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Antiimperialismo desde abajo

La Hiedra #11 Enero 2015


El imperialismo es un factor importante en el mundo actual, como muestran los cada vez más
frecuentes conflictos internacionales e incluso guerras abiertas. Aun así, algunas personas
mantienen que con la globalización ya no existe el imperialismo. Otras identifican el imperialismo
únicamente con EEUU y sus aliados, y presentan a Rusia y China como fuerzas antiimperialistas.
El marxismo ofrece un análisis muy diferente. Por David Karvala @davidkarvala.

En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels declaran que la historia de la sociedad es la historia de


la lucha de clases. En El Capital, Marx explica como la burguesía explota a la clase trabajadora,
creando así esta lucha de clases. Este análisis no hace referencia al Estado, ni mucho menos al
conflicto entre Estados.
El propio desarrollo global del capitalismo, a finales del s.XIX, y el estallido de la Primera Guerra
Mundial en 1914, llevó a marxistas como Luxemburg, Lenin y Bujarin a analizar el imperialismo.
Lenin explicó que con el crecimiento y la internacionalización del capital se había “sustituido la
libre concurrencia por los monopolios”1. Enfatizó como factores clave el capital financiero —la
fusión de la banca con las empresas industriales— y la exportación del capital2. Según Bujarin, la
convergencia entre el Estado y los monopolios privados llevaba hacia “el capitalismo de Estado”.
Esto no eliminaría en absoluto ni el capitalismo ni la explotación: “se mantiene la economía
mercantil (y en primer lugar en el mercado mundial), y lo que es más importante todavía, las
relaciones de clase entre el proletariado y la burguesía”3.
Lenin escribió que la resistencia al imperialismo “sólo puede oponerla el proletariado
revolucionario, y sólo en forma de revolución social”4. En realidad, no era tan rígido. Lenin
insistió, casi más que nadie en la tradición marxista, en el derecho a la autodeterminación (“el
derecho a decidir”) de las naciones oprimidas, aunque éstas estuvieran lideradas por la burguesía o
la pequeña burguesía. Sin embargo, siempre insistió en que la clase trabajadora defendiese sus
propios intereses, no sólo ante el poder imperialista sino también frente a la burguesía local.
Con esta política internacionalista, la izquierda revolucionaria se opuso a la Primera Guerra
Mundial desde una perspectiva de clase. Lenin, teniendo claro que “el enemigo principal está en
casa”, no apoyó ni al Zar ruso ni al Káiser alemán. En Rusia se llevó a cabo la revolución socialista,
con la esperanza de que fuese el primer paso de una revolución internacional.

De la revolución al imperialismo
Trágicamente, la Rusia revolucionaria se quedó aislada en un mundo hostil, capitalista e
imperialista. La revolución se marchitó ante la presión exterior y la creciente burocracia liderada
por Stalin. En 1928, esta burocracia dio un giro brusco: eliminó los últimos logros de 1917 y,
cumpliendo la profecía de Bujarin, creó el capitalismo de Estado.
Rusia y su “Partido Comunista” ya no buscaban extender la revolución y el poder obrero. Stalin
mantuvo que la URSS debía competir con Occidente: “Marchamos con un atraso de cincuenta o
cien años respecto a los países adelantados. En diez años tenemos que salvar esta distancia. O lo
hacemos, o nos aplastan. […] ¿Y qué hace falta para alcanzar el éxito? Acabar con nuestro atraso y
desarrollar un ritmo acelerado, verdaderamente bolchevique, en la construcción”5.
Esta política fue desastrosa a muchos niveles. Aumentó brutalmente la explotación en las fábricas;
la agricultura quedó diezmada. Tres millones de personas murieron de hambre cuando se requisaron
todos los alimentos a Ucrania. Incontables personas fueron fusiladas o enviadas a morir lentamente
en los campos de trabajo (acusadas de “trotskistas”, “agentes del fascismo”…). En el ámbito
internacional, en 1935 la URSS se alió con el gobierno derechista francés; en 1939, increíblemente,
con la Alemania nazi; y en 1941 con Gran Bretaña y EEUU. Al terminar la Segunda Guerra
Mundial, Stalin se repartió Europa con estos últimos. La URSS se quedó como botín los países del
este y cedió a occidente el resto, exigiendo el desarme de las fuerzas partisanas que llevaban años
combatiendo contra los nazis. Todo esto dio paso a la Guerra Fría, con la URSS instalada como la
segunda potencia imperialista del mundo.
Quizá lo peor fue que gran parte de la izquierda mundial aceptó todo esto sin críticas. Su
“antiimperialismo” ahora consistía en reflejar los intereses de la URSS, justificando cada giro de
Moscú… mientras la socialdemocracia se dedicaba a justificar y apoyar a EEUU.

Aún así, internacionalismo


Una minoría de la izquierda radical criticó estas actitudes. La figura clave fue León Trotski, que
había liderado la insurrección de octubre de 1917, sólo meses después de unirse al partido
bolchevique. Ante el auge de la burocracia, Trotski, más que ningún otro bolchevique, defendió el
internacionalismo y el antiimperialismo. Donde Stalin negó el derecho a la autodeterminación de las
naciones oprimidas, o bien apoyó a las burguesías nacionalistas —con resultados terribles, como la
masacre de decenas de miles de comunistas y trabajadores/ as a manos de la burguesía nacionalista
china en 1927—, Trotski insistió en combinar la cuestión nacional con la cuestión de clase social.
Argumentó que ante el imperialismo y ante la opresión nacional, la clase trabajadora debía siempre
mantener su independencia política y nunca fiarse de la burguesía, ni tan siquiera de la de la nación
oprimida.
Hasta su asesinato por un agente estalinista en 1940, Trotski mantuvo que, aun con todos sus fallos,
la URSS era un “Estado obrero degenerado”, mejor que Occidente, y que debía defenderse porque
allí no existía la propiedad privada, hecho que él atribuyó a la revolución bolchevique. La creación
de regímenes idénticos en Europa del Este en los años 40 y más tarde en otros países mediante
luchas anticoloniales, y a veces golpes de Estado, demostró que el sistema ruso no era tan especial.
Pero Trotski ya estaba muerto y no podía analizar la nueva situación.
Quien lo hizo de manera más efectiva fue el joven marxista judío palestino, Tony Cliff. En 1948,
partiendo del trabajo de Trotski, analizó la URSS como capitalismo de Estado6. Puede parecer una
cuestión abstracta pero tiene una importancia clave. Cliff volvió a poner en el centro del socialismo
revolucionario la democracia desde abajo; insistió en que no se podía sustituir el poder obrero real
por ninguna cantidad de propiedad estatal o planificación desde arriba. En la visión de Cliff, si la
clase trabajadora no tenía el poder, no tenía sentido hablar de un Estado obrero. Y volviendo a la
cuestión del imperialismo, ya no hacían falta malabarismos. Si la URSS actuaba como una potencia
imperialista, era porque lo era, sólo que de capitalismo de Estado en lugar de capital privado.
La conclusión política de Cliff fue “ni Washington ni Moscú, sino socialismo internacional”, es
decir, socialismo desde abajo. Representó una ruptura con las ideas dominantes en la izquierda que,
en aras del “realismo”, se apoyaba en uno u otro bloque imperialista. En realidad, Cliff volvió a los
principios del marxismo revolucionario: la respuesta al imperialismo es, esencialmente, la lucha de
clases.

Antiimperialismo hoy
Ahora vivimos en un mundo multipolar, donde EEUU es la principal potencia imperialista, pero no
la única. Rusia —el país de las oligarquías, donde el 1% más rico posee el 71% de la riqueza7—
sigue teniendo un enorme arsenal nuclear y sigue intentando controlar a los países de su periferia.
China es ahora el segundo Estado del mundo en gasto militar y tiene cantidades ingentes de dinero
invertido por todo el mundo: incluso es el principal prestamista de EEUU (la exportación del capital
de la que hablaba Lenin).
Ante esta situación, hay personas que, desde visiones supuestamente de izquierdas, repiten los
esquemas de la Guerra Fría. Algunas ven en EEUU y sus aliados a los “defensores de la
democracia”; antes contra la URSS, ahora contra el islamismo. Otras se identifican con los
dirigentes de Rusia, China, Irán, Siria…
El análisis marxista esbozado aquí nos lleva a conclusiones muy diferentes. Implica, como hace un
siglo, rechazar a todas las potencias imperialistas, siempre teniendo claro que “el principal enemigo
está en casa”. Supone defender el derecho a la autodeterminación (incluyendo la independencia),
pero sin olvidar las divisiones de clase dentro de los países oprimidos. Ante las dictaduras en
Oriente Medio, implica oponerse totalmente a cualquier intervención imperialista, especialmente
por parte de Occidente, pero a la vez solidarizarse con las luchas populares en estos países, no
justificar la represión contra ellas.
Lo positivo es que estas ideas, antes propiedad de una minoría muy reducida, ahora están ganando
el apoyo de más gente de la izquierda radical, como lo demuestra el éxito de la declaración
alliberament998. El reto ahora es aplicar estos principios para impulsar de verdad el
antiimperialismo desde abajo.
Notas
1 Lenin, Vladimir: “Prefacio” en Bujarin, Nicolai, 1969 (1915): La economía mundial y el
imperialismo. Ruedo Ibérico.
2 Lenin, Vladimir, 1916: El imperialismo y la escisión del socialismo. Disponible en http://bit.
ly/1xHkqM0
3 Bujarin, N., 1969, pp. 145-8.
4 Lenin, V., 1916.
5 Stalin, Iosef, 1953 (1931): “Las tareas de los dirigentes de la economía”, en Obras, Tomo XIII
(1930- 34), Moscú. Edición digital de bolchetvo.blogspot.com.es, p. 18.
6 Cliff, Tony, 2000: Capitalismo de Estado en la URSS de Stalin. Barcelona: Ed. En lucha.
7 Ukhova, Daria, 2014: After Equality: Inequality trends and policy responses in contemporary
Russia. Oxfam. Disponible en http://bit.ly/1xLMXA1.
8 Ver la web: alliberament99.wordpress.com

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