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­axel 

luchilin krustofski­

y otros cuentos
para angie.
índice

el gurkha .................................................................................... 9
cambalache ...................................................................... 17
gaucho ...................................................................................... 20
guía para la charla trivial ......................................................... 23
obispos ..................................................................................... 27
rounin .............................................................................. 35
las ilusiones también caducan .................................................. 46
yusepe formicheli ..................................................................... 49
quagner ............................................................................ 53
un conejo a las 3 de la mañana ................................................ 56
pendeja ..................................................................................... 63
el gurkha (2) .................................................................... 73
@_@
el gurkha

de niño la biblioteca fue siempre un símbolo, el


representante de la sombra de una idea abstracta: el
conocimiento. después, más pragmáticamente, se
transformó en un depósito de libros. pero no puedo
decir que haya tenido contacto real con ella hasta la
llegada de mi preadolescencia.
recuerdo la primera vez que fui buscando un
libro para leer por placer. una compañera de mi curso
de inglés me recomendó la poesía de poe y me llevé a
casa un volumen viejo y descuidado con cuervos
parlantes, campanas y la demás parafernalia del
maestro estadounidense.
otro hecho que creo relevante a esta narración es
algo que ocurrió ya en mi época de liceal pelilargo.
fascinado por la inquisición retiré dos libros sobre
reforma religiosa y contrarreforma que jamás volvieron
a descansar sobre el anaquel que les correspondía. juro
que no hubo dolo o mala intención, sólo boludez y
vergüenza. cada día me decía que al siguiente haría la
devolución; y, por supuesto, luego de seis meses de
retraso me avergonzaba un poco más que al principio
dar la cara.
por su parte, un par de años después, a raíz de
unos versos de HjDs, ensayé mis primeras líneas con
intenciones literarias. esta actividad fue creciendo -o
fui haciéndola crecer- a tal ritmo que mi mente ya no
daba abasto a la formulación de proyectos y

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contraproyectos. las letras que plasmaba en el papel no
eran sino una ínfima parte de lo que escribía en mi
mente. en conclusión, pese a no haber publicado nada,
ni un cuento ni una carta de queja en algún periódico
siquiera, me convertí en escritor. un artista como se
refiere a sí mismo miller en sus trópicos.
ésa era más o menos la situación personal, la
mitad de los problemas que derivaron en mi situación
actual. el otro componente de mis desgracias apareció
en los diarios y noticieros durante meses, pero por las
dudas (y para hacer del presente un texto comprensible
independientemente de los conocimientos previos del
lector) los enumeraré someramente. se trató de la pena
de muerte , el a.i.p.p.l.p. y las relaciones diplomáticas
entre nepal y uruguay.
por alguna razón vedada a mi comprensión, la
plenaria memoria y justicia presentó un proyecto de ley
para institucionalizar la pena capital. y por algún
motivo que me resulta más incomprensible aún, el
parlamento lo aprobó sin demoras y con mayorías
históricas.
hasta ahí todo iba bien; al menos en la medida
en que pueden marchar bien las cosas con una espada
de damocles sobre la nuca de nadie en especial y de
todos simultáneamente. pero por lo pronto yo zafaba y
esto me daba esa sensación de falsa tranquilidad que
tienen los idiotas.
las cosas se empezaron a joder cuando a la onu
o alguna otra de esas organizaciones se le ocurrió
declarar el año siguiente como el “año internacional
para la protección de los libros públicos” (lo que da la
asquerosa sigla a.i.p.p.l.p.). el pacto decía, según leí en
un extenso artículo de la revista 3 (v 2.0), que “un libro

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que no se devuelve a tiempo a una biblioteca o entidad
pública de naturaleza similar es comparable en
consecuencias sociales a cien bombas terroristas
detonadas al unísono en cien ciudades del mundo”. así,
no resulta extraño que en cuba y venezuela la pena para
quienes se atrasaran en la devolución de un ejemplar
fuese prisión a perpetuidad y, de tratarse de un artista o
comunicador, la destrucción total de su obra o
equivalentes. en otros sitios como perú, se aplicaron
los llamados “castigos creativos”. a un tipo que no
devolvió un libro de víctor jara le cortaron las manos, a
otro lo encerraron cuatro días en un caballo de madera
por no regresar la ilíada.
en uruguay las cosas se dieron en dos etapas. al
principio, el infractor era transplantado al
“departamento techado”. tomás de mattos, que una vez
fuera director de la biblioteca nacional, además de
escritor, había adquirido en un remate judicial (y por
pocas monedas, según se contaba) el que fuera el
departamento de tacuarembó con la intención de fundar
allí la más grande biblioteca, museo del arte y la
cultura y café literario del planeta. pero a último
momento cambió de idea. donó aquellas tierras para
que el ministerio de defensa interior construyera la
cárcel más grande del mundo (después de china), pero
que sólo albergaría a deudores de libros. a lo largo de
sus límites se levantaron muros dignos de un refugio
antinuclear de los mormones, mientras que dentro de
ellos se construyeron cientos de miles de estantes de
biblioteca. la pena era que esos estantes estarían vacíos
de libros. la gente que fuese recluida allí jamás
volvería a leer palabra escrita, excepto, quizá, las
etiquetas de sus propias ropas; una y otra vez hasta

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desear haber nacido ciegos. un castigo que podría
considerarse eficaz, desde alguna perspectiva.
la segunda etapa resultó ser un tanto más
sangrienta. un tratado con nepal envió a algunas de
nuestras más destacadas y excelentísimas figuras
sociales (mujica, fassano y omar freire) a aquel país
para enseñarle a la nación hermana todo lo posible
acerca de la organización de un estado de derecho, la
libertad de expresión y la pluralidad en el periodismo y
el rol de la mujer en una verdadera democracia. el
gobierno nepalés, a cambio, nos envió a sus tres
mejores gurkhas para entrenar asesinos cuya misión
sería recuperar los libros no devueltos y eliminar al
deudor. así de simple.
luego de seis meses de duro y completo
adiestramiento, cada biblioteca pública (esto incluía las
de las instituciones de enseñanza como liceos, utus,
escuelas, y básicamente todo lugar estatal que prestara
libros) tenía un gurkha entre su personal. la única
excepción, por supuesto, fue la biblioteca nacional, que
contrató, por su especial naturaleza, a los tres
nepaleses como cerberos de sus tesoros culturales.
las cosas estaban así una soleada tarde de jueves
(mi día libre) cuando con las manos en los bolsillos y
el escritor que vivía en mí a flor de piel salí rumbo a la
biblioteca. anduve lento las dos cuadras y media que
separaban mi casa de la avenida artigas, doblé a la
izquierda, hacia el centro, y disfruté del paseo. en la
esquina con centenario (yo sigo llamándola así aunque
lleve ya años siendo luis alberto de herrera) casi me
atropella un tipo gordo y pelado en un auto viejo. yo
me reí y le mostré uno de los dedos de mi zurda
mientras sacaba la lengua. me sentía demasiado bien

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como para que un pelado (que sin embargo llevaba una
cola de caballo colgando de su nuca sudada) me hiciera
enojar.
seguí por dieciocho de julio. en domingo pérez
doblé a la derecha y en lavalleja a la izquierda hasta
llegar a mi destino. crucé la puerta y, como siempre
que estaba allí, me invadió una sensación agradable y
rara de estar entrando a otro tiempo. atravesé el patio
interior de la vieja casona y me metí en la biblioteca.
estaba buscando un libro con la correspondencia
de quiroga porque lo necesitaba para una investigación.
cualquier niño de escuela sabe que no se puede escribir
una novela creíble acerca de un personaje real sin
investigar, y mi novela creíble era sobre el
misionero/salteño. era una buena idea, muy buena.
la correspondencia no estaba, pero sí el diario
del viaje a parís; otro libro que iba a precisar. lo llevé
conmigo a casa y durante una semana y un día lo leí y
releí, saqué apuntes e ideas. la novela, escribiéndose en
mi cabeza, iba cada vez mejor. hasta merecía el premio
morosoli.
el viernes de la semana siguiente, a las ocho en
punto de la mañana, me despertó alguien llamando a la
puerta. angie, a mi lado, movió la cabeza hacia mí y
dijo en su media lengua de mujer dormida:
-si e ara mí ecí e no oy.
casi no entendí.
me levanté y fui bostezando hasta el living. iba
descalzo y con el piyama de los gatitos. abrí la puerta y
quedé helado. era el gordo del auto, el ridículo del pelo
a lo tong po. al verme su sonrisa se ensanchó. los
dientes, amarillos, parecían estar burlándose de mí.
-¿rafael koldowsky? -preguntó.

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era el gurkha de la biblioteca. el gurkha de mi
biblioteca. mi gurkha. y durante el tiempo que le
tomara matarme con aquella espadita suya sería todo
mío. pero si lograba matarlo yo a él, no sólo estaría
perdonado por no haber devuelto el libro el día
anterior, sino que podría quedármelo. claro que esto no
pasó por mi mente en aquel momento. entonces sólo
tuve miedo y cerré los ojos a la espera del golpe. hubo
una única cosa aparte del pánico, un pensamiento
infantilmente vengativo que cruzó mi cerebro: “no te
voy a decir dónde tengo guardado el libro”.
entonces oí un ruido y otro más fuerte
inmediatamente después. y un grito (“¡¡¡lato
veshya!!!”). abrí los ojos y no había nadie delante mío.
tong po estaba tirado en el piso. le había caído un trozo
del revoque de encima del dintel de la puerta, que
estaba todo desconchado, y lo aturdió un poco.
aproveché el momento y salí corriendo mientras el
pobre tipo soltaba una serie de palabras ininteligibles.
estoy seguro que eran insultos en ur-bhasa, el sub-
lenguaje que surgió de la interacción entre los tres
nepaleses y los villeros entrenados por ellos.
eso es todo lo que sé de lo sucedido aquella
mañana. desde entonces soy un fugitivo. cuando caí
rendido de tanto correr estaba en algún punto campo
adentro. estaba ya atardeciendo. a poca distancia se
divisaba una arboleda, recortada su silueta sobre el
horizonte iluminado por ese resplandor naranja que tienen
a veces las nubes de tormenta. decidí con los últimos
restos de consciencia que me quedaban pasar allí la noche.

no sé cuánto tiempo dormí, pero puedo asegurar


que no tuve un buen despertar. unos muy poco sutiles

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ruidos de ramas quebrándose me alertaron de la
proximidad de alguien que resultó ser mi perseguidor.
paralizado por el miedo lo vi aparecer entre los árboles.
llevaba su espada (que según un diario que mucho después
robé de un quiosco se llama kukri) en la mano. tenía la
cara de boludo crispada en una aterradora mueca de ira. ya
no sonreía. todo en él parecía odio, furia (y quizá un
tantito de frustración envenenaba también su mirada).
desde mi punto de vista, acostado en el suelo con las raíces
de un gran árbol como almohada, parecía como si el tipo
hubiese crecido cincuenta centímetros de alto. era el
demonio ante mí.
y entonces, los ojos entrecerrados y legañosos,
bulléndome la sangre, el corazón saliéndose de mi pecho,
tuve una revelación que cambió todo este asunto por
completo. en su rostro vi otra cara, la cara de alguien que
ni en un millón de años consideraría peligroso o
amenazante. el gurkha tenía un parecido innegable con
rolando hanglin, el tipo ése que anda desnudo por todos
lados. tong po, entonces, quedó desnudo. su pecho lleno
de rulos negros entrenados como nepaleses, sus bolas
entrenadas como nepalesas colgando inertes, todo aquello
lo convertía en un inofensivo conjunto con cara de porteño
bonachón.
comencé a reír a carcajadas. el tipo trocó su ira por
desconcierto y detuvo el avance mortal de su filo. mi asma
empezó a atacarme, así que me paré. el gurkha, cada vez
más anonadado, me miraba boquiabierto. empezó a
retroceder, lento, muy lento. su pie tropezó con una raíz
que sobresalía del suelo y se precipitó. mis carcajadas se
incrementaron. el tipo sumó el dolor a la lista de
expresiones de su cara. apareció una mancha de sangre en
su camisa. se había lastimado al caerle la espada en un

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costado. entonces volví en mí. dejé de reír. él se tocó la
mancha y miró la mano. empecé a correr otra vez.

seguimos con esta rutina a lo tom y jerry durante


aproximadamente dos años. siempre con idéntico
resultado. a él le caía un piano en la cabeza y yo lograba
huir. hasta que un día las cosas cambiaron otra vez. creo
que podríamos decir que terminaron de torcerse. porque
un perseguidor es como un dios, cuando se le pierde el
temor todo está perdido. y he aquí, lector, el porqué de este
texto, este comunicado.
un día, no hace mucho tiempo atrás, en las afueras
de casupá, fui nuevamente interceptado por el más que
inepto recuperador de libros. la situación se dio, en
principio, como ya he descrito: él apareció de improviso,
ya casi por costumbre me atemoricé, algo sucedió que lo
abatió sin que yo moviese un dedo, reí a carcajadas. y
mientras yo reía, él emprendió la retirada. el gurkha se
volvió y corrió hasta perderse de vista. eso sí que no me lo
esperaba. aquella parte era mía, era lo que yo había hecho
siempre. ¿y ahora? ¿qué estaba pasando?
a poca distancia de mí encontré la respuesta: su
kukri. caído entre el pasto. era la primera vez que aquella
cosa no estaba en sus manos. y se veía tan gentilmente
dócil a ser empuñada por cualquiera...
es por eso que escribo hoy, que dejaré estos papeles
por debajo de la puerta del diario primera página cuando
termine. para comunicarle a tong po/hanglin y sus demás
hermanitos gurkhas que voy a por ellos. que bajo la forma
de un paria fugitivo, fuera de la ley y la sociedad, los
cazaré uno por uno. y para hacerlo más divertido él será el
último.
el perseguidor ahora soy yo.

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cambalache

aquella tarde la pasé mirando animé y


escribiendo. me desperté tarde, a eso de la diez, y como
no quería soportar a mi jefe sermoneándome no fui a
trabajar. escribí uno o dos cuentos. nada digno de
mención, pero era material. y como suele suceder
cuando quiero estar solo y escribiendo, llegó gente. en
su favor debo decir que de todas la posibilidades de
intrusión no fue una de las peores. eran tarea fina. dos
rubias de ojitos claros, piel muy blanca. llevaban
polleras hasta los tobillos, camisas con cartelitos con
sus nombres colgando de los bolsillos, sombreros para
el sol.
salí con mi cuaderno y una taza de café en la
mano. una de ellas habló mientras la otra me sonreía
desde atrás. querían entrar y contarme acerca del plan
de salvación. les di una negativa, me dejaron un folleto
y se fueron. les miré el culo hasta que doblaron en la
esquina. la que sólo sonreía era la más linda. volví
dentro.
habrían pasado dos horas cuando alguien golpeó
las manos otra vez. me asomé. era un tipo flaquito, de
barba y pelo largo, sucio y despeinado.
-hola. ¿me podés dar algo pa comer?
-bueno -dije-. esperá que ya vengo.
fui a la cocina. le llevé pan y un poco de arroz
en un tarro de plástico.
-¡gracia, che!

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-de nada -dije. y me di la vuelta para entrar en la
casa.
-ta difícil pa meter algo en la panza hoy en día.
antes no era así.
lo miré. hablaba como consigo mismo, pero era
conmigo aunque no esperara respuesta.
-antes la gente te respetaba aún sin conocerte. lo
llevaban en la sangre. tuve enemigos que me faltaron
menos el respeto que la “gente bien” de ahora.
-sí -dije. no sabía qué decir.
metió una mano en la bolsa de nylon con el pan.
sacó un trozo y empezó a mordisquearlo. entonces, de
improviso, se golpeó la frente como si recordara algo.
-¡¡pero yo no aprendo más!! ¡qué modales! -me
tendió la mano-. jesús cristo, mucho gusto.
-rafael -estreché la mano que me ofrecía. era
zurdo.
-¿y? ¿vos qué contás? ¿cómo te llevás con mi
viejo?
-no he tenido problemas hasta ahora.
el tipo hablaba con tanta convicción, tanta
tranquilidad, que casi lograba que le creyera.
-ta cascarrabias, pero es bueno. es el estrés,
viteh.
-me imagino -dije-. no debe ser fácil.
-no es difícil tampoco. lo que pasa que él se
complica solo. ¿lo más bravo sabés lo que es? los que
andan por ahí haciendo barullo y diciendo que es su
palabra.
-sí, y dejando folletitos boludos del “plan de
salvación”.
echó la cabeza para atrás y rió a carcajadas.
-pasaron las mormonas, ¿no?

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-sí, y el tipo de la tapa no es para nada parecido
a vos.
-es que ellos nunca me conocieron -rió un poco
más-. che, ¿viteh el culo que tiene la de los ojito más
claro? me pregunto qué les darán de comer allá en la
utah.
ahora el que rió fui yo.
-¿me decís la hora?
se la dije.
-bueno, che. gracias por el marroco y el arró.
lo miré marcharse repecho arriba. me senté en el
cordón de la vereda. dobló en la esquina en la misma
dirección que las mormonas. ¿qué cara habría puesto
de saber que soy un poco budista?

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gaucho

a mi padre.

hasta los ocho tuve el mismo sueño. era corto,


sencillo, aterrador. volvía de algún lugar a casa de mis
abuelos. llevaba una “bolsa chismosa” en tonos de
naranja con asas negras en forma de aro. era un día
luminoso; demasiado, quizá.
la casa tenía forma de ele mayúscula, con la
base paralela a la calle. a la derecha había un patio
cubierto por un gran parral. siguiendo estaban el
gallinero, a la izquierda, y los canteros, a la derecha y
al fondo. en el sueño iba por el camino entre ellos. a
medida que avanzaba, el día se nublaba más y más. el
sendero dejaba de serlo. ahora era un puente colgante.
a los lados se abrían profundísimos abismos. y yo
caminaba por allí, aterrado. cuando estaba por llegar al
final, el extremo del puente se alzaba en el aire. era el
cuello de un dinosaurio.
eso es todo lo que recuerdo.
en todas las etapas de mi vida he tenido sueños
recurrentes. ése fue el primero. el que tengo ahora es el
más extraño de todos. en primer lugar porque aparecen
otras personas, y nunca antes había sucedido eso.
siempre era yo que iba por alguna parte, con miedo, en
silencio.
ahora camino por la avenida artigas. llevo las
manos en los bolsillos del vaquero. todo a mi alrededor

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está como si hubiese ocurrido un desastre. algunas
casas están reducidas a escombros. un par arden. en la
vereda de los mormones un tipo anuncia a gritos la
destrucción de la tierra. alcanzo a ver, detrás de él, el
cadáver largo y yanqui de uno de los misioneros. tres o
cuatro viejas forman un semicírculo en torno al
predicador. sigo mi camino.
paso la cañada. en una de las hamacas de junto
al colegio san josé hay un niño. tiene unos dos años. es
rubio, de abundantes rulos, regordete. mueve las
piernitas intentando hamacarse, pero no lo consigue.
me mira. me señala con el dedo.
sigo. el tipo del taller de bicicletas, el que
cuando el mundo giraba monótono sobre su eje me
ajustaba los frenos pero me desajustaba alguna otra
cosa, está muerto en la esquina. el de los fletes está
sentado en la parte de atrás de su camioneta sacándose
tierrita de debajo de las uñas con un machete.
-hola -me dice.
muevo la cabeza como única respuesta. pero
sigo. mi objetivo está más adelante. no sé exactamente
dónde, pero lo voy a encontrar. sólo me permito
detenerme una vez. en la casa de la cámara. pero está
saqueada. la cámara que en un trípode junto a la
ventana apuntaba hacia fuera no está. nunca sabré para
qué estaba allí.
cuando llego a la esquina de benavente, que
muere o nace en el batallón, me intercepta un tipo flaco
y vestido de amarillo. tiene una escopeta en la mano,
ropa deportiva, championes blancos y gorra de visera.
-¡bo! ¿dónde va?
-a ver al gaucho.
-¿y bo so uno de lo pibe? si no, no podé pasá.

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el filo de una katana lo abre en diagonal, de la
cintura al cuello. sacudo la sangre del arma, la vuelvo a
envainar y meto las manos en los bolsillos del vaquero.
sigo. en la fábrica de cartón son más primitivos aún. no
implican demasiado esfuerzo. parece que ésa era toda
la seguridad que tenía. hasta la estación no veo a nadie
más.
allí está él. todo bombacha de campo, boina y
alpargatas. está tomando mate. es una figura
insignificante.
-güen día, mijo. ¿cómo le va?
-son las tres de la tarde -es mi respuesta.
-¿y qué? es de día igual aunque ya haigan pasao
las doce, ¿no?
como su razonamiento es cien por ciento
correcto opto por la hostilidad.
-¡me importan una mierda tus consideraciones
sobre los saludos, gaucho! ¿sabés por qué vengo?
-me querés matar, ¿no cierto?
y ahí el sueño se bifurca. el tipo se levanta de la
cabeza de vaca en que está sentado y agarra un facón
caronero. nos enfrentamos. a veces lo mato y me pongo
a tomar mate hasta que despierto. a veces me corta una
mano aunque igual consigo vencer. pero siempre,
mientras dibujo con mi sable una fina línea roja en su
cuello, él vocifera:
-¡soy tu padre, koldowsky j’una gran siete!

en aquel lejano primer sueño, al levantar la


cabeza el dinosaurio tenía algo en sus ojos que me
perturbaba. entonces no podía explicarlo. hoy sé lo que
es. su mirada era la mía. así como al pasar el tiempo yo
he empezado a tener un poco los ojos de mi padre.

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guía para la charla trivial

por las malas,


a zeus.
por las buenas,
a las hieródulas.

para algunas personas hablar jamás es un


problema. hablan ante grandes audiencias, ante un único
interlocutor, por teléfono, solos; cualquier ocasión justifica
una buena charla. existen otros que, sin irse al extremo de
ser mudos (por razones biológicas o simplemente falta de
interés), tienen dificultades para sostener un diálogo más o
menos sin importancia durante cierto tiempo. pueden, si es
el caso, dar una conferencia en la onu acerca de ortodoncia
prenatal en los países de oceanía, pero si se cruzan con
alguien en la esquina de su barrio y la otra persona se
detiene para intercambiar unas palabras de cortesía no
saben qué decir. muchas veces pasan por bruscos o malos
vecinos al nunca tener tiempo para esas conversacioncitas.
y es que la cháchara trivial, superficial, sin
importancia aparente, tiene una magnitud tal que si el
común de la gente lo supiera saldría despavorido ante la
sola idea. citaré un ejemplo:
helena, esposa de menelao, rey de esparta, es
raptada por paris. ésta es la causa directa de la guerra de
troya. pero, ¿por qué un pusilánime como paris decide de
la noche a la mañana cometer tal crimen? dicen que se
enamoró. pero si lo pensamos con detenimiento no suena

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para nada creíble. seguramente usted, señor, que se
enamora de su vecina de pegado porque aunque no es gran
cosa es mejor que seguir viviendo solo, un día se levanta y
se dice, mientras se frota la panza: “che, qué lindo día pa
raptar a la vecina”. ¿verdad que no?
usted, en el mejor de los casos, quizá trate de
chamuyarla para que cuando esté aburrida se pase por su
casa a tomar un cafecito a ver si pasa algo más. o (más
probablemente) se va a un bar y se rellena con caña hasta
que no pueda mantenerse en pie. lo que sea, ¡pero no rapta
a la gorda de al lado!
ahora bien, la historia sería un poco distinta si a
usted, un nabo que no tiene nada que perder, una diosa
-digamos afrodita- se le aparece un día y le dice:
-tengo un trabajito para vos. preciso que me raptés
a esa puta de helena, la que está casada con menelao.
-¿la gorda de pegado a casa? ¿y por qué?
-preguntaría usted, que como ya establecimos es un poco
falto.
y ahora, presten mucha atención, porque he aquí el
asunto por el que pongo todo esto sobre la mesa. afrodita
le responde:
-es que el otro día yo venía de hacer unos
mandados en el centro y la saludé cuando me la crucé en
la esquina, como con cualquier otro conocido, ¿viste?
entonces, porque sí, porque estaba de buen humor, no sé,
me paré y le dije: “parece que va a llover, ¿no? me
pregunto que le pasará a perséfone que no llega de una vez
el calor”.
-¿quién es ésa?
-¡la primavera, idiota! pero eso no importa, la
cuestión es que esa sucia de helena me dijo, haciéndose la
distraída: “¿qué? ah, sí. igual a mí la lluvia no me molesta

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mucho. bueno, hasta luego, afrodita”. y se fue. ¿podés
creer?
-la verdad no entendí qué fue lo que te molestó
tanto, pero si me pagás bien, me importa un carajo -dice
usted que ahora empieza a mostrarse un tanto mercantil.
-tu recompensa es la mina ésa. la secuestrás y te la
quedás para vos. yo ni la quiero para nada. sólo me
interesa que esa putita de mierda aprenda a no meterse
conmigo.
-¿y yo para qué la quiero... ?
-no te me hagás el pelotudo, que sé muy bien cómo
te calienta. ¿con quién creés que estás hablando?

y así se decide la suerte de helena de troya, sin otro


motivo que el rencor que ha crecido dentro del corazón de
alguien por una charla trivial mal llevada.
esto sucede todos los días en todas partes, y para
evitarlo sólo es necesario tener unos pocos elementos
presentes:

-no hable del clima. el tópico del tiempo no es algo


recomendable. es sinónimo, en el imaginario social, de la
pérdida de tiempo. genera pensamientos tales como:
“¿cómo esta persona pretende que me pare a hablar de una
eventual tormenta con todo lo que tengo para hacer?”.
-hable de los demás. lo mejor es la vida de
terceros. todos tenemos problemas y la mejor manera de
no tener que pensar en ellos es charlar acerca de los
ajenos. “¿vistes que la artemisa sigue virgen? es
admirable, ¿verdad? aunque sho no sé si será por voluntá
propia, ¿vistes?”
-no se extienda demasiado. por eso es una charla
trivial. el ahorro de palabras es la clave de este tipo de

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conversaciones. además, es excelente para las relaciones
interpersonales no ser de dar toda la información junta.
aunque también sepa quién es el verdadero padre del
tercer hijo de selene, no es necesario que lo diga hoy. ¿no
le parece que haber nombrado a los otros dos ya es
suficiente? “¿ah, no sabés? mañana te cuento, porque hoy
tengo que ir a cocinar”.
-hable de muertos. si no tiene mucho para decir,
pero aún así quiere relacionarse con los vecinos del barrio,
invente mentiras de los que no pueden defenderse. esté
seguro que ellos harían lo mismo si fuese usted el finado.
“don anquises me dijo una vez que... ”
-no hable de enfermedades. es un tema muy
delicado. a veces no sólo se puede, sino que es deseable
hablar de enfermos, pero si no está seguro es mejor no
decir nada. la gente suele tener sus dos o tres fibras
sensibles ubicadas en esa área. mejor cerrar la boca que
meter la pata. aunque de más está decir que se debe
siempre preguntar por la salud de los seres queridos de
nuestro interlocutor. “¿cómo sigue el pobrecito narciso?”
-no sea más inteligente que los demás. como lo oye
(o más bien lo lee). a nadie le gusta la gente más viva que
uno. no tiene gracia hablar con un tipo que digás lo que
digás va a tener siempre la razón. mejor pasar por zonzo
que ganarse enemistades al santo pedo. “¿ah sí? ¿tá seguro
que heracles se hace llamar hércules cuando se va de
putas?”

es así, éste es el amargo sabor que tiene la verdad.


pero créame, si usted sigue estas sencillas prerrogativas
estará en paz con dios y con el diablo. se lo digo yo, que a
fuerza de no hacer nada de esto, no hay quien me banque.
y si no me cree, váyase a la concha de su madre.

26
obispos
(un inofensivo relato de ajedrez)

por las malas,


a rodolfo pedro wirz kraemer.
por las buenas,
a paul stein y mark wells.

los alfiles del ajedrez reciben su nombre de la


expresión árabe al-fil que quiere decir “el elefante”, pero
por problemas históricos (concretamente ignorancia
medieval) en occidente están representados por un obispo.
a mí no me gustan los obispos. por nada en
particular. simplemente detesto su figura, sus anillos, sus
cruces, sus emblemas.
así, pese a que suele considerarse que los alfiles
tienen un valor relativo un poco más alto que los caballos
y se los tiende a proteger más, yo los entrego a las
primeras de cambio. porque no me gustan, me irritan.
lo que sí me gusta es tomar de vez en cuando un
buen vaso de yogur natural, ése que parece semen
coagulado. especialmente los días de calor.
cierta vez me compré una caja de medio litro. era
verano y hacía mucho calor. demasiado. así que decidí
meterla en la heladera para que se enfriara (la misma
heladera que años después ocasionaría un cortocircuito e
incendiaría la casa), pero se me antojó que no sería lo
suficientemente rápido y la cambié para el congelador.
en eso apareció esli.

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-hay un campeonato de ajedrez en valizas, ¿vamos?
-¿en qué?
-a dedo.
-bueno.
creo recordar que un tipo que fue nuestro profesor
de historia en el liceo nos levantó a la salida de la ciudad y
estoy seguro que una familia porteña nos levantó a la
altura de la pedrera. papá, mamá y un nene.
papá porteño hablaba con esli. mamá porteña
asentía. yo miraba cómo volaba la tierra amarilla a los
costados del autito porteño y me preguntaba si
llegaríamos.
llegamos.
nos bajaron a la entrada porque ellos iban a otra
parte.
-¿les gusta el yogur natural? -pregunté al bajar.
papá y mamá se miraron. papá arrancó el auto.
-¡¡¡PUTOS!!! -les grité cuando me pareció que ya
no podían oírme-. seguramente no les gusta. ¡PUTOS DE
MIERDA! -y le dije a esli-: yo tengo uno enfriándose en la
heladera de casa.
esli no dijo nada. me miró. era una mirada casi
porteña.
-nada. vámonos.
caminamos hasta el rancherío (no era otra cosa,
digan lo que digan).
el campeonato se llamaba (¡qué se le va a hacer!)
“el alfil pescador”. se jugaba en asterix, un boliche, pero
cuando llegamos estaba cerrado. necesitábamos comer, así
que buscamos dónde comprar algo para unos refuerzos
que devoramos en la costa, a pleno sol. después de
terminar esli tomó un baño en el mar. yo me eché a leer a
baudelaire. después tomamos una siesta, allí mismo,

28
también al sol.
al caer la tarde fuimos rumbo a asterix. era un
híbrido entre bar, restorán, pub y alguna otra cosa que aún
no conozco. tenía mesitas, barra, escenario y patio. servían
comida. detrás de la barra había un tipo pelado. le
preguntamos por el campeonato.
-es mañana -al hablar no nos miraba-. para anotarse
tienen que esperar a pedro.
-¿dónde lo podemos encontrar?
-acá. viene un rato todas las noches.
-¿a qué hora?
-de noche.
-pero, la noche es muy larga. ¿a qué hora de la
noche?
-creo que cuando tiene ganas, pero no estoy seguro.
-ok, gracias -intervino esli.
pedimos un gramajo y unas papas fritas. nos
sentamos en el patio y comimos y fumamos. en algún
momento llegó un rengo flaquito, de barba, que dijo ser
quien esperábamos. nos anotó y se sentó a la mesa
buscándonos conversación. la encontró con esli. yo recorrí
el patio.
fui hasta el fondo a ver de cerca un gran tanque de
agua sostenido por cuatro columnas de hormigón. al rato
fue a la mesa una morocha de tetas grandes y pelo
enrulado y levantó los platos vacíos. me miró y le hice
señas para que se acercara.
-¿para qué es este tanque? -le pregunté.
-es un tanque de agua.
-¿cómo te llamas?
-leticia. tengo que seguir trabajando, ¿sabes? nos
vemos más tarde -me dijo.
y se fue. tenía una buena forma de irse. un vaivén,

29
swing, como se diga.
volví donde esli y pedro.
-koldowsky, pedro es primo del pini.
los miré. primero a esli. después al otro. el parecido
era innegable. flaco, barba negra y puntiaguda. sólo que
víctor (el pini) no era rengo. lo imaginé rengueando.
quedaba gracioso. y sí, así se parecía más todavía.
-eso es una aliteración. Pedro es Primo del Pini.
una muy divertida. ¿tienes un cigarro? -le pregunté.
-no, pero tengo tabaco, si quieres.
y lo sacó.
-no, yo también tengo tabaco. quiero un cigarro.
voy a comprar.
entré al local y fui hasta la barra.
-leticia -llamé-. ¡leticia!
apareció el tipo pelado.
-¿qué quieres?
-necesito hablar con leticia.
-ella está ocupada.
-bueno, la espero, entonces.
-como quieras.
se fue para atrás de una mampara que hacía las
veces de pared. detrás estaba la cocina. o al menos salían
ruidos de cocina.
poco después salió ella.
-¿qué quieres?
-¿venden cigarros?
-no.
salí a la calle. iba a un lugar que había visto en el
camino. parecía un bar pero resultó ser una pizzería.
estaba sucio como un bar y tenía parroquianos como un
bar. y a pesar de eso el cartel sobre la puerta decía
“pizzería”. la gente tiene ideas extrañas acerca de sus

30
negocios. como esos que venden biromes, gomas y
lápices, hacen fotocopias, tienen cotillón, forros de papel,
cuadernos, y llaman librería al lugar.
-una caja de coronados.
-no tengo coronado. marlboro, nevada o eco.
-un nevada, entonces.
abrí la caja. saqué uno y lo prendí. en lugar de ir
para asterix salí en el otro sentido, hacia el mar. llegué
hasta donde terminaba el pasto y empezaba la arena. y
miré el agua. era mucha. era negra.
fumé todo el nevada y volví al boliche.
cuando llegué pedro y esli jugaban una partida de
ajedrez y un par de tipos estaban conectando unos
amplificadores en el escenario, dentro. estaba empezando
a aparecer gente, supongo que atraída por la costumbre de
las bandas en vivo. de todas maneras, algunos empezaron
a reunirse en torno a nuestra mesa. cuando los tipos del
escenario empezaron a probar el sonido me desentendí de
los trebejos y me puse a mirarlos. eran un bajista y un
violero. sonaban bastante bien.
alguna de la gente de adentro, sentada frente al
escenario, pidió comida. leticia iba y venía llevando platos
llenos y sus tetas. entonces se me ocurrió algo. prendí un
nevada y agendé mentalmente comprar una caja de
coronados cuanto estuviera otra vez en rocha. me levanté y
fui hacia la pechugona.
-leticia, decime una cosa.
-¿sí?
-¿venden yogur natural? ése que parece... -paré ahí,
algo me dijo que no era necesaria la comparación-, rico
-completé, no muy convencido.
-no, no tenemos.
-ok, gracias igual.

31
volví a mi lugar y cuando terminaron de jugar
pedro preguntó dónde nos íbamos a quedar. le dijimos que
pensábamos dormir en la costa y nos ofreció en préstamo
una casa que no sé quién tenía para alquilar.
-está vacía y no creo que aparezcan inquilinos de
hoy para mañana. así por lo menos no tienen que pasar la
noche a la intemperie.
a mí en lo personal me gustaba la idea de quedarme
al aire libre.
pedro consiguió una linterna y nos llevó hasta la
casa. era pequeña y de dos pisos. no tenía ni agua ni luz.
abajo era cocina/living y un bañito. arriba, una especie de
entrepiso que funcionaba como dormitorio. en una esquina
de la planta baja había dos ventanas idénticas, una de cara
al este y la otra al sur. a la mañana siguiente me senté allí,
frente al rincón, a mirar a través de ellas. era como ver dos
cuadros y lograr llegar más allá.
como sea, pedro nos dejó para que nos
instaláramos y se fue. acomodamos nuestras mochilas casi
vacías arriba y salimos de vuelta para asterix. el camino
era de unas pocas cuadras, pero estaba totalmente a
oscuras y nos desorientamos un poco. esli estaba bastante
molesto. a mí me resultó por lo menos divertido. por
supuesto que a la madrugada, cuando volvimos del boliche
a dormir, nos costó menos encontrar el camino.
el entrepiso estaba lleno de pulgas. en aquel
momento, con aquellos bichos mordiéndome el culo, la
cabeza, los dedos de los pies, los sobacos, dentro del
ombligo, me di cuenta de por qué nadie la había alquilado.
cualquiera hubiera preferido dormir en la costa.
al otro día, mutilados de los pies a la cabeza por
aquellas putas pulgas, conseguimos agua y compramos un
puñado de arroz para comer. yo me senté a mirar por los

32
cuadros porque esli jamás deja a los demás tocar la cocina.
tiene esa especie de fetiche.
después de comer fuimos al mar. las heridas que
nos dejaron las pulgas ardían al contacto con el agua
salada. dormimos en la playa hasta cerca de las siete de la
tarde. de camino a asterix paramos en el bar que se hacía
llamar pizzería, tomamos una cerveza y jugamos al pool.
en el campeonato perdí en la primera ronda, como
siempre ha sido mi costumbre. esli, siguiendo la suya,
perdió recién en las semifinales e igual no estuvo
conforme.
la siguiente vez que me acosté dormí trece o
catorce horas seguidas. cuando me levanté hacía más calor
que los días anteriores. fui a la cocina rascándome
desesperado las heridas que me habían dejado las pulgas y
sacándome arena de todas las intersecciones del cuerpo.
entonces mi mente se iluminó como no ha vuelto a suceder
jamás. volví al cuarto intentando correr y rascarme a la
vez. agarré una birome y un papel. anoté:

6x6
sin alfiles!
sin passant

corrí al teléfono. marqué el número de león.


-una variante. se me acaba de ocurrir una variante
de ajedrez. es excelente. ¡EXCELENTE! y sencillísima:
tablero de seis por seis, sin alfiles y sin passant. ¿qué tal?
-muy buena. se llama ajedrez los álamos, aunque
también le dicen ajedrez anticlerical. la inventaron dos
yanquis en el cincuenta y seis. ah, y tampoco tiene
enroque.
-¿anticlerical? es gracioso. bueno, nos vemos

33
luego.
corté.
más en silencio de lo que había estado en cualquier
momento de los anteriores cuatro años fui otra vez a la
cocina. a la heladera. me serví un vaso con agua y abrí el
congelador en busca de hielo. y allí estaba la caja de yogur
natural que metiera días antes. celeste y blanca y dura y
petrificada. la saqué y la dejé arriba de la mesada. cuando
se derritiera el yogur estaría cortado. agaché la cabeza y
volví al congelador. no había ni un solo cubo de hielo.
tragué el agua del vaso y me volví a acostar.

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rounin
(浪人)

estaban por cumplirse tres años desde que nos


mudamos para minas, cuando un abogado golpeó a la
puerta de la casa.
-¿es usted el propietario de esta finca? -preguntó
con su acento de profesional.
llevaba un impecable traje negro. “tan negro
como su consciencia”, pensé. mi aspecto no
demostraba mis capacidades, por supuesto, pero no
creo tampoco que justificase su nariz arrugada, su ceño
fruncido y su labio superior un tanto dobladito en
mueca de asco. decidí, por tanto, sacar al exterior parte
de lo que llevo dentro en forma de gentil hostilidad.
-no sé. eso depende de si es usted tan amable de
identificarse antes de hacerme más preguntas acerca de
mi capital -y agregué, luego de imitar su expresión-. ¿o
no le enseñaron modales en la brillante piara donde lo
criaron sus progenitores?
-disculpe. esteban formichelli. abogado -y me
tendió la mano.
la dejé allí. no me molestaba en lo absoluto, así
que, ¿para qué molestarme en destenderla?
-¿abogado dijo? eso explica todo. cada cual
tiene la educación que necesita. ¿para qué está acá?
-alcé la mano derecha, en la que llevo el reloj-. tiene
veinte segundos para contestar, porque aunque no lo
parezca estoy trabajando.

35
durante un instante, su rígida y seguramente
ensayada expresión de seguridad fluctuó. la mano
derecha empezó un viajecito nervioso al cuello, a la
corbata, pero lo detuvo.
-van cinco.
-represento a un hombre que está muy
interesado en comprar su...
-diez.
-... casa.
esta vez no pudo pararlo. se acomodó la corbata.
tragó saliva. parpadeó mucho. por alguna razón, al oír
lo que había ido a decir, y dado que no teníamos
ningún interés en deshacernos de la casa, dije:
-ciento veintisiete mil novecientos treinta dos
dólares.
y le cerré la puerta en la cara. ¡para que
aprendas! ¡tomá! pasó un tiempo. calculo que quince o
veinte segundos, pero no más. tocó otra vez a la puerta.
si lo que decía era verdad, en especial la parte de
“muy” antes de “interesado” y después de “está”, no
tenía más remedio que volver a enfrentarse al
neanderthal vestido únicamente con una bermuda. me
armé de mi expresión más ingenua y amable y volví a
abrir.
-hola -dije-. ¿qué necesita?
y sonreí. sonreí de la manera más dulce y
repulsiva que pude, mostrando mis dientes amarillos de
café y con restos de pan.
-eh... le dejo mi tarjeta -pausa-. por si cambia de
opinión.
-por si decido cambiar el precio, querrá decir.
busqué en uno de los bolsillos, saqué la billetera
y le extendí un cartoncito que saqué de ella.

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-tenga. MI tarjeta.
era una tontería que se me ocurrió cierta vez.
tarjetas de presentación que decían:

rafael koldowsky
escritor y contador
e-mail: kalemievane@yahoo.co.jp

la miró. la guardó. se despidió y se fue. lo miré


desde la entrada. le hice chau con la mano. por un
momento, mientras me sentaba y agarraba la birome
para volver a escribir, me sentí como algo que habría
contado bukowski. lamenté no tener un vaso de whisky
junto a mí para darle un buen trago, reír a carcajadas y
empezar un cuento que dijera algo así como: “estaban
por cumplirse tres años desde que nos mudamos para
minas, cuando un abogado golpeó a la puerta de la
casa.”
cuatro días después el asunto volvió a nuestra
puerta. esta vez tenía una cara más amable. bombacha
de campo, medias blancas, alpargatas negras, camisa
blanca con cuello mandarín. el pelo como bruce lee en
fist of fury y ojos de alcancía, también como bruce lee.
-buenos días -dijo el chino ante mí, haciendo
una corta reverencia-. me llamo kurofuji ryuu. necesito
hablar con usted, si no molesto.
por supuesto que no me molestaba. cualquier
asiático desconocido es más bienvenido en mi casa que
el más familiar de los occidentales. siempre he sentido
así. lo invité a pasar y le ofrecí té.
-agradezco, pero no tomo té. me cansó tanto té.
té verde. té rojo. té negro. té de colores intermedios...
acepto café si tiene.

37
reí. me caía bien. tomamos café y me explicó lo
que quería. su interés era comprar nuestra casa, como
habíame dicho el abogaducho con apellido de payaso.
pero previó que pudiese no interesarnos, así que tenía
otra oferta.
-compro medio terreno. del galpón hasta la
esquina.
nuestra casa ocupa menos de un cuarto del
terreno. después de ella hay un patio, una vieja
caballeriza -lo que él llamaba galpón- y la quinta. eso
último era lo que quería. así las cosas cambiaban un
poco. nuestros planes eran mudarnos en algún
momento al campo y para eso tendremos que vender la
casa en la ciudad. así que le dije que lo consultaría con
angie y nos pusimos a conversar de otras cosas. era
escritor. hacía ciencia ficción, pero la llamaba ficción
lógica, y trataba de venderla a revistas especializadas.
además era aficionado a las lenguas artificiales.
esa noche le conté a angie de él. y le rogué
como un niño que pide “cómprame, cómprame,
cómprame”. yo decía “vendamos, vendamos,
vendamos”, pero el principio era básicamente el
mismo.
-tener un japonés que escribe ciencia ficción
viviendo al lado es mejor que los policías y los
planchas que ya son nuestros vecinos -dijo-. mañana
me lo presentás y vemos qué hacemos. ¿te parece bien?
me parecía excelente.
lo conoció y le cayó bien.
seis meses después el ponja ya tenía una
pequeña casita de tres piezas y un baño, además de un
cuarto separado del otro edificio. el día que se mudó
nos invitó. era todo sencillo y acogedor. puertas de

38
correr y pisos de madera. y en una pared, al alcance de
la mano, una katana. hermosa. recia. de mango verde.
angie veía un cuadro con garzas y otras mariconadas
que él le mostraba.
-¿gusta? -dijo kurofuji al ver que me quedaba
helado mirando el arma-. es de mi familia. antigua.
yo respiraba rápido, muy rápido, y no podía
articular palabra. de alguna manera la conocía. sé que
suena extraño, pero es así. sentía algo raro relacionado
con aquella arma, había soñado con una muy parecida
antes. quise averiguar.
-¿de qué clan? -pregunté cuando recuperé la
voz.
-chiba -entornó los ojos al responder. lo vi
claramente.
-chiba, ¿eh? -hice una pausa-. los taira, entonces
-ahora fueron mis ojos los que se entrecerraron.
-kurofuji-san -llamó angie desde junto a la
puerta que daba a la otra habitación.
el rostro de él se suavizó lo suficiente como
para que ella no notara nuestra tensión.
-¿qué es eso? -señaló algo que estaba fuera de
mi vista.
él rió con su tonta risa de taira y fue hasta donde
estaba ella. decidí seguirle el juego y fingir que todo
estaba bien. le eché una última mirada a la katana,
como asegurándole que volvería, y me uní a ellos.
lo que había llamado la atención de angie era
una rubia preciosa, de tetas grandes y turgentes y ropa
violeta muy ajustada. aquel tipo era un demonio. no
podía ser humano. lo odié un poco más.
-nina williams. es estatua del personaje de
tekken.

39
-¡wow! ¿de ese tamaño?
-sí. tamanyo natural -y se hinchó de orgullo.
-¿y por qué de la williams y no de un buen
luchador como law, por ejemplo?
-law es pedante. nina es perfecta -dijo él-. linda,
fuerte, con técnica.
-silicona y tinta para el pelo, diría yo. pero
todos tenemos derecho a equivocarnos.
-tengo sed -interrumpió angie a la vez que me
daba un codazo-. ¿tienes un poco de agua, kurofuji-
san?
-sí, pero tengo algo mejor para invitar...
-¿sudor de ángeles, quizá? -comenté.
angie me codeó otra vez.
-¡cállate! -susurró.
-cha-no-yu. ceremonia de té.
-es que actúa como si fuese perfecto -le contesté
bajito a ella. y a él-: ¡qué bueno! pero, ¿no es que no
tomabas té?
-no, es que no tomo hecho por occidentales.
mis ojos se entornaron otra vez. pero apreté los
labios y decidí callarme la boca. nos guió a la
habitación separada de la casa. era el lugar destinado a
la ceremonia del té. fue un anfitrión muy correcto, no
puedo quejarme de eso.
cuando terminó todo y estábamos por irnos
kurofuji dijo:
-koldowsky-san, espera.
-¿qué? -dije sin muchas ganas.
-¿quieres jugar tekken 3? por diversión -inclinó
la cabeza-. sé que tenemos diferencias, pero también
hay cosas iguales. me honraría si aceptaras.
me conmovió, tenía razón. así que, sin bajar la

40
guardia, le dije que sí.
volví a casa a las cuatro y media de la mañana.
era bueno, muy bueno. empatamos. y así fue como nos
hicimos casi amigos. de ahí en más pasamos todo el
tiempo libre jugando videojuegos, mirando animé y
practicando artes marciales. pese a todo, era un buen
tipo aquel japonés.

una madrugada volvió al tema de nuestro


pequeño problema inicial. habíamos pasado toda la
noche tomando sake. estábamos sentados en el cordón
de la vereda. mirábamos la calle vacía. el foco de la
esquina se apagaba y se prendía a intervalos
irregulares. yo me entretenía intentando adivinar
mentalmente en qué momento se encendería o dejaría
de hacerlo. hacía mucho frío, lo noté al ver el vapor
saliendo de su boca.
-ese sable que te gusta tanto -señaló hacia la
casa con el pulgar- no es en realidad de mi familia. un
antepasado derrotó a su dueño y se quedó con ella.
-¿de quién era? -pregunté tratando de esconder
mi ansiedad.
-no sé -hizo una pausa y agregó-: pero era de un
minamoto -y me miró muy fijo.

a las cuatro de la madrugada del uno de agosto


de dos mil dos me desperté. respiraba dificultosamente.
me dolía el brazo izquierdo, en la zona de los bíceps, y
el cuello. sudaba como nunca lo había hecho. estaba
aterrado. acababa de soñarme como un samurai. corría
desesperado hacia algún lugar. necesitaba llegar o de lo
contrario... mejor no pensar en eso. a medida que me
acercaba se hacía más visible el resplandor de las

41
llamas. era tarde. fallé. la casa estaba reducida a
escombros. intenté entrar, fue inútil.
él me miraba sonriendo. me ardía el rostro. era
una fiera. el odio rugía en mis venas, pedía venganza.
desenvainé la katana y me avalancé sobre él. nos
enfrentamos. todo menos él y mi dolor desapareció.
cada uno de mis embates era detenido y contraatacado.
encontré un punto de entrada y fui a él. en uno de sus
avances caí fingiendo perder el equilibrio e intenté
atacar sus pies. me descubrió y sólo pude hacerle un
mínimo corte en el tobillo. me paré, intenté retroceder.
él atacó mi costado izquierdo y no pude detener por
completo el golpe. me hirió en el brazo. y cuando traté
de incorporarme sentí su hoja atravesarme el cuello.
fue entonces que desperté.
tiempo después alguien me ayudó a investigar
acerca de algunos de los símbolos que aparecían en el
sueño. al parecer yo era un samurai de los minamoto,
mientras que el otro pertenecía a un clan rival, el taira.
yo ya le había contado todo aquello a kurofuji,
aunque omitiendo ciertos detalles.
-¿por qué no me dijiste eso cuando te hablé del
sueño?
no contestó de inmediato.
-no sé, tuve miedo. desde el mismo instante en
que la viste supe que había una conexión entre ustedes.
-¿puedo entrar a... ? -no pude terminar la frase.
-sí. vamos.
entramos. la sacó del soporte y me la entregó.
durante unos segundos no supe qué hacer. kurofuji me
dejó solo un momento. cuando volvió traía otra katana
con él.
-ésta sí es de mi familia. pero supongo que ya la

42
conoces.
-es la que llevaba aquel tipo en el sueño...
-hagamos algo -dijo, y una cordillera helada se
formó en mi columna vertebral-. enfrentémonos. a
primer corte. si ganas te la llevas.
-pero vos sos ponja, kurofuji-san...
-y vos cagón, ¿y qué? eso no tiene nada que ver.
no se mira de dónde es el enemigo. sólo se lucha
-pensó un momento-. y más aún cuando los dos somos
rounin.
-¿y si pierdo?
-me das angie -dijo.
-¿qué? ¿sos loco?
estalló en carcajadas.
-no, baka. no pasa nada. tu katana sigue
conmigo.
acepté y salimos al patio del fondo. no sabía qué
entrenamiento tenía él, pero tenía que ser mejor que el
mío. imploré ayuda a todo lo que me había enseñado el
animé y empezamos. el ruido de las hojas al chocar me
parecía demasiado fuerte. tenía la sensación de que
llegaría la policía en cualquier instante.
y entonces llegó el primer corte. los filos
chocaron y corrieron hacia abajo uno contra otro. al
momento de separarnos, retroceder y volver a atacar,
ninguno de los dos lo hizo. en cambio giramos las
katana, describiendo cada uno un leve arco hacia su
izquierda, y las volvimos bruscamente al otro. sobre el
tatuaje de mi antebrazo apareció una línea roja.
-muy bueno -dijo, mostrándome su brazo-.
cortes a la vez.
rió. reí. volvimos a la carga. las hojas chocaron
otra vez como antes. básicamente nos medíamos.

43
entonces mi mente se iluminó. cuando lanzó un golpe
desde arriba lo detuve poniendo mi arma horizontal.
fingí perder el equilibrio y me dejé caer al suelo, como
en el sueño. contaba con que creyera que iba a sus pies.
lo creyó. saltó para evitar mi inexistente ataque y
dirigió su sable a mi costado izquierdo. el engaño
estaba completo. apunté al brazo que me agredía. hice
el corte.
su hoja reflejó la luz del foco de la esquina que
llegaba por encima del muro. el resplandor se apagó y
se volvió a encender casi en el mismo momento. la
katana no se movía.
-eres bueno -dijo kurofuji desde el suelo. por
alguna razón no había caído parado-, pero no tenías
que cortar tanto.
-¿qué?
se paró. levantó el sable con la mano izquierda.
la derecha estaba en el piso, sola. la cara se me heló,
las rodillas me fallaron. la luz de la esquina volvió a
apagarse, esta vez por más tiempo. no sabía qué hacer.
-¿y? ¿vas a llamar una ambulancia o qué?
esconde tu nueva katana y prepárate para actuar.
llamé.
en el sanatorio kurofuji le dijo a la policía que
estaba sentado afuera tomando sake y un tipo quiso
robarlo.
-corí pa dento y robón me siguió y vio espada
de famiria en paré y la sacó pa robar pero yo tenía que
defender honor de famiria y seguí tipo malo a patio de
atrá y luché con él y me cortó la mano y se fue pero
recuperé espada de famiria y honor de todo lo
antepasado. era negro -y sonrió con su sonrisa más
tonta de chino que no entiende en película de

44
hollywood.
el policía tenía una cara rarísima. hizo un par
más de preguntas y se fue.
el japonés rió. durante casi cinco minutos. al
terminar dijo:
-eres bueno, koldowsky-san. rápido como el
viento. ¿ya pensaste cómo le vas a llamar?
-no sé. no he tenido tiempo ni ánimo para
pensarlo.
-¿qué te parece aki no kaze? viento de otoño.
-me parece bien -hice una pausa-. ¿por qué
actúas así, con esa tranquilidad? perdiste una mano.
-sí. pero, ¿qué importa? además, siempre quise
ser zurdo -y rió con ganas.
rió.

45
las ilusiones también caducan

por las malas,


a los juguetes ruidosos.
por las buenas,
a los niños pobres.

la ilusión, como idea estúpida e ingenua de


posibles tiempos mejores, no está mal, no estoy en contra
de ella. todos queremos un mundo donde los niños tengan
ilusiones. la ilusión, por ejemplo, de un tiempo en que
papá no les pegue más, o donde por una puta vez los
grandes no pregunten de qué va ben 10. son todas ésas
esperanzas válidas y que en algunos casos (muy raros)
incluso merecen cumplirse.
pero el concepto de la navidad es antinatural y
despreciable desde todo punto de vista. va en contra de la
mayoría de los conceptos de lo bueno y/o lo correcto.
dejen que les dé algunos ejemplos:
según los conceptos de la física actual, podemos
afirmar que para un viejo gordo que vive donde judas
perdió el poncho es completamente irrealizable la hazaña
de recorrer el planeta dejando juguetes en las residencias
de todos los niños buenos en una sola noche. haga usted,
impertinente lector, la prueba de enviar a un gordo con
regalos a la casa de todos sus conocidos que tengan hijos y
dígame si el susodicho puede entregarlos en tan poco
tiempo y sin que nadie note su presencia.
si nos remitimos a la pedagogía, creo que el

46
chantaje de “tenés que portarte bien o si no papá noel no te
va a regalar nada” es una completa mierda. ante todo,
porque ningún padre es capaz de cumplir tal amenaza, y
entonces, ¿cómo explicás que igual le trajera el regalito si
tanto vos como él saben que en algún punto se portó como
el ojete?
la legalidad, por su parte, nos dice que el domicilio
es un sagrado inviolable (a menos que se esté en cuba o
china, pero supongo que los nenes rojos se hinchan de
felicidad y orgullo todos los veinticinco de diciembre al
levantarse y ver que en el lugar que habría estado bajo el
árbol de navidad si lo hubiesen armado no hay nada. luego
corren a despertar a sus papás y les dicen: “papá, papá, un
mito capitalista no me dejó nada este año. ¡he sido un gran
comunista!” a lo que los padres, decepcionantes en todos
los paradigmas ideológicos, responden: “quizá, pero
deberías trabajar todavía en mejorar tu orgullo personal.”);
bueno, el domicilio es un sagrado inviolable, decía, ¿no
sería un delito, entonces, que un tipo se te meta por la
chimenea en mitad de la noche, con intenciones
desconocidas y tratando de no ser visto? en algunos
lugares es legal volarle cabeza a cualquier tipo que
encontrés en esa situación.

a mis vecinitos papá noel les regaló, al nene, un


monopatín, para que pueda joder hasta la esquina y de
vuelta, y a las nenas, dos idénticos cochecitos de bebé que
(cada dos nanosegundos y haciendo que mi cabeza
explote) emiten el sonido del llanto de un infante.
ahora, me surgen varias preguntas: ¿no conocen
los padres de esos niños, tan hiperactivos como feos,
los juegos de mesa? ¿no pueden decirle a sus hijos, por
una vez, “este año papá noel no va a venir a uruguay”?

47
¿por qué no ahorran plata y dejan de generar ilusiones
al pedo y le dicen a los niños “papá noel no existe,
somos los padres, y vos ya sabés que no te queremos,
así que no te vamos a regalar nada”?

48
yusepe formicheli

león y su hermano alejandro cumplían años el


veinticuatro de diciembre. en cierta ocasión se nos
ocurrió hacerles una broma y contratamos al payaso
formicheli, que animaba fiestas infantiles. estábamos
todos afuera, en el patio, bajo la parra. jugábamos
ajedrez, conversábamos, el turco jawadián tocaba la
guitarra. lo mismo de siempre, pero con un motivo
especial. el padre de los festejantes hacía un asado
como jamás vi en otra parte. de mano en mano pasaba
un mate cebado por esli. algunos además tomaban
whisky, otros refresco. yo comía ciruelas de uno de los
dos árboles del fondo (el de frutos rojos). estaban duras
y ácidas, como me gustan. era una noche fantástica.
serían cerca de las diez cuando sonó el timbre.
esli me miró, el turco le erró a una nota y dejó en seco
de tocar. reímos. me levanté echándome a la boca, con
carozo y todo, una ciruela a medio comer que tenía en
la mano. enfilé por el pasillo del costado, crucé el
garaje y abrí la puerta. asomé la cabeza y le chisté a
formicheli, que estaba ante la puerta principal con las
manos en los bolsillos.
-por acá -le dije.
era un tipo flacucho y desaliñado con un
relativo parecido a dostoievski (la misma mirada de
haber sido pateado en las pelotas por la vida), pero más
decadente. me hacía acordar al gallineta. llevaba un
vaquero sucio, una musculosa y chancletas.

49
-buenas noche yusepe formicheli pa servirle
-así, sin pausas; y me tendió una mano huesuda.
-hola. ya nos conocimos. fui a su casa para
contratarlo la semana pasada.
por toda respuesta se encogió de hombros.
miró a su alrededor, el techo, la leña en un
rincón, el lavarropas, y emitió un silbidito de modesta
admiración. le pregunté si precisaba un lugar para
cambiarse, pero me dijo que tenía todo lo necesario en
su mochila. no la había notado de tan pequeña que era:
violeta, como para un niño de seis años, con la forma
de un teletubie sonriente. sacó una nariz roja de
plástico con un elástico y se la puso.
-¡vamo pal cumpleaño! -dijo señalando un punto
cualquiera delante y un poco por encima de su cabeza.
cuando aparecí en el patio con aquel esperpento
salido del fondo del barrio lavalleja, que olía un poco a
vino y a algo rancio cocinado en un primus, león y
básicamente todos los que no sabían de la broma, me
miraron extrañados.
-como no sabíamos qué comprarles contratamos
un payaso para animarles la fiestita -anunció esli.
-¡¡buena noche señora y señore!! -mientras
hablaba tarareaba algo levemente circense, haciendo
ambas cosas un tanto ininteligibles-. soy el payaso
formicheli y vengo a presentarle mi you.
y efectuó él sólo toda una serie de rutinas torpes
que se hacen en dupla, algunos truquitos tontos de
magia y pésimos chistes apenas subidos de tono. el
espectáculo fue de unos larguísimos cuarenta minutos.
-bueno ahora el increíble payaso formicheli va
pará un ratito pa preparar su ato final -redoble oral de
tambores. agarró la mochilita y se retiró para el fondo

50
del patio, cerca de los ciruelos.
volvimos a la charla mientras el tipo hacía lo
que tuviera que hacer. león y alejandro no paraban de
reír.
-¿no pudieron conseguir algo más bizarro?
-preguntó león.
cinco minutos después el tipo volvió del fondo.
estaba completamente empapado y llevaba tres
botellitas de vidrio en las manos.
-¡y ahora el grandioso AAATO FINAAAAL!
el aire se había llenado de un olor raro, pero no
pude identificarlo.
se puso las botellas bajo el brazo para tener las
manos libres y sacó algo del vaquero. era una bolsita
de nylon con un objeto amarillo. tiró la bolsa al suelo.
para cuando notamos qué era lo que sostenía ya todo
estaba hecho. se trataba de un encendedor bic y el olor
era a querosén.
en musculosa, vaquero y chancletas (y con una
nariz roja de plástico encima de la verdadera, casi tan
roja) ardió plácidamente, crepitando, mientras hacía
malabares con las botellitas y tarareaba. era
impresionante, aterradoramente impresionante.
poco a poco la magnitud de las llamas bajó.
terminó el acto con las botellas equilibradas en la
frente, el mentón y la nariz. después, una a una les
quitó los corchos con que estaban tapadas y vació el
agua que contenían sobre distintas partes de su cuerpo
para apagar las llamitas que quedaban.
hizo una gran reverencia.
lo acompañé a la puerta del garaje y le pagué. se
sacó la nariz de plástico y la guardó en las entrañas del
teletubie.

51
-disculpe si no le doy la mano -me dijo, y se fue
tarareando un tango.

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quagner
(o el hombre que volvió a la tierra)

-tienes que dejar de rascarte los sobacos.


a través de la comisura de sus labios chorreaba
una versión babosa del whisky con que se estaba
atiborrando. me había hecho comprárselo horas antes.
entró al supermercado, fue directo a la caja dos y le
preguntó a paulina por mí.
-rafael, hay un tipo barbudo buscándote.
fui con ella y me aseguré de ir detrás. su
balanceo era fatalmente sexy, pese a que había
adelgazado un poco y el pantalón del uniforme le
quedaba un tanto suelto.
el tipo estaba fuera, parado de espaldas a la
puerta. fumaba. mientras me acercaba se rascó el culo.
aquello no parecía prometedor. paulina me miraba
desde su caja, interrogante. la miré y me encogí de
hombros.
-¿usted preguntó por mí?
se dio vuelta. tenía una barba horrenda. estaba
despeinado. llevaba los faldones de la camisa por fuera
del pantalón. me abrazó. olía mal, tan mal como se
veía.
-¡koldowsky! al fin te encuentro.
-perdón, pero no lo conozco.
-¡claro que me conoces! no me recuerdas. soy
quagner, aunque ahora volví a hacerme llamar buck. yo
te mandé al japonés.

53
-¿a kurofuji?
-no, imbécil. a takemori.
-¿ése no era chino? -pregunté.
-¡déjate de cosas y vámonos!
-pero no puedo irme, estoy trabajando.
me dio un puñetazo en la boca del estómago. me
dejó doblado en el piso. se inclinó. me revisó los
bolsillos, sacó mi billetera y entró al supermercado.
volvió con dos botellas del whisky más ordinario.
-vamos. ya le avisé a esa cajera que no te sientes
bien.
me levanté como pude y lo seguí. fue hasta un
viejo volkswagen escarabajo que estaba parado mitad
en la calle y mitad en la vereda.
-volví para enseñarte algo, ¿entiendes?
-pero, ¿quién eres?
-¡soy material absurdo levemente basado en una
persona real! ¡ahora cállate y sube al auto, imbécil!
arrancó. manejaba con un brazo apoyado en la
ventanilla. y tomaba whisky de una de las botellas
mientras lo hacía. la otra estaba en el piso. rodaba de
un lado a otro.
-vine porque no estás haciendo las cosas bien,
koldowsky. estás ocho horas metido en ese
supermercado, haciendo cosas que no sirven para nada,
y cuando sales te pasas en internet o rascándote los
sobacos. no eres el escritor que conocí en los sesenta.
-eso es lo que estoy tratando de decirte -busqué
mentalmente su nombre-... buck. no soy ése. me estás
confundiendo con alguien más.
-todavía no lo eres, eso lo sé. y a este paso
nunca lo vas a ser. un escritor se hace escribiendo.
siguió tomando whisky. para el final del día

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estaba completamente borracho. y seguía diciendo lo
mismo: “tienes que escribir. no te rasques. tienes que
escribir.”
-¿cómo vas a ir a los sesenta trabajando en un
supermercado? -vomitó-. escribir es como apostar a los
caballos. no es fácil, pero si lo intentas lo suficiente
logras desarrollar un método. unos días vas a ganar y
otros vas a perder, pero tienes un método. y eso te hace
poderoso -sacudió la cabeza.
sonaba hasta convincente. daba ánimos, y eso
era bueno sin importar que viniera de un loco borracho
que no conocía. pero todavía tenía una duda.
-¿para qué querría yo ir a los sesenta? ¿y cómo?
-no sé. puede ser una metáfora o algo así.

al día siguiente desperté con resaca aunque no


había tomado nada. el tal quagner/buck ya no estaba.
en el bolsillo tenía un relato (el primero en muchos
meses), corto y con faltas ortográficas, escrito en un
papel medio arrugado, pero sin lugar a dudas de mi
puño y letra:
“el hombre que volvió a la tierra”.

55
un conejo a las 3 de la mañana

1. el mío

era una madrugada fría como moneda nueva. yo


volvía de la casa del finado gerardo. llevaba las manos
en los bolsillos. tenía los zapatos agujereados. tenía
frío. tenía tos. tenía un hueco en el alma. tenía acidez.
poco antes de llegar paré en mitad de una cuadra
para armar un tabaco. paranoico por naturaleza,
siempre he preferido detenerme en la oscuridad y no en
las esquinas, bajo los picos de luz. aún hoy evito en las
noches exponerme a la luz innecesariamente.
prendí el esperpento cancerígeno y seguí. tenía
por entonces la irresponsable edad de veintiún años.
era ya tan anarquista, estúpido y cínico como hoy.
estaba desahuciado. y con la excepción de “unos pocos
Amigos Escritores, bichos raros y peculiares que
sobresalen en la fauna urbana” (como dice H en su
“relato de mi locura”) me hallaba solo en el mundo.
volvía. porque a veces hay que hacerlo. no se
puede pasar todo el tiempo fuera, todo el tiempo más o
menos a gusto.
llegué. saqué la llave de la puerta de uno de los
bolsillos del vaquero. y ahí estaba. un conejo. color
café con leche. sencillo, silencioso. conejo. en el pasto
de mi vereda descuidada. nos miramos fijo. él
masticaba, yo fumaba. no sé cómo explicarlo, pero un
vacío ocupó por completo mi mente. como un

56
repentino olor a ozono; lluvia de verano a las tres de la
mañana de un día de fines de junio. aquel conejo hizo
algo en mí, estoy seguro. no era tan sencillo, tan
conejo, como parecía.

al día siguiente (como resulta previsible, visto


desde este momento) todo se precipitó. no pasó más o
menos nada hasta eso de las cuatro de la tarde.
entonces fui a una de esas reuniones a las que se va
cuando todavía se cree que las cosas tienen algo de
sentido. llegué demasiado temprano, así que me paré
en la puerta a mirar caer la lluvia y fumar un cigarrillo.
la lluvia era mansa y fresca. y apareció el conejo.
paraguas, campera roja, jean negro, pelo negro,
pómulos rojos. hermosa. ahora tenía quince años y ojos
brillantes. hablaba sin parar y calzaba un muy buen par
de tetas. me pidió fuego, o un cigarro, no sé. se hacía
llamar darla. y estaba allí para la misma tontería que
yo.
desde entonces o estaba con ella o le escribía
poemas. recuerdo, por ejemplo, intentar concentrarme
en la poesía mientras mi padre veía la televisión con el
volumen muy alto. poco después él murió. ella me
tomó la mano cuando lo supo.
hablábamos mucho por teléfono. y cada vez que
lo hacíamos el conejo café con leche estaba allí. sé que
suena raro, pero así era. aparecía saltando con su pasito
tonto y felpudo y sonaba el teléfono. sin excepciones.
sólo la primera vez, cuando hacía frío y eran las tres de
la mañana, no hubo teléfono.
no hace mucho se me ocurrió que todo podría
haber sido una apuesta entre odhinn y zeus. aburridos
los dos deciden jugar con nosotros, sólo porque

57
pueden, y mandan a huginn y muninn transformados en
conejo. cuando no hallo explicaciones juego con el
absurdo. de lo contrario me volvería loco.
yo tenía la costumbre de caminar por la casa
mientras hablaba. entré a la cocina y miré por la
ventana que daba al patio de atrás. el bicho andaba allí,
comiendo, haciendo cosas de conejos. y le conté sobre
él a darla.
-¿qué está haciendo ahora?
automáticamente el conejo dejó de comer, alzó
la cabeza y me miró fijo. en ese mismo instante.
-nada -dije-. cosas de conejos.
poco después dejamos de vernos. y el conejo no
apareció más.

2. el de rik

ricardo fue, si recuerdo bien, el primero de mis


amigos a quien conté lo de darla y aquel conejo. fue,
por lo tanto, el primero en oír la expresión “un conejo a
las tres de la mañana” como sinónimo de algo
improbable aunque no imposible.
-sé exactamente lo que quieres decir.
estábamos en la casa de gerardo, sentados en su
cama, fumando mientras lo esperábamos. él no había
llegado todavía, pero igual estábamos allí, tomando mate,
hablando y echando humo por las cañerías.
me pasó el mate. buscó en los bolsillos el paquete
de tabaco y las hojillas. se armó el tabaco. guardó el

58
paquete.
-yo también tengo un conejo a las tres de la
mañana -devolví el mate-, pero no es una historia tan
idílica.
-¿idílica? -dije yo-. ¿idílica? si ni siquiera llegué a
apretarla.
ricardo rió. sabía hacerlo. la gente por lo general no
sabe, pero él sí. fuerte, claro, pero a la vez confidencial,
como para él mismo.
-idílico en cuanto relativo a los enamorados. no
tiene nada que ver si la cogiste o no.
tomamos un par de mates en silencio. parecía
necesario, no sé por qué.
-era una madrugada fría como moneda nueva -él
tiene esa manera de hablar, qué se le va a hacer-. éramos
cinco. andábamos juntos para todos lados. ¿te acuerdas de
silvana tunk?
-¿la rubia aquélla del culo grande como la luna? ¿la
que vivía ahí por veinticinco de agosto?
-la misma. bueno, estábamos en la casa de ella,
aburridos. entonces alguien dijo de ir al parque a fumar,
conversar... a hacer lo mismo que estábamos haciendo
pero en otro lado.
chupé el mate. estaba vacío. se lo pasé y saqué una
caja arrugada con dos coronados. prendí uno y se lo dí.
saqué el otro. estaba quebrado. rik me alcanzó el mate y
las hojillas y empecé a enyesarlo.
-había tres bicis. nos subimos y salimos. yo iba en
la de silvana y la llevaba en el cuadro. nos cagábamos de
risa. estaba todo bien hasta que doblamos allí donde
termina la callejuela ribot, frente a los apartamentos.
le devolví el mate, lo cebó y lo tomó. cebó otro y
también se lo tomó.

59
-íbamos embalados en la bajada de la última
cuadra. silvana y yo íbamos al final. cuando estábamos
doblando apareció de la nada un conejo blanco, muy
grande, en el medio de la intersección. nos abrimos para
esquivarlo pero llevábamos demasiada velocidad. la rueda
de adelante rozó contra el cordón y al tratar de moverla
toda la bici perdió estabilidad y caímos.
tenía la mirada fija en un punto entre los dos.
sacudió un poquito la cabeza, como para despejarse, y
cebó medio mate. el termo se quedó sin agua.
el cuarto de gerardo era un entrepiso colocado por
él mismo en el de sus hermanas. rik bajó la escalera y fue
a la cocina a calentar más agua. yo me cambié de posición
porque tenía un pie dormido. armé otro tabaco y esperé.
-no nos pasó nada. nos levantamos y seguimos. los
otros nos estaban esperando en la otra esquina. se cagaban
de risa. “¡qué conejo de mierda!”, dijo silvana. “¿qué
conejo?”, dijeron los otros. “son ustedes que no saben
andar en bicicleta”.
-¿no lo vieron?
-no, y no nos creían. silvana se calentó y dijo de
dar vuelta a fijarnos. dejamos las bicis allí tiradas y
fuimos. ella iba adelante, muy decidida; yo iba último. los
otros se reían. y el bicho no apareció. lo buscamos en el
campito de al lado de los apartamentos, en la callejuela
rumbo a la plaza. nada, no estaba. al final seguimos
nuestro camino, pero silvana estaba que echaba chispas.
fui al baño. después le tocó a rik.
-en el parque nos sentamos, tomamos mate (lo
llevaba el que iba solo en la bici), y nos dedicamos a
contarnos cosas raras que nos hubieran pasado. como la
vez que íbamos con gerardo para casa y las luces de la
avenida se iban apagando de a una a medida que

60
pasábamos por ellas. ¿te conté eso?
-sí, me lo contaron los dos.
-bueno, ahí estábamos. pero había cierta tensión,
como conflicto en el aire. al poco rato todo se fue a la
mierda. empezamos a discutir y decidimos volver a lo de
silvana. cuando llegamos ella empezó a sentirse mal, como
mareada. fui a la cocina a buscarle un vaso de agua y
entonces siento un grito de uno de los gurises, un golpe y
uno de ellos que me llama. voy corriendo al living. silvana
estaba levantando por el cuello a gabriel y lo tenía
apretado contra la pared, medio asfixiado. los otros dos
trataban de sacárselo de las manos, pero no podían. me tiré
arriba de ella y aflojó la presión -le hice señas para que
cebara otro mate-. entonces gabriel pudo hacer un poco de
fuerza y entre los cuatro logramos tirarla al sofá e
inmovilizarla. “déjenme”, gritaba. su voz era fuerte y
bitonal. era la suya, pero tenía otra más grave enhebrada.
-o sea...
-que estaba poseída.
empezamos a armarnos un par de tabacos, pero
dije:
-vamos a comprar unos puchos, yo al menos
preciso uno.
-no me voy a negar.
fuimos hasta el veinticuatro horas de junto al
sanatorio. no hablamos. sólo caminamos la cuadra y algo,
compramos y volvimos. la que atendía era una flaca rubia
con tetas grandes como un culo, justo lo que
necesitábamos para distendernos un poco. en el camino de
vuelta nos paramos en seco cuando vimos una bolsa de
nylon blanca volando a ras del suelo en la vereda de
enfrente. se detuvo en una mata de pasto nacida entre las
baldosas. nos reímos nerviosos y seguimos.

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de nuevo en el cuarto de gerardo (¡cómo demoraba
ese tipo! su madre nos dijo, a eso de las diez y media, que
le parecía que estaba por volver) rik siguió con su historia:
-ella vociferaba como loca. no pestañeaba, no
sabes lo inquietante que puede llegar a ser eso. arriba del
sofá era más fácil mantenerla quieta. gabriel recorrió toda
la casa buscando con qué atarla. volvió con un montón de
cosas, hasta el cable de corriente de un grabador. la
atamos, la dejamos en el piso y apartamos todos los
muebles contra la pared. nos pusimos alrededor de ella,
formando una cruz cristiana y tratamos de exorcisarla.
ricardo se puso el cigarrillo en la comisura de los
labios y empezó a frotarse la palma de la mano derecha.
-yo hice las veces de sacerdote -su palma tenía una
marca roja, como quemada. no estaba así hacía un rato.
tiró la colilla y prendió otro cigarro. lo imité. el
mate ya no andaba. necesitaba un café, pero allí no había.
-¿nos vamos? -pregunté.
-sí.
él vivía en el barrio la cuchilla. mi casa quedaba
bastante antes. paramos allí a tomar el café. cuando se iba
a ir repartimos los puchos que quedaban y pregunté:
-¿y cómo salió?
hizo silencio. lo pensó un poco.
-exitoso -otra pausa-. creo.
había empezado a hacer frío. el invierno se
acercaba otra vez.

62
pendeja

por las malas,


a vladimir nabokov.
por las buenas,
a las pendejas como laura.

yo tenía once años. era un día de verano, brillante y


polvoriento. estaba tirado de panza en el piso de tierra del
patio de atrás. tenía calor y me empezaba a hundir en uno
de esos sopores que miles de años antes inventaron la
siesta. el hombre halcón golpeaba al capitán américa en su
cara de goma. un rato antes era al revés. aquello ya me
estaba aburriendo.
alguien llamó a la puerta. rodeé la casa y me
asomé. era diego rivero. vivía a dos casas de la mía,
cruzando la calle. diego era lo más parecido a un amigo
que tenía en el barrio. los demás eran, o bien más grandes
que nosotros, o bien adeptos a jugar al fútbol. y a nosotros
no nos divertía ni jugar al fútbol ni que nos pegaran los
más grandes.
-se está mudando una familia nueva al lado de lo
de los pagola.
-¿y?
-tienen una hija -pensó un instante-. más o menos
de tu edad.
él era dos años menor que yo.
-¿es linda?
-más linda que -y nombró a una mina de la

63
televisión.
“¡mierda!”, pensé.
-¡mierda! -dije.
salimos para allí. nos sentamos en la vereda de
enfrente y nos pusimos a mirar a los recién llegados.
disimulamos haciendo como que buscábamos tréboles de
cuatro hojas junto a la cuneta. había dos adultos -un
hombre y una mujer- entrando cajas que sacaban de la
parte de atrás de una combi.
-no hay ninguna gurisa -recriminé.
-yo la vi -dijo diego-. iba con un vestido amarillo.
como para afirmar sus palabras, apareció por la
puerta. y no era linda sino perfecta. tenía el pelo, entre
rubio y rojo, recogido en una coleta descuidada, con varios
mechones cayendo a los lados de la cara. los ojitos verdes,
feéricamente grandes, con un brillo inquieto en el fondo.
un muy leve hoyuelo le coronaba el mentón y varios
lunares le salpicaban el cuello y el pecho. el vestido era
liso, suelto, abotonado por delante.
le di un piñazo en el hombro a diego.
-¡no pegues! -se frotó el brazo-. ¿por qué fue eso?
-porque sos un mentiroso: ¡ese vestido no es
amarillo, es ocre! -de verdad me fijaba en esos detalles.
se paró enojado, la nariz arrugada para no llorar.
-¡ándate a la mierda!
se fue.
ella estaba inclinada con medio cuerpo dentro de la
camioneta buscando algo. sacó una caja de cartón un poco
más pequeña que las demás, decorada con lo que parecían
coloridas flores de papel. entró, volvió a salir. yo la miraba
hipnotizado. esperaba algo (tenía la sensación de quien
espera), pero no sabía qué. hasta que sucedió.
-¡laura! -la llamaron.

64
eso, justo eso quería yo. un nombre. su nombre. mi
fetiche más querido: la información. si se hubiese
presentado desnuda en mi dormitorio, entregándome su
alma, su cuerpo, para que le hiciese lo que quisiera, yo
habría pedido antes que nada saber su nombre. tal ha sido
siempre mi desequilibrada situación mental.
al rato volvió diego. seguramente se aburrió en su
casa.
-¿qué ha pasado?
-nada. pero ya sé su nombre -y me hinché de un
placentero orgullo.
-se llama laura -dijo él con una naturalidad
asquerosa-. le dijeron el nombre cuando recién llegaron.
me levanté mascullando un par de maldiciones y
esta vez fui yo el que se marchó.
-¿qué pasó? -preguntó-. ¿qué hice?
a la tardecita siguiente diego y yo estábamos
sentados en el murito bajo que había delante de su casa.
movíamos en el aire, ya por inercia, un par de autitos de
colección majorette. el calor era demasiado para hacer
cualquier otra cosa, pero no podíamos desaprovechar, de
ninguna manera, la posibilidad de pasar los días como si
fuesen fines de semana. ¡eran vacaciones, por dios! era
nuestra OBLIGACIÓN disfrutarlas.
-hola.
...

me desperté en la cocina de diego. su madre me


estaba poniendo hielo en la cabeza.
-¿te duele mucho? -me preguntó.
-bastante. ¿qué pasó?
-te caíste del muro. pero no te preocupes que tienes
sólo un chichón.

65
yo estaba un poco mareado. no recordaba lo que
pasó.
-ven, te voy a acompañar a tu casa.
al pasar por el porche todo se aclaró. había sido
Ella. llegó sin previo aviso, se plantó delante de nosotros y
nos saludó. y ahora hablaba alegremente con diego. yo no
quería ir para mi casa, quería quedarme allí, hablarle yo
también, escuchar todas esas idioteces que las pendejas de
mi edad decían. pero sabía que aquella mujer estúpida, sin
importar lo que yo le dijera, persistiría en llevarme.
al día siguiente lo primero que hice fue
presentarme en casa de diego. abrió su madre.
-hola. ¿estás bien? -su preocupación era tan
sincera, tan verdaderamente real y generosa, que la odié
muy muy muy mucho.
-sí, estoy muy muy muy bien -la aparté y entré.
-¿qué te dijo, pedazo de cebolla podrida?
él dormía. entreabrió los ojos y miró mi gordo y
furioso ser.
-¿de qué hablaron? ¿de cómo se cayó el gordo
estúpido y cómo tu estúpida madre lo llevó para su casa?
-¡o te betas on mi madre!
-está bien, pero ¿de qué hablaron? ¿cómo es? está
divina, pero ¿ES divina? es decir, es decir...
-sí, no sé. es simpática -se lo pensó un poco-. sí,
supongo que es buena además de ser linda.
-pero, ¿y yo? ¿qué piensa de mí?
-no sé. no hablamos de ti. no sé de qué hablamos.
me dijo cómo se llama, me preguntó mi nombre. lo
normal. pero quiso saber si estabas bien.
estuve a punto de caerme otra vez. y otra vez me
hinché de un orgullo que me quedaba grande.
esa tarde diego y yo jugamos a los soldaditos y

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tuvimos el cuidado de evitar el muro y hacerlo en el
césped del frente. yo en realidad esperaba que ella
volviera. y volvió. iba con otro de esos vestiditos
abotonados por delante, esta vez era verde. me perdí
pensando en lo fácil que sería desabotonarlo. se sentó
junto a nosotros.
tenía un año más que yo y según nos dijo no le
gustaba jugar con las niñas.
-son bastante estúpidas -dijo-. me gusta más jugar
con los varones, subir a los árboles, jugar con autitos o al
fútbol -señaló hacia la esquina, al campito frente a mi
casa-. ¿quieren ir a jugar ahora?
-la verdad que no -dijo diego-. nosotros no
jugamos al fútbol, no nos gusta.
-lo que él quiere decir es que hace mucho calor -me
acerqué a ella, el corazón me golpeaba el pecho, la cara se
me congeló al sentir su aroma, no a perfume, sino el
aroma suave de su cuerpo. paré cuando mis labios
estuvieron junto a su oído-, es que con este calor el nenito
suda como chancho. y no vas a querer saber lo mal que
huele su sudor.
y reí, más por el triunfo de no haberme desmayado
(o meado) por estar tan cerca de ella, por haberla olido y
haber podido evitar que se me parara la pija; fue una risa
más de alivio que de creer graciosa mi broma tonta.
ella me miró, inclinó levemente la cabeza a un lado
y me sonrió (se le arrugaba apenas la nariz al sonreír,
hermosa). luego dijo:
-hasta donde sé los chanchos no sudan -diego rió a
carcajadas. rió de mí de una manera que me humilla hasta
el día de hoy-. pero no se preocupen que ya sé a qué jugar.
nos invitó a ir a su casa. yo de inmediato dije que
sí. diego fue a preguntar a su madre. a los pocos minutos

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estábamos sentados en el piso de su cuarto, el cuarto de
una niña que no era una de mis horrorosas primas o alguna
compañera de clase con quien tenía que hacer un trabajo
para la escuela. había cajas por todas partes, muchas
todavía sin abrir. junto a la cama estaba la cajita de las
flores de papel, pero ahora, al verla más de cerca, parecían
más bien de tela. fuera como fuera, aquello se borró de mi
mente al notar que el aire allí dentro olía un poco como
ella.
entonces sí se me paró la pija. crucé las manos
sobre el regazo.
-se llama verdad o consecuencia -dijo-. uno
pregunta “¿verdad o consecuencia?” y otro elige una cosa
o la otra. si elige verdad tiene que contestar una pregunta y
si elige consecuencia tiene que cumplir con una prenda.
-¿y cómo se gana? -pregunté con mi más que
sencilla mentalidad.
-no se gana ni se pierde. es para pasar el rato y
reírse.
-pero... -empezó diego.
le di un codazo.
empezamos.
-¿verdad o consecuencia? -preguntó ella.
-verdad -contesté.
-¿te gusta alguien?
-no -mentí.
ella volvió a inclinar la cabeza como hizo cuando
mi chiste estúpido.
-¿sí?
-así está mejor. ahora te toca preguntar a ti.
era aburrido. casi tan aburrido como las luchas
entre el capitán américa y el hombre halcón, pero allá al
menos sabía cómo actuar. yo manejaba los dos muñequitos

68
de goma y hacía, entendiendo lo que hacía, que se pegaran
mutuamente. acá, en cambio, nos preguntábamos tonterías
sin llegar a ninguna parte. no es que molestara estar allí,
pero no era como lo imaginaba. hasta que, al parecer,
diego encontró la llave de aquella puerta.
-¿verdad o consecuencia? -dijo, y tendría que haber
notado algo raro en su voz, pero no lo hice.
-consecuencia -contesté. hasta ahora habían sido
cosas como “di súper califragilístico espialidoso tres
veces” o “no respires por un minuto y medio”.
-dale un beso a laura -pausa-. en la boca.
ella rió con una risita rara, entre burlona y
vergonzosa, pero no puso objeción. yo no sabía qué hacer.
me acerqué muy lento, pensando cómo se hacía aquello y
si estaría bien que metiera mi lengua en su boca y tratara
de llegar a su garganta como hacían los héroes de la
películas cuando besaban a sus novias. concluí que lo
intentaría. tragué saliva. cuando estuve a menos de un
palmo del rostro de laura ella cerró los ojos.
instintivamente me toqué la punta de la nariz para ver si
no tenía un moco pegado. empecé a sentir su respiración
caliente y agitada, los labios se me secaron, les pasé la
lengua.
y la puerta se abrió.
vi entrar primero un pie, después el resto de una
pierna y luego apareció el techo encima de mí. laura me
empujó y volvió la cara hacia su madre que entraba
cargando una bandeja con galletitas y tres vasos.
sí, todo muy rico. las galletitas eran de chocolate
rellenas de vainilla y el contenido de los vasos era jugolín
de durazno. sí, muy amable la vieja. sonrió y se fue
enseguida, sin hacer las preguntas estúpidas que hacen
siempre. sí, muy ubicada la vieja chota. ¡pero yo estaba a

69
punto de chuponearle a la pendeja y ella rompió el
ambiente!
cuando la gentil intrusa volvió adonde sea que
vuelven las madres después de joder, diego empezó a reír
de tal manera, de tan incontrolable modo, que arrancó a
toser y a hacer esos ruidos asmáticos que los dos
conocíamos tan bien. y como es obvio, ninguno de
nosotros tenía allí su inhalador, y la nena era sanita
además de estar divina. conclusión: tuvimos que marchar a
su casa para que se diera los disparos. ella nos acompañó.
al rato ya estaba respirando perfectamente, así que
propuse volver al cuarto de laura a jugar a verdad o
condolencia.
-consecuencia -me corrigió diego.
-como sea. ¿volvemos?
-yo no quiero -dijo él.
“mejor”, pensé. así, además de revolverle las
amígdalas con la lengua podría meterle un poco de mano
(aunque tampoco tenía idea de cómo se hacía eso).
-yo la verdad que me quedé con ganas de seguir
jugando -dijo ella, y sentí temblarme hasta la sangre-, pero
de a dos no tiene mucha gracia.
mientras nos íbamos, diego seguía alternando una
risa desquiciada con toses de asma. al llegar a la calle me
despedí y enfilé para mi casa.
-espera -me dijo ella-. tengo un regalo para ti.
-¿un regalo?
-sí; si lo quieres, claro.
-bueno -traté de no sonar demasiado ilusionado.
-pero te lo tengo que dar en casa. ¿me acompañas?
“sí sí sí sí”, pensé casi con el sonido mental de un
perro jadeando.
-bueno.

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fuimos otra vez para su cuarto. las galletitas y el
jugolín estaban sin tocar.
-eres gracioso -dijo ella mientras por mi mente
desfilaban las caras de todas las pendejas divinas que me
habían dicho alguna vez eso pero que no querían nada
conmigo.
y entonces sucedió el milagro, el evento más
enloquecedor de todos los tiempos. estábamos parados
frente a frente, a menos de un metro el uno del otro.
-cuida que no venga mamá -me pidió. yo no
entendí por qué.
se inclinó un poco hacia delante, metió las dos
manos por debajo de la falda del vestidito verde, levantó la
pierna izquierda, después la derecha y lo siguiente que sé
es que sostenía una bombacha rosada a la altura de mi
cara.
-es para ti -y sonrió como si me estuviera dando
una de las putas galletitas rellenas de vainilla. entonces me
apuntó con el índice de la mano que tenía vacía-. pero me
la tienes que devolver en unos días, si no mamá se puede
dar cuenta. cuando me la traigas te presto otra.
-¿y yo tengo que prestarte mis calzoncillos?
-pregunté pensando en mis slips raídos.
sonrió.
-eres muy gracioso -me dijo-. ahora ándate, que
mamá va a pensar cosas raras si estamos mucho rato acá
adentro los dos solos.
miré su bombacha y me pregunté qué tan raras eran
las cosas que podría pensar aquella mujer.
fuimos al living y me despedí de la madre y del
padre. aquel pedazo de tela arrollado como podía en la
mano me quemaba la piel. y la idea de laura, a mi lado, tan
cerca, desnuda bajo el vestido, me quemaba en la mente.

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salió conmigo a la calle, me acompañó hasta la
esquina y me dio un casto beso en la mejilla. entonces
giró, por el movimiento la falda adoptó un instante la
forma de una campana para después volver a su sitio, y
se fue para su casa.

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el gurkha (2)

emilio garcía nació el cuatro de marzo de mil


novecientos setenta en un pueblo de flores. su infancia
transcurrió en la más monótona de las tranquilidades.
gordo y con cara de bobo, nunca fue adepto a los
deportes o a tener amigos humanos visibles. así, su
refugio, o quizá sea mejor decir su vida, fueron los
libros. con jules verne fue a la luna y al centro de la
tierra. con poe conoció las distintas facetas de la locura
y la desesperación. en los libros supo encontrar toda
esa libertad que otorga la máquina de la imaginación.
el tiempo pasó. la adolescencia lo agarró
desprevenido y la música le ganó terreno a la literatura.
el “estirón” hizo el resto y algunos seres humanos
frecuentaron las horas de su vida. ya no hubo más
libros. resultaba más satisfactorio pasar el tiempo en la
cama con una mujer. y cuando esa mujer le anunció
que estaba embarazada resultó imperativo conseguir un
trabajo y casarse.
el niño fue prematuro y debilucho. dos trabajos
fueron necesarios, pero nada evitó que muriera. no
pudo pensar en libros mientras la lluvia lo empapaba
una tarde de junio observando cómo desaparecía en la
tierra el diminuto ataúd de madera. no pudo pensar en
libros mientras se llenaba de whisky tratando de
arrancarse la imagen del bebé muerto de las retinas. no
pudo pensar en libros durante las crisis de llanto de
irma. no pudo pensar en libros cuando ella se ahorcó.

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otra vez gordo, solo y con cara de bobo llegó a
los cuarenta. ahora era además casi pelado y
alcohólico. se planteó dos opciones: o cambiaba de
vida o seguía los pasos de su esposa. decidió intentar
con el cambio. si eso no funcionaba...
con una mano atrás y otra delante se subió al
ford y paró cuando llegó a minas. ¿por qué minas?
porque no era el pueblo donde nació, vio morir a su
hijo y encontró colgando de un tirante a irma. porque
allí todavía no había fracasado en esta encarnación.
porque sí, por azar. a poco de estar en la ciudad
consiguió trabajo de sereno en la biblioteca. volvió a
los libros. poco a poco fue sintiéndose mejor, aunque
no bien.
cuando los nepaleses fueron traídos al país se le
ofreció la posibilidad de ascender a gurkha. se lo
llevaron y lo entrenaron. casi murió durante aquel
aprendizaje. otros no tuvieron tanta suerte. día tras día,
noche tras noche, lo instruyeron en sus artes de
combate. cada vez se hacía más fuerte.
el tres de marzo, tarde a la noche, un auto del
ministerio de defensa interior lo dejó ante la puerta de
su casa. al día siguiente empezaba su corta carrera de
gurkha. no pudo dormir. por una vez en la vida el día
de su cumpleaños sería digno de recordarse.

era un trabajo cruel, pero sólo si se pensaba en


lo que dejaban atrás los infractores. él se limitaba a
cumplir con su misión tratando de ser consciente sólo
de ella. se consideraba a sí mismo como un policía
especializado en libros. de otro modo quizá no hubiera
podido cargar con la presión de todo aquello. y así,
pese a todo, empezó a llevar una vida de relativa

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tranquilidad.
hasta que tuvo que recuperar el libro de quiroga
que tenía aquel tipo de la estación. no le gustaba aquel
barrio. de hecho, sospechó que algo saldría mal desde
el momento en que leyó la ficha.

-apellido: koldowsky
-nombre: rafael
-fecha de nac.: 24-10-1970
-ocupación: escritor
-estado civil: casado
-dirección: ######### nº ###, barrio la estación
-retira libro para: bibliografía, trabajo

había algo raro. ¿para qué un adulto de la


estación querría un libro? pero dejó de darle vueltas al
asunto y salió.
era una casa pintada de blanco. tenía un rosal en
el frente, la flor favorita de irma. ¿qué pensaría ella de
su trabajo? llamó. no le gustaría, tendría siempre los
ojos tristes. le abrió la puerta un tipo vestido con un
piyama que tenía unos gatos estampados. ella adoraba
los gatos. lo reconoció (nunca olvidaba un rostro) casi
lo había atropellado la semana anterior.
-¿rafael koldowsky? -preguntó. no lo sabía pero
estaba sonriendo.
entonces empezó la caída. un pedazo de revoque
se viene abajo y lo aturde y el tipo se escapa. era la
primera vez que fallaba, pero no sería la última. de ahí
en más sólo se ocupó de koldowsky. y en cada uno de
sus encuentros sintió estar bajo una maldición. hasta
que todo terminó de corromperse cuando perdió su
kukri y el escritor publicó la carta abierta en el

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primera página.
desde entonces, cada una o dos semanas se
enteraba por las noticias de la muerte de alguno de sus
compañeros. estaba convencido de que el tipo no
estaba solo. irma estaba de su lado. era lo que se
merecía por haber aceptado aquel trabajo.
lloraba todas las noches, sentado ante la mesa de
la cocina. hasta que fue el último gurkha.

koldowsky lo estudió. se aseguró de saberlo


todo; a qué horas comía, cuándo meaba, cómo dormía.
sabía que había vendido el auto, sabía que lo visitaban
periodistas de todas partes pero no eran recibidos, que
había sido forzado a tomarse licencia por tiempo
indefinido, que había rechazado una custodia policial.
sabía que lloraba todas las noches, sentado ante
la mesa de la cocina. hasta que fue el último gurkha.
fue entonces que entró en su casa.
-hola.
el hombre lo miraba. estaba demacrado, cada
vez más calvo.
-hola -respondió sin moverse de la silla.
-vine a matarte.
-ya sé -suspiró-. lo merezco.
-pero no tengo la autoridad moral para hacerlo.
estoy a mismo nivel que vos.
avanzó. dejó el arma (el kukri) sobre la mesa. se
fue.

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