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ISBN: 978-84-7953-148-5
Depósito legal: B-8.581-2009
Agradecimientos 9
Prefacio 11
1. Vivir en la Zona 21
2. Estados Unidos engorda 31
3. Efectos de la comida sobre las hormonas 49
4. Los eicosanoides, el recorrido corto 59
5. Los atletas de elite en la Zona 67
6. Ejercitarse en la Zona 83
7. Las fronteras de la Zona 97
8. El mapa de carretera de la dieta que conduce a la Zona 111
9. La evolución y la Zona 133
10. Las vitaminas, los minerales y la Zona 139
11. La aspirina, una droga maravillosa 147
12. Las hormonas maravillosas: los eicosanoides, el recorrido
largo 155
13. La Zona y el corazón 173
14. La Zona y el cáncer 205
15. Las enfermedades crónicas y la Zona 217
16. La Zona y la prolongación de la vida 245
17. En resumidas cuentas 253
Apéndices
A. El apoyo técnico 261
B. El cálculo de la masa corporal magra 263
C. Los bloques de alimentos macronutrientes 277
D. Recetas favorables a la Zona 287
E. El cálculo de las necesidades diarias de proteínas 307
E Comparación de los porcentajes de grasa corporal 309
G. Tablas de la «Metropolitan Life»: Peso corporal ideal,
en 1959 y en 1983 311
H. Indice glucémico de los hidratos de carbono 313
Nadie trabaja a solas, y así lo atestigua el viaje de doce años que terminó
por conducirme a este libro. Quiero agradecer a mi familia, empezan-
do por Lynn Sears, mi mujer, quien no sólo me ayudó muchísimo en la
revisión y corrección de este libro, sino que tuvo fe en mí, hace ahora
doce años, cuando le dije que abandonaba mi trabajo en el MIT [Institu-
to Tecnológico de Massachusetts] para trabajar en «algo realmente gran-
de». Contar con su apoyo y su perseverancia ha sido un don de los
dioses.
No es menor mi deuda con mi hermano Doug, socio, confidente y,
después de mi mujer, mi más íntimo amigo, por más que yo lo haya
engatusado para dejar una carrera promisoria en el campo de la industri
seguro de que durante aquellos dos despiadados inviernos pasados en
Saskatoon, mientras aprendíamos a cultivar y procesar semillas de borra-
ja, debió de pensárselo de nuevo más de una vez.
NOTA
Desde que cumplí los 20 años sé que sobre mi cabeza pende una espada
de Damocles. Es decir, soy una bomba de tiempo genética. La naturaleza
me ha programado genéticamente para morir de enfermedad cardíaca
durante los próximos diez años. Esta muerte precoz parece poco menos
que inevitable: mi abuelo, mi padre y mis tres tíos murieron de un
ataque al corazón antes de llegar a los 54 años.
Cuando escribo estas líneas, tengo ya 47 años.
Los genes que están segando la vida de los hombres en mi familia
son insidiosos. Al vernos, a nadie se le podría ocurrir que no seamos
- o que no fuéramos- gentes dotadas de una salud y de un corazón
excelentes. Mi padre, Dale Sears, fue un gran atleta allá por los años
cuarenta. Con sólo algo más de un metro ochenta de altura, era pívot
de baloncesto en el equipo All-American, en la Universidad del Sur de
California, o, como a él le gustaba decir, «el último de los pívots de un
metro ochenta». En 1940 lo eligieron para jugar en el equipo olímpico
de baloncesto de Estados Unidos, pero la Segunda Guerra Mundial le
arrebató su oportunidad olímpica. (Yo mismo jugué a baloncesto en la
universidad, y seguí practicando voleibol a nivel nacional durante
algún tiempo después de haber terminado mi carrera.)
Después de la guerra, mi padre se dedicó al negocio de revestimien-
tos para suelos con uno de mis tíos. Aunque engordó unos diez kilos y
fumaba, seguía manteniéndose activo y en bastante buena forma. Siguió
jugando al baloncesto y empezó a practicar también el voleibol.
Cuando tenía apenas 43 años, sufrió el primer ataque cardíaco. Enton-
ces yo tenía 13, y lo único que recuerdo es que pasó algunos días en el
hospital. Los médicos dijeron que era un ataque relativamente suave, y él se
pasó seis semanas más recuperándose en casa. Como todos los adolescen-
tes, yo no tenía gran tendencia a preocuparme por los problemas de salud,
ni siquiera por los de mi padre, y él tampoco parecía demasiado alarmado.
Los diez años siguientes trajeron más señales de peligro: dos de mis
tíos tuvieron ataques cardíacos. Y luego, cuando no tenía más que 53,
mi padre tuvo un segundo ataque, esta vez fatal. Sin previo aviso, murió
mientras dormía. Durante los años que siguieron, mis tres tíos fueron
muriendo de lo mismo, todos con poco más de 50 años.
Para entonces, yo ya pude detectar claramente el mensaje: si no hacía
algo, acabaría por desaparecer como ellos de muerte prematura. Así que
hice todo lo que se podía hacer: intentaba mantenerme en forma con un
estilo de vida muy atlético, controlaba el peso y comía lo que me parecía
una dieta sana. Pero sospechaba que, con mis antecedentes genéticos,
aquello no sería suficiente.
Me di cuenta de que para salvar la vida tendría que saber mucho
más. Necesitaba saber dónde residía la diferencia entre un corazón sano
y uno tan marcado genéticamente que no duraría más que dos tercios de
una vida normal.
Para entonces yo ya me había doctorado en bioquímica en la Univer-
sidad de Indiana, y estaba preparando mi tesis, en la de Virginia, sobre
la estructura molecular de los lípidos, la denominación médica que dis-
tingue a la clase de compuestos que incluye, entre otros, el colesterol y
las llamadas lipoproteínas: de alta densidad (HDL), de baja densidad
(LDL) y de muy baja densidad (VLDL).
Pero mi investigación, por el momento, no había sido más que cien-
cia elemental. Lo que yo quería ver era cómo se ensamblaban esas molé-
culas complejas. Sin embargo, la muerte de mi padre (y mi propia sensa-
ción ominosa de condena inminente) me hizo variar de dirección. En
vez de limitarme a estudiar la arquitectura molecular del colesterol y
sustancias afines, decidí ver qué papel desempeñaban en la enfermedad
cardíaca. Estábamos a comienzos de los años setenta y, científicamente
hablando, el estudio del colesterol y de su relación con los problemas
cardíacos apenas estaba levantando el vuelo. Aun así, era ya un campo
médico en ebullición, a pesar de que apenas estaba empezando a conso-
lidarse.
Yo sabía mucho sobre los lípidos, pero prácticamente nada de la
enfermedad cardíaca, de modo que me fui a la Escuela de Medicina de
la Universidad de Boston, para trabajar allí con Don Small, por entonces
pionero de las investigaciones que se centraban en descubrir de qué
manera la estructura de los lípidos estaba contribuyendo a causar la
enfermedad cardiovascular. Me recluí en la biblioteca de medicina de
la universidad, para leer todo lo que pudiera encontrar sobre el tema.
Como no tenía idea preconcebida alguna, ni ningún conocimiento bási-
co que me sirviera de punto de partida, me puse a leer todo lo que
encontraba.
Finalmente, tropecé con un oscuro informe. En el Hospital de Mount
Zion en San Francisco, dos investigadores, Sanford Byers y Meyer Fried-
man, habían inducido la aterosclerosis - o sea, el taponamiento y endu-
recimiento de las arterias que con frecuencia conducen a ataques cardía-
cos- en conejos, sometiéndolos a una dieta alta en grasas saturadas.
Después, a la mitad de aquellos animales les inyectaron los mismos fos-
folípidos que yo había estudiado para mi examen del doctorado. Los
resultados fueron asombrosos. Las inyecciones de fosfolípidos actuaron
como una especie de desbrozador biológico que, de hecho, despejó
totalmente la mayoría de las arterias obstruidas de los animales, borran-
do todo rastro de enfermedad cardíaca.
Mi interés empezaba ya a obtener resultados. Pero ese informe había
aparecido en un periódico casi desconocido, de modo que seguí leyen-
do. Pronto encontré otro informe, no menos oscuro, en el cual Joñas
Maurukas y Robert Thomas habían repetido el trabajo anterior con los
fosfolípidos, no para ver si era correcto, sino para demostrar que
los autores se equivocaban. (La verdad es que parecía que todos los
investigadores de renombre pensaran que el trabajo anterior era cosa de
idiotas. ¿Cómo podía ser que se eliminara la enfermedad cardíaca sim-
plemente inyectándoles fosfolípidos a los animales?) Estos investigado-
res iban a usar un modelo animal más adecuado y unas técnicas mejores
para demostrar lo equivocado que estaba el informe anterior. Para su
gran sorpresa, obtuvieron los mismos resultados: la eliminación de todo
rastro de lesiones ateroscleróticas.
Y resultados similares siguieron apareciendo cada tres a cinco años
en la bibliografía científica. Más tarde, en 1975, los investigadores de
Upjohn publicaron una investigación definitiva que confirmaba estos
informes aislados. En esencia, era posible reducir, o quizás erradicar, la
enfermedad cardíaca mediante una simple inyección de los lípidos natu-
rales que son la base de todas las células del cuerpo. ¡Eso era biotecnolo-
gía auténtica! Como por entonces yo era uno de los pocos científicos
que estudiaban los fosfolípidos, pensé que me pondría a la cabeza de la
clase... por no mencionar que además me salvaría la vida.
Cuando los científicos de Upjohn publicaron sus investigaciones,
este acontecimiento debería haber sido una gran noticia. Debería haber
desencadenado una carrera furiosa entre las grandes compañías farma-
céuticas para obtener y comercializar los fosfolípidos como tratamiento
para la enfermedad cardíaca en seres humanos, pero no fue así. Los
fabricantes tenían un problema comercial ya que los fosfolípidos son
sustancias naturales, y es imposible conseguir una patente por algo que
se produce en la naturaleza. Sin la posibilidad de tener los derechos
exclusivos que confiere una patente, a las grandes empresas farmacéuti-
cas la cosa no les interesaba; ni siquiera a Upjohn.
Pero a mí sí. Como entonces era más joven y más ingenuo, pensé
que lo único que necesitaba para curar la aterosclerosis era obtener un
fosfolípido patentable. Esta sustancia de novísima creación actuaría
como un desbrozador químico (lo mismo que un fosfolípido natural),
absorbiendo el colesterol de las placas que obstruían las arterias para
transportarlo al hígado, donde sería metabolizado como sucede con la
basura en un incinerador. Me di cuenta de que si era capaz de concretar
con éxito esa treta, no sólo podría salvar mi vida, sino que también
podría ayudar a prolongar la de millones de pacientes afectados por
enfermedades cardíacas. Y, por cierto, en el proceso me convertiría en
un magnate de la industria farmacéutica.
Pero, como no tardaría mucho en descubrir, la vida nunca es algo
tan fácil ni tan simple.
Gracias a mis anteriores trabajos de investigación, sabía ya bastante
sobre la forma de cambiar la estructura molecular de los fosfolípidos.
Con sólo hacer pequeños cambios en esa estructura, podría producir
una sustancia semejante a un fosfolípido que se pudiera patentar. Pensé
que aquello les resultaría interesante a las grandes empresas farmacéuti-
cas, que tenían el dinero y los equipos necesarios para llevar al público
un remedio así. Recurrí a mis socios capitalistas, es decir, mi madre, mi
suegro y mis tíos y tías, y en 1976 inicié una de las primeras compañías
biotécnicas: Lipid Specialties, Inc. Alquilé un local para instalar el labo-
ratorio en los alrededores de Boston y empecé a trabajar, con la ayuda de
un único técnico, para erradicar la enfermedad cardíaca.
Tras modificar la molécula de fosfolípido (añadiéndole un átomo de
carbono por aquí, un grupo metilo por allá) no tardé en crear una serie
de fosfolípidos «nuevos»: moléculas que eran por lo menos ligeramente
diferentes de cualquier cosa que se hubiera visto en la naturaleza, y por
consiguiente, patentables.
Seguro de que estaba al borde de encontrar una cura para la enfer-
medad cardíaca, patenté las nuevas moléculas y las llevé a Upjohn. Los
investigadores de la compañía las pusieron a prueba sobre las mismas
codornices japonesas ateroscleróticas que habían usado en sus propios
estudios. Mis fosfolípidos tenían virtualmente el mismo efecto que la
variedad natural: reducían la cantidad de placa formada en las paredes
arteriales de los animales.
Pero se les estaba presentando un ligera complicación: algunos ani-
males se les morían. Resultó que los fosfolípidos patentables que yo
había obtenido eran demasiado buenos, ya que no sólo hacían desapare-
cer el colesterol de las lesiones ateroscleróticas, sino que también lo ha-
cían desaparecer de lós glóbulos rojos. Éstos, entonces, se rompían y
dejaban escapar la hemoglobina, es decir, la sustancia que transporta el
oxigeno a las células. Aquello provocó la muerte de algunos animales,
pero una vez que vi los resultados, supe inmediatamente cómo resolver
el problema. Sólo había dos cosas que se interponían en mi camino. La
primera era que me había quedado sin dinero; la segunda, Upjohn.
A la empresa no le interesaba seguir trabajando sobre el tema. ¿Por
qué? Pues porque para que nuestros nuevos fosfolípidos hicieran desa-
parecer el colesterol de la lesión aterosclerótica había que inyectarlos,
y los gerentes de Upjohn no querían saber nada de ningún fármaco
cardiovascular en potencia que no se pudiera presentar en forma de
pildora.
Así que adiós a mis sueños de llegar a consolidar mi solvencia finan-
ciera, por no mencionar siquiera lo de llegar a ser un magnate de la
industria farmacéutica. Y, por cierto, mi propia bomba de tiempo bioló-
gica seguía adelante con su tictac.
Aun así, había sacado de aquello una valiosa lección: si lo que quie-
res es tratar la enfermedad cardíaca, piensa en algo que se pueda tragar o
comer.
Pero no todo estaba perdido. Yo aún seguía teniendo toda mi tecno-
logía de los fosfolípidos, nueva y patentable. Lo que necesitaba era un
socio, y la suerte quiso que lo encontrara en la persona de David Yesair,
mi mentor en el campo de la tecnología de administración de fármacos.
David era vicepresidente de Arthur D. Little, una importante firma con-
sultora de Boston, y aunque no le interesaban las enfermedades cardía-
cas, era un apasionado del tratamiento del cáncer.
Por entonces, los fármacos con que contaba David para combatir el
cáncer eran unos agentes antitumorales estupendos en el tubo de ensa-
yo, pero hasta tal punto insolubles que jamás se los podría inyectar a
seres humanos. Pero eso había dejado de ser un problema, ya que yo
contaba ahora con una tecnología patentable para resolver ese dilema.
De manera que en vez de utilizar la tecnología de los fosfolípidos para
absorber el colesterol de las lesiones ateroscleróticas, lo hice para admi-
nistrar fármacos nuevos y excepcionales contra el cáncer, con una espe-
cificidad mayor y con menos toxicidad de lo que jamás nadie se había
imaginado. (Uno de estos fármacos, por qué no decirlo, era el AZT [azi-
dotimidina], que en la actualidad se cuenta entre las únicas sustancias
aprobadas para el tratamiento de afectados por el sida.)
Desde aquella época he seguido trabajando sobre mis técnicas de
fabricación de fármacos para resolver muchos de los problemas asocia-
dos con los remedios para el cáncer (en la actualidad tengo la mayoría
de las patentes mundiales de fármacos anticáncer de administración
endovenosa).
Pero nada de todo aquello me servía en absoluto para el corazón, y
el mío por cierto no se iba rejuveneciendo. Para empeorar las cosas, en
1984 recibí un toque de atención y tuve que estar una semana hospitali-
zado por arritmias cardíacas. No es necesario decir que mi interés por el
tratamiento de la enfermedad cardíaca se intensificó.
No obstante, por esa época, ya podía ver la luz al final del túnel. En
1982 llegó de Oslo la noticia que habría de cambiar no sólo la orienta-
ción de mis investigaciones, sino el curso de mi vida. Aquel año, el pre-
mio Nobel de Fisiología y Medicina se les concedió a Sune Bergstrom y
Bengt Samuelsson, del Karolinska Institute de Estocolmo, y a John Vane,
del Royal College of Surgeons de Inglaterra, por sus investigaciones en la
poderosa clase de hormonas conocidas como eicosanoides. (Recuerde el
lector esta palabra, porque la leerá una y otra vez en las páginas de este
libro.) De hecho, la parte que le correspondió a Vane del premio Nobel
fue en reconocimiento de su investigación sobre la aspirina... sí, eso
mismo, la simple y vieja variedad de aspirina que todos conocemos.
Por entonces, prácticamente nadie que no participara en el mundo
de la investigación de los lípidos (que es un mundo muy reducido) tenía
la menor noticia de sus trabajos. Antes de que aparecieran los tres cientí-
ficos premiados, todo el mundo sabía por lo menos algunas de las cosas
que hace la aspirina: reduce el dolor, controla la fiebre y otras cosas, pero
en realidad nadie sabía cómo funciona su magia en el cuerpo. El
sobre los lípidos. Ciertos ácidos grasos asociados con los lípidos natura-
les son también las unidades estructurales con que se construyen los
eicosanoides. Pero fueron Bergstrom, Samuelsson y Vane, con la investi-
gación que les valió la adjudicación del Nobel, quienes me abrieron los
ojos a la importancia que realmente tienen. Se me ocurrió que si alguien
pudiera controlarlos, de hecho llegaría a controlar todos los aspectos de
la fisiología humana, incluso el sistema cardiovascular.
Se me ocurrió también que, puesto que los eicosanoides participan
prácticamente en todo lo que el cuerpo hace, controlarlos podría repre-
sentar un nuevo paradigma para la salud y la enfermedad. Me pareció
que no era una idea insensata la de que muchas de nuestras enfermeda-
des -la enfermedad cardíaca, la diabetes, la artritis y el cáncer, por no
mencionar más que unas pocas- pudieran ser el resultado de desequili-
brios entre las hormonas eicosanoides.
Si esto resultara ser cierto, restablecer y mantener el adecuado equi-
librio de los eicosanoides podría ayudar a prevenir estas enfermedades,
o incluso convertirse en su principal tratamiento. Y mejor aún, podría
ayudar al mantenimiento de un estado de buena salud casi perpetuo:
una definición molecular del «bienestar» que conduciría a una mejor
calidad de vida. Y como recompensa definitiva, el hecho de mantener el
equilibrio de los eicosanoides podría ayudarnos a todos a alcanzar ese
estado cuasi eufórico con el cual se obtiene un rendimiento máximo en
lo físico, lo mental y lo psicológico, estado que los atletas [de Estados
Unidos] llaman «la Zona».
Ahora bien, todo el mundo sabe que en el contexto del atletismo, la
Zona es una cosa fugaz... y sumamente difícil de alcanzar. Incluso cuan-
do un atleta llega a ella, raras veces la experiencia dura más que unos
pocos minutos. (Yo llegué a alcanzarla algunas veces cuando jugaba en
los campeonatos estadounidenses de voleibol, pero el tiempo que me
mantenía en ella se podía medir generalmente en segundos.) Entonces
caí en la cuenta de que quizá la clave para llegar a la Zona y permanecer
en ella residiera en controlar el equilibrio de las hormonas eicosanoides.
Empecé a preguntarme si incluso no sería posible estirar la duración de
la vivencia... llegar a la Zona siempre que quisiéramos y permanecer en
ella, no sólo unos minutos (o unos sets), sino veinticuatro horas al día o
toda la vida.
También en la administración de fármacos para el cáncer hay una
Zona, la conocida como «zona terapéutica». Cuando la concentración
de un fármaco contra el cáncer es demasiado baja, su efecto es nulo. Si
es demasiado alta, es tóxico. En el nivel adecuado, es terapéutico. Como
pasa con la Zona en atletismo, la zona terapéutica para un tratamiento
contra el cáncer puede ser sumamente estrecha. Entonces imaginé que
probablemente la Zona eicosanoide que yo andaba buscando combina-
ría propiedades de la Zona tomadas tanto del contexto atlético (un ren-
dimiento óptimo) como del contexto de la administración de fármacos
para el tratamiento del cáncer (unos límites matemáticos definidos).
La cuestión era, por supuesto, cómo se lograba todo aquello. Yo sabía
que los eicosanoides no se podían inyectar directamente en el torrente
sanguíneo como se hacía con los fármacos contra el cáncer. Son tan
potentes que, sencillamente, abrumarían al cuerpo, desequilibrando de
forma peligrosa todos sus importantes sistemas fisiológicos. Por eso las
empresas farmacéuticas más punteras, como Upjohn, Burroughs Well-
come y Ono, se habían gastado miles de millones de dólares en investigar
los eicosanoides, pero no podían exhibir fármacos que lo atestiguaran.
Me decidí a abordar los eicosanoides desde una perspectiva diferen-
te, es decir, desde el nivel de la célula individual, allí donde, para empe-
zar, tiene lugar su fabricación. Mi objetivo era aprender cómo modificar
ligeramente el equilibrio de los componentes moleculares (o unidades
estructurales) con que se construyen los eicosanoides en las membranas
celulares, de tal modo que las células manufacturasen los tipos de eico-
sanoides más adecuados para llegar a la Zona.
¿Cómo podía hacerlo? Aplicando al sistema ideal de administración
oral de fármacos los principios que yo ya utilizaba con los fármacos para
el cáncer: la comida. De eso se trata en resumidas cuentas, y a eso se
refiere todo este libro: a usar la comida para manipular el equilibrio de
los eicosanoides, y a valerse de ese equilibrio como pasaporte para entrar
en la Zona. En los capítulos que siguen explicaré en detalle cómo apren-
dí a entender este código nutricional hasta que, ahora por fin, ya está en
condiciones de ser ofrecido al consumo público.
¿Que cómo sé que lo está? Pues porque me he pasado casi seis años
poniendo a punto este programa dietético, probándolo en la única espe-
cie que cuenta, que es la de los seres humanos. A partir de mis primeras
«cobayas» humanas (mi hermano Doug, mi mujer y yo), he seguido pro-
bando y mejorando este sistema nutricional favorable a los eicosanoides
en atletas de elite, entre ellos los equipos de natación de la Universidad
de Stanford, practicantes escogidos de triatlón, y diversos jugadores pro-
Icsionales de los mejores equipos de béisbol y rugby estadounidenses.
También lo he puesto a prueba en personas afectadas por algunas de
nuestras peores enfermedades letales, entre ellas la diabetes, la enferme-
dad cardíaca y el sida. Además, el programa ha sido probado por cente-
nares de personas que simplemente querían adelgazar y sentirse mejor.
Mis resultados me han convencido de que esta técnica dietética es el
medio más poderoso que jamás se haya descubierto para ayudar a que la
gente alcance ese estado óptimo de buena salud, rendimiento físico y
agilidad mental que llamamos la Zona.
Actualmente estoy convencido de que el hecho de alcanzar la Zona y
permanecer en ella puede ayudar a prevenir la enfermedad cardíaca.
Incluso debería ayudar a invertir el curso de dicha enfermedad cuando
ésta se produce. Permanecer en la Zona es nuestra mejor defensa para
mantener a raya el cáncer, y tiene una influencia positiva sobre multi-
tud de otras enfermedades, entre ellas la diabetes, la artritis, enferme-
dades «mentales» como la depresión y el alcoholismo, e incluso la fatiga
crónica.
En realidad, llegar a la Zona y permanecer en ella debe, en última
instancia, ayudarnos a alcanzar el más universal de los objetivos perso-
nales: vivir más tiempo, con más salud y con una vida más satisfactoria.
Como parte del trato, permanecer en la Zona nos permitirá seguir fun-
cionando en nuestro mejor estado físico y mental, hora tras hora, día
tras día, a lo largo de meses y años... durante el resto de nuestra vida.
Pero no es la única llamada de atención. Los que proponen todas
esas dietas nuevas que aparecen dicen esencialmente lo mismo. Pero es
probable que quien esté leyendo este libro sepa ya, de antemano, que
esas dietas no funcionan. Tal vez el lector ya haya seguido alguna de esas
dietas de hoy, de última moda, bajas en grasa, bajas en proteínas, al-
tas en hidratos de carbono, y se haya decepcionado con sus resultados.
Pues bien, el hecho es que, por multitud de razones, no es posible que
tales dietas funcionen. No pueden ayudarte a bajar de peso de forma
permanente, ni pueden mejorar tu rendimiento físico... por más que sea
para eso, exactamente, para lo que han sido diseñadas.
En realidad, hoy por hoy estoy firmemente convencido de que esas
dietas altas en hidratos de carbono pueden ser bastante peligrosas y que,
de hecho, pueden acabar produciendo las enfermedades que se supone
que han de prevenir. ¿Por qué? Pues porque violan las leyes bioquímicas
básicas cuyo cumplimiento se requiere para entrar en la Zona.
¿Has tenido alguna vez uno de esos días en los que todo te sale bien? Te
despiertas sintiéndote alerta, como nuevo y pletórico. Cuando te vas al
trabajo, encuentras de camino espacios abiertos que te permiten ir como
de paseo por en medio del tráfico a las horas punta. Una vez sentado
ante tu mesa de trabajo o quizás aún durante el trayecto de ida a la ofici-
na, la solución de un problema que ayer precisamente te parecía irreso-
luble te salta de pronto a la vista, como si brotara del aire.
Una por una, las tareas del día se van rindiendo ante tu abordaje, tan
claro y eficiente, y sin embargo parece como si todo se diera sin el menor
esfuerzo. Al final de la tarde, en los sets de tenis (o durante el jogging o la
ejercitación aeróbica) te sientes incansable sobre unos pies ligeros. Cuan-
do regresas a casa, los niños están encantados de verte (hasta el adoles-
cente, el que anda con el anillo en la nariz), y cuando se enzarzan en
una de sus inevitables peleas, ahí estás tú para dictar sentencia con la
calma y la sabiduría de Salomón. Después de la cena, en vez de desplo-
marte frente al televisor, tienes tal excedente de energía que te sientes en
forma para salir a bailar.
Tal vez tú no te lo hayas planteado de esta manera, pero es proba-
ble que estuvieras en la Zona... en ese estado misterioso, pero bien real,
en que el cuerpo y la mente colaboran a la perfección. Normalmente se
oye hablar de la Zona en el ámbito del atletismo: un jugador de béisbol
jura que puede ver las costuras en una pelota que se le acerca a ciento
cuarenta kilómetros por hora, un baloncestista ve el aro como si tuviera
el doble de su tamaño real, un gimnasta tiene la sensación de que la
barra de equilibrio es tan ancha como una calle de la ciudad.
En la Zona, aunque relajada, la mente se encuentra alerta e increíble-
mente concentrada. A su vez, el cuerpo es ágil y fuerte, y aparentemente,
infatigable. Casi eufórico. No hay distracciones; es como si el tiempo
adoptara la graciosa lentitud de un vals.
Tal vez sea el legendario futbolista Pelé quien mejor haya descrito la
Zona: «Sentía una calma extraña -relata en su libro Mi vida y el hermoso
juego-, [...] una especie de euforia. Me sentía capaz de correr todo el día,
de esquivar a cualquiera del otro equipo o a todos ellos, me sentía casi
como si pudiera atravesarlos físicamente. Tenía la sensación de que no
podían hacerme daño. Era algo muy extraño y que no había sentido
jamás. Tal vez fuera simplemente confianza, pero muchas veces me he
sentido confiado sin tener esa extraña sensación de invencibilidad».
La mayoría de los atletas, incluso los que no somos otra cosa que
meros luchadores de fin de semana, hemos experimentado, por lo
menos alguna vez, ese estado de casi trascendencia, y la experiencia es
inolvidable. Pero no hay nada de místico en la Zona. La Zona es un estado
metabòlico real que todos podemos alcanzar, y se la puede mantener indefini-
damente a lo largo de la vida.
¿Qué es la Zona? Dicho de la forma más simple, es el estado metabò-
lico en el cual el cuerpo funciona al límite de su eficiencia. Fuera de la
Zona, la vida es la vida normal: en ocasiones, gratificante, la mayoría
de las veces frustrante, llena de problemas que nos dejan perplejos, de
oportunidades desaprovechadas y de enfermedades, grandes y peque-
ñas. Pero en el interior de la Zona, la vida se vuelve más fácil y mejor. En
la Zona disfrutaréis de un funcionamiento corporal óptimo: estás libre
del hambre, tienes más energía y rindes físicamente mejor, y también tu
concentración mental y tu productividad mejoran.
En la Zona los problemas no desaparecen, sino que las soluciones se
vuelven más obvias. La fatiga y el desaliento son reemplazados por senti-
mientos de mayor energía y competencia. La pérdida de peso (que en
realidad habría que llamar pérdida de grasa) puede ser, para la mayoría
de las personas, una pugna continua y generalmente frustrante. En la
Zona no implica sufrimiento alguno y es casi automática.
Vivir en la Zona lleva consigo importantes beneficios sanitarios. Pare-
ce como si las pequeñas enfermedades que nos acosan a todos, como los
resfriados, gripes y alergias, no fueran tan frecuentes, y cuando atacan,
no son tan graves. Y se hace menos probable la aparición de algunas de
nuestras dolencias crónicas más graves, como la enfermedad cardíaca y
el cáncer. E incluso si se producen, en la Zona el tratamiento de estas
enfermedades es algo más manejable.
En realidad, estar en la Zona puede convertirse en la base de una
nueva especie de reforma de la atención sanitaria, de bajo coste y, sin
embargo, ultraeficaz: una reforma en la cual el individuo se hace cargo
de su propio cucrpo, y se ocupa escrupulosamente de conservarlo en un
estado de buena salud.
Pero no os confundáis: no estoy hablando de un mero «bienestar»,
esa palabreja que tanto ha llegado a representar en los círculos relaciona-
dos con la atención sanitaria. En realidad, el bienestar no es más que la
ausencia de enfermedad. La Zona está más allá del bienestar, lo trascien-
de, La Zona tiene que ver con la salud óptima.
Entonces, ¿cómo llegamos a la Zona? Hasta ahora, la gente que más
sabía de ello -psicólogos y entrenadores que trabajan con los atletas de
élite- ha usado técnicas muy diversas, entre ellas la meditación, ejerci-
cios respiratorios, visualizaciones y relajación. Muchas de estas tácticas
han sido adoptadas no sólo tomándolas de la psicología convencional de
Occidente, sino de conceptos religiosos del Lejano Oriente y de discipli-
nas como el entrenamiento en artes marciales. Pero cuando estas técni-
cas ayudan efectivamente a que el atleta alcance la Zona, suele ser por
accidente y queda en un episodio que no se puede repetir a voluntad.
Es decir, que si la psicología es, en el mejor de los casos, una forma
fortuita de llegar a la Zona, podemos preguntarnos qué hay de la farma-
cología, o sea, de lo que llamamos medicamentos. Entre los atletas de
elite que buscan mejorar su competitividad, está bien documentado el
difundido uso de fármacos que refuerzan el rendimiento, especialmente
los esteroides anabólicos y la hormona del crecimiento, así como el de
prácticas tales como el dopaje. Pero potencialmente hay que pagar un
precio muy alto -que hasta puede ser la vida- por un ejercicio reforzado
y propulsado por drogas.
Ni la psicología ni los fármacos son una manera fiable de llegar a la
Zona, ya que algunas veces funcionan, pero la mayoría, no.
Por esta razón, no hay más que un camino para llegar a voluntad a la
Zona, una técnica que no sólo os permitirá llegar a ella, sino permanecer
allí durante todo el día, semanas y meses también. Y en esta técnica entra
enjuego el uso de la droga más poderosa con que contamos, y que se
encuentra en todas partes: la comida.
Eso mismo: no hay nada de pociones mágicas, ni de pildoras; tam-
poco hierbas ni mantras. La verdad es que cada vez que abrimos la boca
para comer, estamos solicitando un pasaporte para la Zona. Pero para obte-
ner ese pasaporte, se tiene que entender la comida como si fuera un
medicamento. Se tiene que comer de forma controlada y en las propor-
ciones adecuadas, como si fuera un goteo endovenoso. Llegar a la Zona
es sólo una cuestión de conocer la técnica, y ésta se basa en los princi-
pios de la administración de fármacos que he ido precisando a lo largo
de mi carrera como investigador científico.
Con los ordenadores pasa lo mismo; si pulsamos las teclas adecua-
das, se despliegan ante nosotros las maravillas de esa tecnología. Si las
pulsamos mal, el ordenador se limita a seguir parpadeando. El conjunto
de técnicas dietéticas necesarias para llegar a la Zona es tan preciso como
la tecnología de cualquier ordenador.
Quizás al principio las reglas de esta tecnología dietética parezcan
complicadas, pero creo que una vez que las pongáis en práctica encon-
traréis que son sumamente fáciles de seguir. Es lo mismo que aprender a
usar un ordenador: para llegar a la Zona también se exige seguir un con-
junto de reglas bien definido.
El problema está en que la mayoría no usamos bien las reglas, o no
comemos bien o, lo que es igual de perjudicial, comemos los alimentos
adecuados en proporciones inadecuadas, por lo que nos encontramos
con que el acceso a la Zona se nos niega constantemente. Pero si seguís
las reglas, tenéis la entrada asegurada. Es cuestión de ciencia.
¿Os preguntáis qué obtendréis siguiendo estas reglas? Pues bien,
obtendréis el marco de referencia y los instrumentos necesarios para
tener acceso a la Zona. Y si seguís las reglas y os mantenéis dentro de los
límites de esta técnica dietética, no tardaréis en tener la residencia per-
manente. Y las recompensas, materializadas en un incremento de ener-
gía, vitalidad y rendimiento, tanto en el trabajo como en el juego y en las
relaciones personales, os dejarán pasmados.
Esto puede sonaros a jerga de la Nueva Era, pero no lo es. Es la apli-
cación de soluciones de la biotecnología del siglo xxi a un problema del
siglo xx, a saber: cómo incrementar la eficiencia del cuerpo humano.
TABLA 2 . 1
Mujeres (n = 63)
Peso (kg) 72,2 69,5 -2,7 p < 0,0005
Tejido graso (kg) 21,8 18,6 -3,2 p < 0,0005
Masa magra (kg) 50,4 50,9 +0,5 p < 0,05
Porcentaje grasa corporal 29% 26% -3% p < 0,0005
Hombres (n = 28)
Peso (kg) 88,5 87,2 -1,3 p < 0,25
Tejido graso (kg) 18.2 15,2 -3 p < 0,0005
Masa magra (kg) 70.3 72 +1,7 p < 0,005
Porcentaje grasa corporal 20% 17% -3% p < 0,0005
Más importante aún es el hecho de que ni los hombres ni las muje-
res perdieron nada de masa corporal magra (músculo). Toda la pérdida
de peso era pérdida de grasa. ¿Cuál es la conclusión final? Pues que
incluso a quien haya fallado en todos los demás programas para bajar de
peso, estas estadísticas le dicen que si sigue una dieta favorable a la Zona,
las probabilidades son de que tenga éxito.
Hay que tener presentes las dos claves de una pérdida permanente
de peso mediante una dieta favorable a la Zona: 1) la grasa en la dieta no
hace engordar, y 2) para perder grasa hay que comer grasa. Sí, esta afir-
mación se da de narices contra todo lo que alguna vez se ha dicho sobre
la dieta y sobre la pérdida de peso, pero ya lo explicaremos.
En realidad, la cosa es muy simple: se reduce a la forma en que nues-
tras hormonas reaccionan frente a los alimentos que comemos. Cuanto
más sepamos sobre estas reacciones, más probable será que lleguemos a
la Zona. Y una vez que estemos en ella, la preocupación por el peso se
habrá convertido en cosa del pasado.
Pero la puerta oscila en ambos sentidos. Las respuestas hormonales
generadas por los alimentos que comemos pueden ser tanto el mejor de
nuestros aliados como la peor de nuestras pesadillas.
Efectos de la comida sobre las hormonas
Alimento
O
Macronutrientes
(proteínas, carbohidratos, grasas)
o
Respuesta hormonal
•<Dg
'o
ca
o
</)
y
a>
"O
o
O
Grasa proveniente
de la dieta
Glucag< Insulina
Figura 4.1: Los eicosanoides están controlados por la grasa proveniente de la dieta.
lomemos como ejemplo la agregación plaquetaria. Esta expresión no
• más que un término que designa la tendencia de un tipo de células
ingulneas, conocidas como plaquetas, a agruparse formando coágulos,
l • >•. cicosanoides buenos previenen la acumulación (es decir, la agrega-
i ion) de los glóbulos. Los eicosanoides malos la promueven. Cuando las
I iliiquclas se agrupan en un mal momento, esto puede producir un coá-
i'iilo sanguíneo y conducir a un ataque cardíaco. Pero si te haces un
i míe, lo que querrás es que las plaquetas formen un coágulo, porque
eso es lo que terminará por detener la hemorragia. Si los eicosanoides
malos son escasos, eso puede significar desangrarse hasta la muerte.
l o mismo es válido para la presión sanguínea. Demasiados eicosa-
noides malos inducen una elevación de la presión al causar constricción
ile las arterias (es decir, vasoconstricción). Demasiados eicosanoides bue-
iH >s inducen una presión sanguínea baja (vasodilatación) que puede con-
ducir a un shock.
I .o que vale para la agregación plaquetaria y para la presión sanguí-
nea se aplica también al dolor, la inflamación, el sistema inmunitario,
II celera: un desequilibrio entre los eicosanoides buenos y malos signifi-
i a enfermedad.
La Tabla 4.1 enumera algunas propiedades de los eicosanoides bue-
nos y malos.
Como se puede ver en ella, prácticamente todas las funciones fisioló-
gicas (que quizá los lectores den por sentadas) se encuentran bajo el con-
110I de los eicosanoides. Como es obvio, para conservar el equilibrio bio-
lógico necesitamos que entre los eicosanoides buenos y malos se
mantenga dicho equilibrio. En última instancia, su mantenimiento es lo
que hace, a su vez, que nos sintamos bien.
TABLA 4 . 1
Las acciones de los eicosanoides buenos y malos
TABLA 5.1
% DE SIGNIFICACIÓN ESTADÍSTICA
PARÁMETRO CAMBIO (FACTOR DE PROBABILIDAD)
Composición corporal
Peso +5% p < 0,005
% de grasa corporal -20% p < 0,005
Masa corporal magra +8% p < 0,005
Rendimiento
/ 71
/—71
/ ' A
I 1 ejercicio aeróbico
El ejercicio anaeróbico
El ejercicio en la Zona
O
c:
ffl
m
O
O
<D
<D
T¡
O
O
Proporción Proporción
proteínas/grasas proteínas/grasas
Dieta % de calorías (% calorías) (gramos)
i (acomendada
(;omo «saludable» 70% C, 15% P, 15% G. 1:1 1:0,4
Asoc. Estadouníd,
de Diabetes 60% C, 20% P, 20% G 1:1 1:0,4
I ¡gura 7.5: Comparación entre las dietas basadas en el total de gramos consumidos.
1,0
0,9
0,6
co
"O
0,5
o
g
0,4
C
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-O
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0,3
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o
o
La prescripción de proteínas
TABLA 8.1
EXIGENCIAS PROTEICAS
(GRAMOS POR KILOGRAMO
ACTIVIDAD DE MASA CORPORAL MAGRA)
Sedentaria 1,10
Ligera (p. ej., caminar) 1,32
Moderada (30 minutos por día,
3 veces por semana) 1,54
Activa (1 hora por día,
5 veces por semana) 1,76
Muy activa (2 horas por día,
5 veces por semana) 1,98
Entrenamiento pesado o
ejercitación dos veces diarias
(5 días por semana) 2,20
TABLA 8.2
Final de Antes de
Desayuno Almuerzo la tarde Cena acostarte
3 P 3 P 1P 3 P 1P
I os hidratos de carbono
TABLA 8.3
I uentes animales
Pechuga de pollo sin piel (30 g) Pechuga de pavo (30 g)
< erdo magro (30 g) Cordero magro (30 g)
Pescado
Bacalao (45 g) Atún (30 g)
( ..imarones (45 g) Salmón (45 g)
I luevos
( Jaras (2) Batidos ('/4 taza)
I «entes vegetarianas
lo fu (85 g) Proteína en polvo (115 g)
Puentes lácteas
Requesón bajo en grasa (60 g)
que de hidratos de carbono tiene 9, en cada comida o refrigerio estás
consumiendo un poco más de hidratos de carbono que de proteínas,
pero no mucho más. Mantener los bloques de proteínas y de carbohidra-
tos en una proporción de 1:1 generará siempre la relación deseada de
0,75 aproximadamente entre ambas sustancias, y esa relación te sitúa
inequívocamente en medio de la Zona.
Tomemos como ejemplo la necesidad de 75 gramos diarios de pro-
teína, lo que da en cifras redondas 11 bloques de proteína. Si esa es tu
necesidad total de proteína, entonces deberías estar comiendo también,
a lo largo del día, 11 bloques de hidratos de carbono. Y, de la misma
manera que has hecho con la proteína, deberías repartir tus necesidades
de hidratos equitativamente a lo largo de cada una de las comidas y refri-
gerios del día. No tienes más que pensar en el equilibrio.
Pues bien, tu plan diario de comidas tendría este aspecto:
Final de Antes de
Desayuno Almuerzo la tarde Cena acostarte
3P 3P 1P 3P 1P
3C 3C 1C 3C 1C
Ahora viene otra importante regla de la Zona. Ten especial cuidado con
los tipos de hidratos de carbono que comes. Todos los carbohidratos no son
iguales. Los que son favorables tienen generalmente un índice glucémico
bajo, es decir que ingresan lentamente en el torrente sanguíneo, elevan
poco a poco la glucemia (la cifra de azúcar en la sangre) y producen una
respuesta insulínica moderada. Esto significa que mantienen un equili-
brio favorable de los eicosanoides y que te mantienen en la Zona.
Los carbohidratos desfavorables tienen generalmente un índice glu-
cémico alto; entran veloces en el torrente sanguíneo, elevan rápidamente
los niveles de azúcar en la sangre y producen una respuesta insulínica
exagerada. (Esta es la causa bioquímica de la avidez de hidratos de car-
bono.) Una respuesta insulínica exagerada modificará en sentido negati-
vo el equilibrio de los eicosanoides, y te encontrarás fuera de la Zona.
Por lo tanto, los carbohidratos desfavorables se deberían usar con mode-
ración, y en cantidades muy inferiores a las de los favorables.
(Otra razón para mantener un consumo moderado de carbohidratos
desfavorables es que son alimentos extremadamente densos en carbohi-
dratos, por lo que cubren rápidamente tu cuota total de bloques de
hidratos de carbono para una comida y para todo el día. Digamos
ili paso que si consumes hidratos de carbono desfavorables, especial-
niriiie pan, debes adquirir siempre los preparados con el grano entero.)
He modo que necesitas estar seguro de que la mayor parte de tus
Moques de carbohidratos pertenecen a la clase de los favorables, que
nú luyen la mayor parte de la fruta y las verduras ricas en fibra, aunque
no lodas ellas. Entre los carbohidratos desfavorables se cuenta el pan, la
pasta, cereales, patatas, y las frutas y verduras altamente glucemiantes,
como las papayas, plátanos, maíz y zanahorias, lo mismo que los zumos
de fruta.
1.a Tabla 8.4 enumera muchos de los carbohidratos favorables y des-
l.ivorables, y te da las porciones que has de servir para cada tipo de blo-
que de hidratos de carbono. En el Apéndice C encontrarás una lista más
i ompleta. (Y no vayas a olvidar que 1 bloque de hidratos de carbono
i ontiene aproximadamente 9 gramos de estas sustancias.)
I as grasas
Carbohidratos favorables
VERDURAS COCIDAS
(FRESCAS O CONGELADAS) VERDURAS CRUDAS
FRUTA
Carbohidratos desfavorables
1
V2 taza de arroz integral /2 rebanada de pan
'/4 taza de pasta 1/4 bollo
V2 taza de papayas '/2 tortilla de harina de 15 cm 0
V2 taza de mangos 2 zanahorias
V2 plátano
ZUMOS DE FRUTA
Zumo de manzana (90 g)
Zumo de pomelo (120 g)
Zumo de naranja (120 g)
l,i comidas, si la mayor parte de las fuentes de proteína también conde-
lu-ii grasa. Por más que las fuentes proteicas bajas en grasa también la
> unlengan, no es la cantidad ideal de grasa que necesitáis para llegar al
entro de la Zona. Para obtener esa cantidad ideal, es necesario añadir
iilgunos bloques de grasa extra. (No me interpretéis mal, que no os estoy
invitando a engullir grasa. No es cuestión de que os paséis el día comien-
do locino.)
Pero al añadir esos bloques de grasa debéis prestar mucha atención a
l.i i lase de grasa que coméis. De la misma forma que hay hidratos de car-
bono favorables y desfavorables, también hay grasas buenas y grasas
malas.
¿Cuáles son en realidad las grasas malas? El verdadero malo de la
película es el ácido araquidónico, que, desde el punto de vista químico,
es el «ladrillo» con que se construyen todos los eicosanoides malos. Es
la única grasa que, decididamente, debéis tratar de restringir -si no de
eliminar- de la dieta. (En los capítulos que siguen os diré más detallada-
mente por qué.) Por ahora, tomad nota de que los alimentos ricos en
acido araquidónico son las yemas de huevo, las visceras, como el hígado
y la mayoría de las «exquisiteces», y la carne roja y grasa. Es obvio que
preferiréis reducir el consumo de estos alimentos al mínimo, o suprimir-
los del todo.
Las grasas saturadas también deberéis reducirlas al mínimo; se
encuentran en las fuentes de proteína animal y en los productos lácteos
( laborados con leche entera. En una dieta favorable a la Zona se prefiere
restringir estas grasas porque tienden a elevar los niveles de insulina,
provocando el estado que se conoce como resistencia a la insulina. (Sobre
este tema volveré a hablar en el capítulo dedicado a la enfermedad car-
díaca.) Aunque no son, ni por asomo, tan malas como el ácido araqui-
dónico, las grasas saturadas tampoco son deseables, de manera que pro-
curad reducir su consumo. Por eso recomiendo las fuentes de proteína
animal bajas en grasa, como la carne blanca de pollo y el pescado, que
son bajas en grasas saturadas.
Pero ¿hay grasas buenas? Pues sí. La mayoría de las grasas buenas
son grasas monoinsaturadas; se encuentran en el aceite de oliva, de
colza, en las aceitunas, las nueces macadamia y los aguacates (y, por
supuesto, en el guacamole: ensalada de aguacate, chile o pimiento verde,
y cebolla). La dieta rica en grasas monoinsaturadas es la que se suele lla-
mar «dieta mediterránea».
Los ácidos grasos monoinsaturados son neutros por lo que respecta
a los eicosanoides. No se los puede convertir en eicosanoides (buenos o
malos) y no tienen efecto alguno sobre los niveles de insulina. Como
uno se ha pasado tanto tiempo ajustando y puliendo su proporción entre
proteínas y carbohidratos para mantener controlada la insulina, las gra-
sas monoinsaturadas deben ser la principal fuente de grasa en la dieta,
porque de esa manera se evitará perturbar el delicado equilibrio hormo-
nal que tanto esfuerzo ha costado alcanzar.
En resumen, he aquí la regla de la Zona respecto de la grasa: restrin-
gid las grasas malas (el ácido araquidónico y la grasa saturada) y obtened
la mayor parte de vuestro consumo diario de grasa de la grasa buena, es
decir, monoinsaturada.
La Tabla 8.5 ofrece algunos ejemplos de grasas buenas (en el Apén-
dice C encontrarás una lista más completa). Cada ejemplo constituye
1 bloque de grasa, y cada bloque de grasa contiene aproximadamente
1,5 gramos de grasa. De hecho, no es mucha grasa; recordad que una
dieta favorable a la Zona es precisamente una dieta baja en grasa.
Ahora que ya sabéis qué clase de grasa podéis comer, la cuestión es
qué cantidad. Y eso es fácil: por cada bloque de proteína en una comida o
tentempié, añadid 1 bloque de grasa. Esa será la proporción ideal en cada
comida y en cada refrigerio, basada exclusivamente en vuestras necesida-
des proteicas. Y, de la misma manera que habéis hecho con las proteínas y
los carbohidratos, repartid el consumo de grasa de forma equitativa a lo
largo del día, de modo que la proporción de los bloques de proteínas,
hidratos de carbono y grasas se mantenga siempre en la relación 1:1:1 en
cada comida o bocadillo. (Nota: los atletas de elite deben consumir dos
bloques de grasa por cada bloque de proteína. Por lo tanto, en este caso la
proporción de los bloques de proteína, hidratos de carbono y grasa sería
de 1:1:2. La grasa extra es necesaria debido al entrenamiento intensivo,
pero esta grasa debe ser casi toda monoinsaturada.)
TABLA 8.5
Final de Antes de
Desayuno Almuerzo la tarde Cena acostarte
3P 3P 1P 3P 1P
3C 3C 1C 3C 1C
3G 3G 1G 3G 1G
TABLA 8.6
Refrigerios favorables a la Zona
Alisa los filetes de pavo con una maza de cocina hasta que estén lo más
delgados posible.
Calienta el aceite de oliva en una sartén grande y añádele la mante-
quilla. Cuando se haya derretido, saltea el pavo, unos cuantos filetes
cada vez, hasta que estén ligeramente dorados. Retíralos y pásalos a una
fuente de horno untada de mantequilla, espolvoréalos con sal y pimienta
y manténlos calientes.
Enciende el grill del horno. Pica los dientes de ajo (partidos en dos)
y el perejil en la picadora. (También puedes hacerlo a mano, muy fino.)
Añade la picada de ajo y perejil al aceite en la sartén, y luego la mitad
del caldo. Ponlo a hervir, despegando bien la mezcla del fondo de la sar-
tén. Añade luego el resto del caldo y deja que la mezcla se reduzca a la
mitad. Echa la salsa sobre las rodajas de pavo.
Espolvorea el pavo con el queso y manténlo al calor hasta que se derri-
ta el queso. Sírvelo enseguida con un revoltillo de verduras (ver Apén-
dice D, págs. 289-290).
Creo que encontraréis que tanto éstas como las recetas del Apéndice
son sumamente sabrosas y llenan mucho, con el valor añadido de que
además os llevarán, sin lugar a dudas, a la Zona.
I I método «a ojo»
*-i la idea de pesar y medir todo lo que comes, o incluso la de leer las eti-
quetas, te pone de mal humor y te arranca un gruñido, o si simplemente
estás demasiado ocupado/a para estar pendiente de pesas y medidas, no
le preocupes. Con sólo mirar un poco ya puedes organizarte una comida
lavorable a la Zona. Aunque no sea un método tan preciso como el de
los bloques de macronutrientes, con el tiempo y la práctica los ojos pue-
den convertirse en una calculadora bastante buena.
Empieza con la proteína, tomando como guía la palma de la mano.
I a cantidad de proteína que tiene cabida en la palma suele ser de unos 4
bloques (más o menos 1 pechuga de pollo o unos 110 gramos de pavo
en rodajas).
La cantidad de proteína que tengas en el plato te ayudará a determi-
nar el tamaño de las porciones de carbohidratos. Si estás comiendo car-
bohidratos favorables, entonces el tamaño de la porción debe ser más o
menos el doble de la porción de proteína. Si los carbohidratos que comes
son desfavorables, cuida que el tamaño de la porción sea igual al de la
porción de proteína.
Si piensas tomar algún postre (la mayor parte son carbohidratos casi
puros), limítate a reducir la cantidad de hidratos de carbono que ingie-
ras en la comida.
Si tu fuente de proteína es baja en grasa (como debería ser), entonces
puedes obtener el resto de la grasa que necesitas añadiendo un poco de
aderezo o una pequeña cantidad de mahonesa a la ensalada que hayas
pedido, o bien comiendo unas pocas aceitunas.
Para comer de restaurante y mantenerse en la Zona
Ahora vamos a aclarar y a organizar todo esto. Las reglas del camino son
.imples:
I o mismo que sucede con cualquier otra técnica, hay algunas sugeren-
i las que te ayudarán a llegar a la Zona:
Ahora que ya conoces las reglas para llegar a la Zona, por fin cuentas
con un mapa de los caminos dietéticos que has de seguir durante toda la
vida. Recuerda que una sola comida favorable a la Zona te proporcio-
nará entre cuatro y seis horas en ella. Un día de comidas favorables a la
Zona es un día en la Zona, y pasarse la vida comiendo de forma favora-
ble a la Zona es asegurarse toda una vida de permanencia en ella. Eres tú
quien decide.
Así que, bon appétit, ¡y bienvenido a la Zona!
La evolución y la Zona
I os antioxidantes
A estas alturas, casi todo el mundo ha oído decir algo sobre las vitaminas
a ni ¡oxidantes: la vitamina E, la vitamina C y el betacaroteno. Estos cono-
cidos micronutrientes son objeto de una amplia publicidad a través de
los medios de comunicación como una especie de escudo de protección
contra el ataque del temido radical libre. Pero ¿qué es un radical libre?
técnicamente, no es más que una molécula de oxígeno a la cual le falta
Antioxidantes
Vitamina E
Vitamina C
Betacaroteno
Cofactores
| Vitamina B3 [
| Vitamina B„ |
f Cinc [
| Magnesio [
TABLA 10.2
PORCENTAJE RDA
Vitamina B3
Al un (110 g) 65 %
l'avo (HO g) 55 %
Pollo (110 g) 55 %
Salmón (110 g) 37 %
Vitamina B6
Al un (110 g) 45 %
Salmón (110 g) 35 %
Irucha (110 g) 35 %
l'avo (110 g) 27 %
Pollo (110 g) 27 %
Cinc
liacalao (110 g) 97 %
ludías secas (110 g) 29 %
Pavo (110 g) 23 %
Magnesio
Atún (110 g) 42 %
lofu (170 g) 33 %
Lenguado (110 g) 18 %
De modo que en cierto sentido no es extraño que estas vitaminas y estos
minerales sean los mismos que la industria de la alimentación sana ha
elevado a la condición de iconos.
Siempre estamos oyendo hablar de la tía Millie, que toma vitamina
B6 para su artritis, o del tío Bob, que toma vitamina C para curarse el
cáncer, o del primo Jim, que toma vitamina E para el corazón. En cada
uno de estos casos hay un vínculo común: a cada una de estas enferme
dades se la puede ver como consecuencia de una superproducción pro-
longada de eicosanoides malos. Entonces, puede ser que la suplementa
ción con esos micronutrientes sea necesaria para producir un equilibrio
favorable de los eicosanoides en los casos de la tía Millie, el tío Bob o el
primo Jim.
Pero quizá los verdaderos beneficios "provengan del hecho de que sus
respectivas dietas son casi favorables a la Zona. Entonces, la dieta como
tal puede haberlos aproximado más a la Zona, y quizás el plus de micro-
nutrientes haya alcanzado para impulsarlos efectivamente al interior de
ésta, donde es más fácil tratar las enfermedades, e incluso curarlas.
Lo que podría haber funcionado para la tía Millie y el tío Bob, tal vez no
resultaría para la gran mayoría de las personas (eso es lo más probable). Sí,
los micronutrientes son importantes, pero por lo que se refiere a la Zona no
dejan de ser actores secundarios. Si vuestro plan es llegar a la Zona, contro-
lar el equilibrio de los macronutrientes en la dieta será entre diez y cien
veces más importante que la cantidad de micronutrientes que consumís.
Además, estaréis obteniendo todos los micronutrientes que necesi-
téis (excepto la vitamina E) con sólo seguir una dieta favorable a la Zona.
¿Es una mala idea la de tomar micronutrientes extra? Evidentemen-
te, no. En realidad, mientras lo hagáis de forma moderada, puede ser
una póliza de seguro de vida relativamente barata. Pero si consumís
grandes cantidades de micronutrientes y no seguís una dieta favorable a
la Zona, no habréis hecho nada que efectivamente os ayude a llegar
a ella. Lo más probable es que estéis escupiendo al viento. Suplementar
la dieta con micronutrientes, sin controlar simultáneamente el equilibrio
de los macronutrientes es como levantar un castillo de arena en la playa
para protegeros de la amenaza de un maremoto hormonal.
Si lo que queréis es colaborar en el tratamiento y la prevención de
probables enfermedades, pensad más bien en llegar a la Zona por media-
ción de la dieta antes que en valeres para ello de algún tipo mágico de
pildora vitamínica.
La aspirina, una droga maravillosa
l'ilcn puede ser que, entre todos los fármacos maravillosos que ya lleva
I'inducidos este siglo, el más importante de todos sea la aspirina. No hay
ningún otro que tenga efectos tan rápidos ni tan amplios. Combate el
dolor, controla la fiebre, reduce la inñamación y ayuda a prevenir ata-
• |iics apopléticos y cardíacos. Y hay indicios preliminares de que quizás
.1 vuele también a la prevención del cáncer. Para ser un remedio tan
• oinún y difundido, la aspirina tiene una versatilidad asombrosa.
Sin embargo, durante los primeros setenta años después de su pre-
miación por la compañía farmacéutica alemana Farbenfabriken Bayer,
nadie sabía cómo funcionaba realmente. En realidad, todavía en 1966, el
New York Times Magazine la llamaba «la droga maravillosa que nadie
eniiende».
El primer avance importante en la explicación del mecanismo de
luncionamiento de la aspirina se produjo a fines de los años sesenta,
i uando John Vane, farmacólogo del Real Colegio de Médicos de Lon-
dres, descubrió que la aspirina impedía que las células del cuerpo fabri-
i asen una importante subclase de eicosanoides llamados prostaglandinas.
i abe preguntarse cómo cumple esa tarea la aspirina. Pues, dirigiendo
una misión suicida orientada a la destrucción de un enzima aislado, la
i n looxigenasa, que es la clave para el control de la producción de todas
las prostaglandinas.
Resulta que una molécula de aspirina es capaz de destruir totalmente
una molécula de enzima ciclooxigenasa. El cuerpo necesita entre cuatro
v seis horas para preparar más enzima, o sea, que según la cantidad de
aspirina que se tome, el cuerpo está fabricando muy pocas prostaglandi-
nas, buenas o malas.
La influencia de la aspirina sobre la formación de prostaglandina
resulta ser la clave de todos sus efectos, de muy variado alcance. Como
la propia aspirina, muchas prostaglandinas son una especie de comodi-
nes biológicos: ayudan a regular la dilatación y constricción de los vasos
sanguíneos y el inicio de la inflamación, especialmente en las articula
ciones. El descubrimiento de que la aspirina ponía freno a la fabricación
de ciertos eicosanoides malos explicó el papel que desempeña este fár
maco cuando se trata de combatir el dolor, la fiebre y la inflamación, y
echó los cimientos para la comprensión de su importancia en la preven
ción de los ataques cardíacos, embolias y cáncer.
En 1982, el anterior descubrimiento de Vane lo hizo merecedor de
una parte del más ambicionado de todos los honores científicos: el pre
mió Nobel de Medicina. Pero Vane aún no había explicado el papel de la
aspirina en la prevención de los coágulos sanguíneos, que es el secreto
del éxito de la aspirina en la prevención de ataques cardíacos y embolias.
A mediados de los años setenta, un equipo encabezado por el investiga-
dor sueco Bengt Samuelsson, del Instituto Karolinska en Estocolmo, des-
cubrió que a una de las prostaglandinas, conocida como prostaglandina
G2, se la podía transformar en otro eicosanoide, llamado tromboxano A2
(véase la figura 11.1). Este descubrimiento significó para Samuelsson
compartir el premio Nobel de Medicina de 1982. (El tercer galardonado
fue Sune Bergstrom, también del Instituto Karolinska, por haber desen-
marañado la estructura de los eicosanoides.)
Samuelsson descubrió que el tromboxano A2 hacía que las plaque-
tas se agruparan formando coágulos. Si éstos se hacían lo suficiente-
mente grandes, podían obstruir los vasos y ser causa de ataques cardía-
cos o embolias. El descubrimiento, debido a Vane, de la forma de
actuar de la aspirina explicó entonces por qué este fármaco detenía
también la fabricación de tromboxano A2, ya que impedía la formación
de la prostaglandina que era el «padre» biológico del tromboxano. La
aspirina limitaba la formación de coágulos sanguíneos, que ponen en
peligro la vida.
(Dado el papel que le corresponde en el «montaje escénico» de los
ataques cardíacos, no hay que sorprenderse de que al tromboxano A2 se
lo considere uno de los más peligrosos entre los eicosanoides malos.
Pero, en realidad, siempre se necesita un poco de tromboxano A2, ya que
sin él, la menor de las heridas haría que nos desangrásemos sin remedio.
Una vez más, se pone de manifiesto la necesidad de mantener el equili-
brio entre eicosanoides buenos y malos.)
Samuelsson había explicado el mecanismo por el cual la aspirina
podía prevenir los ataques cardíacos, pero la investigación que elevó este
fármaco a la escena mundial no se publicó hasta 1988, cuando el New
COOH
ÁCIDO ARAQUIDÓNICO
CICLOOXIGENASA
(inhibida por la aspirina y
fármacos antiinflamatorios
no esferoides)
COOH
COOH
Grasa proveniente
de la dieta
O
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Ácidos grasos esenciales
O
Ácidos grasos esenciales activados
Mubos puedan convertirse en eicosanoides, los ácidos grasos omega-6
• ni los más importantes para llegar a la Zona. Los eicosanoides que pro-
lencn de los ácidos grasos omega-3 son relativamente neutrales; no
li,ii ni gran cosa, ni en un sentido ni en otro. Sin embargo, los ácidos
e,i.isos omega-6 son las piezas con que se edifican tanto los eicosanoides
buenos como los malos. Para decirlo en pocas palabras, el efecto de la
fílela (particularmente la proporción entre proteínas y carbohidratos de los
• illnirntos que comes) sobre el destino metabòlico de los ácidos grasos omega-6
• J o que determina si alguna vez llegarás o no a ingresar en la Zona.
1 .a producción de eicosanoides buenos o malos se inicia con el bebé
• I' la familia omega-6: un ácido graso esencial conocido como ácido lino-
h h ii. (Digo que es el «bebé» porque el ácido linoleico no se puede con-
i i tir en un eicosanoide mientras no haya sido metabolizado en otras
ai',tandas, que son los verdaderos «ladrillos» con que se edifican los
• irosanoides.) El ácido linoleico se encuentra en prácticamente todos
In', alimentos: proteínas, verduras, incluso en los cereales. En la mayoría
• le los casos, cuanto más elevado sea el contenido en grasa de un alimen-
ti i, mayor será su contenido en ácido linoleico.
Si el ácido linoleico es el bebé, entonces los «cochecitos» molecula-
n que lo transportan a las células son las lipoproteínas de baja densi-
dad (LBD, las mismas sustancias portadoras del colesterol malo). Si las
I Mino estuvieran entregando constantemente ácido linoleico a las célu-
la,, no habría manera de que éstas produjeran eicosanoides. (Aquí tene-
mos otro ejemplo de cómo una sustancia supuestamente «mala» está
haciendo algo bueno.)
Puesto que el ácido linoleico es esencialmente un niño desvalido,
ima vez que llega a las células necesita «crecer» mucho antes de poder
i onvertirse en un eicosanoide. Ese «crecimiento» es, en realidad, una
i aseada de transformaciones, es decir, de procesos moleculares a los que
•r puede considerar las etapas evolutivas en la conversión del ácido lino-
leico en un eicosanoide «adulto».
El primer paso en este proceso de conversión tiene lugar cuando una
enzima clave, conocida como delta-6 desaturasa, convierte al ácido lino-
leico en un ácido graso metabòlicamente más activado, conocido como
i)i ido gammalinolénico (AGL, o GLA). (Podríais pensar que este es el
«bebé» que llega a la «adolescencia» con ayuda de una «maestra» influ-
yente, la delta-6 desaturasa.) A diferencia del ácido linoleico, que
se encuentra virtualmente en todos los alimentos, al AGL raras veces se
lo encuentra en ellos. De hecho, la fuente más rica de AGL es la leche
humana, aunque se pueden encontrar vestigios de él en otro alimento i Il-
uso común: la harina de avena.
Al AGL se lo considera un ácido graso esencial «activado» porque
cantidades muy pequeñas de él llenan los conductos metabólicos que per
miten que el cuerpo elabore otros ácidos grasos esenciales activados, como
se muestra en la figura 12.1. Si, por la razón que fuere, el cuerpo no esta
fabricando suficientes ácidos grasos esenciales activados como el AGL, no
hay manera de producir suficientes eicosanoides (sean buenos o malos),
ni la hay tampoco de llevar a su nivel óptimo el funcionamiento corporal.
Con otras palabras: si alguna vez queréis llegar a la Zona, es menes
ter llenar el conducto metabólico omega-6 del cuerpo con una cantidad
adecuada de AGL.
Hay dos ocasiones en la vida en que la capacidad corporal de produ-
cir AGL a partir del ácido linoleico se ve comprometida, lo que crea una
perturbación potencialmente importante de la producción de eicosanoi-
des, tanto de los buenos como de los malos. La primera es el nacimien-
to, tras el cual son necesarios unos seis meses para que la enzima delta-6
desaturasa alcance su plena actividad. Durante este período, el abasteci-
miento esencial de AGL (que el niño todavía no puede preparar de forma
eficaz) proviene solamente de la leche materna.
Esto explica por qué invariablemente los bebés a los que se da el
pecho son más sanos y más delgados que los que toman biberón. Tienen
una ingesta dietética de AGL más elevada y, por consiguiente, pueden
elaborar más eicosanoides buenos. Por otra parte, la leche de vaca y/o la
leche de soja usada en las fórmulas para bebés no contienen virtualmen-
te nada de AGL. (Durante los últimos diez años, Nestlé, una gigantesca
empresa que encabeza la fabricación y procesamiento de alimentos y
fórmulas para la alimentación infantil, ha desarrollado un importante
programa de investigación para aislar el AGL e incorporarlo a las fórmu-
las destinadas a la alimentación de los bebés.)
Cumplidos los seis meses, cuando la enzima delta-6 desaturasa llega a
su plena actividad, ya se puede destetar a los bebés, suspendiéndoles la
leche materna, porque a esas alturas son capaces de usar el ácido linoleico
de la dieta para fabricar por sí mismos los niveles adecuados de AGL.
La segunda ocasión en que la capacidad del cuerpo para abastecerse de
AGL se ve en peligro se da a partir de los 30 años. A medida que la gente
envejece, la actividad de la enzima conocida como delta-6 desaturasa se hace
más lenta. Hay estudios científicos que indican que la capacidad de fabricar
eicosanoides a los 65 años se reduce a un tercio de lo que era a los 25.
Además, muchas de las enfermedades crónicas asociadas con el
envejecimiento -la enfermedad cardíaca, la artritis y el cáncer, por ejem-
plo- están fuertemente relacionadas con los desequilibrios (cuando no
c on una deficiencia) en los eicosanoides. Estos trastornos pueden resul-
i.ir de la reducción y el ritmo más lento en la actividad de la delta-6 desa-
iiiiasa. A medida que envejecemos, se nos hace cada vez más difícil llegar
.1 la Zona. Pero uno de los beneficios más importantes de una dieta favora-
ble a la Zona es que acelera la actividad natural de la enzima delta-6
ilesaturasa, incluso cuando vamos envejeciendo. De modo que, esencial-
mente, si uno sigue estas orientaciones dietéticas, estará generando nive-
les juveniles de AGL por más que esté envejeciendo.
¿Hay otros factores, además del envejecimiento, que puedan dismi-
nuir la capacidad del cuerpo para fabricar AGL? Los hay, y algunos apa-
iecen citados en la figura 12.2. Ya hemos visto los efectos del envejeci-
miento, de modo que veamos ahora los otros.
De todos los factores que influyen sobre la producción de AGL, qui-
zás el más importante (y ciertamente el más manejable) sea la dieta. Hay
i res formas en que la dieta puede afectar adversamente a la actividad de
la delta-6 desaturasa y disminuir la producción de AGL. Disminuir la
producción de AGL equivale a limitar la producción de eicosanoides
buenos. Y si la limitamos, es más probable que engordemos y estemos
menos sanos... lo mismo que pasa con el bebé alimentado con bibero-
nes, si se lo compara con el que mama del pecho de su madre.
Las dietas altas en carbohidratos tienen un efecto obvio sobre la
Envejecimienl
Dieta
Ácido alfalinolénico, ácidos grasos «trans*
Enfermedades
Infecciones virales
Aceite de borraja,
aceite de onagra,
aceite de casis Acido linoleico
(grosellero negro)
Delta-6 desaturasa
Frenada por el ácido
alfalinolénico (AAL)
¡n
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Ácido gammalinolénico (AGL)
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TI
Delta-5 desaturasa
en Inhibida por glucagón y AEP
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Activada por insulina
-q
•<o
Ácido araquidónico
I I hiperinsulinismo
len .ores usados en estos estudios, y cuya utilización todavía hoy se halla
muy difundida, al mismo tiempo que producen grandes reducciones en
l.i presión sanguínea, incrementan a su vez los niveles de insulina. Sos-
|n i lio que la falta de resultados sobre la mortalidad global en el grupo
ii,nado con fármacos puede deberse a un incremento de los eicosanoi-
i li malos producido por el incremento en los niveles de insulina.
I'or más que se estuviera controlando la presión sanguínea, la pro-
• luí rión creciente de eicosanoides malos -especialmente del tromboxa-
no A 2 - incrementó la probabilidad de agregación plaquetaria y de coa-
>• nLición sanguínea. El resultado final fue que el efecto negativo de los
• ii osanoides malos había superado al efecto positivo de haber reducido
la hipertensión.
No hay que olvidar que mi definición de la enfermedad es simple-
inente que el cuerpo fabrica más eicosanoides malos que buenos. Enton-
i es, cabe preguntarse: si los eicosanoides malos, como el tromboxano
A . |Hieden provocar hipertensión, ¿hay alguna prueba de que los eicosa-
noides buenos puedan reducirla?
La respuesta es afirmativa. Uno de los eicosanoides buenos mcjw
conocidos y más estudiados es la prostaglandina (PCE^, que, In
mismo que otros eicosanoides buenos, ayuda a poner coto a la secreción
de insulina, lo que a su vez limita la producción de eicosanoides malos.
Además de reducir los niveles de insulina, los eicosanoides buenos pro-
mueven la vasodilatación, de modo que, en vez de estrecharse, los vasos
sanguíneos efectivamente se dilatan. El resultado de todo esto es que la
presión sanguínea desciende, y con ella el riesgo de enfermedad cardíaca
¿Es necesario tomar fármacos para estimular la producción de eico
sanoides buenos como la PGEt? No. Basta con que limitéis la produc-
ción de eicosanoides malos (como el tromboxano A2), mientras simultá
neamente incrementáis la producción de eicosanoides buenos como la
PGEl5 y automáticamente haréis bajar la presión sanguínea. Para lograr
lo, lo único que necesitáis es una dieta favorable a la Zona.
El colesterol
Tabaco y alcohol
Fumar y beber se cuentan entre los factores de riesgo más conocidos que
inciden sobre la enfermedad cardíaca. Primero nos ocuparemos de la
cuestión de fumar. Durante todo el tiempo que una persona fuma, está
incurriendo en un riesgo tremendo, y creciente, de ataque cardíaco. Pero
si deja de fumar, en pocos años ese riesgo habrá disminuido mucho.
El acto de fumar genera un incremento tremendo de radicales libres.
Recordaréis que los radicales libres agotan las reservas naturales de
antioxidantes que tiene el cuerpo, y que esto a su vez expone a los áci-
dos grasos esenciales, que son los elementos de construcción de los eico-
sanoides, a la destrucción de sus radicales libres. Una vez que la persona
deja de fumar, la exposición creciente al exceso de radicales libres se
«I• i lene Como el cuerpo está renovándose constantemente, después de
"iii pocos años, la influencia del hábito anterior de fumar sobre la pro-
I mi ululad futura de un ataque cardíaco se reduce al mínimo.
I lay también investigaciones recientes que indican que el hábito de
limiar va asociado con un incremento en la resistencia a la insulina, lo
. |iic significa a su vez un incremento del hiperinsulinismo, el principal
I ii lor de riesgo para predecir la probabilidad de un ataque cardíaco.
I'liede ser que, una vez que dejes de fumar, la proporción de insulina
> |iir llevas en la sangre descienda a niveles más saludables.
Y del alcohol, ¿qué? Con moderación es beneficioso. Fíjate en la
paradoja de los franceses. Los especialistas en nutrición los aborrecen
porque, además de tener un índice bajo en enfermedades cardíacas, no
i li |.in de pasárselo bien. Comen una dieta alta en grasas, no hacen ejer-
i U io y beben vino.
Uno de estos factores debe explicar su bajo índice de enfermedades
i ardíacas. Quizá sea el vino. En cantidades moderadas, el alcohol incre-
menta la producción de eicosanoides buenos. Y este incremento en los
eicosanoides buenos ocasiona una disminución subsiguiente en agrega-
rlo!) plaquetaria.
Pero hay que tener cuidado. Si se abusa, el alcohol incrementa la
pioducción de eicosanoides malos. Entonces, ¿qué es beber con mode-
lación? Pues aproximadamente un vaso de vino (mejor si es tinto) al día.
I si o no quiere decir en modo alguno que si no bebéis nada debáis empe-
ar a hacerlo. Pero si bebéis, hacedlo con moderación.
En resumen, que estos dos factores de riesgo para la enfermedad car-
diaca están bajo vuestro control. Uno de ellos, fumar, es muy peligroso y
deberíais evitarlo a toda costa. El otro, el alcohol, es potencialmente
bueno, pero sólo si se toma con moderación.
1.1 aspirina
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inientos favorables para el corazón: un descenso en los triglicéridos y en
la presión sanguínea (especialmente en la diastólica). Eso es exactamente
lo que sucedía en el grupo favorable a la Zona.
Estos pacientes obtuvieron aún otro beneficio cardiovascular adicio-
nal: bajaron de peso. En realidad, perdieron por término medio algo
menos de medio kilogramo semanal, exactamente la pérdida recomen-
dada por la ADA. Y mejor aún, todo el peso perdido con la dieta favora-
ble a la Zona era puro exceso de grasa corporal.
Los pacientes estaban decididamente en la Zona.
En el grupo que siguió la dieta de la ADA, los resultados no fueron
tan favorables. Los niveles de insulina se elevaron como era de esperar,
con el incremento correspondiente en los niveles de triglicéridos. Es lo
mismo que sucedió en el estudio de Dean Ornish con los pacientes que
seguían una dieta alta en hidratos de carbono y baja en grasa. Se ha de
señalar que la reducción de los niveles de glucosa en ayunas de los
pacientes que siguieron la dieta de la ADA sólo se logró con un incre-
mento compensatorio en los niveles de insulina en ayunas. Este hecho, *
sumamente adverso, quedó confirmado por la elevación de los niveles
de triglicéridos, que generalmente son indicativos de resistencia a la
insulina. Hubo también un incremento espectacular en la proporción
entre el colesterol total y el colesterol HDL. Y lo que es igualmente
malo, los pacientes que seguían la dieta de la ADA no lograron perder
peso.
No nos sorprende demasiado que los diabéticos del tipo II someti-
dos a la dieta de la ADA rara vez mejorasen.
Los resultados fueron tan espectaculares - y los obtenidos en el grupo
favorable a la Zona tan alentadores- que durante otras ocho semanas los
seguimos sometiendo a la dieta, sumando un total de dieciséis semanas.
Al final, las cifras, tal como se ve en la Tabla 13.2 y en la figura 13.2,
demostraron ser incluso más beneficiosas: hubo una disminución conti-
nua en la hemoglobina glucosilada, la insulina, los triglicéridos, la pre-
sión diastólica y los niveles de colesterol.
Dado que todos los factores de riesgo importantes estaban disminu-
yendo sólo con la dieta favorable a la Zona, todos estos resultados son
altamente significativos en lo que respecta a la reducción de la probabili-
dad de enfermedad cardíaca. En cuanto a los pacientes, fue igualmente
importante ya que la dieta mejoró su calidad de vida de inmediato, y no
sólo después de transcurridos diez o veinte años. Los integrantes del
grupo favorable a la Zona entonaron un cántico de alabanza por el incre-
mento de energía que todos experimentaron y por la desaparición de MI
avidez de hidratos de carbono.
¿Cuál era la queja más común? Pues que como nunca sentían hani
bre, se les hacía difícil tomarse todas sus comidas favorables a la Zona, a
fin de asegurarse la ingesta proteica adecuada.
Finalmente, y por más que quizá mi estudio no haya sido condii
yente -ya que no ha pasado el tiempo necesario para ver si la dieta favo
rabie a la Zona tendrá alguna influencia sobre las tasas de mortalidad ,
muestra importantes beneficios, especialmente cuando se la comparo
con la dieta estándar, alta en carbohidratos, que recomienda la ADA.
En la actualidad están apareciendo otros estudios que apoyan lo que
descubrimos en el nuestro. Una de esas pruebas, realizada en 1992 en la
Universidad de Nápoles, Italia, demostró que en el término de quince
días se producían reducciones estadísticamente significativas en los ni ve
les de insulina, en los triglicéridos y en la resistencia a la insulina en los
pacientes que seguían una dieta favorable a la Zona, en comparación con
la dieta de la ADA. (A diferencia de nuestro estudio, en el cual los pacien
tes llevaban una vida totalmente independiente, es decir, se les pedía que
se preparasen ellos la comida, el estudio italiano se llevó a cabo en un
pabellón metabòlico, en donde cada comida estaba rigurosamente con
trolada. Sin embargo, nosotros, al usar las barras de caramelo experimen-
tales para reemplazar una comida y dos refrigerios al día, pudimos oble
ner de los pacientes el tipo de colaboración que, por lo general, sólo se-
da en los estudios realizados en una sala de hospital.)
En resumen, nuestro estudio piloto y la prueba italiana son una
demostración inexorable de que una dieta favorable a la Zona puede
reducir los niveles de insulina sin apoyarse en los fármacos. Dado que
los elevados niveles de insulina son el principal factor de riesgo asociado
con la enfermedad cardíaca, espero que los médicos reconsideren, de
ahora en adelante, las consecuencias hormonales de las dietas altas en
hidratos de carbono que en la actualidad recomiendan a sus pacientes.
La restenosis
I os eicosanoides y el cáncer
TABLA 14.1
idncer
Hay dos mecanismos por los cuales la restricción calórica afecta posi-
nvamente al cáncer. Primero, al reducir los niveles de insulina, disminu-
vi- la producción excesiva de eicosanoides malos, que son los que pro-
mueven el crecimiento tumoral. Segundo, como el total de calorías se
i educe en estas dietas, lo mismo sucede con el total de grasas. Al igual
que en cualquier dieta pobre en grasa, esto reduce a su vez el consumo
de grasa saturada que puede conducir a una resistencia a la insulina. Al
mismo tiempo, la reducción de grasa limita la provisión de ácidos grasos
omega-6, que albergan la potencialidad de convertirse en eicosanoides
malos.
La restricción calórica no es el único enfoque dietético que ha ayu-
dado a combatir el cáncer en animales. Una técnica de no menos éxito
es la que incluye en la alimentación de los animales niveles elevados de
aceites de pescado ricos en AER ¿Por qué es eficaz este enfoque? Porque
el AEP limita la actividad de la enzima conocida como delta-5 desatu-
i.isa, que convierte el ADGL (la sustancia básica constituyente de los
i icosanoides buenos) en ácido araquidónico (la sustancia básica de
los eicosanoides malos). A más AEP, menos actividad de la delta-5 desa-
i masa. A menor actividad de la delta-5 desaturasa, menor producción
de ácido araquidónico. A menos ácido araquidónico, menos c í c o n u i m I i
des malos. Reducir la producción de eicosanoides malos es el se< n i. • < U
la prevención - e incluso de la reversión- del cáncer en los animales
Creo firmemente que la dieta ideal para los pacientes caru i
sería una dieta que redujera al mínimo la producción de eicosanoItlM
malos, haciendo disminuir los niveles de ácido araquidónico. Una «11• u
así tendría cuatro características importantes: sería baja en su conienldii
total de grasa (con lo cual reduciría tanto el consumo de grasa saltiiadit
como el de ácido linoleico) y rica en AEP; tendría la proteína adci ti.nli»
para prevenir el desgaste muscular, y controlaría el equilibrio entre rli n
sanoides buenos y malos manteniendo la proporción adecuada emit
proteínas e hidratos de carbono en cada comida.
Cabe preguntarse qué dieta hace todo esto, pero el lector ya subí t«*
respuesta: una dieta favorable a la Zona. Sin embargo, hay algunas dil>
rencias entre la dieta favorable a la Zona que pueden seguir la mayuiu
de las personas y la versión diseñada específicamente para el pacleim
canceroso, que debería:
I a caquexia
I >c todas las enfermedades que destruyen a la gente, las crónicas se cuen-
i.in entre las más frustrantes, por no decir las que más nos aterrorizan.
Una vez que se nos han instalado en el cuerpo, estas enfermedades no se
van, y punto; ahí siguen, por más pildoras que uno tome, por más médi-
cos (o psiquiatras) que visite, por más dinero que se gaste. Son como
una sentencia de por vida, sin posibilidad de libertad bajo fianza, sin
que te rebajen la pena por buen comportamiento.
Yo he llegado a considerar que muchas de estas dolencias crónicas te
ponen frente a una alternativa inexorable: o bien puedes tratarlas (o por
lo menos atenuar su gravedad) siguiendo una dieta favorable a la Zona,
o, a la larga, no hay tratamiento que valga. Fíjate que prácticamente a
cualquier enfermedad (incluso a muchas de las crónicas) se la puede
entender, digámoslo con palabras de la Zona, en estos términos: el cuer-
po está fabricando demasiados eicosanoides malos y no los suficientes
buenos. Si la cosa es así, entonces una dieta favorable a la Zona debería
ser útil para el tratamiento de cualquiera o (con otras palabras) de todas
estas enfermedades.
Me doy cuenta de que estos enunciados son tan audaces como
amplios, pero las pruebas científicas que los respaldan son muy consis-
tentes. En primer lugar, hay estudios clínicos que demuestran que
muchas enfermedades crónicas han respondido a la suplementación de
la dieta con ácidos grasos esenciales activados (AEP y AGL), es decir, los
mismos que estuve usando en mi trabajo anterior a fin de llegar a la
Zona, los mismos que desempeñan un papel decisivo en la regulación
del equilibrio de los eicosanoides. Al mismo tiempo, en la bibliografía
científica hay pruebas de que, para algunas enfermedades crónicas, las
inyecciones directas de eicosanoides buenos como la PGEj son clínica-
mente benéficas.
Por último, abundan los estudios que demuestran la eficacia de la
aspirina, los fármacos antiinflamatorios no esteroides y los corlu osieml
des, todos los cuales suprimen la producción excesiva de eicosanoid« i
malos. Todas estas pruebas apoyan mi aseveración de que a estas mi, >
medades crónicas se las ha de considerar como estados de perturba« ion
de los eicosanoides, que, como tales, se beneficiarán de una dieta lavoirt
ble a la Zona.
He aquí algunas de las enfermedades crónicas que es posible comba
tir con una dieta favorable a la Zona. La lista es larga, y en ella apare« en
algunos nombres que sorprenderán al lector.
El sida
+2,0
/
+1,5
/ / O O
6 meses 12 meses
/ /
r
&
[i; + 0 , 5
™ /
/
0,0
-0,5
-1,0
Grupo activo Grupo con placebo
(n = 6) (n = 6)
I igura 15.1: Efectos de ácidos grasos esenciales activados en pacientes CRS con
fatiga crónica.
meses el número de linfocitos T auxiliares (los que son víctimas del VIII)
estuvo cayendo con más rapidez en el grupo activo que en el que recibía
el placebo. Esto parece paradójico, pero aun así los pacientes iban me jo
rando, especialmente los que estaban tomando AZT. En el grupo del pía
cebo, los recuentos de linfocitos T no fueron descendiendo, y, sin embaí
go, estos pacientes estaban cada vez más fatigados. En realidad, la
paradoja no es tan sorprendente; cualquier especialista en sida puede
decirnos que muchos pacientes con recuentos relativamente altos de lili
focitos T auxiliares se mueren de sida, en tanto que muchos con cifras
bajas de estas mismas células sobreviven. De hecho, tuvimos un pacien
te cuyo recuento de linfocitos T era sumamente bajo (menos de 10),
pero que jugaba al tenis todos los días.
Estimulados por el alivio de la fatiga, pasamos a los pacientes que
TABLA 15.1
GRUPO CON
PARÁMETRO GRUPO ACTIVO PLACEBO SIGNIFICANCIA
Pacientes que no (n = 6 ) (n = 6 )
toman AZT
Pacientes que (n = 5 ) (n = 4 )
toman AZT
Figura 15.2: Efectos de ácidos grasos esenciales activados en pacientes CRS con
fatiga inducida, tratados con AZT.
de pacientes). Estos resultados se ven en la Tabla 15.2, y gráficamente en
la figura 15.2.
El lector ya puede imaginar nuestro entusiasmo. Por más que lo
hubiéramos financiado de nuestro propio bolsillo, este era el único estu-
dio entrecruzado, a doble ciego y controlado con placebos que se hubie-
ra hecho jamás sobre el sida.
A renglón seguido hicimos lo que haría cualquier científico serio:
presentamos nuestros resultados en el foro apropiado, en este caso la
V Conferencia Internacional sobre el Sida, celebrada en Montreal en
1989. Lamentablemente, tuvimos una acogida muy tibia. Parecía que la
comunidad de investigadores del sida consideraba nuestro trabajo poco
TABLA 15.2
GRUPO CON
PARÁMETRO GRUPO ACTIVO PLACEBO SIGNIFICANCIA
Pacientes que (n = 5) (n = 4)
toman AZT
I as enfermedades autoinmunes
Todo esto constituye una prueba convincente de que una dieta favorable
a la Zona puede ser beneficiosa para el tratamiento de cualquier tipo de
enfermedad autoinmune, ya sea sida, artritis, esclerosis múltiple o lupus.
En la Zona, todas estas enfermedades mejorarán por el simple hecho de
que una dieta favorable a la Zona reduce la superproducción de eicosa-
noides malos e incrementa la de los buenos, una combinación ideal para
el tratamiento de los estados inflamatorios generados por enfermedades
autoinmunes.
Cabe preguntarse qué grado de mejoría pueden esperar los pacientes
con enfermedades autoinmunes. Si se los trata exclusivamente con la
dieta, la respuesta es variable. Es como si las enfermedades autoinmunes
causaran defectos residuales en la capacidad del cuerpo para fabricar
ácidos grasos esenciales activados. Por eso, además de seguir de forma
muy estricta una dieta favorable a la Zona, estos pacientes necesitarán
pequeñas cantidades de suplementos de ácidos grasos esenciales activa-
dos para que les ayuden a permanecer en ella.
Todo esto es de un sentido común exquisito. A fin de cuentas, una
dieta apropiada unida al mínimo de fármacos necesarios para controlar
una enfermedad es simplemente buena medicina.
La fatiga crónica
El dolor crónico
Todo el mundo sabe lo que es sentí r dolor, pero pocos son los que cono-
cen la definición médica del dolor crónico. Desde el punto de vista de
un médico o de un científico, el dolor crónico es una generación persis-
tente de los mediadores bioquímicos del dolor que, por vía nerviosa, se
transmiten hasta el sistema nervioso central.
Generalmente el dolor crónico reconoce dos causas, y por lo
común, ambas coexisten. La primera es una auténtica lesión estructural
sobre las fibras nerviosas en cuanto tales. Dicho de forma más simple,
que algo fricciona los nervios y hace que éstos envíen señales de dolor
al cerebro. Ese «algo» pueden ser componentes estructurales duros, ya
se trate de huesos o de discos (especialmente en la columna), o bien
componentes estructurales blandos, como los músculos. Así pues, a
menos que se haga algo para resolver el problema estructural, el dolor
será constante.
El tratamiento quiropráctico ha evolucionado hasta el punto de
hacer ajustes estructurales para aliviar este tipo de presión sobre los ner-
vios. En el campo de la terapia muscular (mioterapia) se puede ayudar a
aliviar el dolor causado por la tensión muscular. El típico masaje que se
practica en un centro de salud es una manera más limitada y menos defi-
nida de tratar las desviaciones o desplazamientos de los tejidos blandos
y el dolor que de ello resulta. A pesar de todo, este tipo de masaje ayu-
da generalmente a que la gente se sienta mejor... al menos durante un
tiempo.
Como el dolor es difícil de cuantificar, las pretensiones de eficacia de
las terapias mencionadas no cuentan con una buena base de apoyo, por
más que miles de casos estudiados apuntan a que, efectivamente, beneli
cian a algunos pacientes. Pero no a todos; e incluso cuando tienen éxito,
parece que son necesarios reajustes constantes porque es frecuente que
el dolor vuelva.
Creo que el punto débil de la quiropraxia y de la terapia muscular
reside en que no llegan a encarar la otra causa del dolor crónico, a saber,
la producción corporal exagerada de los mediadores bioquímicos del
dolor. Dos de los mediadores más poderosos del dolor y de la inflama
ción son precisamente dos de los eicosanoides malos: la PGE2 y el leuco
trieno B4. Al mismo tiempo, los eicosanoides buenos como la PGEj inhi
ben la liberación de los mediadores no eicosanoides del dolor.
Se puede detener la producción de eicosanoides malos - y por ende
reducir el dolor- usando fármacos antiinflamatorios, que operan dejan-
do fuera de combate las síntesis de todos los eicosanoides. Entre estas
sustancias, la aspirina es la más usada. Pero, así como es efectiva para
disminuir los niveles de PGE2, la aspirina no tiene efecto alguno sobre la
producción del leucotrieno B4, como tampoco la tienen los fármacos más
poderosos, los llamados antiinflamatorios no esteroides, como el ibupro-
feno y el naproxeno.
Para dejar fuera de combate al leucotrieno B4 es necesario recurrir a
los verdaderos pesos pesados en el alivio del dolor, es decir, a los corti-
costeroides como la cortisona y la prednisona. Lamentablemente, como
ya hemos visto con anterioridad, estos fármacos deprimen también el
sistema inmunitario, noqueando de paso a todos los eicosanoides, sean
buenos o malos. Entonces, para el paciente de dolor crónico, el uso de
corticosteroides a largo plazo presenta un dilema terrible: o arriesgarse a
caer en un estado de inmunodeficiencia o padecer un dolor continuo.
Sin embargo, hay un camino que permite superar este dilema, y es
seguir una dieta favorable a la Zona. Tal debería ser la línea conductora de
una terapia nutricional dirigida a reducir la necesidad del uso prolongado
de fármacos en el tratamiento del dolor crónico.
He trabajado con varios quiroprácticos y terapeutas musculares que,
además de los ajustes esqueléticos o musculares, hacen que sus pacien-
tes sigan una dieta favorable a la Zona, y obtienen así un alivio muchísi-
mo más duradero del dolor crónico.
I lay una enfermedad crónica que he dejado para el final y que no perdo-
na a nadie: el envejecimiento. A medida que la población de Estados
I luidos siga envejeciendo y encaneciendo, la incidencia de todas las
demás enfermedades crónicas -afecciones cardíacas, diabetes, cáncer,
artritis, obesidad y demás- seguirá en aumento. La combinación de un
país más viejo con un país más gordo es una receta segura para llevar al
desastre a cualquier tipo de asistencia sanitaria, ya que una población
cada vez más anciana tiende a consumir una parte desproporcionada de
los recursos públicos destinados a esta función. A menos que consiga-
mos hacer un cambio espectacular, estos hechos demográficos de la vida
serán la ruina de nuestro sistema de medicina pública.
La forma en que Estados Unidos se enfrente con el envejecimiento
de la población, y con las enfermedades asociadas a él, será un factor
decisivo para el futuro de la atención sanitaria y de su reforma. Pero a
casi todas las enfermedades crónicas, que son una carga tan pesada - n o
sólo para los que las padecen, sino también para el erario público-, se
las puede considerar simplemente una consecuencia de los desequili-
brios de los eicosanoides.
El envejecimiento como tal no hay manera de invertirlo, pero los
desequilibrios de los eicosanoides sí. Y se puede conseguir a través de la
dieta, y eso en cuestión de semanas.
Y ahí va mi propuesta para la reforma decisiva en la atención sanita-
ria. En vez de exigir una tecnología (y unos costes) cada vez más eleva-
da, ¿por qué no seguir la ruta más fácil, más barata y más eficaz? El pri-
mer paso que ha de dar cada hombre y cada mujer es asumir la
responsabilidad de su propia salud. El segundo (y el último): seguir el
mapa de los caminos que llevan a la Zona.
La Zona y la prolongación de la vida
Dieta
favorable
a la Zona
• A pesar de que comen menos grasa, los estadounidenses están más gor-
dos que nunca. ¿Por qué? Pues porque lo que nos hace engordar no
es la grasa, sino la insulina. Hay dos maneras de aumentar la insu-
lina: comer demasiado en cualquier pitanza, o comer demasiados
hidratos de carbono. Los estadounidenses hacen las dos cosas.
• Comer grasa no hace engordar, siempre que sea el tipo de grasa ade-
cuado. La grasa insaturada no tiene efecto alguno sobre la insulina.
Por otra parte, la grasa saturada puede incrementar la insulina,
causando el estado conocido como resistencia a la insulina.
Una dieta favorable a la Zona es rica en grasa monoinsaturada,
y está diseñada para generar la producción de eicosanoides bue-
nos; tanto la una como los otros ayudan a moderar los niveles de
insulina. Sin embargo, si uno está comiendo demasiados hidratos
de carbono, añadir a la dieta cualquier tipo de grasa es la mejor
receta para engordar rápidamente.
• Los atletas rinden mejor con una dieta alta en grasas que con una dieta
rica en hidratos de carbono. Seguir una dieta rica en carbohidratos
es una garantía de que los atletas no llegarán nunca a usar en su
rendimiento todo el potencial genético. Las consecuencias hormo-
nales de la elevación de la insulina y de la superproducción de
eicosanoides malos que de ello resulta tienen una inñuencia nega-
tiva sobre el entrenamiento y el rendimiento de los atletas.
Raras veces bastará solamente con el ejercicio para superar el efecto
negativo de una dieta alta en hidratos de carbono. Lo que comemos
es el principal billete que tenemos para llegar a la Zona y perma-
necer en ella. Y esto no quiere decir que no haya que hacer ejerci-
cio. El ejercicio es un gran modulador hormonal, y puede ayudar-
lo a uno a mantenerse en la Zona, pero se necesita mucho ejercicio
para compensar los efectos hormonales negativos de una dieta rica
en hidratos de carbono. ¿Cuál es la mejor forma de ejercicio? Cual-
quier cosa que se haga con constancia. Y esto, para la mayoría de
las personas, será caminar.
En los pacientes cardiovasculares, una dieta alta en hidratos de carbo-
no puede representar un riesgo para la salud. Casi por definición, los
pacientes cardiovasculares sufren de niveles de insulina elevados.
Una dieta abundante en hidratos de carbono, y en especial para
los que tienen una respuesta insulínica genéticamente elevada ante
los carbohidratos, lo que hace es incrementar los niveles de insuli-
na, y la elevación de la insulina es lo que mejor predice que hay proba-
bilidad de un ataque cardíaco.
La comida puede ser el «fármaco» más poderoso que jamás llegues a
tomar. Las hormonas son centenares de veces más fuertes que los
fármacos. Cada vez que comemos, movilizamos una cascada hor-
monal. Y si no la controlamos, durante las cuatro a seis horas
siguientes ella nos controlará a nosotros.
Las nuevas recomendaciones dietéticas del Gobierno de Estados Uni-
dos, de los expertos en nutrición y de los médicos se equivocan de medio
a medio. La nueva pirámide alimentaria, que tiene como base los
hidratos de carbono de alta densidad, será para muchas personas
una receta para elevar la insulina (hiperinsulinismo)... lo cual las
irá alejando cada vez más de la Zona. Si simplemente se echara a
la basura la base de la nueva pirámide alimentaria, nos quedaría-
mos con una dieta favorable a la Zona.
La calidad de vida está controlada por la Zona. Menor exceso de
grasa corporal, mayor productividad mental, mejor rendimiento
físico y una disminución en la probabilidad de enfermedades cró-
nicas son la esencia de una mejor calidad de vida. Son también los
resultados de permanecer en la Zona. Si estamos dispuestos a tra-
tar la comida con la misma precisión con que trataríamos un fár-
maco que nos hayan recetado, ya tenemos garantizado el acceso a
la Zona. Una vez en ella, es posible modificar la expresión de núes-
tro destino genético y alcanzar, en última instancia, la totalidad de
nuestro potencial genético.
El apoyo técnico
Contorno de caderas
Contorno de abdomen
Altura
Constante A =
Constante B =
Constante C =
Tu peso total
Cintura - m u ñ e c a ( c m )
Peso (kg) 83 84 85 86 87 88 89 90 »1
55 46 47 49 50 51 52 54
57 44 45 46 48 49 50 52 54
59 42 43 44 46 47 48 50 52 51
61 40 41 43 44 45 46 48 50 51
63 39 40 41 43 44 44 46 48 49
65 37 38 39 41 42 43 44 46 47
67 36 37 38 39 40 41 43 45 46
69 35 36 37 38 39 40 42 44 45
71 35 36 37 37 38 39 41 43 44
73 33 34 35 36 37 38 40 41 43
75 32 33 34 35 36 37 38 40 41
77 31 32 33 34 35 36 37 38 39
79 30 31 32 33 34 35 36 37 3H
81 29 30 31 32 33 34 35 36 37
83 28 29 30 31 32 33 34 35 36
85 28 29 29 30 31 32 33 34 33
87 27 28 29 30 31 32 33 34 34
89 27 28 28 29 30 31 32 33 3?
91 26 27 28 29 30 30 31 32 33
93 25 26 27 28 29 29 30 31 32
95 25 26 26 27 28 28 29 30 31
97 24 25 25 26 27 28 29 30 31
99 23 24 25 26 27 27 28 29 30
101 23 24 24 25 26 26 28 28 29
103 22 23 24 25 26 26 27 28 29
105 22 22 23 24 25 25 26 27 28
107 22 22 23 24 25 25 26 27 28
109 21 22 22 23 24 24 25 26 27
111 21 22 22 23 23 24 25 26 26
113 20 21 21 22 23 23 24 25 26
115 20 21 21 22 22 23 24 24 25
117 19 20 20 21 22 22 23 24 25
119 19 20 20 21 22 22 23 24 24
121 19 19 20 21 22 22 23 23 24
123 19 19 19 20 21 21 22 23 23
125 18 18 19 20 21 21 22 22 23
127 18 18 19 19 20 20 21 22 22
129 17 17 18 19 20 20 21 21 22
131 17 17 18 19 19 19 20 21 21
133 17 17 17 18 19 19 20 21 21
135 16 16 17 18 18 19 19 20 20
Cintura - m u ñ e c a (en0
IVso (kg) 92 93 94 95 96 97 98 99 100
55
57
59 54 55
61 52 53 55
63 50 51 53 54
65 48 49 51 52 53 54 55
67 47 48 49 51 52 53 54 55
69 46 47 48 50 51 52 53 54 55
71 45 46 47 49 50 51 52 53 54
73 44 45 46 47 48 49 50 51 53
75 42 43 44 45 47 48 49 50 51
77 40 41 43 44 45 46 47 48 49
79 39 40 41 43 44 45 46 47 48
81 38 39 40 41 42 43 44 45 47
83 37 38 39 40 41 42 43 44 46
85 36 37 38 39 40 41 42 43 45
87 35 36 37 38 39 40 41 42 44
89 34 35 36 37 38 39 40 41 43
91 34 35 36 37 38 39 40 40 41
93 33 34 35 36 37 38 39 39 40
95 32 33 34 35 36 37 38 38 39
97 31 32 33 34 35 36 37 37 38
99 30 31 32 33 34 35 36 36 37
101 30 31 32 33 34 35 36 36 37
103 29 30 31 32 33 34 35 35 36
105 29 30 31 32 33 34 35 35 36
107 28 29 30 31 32 33 34 34 35
109 27 28 29 30 31 32 33 33 34
111 27 27 28 29 30 31 32 32 33
113 26 27 28 29 30 30 31 31 32
115 25 26 27 28 29 30 31 31 32
117 25 26 27 27 28 29 30 30 31
119 25 26 27 27 28 29 30 30 31
121 24 25 26 27 28 28 29 29 30
123 24 25 25 26 27 28 29 29 30
125 23 24 25 26 26 27 28 28 29
127 23 24 24 25 26 27 27 28 29
129 22 23 24 25 26 26 26 27 28
131 22 23 23 25 26 26 26 27 27
133 21 22 23 24 25 25 26 26 27
135 21 22 22 23 24 24 25 26 26
I
55
54 55
53 54 55 55
52 53 54 54 55
52 53 53 53 54 55 55
51 52 52 52 53 54 55
50 51 51 51 52 53 54
48 49 50 50 51 52 53
47 48 49 49 50 51 52
46 47 48 48 49 50 51
45 46 47 47 48 49 50
44 45 46 46 47 48 49
44 44 45 45 46 47 48
44 44 45 45 46 47 48
43 43 44 44 45 46 47
42 42 43 43 44 45 46
41 42 42 43 43 44 45
40 41 42 42 43 43 44
40 41 41 42 43
39 40 40 41 42
39 39 39 40 41
APÉNDICE C:
CARNE Y AVES
Mejor opción
Pechuga de pavo 45 g
Pechuga de pavo, sin piel 30 g
Pechuga de pollo 45 g
Pechuga de pollo, sin piel 30 g
Ternera 30 g
Opción razonable
Beicon canadiense, magro 30 g
Buey, carne en conserva 30 g
Buey, carne picada (10-15% grasa) 45 g
Buey, cortes magros 30 g
Cerdo, costilla 30 g
Cerdo magro 30 g
Cordero magro 30 g
Jamón 45 g
Jamón magro 30 g
Pato 45 g
Pavo, carne oscura, sin piel 30 g
Pavo, jamón de 3 tiras
Pollo, carne oscura, sin piel 30 g
Mala opción
Beicon 3 tiras
Buey, cortes grasos 30 g
Buey, picado (más de 15% grasa) 45 g
Embutido de cerdo 2 piezas
Hígado de buey 30 g
Hígado de pollo 30 g
Hot dog (cerdo, buey, pollo o pavo) 1 pieza
Kielbasa (salchicha ahumada, con ajo y
especias) 60 g
Pimienta verde 30 g
Salami 30 g
PESCADO Y MARISCO
Almejas 45 g
Atún en lata al natural 30 g
Atún (rodaja) 45 g
Bacalao 45 g
Bagre 45 g
Caballa* 45 g
Calamar 45 g
Camarones 45 g
Cangrejo, carne de 45 g
Eglefino 45 g
Halibut 45 g
Langosta 45 g
Lubina 45 g
Pescado azul 45 g
Pez espada 45 g
Salmón* 45 g
Sardinas* 30 g
Snapper (o anjova) 45 g
Trucha 45 g
Veneras 30 g
HUEVOS
Mejor opción
Claras 2
Sustituto de huevo 1/4 de taza
Mala opción
Huevo entero 1
Mejor opción
Queso sin grasa 30 g
Queso fresco bajo en grasa '/4 de taza
Queso fresco sin grasa 1/4 de taza
Opción razonable
Queso bajo en grasa 30 g
Mozzarella, desnatada 30 g
Ricotta, desnatada 60 g
Mala opción
Quesos duros 30 g
* Rico en AEP.
OPCIÓN VEGETARIANA
Espirulina en polvo 30 g
Proteína en polvo 10 g
Soja, hamburguesas de V2 pieza
Soja, hot dog de 1 pieza
Soja, salchicha de 2 piezas
Tofu blando 90 g
Verduras cocidas
Alcachofa 1 pequeña
Berenjenas 1 V2 tazas
Brécoles 1 taza
Calabacines 1 taza
Calabaza amarilla 1 taza
Cardo suizo 1 taza
Cebollas (hervidas) V2 taza
Champiñones (hervidos) 1 taza
Chucrut 1 taza
Col 1 V2 tazas
Col rizada 1 taza
Coles de Bruselas 1 taza
Coliflor 1 1/2 tazas
Espárragos 1 taza (12 unidades)
Espinacas 1 taza
Garbanzos 1/4 de taza
Judías negras de lata 1/4 de taza
Judías secas (de lata) 1 /4detaza
Verduras crudas
Alfalfa, brotes de 7 Vi tazas
Apio, en rodajas 2 tazas
Brécoles 2 tazas
Castañas de agua V2 taza
Cebolla picada 1 taza
Col, cortada en tiras 2 tazas
Coliflor 2 tazas
Endibia, cortada 5 tazas
Ensalada revuelta 1
(2 tazas de lechuga en trozos, VA de taza de pimiento verde
crudo, 1/4 de taza de pepino crudo y 1/4 de taza de tomate crudo)
Escarola, cortada 5 tazas
Espinacas 4 tazas
Espinacas, ensalada 1
(2 tazas de espinacas crudas, VA de taza de cebolla cruda, VA de
taza de champiñones y VA de taza de tomates)
Hongos picados 3 tazas
Judías germinadas 3 tazas
Lechuga iceberg 1 planta
Lechuga romana, picada 6 tazas
Pepino 1
Pepino, en rodajas 3 tazas
Pimiento verde, picado 1 V2 tazas
Pimientos verdes 2
Rábanos, en rodajas 2 tazas
Tomates cortados 1 taza
Cereales
Avena, cocimiento lento* 1/3de taza (cocida)
o 15 g (seca)
Verduras cocidas
Boniato (camote) al horno 1/3
Boniatos, puré 1/5 taza
Calabaza VAtaza
Calabaza de invierno 1/3taza
Chirivías 1/3 taza
Fríjoles 1/4 taza
Guisantes 1/3taza
Judías al horno Ve taza
Judías pintas (de lata) 1/3 taza
Maíz 1/4 taza
* Contiene AGL.
Patatas al horno V3 de taza
Patatas fritas 5 trozos
Patatas hervidas V3 de taza
Patatas, puré de V5 de taza
1
Remolachas, en rodajas /2 taza
Zanahorias, en rodajas V2 taza
Fruta
1/4de taza
Arándanos
Arándanos, salsa de 4 cucharaditas
Ciruelas pasas 2
Dátiles 2
Guayaba, en cubos V2 taza
Higo 1
Kumquats (quinotos) 3
Mango, en rodajas 1/3 de taza
Zumos de fruta
1/3 de taza
Limonada
1/4 de taza
Ponche de fruta
1/3 de taza
Sidra de manzana
Zumo de arándano de taza
1/3 de taza
Zumo de limón
Zumo de manzana '/4 de taza
1/3 de taza
Zumo de naranja
Zumo de piña V4 de taza
Zumo de pomelo V2 taza
Zumo de tomate % de taza
Zumo de uva V2 taza
Cereales y panes
Alforfón, seco 15 g
Arroz blanco (cocido) V5 de taza
Arroz integral (cocido) Vs de taza
Bagel (especie de rosquilla), pequeño 1/4
Bizcocho 1/4
Bollos 1/4
Bollos con confitura de arándanos 1/4
Cereal, seco 15 g
Cruasán, solo 1/4
Cuscús 15 g
Donut, solo 1/4
Granóla 15 g
Grisín 1
Maizena 4 cucharaditas de té
Mijo 15 g
Palomitas de maíz 2 tazas
Pan blanco 1/2 rebanada
Pan frito 15 g
Pan integral 1/2 rebanada
Pan de maíz 1 rebanada
Pan (de) pita 1/4
Pan (de) pita, pequeño 1/2
Pan rallado 15 g
Panecillo, cena 1/2 pequeño
Panecillo, hamburguesa 1/4
Panqueque (crepe) (10 cm) 1/2
Pasta, cocida 1/4 de taza
Pastel de arroz 1
Sémola cocida 1/3 de taza
Tallarines de huevo (cocidos) 1/4 de taza
Tostada melba (con mermelada) 15 g
Trigo bulgur, seco 15 g
Waffle (barquillo) 1/2
Otros
Arce, jarabe de 2 tazas
Azúcar granulado 2 cucharaditas de té
Azúcar moreno 1 1/2 cucharaditas de té
Azúcar de repostería 1 cucharada
Caramelo, barra de 1/4
Ciruelas, compota de 1 1/2 cucharadas
Crackers, galletas (con harina integral) 1
Crackers (con h. blanca) salados 4
Encurtidos 4 tazas
Helado normal 1/4 de taza
Ketchup 2 cucharadas
Melaza 2 cucharaditas de té
Mermelada o jalea 2 cucharaditas de té
Miel 1/2 cucharada
Nata 1/6 de taza
Nata descremada '/4 de taza
Panqueques (crépes) con jarabe 2 tazas
Patatas chips 15 g
Pretzel (galletas tostadas espolvoreadas
con sal) 15 g
Salsa barbacoa 2 cucharadas
Salsa cóctel 2 cucharadas
Salsa teriyaki 15 g
GRASA
Nueces V2 cucharada
Mantequilla V3 de cucharadita de té
Queso crema 1 cucharadita de té
Queso crema, light 2 cucharaditas de té
APÉNDICE D:
1 taza de agua
1
/2 taza de cebolla en rodajas finas
2 tazas de leche semidesnatada
V4 de cucharadita de sal marina
Pimienta
4 filetes de pescado de unos 120 g cada uno
Verduras:
V2 kg de judías verdes
1 taza de corazones de alcachofas escurridos
1 cucharada de aceite de oliva
V2 taza de perejil picado
V2 taza de cebollinos picados
2 cucharadas de pimiento picado (optativo)
Revoltillo de verduras:
Calabaza amarilla y calabacines, cortados en tiras largas con un pelador de
patatas, son una variante agradable para usar como sustituto de la pasta
con los platos de pollo o de cordero.
2 o 3 calabacines medianos*
2 o 3 calabazas amarillas medianas*
2 o 3 zanahorias medianas
1 cucharada de mantequilla o de aceite de oliva
Va de taza de albahaca picada
1
A de taza de perejil picado
Sal
Pimienta recién molida
Hierbas aromáticas (p. ej., albahaca) frescas o secas
Marinada:
1 cebolla pequeña picada
1 diente de ajo, chafado o picado fino
1/3 de taza de zumo de lima
8-12 rodajas de pimiento jalapeño en vinagre
1/2 taza de cilantro picado
1 cucharada de aceite de oliva
2 tazas de agua
Disponer los filetes en una fuente para horno, del tamaño adecuado.
En un tazón aparte, de vidrio o enlozado, mezclar los ingredientes de
la marinada y verterlos sobre el pescado. Dar la vuelta a los filetes para
asegurarse de que están todos bien bañados. Cubrir el recipiente y
refrigerar por lo menos una hora, o toda la noche para que tenga mejor
sabor.
Para cocinar los filetes, retirarlos de la marinada y quitarles los gra-
nos de pimienta y especias, que al asarlos se quemarían, tomando un
sabor amargo. Rociar la parrilla fría con aceite de oliva y ponerla a fuego
medio. Cocinar los filetes unos 4 minutos por cada lado, y si se quieren
bien hechos, 5 o 6 minutos por lado. Servir inmediatamente con ensala-
da mexicana Fiesta.
Aderezo:
Mayonesa light
El zumo de la piña
Tortilla de queso
(1 porción)
En un vaso de vidrio, batir los huevos hasta que estén de color claro; aña-
dir sal y pimienta. Untar una sartén con el aceite de oliva y calentarla a
fuego medio. Verter los huevos batidos en la sartén cuando esté caliente y
dejar que se cuezan durante 10 segundos. Levantar el borde de la tortilla
con una espátula y dejar que el huevo líquido corra por la parte externa.
Seguir cociendo cuidando que no se seque. Espolvorear el queso en el
centro de la tortilla. Doblarla en tres pliegues y pasarla a un plato.
Adornar con una ramita de perejil y un poco de tomate recién pica-
do, o bien con salsa picante y cilantro recién picado.
Servirla con dos rebanadas de pan de centeno tostado y mantequilla
de almendras.
Aderezo a la vinagreta:
Sal y pimienta recién molida
'/4 de taza de vinagre de vino tinto
'A de taza de aceite de nuez
'/4 de taza de aceite de oliva
'/4 de taza de perejil picado fino
'/4 de taza de cebollinos picados finos
1 aguacate maduro
Zumo de limón
Sal y pimienta blanca recién molida
Fajitas de camarones
(4 raciones)
1
/2 kg de camarones frescos (32-40) pelados
6 cucharadas de zumo de lima embotellado
Sal y pimienta
1 pimiento verde, cortado a cuartos y limpio de semillas y membranas
1 pimiento rojo, preparado de la misma manera
1 cebolla amarilla, cortada en rodajas de 1/2 cm de ancho y pasadas durante
2 minutos por el microondas; revolverlas después de un minuto
1 '/2 cucharadas de aceite de oliva
4 tortas delgadas de unos 20 cm de diámetro
Condimentos:
2 tazas de tomates sin semillas y picados (V2 taza por ración)
V2 taza de salsa (2 cucharadas por ración)
V2 taza de guacamole (2 cucharadas por ración)
Poner en un plato de vidrio los camarones crudos, el zumo de lima, la
sal y pimienta y el agua suficiente para cubrirlo todo. Tapar con una
envoltura de plástico y refrigerar durante 3 horas o toda la noche.
Retirar los camarones del plato. En una sartén grande, a fuego fuerte,
disponer el aceite de oliva y el líquido de la marinada y cocinar hasta
reducirlo a la mitad. Añadir los pimientos y la cebolla y cocinar durante
3 o 4 minutos. Añadir los camarones y remover sólo durante el tiempo
necesario para que éstos se calienten. ¡No recalentar! Retirar del calor y
servir inmediatamente con condimentos y las tortas.
Fajitas de pollo
(4 raciones)
Ensalada de pepinos
(4 raciones de 2 tazas)
6 pepinos
1 V2 de vinagre de sidra
2 V2 tazas de agua caliente
V3 de taza de azúcar
4 cucharadas de sal
2 cucharadas de mostaza
3 cucharadas de semillas de eneldo
4 frascos de boca ancha para encurtidos, de 1/2.
Lavar bien los pepinos con un cepillo para verduras. Cortar en rodajas
muy finas. (Una picadora con cuchillas para cortar las verduras muy
finas facilitará bastante el trabajo.)
Mezclar el vinagre, agua caliente, azúcar, sal y mostaza hasta que la
mezcla resulte homogénea.
Disponer las rodajas de pepino sobre el fondo de los frascos. Espol-
vorearlas con un poco de semillas de eneldo y seguir alternando las
capas de rodajas de pepino y semillas de eneldo hasta que los frascos
estén casi llenos. Verter una taza de líquido en cada frasco, y añadirles
agua si es necesario hasta que las rodajas de pepino queden cubiertas.
Sellar los frascos para cerrarlos y meter en la nevera. Después de pasadas
24 horas ya se pueden comer. Se conservarán dos o tres semanas en el
refrigerador. Servir dos tazas de ensalada de pepinos con cada porción
de mousse de salmón.
Es obvio que una cocina esmerada lleva su tiempo, y que el tiempo suele
ser el mayor obstáculo para seguir una dieta favorable a la Zona. Para
ayudar a resolver este problema, la empresa Envión International, Inc.,
en Nashua, New Hampshire, ha elaborado un ingenioso programa de
ordenador basado en mi sistema de los bloques de alimentos, que per-
mite generar varias semanas de menús organizados sobre la base del
número de bloques de proteínas que necesita un individuo para cada
comida. Es como si el lector fuera a un restaurante y pidiera una comida
favorable a la Zona diseñada específicamente para él, ya que cada comi-
da está adaptada de forma exacta al número de bloques de proteína que
necesite, pero, algo muy importante, se basa en los alimentos que nor-
malmente se encuentran en un restaurante. Por lo general, las mujeres
necesitarán 3 bloques de proteínas por comida, mientras que los hom-
bres suelen necesitar 4. Abajo, los lectores encontrarán algunos ejemplos
de estas comidas favorables a la Zona, generadas por ordenador, cada
una de las cuales contiene 4 bloques de proteína.
Avena a la antigua
% de taza de avena cocida y espolvoreada con canela y nuez moscada
3 cucharaditas de almendras molidas
1 taza de leche desnatada
90 g de beicon extra magro
1
/2 taza de arándanos para acompañar
Huevos rancheros
1 huevo entero
2 claras cocidas con cebolla, pimiento y tomate picados, chile en polvo
y cilantro
60 g de queso bajo en grasa
1 rebanada de pan integral
1 1/3 cucharaditas de mantequilla de almendras
1 taza de melón en cubitos para acompañar
Bocadillo integral
1 rebanada de pan integral
60 g de beicon extra magro, con lechuga, tomate en rodajas y un trozo
de encurtido al eneldo
30 g de queso descremado
1/2 taza de yogur natural descremado con 1/3 de taza de melocotones en
Hamburguesa vegetariana
1 hamburguesa de soja
15 g de queso bajo en grasa
1
/2 panecillo para hamburguesa, con lechuga, 1 rodaja de tomate y
1 trozo de encurtido al eneldo
1 ensalada abundante
4 cucharaditas de aderezo de aceite de oliva y vinagre
1/4 de taza de queso fresco bajo en grasa
Ternera a la paprika
120 g de escalopes de ternera aplastados con la maza
Dorar la ternera con rodajas de cebolla en aceite vegetal. Sazonar con
paprika, ajo en polvo, pimienta de Cayena y sal. Añadir el vermut
y cocinar a fuego muy lento hasta que esté tierna.
1 1/3 tazas de espinacas cocidas al vapor
1 ensalada abundante, preparada
4 cucharadas de aderezo de aceite de oliva y vinagre
1 manzana como postre
Fritura de tofu
360 g de tofu [queso de soja] cortado en cubos, con cebolla picada,
pimientos rojos y verdes, setas y salsa de soja
2 1/2 tazas de brécoles picados
1/4 de taza de guisantes
1 1/3 cucharaditas de aceite de cacahuetes
1/3 de taza de agua
Camarones Scampi
150 g de camarones salteados con cebolla picada, pimiento verde, ajo
y sal. Se les añade 1/3 de taza de vino blanco seco y una cucharadita
de zumo de limón. Servir con:
2 1/2 tazas de brécoles cocidos al vapor
1 ensalada grande, preparada
4 cucharadas de aderezo de aceite de oliva y vinagre
1 naranja como postre
Pollo al curry
120 g de pechuga de pollo salteada con ajo, cebollas y pimientos pi-
cados
1 tomate cortado en cuñas
1 taza de judías verdes
1 ensalada grande, preparada
4 cucharaditas de aderezo de aceite de oliva y vinagre
1
/2 taza de uvas como postre
Cocina magra
Pavo con verduras, estilo casero (3 bloques de proteínas)
Pollo en salsa de cacahuetes (3 bloques de proteínas)
Pollo con verduras a la oriental (3 bloques de proteínas)
Opción saludable
Pechuga de pollo glaseada (3 bloques de proteínas)
Barbacoa de costillas estilo hogareño clásico (4 bloques de proteínas)
Sabroso y económico
Cena de pavo, ligera y saludable (3 bloques de proteínas)
Desayuno
1 V3 tazas de avena cocida, con 1 taza de queso crema bajo en grasa (4 blo-
ques de proteínas)
Almuerzo
120 gramos de pechuga de pavo, o de atún, con una cucharadita de mayo-
nesa y dos rebanadas de pan integral de centeno (4 bloques de proteínas)
Cena
120 g de pechuga de pollo, una taza de brécoles cocido, una naranja, y una
abundante ensalada con una cucharada de aderezo de aceite de oliva y
vinagre (4 bloques de proteínas)
LOS TENTEMPIÉS
Los tentempiés son un aspecto muy importante del éxito de una dieta
favorable a la Zona, ya que le permiten a uno no pasar nunca más
de 5 horas sin una comida o refrigerio favorable a la Zona. A continua-
ción, ofrezco una lista de algunos de los tentempiés simples con las com-
binaciones correctas de macronutrientes.
Chocolate malteado
(3 porciones)
1
/2 taza de helado de crema bajo en grasa
'/2 taza de leche descremada
2 cucharadas de proteína en polvo
1
/2 cucharadita de cacao Nestlé sin azúcar
til/
FACTOR DE ACTIVIDAD
MASA CORPORAL (gramos de proteína por kilogramo
MAGRA (en kg) de masa corporal magra)
1,10 1,32 1,54 1,76 1,98 2,20
40 44 53 62 70 79 88
45 50 59 69 79 89 99
50 55 66 77 88 99 110
55 61 73 85 97 109 121
60 66 79 92 106 119 132
65 72 86 100 114 129 143
70 77 92 108 123 139 154
75 83 99 115 132 149 165
80 88 106 123 141 158 176
85 94 112 131 150 168 187
90 99 119 139 158 178 198
95 105 125 146 167 188 209
100 110 132 154 176 198 220
105 116 139 162 185 208 231
110 121 145 169 194 218 242
115 126 152 177 202 228 253
NOTA: Los resultados en gramos que se indican en la tabla han sido redon-
deados a la unidad. (N. del E.)
Comparación de los porcentajes
de grasa corporal
PORCENTAJE DE
GRUPO DE REFERENCIA: A) HOMBRES GRASA CORPORAL
Gimnastas, luchadores 4
Practicantes de culturismo 5
Jugadores de baloncesto, pívots 7
Esquiadores (esquí nórdico), atletas de triatlón 8
Tenistas 9
Aleros de baloncesto, futbolistas 10
Nadadores 10
Corredores de fondo, defensas de rugby 11
Bases de baloncesto, atacantes de rugby 12
Delanteros de rugby 13
Varón ideal 15
Levantadores de pesas, lanzadores de disco o de peso 17
Estadounidense promedio 23
PORCENTAJE DE
GRUPO DE REFERENCIA: B) MUJERES GRASA CORPORAL
Hombres
Altura Esqueleto pequeño Esqueleto mediano Esqueleto grandi
1,55 56-58 (49-52) 57-62 (51-56) 60-66 (55-62)
1,575 57-59 (50-54) 58-63 (53-58) 61-67 (56-63)
1,60 58-60 (51-55) 59-64 (54-59) 62-68 (58-65)
1,625 59-61 (53-56) 60-65 (55-61) 63-70 (59-67)
1,65 60-62 (54-58) 61-66 (57-63) 64-72 (60-68)
1,675 61-64 (56-60) 62-67 (59-65) 66-74 (62-71)
1,70 62-65 (58-62) 63-69 (60-67) 67-76(65 / '.i
1,725 63-66 (60-64) 65-70 (62-68) 68-78 (66 7'»)
1,75 64-68 (61-66) 66-72 (64-70) 70-80 (68-77)
1,775 65-69 (63-68) 68-73 (66-73) 71-81 (70 79)
1,80 66-70 (65-69) 69-75 (68-75) 72-83 (72-81 )
1,825 67-72 (67-71) 71-77 (70-77) 74-85 (74 H 1)
1,85 68-74 (69-74) 72-79 (71-79) 76-87 (76-86)
1,875 70-76 (70-75) 74-80 (74-82) 78-89 (78 88)
1,90 71-77 (72-77) 75-83 (76-84) 80-92 (80-90)
Mujeres
Altura Esqueleto pequeño Esqueleto mediano Esqueleto grande
1,45 44-49 (40-43) 48-54 (42-47) 52-58 (46-53)
1,475 45-50 (41-45) 49-55 (43-49) 53-59 (47-54)
1,50 46-51 (42-46) 50-56 (45-50) 54-61 (48-55)
1,525 47-52 (43-47) 51-57 (46-51) 55-62 (49-57)
1,55 48-53 (45-49) 53-59 (47-53) 57-63 (51-58)
1,575 49-55 (46-50) 54-60 (48-54) 58-65 (52-59)
1,60 50-56 (47-51) 55-61 (50-56) 59-67 (53-61)
1,625 52-57 (49-53) 56-63 (51-58) 61-69 (55-63)
1,65 53-59 (50-55) 57-64 (53-60) 62-71 (57-65)
1,675 54-60 (52-56) 59-65 (55-62) 63-73 (59-67)
1,70 56-62 (54-58) 60-67 (56-63) 65-74 (61-68)
1,725 57-63 (56-60) 62-68 (58-65) 66-76 (63-70)
1,75 58-65 (57-62) 63-69 (60-67) 67-77 (64-73)
1,775 60-66 (59-64) 64-71 (62-69) 69-78 (66-75)
1,80 61-67 (61-66) 66-72 (64-71) 70-80 (68-77)
índice glucémico
de los hidratos de carbono