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Un Centenario
CAICEDONIA
Un Centenario
ISBN: 978-958-44-6848-2
Fotografía: Jorge Díaz (portada), Uverney Antonio González y Rubén Darío García
Printed and made in Colombia / Impreso y hecho en Colombia por Tipografía Atalaya
Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente por ningún medio sin la
autorización del editor.
AGRADECIMIENTOS
Prefacio
Primera parte: Aquí entre nosotros
Los castigos, las pelas 15
El culebrero 21
Pachorqueta 25
Josébejuco 27
Vamos a misa 31
Mi sentido pésame 39
El Willys 43
Dinosaurios en Caicedonia 50
Israel Motato 60
Juntos y también revueltos 66
Un monumento a la empanada 72
Caicedonia, un nombre ya centenario 80
Anexos 125
CAICEDONIA, Un Centenario ISBN: 978-958-44-6848-2
Prefacio
El Culebrero
“Señoooras y señooores, tengan ustedes muuy, pero muy
buenos días”, decía siempre el culebrero. Y continuaba: “Vengo
desde los lugares más lejanos y misteriosos de la selva amazónica;
de aquellos lugares donde aún la civilización no ha puesto su pie.
He sido enviado a ustedes por orden de mis ancestros. Soy el
emisario que trae para ustedes la única, la más y mejor de todas las
medicinas naturales que cura, que anima, que protege, que les da
amor y porvenir”.
Sin pausa, casi sin tomar aire, con la retahíla de un motivador
profesional y con un público atento y dispuesto a divertirse,
continúa la función:
“¡Ya casi saco la culebra! Pero por motivos de seguridad me
veo en la obligación de dar una esperita y mientras doy tiempo a la
culebra para que se desarrugue, para que se desenrosque, mejor
dicho, tiempo para que se adapte a los rigores del clima, a la mirada
de los curiosos, a los olores mortíferos de los que no se bañan, les
cuento que el ungüento traído directamente desde lo más profundo
de la selva virgen del Amazonas, los va a curar a ustedes de todos
los males que los aquejan, de aquellos que no los aquejan, pero que
los están matando en silencio, y también de los males que no tienen,
ni van a tener, porque después de muchas generaciones he recibido
la bendición, la fórmula secreta del Taita, que la semana pasada
cumplió ya 800 años, y que, según premoniciones, otros tantos en
igual número le quedan por cumplir. Así, pues, que mientras la
culebra se alista, paso a recoger una monedita que no empobrece ni
enriquece a nadie; también recibo billeticos de los pequeños, de los
medianos y de los grandes, monedas, anillos, cadenas y cualquier
cosa de valor, así sea una finca abandonada; también recibo tarjetas
de crédito”, dicen algunos más modernizados.
El día sábado era también el día del culebrero. El día del grito
“quieta, Margarita”, porque así se llamaban y aún se llaman todas
las culebras de todos los culebreros de Colombia. ¡Un patrimonio!
Pachorqueta
María Oliva Pérez, Doña Oliva, conocida cariñosamente
como Pachorqueta, era la representación típica del sano jolgorio.
Las fiestas del pueblo siempre contaban con ella y su presencia era
augurio de buena y sana parranda. Con sus 1.80, su figura ligera,
su falda ancha y larga al tobillo es su estampa típica con la que aún
hoy la recordamos. Se le veía revolotear por todas partes. Uno se
la encontraba en los cafés, en las cantinas, rodeada de hombres que
hablaban de todo: de política, de negocios, de difuntos, que en
tiempos de la violencia eran bastantes y además tema obligado de
supervivencia. De todo opinaba con propiedad; a todo tenía una
respuesta y todos le prestaban atención. Jamás se le vio en
manifestaciones obscenas o amoríos públicos muy a pesar de que
ella nunca conoció en el pueblo rincón masculino que le fuese
restringido. Sin su presencia no había Doble a Limones, corrida de
toros, carreras en bicicleta alrededor del pueblo, procesiones,
inauguraciones, aglomeración de gente en el parque o en la plaza
de mercado, o donde fuera. También la iglesia y las procesiones
eran sitios para ella. No era para extrañarse verla empujando un
carro o un camión varado, transportando un herido al hospital,
cargando una ataúd en pleno entierro, dando agua a los ciclistas en
competencias municipales, quemando voladores en las fiestas
religiosas o reuniones políticas, montada en llevollevo o carretilla
dirigiendo un coroteo o simplemente con sus brazos en jarras a la
espera de cualquier evento que demandara su acción. Los hombres
mayores la trataban y contaban con que ella siempre estaría por ahí;
las mujeres, niños y jóvenes por su parte sabían que ella en
cualquier momento aparecía.
A temprana edad la desbordante vitalidad de su
temperamento la convirtió en madre de dos hijos y una hija. En la
retina de muchos quedó el desaforado escándalo público que hizo
al padre de uno de sus hijos cuando este ciudadano prestante, por
olvido, por distracción, por irle clavando el ojo a la vecina, por
Josébejuco
El acompañamiento masivo y sin precedente en la historia del
pueblo fue la mayor muestra de cariño que se le dio a Josébejuco.
A su entierro asistieron personas de todos los estratos y también,
probablemente, de todas las calañas. Aún hoy es motivo de
sorpresa, no poderse uno explicar cómo un hombre tan sencillo, tan
humilde, alguien que vivió literalmente en la absoluta miseria, haya
tenido poder de convocar una multitud, precisamente en el
momento su sepelio.
Caminaba de medio lado, no porque tuviera tumbao.
Caminaba así porque en algún momento de su vida se le encogió
media parte de su humanidad. Su pierna y su mano del lado
izquierdo más cortas que las del lado derecho, lo limitaron a
caminar empinado de un lado por el resto de su vida. Una cabuya
que amarraba sus pantalones, un sombrero de felpa en forma de
pico, un poncho y un vestido ajado, muy ajado, fue su muda de
siempre. El color de su vestido fue siempre oscuro, siempre café
tirando a negro; nunca se conoció el color de sus zapatos, porque
toda la vida anduvo a pie limpio. Y así, a pie limpio, con harapos
que cubrían sus más de cien kilos de peso, fue el aspecto típico con
que todos cariñosamente lo recordamos.
Estaba dotado mentalmente para calcular la fecha calendario
con su correspondiente día de la semana, y ese talento, esa destreza
innata, esa capacidad especial, nos obligó a admirarlo sin más
comentarios. Sí, Josébejuco tenía la virtud de calcular fechas
futuras o pasadas, con tal destreza que hizo que todos sus paisanos
lo conocieran también con los nombres de El Hombre Calendario,
para unos, y de El Calendario Humano, para otros.
En el parque principal o en el de Las Palmas, en la plaza de
mercado o en cualquier parte del pueblo, desde la acera del frente,
uno de muchacho que andaba sin oficio le preguntaba a José, por
ejemplo, qué fecha sería el primer sábado —día del rosario de la
aurora— del próximo mes, y él con su vozarrón decía: el día tal, de
Vamos a misa
En las décadas del cincuenta, sesenta y parte del setenta a falta
de televisión, computador, discotecas y otras cosas en las que uno
pudiera ocupar el tiempo libre, las actividades de la iglesia
parroquial de Nuestra Señora La Virgen del Carmen copaban casi
todo el espacio para el esparcimiento, el crecimiento espiritual y lo
poco que hubiese de reflexión intelectual o científica. Era una
población en la que sus miembros, primero eran feligreses antes
que ciudadanos.
Los axiomas de la vida cotidiana nacían, crecían y se
multiplicaban en la práctica de una prédica en la que la
atemorizante vida del más allá todo lo determinaba. Sin más
referente espiritual, académico o intelectual que hiciera contrapeso,
la influencia de la iglesia fue excluyente, definitiva, homogénea y
a veces sesgada; una forma determinante de forjar criterios en una
población urgida de criterios de orientación normativa.
A manera de rayos X, la iglesia Católica —todavía hoy,
menos que antes— atravesaba todos los rincones del alma, del
espíritu, del cuerpo, de la sociedad, de la geografía local, regional,
nacional y de todo Latinoamérica en general.
Fuimos bautizados, confesados y perdonados por los excesos
del placer del cuerpo —de la carne— o de la negligencia del
espíritu. Aún hoy socialmente se cumple con el bautismo, la
confirmación, la primera comunión, el matrimonio, las honras
fúnebres, la comunión, la confesión, el rezo del rosario, de
innumerables novenas, los mil jesúses, la visita al Santísimo, la
asistencia a decenas de procesiones durante el año, etc.
Los actos religiosos con mayor asistencia han sido siempre
los de la Semana Santa. El rosario de la Aurora fue también una
práctica piadosa de multitud, celebrada por las calles del pueblo el
primer sábado de cada mes. Se iniciaba a las cinco de la mañana
con un lleno total de personas devotas que copaban de tres a cuatro
cuadras. La presencia de los abuelos, los mayores, jóvenes e
Mi sentido pésame
El tutelaje de la iglesia católica como única guía espiritual ha
creado una huella visible en algunas prácticas y costumbres de la
población en general. La costumbre, por ejemplo, ha establecido
que cuando alguien fallece, los duelos reciben condolencias o
sentido pésame de sus conocidos, amigos cercanos y familia en
general. También ha sido costumbre rezar la novena a los difuntos,
asistir a las misas que los duelos mandan a celebrar y, por supuesto,
la presencia física de los más cercanos en el momento del funeral.
También ha sido costumbre —seguramente desde que llegó el
primer sacerdote al pueblo—, donar sufragios con días de
indulgencias, que varían el número de días y presentación según su
precio. Existen sufragios con indulgencias de 200 días, de 300, y
así sucesivamente; hay indulgencias de 10 años o más que,
sumados unos con otros, pueden llegar a uno o dos siglos, en
beneficio del alma del difunto, en caso de que su estadía sea todavía
la del Purgatorio.
Las indulgencias es una creación de la iglesia católica para
perdonar los pecados de sus fieles vivos y difuntos a cambio de
ciertas prácticas piadosas —entre estas las que se pagan en
efectivo—. Lutero por su parte atacó de raíz el principio de esta
práctica porque consideró que solo Dios puede justificar a los
pecadores. Pero cuando el papa León X institucionaliza las
donaciones económicas —indulgencias— para cubrir los saldos
rojos de la construcción de la Basílica de San Pedro, Lutero decide
romper con la iglesia Católica y funda el protestantismo. Combate
tanto las indulgencias por las almas en el Purgatorio (Tesis 8-29) al
igual que aquellas en favor de los vivos (tesis 30-8); al mismo
tiempo deja sin piso bíblico la idea misma del Purgatorio —lugar
donde los muertos en pecado venial purgan sus culpas antes de
acceder al Paraíso—. Según la doctrina protestante cada cristiano
se salva o se condena por sus propias acciones. Cada cristiano de
El Willys
Es costumbre asociar la máquina de vapor con la revolución
industrial, el martillo y la hoz con la revolución bolchevique, los
molinos de viento con la cultura europea en general, la espada y el
escudo con el imperio romano, y siguiendo la dinámica del símbolo
que representa a una cultura, el Willys bien podría ser
representativo de la cultura cafetera.
El jeep Willys, el Willys como se le conoce comúnmente, fue
producto de un diseño a pedido para la guerra. El ejército
americano durante la Segunda Guerra Mundial requería un
vehículo pequeño utilitario de cuatro ruedas, 4x4, robusto para todo
tipo de clima y misión, características aparentemente imposibles de
reunir en un mismo espacio; muchos tomaron como broma las
especificaciones del pedido. Este pedido, que reemplazaría la moto
de campaña, exigía que fuera liviano, fuerte y eficiente en todo tipo
de terreno, es decir, apto para todo tipo de travesía: caminos
destapados, montañas rocosas, desiertos y selvas pantanosas. Los
fabricantes finalmente cumplieron con el pedido y durante la
Segunda Guerra Mundial se produjeron más de 700.000 unidades.
Fue un vehículo que se utilizó en casi todos los cometidos de las
tareas militares y de la guerra. A partir de 1941 participó en todas
las campañas de la Segunda Guerra Mundial. Se le utilizó como
vehículo ametralladora, de arrastre de cañones, de reconocimiento,
como lanzacohetes, ambulancia, camioneta, taxi, portador de
municiones, para los tendidos de alambre de púa, como altar, como
carroza de exhibición en los momentos de victoria y también como
trinchera. El general George Catlett Marshall, jefe del Estado
Mayor del Ejército durante la Segunda Guerra Mundial y
Secretario de Estado norteamericano, describió al jeep como “la
mayor contribución de los Estados Unidos de América a las
operaciones de guerra modernas”.
Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, Estados
Unidos estaba inundado de esta mercancía que vendió a los países
del tercer mundo a precios muy económicos. Sin saber la suerte que
se corría y para fortuna de la región, Estados Unidos se deshizo de
un cañengo que a la población campesina de la región cafetera le
cayó como anillo al dedo. Conocido el éxito de la versión
Minguerra, los fabricantes se decidieron por una versión civil y
crearon el CJ (Civil Jeep), versión que adquirió domicilio
permanente en esta región, siendo el modelo 54(CJ-3B) el más
conocido entre nosotros.
El Willys y el café apalancaron el progreso de toda la
región del Viejo Caldas. Ambos foráneos, el uno llegado de Arabia
y el otro de Usa, han sido piezas fundamentales en la economía de
la región. Este todoterreno, a su vez económico y multifuncional
aún hoy sigue haciendo presencia en todas las prácticas agrícolas y
de transporte en las vías veredales de la comarca. Fueron los Willys
los que convirtieron en carretera las trochas trazadas por las mulas.
Se le carga con todo: con racimos de plátanos, o de banano, con
bultos de yuca, de café, de abono, con materiales de construcción,
o con cupos hasta de veinte y más pasajeros sin reparo por el estado
del tiempo o estado de la vía, porque de antemano se sabe que los
rigores de la trocha, carretera destapada, en mal estado o
empantanada son apenas el estado natural de su desempeño. Estos
vehículos hechos sin confort alguno, también han estado presente
en cometidos humanitarios. Improvisados como ambulancia, cama
o camilla de parto ratificado por decenas de nacimientos inducidos
a veces por la reciedumbre agreste de la topografía andina.
También usado para transporte de difuntos víctimas de la violencia
o de fallecimiento natural.
Fueron diseñados para aguantar el uso y el abuso. Parecen
inmunes al tiempo y el trajín no les hace mella. Mientras los Willys
han pasado ya por la décima reparación de motor, y otras tantas
veces por restauración de pintura, y remodelación del chasis, aún
les queda tiempo de servicio para dos o tres generaciones más de
usuarios. Sus primeros dueños, por el contrario, son hoy personas
Dinosaurios en Caicedonia
Cuando mi hijo tenía eso de seis años y había visto ya varias
películas de dinosaurios, había disfrutado largas horas con
videojuegos del mismo tema y había coleccionado figuras y fotos
del Tiranosaurio Rex y otros tantos, me preguntó si aquí en Cali
habían habitado ejemplares de esta excepcional especie. Me tomó
por sorpresa y en verdad no recuerdo que le respondí.
Para variar, en uno de mis viajes familiares a Caicedonia, un
sobrino en la misma edad de mi hijo con el mismo consumo de
información y con la misma colección de fotos y caramelos de estos
fascinantes ovíparos, en compañía de mi hijo me hizo la misma
pregunta. Ambos notaron mi estado de incertidumbre y sin
anestesia y sin compasión, mi sobrino apuntalado en la
complicidad de mi hijo, contraatacó y familiarmente me preguntó:
¿Tío, no sabe o no habían? Me quedé frío; pero me salvó la
campana, porque el llamado de una de las tías a la hora del algo
con olor a ponqué de chocolate y a helado de vainilla hizo que de
momento estos enanos inquisidores se olvidaran del asunto.
La cuestión era que estaba frente a un imaginario inofensivo,
un acertijo entretenido, que me despertó curiosidad y que creí
valdría la pena dedicarle algo de mi tiempo libre.
Pensé que la respuesta, ante ausencia de evidencias científicas
locales, sería solamente cuestión de un ejercicio puramente teórico,
un ejercicio lógico, es decir, preguntas y respuestas ordenadas hasta
llegar a una conclusión que más o menos coincidiera con lo que la
gente normalmente dice que cree o que sabe.
En primer lugar había que aclarar que negar algo, no es lo
mismo que negar su existencia. Decir que no sé, si una cosa existe,
no es lo mismo decir que no existe. Para empezar había que tener
claro que ambos enunciados, bien sea que se les mire desde una
sana lógica o desde el mero sentido común, son enunciados del
todo diferentes.
Israel Motato
Una noche, por allá en 1976, a eso de las nueve, estaba yo
sentado en la esquina del parque de Las Palmas, diagonal a la
antigua cárcel, esperando una flota Magdalena en la que llegaba un
familiar. De pronto se me acerca un caballero con requinto en mano
y me dice: “hola, mijo”. Era Israel Motato. Fue un encuentro
afectuoso. Me preguntó por mi familia, por los estudios, y por todo
lo que uno pregunta en un encuentro ocasional de paisanos. Hacía
uso de su derecho de enterarse por todo lo de mi familia, porque
fue compinche de mi tío Reinel, con quien hizo música desde que
tuvieron uso de razón, compañero de crianza de todos los hermanos
y hermanas por parte de mi madre, lo mismo que conocido cercano
y de saludo cordial de todo el familión por parte de mi padre.
La sorpresa de mi vida me la llevé cuando una noche, después
de este encuentro ocasional en el parque de Las Palmas, en una
emisora local de Cali, sonó una melodía tan conocida como el
mismo Himno Nacional. Al final de la melodía, dijo el locutor: “del
compositor Israel Motato, Ocúltame esos ojos”. Convencido yo del
despiste del locutor, comenté el incidente en casa y para mi
sorpresa, ratificaron mi error. No salía del asombro al confirmar
que la pieza musical, reina del despecho, era fruto de la inspiración
de un tío amigo a quien conocía tanto como mis propios tíos y de
quien, además, había disfrutado tantas serenatas en casa. Yo ya
había cumplido veinticinco años para ese entonces; solo a esta edad
me di cuenta por cuanto tiempo había tenido esta evidencia debajo
de mi nariz. Esta vez convalidé una vez más que “sorpresas te da
la vida, la vida te da sorpresas”.
Israel Motato y Reinel Henao, un tío materno, fueron músicos
de vocación. Ambos virtuosos lectores de música a primera vista.
Un logro enorme porque por allá en los años cuarenta, sin
academias de música, uno no se explica cómo y bajo qué manto de
iluminación, estos paisanos nuestros, sin estudios de primaria,
Un monumento a la empanada
El monumento a la empanada, que hoy se exhibe en el parque
recreacional fue el último hijo natural de Jesús Alberto Villa Vélez,
fruto de una pasión extraconyugal que lo acompañó durante toda
su vida y que lo alentó a ser actor, partícipe y proponente de muchas
obras cívicas en su pueblo natal. Siempre fue tan fiel a sus
propósitos cívicos como a su propia esposa. Fue un hombre cívico
comprometido que le puso ganas a crear, fomentar y ejecutar todo
lo que se pareciera a progreso. Para fortuna de todos, nunca le picó
el bicho de la política.
Esta vez se trataba de crear un monumento no a una persona,
sino a un producto consumido por personas, exactamente,
consumido por todos, por todas las edades y en todos los tiempos
y lugares. Una idea aparentemente en broma, sin forma y desabrida
que él mismo y sus contertulios se la tomaron en serio; la amasaron,
le dieron forma, la aliñaron, la diseñaron y sin acta que dé
constancia de la fecha de instalación o de inauguración, sin
discurso, sin público, sin aplausos y con una foto informal de
amigos alrededor de su creación, finalmente le dieron ubicación en
el parque recreacional. Todo sucedió según el plan trazado. Su
instalación estaba condicionada a la seña de finalización del
latonero. Y así sucedió. Quince días después, aproximadamente, El
Tiempo en su edición dominical del 22 de mayo de 2005 destacó
la noticia en su primera página de titulares. Igualmente, dos meses
más tarde, RCN le dedicó 50 minutos a una entrevista con
testimonios en línea directa desde USA y Canadá.
Del otro lado de la línea se recibieron palabras de apoyo,
reconocimiento, agradecimiento y felicitaciones por la
materialización de esta idea que nos pone de presente que a falta de
recursos, la iniciativa ciudadana a punta de empanadas ha logrado
construir obras de corte social y comunitario. Otros se unieron a la
tertulia radial para dar testimonio que gracias a este producto de
fabricación doméstica, familias enteras lograron salir adelante o en