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1.- El difícil arranque de la industrialización. España ante la industrialización europea: retos y
respuestas.
El final de la primera guerra carlista (1839) cerró un largo período (50 años) de guerras
exteriores e interiores, que limitó la entrada y adopción de las innovaciones tecnológicas y
organizativas surgidas en Gran Bretaña y difundidas por el continente después de 1815. Esto
es, la inestabilidad política y las guerras mantuvieron a España alejada de los cambios
económicos que estaban teniendo lugar en el continente, al igual que la paz de 1839 abrió una
época de grandes oportunidades para el desarrollo económico por la vía de la adopción de
tecnologías y la movilización productiva de recursos hasta ese momento sin explotar.
Según las estadísticas disponibles (bastante precarias, por cierto), el PIB total de la
economía española creció a un ritmo de 1,7 por ciento anual, superior al de Francia (1,1) y al
de Italia (1,2), pero inferior a los de Gran Bretaña (2,2) y Alemania (2,2). En términos per
cápita, el crecimiento fue menor (1,2), superando, no obstante, a Italia (0,5) y Francia (0,9) y
estando por debajo de Alemania (1,4) y Gran Bretaña (1,4). La trayectoria no fue regular, sino
con intensas fluctuaciones provocadas por una agricultura fuertemente condicionada por los
avatares climatológicos. Con todo, hacia 1890, el retraso español era significativo: el PIB
equivalía a menos de la mitad del de Gran Bretaña y era un 25 por ciento inferior a los de
Francia y Alemania, aunque por estos años superó a Italia, un país con recursos y estructuras
productivas similares al nuestro.
A finales del siglo, la agricultura seguía pesando, de forma decisiva, sobre la economía
española. La población activa agraria apenas disminuyó de 1860 a 1887, representando, en
esta última fecha, dos tercios del total. Otro tanto ocurría en la población activa industrial,
cuyo porcentaje no se modificó, siendo bastante inferior a la agraria. Las cifras así lo muestran
Población Activa
1860 1887
Agricultura 63,5 64,7
Industria 17,3 17,1
Servicios 19,2 18,1
Al margen de la fiabilidad de las cifras, los números reflejan un período con pocos
cambios, aunque sí podemos afirmar que aumentó el producto industrial y hubo sectores
agrarios bastante dinámicos.
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1.2. La población y el bienestar económico.
Aunque la población creció a lo largo del siglo XIX, en este período no se produjo la
transición demográfica, de manera que los principales indicadores fueron inferiores a los de
los países de nuestro entorno y en ningún caso reflejaron cambios sustanciales. Así,
1 2 3 4 5 6
España 0.3 4.64 33.7 30 26 0.219
Francia 0.3 2.60 42.0 69 41 0.400
Gran Bretaña 1.2 3.35 41.3 76 35 0.496
Alemania 0.9 3.98 36.2 80 42 0.397
Italia 0.5 4.50 28.0 21 16 0.187
1. Tasa de crecimiento anual de la población
2. Nº medio de hijos por mujer, 1875
3. Esperanza de vida al nacer, 1870 (años)
4. Población alfabetizada (%)
5. Población en edad escolar escolarizada, 1870 (%)
6. Índice de desarrollo humano (IDH). 1870
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2. El estancamiento de la productividad agraria: un atraso decisivo
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superficies forestales y las tierras dedicadas a pastos, lo que limitó las ganaderías tradicional y
trashumante. En estos años, la agricultura española estuvo sumamente condicionada
(favorecida) por la política comercial y por la construcción de la red ferroviaria. La primera
protegió al sector, mientras que la segunda contribuyó a abaratar el transporte, facilitar la
integración del mercado interior e impulsar procesos de especialización de la producción.
Estructura del uso del suelo agrícola en España (1860 y 1888). Millones de hectáreas
1860 % 1888 %
Sistema cereal 12,9 80,7 14,5 77,2
Viña y olivar 2,1 13,1 3,0 15,6
Otros cultivos 1,0 6,2 1,3 7,2
Superficie agrícola 16,0 100 18,8 100
Bosques 29,0
Terrenos improductivos 5,5
Superficie total 50,5 50,5
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recursos hídricos y la disponibilidad de tierras de aluvión de gran calidad
posibilitaron la coexistencia de los naranjales con multitud de cultivos hortícolas y
arrozales.
- Otras zonas también desarrollaron cultivos intensivos, como fue el caso de algunas
comarcas catalanas (Maresme, Baix Llobregat, etc.) la extensión del avellano en
otras tierras de Cataluña.
Estas vías fueron seguidas por la agricultura catalana durante el siglo XVIII: cultivos
arbóreos y arbustivos, aprovechamiento de agua, intensa comercialización, arrendamientos de
larga duración, etc. Evidentemente, este tipo de agricultura requería un nivel relativamente
elevado de inversión y el gran problema de la agricultura española del siglo XIX fue la escasa
inversión que recibió, tanto de los particulares como del Estado.
-En cuanto a la inversión pública, las posibilidades financieras del Estado eran muy
reducidas por la baja presión fiscal, el grado de ocultamiento y la resistencia a
cualquier incremento de la misma. Además, el Estado decidió invertir sus escasos
recursos en la construcción ferroviaria, decisión apoyada por los grandes propietarios
al abaratarse los costes del transporte y ampliarse las redes de comunicación.
- En cuanto a la inversión privada, esta fue escasa debido a la estructura de la
propiedad surgida de la reforma liberal. La extensión de los arrendamientos, a corto
plazo para poder ajustar la renta a las variaciones de los precios agrarios y de la tierra,
reducía las posibilidades de inversión de los arrendatarios, mientras que los
propietarios tenían aseguradas fuertes ganancias ante el proteccionismo agrario.
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3.- Estado, infraestructuras y capitales
A principios del siglo XIX coexistían en España sistemas fiscales distintos, según los
territorios. En 1845, el ministro de Hacienda (Alejandro Mon), asesorado por Ramón Santillán,
elaboró y promulgó una reforma tributaria (23-05-1845), que tuvo por objetivos la unificación
fiscal del país y la modernización de los ingresos del Estado, introduciendo los principios
tributarios liberales: legalidad, suficiencia y generalidad. El nuevo sistema fiscal era mixto:
estaba constituido por impuestos directos (contribución de inmuebles, cultivo y ganadería,
contribución industrial y del comercio y el derecho de hipotecas y sucesiones), indirectos
(aduanas, consumos) y estancos (monopolios del tabaco, la sal y las loterías). El objetivo final
era el equilibrio presupuestario.
El equilibrio presupuestario resultó, pronto, ser una quimera. Las clases propietarias se
resistían a pagar los impuestos directos, no se confeccionó un catastro de rústica y los pagos
terminaron realizándose mediante cupos asignados sobre la base de unos censos
(amillaramientos y matrículas industriales) elaborados por los propios municipios. El déficit no
se hizo esperar. En 1851, Bravo Murillo “arregló” la deuda, decretando la conversión forzosa
de todas las deudas existentes (4,5 % de interés) por la nueva deuda consolidada al 3%. Los
tenedores británicos protestaron y la bolsa de Londres dejó de cotizar títulos españoles
durante un largo tiempo.
Evolución del saldo presupuestario del estado español, de la magnitud de la deuda en circulación y de la
presión fiscal (1850-1880)
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10%). El Estado hizo esfuerzos por algunas infraestructuras (ferrocarriles y
carreteras) pero abandonando otros, como educación (tasa de analfabetismo
elevada) o sanidad (elevada tasa de mortalidad).
- Además, el déficit elevó la tasa de interés que, durante buena parte del siglo XIX,
estuvo por encima de la media de otros países europeos.
- Por último, después de 1874, el Banco de España consiguió, gracias al monopolio
en la emisión de billetes, acaparar una proposición elevadísima del saldo total de
las disponibilidades líquidas situadas en cuentas corrientes que, en elevadas
proporciones, se convertían en crédito al Estado.
La debilidad del ahorro interno. La in versión productiva en un país depende del ahorro
interno y de las entradas de capital extranjero. En el caso de España, el ahorro interno
dependía, sobremanera, de la acumulación de capital generada en el sector primario y, dentro
de éste, de la agricultura cerealista dominante, cuyos grandes propietarios, si bien tuvieron
importantes ingresos y beneficios, fueron poco propensos a invertir en otros sectores. Es más,
“entre los grandes propietarios españoles del interior subsistió la tradición de gastar las rentas
agrarias en consumo suntuario y servicio doméstico”.
La situación fue distinta en las regiones periféricas. Allí,, las posibilidades de una
agricultura diversificada y la comercialización interna y exterior de sus producciones
propiciaron que el ahorro acumulado en las zonas rurales y el derivado del propio comercio se
invirtiera, en alguna proporción, en la financiación del sector industrial y en las grandes
empresas que promovieron la construcción de obras públicas: ferrocarriles y canales. Estas
mismas regiones fueron, además, receptoras de capitales acumulados por muchos emigrantes
(indianos), que regresaron enriquecidos al país.
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Las entradas de capital extranjero. La debilidad del ahorro interno se compensó, en
parte, con la entrada de capital extranjero, especialmente atraído por la deuda pública, los
ferrocarriles y la explotación de los recursos mineros.
- En la primera mitad de siglo, la deuda pública fue el principal atractivo para los
inversores extranjeros, especialmente británicos. El arreglo de la deuda de Bravo
Murillo en 1851 ahuyentó al capital británico, que se abstuvo de invertir en España
durante tres lustros.
- La ausencia de capitales británicos fue aprovechada por los franceses que
promovieron las grandes compañías ferroviarias a través de varias sociedades de
crédito: Crédito Mobiliario Español, Sociedad Española Mercantil e Industrial de los
Rothschild y la Compañía General de Crédito en España, financieros franceses de
menor entidad. La construcción de los ferrocarriles fue un gran negocio. Trajeron
al país enormes sumas de capitales que, en gran parte, volvieron a salir enseguida
para pagar las masivas importaciones de material ferroviario, que gozaron de una
total franquicia. Las grandes inversiones extranjeras en ferrocarriles no empezaron
hasta la ley de ferrocarriles de 1855.
- Las importaciones de capital en la minería no alcanzaron dimensiones apreciables
hasta después de 1868.
En suma, la inversión de capital extranjero hizo posible que España dispusiera de una
red ferroviaria relativamente densa hacia 1880, que contribuyó a abaratar los costes de
transporte. En el sector minero, posibilitó la explotación a gran escala de los ricos yacimientos
plúmbicos, cupríferos y férricos. La producción, en su mayor parte, se exportó, igual que los
beneficios de las grandes compañías (extranjeras). Dichas inversiones tuvieron también
efectos positivos para la economía española, que incrementó la capacidad importadora y
dispuso de un mayor número de puestos de trabajo.
- Antes de 1855, la construcción ferroviaria fue muy escasa, aunque existió una
intensa especulación en torno a los proyectos. En estos años, se puso de
manifiesto que la iniciativa privada autóctona no era capaz de aportar el capital
necesario para tender, en un plazo razonable, una red ferroviaria de cierta
consideración.
- La ley de 1855 confirmó el régimen de concesión de las líneas por 99 años, otorgó
seguridad a las empresas concesionarias y clasificó la política de subvenciones,
además de que estuvo acompañada por otra ley de bancos de emisión y
sociedades de crédito (1856). Dos grandes compañías de capital francés y otras
menores de capital extranjero y nacional, dieron un impulso decisivo a la
construcción de la red: de 440 km en 1855 se pasó a 5.076 en 1866. La urgencia de
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la construcción y la idoneidad del trazado han sido punto de polémica entre los
historiadores.
- La construcción ferroviaria tuvo sus efectos positivos y negativos.
Por un lado,
o Redujo sustancialmente (en torno al 50 por ciento) el precio de los
transportes
o Ante la dificultad de transportes alternativos, el ahorro social fue
considerable, superior al de otros países europeos.
o El ferrocarril dio salida a muchos productos del interior, especialmente
vinos y minerales.
o El ferrocarril fue un elemento decisivo en la integración del mercado
interior.
Por otro lado,
o Los efectos hacia delante se vieron limitados por las elevadas tarifas, sobre
todo las de la Compañía Norte, aunque (junto con MZA) hubo
prácticamente precios de monopolio.
o Los efectos hacia atrás fueron también muy escasos, debido a la existencia
de franquicia arancelaria a las importaciones de material. Cabe señalar la
demanda generada por los amplios contingentes de obreros, así como la
de madera y carbón según los autores, la exención arancelaria, supuso un
ahorro de costes muy limitado frente al estimulo potencial que podría
significar la demanda ferroviaria para el desarrollo de la industria
siderúrgica.
España exportaba, sobre todo, materias primas y alimentos, siendo Francia e Inglaterra
nuestros principales compradores (entre 50-60 por ciento). El mercado colonial cubano
suponía casi un 20 por ciento. Existía, pues, una elevada concentración de productos y países
de destino.
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1820 y tuvo su centro neurálgico en las provincias de Almería y Murcia,
aunque se extendió a las de Granada, Jaén y Córdoba. En 1870, tomaron
importancia el cobre y el hierro. El cobre estuvo relacionado con la intensa
explotación de las piritas onubenses, ricas en cobre, ácido sulfúrico y plata.
Dos empresas de capital británico fueron las impulsoras de la explotación y
exportación de estos minerales. El hierro tomó importancia después de
1880, aunque su primer impulso puede fecharse en la década de 1870. El
mercurio, aunque declinó, siempre fue un producto importante de
exportación.
Los cambios en la estructura de las importaciones reflejan con claridad los avances del
proceso de industrialización y también sus limitaciones. Dos aspectos destacan:
Comercio Exterior de España, 1790-1890. Porcentajes de productos alimenticios (1), de materias primas
(2) y de bienes industriales (3) en los totales respectivos.
EXPORTACIONES IMPORTACIONES
(1) (2) (3) (1) (2) (3)
1790 29,1 39,9 31,0 43,0 12,4 44,6
1840 49,5 26,3 24,2 27,0 11,0 62,0
1890 53,5 21,1 25,4 20,3 28,7 51,0
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4.3. La política comercial: los intereses y las razones
Los años de 1840 a 1880 marcaron el arranque del desarrollo industrial en España. El
propio sector industrial tuvo un crecimiento considerable, aunque no suficiente para impulsar
una transformación profunda de la economía española en conjunto. El sector industrial
adoptó, pues, cuantas innovaciones fueron necesarias y tuvo iniciativas suficientes para una
adecuada aplicación.
De 1850 hasta 1880, la producción industrial española (2,8) creció por encima de la
francesa (1,3), de la inglesa (2,7) y de la italiana (2,2), reduciendo distancias, aunque a fines del
XIX se encontraba todavía a larga distancia.
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5.2. Los bienes de consumo: alimentos y tejidos.
o La industria algodonera. Según los autores “este subsector textil fue el que
experimentó cambios técnicos y organizativos más profundos y de mayor
impacto sobre la economía en su conjunto”. Cataluña había sido pionera
en la industria textil algodonera, que al perder los mercados coloniales
“miró” hacia el mercado interior, no sin antes incorporar las innovaciones
técnicas inglesas. En 1833, José Bonaplata introdujo el vapor. El consumo
de algodón en rama se disparó: de 5,6 mill/tn en 1839-43 hasta 40,7 en
1879-1883. La hegemonía catalana en el sector fue casi absoluta,
utilizando, en un primer momento, el vapor (carbón) y más tarde la fuerza
hidráulica (cauces del Ter y del Llobregat). Entre 1840-1880, la producción
algodonera se multiplicó por siete, habiendo incrementado la
productividad y reducido precios. Los textiles de algodón desplazaron del
mercado a los antiguos tejidos de manufacturas locales y a los ingleses,
introducidos de contrabando. Para Cataluña fue un sector líder, pero no
tiró del resto de la economía española.
o Otros textiles también se modernizaron, especialmente los productos de
calidad de lana en Tarrasa y Sabadell, Antequera, Alcoy, Bejar y Palencia.
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o La falta de carbón en Andalucía (el carbón cordobés era caro y malo
además de lejano) favoreció la instalación de la siderurgia en Asturias, con
capital francés, que en la década de 1860 tomó el relevo de Andalucía.
o Sin embargo, finalmente, fue la siderurgia vasca la que terminó
imponiéndose, pues sus exportaciones de hierro, libre de fósforo, a
Inglaterra permitieron traer carbón inglés a precios más reducidos.
Entre las industrias de bienes intermedios estaba la industria química muy ligada a la
demanda de la manufactura textil, que necesitaba blanqueadores, siendo la sosa y el cloruro
de sal productos básicos de este subsector.
6. Conclusiones.
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La industria fabril por sectores en España, en 1856 y 1900. Porcentajes sobre total
1856 1900
Alimenticias 55,78 40,33
Molidos 42,79 18,16
Granos 26,95 13,20
Aceitunas 14,73 4,96
Otros 1,11 --
Destilados 6,47 14,79
Conservas 2,34 3,18
Compuestos 4,18 4,20
Textiles 23,65 26,67
Metalúrgicas 3,24 8,11
Químicas 3,50 5,57
Papel 2,33 5,03
Cerámica-Vidrio 5,34 4,00
Madera-Corcho 1,23 3,25
Cuero 3,82 2,93
Diversas 1,10 4,10
Total 100 100
Fuente: Nadal, J. (1989): “La industria fabril española en 1900. Una aproximación”, J. Nadal.; A. Carreras
y C. Sudriá, (compiladores), La economía española en el siglo XX. Una perspectiva histórica, Barcelona,
Ariel, pp. 52-53.
1856 1900
1 2 3 1 2 3
Galicia 5,61 12,06 0,46 3,05 10,71 0,28
Asturias 1,85 3,62 0,51 2,80 3,54 0,79
León 4,36 5,71 0,76 2,31 5,45 0,42
Castilla la Vieja 10,18 10,93 0,93 6,90 10,09 0,68
Castilla la Nueva 9,81 10,02 0,98 9,60 10,87 0,88
Extremadura 3,77 4,67 0,81 2,30 4,98 0,46
Andalucía 24,02 19,89 1,21 19,08 20,13 0,95
Murcia 2,70 3,95 0,68 2,19 4,07 0,54
Valencia 6,67 8,55 0,78 8,31 8,25 1,01
Cataluña 25,60 11,22 2,28 38,58 11,11 3,47
Aragón 3,57 5,97 0,60 3,32 5,16 0,64
Baleares 1,65 1,81 0,91 1,22 1,76 0,69
Canarias 0,20 1,59 0,13 0,33 2,03 0,16
España 100 100 100 100 100 100
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