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El mito del Inkarrí -una contracción de los vocablos “inca” más “rey”-, es el mito que se basa en

la esperanza, en la fe restauradora. La sociedad andina volverá a ser como antaño; pero, para
que ello ocurra, ha de ser un líder, un héroe, un rey de reyes, en realidad un ser inmortal quien
se encargue de esa titánica tarea: rehacer y restaurar la sociedad incaica. Ese ser omnímodo se
llama Inkarrí. La importancia de este mito popular no estriba en que se cumpla o no el vaticinio,
sino en que existe una parte de la sociedad que no renuncia a sus auténticas raíces, vive
plenamente ligado a ellas y tiene un afán de permanencia en el tiempo, con toda la carga
cultural que esto implica: tradiciones, arte, lengua, idiosincrasia, costumbres, religión, etc.

Si bien existen varias versiones del mito, la línea o el eje central del relato gira en torno a un
personaje glorioso, un inca o un rebelde indígena con dotes divinos que fue tomado preso por
los españoles y, luego de ser martirizado, le cercenaron el cuerpo y finalmente decapitado.
Según la mayoría de las versiones, sobre todo provenientes del sur del Perú, los restos de Inkarrí
fueron enterrados en distintos puntos de lo que fuera el antiguo territorio del Tahuantinsuyo y
su cabeza, en algún lugar del Cusco. Pero –de acuerdo a las creencias de muchos pobladores
aborígenes–, “la cabeza está viva y regenerando el resto del cuerpo”. De esta manera, se cree
que las partes se juntarán y en ese momento Inkarrí volverá e iniciará la reconstrucción del
mundo quebrado por los españoles.

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