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Bobes Naves Maria Del Carmen - La Metafora
Bobes Naves Maria Del Carmen - La Metafora
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IROOS
B IB LIO T E C A RO M Á NICA HISPÁNICA
BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA
FUNDADA POR
DÁMASO ALONSO
II. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 435
© CARMEN BOBES
© EDITORIAL GREDOS, 2004
Sánchez Pacheco, 85, Madrid
www.editorialgredos.com
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(¡REIOS
BIBLIO TECA ROMÁNICA HISPÁNICA
INTRODUCCIÓN
a ) e l o bjeto d e e st u d io
1. L a s clases d e m etafo ra
*
* *
2. L a m e t á f o r a d e l h a b l a c o t i d i a n a
' Vid. García Díaz, M. A , «Valor simbólico de la luz natural en la obra de Vicente
Aleixandre», Archivum. XLI-XLII, Oviedo, Universidad, 1994 (págs. 125-142).
mundo, integradas en el lenguaje diario de modo que no se sienten
como creación del hablante, sino como patrimonio del lenguaje gene
ral. Así, por ejemplo, es común en el lenguaje diario describir una
discusión verbal como una lucha y utilizar términos bélicos para de
notar sus distintas fases o aspectos; la mayoría de los hablantes ha
admitido esta identificación, y describen las disputas con metáforas
continuas, que cobran sentido después de aceptar, generalmente de un
modo tácito, la identidad inicial: «la discusión verbal es una guerra».
Destacamos en este ejemplo, que se ha repetido con frecuencia, que
los pasos y las relaciones se describen sucesivamente con metáforas
que dibujan una línea paralela a la que sería la descripción de las eta
pas de una guerra: se habla de la estrategia de la palabra, de la victo
ria de uno de los hablantes, del cerco a que somete al otro, del ataque
con razones, de asedio a los temas, del acoso de los argumentos, de
posiciones inexpugnables, incluso de discusión encarnizada; y ade
más la metaforización suele hacerse también recíproca, y se habla de
guerra inteligente, de ataques bien pensados, ataque noble, o de gue
rra sucia, etc., como si todo fuese lógicamente posible. Y todos los
hablantes lo entienden y lo usan. Creo que después de la metáfora ini
cial, que incluso puede no aflorar a la expresión y permanecer latente,
los sucesivos estadios configuran un diagrama válido para los dos
términos de la metáfora: los pasos y circunstancias de una guerra, se,
hacen coincidir con los pasos y circunstancias de una discusión y vi
ceversa. Se prolonga y se ahonda en la metáfora inicial progresiva
mente y se construye una metáfora diagramática, pues sigue un es
quema de relaciones.
Pero quizá esta propuesta de interpretación presenta otra cara y
puede obligar a reflexionar sobre el carácter metafórico de estos usos,
pues si bien es claramente metafórica la identificación que se hace
entre discusión y guerra, las predicaciones y adjetivaciones que se
interpretan como metáforas continuadas y recíprocas, pueden haber
pasado a ser usos propios del adjetivo; dependerá del concepto que se
adopte sobre la categoría gramatical «adjetivo», como veremos al
analizar los aspectos lingüísticos de la metáfora. De momento dire
mos que más bien parece que los adjetivos que se consideran metafó
ricos se usan en los dos campos semánticos» el de la discusión y el de
la guerra. La analogía entre discusión y guerra está en su carácter de
enfrentamiento, y en que ambas actividades son acciones humanas;
aunque en otra parte de su contenido semántico sean distintos, ambos
términos pueden admitir algunos adjetivos descriptivos comunes: se
«defienden las posiciones alcanzadas» en la guerra y en la discusión,
se «sitúan los contendientes en un campo de batalla», que puede ser
físico o de ideas, se «avanza sobre el terreno o en el diálogo», se
mantienen «teorías indefendibles» o «posiciones también indefendibles
estratégicamente», son «inexpugnables determinadas líneas de defensa o
de argumentación», etc. La ley del mínimo esfuerzo que preside el uso
cotidiano de la lengua, inclina a la prolongación de analogías entre
nombres con el uso más abierto de los adjetivos y de los verbos, con
lo cual estaríamos ante una ley de las categorías lingüísticas que las
hace, particularmente al adjetivo, más flexibles. Un adjetivo contiene
un solo sema y puede ser aplicado a campos semánticos muy diver
sos, donde se enriquece con otros semas contextúales, de modo que,
por ejemplo, «noble», que en principio indica una categoría humana,
puede ser predicado de guerra, de discusión, y quizá en sentido pro
pio, no metafórico.
Lo mismo podría decirse respecto de otras metáforas continuadas
que parten de una analogía inicial y abren el discurso a campos des
criptivos, asociativos, connotativos, etc. con adjetivos comunes para
los términos de una metáfora: si la vida la vemos como un camino y
la argumentación como un hilo, los dos términos de cada pareja pue
den admitir las mismas predicaciones y adjetivaciones. La mayor par
te de las veces se trata de adjetivos de cualidades que pueden ser apli
cados en diferentes regiones del ser: naturales, espirituales, humanas,
ficcionales, éticas, jurídicas, sentimentales, etc. Únicamente partiendo
del presupuesto de que los adjetivos pertenecen a un campo semánti
co cuyo término central — término fundante— es un nombre, pueden
verse como metafóricos sus usos con nombres de otro campo; si con
sideramos los adjetivos como expresión de cualidades que tienen apli
cación en diversas regiones del ser, habría que darle otro enfoque a la
metáfora continuada y a la recíproca del habla cotidiana. Por lo gene
ral las denominadas metáforas adjetivas, sobre todo, las del habla co
tidiana, son usos de adjetivos fuera del campo en el que se consideran
fijados por su tradición de uso, que pueden iniciar otras tradiciones,
sin duda.
Igual situación encontramos en las llamadas metáforas espaciales
de la vida cotidiana, que pueden ser vistas como usos ordinarios de la
lengua a partir de una identificación inicial de carácter metafórico: si
se dice que una persona es de condición elevada, se parte de la idea
de que el conjunto social es una estructura física que ocupa un lugar
en el espacio; en relación a esto y sobre el imaginario espacial que
mantenga la cultura de que lo alto es mejor y lo bajo es peor, se seña
lan posiciones privilegiadas, y se habla de clases sociales altas, me
dias, bajas, etc. teniendo en cuenta condiciones de dinero, de poder,
de saber, etc. El lenguaje ordinario utiliza el término altura en refe
rencia a propiedades físicas y lo considera virtualmente aplicable a
sentimientos, ideas, palabras, estatus social, etc. y se habla de ideas po
co elevadas, sentimientos altos, posiciones equilibradas, etc.2, que
implican una valoración del espacio y de las direcciones (positivo ha
cia arriba, negativo hacia abajo; positivo a la derecha, negativo a la
izquierda), incorporada a nuestra cultura quizá a través de ideas reli
giosas (corderos a la derecha, cabritos a la izquierda) y de figuracio
nes teatrales que se remontan a los misterios de la Edad Media, con
una disposición del espacio escénico en el que el cielo, el premio, la
bondad, etc. tiene un movimiento ascensional y se sitúa arriba, mien
tras que el castigo, la maldad, el infierno, etc., está siempre abajo. La
lengua parte de una metáfora inicial y mantiene en el texto un parale
lismo en las atribuciones y predicaciones, que quizá no haya que con
siderar necesariamente metafóricas, sino en relación con eí imagina
rio espacial de la cultura.
3 Vid. Lakoff, G., y Johnson, M., Metáforas de la vida cotidiana, Madrid, Cáte
dra, 1986 (pág. 181).
es decir, las que se refieren al ser, y las que lo sitúan en sus coordena
das de espacio y tiempo, que son necesarias para el conocimiento.
La metáfora del habla cotidiana se expresa, 1) mediante términos
de referencia real, ostensiva, verificables, sustituyendo generalmente
la referencia objetiva por el tópico de su interpretación social válida
en un periodo histórico y en una cultura determinada; 2) mediante
términos que sitúan en el espacio del mundo real las vivencias huma
nas no empíricas y de alguna manera reflejan relaciones entre fases
supuestas del espíritu mediante las relaciones verificables entre las
partes de los objetos del mundo empírico, es decir, las que colocan en
espacios relativos, en forma de diagramas las distancias y relaciones
entre ideas, sentimientos, o, en general, entes del mundo espiritual en
sus relaciones internas o externas; y 3) mediante términos que pro
yectan en el tiempo las secuencias relativas del discurrir de la mente o
del sentimiento. En los tres casos se busca como finalidad última
acercar verbalmente al centro empírico del hombre y a sus coordena
das cronotópicas todos los campos en los que puede desenvolverse
con los sentidos, con el pensamiento, con la imaginación y con las fa
cultades oníricas.
La relación de la metáfora con el sistema de lengua o con el uso
en el habla, lo mismo que la relación de la metáfora con la filosofía,
es decir, la metáfora fuera de los límites del lenguaje poético, consti
tuye un problema pragmático que va más allá de la descripción y de
las clasificaciones que puedan proponerse para la metáfora, pues in
cide directamente en su funcionalidad, ya que la forma y el origen no
las diferencia. Es indudable que el lenguaje cotidiano suple con metá
foras la falta de unidades léxicas, con lo que la metáfora podría ser
considerada como la forma natural de ampliación del léxico, ante las
necesidades del habla, pero hemos comprobado que también es un
factor determinante de la flexibilidad de las categorías morfológicas
en el sistema lingüístico, que hace del adjetivo un comodín válido en
varios campos semánticos. En este sentido podemos afirmar que la
creación de palabras por la vía del uso metafórico y la capacidad de
trasladar paralelamente las predicaciones y atribuciones de un campo
semántico a otro, es un fenómeno vivo en todas las lenguas y es un
recurso lingüístico general, aunque en su origen haya tenido carácter
literario. Es indudable que el lenguaje de la filosofía está plagado de
metáforas cuando expone temas metafísicos y es indudable también
que el habla cotidiana se expresa con metáforas abundantes.
El origen de la metáfora lingüística en la vida cotidiana y en
lenguajes especiales como el filosófico, el religioso, o el literario, es
el mismo, y su diferencia habrá que buscarla en otros ámbitos, que
pueden ser el del valor, la frecuencia, la finalidad, la extensión, el
convencionalismo, la codificación, etc. Por de pronto advertimos que la
metáfora de la vida cotidiana pertenece o está en camino de perte
necer al código, tiende a hacerse convencional, y deja de sentirse
como metáfora, de modo que no imprime ambigüedad al discurso.
Por otra parte, es común, es objeto de aprendizaje y tiende a perder
valor expresivo, porque es la única forma de decir determinados con
tenidos.
6 Vid. Richards, I. A., The Philosophy o f the Reíhoric, N ew York, O.U.P., 1936.
7 Vid. Black, M., Modelos y Metáforas, Madrid, Tecnos, 1966 (págs. 36-59).
relaciona; puestas en relación las notas de significado de los dos tér
minos, la metáfora no sólo descubre analogías entre los referentes, si
no que las crea, ayudando así a construir una nueva realidad y abrien
do el pensamiento a nuevos modos de ver la realidad. La metáfora
actúa como «modelo» para ver la realidad.
La metáfora como mecanismo que opera en el lenguaje nos con
diciona la forma de ver la realidad; a esta tesis se la denomina «teoría
experiencial» de la metáfora, y es la seguida por Lakoff y Johnson pa
ra explicar la metáfora de la vida cotidiana.
El lenguaje filosófico, entendido como un discurso metafórico
continuado, es sometido por Derrida, en un artículo de 1972, «La mi
tología blanca», a una deconstrucción sistemática, que extiende tam
bién al lenguaje poético8. Ricoeur le contesta en su amplio estudio La
metáfora viva9 donde, desde una óptica hermenéutica, defiende una
concepción de la metáfora como una estrategia lingüística válida para
alcanzar significados nuevos; discute y rechaza las conclusiones de
Derrida, que a su vez contestará en 1987 con un nuevo artículo «La re
tirada de la metáfora».
La polémica se ha planteado sobre el ser de la metafísica a partir
de la pregunta ¿sería posible la metafísica sin metáforas? Y por otra
parte se cuestiona la eficacia del lenguaje metafórico: si la metáfora
se desgasta y tiende a lexicalizarse, la tensión entre expresividad y
fijación acaba por resolverse con la acumulación del sentido figurado
a las acepciones normales y propias del término; la metáfora filosófi
ca, usada continuamente, sufre a lo largo de siglos un desgaste que la
hace ineficaz como metáfora y la convierte en un término que fija su
sentido metafórico como referencia propia, es decir, se lexicaliza; no
parece, por tanto, que la metáfora sea la forma más adecuada para la
10 Vid. Derrida, J., «La retirada de la metáfora», en La construcción de las fron te
ras de la filosofía, Barcelona, Paidós, 1989 (pág. 253).
11 Vid. Derrida, 3., op. c i t 1989 (pág. 310).
A estas consideraciones contesta Ricoeur en el Estudio VIII de su
obra, ya citada, La metáfora viva, titulado «Metáfora y discurso filo
sófico», donde plantea de nuevo el tema de la metáfora y su papel en
la creación de la expresión filosófica, y concretamente de la expresión
metafísica.
Para empezar, Ricoeur no considera equiparables el discurso me
tafórico poético y el discurso metafórico filosófico. No obedecen a la
misma causa ni tienen el mismo fin. Desde Aristóteles el concepto de
analogía que sirve de base al discurso filosófico es un concepto autó
nomo y nada tiene que ver con la metáfora por analogía que constituye
la cuarta clase de las metáforas reconocidas por Aristóteles. El discur
so filosófico, si es metafórico, lo es con un tipo de metáfora distinta de
la metáfora poética.
La filosofía no debe metaforizar ni poetizar, aunque trate signifi
caciones equívocas del ser, pero con frecuencia no puede evitar el uso
de la analogía y de una de sus formas lingüísticas, la metáfora, y pasa de
las predicaciones primordiales y propias del ser a las predicaciones
derivadas, es decir, de lo esencial a lo accidental, y las predicaciones ac
cidentales las realiza generalmente por medio de metáforas12. La cau
sa es que el ser no puede presentarse siempre unívocamente porque se
ve afectado por la división entre la esencia y el accidente. El movi
miento impide que la ontología sea una teología, que el ser se presen
te bajo la perspectiva única de su unidad esencial El ser no admite
más predicaciones unívocas que el mismo ser, cuya expresión verbal
constituiría una continua redundancia, y todo lo demás son visiones
parciales, como todas las humanas, y por tanto, presentaciones dis
cretas del ser, que tienen que hacerse por medio de metáforas. El co
nocimiento del hombre sobre el ser es siempre parcial, se manifiesta
en forma metafórica y no puede decirse sino mediante predicaciones
parciales. El conocimiento humano no tiene acceso a la esencia, que
sería todo el ser, y, por ello, predica sólo partes del ser, y ha de hacer
lo necesariamente de modo metafórico.
4. L a m e t á f o r a l it e r a r ia
16 Vid. Menéndez Pidal, R., Historia de la cultura española. El siglo del Quijote
1580-1680. Las Letras. Las Artes, Madrid, Espasa, 1996 (págs. 139-140).
Podría pensarse desde una primera consideración que las metá
foras espaciales no son tan literarias como las ontológicas, pero no
es así, los tres tipos, ontológicas, temporales y espaciales, transitan
por los mismos cauces, pueden intercambiarse continuadamente y
tienen la misma eficacia semántica, estética, ética. Para ver cómo se
textualizan en el poema esas metáforas continuadas que reproducen
partes y segmentos del espacio y de las cosas y sus relaciones, to
maremos unos ejemplos de Unamuno y de Machado donde clara
mente se puede verificar la mayor complejidad de las metáforas lite
rarias frente a las lingüísticas y a las de la lengua cotidiana, que
suelen ser puntuales. En una metáfora diagramática literaria el poeta
identifica los sentimientos o el alma con un término de referencia
espacial objetiva (un recipiente, un paisaje, un cauce, unas galerías)
y va describiendo las fases o aspectos de la vida afectiva por medio
de los espacios o partes físicas del referente que ilustra la metáfora.
Una vez iniciada ésta y reconocida por el lector ante la imposibili
dad de aceptar el referente propio, todas las fases o partes del fenó
meno, o del hecho, es decir, del referente propio, adquieren también
vaíor metafórico y constituyen un esquema nuevo. Podremos com
probar también que, aunque las causas originales y los campos de
metaforización sean parecidos a los de la metáfora filosófica y lá
metáfora de la vida cotidiana, las metáforas literarias son diferentes
porque son únicas, ambiguas y sorprendentes, en su punto de partida
y en el desarrollo diagramático que puedan alcanzar. Todas estas
notas dan riqueza y complejidad, originalidad, belleza y valores ar
tísticos a la metáfora literaria.
Unamuno utiliza una metáfora diagramática en el poema «Para
después de mi muerte»: parte de la identificación del alma con un re
cipiente y continúa con el líquido que contiene como figura de las
ideas, describe ía confusión como agua turbia, la inseguridad como
niebla... Eí cristal, el líquido, la transparencia, los posos, el agua tur
bia, etc. prolongan la metáfora inicial paso a paso, manteniendo las
relaciones del esquema inicial: el poso es la tranquilidad del alma, el
líquido se enturbia con las tristezas, y las circunstancias y cambios
del espíritu dibujan el continente y el contenido proyectados en el
tiempo con sus cambios paralelos en los dos diagramas:
Vientos abismales,
tormentas de lo eterno han sacudido
de mi alma el poso
y su haz se enturbió con la tristeza
del sedimento.
Turbias van mis ideas,
mi conciencia enlojada,
empañando el cristal en que desfilan
de la vida las formas...
1. H a c i a u n a n u e v a c o n c e p c ió n d e l a m e t á fo r a
2. L a p o é t ic a r o m á n t ic a
3. E l id e a l is m o d e F ic h t e
5. L a IMAGINACIÓN ROMÁNTICA
A) TEORÍAS CLÁSICAS
1. A r is t ó t e l e s
2 . P r in c ip a l e s t e o r ía s e n l a é p o c a r o m a n a
tica del arte literario, debería asumir el concepto de decorum, que in
tegra los conceptos fundamentales de la poética griega: orden,
armonía y proporción, y finalmente debería tener en cuenta las duali
dades destacadas por la Epístola, tanto la que atañe al proceso creador
(ingenium / ars), como a la que opone fondo y forma (res / verba) y
la que se refiere a la finalidad del arte (docere / delectare)2. En reali
dad las poéticas medievales y las clasicistas siguen esta posibilidad,
armonizándola con las teorías de raigambre aristotélica.
La metáfora tiene su origen, según Cicerón, en la semejanza que
objetivamente presentan las cosas que son referencia de los términos
puestos en relación metafórica. No se sale pues, de los presupuestos
dé una filosofía realista aristotélica. La metáfora se produce por tras
lación, de modo que «en lugar de una palabra propia, se pone en sus
titución otra, que significa lo mismo, y que se toma de alguna otra co
sa consiguiente».
Las causas de la metáfora son la necesidad, porque el lenguaje no
disponga de un término propio, el agrado, porque suene mejor o la
palabra sea más hermosa, y el decoro, porque confiera nobleza, ar
monía, proporción, etc., al discurso. El decoro es un concepto muy
insistente entre los teóricos romanos, que puede añadir algún matiz a
los que hemos enumerado en la teoría aristotélica, pues a la adecua
ción, a la claridad, a la belleza, puede añadir la conveniencia, según
las circunstancias.
Cicerón pone en relación la metáfora con lo que los retóricos lla
man hipálage (porque hay una suplantación de palabras por palabras),
3. P e r s i s t e n c i a d e l a s id e a s c l á s ic a s e n l a s R e t ó r ic a s
y P o é t ic a s m im é t ic a s
1 Vid. López Pinciano, A., Phiíosophia antigua poética (1596), Madrid, CSIC, 3
vols., ed. de A. Carballo Picazo, 1953 (págs. 132-137).
cendi (32v-35v)8. No incluye Cascales clasificaciones, ni analiza cau-
gaS o finalidades de la metáfora, únicamente advierte de su uso uni
versal, según podemos ver en el texto que incluimos, que por otra
parte es todo lo que dice sobre la metáfora.
Francisco de Herrera dedica unas páginas de sus Anotaciones a
la poesía de Garcilaso a unas interesantes reflexiones sobre la metá
fora; lo hace en el comentario al Soneto II, argumentando que como
la metáfora es uno de los ornamentos poéticos más frecuentes, lo tra
tará de inmediato, para evitar reiteraciones. Sigue la tesis de la metá
fora como traslación, que así la llama, aunque advierte que Aristóte
les la llama metáfora; reconoce que las palabras pueden dividirse en
propias, que «se hallaron por necesidad i son las que sinifican aquello
en que primero tuvieron nombre» y las agenas «por ornato, i son las
que se mudan de la propria sinificación en otra»; explica el mecanismo
de la traslación por la analogía, y destaca alguno de los conceptos
que se relacionan, por el origen y la finalidad, con ella: la necesidad,
la fuerza, la elegancia, el deleite, el ingenio, el poner ante oculos, la
suavidad y la dulzura del estilo, la claridad, la nobleza, etc. y advierte
sobre la necesidad de tomar las metáforas de campos semánticos no
bles, y también de la conveniencia de huir del abuso de metáforas en
el discurso. Curiosamente afirma que a veces la metáfora es un ha
llazgo del poeta movido por la «necesidad del verso», quizá para en
contrar una rima, o para adptarse a un ritmo, o a una medida.
C l á sic o s
1. La «Poética», de Aristóteles
2. La «Retórica», de Aristóteles
M e d ie v a l e s
C l a s ic is t a s
la quaP é propria de’ guerrieri. Tal’ hora quel, ch’ é delle cose
anímate s’ atribuisce a quelle, che anima non hanno; qual’ é que!,
che diss’ io:
Con la schiera
De’ uenti horrenda, e fiera
Talhora alio5 incontro; quaP é
A la mia lunga, e torbida tempesta.
10 Vid. Mortara Garabelli, B., Manuale di retorica, Milano, Bompiani (trad. espa
ñola, Manual de retórica, Madrid, Cátedra, 1991, pág. 160).
11 Vid. Richards, I., op. c it, pág. 119.
¿o que no es el de ninguno de los dos, sino uno nuevo que tiene pre
sentes rasgos semánticos de ambos y que sugiere a los lectores una
nueva realidad, un nuevo concepto, o una nueva visión de la realidad,
sin aportar para ello un nuevo término y sin sustituciones textuales,
simplemente se trata de un fundido de los dos términos de la metáfo
ra propuesto por el autor e interpretado con libertad y de forma abier
ta por el lector. La comparación es también una relación propuesta
p0r el autor, pero limitada en el texto, ya que al lector se le da el ele
mento común a los dos términos. La interacción metafórica se realiza
entre dos contenidos a través de la concurrencia de dos términos, que
pueden estar los dos presentes en el discurso, o bien uno de ellos pue
de permanecer latente, pero es siempre una relación abierta, ambigua,
polivalente, que exige la participación del lector. La propuesta que en
este caso hace el autor no sólo transmite e informa al lector una rela
ción entre dos términos, sino que pone en actividad la capacidad de
interpretación del lector, dándole dos términos que virtualmente están
relacionados, para él reconozca, precise o amplíe la relación como
pueda.
La relación semiósica de la metáfora hace presentes en el texto
dos significados, con un término (metáfora pura, que deja un término
latente) o con dos para que eí lector busque nuevo sentido a esa rela
ción.
Según Richards, el proceso metafórico obliga al lector a eliminar
los rasgos semánticos propios del término metafórico, que no encajan
en el término metaforizado y a elegir aquellos que son compatibles.
Se trata de una labor de selección que debe realizar el lector a partir
del primer indicio textual de que existe una metáfora; y para que el
lector interprete que hay una metáfora debe advertir en el texto la pre
sencia de un término extraño a la isotopía del contexto; se inicia así
un proceso, se evoca una imagen que actúa sobre el contenido lógico
de la frase y sobre el valor semántico propio del término que hay que
desechar: no puede entenderse que están utilizados en su propio sen
tido todos los términos de la frase «Ricardo es un león», a no ser que
haya un león que se llame Ricardo, que no es el caso evidentemente.
Para comprender el proceso semiósico de la metaforización, re;
sulta muy eficaz una concepción dinámica del significado. Slama,
Cazacu, en su comunicación al VIII Congreso Internacional de Lin.
güística, celebrado en Oslo en 1957, que fue publicada en las Actas
(1957) con el título «La structuration dynamique des significations»
parte de la idea del significado de los términos como un conjunto <je
semas virtuales que se actualizan y se fijan en el contexto. Un nombre
es como una definición sintética de varias notas de significado, que $e
hacen presentes en el texto al aparecer ese nombre, sin necesidad de
explicitarlas; constituyen la llamada «estructura semántica mínimas
del término; el nombre es además un conjunto de notas virtuales
le permiten combinarse textualmente con otros términos, o admitir pre
dicaciones y adjetivaciones muy diversas, según un «índice de dis
persión semántica», más o menos amplio. La significación de un tér
mino no actúa como una etiqueta para su propia referencia, sino q;t.;
desarrolla en el texto su capacidad de combinación, una de cuyas for
mas puede ser la metafórica12.
Las teorías de Black (1954) que se apoyaban en las formulada,
por I. A. Richards (1936) y otros autores del New Criticism que reco
nocían la polivalencia del texto literario, y se apoyaban también e.
parecidos presupuestos de los poetas románticos (Coleridge), si nat
rón de base al enfoque interactivo, que parece más adecuado en una
poética creacionista para explicar la naturaleza del proceso metafóri
co y su diferencia respecto a otros tropos y figuras. Las bases filosófi
cas para tal poética creacionista las hemos anunciado en la Introduc
ción, y son las tesis de Fichte y Schelling fundamentalmente.
Los dos enfoques tradicionales, aristotélicos en su base, implican
una filosofía realista en la que, como hemos dicho, el poeta es consi
derado como un observador de la naturaleza; en la realidad natural
existen analogías entre cosas; el talento del poeta es capaz de verlas.
La formulación de tales analogías se hace en el texto mediante sími
12 Vid. Bobes, M. C., Gramática de «Cántico», Barcelona, Planeta, 1975 (II, 3).
les, si quieren limitarse, o por medio de metáforas, si quieren dejarse
abiertas a la interpretación del lector.
El enfoque interactivo, al reconocer que los dos términos interac-
túan, parte de una concepción dinámica de las significaciones y no
explica el cambio por sustitución o síntesis, sinó por la reelaboración
que el lector hace de un término desde la perspectiva que el otro le
ofrece.
El marco en el que puede ser estudiada la metáfora es el conjunto
de los procesos semánticos que parten de una concepción dinámica
del signo lingüístico: una semántica componencial y una semántica
c o g n i t i v a . Si el signo lingüístico se considera como una entidad está
1. G é n e s i s y f i n a l i d a d d e l a m e t á f o r a l it e r a r ia
2. L a e x p r e sió n m e t a f ó r ic a : su s e n t id o
3 . P o s ib il id a d e s d e u n e s t u d io d e l a m e t á f o r a
1 Vid. Eliot, T. S., «The Metaphisical Poets», Selected Essays 1917-1932, Harcourt,
Brace, 1932.
sible a través del análisis de sus expresiones metafóricas y mediante
el descubrimiento de los aspectos (formales, referenciales, situaciona-
les, subjetivos, etc.) que han iniciado la relación. El origen de la me
táfora puede precisarse según conocimientos empíricos sobre el poe
ta, no cabe duda de esto.
Un vez que se han reconocido las variantes de la metáfora y se ha
descrito la complejidad de los procesos metafóricos, se puede dar un
nuevo paso para su estudio, y para ello se puede partir de las formas
lingüísticas en que se expresa, de las categorías sintácticas y unidades'
de relación en las que suele presentarse, y de los mundos que es capaz de
crear o de activar expresivamente. El sistema semiótico en que se ex
presa la metáfora no es indiferente para comprenderla adecuadamen
te. Las posibilidades de comprender una metáfora son más amplias
cuanto más se conozca y se precise el núcleo de su relación en los dos
términos que la componen, en todas las relaciones sémicas que pue
dan tener con el medio expresivo, con el entorno literario, social, cul,
tural, etc.
La metáfora como expresión literaria, y al igual que todos los sig
nos artísticos, mantiene una relación de unidad entre las formas y los
valores semánticos tan estrecha que es difícil establecer límites: hay
una correspondencia que puede llegar hasta la identidad entre formas
y sentidos, que organiza sus interacciones referenciales o conc epti’a
les. La semiotización de las formas es un hecho en los signos estéti
cos y el simbolismo fónico es un hecho en el lenguaje poético. No es
lo mismo una relación iniciada por la repetición de hechos fónicos,
por ejemplo, la rima, que aquella que se basa en una analogía seman-
tica, pero sí es posible armonizar los dos tipos y dar mayor unidad y
coherencia al conjunto.
No parece aceptable la tesis de J. del Prado cuando afirma que los
románticos alemanes hacen una revolución solamente temática, al
instalar la poesía en el Yo profundo, pero no la acompañan de una re
volución lingüística. Según este autor «se abre un campo nuevo a la
metáfora, allende su función redundante — ornamental o didáctica—,
al añadirle la función referencial que hace posible la plasmación del
mundo simbólico que rigen las correspondencias»2. E n realidad la
poesía pretende en el siglo actual, como en los anteriores, convertirse
en expresión del hombre completo, de su ámbito secreto, de las expe
riencias que aún no han sido nombradas y parecen inefables, y de las
experiencias objetivas que puede tener; el poeta encuentra en la metá
fora, como en los demás signos literarios, la expresión virtual de to
dos los contenidos humanos. Nada puede ser ajeno al estudio de la
metáfora, pues nada es ajeno a la metaforización, empezando por la parte
material del signo.
Esto es lo que hace siempre la poesía, y, sobre todo algunos tipos
de lírica, como la mística y es también, sin duda, el motivo y la causa
última del uso de la metáfora en el discurso filosófico, en el mundo
empírico y en la poesía realista, incluso en la poesía de la experiencia,
que tiende más a la metáfora lingüística, o a la supresión de metáfo
ras, Es evidente que en la metáfora hay una forma y unas posibilida
des de interpretación de sentidos textuales que son inseparables cuando
se procede a establecer las posibilidades de su estudio. Y es también
un hecho generalmente admitido que la metáfora literaria tiene otras
funciones y otros valores que exigen un enfoque completo. Nos pare
ce inaceptable un análisis de los contenidos que olvide las formas, o
un análisis de las formas que no tenga presente que los contenidos se
construyen sobre ellas.
Para empezar, hay unos hechos inexcusables: la metáfora, inicia
da en una analogía, pone enjuego dos términos lingüísticos, cuyas re
laciones pueden prolongarse textualmente, es decir, es un fenómeno
del discurso, y también pone en juego dos referentes, dos realidades
extralingüísticas (del mundo empírico, del mundo del pensamiento, o
del mundo onírico), en un proceso de conocimiento, por el que se ac
cede analógicamente de uno de los referentes al otro. La metáfora se
manifiesta en el discurso y remite a partir de las referencias reales a
un mundo ficcional. El lector la percibe en el texto por la imposibili
3 Vid. Ricoeur, P., Icono e imagen. La metáfora viva, Buenos Aires, Megalópolis,
1977 (págs. 310-321).
La metáfora puede ser estudiada lingüísticamente y figurativa
mente, según sea su expresión, y puede ser analizada, tanto la metáfo
ra verbal como la metáfora figurativa, como forma y como sentido;
ambas pueden ser consideradas en sí mismas, en sus relaciones sin
tácticas, es decir, en sus conexiones con otros hechos del discurso
verbal o figurativo, y en sus valores pragmáticos, si se quieren tener
en cuenta las relaciones exteriores, con sus usuarios o con la realidad
empaca. Vamos a proponer un estudio de carácter semiótico de la
metáfora literaria.
; íl. E l m é t o d o s e m i o l ó g ic o e n e l e s t u d i o d e l a m e t á f o r a
5 Vid. Eco, U., Semiótica y filosofía del lenguaje, Barcelona, Lumen, 1990.
6 Vid. Eco, U .} Los límites de la interpretación, Barcelona, Lumen, 1992 (pag.
178).
ría semánticamente absurdo»7 y sólo se salva mediante un pacto au
tor-lector. No se puede interpretar la metáfora Aquiles es un león al
píe de la letra de modo que luego se intente buscarle la cola. Los pro
cesos metafóricos de selección de lo s semas de «león» que resulten
pertinentes para «Aquiles» y la nueva composición semántica que
tendremos que dar al nombre propio, pone límites a la interpretación,
como concluye Eco, porque aunque la metáfora es un proceso abierto,
tiene sus límites también.
Si la metáfora, según hemos expuesto, es un hecho textual que
procede de una interacción semántica de dos términos, de seguir el
paralelismo de dos esquemas, o de la expresión de experiencias diver
sas en unas formas simultáneas, parece que el mecanismo metafórico
puede explicarse en una semántica componencial y en una semántica
del texto.
La semántica textual proporciona conceptos decisivos para enten
der la metáfora en sus términos concretos para poner límites a las po
sibilidades de interacción entre los signos, prácticamente ilimitadas,
pues es difícil pensar en dos términos entre los cuales no sea posible
encontrar algún tipo de relación semántica. El autor de la metáfora o
su intérprete pueden encontrar analogías en cualquier referencia y
pueden señalar semas comunes entre los términos que las representan,
en niveles más o menos abstractos: no hay nada que no podamos re
lacionar, aunque no sea más que en el ser. Sin embargo, el tópico tex
tual, el marco y la isotopía en que se encuentra incluido el término
metafórico en un texto puede indicar los límites de su interpretación.
El sentido metafórico es abierto en principio, y el texto pone límites,
por más que en ningún caso sean estrictos. El análisis semiótico de la
metáfora tiene que enmarcarse, pues, en el texto.
Eco da cinco normas que permiten identificar y entender ía metá
fora en un texto determinado:
9 Vid. Groupe Mi, Rhétorique génerale, Paris, Larousse, 1970 (trad. española, Re
tórica general, Barcelona, Paidós, 1987).
identificación de la metáfora se realiza porque el lector advierte qye
un término del discurso es ajeno a la isotopía que se está desarrollan
do, pero, a pesar de advertir esa diferencia, interpreta el término en la
isotopía general, adaptando lo que haya que adaptar para que sus se
mas se integren en el sentido general Así en una descripción de la be
lleza de una dama, la expresión dientes de perlas se siente que perlas
no pertenece al físico, pero se tomarán del término los semas que
puedan ser compatibles en la isotopía «belleza física» en la que intro
duce el texto: brillo, valor, blancura, belleza, regularidad...
El emisor propone usos metafóricos y el receptor dispone de re
cursos para descodificarlos, y esto sitúa a la metáfora en e l nivel
pragmático, como vamos a ver. La relación pragmática en estos tér
minos es posible si el texto advierte de alguna manera que allí hay un
uso metafórico. Porque está claro que el lector no puede tomar par
metáfora cualquier expresión, no precisamente las que ha propuesto
directamente y con conciencia de que eran metáforas el autor (aunque
así suele suceder), sino las que realmente lo son en su lectura del tex
to. Y del mismo modo tampoco el autor puede pensar que tales o cua
les expresiones son metafóricas y que así lo entiendan los lectores, si
el texto no traduce de algún modo tales intenciones, es decir, si no se
consiguen metáforas en el texto.
Valle Inclán, por ejemplo, propone una visión trágica en metáfo
ras organizadas a partir de oposiciones de color (verde / morado) que
remite a unas relaciones humanas de sentido trágico en la sociedad
gallega de las Comedias bárbaras. En este aspecto podemos afirmar
que las metáforas, como las imágenes en general, cumplen en el texto
literario la doble función de revelación y ocultamiento. Revelan una
realidad con fuerza mayor que el lenguaje estándar, directo y referen-
cial, y por otra parte parece que remiten a un mundo ficcional cuyo
centro es el artificio. Autor, texto y lector, como elementos del proce
so semiótico, participan en la creación, configuración e interpretación
de las metáforas.
Peirce considera a la metáfora como un especie de icono: «Un
icono es un signo que se refiere al objeto al que denota m eram ente en
virtud de caracteres que le so n propios, y que posee igualmente, exis
ta 0 no tal objeto. Es verdad que, a menos que haya un objeto tal, el
icono no actúa como signo; pero esto no guarda relación alguna con
su carácter en tanto signo... Cualquier cosa, sea lo que fuere, cualidad,
individuo existente o ley, es icono de alguna otra cosa en la medida
en que es como esa cosa y es usada como signo de ella».
«Aquellos iconos que comparten simples cualidades son Imáge
nes Los que comparten las relaciones, primordialmente diádicas o
consideradas como tales, de las partes de algo por medio de relacio
nes análogas entre sus propias partes, son Diagramas. Aquellos que
representan el carácter representativo de un signo manifestando u n
paralelismo en alguna cosa, son metáforas»l0. Son las metáforas que
liemos denominado diagramáticas, o esquemáticas, incluso narrativas,
pues siguen las partes de un modelo de relación o de un argumento.
En esta línea Morris se refiere a todo el discurso literario como un
discurso «icónico» que crea su propia referencia. La metáfora, como
signo literario, tendría la naturaleza de un signo icónico y no tendría
que buscar referentes preestablecidos lingüísticamente, sino que ten
día los creados directamente en el mundo ficcional de la literatura.
Es la misma idea que explica la metáfora por suspensión de la refe
rencia y creación de una nueva mediante la interacción de los dos
términos.
Para Eco, los signos icónicos que Peirce denomina Imágenes no
poseen «las propiedades del objeto representado, sino que reproducen
alguna de las condiciones de la percepción común sobre la base de
códigos perceptivos normales y seleccionando aquellos estímulos que
pueden permitir que se constituya una estructura perceptiva que posea
--en relación con otros códigos de la experiencia adquirida— la
misma significación que la experiencia real denotada por el signo
icónico» (Eco, 1968).
10 Vid. Peirce, Ch. S., La ciencia de la semiótica, Buenos Aires, Nueva Visión,
i ¡976.
En resumen podemos explicar el proceso metafórico como un
proceso semiótico específico diciendo que la metáfora es un hecho de
discurso realizado con unidades codificadas en el sistema lingüístico
integradas en una estructura sintáctica textual, con una relación se
mántica de carácter dinámico dentro de unos límites, y con unos valo
res pragmáticos. Su naturaleza es la de un signo literario que crea s«$
sentidos por interacción directa de sus términos en el marco de un
discurso concreto. Las unidades metafóricas, como signos literarios
no tienen el mismo valor fuera de ese discurso y recuperan nueva
mente su significado de unidades paradigmáticas codificadas en el
sistema lingüístico, en otros usos, de modo que cuando no ocurre así
se habla de metáfora lexicalizada y fija como acepción nueva deí tér
mino metafórico.
2. A s p e c t o s s in t á c t ic o s
I -----------
¡ 11 Vid. Slama Cazacu, T., Lenguaje y contexto, Barcelona, Grijabol, 1970.
12 Vid. Bobes, M. C., op. cit.
gumentación: cada nombre puede relacionarse virtualmente con un
número determinado de adjetivos, unos fijos (epítetos), otros que se
concretan en el texto porque se presentan en alternativas excluyen,
tes (alto/bajo, grande/pequeño), o en series abiertas (redondo, cua
drado, oval, etc.), que darían lugar a expresiones contradictorias, si
se utilizasen en un mismo discurso seguidas y sin otras explicación
nes en un contexto referidos al mismo nombre; cualquier otro adje.
tivo que exceda la capacidad virtual del nombre se relacionará con
él sólo en forma metafórica.
Lo anterior por lo que se refiere a la naturaleza del nombre como
unidad morfológica cuyo uso sintáctico en la frase nominal admite
virtualmente determinadas relaciones con adjetivos, pero habrá que
ver también la naturaleza del adjetivo. Habrá que pensar si pueden
considerarse metafóricos los usos que se desvían de una previa asig
nación a un campo determinado; parece metafórica la expresión mesa
cordial, y lo es si «cordial» se cataloga como un adjetivo «humano»,
si por el contrario admitimos que «cordial» significa «agradable» y se
refiere al tacto o a la vista, mesa cordial podría entenderse literalmen
te como mesa suave al tacto, de color y aspecto agradable, de buen
diseño, etc.
El nombre se ha entendido como una «definición abreviada» de
contenidos fijados y relaciones virtuales, y en este sentido es una uni
dad semánticamente muy compleja, y con una gran capacidad de rela
ción como núcleo de la frase nominal y como función (sujeto, objeto,
complemento) en la frase verbal. Los adjetivos, en cambio, tienen una
estructura semántica mucho más sencilla: enuncian una sola nota, un
sema, que no está vinculado a un nombre, y puede ser aplicada a va
rios campos semánticos que objetiva o subjetivamente la admitan, por
ejemplo dulce, que puede ser una impresión placentera: dulce vida; un
sabor determinado: vino dulce, o una actitud o un rasgo de conducía:
carácter dulce. ¿Hasta qué punto podemos considerar metafóricos los
usos que el diccionario da como figurados, y que están ya tan codifi
cados que a nadie sorprenden y no necesitan explicaciones, y además,
por lo general, no crean ni comportan ambigüedad alguna? Para cali
ficar como metafórica la expresión dulce vida tendríamos que partir
"¿é que el adjetivo dulce pertenece convencionalmente sólo al campo
semántico de los sabores, pero si se admite que este adjetivo expresa
simultáneamente que lo dulce es agradable, porque así lo valoran
nuestro gusto y nuestra cultura, no serían metafóricas las expresiones
co m o dulce vida.
Es indudable que el uso de los adjetivos es mucho más flexible si
pueden aplicarse a campos semánticos diversos, y la tendencia de la
lengua parece ir en esta dirección. Se trata, una vez más de señalar
límites a la metáfora y a su interpretación en relación con las catego
rías morfológicas en su uso sintáctico.
La misma cuestión se ha planteado respecto a las relaciones que
el núcleo verbal puede admitir en determinadas funciones desempe
ñadas por la frase nominal: la significación del verbo condiciona que
las relaciones sujeto-verbo puedan ser consideradas normales, meta
fóricas, simbólicas, etc. Se ha tomado como metáfora «doña Jeromita
cacarea» (Valle Inclán, Cara de Plata) y lo es precisamente porque el
verbo «cacarear» sólo puede llevar como sujeto propio «gallina», y la
expresión implica la metáfora nominal, doña Jeromita es una gallina,
doña Jeromita produce la misma impresión que una gallina.
Las formas y relaciones sintácticas de la metáfora están, pues, en
estrecha relación con la categoría morfológica y con la estructura se
mántica de los términos metafórico y metaforizado.
3 . R e l a c io n e s s e m á n t ic a s
11 Vid. Levin, S., The Semantic o f Metaphor, Baltimore, J. Hopkins U. P., 1977,
Según Eco, las semántica componencial es la más adecuada para
el estudio de los aspectos semánticos de la metáfora, pues «los análi
sis más desarrollados sobre el mecanismo metafórico parecen ser aque
llos capaces de describir el contenido en términos de componentes se
mánticos» 14.
El enfoque semántico de la metáfora la sitúa en el marco de la
frase, no como un caso de denominación desviante (sería enfoque
sustitutivo), sino como un caso de predicación no-pertinente. En esta
dirección son interesantes las aportaciones de tres autores de proce
dencia diferente: I. A. Richards (filosofía de la retórica), M. Black
(gramática lógica) y M. Bearsdley (estética).
Para Serkovich «la constitución de las imágenes exige un comple
jo sistema de transformaciones y pone en juego numerosos meca
nismos: ocultamiento del significado, remisión directa a la «realidad»,
sobredeterminación códica, ausencia de las condiciones producti
vas» 15.
Popper afirma que siempre hay parecidos entre las cosas, más o
menos generales, más o menos inmediatos y verificables, y siempre
en relación con el punto de vista desde el que se considere la cosa;
«Ciertos parecidos o ciertas repeticiones nos sorprenderán si estamos
interesados por un problema, y otros, si nos preocupa otro proble
ma» 16. Esta idea, que en la teoría de la ciencia trata de demostrar que
no existen datos objetivos, sino que los datos son siempre selecciona
dos desde una teoría, explica que el uso de determinadas metáforas, y
sobre todo su repetición, implican un modo determinado de mirar la
realidad, un modo de sentirla y también una actitud filosófica concre
ta. Desde un punto de vista subjetivo, la metáfora repetida por un au
tor y procedente de un campo siempre idéntico, puede convertirse en
obsesiva e incluso ser indicio de una patología psíquica.
4. V a l o r e s p r a g m á t ic o s d e l a m e t á f o r a
19 Vid. Miller, G. A., «Images and Models, Símiles and Metaphors?», en Ortony
(ed.), M etaphor and Thought, Cambridge, C.U.P. (págs. 202-250).
Normalización previa, es decir, que se atribuiría a dientes lo mismo
que se atribuye a perlas, que se predicaría de doña Jeromita lo mismo que
de una gallina, o que todo sería figurado en el caso de la frase metafó
rica. Efectivamente, el mecanismo formal es así, pero queda sin ex
plicar por qué se atribuye a dientes lo mismo que a perlas, y eso su
p o n ie n d o que podamos concretar en un rasgo o dos «lo que se
atribuye», que, según nuestra tesis, hay una diferencia sustancial entre
metáfora y comparación, pues la serie de rasgos comunes queda abierta
en la metáfora y queda cerrada en la comparación.
Creemos que la relación de analogía de los referentes, con semas
comunes y semas diferentes, es el motivo inicial para la metáfora, pe
ro a ese motivo hay que añadir que el efecto que al hablante hacen los
dientes es el mismo que le hacen las perlas, el efecto que le hace el
habla de doña Jeromita es el mismo que el cacareo de una gallina, y la
interpretación que hace de la llama sobre la materia es el mismo que
le parece que le produce a él el amor en el ánimo. El autor de la metá
fora tiene que asumir la analogía que ha descubierto entre las cosas,
íos hechos o las palabras, y tiene que darle una forma en el discurso a
fin de trasladar su impresión al lector y que éste sienta y entienda
unos sentidos en la línea que él los ve.
La tesis sustitutiva que limita el proceso metafórico a un hecho
entre dos unidades del léxico; la tesis comparativa que sitúa en el dis
curso los límites de la relación al expresar el sema común a los dos
términos; e incluso el enfoque interactivo que centra en la expresión
textual las relaciones de los términos, han sido objeto de muchas crí
ticas basadas principalmente en el hecho de que las tres parecen limi
tarse a explicar la metáfora desde una perspectiva semántica y parece
evidente que hay que contar también con los valores pragmáticos para
completar la explicación. Si el enfoque interactivo nos parece el más
completo, frente al sustitutivo y al comparativo, es por lo que aclara
respecto a las relaciones semánticas entre los términos de la metáfora,
pero también nos parece necesario completar el análisis de las rela
ciones entre los signos, con las relaciones que hay entre ellos y los su
jetos que crean e interpretan la metáfora y también con las relaciones
entre las palabras y las cosas, es decir, los valores de tipo pragmático.
Toda explicación semántica, sea la sustitutiva, la comparativa o la
interactiva, se basa en que hay un traslado de los rasgos sémicos de
un término a otro, o en que los rasgos de un término configuran, am
pliando u ordenando los del otro, o bien que la lectura hace presentes
en una relación dinámica los sentidos de uno y otro término, pero en
todo caso el receptor se da cuenta de que tal término es metafórico
porque el texto le asigna rasgos que no son suyos y que se advierte
que no son suyos porque son incompatibles con su propio esquema
semántico: perlas no es compatible con dientes porque no comporta
el rasgo +humano; cacarea no es compatible con doña Jeromita por
la misma razón; pero la incompatibilidad de rasgos entre los dos tér
minos, que es lo que hace al receptor advertir que hay metáfora, a ve
ces no se da en el discurso, por ejemplo, en el tercer caso: «la llama
que consume, y no da pena».
Davidson llega a afirmar que «las metáforas significan lo que sig
nifican las palabras que las componen en su sentido más literal»20,
pues es siempre el texto el que concreta los límites en que debe inter
pretarse el sentido. En este caso, el lector entenderá efectivamente al
pie de la letra la expresión, pero sí hay indicios en el texto para otra
lectura, estará en disposición de entender simbólicamente esa ex
presión e interpretará la llama como amor y entenderá que el amor
produce el mismo efecto que la llama, y estas interpretaciones que
permite el texto pertenecen también al virtual sentido del término me
tafórico, que no se alcanzará sin la participación directa del lector.
Para explicar la metáfora no basta la perspectiva semántica, por
que se limita a buscar un sentido, y deja aparte su forma (sintaxis) y
sus relaciones pragmáticas, tan importantes en el proceso de creación
y en el proceso de interpretación. La explicación del fenómeno no es
su descripción, ni siquiera su comprensión semántica, se hace necesa-
2Í Vid. Grice, H. P., «Logic and Conversation», en Colé and Morgan (eds.), Syn-
Iüxand Semantics, New York, Akademic Press, 1975.
nuevo sentido, y éste puede ser metafórico. Searle llama «significado
proferencial del hablante» a lo que suele denominarse, siguiendo a
Frege «el sentido», que además, en el lenguaje literario tiende a ser
ambiguo y plurivalente. En este dualismo significativo, Searle da pre.
ferencia a las intenciones del hablante para alcanzar la comprensión
del sentido por parte del oyente.
Davidson rechaza la dualidad significante propuesta por Searle, y
sostiene que la expresión metafórica tiene un solo significado, el lite
ral. Según esto, la metáfora no es una expresión semánticamente dife
renciada, específica, sino un uso especial, muy cercano al del símil,
que consiste en hacer ver al oyente aspectos que tienen en común los
dos términos de la metáfora: «La metáfora y el símil no son sino dos
de los incontables mecanismos que nos sirven para alertamos acerca de
los aspectos del mundo que nos invitan a realizar comparaciones»^.
La diferencia entre metáfora y símil consiste, sin embargo, en que el
símil enuncia una verdad, mientras que la metáfora suele ser literal
mente falsa. En resumen, la metáfora tendrá que ser explicada no se
mánticamente, sino desde un punto de vista pragmático, puesto que se
trata de una modalidad de uso, como puede ser prometer, ironizar,
etc., en cuyos discursos se dice una cosa y se debe entender otra. El
valor semántico literal remite a valor paradigmático de los términos,
pero en el uso metafórico tal valor semántico queda transcendido, 0 0
anulado, y remite a otro, mediante indicios textuales y mediante me
canismos de interpretación, que desde luego, en el caso de la metáfo-
ra, excluyen la interpretación literal.
El receptor, ante un enunciado, sabe por los indicios textuales
cuándo hay que interpretarlo metafóricamente; dispone de alternati
vas para descodificar los términos metafóricos, y sabe restringir las
posibilidades virtuales de los términos para identificar en cada caso el
sentido de la metáfora; es decir, sabe hacer un proceso de selección,
no de simple suma: no añade a «dientes» los semas contenidos en el
23 Vid. Sperber, D. and Wilson, D., Relevance, Oxford, Blackwell, 1986 (pág. 32).
24 Vid. Bustos, E. de, op. cit. (pág. 60).
tica como literaria, del autor y del lector. Creemos que queda incluido
en la pragmática el modelo inferencial desarrollado por Sperber y
Wilson (1986). Un autor tiene una competencia literaria determinada
para que sus expresiones metafóricas sean entendidas como tales y no
como un discurso ordinario en el que las palabras y las frases son rea
lización de los significados léxicos u oracionales que les correspon
den en el sistema de lengua y el oyente debe tener también esa com
petencia para entenderlas adecuadamente. Y esto aun en el supuesto
de que no coincidan totalmente en los contenidos semánticos corres
pondientes, pues, si de lenguaje literario se trata, resultaría imposible.
Aunque Searle rechaza la idea de que existan dos tipos de signifi
cado: el léxico u oracional y el metafórico, creemos que los términos
y {as oraciones tienen un valor como unidades del sistema lingüístico,
pero tienen varios posibles usos en el habla: uno de los usos es el lla
mado literal, otro es el llamado metafórico, y ambos se excluyen como
usos, es decir, un mismo término no está usado en un texto determina
do a la vez en su sentido literal y en su sentido metafórico, aunque ten
gan originariamente las mismas formas. El uso metafórico excluye
el uso literal, y éste excluye el valor semántico metafórico, cuando se usa
uno no se está usando el otro, pero es indudable que los mismos tér
minos y las mismas construcciones pueden adquirir en el uso alterna
tivamente un sentido literal y un sentido metafórico. Y es que la me
táfora es un hecho de habla, y cuando está en un discurso no lo hace
en simultaneidad con otro uso, el literal.
La metáfora es un uso no previsto paradigmáticamente, sino reali
zado sintagmáticamente, aunque el diccionario pueda recoger algunas
acepciones del llamado «lenguaje figurado». Sin duda podríamos ha
blar de un uso literal y un uso simbólico simultáneo en el caso de la
alegoría en la que se hace una construcción con los usos literales que
han de interpretarse en relación a la construcción de los usos simbóli
cos: cada una de las partes que corresponde a la realidad empírica se
corresponde con cada una de las partes de una realidad figurada. La
descripción del jardín (locus amoenus) que encabeza los Milagros de
nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, es la descripción realista de
un jardín y la alegoría del espacio para la vida eterna.
Para Searíe existe un significado propio de las palabras u oracio
nes y un significado que se da en el uso concreto cuando un hablante
«profiere» palabras, oraciones y expresiones. A éste lo denomina
«significado proferencial del hablante», al otro lo llama significado
oracional o léxico. Naturalmente está hablando de los términos consi.
derados paradigmática y sintagmáticamente. Siempre que se usa el
lenguaje, es un sujeto quien lo usa, y en unas determinadas circuns-
tancias: todo uso lleva el significado proferencial de un hablante. Por
otra parte, Searíe25 argumenta que «el significado proferencial» de un
hablante depende inmediatamente de sus intenciones, y esto es difícil
de determinar en el discurso, si no adquiere forma en algunos signos
directos o indirectos. Un término es metafórico porque ha querido ha'
cerlo metafórico el emisor, y si lo ha conseguido, pero resulta muy di
fícil de probar si la intención ha sido más o menos realizada, incluso
si no hubo intención directa y repite algo que ni siquiera sabe que es
metáfora; la teoría sobre cualquier tipo de expresión lingüística, o ar
tística en general, suele trabajar sobre los datos objetivados más que
sobre las intenciones, siempre subjetivas y casi siempre indetermina
bles.
Lo que parece claro, y ya es una cuestión aceptada tradicional-
mente, es que el significado de los términos es una cosa y el sentido
que tienen en su uso es otra, y entre los sentidos que puede tener un
término están los metafóricos. El camino para reconocerlos se inicia
en las relaciones textuales y contextúales, no en las intenciones del
hablante.
Davidson niega un doble sentido en la expresión metafórica, y
afirma rotundamente que el único significado de la metáfora es el
significado literal de sus términos: «El concepto de metáfora como un
vehículo que ante todo transmite ideas, aunque inusuales, me parece
1. L a m e t á f o r a y s u r e l a c ió n c o n o t r a s f ig u r a s
1 Vid, Pozuelo, J. M., La lengua literaria, Málaga, Agora, 19B3 (págs. 87 y sigs.).
En ambos tropos la sustitución de los términos es completa; el
tropo consiste en un cambio de etiqueta verbal: el sustituyente des--
empeña la misma función que el sustituido, semánticamente tiene la
misma referencia y pragmáticamente alcanza idéntico sentido en el
contexto, de modo que la sustitución se hace por no repetir un térmi
no, acaso por dar mayor adorno al discurso, por costumbre, etc... Los
dos tropos son procesos cerrados, y una vez realizados la significa
ción resulta unívoca: se dice tengo un Goya y denota lo mismo que
«tengo un cuadro de Goya»; no hay ambigüedad en la expresión, no
se genera polivalencia semántica, no hay interacción abierta.
La metáfora, incluida en el mismo conjunto de los tropos, es, sin
embargo, radicalmente diferente; en principio no hay una sustitución,
pues está basada en la interacción semántica entre dos términos tex-
tualizados, o bien uno (el metaforizado) en latencia. La metáfora no
es una sustitución, sino una relación semánticamente interactiva entre
dos términos, que obliga a una reorganización de la estructura com
ponenda! del término metafórico, al que hace perder su referencia^
sugiere al lector un nuevo sentido, que él ha de hacer coherente y com
patible con su interpretación del texto. La metáfora es en el texto un
proceso abierto, que permite una lectura polivalente, y abre un térmi
no a la acción de otro sin precisar límites textuales.
Los estudios de la metáfora y sus relaciones con otros tropos son
numerosos; destacamos los de Jakobson (1963), Groupe Mi (1970),
Henry (1971), Le Guem (1973), Ruwet (1975), sobre la metáfora en
relación con la sinécdoque y la metonimia; o los estudios sobre limi
tes de la metáfora con la comparación y con la imagen y el símbolo,
como el de James (1960), Bouverot (1969), etc. Estas relaciones se
han estudiado para perfilar adecuadamente el ser y los límites de la
metáfora.
Las primeras definiciones de la metáfora la ponen en relación con
la imagen (Aristóteles) y con la comparación o símil (Quintiliano),
pero no dejan clara su naturaleza en las expresiones que dan como
ejemplos: «Aquiles saltó como un león» (símil), contrapuesta a «Aquí-
les es un león» (metáfora), ya que ambos usos son metafóricos. Apar
te de los antecedentes clásicos sobre este problema de los límites en
tre los tropos, actualmente se han hecho otras consideraciones que
vamos a repasar.
2. S in é c d o q u e , m e t o n im ia y m e t á f o r a
3. M etá fo r a y c o m p a r a c ió n
4. M e t á f o r a e p if ó r ic a y m e t á f o r a d ia f ó r ic a
1. P o r c r i t e r io s o n t o l ó g i c o s
2. Por e l o r a d o d e a p r o x im a c ió n d e l o s t é r m in o s
3. P o r c r i t e r i o s FILOSÓFICOS
4. Por c r it e r io s l in g ü ís t ic o s
a) M e t á f o r a s n o m in a l e s
b ) M e t á f o r a s verbales
c) M e t á f o r a s c o n s í d e r a d a s s e m á n t ic a m e n t e
5. M e t á fo r a s c o m p l e ja s
a) M e t á f o r a r e c ípr o c a
b ) M e t á f o r a c o n t i n u a d a y m e t á f o r a o b se siv a
18 Vid. Canoa, J., Semiología de las «Comedias bárbaras», Madrid, Cupsa, 1977.
19 Vid. Bousoño, C., Teoría de la expresión poética, Madrid, Gredos, 1970,
vuelto sobre ella para insistir que se trata de una clasificación basada
en criterios historicistas.
También con criterio historicista, se señala en relación con el psi
coanálisis, la posibilidad de interpretar la metáfora como índice psico
lógico del autor, que estaría en relación con la metáfora obsesiva.
Freud la ha estudiado como mecanismo parecido al del sueño, con fe
nómenos de transposición, de sustitución y de condensación. El paso
de un referente a otro (valor sustitutivo), la interacción de dos térmi
nos para condensarse en uno nuevo no expresado (proceso interacti
vo) que son procesos propios de la metáfora, son también mecanis
mos del sueño. Lacan interpreta la condensación de los sueños como
mecanismo metafórico en el que, al sentido propio del término, se su
perpone otro procedente del deseo, que generalmente es rechazado
por el consciente. La metáfora, a partir de los estudios freudianos, in
corpora formas oníricas que le ofrecen libres asociaciones, general
mente incoherentes, que deben ser interpretadas de forma simbólica;
BIBLIOGRAFÍA*
A ) E l o b je to de e s tu d io .................................................................... 7
1. Las clases de metáfora............................................... 7
2. La metáfora del habla cotidiana................................ 14
3. La metáfora del lenguaje filosófico.......................... 22
4. La metáfora literaria.................................................. 30
B) E v o lu c ió n d e l c o n c e p to de m e tá fo ra ...................................... 39
1. Hacia una nueva explicación de la metáfora............. 39
2. La poética romántica.................................................... 40
3. El idealismo de Fichte.................................................. 42
4. Imitación, subjetividad y conocimiento.................... 45
5. La imaginación romántica.......................................... 48
II. H is t o r ia d e l a s t e o r ía s so b r e l a m e t á f o r a ....................... 51
A) T e o ría s c lá s ic a s ................................................................. 51
1. Aristóteles.................................................................... 51
2. Principales teorías en la época romana...................... 58
3. Persistencia de las ideas clásicas en las Retóricas y
Poéticas miméticas...................................................... 63
B) Textos h is tó ric o s s o b re la m e tá fo r a ............................... 71
C lá s ic o s ............................................................................................. 71
1. La P o é tic a , de Aristóteles..................................... 71