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COLONIALISMO INTERNO Y DUALISMO NORTE-SUR

EN ITALIA

Katjuscia Mattu
Estudiante de doctorado en Ciencia Política,
Universitat Autònoma de Barcelona (UAB)

katjuscia.mattu@uab.cat

Premisa: investigar como sarda

«É la mia città perché mi son data da fare per conoscerla bene


dal passato lontano fino al presente
e conoscere bene suscita sdegno e rabbia
e anche fiducia e speranza nel possibile delle vicende
E poi c’è sempre nel conoscere l’elemento patetico-partecipante
legato alla felicità e all’infelicità della gente
che diventano nostre e commuovono»1
(Joyce Lussu, Understatement, 1989).

Hay quien piensa que la ciencia debe ser neutral, como si quien investiga
pudiera ignorar su subjetividad. En mi opinión, todo saber es situado, es
decir, está condicionado por la perspectiva de quien lo produce; por tanto,
se trata más bien de intentar ser personas honestas, manifestando nuestra
perspectiva y dejando que quien nos lee o escucha pueda sacar sus con-
clusiones sobre el posible sesgo de nuestro trabajo. Por esta razón, quiero
explicitar la experiencia personal que me llevó a esta investigación.

Crecí en las montañas del centro de Cerdeña, en constante tensión entre


lo que se identifica como sardidad, tradición, costumbre, y lo que se
considera italianidad y modernidad. Nuestra historia y nuestra lengua
no se enseñan en la escuela, y nuestra manera de vivir recibe la etiqueta
de «atraso» o «subdesarrollo». Entre nosotros y nosotras circula la sen-
sación de abandono por parte del Estado central, que solo impone pero
no escucha, y en cambio se preocupa de los intereses de otros grupos o
1. «Es mi ciudad porque me he
regiones. Esta percepción, demasiado esencialista, se basa sin embargo esforzado para conocerla bien,
en argumentos bastante sólidos. desde el pasado lejano hasta el
presente, y conocer bien suscita
indignación y rabia, y también con-
Cuando estudié el colonialismo internacional en la universidad, relevé
fianza y esperanza en lo posible de
varias analogías con la realidad de Cerdeña, en la línea de cierta historio- los acontecimientos. Además, en
grafía sarda que define las relaciones entre el Estado y la isla como (semi) el conocimiento, siempre hay un
coloniales. En los estudios subalternos y poscoloniales encontré un marco elemento patético-participante,
relacionado con la felicidad o la
teórico apropiado para analizar las condiciones de mi tierra y sus relacio- infelicidad de la gente, que hace-
nes con el Estado italiano. Esta literatura surge de experiencias-otras mos nuestras y nos conmueven»
respecto a las de las élites noratlánticas dominantes y aporta una pers- (traducción propia).

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pectiva diferente que resalta la cara oculta de su hegemonía, es decir,
el colonialismo y la lógica que subyace a las relaciones entre pueblos
o territorios, lo que Quijano (2000) llama colonialidad del poder (véase
Jiménez en esta monografía). Este marco teórico encaja con mis inquie-
tudes porque desvela la existencia de relaciones políticas asimétricas
entre grupos o regiones y, al mismo tiempo, des-cubre la subjetividad
Si ampliamos el foco de las perspectivas «científicas» a través del concepto de geopolítica del
de observación y conocimiento, identificando sus carencias y cuestionando sus asuntos
analizamos grupos y básicos. De este encuentro entre intuiciones personales y literatura surge
la interpretación de las desigualdades regionales italianas que propongo
regiones en el marco
en este artículo.
del sistema al cual
pertenecen, podemos
des-cubrir las dinámicas Introducción
que permiten los
La crisis de los últimos años pone en evidencia las profundas desigualda-
privilegios de unos/ des entre habitantes de los países que se consideran «avanzados». Las
as y las desventajas de reacciones populares a la que, parafraseando al movimiento 15-M en
otros/as España, «no es una crisis, es una estafa», denuncian el monopolio de los
recursos económicos y políticos por parte de una pequeña élite y la conse-
cuente exclusión sistemática del «99%» de la población. En realidad, para
algunos sectores esta discriminación no es ninguna novedad, piénsese en
las clases sociales más bajas, las mujeres, los y las habitantes de las perife-
rias o las personas inmigrantes procedentes de países empobrecidos.

La investigación académica se ha interesado más por las desigualdades


de clase y, recientemente, de género que por las «étnicas» o regiona-
les. Estas se atribuyen generalmente a ciertas características propias
de los sectores en cuestión o a la tendencia al desarrollo desigual del
capitalismo. Pero si ampliamos el foco de observación y analizamos
grupos y regiones en el marco del sistema al cual pertenecen, pode-
mos des-cubrir las dinámicas que permiten los privilegios de unos/as
y las desventajas de otros/as. La teoría del sistema-mundo, la teoría
de la dependencia y la literatura poscolonial han demostrado que las
desigualdades globales se deben a relaciones coloniales que persis-
ten más allá del colonialismo formal, operando en diversas esferas
de la vida colectiva bajo la forma de explotación económica, domi-
nación política, imposición cultural, jerarquía de seres y de saberes.
Análogamente, la teoría del colonialismo interno postula la existencia
de relaciones coloniales en el interior de un único país, que pueden
mantenerse y reproducirse incluso entre ciudadanos y ciudadanas
titulares de los mismos derechos. Las desigualdades entre regiones o
grupos «étnicos» se deben a que unas personas monopolizan el con-
trol de los recursos económicos y políticos, así como la producción del
discurso, y dominan y explotan a otras aduciendo el argumento de su
superioridad civil y moral para disciplinarlas. A diferencia del colonia-
lismo formal, estos procesos se dan dentro de un marco político-legal
de democracia e igualdad, por lo que se expresan de forma más sutil,
se ocultan y/o se disfrazan, pero no dejan de (re)producirse.

En este artículo se intentará demostrar cómo este enfoque puede con-


tribuir a la comprensión de las fuertes desigualdades entre el Norte y el
Sur de Italia. En el primer apartado se revisará brevemente la literatura
de referencia y, en particular, la teoría del colonialismo interno. En el
segundo, se explorará la historia del Estado italiano identificando en pri-

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mer lugar las características del proceso de construcción nacional que lo
definen como momento constitutivo de los lazos coloniales entre los dos
territorios, para luego ilustrar las dinámicas a través de las cuales estas
relaciones se perpetúan y reproducen a pesar de importantes cambios
en la configuración política del país y las políticas de desarrollo del Sur.
Finalmente, se reflexionará sobre el «fracaso» de estas iniciativas, plan-
teando la relevancia de unos factores generalmente ignorados y que se
relacionan con la lógica colonial que condiciona tanto la política como su
percepción por parte del público y de la academia.

Desigualdades y colonialismo

Los estudios sobre desigualdades regionales se ocupan sobretodo


de divergencias mundiales y gran parte de ellos está profundamente
influenciada por la teoría de la modernización, la cual interpreta la his-
toria de la humanidad como una trayectoria lineal que empieza con las
sociedades tradicionales, pasa por diferentes estadios de «desarrollo»
y llega al máximo nivel de «progreso», que se identifica con la socie-
dad consumista (Rostow, 1969). Diversas sociedades recorrerían este
camino a velocidades distintas, por esto algunos países se encuentran
en una etapa más «avanzada» que otros.

Desde otro punto de vista, la literatura sobre el «subdesarrollo» y la


dependencia y los estudios poscoloniales defienden que la historia
de un país no puede prescindir de sus relaciones con los demás. Lejos
de ser un fenómeno autónomo, el crecimiento económico (al que
generalmente se refiere el término «desarrollo») del centro del siste-
ma-mundo implica el empobrecimiento de las periferias (Wallerstein,
1974; Santos, 1970). El desarrollo capitalista fue posible gracias a la
acumulación de recursos derivada de la explotación colonial, mientras
la definición de los pueblos colonizados como inferiores –paganos,
bárbaros, atrasados– sirvió para establecer y cristalizar la hegemonía
política y cultural de «Occidente» (Said, 1995). La modernidad es
por tanto un proceso global en el cual participan varias poblaciones
al mismo tiempo pero desde posiciones diferentes en la relación de
poder determinada por la conquista colonial (Mignolo, 1995). Estas
dinámicas se reproducen a varios niveles hasta el día de hoy, ya que
la independencia formal de las viejas colonias no modificó su posi-
ción subordinada. Esta perspectiva saca a la luz los grandes ausentes
de la teoría de la modernización, es decir, la vinculación entre la historia
de los países «avanzados» y «atrasados», y la identidad de los sujetos
que trazaron el camino del desarrollo a su imagen y semejanza: las éli-
tes noratlánticas. Esa misma teoría es producto del poder colonial que
se expresa en el ámbito de la cultura y del pensamiento científico –la
colonialidad del saber (Lander et al., 2000). Desde la Administración de
Estados Unidos, Rostow identificaba la condición de su grupo y clase
social con el punto álgido del desarrollo y en base a eso establecía los
parámetros para estimar el nivel de modernización de los demás países y
elaborar estrategias para estimular su «avance».

Buena parte de la literatura está profundamente influenciada por la


teoría de la modernización. En Italia el concepto de dualismo Norte-Sur
generalmente implica la idea de dos áreas/poblaciones distintas que
progresan a ritmos diferentes. Según esta perspectiva, el Norte empezó

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a desarrollar una economía capitalista antes de la unificación nacional
y evolucionó rápidamente hasta alcanzar los niveles de otros países de
Europa septentrional; mientas que el «avance» del Sur fue frenado por
problemas endógenos relacionados con la persistencia de una estructura
social y una mentalidad feudales (Zamagni, 1993). Sin embargo, a partir
de finales del siglo xix una parte de la clase política e intelectual meri-
dional defendía que el desarrollo industrial de las regiones del Norte fue
financiado con recursos fiscales extraídos principalmente del Sur (Tanzi
et al., 2012) y que el Estado centralizado había promovido los intereses
de las clases dirigentes del Norte en detrimento de las regiones meridio-
nales y de las islas (Gramsci, 1977; Capecelatro y Carlo, 1972; Zitara,
1974). Estas perspectivas se insertan en el marco de los estudios sobre
subdesarrollo y dependencia mencionados anteriormente y se aproximan
en particular a la teoría del colonialismo interno.

En base a esta teoría, entre diferentes regiones o «etnias» de los esta-


dos-nación modernos existen relaciones coloniales similares a las que a
nivel internacional vinculan las (ex)colonias a los viejos y nuevos impe-
rios. Desde la sociología, voces como las de González Casanova (1976 y
2006), Stavenhagen (1965) y Rivera Cusicanqui (2004 y 2010) argumen-
tan que en varios países latinoamericanos los mecanismos característicos
del colonialismo español se reproducen dentro de la sociedad coloniza-
da: tras la independencia, descendientes de los invasores ibéricos y de
sus aliados autóctonos continuaron explotando al resto de la población y
en particular a los grupos indígenas. En el caso de Europa las cosas fun-
cionaron de otra forma: Lafont (1971) y Hechter (1999) ilustran cómo
las élites francesas e inglesas que promovieron la construcción nacional
mantuvieron el monopolio del Estado y de la economía para apropiarse
de los recursos procedentes de las áreas anexionadas, convirtiéndolas
en periferias o colonias internas. Si bien las circunstancias en que se
configuran las relaciones coloniales coinciden en América Latina con la
colonización formal y en Europa con la construcción estatal, el colonia-
lismo interno está en todo caso estrictamente ligado a la formación del
Estado-nación. A partir de estos momentos constitutivos se configura un
horizonte histórico de larga duración que perdura en el tiempo y coexis-
te con ciclos sucesivos (Rivera Cusicanqui, 2010), de manera que las
estructuras típicas del capitalismo y de la democracia representativa se
articulan sobre el sustrato colonial, lo cual permite la renovación de las
relaciones de dominación y explotación.

Si bien son pequeñas élites las que sacan mayor provecho del colonialismo
interno, sus beneficios se extienden en cierta medida a los sectores de la
población que de alguna manera se identifican con ellas. El discurso sobre
«nosotros/as» y «ellos/as» elaborado y difundido por las élites dominan-
tes, que clasifica la población según posea o no sus propias características,
produce el dualismo entre grupos y al mismo tiempo deja cierto margen
de movilidad, ya que los sujetos colonizados que optan por la asimila-
ción o el camuflaje modificando su forma de hablar, vestir y comportarse
públicamente pueden pasar a identificarse con el sector dominante. De
esta manera, la contraposición entre las élites y las masas subordinadas
se confunde con la dicotomía entre grupos definidos según la cultura,
raza, lengua etc., y se plantea como contraste de civilizaciones (Rivera
Cusicanqui, 2010). Asimismo se postula una jerarquía entre el que se va
definiendo como grupo dominante, centro o metrópolis, y las colonias
internas. En su interpretación de modernidad, progreso y cultura nacional,

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las élites metropolitanas estigmatizan las formas de vida de los grupos
periféricos, tachándolas de tradicionales, «atrasadas» y provincianas, seña-
lando a quienes las practican como personas inferiores. Este discurso
alimenta actitudes y acciones discriminatorias y racistas que se naturalizan
y ocultan las relaciones de dominación y explotación colonial.

El dualismo se alimenta además de una división cultural o geográfica del La resistencia y rebelión
trabajo donde los terratenientes, propietarios y gerentes de las grandes al orden colonial no
empresas y bancos, quienes manejan grandes capitales y condicionan se apaga del todo,
la producción, los precios, los intereses y la oferta de puestos de traba-
pues los grupos
jo, tienden a ser miembros de la metrópolis, mientras los colonizados y
las colonizadas ocupan las escalas más bajas de la cadena productiva y subalternos mantienen
proporcionan mano de obra barata (Hechter, 1999). Esto permite que se prácticas sociales
reduzcan los costos de producción y los precios de los bienes producidos consuetudinarias,
en las periferias, incrementando el poder adquisitivo y/o la capacidad
elaboran estrategias
de ahorro sobre todo de quienes tienen ingresos más altos, general-
mente residentes en las metrópolis. Además, las colonias generalmente de supervivencia,
exportan materias primas o productos semiacabados e importan bienes protestan abiertamente
acabados a precios más altos; de esta forma, el excedente se transfiere y/o se organizan
al centro y se produce una descapitalización sistemática de la periferia,
políticamente
incrementando su dependencia y alimentando el círculo vicioso de la
pobreza (González Casanova, 2006).

La explotación económica coincide con la dominación política: los cargos


más altos del Estado están monopolizados por miembros del centro, que
de esta forma imponen sus decisiones a las periferias. En un contexto
liberal democrático existen sistemas electorales que favorecen a deter-
minados grupos o territorios y perjudican a partidos con base «étnica»
o regional. Las organizaciones políticas y sindicales que operan a escala
nacional están sujetas a la influencia de los grupos de poder metropo-
litanos y, por tanto, funcionan como instrumento de imposición de sus
líderes y propuestas al resto de la población. El control del Estado se
traduce en disciplinamiento político de las élites periféricas y del resto
de la población a través de prácticas como la corrupción y el clientelis-
mo (Rivera Cusicanqui, 2010). Dado que tienen acceso privilegiado a
los recursos estatales, las élites centrales pueden intercambiarlos por el
soporte de los potentados locales, quienes a su vez reproducen el mismo
mecanismo a escala más pequeña para obtener votos, que en definitiva
acaban legitimando el poder de los partidos dominantes a nivel estatal y
de los grupos de presión que los controlan.

A través de estas prácticas de disciplinamiento político y cultural, los


sujetos colonizados son absorbidos en el sistema como ciudadanos y
ciudadanas de segunda clase y su descontento es aplacado con la dis-
tribución de cargos, favores y prebendas, mientras su subordinación se
naturaliza. Sin embargo, la resistencia y rebelión al orden colonial no
se apaga del todo, pues los grupos subalternos mantienen prácticas
sociales consuetudinarias aún cuando ello implica desobedecer la lega-
lidad impuesta, elaboran estrategias de supervivencia al margen del
Estado y la economía capitalista, protestan abiertamente con manifes-
taciones más o menos espontáneas y/o se organizan políticamente –a
veces militarmente– para reclamar sus derechos. La reacción del poder
central pasa por varias estrategias que se alternan o combinan: ofrecer
concesiones que no modifiquen la sustancia de las relaciones coloniales,
cooptar y corromper a los y las líderes; reprimir las protestas; castigar a

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las personas que desobedecen con normas penales elaboradas ad hoc o
interpretadas de forma especialmente severas. A la violencia cotidiana y
relativamente sutil de la explotación económica, la dominación política,
la imposición cultural y el menosprecio social, se añade la violencia física
de la masacre, la detención, la tortura y el asesinato.

Desde la perspectiva del colonialismo interno, las divergencias regionales


o étnicas dentro de un país dependen por tanto de relaciones coloniales
de facto que se adaptan a diferentes configuraciones históricas. Lo que
a menudo se ignora es que estas no solo producen sino que definen el
concepto mismo de desigualdad. Los análisis sobre el tema se basan gene-
ralmente en indicadores socio-económicos como los niveles de ingreso,
ocupación, educación, el acceso a los servicios públicos, la disponibilidad de
infraestructura y transporte etc., con los que se suele medir el «desarrollo»
de un grupo o región, asumiendo que los valores más altos representan
condiciones de vida mejores. Consecuentemente, se da por descontado
que para nivelar las disparidades hay que fomentar el incremento de estos
indicadores en los territorios «subdesarrollados», reproduciendo en definiti-
va la jerarquía entre formas de vida impuesta por las élites dirigentes a nivel
local y global. Como en el caso de la teoría de la modernización, se iden-
tifican las características de los grupos dominantes como modelo a seguir
y se pretende que los demás se adapten a ello. Desde un punto de vista
crítico frente a esta concepción, considero las desigualdades regionales no
tanto como consecuencia en términos causales del colonialismo interno
sino como uno de sus componentes, a la par que la manifestación visible
de unas relaciones de poder que producen estas desigualdades, se alimen-
tan de ellas y también plasman su definición.

Después de esta breve descripción de lo que en este artículo se entiende


por «colonialismo interno» y en qué sentido se relaciona con las des-
igualdades regionales, vamos a ver cómo se aplica esta perspectiva al
caso italiano.

Dualismo y colonialismo interno en Italia

El Norte y Sur2 de Italia «nacen» durante el Risorgimento no solamente


como expresiones geográficas sino, sobre todo, como sujetos vincula-
dos en una relación de poder asimétrica. El Estado italiano se formó en
1861 de la fusión de varios reinos y ducados cuya diversidad de siste-
mas legales, sociales y económicos, tradiciones culturales y lingüísticas
representaba uno de los retos principales para la construcción nacional.
Influenciados por el modelo francés, los primeros gobiernos adopta-
ron una política de homologación institucional y cultural que produjo
un doble efecto: la polarización entre Norte y Sur y, paralelamente, su
homogeneización interna, de manera que las diferencias entre los viejos
estados se fueron transformando en desigualdades entre dos grandes
regiones (ficticias). A lo largo de la historia unitaria la división geográfica
del trabajo entre el Norte industrial y el Sur agrícola se ha acompañado
2. El Norte corresponde aproximada- de divergencias socioeconómicas en continuo aumento y de la convic-
mente al territorio que va desde ción de que los dos territorios están habitados por civilizaciones distintas.
Roma hasta las fronteras sep- Lejos de ser «natural», este proceso es el producto histórico de unas
tentrionales del país, y el Sur o
Mezzogiorno está formado por las
acciones y relaciones concretas que corresponden a intereses específicos
regiones meridionales de la penínsu- y reconocibles. En Italia, como a nivel global, el Norte y el Sur son cate-
la y las islas de Cerdeña y Sicilia. gorías desiguales determinadas por una relación colonial.

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La unificación de Italia se realizó como expansión territorial del Reino de
Cerdeña, con capital en Turín, donde la población sarda se hallaba en
una posición subordinada frente a los territorios continentales (Sotgiu,
1984), ya que su acceso al poder estaba limitado por obstáculos de natu-
raleza socioeconómica, cultural y logística –niveles de alfabetización en
la lengua oficial, renta y patrimonio, distancia geográfica de Turín, etc.,
(Satta-Branca, 1975)–; la clase política, por tanto, estaba compuesta
mayoritariamente por miembros de la élite industrial y comercial conti-
nental. Fue esta quien dirigió el proceso de unificación, con el apoyo de
Francia y el Reino Unido. Gracias a la introducción de reformas liberales,
el Gobierno sardo-piamontés se aseguró la alianza de la burguesía de
los estados del norte de la península, hasta entonces sujetos a la política
conservadora del Imperio austríaco. El primer ministro piamontés preveía
incorporar también Roma y el resto del Estado Pontificio, mas no el Reino
de las Dos Sicilias. Sin embargo, preocupado por los continuos moti-
nes populares, el Gobierno dio el visto bueno a la expedición militar de
Garibaldi, que consiguió derrotar y expulsar a la monarquía Borbón, y así
el sur peninsular y Sicilia fueron anexionados al Estado sardo (Bevilacqua,
2005). De esta forma nacía el Reino de Italia, que fue en realidad la
continuación dinástica y política del Reino de Cerdeña. El sistema legal
piamontés se extendió a todo el país enviando expertos desde Turín, por
lo que, tanto a nivel central como local, la escena política italiana estaba
dominada principalmente por piamonteses.

El proceso de construcción estatal asume en el Sur las formas del desa-


rrollo colonial (Hechter, 1999). Si la burguesía ciudadana septentrional
compartía con la ligurpiamontesa los intereses hacia el libre comercio y
la producción industrial capitalista, las élites rurales del viejo Reino de
las Dos Sicilias deseaban mantener el latifundio y los impuestos adua-
neros para proteger los productos agrícolas, mientras las masas seguían
pretendiendo la reforma agraria. El Gobierno central, que necesitaba el
apoyo de las élites meridionales para consolidar la unificación, adoptó
hacia este territorio la misma estrategia ambivalente que había experi-
mentado décadas antes en Cerdeña: por una parte, cooptaba la clase
dirigente local incorporándola en la maquinaria estatal, además con
licencia especial para cometer abusos sobre la población, aplicando la
nueva legislación de manera más flexible para no dañar demasiado sus
intereses, distribuyendo favores y prebendas (Gramsci, 1977); por la
otra, reprimía violentamente toda forma de resistencia y rebelión popular
–protestas, bandolerismo, etc.– con masacres a manos de la policía y del
ejército, detenciones arbitrarias y asesinatos masivos (Martucci, 1980).

El descontento de la población meridional se alimentaba de varios facto-


res, desde las reformas sobre la propiedad de la tierra a la adopción del
ordenamiento piamontés, que significó la imposición de formas de orga-
nización social y económicas ajenas a la sociedad meridional (Bevilacqua,
2005), como la propiedad privada de la tierra y la consecuente reducción
de los espacios de uso común, la obligatoriedad de la lengua italiana
en las actividades públicas, la implementación de un nuevo sistema de
pesos y medidas, de diferentes procedimientos para tratar con las auto-
ridades, etc. Paralelamente, se difundía entre los y las intelectuales el
mito de la «modernización» (en sentido capitalista), que implicaba el
desprecio de todo lo que se identificaba con el pasado feudal y por exten-
sión con el mundo rural; los modelos a seguir procedían de la burguesía
inglesa y francesa que por razones políticas denigraban la monarquía

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borbónica, tachándola de feudal y autoritaria (Petrusewicz, 1998). Todo
esto contribuyó a plasmar una imagen del Sur de Italia como una socie-
dad «atrasada», esclava, ineficiente, corrupta y amoral, que necesitaba
la intervención civilizadora de un gobierno «moderno». Así, en el Sur, la
desestructuración de las prácticas y relaciones consuetudinarias debida a
la implantación de un sistema organizativo ajeno se sumaba a toda una
En el Sur, la serie de prejuicios sufridos y poco a poco incorporados por las masas, lo
desestructuración cual debilitaba gravemente el tejido social y favorecía la subordinación.
de las prácticas A través de estas dinámicas el proceso de construcción estatal inaugura el
ciclo largo del colonialismo interno, que continuará influenciando las prác-
y relaciones
ticas políticas, económicas, sociales y culturales del país hasta el día de hoy.
consuetudinarias
debida a la En las primeras décadas de historia unitaria, el carácter colonial de las
implantación de un relaciones Norte-Sur se expresaba claramente en la política fiscal y eco-
nómica. La fusión con otros estados permitió al Gobierno piamontés
sistema organizativo
diluir las deudas contraídas para financiar la modernización del Reino
ajeno se sumaba a toda de Cerdeña –reformas políticas y administrativas, carreteras, etc.– y
una serie de prejuicios las guerras de independencia contra Austria (Tanzi et al., 2012). Ello
sufridos y poco a poco representó una ventaja inmediata para las élites septentrionales en detri-
mento sobre todo de la población meridional, que contribuía a financiar
incorporados por las
unos servicios de los cuales ni siquiera disfrutaba. La imposición fiscal
masas servía además para subvencionar el despegue económico «del país»,
construyendo infraestructuras y fomentando la industrialización en las
provincias septentrionales. El hecho de que las inversiones públicas se
concentrasen en el Norte se justificaba afirmando que este, supuesta-
mente más avanzado que las otras regiones, funcionaría como un motor
que una vez puesto en marcha adecuadamente empujaría al resto del
país hacia la modernidad.

En el plano político las élites piamontesas continuaban monopolizando


los cargos más importantes, aunque las élites de las otras provincias
del Norte, aventajadas por la política de industrialización, adquirían
mayor poder de influencia. Los representantes meridionales también
reclamaban su protagonismo, pero su capacidad de negociación estaba
menguada por sus relaciones clientelares con las élites centrales y por
la progresiva reducción de su poder económico, debido a una política
nacional que favorecía la acumulación del capital en las provincias sep-
tentrionales. En efecto, las élites capitalistas norteñas disfrutaban tanto
de financiación directa como de privilegios fiscales y medidas aduane-
ras que protegían la producción industrial, al tiempo que penalizaban
la agricultura, actividad dominante en las regiones meridionales y en
las islas (Bevilacqua, 2005). Así se fue formando una brecha cada vez
mayor entre el Norte industrializado y dotado de infraestructura, en este
sentido «moderno», y el Sur agrícola, empobrecido y «atrasado». La
percepción de la creciente pobreza del Mezzogiorno comenzó a generar
un intenso debate, todavía en curso, sobre la que a partir de entonces se
conoce como cuestión meridional.

A finales del siglo xix, un grupo de diputados sureños consiguió llamar la


atención del Parlamento nacional sobre esta situación, obteniendo que se
realizaran unas investigaciones sobre las condiciones socioeconómicas de
sus territorios, a partir de cuyos resultados se elaboraron unas leyes espe-
ciales para el desarrollo del Sur. Es significativo que, mientras el fomento
de la economía capitalista de las provincias del Norte se identifica con el
interés general de la nación, las leyes para el Mezzogiorno se consideran

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medidas especiales o extraordinarias, definiendo una clara jerarquía entre
los intereses de los dos territorios. Estas investigaciones y actuaciones se
resentían del escaso conocimiento de la realidad del Sur y de la perspectiva
elitista de los legisladores: las sociedades meridionales eran consideradas
como «menores de edad», incapaces de «desarrollarse» por sí solas y,
por tanto, el Estado central tenía que prestarles asistencia para aliviar su
miseria. Sujetos a la hegemonía cultural de las élites septentrionales y de
su modelo de modernidad, los mismos diputados meridionales contribuían
a este discurso y sus demandas no eran mucho más que quejas frente a
la que percibían como negligencia del Gobierno central (Sotgiu, 1986;
Gioannis et al., 1988), ignorando cualquier perspectiva de emancipación
popular por parte de sus coterráneos y coterráneas. Las leyes especiales
no incidieron particularmente en el nivel de desigualdades regionales y
más bien alimentaron prácticas clientelares que renovaban la cadena de
dominación desde el Gobierno central hasta la población periférica. Al
campesinado meridional, que no había obtenido las tierras en sus regio-
nes, se le ofrecía en cambio la perspectiva de colonizar el Cuerno de África
recientemente conquistado (Gramsci, 1995). Sin embargo, el Gobierno
italiano no consiguió fundar un imperio colonial estable que le garantizara
la posibilidad de explotar incondicionalmente los recursos locales y «expor-
tar» definitivamente las desigualdades regionales internas al escenario
internacional (véase González Casanova, 2006).

Siguiendo las pautas trazadas durante el Risorgimento, se marcaban


unas relaciones de dominación y explotación combinadas: por una parte,
el Sur alimentaba el enriquecimiento del Norte proporcionando recursos
fiscales, alimentos y otras materias primas; por la otra, las élites meri-
dionales se aliaban con las septentrionales, que les garantizaban una
posición dominante frente al resto de la población del Mezzogiorno a
cambio de soporte político. El régimen fascista exasperó el colonialismo
internacional e interno: mientras ocupaba nuevos territorios en África,
promovía robustas inversiones en obras públicas y el fomento de las
grandes empresas privadas particularmente en las regiones del Norte,
exaltaba la italianidad, prohibía las manifestaciones de la diversidad
cultural del país –como el uso del sardo y otras lenguas no oficiales– y
reprimía violentamente toda oposición.

La derrota del régimen abrió la puerta a un nuevo proceso constituyente


cuyo resultado fue una república democrática con cierta descentralización
administrativa, que en todo caso no modificaba la característica unitaria
y centralizada del Estado: todavía prima el escenario político a escala
nacional, en el cual incluso grupos de grandes dimensiones se convierten
fácilmente en minorías frente al conjunto de la población y, por tanto, se
encuentran desfavorecidos a la hora de defender sus intereses colectivos.
Evidentemente no es el caso de las élites que detentan el poder eco-
nómico, dotadas de los instrumentos necesarios para ejercer influencia
política, cultural y psicológica e imponer sus condiciones. Quienes se
ven discriminados por esta configuración son más bien los sectores más
marginales, entre ellos los y las habitantes de las regiones empobrecidas
y subordinadas que constituyen las colonias internas de Italia.

La Constitución republicana de 1948 sancionó el momento inicial del


nuevo ciclo histórico republicano/democrático: se abolía la monarquía,
se instauraba el sistema representativo y se decretaba la igualdad formal
de todas las personas y el compromiso de las instituciones de remover

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los obstáculos socioeconómicos a la expresión efectiva de la igualdad
(artículo 3). En coherencia con este principio, el Gobierno central, en
algunos casos con la colaboración de las administraciones regionales,
elaboró planes extraordinarios para el desarrollo económico del Sur,
cuya implementación determinó la estructura económica de este territo-
rio como la conocemos hoy en día.
La política de desarrollo
del Sur no solamente En línea con la perspectiva rostowiana del Plan Marshall, con el cual la
renueva la explotación Casa Blanca financió la recuperación económica de Europa, el Gobierno
democristiano de la segunda posguerra fomentó la industrialización en
económica, sino que
polos de desarrollo, que supuestamente generarían riqueza en sus alre-
también reproduce la dedores por efecto de difusión. Pese a las demandas del campesinado y
dominación política el sector del pastoreo de mecanizar la agricultura y la ganadería y cons-
truir talleres de envasado y transformación de los productos de la tierra,
se optó en cambio por financiar la industria pesada: química, petrolera,
metalúrgica, siderúrgica y energética. Este tipo de actividades, que impli-
ca un fuerte impacto ambiental y social, requiere además de la inversión
de grandes capitales que, siendo carentes en el Sur, se importan desde
el Norte y el extranjero ofreciendo subvenciones públicas y privilegios
fiscales, es decir, una golosa oportunidad de negocio para capitalistas
forasteros (Sechi, 2002; Bevilacqua, 2005). Asimismo, la mayoría de
las materias primas no se extraen en el lugar, sino que se importan, se
someten a la fase inicial de procesamiento y se exportan en forma de
productos semiacabados, que se terminan de procesar en otros lugares
(a menudo en las fábricas del Norte), para luego volverlos a importar
como artículos acabados más caros. El desarrollo que se fomenta en
el Sur es complementario y dependiente, ajeno a la economía y a la
organización sociocultural tradicional; por tanto, es un desarrollo poco
sostenible en el tiempo y extremadamente vulnerable. También se gene-
ra una división del trabajo en el sentido de que los roles ejecutivos, de
gestión y técnicos son monopolizados por personas procedentes de las
regiones septentrionales, donde hay una más larga tradición industrial
y un mayor número de institutos de educación y formación, mientras la
población local proporciona mano de obra barata. Esta división se repro-
duce en las regiones septentrionales, destino de los y las emigrantes
meridionales, que aquí además sufren directamente todos los prejuicios
a los que se ha hecho referencia anteriormente (Sparschuh, 2014).

La política de desarrollo del Sur no solamente renueva la explotación


económica, sino que también reproduce la dominación política. Pese
a que varios gobiernos regionales reclamaban autoridad para la ela-
boración y realización de los planes, el Estado central se reservó las
competencias principales y cedía exclusivamente atribuciones concurren-
tes, residuales o de implementación. La prerrogativa en la distribución
de recursos públicos, desde las subvenciones a las empresas hasta las
transferencias a las administraciones regionales y locales encargadas de
implementar las medidas, les permitió perpetuar las relaciones cliente-
lares. Ello reforzó la cooptación y subordinación de las clases dirigentes
periféricas a las centrales (Chubb, 1981) y provocó además que buena
parte del dinero invertido se dispersara en el camino.

En base a estas observaciones, no debería sorprender que, a pesar de las


robustas inversiones, las divergencias socioeconómicas territoriales no se
hayan aliviado y más bien se hayan ido incrementando. En las regiones
del Sur los salarios siguen siendo más bajos –no así los precios– y además

COLONIALISMO INTERNO Y DUALISMO NORTE-SUR EN ITALIA


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la carencia de oportunidades laborales brinda a los y las empleadoras
una mayor fuerza de negociación, lo cual favorece el abaratamiento del
costo del trabajo y por tanto de los precios de los bienes comercializa-
dos, aumentando los beneficios de los y las capitalistas septentrionales
y también la capacidad de ahorro de los y las consumidoras. Además,
dado que las obras públicas y la provisión de servicios a nivel nacional se
concentran en las regiones septentrionales, la población meridional, que
contribuye a financiarlas, no puede disfrutar de ellas. En este sentido, no
solamente las élites del Norte dominan la economía y la política nacional,
sino que además el conjunto de la población de este territorio se encuen-
tra aventajada respecto a la del Sur por tener más fácil acceso a bienes
de consumo, servicios e infraestructuras, y por no sufrir las consecuen-
cias medioambientales de la producción altamente contaminante que se
fomenta en las regiones meridionales.

Por último, el colonialismo interno italiano sigue manifestándose


en el ámbito cultural y psicológico. Como hemos visto, la hege-
monía de las clases dirigentes septentrionales hizo posible que su
modelo de unidad y modernización se identifique con el interés nacio-
nal. Consecuentemente, toda alternativa a este modelo es rebajada y
estigmatizada y sus agentes se tachan de atrasados, tradicionalistas o
campanilistas (defensores o defensoras de intereses particulares y loca-
les). Solamente se considera cultura la «italiana», definida según los
criterios de las y los intelectuales orgánicos del capitalismo septentrio-
nal, mientras las culturas locales se desprecian o, a lo sumo, se exotizan
bajo la etiqueta de tradición o folclore. Asimismo, la lengua dominante
es el italiano; las otras, aun en los pocos casos en que se han reconocido
formalmente como lenguas minoritarias, siguen ocupando una posición
jerárquica inferior y se relacionan con una condición premoderna, con el
mundo rural, el analfabetismo y la ignorancia. Paralelamente sobrevive
toda una serie de estereotipos que atribuyen a la población meridional
características como el «atraso» social, la pereza, la delincuencia, la
tendencia a evadir impuestos y hacer trapicheos, edición renovada del
concepto de barbarie que había sido tan común en los discursos de los
intelectuales italianos del siglo pasado y que típicamente se asocia a
pueblos colonizados. Estos prejuicios se han incrustado en la mentali-
dad de la población, incluso de la que se ve discriminada por ellos, y se
manifiestan y reproducen de forma más o menos sutil e inconsciente,
obstaculizando la elaboración de perspectivas de análisis alternativas y,
consecuentemente, de formas-otras de organización.

Conclusiones
En estas páginas se ha intentado ilustrar cómo a partir de la construcción
nacional se establecieron en Italia relaciones coloniales entre el Norte y
el Sur, siendo las desigualdades socioeconómicas su manifestación más
evidente. El Mezzogiorno fue conquistado militarmente y sometido a un
gobierno foráneo, que implantó un sistema político-legal y normas socia-
les y culturales extrañas a la sociedad local, y que cooptó y subordinó a
las élites mediante prácticas clientelares y prebendas. Para asegurar su
hegemonía, este reprimía violentamente la desobediencia y las protes-
tas populares, e imponía una jerarquía de formas de vida basada en el
menosprecio de la sociedad meridional con respecto a la cual se auto-
otorgaba una missione civilizatrice. Los desarrollos históricos sucesivos

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están profundamente marcados por la misma lógica colonial: el Estado
central, mayoritariamente dominado por las élites septentrionales, ha
seguido funcionando como instrumento de dominación y explotación
del Mezzogiorno, promoviendo medidas que favorecen el crecimiento
económico del Norte y perjudican el del Sur, y políticas civilizatorias
basadas en la homologación, que rebajan las culturas-otras respecto al
El Estado central, modelo nacional. En estas condiciones no debería sorprender que se
mayoritariamente generasen y/o enfatizasen desigualdades socioeconómicas entre los dos
dominado por las élites territorios, incluso a pesar de robustas intervenciones públicas dirigidas a
balancear la situación.
septentrionales, ha
seguido funcionando El «fracaso» de las políticas de desarrollo generalmente se atribuye a
como instrumento una serie de obstáculos supuestamente endógenos de las sociedades
de dominación y meridionales: la carencia de infraestructura y de un tejido social capaz
de absorber y reproducir los estímulos a la economía representados por
explotación del
la inversión pública y privada de los capitalistas septentrionales y extran-
Mezzogiorno jeros; una mentalidad «retrógrada» que prioriza otros valores frente a
la eficiencia productiva; la corrupción y el clientelismo generalizados y,
en algunos casos, las organizaciones mafiosas que absorben y dispersan
los recursos. Pero como los estudios sobre las divergencias regionales en
Italia no suelen tomar en consideración la relación entre los territorios
desiguales, a menudo se pierden de vista factores que pueden contribuir
notablemente a la comprensión del fenómeno, que en cambio podemos
identificar aplicando la perspectiva del colonialismo interno. La supre-
macía política de las élites septentrionales garantiza que se otorgue
sistemáticamente prioridad a sus intereses, incluso cuando en principio
se trata de beneficiar a los sectores desfavorecidos como las regiones
meridionales. En este sentido, las intervenciones extraordinarias para
el Sur no se diferencian particularmente de la tendencia general de la
política económica italiana: ignorando las características y las demandas
de la población meridional, se imponen unas medidas que favorecen la
penetración del capital septentrional y extranjero invertido en condiciones
privilegiadas en actividades complementarias a la economía del Norte del
país y del mundo, que difícilmente se articulan con el tejido productivo
existente en el territorio. Las políticas de desarrollo favorecen por tanto la
dependencia del Sur de la inversión y la demanda externa, dificultando la
formación de una estructura socioeconómica endógena duradera, como
en las colonias internacionales. Las explicaciones sobre el «atraso» del
Mezzogiorno mencionadas anteriormente, que se basan y al mismo tiem-
po reproducen la contraposición entre grupos civilizados y bárbaros típica
del discurso de las élites del siglo xix, sirven como argumento para sus-
traer la competencia de gestión a las autoridades locales, supuestamente
menos expertas y más susceptibles a la corrupción que las centrales, mien-
tras la participación popular ni se toma en consideración. De esta manera
se sigue imponiendo un modelo de desarrollo que se proclama universal
pero en realidad responde a los intereses específicos del grupo dominante
y por tanto beneficia a este más que a los sectores supuestamente des-
tinatarios de los planes de desarrollo. La lógica colonial sigue plasmando
la política nacional, la interpretación de las desigualdades regionales y las
intervenciones específicas teóricamente dirigidas a aliviarlas. Si se continúa
definiendo el desarrollo en base a las características del Norte y preten-
diendo que el Sur las incorpore, ignorando además que estas se deben en
gran medida a la subordinación y explotación de las regiones meridiona-
les, será muy difícil reducir las divergencias entre los dos territorios.

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