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Sobre el conocimiento

De Gen. ad lit. XII, 25.52


ÚNICAMENTE LA VISIÓN INTELECTUAL NO ENGAÑA
52. El alma se alucina por las semejanzas de los cuerpos, mas no por algún
defecto de ellas, sino por la precipitación en dar su parecer cuando, faltándole la
luz del pensamiento, toma por imágenes auténticas las que son semejanzas de
imágenes. También se engaña en la visión corporal cuando juzga que se hace en
los mismos cuerpos, lo que se ejecuta en los sentidos corporales. Así, a los
navegantes les parece que se mueven los que están en tierra; los que miran al
cielo juzgan que los astros están fijos, los cuales sabemos que se mueven; los que
divagan la vista ven dos luces siendo una; los que introducen un remo en el agua
creen que está quebrado; y así, por el estilo, otras muchas cosas. También se
engaña el alma cuando juzga que una cosa es lo que no es, porque le pareció
semejante en el color, en el olor, en el sabor, en el sonido o en el tacto; por lo
tanto, se engaña cuando toma por legumbres algún condimento pastoso que se
está cociendo en el puchero; o cuando cree que el ruido de un carro que transita es
el de un trueno; cuando sin preguntar a ningún otro sentido, sino sólo al del
olfato, toma la hierba que se llama aparia por un cidro; cuando el alimento
aderezado con alguna salsa dulce cree que se condimentó con miel; o cuando
piensa que un anillo desconocido palpado en las tinieblas es de oro, siendo de
bronce o plata, malamente se engaña el alma cuando, perturbada con visiones
corporales repentinas e inesperadas, juzga que se ve a si misma en sueños o que
está afectada por alguna visión de naturaleza espiritual. Por lo tanto, todas las
visiones corporales deben comprobarse con la ayuda de los otros sentidos
corporales y, sobre todo, con el testimonio de la misma mente y la razón, para que
se halle, en cuanto pueda ser hallado, todo lo que haya de verdad en esta clase de
visiones. En la visión espiritual, es decir, en la visión de las semejanzas de los
cuerpos que se ven el espíritu, también se engaña el alma cuando aquellas cosas
que ve así juzga que son cuerpos; o cuando lo que se fingió a sí misma por una
sospecha y conjetura falsa cree que también esto se da en los cuerpos que no vio,
pero que conjetura verlos. Por el contrario, el alma no se engaña en la visión
intelectual, porque o la entiende, y entonces es verdad lo que entiende, o si no es
verdadera la visión no la entiende; por lo tanto, una cosa es errar en las cosas que
ve y otra errar porque no las ve.

De Trin XI, 3.6, y 4.7


TRILOGÍA EN EL PENSAMIENTO: LA MEMORIA, LA VISIÓN INTERIOR Y LA VOLUNTAD
UNITIVA
Pero el alma racional se deforma cuando vive según la trinidad del hombre exterior;
es decir, cuando se da a las cosas externas, formadoras del sentido corpóreo, no con
laudable intención de referirlas a un fin útil, sino arrastrada por una torpe apetencia
que la lleva a pegarse a ellas. En efecto, desvanecida la forma del objeto corporal que
se dejaba corporalmente sentir, permanece en la memoria su semejanza, para que se
verifique la visión interior, como antes, al exterior, era informado el sentido por el
objeto sensible. Y así surge la trinidad integrada por la memoria, la visión interior f la
voluntad, que une a las dos. Y, al apiñarse estas tres cosas en unidad, su reunión se
denomina pensamiento.
Y en esta trinidad no existe diversidad de substancia. Ni el cuerpo, distinto de la
substancia del ser animado, es allí sensible, ni el sentido del cuerpo es informado para
que se realice la visión, ni la voluntad actúa aplicando el sentido al objeto sensible
para su información, ni éste lo retiene una vez informado, sino que a la forma del
cuerpo externamente percibida sucede la memoria, cual placa positiva de aquella
forma, que, a través del sentido del cuerpo, impresiona al alma; a la visión que fuera
existía al ser informado el sentido por el objeto sensible, sucede en el hombre interior
una visión semejante cuando la mirada del alma, al conjuro del recuerdo que la
memoria aprisiona, piensa en los cuerpos ausentes; y así como la voluntad en el
mundo exterior aplicaba el sentido a informar al objeto corpóreo y, una vez
informado, lo unía, así aquí hace volver sobre la memoria la mirada del alma que
recuerda, para que, del recuerdo que aquélla retiene, ésta se forme y surja en el
pensamiento una visión semejante.
Y así como la razón distinguía entre la imagen visible que informaba el sentido del
cuerpo y la semejanza que ha lugar en el sentido informado para que exista visión (tan
unidas se encuentran que se las podía tomar por una sola imagen), y lo mismo sucede
en la visión imaginaria cuando el alma piensa en la imagen de un cuerpo ya visto;
consta, pues, de la semejanza del cuerpo en la memoria archivado y de la imagen que
nace en el alma del que recuerda; tan única y singular aparece, que sus dos elementos
sólo la razón los distingue, haciéndonos comprender que una cosa es el recuerdo con
permanencia en la memoria, aun cuando se piense en cosa diversa, y otra la imagen
que evoca el recuerdo al regresar a nuestra memoria y encontrarnos allí con la misma
imagen. Porque de no estar allí es tan completo el olvido, que el recuerdo sería
imposible. Si, pues, la mirada del que recuerda no fuese informada por la imagen que
la memoria conserva, jamás se realizaría la visión en el pensamiento; pues la unión de
las dos, a saber, de la que la memoria retiene y su expresión, que actúa en la mirada
del recuerdo, dada su semejanza perfecta, la haría aparecer una sola.
Mas, si la mirada del pensamiento se aparta de allí y deja de ver la imagen que en su
memoria intuía, desaparece la forma impresa en la mirada interior; y, al convertir su
mirada hacia otro recuerdo, ha lugar otra forma, origen de un nuevo pensamiento. No
obstante, perdura en la memoria el antiguo recuerdo, al que es dable volver la mirada
cuando de nuevo recuerde y reciba su forma, efectuándose con el principio informante
una cierta unidad.
CÓMO SURGE ESTA UNIDAD EN EL ALMA
Si la voluntad, que lleva y trae de aquí para allá la mirada para su información y la
une, una vez informada, a su objeto, se concentra toda en su imagen interna, apar-
tando por completo la mirada del alma de la presencia de los. cuerpos que rodean
nuestros sentidos y de los mismos sentidos del cuerpo, y la convierte enteramente a la
imagen que dentro intuye, choca entonces con una semejanza tan grande de la especie
sensible, expresión del recuerdo, que ni la razón distingue si es cuerpo exteriormente
visto o es la imagen interna de su pensamiento.
Los hombres, a veces, seducidos o aterrados por esta imaginación vivacísima de las
cosas visibles, prorrumpen repentinamente en gritos, como si en realidad se encon-
traran en medio de aquellas acciones o pasiones. Recuerdo haber oído a uno que tan al
natural veía él en su imaginación la forma maciza de un cuerpo femenino, que la
sensación de estar carnalmente unido a ella le provocaba derrame seminal. Tan
potente es la fuerza del alma sobre su cuerpo y tanto puede en la inmutación y cambio
de su envoltura carnal, que se puede parangonar a la del hombre vestido, 'que se
acomoda a su traje. Y a este mismo género de impresiones pertenecen los variados
juegos de la fantasía durante los sueños. Mas es grande la diferencia si la atención del
alma se ve como forzada por cierta necesidad a ocuparse de las imágenes que la
memoria o alguna virtud secreta le suministran a través de algunas influencias
espirituales de la substancia incorpórea, ya estén adormecidos los sentidos, como en
las marmotas; ya perturbados en su íntima contextura, como en los amantes furiosos;
ya enajenados de alguna manera, como en los adivinos y profetas; o si, como en los
sanos y bien despiertos sucede, al estar el pensamiento ocupado, la voluntad se
independiza de los sentidos e informa ella misma la mirada del alma, sirviéndose de
las variadas imágenes del mundo sensible, cual si entonces en la realidad se sintiesen.
Y estas impresiones imaginarias surgen no sólo cuando la voluntad es por el deseo
impulsada, sino incluso cuando anhela evitarlas y huir, porque, al estar en guardia, se
ve forzada a mirar esos mismos objetos que desea no ver. En consecuencia, el deseo y
el temor fijan el sentido en las cosas sensibles, y la mirada del alma en las imágenes
de los objetos corpóreos, para su información. Y cuando más vehemente sea el deseo
o el miedo, más nítida es la mirada actuada por el objeto sensible, ya éste se halle en
el espacio ubicado, ya surja en el sujeto pensante de la imagen del cuerpo que la
memoria atesora.
Lo que es al sentido del cuerpo la presencia en el lugar de un objeto, es a la mirada del
alma la imagen del objeto en la memoria; y lo que es la visión del que mira a la
especie corpórea que informa el sentido, es la visión del que piensa a la imagen del
objeto en la memoria formada, de la cual nace la mirada del alma; finalmente, lo que
es la atención de la voluntad a la unión del objeto percibido y la visión para que surja
allí una cierta unidad de tres elementos de naturaleza distintos, esto es la atención
misma de la voluntad como lazo unitivo entre la imagen del cuerpo que está en la
memoria y la visión del pensamiento, es decir, la imagen que la mirada del alma sor-
prende al regresar a su memoria; de suerte que también aquí existe una cierta unidad,
integrada por tres realidades, no ya distintas por diversidad de naturaleza, sino de una
misma substancia, porque todo esto es interior y todo es un alma.

De Lib Arb. II, 8.21-22


21. Ag.—Muy bien; y veo además que, como hombre que no desconoce estas
materias, se te ha ocurrido pronto la respuesta. Sin embargo, si alguien te dijera que
estos números han sido impresos en nuestra alma, no en virtud de su naturaleza
específica, sino como efectos propios de las cosas percibidas por los sentidos
externos, y que son, por tanto, como ciertas imágenes de las cosas sensibles, ¿qué
responde rías? ¿O también tú piensas que es así?
Ev.—De ningún modo; yo no pienso así. Porque, aun concediendo que se perciban los
números por los sentidos, no se sigue que haya podido percibir también por los senti-
dos la razón de la división y adición de dichos números. Por la luz de la mente es por
la que no admitimos la cuenta del que, sea quien fuere, nos presenta como resultado
de una operación de sumar una suma falsa o equivocada. Y de todo cuanto aprehendo
por los sentidos del cuerpo, como es el cielo, la tierra y cualesquiera otros cuerpos que
en ellos percibo, no sé cuánto han de durar. Pero sé con certeza que siete y tres son
diez, y no sólo ahora, sino siempre, y sé que nunca siete y tres han dejado de ser diez,
y que jamás dejarán de serlo. Esta verdad incorruptible de los números es la que dije
que era común a mí y a cualquier ser racional.
22. Ag.—(No tengo nada que oponer a tus verísimas y certísimas respuestas. Pero
también verás fácilmente que los números no son percibidos por los sentidos, si
reflexionas en que cada número se 'llama así en virtud de las veces que contiene a la
unidad; verbigracia, si contiene dos veces la unidad, se llama dos; si tres veces, tres, y
si la contuviere diez veces, se llama diez; y cualquier número sin excepción toma el
nombre de las veces que contiene a la unidad, y se dice ser tanto, cuantas son las
veces que la contiene.
Más todavía: todo el que reflexiona sobre la verdadera noción de unidad, ve que no
puede ser percibida por los sentidos del cuerpo. En efecto, lo que perciben nuestros
sentidos, sea lo que sea, no está constituido por la unidad, sino por la pluralidad;
porque, siendo por necesidad un cuerpo, consta, por lo mismo, de partes numerables.
Y, aun dejando a un lado las partes más pequeñas y menos articuladas de cualquier
cuerpo, por más mínimo que se le suponga, tiene, sin duda, una parte derecha y otra
izquierda, una superior y otra inferior, o una anterior y otra posterior, o una extrema y
otra media. No podemos menos de confesar que todo esto se halla en todo cuerpo, por
minúsculo que sea; no podemos conceder, por tanto, que haya cuerpo alguno que sea
una unidad verdadera, y, sin embargo, no podríamos enumerar en él tanta infinidad de
partes distintas sino mediante el concepto de unidad.
Al buscar la unidad en el cuerpo y estar seguro de no encontrarla, sé ciertamente qué
es lo que busco allí, qué es lo que allí no encuentro ni puedo encontrar, o mejor dicho,
ni puede encontrarse allí. Si, pues, sé que el cuerpo no es una unidad, sé lo que es la
unidad, ya que, si no supiera qué es la unidad, no podría distinguir muchas y diversas
partes en un mismo cuerpo. Mías dondequiera que vea la unidad, ciertamente no la
veré por los sentidos del cuerpo, porque por los sentidos no conocemos sino los
cuerpos, y la verdadera y pura verdad, convencidos estamos de que no es cuerpo.
Finalmente, si la unidad no la percibimos por los sentidos del cuerpo, tampoco
percibimos por ellos número alguno, de aquellos, digo, que intuimos por la
inteligencia, porque ninguno de ellos hay que no tome su nombre del número de veces
que contiene a la unidad, cuya intuición no tiene lugar por los sentidos del cuerpo. La
mitad de cualquier cuerpo, por minúsculo que sea, es un todo que consta de dos
cuantos o partes extensas, pues ella misma tiene su media parte. Y de tal suerte están
estas dos partes en el cuerpo, que ni ellas mismas son dos unidades simples o
indivisibles; mientras que el número dos, por contener dos veces la unidad simple, su
mitad, o sea lo que es la unidad simple e indivisible, no puede constar a su vez de dos
mitades, terceras o cuartas partes, porque es simple y verdaderamente uno.

Contra acad. III, 11.24-26


LA CERTEZA DEL MUNDO Y DE LAS VERDADES MATEMÁTICAS
24.—¿Cómo sabes, objeta el académico, que existe este mundo, si los sentidos se
engañan ?
—Nunca vuestros razonamientos han podido debilitar el testimonio de los sentidos,
hasta convencernos que nada nos aparece a nosotros, ni vosotros os habéis atrevido a
tanto; pero habéis puesto grande ahínco en persuadirnos de la diferencia entre ser y
parecer.
Yo, pues, llamo mundo a todo esto, sea lo que fuere, que nos contiene y sustenta; a
todo eso, digo, que aparece a mis ojos y es advertido por mí con su tierra y su cielo, o
lo que parece tierra y cielo. Si tú dices que nada sé me aparece, entonces nunca podré
errar, pues yerra el que a la ligera aprueba lo aparente. Porque sostenéis que lo falso
puede parecer verdadero a los sentidos, pero no negáis el ¡hecho mismo del aparecer.
Y absolutamente desaparece todo motivo de discusión donde a vosotros os gusta
triunfar, si no sólo nada sabemos, sino que también se suprime toda apariencia. Pero
si tú niegas que lo que a mí me parece sea el mundo, es una cuestión de nombres, pues
ya te he dicho que a eso que se me aparece a mí doy el nombre de mundo.
25. Pero dirás: Luego, cuando duermes, ¿también existe ese mundo que ves? Ya lo
(he dicho: llamo mundo a lo que se me ofrece al espíritu, sea lo que fuere. Pues si os
place llamar mundo sólo a lo que ven los despiertos y los sanos, afirma, si te atreves,
que los que duermen y los alucinados no se alucinan ni duermen en el mundo. Así,
pues, insisto en decir que toda esa masa de cuerpos, toda esta máquina donde estamos,
lo mismo en el sueño y en la alucinación que en la vigilia y la salud, o es una o no es
una. Explica cómo puede ser falsa esta proposición. Pues si duermo, puede ser que no
haya dicho nada; o si al estar dormido se me han escapado de la boca algunas
palabras, según suele acontecer, posible que no las haya dicho aquí, sentado como
estoy, ni delante de estos oyentes; pero que sea falso lo que digo, es imposible. Pues
no digo que tenga estas percepciones, por estar despierto, ya que me podrías objetar
que también es tando durmiendo me pudo parecer lo mismo, y, por tanto, que puede
tener grandes apariencias con lo falso. Pero si hay un mundo más seis mundos, es
evidente que 'hay siete mundos, sea cual fuere la afección de mi ánimo, y afirmo con
razón que eso lo sé.
Demuéstrame, pues, que esta conexión o las disyuntivas precedentes pueden ser falsas
en el sueño, la locura o la ilusión de los sentidos, y entonces, si al despertar las
conservare en la memoria, me daré por vencido. Cosa evidente me parece que
pertenecen al dominio de los sentidos corporales las percepciones, producidas en el
sueño y la demencia; pero que tres por tres son nueve y cuadrado de números inteligi-
bles, es necesariamente verdadero, aun cuando ronque todo el género humano.
Aunque veo también que en favor de los sentidos se pueden decir muchas cosas, no
censuradas por los mismos académicos. Tengo para mí que no debe acusarse a los
sentidos ni de las imaginaciones falsas que padecen los dementes ni de las ficciones
que se forjan en sueños.
Pues si a los despiertos y sanos les informan bien de las cosas, no se les pueden poner
en cuenta a ellos lo que forje el ánimo en el sueño o la locura.
26. Queda por averiguar si el testimonio que dan es verdadero. Suponte que dice un
epicúreo: Yo no tengo ninguna querella contra los sentidos, pues no es razonable exi-
gir de ellos más de lo que pueden. Y lo que pueden ver los ojos, cuando ven, es lo
verdadero.
—¿Luego testifican la verdad cuando ven el remo quebrado en el agua?
—Ciertamente; pues habiendo una causa para que el remo aparezca tal como se ve
allí, si apareciera recto, entonces sí se podría acusar a los ojos de dar un informe falso,
por no haber visto lo que, habiendo tales causas, debieron ver. ¿Ya qué multiplicar los
ejemplos? Extiéndase lo dicho a lo del movimiento de las torres, de las alas de las
aves y otras cosas innumerables. Pero dirá alguno: No obstante eso, yo me engaño si
doy mi asentimiento. Pues no lleves tu asentimiento más allá de lo que dicta tu
persuasión, según la cual así te parece una cosa, y no hay engaño. Pues no hallo cómo
un académico puede refutar al que dice: Sé que esto me parece blanco; sé que esto
deleita mis oídos; sé que este olor me agrada; sé que esto me sabe dulce; sé que esto
es frío para mí.
—Pero di más bien si en sí mismas son amargas las hojas del olivo silvestre, que tanto
apetece el macho cabrío.
—¡Oh hombre inmoderado! ¿No es más modesta esa cabra? Yo no sé cómo sabrán
esas hojas al animal; para mí son amargas; ¿a qué más averiguaciones?
––Mas tal vez no falte hombre a quien tampoco; le Sean amargas.
—Pero ¿pretendes agobiarme a preguntas? ¿Acaso dije yo que son amargas para
todos? Dije que lo eran para mí, y esto siempre lo afirmo. ¿Y si una misma cosa, unas
veces por una causa, otras veces por otra, ora me sabe dulce, ora amarga? Yo esto es
lo que digo: que un hombre, cuando saborea una cosa, puede certificar con rectitud
que sabe por el testimonio de su paladar que es suave o al contrario, ni hay sofisma
griego que pueda privarle de esta ciencia.
Pues ¿ quién hay tan temerario que, al tomar yo una golosina muy dulce, me diga:
"Tal vez tú no saboreas nada; eso es cosa de sueño" ? ¿Acaso me opongo a él? Con
todo, aquello aun en sueños me produciría deleite. Luego ninguna imagen falsa
(puede confundir mi certeza sobre este hecho,
Y tal vez los epicúreos y cirenaicos darían en favor de los sentidos otras muchas
razones, que no me consta hayan sido rebatidas por los académicos. Pero esto a mí,
¿qué me interesa? Cuenten con mi favor si quieren y pueden rebatirlos. Pues todo do
que disputan ellos contra los sentidos no vale igualmente para todos los filósofos.
Pues hay quienes estiman que todas las impresiones que el alma recibe por medio de
los sentidos corporales pueden engendrar opinión, pero no ciencia, la cual se contiene
en el entendimiento y vive en la mente, en región lejana de los sentidos. Y. tal vez en
el número de ellos se encuentra el sabio en cuya busca vamos. Pero quede este tema
para otra ocasión; ahora vengamos a los otros puntos, que, a la luz de lo explicado,
fácilmente se aclararán, si no me engaño.

De Lib Arb. II, 12.34


LA VERDAD ES UNA E INCONMUTABLE EN TODOS LOS SERES INTELIGENTES Y ES
SUPERIOR A NUESTRA MENTE
33. Ag.—En consecuencia, no podrás negar que existe la verdad inconmutable, que
contiene en sí todas las cosas que son inconmutablemente verdaderas, de la cual no
podrás decir que es propia y exclusivamente tuya, o mía, o de cualquier otro hombre,
sino que por modos maravillosos, a manera de luz secretísima y pública a la vez, se
halla pronta y se ofrece en común a todos los que son capaces de ver las verdades
inconmutables. Ahora bien, lo que pertenece en común a todos los racionales e
inteligentes, ¿quién dirá que pertenece, como cosa propia, a la naturaleza de ninguno
de ellos?
Recordarás, según creo, lo que poco ha dijimos de los sentidos del cuerpo, a saber,
que aquellas cosas que percibimos en común por el sentido de la vista, o del oído,
como son las colores y los sonidos, que tú y yo vemos u oímos simultáneamente, no
pertenecían a la naturaleza de nuestros ojos o de nuestros oídos, sino que, en orden a
la perfección, eran comunes a los dos. Tampoco dirás que pertenecen a la naturaleza
de la mente de nadie aquellas costas que tú y yo vemos también en común, cada uno
con nuestra propia inteligencia, porque un objeto que ven a la vez los ojos de dos
individuos no puede decirse que sea o se identifique con los ojos ni del uno ni del
otro, sino que es una tercera cosa, en la cual convergen las miradas de uno y otro.
Ev.––Es clarísimo y muy verdadero.
34. Ag.—Ahora bien, esta verdad, de la que tan largo y tendido venimos (hablando, y
en la cual, siendo una, vemos tantas cosas, ¿piensas que es más excelente que nuestra
mente, o igual, o inferior?
Si fuera inferior, no juzgaríamos según ella, sino que juzgaríamos de ella, como
juzgamos de los cuerpos, que son inferiores a la razón; y decimos con frecuencia no
sólo que son o no son así, sino que debían o no debían ser así. Dígase lo mismo
respecto de nuestra alma, pues no sólo conocemos que es así nuestra alma, sino que
muchas veces decimos también que debía ser así. Y de los cuerpos juzgamos lo
mismo cuando decimos: es menos blanco de lo que debía, o menos cuadrado, y
muchas otras cosas semejantes. Del ánimo decimos que tiene menos aptitud que la
que debiera tener o que es menos suave o menos vehemente, de acuerdo con lo que
piden nuestras costumbres.
Y juzgamos de estas cosas según aquellas normas interiores de verdad que nos son
comunes, sin que de ellas emitamos jamás juicio alguno. Así, cuando alguien dice que
las cosas eternas son superiores a las temporales o que siete y tres son diez, nadie dice
que así debió ser, sino que, limitándose a conocer que así es, no se mete a corregir
como censor, sino que se alegra únicamente como descubridor.
Pero si esta verdad fuera igual a nuestras inteligencias, sería también mudable, como
ellas. Nuestros entendimientos a veces la ven más, a veces menos, y en eso dan a
entender que son mudables; pero ella, permaneciendo siempre la misma en sí, ni
aumenta cuando es mejor vista por nosotros ni disminuye cuando lo es menos, sino
que, siendo íntegra e inalterable, alegra con su luz a los que se vuelven hacia ella y
castiga con la ceguera a los que de ella se apartan.
¿Qué significa el que juzgamos de nuestros mismos entendimientos según ella, y a
ella no la podemos en modo alguno juzgar? Decimos, en efecto, que entiende menos
de lo que debe o que entiende tanto cuanto debe entender. Y es indudable que la
mente humana tanto más puede cuanto más pudiere acercarse y adherirse a la verdad
inconmutable. así, pues, si no es inferior ni igual, no resta sino que sea superior.

De trin. XII 15. 24–25


CONTRA LAS REMINISCENCIAS DE PLATÓN Y DEL SAMIO PITÁGORAS.
TRINIDAD EN LA CIENCIA
24. Platón, noble filósofo, se esforzó en convencernos que las almas humanas habían
vivido en el mundo antes de vestir estos cuerpos; de ahí que aquellas cosas que se
aprenden sean, no nuevos conocimientos, sino simples reminiscencias. Según él
refiere, preguntado ignoro qué esclavo sobre un problema geométrico, respondió
como consumado maestro en dicha disciplina. Escalonadas las preguntas con
estudiado artificio, veía lo que debía ver y respondía según su visión.
Mas, si todo esto fuera mero recuerdo de cosas con antelación conocidas, ni todos ni
la mayor parte estarían en grado de responder al ser interrogados de idéntica manera;
porque en su vida anterior no todos han sido geómetras, y son tan contados en todo el
género humano, que a duras penas se podrá encontrar uno. Es preferible creer que,
disponiéndolo así el Hacedor, la esencia del alma intelectiva descubre en las
realidades inteligibles del orden natural dichos recuerdos, contemplándolos en una luz
incorpórea especial 12, lo mismo que el ojo carnal al resplandor de esta luz material
ve los objetos que están a su alrededor, pues ha sido creado para esta luz y a ella se
adapta por creación.
Si él distingue entre lo blanco y lo negro sin ayuda de maestro, no es por haber
conocido estas cosas antes ya dé existir en esta carne.
Por fin, ¿por qué únicamente en las realidades inteligibles puede alguien responder
cuando se le interroga con arte, aunque sea sobre una disciplina que ignora? ¿Por qué
nadie es capaz de hacerlo cuando se trata de cosas sensibles, a no ser que las haya
visto en su existencia corpórea o lo haya creído a quienes lo saben y se lo comunica-
ron de palabra o por escrito? No se ha de dar crédito a los que dicen del samio
Pitágoras que se recordaba de ciertas sensaciones experimentadas cuando vivía en
otro cuerpo: hay quienes ponen en otros idénticas experiencias.
Se trata de falsas reminiscencias, como las que con frecuencia experimentamos en
sueños, cuando nos parece recordar haber visto o ejecutado lo que en realidad ni
hemos visto ni obrado. Estas mismas afecciones se producen en las almas de los que
están bien despiertos, bajo la influencia de los espíritus malignos y falaces, cuyo
oficio es afianzar o sembrar erróneas doctrinas sobre la emigración de las almas con el
fin exclusivo de engañar a los hombres. Si en realidad se recordaran las cosas vistas
en el mundo, al vivir en otros cuerpos, todos o casi todos tendríamos estas expe-
riencias; porque, según dicha opinión, se finge un continuo flujo y reflujo de la vida a
la muerte y de la muerte a la vida, de la vigilia al sueño y del sueño a la vigilia.
25. Si, pues, la verdadera distinción entre sabiduría y ciencia radica en referir el
conocimiento intelectual de las realidades eternas a la sabiduría, y a la ciencia el
conocimiento racional de las temporales, no es difícil discernir a cuál de las dos se ha
de conceder la precedencia y a cuál el último lugar. Y si existe alguna otra nota
característica por la que se distingan estas dos cosas, porque hay ciertamente entre
ellas distinción manifiesta, como lo enseña el Apóstol cuando dice: A uno ha sido
dado por el Espíritu palabra de sabiduría, a otro palabra de ciencia, según el mismo
Espíritu, con todo, la diferencia por nosotros puntualizada es evidente, pues una cosa
es él conocimiento intelectivo de lo eterno, y otra la ciencia racional de lo caduco, y
nadie dudará en dar sus preferencias al primero. Mas, dejando a un lado lo
perteneciente al hombre exterior, al elevarnos interiormente sobre cuanto nos es con
los animales común, antes de arribar al conocimiento de las realidades inteligibles y
supremas, que son eternas, nos encontramos con el conocimiento racional de las cosas
temporales. Si es posible, descubramos en este conocimiento una especie de trinidad,
como la descubrimos en los sentidos del cuerpo [y en aquellas imágenes que a través
de sus celosías se nos entraron en el alma, que es espiritual. Así, en lugar de los
objetos materiales percibidos desde el exterior mediante el sentido del cuerpo,
tendremos en nuestro interior las imágenes de los objetos impresas en la memoria,
especies que informan el pensamiento, interviniendo la voluntad como tercer
elemento unitivo, cual ocurría al realizarse la visión corporal, pues la voluntad, para
que la visión existiera, dirigía la mirada sobre el objeto visible y unía a los dos, colo-
cándose ella en medio, como un tercer elemento.
Mas no encerremos esta afirmación dentro de los límites del libro presente, pues, si
Dios nos ayuda, la podremos en el siguiente tratar más a fondo y exponer el resultado
de nuestra búsqueda.

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