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Tema 2.

El difícil arranque de la industrialización, 1840-1880.

1. España ante la industrialización europea: retos y respuestas


1.1. Ritmos de crecimiento y pautas de transformación estructural
1.2. La población y el bienestar económico
2. El estancamiento de la productividad agraria: un atraso decisivo
2.1. Los efectos de los cambios institucionales: el nuevo orden agrario
2.2. Extensión y especialización
2.3. Las causas de la pobreza agraria: ¿la tierra o los hombres?
3. Estado, infraestructura y capitales
3.1. El fiasco de la reforma fiscal y sus consecuencias
3.2. Debilidad del ahorro interno y entradas de capital extranjero
3.3. Los ferrocarriles, el gran espejismo
4. España en el mundo: el estímulo exterior
4.1. El estímulo de la industrialización europea: las nuevas exportaciones
4.2. Las importaciones: tecnología y materias primas
4.3. La política comercial: los intereses y las razones
5. Un desarrollo industrial: endógeno y limitado
5.1. El crecimiento industrial y sus límites
5.2. Los bienes de consumo: alimentos y tejidos
5.3. La industria pesada y los bienes intermedios
6. Conclusiones: los límites de la primera industrialización

Resumen realizado a partir de:

Pascual, P y Sudriá, C. (2002): “El difícil arranque de la industrialización (1840-1880)), Comín, F;


Hernández, M y Llopis, E, eds, Historia Económica de España. Siglos X-XX, Barcelona, Crítica,
pp. 203-241.

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1.- El difícil arranque de la industrialización. España ante la industrialización europea: retos y
respuestas.

El final de la primera guerra carlista (1839) cerró un largo período (50 años) de guerras
exteriores e interiores, que limitó la entrada y adopción de las innovaciones tecnológicas y
organizativas surgidas en Gran Bretaña y difundidas por el continente después de 1815. Esto
es, la inestabilidad política y las guerras mantuvieron a España alejada de los cambios
económicos que estaban teniendo lugar en el continente, al igual que la paz de 1839 abrió una
época de grandes oportunidades para el desarrollo económico por la vía de la adopción de
tecnologías y la movilización productiva de recursos hasta ese momento sin explotar.

1.1. Ritmos de crecimiento y pautas de transformación estructural.

Según las estadísticas disponibles (bastante precarias, por cierto), el PIB total de la
economía española creció a un ritmo de 1,7 por ciento anual, superior al de Francia (1,1) y al
de Italia (1,2), pero inferior a los de Gran Bretaña (2,2) y Alemania (2,2). En términos per
cápita, el crecimiento fue menor (1,2), superando, no obstante, a Italia (0,5) y Francia (0,9) y
estando por debajo de Alemania (1,4) y Gran Bretaña (1,4). La trayectoria no fue regular, sino
con intensas fluctuaciones provocadas por una agricultura fuertemente condicionada por los
avatares climatológicos. Con todo, hacia 1890, el retraso español era significativo: el PIB
equivalía a menos de la mitad del de Gran Bretaña y era un 25 por ciento inferior a los de
Francia y Alemania, aunque por estos años superó a Italia, un país con recursos y estructuras
productivas similares al nuestro.

Crecimiento del Producto Interior Bruto total y por habitante, 1850-1890.

PIB total* PIB por hab**


1850 1890 Tasa % 1850 1890 Tasa %
España 16.949 32.802 1,7 1.147 1.847 1,2
Francia 60.685 94.176 1,1 1.669 2.354 0,9
G. Bretaña 60.479 143.477 2,2 2.362 4.099 1,4
Alemania 29.449 70.648 2,2 1.476 2.539 1,4
Italia 40.900 51.707 1,2 1.467 1.631 0,5
(*): Millones de dólares de 1990. (**): Dólares de 1990 por habitante

A finales del siglo, la agricultura seguía pesando, de forma decisiva, sobre la economía
española. La población activa agraria apenas disminuyó de 1860 a 1887, representando, en
esta última fecha, dos tercios del total. Otro tanto ocurría en la población activa industrial,
cuyo porcentaje no se modificó, siendo bastante inferior a la agraria. Las cifras así lo muestran

Población Activa
1860 1887
Agricultura 63,5 64,7
Industria 17,3 17,1
Servicios 19,2 18,1

Al margen de la fiabilidad de las cifras, los números reflejan un período con pocos
cambios, aunque sí podemos afirmar que aumentó el producto industrial y hubo sectores
agrarios bastante dinámicos.

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1.2. La población y el bienestar económico.

Aunque la población creció a lo largo del siglo XIX, en este período no se produjo la
transición demográfica, de manera que los principales indicadores fueron inferiores a los de
los países de nuestro entorno y en ningún caso reflejaron cambios sustanciales. Así,

- La tasa de mortalidad siguió siendo elevada, debido a la persistencia de súbitas


mortandades, relacionadas en unos casos con la aparición de enfermedades
epidémicas (el cólera ocasionó 240.000 muertos en 1853-55 y 120.000 en 1885) y, en
otros, con la escasez de alimentos (crisis de subsistencia en 1847, 1856-57, 1868 y
1882). La razón básica de la elevada mortalidad estaba en la altísima mortalidad
infantil y juvenil, reflejo de unas deficientes condiciones de vida y de la carencia de
servicios médicos y sociales.
- En estos años, 1840-1880, los movimientos migratorios, tanto exteriores como
interiores, fueron poco importantes. La emigración exterior tenía una elevada tasa de
retorno, y la interior fue poco significativa, a excepción de la migración hacia Madrid,
capital del Reino. Esto permite señalar, asimismo, el escaso grado de urbanización y/o
desarrollo de las ciudades. Hacia 1860, sólo un 25 por ciento de la población habitaba
en municipios de más de 5.000 habitantes.
- Por otra parte, la alfabetización y escolarización eran todavía muy reducidas. Hacia
1870 únicamente el 30 por ciento de la población española podía considerarse
alfabetizada y tan sólo asistía a la escuela una cuarta parte de los niños en edad
escolar.

1 2 3 4 5 6
España 0.3 4.64 33.7 30 26 0.219
Francia 0.3 2.60 42.0 69 41 0.400
Gran Bretaña 1.2 3.35 41.3 76 35 0.496
Alemania 0.9 3.98 36.2 80 42 0.397
Italia 0.5 4.50 28.0 21 16 0.187
1. Tasa de crecimiento anual de la población
2. Nº medio de hijos por mujer, 1875
3. Esperanza de vida al nacer, 1870 (años)
4. Población alfabetizada (%)
5. Población en edad escolar escolarizada, 1870 (%)
6. Índice de desarrollo humano (IDH). 1870

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2. El estancamiento de la productividad agraria: un atraso decisivo

2.1. Los efectos de los cambios institucionales: el nuevo orden agrario.

En la España de mediados del siglo XIX, la tierra era un factor de producción


fundamental y, por consiguiente, la Reforma Agraria Liberal (RAL) tuvo una importancia
decisiva en la determinación del crecimiento económico. Sin embargo, los resultados de la
misma no modificaron la distribución de la propiedad. Esto es, después de la RAL, la tierra
siguió estando desigualmente distribuida.

La RAL tuvo por objetivo principal (primordial) conseguir la plena consolidación de la


propiedad privada de la tierra a través de diferentes líneas de actuación:

- La disolución del régimen señorial (1837). Confirmó un reparto muy desigual de la


tierra en todo el país, pero con unas diferencias de escala considerables: en el
norte, noreste, meseta septentrional y meridional hasta el Tajo, los campesinos,
que poseían la tierra en enfiteusis, se convirtieron en propietarios. Los “grandes
propietarios” de estas zonas tenían unas propiedades reducidas. En la mitad
meridional de España (La Mancha, Extremadura y Andalucía) las grandes casas de
la nobleza lograron privatizar enormes patrimonios rústicos. Aquí, los grandes
propietarios eran realmente grandes.
- Las desamortizaciones afectaron a las tierras de ambos cleros y a las tierras
concejiles y comunales.

o La privatización de las tierras de la iglesia (1836) no contribuyó a equilibrar


la desigual distribución de la propiedad anterior a la reforma. Los
compradores fueron, mayoritariamente, medianos y grandes labradores
que disponían de recursos para aprovechar tal oportunidad. Los que
labraban la tierra siguieron haciéndolo pero en peores condiciones.
o La desamortización civil (1855) que afectó a bienes raíces, censos y foros
de la iglesia, beneficencia e instrucción pública, a las tierras de propios, de
los municipios y a los comunales, con algunas excepciones. Estas ventas
favorecieron, de nuevo, a los medianos y grandes propietarios, que
ampliaron aún más sus posesiones. Esta desamortización afectó
negativamente al pequeño campesinado, que se vio privado de los
comunales, e implicó un notable retroceso de las masas boscosas.

La R.A.L., pues, consolidó la distribución de la propiedad agraria, que siguió estando


muy polarizada: muchos propietarios para poca tierra, mucha tierra para pocos propietarios.
Además, la mayoría de nuevos propietarios terminaron por ceder sus tierras en
arrendamiento, y dada la tendencia al alza de los precios agrarios y las rentas, la inversión en
mejoras productivas fue prácticamente nula. De ahí el estancamiento de la productividad por
empleado y el escaso avance de los rendimientos. El enorme número de campesinos sin tierra
mantuvo los salarios bajos, con el desempleo estacional y el consiguiente bajísimo nivel de
renta.

2.2. Extensión y especialización.

Entre 1840 y 1880, tuvo lugar un importante crecimiento de la producción agraria,


similar al de la propia población, basado principalmente en la expansión de la superficie
cultivada, sobre todo después de las desamortizaciones. La extensión de los cultivos redujo las

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superficies forestales y las tierras dedicadas a pastos, lo que limitó las ganaderías tradicional y
trashumante. En estos años, la agricultura española estuvo sumamente condicionada
(favorecida) por la política comercial y por la construcción de la red ferroviaria. La primera
protegió al sector, mientras que la segunda contribuyó a abaratar el transporte, facilitar la
integración del mercado interior e impulsar procesos de especialización de la producción.

El crecimiento agrario activo estrechamente relacionado con la expansión de la


producción cerealista, trigo pero también cebada y avena (alimentación ganadera). En la
década de 1880, el sistema cereal acaparaba en torno al 77 por cien de la superficie total
cultivada. Este subsector (el cerealístico) apenas tuvo cambios técnicos: la mecanización fue
prácticamente inexistente; las mejoras en el instrumental agrícola, anecdóticas; la utilización,
en proporciones significativas, de abonos minerales y químicos, no se desarrolló hasta
comienzos del siglo XX. En 1888, el barbecho ocupaba el 44,8 % de la superficie dedicada al
sistema del cereal.

Entre 1830 y 1880, la productividad permaneció estancada y los rendimientos aunque


crecieron ligeramente, siguieron estando sometidos a los avatares climatológicos. De ahí que
los periódicos hundimientos de la producción conllevaran la persistencia de las crisis agrarias,
las alzas del precio del trigo fueron intensas en 1835, 1847, 1857, 1868 y, todavía, en 1881.
Provocaron crisis de subsistencia.

Estructura del uso del suelo agrícola en España (1860 y 1888). Millones de hectáreas

1860 % 1888 %
Sistema cereal 12,9 80,7 14,5 77,2
Viña y olivar 2,1 13,1 3,0 15,6
Otros cultivos 1,0 6,2 1,3 7,2
Superficie agrícola 16,0 100 18,8 100
Bosques 29,0
Terrenos improductivos 5,5
Superficie total 50,5 50,5

La agricultura española tuvo, pese a lo anterior, una cierta diversificación productiva,


impulsada por la demanda, sobre todo la exterior.

- La viticultura fue la gran protagonista de esta intensificación. La especialización


vitícola alcanzó gran extensión en Cataluña y, en menor medida, en el País
Valenciano potenciada por las exportaciones vitícolas a ultramar desde 1830.
También aumentaron los caldos de calidad andaluces (Jerez y Málaga). La
demanda interna potenció el cultivo en algunas provincias castellanas. La edad de
oro se produjo en la década de 1870, a raíz del boom exportador de vinos comunes
a Francia, atacada e invadida por la filoxera. La Mancha y Extremadura
extendieron, también, el cultivo. En los años finiseculares, la filoxera arrasó gran
parte de la viña española, lo que dio paso a una larga crisis.
- El olivar alcanzó la condición de cultivo especializado en algunas zonas del país
bajo el impulso de la demanda exterior. Andalucía y Cataluña concentraron el
avance del cultivo. La expansión de las exportaciones de aceites y la tendencia
alcista de los precios alcanzaron su cumbre en 1870, mientras que el último cuarto
de siglo fue una época de crisis para el olivar español.
- La fruticultura, especialmente las naranjas valencianas, tuvo una importante y
favorable extensión. En el P. Valenciano, un aprovechamiento intensivo de los

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recursos hídricos y la disponibilidad de tierras de aluvión de gran calidad
posibilitaron la coexistencia de los naranjales con multitud de cultivos hortícolas y
arrozales.
- Otras zonas también desarrollaron cultivos intensivos, como fue el caso de algunas
comarcas catalanas (Maresme, Baix Llobregat, etc.) la extensión del avellano en
otras tierras de Cataluña.

En cualquier caso, la extensión de esta agricultura especializada e intensiva fue


limitada. En 1888, la vid y el olivo (15,6 %) junto a otros cultivos especializados (7,2 %)
ocupaban sólo el 22,8 por ciento de la superficie agrícola española. El resto era “cereales y
leguminosas”

2.3. Las causas de la pobreza agraria ¿La tierra o los hombres?

A finales del siglo XIX, los parámetros productivos de la agricultura española se


situaban entre los más bajos de la Europa occidental, lo que revela un atraso indudable y el
fracaso de las expectativas auspiciadas por la RAL.

Las condiciones agroclimáticas impedían la adopción mimética de los avances agrarios


registrados en los países de la Europa Atlántica. Sin embargo, sí existieron otras vías para un
mayor aprovechamiento intensivo:

o Aprovechamiento intensivo de las aguas superficiales y subterráneas, con


objeto de combatir la aridez.
o Mayor extensión de cultivos especializados de tipo arbustivo y arbóreo
(viña, olivos, almendros, avellanas), que ofrecían buenos rendimientos en
suelos pobres y con bajos niveles de humedad
o Limitar el monocultivo cerealista.

Estas vías fueron seguidas por la agricultura catalana durante el siglo XVIII: cultivos
arbóreos y arbustivos, aprovechamiento de agua, intensa comercialización, arrendamientos de
larga duración, etc. Evidentemente, este tipo de agricultura requería un nivel relativamente
elevado de inversión y el gran problema de la agricultura española del siglo XIX fue la escasa
inversión que recibió, tanto de los particulares como del Estado.

¿Por qué la inversión en el sector agrario fue ínfima?

-En cuanto a la inversión pública, las posibilidades financieras del Estado eran muy
reducidas por la baja presión fiscal, el grado de ocultamiento y la resistencia a
cualquier incremento de la misma. Además, el Estado decidió invertir sus escasos
recursos en la construcción ferroviaria, decisión apoyada por los grandes propietarios
al abaratarse los costes del transporte y ampliarse las redes de comunicación.
- En cuanto a la inversión privada, esta fue escasa debido a la estructura de la
propiedad surgida de la reforma liberal. La extensión de los arrendamientos, a corto
plazo para poder ajustar la renta a las variaciones de los precios agrarios y de la tierra,
reducía las posibilidades de inversión de los arrendatarios, mientras que los
propietarios tenían aseguradas fuertes ganancias ante el proteccionismo agrario.

“Sin necesidad de realizar inversión alguna, esta agricultura cerealista de


bajísima productividad proporcionaba ingresos crecientes a la clase
terrateniente, pero condenaba a los campesinos a muy bajos niveles de renta y
a un aprovechamiento deficiente de su capacidad de trabajo”.

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3.- Estado, infraestructuras y capitales

3.1. El fiasco de la reforma fiscal y sus consecuencias.

A principios del siglo XIX coexistían en España sistemas fiscales distintos, según los
territorios. En 1845, el ministro de Hacienda (Alejandro Mon), asesorado por Ramón Santillán,
elaboró y promulgó una reforma tributaria (23-05-1845), que tuvo por objetivos la unificación
fiscal del país y la modernización de los ingresos del Estado, introduciendo los principios
tributarios liberales: legalidad, suficiencia y generalidad. El nuevo sistema fiscal era mixto:
estaba constituido por impuestos directos (contribución de inmuebles, cultivo y ganadería,
contribución industrial y del comercio y el derecho de hipotecas y sucesiones), indirectos
(aduanas, consumos) y estancos (monopolios del tabaco, la sal y las loterías). El objetivo final
era el equilibrio presupuestario.

El equilibrio presupuestario resultó, pronto, ser una quimera. Las clases propietarias se
resistían a pagar los impuestos directos, no se confeccionó un catastro de rústica y los pagos
terminaron realizándose mediante cupos asignados sobre la base de unos censos
(amillaramientos y matrículas industriales) elaborados por los propios municipios. El déficit no
se hizo esperar. En 1851, Bravo Murillo “arregló” la deuda, decretando la conversión forzosa
de todas las deudas existentes (4,5 % de interés) por la nueva deuda consolidada al 3%. Los
tenedores británicos protestaron y la bolsa de Londres dejó de cotizar títulos españoles
durante un largo tiempo.

Como quiera que el déficit presupuestario continuó, se recurrió a soluciones


extraordinarias: venta de algunos ricos yacimientos mineros de propiedad pública (Río Tinto) o
mediante empréstitos con onerosas contrapartidas, como el formalizado con los Rothschild a
cambio del monopolio de comercialización del mercurio de Almadén. Finalmente, el Estado
concedió al Banco de España el monopolio de emisión, a condición de que éste proporcionara
al Tesoro los créditos necesarios para financiar el déficit, respaldados con depósitos de deuda
pública en las arcas del banco emisor.

Evolución del saldo presupuestario del estado español, de la magnitud de la deuda en circulación y de la
presión fiscal (1850-1880)

Liquidación de los presupuestos*


Ingresos Gasto (I-G) Deuda/PIB Ingresos/PIB
ordinarios público
1850-54 1.683 1.766 -83 67,1 (1850) 6,0
1855-59 2.109 2.333 -224 54,0 (1860) 7,1
1860-64 2.605 3.317 -712 46,0
1865-69 2.680 3.531 -851 54,6 (1870) 6,1
1870-74 2.704 3.742 -1.038 94,6
1875-79 3.690 3.943 -253 126,2 (1879) 7,7
(*): Millones de pts corrientes. Totales quinquenales

La aplicación de la reforma fiscal resultó un fracaso sin paliativos. El sistema tributario


quedó anclado y el déficit resultó crónico, más por la falta de ingresos que por la prodigalidad
en el gasto. Esta situación resultó lesiva para la economía española:

- Los recursos dedicados a los ministerios que proporcionaban servicios económicos


(Fomento, Comercio, Agricultura..) y educación fueron reducidos (en torno al

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10%). El Estado hizo esfuerzos por algunas infraestructuras (ferrocarriles y
carreteras) pero abandonando otros, como educación (tasa de analfabetismo
elevada) o sanidad (elevada tasa de mortalidad).
- Además, el déficit elevó la tasa de interés que, durante buena parte del siglo XIX,
estuvo por encima de la media de otros países europeos.
- Por último, después de 1874, el Banco de España consiguió, gracias al monopolio
en la emisión de billetes, acaparar una proposición elevadísima del saldo total de
las disponibilidades líquidas situadas en cuentas corrientes que, en elevadas
proporciones, se convertían en crédito al Estado.

3.2. Debilidad del ahorro interno y entradas de capital extranjero.

La debilidad del ahorro interno. La in versión productiva en un país depende del ahorro
interno y de las entradas de capital extranjero. En el caso de España, el ahorro interno
dependía, sobremanera, de la acumulación de capital generada en el sector primario y, dentro
de éste, de la agricultura cerealista dominante, cuyos grandes propietarios, si bien tuvieron
importantes ingresos y beneficios, fueron poco propensos a invertir en otros sectores. Es más,
“entre los grandes propietarios españoles del interior subsistió la tradición de gastar las rentas
agrarias en consumo suntuario y servicio doméstico”.

La situación fue distinta en las regiones periféricas. Allí,, las posibilidades de una
agricultura diversificada y la comercialización interna y exterior de sus producciones
propiciaron que el ahorro acumulado en las zonas rurales y el derivado del propio comercio se
invirtiera, en alguna proporción, en la financiación del sector industrial y en las grandes
empresas que promovieron la construcción de obras públicas: ferrocarriles y canales. Estas
mismas regiones fueron, además, receptoras de capitales acumulados por muchos emigrantes
(indianos), que regresaron enriquecidos al país.

Pese a ello, las disponibilidades de capital no dejaron de ser escasas y, en


consecuencia, el tipo de interés del dinero se mantuvo en cotas relativamente elevadas y,
ocasionalmente, el incremento de la demanda de capital (ferrocarriles) provocó profundas
crisis financieras.

Además, las limitaciones de la acumulación interior de capitales se vieron agravadas


por la lentitud con la que se formó un sistema financiero moderno.

- En 1829, se constituyó el Banco de San Fernando, que se vinculó, casi en exclusiva,


a la financiación del Estado.
- En el decenio de 1840, surgieron las primeras sociedades anónimas bancarias
dedicadas a la financiación privada: Banco de Isabel II (Madrid) y los Bancos de
Barcelona y Cádiz. El primero quebró pronto y el gobierno sacó una ley restrictiva,
que dificultaba la apertura de nuevos bancos.
- En 1856, se aprobaron nuevas leyes de bancos de emisión y de sociedades de
crédito. A su amparo, se crearon hasta 18 nuevos bancos de emisión y 35
sociedades de crédito. A partir de 1864, la mayoría de estas entidades sufrieron
serias dificultades como consecuencia de la crisis de las compañías ferroviarias y
de la generalizada desconfianza entre los ahorradores. El Banco de España
absorbió, cuando se le concedió el monopolio de emisión en 1874, la mayoría de
los bancos de emisión subsistentes. En conjunto, los niveles de intermediación
financiera alcanzados fueron muy modestos en comparación con otros países y son
una buena muestra del atraso del mercado de capitales.

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Las entradas de capital extranjero. La debilidad del ahorro interno se compensó, en
parte, con la entrada de capital extranjero, especialmente atraído por la deuda pública, los
ferrocarriles y la explotación de los recursos mineros.

- En la primera mitad de siglo, la deuda pública fue el principal atractivo para los
inversores extranjeros, especialmente británicos. El arreglo de la deuda de Bravo
Murillo en 1851 ahuyentó al capital británico, que se abstuvo de invertir en España
durante tres lustros.
- La ausencia de capitales británicos fue aprovechada por los franceses que
promovieron las grandes compañías ferroviarias a través de varias sociedades de
crédito: Crédito Mobiliario Español, Sociedad Española Mercantil e Industrial de los
Rothschild y la Compañía General de Crédito en España, financieros franceses de
menor entidad. La construcción de los ferrocarriles fue un gran negocio. Trajeron
al país enormes sumas de capitales que, en gran parte, volvieron a salir enseguida
para pagar las masivas importaciones de material ferroviario, que gozaron de una
total franquicia. Las grandes inversiones extranjeras en ferrocarriles no empezaron
hasta la ley de ferrocarriles de 1855.
- Las importaciones de capital en la minería no alcanzaron dimensiones apreciables
hasta después de 1868.

o Antes de 1868, hubo algún capital francés en la hulla asturiana y en los


yacimientos de plomo jienenses.
o Después de 1868, la entrada de capitales extranjeros fue masiva, en los
distritos de Linares y La Carolina y, especialmente, en las piritas cupríferas
onubenses. También en el hierro vizcaíno, aunque a mitad con capitales
autóctonos.

En suma, la inversión de capital extranjero hizo posible que España dispusiera de una
red ferroviaria relativamente densa hacia 1880, que contribuyó a abaratar los costes de
transporte. En el sector minero, posibilitó la explotación a gran escala de los ricos yacimientos
plúmbicos, cupríferos y férricos. La producción, en su mayor parte, se exportó, igual que los
beneficios de las grandes compañías (extranjeras). Dichas inversiones tuvieron también
efectos positivos para la economía española, que incrementó la capacidad importadora y
dispuso de un mayor número de puestos de trabajo.

3.3. Los ferrocarriles, el gran espejismo.

En España, las principales líneas ferroviarias se trazaron y construyeron de 1855 a


1866. Después de la ley general de ferrocarriles de 1855.

- Antes de 1855, la construcción ferroviaria fue muy escasa, aunque existió una
intensa especulación en torno a los proyectos. En estos años, se puso de
manifiesto que la iniciativa privada autóctona no era capaz de aportar el capital
necesario para tender, en un plazo razonable, una red ferroviaria de cierta
consideración.
- La ley de 1855 confirmó el régimen de concesión de las líneas por 99 años, otorgó
seguridad a las empresas concesionarias y clasificó la política de subvenciones,
además de que estuvo acompañada por otra ley de bancos de emisión y
sociedades de crédito (1856). Dos grandes compañías de capital francés y otras
menores de capital extranjero y nacional, dieron un impulso decisivo a la
construcción de la red: de 440 km en 1855 se pasó a 5.076 en 1866. La urgencia de

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la construcción y la idoneidad del trazado han sido punto de polémica entre los
historiadores.
- La construcción ferroviaria tuvo sus efectos positivos y negativos.

Por un lado,
o Redujo sustancialmente (en torno al 50 por ciento) el precio de los
transportes
o Ante la dificultad de transportes alternativos, el ahorro social fue
considerable, superior al de otros países europeos.
o El ferrocarril dio salida a muchos productos del interior, especialmente
vinos y minerales.
o El ferrocarril fue un elemento decisivo en la integración del mercado
interior.
Por otro lado,
o Los efectos hacia delante se vieron limitados por las elevadas tarifas, sobre
todo las de la Compañía Norte, aunque (junto con MZA) hubo
prácticamente precios de monopolio.
o Los efectos hacia atrás fueron también muy escasos, debido a la existencia
de franquicia arancelaria a las importaciones de material. Cabe señalar la
demanda generada por los amplios contingentes de obreros, así como la
de madera y carbón según los autores, la exención arancelaria, supuso un
ahorro de costes muy limitado frente al estimulo potencial que podría
significar la demanda ferroviaria para el desarrollo de la industria
siderúrgica.

4. España en el mundo: el estímulo exterior

El período 1840-1880 se caracterizó por un crecimiento muy considerable del comercio


exterior, mucho más rápido (del 4,5 por 100 anual) que el del PIB (1,7). Se produjo, pues, una
apertura de la economía española al exterior. El comercio exterior ganó participación en la
producción total española. La evolución del comercio (exportación e importación) pasó por
diversas fases, siendo especialmente acelerada en los años de 1855-1865. La relación real de
intercambio evolucionó positivamente para España, en especial hasta finales de la década de
1850. Después, se produjeron numerosas fluctuaciones.

4.1. El estímulo de la industrialización europea: las nuevas exportaciones.

España exportaba, sobre todo, materias primas y alimentos, siendo Francia e Inglaterra
nuestros principales compradores (entre 50-60 por ciento). El mercado colonial cubano
suponía casi un 20 por ciento. Existía, pues, una elevada concentración de productos y países
de destino.

- Los principales productos de exportación variaron a lo largo del periodo, reflejando


el cambio estructural en las economías clientes de España.
o El vino terminó afianzándose como producto estrella de las exportaciones,
llegando a representar el 25% de todo lo exportado por España.
o Los metales y minerales también tuvieron un papel destacado, sobre todo
después de 1868. Primero fue el plomo, exportado en barras y empleado
en tuberías de agua y gas, así como en la metalurgia del oro y la plaza
(urbanización europea). La expansión productora empezó en la década de

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1820 y tuvo su centro neurálgico en las provincias de Almería y Murcia,
aunque se extendió a las de Granada, Jaén y Córdoba. En 1870, tomaron
importancia el cobre y el hierro. El cobre estuvo relacionado con la intensa
explotación de las piritas onubenses, ricas en cobre, ácido sulfúrico y plata.
Dos empresas de capital británico fueron las impulsoras de la explotación y
exportación de estos minerales. El hierro tomó importancia después de
1880, aunque su primer impulso puede fecharse en la década de 1870. El
mercurio, aunque declinó, siempre fue un producto importante de
exportación.

En definitiva, las exportaciones de vino y minerales fueron los grandes protagonistas


de la expansión del comercio exterior español, mientras que la lana y el aceite de oliva,
tradicionales productos exportados, perdieron peso relativo.

4.2. Las importaciones: tecnología y materias primas

Los cambios en la estructura de las importaciones reflejan con claridad los avances del
proceso de industrialización y también sus limitaciones. Dos aspectos destacan:

- Por un lado, la pérdida de peso y la reducción de las importaciones de alimentos y


de tejidos extranjeros, partidas importantes en la balanza comercial de principios
del siglo XIX. El retroceso de los alimentos, especialmente coloniales y pescado,
obedeció a dos fenómenos diferentes: uno, los cambios en la composición de la
demanda vinculados al incremento de la renta disponible; y, dos, la sustitución de
las importaciones por productos nacionales. La caída de las adquisiciones de
tejidos se relaciona con el desarrollo de la industria textil moderna en España, en
un contexto de fuerte protección.
- Por otro lado, incremento de las entradas de materias primas y de maquinaria.
o Importaciones de algodón en rama y de hilaza de cáñamo y lino
o Auge de las compras de carbón mineral, fuente energética básica.
o Maquinaría y manufacturas de hierro, mayoritariamente importadas,
cuando se trataba de medios de equipo; en el caso del ferrocarril, las
franquicias arancelarias favorecieron las entradas masivas de estos
productos, especialmente numerosos entre 1860-66. Los autores señalan
que la economía española dispuso de tecnología suficiente para el
desarrollo. Es decir, la economía española no sufrió cortapisas en su
desarrollo por falta de acceso a la tecnología o a las materias primas
exteriores.

Comercio Exterior de España, 1790-1890. Porcentajes de productos alimenticios (1), de materias primas
(2) y de bienes industriales (3) en los totales respectivos.

EXPORTACIONES IMPORTACIONES
(1) (2) (3) (1) (2) (3)
1790 29,1 39,9 31,0 43,0 12,4 44,6
1840 49,5 26,3 24,2 27,0 11,0 62,0
1890 53,5 21,1 25,4 20,3 28,7 51,0

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4.3. La política comercial: los intereses y las razones

La política comercial arancelaria ha tenido, por lo general, una doble finalidad:


proteger la producción nacional y procurar ingresos al Estado. Asimismo, en torno a la
dicotomía protección/librecambio han sido muchos los que han defendido la “protección
aduanera” de las industrias nacientes (F. List en Alemania, A. Hamilton en Estados Unidos). En
España, existió una pugna entre los defensores de una u otra política comercial. Al margen de
las vicisitudes teóricas, la trayectoria de la política comercial española en el siglo XIX fue:

- En 1820, los liberales revalidaron una política ampliamente prohibicionista,


heredada del Antiguo Régimen. Como consecuencia de la difusión de las ideas
librecambistas, sucesivas disposiciones (aranceles de 1841 y 1849) fueron
reduciendo las prohibiciones y permitiendo la importación de muchos productos, a
cambio del pago de fuertes aranceles.
- Después de 1868, se reformó radicalmente el sistema arancelario. El arancel de
Figuerola contemplaba en el largo plazo medidas proteccionistas que se limitarían
a recaudar un arancel de carácter fiscal (15%). La Restauración de 1874 y la
subsiguiente “crisis internacional” limitaron el alcance de tales medidas.

En conjunto, se pasó de un sistema prohibicionista a un sistema moderadamente


proteccionista. Aunque se ha escrito mucho acerca de la incidencia de la política comercial en
el crecimiento económico, puede decirse que el crecimiento económico y la modernización
conseguidos en estos años centrales del siglo XIX ni se debieron al progresivo
desmantelamiento del prohibicionismo ni fueron severamente obstaculizados por el
mantenimiento de fuertes niveles de protección.

5. Un desarrollo industrial endógeno y limitado.

5.1. El crecimiento industrial y sus límites.

Los años de 1840 a 1880 marcaron el arranque del desarrollo industrial en España. El
propio sector industrial tuvo un crecimiento considerable, aunque no suficiente para impulsar
una transformación profunda de la economía española en conjunto. El sector industrial
adoptó, pues, cuantas innovaciones fueron necesarias y tuvo iniciativas suficientes para una
adecuada aplicación.

Entre 1840 y 1880, se dieron tres fases:

- 1840-1861: crecimiento notable, propiciado por la introducción en España de las


innovaciones desarrolladas en otros países
- 1861-1868: fase de estancamiento, vinculada con la crisis algodonera (61-65),
derivada de la guerra civil estadounidense, y con la crisis agraria y financiera de
1864-68
- 1868-1880: Nueva fase de crecimiento, impulsada por el subsector alimentario, la
siderurgia y la minería.

De 1850 hasta 1880, la producción industrial española (2,8) creció por encima de la
francesa (1,3), de la inglesa (2,7) y de la italiana (2,2), reduciendo distancias, aunque a fines del
XIX se encontraba todavía a larga distancia.

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5.2. Los bienes de consumo: alimentos y tejidos.

La industria se caracterizaba, en estos años, por la preeminencia de la producción de


bienes de consumo, especialmente de alimenticios y textiles, que en 1856 representaban un
56 y un 24 por ciento respectivamente, por un 42 y un 29 en 1879.

- Las industrias alimentarias, sobre todo de granos y aceitunas, cuyas innovaciones


productivas fueron de muy corto alcance. En el caso de la harina, destacó la
creación de una serie de fábricas modernas de amplia capacidad que,
básicamente, se situaron a lo largo del Canal de Castilla (Palencia y Valladolid). En
el aceite, las innovaciones se centraron en los rulos troncocónicos y la prensa
hidráulica cuya difusión fue muy modesta y, desde luego, insuficiente para la
producción de aceituna. Otro tanto ocurría en otras industrias, como las conservas
o las pastas.
- Industrias textiles. Fueron, sin duda, las manufacturas que experimentaron una
modernización más intensa y las que dieron lugar a auténticos procesos de
industrialización en algunas zonas.

o La industria algodonera. Según los autores “este subsector textil fue el que
experimentó cambios técnicos y organizativos más profundos y de mayor
impacto sobre la economía en su conjunto”. Cataluña había sido pionera
en la industria textil algodonera, que al perder los mercados coloniales
“miró” hacia el mercado interior, no sin antes incorporar las innovaciones
técnicas inglesas. En 1833, José Bonaplata introdujo el vapor. El consumo
de algodón en rama se disparó: de 5,6 mill/tn en 1839-43 hasta 40,7 en
1879-1883. La hegemonía catalana en el sector fue casi absoluta,
utilizando, en un primer momento, el vapor (carbón) y más tarde la fuerza
hidráulica (cauces del Ter y del Llobregat). Entre 1840-1880, la producción
algodonera se multiplicó por siete, habiendo incrementado la
productividad y reducido precios. Los textiles de algodón desplazaron del
mercado a los antiguos tejidos de manufacturas locales y a los ingleses,
introducidos de contrabando. Para Cataluña fue un sector líder, pero no
tiró del resto de la economía española.
o Otros textiles también se modernizaron, especialmente los productos de
calidad de lana en Tarrasa y Sabadell, Antequera, Alcoy, Bejar y Palencia.

5.3. La industria pesada y los bienes intermedios

La industria siderúrgica fue un sector líder en la primera revolución industrial inglesa.


La clave de su éxito fue la sustitución del carbón vegetal por el mineral, mucho más barato. En
España no se introdujo el procedimiento de alto horno para la producción comercial hasta la
década de 1830.

o Los primeros altos hornos al carbón vegetal fueron encendidos en


Marbella en 1829 y pronto se levantaron también instalaciones de afino
mediante carbón mineral en Málaga. La experiencia malacitana incorporó
tecnología avanzada y contaba con hierro, pero no con carbón. Hubo
también industria férrica en el Pedroso (Sevilla). En la década de 1840, la
hegemonía andaluza en la siderurgia española era muy notable, con un 85
por ciento de la producción total de 1844.

13
o La falta de carbón en Andalucía (el carbón cordobés era caro y malo
además de lejano) favoreció la instalación de la siderurgia en Asturias, con
capital francés, que en la década de 1860 tomó el relevo de Andalucía.
o Sin embargo, finalmente, fue la siderurgia vasca la que terminó
imponiéndose, pues sus exportaciones de hierro, libre de fósforo, a
Inglaterra permitieron traer carbón inglés a precios más reducidos.

Con todo, la producción siderúrgica española quedaba muy distante de la alemana o


inglesa, también de la belga o austriaca. En torno a 1880, España producía unas 100.000
toneladas de hierro frente a los 2,5 millones de Alemania o Inglaterra. ¿Pudo la demanda
ferroviaria haber impulsado la industria siderúrgica hispana? ¿Podía ésta haber satisfecho tal
demanda?

Entre las industrias de bienes intermedios estaba la industria química muy ligada a la
demanda de la manufactura textil, que necesitaba blanqueadores, siendo la sosa y el cloruro
de sal productos básicos de este subsector.

Por último, el carbón: localizado, principalmente, en Asturias y León, además de otras


provincias con producciones secundarias, como Córdoba. El carbón español era, en
comparación al de otros países, escaso, caro y malo.

6. Conclusiones.

España experimentó, en estos años (1840-1880), un crecimiento económico


considerable que, en parte, se explica por el retraso acumulado en las décadas anteriores. El
sector agrario siguió siendo el fundamental. La estructura de la propiedad surgida del
desmantelamiento del viejo orden feudal configuró el predominio de la gran propiedad en
muchas zonas de España. El exceso relativo de mano de obra y las preferencias de los
propietarios impusieron, en esas zonas, un crecimiento de carácter extensivo con bajos niveles
de inversión y de productividad, que implicaba una baja capacidad adquisitiva de los
trabajadores agrarios.

El nuevo sistema fiscal, implantado en 1845, no proporcionó los ingresos suficientes


para que el Estado pudiera proveer adecuadamente servicios fundamentales, como educación,
sanidad, carreteras, etc. Tampoco pudo evitarse el déficit público, cuya financiación redundó
en elevados tipos de interés, que seguramente desalentaron la inversión privada. La
construcción del ferrocarril se realizó con retraso, pero con notable intensidad y fuerte
contribución de capitales foráneos. Su aportación al crecimiento fue menor de la esperada, en
parte, porque no encontró suficiente demanda para sus servicios y, en parte, porque se
construyó con materiales extranjeros.

El incremento de la demanda exterior de vinos y minerales procuró recursos para la


importación de materias primas y maquinaria que tuvieron efectos positivos para la
modernización del país. La política comercial siguió una senda de progresiva liberalización,
aunque manteniendo fuertes niveles de protección. En el sector industrial se introdujeron las
innovaciones fundamentales de la época, pero su crecimiento se vio decisivamente limitado
por la estrechez del mercado interior y por la carestía del carbón, agente energético
fundamental. En definitiva, la etapa de 1840-1880 constituye un periodo de notable
crecimiento y de importantes transformaciones, pero lastrado por la persistencia de algunos
rasgos estructurales negativos: los principales, sin duda, fueron una agricultura atrasada y un
Estado económicamente débil.

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La industria fabril por sectores en España, en 1856 y 1900. Porcentajes sobre total

1856 1900
Alimenticias 55,78 40,33
Molidos 42,79 18,16
Granos 26,95 13,20
Aceitunas 14,73 4,96
Otros 1,11 --
Destilados 6,47 14,79
Conservas 2,34 3,18
Compuestos 4,18 4,20
Textiles 23,65 26,67
Metalúrgicas 3,24 8,11
Químicas 3,50 5,57
Papel 2,33 5,03
Cerámica-Vidrio 5,34 4,00
Madera-Corcho 1,23 3,25
Cuero 3,82 2,93
Diversas 1,10 4,10
Total 100 100

Fuente: Nadal, J. (1989): “La industria fabril española en 1900. Una aproximación”, J. Nadal.; A. Carreras
y C. Sudriá, (compiladores), La economía española en el siglo XX. Una perspectiva histórica, Barcelona,
Ariel, pp. 52-53.

Niveles regionales de industrialización, en 1856 y 1900

1856 1900
1 2 3 1 2 3
Galicia 5,61 12,06 0,46 3,05 10,71 0,28
Asturias 1,85 3,62 0,51 2,80 3,54 0,79
León 4,36 5,71 0,76 2,31 5,45 0,42
Castilla la Vieja 10,18 10,93 0,93 6,90 10,09 0,68
Castilla la Nueva 9,81 10,02 0,98 9,60 10,87 0,88
Extremadura 3,77 4,67 0,81 2,30 4,98 0,46
Andalucía 24,02 19,89 1,21 19,08 20,13 0,95
Murcia 2,70 3,95 0,68 2,19 4,07 0,54
Valencia 6,67 8,55 0,78 8,31 8,25 1,01
Cataluña 25,60 11,22 2,28 38,58 11,11 3,47
Aragón 3,57 5,97 0,60 3,32 5,16 0,64
Baleares 1,65 1,81 0,91 1,22 1,76 0,69
Canarias 0,20 1,59 0,13 0,33 2,03 0,16
España 100 100 100 100 100 100

1: Fabricación (%); 2: Población (%); 3: ½


Fuente: Nadal, 1989, p. 48.

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