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El nueve.

En realidad nunca le creímos a Don Manuel.


No sé si era porque el viejo explicaba las cosas con una sobriedad que no entendíamos, pero a
decir verdad nunca le prestamos mucha atención.
Todas las mañanas chancleteaba sus pantuflas sobre el patio de baldosones hasta el cuartito del
fondo a exiliarse del mundo.
Las veces que lo vi, que no fueron muchas, se me ocurría que parecía un alfil entre tanto blanco y
negro porque, eso sí, Don Manuel tenía el porte recto como una vara.
Ahora que lo pienso, no hubiese sido difícil ver lo que hacía aunque no sé si lo hubiéramos
entendido. Y digo que no hubiese sido difícil porque la puerta roja y descascarada del tallercito
tiene las bisagras trabadas desde vaya a saber cuando y no cierra bien del todo.
El ritual era siempre el mismo: sobre la misma mesa de madera donde trabajaba ponía a calentar la
pavita enlozada azul sobre el calentador eléctrico para cebarse unos amargos, encendía la radio
(que siempre estaba sintonizada con Larrea) y se ponía a trabajar.
Era alto el viejo. Tanto que muchas veces vi como su cabeza casi rozaba con el inflador, la
regadera, el rollo de manguera, qué sé yo, todos esos trastos que colgaban del techo de zinc.
Una tarde que me quedé en cama engripado lo observé desde la ventana de mi pieza. No para
espiarlo, sino porque no entendía cómo podía pasarse tantas horas ahí metido. Veía su afanosa
silueta en la ventana de la piecita, su gesto ceñudo y concentrado distraído solamente por las
ocasionales chupadas al mate que se me antojaba ya frío.
A la noche cuando entró a cenar después de que mi vieja lo había llamado como tres veces, no
aguanté más y le pregunté qué era lo que estaba construyendo.
Me dijo: - Viste la silla de mi papá? Esa que está en el fondo del taller?, bueno, ese es el centro del
universo. Yo estoy construyendo un soporte para la parte del asiento porque si te sentás ahí podés
volver al pasado pero el viaje es algo movidito y tengo miedo de caerme...
Sonreí socarrón y le dije sin cierta ironía: - Pero...y usted quiere irse al pasado Don Manuel?
- Y... sí m’hijito. Antes las cosas eran más tranquilas, la gente no era tan mala... no sé...yo creo
que si vuelvo voy a ser más feliz que ahora...
Comprendí que el inquilino de mi casa estaba más loco que una cabra.
Cuando se fue a dormir, nos quedamos haciendo sobremesa con mis hermanos mientras mi vieja
lavaba los platos inclinada sobre la pileta de la cocina. Nos reímos como locos burlándonos del
invento de Don Manuel.
Mi madre, aportando su cuota de sentido práctico nos dijo que si era por ella no le importaba que
estuviese loco mientras pagase el alquiler puntualmente.
Y buéh! Usted vio que la rutina, las cosas de todos los días, lo anestesian a uno...no lo dejan ver...
Por eso creí que le tenía que contar esto agente...yo fui el que llego primero y encontré la silla toda
chamuscada después de la explosión...sí ya sé en el resto de la piecita parece que no pasó nada y
que tampoco hay rastros de Don Manuel por ningún lado pero si mira bien el cuadro ese de Racing
de 1932 que está sobre la pared de ladrillos del fondo...no sé...me parece que el número nueve se
le parece mucho.

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