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Materiales de Responsabilidad Social Empresarial.

Grupo de Investigación de Organizaciones Sostenibles.

Capítulo 1. Responsabilidad Social Corporativa1


Lección 1: Desarrollo Sostenible y sociedad en red2

Ana Moreno
Luis Miguel Uriarte
Julio Lumbreras
Rafael Miñano

Resumen

En esta primera lección queremos dar una visión del contexto social global en el que
actualmente han de aplicarse las iniciativas de Responsabilidad Social Corporativa
(RSC) y presentar algunos de los retos relacionados con la sostenibilidad del planeta
que dan sentido a dichas iniciativas. Con ese objetivo, explicaremos los conceptos de
desarrollo sostenible, desarrollo humano y el de bienes públicos globales, así como los
desafíos que implican.

1
La fuente principal de este capítulo es el libro “La responsabilidad social empresarial.
Oportunidades estratégicas, organizativas y de recursos humanos”, coordinado por Ana
Moreno, Luis Miguel Uriarte y Gabriela Topa. Además de ellos, otros autores que
paticiparon en dicho libro son Manuel Acevedo, Ángel Ibisate, Ángel Mahou y Carlos
Mataix (Moreno, Uriate, Topa, 2010).
2
En esta lección, también se ha tenido como fuente fundamental de contenidos el capítulo
dedicado al desarrollo sotenible del estudio Compromiso global por un desarrollo incluyente
y sostenible. Consideraciones sobre la agenda post-2015 (Alonso, 2013). Sus autores son Julio
Lumbreras, Luz Fernández, Javier Carrasco, Carlos Mataix, Eduardo Sánchez, miembros del
Centro de Innovación en Tecnologías para el Desarrollo Humano de la Universidad Politécnica
de Madrid (ITD-UPM)
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Ante la complejidad de dichos retos, uno de los instrumentos directamente


relacionados con la RSC son las denominadas Alianzas Público Privadas, que implican la
cooperación de los tres pilares sociales: lo público, la empresa y la sociedad civil.

Por último, veremos que este modo de trabajo, con múltiples actores, es ya
característico de la nueva estructura social dominante, la denominada sociedad red.
Este nuevo modelo social, muy influenciado por las tecnologías de la información y las
comunicaciones, implica una nueva economía y una nueva cultura, y desde la
perspectiva del desarrollo sostenible, la sociedad red es una oportunidad para revisar y
fortalecer algunos de los pilares del actual modelo institucional y social.

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Introducción

La globalización puede entenderse como el proceso de creciente integración de las


economías en un mercado mundial. En un entorno globalizado, que ha permitido el
desarrollo económico a ritmos impensables hace sólo unas décadas, surgen desafíos
importantes por el excesivo consumo de recursos naturales y por el impacto que las
actividades del ser humano tienen sobre el planeta.

El gran reto de la globalización es adecuarse a un modelo de crecimiento que sea


sostenible en las dimensiones económica, social y medioambiental (Figura 1)

Figura 1: Dimensiones de la sostenibilidad

Las estrategias de sostenibilidad de las empresas son uno de los pilares fundamentales
donde se ha asentado su responsabilidad social. Ésta ha recogido de aquéllas la
necesidad de focalizar en los impactos externos, a la vez que ha profundizado sobre las
transformaciones internas que deben producirse en el seno de la misma empresa. Los
planes para dar respuesta a las demandas medioambientales, cada vez más reguladas,
están con frecuencia en la base de los planes de implantación de la Responsabilidad
Social Corporativa (RSC).

En la dimensión social, los Derechos Humanos y el concepto de Desarrollo Humano,


nos ayudan a no perder la perspectiva última que la sostenibilidad persigue, que es
una vida digna para la población del planeta, para las generaciones venideras, y en
especial para las que hoy viven en condiciones de pobreza.

El entorno en el que hoy se desenvuelve la actividad de las organizaciones,


crecientemente la sociedad red, permite vislumbrar esquemas de trabajo en red entre
instituciones y organizaciones de distinto perfil, imprescindibles para afrontar los
graves problemas de sostenibilidad de la humanidad.

Las empresas en una economía globalizada

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Desde 1989 la globalización se ha convertido en el vector más visible de los cambios


en la sociedad y en la economía. Con el proceso de globalización, se ha llegado a una
situación en la que las empresas han ido ganando poder a nivel mundial. Este peso en
la toma de decisiones se mantiene dentro de los límites de la legalidad, sin embargo
resulta muy elevado en la mayor parte de los casos.

El impacto de la globalización en el desarrollo de los países es desigual así como las


interpretaciones sobre los mismos. En palabras de José Luis Sampedro (2002):

“La cuestión, sin embargo, es decisiva y exige tomar conciencia. Para tener ideas
claras y actuar con acierto, conviene asomarse atentamente al funcionamiento de los
mercados y de su fase actual, que es la llamada “Globalización”, sobre cuya naturaleza
los Foros de Nueva York y Porto Alegre sostienen las dos tesis opuestas siguientes:
1) Tesis sostenida por el Foro Económico de Nueva York: a) la globalización es la
única vía para acabar con la pobreza, y b) la globalización es inevitable porque es
consecuencia del progreso técnico.
2) Tesis sostenida en el Foro Social de Porto Alegre: a) cuanto más crece esta
globalización más ganan los ricos y peor están los pobres, y b) bastaría orientar el
progreso técnico hacia el interés social pensando en todos para organizar otra
globalización y otro mundo mejor, que es posible”.

A la par que se mantienen debates importantes sobre el rumbo que debe tomar la
globalización, y en los que subyacen distintas aproximaciones del papel de lo público y
lo privado, los modelos de producción y mercado van transformándose.

Los mercados de masas quedan atrás porque la globalización está abriendo nuevos
esquemas de producción, distribución y comercialización. Estas tendencias en los
hábitos de la población, se van plasmando en una tendencia del mercado hacia una
hipersegmentación. De forma gráfica y según el modelo de Carlota Pérez (2006) las
alternativas de evolución del mercado se concretan en ejemplos como los de la figura
2.

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Figura 2: Evolución del mercado. Fuente: Pérez (2006)

La clave para avanzar en la dirección deseable, la hiperespecialización, es la


transformación de las instituciones a modelos red, frente a las alternativas de la huida
hacia adelante de un modelo cortoplacista, fundamentalista del mercado y de lo
financiero, o la de un retroceso hacia esquemas proteccionistas. “Todos los cambios
que han ocurrido en las empresas, el cambio organizativo, el cambio tecnológico, el
modo de operar de las empresas, tienen que empezar a pasar al mundo de lo político,
de las instituciones. Las instituciones nuestras siguen siendo iguales a como eran en la
época de la producción en masa, siguen siendo las mismas burocráticas […]. Las
instituciones gubernamentales tienen que dar el salto. […] Hay que tomar decisiones
de consenso público-privado superando la falsa dicotomía Estado-Mercado ” (Perez,
2006).

Con la globalización, las empresas han evolucionado y transformado sus procesos


productivos, de distribución y comercialización, utilizando su flexibilidad geográfica y
temporal para adaptarse al entorno. Consecuentemente a todo ello, se están
adaptando las políticas internas de organización y recursos humanos, bien es verdad
que, a veces, con un coste humano importante (expresado en un aumento del empleo
precario, de deslocalizaciones que aprovechan condiciones laborales más laxas, etc.).
Los esquemas claros y ordenados de los inicios del siglo XX han sido sustituidos con
políticas e instrumentos para gestionar la complejidad y la flexibilidad del entorno.

En este nuevo escenario, en el que los cambios son permanentes y la carencia de


patrones genera mucha ansiedad en las organizaciones, hay que aprender a manejarse
en las paradojas:

 Estabilidad – cambios
 Creatividad – procesos
 Flexibilidad – jerarquía
 Lo específico – lo global

La progresiva adaptación de las empresas a la globalización económica ha permitido


un crecimiento del tamaño de muchas corporaciones y una capacidad de intervención
a nivel supranacional, que les otorga un mayor protagonismo que el que tenían hace
unos años.

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Figura 3: Paso a un esquema de responsabilidad de las empresas

Con la globalización, al crecer las estructuras y convertirse en transnacionales, los


poderes público locales que puedan actuar sobre esas estructuras se diluyen. Así, en el
caso de las multinacionales, es cada día menor la influencia que los estados puedan
tener frente a ellas. Esto hace que los organismos públicos nacionales sean, en muchas
ocasiones, incapaces de proteger a colectivos desfavorecidos y al medioambiente; bien
es verdad que están ganando un protagonismo creciente para reaccionar ante la
profunda crisis actual. A su vez, tampoco existen organismos públicos multilaterales
que permitan ejercer un contrapeso real o una efectiva regulación de las empresas
multinacionales, siendo uno de los debates más relevantes en este tiempo de crisis, la
necesidad y manera de crearlos y/o fortalecer los existentes (OMC, ONU, instituciones
de Bretton-Woods FMI y BM).

Como consecuencia de este modelo, las empresas han empezado a adoptar un nuevo
esquema de responsabilidad, en parte porque se lo reclama la sociedad, en parte
porque las administraciones establecen nuevos marcos regulatorios y en parte porque
son conscientes de que la confianza del entorno es un activo muy importante en la
viabilidad empresarial en el medio y largo plazo (Figura 3).

Una de las preocupaciones centrales que han llevado al debate público el papel de la
empresa, es la sostenibilidad del planeta, aspecto que abordamos en el siguiente
epígrafe.

Desarrollo sostenible y desarrollo humano

Ya en la segunda mitad del siglo XX, las consecuencias socioeconómicas de la


degradación ambiental comenzaron a incorporarse a la agenda internacional, con
resultados diversos. La Conferencia de Estocolmo en 1972 fue la primera cumbre
internacional en la que se consideró la necesidad de conservar un medio ambiente
sano para poder garantizar las opciones de desarrollo de la población mundial. En

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dicha conferencia apareció el término “sostenibilidad” por primera vez, aunque no fue
hasta 1987, con el Informe Brundtland (ONU 1987), donde se definió el concepto
como “el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer las
necesidades de las generaciones futuras”.

A partir de la cumbre de Río en 1992, la preocupación por el deterioro ambiental se ha


ido integrando en los discursos políticos aunque con una concreción dispar. Las
Convenciones de Naciones Unidas relacionadas con la sostenibilidad ambiental que
surgieron de esa cumbre abordan problemáticas que condicionan la vida de millones
de personas que dependen de los recursos naturales para vivir. Así, las Convenciones
de biodiversidad, desertificación y cambio climático son foros internacionales de
discusión y acuerdo sobre el futuro socioeconómico y ambiental del planeta; sin
embargo, las decisiones que se toman en el marco de estas Convenciones no han sido
adecuadamente incorporadas en las agendas nacionales e internacionales de desarrollo
y pasan inadvertidas para gran parte de la sociedad.

En los últimos 50 años, los seres humanos han transformado los ecosistemas más
rápida y extensamente que en ningún otro período de tiempo de la historia humana
con el que se pueda comparar. Esta transformación del planeta se ha producido, en
gran medida, para resolver rápidamente las demandas crecientes de alimentos, agua
dulce, madera, fibra y combustible, aportando considerables beneficios netos para el
bienestar humano y el desarrollo económico. Pero no todas las regiones ni todos los
grupos de personas se han beneficiado de este proceso, de hecho, a muchos les ha
perjudicado. Además, sólo ahora se están poniendo de manifiesto los verdaderos
costes asociados.

Así, en el informe titulado Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (UNEP, 2005),
1.300 expertos de 95 países advierten que el sesenta por ciento de los servicios que
proporcionan los ecosistemas para permitir la vida en la Tierra se están degradando o
usando de manera no sostenible. Además señalan que las consecuencias de esa
degradación pueden empeorar significativamente en los próximos 50 años.

Rockström et al. (2009) en un influyente estudio han identificado y caracterizado


nueve procesos esenciales para el funcionamiento del sistema Tierra, determinando lo
que han denominado como “límites planetarios” que conformarían un “espacio
operativo seguro para la humanidad”. La conclusión del informe es que ya hemos
sobrepasado los umbrales de seguridad para tres de los procesos esenciales
evaluados: pérdida de biodiversidad, cambio climático y ciclo del nitrógeno.

Cada vez más estudios alertan sobre cómo los escenarios actuales de deterioro
ambiental pueden suponer un retroceso en algunos de los logros alcanzados en los
últimos años en el ámbito de la lucha contra la pobreza y el desarrollo humano (ver
Cuadro 1).

Cuadro 1. Desarrollo Humano

El concepto de Desarrollo Humano desarrollado por Amartya Sen (Nobel de Economía


en 1998) durante la década de los 80 y popularizado por el Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD), se refiere a los procesos que aumentan las
opciones de las personas para mejorar su calidad de vida. Ello implica que los
procesos de desarrollo se orienten hacia la provisión de oportunidades y creación de

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capacidades, y no simplemente para la satisfacción de necesidades básicas, de forma


que las personas puedan vivir en forma productiva y creadora de acuerdo con sus
intereses.

En el concepto de desarrollo humano se reconoce la agencia de las personas y de las


organizaciones, lo que justifica las estrategias e inversiones para fortalecer las
capacidades humanas e institucionales. Las libertades se convierten en elemento
fundamental de desarrollo, ya que sin ellas no hay alternativas, y sin alternativas no
se puede escoger. El desarrollo debe generar oportunidades y derechos para las
personas, que les permitan fortalecer sus capacidades para lograr realizaciones. Al
mismo tiempo, debe combatir las anti-libertades (‘un-freedoms’ según Sen) que
merman las posibilidades de vivir bien, como las enfermedades, la falta de educación,
la exclusión política. Desde esta perspectiva, el crecimiento económico sería entonces
un componente más del proceso de expansión de derechos y capacidades.

Dentro del PNUD, se ha elaborado el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que mide el
nivel de desarrollo en términos de esperanza de vida (salud), educación e ingresos
económicos. En muchos contextos está substituyendo al PIB o PNB, una medida
exclusivamente económica, como indicador de desarrollo de los países. Desde 2010,
el IDH se ajusta por factores de desigualdad.

En septiembre de 2000, 147 jefes de Estado y de Gobierno adoptaron la Declaración


del Milenio, con el objeto de contribuir al desarrollo humano en el mundo. De esta
cumbre se obtuvieron los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), con metas
concretas para el año 2015.

Actualmente, se ha iniciado un debate internacional sobre la conveniencia de que los


ODM den paso, en la nueva agenda post 2015 (ONU), a los Objetivos de Desarrollo
Sostenible (ODS) (Sachs, 2012). Los ODS extienden los ODM, adaptándolos a los
retos y problemáticas críticas actuales, integrando aspectos de lucha contra la
pobreza, derechos y aspectos de sostenibilidad económica, social y ambiental.

La concepción más comúnmente aceptada del desarrollo sostenible, que integra las
preocupaciones sociales y ambientales, es el enfoque que se conoce como Triple
Bottom Line (o Triple Cuenta de Resultados, en español), que propugna el balance
entre el desarrollo económico, la sostenibilidad medioambiental y la inclusión social.
Este es el enfoque que ha incorporado la RSE, tal y como veremos en la lección 2.

Sin embargo, este equilibrio no es fácil de lograr, como puede verse reflejado en el
Gráfico 1. Los países con un mayor nivel de desarrollo humano son los que tienen una
mayor huella ecológica, superior a la capacidad de la Tierra para soportarla. Los países
con una huella ecológica con un nivel asumible por las capacidades del planeta, no
alcanzan niveles elevados de desarrollo humano.

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Gráfico 1. Países en contracción y en convergencia según su IDH y Huella ecológica.


Fuente: WWF, 2010

El reto de hacer sostenible el desarrollo a largo plazo en relación con la vida sobre el
planeta, requiere una revisión en profundidad de los dos ámbitos que configuran la
satisfacción de necesidades humanas a escala global: el sistema de generación de
demanda de bienes y servicios, y el correspondiente sistema de producción de los
mismos. Y en ambos ámbitos, las empresas juegan un papel fundamental.

El sistema de generación de demanda actual está dominado por el vigente en los


países desarrollados, donde las compañías privadas, mediante sus funciones de
marketing y de desarrollo de nuevos productos, estimulan la demanda de
consumidores con capacidad de pago. El criterio que guía esta demanda es
predominantemente el beneficio esperado y no tanto la sostenibilidad ambiental o
social. Este sistema ha configurado un “estilo de vida” que es tomado como referente
en países en desarrollo, lo que implica incrementar crecientemente la no sostenibilidad
del sistema a medida que se van alcanzando nuevas cotas de progreso económico en
todo el mundo. Por tanto, resulta inaplazable reorientar hacia la sostenibilidad social y
medioambiental los “hábitos y estilos de vida”, así como los correspondientes sistemas
de generación de demanda.

El sistema de producción predominante en la actualidad es aquel que comienza con la


extracción de materias de la naturaleza y, en un flujo de sentido único, termina con el
uso del producto por el cliente. Es decir, un sistema que se desentiende de lo que
ocurre con los productos una vez agotada su vida útil. Afortunadamente, en las últimas
décadas se ha ido haciendo cada vez más evidente para los ciudadanos y las
autoridades políticas que este sistema de producción es incompatible con el
mantenimiento de los principales ecosistemas: tanto más cuanto que el crecimiento
viene experimentando una extensión planetaria. Algunos ejemplos de las

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consecuencias negativas son la intensa contaminación en ciertas ciudades (por ejemplo


por la mala calidad del aire, o por la contaminación en suelos y acuíferos derivados de
una inadecuada gestión de los residuos) o el peligro de inundación de costas e islas
por la subida del nivel del mar.

Todo ello ha propiciado una creciente presión ciudadana hacia implantar prácticas
productivas respetuosas con el medio ambiente y hacia la promulgación de
regulaciones cada vez más exigentes en lo que concierne, por una parte, al uso del
agua, la energía y otros recursos naturales, y, por otra, al tratamiento de los residuos.
Progresivamente, se han ido implantando los sistemas preconizados por la “logística
inversa” -y la correspondiente aplicación del lema “reducir, reutilizar, reciclar”-, y va
tomando relevancia un concepto de sistema de producción alternativo: el denominado
“sistema de producción de ciclo cerrado”.

Hasta que este concepto se implante definitivamente en todo el mundo, la realidad


presente y previsible en el próximo futuro es que las actividades productivas y los
patrones de consumo de los países desarrollados están contribuyendo negativamente
al medio ambiente global y, en particular, al de los países en desarrollo. Las pruebas
son múltiples: hay evidencia del fuerte impacto del comercio internacional en la
pérdida de biodiversidad, siendo los países más desarrollados (importadores)
responsables de una gran parte de la huella de biodiversidad que se produce en países
en desarrollo (productores para exportación) (Lenzen el al., 2012).

Como consecuencia de todo lo anterior parece lógico que la lucha contra la pobreza en
la agenda post 2015 (ver Cuadro 1) debería concebirse como una estrategia
fuertemente interrelacionada con la estrategia global hacia un desarrollo sostenible de
ámbito planetario. Más allá de la sostenibilidad ambiental, en la lucha contra la pobreza
será necesario adoptar hábitos de consumo sostenibles, replantear el orden mundial y
reestructurar los modelos políticos y socioeconómicos vigentes. Esta estrategia será
clave para lograr una confluencia de las agendas del Norte y del Sur, permitiendo que
se reconozcan las responsabilidades de los países desarrollados.

Por otra parte, aunque las agendas de lucha contra la pobreza y desarrollo sostenible
contienen múltiples líneas de convergencia, no se puede dejar de reconocer que
existen aspectos contradictorios o de fricción entre ellas (Loewe, 2012). Elegir como
camino para los próximos años la senda del desarrollo sostenible en su faceta más
global, con la inclusión de responsabilidades por parte de los países del Norte y del
Sur, pasa por la toma de decisiones políticas que pueden ser impopulares, ya que, en
el corto plazo, no beneficiarán a las poblaciones de los países desarrollados. Sin
embargo, un cambio de estructuras de estas dimensiones, y en base al concepto de
“desarrollo sostenible”, beneficiaría a largo plazo a toda la población mundial.

Asimismo, debe tenerse en cuenta que el cambio hacia un modelo productivo


sostenible puede ser generador de importantes oportunidades de nuevos empleos. Por
ejemplo, en Alemania se estima que, en 2006, 2 millones de personas encontraron
empleo gracias al crecimiento de sectores “verdes”. El potencial de “empleos verdes”
(green jobs) en China, en sectores como las energías limpias, el cuidado de los
bosques o la producción industrial más limpia es de 20 millones de nuevos puestos de
trabajo para 2020.

Bienes Públicos y Alianzas Público Privadas.

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Para lograr el reto de la convergencia de los logros sociales y ambientales, la equidad y


la sostenibilidad, se requiere ampliar la perspectiva de intervención de cada uno de los
actores, entre ellos las empresas. En la medida en la que las empresas juegan un
papel relevante en ámbitos tradicionales de las administraciones públicas, es crítico
identificar los bienes públicos y garantizar su regulación.

Los bienes públicos se caracterizan por dos conceptos, el primero es que para ellos no
cabe la exclusión y el segundo, que se pueden consumir simultáneamente por muchos
usuarios sin merma de los mismos (principio de no rivalidad). Los bienes privados, sin
embargo, se caracterizan por la exclusividad.

Los bienes públicos son proporcionados por los gobiernos y pretenden alcanzar a todos
los ciudadanos sin distinción. La globalización ha extendido los bienes públicos hasta
hacerlos globales. El concepto de Bien Público Global representa un nuevo marco
referencial para políticas mundiales para el medioambiente y el desarrollo. Desde el
PNUD (Kaul et al. 1999) se definen los bienes públicos globales como aquellos cuyo
uso va mas allá de fronteras y regiones, grupos de población y generaciones. En esta
definición caben los bienes públicos clásicos como la paz, la seguridad o la salud pero,
así mismo, otros como la estabilidad financiera, el conocimiento y la información o,
incluso, el juego limpio y la justicia.

En la actualidad, a los bienes públicos globales nada ni nadie los regula. Como el
mercado no genera instituciones, es necesario crearlas en el contexto de la ampliación
del concepto de bien público hacia el de bienes públicos globales. En este nuevo
escenario, las empresas transnacionales, que sí son organizaciones globales, deben
comprometerse de una manera nueva y distinta con los ciudadanos y colaborar con los
estados en garantizar el acceso para todos de los bienes públicos globales.

Para hacer realidad este compromiso, un instrumento eficaz son las alianzas público
privadas (APP). No son un concepto demasiado novedoso y podemos encontrar
bibliografía desde finales de los 90. Veamos algunas definiciones que se han manejado
durante este tiempo.

El International Business Leaders Forum (1999) apunta a que las verdaderas alianzas
deberían ser colaboraciones voluntarias a través de las cuales “individuos, grupos u
organizaciones se ponen de acuerdo en trabajar conjuntamente para cumplir una
obligación o llevar a cabo una iniciativa específica; compartiendo los riesgos así como
los beneficios; y revisando la relación regularmente siempre que sea necesario”.

La Fundación de las Naciones Unidas (2003) las define a su vez como “la creación de
agendas comunes y la combinación de recursos, riesgos y beneficios. Son
colaboraciones voluntarias que se construyen a través de las respectivas fortalezas y
competencias de cada aliado, optimizando la asignación de recursos y consiguiendo
resultados mutuamente beneficiosos de una manera sostenible. Implican interacciones
que aumentan los recursos, la escala y el impacto”.

La Comisión Europea (2004), en su Libro Verde sobre APP las define como un
“contrato entre un inversor privado y un gobierno para proveer un servicio concreto”,
proponiendo que los diferentes tipos de contratos existentes no se deberían limitar a
gestionar tan sólo cierto tipo de servicios, sino también a compartir los riesgos
existentes y a aportar fondos adicionales.

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Todas estas definiciones tienen en común conceptos como el de cooperación


voluntaria, definición de objetivos comunes, responsabilidad compartida donde se
puedan identificar beneficios mutuos, compartir riesgos e inversiones y gestionar la
distribución equitativa de actividades.

Si hablamos de las alianzas público privadas para el desarrollo (APPD), nos


encontramos de entrada con una diferencia fundamental frente a las APP “clásicas”, y
es que el objetivo de las primeras busca esencialmente generar impactos positivos en
el desarrollo de los países y capas de la sociedad más empobrecidos y mejorar, por
tanto, el acceso a bienes y servicios básicos que afectan a la posibilidad de que las
personas lleven una vida digna.

La provisión de dichos servicios es una responsabilidad de los gobiernos, que tienen


aquí un reto con una fuerte carga no sólo socio-política sino emocional para con los
ciudadanos.

Por otra parte, garantizar el acceso de la población a esos servicios, con los
condicionantes técnicos, políticos y financieros actuales es un desafío que demanda la
integración de un número creciente de actores, con la consiguiente exigencia de una
gestión eficiente de los recursos tanto humanos como económicos.

En este punto ha surgido un debate que se presenta complejo y que tiene que ver con
las dudas que plantea para algunos sectores el incorporar a las empresas y la sociedad
civil (de la mano fundamentalmente de las ONG) en la provisión de unos servicios que,
como señalamos, son específica responsabilidad de las administraciones públicas; lo
que es visto como una “dejación” de los gobiernos o “una privatización encubierta de
la cosa pública”.

El trabajo conjunto de los tres pilares sociales y la incorporación de diferentes


organizaciones e instituciones del llamado tercer sector (las ya citadas ONG’s, las
asociaciones civiles, las universidades, los sindicatos, los grupos ecologistas o
plataformas de jóvenes, entre muchas otras) son los factores diferenciales de lo que
se denominan las alianzas para el desarrollo.

Este modo de trabajo va a caracterizar el nuevo modelo de sociedad en el que nos


encontramos y que podemos denominar sociedad red.

La sociedad en red

De una forma sencilla puede decirse que la evolución de los sistemas económicos y
sociales es, en definitiva, la evolución de los procesos mediante los que los seres
humanos han ido afrontando la satisfacción de sus necesidades de acuerdo con los
valores dominantes en cada momento y con las técnicas y herramientas diseñadas
para tal fin.

Estamos viviendo un período de cambio tecnológico, consecuencia del desarrollo y de la


aplicación creciente de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC).
Este proceso es diferente y más rápido que cualquiera que hayamos presenciado hasta
ahora, y conlleva un gran potencial para la creación de riqueza, elevar el nivel de vida y
mejorar los servicios. Es importante entender el entorno que se dibuja para afrontar los
retos de la globalización.

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La actividad cotidiana de las empresas y de sus profesionales cada vez se ve más


afectada por este nuevo entorno que supone lo que podemos denominar sociedad en
red. Este nuevo marco en el que se desenvuelven las organizaciones podría
caracterizarse gráficamente por un triángulo cuyos vértices son conocimiento, materia
prima esencial para los profesionales; las TIC como herramientas de trabajo que
permiten manejar la información en formatos cada vez más amigables (multimedia) y
compartibles (conectividad); y la sociedad, ciudadanos, trabajadores y trabajadoras
protagonistas de esta nueva era de la información. En la base de este modelo
simplificado se encuentra la información, insumo básico que las TIC procesan y las
personas transformamos en conocimiento.

En palabras de Castells (1998) “Un nuevo mundo está tomando forma en este fin de
milenio. Se originó en la coincidencia histórica, hacia finales de los años sesenta y
mediados de los setenta, de tres procesos independientes: la revolución de la
tecnología de la información; la crisis económica tanto del capitalismo como del
estatismo y sus reestructuraciones subsiguientes; y el florecimiento de movimientos
sociales y culturales como el antiautoritarismo, la defensa de los derechos humanos, el
feminismo y el ecologismo. La interacción de estos procesos y las reacciones que
desencadenaron crearon una nueva estructura social dominante, la sociedad red; una
nueva economía, la economía informacional/global; y una nueva cultura, la cultura de
la virtualidad real. La lógica inserta en esta economía, esta sociedad y esta cultura
subyace en la acción social y las instituciones de un mundo interdependiente ”.

Desde la perspectiva del desarrollo sostenible, la sociedad red, como nuevo marco de
referencia, es una oportunidad para revisar y fortalecer algunos de los pilares del
actual modelo institucional y social.

El informe El estilo europeo para la sociedad de la información del Information Society


Forum (1998), identifica los siguientes aspectos a tener en cuenta para el conjunto de
la sociedad:

 La garantía de los derechos de los ciudadanos y ciudadanas:

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o La mejora de la calidad de vida.


o La no exclusión
o Los derechos del consumidor.
o La extensión de los servicios públicos universales
o La intimidad.
o La seguridad.
o El equilibrio en los en los derechos de propiedad intelectual.

 La dimensión social:
o De la “educación y las prácticas” al aprendizaje continuo.
o Nuevas maneras de trabajar.
o Cualificación apropiada para la Sociedad de la Información.

 La dimensión global:
o Las tecnologías como conductoras de la globalización económica.
o Creación de nuevas estructuras de trabajo para facilitar la
gobernabilidad global.

 La dimensión cultural:
o Ocio.
o Diversidad cultural.
o Pluralismo de medios.

El informe considera que el estilo europeo que centra sus intereses en el conjunto de
la sociedad, es un estilo de equilibrios:

 Equilibrio entre mercados dinámicos y necesidades a largo plazo.


 Equilibrio entre recursos y supervivencia de ecosistemas.
 Equilibrio entre flexibilidad económica y solidaridad social.
 Equilibrio entre dinamismo cultural, intercambio y crecimiento sostenible de
diferentes tradiciones culturales

Uno de los retos principales en esta transformación a la sociedad en red es que no se


produzcan nuevas brechas sociales. Trabajar para evitarlo requiere reflexionar sobre
nuevas formas de participación ciudadana, que permitan aprovechar las oportunidades
que abren las redes para que más personas se impliquen en la construcción de una
sociedad de la información para todos. La sociedad en red afecta a los mecanismos de
exclusión social y a los procesos de desarrollo de los pueblos y las personas.

Muchas personas temen que las nuevas tecnologías puedan aumentar, en lugar de
reducir, las desigualdades existentes y conducir a una concentración de empleos y de
producción en unas pocas regiones. También se teme el desarrollo de una sociedad de
dos velocidades, la de aquellos que "tienen" y de aquellos que "no tienen" información.
La lucha contra la brecha digital o, dicho en positivo, la e-inclusión, es hoy una prioridad
de las políticas públicas y del tercer sector, y uno de los ámbitos estratégicos de la RSC
de las empresas del sector TIC.

Quizás uno de los aspectos más relevantes de la sociedad en red, en su relación con la
RSE, es que permite un diálogo entre actores al mismo nivel, el cual no sería posible
de otro modo en este contexto globalizado. Las redes posibilitan que los distintos

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actores puedan establecer, con más agilidad que antes de la revolución tecnológica,
esquemas de trabajo en red y que se enriquezcan de esta comunicación los que
denominaremos grupos de interés de la empresa, y que son los distintos grupos o
colectivos afectados por las actividades de la misma.

Avanzar en la colaboración interorganizativa a través de redes, requiere entender qué


es una red, qué cambios se producen a nivel de grupos de trabajo, qué
transformaciones deben experimentar los estilos de liderazgo y qué competencias
necesitan los profesionales para trabajar en red.

Trabajar con una mayor comunicación y coordinación con los grupos de interés,
conlleva, en cierta manera, compartir objetivos y procesos. En la medida en la que se
vaya avanzando en esa dirección, los esquemas de trabajo compartidos serán modelos
de trabajo en red.

Las redes organizativas son establecidas y mantenidas por una o más organizaciones.
Como mínimo, hacen un uso compartido de recursos e información y facilitan la
colaboración entre sus miembros.

La gestión de una red determinada dependerá tanto de su estructura como de sus


objetivos y funcionamiento. Pueden existir diferencias importantes entre los elementos
de gestión de las redes, atendiendo, por ejemplo, a l número de actores implicados,
su naturaleza y autonomía, el grado de estabilidad o institucionalización de la red,
el nivel de centralización de su gestión, el grado de recursos, poder e información
de los actores, las actitudes de los actores hacia la cooperación y la negociación o
las relaciones de la red tanto intra-organización como inter-organización.

En este nuevo modelo de gestión y de relaciones, de alcance difícilmente delimitable,


la información y las tecnologías que la soportan adquieren una importancia
extraordinaria y decisiva para todos, en especial para determinados sectores o
empresas que pasan por momentos críticos.

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