Está en la página 1de 45

Las

venas
abiertas de
América latina
1 Determina el proceso de producción e intercambio mundial entre países y regiones La división
internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder.
Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en
perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del
mar y le hundieron los dientes
La división internacional del trabajo consiste en que los distintos países del mundo se especializan
en la producción de determinados bienes y servicios con el fin de aprovechar sus ventajas
comparativas.
La división internacional del trabajo se asemeja a la división del trabajo que se da en una empresa o
país, pero llevado a nivel internacional. De esta forma, así como algunos trabajadores se
especializan en la realización de determinadas tareas o áreas de estudio, a nivel internacional
también se observa que los países se tienden a especializar en determinadas industrias o actividades
productivas. Así, por ejemplo, en el Reino Unido se observa una especialización en el área de
servicios financieros mientras que en Brasil se observa una especialización en la producción de
carne de pollo o de café.
La división internacional del trabajo también se relaciona con el concepto de cadenas globales de
valor en donde las empresas llevan a cabo distintas etapas de su cadena productiva en diversos
lugares del mundo.

2 En la historia siempre ha existido un fenómeno de desigualdad en el que pocas regiones y


países gozan de una alta calidad de vida y otros no; estos países desarrollados cuentan con gran
tecnología, grandes empresas, ingresos per cápita elevados y el Estado garantiza a sus habitantes
educación de calidad, salud, vivienda, saneamiento básico, empleo, etc. Además, la desigualdad
entre las clases sociales no es tan abismal como la de nuestra región latinoamericana.

Pero, ¿por qué estos países llamados industrializados o desarrollados alcanzaron estos niveles de
calidad de los que hoy gozan y Latinoamérica no?, Por qué el proceso de crecimiento industrial y el
desarrollo de Europa Occidental, EE. UU y Japón no se ha extendido a otras naciones o regiones,
proceso que debería suceder naturalmente. Por qué, Los Estados Unidos de Norteamérica son una
potencia mundial y la mayoría de países suramericanos son tercermundistas?
En el caso particular norteamericano, fueron varios los factores que le permitieron industrializarse,
un proceso que iniciaron a los pocos años de lograr su independencia. Entre los principales factores
están que su sistema político federal se afianzó y predominó siempre la ley, no hubo dictaduras,
caudillismos, ni luchas civiles que retrasaran el desarrollo como ocurrió en nuestra región
latinoamericana. Desde la época colonial ha existido una tradición comercial, artesanal y de
inversiones en las clases dirigentes norteamericanas; por otro lado, hubo gran inmigración de
europeos, lo que proporcionó una gran mano de obra, además este país cuenta con gran abundancia
de recursos naturales para desarrollar industrias como las de tejido, hierro, madera, construcciones,
materias primas. Incluso en la misma población Norteamérica existe una mentalidad arraigada en su
cultura que reza que si se trabaja duro se puede alcanzar un alto nivel de bienestar, de allí que
siempre se refieren a su nación como el país de las oportunidades, donde según las estadísticas el
norteamericano promedio pasa de un nivel social a otro mejor aproximadamente en menos de 10
años, tienen una capacidad única de pasar de quienes no tienen nada a quienes adquieren
posesiones.
Por otro lado, Latinoamérica tiene una población aproximada de 609.766 millones de habitantes,
con un índice de crecimiento demográfico que es el más alto de las principales regiones del mundo,
cuenta con reservas petroleras, mineras, madera, hidrografía, tierras agrícolas; debería ser capaz de
mantener cómodamente a toda la población, pero no es así.
No es de extrañar que el científico Alemán Alejandro Von Humboldt, dijera que Iberoamérica “Era
un mendigo sentado sobre una montaña de oro” Es absurdo pensar que nuestra región se vea
obligada a importar casi mil millones de dólares anuales para evitar que sus habitantes mueran de
hambre; se necesita cuando menos 30 millones de viviendas para aliviar apenas la escasez actual, o
que hay lugares en donde el ingreso familiar es apenas 100 dólares al año, cuando en un país
industrializado este ingreso está entre mil y dos mil dólares.
Una característica en común entre las naciones industrializadas es que tienen una integración
regional sólida y activa, pues estas regiones desarrolladas como Europa y Norteamérica hace mucho
tiempo entendieron que el progreso social y económico están estrechamente relacionados.
En el caso puntual norteamericano, “Los 13 antiguos Estados de la unión americana estaban tan
divididos cuando obtuvieron su libertad hace 200 años como lo están actualmente las repúblicas
latinoamericanas, Pero luego, en Filadelfia, acordaron fundir sus diferencias en una singular
constitución que ha sido catalogada como el primer convenio para establecer un mercado común en
el mundo. De ahí surgió la unión de 50 Estados que es hoy la más grande, fuerte y próspera unión
aduanera y comercial del mundo… Estados Unidos constituye el ejemplo de cómo las diferencias
pueden fundirse en un solo mercado para el bien general. Gracias a ello, gozan hoy de un nivel de
vida sin paralelo”

Nuestra región está poco industrializada y no tiene un sistema financiero consolidado, además, a
nivel externo se deben fortalecer mucho más las relaciones económicas con los países que la
integran, con acuerdos económicos conveniente a las necesidades de cada país.
Se necesita dinero para construir escuelas, casas, hospitales, carreteras y este no está “debajo del
colchón”, se debe propiciar también a nivel interno con el fortalecimiento y desarrollo de la
industria, la producción y el comercio, recordemos que la actividad económica está dividida en
sectores económicos y cada sector se refiere a una parte de la actividad económica, cuyos elementos
tienen características comunes; de allí que se debe alcanzar un desarrollo aceptable de los sectores
secundario y terciario de la economía.
Para el caso particular de Colombia tenemos que uno de los avances sociales más importantes de la
Constitución del 91 estuvo en la proclamación de los derechos fundamentales a la salud, educación,
vivienda digna y el empleo, así como la ampliación de las transferencias de gasto social a los
municipios. “Así el mensaje central estuvo en la norma que ordenaba incrementar progresivamente
las transferencias regionales para salud, y educación hasta atender adecuadamente las
necesidades… la realidad evolucionó al revés. Las transferencias para salud y educación se
limitaron…los municipios carecen de los medios para realizar un gasto público de derechos
fundamentales focalizado y fiscalizado. La política pública contribuye a moderar la pobreza, pero
no mejora la posición relativa de los pobres” (Espectador, 2011). Según lo anterior las políticas
impulsadas por el mismo Estado muchas veces van en contravía de lo que sugiere la carta magna y
es que desde los últimos gobiernos en el país se ha recortado el presupuesto de educación y salud,
para adicionarlo al de gasto militar, lo que va en detrimento principalmente de los municipios, ya
que si analizamos las finanzas de estos tenemos que sus ingresos tributarios están representados
básicamente por el impuesto predial, industria y comercio, y sobretasa a la gasolina, los cuales
también regula el gobierno y que cada vez se debilitan pues cada año se van reduciendo.
Entonces cabe señalar que en nuestro país no hay una verdadera garantía de los mecanismos que
protegen a quienes no pueden tener un techo, ropa o comida, pues la renta está concentrada y mal
distribuida, y esto se debe principalmente a cuatros factores que contribuyen hacer esta
problemática cada vez mayor, estos son:
Los impuestos: Son el principal mecanismo que tiene el Estado para transferir recursos de los más
pudientes a los más necesitados; solo lo pagan unos pocos y la gran mayoría no contribuye.
La corrupción: El asalto a las arcas del Estado por parte de funcionarios públicos, políticos,
contratistas, etc. y que ha emergido luego de que la guerra pasara a un segundo plano con la firma
de los acuerdos de paz. Un ejemplo de esto son las pensiones otorgadas a los congresistas, cuyo
monto es 40 veces un salario mínimo y cuya plata sale del bolsillo de los contribuyentes y los
numerosos casos que se han develado en los últimos años como el de Agro Ingreso Seguro, el
carrusel de la contratación, Interbolsa, SaludCoop, y los más recientes Reficar y Odebrecht, las
irregularidades con las regalías de Córdoba y la Guajira, etc.
Políticas Públicas: La mayoría de políticas públicas tendientes a acabar con la pobreza son
asistencialistas, es decir el otorgamiento de subsidios a los sectores de la población más vulnerables
y que necesariamente no se significa una verdadera inclusión social, pues de acuerdo con la CEPAL
la desigualdad, medida por el coeficiente de Gini en donde 0 es total igualdad y 1 total desigualdad,
en nuestro país está en 0,55 lo que indica que es uno de los más desiguales de la región.
Con estas políticas no se busca una solución de fondo, sino que es como ponerle “pañitos de agua
tibia” al problema, y esto pasa porque que a muchos dirigentes políticos no les interesa que los
pobres dejen de ser pobres.
Educación: El otro factor, es que los gobiernos no han entendido que el verdadero pasaporte para
que los pobres dejen de serlo es la educación, la relación entre el nivel de educación y la riqueza de
un país es directamente proporcional, entre más educación, habrá mayor riqueza; es en este punto
donde el Estado debe concentrar sus esfuerzos y recursos, pero a cambio de ello, el gobierno ha
venido recortando cada vez más el presupuesto de educación para invertirlo en gasto militar. Antes
de la firma de los acuerdos de paz teníamos lo siguiente:
PGN: DEFENSA Y EDUCACIÓN
Año Defensa Educación
2012 $23,8 billones $22 billones
2013 $26,9 billones $24,8 billones
2014 $27,7 billones $27,2 billones

Tabla de elaboración propia con datos del Ministerio de Defensa y Educación.


Lo anterior ha conllevado a que la mayoría de los municipios del país no tengan una economía
sostenible que le asegure bienestar y una alta calidad de vida a sus habitantes, no cuentan con
empresas, presenten altas tasas de desempleo, hay bajo nivel de educación superior, lo que se
traduce en la baja cantidad de personal capacitado e idóneo para el emprendimiento y la creación de
empresas sustentables, que vayan acorde con las principales actividades economías de estos.
¿Entonces, es posible lograr alcanzar un verdadero desarrollo económico desde lo local hacía lo
nacional? Si se quieren lograr avances significativos en la economía hay que empezar a invertir más
en capacitar el talento humano y fortalecer las instituciones estatales. Teniendo en cuenta que las
políticas públicas apuntan al crecimiento continuo y sostenido de la economía de modo que los
países en vía de desarrollo se hagan países desarrollados. El proceso de desarrollo económico
supone ajustes legales e institucionales que son hechos para dar incentivos para fomentar
innovaciones e inversiones con el propósito de crear un sistema de producción eficiente y un
sistema de distribución para los bienes y los servicios.
De allí que en miras a que los municipios fortifiquen sus recursos propios se deben proponer
estrategias de desarrollo local sustentable a través de la participación de los agentes públicos y
privados que lo conforman ya que según las naciones Unidas “hay que seguir trabajando en la
divulgación de la importancia de los gestores locales en la solución de la problemáticas económicas,
sociales y ambientales a nivel local y global”

Por lo anterior, es pertinente que quienes llevan las riendas de la administración pública en todos los
niveles territoriales del país, comiencen una reforma de las instituciones que responda a un modelo
de gestión articulador de las demandas de la sociedad; se incentivar el desarrollo económico local,
impulsando la participación del sector privado, las asociaciones público-privado; la articulación y el
estímulo de la participación comunitaria en la definición e implementación de las políticas de
gestión local; el desarrollo integrado del municipio como estructura físico funcional y espacio
social, garantizando la mejor calidad de vida mediante procesos sustentables y equitativos.
Se debe tener la visión de que las inversiones municipales se focalicen en mejorar los determinantes
de la competitividad territorial; y las inversiones privadas se concentren en producir, generar
empleos, mejorar la productividad; se debe identificar e impulsar nuevos “motores” económicos
que ayuden a mejorar la actividad productiva, el empleo y la riqueza en el municipio.
Promover una mejora en la competitividad territorial. Es decir, que se proponga un conjunto de
políticas e inversiones público-privadas que permita aprovechar las oportunidades que se puedan
presentar. Si se mira a otros municipios más desarrollados, tenemos que la economía es más fuerte
porque hay mejores condiciones para invertir. Es decir, hay más trabajadores capacitados, mejores
carreteras, más acceso a los servicios públicos básicos, los cuales funcionan de manera apropiada y
a más bajo costo, también hay posibilidad de obtener créditos productivos.
Existen alianzas entre microempresas de un mismo sector para producir de manera coordinada y
con la mejor calidad posible; es hora de que nuestros dirigentes revisen temas como las inversiones
municipales, las cuales “pueden orientarse entonces a fortalecer los factores de crecimiento
económico; los que aumentan la productividad y competitividad de las empresas y de los
productores individuales”. Las inversiones privadas pueden utilizar esos factores (recursos
humanos, infraestructura, servicios) mejorados para aumentar su producción, elevar su
productividad y ser más competitivos en el mercado.[5] (Escoto, 2008).
Las inversiones y ejecuciones presupuestales deben estar enfocadas a invertir en infraestructura
básica y económica, crear espacios públicos para la ubicación de empresas, apoyar la instalación de
sedes universitarias e institutos tecnológicos, promover las iniciativas para mejorar los niveles de
educación, formación y capacitación, pero para ello tenemos que empezar por algo muy sencillo y
es el cambio de mentalidad, la cual hace que cada vez estemos más lejos de salir del subdesarrollo.

3 como siempre en esta visión, alguna maldición nos ha caído por la que nos eligen
para explotarnos. ¿Por qué a nosotros? Respecto a los beneficios de la división
internacional del trabajo parece que Galeano está en lo cierto. No sabía mucho de
economía.

El mundo de la globalización es un mundo que ofrece oportunidades. Pueden aprovecharse


o no, pero no estamos condenados a perder.
4 los elevados índices de inequidad y pobreza de América Latina fueron interpretados en el
pasado como resultado de la insuficiencia dinámica de la región: la tasa de crecimiento económico
crecía poco con relación a la tasa de crecimiento de la población, que crecía mucho. El cociente
desfavorable generaba una "población excedente" excluida total o parcialmente del mercado de
trabajo y cuyo destino más probable era la pobreza. El correlato natural de estas ideas en materia de
políticas fue sencillo: era necesario actuar sobre los términos del cociente: o mayor crecimiento
económico, o menor crecimiento poblacional. Mejor aún, sobre ambos términos. El escenario actual
de la región es diferente al de la década de 1960, cuando se desarrollaron estas interpretaciones y se
intentó aplicar los remedios para abatir la pobreza y la inequidad. Ahora, muchas cosas han
cambiado: en primer lugar, la dinámica de la población de América Latina no es la misma que la del
pasado, el proceso irreversible de transición demográfica ha seguido adelante y la problemática
poblacional de los países es diferente. En parte, porque las etapas más avanzadas de la transición
implican desafíos de otra naturaleza (estructura de edades, envejecimiento, etc.) y en parte porque a
las tendencias seculares de largo plazo se superponen problemas originados por nuevos patrones de
comportamiento sexual y reproductivo (antes inexistentes o marginales). El cuadro actual de la
región está compuesto por un verdadero mosaico de situaciones, en las que conviven países con un
pronunciado rezago en la transición demográfica y otros que cerraron la transición y participan de
pautas emergentes atribuida en su origen a los países desarrollados. En segundo lugar, hoy se
dispone de mayor información, se pueden evaluar mejor los resultados de las políticas
implementadas, es posible calibrar tanto los logros del esfuerzo sostenido de la región en materia de
crecimiento económico como los magros resultados obtenidos en el cumplimiento del objetivo de
reducir la pobreza. En tercer lugar, tan importantes como los cambios que se produjeron en la
realidad, han sido los cambios operados en las perspectivas de análisis y en las interpretaciones. Se
dispone de un nuevo instrumental analítico en torno a los conceptos de vulnerabilidad social,
vulnerabilidad sociodemográfica y activos, que permiten examinar las relaciones entre población y
pobreza desde otra óptica. Por último, la región acumuló una valiosa experiencia en materia de
innovaciones y estrategias de política social que son útiles para reorientar la acción de los gobiernos
en su respuesta a los desafíos.""

5 a menudo se tiende a exacerbar la importancia de la teoría del desarrollo, surgida a mediados


del pasado siglo. Pero más allá de esto, resulta pertinente rescatar la acogida que ella tuvo en
América Latina. Más aun, resulta imprescindible en la actualidad repasar los momentos de gloria
que la economía del desarrollo ha tenido en nuestra región. Iniciando con las contribuciones
seminales del estructuralismo, las críticas radicales que los teóricos de la dependencia les hicieron a
las sustituciones de importaciones y más recientemente el neoestructuralismo, constituyen ejemplos
de un pensamiento económico autóctono, que se ha diluido tras cuatro décadas de políticas
neoliberales. Por tal motivo, el propósito de este trabajo es exponer la variante latinoamericana de la
teoría del desarrollo. El estudio del proceso de desarrollo se remonta al surgimiento del régimen
capitalista de producción. Para ello fue imprescindible el surgimiento de una disciplina de
investigación teórica, que encontró en la Economía Política esa rama emergente. En Smith (2007)
aparecen los elementos teóricos para el giro radical que experimentó la ciencia económica en el
siglo XVIII.
A partir de entonces, la novedad en las propuestas teóricas (hasta mediados del pasado siglo),
radicaba en la explicación del proceso de desarrollo capitalista. Sin embargo, lo que hizo
particularmente importante el surgimiento de la teoría del desarrollo, fue el desplazamiento del
centro de atención hacia los países subdesarrollados. En consecuencia, se comenzaron a investigar
las características y las posibilidades de desarrollo de estos países, más que las causas que
provocaban el subdesarrollo. La teoría del desarrollo inicia con algunos trabajos seminales de
experiencias euro centristas.
Desde la década de los años 30 comenzaron a irrumpir algunos estudios, que culminaron con la
elaboración de las teorías del crecimiento económico. El origen de la separación teórica entre
crecimiento económico y proceso de desarrollo se ubica en Schumpeter (1997). Este autor enunció
que el crecimiento económico es un proceso gradual de expansión de la producción. El desarrollo es
un proceso dramático, basado en nuevas combinaciones de medios y métodos de producción, que
conducen a transformaciones en la organización de las industrias.
Según Díaz (2013) la economía del desarrollo se basa en la argumentación keynesiana, debido a que
los países no deben dejar al mercado la solución de todos sus problemas, porque siendo un
mecanismo de asignación de recursos, el Estado tiene que regularlo. La propuesta keynesiana
proporcionó las pistas fundamentales para comenzar a revelar la senda de superación del
subdesarrollo (Díaz, 2013). Sorhegui (2002) plantea la posibilidad de surgimiento de la teoría del
desarrollo, precisamente porque fue Keynes (1968) el primer economista burgués que cuestiona la
teoría neoclásica.
La teoría del crecimiento exógeno, en base al modelo Harrod (1939) registró el primer intento de
estas ideas. Ambos se unificaron en el modelo Harrod-Domar. La conclusión fundamental del
modelo, estriba en que los países subdesarrollados necesitan una fuente de ahorro interno para la
inversión, que pueda expandir el crecimiento del producto.
Bajo la influencia de este modelo surgen los pioneros de la teoría del desarrollo, enfocados en el
crecimiento económico a largo plazo. Sus iniciadores fueron entre otros Rosentein-Rodan (1943)
Nurkse (1952) y Lewis (1960). El argumento sostenido descansa en la idea del crecimiento
equilibrado, propuesto análogamente a la teoría ricardiana del comercio internacional. Con un
Estado interventor el proceso inversionista sería la clave del desarrollo.
Desde la perspectiva teórica de Rosentein-Rodan, se formularon las primeras concepciones que
indicaban la necesidad de capital para la transformación estructural de las regiones
subdesarrolladas. La inversión se convirtió en el gran empujón que servía de motor al crecimiento
económico, que devino en equilibrado y desequilibrado.
Hay un nivel mínimo de recursos que debe ser dedicado a un programa de desarrollo, si este ha de
tener alguna probabilidad de éxito. Lanzar a un país a un crecimiento autosostenido es, en cierto
modo, como hacer despegar un avión. Hay una velocidad crítica sobre la pista antes de que el
aparato se eleve. Procediendo "paso a paso", no se lograría un efecto igual a la suma total de los
pasos. Un quantum mínimo de inversión en condiciones necesaria -aunque no suficiente- para el
éxito. Esto es, expresado en pocas palabras, el contenido de la teoría del gran impulso. (Rosentein-
Rodan, 1957; citado en Sorhegui, 2002, pp. 58-59)
La teoría del crecimiento equilibrado (Rosentein-Rodan, 1943; Nurkse, 1955) plantea la
imposibilidad de crecer en los países subdesarrollados. Su énfasis reside en los obstáculos al
crecimiento, entre los que destacan; el tamaño reducido de los mercados, los bajos niveles
tecnológicos y el exceso de población. Para romper el círculo vicioso urgen los incrementos de
ahorro interno y la inversión extranjera, todos con el objetivo de captar capital y lanzar un programa
de inversiones lo más armónico posible.
El argumento del crecimiento equilibrado para países subdesarrollados se convirtió en punto de
ataque por Myrdal (1957) y Hirschman (1964). Estos economistas propusieron no solo la
intervención estatal, sino, además, la protección a las industrias nacientes y los encadenamientos
productivos, apoyado en la planificación sectorial de inversiones. El desequilibrio de un sector se
convierte en factor de arrastre de los demás.
La idea de la causación acumulativa de Myrdal (1957) exterioriza un efecto dominó en la economía.
Se accede al desarrollo por medio de la interacción de esferas de beneficios. Un sector inicial recibe
un impulso, que al ascender impulsa a otro, y así sucesivamente. Los sucesivos efectos de causación
sobre todos los sectores influyen positivamente sobre el original (Singer, 1998).
La visión de Hirschman (1964) consideró la industrialización como senda en la estrategia de
desarrollo, diferenciándose de sus colegas, por la admisión de la acumulación de capital y la
modernización como elementos insuficientes. En este sentido el carácter endógeno del proceso de
desarrollo sería la resultante de un proceso de toma de decisiones, involucrando creencias y
expectativas en las personas
la economía del desarrollo surgió como el inicio de un esfuerzo que habría de lograr una
emancipación global del atraso. Para que tal esfuerzo cumpla su promesa, deberá afrontarse el
desafío planteado por la mala política, en lugar de evadirlo. Ya se ha puesto en claro que esto no
puede lograrse solo por la acción de la ciencia económica. Por esta razón no puede frenarse por
completo la declinación de la economía del desarrollo: nuestra subdisciplina había alcanzado un
brillo y un entusiasmo considerables gracias a la idea implícita de que podría acabar por sí sola con
el dragón del atraso, o que por lo menos sería fundamental su contribución a esta tarea. Ahora
sabemos que no ocurre así; un pensamiento consolador es que quizá hayamos ganado en madurez lo
que hemos perdido en entusiasmo. (Hirschman, 1985, p. 446; énfasis original)
Su auge estuvo marcado por la confluencia de dos ingredientes básicos: 1) el rechazo a la pretensión
monoeconómica y, 2) la pretensión del beneficio recíproco. El primero indica la incompatibilidad
de las teorías tradicionales para explicar el subdesarrollo. El segundo, especifica cierta
configuración de las relaciones entre países desarrollados y subdesarrollados, donde ambos salgan
ganando (Hirschman, 1985). Su visión del proceso de desarrollo descansa en la endogeneidad y
habilidad mental de los decisores en la formulación y conducción de políticas públicas.
A pesar de que Hirschman (1985) declaró muerta la economía del desarrollo, su resurgimiento no
hizo esperar. Lucas (1988) se encargó de revitalizarla. La teoría del desarrollo avanzó desde una
concepción economicista, hasta que a mediados de los años 60 declinó su importancia en el ámbito
académico internacional (García, 2006).
De esta manera, la historia de la economía del desarrollo puede describirse como una que
comprende dos ciclos similares: el primero durante los años 40 y 50 el que se enfatiza el
crecimiento del PNB, a la cual le siguen los años 60 y 70 en los que el énfasis es la distribución; y
el segundo caracterizado por el renovado crecimiento del PNB en la contrarrevolución neoclásica
durante los años 80, a la que sigue un renovado énfasis por el desarrollo humano y el alivio de la
pobreza en los años 90. (Singer, 1998, p. 567)
Entre las causas que se pueden citar en favor del declive de los estudios sobre el desarrollo,
sobresale a nuestro entender, la avanzada neoliberal que secundó la crisis del modelo keynesiano en
los años 70(5). Las ideas de Keynes (1968) se vieron superadas por la realidad.
De acuerdo con Adelman & Taft Morris (1997) y Adelman (1999), el proceso de desarrollo ha sido
multifacético y no lineal. A pesar de su aparente carácter general, este ha demostrado a lo largo de
la historia, que los patrones de desarrollo han estado asociados a especificidades históricas, sociales,
culturales, demográficas y políticas. En Europa, Asia y América Latina, se pueden observar
claramente experiencias contrastantes.
Emmerij (1998) y Adelman (1999) destacan la importancia de las condiciones económicas iniciales
y el rol de las instituciones. El proceso de desarrollo es altamente complejo y contradictorio y la
historia ha demostrado que sí cuenta. Su análisis no admite argumentos Mono factoriales, que
explican algunas experiencias particulares, pero excluyen la generalidad. Los problemas que
condicionaron el auge de esta subdisciplina no han desaparecido, más bien se han acentuado. Su
investigación requiere un enfoque de Economía Política; que supere el determinismo economicista,
el simplismo del beneficio recíproco, la irrelevancia de aplicar teorías preconcebidas a condiciones
históricas-concretas diversas, y el escepticismo a las políticas públicas.

El estructuralismo
El argumento que dio origen a las propuestas fundamentales del estructuralismo se ubica en la
división del sistema capitalista entre centro y periferia, que tuvo en Prebisch (1986) a su iniciador.
En un polo se ubica el desarrollo y en el otro el subdesarrollo, como procesos simultáneos en el
tiempo, y en gran medida, como oposición a la concepción estática-etapista de Rostow (1961).
la explicación del proceso de cambio de las economías y sociedades de América Latina, consiste en
concebir el subdesarrollo como parte del proceso histórico global de desarrollo; tanto el
subdesarrollo como el desarrollo son dos aspectos de un mismo fenómeno, ambos procesos son
históricamente simultáneos, están vinculados funcionalmente y, por lo tanto, interactúan y se
condicionan mutuamente, dando como resultado, por una parte, la división del mundo entre países
industriales, avanzados o centros, y países subdesarrollados, atrasados, o periféricos; y, por otra
parte, la repetición de este proceso dentro de los países subdesarrollados en áreas avanzadas y
modernas, y áreas, grupos y actividades atrasadas, primitivas y dependientes. El desarrollo y el
subdesarrollo pueden comprenderse, entonces, como estructuras parciales pero interdependientes,
que componen un sistema único. (Sunkel & Paz, 1973, p. 6)
La distinción especial subyace en la idea de concebir el subdesarrollo y el desarrollo no como dos
momentos de un mismo camino, sino como expresiones simultáneas de una misma realidad (Estay,
2003). Por tanto: "[…] el subdesarrollo no es sino una cierta conformación de la estructura
económica, derivada de la forma en que se propagó el progreso técnico en el plano internacional"
(Furtado, 2003, p. 79).
La originalidad de esta propuesta parte de considerar una división del sistema capitalista en dos
polos, uno homogéneo y desarrollado llamado centro, y otro heterogéneo y subdesarrollado llamado
periferia, ambos polos presentan desiguales niveles de especialización en la división internacional
del trabajo. La singularidad consistió en analizar las interrelaciones dialécticas entre las partes y el
todo, es decir, las estructuras que componen el sistema capitalista.
La propuesta partió de una importante diferencia metodológica. Ello se verificó en la creación del
método histórico-estructuralista. Con este enfoque, se muestra por primera vez un análisis
heterodoxo en la teoría del desarrollo. Marcó un punto de bifurcación respecto a la teoría
neoclásica, porque no se produce un crecimiento equilibrado, más bien se comienza a ver la
situación latinoamericana como herencia del saqueo colonial y neocolonial de los países
desarrollados. De acuerdo con Sorhegui (2002), lo específico del enfoque estructuralista fue el
análisis de los patrones estructurales, que vinculan asimétricamente y continuamente las economías
centrales a las periféricas.
Según Hidalgo-Capitán (2012) la llamada Industrialización vía Sustitución de Importaciones (ISI)
fue el intento tardío de industrialización en América Latina, como medida para saldar las brechas
comerciales que originaba la especialización productiva del centro productor de manufacturas y la
exportación de materias primas procedente de la periferia. El mensaje era claro: tratar de producir lo
que se importaba para eliminar el intercambio desigual entre ambos subsistemas.
Esta propuesta tuvo una importante limitación metodológica, que radicó en aceptar acríticamente el
orden capitalista. Al estructuralismo le interesan las estructuras, pero no como se conforman en un
sistema dado. El cuestionamiento de este aspecto posibilitó el auge de la teoría de la dependencia,
verificando una continuidad en el análisis del subdesarrollo, y una ruptura en el enfoque
metodológico.

La Teoría de la Dependencia.
Los años 50 marcaron la súbita aparición del debate mundial entre subdesarrollo y desarrollo.
Década y media después, el centro de las polémicas se trasladó hacia la Teoría de la Dependencia.
Sus orígenes teóricos más importantes se pueden ubicar en las concepciones estructuralistas, y la
influencia de la teoría económica marxista. Asimismo, la presencia de distorsiones en el modelo
ISI, contribuyó a debatir la superación del subdesarrollo por la vía de la industrialización. El
surgimiento del pensamiento dependentista, estuvo condicionado por una doble influencia: tanto del
keynesianismo sobre el estructuralismo, como del marxismo sobre los neomarxistas que estaban
ligados a la CEPAL.
Si la teoría del desarrollo y del subdesarrollo era el resultado de la superación del dominio colonial
y del surgimiento de burguesías locales deseosas de encontrar su camino de participación en la
expansión del capitalismo mundial, la teoría de la dependencia, surgida durante la segunda mitad de
la década de 1960, representó un esfuerzo crítico para comprender las limitaciones de un desarrollo
iniciado en un periodo histórico en que la economía mundial estaba ya constituida bajo la
hegemonía de enormes grupos económicos y poderosas fuerzas imperialistas, aun cuando una parte
de ellas estaba en crisis y abría oportunidad para el proceso de descolonización. (Dos Santos, 2002,
p. 5)
La Teoría de la Dependencia constituye la continuidad de la economía política marxista, ajustada a
las condiciones del capitalismo subdesarrollado. Marx (1973a, 1973b, 1973c) dedicó su obra a la
investigación del capitalismo desarrollado, y presentó -salvo en el capítulo último del primer tomo
de El Capital- muy pocos espacios a la teorización de la periferia. No obstante, este esfuerzo teórico
incorpora a la economía política marxista la investigación del comercio mundial y su incidencia en
el proceso de acumulación capitalista.
La dependencia está condicionada por el acelerado proceso de cambio tecnológico, que tiene su
epicentro en los piases desarrollados. Su expresión histórica en las condiciones del capitalismo
periférico, ha quedado reducidas a una relación desigual en el comercio internacional, donde el
deterioro de los términos de intercambio ha sido la regla más que la excepción. Al mismo tiempo la
diferencia de ingresos por exportación entre ambos polos es progresiva, y la brecha tecnológica
muestra un distanciamiento importante. Las disparidades al interior de la región expresan una
heterogeneidad estructural, que fractura los frutos del cambio tecnológico, y los filtra hacia el
capitalismo desarrollado.
Marini (1973) sostuvo que las relaciones con el centro capitalista luego de la revolución industrial,
implicaron un importante cambio en América Latina. Por ello el proceso de desarrollo en la región
fue, la consecuencia de la inserción internacional en una dinámica ya definida por la división
internacional del trabajo. En consecuencia, se establece la dependencia.
Entre sus más importantes autores destaca André Gunder Frank. Él expuso el carácter capitalista de
América Latina desde sus orígenes, a partir de insertarse en el mercado mundial en el siglo XVI. De
acuerdo con Solorza y Cetré (2011) además de este autor, se ubican Theotonio Dos Santos, Ruy
Mauro, Vania Bambirra, Aníbal Quijano, Orlando Caputo entre otros, que adoptaron un enfoque
neomarxista en sus investigaciones. La utilización de la dialéctica fue una constante en todos ellos.
De modo general la problemática fundamental de estos pensadores fue demostrar que la
dependencia no es un fenómeno externo, sino que al interior de la periferia se articulan estructuras
internas, insuperables desde la perspectiva de la teoría del desarrollo. En este sentido la formulación
de estrategias de desarrollo como la ISI, eran vistas como intentos desesperados por acceder a un
desarrollo truncado.
La idea del desarrollo del subdesarrollo de André Gunder Frank, constituyó una diferencia
importante con otros pensadores de esta corriente -tal vez por ser idea fundacional-, ya que el
concepto alude a una satelización de los países subdesarrollados (Gunder, 1967). De acuerdo con
este autor, el subdesarrollo se corresponde con un estadio atrasado y anterior al capitalismo.
Sin embargo, Dos Santos (1971) entendió el subdesarrollo como una consecuencia del desarrollo
capitalista, que deriva en un capitalismo dependiente, en la que los países de América Latina no
pueden superar su condición sin un cambio cualitativo en sus estructuras internas y en sus
relaciones externas. Esta condición se origina por la conformación de estructuras internas a imagen
y semejanza de las relaciones externas, las que someten a su lógica de dependencia al capitalismo
periférico. Las medidas propuestas por la CEPAL y otras instituciones no parecen permitir la
destrucción de las terribles cadenas impuestas por el desarrollo dependiente (Dos Santos, 1971). Se
trata de:
trascender la teoría del desarrollo que busca explicar la situación de los países subdesarrollados
como consecuencia de su lentitud o de su fracaso en la adopción de patrones de eficiencia
característicos de los países desarrollados […] y que, si bien admite la existencia de una
dependencia "externa", es incapaz de advertir el subdesarrollo de la manera en que lo entiende
nuestra teoría, como consecuencia y parte del proceso de expansión mundial del capitalismo, parte
necesaria e integralmente ligada a este proceso. (Dos Santos, 1971, p. 44)
Como una variante más de la Teoría de la Dependencia se ubican a Fernando Henrique Cardoso y
Enzo Faletto. Aunque son considerados neomarxistas no ortodoxos, conciben la dependencia en
términos de relaciones de clase, lo que les permitió observar la posibilidad de conservar una
coexistencia entre desarrollo capitalista y situaciones concretas de dependencia (Solorza & Cetré,
2011).
La dependencia actúa en un solo sentido, solo encuentra solución fuera de los marcos del sistema de
relaciones capitalistas de producción. La unilateralidad del proceso de desarrollo capitalista expande
sus relaciones de poder hacia los países subdesarrollados, donde el escenario es propicio para
acceder a una fuente de recursos naturales relativamente grande, según la premura del proceso de
cambio tecnológico.

El Neoestructuralismo
Si bien los años 50 y 60 estuvieron signados por la estrategia de sustitución de importaciones y la
radicalización del pensamiento económico hacia una vertiente neomarxista, los años 70 fueron
marcados por la convergencia de varios procesos importantes. Desde el punto de vista externo se
produce a nivel sistémico una profunda crisis en el patrón de acumulación capitalista. La caída en la
tasa de ganancia inicia el camino de regresión hacia la ortodoxia neoliberal.
A fines de los años 70 se inicia el proceso de reestructuración neoliberal, al tiempo que el proceso
de la globalización intensifica su difusión internacional como expresión del desarrollo de las fuerzas
productivas. La economía internacional experimentó profundas transformaciones en este periodo. El
nivel de afectación de estos cambios en la región se evidenció con la crisis de la deuda externa en
los años 80. La convergencia de estas circunstancias condicionó la pérdida de la autoridad de la
CEPAL en materia de desarrollo económico (Medina, 2009). Al mismo tiempo culminaba la etapa
de mayor crecimiento económico del capitalismo.
De acuerdo con Rosenthal (1998) su origen radicó en la crisis de la deuda externa de 1982. El
estallido de la crisis fue la conjunción de factores acumulados durante varias décadas. El cambio
radical en el pensamiento económico latinoamericano estuvo, en gran parte, condicionado por un
debate fuera de fronteras. A escala global se produjo el abandono de las políticas de desarrollo y la
promulgación del neoliberalismo.
En medio de los programas de ajuste estructural del decenio de los 80, persistía un viejo problema:
la desigual distribución del ingreso. La misma se acentuaba con las políticas neoliberales, mientras
al interior de CEPAL se producía un intenso debate centrado en el corto plazo. La conjunción de
estos factores hizo mella en la situación social, agravada por los golpes de estado en algunos países
de la región. El clima político se tornaba de esta manera favorable a la instauración del
neoliberalismo.
De acuerdo con Medina (2009) la CEPAL no solo perdió la autoridad en términos de desarrollo,
sino que se centró en políticas cortoplacistas y abandonó la perspectiva histórica de su método de
investigación. Hacia fines de los 80 se recuperó la visión de largo plazo. En consecuencia, el
desarrollo dejó de ser el objeto de investigación. La institución sufrió la crisis de la teoría del
desarrollo.
Un estudio del proceso de industrialización en los países de Asia Oriental, y su comparación con el
de América Latina, hicieron a Fajnzylber (1983) concluir que existía una diferencia en el patrón de
crecimiento latinoamericano. Indicó la existencia de un "casillero vacío" en la región, marcado por
el escaso dinamismo económico y alta desigualdad distributiva en los ingresos. Ambos son secuelas
del proceso de sustitución de importaciones. La importación de tecnología desde los países
desarrollados obstaculiza el proceso de aprendizaje tecnológico que lo debe acompañar. La
supresión de esta situación estriba en un círculo virtuoso entre crecimiento, competitividad,
progreso técnico y equidad.
Ante esta situación CEPAL (1990) inició la reconquista de la autoridad perdida en materia de
desarrollo. Ello se produjo bajo la influencia del neoliberalismo. No obstante, la institución ha
marcado distancia con la ortodoxia, al basar sus investigaciones en las lecciones históricas de la
industrialización asiática. Sin embargo, su propuesta dista de la concepción histórico-estructuralista
que le dio origen.
De acuerdo con Medina (2009) los avances en materia de industrialización logrados con la ISI, no
contribuyeron a cerrar la brecha tecnológica que separa a las economías latinoamericanas de los
países desarrollados. La sustitución de importaciones no superó la concentración del cambio
tecnológico en el centro, y lejos de atenuarla se incrementó. La nueva propuesta plantea la
necesidad de lograr una adecuada inserción internacional mediante el logro de la competitividad.
La industrialización debe ser un proceso integral (CEPAL, 1990). Plantea superar no solo la vieja
estrategia ISI que se encapsuló en el sector primario, sino que los demás sectores deben
transformarse también. La distinción esencial radicó en el rol del cambio tecnológico, porque las
innovaciones tecnológicas en todos los sectores incrementan el valor agregado de las exportaciones.
Uno de los principales objetivos de lo que denominamos la transformación productiva es
evolucionar hacia actividades económicas que generen mayor valor agregado y ofrezcan mayores
posibilidades de crecimiento: es decir, lograr ventajas comparativas dinámicas. Por lo tanto, es
probable que las medidas de intervención selectivas a las que hice alusión anteriormente se orienten
al desarrollo de grupos de actividades que giren en torno a los productos industriales por los que
América Latina se destaca, estableciendo vínculos hacia adelante y hacia atrás a fin de obtener
productos de mayor complejidad y valor agregado. (Rosenthal, 1998, p. 224)
Lejos de desarrollar una crítica al sistema capitalista, la institución se ubica del lado del
reformismo. Su concepción se limita a resolver las asimetrías entre centro y periferia en los marcos
del capitalismo. Inicialmente la inserción se debía resolver mediante la ISI, el cambio reside en la
competitividad internacional por medio de la sustitución de exportaciones. La primera se
corresponde al auge de la teoría del desarrollo y la creencia de la industrialización como su
trayectoria. La segunda se encumbra en la crisis en la teoría del desarrollo, y el auge del
neoliberalismo.
El pensamiento neoestructuralista y el estructuralismo conservan ciertas semejanzas. El origen del
estructuralismo se debió al deterioro de los términos de intercambio comercial entre centro y
periferia (Prebisch, 1986). De acuerdo con Bajraj (2000) CEPAL ha mantenido el enfoque
integrado sobre el desarrollo, desde una perspectiva analítica global; con dimensiones políticas,
económicas, sociales e institucionales. Además, la transformación estructural de las economías
latinoamericanas ha sido otra constante del pensamiento cipolino.
La CEPAL ha señalado durante más de medio siglo que el desarrollo no es un proceso espontáneo,
más bien es lo opuesto. Por su parte Bielschowsky (2009) alega que el enfoque macroeconómico
asumido por CEPAL es heterodoxo, y el análisis sobre la inestabilidad de precios y el nivel de
actividad han tenido un fundamento en los desequilibrios externos de la especialización productiva.
Según Ocampo (2000) el neoestructuralismo se asienta en tres ejes temáticos que resultan claves,
porque han marcado históricamente el devenir de la institución. Estos resortes de CEPAL en sus
casi siete décadas han sido; rescate de la inserción internacional, definición de los mecanismos de
transmisión del cambio tecnológico, y la relación entre equidad y proceso de desarrollo.
Al mismo tiempo prevalecen elementos de ruptura entre ambos. Se destaca la concepción centro-
periferia que le dio origen. La nueva terminología utiliza sistemas categoriales cercanos al
neoliberalismo, y en su lugar utiliza términos como países avanzados y atrasados, que dificultan su
comprensión en términos estructuralistas.
El neoestructuralismo no desecha la herencia lograda durante varias décadas, más bien intenta
conciliar las diferencias y enfocarse hacia un proceso de desarrollo multidimensional. La nueva
propuesta busca aprovechar las capacidades en infraestructura creadas. Considera oportuno pasar a
la segunda fase del proceso industrializador: avanzar hacia la sustitución de exportaciones de alto
valor agregado.
Un aspecto medular en el análisis teórico deriva del método de investigación utilizado. Existe cierto
debate sobre la metodología adoptada por los neoestructuralistas. Bajraj (2000) y Bielschowsky
(2009) consideran cierta permanencia del método histórico-estructural. Sin embargo, Medina (2009;
2012), Medina & Días (2012) consideran que se ha producido un abandono, que se aproxima
peligrosamente a las propuestas neoliberales.
A pesar de las desviaciones metodológicas de CEPAL en las últimas dos décadas, prevalecen en sus
análisis más elementos continuidad teórica que de ruptura. Sus desviaciones obedecen a elementos
coyunturales, que la condujeron al dilema de permanecer anclada en sus viejas concepciones de
largo plazo, y mostrarse inútil a los requerimientos de los gobiernos, o adecuarse al contexto
cortoplacista, consecuentemente, recuperar su autoridad moral en materia de desarrollo. Finalmente
optó por la segunda variante.
A pesar de que el gran logro de la teoría del desarrollo fue trasladar la mira hacia los países
subdesarrollados, sus propuestas no superan la adopción acrítica de experiencias acumuladas en los
propios países desarrollados. El grupo de economistas del desarrollo se dedicó a encontrar la teoría
más adecuada para aplicar al Tercer Mundo, y descuidó la exposición de las causas que originaron
el subdesarrollo. Mientras esto ocurría en los círculos académicos más importantes, en América
Latina se daban las condiciones propicias para el surgimiento de un pensamiento alternativo. Tal
pensamiento, no obstante, sus limitaciones burguesas, nunca aceptó que el subdesarrollo fuera una
etapa transitoria hacia el desarrollo.
La concepción centro-periferia de Prebisch inició el ataque al establishment. El estructuralismo
sistematiza un pensamiento autóctono, que ya había sido iniciado antes, pero no se articulaba en un
núcleo teórico integrado. Desde esta perspectiva se impulsó una estrategia de industrialización
mediante la sustitución de importaciones. La misma se erigió como alternativa de inserción
internacional, ante la desigual distribución de los frutos del progreso técnico en la periferia.
A mediados del decenio de los años 60 surgió la Teoría de la Dependencia. La misma adolece de un
núcleo teórico integrado, incapaz de unificar sus diferentes enfoques metodológicos. Todavía
compone un programa de investigación inconcluso. No obstante, constituyó un esfuerzo formidable
por incorporar la concepción dialéctico-materialista del marxismo a las condiciones del
subdesarrollo. Sus investigaciones demostraron que el carácter dependiente del capitalismo
periférico, está ciertamente correlacionado con el problema del subdesarrollo.
El desarrollo capitalista central imposibilita el desarrollo capitalista en la periferia, subordinándola
en una dinámica que asume formas de dependencia comercial, tecnológica y financiera. Una de las
más importantes contribuciones del pensamiento dependentista fue exponer los peligros de la
importación de tecnologías del centro. La relación virtuosa entre cambio tecnológico y proceso de
acumulación capitalista, permitieron la dependencia de la periferia a los requerimientos del proceso
de desarrollo en el centro.
El cambio estructural de la CEPAL plantea superar esta deficiencia. Ninguna teoría del desarrollo
es irrelevante, como ninguna es el camino a seguir. El proceso de desarrollo depende de
interacciones que median entre estos polos. La historia ha demostrado que el Estado es un factor
clave. Las políticas públicas, surgidas a la luz de las concepciones keynesianas, demuestran
vehementemente que el desarrollo es un proceso deliberado. La historia ha puesto de relieve que el
mercado incentiva la actividad económica, gracias a la competencia que le es característica, pero al
mismo tiempo, provoca disparidades que menoscaban el desarrollo como un proceso integral.
6 La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros
en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se
especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se
abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América
Latina perfeccionó sus funciones. Este ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrota a
la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las
montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de
las necesidades ajenas, como fuente de reservas del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las
frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan
consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Son mucho más altos
los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los vendedores; y al fin y al
cabo, como declaró en julio de 1968 Covey T. Oliver, coordinador de la Alianza para el progreso,
“hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la
libre comercialización…”

Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes
padecen los negocios.

Nuestros sistemas de inquisidores y verdugos no sólo funcionan para el mercado externo


dominante; proporcionan también caudalosos manantiales de ganancias que fluyen de los
empréstitos y las inversiones extranjeras en los mercados internos dominados. “Se ha oído hablar de
concesiones hechas por América latina al capital extranjero, pero no de las concesiones hechas por
los Estados Unidos al capital de otros países … es que nosotros no damos concesiones”, advertía,
allá por 1913, el presidente norteamericano Woodrow Wilson.

Él estaba seguro: “Un país –decía- es poseído y dominado por el capital que en él se haya
invertido”. Y tenía razón. Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos,
aunque los haitianos y los cubanos ya habían asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo
antes que los peregrinos del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora América
es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub
América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación.

Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o,
más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de
poder.
Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días,
todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha
acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus
profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos
naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han
sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del
capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la
metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que
tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina,
la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de cada país, la
explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y
mano de obra. (Hace cuatro siglos, ya habían nacido dieciséis de las veinte ciudades
latinoamericanas más pobladas de la actualidad).

Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de América Latina
no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes
ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina
integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo
siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para
alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y
neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convirtieron en veneno.

Potosí, Zacatecas y Oruro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los
metales preciosos al profundo agujero de los socavones vacíos, y la ruina fue el destino de la pampa
chilena del salitre y de la selva amazónica del caucho; el nordeste azucarero de Brasil, los bosques
argentinos del quebracho o ciertos pueblos petroleros del lago Maracaibo tienen dolorosas razones
para creer en la mortalidad de las fortunas que la naturaleza otorga y el imperialismo usurpa. La
lluvia que irriga a los centros del poder imperialista ahoga los vastos suburbios del sistema. Del
mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes –dominantes hacia
dentro, dominadas desde fuera- es la maldición de nuestras multitudes condenadas a una vida d
bestias de carga.

La brecha se extiende. Hacia mediados del siglo anterior, el nivel de vida de los países ricos del
mundo excedía en un cincuenta por ciento el nivel de los países pobres. El desarrollo desarrolla la
desigualdad: Richard Nixon anunció, en abril de 1969, en discurso ante la OEA, que a fines del
siglo veinte el ingreso per capita en Estados Unidos sería quince veces más alto que el ingreso en
América Latina. La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria
desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más
dramáticas. Los países opresores se hacen cada vez más ricos en términos absolutos, pero mucho
más en términos relativos, por el dinamismo de la disparidad creciente. El capitalismo central puede
darse el lujo de crear y creer sus propios mitos de opulencia, pero los mitos nos se comen, y bien lo
saben los países pobres que constituyen el basto capitalismo periférico. El ingreso promedio de un
ciudadano norteamericano es siete veces mayor que el de un latinoamericano y aumenta a un ritmo
diez veces más intenso. Y los promedios engañan, por los insondables abismos que se abren, al sur
del río Bravo, entre los muchos pobres y los pocos ricos de la región. En la cúspide, en efecto, seis
millones de latinoamericanos acaparan, según las Naciones Unidas, el mismo ingreso que ciento
cuarenta millones de personas ubicadas en la base de la pirámide social. Hay sesenta millones de
campesinos cuya fortuna asciende a veinticinco centavos de dólar por día; en el otro extremo los
proxenetas de la desdicha se dan el lujo de acumular cinco millones de dólares en sus cuentas
privadas de Suiza o Estados Unidos, y derrochan en la ostentación y el lujo estéril ¾ofensa y
desafío¾ y en las inversión total, los capitales que América Latina podría destinar a la reposición,
ampliación y creación de fuentes de producción y trabajo.

El expresidente de Venezuela Hugo Chávez regala una copia de Las Venas Abiertas de América
Latina a su par estadounidense, Barack Obama.

Incorporadas desde siempre a la constelación del poder imperialista, nuestras clases dominantes no
tienen el menor interés en averiguar si el patriotismo podría resultar más rentable que la traición o si
la mendicidad es la única forma posible de la política internacional. Se hipoteca la soberanía porque
“no hay otro camino”; las coartadas de la oligarquía confunden interesadamente la impotencia de
una clase social con el presunto vacío de destino de cada nación.
Josué de Castro declara: “Yo, que he recibido un premio internacional de la paz, pienso que,
infelizmente, no hay otra solución que la violencia para América Latina”.
Ciento veinte millones de niños se agitan en el centro de esta tormenta. La población de América
latina crece como ninguna otra; en medio siglo se triplicó con creces. Cada minuto muere un niño
de enfermedad o hambre, pero en el año 2000 habrá seiscientos cincuenta millones de
latinoamericanos, y la mitad tendrá menos de quince años de edad: una bomba de tiempo.
Entre los doscientos ochenta millones de latinoamericanos que hay, a fines de 1970, cincuenta
millones de desocupados o sub ocupados y cerca de cien millones de analfabetos; la mitad de los
latinoamericanos vive apiñados en viviendas insalubres. Los tres mayores mercados de América
Latina -Argentina, Brasil y México- no alcanzan a igualar, sumados, la capacidad de consumo de
Francia o de Alemania occidental, aunque la población reunida de nuestros tres grandes excede
largamente a la de cualquier país europeo. América Latina produce hoy día, en relación con la
población, menos alimentos que antes de la última guerra mundial, y sus exportaciones per capita
han disminuido tres veces, a precios constantes, desde la víspera de la crisis de 1929. El sistema es
muy racional desde el punto de vista de sus dueños extranjeros y de nuestra burguesía de
comisionistas, que ha vendido el alma al Diablo a un precio que hubiera avergonzado a Fausto. Pero
el sistema es tan irracional para todos los demás que cuanto más se desarrolla más agudiza sus
desequilibrios y sus tensiones, sus contradicciones ardientes. Hasta la industrialización, dependiente
y tardía, que cómodamente coexiste con el latifundio y las estructuras de la desigualdad, contribuye
a sembrar la desocupación en vez de ayudar a resolverla.
Se extiende la pobreza y se concentra la riqueza en esta región que cuenta con inmensas legiones de
brazos caídos que se multiplican sin descanso. Nuevas fábricas se instalan en los polos privilegiados
de desarrollo -Sao Paulo, Buenos Aires, la ciudad de México- pero menos mano de obra se necesita
cada vez. El sistema no ha previsto esta pequeña molestia: lo que sobra es gente. Y la gente se
reproduce. Se hace el amor con entusiasmo y sin precauciones. Cada vez queda más gente a la vera
del camino, sin trabajo en el campo, donde el latifundio reina con sus gigantescos eriales, y sin
trabajo en la ciudad, donde reinan las máquinas: el sistema vomita hombres. Las misiones
norteamericanas esterilizan masivamente mujeres y siembran píldoras, diafragmas, espirales,
preservativos y almanaques marcados, pero cosechan niños; porfiadamente, los niños
latinoamericanos continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a obtener un sitio bajo el sol
en estas tierras espléndidas que podrían brindar a todos lo que a casi todos niegan.
Los niños latinoamericanos continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a obtener un sitio
bajo el sol en estas tierras espléndidas que podrían brindar a todos lo que a casi todos niegan.
A principios de noviembre de 1968, Richard Nixon comprobó en voz alta que la Alianza para el
Progreso había cumplido siete años de vida y, sin embargo, se habían agravado la desnutrición y la
escasez de alimentos en América Latina. Pocos meses antes, en abril, George W. Ball escribía en
Life: «Por lo menos durante las próximas décadas, el descontento de las naciones más pobres no
significará una amenaza de destrucción del mundo. Por vergonzoso que sea, el mundo ha vivido,
durante generaciones, dos tercios pobre y un tercio rico. Por injusto que sea, es limitado el poder de
los países pobres». Ball había encabezado la delegación de los Estados Unidos a la Primera
Conferencia de Comercio y Desarrollo en Ginebra, y había votado contra nueve de los doce
principios generales aprobados por la conferencia con el fin de aliviar las desventajas de los países
subdesarrollados en el comercio internacional.
Son secretas las matanzas de la miseria en América Latina; cada año estallan, silenciosamente, sin
estrépito alguno, tres bombas de Hiroshima sobre estos pueblos que tienen la costumbre de sufrir
con los dientes apretados.
Esta violencia sistemática, no aparente pero real, va en aumento: sus crímenes no se difunden en la
crónica roja, sino en las estadísticas de la FAO. Ball dice que la impunidad es todavía posible,
porque los pobres no pueden desencadenar la guerra mundial, pero el Imperio se preocupa: incapaz
de multiplicar los panes, hace lo posible por suprimir a los comensales.
«Combata la pobreza, ¡mate a un mendigo!», garabateó un maestro del humor negro sobre un muro
de la ciudad de La Paz. ¿Qué se proponen los herederos de Malthus sino matar a todos los próximos
mendigos antes de que nazcan? Robert McNamara, el presidente del Banco Mundial que había sido
presidente de la Ford y Secretario de Defensa, afirma que la explosión demográfica constituye el
mayor obstáculo para el progreso de América Latina y anuncia que el Banco Mundial otorgará
prioridad, en sus préstamos, a los países que apliquen planes para el control de la natalidad.
McNamara comprueba con lástima que los cerebros de los pobres piensan un veinticinco por ciento
menos, y los tecnócratas del Banco Mundial (que ya nacieron) hacen zumbar las computadoras y
generan complicadísimos trabalenguas sobre las ventajas de no nacer: «Si un país en desarrollo que
tiene una renta media per capita de 150 a 200 dólares anuales logra reducir su fertilidad en un 50
por ciento en un período de 25 años, al cabo de 30 años su renta per capita será superior por lo
menos en un 40 por ciento al nivel que hubiera alcanzado de lo contrario, y dos veces más elevada
al cabo de 60 años», asegura uno de los documentos del organismo. Se ha hecho célebre la frase de
Lyndon Johnson: «Cinco dólares invertidos contra el crecimiento de la población son más eficaces
que den dólares invertidos en el crecimiento económico». Dwight Eisenhower pronosticó que si los
habitantes de la tierra seguían multiplicándose al mismo ritmo no sólo se agudizaría el peligro de la
revolución, sino que además se produciría «una degradación del nivel de vida de todos los pueblos,
el nuestro inclusive».
Los Estados Unidos no sufren, fronteras adentro, el problema de la explosión de la natalidad, pero
se preocupan como nadie por difundir e imponer, en los cuatro puntos cardinales, la planificación
familiar. No sólo el gobierno; también Rockefeller y la Fundación Ford padecen pesadillas con
millones de niños que avanzan, como langostas, desde los horizontes del Tercer Mundo. Platón y
Aristóteles se habían ocupado del tema antes que Malthus y McNamara; sin embargo, en nuestros
tiempos, toda esta ofensiva universal cumple una función bien definida: se propone justificar la muy
desigual distribución de la renta entre los países y entre las clases sociales, convencer a los pobres
de que la pobreza es el resultado de los hijos que no se evitan y poner un dique al avance de la furia
de las masas en movimiento y rebelión.
Los dispositivos intrauterinos compiten con las bombas y la metralla, en el sudeste asiático, en el
esfuerzo por detener el crecimiento de la población de Vietnam. En América Latina resulta más
higiénico y eficaz matar a los guerrilleros en los úteros que en las sierras o en las calles. Diversas
misiones norteamericanas han esterilizado a millares de mujeres en la Amazonía, pese a que ésta es
la zona habitable más desierta del planeta. En la mayor parte de los países latinoamericanos, la
gente no sobra: falta. Brasil tiene 38 veces menos habitantes por kilómetro cuadrado que Bélgica;
Paraguay, 49 veces menos que Inglaterra; Perú, 32 veces menos que Japón. Haití y El Salvador,
hormigueros humanos de América Latina, tienen una densidad de población menor que la de Italia.
Los pretextos invocados ofenden la inteligencia; las intenciones reales encienden la indignación. Al
fin y al cabo, no menos de la mitad de los territorios de Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay y
Venezuela está habitada por nadie. Ninguna población latinoamericana crece menos que la del
Uruguay, país de viejos, y sin embargo ninguna otra nación ha sido tan castigada, en los años
recientes, por una crisis que parece arrastrarla al último círculo de los infiernos.
Uruguay está vacío y sus praderas fértiles podrían dar de comer a una población infinitamente
mayor que la que hoy padece, sobre su suelo, tantas penurias. Hace más de un siglo, un canciller de
Guatemala había sentenciado proféticamente:
«Sería curioso que, del seno mismo de los Estados Unidos, de donde nos viene el mal, naciese
también el remedio». Muerta y enterrada la Alianza para el Progreso, el Imperio propone ahora, con
más pánico que generosidad, resolver los problemas de América Latina eliminando de antemano a
los latinoamericanos.
En Washington tienen ya motivos para sospechar que los pueblos pobres no prefieren ser pobres.
Pero no se puede querer el fin sin querer los medios: quienes niegan la liberación de América
Latina, niegan también nuestro único renacimiento posible, y de paso absuelven a las estructuras en
vigencia.
Los jóvenes se multiplican, se levantan, escuchan: ¿qué les ofrece la voz del sistema? El sistema
habla un lenguaje surrealista: propone evitar los nacimientos en estas tierras vacías; opina que faltan
capitales en países donde los capitales sobran, pero se desperdician; denomina ayuda a la ortopedia
deformante de los empréstitos y al drenaje de riquezas que las inversiones extranjeras provocan;
convoca a los latifundistas a realizar la reforma agraria y a la oligarquía a poner en práctica la
justicia social. La lucha de clases no existe -se decreta- más que por culpa de los agentes foráneos
que la encienden, pero en cambio existen las clases sociales, y a la opresión de unas por otras se la
denomina el estilo occidental de vida. Las expediciones criminales de los marines tienen por objeto
restablecer el orden y la paz social, y las dictaduras adictas a Washington fundan en las cárceles el
estado de derecho y prohíben las huelgas y aniquilan los sindicatos para proteger la libertad de
trabajo.

La pobreza no está escrita en los astros; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de


Dios. Corren años de revolución, tiempos de redención. Las clases dominantes ponen las barbas en
remojo, y a la vez anuncian el infierno para todos. En cierto modo, la derecha tiene razón cuando se
identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden, es el orden, en efecto, de la cotidiana
humillación de las mayorías, pero orden al fin.
¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? La pobreza no está escrita en los astros; el
subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios. Corren años de revolución, tiempos de
redención. Las clases dominantes ponen las barbas en remojo, y a la vez anuncian el infierno para
todos. En cierto modo, la derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y
el orden, es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin: la
tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta. Si el futuro se
transforma en una caja de sorpresas, el conservador grita, con toda razón: «Me han traicionado». Y
los ideólogos de la impotencia, los esclavos que se miran a sí mismos con los ojos del amo, no
demoran en hacer escuchar sus clamores. El águila de bronce del Maine, derribada el día de la
victoria de la revolución cubana, yace ahora abandonada, con las alas rotas, bajo un portal del barrio
viejo de La Habana. Desde Cuba en adelante, también otros países han iniciado por distintas vías y
con distintos medios la experiencia del cambio: la perpetuación del actual orden de cosas es la
perpetuación del crimen.
Los fantasmas de todas las revoluciones estranguladas o traicionadas a lo largo de la torturada
historia latinoamericana se asoman en las nuevas experiencias, así como los tiempos presentes
habían sido presentidos y engendrados por las contradicciones del pasado. La historia es un profeta
con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será.
Por eso en este libro, que quiere ofrecer una historia del saqueo y a la vez contar cómo funcionan
los mecanismos actuales del despojo, aparecen los conquistadores en las carabelas y, cerca, los
tecnócratas en los jets, Hernán Cortés y los infantes de marina, los corregidores del reino y las
misiones del Fondo Monetario Internacional, los dividendos de los traficantes de esclavos y las
ganancias de la General Motors. También los héroes derrotados y las revoluciones de nuestros días,
las infamias y las esperanzas muertas y resurrectas: los sacrificios fecundos. Cuando Alexander von
Humboldt investigó las costumbres de los antiguos habitantes indígenas de la meseta de Bogotá,
supo que los indios llamaban quihica a las víctimas de las ceremonias rituales. Quihica significaba
puerta: la muerte de cada elegido abría un nuevo ciclo de ciento ochenta y cinco lunas.

6 la división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y

otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se
especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se
abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y
América Latina perfeccionó sus funciones. Este ya no es el reino de las maravillas donde la
realidad derrota a la fábula y la imaginación era humillada por los trofeos de la conquista, los
yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región sigue trabajando de sirvienta. Continúa
existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente de reservas del petróleo y el hierro,
el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países
ricos que ganan consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Son
mucho más altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los
vendedores; y al fin y al cabo, como declaró en julio de 1968 Covey T. Oliver, coordinador de la
Alianza para el progreso, “hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval.
Estamos en plena época de la libre comercialización…”

Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para
quienes padecen los negocios.

Nuestros sistemas de inquisidores y verdugos no sólo funcionan para el mercado externo


dominante; proporcionan también caudalosos manantiales de ganancias que fluyen de los
empréstitos y las inversiones extranjeras en los mercados internos dominados. “Se ha oído hablar
de concesiones hechas por América latina al capital extranjero, pero no de las concesiones hechas
por los Estados Unidos al capital de otros países … es que nosotros no damos concesiones”,
advertía, allá por 1913, el presidente norteamericano Woodrow Wilson.

Él estaba seguro: “Un país –decía- es poseído y dominado por el capital que en él se haya
invertido”. Y tenía razón. Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos,
aunque los haitianos y los cubanos ya habían asomado a la historia, como pueblos nuevos, un
siglo antes que los peregrinos del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora
América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una
sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación.
Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o,
más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de
poder.

Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días,
todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha
acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus
profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los
recursos naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de
cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje
universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del
desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias
sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de
América Latina, la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro
de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes
internas de víveres y mano de obra. (Hace cuatro siglos, ya habían nacido dieciséis de las veinte
ciudades latinoamericanas más pobladas de la actualidad).

Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de América Latina
no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes
ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina
integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo
siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para
alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y
neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convirtieron en veneno.

Potosí, Zacatecas y Oruro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los
metales preciosos al profundo agujero de los socavones vacíos, y la ruina fue el destino de la
pampa chilena del salitre y de la selva amazónica del caucho; el nordeste azucarero de Brasil, los
bosques argentinos del quebracho o ciertos pueblos petroleros del lago Maracaibo tienen
dolorosas razones para creer en la mortalidad de las fortunas que la naturaleza otorga y el
imperialismo usurpa. La lluvia que irriga a los centros del poder imperialista ahoga los vastos
suburbios del sistema. Del mismo modo, y simétricamente, el bienestar de nuestras clases
dominantes –dominantes hacia dentro, dominadas desde fuera- es la maldición de nuestras
multitudes condenadas a una vida d bestias de carga.

La brecha se extiende. Hacia mediados del siglo anterior, el nivel de vida de los países ricos del
mundo excedía en un cincuenta por ciento el nivel de los países pobres. El desarrollo desarrolla la
desigualdad: Richard Nixon anunció, en abril de 1969, en discurso ante la OEA, que a fines del
siglo veinte el ingreso per capita en Estados Unidos sería quince veces más alto que el ingreso en
América Latina. La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria
desigualdad de las partes que lo forman, y esa desigualdad asume magnitudes cada vez más
dramáticas. Los países opresores se hacen cada vez más ricos en términos absolutos, pero mucho
más en términos relativos, por el dinamismo de la disparidad creciente. El capitalismo central
puede darse el lujo de crear y creer sus propios mitos de opulencia, pero los mitos nos se comen, y
bien lo saben los países pobres que constituyen el basto capitalismo periférico. El ingreso
promedio de un ciudadano norteamericano es siete veces mayor que el de un latinoamericano y
aumenta a un ritmo diez veces más intenso. Y los promedios engañan, por los insondables
abismos que se abren, al sur del río Bravo, entre los muchos pobres y los pocos ricos de la región.
En la cúspide, en efecto, seis millones de latinoamericanos acaparan, según las Naciones Unidas,
el mismo ingreso que ciento cuarenta millones de personas ubicadas en la base de la pirámide
social. Hay sesenta millones de campesinos cuya fortuna asciende a veinticinco centavos de dólar
por día; en el otro extremo los proxenetas de la desdicha se dan el lujo de acumular cinco millones
de dólares en sus cuentas privadas de Suiza o Estados Unidos, y derrochan en la ostentación y el
lujo estéril ¾ofensa y desafío¾ y en las inversión total, los capitales que América Latina podría
destinar a la reposición, ampliación y creación de fuentes de producción y trabajo.

El expresidente de Venezuela Hugo Chávez regala una copia de Las Venas Abiertas de América
Latina a su par estadounidense, Barack Obama.

Incorporadas desde siempre a la constelación del poder imperialista, nuestras clases dominantes
no tienen el menor interés en averiguar si el patriotismo podría resultar más rentable que la traición
o si la mendicidad es la única forma posible de la política internacional. Se hipoteca la soberanía
porque “no hay otro camino”; las coartadas de la oligarquía confunden interesadamente la
impotencia de una clase social con el presunto vacío de destino de cada nación.

Josué de Castro declara: “Yo, que he recibido un premio internacional de la paz, pienso que,
infelizmente, no hay otra solución que la violencia para América Latina”.

Ciento veinte millones de niños se agitan en el centro de esta tormenta. La población de América
latina crece como ninguna otra; en medio siglo se triplicó con creces. Cada minuto muere un niño
de enfermedad o hambre, pero en el año 2000 habrá seiscientos cincuenta millones de
latinoamericanos, y la mitad tendrá menos de quince años de edad: una bomba de tiempo.
Entre los doscientos ochenta millones de latinoamericanos que hay, a fines de 1970, cincuenta
millones de desocupados o sub ocupados y cerca de cien millones de analfabetos; la mitad de los
latinoamericanos vive apiñados en viviendas insalubres. Los tres mayores mercados de América
Latina -Argentina, Brasil y México- no alcanzan a igualar, sumados, la capacidad de consumo de
Francia o de Alemania occidental, aunque la población reunida de nuestros tres grandes excede
largamente a la de cualquier país europeo. América Latina produce hoy día, en relación con la
población, menos alimentos que antes de la última guerra mundial, y sus exportaciones per capita
han disminuido tres veces, a precios constantes, desde la víspera de la crisis de 1929. El sistema
es muy racional desde el punto de vista de sus dueños extranjeros y de nuestra burguesía de
comisionistas, que ha vendido el alma al Diablo a un precio que hubiera avergonzado a Fausto.
Pero el sistema es tan irracional para todos los demás que cuanto más se desarrolla más agudiza
sus desequilibrios y sus tensiones, sus contradicciones ardientes. Hasta la industrialización,
dependiente y tardía, que cómodamente coexiste con el latifundio y las estructuras de la
desigualdad, contribuye a sembrar la desocupación en vez de ayudar a resolverla.

Se extiende la pobreza y se concentra la riqueza en esta región que cuenta con inmensas legiones
de brazos caídos que se multiplican sin descanso. Nuevas fábricas se instalan en los polos
privilegiados de desarrollo -Sao Paulo, Buenos Aires, la ciudad de México- pero menos mano de
obra se necesita cada vez. El sistema no ha previsto esta pequeña molestia: lo que sobra es gente.
Y la gente se reproduce. Se hace el amor con entusiasmo y sin precauciones. Cada vez queda
más gente a la vera del camino, sin trabajo en el campo, donde el latifundio reina con sus
gigantescos eriales, y sin trabajo en la ciudad, donde reinan las máquinas: el sistema vomita
hombres. Las misiones norteamericanas esterilizan masivamente mujeres y siembran píldoras,
diafragmas, espirales, preservativos y almanaques marcados, pero cosechan niños; porfiadamente,
los niños latinoamericanos continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a obtener un sitio
bajo el sol en estas tierras espléndidas que podrían brindar a todos lo que a casi todos niegan.

Los niños latinoamericanos continúan naciendo, reivindicando su derecho natural a obtener un sitio
bajo el sol en estas tierras espléndidas que podrían brindar a todos lo que a casi todos niegan.

A principios de noviembre de 1968, Richard Nixon comprobó en voz alta que la Alianza para el
Progreso había cumplido siete años de vida y, sin embargo, se habían agravado la desnutrición y
la escasez de alimentos en América Latina. Pocos meses antes, en abril, George W. Ball escribía
en Life: «Por lo menos durante las próximas décadas, el descontento de las naciones más pobres
no significará una amenaza de destrucción del mundo. Por vergonzoso que sea, el mundo ha
vivido, durante generaciones, dos tercios pobre y un tercio rico. Por injusto que sea, es limitado el
poder de los países pobres». Ball había encabezado la delegación de los Estados Unidos a la
Primera Conferencia de Comercio y Desarrollo en Ginebra, y había votado contra nueve de los
doce principios generales aprobados por la conferencia con el fin de aliviar las desventajas de los
países subdesarrollados en el comercio internacional.

Son secretas las matanzas de la miseria en América Latina; cada año estallan, silenciosamente,
sin estrépito alguno, tres bombas de Hiroshima sobre estos pueblos que tienen la costumbre de
sufrir con los dientes apretados.

Esta violencia sistemática, no aparente pero real, va en aumento: sus crímenes no se difunden en
la crónica roja, sino en las estadísticas de la FAO. Ball dice que la impunidad es todavía posible,
porque los pobres no pueden desencadenar la guerra mundial, pero el Imperio se preocupa:
incapaz de multiplicar los panes, hace lo posible por suprimir a los comensales.
«Combata la pobreza, ¡mate a un mendigo!», garabateó un maestro del humor negro sobre un
muro de la ciudad de La Paz. ¿Qué se proponen los herederos de Malthus sino matar a todos los
próximos mendigos antes de que nazcan? Robert McNamara, el presidente del Banco Mundial que
había sido presidente de la Ford y Secretario de Defensa, afirma que la explosión demográfica
constituye el mayor obstáculo para el progreso de América Latina y anuncia que el Banco Mundial
otorgará prioridad, en sus préstamos, a los países que apliquen planes para el control de la
natalidad. McNamara comprueba con lástima que los cerebros de los pobres piensan un veinticinco
por ciento menos, y los tecnócratas del Banco Mundial (que ya nacieron) hacen zumbar las
computadoras y generan complicadísimos trabalenguas sobre las ventajas de no nacer: «Si un
país en desarrollo que tiene una renta media per capita de 150 a 200 dólares anuales logra reducir
su fertilidad en un 50 por ciento en un período de 25 años, al cabo de 30 años su renta per capita
será superior por lo menos en un 40 por ciento al nivel que hubiera alcanzado de lo contrario, y dos
veces más elevada al cabo de 60 años», asegura uno de los documentos del organismo. Se ha
hecho célebre la frase de Lyndon Johnson: «Cinco dólares invertidos contra el crecimiento de la
población son más eficaces que den dólares invertidos en el crecimiento económico». Dwight
Eisenhower pronosticó que si los habitantes de la tierra seguían multiplicándose al mismo ritmo no
sólo se agudizaría el peligro de la revolución, sino que además se produciría «una degradación del
nivel de vida de todos los pueblos, el nuestro inclusive».

Los Estados Unidos no sufren, fronteras adentro, el problema de la explosión de la natalidad, pero
se preocupan como nadie por difundir e imponer, en los cuatro puntos cardinales, la planificación
familiar. No sólo el gobierno; también Rockefeller y la Fundación Ford padecen pesadillas con
millones de niños que avanzan, como langostas, desde los horizontes del Tercer Mundo. Platón y
Aristóteles se habían ocupado del tema antes que Malthus y McNamara; sin embargo, en nuestros
tiempos, toda esta ofensiva universal cumple una función bien definida: se propone justificar la muy
desigual distribución de la renta entre los países y entre las clases sociales, convencer a los pobres
de que la pobreza es el resultado de los hijos que no se evitan y poner un dique al avance de la
furia de las masas en movimiento y rebelión.
 

Los dispositivos intrauterinos compiten con las bombas y la metralla, en el sudeste asiático, en el
esfuerzo por detener el crecimiento de la población de Vietnam. En América Latina resulta más
higiénico y eficaz matar a los guerrilleros en los úteros que en las sierras o en las calles. Diversas
misiones norteamericanas han esterilizado a millares de mujeres en la Amazonía, pese a que ésta
es la zona habitable más desierta del planeta. En la mayor parte de los países latinoamericanos, la
gente no sobra: falta. Brasil tiene 38 veces menos habitantes por kilómetro cuadrado que Bélgica;
Paraguay, 49 veces menos que Inglaterra; Perú, 32 veces menos que Japón. Haití y El Salvador,
hormigueros humanos de América Latina, tienen una densidad de población menor que la de Italia.
Los pretextos invocados ofenden la inteligencia; las intenciones reales encienden la indignación. Al
fin y al cabo, no menos de la mitad de los territorios de Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay y
Venezuela está habitada por nadie. Ninguna población latinoamericana crece menos que la del
Uruguay, país de viejos, y sin embargo ninguna otra nación ha sido tan castigada, en los años
recientes, por una crisis que parece arrastrarla al último círculo de los infiernos.

Uruguay está vacío y sus praderas fértiles podrían dar de comer a una población infinitamente
mayor que la que hoy padece, sobre su suelo, tantas penurias. Hace más de un siglo, un canciller
de Guatemala había sentenciado proféticamente:

«Sería curioso que del seno mismo de los Estados Unidos, de donde nos viene el mal, naciese
también el remedio». Muerta y enterrada la Alianza para el Progreso, el Imperio propone ahora,
con más pánico que generosidad, resolver los problemas de América Latina eliminando de
antemano a los latinoamericanos.

En Washington tienen ya motivos para sospechar que los pueblos pobres no prefieren ser pobres.
Pero no se puede querer el fin sin querer los medios: quienes niegan la liberación de América
Latina, niegan también nuestro único renacimiento posible, y de paso absuelven a las estructuras
en vigencia.

Los jóvenes se multiplican, se levantan, escuchan: ¿qué les ofrece la voz del sistema? El sistema
habla un lenguaje surrealista: propone evitar los nacimientos en estas tierras vacías; opina que
faltan capitales en países donde los capitales sobran pero se desperdician; denomina ayuda a la
ortopedia deformante de los empréstitos y al drenaje de riquezas que las inversiones extranjeras
provocan; convoca a los latifundistas a realizar la reforma agraria y a la oligarquía a poner en
práctica la justicia social. La lucha de clases no existe -se decreta- más que por culpa de los
agentes foráneos que la encienden, pero en cambio existen las clases sociales, y a la opresión de
unas por otras se la denomina el estilo occidental de vida. Las expediciones criminales de los
marines tienen por objeto restablecer el orden y la paz social, y las dictaduras adictas a
Washington fundan en las cárceles el estado de derecho y prohíben las huelgas y aniquilan los
sindicatos para proteger la libertad de trabajo.

La pobreza no está escrita en los astros; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de


Dios. Corren años de revolución, tiempos de redención. Las clases dominantes ponen las barbas
en remojo, y a la vez anuncian el infierno para todos. En cierto modo, la derecha tiene razón
cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden, es el orden, en efecto, de la cotidiana
humillación de las mayorías, pero orden al fin.
¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? La pobreza no está escrita en los astros; el
subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios. Corren años de revolución, tiempos de
redención. Las clases dominantes ponen las barbas en remojo, y a la vez anuncian el infierno para
todos. En cierto modo, la derecha tiene razón cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y
el orden, es el orden, en efecto, de la cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin: la
tranquilidad de que la injusticia siga siendo injusta y el hambre hambrienta. Si el futuro se
transforma en una caja de sorpresas, el conservador grita, con toda razón: «Me han traicionado». Y
los ideólogos de la impotencia, los esclavos que se miran a sí mismos con los ojos del amo, no
demoran en hacer escuchar sus clamores. El águila de bronce del Maine, derribada el día de la
victoria de la revolución cubana, yace ahora abandonada, con las alas rotas, bajo un portal del
barrio viejo de La Habana. Desde Cuba en adelante, también otros países han iniciado por distintas
vías y con distintos medios la experiencia del cambio: la perpetuación del actual orden de cosas es
la perpetuación del crimen.

Los fantasmas de todas las revoluciones estranguladas o traicionadas a lo largo de la torturada


historia latinoamericana se asoman en las nuevas experiencias, así como los tiempos presentes
habían sido presentidos y engendrados por las contradicciones del pasado. La historia es un
profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será.

Por eso en este libro, que quiere ofrecer una historia del saqueo y a la vez contar cómo funcionan
los mecanismos actuales del despojo, aparecen los conquistadores en las carabelas y, cerca, los
tecnócratas en los jets, Hernán Cortés y los infantes de marina, los corregidores del reino y las
misiones del Fondo Monetario Internacional, los dividendos de los traficantes de esclavos y las
ganancias de la General Motors. También los héroes derrotados y las revoluciones de nuestros
días, las infamias y las esperanzas muertas y resurrectas: los sacrificios fecundos. Cuando
Alexander von Humboldt investigó las costumbres de los antiguos habitantes indígenas de la
meseta de Bogotá, supo que los indios llamaban quihica a las víctimas de las ceremonias rituales.
Quihica significaba puerta: la muerte de cada elegido abría un nuevo ciclo de ciento ochenta y
cinco lunas.

7 El imperialismo influye en el desarrollo del capitalismo nativo porque pone en juego

varios factores: la especialización de regiones y sectores de las economías coloniales y


semicoloniales; las inversiones en la estructura de la economía (particularmente en los transportes)
; el incremento de la demanda de la metrópoli Aunque las teorías sobre el capital son todas
relativamente recientes, el capital, como tal, ha existido en las sociedades civilizadas desde la
antigüedad. En los antiguos imperios del Lejano Oriente y del Oriente Próximo, y en mayor
medida en el mundo greco-romano, se utilizaba el capital en forma de herramientas y equipos
sencillos para producir tejidos, cerámica, cristalería, objetos metálicos y muchos
otros productos que se vendían en los mercados internacionales. Tras la caída del Imperio
romano, la desaparición del comercio en Occidente acarreó una menor especialización en la
división del trabajo y redujo la utilización del capital en la producción. Las economías
medievales se basaban fundamentalmente en una agricultura de subsistencia, por lo que no se
las puede considerar economías capitalistas. Con las Cruzadas empezó a resurgir el comercio.
Esta reaparición del comercio se aceleró a escala mundial durante el periodo de los
descubrimientos y colonizaciones de finales del siglo XV. El aumento del comercio favoreció
una mayor división del trabajo y una mecanización de la producción, estimulando así el
crecimiento del capital. Los flujos de oro y plata provenientes del Nuevo Mundo facilitaron el
intercambio y la acumulación de capital, estableciendo las bases para la Revolución Industrial,
gracias a la cual los procesos productivos se alargaron, necesitando mayores aportaciones de
capital. El papel del capital en las economías de Europa Occidental y América del Norte fue tan
importante que la organización socioeconómica prevaleciente en estas zonas desde el siglo
XVIII hasta el siglo XX se conoce como sistema capitalista o capitalismo.

8 ¿Qué es el Latifundio?

El latifundio es una explotación agraria de grandes dimensiones, usualmente de propiedad privada y


con un rendimiento productivo inferior al que permite la tierra, baja capitalización y precaria mano
de obra. Las consideraciones respecto a qué dimensiones mínimas tiene un latifundio, no obstante,
pueden variar de acuerdo a la región y la cultura.
El término latifundio contiene una carga peyorativa, vinculada con el uso inapropiado o poco
eficiente de las tierras y una gestión privada más interesada en la posesión de las mismas que de
producir alimentos para la población.
De hecho, el término “latifundista”, con que se nombra a quien practica el latifundio, suele
asociarse en América Latina con los grandes terratenientes herederos de las élites que detentaron la
propiedad de la tierra en épocas coloniales o post independentistas.
Sin embargo, en términos estrictos, un latifundio puede estar administrado por una colectividad
cualquiera, e incluso ser parte de proyectos colectivos o comunales de producción.
Etimología de Latifundio
La palabra latifundio proviene del latín latifundium, que ya en su época traducía como una amplia
extensión (latus) destinada a servir de base o raíz de algo (fundus). Este último vocablo comparte
origen con palabras vinculadas con lo económico como “fondos”, lo cual demuestra su vínculo
temprano con la acumulación de propiedades y el poderío señorial.
Historia del latifundio
feudalismo - latifundio
En la sociedad feudal, eran los nobles quienes controlaban las parcelas.
Los primeros latifundios de la historia se dieron en el Imperio Romano, en el que se distinguía a los
ciudadanos entre los que poseedores de tierras y los proletarii, es decir, los que no podían aportar
sino su prole, su descendencia, al Estado. Estos grandes fundos eran administrados por agentes
imperiales, que garantizaban ciertos monopolios locales de producción mediante la burocracia.
La llegada de la Edad Media, sin embargo, cambió el sistema político social tan radicalmente, que
fueron los nobles y aristócratas dueños de las tierras quienes controlaron las parcelas de la llamada
sociedad feudal (de feudo), en la que cada señor feudal poseía su latifundio controlado militarmente
y hospedaba a cambio de protección y una porción de los alimentos que produjeran a los
campesinos trabajadores.
La llegada de la Edad Moderna no erradicó el latifundio, de hecho la conquista de América
consistió básicamente en el reparto de tierras para colonizar y hacer productivas en pro del
beneficio de la metrópolis europea. Con el tiempo los esclavos que trabajaban en estos fundos
fueron reemplazados por peones, en un sistema semejante al feudal, y luego por trabajadores libres
a medida que ganaba terreno la democracia.
Sin embargo, los grandes latifundistas permanecieron intocados en su mayor parte por los cambios
de sistemas.
La acumulación de la tierra
Los latifundios son producto del afán por la acumulación de la tierra como señal y fuente de
riquezas. Esto ha impedido que el latifundio devenga en un sistema de explotación de las tierras que
produzca riqueza social, ya que al ser grandes extensiones de tierra tendría que producir
masivamente y abaratar los costos de la mercancía producida en el mercado local. Sin embargo, no
ha sido así históricamente, y por eso muchas sociedades se dedican a combatir o a paliar el
latifundio para evitar los monopolios de la tierra.
Rasgos esenciales del latifundio
latifundio
El latifundio posee un bajo nivel tecnológico involucrado en la siembra.
El latifundio presenta los siguientes rasgos típicos:
Grandes extensiones de tierra con un mismo o unos mismos dueños.
Productividad dispersa, de gran volumen, pero muy por debajo de las capacidades máximas de la
tierra explotada.
Mano de obra empleada en condiciones precarias, y por lo tanto bajo nivel de vida.
Poca capitalización de lo producido, y por lo tanto baja competitividad en los mercados.
Bajo nivel tecnológico involucrado en la siembra y recolección.
Causas del latifundio
Las causas del latifundismo son históricas. El reparto de tierras conquistadas entre las élites
militares, por ejemplo, fue una práctica común en la conquista del continente americano que
preservaron las repúblicas independientes posteriores. Así, transmitiéndose de generación en
generación, los latifundios se preservaron intactos a pesar de que las necesidades alimentarias de la
población crecían.
Características socioeconómicas de latifundio
latifundio - tercer mundo
El latifundio se vincula con sectores de menor desarrollo agrícola del Tercer mundo.
El latifundismo ha contribuido con el subdesarrollo de las naciones en que es un fenómeno
abundante, al empobrecer la mano de obra campesina y debilitar el sistema agrario nacional.
Se lo vincula, de hecho, con los sectores del tercer mundo con menos desarrollo agrícola, y por ende
se lo combate o bien con nuevos sistemas de propiedad de la tierra reforma agraria) o con la
modernización de la agricultura (agricultura de mercado).
Implicaciones políticas del latifundio
El manejo desigual de la tierra entra en conflicto con muchas disposiciones políticas que buscan
democratizar o socializar el agro para construir una clase campesina pudiente y productiva.
Considerándolo contrario al interés social, muchos países lo han proscrito ya que obliga a las
naciones a la importación de alimentos como única forma de combatir el monopolio alimentario de
una élite rural, la cual tendría así influencias políticas y económicas sobre los gobiernos.
Implicaciones jurídicas del latifundio
latifundio - ley
Las normas jurídicas siempre velan por los derechos laborales campesinos. Numerosas
constituciones políticas y modelos de gobierno se han opuesto históricamente al latifundio, sobre
todo en las naciones que más lo han padecido, como las latinoamericanas. En este sentido, la norma
jurídica en materia de latifundios vela siempre por la preservación de los derechos de los
trabajadores campesinos, parte débil del eslabón agrícola, así como por la incorporación de una
consciencia ecológica en los mismos.
Minifundio
Un concepto semejante al de latifundio es el minifundio, una variante de mucho menor tamaño y
extensión, pero igual incapacidad productiva y de un mismo talante privado. No debe confundirse
con la agricultura de subsistencia, ya que el minifundio y el latifundio pueden ser considerados
ambos como tierras “ociosas”.
Diferencias entre latifundio y minifundio
minifundio - latifundio
Los minifundios tienen lugar en pequeños terrenos montañosos.
Las diferencias entre el latifundio y el minifundio son las siguientes:
Extensiones de tierra distintas. El latifundio se extiende a lo largo de terrenos amplios,
preferentemente llanos, mientras que el minifundio tiene lugar en pequeños enclaves agrícolas,
como en los terrenos montañosos.
Capacidad de trabajo distinta. Si bien ambas son consideradas formas improductivas de reparto de
la tierra, el minifundio por sus reducidas dimensiones carece de las posibilidades de un desarrollo
agrícola a gran escala, segmentando así el terreno en pequeñas parcelas improductivas.
Orígenes distintos. Mientras el latifundio es herencia histórica de ciertas poderosas clases sociales
de linaje jerárquico, el minifundio suele ser resultado de la división de latifundios en propiedades
más pequeñas, como consecuencia de reparto de herencias u otras obligaciones de sucesión.
9 ¿Cuál es la función de la ONU?

El artículo 1 de la Carta de las Naciones Unidas establece lo siguiente:


Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para
prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos
de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del
derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles
de conducir a quebrantamientos de la paz;
Fomentar entre las naciones relaciones de amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad
de derechos y al de la libre determinación de los pueblos, y tomar otras medidas adecuadas para
fortalecer la paz universal;
Realizar la cooperación internacional en la solución de problemas internacionales de carácter
económico, social, cultural o humanitario, y en el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos
humanos y a las libertades fundamentales de todos, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo,
idioma o religión; y
Servir de centro que armonice los esfuerzos de las naciones por alcanzar estos propósitos comunes.

¿Cuál es la función de La FAO?


La FAO es la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Es decir,
es una organización supranacional (que está formada por países y funciona bajo el amparo de la
ONU). Su función principal es conducir las actividades internacionales encaminadas a erradicar el
hambre.
Para desarrollar esa función de erradicar el hambre debe actuar como un foro neutral donde países
en desarrollo y desarrollados negocien los distintos acuerdos a llevar a cabo. De esta forma la FAO
ayuda a los países en desarrollo y a los países en transición a modernizar y mejorar sus actividades
agrícolas, forestales y pesqueras, con el fin de asegurar una buena nutrición para todos.
Para poder realizar su cometido la FAO tiene una sede central en Roma y además tiene oficinas
Regionales, para África, Asia y el Pacífico, América Latina y el Caribe, el Cercano Oriente y
Europa. Oficinas Subregionales, para el África Austral y Oriental y Occidental y Central, las Islas
del Pacífico, el Caribe, África del Norte y Europa Central y Oriental y setenta y ocho
representaciones en los países miembros.
Una de las funciones principales de la FAO es la de someter a los Estados Miembros convenciones
y acuerdos sobre cuestiones relativas a la alimentación y la agricultura. En la práctica es muy
importante porque los Estados Miembros cuando aprueban estas resoluciones se obligan en su
acatamiento.

En concreto podemos definir como cuatro los objetivos principales de la FAO. La primera es la de
ofrecer información tanto a personas individuales como organismos internacionales, nacionales y
países miembros. Los conocimientos son tan diversos como agricultura, pesca, ganadería, nutrición,
economía, etc.
La segunda es compartir conocimientos especializados en materia de políticas. Principalmente
ayudando en la elaboración de políticas nacionales agrícolas.
Es un foro de debate y encuentro de los países. Y todos los conocimientos que nacen en el seno de
la FAO son llevados al mundo rural. La FAO moviliza y administra millones de dólares
proporcionados por los países industrializados, los bancos de desarrollo y otras fuentes, a fin de
garantizar que los proyectos cumplan su propósito.

¿Cuál es la Función de la OEA?


La Organización de los Estados Americanos (OEA) es una organización internacional
panamericanista de ámbito regional y continental creada el 30 de abril de 1948, con el objetivo de
ser un foro político para la toma de decisiones, el diálogo multilateral y la integración de América.

¿Cuál es la Función del Banco Mundial?


El Banco Mundial es una fuente fundamental de asistencia financiera y técnica para los
países en desarrollo de todo el mundo. No se trata de un banco en el sentido usual sino de
una organización única que persigue reducir la pobreza y apoyar el desarrollo.

10 Ciento veinte millones de niños se agitan en el centro de esta tormenta. ...


Cada minuto muere un niño de enfermedad o de hambre, pero en el año 2000 habrá
seiscientos cincuenta millones de latinoamericanos, y la mitad tendrá menos de quince
años de edad: una bomba de tiempo

11Argentina, Brasil y México

12 Thomas Malthus

Biografía
Nacido en Surrey el 17 de febrero de 1766, su principal
estudio fue el Ensayo sobre el principio de la
población (1798), en el que afirmaba que la población
tiende a crecer en progresión geométrica, mientras que los
alimentos sólo aumentan en progresión aritmética, por lo
que la población se encuentra siempre limitada por los
medios de subsistencia. Malthus fue educado según los
principios pedagógicos de Jean-Jacques Rousseau, de
quien su padre era íntimo amigo. Completó sus estudios en
el Jesus College de Cambridge. Después de graduarse en
filosofía y teología, fue ordenado pastor anglicano y estuvo
durante un tiempo al frente de la parroquia de Albury.
En 1793 fue designado miembro del equipo de dirección
del Jesus College, puesto al que tuvo que renunciar en
1804 al contraer matrimonio. Por esas mismas fechas,
la Compañía de las Indias Orientales fundó Haileybury, una nueva institución universitaria
destinada a formar a los funcionarios que después servirían a Inglaterra en destinos de
ultramar; allí ejerció Malthus como profesor de economía desde 1805 hasta su muerte en
1834.

Pensamiento
Thomas Robert Malthus fue el primer economistas en proponer una teoría sistemática de
la población. Malthus propone el principio de que las poblaciones humanas crecen
exponencialmente, es decir, se duplican cada ciclo, mientras que la produccion crece a
una razon aritmética.

APORTES DE THOMAS MALTHUS


Thomas Malthus es especialmente conocido en la historia de la economía, la antropología
y la demografía por su Ensayo sobre el principio de la población, obra de la cual se harían
seis ediciones durante la vida de Malthus. En esta obra Malthus plantea que la población
humana enfrenta grandes desafíos para expandirse y que generalmente su crecimiento
solo se detiene cuando tiene que hacer frente a estos desafíos.

Dichos desafíos son: El hambre, las guerras, las epidemias, las catástrofes naturales y la
pobreza.
Malthus consideraba que dada la escasez de recursos para la subsistencia de la especie
humana era necesario poner freno al crecimiento poblacional, dado que si esto no se
hacía se corría el riesgo de enfrentar los obstáculos mayores que frenaban la población
de manera obligatoria, tales como el hambre, la miseria, las enfermedades y las guerras.
Para lograr esto era necesario poner frenos voluntarios al crecimiento de la población,
tales como la abstinencia, la castidad y/o el retraso del matrimonio hasta acumular
recursos.

LIBROS DE THOMAS MALTHUS


La obra de Malthus es bastante extensa y aunque el tema de la sobrepoblación
desempeña un papel importante en sus teorías e ideas acerca de la economía, no es el
único sobre el que este economista escribió ampliamente.

Estas son las publicaciones de Malthus:

1798 – Ensayo sobre el principio de población


1798: 1ª edición anónima, Un ensayo sobre el principio de población, ya que afecta la
mejora futura de la sociedad con comentarios sobre las especulaciones del Sr. Godwin,
M. Condorcet y otros escritores.
1803: 2ª edición más extensa (250 000 palabras) con firma de Malthus: ensayo sobre el
principio de población; o, una vista de sus efectos pasados y presentes en la felicidad
humana; con una investigación sobre nuestras perspectivas con respecto a la futura
eliminación o mitigación de los males que ocasiona.
1806, 1807, 1817 y 1826: 3ª a 6ª edición ;, con cambios no muy importantes sobre la 2ª
edición.
1800 – Edición anónima, Una investigación de la causa del alto precio actual de las
provisiones y la riqueza general del país.
1815 – Una investigación sobre la naturaleza y el progreso de la renta y los principios por
los cuales se regula.
1815 – Los fundamentos de un dictamen sobre la política de restricción de la importación
de maíz extranjero, destinado a ser un apéndice de las observaciones sobre las leyes del
maíz.
1820 – Principios de economía política considerados con miras a su aplicación práctica.
1823 – La Medida de Valor declarada e ilustrada con una Aplicación de la misma a las
alteraciones en el Valor de la Moneda Inglesa desde 1790.
1823 – Población, artículo para la Enciclopedia Británica.
1827 – Definiciones en economía política; Precedido por una investigación sobre las
reglas que deben guiar a los economistas políticos en la definición y uso de sus términos,
con comentarios sobre la desviación de estas reglas en sus escritos.
1830 – Una vista resumida del principio de población, largo extracto sobre el artículo de
1823 (Población)

Frases célebres de Thomas Malthus.


La lucha perpetua por espacio y comida.
Frase célebre de Thomas Malthus
La población, sin restricción, se incrementa en proporción geométrica. La subsistencia
solo se incrementa en proporción aritmética.
Frase célebre de Thomas Malthus
Parece que es una de las inevitables leyes de la naturaleza que algunos seres humanos
sufran de miseria. Estas son las personas que, en la gran lotería de la vida, fracasarán.
Frase célebre de Thomas Malthus

terminos

Malthusianismo

El malthusianismo o maltusianismo es una teoría demográfica, económica y sociopolítica,


desarrollada por el economista británico Thomas Robert Malthus (1766-1834) durante la
revolución industrial, según la cual el ritmo de crecimiento de la población responde a una
progresión geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia
lo hace en progresión aritmética. Por esta razón, de no intervenir obstáculos represivos
(hambre, guerras, pestes, etc.), el nacimiento de nuevos seres aumentaría la pauperización
gradual de la especie humana e incluso podría provocar su extinción -lo que se ha denominado
catástrofe malthusiana.

Malthus hoy en día


Las teorías de Thomas Robert Malthus se ven hoy, siempre que se lee algo relacionado
con el exceso de población, con la falta de recursos y con la imposibilidad de sostener el
crecimiento de la población y del consumo continuo.

También se ve a Malthus en estos momentos que se está hablando mucho de las


limitaciones del medio ambiente y de su incapacidad de sostener el camino consumista y
de crecimiento en el que estamos. En el pasado, la innovación, el desarrollo de la
tecnología y el ingenio humano le ha desmentido. Veremos más innovación, desarrollo de
tecnología e ingenio humano en el futuro, espero que suficiente.

13 La desigualdad es un problema que enfrentan todos los países, sean estos


pobres, ricos, o de situación intermedia. Cierto grado de desigualdad puede ser un
subproducto temporal del crecimiento económico cuando no todos avanzan al mismo
ritmo y al mismo tiempo. Pero cuando la mayoría de la gente sufre un estancamiento
económico y social, la desigualdad representa una verdadera amenaza para el progreso
de las personas y de países enteros.
Por esta razón, la desigualdad elevada y persistente no solo es moralmente incorrecta,
sino también un síntoma de una sociedad fracturada. Puede conducir a una pobreza
generalizada, asfixiar el crecimiento y provocar conflictos sociales. Es por ello también
que los objetivos del Banco Mundial no consisten únicamente en poner fin a la pobreza,
sino además en promover la prosperidad compartida.
A menudo el debate sobre la desigualdad se centra en la brecha de ingresos. Sin
embargo, hay otros aspectos de la desigualdad que revisten la misma importancia.
El primero es la desigualdad de oportunidades, que tiene un alto costo y graves
implicaciones. Significa que los niños parten con una desventaja desde su nacimiento.

14 “¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? La pobreza no está


escrita en los astros; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios. Corren
años de revolución, tiempos de redención. Las clases dominantes ponen las barbas en
remojo, y a la vez anuncian el infierno para todos. En cierto modo, la derecha tiene razón
cuando se identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden: es el orden, en efecto, de la
cotidiana humillación de las mayorías, pero orden al fin: la tranquilidad de que la injusticia
siga siendo injusta y el hambre hambrienta. Si el futuro se transforma en una caja de
sorpresas, el conservador grita, con toda razón: «Me han traicionado». Y los ideólogos de
la impotencia, los esclavos que se miran a sí mismos con los ojos del amo, no demoran
en hacer escuchar sus clamores. El águila de bronce del Maine, derribada el día de la
victoria de la revolución cubana, yace ahora abandonada, con las alas rotas, bajo un
portal del barrio viejo de La Habana. Desde Cuba en adelante, también otros países han
iniciado por distintas vías y con distintos medios la experiencia del cambio: la
perpetuación del actual orden de cosas es la perpetuación del crimen.”

Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”


Las venas abiertas de América Latina

“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros
en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se
especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se
abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América
Latina perfeccionó sus funciones.

Este ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrota a la fábula y la imaginación era
humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la
región sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas,
como fuente de reservas del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias
primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan consumiéndolos, mucho más de lo
que América Latina gana produciéndolos. Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos
americanos, aunque los haitianos y los cubanos ya habían asomado a la historia, como pueblos
nuevos, un siglo antes que los peregrinos del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth.
Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo
sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación.

Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días,
todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha
acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus
profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos
naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han
sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del
capitalismo.
A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli
extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho
más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la opresión
de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de cada país, la explotación que
las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra.
(Hace cuatro siglos, ya habían nacido dieciséis de las veinte ciudades latinoamericanas más
pobladas de la actualidad).
Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de América Latina
no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes
ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina
integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo
siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para
alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y
neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convirtieron en veneno”.
La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar
y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue
precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del
Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta.
Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones. Este ya no es el reino de
las maravillas donde la realidad derrotaba a la fábula y la imaginación era humillada por
los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las montañas de plata. Pero la región
sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas,
como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las
materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan.
consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos. Son mucho
más altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los
vendedores; y al fin y al cabo, como declaró en julio de 1968 Covey T. Oliver, coordinador
de la Alianza para el Progreso, «hablar de precios justos en la actualidad es un concepto
medieval. Estamos en plena época de la libre comercialización … » Cuanta más libertad
se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen
los negocios. Nuestros sistemas de inquisidores y verdugos no sólo funcionan para el
mercado externo dominante; proporcionan también caudalosos manantiales de ganancias
que fluyen de los empréstitos y las inversiones extranjeras en los mercados internos
dominados. «Se ha oído hablar de concesiones hechas por América Latina al capital
extranjero, pero no de concesiones hechas por los Estados Unidos al capital de otros
países…» Es que nosotros no damos concesiones», advertía, allá por 1913, el presidente
norteamericano Woodrow Wilson. Él estaba seguro: «Un país -decía- es poseído y
dominado por el capital que en él se haya invertido». Y tenía razón. Por el camino hasta
perdimos el derecho de llamarnos americanos, aunque los haitianos y los cubanos ya
habían asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo antes de que los peregrinos
del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora América es, para el
mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub
América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación.

Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta


nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde,
norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de
poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su
capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. El
modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente
determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo. A
cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la
metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias
sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende,
dentro de América Latina, la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y,
fronteras adentro de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos
ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra. (Hace cuatro siglos, ya
habían nacido dieciséis de las veinte ciudades latinoamericanas más pobladas de la
actualidad.)

Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de


América Latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron.
Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia
del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo
del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena;
nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de
otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se
transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno. Potosí, Zacatecas y
Ouro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los metales
preciosos al profundo agujero de los socavones vacíos, y la ruina fue el destino de la
pampa chilena del salitre y de la selva amazónica del caucho; el nordeste azucarero de
Brasil, los bosques argentinos del quebracho o ciertos pueblos petroleros del lago de
Maracaibo tienen dolorosas razones para creer en la mortalidad de las fortunas que la
naturaleza otorga y el imperialismo usurpa. La lluvia que irriga a los centros del poder
imperialista aboga los vastos suburbios del sistema. Del mismo modo, y simétricamente,
el bienestar de nuestras clases dominantes – dominantes hacia dentro, dominadas desde
fuera- es la maldición de nuestras multitudes condenadas a una vida de bestias de carga.

La brecha se extiende. Hacia mediados del siglo anterior, el nivel de vida de los países
ricos del mundo excedía en un cincuenta por ciento el nivel de los países pobres. El
desarrollo desarrolla la desigualdad: Richard Nixon anunció, en abril de 1969, en su
discurso ante la OEA, que a fines del siglo veinte el ingreso per capita en Estados Unidos
será quince veces más alto que el ingreso en América Latina. La fuerza del conjunto del
sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, Y
esa desigualdad asume magnitudes cada vez más dramáticas. Los países opresores se
hacen cada vez más ricos en términos absolutos, pero mucho más en términos relativos,
por el dinamismo de la disparidad creciente. El capitalismo central puede darse el lujo de
crear y creer sus propios mitos de opulencia, pero los mitos no se comen, y bien lo saben
los países pobres que constituyen el vasto capitalismo periférico. El ingreso promedio de
un ciudadano norteamericano es siete veces mayor que el de un latinoamericano y
aumenta a un ritmo diez veces más intenso. Y los promedios engañan, por los
insondables abismos que se abren, al sur del río Bravo, entre los muchos pobres v los
pocos ricos de la región. En la cúspide, en efecto, seis millones de latinoamericanos
acaparan, según las Naciones Unidas, el mismo ingreso que ciento cuarenta millones de
personas ubicadas en la base de la pirámide social. Hay sesenta millones de campesinos
cuya fortuna asciende a veinticinco centavos de dólar por día; en el otro extremo los
proxenetas de la desdicha se dan el lujo de acumular cinco mil millones de dólares en sus
cuentas privadas de Suiza o Estados Unidos, y derrochan en la ostentación y el lujo estéril
– ofensa y desafío- y en las inversiones improductivas, que constituyen nada menos que
la mitad de la inversión total, los capitales que América Latina podría destinar a la
reposición, ampliación y creación de fuentes de producción y de trabajo. Incorporadas
desde siempre a la constelación del poder imperialista, nuestras clases dominantes no
tienen el menor interés en averiguar si el Patriotismo podría resultar más rentable que la
traición o si la mendicidad es la única forma posible de la Política internacional. Se
hipoteca la soberanía porque «no hay otro camino»; las coartadas de la oligarquía
confunden interesadamente la impotencia de una clase social con el presunto vacío de
destino de cada nación.
Josué de Castro declara: «Yo, que he recibido un premio internacional de la paz, pienso
que, infelizmente, no hay otra solución que la violencia para América Latina». Ciento
veinte millones de niños se agitan en el centro de esta tormenta. La población de América
Latina crece como ninguna otra; en medio siglo se triplicó con creces. Cada minuto muere
un niño de enfermedad o de hambre, pero en el año 2000 habrá seiscientos cincuenta
millones de latinoamericanos, y la mitad tendrá menos de quince años de edad: una
bomba de tiempo. Entre los doscientos ochenta millones de latinoamericanos hay, a fines
de 1970, cincuenta millones de desocupados o subocupados y cerca de cien millones de
analfabetos; la mitad de los latinoamericanos vive apiñada en viviendas insalubres. Los
tres mayores mercados de América Latina -Argentina, Brasil y México- no alcanzan a
igualar, sumados, la capacidad de consumo de Francia o de Alemania occidental, aunque
la población reunida de nuestros tres grandes excede largamente a la de cualquier país
europeo. América Latina produce hoy día, en relación con la población, menos alimentos
que antes de la última guerra mundial, y sus exportaciones per capita han disminuido tres
veces, a precios constantes, desde la víspera de la crisis de 1929. El sistema es muy
racional desde el punto de vista de sus dueños extranjeros y de nuestra burguesía de
comisionistas, que ha vendido el alma al Diablo a un precio que hubiera avergonzado a
Fausto. Pero el sistema es tan irracional para todos los demás que cuanto más se
desarrolla más agudiza sus desequilibrios y sus tensiones, sus contradicciones ardientes.
Hasta la industrialización, dependiente y tardía, que cómodamente coexiste con el
latifundio y las estructuras de la desigualdad, contribuye a sembrar la desocupación en
vez de ayudar a resolverla; se extiende la pobreza y se concentra la riqueza en esta
región que cuenta con inmensas legiones de brazos caídos que se multiplican sin
descanso. Nuevas fábricas se instalan en los polos privilegiados de desarrollo -Sao Paulo,
Buenos Aires, la ciudad de México- pero menos mano de obra se necesita cada vez. El
sistema no ha previsto esta pequeña molestia: lo que sobra es gente. Y la gente se
reproduce. Se hace el amor con entusiasmo y sin precauciones. Cada vez queda más
gente a la vera del camino, sin trabajo en el campo, donde el latifundio reina con sus
gigantescos eriales, y sin trabajo en la ciudad, donde reinan las máquinas: el sistema
vomita hombres. Las misiones norteamericanas esterilizan masivamente mujeres y
siembran píldoras, diafragmas, espirales, preservativos y almanaques marcados, pero
cosechan niños; porfiadamente, los niños latinoamericanos continúan naciendo,
reivindicando su derecho natural a obtener un sitio bajo el sol en estas tierras espléndidas
que podrían brindar a todos lo que a casi todos niegan.

A principios de noviembre de 1968, Richard Nixon comprobó en voz alta que la Alianza
para el Progreso había cumplido siete años de vida y, sin embargo, se habían agravado la
desnutrición y la escasez de alimentos en América Latina. Pocos meses antes, en abril,
George W. Ball escribía en Life: «Por lo menos durante las próximas décadas, el
descontento de las naciones más pobres no significará una amenaza de destrucción del
mundo. Por vergonzoso que sea, el mundo ha vivido, durante generaciones, dos tercios
pobre y un tercio rico. Por injusto que sea, es limitado el poder de los países pobres». Ball
había encabezado la delegación de los Estados Unidos a la Primera Conferencia de
Comercio y Desarrollo en Ginebra, y había votado contra nueve de los doce principios
generales aprobados por la conferencia con el fin de aliviar las desventajas de los países
subdesarrollados en el comercio internacional. Son secretas las matanzas de la miseria
en América Latina; cada año estallan, silenciosamente, sin estrépito alguno, tres bombas
de Hiroshima sobre estos pueblos que tienen la costumbre de sufrir con los dientes
apretados. Esta violencia sistemática, no aparente pero real, va en aumento: sus
crímenes no se difunden en la crónica roja, sino en las estadísticas de la FAO. Ball dice
que la impunidad es todavía posible, porque los pobres no pueden desencadenar la
guerra mundial, pero el Imperio se preocupa: incapaz de multiplicar los panes, hace lo
posible por suprimir a los comensales. «Combata la pobreza, ¡mate a un mendigo!»,
garabateó un maestro del humor negro sobre un muro de la ciudad de La Paz. ¿Qué se
proponen los herederos de Malthus sino matar a todos los próximos mendigos antes de
que nazcan? Robert McNamara, el presidente del Banco Mundial que había sido
presidente de la Ford y Secretario de Defensa, afirma que la explosión demográfica
constituye el mayor obstáculo para el progreso de América Latina y anuncia que el Banco
Mundial otorgará prioridad, en sus préstamos, a los países que apliquen planes para el
control de la natalidad. McNamara comprueba con lástima que los cerebros de los pobres
piensan un veinticinco por ciento menos, y los tecnócratas del Banco Mundial (que ya
nacieron) hacen zumbar las computadoras y generan complicadísimos trabalenguas
sobre las ventajas de no nacer: «Si un país en desarrollo que tiene una renta media per
capita de 150 a 200 dólares anuales logra reducir su fertilidad en un 50 por ciento en un
período de 25 años, al cabo de 30 años su renta per capita será superior por lo menos en
un 40 por ciento al nivel que hubiera alcanzado de lo contrario, y dos veces más elevada
al cabo de 60 años», asegura uno de los documentos del organismo. Se ha hecho célebre
la frase de Lyndon Johnson: «Cinco dólares invertidos contra el crecimiento de la
población son más eficaces que den dólares invertidos en el crecimiento económico».
Dwight Eisenhower pronosticó que si los habitantes de la tierra seguían multiplicándose al
mismo ritmo no sólo se agudizaría el peligro de la revolución, sino que además se
produciría «una degradación del nivel de vida de todos los pueblos, el nuestro inclusive».

Los Estados Unidos no sufren, fronteras adentro, el problema de la explosión de la


natalidad, pero se preocupan como nadie por difundir e imponer, en los cuatro puntos
cardinales, la planificación familiar. No sólo el gobierno; también Rockefeller y la
Fundación Ford padecen pesadillas con millones de niños que avanzan, como langostas,
desde los horizontes del Tercer Mundo. Platón y Aristóteles se habían ocupado del tema
antes que Malthus y McNamara; sin embargo, en nuestros tiempos, toda esta ofensiva
universal cumple una función bien definida: se propone justificar la muy desigual
distribución de la renta entre los países y entre las clases sociales, convencer a los
pobres de que la pobreza es el resultado de los hijos que no se evitan y poner un dique al
avance de la furia de las masas en movimiento y rebelión. Los dispositivos intrauterinos
compiten con las bombas y la metralla, en el sudeste asiático, en el esfuerzo por detener
el crecimiento de la población de Vietnam. En América Latina resulta más higiénico y
eficaz matar a los guerrilleros en los úteros que en las sierras o en las calles. Diversas
misiones norteamericanas han esterilizado a millares de mujeres en la Amazonía, pese a
que ésta es la zona habitable más desierta del planeta. En la mayor parte de los países
latinoamericanos, la gente no sobra: falta. Brasil tiene 38 veces menos habitantes por
kilómetro cuadrado que Bélgica; Paraguay, 49 veces menos que Inglaterra; Perú, 32
veces menos que Japón. Haití y El Salvador, hormigueros humanos de América Latina,
tienen una densidad de población menor que la de Italia. Los pretextos invocados ofenden
la inteligencia; las intenciones reales encienden la indignación. Al fin y al cabo, no menos
de la mitad de los territorios de Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, Paraguay y Venezuela está
habitada por nadie. Ninguna población latinoamericana crece menos que la del Uruguay,
país de viejos, y sin embargo ninguna otra nación ha sido tan castigada, en los años
recientes, por una crisis que parece arrastrarla al último círculo de los infiernos. Uruguay
está vacío y sus praderas fértiles podrían dar de comer a una población infinitamente
mayor que la que hoy padece, sobre su suelo, tantas penurias. Hace más de un siglo, un
canciller de Guatemala había sentenciado proféticamente: «Sería curioso que del seno
mismo de los Estados Unidos, de donde nos viene el mal, naciese también el remedio».
Muerta y enterrada la Alianza para el Progreso, el Imperio propone ahora, con más pánico
que generosidad, resolver los problemas de América Latina eliminando de antemano a los
latinoamericanos. En Washington tienen ya motivos para sospechar que los pueblos
pobres no prefieren ser pobres. Pero no se puede querer el fin sin querer los medios:
quienes niegan la liberación de América Latina, niegan también nuestro único
renacimiento posible, y de paso absuelven a las estructuras en vigencia. Los jóvenes se
multiplican, se levantan, escuchan: ¿qué les ofrece la voz del sistema? El sistema habla
un lenguaje surrealista: propone evitar los nacimientos en estas tierras vacías; opina que
faltan capitales en países donde los capitales sobran pero se desperdician; denomina
ayuda a la ortopedia deformante de los empréstitos y al drenaje de riquezas que las
inversiones extranjeras provocan; convoca a los latifundistas a realizar la reforma agraria
y a la oligarquía a poner en práctica la justicia social. La lucha de clases no existe -se
decreta- más que por culpa de los agentes foráneos que la encienden, pero en cambio
existen las clases sociales, y a la opresión de unas por otras se la denomina el estilo
occidental de vida. Las expediciones criminales de los marines tienen por objeto
restablecer el orden y la paz social, y las dictaduras adictas a Washington fundan en las
cárceles el estado de derecho y prohiben las huelgas y aniquilan los sindicatos para
proteger la libertad de trabajo.

¿Tenemos todo prohibido, salvo cruzarnos de brazos? La pobreza no está escrita en los
astros; el subdesarrollo no es el fruto de un oscuro designio de Dios. Corren años de
revolución, tiempos de redención. Las clases dominantes ponen las barbas en remojo, y a
la vez anuncian el infierno para todos. En cierto modo, la derecha tiene razón cuando se
identifica a sí misma con la tranquilidad y el orden, es el orden, en efecto, de la cotidiana
humillación de las mayorías, pero orden al fin: la tranquilidad de que la injusticia siga
siendo injusta y el hambre hambrienta. Si el futuro se transforma en una caja de
sorpresas, el conservador grita, con toda razón: «Me han traicionado». Y los ideólogos de
la impotencia, los esclavos que se miran a sí mismos con los ojos del amo, no demoran
en hacer escuchar sus clamores. El águila de bronce del Maine, derribada el día de la
victoria de la revolución cubana, yace ahora abandonada, con las alas rotas, bajo un
portal del barrio viejo de La Habana. Desde Cuba en adelante, también otros países han
iniciado por distintas vías y con distintos medios la experiencia del cambio: la
perpetuación del actual orden de cosas es la perpetuación del crimen.

Los fantasmas de todas las revoluciones estranguladas o traicionadas a lo largo de la


torturada historia latinoamericana se asoman en las nuevas experiencias, así como los
tiempos presentes habían sido presentidos y engendrados por las contradicciones del
pasado. La historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra
lo que fue, anuncia lo que será. Por eso en este libro, que quiere ofrecer una historia del
saqueo y a la vez contar cómo funcionan los mecanismos actuales del despojo, aparecen
los conquistadores en las carabelas y, cerca, los tecnócratas en los jets, Hernán Cortés y
los infantes de marina, los corregidores del reino y las misiones del Fondo Monetario
Internacional, los dividendos de los traficantes de esclavos y las ganancias de la General
Motors. También los héroes derrotados y las revoluciones de nuestros días, las infamias y
las esperanzas muertas y resurrectas: los sacrificios fecundos. Cuando Alexander von
Humboldt investigó las costumbres de los antiguos habitantes indígenas de la meseta de
Bogotá, supo que los indios llamaban quihica a las víctimas de las ceremonias rituales.
Quihica significaba puerta: la muerte de cada elegido abría un nuevo ciclo de ciento
ochenta y cinco lunas .

También podría gustarte