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Exilio interior

TEATRO DE SOMBRAS
Guillermo Hurtado - 26/01/2021 01:01

Guillermo Hurtado

En España se llamó “exilio interior” a la condición en la que


vivieron no pocos intelectuales y artistas españoles que no
pudieron o no quisieron salir de su patria durante el
franquismo, pero tuvieron que desarrollar su labor
totalmente al margen de los círculos e instituciones oficiales.

La frase parece un oxímoron porque se supone que el exilio


siempre es hacia afuera. Pero cuando pensamos mejor
sobre el asunto, nos percatamos de que el exilio también
puede ser hacia adentro, como cuando a un prisionero se le
guarda dentro de un calabozo.

La metáfora es fértil y puede resignificarse para describir la


situación en la que vivimos durante la pandemia. De esta
manera, podemos decir que el virus nos ha expulsado de los
espacios públicos que antes ocupábamos tan
despreocupadamente. Nos hemos tenido que retirar de ellos
para recogernos en espacios privados, casi siempre más
pequeños y, a veces, asfixiantes.

Una primera fase del exilio interior nos obliga a la


convivencia prolongada con nuestra comunidad más
estrecha: la familia o la pareja. Es el momento en el que
tenemos que cultivar la caridad más intima, el encuentro
amoroso con los más próximos de los prójimos. Cuidarlos a
ellos y cuidarse a uno mismo para también cuidarlos.

No es fácil acostumbrarse al exilio compartido en el interior


de un minúsculo departamento y, en ocasiones, de una
diminuta habitación. Ello supone aceptar al otro tal como es.
No hay manera de evadirse. Hace falta tener mucha
paciencia, mucha humildad, mucha clemencia.

Esta intimidad forzada y apretada con nuestros seres


cercanos nos puede brindar un valioso aprendizaje. Nos
enseña —aunque sea por la fuerza— a convivir en armonía.
El mundo sería mejor si de regreso de la cuarentena todos
viviéramos así con los demás seres humanos.
Una segunda fase del exilio interior nos lleva adentro de uno
mismo. Entramos a una morada que está en lo más hondo y
que, sin embargo, conocemos muy poco. Como si
descendiéramos a un sótano oscuro, tenemos que encender
una lámpara para poder ver lo que está guardado ahí dentro.
Lo que hallamos no siempre nos gusta. Ahí hemos
depositado recuerdos dolorosos, emociones amargas,
ambiciones frustradas. Para poder acostumbrarse a esa
intimidad con uno mismo también hay que proceder con
tiento.

Hay aprendizajes valiosos que podemos adquirir dentro del


sótano. Para los antiguos, la sabiduría más alta era el auto-
conocimiento. Para alcanzarlo, hemos de cultivar el orden, la
disciplina y el discernimiento. Si las adquirimos, estas
virtudes nos serán de suma utilidad cuando pase la
pandemia.

Es probable que quienes se hallen dentro del sótano


escuchen una voz diferente a la suya. Una voz más grave y
más penetrante que ninguna voz humana. Quien tenga la
suerte de oírla, que no la ignore porque en esos susurros
podrá encontrar el alivio que anhelan todos los mortales.

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