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C a pít u l o IX

EL VINO D E LAS BODAS


(Jn 2,1-12)

«xY al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de


Galilea, y estaba allí la madre de Jesús.2Fue invitado tam-
bién a la boda Jesús con sus discípulos.3Y com o faltara vi-
no, porque el vino de la boda se había acabado, dice a Jesús
su madre: N o tienen vino. 4Jesús le responde: ¿Qué tene-
m os que ver tú y yo, mujer? Todavía no ha llegado m i ho-
ra. 5D ice su madre a los servidores: Haced lo que E l os di-
ga. 6 Había allí seis tinajas de piedra, destinadas a la
purificación de los judíos, en cada una de las cuales cabían
dos o tres metretas. 7 D íceles Jesús: Llenad de agua las ti-
najas. Y las llenaron hasta arriba. 8 Y les dice: Sacad ahora
y llevadlo al maestresala. Y lo llevaron .9 Mas cuando el
maestresala gustó el agua convertida en vino - é l no sabía
de donde era, pero lo sabían los que servían, que habían sa-
cado el agua—llamó al esp oso10y le dijo: Todo hombre po-
ne primero el buen vino y, cuando están ya bebidos, pone el
peor; tú has guardado hasta ahora el vino bueno. u Este fue
el com ienzo de los signos y lo hizo Jesús en Caná de Gali-
lea. Y m anifestó su gloria y sus discípulos creyeron en El.
12Después de esto bajó Jesús a Cafamaúm y con El su ma-
dre y sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí
algunos días».

El episodio de las bodas de Caná relatado en el cuar-


to evangelio es una página deliciosa, llena de sugeren-
cias y de una delicadeza sin igual. No se trata, sin em-
bargo, de una m era anécdota amable sacada de la vida
diaria, ni es un simple recuerdo personal, que el evan-
gelista sabe describir con primor. Este relato abarca mu-
cho más y viene a ser una de las páginas evangélicas

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más llena de dificultades éxegéticas y más colm ada de
la profunda verdad del misterio de Cristo.
Afortunadamente se va abandonando el camino de
una exégesis que tenga como punto de m ira el aconte-
cimiento centrado en sí mismo y como simple hecho
histórico. Se advierte, por el contrario, un claro retom o
a la exégesis patrística y medieval, que tanto había pro-
fundizado en el simbolismo de esta fiesta de bodas, en
la que Jesús realizó su prim er signo mesiánico.
> Todo el evangelio de San Juan es altamente teológi-
co. El misterio de Cristo no puede ser comprendido ni
expresado sin recurrir al lenguaje de los símbolos. M a-
ría está estrechamente unida a Cristo y participa con tal
profundidad en su misterio, que sus acciones han de ser
vistas a la luz de la cristología. Son iluminadoras estas
palabras de San Agustín:
«Cuando se comprenda lo que en el evangelio es ma-
nifiesto, entonces se descubrirán todos los m isterios que
se ocultan en este milagro del Señor» f

Esto es m uy distinto de un recurso fácil a las alego-


rías. Así, por ejemplo, cuando se insinúa que las seis ti-
najas significan las seis edades del mundo o cosas por
el estilo, se trata de explicaciones que no tienen funda-
mento en el texto bíblico. Lo importante es descubrir el
verdadero sentido de un pasaje de la Escritura a partir
del lenguaje simbólico con que el propio autor sagrado
ha querido expresarse 1 2.

Los invitados

R esulta evidente que los personajes im portantes


de este relato no son los novios de Caná, sino algunos

1 Comentarios al Evangelio de San Juan 9,5: PL 35,1490.


2 Cf. I. d e l a P o t t e r ie , María en el misterio de la Alianza, p.l99ss.

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invitados al banquete. Jesús, al realizar allí su prim er
signo, se convierte en el protagonista de los aconteci-
m ientos y se presenta como Esposo de las bodas me-
siánicas; él com unica a los invitados aquel gozo que
ya había experim entado «el am igo del Esposo» 3,
Juan Bautista, que poco antes lo había presentado al
pueblo de Israel.
Lo ocurrido en Caná de Galilea no sólo es el co-
mienzo de los signos mesiánicos, sino que prim aria-
mente debe considerarse como el remate de la «semana
inaugural» de la manifestación mesiánica con la que se
inicia el cuarto evangelio. En efecto, en el capítulo pri-
mero hallamos una serie de presentaciones y llamadas
que se sitúan dentro de lo que podemos llamar semana
inicial de los tiempos mesiánicos.
A l com enzar esa sem ana tiene lugar el prim er tes-
tim onio de Juan: «En m edio de vosotros está uno a
quien vosotros no co no céis...» 4. «A l día siguiente
(Juan) vio venir a Jesús y dijo: He aquí el Cordero de
D io s ...» 5. U n día después el P recursor encam ina a
sus discípulos hacia J e s ú s 6 y A ndrés, otro discípulo
y Sim ón le siguen. «A l otro día, queriendo él salir
hacia G alilea» 7, ocurre el llam am iento de Felipe. En
el quinto día h a de situarse la m aravillosa vocación
de N a ta n a e l8. A l día siguiente, el sexto, queda ya
constituido en plenitud el grupo de los discípulos, los
cuales presencian el prim er signo de Jesús y creen en
é l 10.

3
Jn 3,29.
4
Jn 1,26.
5
Jn 1,29.
6
Jn 1,35-42.
7
Jn 1,43.
8
Jn 1,45-51.
9
J n 2 ,ll.
10
Jn2,l.

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«El vino de la boda se había acabado»
El evangelista pone de relieve la carencia del vino
de bodas porque, sin duda, guarda relación especial
con el sim bolism o del m ilagro. G audencio de B res-
cia descubre un significado alegórico m uy preciso en
la constatación evangélica de que el vino se había
agotado:
«Es preciso comprenderlo de este modo: el vino que
falta no es el de estas bodas, sino el de las bodas anterio-
res. En efecto, el vino de las bodas del Espíritu Santo co-
m enzó ya a faltar a partir del momento en que los profetas
dejaron de ejercer su función en el pueblo ju d ío»11.

A propósito de esta situación de carencia M aría di-


rige a Jesús unas sencillas palabras, que han dado lugar
a m últiples interpretaciones. Ella le dice: «No tienen
vino». Lo que muchos se preguntan es si la Virgen in-
sinúa a Jesús que realice un milagro. Algunos piensan
que lo que M aría trata de decir a Jesús es que, quizá a
través de alguno de sus discípulos, como Natanael que
es del pueblo de Caná, haga él que se vaya en busca de
vino. Otros suponen que M aría, conocedora de la m i-
sión m esiánica de Jesús, le insinúa discretamente que
intervenga de un modo maravilloso.
Resulta m uy difícil pensar que M aría pide la reali-
zación de un prodigio, pues Jesús aún no ha realizado
ningún signo m ilagroso. Lo que parece más probable
es que se trate de una simple y confiada exposición de
un problem a, como en el caso de las hermanas de Lá-
zaro que envían a decir a Jesús: «Señor, el que amas
está enferm o»12. Si M aría no hubiera esperado alguna
intervención de Jesús, carecerían de sentido las palabras

11 Tratado 8,45: CSEL 68,73.


12 Jn 11,3.

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dirigidas después por ella a los servidores: «Haced lo
que El os d ig a» 131
.
4
En orden a la recta interpretación de las palabras di-
rigidas por M aría a Jesús resultan interesantes las re-
flexiones que aparecen en un sinaxario de la Iglesia ar-
mena, correspondientes a la fiesta que se celebra el 8
de enero en m em oria del m ilagro de Caná. Lo que se
pone más de relieve es que M aría obró im pulsada por
la inspiración del Espíritu Santo:
«Puesto que El, según lo que dice San Lucas, “les es-
taba sujeto” y obedecía a la madre que le había dado a
luz, resulta m uy justo el que, en consecuencia de lo que
quería su madre, fuese E l después glorificado en la tierra
al iniciar sus prodigios; este primer m ilagro, en efecto,
fue el com ienzo de todos sus prodigios y de la revelación
de su gloria divina. Su madre le obligó y le dio la orden
cuando resultó que faltaba el vino, diciendo: N o tienen
vino. En esto la Santa Virgen obró inspirada por el Espí-
ritu Santo, que desde antes había establecido su morada
en e lla » 15.

Había llegado la hora

Cuando la Virgen dice a Jesús que no tienen vino,


él le contesta: «¿Qué tenem os que ver tú y yo, mujer?
Todavía no ha llegado m i h o ra » 16. H ay que reconocer
que esta respuesta es desconcertante y por eso ha da-
do lugar a interpretaciones y traducciones m uy diver-
sas. Se ha entendido a veces en el sentido de que el
problem a de la falta de vino no les corresponde a
ellos de tal m odo que tengan que resolverlo: «¿Qué
nos va a ti y a m i?» H ay quien propone una versión

13 Jn 2,5.
14 Le 2,50.
14 Testi mariani, 4,646.
16 Jn 2,4.

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que quizá se podría apoyar en un giro aram eo subya-
cente y que se expresa así: «M ujer, ¿qué m e quieres
decir con esto?». Tales intentos y otros semejantes no
tienen apoyo sólido.
Ciertamente, en la respuesta de Jesús se pone de m a-
nifiesto que en el asunto de que se trata existe una cier-
ta oposición o incom prensión entre él y su madre, aun-
que esto queda suavizado por las palabras que siguen a
continuación: «Todavía no ha llegado mi hora».
La frase interrogativa de Cristo tiene bastantes pa-
ralelos en la Biblia; a veces expresa hostilidad agresi-
va, pero en otras ocasiones m anifiesta sim plem ente
una falta de sintonía o de comprensión respecto de un
asunto determinado. Este sería el caso ocurrido en Ca-
ná entre Cristo y María: Ella no alcanza a comprender
aún cual debía ser su actitud con Jesús en la circuns-
tancia de la vida pública que él estaba iniciando. Es
preciso exam inar las diversas interpretaciones que
acerca de esto han ido apareciendo en la Iglesia, y así
quizá hallaremos más luz para comprender este pasaje.
Algunos Padres de los prim eros siglos interpretan
las palabras de Jesús como un reproche a M aría por ra-
zón de su apresuramiento inoportuno (Ireneo ) 17, o por
una cierta vanagloria (C risòstom o)18. El genio de San
Agustín intuyó que se debía avanzar por otro camino y
que el sentido de la frase de Jesús era que M aría debía
perm anecer en la penum bra durante el tiem po de su
ministerio público en Israel, hasta que llegara la «hora»
de Jesús, térm ino que en el evangelio de San Juan se
aplica especialm ente al tiempo en que había de com -
pletarse la obra redentora. Entonces sería cuando le co-
rrespondería a Ella una colaboración activa y visible,
como ya la había tenido en la encam ación. El obispo
de Hipona se expresa de esta manera:

17 Contra las herejías 3,16: SC 30,294.


18 PG 59,130.

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«Es com o si dijera a la Virgen: Tú no engendraste
aquella parte m ia que es la que obra m ilagros. Tú no en-
gendraste m i divinidad, sino m i debilidad. Por eso, cuan-
do esta debilidad esté pendiente en la cruz, com o es tuya,
pues tú la has engendrado, entonces te reconoceré com o
madre. Esto es lo que quiere decir: N o es aún llegada m i
h o ra ...» 19.

Esta interpretación de San Agustín es m ucho m á s


fundada y está más de acuerdo con el pensamiento joá-
nico que no otras explicaciones m ás llanas, pero menos
consistentes. No puede considerarse, sin embargo, co-
mo exenta de dificultades exegéticas. Resulta, en efec-
to, que la «hora» de Jesús, según el concepto de Juan,
no corresponde sólo al tiempo de la Pasión, sino que se
refiere más am pliam ente al tiempo de la glorificación
de Jesús, y esta «gloria» suya se m anifiesta ya en el
signo operado en Caná de G alilea20, un signo que el
Señor realiza precisam ente siguiendo la sugerencia de
su Madre. A sí pues, de nuevo hemos de preguntam os
cómo se explica la m isteriosa frase interrogativa de
Jesús: «¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer?».
Tal como ya hemos indicado, lo que verdaderamen-
te encierra esta pregunta es la constatación de que, por
parte de la Virgen, existe una cierta incomprensión
acerca del modo como ha de manifestarse la gloria me-
siánica de Jesús y de cuando llegará su «hora». No se
trata de un reproche, por suave que sea, sino de una ma-
nifestación hecha a María, previa a la gloriosa epifanía
de Caná. Jesús quiere conducir a su M adre desde el pla-
no inmediato, el problema de la carencia de vino, al pla-
no del simbolismo espiritual y de las realidades del
tiempo mesiánico. Esta mutación o cambio de plano es
lo que algunos exegetas denominan «desplazamiento de
perspectiva».

19 Tratado sobre el evangelio de San Juan 8,9: PL 35,1455.


20 Cf. Jn 2,11.

129
5
Según la opinión del P. Ignacio de la Potterie y de
otros especialistas, que han realizado un detenido estu-
dio filológico de esta frase de Jesús, resulta que la
partícula «oupó» («aún no») situada después de una
pregunta confiere un sentido interrogativo a las pala-
bras siguientes, que deberían entenderse como otra
pregunta: ¿No ha llegado m i hora? Lo cual vendría a
significar que había llegado efectivamente la hora de la
m anifestación m esiánica hecha especialm ente a los
discípulos21.
Con esta interpretación adquieren pleno sentido las
siguientes palabras de la Virgen con las que indica a
los sirvientes que cumplan todo lo que Jesús les diga.
Así se pone tam bién m uy de relieve que con el prim e-
ro de los signos de Jesús la «hora» de la actuación m e-
siánica h a comenzado, aunque todavía no haya llegado
la consumación que tendrá lugar en la Pascua, después
de la definitiva subida a Jerusalén, al gustarse ya el vi-
no nuevo del Reino de Dios 22.

«Haced lo que El os diga»

Después de haber escuchado las palabras de Jesús,


la Virgen dice a los servidores: «Haced lo que El os di-
ga». En esta frase hallamos unas especiales resonancias
bíblicas que nos ayudan a descubrir la m isión confiada
a M aría en el Reino mesiánico que se inaugura.
Las palabras que aquí pronuncia la Virgen se corres-
ponden con la respuesta que da Israel en la promulga-
ción de la alianza del Sinaí: «Haremos todo cuanto ha
dicho el Señor»23, y están en la misma línea de la locu-
ción dirigida por el Padre a los discípulos en el Tabor:

21 I. d e l a Po t t e r ie , o.c., p.226-227.
22 Cf. Le 22,17-18.
23 Ex 19,8.

130
«Este es m i Hijo amado, escuchadle»24. M aría asume su
función de «colaboradora» de Jesús en la preparación
del «vino bueno» de las bodas mesiánicas y se inicia
como «conductora» de los seguidores de Jesús.
Debemos fijam os en que el evangelista, al referirse
a los que reciben el encargo de hacer lo que Jesús les
diga, no emplea, como otras veces, el término «douloi»
(siervos), sino el de «diakonoi» (servidores o m inis-
tros) con el que en el cuarto evangelio se suele designar
a los discípulos de Jesús. Estos servidores que obede-
cen representan al nuevo pueblo de Dios que sigue con
fidelidad a su Maestro, y M aría hace de guía en este fiel
seguimiento de Cristo.
Esta actitud de la Virgen como guía de los que si-
guen a Cristo es la que se expresa con el título griego
de «Hodigitria», o sea la que m uestra el camino y nos
hace de guía al caminar. Los iconos que se designan
con este título presentan a M aría señalando con su m a-
no a su Hijo, que es el C am ino25, al cual sostiene con
el otro brazo. U n icono m uy famoso de la «Hodigitria»
es el que se venera en el monasterio de Grottaferrata, a
unos cuarenta kilóm etros de Roma, donde se observa
el rito bizantino y la regla m onástica de San B asilio26.
San Cirilo de Alejandría, en una célebre hom ilía
predicada en el concilio de Efeso, teje una preciosa co-
rona de alabanzas a la M adre de Dios, manifestando
que a través de Ella el Señor ha realizado su obra sal-
vadora y nosotros, guiados por Ella, nos integramos en
su Reino:
«Salve, tú que encerraste en tu seno virginal a Aquel
que es inm enso e inabarcable; tú, por quien la Santa Tri-
nidad es adorada y glorificada; por quien la cruz preciosa

24 Me 9,7, y par. Cf. Marialis cultas 57.


25 Jn 14,6.
26 Cf. M a r í a D o n a d e o , Iconos de la Madre de Dios, (Ediciones
Paulinas, Madrid 1991), p. 81, lámina 7.

131
es celebrada y adorada en iodo el orbe; por quien exulta
el cielo; por quien se alegran lo s ángeles y arcángeles;
por quien son puestos en fuga los dem onios; por quien el
diablo tentador cayó del cielo; por quien la criatura, caí-
da en pecado, es elevada al cielo; por quien toda la crea-
ción, sujeta a la insensatez de la idolatría, llega al cono-
cim iento de la verdad; por quien los creyentes obtienen
la gracia del bautism o y el aceite de la alegría; por quien
han sido fundamentadas las iglesias en todo el orbe de la
tierra; por quien todos los hombres son llam ados a la
conversión»2728.

Debemos fijam os en que las palabras de María:


«Haced lo que El os diga», son las últimas que conoce-
mos como salidas de su boca. Podemos, pues, conside-
rarlas como una especia de «testamento espiritual»: su
últim a y definitiva recomendación. Juan Pablo II en la
encíclica Redemptoris Mater pondera la im portancia
de estas palabras de la M adre del Señor:
«La Madre de Cristo se presenta ante lo s hom bres
com o portavoz de la voluntad d el H ijo, indicadora de
aquellas exigen cias que deben cum plirse para que pue-
da m anifestarse el poder salvífico del M esías. En Caná,
m erced a la intercesión de M aría y a la obediencia de
lo s sirvientes, Jesús da com ienzo a “su hora”. En Caná
M aría aparece com o la que cree en Jesús; su fe provoca
la primera “señal” y contribuye a suscitar la fe de los
discípulos» 2S.

El vino mesiánico

Es notable la insistencia con la que se m enciona el


vino en el relato de las bodas de Caná. El fruto de la
vid tiene una amplia cabida en las páginas de la Escri-
tura en que se anuncia el reino mesiánico, y está tam -

27 Homilía 4.a: PG 77,992.


28 Redemptoris Mater, 21.

132
bién en relación con el símbolo de las bodas, mediante
el cual se da a conocer cómo es el am or de Dios a su
pueblo. Cuando ha llegado ya el tiempo mesiánico, se
pone de manifiesto que ya ha sido concedido el don del
vino nuevo 29. En Caná las tinajas están llenas del agua
de la ley de M oisés, que se convierte en el «vino bue-
no» que estaba aún guardado.
El vino m esiánico h a sido concedido por la inter-
cesión de la M adre del Señor, íntim am ente unida a
Cristo en todo el m isterio de la Salvación. San Andrés
de Creta, predicando en la fiesta de la Anunciación,
exclama:
«Bendito el fruto que brotó del incontam inado ger-
m en del seno virginal, com o racimo de uva ya maduro y
prodigiosam ente ennegrecido»30.

La manifestación mesiánica de Caná se realiza en el


contexto de unas bodas. Esto no deja de tener sumo in-
terés, si se tiene en cuenta que el M esías había sido
anunciado como Esposo y que Juan Bautista, como «el
amigo del Esposo», afirm aba haber oído ya su v o z 31.
Los novios de la boda quedan como eclipsados en el
relato evangélico, en el que se da una figura que algu-
nos exegetas denom inan «sustitución». El esposo de
Caná de Galilea es progresivam ente reem plazado por
Cristo, que atrae toda la atención, y la esposa nos es to-
talmente desconocida. San Agustín, a este respecto, se
expresa con estas palabras:
«El esposo de estas bodas representaba a la persona
del Señor; es a El a quien se dice: Tú has guardado el v i-
no bueno hasta ahora. Este vino bueno Cristo lo ha reser-
vado hasta ahora: es su E vangelio»32.

29 Cf. Mt 9,17.
30 PG 97,900.
31 Jn 3,29.
32 Comentario al Evangelio de San Juan 9,2: PL 35,1495.

133
Al manifestarse Cristo como el Esposo de la Nueva
Alianza se produce una verdadera teofanía. El Verbo
encamado se presenta como aquel que se une en m atri-
monio con el pueblo de la alianza, igual que Yahvéh
con Israel. A sí cobran pleno sentido las palabras evan-
gélicas «manifestó su gloria»33, pues la «gloria» es un
atributo que sólo compete a Dios. Esta eclosión de la
obra salvadora y de la presencia divina es cantada con
intenso lirism o en una fam osa antífona de la fiesta de
la Epifanía:
«H oy, la Iglesia se une a su Esposo celeste, porque
Cristo, en el Jordán, la ha lavado de sus crímenes: los Ma-
gos, cargados de presentes, acuden a las bodas reales, y, a
causa del agua convertida en vino, los invitados conocen
la alegría. A leluia»34.

E n Caná Jesús se m anifiesta como M esías, y por


eso cambian de significado las relaciones entre El y su
Madre. Cristo se dirige a Ella llamándola «mujer», de
igual modo como lo hará en el Calvario. En toda la Sa-
grada Escritura no se encuentra un caso semejante;
ningún otro hijo llam a así a su madre. No se trata de
ningún reproche, sino del ingreso singular de M aría en
el ámbito del misterio de la Salvación.
Algunos ven en esta peculiar denominación una re-
ferencia a la figura de M aría como nueva Eva, símbo-
lo elaborado y a por los escritores de los prim eros si-
glos de la Iglesia; pero ni en Caná, ni en el Calvario
aparece ninguna alusión al relato del Génesis. Parece
mucho más plausible el dirigir la m irada hacia la figu-
ra simbólica de la «Hija de Sión», que se hace concre-
ta en una hija del pueblo de Israel, María, que, al llegar
la plenitud de los tiempos, será la personificación del
pueblo mesiánico y, a la vez, su guía y conductora.

33 Jn 2,11.
34 Liturgia de las Horas, antífona «ad Benedictas» de la fiesta de la
Epifanía.

134
No podemos olvidar otro aspecto m ariológico de
importancia. M aría ha sido vista por muchos Santos
Padres como Esposa en relación con el m isterio de la
Encam ación, pero se h a prestado poca atención a esta
idea cuando se habla del milagro de Caná. El P. Ignacio
de la Potterie nos descubre a este respecto unas nuevas
e interesantes perspectivas:
«Porque si se declara, con toda razón, que Jesús es el
Esposo, ¿quién es entonces la Esposa en estas bodas sim-
bólicas? Con frecuencia se responde: es Israel. Pero Jesús
no es sim plem ente el Esposo de Israel, com o Yahveh en
el Antiguo Testamento. El es un personaje histórico y
concreto, un Esposo concreto. N o puede unirse a una Es-
posa abstracta, a una colectividad. Los esposos deben si-
tuarse ambos en un m ism o plano, trátese de un plano his-
tórico o de un plano sim bólico. S i el esposo es aquí un
hombre concreto, Jesús, entonces es necesario, para que
el tema resulte equilibrado y coherente, que una mujer
concreta intervenga en Caná com o esposa. En la visión de
Juan, esta esposa es M aría»35.

El himnógrafo armenio Moisés de Corene invoca a


M aría con estas palabras: «M adre de la virginidad, pro-
genitora de la luz, tálamo de un Huésped inefable que
es el Verbo, tu E sp o so »36. En el Himno Akathistos se
repite constantem ente la invocación: «Chaire Numfe
armfeute», que resulta casi intraducibie y que en la ver-
sión castellana se expresa con las palabras: «Salve,
Virgen y Esposa».

35 I. d e l a P o t t e r ie , o . c ., p . 2 4 7 .
36 Testi mariani, 4 , 5 7 2 .

135
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