometió. Fue la desdichadísima idea
de darle a la autonomía universitaria un rango constitu-
cional, que se anunció hace ya año y medio, y que, por
fortuna, no ha plasmado hasta ahora en una iniciativa de
reformas a la Constitución. N o se conoce todavía que re
haya confesado la comisión de un error en la gestión pú-
blica, y menos que en alguna forma se hubiera reparado.
Más desdichada, si se quiere, es la palabra "diálogo",
que el diccionario define como "una plática entre dos
o más personas que alternativamente manifiestan sus
ideas o afectos". En el presente caso, entonces, se trata en

113
realidad de un monólogo, pues la segunda persona necesa-
ria al diálogo, es decir, la Nación, no tiene manera de
expresar sus ideas o sus afectos, ya que todos los medios
usuales para hacerlo fallan en México: las manifestacio-
nes públicas, los partidos políticos, el parlamento, las elec-
ciones, la prensa, el libro, la televisión, el cine, el radio.
Esto sin considerar que el gobierno, y no la Nación, elige
el tema del monólogo y la forma de tratarlo. Pero es que,
en rigor, aquella definición del diálogo no es suficiente-
mente explícita o completa. N o basta, en efecto, que dos
personas expongan alternativamente sus respectivas ideas,
sino que al hablar por segunda vez uno de los parlantes,
debe presentar sus ideas en función de las que acaba de
exponer el otro, y no cerrarse a cualquier observación,
limitándose a repetir las mismas ideas como si nada hubie-
ra pasado. Cabe comparar el diálogo verdadero con un
juego de florete: cuando el botón del arma toca el pecho
del contrario, éste lo reconoce gritando ¡touché!, y en las
instalaciones olímpicas modernas un dispositivo electró-
nico hace encender un foco rojo en el instante de ocurrir
el toque. Es, pues, perfectamente concebible, y más que
posible, que una persona hable mucho y que oiga por lar-
go tiempo a otra; pero que resulte impenetrable a las
ideas ajenas por considerar las suyas, a más de justas, evi-
dentes como la luz del día o como una verdad revelada.
Tal vez dudando del acierto de las palabras diálogo y
autocrítica, el Presidente sintiera la necesidad de esclare-
cerlas. Si así fue, la suerte, por desgracia, no lo acompañó.
A los quinientos médicos que asistieron a la II Reunión
Nacional de Salud Pública, les dice:

. . .cuando hablamos de autocrítica, n o hablamos, como al-


gunos inundados de pesimismo lo han pensado, de autodeni-
gración; autocrítica es valorar lo que se ha logrado para in-
crementar su crecimiento y para mejorarlo indeteniblemen-
t e . . . (EGM: 21,98-102)

Puede verse desde luego que aquí la palabra autocrítica


no se usa en el sentido individual de una persona que se
critica a sí misma, sino en el colectivo o nacional, digá-

114
moslo así, el de que ios mexicanos critiquen a su país o
se critiquen a ellos mismos como componentes de ese
país. También se ve claramente que se confunden como
iguales "crítica" y censura, o más bien "condenación". En
su hermoso sentido literario, crítica es "el arte de juzgar
de la bondad, verdad y belleza de las cosas", o, más te-
rrestremente, "conjunto de opiniones vertidas sobre cual­
quier asunto". Es decir, que la crítica es apreciación o
valoración, y no por fuerza condenación. De allí que sobre
hablar de un diluvio pesimista, y menos de denigración,
que quiere decir "ofender la opinión o fama de una per­
sona", e incluso injuriarla. Esto sin contar con la ofensa
innecesaria de suponer que los mexicanos, de oficio, pro-
fesionalmente, o de cualquier otro modo, denigran a su
país y aun a ellos mismos. Puede desecharse el supuesto
de que el pensamiento general del mexicano sea el de
que "como México no hay dos"; pero se estaría muy cer­
ca de la verdad al suponer que su estado de ánimo más
constante es la impaciencia de ver que su país no avanza
todo lo que él quisiera y todo lo que el país merece dados
sus viejos infortunios. Podría irse más lejos y asegurar que
el mexicano no denigra siquiera a la persona de stts go­
bernantes, si bien su actitud dominante sea la de criticar­
los. Con la sana intención de explicar éste y otros juicios
extremosos, quizás deba recordarse que en mi ensayo so­
bre nuestro sistema político, aseguré que nuestro Presi­
dente suele conducirse más como predicador que como
estadista. Entonces, es de observación corriente que el
predicador acude a la exageración para convencer mejor
a su grey. En todo caso, esta identificación de la crítica
con el pesimismo la repite el Presidente ante un grupo de
intelectuales, seres éstos, por lo visto, propensos a la crí­
tica y al pesimismo. A ellos les pide ayuda para "valorar
lo mejor de México", en lugar de caer "en meros desaho­
gos personales, que suelen producirse con frecuencia"
( E G M : 1 5 , 2 6 2 - 2 6 8 ) . Esta cita ofrece un elemento vie­
jo y otro nuevo. El primero es la sustitución poco venta­
josa de denigración por desahogo personal, que, en todo
caso, significa una reacción pasional, carente, por lo tanto,
de juicio o razón. Y el elemento nuevo el que la crítica

115
no ha de enderezarse a conseguir un juicio cabal y equi-
librado donde entren con sus respectivos pesos específicos
lo bueno y lo malo, sino que debe limitarse a ensalzar lo
bueno, "lo mejor" de México, y "lo mejor" de sus gober-
nantes, es de suponerse.

C L A R O Q U E el Presidente no usa tan sólo las palabras


"diálogo" y "autocrítica" para pintar el espíritu democrá-
tico que ha creado e impulsado en el país. La que salta
con frecuencia, quizás más todavía que las otras, es la de
libertad. En general la presenta para contrastar la que pri-
va en México con la que se eclipsó y se está eclipsando en
otros países. A esos mismos intelectuales les hace otra pe-
tición: pensar "en el contraste de un país de libertad. . .
con los estados policiacos que parecen reproducirse en el
mundo" ( E G M : 1 5 , 2 6 2 - 2 6 8 ) . Cuando se encuentra en
Washington, lo reciben, como es costumbre, en el Club
de los Periodistas, y lejos de que éstos lo interroguen, el
Presidente les dispara una pregunta: ¿alguno de ellos, o
su organización, se ha ocupado de llevar al día una lista
de las publicaciones periódicas que han ido desapareciendo
en los países totalitarios, "de uno y otro signo", como a
él le gusta decir? Y los trabajadores petroleros reciben
la "reflexión" de que México ha logrado progresos eco-
nómicos sin tener que "suprimir sus libertades". N o sólo
eso, sino que más enfáticamente agrega:

.. .nadie podrá venir a demostrarnos ahora que hay otro tipo


de organización social —aunque en otros países haya podido
tener éxito— que en beneficio de aspectos del progreso pu-
diera convencernos de que en México pudiéramos abdicar de
libertades en aras del progreso que en otras latitudes se hayan
dado sin esas libertades ( E G M ; 16,93-99).

Echeverría le da el valor o el signo de una "nueva men-


talidad mexicana" a la que detesta "abatir la libertad"
( E G M : 2 5 , 7 5 - 7 9 ) ; pero poco tiempo después se corrige
si bien para realzar más la idea, pues ahora habla de que
"en el alma del mexicano, en su modo de ser", es decir,
ingénitamente, o no engendrado, está el no admitir "ya

116
nunca más ninguna forma de dictadura" ( E G M : 2 6 , 2 3 - '
2 5 ) . Muy cerca del término de su tercer año de gobierno,
vuelve a la carga:

En estos días de temor y de sobresalto en el mundo, ciían-


do la libertad y el derecho de hombres y naciones padecen
el asalto de la fuerza, México confirma... su vocación de pue-
blo libre (EGM: 34, 149-150).

El Presidente ha tratado de afinar su concepto de la li-


bertad al referirse a las ideas, y en particular a las que se
expresan en publicaciones periódicas. Por una parte, llega
a decir que no es problema suyo, sino de los editores y
directores de esas publicaciones, "garantizar la libertad de
sus propios colaboradores", o sea una incitación a que esos
directores hagan uso de la libertad que ahora tienen. Por
otra parte, a más de ratificar su compromiso de "mante-
ner y enaltecer" la libertad de prensa,-declara que en ella
"se reflejan y conjugan todas las libertades". N o sólo eso,
sino que afirma que semejante libertad nace cuando "los
actos del poder público dejaron de ser indiscutibles", y
que la "infalibilidad" de ese poder es "el supuesto sobre el
cual descansan las dictaduras". Es decir, que no sólo el
nacimiento, sino la vida misma de la libertad de prensa,
o el modo de evitar la dictadura, supone la constante
crítica de los actos oficiales y de la conducta de los gober-
nantes. En fin, asevera confiadamente que

^ . . .nadie puede poner en duda que el gobierno ha mantenido


plenamente abiertas las puertas de la información, y que nues-
tra actinid política se funda en el diálogo (EGM: 7,21-32).

Ante los trabajadores de la Industria de la Radiodifu-


sión repite que México vive dentro de las "amplísimas
libertades" consagradas por la Constitución, y que no tie-
nen otra cortapisa que "la propia responsabilidad para
con la Sociedad" ( E G M : 17, 1 1 6 ) . En la segunda ocasión
que le toca presidir el Día de la Libertad de Prensa in-
troduce algunas limitaciones de esas "amplísimas" liber-
tades, una bien fundada, otra vaga y la tercera "signifi-
cativa". La primera es que no debe confundirse "el afán-

117
de denunciar con la búsqueda de la verdad", pues, en efec-
to, esa confusión ha venido convirtiéndose en una carac-
terística desagradable y dañina de los últimos tiempos. La
segunda es que "se anteponga el celoso respeto a. . . la de-
fensa de los valores y objetivos supremos de la Nación",
que no se definen ni siquiera se ejemplifican. Y la signi-
ficativa es ésta: "la libertad de prensa supone la posibi-
lidad de disentir, pero también la de estar de acuerdo con
los aaos del poder público" ( E G M : 19, 36-43). Bien si
se trata de pedir un juicio equilibrado que determine la
consideración de todos y cada uno de los pros y de todos
y cada uno de los contras. Mal si se sugiere que las pal-
mas deben ahogar a los pitos. Por último, al año siguien-
te de 1973 vuelve el Presidente a insistir en su "volun-
tad indeclinable" de velar por la libertad de prensa, pues
el diálogo con ésta "forma parte del estilo mismo de su
gobierno" ( E G M : 3 1 , 32-36).

E L P R E S I D E N T E ha usado otro medio para difundir


ese espíritu democrático: la facilidad, en rigor increíble,
con que se deja ver y ve a los demás. Por supuesto que
esto se debe en cierta medida a su declarada claustrofobia,
que lo empuja a buscar compañía y a darla. Pensando
que algunas cosas nimias se vuelven graves al presentar-
las numéricamente, me propuse hacer una lista corhpleta
de las visitas que recibe y de las que hace. Pero me di por
vencido tanto porque las fuentes de información dispo-
nibles no dan siempre un dato seguro, como por resultar
desproporcionado el esfuerzo en relación con los posibles
resultados finales. Aun así, creo que ningún otro Presi-
dente nuestro se ha expuesto tanto a la mirada pública.
Ya tiene algún valor advertir, por ejemplo, que tras
el desgaste de preparar y leer el discurso de toma de po-
sesión, de la presentación, comidas y despedidas de las
misiones especiales y del "pueblo" mexicano, no se pierda
el 2 de diciembre de inaugurar la XiV Convención del
Sindicato de Trabajadores Petroleros, y al día siguiente
desayunar con los miembros del Consejo Mexicano de
Hombres de Negocios, actos ambos que bien podían ha-

118
ber sido pospuestos por unos días. Cosa semejante ocurre
en septiembre de 1972: fatiga por la preparación y lec­
tura del Informe al Congreso, felicitaciones de numerosos
individuos y corporaciones, pero se da campo para inau­
gurar el IX Congreso Internacional de Nutrición. El 4 de
mayo de 1971 asiste a una sesión del Consejo de Admi­
nistración del Banco de México, a otra en la Academia de
la Lengua, una comida con los agentes aduanales y a la
toma de posesión del comité ejecutivo del Sindicato Na­
cional de Trabajadores del Seguro Social. Pero el 20 de
julio de 1973 no palidece al lado de ese 4 de mayo: se
hace presente en el aniversario del Banco del Ejército y
la Armada, en una ceremonia recordatoria de Francisco
Villa, en la clausura de la Confrontación Deportiva y en
un concierto de la Sinfónica Nacional. Ese mes de mayo
de 1971 podía considerarse como "fatal", pues al ajetreo
del 4, y con sólo cuarenta y ocho horas de respiro, hace
una gira por Tamaulipas, y el día mismo en que regresa
de ella, la emprende a Chiapas. Insatisfecho, en la última
semana del mes viaja cinco días por Quintana Roo. N o
se queda muy atrás el mayo de 1972, ya que la gira prin­
cipal se extiende por Jalisco, Zacatecas, Coahuila y Baja
California. En los días apacibles, llamémoslos así, recibe
a ocho gobernadores.
Sin pretender, según se confesó ya, presentar una es­
tadística completa, no carecerá de interés dar algunas in­
formaciones. Rara vez las visitas que recibe son de una
persona única, sino de grupos, que en ocasiones llegan a
80, 100, 220, 350, 1 500 y aun 2 000 individuos. Y las
que él hace, también son de grupo, ya que casi nunca
deja de acarrear dos, tres o cinco secretarios de estado y
jefes de Departamento, más invitados especiales. En todo
caso, el mayor número de visitas que recibe lo forman
diplomáticos y personajes extranjeros, cosa natural dada
la frecuente rutina de presentación y despedida de los je­
fes de misiones. El segundo lugar lo ocupan los intelec­
tuales, profesionistas, estudiantes y maestros de la más va­
riada índole. Vienen después los obreros y trabajadores y
en seguida los militares. Un lugar ya modesto está forma­
do por los "políticos": senadores, diputados, ministros y

119
magistrados, gobernadores, alcaldes, etc. Siguen los em-
presarios y los deportistas, los campesinos y los charros. Y
no falta el visitante extraño, como los dirigentes de una
Confederación Panamericana de Sastres. Las visitas que él
hace tienen también anfitriones numerosos, que pertene-
cen a una organización, de obreros, de empresarios o pro-
fesión isias, pero las que ocurren en provincia son de gru-
pos mucho más numerosos y heterogéneos, pues asisten,
campesinos, agricultores, empresarios, estudiantes, autori-l
dades locales, maestros, etc. ' - ..^^'-V^i^
En suma una exposición continua y a los cuatro vientos?

L L E G A D O S a este punto, resulta inevitable tratar de in-j


quirir en qué exactamente se ha manifestado, o si se pre-;
fiere el juego de palabras, en qué exactamente ha tomadc^
cuerpo el espíritu democrático del presidente Echeverría^
El intento se impone por dos motivos: saber cuántos tan^
tos han de apuntarse en el haber del Presidente, y vislum-^
brar si después de su salida este esfuerzo dejará un sedi-
mento suficientemente espeso y firme para echarle el pri-
mer piso a la democracia mexicana. Por supuesto qud
todo miembro del séquito oficial gritará sin vacilar "¡ed
todc, en todo se ve y se tienta!" Yo he escuchado d o í
opiniones independientes que suenan a idénticas sin serla
do verdad. La primera califica ese espíritu de aparente y;
no real, y la segunda lo pinta como verbal y visual. Me|
desagrada aquélla porque parece llevar implícita una con-?
denación moral y aun política, mientras que la segunda'
describe sin enjuiciar. 1
En cuanto a lo verbal, se ha dicho ya, y todo el mundoí
lo sabe, que el Presidente habla de continuo, sobre todo^
los temas y ante cualquier género de auditorio; pero con-l
viene recordar que él mismo ha identificado esta actividad^
vcfbal con el "diálogo" y la "autocrítica", es decir, con?
lo que aquí ha preferido llamarse espíritu democrático.;
También se ha dicho que ha empujado a todos sus colabo-j
radores a que hagan lo mismo, de modo que a más de^
aparecer ante el Congreso, hacen frecuentes declaraciones^
a la prensa y pronuncian discursos en ceremonias conme-'

120 _ -
morativas, etc. Esa fiebre verbal se ha extendido a los ne-
gociantes. Antes apenas hablaban en sus convenciones
anuales; hoy, a más de haberse multiplicado sus organiza-
ciones y de reunirse éstas dos o tres veces al año, hacen
frecuentes declaraciones a la prensa. En suma, el "diálo-
go" se ha extendido a un número sorprendente de mono-
loguistas. Pero no para allí la actividad verbal, y en esto,
una vez más, el Presidente ha puesto la muestra. Ha in-
citado a personas y grupos, antes dudosos de que se les
oyera, a hablar. Y este nuevo ejercicio de oír se ha exten-
dido a sus colaboradores más próximos, así como, diga-
mos, a los gobernadores de los estados, a los diputados y
senadores, que llaman a los secretarios de estado para ha-
blar ellos mismos y no sólo para oír a los secretarios. A
más de éstos, los diputados y senadores llaman a los intere-
sados en alguna ley que estudian, como que han instaura-
do ya la "audiencia pública", antes extraña a nuestra tra-
dición parlamentaria. N o cabe duda, entonces, de que la
actividad verbal se ha extendido horizontalmente hasta
abarcar el país entero, y verticalmente, por las distintas
capas o grupos de la pirámide social.
Cosa muy semejante cabe decir del aspecto visual. Ei
Presidente declaró desde el comienzo que viajaría con fre-
cuencia por todo el país, cosa que le ha permitido exhi-
birse ante millares y millares de personas y que otras tan-
tas lo vean a él. Pero es que, además, como en sus via-
jes siempre acarrea a dos o tres secretarios de estado, pro-
fesionistas, reporteros, empresarios, estudiantes, escritores,
etc., el campo visual mutuo se extiende casi sin límite.
Y no se hable de que a éste lo amplifique la televisión.
Al ir sus colaboradores a alguna de las cámaras, su audi-
torio, reducido a 60 ó 200 miembros de una y otta, llega,
en el peor de los casos, a 11 000 y puede alcanzar los 60 ó
70 000 televidentes. Así, tampoco puede dudarse de que
el aspecto visual de este espíritu democrático ha ganado
un terreno antes no imaginado siquiera.
Ahora, qué sedimento perceptible ha dejado esta colo-
sal actividad verbal y visual. Es de presumirse que al me-
xicano de 1976-1982 le disgustará profundamente que los
hombres públicos vuelvan a las viejas épocas, cuando el

121
Presidente era el único y ocasional parlador. El origen de
su enfado es la experiencia de que los hombres que con-
versan rara vez llegan a las manos, o sea que hablar y
ver disminuyen las tensiones políticas y sociales al crear
la impresión de que cada hombre ha recobrado, aun re-
conquistado, el derecho de quejarse, de pedir, de dispu-
tar, de hacerse presente, en suma, el derecho a ser o exis-
tir. Al mismo tiempo, cabe presumir que el mexicano de
hoy más bien confía en esa ley o ritmo histórico según el
cual a un presidente jacarandoso sucede otro adusto, de
modo de dar alguna vez con el justo medio que debe exis-
tir entre la parlanchinería y la mudez.
Presentados así los beneficios generales, que no son
pocos ni desdeñables, ha de señalarse el barro que los em-
paña. Desde luego, el aturdimiento que provoca la impo-
sibilidad, no ya de digerir, sino de deglutir diariamente
un largo sermón, y a veces dos y aun tres. Después, el
hablar y dejarse ver han dado a los mirones y los oidores
elementos de juicio suficientes para concluir, aparte la
gente menuda, que apenas dos miembros del gabinete tie-
nen dotes políticas y los otros carecen aun del más primi-
tivo instinto político. Tercero, el incitar a la gente a ha-
blar y ver ha traído la consecuencia, contraria a los bue-
nos deseos presidenciales, de que haya privado con mucho
la denuncia sobre la búsqueda de la verdad. Esto no pue-
de concluir sino en dos salidas, ambas lamentables: o tor-
cer su ánimo natural del mexicano hasta convertirse en
pesimisra, o decidir vendarse los ojos y taponarse los oídos
para no ver ni oír tantos males como a diario se denuncian.

D E MAYOR importancia es averiguar en qué medida el


espíritu democrático presidencial ha invadido los órganos
más sensibles de la acción y del pensamiento políticos,
tanto los oficiales como los extraoficiales. Entre los pri-
meros han de contarse los colaboradores más próximos
del Presidente, los dirigentes del partido oficial, los go-
bernadores de los estados y las cámaras legisladoras. En-
tre los otros, los sindicatos, las asociaciones campesinas, la
televisión, el radio y la prensa.

122
Todos sus acompañantes cercanos declaran, por supues-
to, estar plenísimamente identificados con el espíritu de-
mocrático presidencial, y su conducta externa, en efecto,
resulta congruente: por ejemplo, jamás han expresado pú-
blicamente contrariedad alguna por las críticas que muy
de vez en cuando les hacen los reporteros y comentaris-
tas de las publicaciones periódicas. Pero se sabe que los
cortejan más allá de lo que supone un trato normalmente
cortés; se sabe también que los más poderosos llegan a
indicar a los directores, comentaristas y reporteros que de-
ben enderezar su extraviada conducta; se sabe, en fin, que
no han vacilado en gastar los dineros públicos para pagar
plumas mercenarias y costear la impresión y distribución
de libelos difamatorios de los escritores independientes,
cuyas opiniones pesan en el ánimo público justamente por
juzgarlos insobornables. Estas apreciaciones podrían fun-
darse con nombres, fechas, etc.; pero lo importante aquí
es fijar las causas de este divorcio aparente y real de las
prédicas presidenciales. La primera es una discrepancia de
las ideas de su jefe, pues, con distintas variantes, creen que
México es todavía un país demasiado bronco para que un
gobierno se permita el lujo de dejarlo suelto y no llevarlo
arrendado, como lo ha sido toda su vida, añadirían. La
segunda razón es que tienen poder, y el poder carece de
sentido, aun de existencia, si no se ejerce. Ahora bien,
no pueden desplegarlo, como si dijéramos, en todas direc-
ciones, sino en unas cuantas bien definidas. Desde luego,
no hacia arriba, porque en lo alto se topan con el Pre-
sidente, que puede despedirlos sin mayor ceremonia. En
buena medida les está vedado ejercerlo horizontalmente,
al mismo nivel en que se hallan, porque sus colegas no
carecen de algún poder, y, en todo caso, porque de ejer-
cerlo horizontalmente y a los cuatro vientos, provocaría
una coalición adversa de todos contra uno. De allí que se
limiten a hacerse presentes con meras fintas, pero sin ti-
rarse a fondo, a matar. Entonces, tienen que ejercer el
poder hacia abajo, sobre los de un poder menor o nulo,
y en esta situación se hallan, sobra decirlo, los escritores
independientes, cuya arma única es la pluma, rara vez pun-
zante y nunca mortífera.

123
La conducta de los gobernadores de los estados es se­
mejante, sólo que más marcada. Un secretario de estado
no es el responsable final de sus actos; lo es el Presiden­
te. En cambio, por grande que sea (y es) la dependencia
de un gobernador del presidente de la República, nunca
deja de haber asuntos locales cuya solución inmediata re­
cae sobre ellos. Por eso desconfían todavía más de una
mayor libertad democrática. Luego, la censura a un secre­
tario hecha por un diario capitalino, rara vez es reprodu­
cida o comentada por los otros, de modo que de ella se
entera un número bien limitado de personas. Por si algo
faltara, a una comunidad de nueve millones de habitantes
no la conmueve sino una catástrofe que se abata sobre
toda ella. En la provincia, el escenario es muy reducido,
y el comentario se enciende como un reguero de pólvora,
de modo que afecta mucho más a la autoridad local. En
fin, está la madera de que están hechos los gobernantes:
ligeramente pulida en el funcionario federal, un tanto
agreste en el local.
El contagio democrático que han sufrido las cámaras
legisladoras y el poder judicial puede curarlo un derma­
tólogo. Ya se citó el dicho del presidente de la Corte de
que si bien la Constitución dispone que haya tres pode­
res, en la realidad sólo hay un gobierno. Puede ahora agre­
garse la tesis de un senador, teórico político, además, se­
gún la cual el poder legislativo es un mero colaborador,
y distante, del Ejecutivo.
Se dijo antes que debía examinarse la invasión del es­
píritu democrático en la acción y en el pensamiento polí­
tico. El PRI de hoy piensa con mayor libertad, pero accio­
na ran atadamente como antes.
Entre nuestros camaradas los campesinos el contagio
ha sido mayor de lo que podría suponerse, pues aunque
no se dispone de estadísticas no han escaseado los conatos
de marchas de protesta a la capital, que han frustrado el
verbo encendido de don Augusto Gómez Villanueva y
uno que otro piquete de soldados. Los campesinos han
depuesto también a varias autoridades municipales e in­
clusive se han hecho de los locales oficiales. Y han sido
ruidosas sus protestas al anunciárseles que deben irse a

124
otra parte ya que sus tierras serán inundadas por las aguas
de una presa próxima. También contra lo que pudiera su-
ponerse, la democratización sindical ha sido casi nula.
En los obreros se nota, sin embargo, una mayor inicia-
tiva para embestir a los empresarios, pero no para puri-
ficarse interiormente y menos para separarse del gobierno
como entes distintos que son.
La televisión y el radio han resultado absolutamente
impermeables al espíritu democrático, al diálogo, a la au-
tocrítica. Y en cuanto a la prensa, sobrarían los dedos de
una sola mano para contar las publicaciones que se mue-
ven con alguna libertad.
En suma, si ha habido alguno, como sin duda lo hay,
el progreso resulta a la postre visiblemente limitado, lo
cual querría decir que este problema de democratizar una
sociedad es muy duro y complicado, y que su solución no
puede venir de un solo hombre, así sea tan encumbrado
como un presidente de la República.

E S T A E X P L O R A C I Ó N quedaría injustificadamente trun-


ca de no llevarla hasta determinar si el inventor y el pro-
pagandista del diálogo y la autocrítica, de este espíritu
democrático, lo practica él mismo, real, positivamente.
Después de un examen de no pocos textos y actos suyos,
tras un largo y reposado discurrir, con todo el dolor de
mi alma he llegado a una conclusión negativa. Y no, mil
veces no, porque considere yo al presidente Echeverría un
hipócrita o un farsante, sino porque no está construido
física y mentalmente para el diálogo sino para el monó-
logo, no para conversar, sino para predicar. Mi conclusión
se basa en la desproporción de sus reacciones o las de sus
allegados ante la crítica, y en la pobreza increíble de los
argumentos con que la contestan.
El 2 6 de marzo de 1 9 7 1 , es decir, con menos de cuatro
meses en la presidencia, señalaba yo un caso de despro-
porción y dos de pobreza argumentativa, los tres ocurri-
dos durante la campaña electoral. A unos artículos en que
un escritor sostuvo la conveniencia de repasar la Consti-
tución de 1 9 1 7 , redactada pensando en una sociedad agrá-

125
ria y rural, para adecuarla a la sociedad industrial y de
servicios en que México se había transformado durante
el medio siglo anterior, los allegados dieron esta respues-
ta: consagrar todo un número de una revista semioficial
a combatir esas ideas; pagar media hora de televisión con
entrevistas a los constituyentes, quienes naturalmente sos-
tuvieron que la Constitución había previsto todo, y que,
por lo tanto, era criminal tocarla; y toda una telenovela,
que se llamó "La Constitución", de más de cien capítulos.
Un tiempo y un esfuerzo excesivos para replicar, y un gas-
to de unos seis o siete millones de pesos. Los malos ar-
gumentos fueron dos. Que ese escritor no se hubiera "atre-
vido" a criticar la Constitución cuando desempeñaba un
cargo diplomático, es decir, una tajante cortapisa a la li-
bre expresión de las ideas que supone todo diálogo autén-
tico. Y que ese escritor era un "político de escritorio", o
sea el absurdo doble de suponer que para discurrir sobre
política es necesario practicarla, y que un escritor debe
escribir de pie y caminando por las calles y las plazas
públicas. Esras reacciones son tanto más significativas
cuanto que semejantes reflexiones no tocaban, ni podían
tocar al candidato presidencial, que no había nacido aún
cuando se proclamó la Constitución.
A los veintidós meses de estar en la presidencia, otro
escritor señaló la impropiedad de que el congreso solici-
tara "la venia del Señor Presidente" para llamar a los se-
cretarios de estado a informar, porque el artículo 93 cons-
titucional lo autoriza a hacerlo sin ese consentimiento o
aprobación, según he explicado antes. La urgencia de dar
respuesta a esa observación, que tampoco le tocaba a él,
sino al congreso, llevó al Presidente a aprovechar la for-
zada ocasión de una visita que le hacen unos burócratas y
oficiales del ejército para agradecerle un decreto que les
permitía comprar sus casas. Les dijo:

La Constitución. .. prevé que pueden ser llamados los se-


cretarios de estado a las cámaras para informar sobre asuntos
de su competencia... Se ha criticado que no es este un siste-
ma perfecto, y en realidad ha habido fallas; pero ¿no podemos
preguntar si no es en esta lucha por el perfeccionamiento de

126
nuestra democracia social en donde se ha conseguido un só-
lido e irreversible avance? ( E G M : 23,98-105)

Sobra decir que el progreso de la democracia "social" no


está, ni puede estar reñido con el respeto a un artículo cons-
titucional que, además, nada tiene que ver con ella.
Un último ejemplo de los varios que podrían citarse.
Un tercer escritor criticó el informe presidencial del 1° de
septiembre de 1973. Como esta vez la crítica le tocaba a
él personalmente, la respuesta fue más enérgica y más
desacertada. Aprovechó el medio "intelectual" que le ofre-
ció una "Confrontación" organizada por la Sociedad Me-
xicana de Ingenieros para decir:

.. .cuando se habla de la inteligencia mexicana, que no se


piense en los solitarios de gabinete, en quienes frente a una
maquinilla de escribir, y por ganarse un salario, formulan,
sin reflexión, cualquier crítica que se traduce, en realidad,
por falta de estudio, en denuesto. ¡Que vengan a ver aquí el
uso de las libertades públicas! (EGM: 34,109-125)

Resulta innecesario comentar los argumentos indefendi-


bles de negar la libertad de expresión a un hombre sim-
plemente porque se aisla un tanto para escribir, que para
hacerlo usa una máquina pequeña y que recibe una com-
pensación por su trabajo.
Ya se dijo que su desmedido vigor físico y su inclina-
ción irrefrenable a predicar, lo cierran para el diálogo;
pero debe agregarse una circunstancia más que, loable en
sí, remacha la cerrazón. Con sobrados motivos, Echeve-
rría está convencido de que, quizás como ninguno otro
presidente revolucionario, se desvive literalmente por ha-
cer el bien a México y los mexicanos. De allí salta a creer
que quien critica sus procedimientos, en realidad duda o
niega la bondad y la limpieza de sus intenciones.
Más de un presidente nuestro ha padecido ese mal de
altura, típicamente Porfirio Díaz, que por haber arranca-
do a México del desorden y de la miseria en que había
vivido durante setenta años continuos, creía merecer el
acatamiento unánime y eterno de sus conciudadanos. El
mal lo engendran, sobra decirlo, motivos síquicos y per-

127
sonales, así como las circunstancias históricas en que actúa
el paciente. Pero se debe también a nuestro sistema po­
lítico, cuya característica principal, según se sabe, es un
presidente de la República dotado de facultades y de re­
cursos ilimitados. Esto lo convierte fatalmente en el Gran
Dispensador de Bienes y Favores, aun de milagros. Y cla­
ro que quien da, y sin recibir nada a cambio, tiene que ser
aplaudido sin reserva, pues la crítica y la maldición sólo
pueden y deben recaer en quien quita en lugar de dar.

128
ÍNDICE

Explicación 7
I. El aterrizaje 15
II. Las constantes y sonantes 30
III. Vista a ojo de pájaro 49
IV. La reforma política 70
V. Con el rostro hacia afuera 87
VI. Espíritu y cuerpo 112
Impreso y hecho en México
Printed and made in México
Talleres de Litoarte, S. de R. L.
Ferrocarril de Cuernavaca, 683
México 17, D. F.
Edición de 12 000 ejemplares
y sobrantes para reposición
12 - IX - 1974
Daniel Cosío Villegas
EL ESTILO PERSONAL DE GOBERNAR
Ha sido siempre un tabú juzgar a un presidente
de la República todavía en funciones, y más
en el c a s o actual, a quien s e considera el jefe d e
estado más discutido del México revolucionario.
Cosío Villegas preparó el terreno para e s e juicio
d e s d e su anterior ensayo: El sistema político
mexicano (5a. edición, 1 9 7 4 ) al asegurar q u e la
pieza principal de semejante sistema e s el
Presidente, porque cuenta c o n facultades y
O)
recursos tan ilimitados, que lo llevan a gobernar, (M
no institucional, sino personalmente.
I-
Tres a ñ o s d e gobierno dan al autor ocasión de
reflexionar sobre la persona del Presidente y
de s u s colaboradores, así c o m o sobre una obra
d e gobierno q u e s e propone transformar la O
<
realidad en q u e vivimos. La observación Os

minuciosa de esa obra y la meditación a q u e da LU
origen, provocará en el lector inquietudes y o
satisfacciones q u e le permitirán adoptar una 8
z
posición más lúcida y polémica frente a los ce
problemas nacionales. LU
o
<
O

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