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Ibero – Parcial

Los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca fueron publicados por primera vez en
1542 (aparentemente sin su consentimiento), y publicados nuevamente en 1555 (esta
vez por su autor), siendo esta la versión que hoy leemos. Es necesario destacar que
forma parte del corpus de las Crónicas de Indias, que incluye diarios de viaje, informes
y relaciones escritas a pedido de la Corona española. Sin embargo, es un texto anómalo
dentro del corpus puesto que se sale del modelo triunfal del conquistador, por lo tanto,
podemos pensarlo en oposición a autores como Cristóbal Colón o Hernán Cortés. El
texto se sale del modelo puesto que es la historia de un náufrago cautivo, lo cual implica
un fracaso para la historia de las exploraciones españolas en América. Tal fracaso
supone que la única opción que quede sea sobrevivir, instancia que implica relacionarse
directamente con la alteridad, mediante un contacto que es tanto cultural como corporal.
En relación a esto, Sylvia Molloy argumenta en “Alteridad y reconocimiento en los
Naufragios de AN” que el texto descansa en el descubrimiento del yo frente al otro, es
decir, en el constante reconocimiento, por parte del autor, de la diferencia entre ambos
mundos que lo condiciona. Es decir, al autor protagonista se lo puede concebir no solo
como quien «cruzó la frontera» (que es punto de encuentro y de intercambio
sociocultural a la vez) hacia un mundo extremadamente ajeno al propio, sino también
como una figura portadora de diferencias en sí misma resultado del contacto con otras
culturas. De este modo, podemos observar a lo largo del texto aquellas diferencias que
construyen subjetividad y a las cuales la autora hace referencia:
En primer lugar, puede notarse el uso de pronombres personales que marcan el
desplazamiento de un sujeto plural español hacia uno en primera persona, el autor. Esto
ocurre hacia el capítulo X, cuando el capitán Pánfilo de Narváez ordena que cada uno
hiciera lo necesario para salvar su vida: “Y así, yo tomé el leme, y pasada media noche,
yo llegué por ver si era muerto el maestre, y él me respondió que él antes estaba mejor y
que él gobernaría hasta el día” (pág. 166). Este episodio deja en evidencia, además, el
interés de AN por diferenciarse del jefe de la expedición.
Otros momentos que permiten argumentar la hipótesis corresponden a descripciones del
autor sobre los indios como es el caso de los capítulos: XVIII (De la relación que dio de
Esquivel): “Es tanta el hambre que aquellas gentes tienen, que (…) algunas veces matan
a algunos venados, y a tiempos toman algún pescado (…), comen arañas y huevos de
hormigas, (…) comen tierra y madera (…) y creo averiguadamente que si en aquella
tierra hubiese piedras las comerían”; XXIV (De las costumbres de los indios de aquella
tierra): “(…) todos los indios que a esta tierra vimos tienen por costumbre desde el día
que sus mujeres se sienten preñadas no dormir juntos hasta que pasen dos años que han
criado los hijos, los cuales maman hasta que son de edad de doce años. Preguntámosles
que por qué los criaban así y decían que por la mucha hambre que en la tierra había”
(pág. 223); y XXVI (De las naciones y lenguas): “Entre éstos hay una lengua en que
llaman a los hombres por mira acá; arre acá; a los perros, xo; en toda la tierra se
emborrachan con un humo y dan cuanto tienen por él” (pág. 230).
También a cómo se da el contacto o negociación con la alteridad por parte de los
españoles, principalmente, para sobrevivir y de los indios para obtener beneficios. Así,
en el capítulo X (De la refriega que nos dieron los indios): “El gobernador dijo que se
los daría con que trajesen los dos cristianos que habían llevado” (pág. 162). Otra forma
de negociación puede apreciarse en el capítulo XV (De lo que nos acaeció en la villa de
Mal Hado) con las prácticas médicas: “(…) ellos curan las enfermedades curando al
enfermo, y con aquel soplo y las manos echan de él la enfermedad, y mandáronnos que
hiciésemos lo mismo y sirviésemos en algo. Nosotros nos reíamos de ello, diciendo que
era burla y que no sabíamos curar; y por esto nos quitaban la comida hasta que
hiciésemos lo que decían. (…) cierto era que teníamos mayor virtud y poder. En fin, nos
vimos en tanta necesidad, que lo hubimos de hacer, sin temer que nadie nos llevase por
eso la pena” (pág. 181). Vemos así, la sumisión de los sobrevivientes ante los nativos
como forma de adaptarse a la sociedad de la que son parte. Siguiendo este carácter de
adaptación, Alvar Núñez comenta en el capítulo XVI (Cómo se partieron los cristianos
de la isla de Mal Hado) que para su propio beneficio, se vuelve comerciante entre los
pueblos aborígenes: “Y por esto yo puse en obra de pasarme a los otros, y con ellos me
sucedió algo mejor; y porque yo me hice mercader, procuré usar el oficio lo mejor que
supe, y por esto ellos me daban de comer y me hacían buen tratamiento y rogábanme
que me fuese de unas partes a otras por cosas que ellos habían menester, porque por
razón de la guerra que continuo traen, la tierra no se anda ni se contrata tanto.” (pág.
185).
En conclusión, Naufragios es sobre todo el producto de una transformación personal
que reivindica el nombre de AN siendo estudiado hoy en día por historiadores y
antropólogos. De este modo, el texto es un acceso a la transformación paulatina de los
españoles o sobrevivientes que terminan volviéndose extraños, incluso, para sí mismos.
El capítulo XXXIII (Cómo vimos rastro de cristianos) es clave para explicar esto: “(…)
y otro día de mañana alcancé cuatro cristianos de caballo, que recibieron gran alteración
de verme tan extrañamente vestido y en compañía de indios. Estuviéronme mirando
mucho espacio de tiempo, tan atónitos, que ni me hablaban ni acertaban a preguntarme
nada” (pág.266). AN llega a sentirse identificado con esa alteridad que al inicio del
viaje era su antítesis e incluso forma parte de ella mediante diversas inculturaciones a
las que las circunstancias lo llevan. De este modo, en el capítulo XII (Cómo los indios
nos trajeron de comer) son los indios mismos quienes temen al verlos desnudos: “(…)
más cuando ellos nos vieron así en tan diferente hábito del primero y en manera tan
extraña, espantáronse tanto que se volvieron atrás” (pág. 171). Lo mismo sucede con el
capítulo XIV (Cómo se partieron cuatro cristianos) cuando los nativos ven que los
españoles practican la antropofagia: “(…) y cinco cristianos que estaban en rancho en la
costa llegaron a tal extremo, que se comieron los unos a los otros, hasta que quedó uno
solo, que por ser solo uno no hubo quien lo comiese” (pág. 176). Es decir, los indios
mismos se muestran alterados o espantados frente a la inesperada irracionalidad de los
españoles, ante la diferencia de lo diferente. En días posteriores, llegarán también a
comer carne cruda tal como lo muestra el capítulo XXII (Cómo otro día nos trajeron
otros enfermos): “También nos aconteció (…) darnos un pedazo de carne y comérnoslo
así crudo, porque si lo pusiéramos a asar, el primer indio que llegaba se lo llevaba y
comía. (…) y también nosotros no estábamos tales, que nos dábamos pena comerlo
asado, y no lo podíamos también pasar como crudo” (pág.220). Y finalmente, en el
capítulo XXXVI (De cómo hicimos hacer iglesias en aquella tierra) puede observarse
otra marca de alteridad, es decir, la preferencia por dormir en el suelo: “(…) el
gobernador nos recibió muy bien, y de lo que tenía nos dio de vestir, lo cual yo por
muchos días no pude traer, ni podíamos dormir sino en el suelo (…)” (pág. 279).
Para finalizar, como plantea Molloy, el “yo” termina siendo mucho más que una mera
personalidad para convertirse en un mediador de culturas, AN es un mediador entre
España y América, es ambos simultáneamente. Sus únicos principios españoles son la
lengua y la fe, pero más allá de ellos, ya no es el mismo que partió sino un sujeto
oscilante entre su cultura de origen y los restos de aquella otra cultura que en el viaje lo
impregnó.

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