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Los

Últimos Leones del Señor de


Sipán

Por

José Alberto Peralta Pisfil



Hace casi dos mil años, en el norte del Perú, en un cálido y desértico valle

que abarcaba la gran comarca administrativa del imperio del Señor de Sipán,

en Chiclayo, se reproducían, criaban y cuidaban unos misteriosos y garbosos

ejemplares de autóctonos leones peruanos, que eran los engreídos y protegidos

del monarca de la civilización Mochica.

Aquí, estos leones habitaban en medio de la tranquilidad junto a otras

animales silvestres, algunos ya extinguidos por la acción destructora de

quienes no saben amar la naturaleza.


Pero también otras especies, que pese a los tiempos han trascendido y

corren el riesgo de desaparecer por el “apetito” lucrativo de los cazadores

furtivos que dañan y desmedran a la fauna lambayecana, sin interesarles la

vida y el medio ambiente.

Lo curioso es que los leones compartían un bosque natural con el pequeño


y gracioso Oso Panda peruano- hoy en peligro de extinción-, que vive

arrinconado en el paraje casi andino de Oyotún, ubicado al sureste de esta


ciudad, que sirve de puerto a los viajeros que van de la Costa a la Sierra

norteña.
El rey era un gran defensor de la fauna y flora de su imperio, es por eso que

garantizaba la supervivencia de los leones y de otras especies animales que


cobijaba su reino.

Dicho monarca, conocedor que existían depredadores de las especies


animales y vegetales, dictó normas y órdenes imperiales muy drásticas, con lo

que permitía a sus felinos vivir libres junto a otros animales de la antigua
fauna chiclayana.
La tradición oral, aún presente en la memoria colectiva del lugar, recuerda

que éstos felinos, cuyo origen es un misterio, tenían su lugar de crianza y


reproducción en la zona que actualmente ocupa el distrito de Nueva Arica,

localidad ubicada a 65 kilómetros al sureste de Chiclayo.

La leyenda popular, recuerda que el mismo monarca Mochica, en una

demostración de aprecio a estos felinos, de quienes creía que tenían origen


divino, ordenó que se construyera un criadero de varias hectáreas de extensión

para evitar que los leoncitos sean atrapados en forma indiscriminada por

tramperos, quienes llegaban de tierras lejanas atraídos por la fama de su

hermosura y "majestuosidad".

Cuentan que estos leones eran muy apreciados no sólo por su mansedumbre

sino por su pelaje y cuero. El rey era cuidadoso de la población felina,

ordenaba a sus súbditos realizar una vez al año el conteo de la especie.

Recuerdan los lugareños descendientes de mochicas, que además, el Señor


de Sipán mandaba organizar una grandiosa ceremonia con motivo del pareo de

estas fieras, la que duraba una semana, donde el monarca, la gente de la corte

y el pueblo derrochaban alegría sana y festejaban el apareamiento en señal de


la prolongación de esta especie silvestre.

Dicen, que cada vez que los súbditos le informaban que se había registrado
una superpoblación de felinos, ordenaba el sacrificio de los leones mayores y
pedía a los artesanos que hicieran buen uso de la piel, confeccionando

vestimentas, ornamentos y otros objetos para la realeza.


Algunos de los artículos obtenidos de la piel del león eran para satisfacer

las vanidades de ciertos cortesanos, porque para ellos tener una prenda del
león era signo de poseer prestigio, respeto, estatus en la corte Mochica y todo
el reino.

Según la leyenda de los pobladores de Nueva Arica, que guarda con orgullo
el legado cultural mochica, relatan que en época de apogeo el gran Imperio se

extendió por toda la Costa y Sierra norte del Perú antiguo, hace más o menos

veinte siglos atrás.

Los moradores de Nueva Arica cuentan- según testimonio de sus


antepasados- que la zona de crianza de los leones era una reserva natural,

cuyos espacios fueron demarcados por orden imperial, así que los felinos

tenían su área propia de crianza, no permitiendo que se apareen con otra

especie de felinos existentes ahí.

También había áreas de reservas para otros animales silvestres como las

vizcachas-cuya carne era alimento básico de los mochicas-, zorros, venados,

dos especies de aves: la pava real- desaparecida- y la pava aliblanca- de las

que hoy quedan sólo entre doscientas a cuatrocientas.


Pero existían, además, en dicho hábitat diversa variedad de serpientes y

roedores. Esta reserva natural tenía una abundante flora, cuyos espacios

estaban divididos por especies y presentaba un delineado paisaje natural de


robustos árboles, que con sus coposas ramas protegían a la gente lugareña del

sofocante calor norteño y a los encargados de cuidar a la zona.


Un descendiente mochicano de Nueva Arica, rememoraba en Naylamp
(lengua mochica) que:
“El león (rak o rac, en mochica) habitaba en medio de bosques verdes bañados por varios
riachuelos que bajaban de las quebradas andinas norteñas y formaban una alameda natural,
pues los árboles estaban alineados en forma simétrica como si alguien los hubiera sembrado
artificialmente, y cada especie no se mezclaba con otras, lo que le daba a la zona un panorama
armonioso y lleno de tranquilidad”.

En medio de la arboleda del bosque, destacaba por su fortaleza y fruto el

algarrobo, cuyas ramas ofrecían sombras no sólo a los hombres sino al felino,

quien majestuoso se reposaba cual rey de la jungla norteña y se sentía

complacido cuando el viento batía las ramas de este árbol porque ventilaban y
daba frescura al ambiente sofocante, ya que la temperatura, muchas veces,

suele llegar al mediodía a casi a 38 grados y entonces, el león sabía que debía

de protegerse del agobiante calor bajo este arbusto.


Pero este señorial felino, no sólo descansaba entre los algarrobos sino que

en ciertas oportunidades buscaba los espinosos cactus zoncas - en extinción-,

porque sus carnosos tallos tienen abundante agua y bebía de ellos cuando tenía

sed. De este espécimen vegetal se obtiene un hilo, del cual se confeccionaba

vestimentas a los cortesanos norteños y sus súbditos, y que actualmente los

ariqueños, descendientes de los mochicas, confeccionan colchones, almohadas

y cojines.

El león norteño no solo gozaba de la variada naturaleza, pues el valle- muy

fértil -era regado por el caudaloso y silencioso río Zaña, que en sus aguas
cristalinas también se daba un baño refrescante.

Una leyenda de los descendientes mochica recuerda que este río baja con
corrientes heladas de las alturas andinas de Cajamarca, pero se tempera al

entrar al suelo caluroso y seco de Nueva Arica, donde el Señor de Sipán (Çiek
Chichang, en mochica), sus cortesanos y súbditos se bañaban y en algunas

veces realizaban competencias de nado, donde el monarca era todo un experto


en cruzar de orilla a orilla, sorteando los remolinos.

II

Durante el largo periodo de existencia del imperio mochica, hubo en su

vasto territorio cazadores furtivos. Algunos forasteros de localidades cercanas

y lejanas, previstos de instrumentos de caza, venían para hurtar o matar un

ejemplar y llevárselo a sus terruños.

Relatan los lugareños, según los testimonios orales de sus antepasados, que

los ladrones de los leones actuaban aprovechando la oscuridad de la noche e

ingresaban a la Reserva Natural de Sipán burlando la vigilancia que hacía la

guardia real.
Dichos cazadores, conocían el valor comercial que tenían los felinos y se

dedicaban a la caza ilegal porque les resultaba un gran negocio vender la piel,

que era muy preciada en reinos aledaños por su pelaje suave.

Indican los ariqueños, que existió un grupo de fabricantes y comerciantes

clandestinos de artículos de piel de león, quienes pagaban a gavillas de


vándalos de otros lugares para que cacen, maten y despellejen a los leones y

luego ellos les compraban los insumos.


Además estos depredadores también cazaban otros animales de la fauna

silvestre de Nueva Arica como el zorro, el venado y el oso Panda, a los que
llevaban a sus talleres de curtiembres y confección, que estaban fuera de la

zona central del reino y ahí elaboraban prendas del pelaje que eran vendidos
en lugares lejanos.

Pero, más valor tenía la piel del pequeño felino norteño, pues las prendas
confeccionadas eran ofertadas por los mercaderes de aquella época en

localidades bien distantes, llegando incluso a reinos extranjeros que se


ubicaban en lo que hoy son Ecuador y Colombia.
La tradición oral mochica guardada hoy por sus descendientes, cuenta que:

Un día que el rey mochica paseaba sorpresivamente de noche con su


guardia por la Reserva Natural de Sipán, sorprendió a unos individuos

que estaban matando a los cachorros de león.-

El monarca enfureció en extremo e inmediatamente ordenó

capturarlos y llevarlos detenidos a la Casa de Reclusión, que se hallaba


en la cima de uno de los cerros que rodea Nueva Arica.-

Fue tanta la ira e indignación del monarca, que solicitó a uno de los

guardias que le entregara su látigo confeccionado con cuero de

serpiente, y comenzó a flagelarlos mientras iban caminando rumbo a la

prisión.-

En el camino, el rey mochica a la vez que los flagelaba, recriminaba

su actitud con fuertes palabras y los interrogaba solicitándoles que

revelaran los nombres de las personas que les pagaban para que
cometan este delito.-

Les indagó de dónde procedían y qué tiempo estaban en el lugar.-

Los cazadores furtivos le informaron que procedían del norte del


reino, de un lugar llamado Guayas y que habían caminado durante una

semana para llegar a la Reserva Natural.-


Uno de los detenidos le dijo:
“Señor, queremos pedirle disculpas por nuestro acto, pero nosotros venimos

sin saber que sus fieras eran protegidas, a nosotros nos contaron que sus leones
andaban libres por la jungla”.-

- Bueno, le dijo el monarca, con tono severo, que habían sido engañados.
Ustedes son testigos de cómo el área donde están mis leones tiene cercos,
además de vigilancia permanente.

Ustedes no han respetado las leyes de mí reino, por tanto serán detenidos y
castigados de acuerdo a la ley mochica.-

Han cometido doble infracción, les indicó, al precisarles que por un lado

invadieron territorio real y dos realizaron una cacería que está prohibida y es

ilegal.
Por consiguiente, recibirán su sanción de acuerdo a lo que está dispuesto en

nuestras leyes.

Aquí se aplica la justicia, tampoco cometemos abusos, solo nos remitimos a

los hechos y, según ellos, se aplica la ley, les indicó con firmeza.

Luego el rey calló. Miró a su guardia y se retiró unos metros más allá. Miró

al cielo, levantó las manos hacia arriba y exclamó en forma interrogativa:

- ¿Por qué mi Señor, que dominas el universo, que creaste todo y nos diste

para alegrarnos de la belleza natural, puede haber seres mortales que destruyen
tus obras con el solo propósito de obtener ganancias ilícitas a costa de tu obra?

No entiendo mi Señor cómo es qué el hombre, ser superior de tu creación,

dotado de razón, puede ser llevado por sus avaricias, bajas pasiones y el deseo
de tener riqueza, resulte siendo el principal destructor de los bienes que nos

diste para administrarlos en forma inteligente.-


Por qué el hombre desconoce las normas, las leyes y las prohibiciones
dictadas y prefiere ir en contra de ellas.

¿Dónde está la razón que nos diste? ¿Dónde está esa inteligencia que nos
regalaste?

¿Qué le sucede en sus pensamientos al hombre que solo busca hacerle daño
al prójimo y a tu creación?
Interrogaba, mientras que su comitiva, guardias reales y los veinte

ladronzuelos extranjeros capturados en la reserva real, observaban asombrados


al monarca Mochica.

Luego guardó silencio, miraba hacia el suelo, tal vez como queriendo

interrogar también a los dioses de la tierra del por qué esta perversa acción de

unos infelices de destruir la fauna de su territorio, y en especial de su adorados


leones.

Cerca del monarca estaba el chamán (especie de médico en el Perú

antiguo), quien no perdía la mirada sobre su rey, pues notó que luego de su

exclamación a su dios, se sentía algo decaído y, eso preocupaba a su celador

de la salud.

El monarca optó por retirarse unos metros de su comitiva y acompañantes.

Buscó un árbol de algarrobo y se recostó en él. Quizá para descansar o tal vez

para meditar o quién sabe si para tomar aire y respirar mejor. El asunto es que
no mostraba un buen ánimo.

La actitud del monarca preocupó al chamán, quien era el responsable de la

salud del rey. Este “médico” naturista estaba acompañado de los sacerdotes del
reino, a quienes llamó y les consultó que si podían pedir a los espíritus (Apus)

de la naturaleza por la salud del monarca.


Los sacerdotes dijeron al chamán que los dejara consultar para ver qué
acción tomar frente a la delicada situación.

Pues, eran testigos de hecho que el rey de los Mochicas estaba pasando
unos momentos incómodos en cuanto a sus condiciones biológicas y

espirituales, debido, quizá a la acción de los cazadores furtivos.


El chamán al ver que su rey no mostraba síntomas de buen ánimo y
permanecía recostado en el tronco del árbol de algarrobo, se acercó ante él y le

pidió disculpas por la forma irreverente de interrumpirle su meditación.


A lo que el monarca, le respondió, con tono muy pausado, “que no se

preocupara y que más bien le era grata su presencia, ya que eso lo estimulaba

anímicamente por tratarse de su curandero de cabecera, y que su gesto era

noble porque denotaba preocupación por la salud de su gobernante”.


La confesión del monarca dejó algo tranquilo al curandero, quien luego de

escucharlo, se tranquilizó pero le pidió permiso para consultarle cómo se

sentía de salud.

A lo que el jefe mochica expresó que estaba algo conmovido por lo que

hubo visto, pero no sabía si era una perturbación emocional, una alteración de

sus órganos vitales o tenía conmovido el espíritu por tan brutal acción que

hubieron cometido los veinte cazadores furtivos.

- No me explico, le dijo el monarca al chamán, cómo en este mundo existe


gente de esta calaña-refiriéndose a los cazadores-, quienes en vez de cuidar los

recursos naturales, traten de destrozarlos y desaparecerlos, simplemente

porque tienen apetito desbordado de avaricia, envidia y desean hacerse ricos


en forma ilegal.

Guardó silencio y luego le indagó al chamán, y ¿usted que dice al respecto?


-
El curandero lo miró desconcertado por la interrogación.-

Repuesto de la sorpresiva pregunta, le indicó que estaba de acuerdo con su


opinión.

El monarca, entonces, lo miró y esbozó una ligera sonrisa, gesto que fue
tomado por el chamán como una buena señal, ya que eso denotaba que el rey
estaba algo mejor.

Luego el monarca le dio una palmada en el hombro izquierdo al curandero


como una muestra de agrado de su parte, por lo que había dicho y concordado

con él.-

El rey le acotó: sabe usted, como estudioso y conocedor de la naturaleza

humana y además de los grandes recursos que nos dotado el dios mayor a
nosotros los terrestres, que es inconcebible que existan en el mundo unas

mentes destructoras de nuestras riquezas.-

- No cabe, le arguyó, en mi mente, ni en mis pensamientos ni en mi

inteligencia, una explicación que justifique la acción de unos desalmados

contra los seres que engalana a la naturaleza y le dan una belleza original,

atractiva a nuestros sentidos.-

Estoy algo acongojado por lo que he visto esta noche, no cabe en mi

raciocinio entender esto. ¡Cómo es posible que vengan varios sujetos desde
lejos a matar a mis leones, con el solo propósito de enriquecerse de mala

forma, atentando contra la vida de indefensos animales!

III

El monarca estaba un poco agitado, el latido de su corazón era acelerado, su

rostro se le denotaba pálido, su mirada como perdida y el espíritu alicaído, era

señala de que no había asimilado el tremendo suceso, ver a sus leoncitos

muertos.

El chamán notó que, a pesar que el monarca intentaba superar los

momentos vividos, su estado psíquico no era el mejor y eso nuevamente

generó su preocupación.

Entonces, buscó otra entrevista con los sacerdotes, a quienes solicitó


levantar un altar en el lugar e inmediatamente realizar un sacrificio de algunos

animales como pago a los dioses para que éstos en compensación le devuelvan

la salud el jefe Mochica.

Los sacerdotes llamaron a varios hombres de la guardia real y les pidieron

que trajeran una llama o un guanaco menor de un año en forma inmediata,


pues en la reserva había varios y necesitaban uno para ofrecer un tributo al

dios Naylamp, padre de los mochicas.


Así fue, los guardias fueron hasta la reserva y se dirigieron al área de los

camélidos sudamericanos y atraparon a un guanaco tierno, de color blanco, lo


rodearon, lo enlazaron por el cuello, luego lo derribaron a tierra, le amarraron

las patas, enseguida lo colocaron en un tronco seco de algarrobo, de tres


metros de largo y lo llevaron en hombros hasta el campamento.

Mientras tanto, en el campamento el monarca, caminó unos metros y


solicitó que le trajeran un tronco seco para sentarse.

Lo atendieron de acuerdo a su pedido. Más calmo, llamo a uno de sus


guardias y le pidió por favor que buscara al chamán porque deseaba hacerle
una consulta sobre los latidos de su corazón.

El joven guardia corrió raudo a buscar al curandero, quien en esos


momentos se encontraba dialogando con los sacerdotes. Al verlo lo llamó

presuroso, ese ademán del militar alarmó al chamán, quien dejó de conversar

con los hombres espiritosos y le indagó que pasaba. El joven le dijo:

- Pronto, vaya donde el rey, me mandó decirle que deseaba hacerle una
consulta sobre los latidos de su corazón, pues, según él, sentía el bombeo

acelerado de su sangre.-

Al oír esto, el chamán se sintió preocupado, hasta alarmado. Estaba en

juego la vida del rey. Si acontecía algo, indudablemente, parte de la

responsabilidad recaería en su persona, los sacerdotes y la guardia real.

Serían sometidos a juicio y luego, dependiendo de los cargos, pasaría

varios años en prisión o simplemente serían sentenciados a muerte, muriendo

decapitado.
El curandero, avisó también el jefe de los sacerdotes sobre lo que sucedía

con el monarca, entonces éste pidió a dos colaboradores que lo acompañaran

junto al chamán.
Fueron presurosos y llegaron hasta donde estaba el monarca, quien

reposaba en un tronco de palo santo, un árbol típico de clima tropical seco del
norte peruano.
El chamán se le acercó y lo observó meditabundo, su rostro miraba el

suelo. Notó que presentaba ligero escalofrío, pero no tiritaba. Le tomó el pulso
y verificó que la presión se la había bajado.

Bastante preocupado, el curandero le preguntó si deseaba beber algo. A lo


que monarca le respondió que no. Pues una hora antes había bebido un mate
de hojas de palo santo, de sabroso aroma y con propiedades curativas.

El curandero pidió al jefe de los sacerdotes que se le cercara y le hablara de


cualquier tema. También se vieron preocupados la gavilla de cazadores

detenidos al ver al rey en ese estado y pensaron que todo se debía a su culpa.

Uno de los detenidos le pidió a un guardia que le permitiera acercarse al

rey para hablar con él. Éste le dijo que consultaría con el oficial superior
porque la decisión la tomaba el jefe de la guardia. Le consultó sobre el pedido

del bandido.

El oficial mayor consultó con el chamán y los sacerdotes sobre este pedido

y le dijeron que se lo consultarían al monarca, aunque deducían que el

monarca no estaba en las condiciones anímicas para atender a nadie, menos a

un delincuente, que al parecer era la causa del mal que padecía

repentinamente.

De una manera muy sutil el chamán le comunicó el pedido del cazador


furtivo. El monarca lo miró fijamente a los ojos, gesto que preocupó al

curandero y se llenó de angustia.

Al parecer ese gesto decía por si sola la respuesta. Entonces, al chamán no


le quedó más que retirarse, sin decir nada.

Cuando el curandero hubo avanzado tres metros, escuchó la voz del
monarca, quien lo llamó por su nombre “Halcón sanador”, ven. El chamán

quedó sorprendido y se acercó a su rey, quien le dijo:


- Reconozco que eres uno de los mejores curanderos del imperio, además

un fiel servidor, no solo de mí periodo de gobernante sino lo has sido de tres


monarcas nuestros, mis antepasados.-
Hoy tienes muchas lunas encima como edad, te propongo que pases a
jubilarte del servicio, pero esto no significa que quedas fuera del grupo de

chamanes del reino.-


Las palabras del monarca las tomó con sorpresa y preocupación “Halcón

sanador”, pues venía sirviendo desde muy joven a la corte mochica y no se

explicaba porque la propuesta de su rey. No salía de su asombro.

En esos momentos no sabía que responderle. Quedó mudo y mirando al


horizonte. El monarca lo miraba fijamente, esperando la respuesta.

Sentía que el mundo se le venía encima al chamán. Él era a la vez el

curandero de mayor edad entre gabinete de chamanes del imperio. Era toda

una leyenda y una escuela viviente para las nuevas generaciones de

curanderos. En toda la historia del imperio Mochica, no hubo otro como él,

que haya atendido a tres monarcas anteriores.

El rey, le consultó si tenía alguna respuesta a la propuesta. El chamán le

dijo que aún no porque lo hubo tomado por sorpresa. Entonces el jefe mochica
le indicó que le dejaba unos días para que lo decidiera.

Con esa preocupación “Halcón sanador”, se retiró andando cabizbajo, con

la mirada puesta en el suelo.


La propuesta del rey lo había conmovido tremendamente, jamás espero de

su monarca una actitud de ese tipo, pues su oficio era parte de toda su vida y si
cesaba se acababa el mundo para él.
Siguió caminando y se dirigió al jefe de los sacerdotes, le consultó cómo

iban los preparativos del sacrificio del camélido sudamericano. A unos metros
se estaba atizando fuego porque después que degollaran al animal debían

quemarlo como parte del ritual de sanación espiritual.


El sacerdote al verlo, notó algo diferente al veterano chamán y le indagó
qué acontecía con él. El curandero no respondió, prefirió quedarse mudo. La

actitud le preocupó al sanador espiritoso e insistió en su pregunta.


“Halcón sanador” no podía disimular el momento desagradable que estaba

pasando luego de la propuesta del monarca. Después de unos instantes se

animó a responder la curiosidad del sacerdote y le contó:

- Sabes, te contaré la verdad, pero mantenlo en secreto, me prometes, le


inquirió.-

A lo que el espiritoso le juró.-

-Pues bien, nuestro monarca me pidió hace unos instantes que cesara como

su curandero de cabecera y pasara a integrar el grupo de chamanes al servicio

interno de la corte y ya no como ahora.-

- Tú que le has respondido, le consultó el sacerdote.-

- Nada, por ahora, me he quedado sorprendido, le replicó el chamán.-

A lo que el sacerdote le dijo:


- Esto me deja preocupado también a mí, ya que yo tengo varios años como

jefe de los espiritosos y de repente hace lo mismo conmigo.

Sabes, le dijo el sacerdote al chamán, creo que tengo las mismas cantidades
de lunas que tú sirviendo a los monarcas, y la verdad que ya estoy viejo y no

tengo las fuerzas de antes ni la capacidad religiosa para este servicio, pues he
perdido dones concedidos por nuestros apus.-
Por lo que me has contado en estos momentos, estoy decidido a solicitar mi

retiro del culto religioso a los dioses mochicas y darle paso a las nuevas
generaciones, en especial a mis hijos y mis nietos que siguen el mismo oficio

por tradición, le comentó.-


“Halcón sanador” lo quedó mirando en forma reflexiva y le dijo que
admiraba su franqueza y valentía para dejar el oficio de sacerdote. Lo tuyo me

está llevando a la reflexión y creo que te seguiré los pasos, le remarcó al


sacerdote, quien con gesto aprobatorio recibió con agrado las palabras de su

amigo.

IV

En esos instantes, cuando la conversación del chamán y el sacerdote estaba

en su punto más candente, uno de los “religiosos” jóvenes le comunicó al

superior que ya estaba en el altar un guanaco casto para el sacrificio.

El diálogo entre ambos veteranos se vio interrumpido, por el momento,

pues se debía proceder al rito de sanación en favor del monarca.

Se convocó a los sacerdotes, se hizo una invitación selecta a los chamanes,

a algunos miembros de la realeza que acompañaban al monarca, los oficiales

de mayor rango de la guardia, los funcionarios y oidores del rey.


Entonces, luego se inició el rito con un canto a Naylamp y a la diosa Luna.

Pero también se imploró al cielo, a la pacha mama (la madre tierra), a todos

los apus (espíritus). La noche iba avanzando, era necesario que el sacrificio se

realizara antes que llegará el alba.

Los cantos y ruegos se hicieron más evocativos, comenzaron a danzar


rondando el altar y tocaban diversos instrumentos musicales.

Cada participante, al momento de pasar frente al altar hacía una petición


por la salud del monarca. Como era un número regular de los presentes ahí, el

sacerdote mayor pidió acelerar el paso porque la Luna se iba a poner en el


occidente, y por tradición y superstición, el sacrificio debería concluir lo más

pronto posible.
Uno de los sacerdotes jóvenes, por orden del superior, cogió un tumi

(cuchillo en lengua Naylamp) y simulando sacarle filo en el aire, antes de


degollar al camélido sudamericano, dijo:

-¡Oh! Naylamp, todopoderoso, que reinas y gobiernas en lo alto y en la
tierra. Hoy te pedimos por nuestro rey.-

Tú mejor que nadie sabes en que condición se encuentra.-


Los curanderos y los sacerdotes han hecho lo posible por recuperarlo, pero

la capacidad humana no ha podido sanarlo.-

Por eso, recurrimos a ti, que tienes el máximo poder y que actúas cuando

los humanos no podemos contra las fuerzas del mal.-


Te encomendamos nuestros ruegos y escúchalos para que logres sanar al

rey mochica.-

Terminado el rito de pedidos, de las danzas, de los llantos y de los

desgarramientos de los participantes, el sacerdote ayudante que estaba en el

altar, notó que el guanaco presentaba una cara de sufrimiento y de sus ojos

caía unas lágrimas.

Esto asustó al joven religioso y comenzó a temblar. Fue entonces, que el

animal, como señal de despedida de este mundo, emitió un gemido que asustó
a todos e hizo saltar a su degollador desde el altar al suelo.

Los asistentes escucharon despavoridos el gemido del animal, lleno de

dolor. Algunos se echaron boca abajo en el suelo frente al altar por temor.
En medio de su confusión, pensaron que el gemido no era del animal sino

que provenía de Naylamp, quien se había poseído en el guanaco.


No salían de su asombro. Se miraban entre sí, con sus ojos desorbitados.
Pues nunca había ocurrido algo parecido en una ceremonia de sacrificio y

menos, si se ofrecía para el rey.


No atinaban a nada, se quedaron quietos. Luego en lo alto del cielo se oyó

una voz que decía:


Pueblo moche, no se asusten, soy yo, el dios supremo de ustedes.–
Tengan calma y escúchenme. No les pasará nada.-

Sí. Efectivamente, yo me poseí en el guanaco, pues ustedes con sus


creencias, están convencidos que matando a este animal su monarca iba a

encontrar su cura.-

Pues no es así. Falso.-

Yo no me voy a conmover porque matan una animal joven, casto y de color


blanco.-

No, eso no significa nada para mí, y tampoco iba a responder a sus ruegos.-

Saben una cosa, ustedes no han entendido lo que tiene su rey.-

Él no necesita que le hagan un sacrificio pero ofrecido a mí. No.-

Su monarca tiene un problema de tipo sentimental en estos momentos por

la muerte de sus leoncitos.-

Está padeciendo una crisis emocional, que le ha afectado hasta lo más

profundo de su espíritu.-
Por ser un hombre de buen corazón, amante y protector de la naturaleza, no

ha resistido ver, en persona, la muerte de sus animales.-

Su monarca jamás imaginó que iba a ser un espectador de excepción esta


noche de la captura y muerte de los leoncitos. Eso ha sido como haberle

clavado un puñal en su propio corazón.-


Es por eso, que ustedes lo notan como si estuviera en otro lugar y no acá,
pues sus ojos tienen la mirada fija en el horizonte porque no sale de sus

sorpresa tan hiriente.-


Miren, en estos momentos, él necesita reposo absoluto, yo les recomiendo

que lo vuelvan a la tienda y lo recuesten en un petate que tienen ahí.-


Déjenlo que cierre los ojos por unas horas. Ya va a amanecer.-
Cuando salgan los primeros rayos de sol del día, ustedes lo despiertan y

verán que se repondrá, me entendieron, sí, les indicó.-


El chamán, los sacerdotes, los animistas de los apus y el resto que

acompañaba el ritual, le asistieron a Naylamp que sí habían entendido sus

instrucciones.-

Pues bien, les replicó su máximo dios del olimpo mochica, vayan entonces
a animarlo y pedirle, por favor, que repose unos momentos.-

Bien, así ocurrió, fueron a cumplir la orden del dios Naylamp. En el

trayecto iban, ya repuestos del tremendo “susto”, conversando y planeando

una estrategia para convencer a su monarca a que entrará a descansar a la

tienda de campaña, pues en el estado emocional en que se encontraba tenían

sus dudas de que cumpla lo sugerido. Planeaban la forma de cómo persuadir al

rey.

“Halcón sanador” (el chamán) llamó a un costado a “Ciervo espiritual”, el


veterano sacerdote y le consultó si tenía alguna una idea de cómo convencer al

rey y cumplir con lo encomendado por el dios Naylamp.

El jefe de los espirituosos lo miró con cara de sorpresa y le dijo:


- “Mi querido chamán, hoy se me ha nublado la materia gris del

pensamiento.-
Sigo desconcertado tras la aparición en las nubes del dios jefe del olimpo
moche”.-

Bien, elijamos una comitiva para que vaya a conversar con nuestro
monarca, le dijo “Halcón sanador”.

Y creo, continuó, que la debes encabezarla tú por ser el veterano de los


sacerdotes y muy allegado al rey, quien muchas veces confió en ti muchas
cosas familiares y del imperio.

“Ciervo espiritual” lo miró medio sorprendido al curandero y sin


pronunciar palabra alguna, caminó lento como queriendo alejarse de él.

A lo que el chamán le indicó que le correspondía a él, por ser, además,

miembro de la corte y asesor espiritual de la familia y el reino, encabezar la

delegación de notables que dialoguen con su jefe imperial.


El asesor espiritual se mostraba cada vez más indeciso. En el fondo tenía

miedo acercarse al monarca y no se sentía seguro de ser atendido y escuchado.

Para el chamán, el sacerdote era la persona más indicada de ir a hablar con

el rey por ser parte de la familia real y consultor espiritual, además visto como

un sujeto lleno de espiritualidad.

El sacerdote se retiró unos metros, dejó al chamán por unos instantes, tal

vez para analizar la situación, preparar una estrategia o consultarle a la voz de

su conciencia sobre cómo actuar en esta vez, pues no le quedaba otra que por
ser miembro real le recaía el deber y la obligación de acercarse al rey, de quien

además era su familiar directo.

Luego de unos minutos, que le parecieron semanas por la misión que debía
tomar, “Ciervo espiritual” se le acercó a “Halcón sanador”, y le dijo:

- “Sabes, tú tienes toda la razón, me corresponde a mí ser quien encabece la


delegación de alto nivel para hablar con el rey, porque está en juego su vida”. -
Así fue, el sacerdote mayor llamó a todos y les informó sobre el diálogo

sostenido con el chamán a raíz del pedido hecho por el dios Naylamp, y
comunicó que se conformaría una comitiva de alto nivel, la cual él la

encabezaría.
El resto concordó con lo expuesto y muchos se comprometieron a
integrarla.

Entonces, “Ciervo espiritual” confeccionó la relación de convocados.

Estaban el chamán “Halcón sanador”, el jefe del Consejo de ancianos Oka-pök

(El que ve, en mochica), el asesor y ayo del imperio mochica Ap-a-päk (El que

enseña, en lengua Naylamp), el jefe de la guardia real, dos funcionarios reales

de alto rango.

Los llamó a los miembros de la comitiva y les dijo:

- Los he citado por varias razones, una de las principales y ustedes ya la

saben, es la relacionada a la salud de nuestro monarca, que no es de la mejor y


temo que le vaya a pasar algo y nosotros corremos el riesgo de ser acusados

por irresponsabilidad, ya que estamos acompañándolo en esta inspección y por

circunstancias extrañas o por los malos espíritus, es que ha sufrido un shock y

se requiere, urgente, recuperarlo y retornarlo al palacio, donde están sus

esposas, hijos, nietos y familiares, les expuso.-


- Bien, hace unos momentos, ustedes fueron testigos de lo que ocurrió junto

al altar, justo cuando íbamos a sacrificar al guanaco por la salud del monarca.

-Pues bien, solo estamos dando cumplimiento a las órdenes dadas por el
dios supremo, a quien ustedes también escucharon y no podemos incumplir su

mandato por diferentes motivos, de lo contrario sufriríamos un castigo de parte


del ser divino y segundo, que nos esperaría ser sometidos a juicio por la corte

real acusados de negligencia culposa y llevados a prisión o a la pena de


muerte, les reflexionó el sacerdote.-

- Enseguida, les expuso de qué se trataba la misión, la que había sido


planeada junto al chamán en base a las órdenes dadas por su dios supremo y,
les dijo:

-“Solo espero la mayor sutileza posible cuando estemos junto a él.


Hemos creído conveniente que solamente hablarán el jefe del Consejo de

ancianos y yo, por razones obvias”, les explicó.-

- Los otros seis entendieron las explicaciones del sacerdote y concordaron

con el plan estratégico de persuadir a su rey a que descansara y logre su


recuperación.-

Así fue, marcharon los siete hacia donde estaba el rey, quien permanecía

sentado en el tronco del árbol de “palo santo”, cabizbajo, completamente

imbuido en el silencio, con el rostro decaído y casi aletargado.

Al estar frente a él, lo saludaron, a lo que motivó que levantara su cabeza y

los reconociera, pero los miraba casi atónito y sin decirles nada.

El sacerdote le hizo una seña al jefe del Consejo de ancianos para que sea

él quien a nombre de la comitiva le hablara y lo convenza para que regrese a la


tienda de campaña y reposara.

Oka-pök, entonces, pidiendo el permiso respectivo a su rey, le pidió que

escuchara su mensaje. El monarca, lo miró muy apaciblemente y le dijo:


- “Te escucho querido y amado anciano, siempre he apreciado tu sabiduría,

consejos, inteligencia y servicio a tu rey y el imperio, mis oídos están abiertos


a tus palabras, le anotó”.-

Al escuchar las palabras de reconocimiento del rey, el anciano aprovechó la
oportunidad para exponerle las razones de la presencia de la comitiva, a la que

el monarca aceptó de buena forma. Oka-pök, le indicó lo siguiente:


- Señor, sabedores de tu condición de salud, nosotros, quienes te
acompañamos en esta supervisión, nos alarmamos y preocupamos por tu
actual condición física y espiritual.-

-Fue entonces que tomamos una decisión de realizar el sacrificio de un


animal casto para que los dioses intercedan a tu espíritu y ayuden a

recuperarte. -

Hizo un alto y miró al monarca para ver que respondía, pero este

permaneció en silencio, sin embargo lo miro y con un gesto de mano le


solicitó que continuara, lo que entusiasmo al anciano y este prosiguió.

- Bien, mi señor, durante el rito de pago a nuestros dioses por tu salud, así

como a la pachamama, notamos que el guanaco casto comenzó a llorar justo

en el momento que lo iban a degollar, esto nos alarmó y preocupó, porque

jamás, al menos desde que tengo uso de razón, hubo ocurrido un hecho similar

en la historia del imperio, le comentó.-

Oka-pök, continuó con el relato y le precisó que en esas circunstancias,

cuando todos estaban aturdidos se oyó una voz que venía de las nubes, con un
sonido como si fuera un trueno, eso también nos asustó más, le comentó.-

- ¿Y sabe qué pasó? Pues bien, repuestos del susto y miedo, le preguntamos

quién era y qué quería.


Nos respondió afirmando que él era el dios de los dioses del olimpo

mochica.-
- Mi señor, quedamos despavoridos al oír esto. No sabíamos a qué atinar.
Suspendimos el sacrificio del animal.

Enseguida, nos dijo el dios supremo que no nos asustáramos ni


preocupáramos, pues él estaba ahí porque había observado desde el cielo lo

que tú estabas pasando y es por eso, que bajó hasta las nubes para darnos unos
consejos para ayudarte a recuperar, le subrayó.-
El monarca al escuchar este testimonio de parte de su anciano consejero, se

sorprendió. Levantó la cabeza, miró fijamente a Oka-pök y sus ojos denotaban


una alegría inusitada y el semblante del rostro cambió. Esto alegró al resto de

la comitiva.

Indudablemente, el mensaje del consejero había surtido efecto en el alma

del rey, quien tampoco atinó a decirle nada. Solamente lo observaba.


Esbozó una sonrisa y movía la cabeza levemente de arriba hacia abajo.

Se levantó de su asiento rústico. Estiró su cuerpo, extendió los brazos, miró

a los de la comitiva, los saludó y agradeció el gesto de ellos.

Todos quedaron exhortos. Se miraban confundidos. No salían de su

asombro. No se explicaban qué hubo ocurrido en el ánimo del rey para que

luego de oír a su anciano consejero se reanimara.

Ya casi recuperado el rey de los mochicas, le sugirió al anciano que

continuara con la historia porque no había concluido de relatarla. Esto motivó


al veterano para seguir relatando lo acontecido.

- Oka-pök prosiguió con el testimonio. Le indicó que el dios de dioses del

olimpo, nos sugirió a todos que para ayudarte a recuperar te solicitáramos que
regreses a la tienda a reposar. Pues tú necesitabas nuestra atención, la

comprensión de tu estado emocional conmovido por la muerte de tus treinta


leoncitos, le anotó.-
- El dios de los dioses, agregó que el estímulo de nosotros hacia ti era la

mejor medicina, el mejor remedio y el mayor sacrificio que degollar a un


animal, agregó.-

- Bien, tras escuchar a nuestro dios supremo, fue que decidimos, a iniciativa
de tu chamán, formar una comitiva de notables para que hablara contigo y te
propusiéramos lo que ya te explique mi señor, le subrayó.-

- Pero quien nombró la comisión fue tu jefe de sacerdotes, también a


petición de tu curandero, por ser un allegado familiar tuyo y parte de la

nobleza mochica, y a quien sin duda, lo recibirías y escucharías, agregó.-

- Conformada la comitiva, siguió relatando Oka-pök, por méritos y

trayectoria al servicio del imperio, además de ser uno de tus consejeros de


mayor antigüedad y quien siempre te orientó acertadamente, recayó en mí la

misión de hablarte, y así está sucediendo, querido rey, le acotó.-

- Por eso, es que nos ves aquí señor, todos estamos muy preocupados por tu

salud, deseamos que te recuperes pronto y regreses bien a reunirte con tu

familia y sigas conduciendo a nuestro reino poderoso, grande y conformado

por gente inteligente y sabia, indicó.-

A lo que el monarca respondió con palabras muy elogiosas la acción

tomada por ellos y les dijo que lo llevará presente esto hecho hasta los últimos
días de existencia en esta tierra.-

- No saben cómo me encuentro en estos momentos al verlos reunidos junto

a mí, soy sincero, aún no me repongo totalmente del incidente que he visto en
forma personal y ustedes son testigos de excepción, les acotó.

VI

El monarca continuó dialogando con ellos, pero hizo una pausa, miró

fijamente a los ojos del chamán por unos segundos. La gente de la comitiva se

alarmó nuevamente porque eso significaba que aún no estaba repuesto

totalmente. En su mirada aun denotaba que la experiencia vivida esa noche lo

había llenado de mucha ira, mantenía rabia, impotencia y dolor por la muerte

de sus treinta leoncitos.

Todos miraban atónitos el rostro del monarca. Daba la impresión que

presentaba una recaída emocional y espiritual. Hubo pánico en la gente. Fue


ocasión que les permitió trasladarlo a la tienda de campaña levantada para él.

Así fue, acondicionaron una camilla, lo recostaron en ella, cuatro oficiales

la cargaron y trasladaron hasta la tienda, donde se había preparado una especie

de cama de reposo con petates, piel de leones y una manta de hilo. Sin mostrar

signos de resistencia, el monarca se recostó y miro a quienes estaban a su


alrededor.

Quedó tendido en la cama de reposo, pero tanto el chamán como el


sacerdote le pidieron por favor que reposara y que ellos estarían vigilantes si

es que necesitaba ayuda o alguna atención personal. Así fue, el monarca


atendió el pedido y les dijo:

- Saben, haré caso a sus recomendaciones, es mejor para mí. Descansaré


una hora, creo que será suficiente para reponerme. Me pasan la voz cuando el

tiempo se cumpla y luego seguimos conversando, les parece, les indicó y cerró
los ojos.

Bien, al ver que las cosas estaban yendo tal como lo recomendó el dios de
dioses de los mochicas. La gente de la comitiva salió de la tienda y dejaron al
monarca con tres doncellas que lo acompañaban para que se encargaran de

atenderlo si lo necesitara.
Oka-pök, “Ciervo espiritual”, “Halcón sanador” y los otros cuatro de la

comitiva, se reunieron a cincuenta metros de la tienda donde se encontraba el

rey.

Nadie hablaba, solo se miraban, pero estaban tranquilos, serenos al ver que
todo iba por buen camino respecto a su monarca.

Luego hubo silencio total. Todos se sentaron sobre unas piedras traídas de

la orilla del río Zaña. Vieron que a pocos metros había una fogata bien atizada

y uno de ellos preguntó al resto si deseaban beber un mate de agua de “palo

santo”, que es muy aromática y además con propiedades curativas.

“Ciervo espiritual” aceptó la propuesta, el resto también quería beber el

mate, que además es un relajante y necesitaban calmarse luego del susto

llevado con la salud del monarca.


El sacerdote, ante el pedido general, llamó a una de las doncellas que

acompañaba a la comitiva del rey y le solicitó que preparará mate de “palo

santo” y luego se la alcanzara a los siete miembros de la comisión. Así fue, en


exactamente siete minutos estaba listo el líquido y fue llevado a los sedientos

notables.
Se saciaron bebiendo el mate, que también es un elixir obligado cuando hay
ceremonias religiosas en el imperio, así como de uso para los chamanes

cuando se trata de curar alguna dolencia estomacal y espiritual.


Tras beber el espiritoso líquido, quedaron tranquilos, relajados y

comenzaron a compartir un diálogo en torno a la situación política y


administrativa del imperio.
Pues tenía una preocupación porque éste hubo crecido geopolíticamente, su

extensión abarcaba varios nuevos lugares, conquistados en base a triunfos de


guerras.

Comentaban, que el imperio necesitaba no muchas leyes para regular la

conducta de sus vasallos sino capacidad de gestión administrativa, técnicos

que estructuraran un aparato estatal flexible, ágil, sin burocracia.


Pero, además con gran tino para entender y comprender las necesidades

básicas de la población.

Uno de ellos comentaba que, además, se requería una buena instancia

encargada de las rentas y la recaudación de los tributos, porque sin ingresos el

Estado jamás cumpliría con atender a la población y menos ejecutar obras de

magnitud, sobre todo la construcción de nuevos caminos y puentes.

Otro integrante de la comisión coincidió con lo expresado, especialmente

en la construcción de esas obras porque se requiere vías de comunicación,


sobre todo de penetración a todos los lugares del imperio. La capital debe estar

conectada con sus pueblos y su gente.

No nos olvidemos, agregó, que un gobierno prospera cuando tiene contacto


con sus pueblos, pues se entera de lo que pasa y recoge las inquietudes en

forma rápida. Es decir, se entera de lo que ocurre, de las necesidades y sobre


todo, si la administración cumple con su tarea de atender a la gente.

Otro de ellos dijo que si un pueblo paga sus impuestos a favor del monarca
y el imperio, entonces, los gobernantes deben ser recíprocos con sus

pobladores y atenderlos en sus premuras, que generalmente son


requerimientos de obras de infraestructura.
Y hoy, dijo uno de ellos, con el auge del imperio en el punto político se
debe atender a todas sus comarcas por igual. Soy de la idea que de todo lo

recaudado en tributos se debe distribuir las partidas en forma proporcional, de


acuerdo a las prioridades de sus necesidades, pero esto debe estar sujeto

también a la dimensión que tiene cada pueblo y el requerimiento de sus

necesidades más importantes.

Concuerdo con lo expresado, dijo el siguiente, además no se puede


marginar a nadie, por más pequeño que sea un pueblo siempre va a requerir de

obras y por consiguiente, si debido a la proporción de contribuyentes aporta

menos que otro que es más grande no se le debe medir por eso y darle menos

partida para sus obras. De lo contrario, se va a generar un descontento y puede

ser motivo de una rebelión.

A su turno el siguiente, consideró reflexiva la anterior opinión y dijo, no

nos olvidemos que conformamos un imperio, con un monarca, un estado y un

gobierno. Es decir, somos una unidad, tanto en lo político, lo geográfico, lo


económico, lo étnico, lo cultural, etc.

Es decir, por tanto, en base a esa unidad, nadie es mejor ni diferente a otro.

La proporcionalidad debe imperar en la distribución de las partidas para obras.


Si no deseamos resquebrajar la tan aludida unidad, acotó otro, entonces

debemos abogar por eso. Dejémonos de actuar en forma singular, egoísta,


marcando diferencias regionales sino se resquebraja la unidad del imperio.
Tenemos que actuar con una mentalidad más integracionista y no separatista.

Una administración integracionista será sinónimo de éxito en el gobierno,


en las relaciones políticas, en sus relaciones sociales, en las relaciones

humanas, sin discriminaciones. Habrá armonía y se evitará el descontento de


las masas. Y sobre todo, reinará la paz.
Agotado el tema, todos esbozaron una sonrisa por la coincidencia en sus

opiniones en favor de la armonía, la integración, la justicia y la paz social en el


imperio, que después de todo, convivía ya decena de siglos con un auge

político y administrativo.

Era un imperio gobernado con inteligencia y una gran sensibilidad humana,

social y espiritual del parte de los monarcas o señores de Sipán que se turnaron
en los tiempos la conducción de ese gran reino norteño, cuyos vestigios

étnicos, culturales, sociales y de corte moral, hoy siguen conservándose en el

norte del país.

Luego de este conversatorio, la gente de la comitiva decidió tomarse un

respiro y cada quien comenzó a caminar por su lado como meditando no solo

el diálogo sostenido de tinte político y económico sino con la expectativa

sobre qué ocurriría en breve con el rey, porque ya se estaba venciendo el

plazo en que se le debía despertar.



VII

Mientras estaban caminando dispersos, de la tienda del monarca salió

corriendo una de las doncellas que lo atendía en búsqueda de los miembros de

la comitiva, quienes se desplazaban despreocupados, sonrientes, llenos de

tranquilidad y sosegados.

¿Qué había pasado? Pues sencillamente, el rey había despertado y

preguntado ¿qué hacía ahí, entre los petates y los cueros del león? Las chicas

se asustaron por la forma cómo les preguntó y ellas no sabían que responder,

por eso una de ellas había ido a buscar a los que lo trajeron ahí.
El señor mochica miraba sorprendido a las doncellas y les indagó que hubo

ocurrido con él.

Las chicas le preguntaron si se sentía bien, a lo que él respondió que sí.

Les mencionó que recordaba que estaban de inspección en la reserva

natural, visitando sobre todo la leonera, donde vio que unos tipos extraños
habían dado muerte a unos leoncitos.

Siguió con su relató y recordó que los hubieron capturado, eran más o
menos veinte sujetos, indicó. Las chicas no salían de su asombro por la forma

como recordaba el monarca los sucesos.


Les preguntó por el resto de la comitiva, las doncellas le explicaron que

estaban afuera. Mandó que los llamaran para conversar con ellos.
Así fue, una de ellas fue a buscarlos. Cuando los ubicó, les comentó lo

sucedido y ellos fueron presurosos entre pasmados, sorprendidos, preocupados


y con cierta incomodidad, pues el rey se hubo despertado antes de tiempo y

creían que eso era un factor de pesadumbre.


Se juntaron, encaminaron hacia la tienda de campaña, encabezaba el grupo
el anciano consejero Oka-pök, quien en el trayecto iba dando instrucciones a

los demás sobre qué actitud tomar cuando estén frente al monarca, pero eso si
recomendó, en especial, mantener la calma y esperar verlo y verificar su

estado de salud, por lo que recomendó al chamán en ser el primero que ingrese

a la tienda.

Grande fue la sorpresa de ellos cuando vieron que el monarca los recibió
con una amplia sonrisa y buen ánimo. Los saludó, dio la mano a cada uno, los

invitó a sentarse en el suelo para conversar. A lo que accedieron e hicieron un

semicírculo. Inició la conversación y consultó cómo es que apareció recostado

en estos petates.

- Por favor, les dijo, quiero que me relaten pormenorizadamente qué hubo

acontecido. Solo recuerdo que estábamos por la leonera y observamos con

asombro e ira que unos malvados que mataban a nuestros leoncitos.-

En esos momentos, recuerdo, los grité y salté la verja y me enfrente a uno


de ellos que estaba premunido de un cuchillo, yo saqué mi látigo de cuero de

serpiente y le arrebate la daga con un latigazo.-

Después ingresó toda la guardia y atrapó a unos veinte más o menos, pero
notamos que otros huyeron. Esa escena, les juro, me destruyó interiormente.-

No podía creer que lo más preciado entre mis animales del reino fueran
víctimas de estos despiadados.-
Fue entonces que sentí perder mis facultades. Yo mismo no me explico qué

me pasó. En esos momentos mi mente se nubló, noté que quedó en blanco de


tanta rabia, dolor e impotencia, pues ya no podía revivir a mis leoncitos.-

Indudablemente, que mi estado de salud les debe haber preocupado a


ustedes y con toda razón, les dijo, pues sí me pasaba algo, sin duda, la gente de
la corte los iba a responsabilizar de la desgracia y serían juzgados injustamente

sin haber cometido un delito.-


Pero gracias al dios Sol y su olimpo, es que estoy nuevamente bien, con

mis cinco sentidos normales, mi ánimo recuperado y mi espíritu mejorado,

pero necesito ver cómo está todo afuera, ah y sobre todo, quiero ver

nuevamente a esos delincuentes que vinieron a destrozar nuestra reserva.-


Silenció el rey, miró a todos, sonriente, y les dijo:

- Ah, debemos ya partir hacia el palacio porque es demasiado tarde y no

vaya ser que nos sorprendan los apus del bosque aquí y se posesionen en

nosotros y nos afecte. Luego guardó silencio.-

En nombre de la comitiva tomó la palabra el chamán y le contó todo lo

acontecido, lo que ellos planificaron para recuperarlo, qué se estimó

conveniente, de qué manera se le debía tratar y sobre todo acordamos

mantener la tranquilidad y confiar en su fortaleza, ya que usted es un guerrero


de muchas batallas y siempre estuvo cerca de la muerte, le acotó.

El rey replicó y le agradeció al curandero y al resto de la comitiva, así

como a las doncellas y su guardia. Sintió sed e indagó si le podrían traer agua
del río Zaña, que a esa hora de la madrugada transcurría limpio porque bajaba

límpido desde las alturas andinas de Cajamarca.


Oka-pök le anotó que podían invitarle un vaso con agua de “palo santo. A

lo que inmediatamente aceptó el monarca, quien con una rapidez increíble


terminó de beber y pidió otro poco más.

Los invitó a salir de la tienda, el cielo estaba con una luna llena, que le
daba un buen aspecto a la paradera mochica. Se podía percibir a varios metros,
con nitidez las cosas, el bosque, los caminos, algunos animales, la gente que
pasaba a realizar sus faenas agrícolas.

Pidió, sin ánimo de perder la calma y la serenidad, que lo condujesen hasta


donde estaban los detenidos venidos del Yaguas. El sacerdote le sugirió que no

haga eso, pues podría verse afectado por los recuerdos y vaya a tener una

recaída en su salud.

El monarca le dijo que no se preocupara, que ya le había pasado el mal


momento pues requería conversar con ellos, ya que hasta donde recordaba,

llegó a detenerlos y ordenado su captura y traslado a las celdas de la prisión

que estaba a las afueras del centro administrativo del reino.

Así fue entonces, cumplieron con su pedido. Lo condujeron hasta una

tienda donde los habían depositado y estaban custodiados por más de quince

guardias. Los cazadores furtivos estaban amarrados de las manos y formaban

un círculo.

Llegó al lugar y los vio. En esos momentos no pudo contener nuevamente

su estado emocional, pues el estar cerca de ellos, le generó un nuevo shock. El


curandero y el sacerdote se le acercaron y le indagaron si sentía bien. A lo que

les respondió que sí.


Eso calmó a sus asistentes. Efectivamente, el monarca tuvo la capacidad de

recuperación y manejo de la situación, pues también era consciente que podría


tener una recaída y eso sí, no se podía presagiar cuáles sería sus efectos.

El rey pidió que lo dejaran conversar con los delincuentes, pero que estén
presentes todos los de la comitiva para que tomen “apuntes” en su memoria,

por lo que iba a explicar.


Se acercó al lugar donde estaban los detenidos, les hizo un gesto con la
mano derecha, en señal de saludo y, luego llamó al guardia que estaba
encargado de la vigilancia y su traslado a la prisión. Le preguntó cómo estaban

los cazadores furtivos, si habían probado alimento alguno y sobre todo, cuál
era el estado de su salud.

El guardia le explicó todo lo referente a la custodia, la rotación de los

celadores para atenderlos y cómo se estaban comportando hasta ahora. Le

indicó que no había ninguna novedad, que los detenidos habían tenido un
comportamiento correcto, aunque estaban algo triste porque sabían que iban a

pasar muchas lunas de reclusión.

Mientras el monarca conversaba con el jefe de guardia encargado de vigilar

a los detenidos, uno de los cazadores, con voz fuerte, le dijo:

- “Señor, queremos hablar con usted sobre nuestro delito cometido en su

reino”.

El monarca quedó sorprendido porque el cazador furtivo hablaba

correctamente la lengua mochica.


El rey le entendió el mensaje y le dijo:

- Dime, ¿dónde aprendiste mi lengua?-

El detenido, esbozando una sonrisa, le dijo: “la aprendí de un comerciante


de estas tierras que vende productos naturales y hace intercambio con los

comerciantes de mi lugar”.-
A lo que el monarca le retrucó, bien, entonces que quieres hablar conmigo.
Pero, creo que no tenemos nada que platicar, le acotó, recuerda que tenemos

distintos rangos y estamos en diferentes situaciones.-


A lo que el delincuente, casi suplicándole, le solicitó unos cuantos minutos

para explicarle cómo es que llegaron e invadieron la Reserva Natural de los


leones.-
El monarca aceptó la solicitud de hablar con el detenido. Enseguida le dio

la orden al jefe de guardia encargado de la vigilancia de intervenidos, que


desatara las amarras y que esté acompañado por cuatro guardias en el

momento que iban a dialogar.-

Así fue, el guardia encargado de la custodia dio la orden a sus subalternos

para que soltaran un momento al sujeto que había suplicado hablar con él.
Desataron al cazador furtivo, lo llevaron hasta donde se encontraba el

monarca. El señor mochica, mirándole a los ojos, le dijo:

-“Bueno, que deseas explicarme o decirme sobre lo que ha acontecido, te

cedo la palabra y sé breve porque debemos retornar hasta palacio y los

servidores a sus casas, además estamos agotados por todo lo ocurrido”.-

- El jefe de la banda que intentó robar leones, le indicó, casi con voz

quebrada y melancólica: “nosotros desconocíamos que estos felinos estaban en

su feudo. Señor, le dijo, sabe, nosotros fuimos contratados por nuestro


monarca, pues a él le agradan sus leones y en alguna vez tuvo unos ejemplares

en su reino, allá en Yaguas, lo que sucedió es que se murieron por la falta de

cuidado de parte de nuestro jefe”, refirió.-


El señor mochica al escuchar este testimonio se enfadó. Su rostro se

encendió, sus ojos se mostraron como perdidos en el horizonte, asumió una


posición meditabunda, parecía que, nuevamente, se iba a repetir el cuadro del
shock. Pero, luego de unos instantes, se repuso, al parecer ya no deseaba entrar

nuevamente en la crisis emocional que lo puso al borde de un desenlace fatal


hacía un par de horas, aproximadamente.

El espacio donde estaba el monarca, junto a sus séquitos, se rodeó de un


clímax de preocupación, al extremo que su guardia real rodeó al rey para
evitar que tenga un desmayo o desvanecimiento, pues debían protegerlo de

una posible caída al suelo.


También estuvieron pendientes el chamán y su equipo de curanderos, tan

igual como el jefe de los sacerdotes. Hubo tensión y preocupación, temían que

una recaída sería fatal para su rey.

Felizmente, ante la mirada atónita de todos, el monarca mochica se serenó,


miró a su alrededor, a la gente que estaba junto a él, pero asimismo, observó a

los detenidos con cierto síntoma de ira.

Mirando a los cazadores furtivos, tomó aire, a la vez que abrió los brazos, y

lo expiró lentamente, gesto que alivió a su gente porque eso denotaba que

estaba bien en sus facultades.

Ya serenado, el Señor de Sipán, llamó a uno de sus ayos y asesor Ap-a-päk

(El que enseña, en lengua Naylamp), y le solicitó un consejo sobre qué hacer

en estos casos con los detenidos. Indudablemente, de todas maneras los


llevarían a la prisión, pero la consulta era sobre qué tipo de castigo merecían,

ya que las normas del reino que protegían la fauna y flora eran muy drásticas,

y caso como el de los cazadores del Yaguas, merecían la pena máxima, que era
la pena de muerte.

En ese sentido, el monarca estaba en una disyuntiva, pues en el fondo


quería que les caiga todo el peso de la ley, pero también sus sentimientos lo
conmovían y se ponía en el pellejo de los detenidos y consideraba una pena

“benigna” o menos drástica.


Le consultó a Ap-a-päk si recordaba la tipificación de las penas que

establecía el código de sanciones. El consejero le respondió afirmativamente.


A lo que el monarca le replicó, entonces qué pena de sanción menos drástica le
podemos aplicar a estos veinte sujetos extranjeros, que habían matado treinta

leoncitos.
Ap-a-päk, le dijo señor, establece penas de treinta lunas en prisión, pero

demás deberán realizar trabajos forzados al servicio del rey y del reino. Esta es

la pena “benigna” que les correspondería, es decir, si les perdona la vida.

El monarca, tomó del brazo a su ayo y asesor, lo llevó unos metros lejos de
los demás y le dijo, con tono casi de compasión:

- Dime, Ap-a-päk, ¿les puedo perdonar la vida después de lo que han

hecho? Lo miró fijamente a los ojos, esperando una inmediata respuesta de su

súbito.-

Ap-a-päk, también miró a su rey. Se llevó la mano izquierda al mentón,

cerró los ojos, guardó silencio, de seguro, como una forma de consultarle a su

conciencia y dilucidar en su interior una respuesta sabia al rey.-

Pasaron unos tres minutos y no había respuesta del asesor y ayo. El


monarca miraba hacia el cielo, en silencio, gesto que dejaba entrever que

también consultaba a los dioses del olimpo mochica, porque su asesor no

respondía nada.
Se retiró unos metros de su asesor, como queriéndole dar un respiro, un

espacio y que no sienta la presión u obligación de una respuesta no meditada


con su presencia. De reojo lo miraba esperando que le dijera algo, pero no veía
ninguna reacción del consejero.

Hum, hum, hum, pronunció esta interjección como un llamado de atención


al asesor, quien no se inmutó por esto. Entonces, el monarca volvió a emitir

por tres veces la misma onomatopeya, y aun así, no hubo respuesta. Su ayo
continuaba en silencio, con sus ojos cerrados.
Al parecer, el asesor jamás imaginó estar en esta situación, algo

embarazosa, en sus años de servicio al reino nunca tuvo este trance tan difícil,
pese a que conocía todas las leyes del reino y muchas veces absolvía casos

punitivos, tanto para la corte como para la población.

Ante la demora del asesor en temas legales del imperio, el rey lo dejó unos

minutos más que meditara y llamó a los siete integrantes que conformaron la
comitiva que le ayudó a reponerse. Les dijo:

- Le hice una consulta a mi asesor en temas legales pero hasta ahora no

encuentro respuesta, quizá ustedes pueda ayudarlo. ¿Qué les parece?

El “kismik” (anciano), en nombre del grupo le afirmó que podían contribuir

con la consulta de tipo legal, pero le indagó de qué se trataba.-

A lo que el rey, esbozando una amplia sonrisa, le comentó de qué se trataba,

ya deseaba aplicar la sanción punitiva más justa a estos delincuentes.-

Entonces, el “kismik”, haciendo una venia, le dijo al rey, “no dudes de


nuestra colaboración. Tendrás la respuesta a tu importante inquietud, que

además no solo es tuya, es de todo el reino porque la pena que se le aplique a

estos sujetos será una especie de sanción ejemplar pata todos nosotros”, le
anotó.-

A lo que el rey le subrayó: “Efectivamente, “kismik”, lo que buscamos con


la pena a aplicar es que sirva de escarmiento para otros que intenten hacer lo
que esta noche realizaron estos extranjeros.-

Continuó hablando, y le indicó, es tiempo que apliquemos, mediante un


juicio correcto las sanciones que se merecen estos sujetos. No quiero un juicio

apasionado, me agrada un proceso llevado por la razón y lo que establecen las


leyes, duplicó.-
- Bien, entonces los dejo. ¡Ah! La decisión tómenla junto a mi asesor legal,

por ser él jurisconsulto de la monarquía y con muchos años de ejercicio en lo


que conoce, les indicó.-

Así fue, la comitiva encabezada por el “kismik”, se dirigió a donde estaba

Ap-a-päk, quien seguía sumido en su silencio, con los ojos cerrados, casi

inmutable. Consultaron entre ellos si era oportuno “despertarlo” de su


aletargada meditación o dejarlo que “despierte” por su voluntad.

Estaban en una encrucijada, pues si lo movían de su estado de

concentración, tal vez podrían cortarle la inspiración de interpretar las leyes

del reino, la que tendría que comunicar luego al monarca qué tipo de pena se

merecían los delincuentes de la fauna. El anciano se le acercó para intentar

“sacarlo” de su trance, cuando en esos instantes, el asesor de asuntos jurídicos,

abrió los ojos y observó al “kismik” a su lado.

- Bueno, qué pasó, ¿dónde estoy? Fue lo primero que dijo.-


“Kismik”, decidme, ¿qué ocurrió? No recuerdo absolutamente nada. Mi

cerebro quedó en blanco.-

Muy vagamente recuerdo que estaba reunido con el rey, quien me consultó
sobre las leyes del imperio y creo que estaban relacionadas con los castigos

que se debería aplicar a los extranjeros que mataron a los treinta leoncitos.-
Entonces, prosiguió, le dije que me dejara consultar a mi memoria al
respecto. Entré en concentración y de ahí para adelante no recuerdo nada. No

sé qué tiempo he estado con los ojos cerrados, pero además, mi mente no
revoca nada de nada, remarcó.-

Solo logró recordar, muy vagamente, que escuchaba voces a mí alrededor.


Como por ejemplo, alguien decía: “que tendrá el asesor de leyes que no se
mueve”.-

Otros decía: ¡Estará vivo! Lamemos al chamán para que lo observe,


expresaba otro. Hubieron voces que comentaban que había bebido alguna

pócima espiritosa y seguramente estaba bajo los efectos de ella.-

También escucha que alguien comentaba que estaba embriagado con zumo

de chicha de jora. Yo, quería reaccionar antes todos esos comentarios, pero
como que alguien no me permitía reaccionar.-

Sentía que alguien dominaba mi cuerpo, mi mente, mis reflejos. Estaba

como capturado por un espíritu, no sé si del bien o del mal, pero me sentía

poseído, relató.-

Saben. En mi mente notaba que yo gritaba muy fuerte, y que todos me

escuchaban pero no hacían caso de mis gritos. Pues, quería deshacerme de ese

encanto.-

Intenté por todos los medios zafarme del espíritu, emplee todas mis fuerzas
física, mentales y espirituales, pero él era más fuerte. Sentía que con su poder

me asfixiaba. Hasta que tuve que rendirme, de lo contrario me hubiera

matado. Entonces le dije, dime “qué quieres de mí” me respondió: “nada, no


requiero nada de ti”, relató.-

Todos quedaron sorprendidos por lo que hubo acontecido con este asesor
del rey. No podían creer el suceso del trance. Pero, asimismo, se alarmaron
porque supusieron que estaban en terreno que correspondía a cierto grupo de

espíritus.
El “kismik”, dirigiéndose a todos les dijo:

- “No relaten este episodio a nadie, incluyendo el monarca, porque puede


cundir un pánico generalizado y eso nos puede costar muy caro, sobre todo por
las mujeres y niños que nos acompañan”.

Recuerden que los espíritus siempre se comunican con los seres vivos. Esta
vez le tocó al asesor, pudo ser cuales quiera de nosotros a quien hubiera

elegido para transmitir sus deseos, sus inquietudes, sus preocupaciones, sus

vaticinios o que un asunto está por ocurrir. Pero a veces, también desean

expresar su malestar por alguna acción reñida contra la vida, las costumbres, la
moral, etc, les recordó el anciano.

Otro de los que estaban en el grupo, recalcó, pues es sabido, que cuando

espíritu somete por unos instantes a un ser vivo, esto es una señal de mal

augurio, casi siempre es el anuncio de una fatalidad. Pero esperemos que esta

vez sea la excepción, acotó.

A su turno, el jefe de los sacerdotes, agregó, que resultaba curioso que el

asesor no haya relatado el final de su trance y comunicación con el espíritu

que lo retuvo en su espacio celestial. Hubiera sido interesante que nos diga qué
ocurrió al final, para a partir de eso saber, a ciencia cierta, cuál es el mensaje

que nos ha querido dejar el ser espiritual.

Cuando concluyó su relato decidieron buscar al asesor para que expusiera


la parte final de su triste encuentro con el ser celestial y de esa manera hacer

una interpretación más exacta sobre el mensaje. Grande fue la sorpresa para
ellos, pues había desaparecido mientras dialogaban.
Su preocupación por saber dónde estaba el asesor fue interrumpida porque

comenzó a acercarse al grupo el rey. Tenía un rostro diferente, se le notaba


más repuesto de su shock. Muy comunicativo, era el monarca de siempre, con

espíritu bonachón, bromista, alegre, siempre sonriente.


Al llegar al grupo de referentes, se dio con la sorpresa que no estaba su
asesor de leyes. Miró a todos, observó a los alrededores y tampoco lo divisaba.

Entonces, preguntó por él a los que estaban ahí. Nadie le dio respuesta, parecía
que la tierra se lo había comido.

Entonces, el monarca dio la orden que buscarán por todos los confines al

asesor, pues se requería su presencia urgente, ya que le debía una respuesta

sobre una importante decisión de jurídica.


Salieron en grupo de tres los guardias reales. Nadie ubicaba al asesor. De a

poco iban regresando donde el rey las cuadrillas de búsqueda para informarle

que la tierra se lo había “tragado”. No estaba por los alrededores.

Bueno, todos se preocuparon la cosa se tornaba algo seria, el asesor

principal en leyes y mandatos reales estaba declarado no habido. Era increíble

cómo hubo desaparecido, si hacía unos instantes estuvo comentando su

experiencia paranormal con un espíritu desconocido, pues no reveló si tenía

una identificación. En el espectro celestial, todos los espíritus tienen rangos y


nombres.

Pero, bueno, lo importante, por ahora, no era saber el rango ni nombre del

espíritu sino ubicar al asesor. Pues de la opinión de él dependía la sanción que


se aplicaría a los veinte cazadores furtivos del reino de Yaguas, quienes

estaban retenidos en el campamento e iban a ser llevados a la prisión real en


breve, donde quedarían ahí hasta que se inicie el juicio.
Cuando todos comentaban la desaparición del asesor, vieron que de unos

sembríos de caña brava salía muy pálido el jurisconsulto. Corrieron a verlo el


chamán y su grupo para atenderlo y ver que acontecía con él. Le preguntaron

que hubo pasado. Éste les comentó que se le presentó una urgencia fisiológica
y por eso es que corrió a los matorrales mientras ellos interpretaban lo dicho
por él.

Se acercó el monarca bastante preocupado porque temía que le había


pasado algo malo. Le indagó que aconteció con él, a lo que respondió que

sintió una necesidad fisiológica y lo más adecuado era esconderse en los

sembríos. El rey soltó una risotada por lo comentado y se tranquilizó. “Te

entiendo y comprendo, a todos nos ocurre en algún momento estas urgencias,


nadie está libre, ni el rey ni el súbdito más humilde”, le acotó.

Vuelto todo a la normalidad, el monarca le inquirió que había sido de su

rememorización de los códigos legales del imperio, que regulan los actos de

conductas y las relaciones sociales entre los habitantes y los extranjeros.

A lo que el asesor respondió, “mi señor, estos extranjeros se han burlado de

nuestras normas y existe un código que estipula que en caso de matar a uno de

los ejemplares de las reservas naturales, la pena máxima es el ahorcamiento o

morir apedreado. La decisión lo toma un consejo de justicia (tribunal o


juzgado), el cual usted debe presidirlo”.

Hecha la denuncia por el asesor consejero, en este caso yo, por haber sido

testigo de excepción del asesinato de treinta leoncitos, debo presentarme ante


usted hacer la denuncia y luego por mando suyo se conforma un consejo de

justicia, que debe estar conformado por siete notables, entre ellos, ancianos,
ayos, consejeros jurisconsultos, veteranos de guerra y funcionarios protectores
de nuestras reservas naturales, le explicó al rey.

Uno de los ancianos, al escuchar el comentario del asesor principal del rey
en aspectos legales, tomó la palabra y dijo: Señor, dirigiéndose al rey, me

permite tomar la palabra. Sugerencia que fue aceptada por el monarca debido
a que dicho personaje, por su intachable conducta, estaba destinado a integrar
el consejo de justicia.

- Mire, usted, acabo de escuchar, con todo respeto, la opinión del jurista,
quien es que conoce sobre leyes y normas en el reino, y la verdad, cuando

señaló que la pena máxima que recaerá sobre los que mataron a los leoncitos

es la pena capital, pensé que sería muy terrible, sobre todo, sabiendo que ellos

llegaron acá sin conocer nuestros preceptos legales y motivados por un sucio
pago de retribución de parte de su rey.-

Te pido, señor, que no le apliquemos dicha pena, pensemos en uno de

nosotros, nuestros hijos, familiares o miembros del reino, que llegará a

cometer un delito en otra comarca, y sean capturados y penados con la muerte.

¿Cómo nos sentiríamos nosotros al llegar a conocer que unos de los nuestros

murió de esa forma en tierras extrañas por desconocimiento de las normas

jurídicas del reino lejano?, reflexionó.

La exposición del anciano mochica hizo meditar al monarca. No se


imaginó una opinión de esta manera. El rey se cruzó los brazos y lo miró con

cierta preocupación.

El rey, le replicó, mira mi estimado anciano, tu reflexión acerca de los


delitos, las penas, los juicios, son oportunas, sobre todo viniendo de un

hombre como tú, respetado y apreciado en mi reino, pero no podemos


inhibirnos de aplicar una pena a estos forajidos, que han llegado de lejos con
un solo fin, matar a mis leones y comercializar su piel.

Dicho acto, anotó el monarca, ya constituye una afrenta contra nosotros y si


no aplicamos la ley, ¡entonces, qué! A caso, no somos un imperio respetuoso

de las normas. Si condono la acción de estos malhechores estoy creando un


mal antecedente y sería yo el primero en el reino en desconocer las leyes, es
decir sería visto como un anarquista y en el imperio reinaría la “ley de la

jungla”.
Te pregunto, le dijo, quieres que vivamos una “ley de la jungla”, donde no

haya orden, donde no se respete nada. Te imaginas una sociedad así, tirada a la

suerte, a los tiempos, a las conductas, a la maldad, a los delitos. Es decir, un

caos social, político, moral, religioso. Te reitero, puedes vivir en una sociedad
así, mi querido anciano.

De mi parte, te diría que no me encantaría ni me agradaría vivir con una

“ley de la jungla”, porque eso sería motivo para que cada quien haga las cosas

de acuerdo a su mentalidad, su educación, su formación, sus costumbres, sus

pensamientos, sus ideas, sus valores, sus intereses, sus maldades. Tú, yo y

todos los que estamos acá, sabemos que en este mundo hay buenos y malos,

pero más abundan estos últimos.

Entonces, querido amigo, que estás en nuestro lado desde hace más de
cincuenta lunas, sirviendo a mis antepasados y el imperio, comprendo que

aparte de ser un asesor imperial eres un ser humano, movido por sentimientos,

por razonamientos y tu espíritu sabe, perfectamente, que ellos no pueden


quedar libres de castigo. Sea cual sea tu opinión y posición frente a los

salteadores, bien sabes que no debemos ceder y tirar al suelo las leyes que
norman nuestros actos y conductas en el reino.
- Pero ellos, deberán de pagar, de acuerdo a nuestras leyes, que se aplicarán

en forma justa, eso sí, y así se lo recomendaré a los juristas de la corte real
cuando los juzguen, añadió, para luego guardar silencio por varios minutos.-

Las palabras expresadas por el monarca también fueron escuchadas por los
delincuentes foráneos, quienes lo miraron sorprendidos. No salían de su
asombro por la forma tan cortes en que habían sido tratados por el monarca

Mochica.
Bueno, concluido todo esto, el monarca ordenó levantar tiendas, recoger las

pertenencias y formar una caravana de retorno a la sede principal del reino, la

ciudadela mochica, que distaba unas cinco horas de camino, es decir, tenían un

largo trecho por andar, e indudablemente agotador. Así fue, luego de una hora,
todos reiniciaron el regreso. Se distribuyeron por grupos. Iban en la avanzada

los guerreros, expertos y veteranos de guerra y combates. Era una especie de

fuerza de choque, quienes estaban listos a repeler cualquier ataque. Eran

diestros en el manejo de armas.

Seguía una patrulla de jóvenes guerreros expertos en manejo de armas

contundentes. Detrás de ellos estaban los ancianos y las mujeres con los niños.

Le seguía el anda donde iba el monarca, y era cargada por veinte personas, de

buen físico, estampa atlética, pero además, expertos en defensa personal y


cierta experiencia en la guerra. Era su seguridad personal, preparados para

cualquier emergencia en salvaguarda del rey.

Completaban la caravana todos los funcionarios de alto nivel, los asesores,


los chamanes, los sacerdotes y consultores menores, quienes iban detrás del

anda del rey. Seguían en orden, otro compacto grupo de guerreros, entre
veteranos y noveles, todos preparados para la guerra y la defensa personal. A
continuación iban los súbditos que realizaban todo tipo de servicios.

Detrás de estos iban los veinte detenidos extranjeros, amarrados de manos


y pies, vigilados por unos cuarenta hombres. En la parte posterior, otro grupo

jalaba a los leones muertos, que habían sido agrupados en varios petetes. Junto
a ellos iban unos cien guerreros cuidando la retaguardia.

Pero cuando estaban a medio camino, nuevamente el monarca comenzó a
sentirse mal. Al parecer, lo que había vivido no se hubo borrado de sus

recuerdos y mente. Los hechos presenciados fueron suficientes para afectar su

estado anímico. No podía creer lo que sus ojos hubieron observado aquella

noche. Estaba consternado, desconcertado y apenado.

Esto preocupó nuevamente a todos. Pues estaban ante un problema ya de

tipo psíquico, sentimental, muy marcado.

Los asesores, consejeros, chamanes y sacerdotes que iban detrás del anda,

obligaron a los cargadores a parar y bajar inmediatamente al monarca. Se le


acercaron, le consultaron cómo se encontraba. Él los miraba nuevamente con

sus ojos puestos en el horizonte. Esto era una mala señal y una profunda

preocupación, porque si no se recuperaba se verían en la necesidad de hacer un

campamento de sitio ahí y atenderlo. No podían seguir camino de regreso en la

condición de salud en que estaba su monarca.

Estaban junto a él los chamanes, los sacerdotes y asesores principales. El


curandero le tomó el pulso y notó que estaba bien. Le hizo algunas preguntas y

las respuestas denotaban que estaba bien emocionalmente y no ido. Lo que les
preocupaba era su mirada desorbitada.

El “kismik” se acercó al chaman y le pidió que lo dejara un instante con el


rey. Así fue. El anciano le habló al oído y le pidió que sea sincero con él. Te

voy a preguntar algo y me vas responder con la verdad, le sugirió al rey.


- ¿Dime, cuál es el motivo o la razón que te está llevando a sufrir la

descomposición de tu estado anímico, denotas una bipolaridad, por momentos


se te nota bien y luego te transformas y nos preocupas?, le anotó.-
El rey lo miró en forma melancólica y le respondió: “Sabes muy bien que
yo soy un protector de los animales del reino y en especial de mis leones,

herencia de mis generaciones y únicas especies no existentes en otros reinos.


Por eso, es que dicté leyes drásticas para evitar que los cacen y los maten.-

Pues bien, hasta ahora, en el reino nadie hizo daño a estos animales. Nunca

hubo noticia de parte de los celadores de la reserva sobre algún incidente sobre

los leoncitos. Eso me mantenía feliz porque estábamos evitando su extinción.-


Claro, tú me dirás, pero muchos de tus leones se han muerto o han sido

sacrificados en otros lugares a donde los llevaste como regalo, ya sea por

cortesía, como premio por una buena acción o en retribución por la buena

administración de mis representantes en tierras conquistadas. Sí, así es, pero

no he sido testigo de hechos como el que vieron mis ojos esta noche.-

Quizá sea eso lo que me ha conmovido, al ver cómo estos salteadores han

matado a lo más preciado que tengo entre los animales del reino.-

No llego a asimilar este golpe. No me explico cómo puede haber gente que
destruye no solo a otro ser humano sino a los propios animales que no les

hacen daño a nadie.

Jamás me había imaginado, ni en sueños, ser testigo de este daño a mis


animales. Pienso, que en fondo soy un ser muy sensible y tal vez, esa sea la

causa de mi estado depresivo, le comentó al anciano, quien logró entender lo


que padecía su rey y simple atinó a decirle: “Te entiendo estimado señor
mochica”.

El anciano le dijo que su estado depresivo podía manejarlo siempre y


cuando haga el esfuerzo de olvidar, de a poco, lo que hubo observado esta

noche. “Mira, le dijo, sino pones de tu parte no logarás superar este mal. Hazlo
por el bien tuyo, de tu familia, de tu reino, de tus propios animales. Me
prometes tratar de superar tú solo este padecimiento emocional”.

Ante el pedido del anciano, el monarca lo miró sonriente y le dijo:


“kismik”, no te preocupes por lo que significa para mí el reino y todo que hay

en él, te juró superar este trance a partir de este momento. Al escuchar esto el

anciano, se alegró, y rompiendo el protocolo, lo abrazó, a lo que el rey

correspondió emocionadamente y le dijo al oído: “Te quiero, mi viejo”.


Bien, la caravana siguió y no acontecieron nuevas alarmas por la salud del

monarca. El anciano llamó a una de las mujeres y le preguntó si entre ellas

había cantoras, a lo que la fémina afirmó el asunto. Entonces le pidió que

formara un grupo de coristas para que lo que quedaba del trayecto entonaran

canciones de paz y amor, que se cantan en las festividades del reino.

Así fue, la veterana mujer armó un grupo de coristas y durante el trayecto

ensayaron varios cantos alusivos a las fiestas del reino. Eso agradó al monarca

quien poco a poco se fue estabilizando emocionalmente. La estrategia del


anciano tuvo efecto, sabía que la música es la mejor terapia para el alma y los

sentimientos.

Sin mayores contratiempos, la caravana entró en la ciudadela del reino, el


alba se ponía para entrar la mañana. La población se aglomeró al ver llegar a

su monarca y todo su sequito. Hubo vivas, gritos, hurras y postraciones, pues


el monarca es visto como un “semidiós”.
El monarca fue llevado al interior de su palacio, en la entrada se le rindió

los honores conforme a su alta investidura, en la puerta de acceso estaban


todas sus mujeres y más de cien hijos, nietos, familiares y altos funcionarios

del reino. También cada quien se desplazó a sus hogares o lugares de servicio,
la plaza principal en unos minutos quedó vacía, sin griteríos.
Los cazadores furtivos llevados a la prisión del imperio, que distaba a una

media hora del centro de la ciudadela y siempre estaba vacía, pues no había en
el imperio delincuencia y si alguna vez encontraba un detenido ahí era por

hechos no muy graves, como no cumplir con las tareas conjuntas de la

comunidad o faltar a los trabajos en favor del imperio.

Transcurrieron las horas y a la mitad de la tarde (más o menos las 15:00


horas), salió de su palacio el rey de los mochicas y se dirigió acompañado de

una comitiva a la casa del jefe de la guardia carcelaria, pues deseaba saber en

qué condiciones se encontraban los prisioneros. Además, de hablar con ellos.

Pero también, a la vez, estaba interesado en designar o elegir a los

miembros del consejo de justicia para que al día siguiente se inicie un juicio

sumario contra los detenidos, a quienes, de acuerdo al temperamento de

algunos notables, no se les debía matar sino imponer penas de carcelería

severas.
Así fue, llegó a la vivienda del jefe de la prisión, conversó con él, le expuso

sus planes de juzgamiento y la posición de muchos notables frente a una

posible pena de muerte contra los detenidos.


El jefe de carcelería escuchó atentamente al monarca y le dijo: “Su

majestad, el juicio deberá ser totalmente imparcial”, es mi parecer, pero qué


dirán los miembros del jurado; no podemos influenciar en sus conductas y
decisiones, le anotó.

Al escuchar las palabras del jefe de la carcelería, el rey coincidió con la


posición de éste y la consideró equilibrada, sensata.

Tras haberlo escuchado, inmediatamente salió de su vivienda y en el


camino fue llamando a otros agentes y se unieron al grupo que iba a la prisión
a visitar a los detenidos. Pero, nuevamente, caminando rumbo a la cárcel,

comenzó a tambalearse. Entonces, su grupo de protección se percató de la


situación del rey. Le preguntaron si se sentía bien y él les dijo:

- Me siento mal. No sé qué me pasa. Me tiemblan las piernas, acotó.-

Pareciera que tengo mareos y siento que me voy a desvanecer, replicó con

voz entrecortada.-
Por favor, déjenme sentarme en aquella roca lisada, pidió a su guardia.-

Entonces, tres de los miembros de su guardia real lo ayudaron a que llegara

hacia la piedra lisada que estaba a unos cuatro metros de distancia.

Uno de la guardia fue encomendado a que vaya a avisar al chaman para que

atendiera al rey. Éste llegó y lo auscultó. Uno de los guardias le dijo:

“El señor se siente mal, nos dijo que no puede caminar y estaba medio

atontado”. Pero, además percibía mareos.-

Inmediatamente el chamán le tomó el pulso, le abrió los párpados para


verle sus ojos.-

Luego puso sus oídos en la espalda del rey, a la altura de los pulmones y los

sentía que estaban bien.-


Le pidió que abriera la boca para ver cómo estaba su laringe, faringe y

amígdalas.
Le solicitó que respirara hondo y expirara suavemente el aire.-
Así lo hizo el monarca. Hasta ahí, esa parte de sus órganos fisiológicos no

tenían complicaciones. -
Le tomó el pulso nuevamente.-

Lo miró a los ojos y le indagó cómo se sentía, a lo que el rey de los


mochicas respondió que bien.-
Aprovechó el rey para indicarle al curandero que no encontraba explicación

alguna al cambio de su estado emocional.-


- Sabe- le dijo el chamán-, usted debe mantener la calma en estos

momentos, pienso que la muerte de sus treinta leoncitos le han complicado el

funcionamiento de sus órganos vitales.-

Si va a mantener en sus pensamientos en este suceso, le aseguro, que se


complicaría su salud. Todo está en sus manos. Olvide lo ocurrido, y sanará, le

insistió.-

Luego, el chamán guardó silencio. Dejó reposando unos instantes al rey

para que se estabilice emocionalmente. Pero era consciente que la cosa no

podía mantener esta situación en secreto, no era ético y estaba en la obligación

de contárselo a la familia real, pero en primera instancia al jefe de la guardia

carcelaria, quien después delegaría a un subalterno para que avisará en palacio

que el monarca estaba algo decaído y que era necesario ser atendido por su
familia, entre ellas sus doscientas concubinas y más de un centenar de hijos

adultos y nietos.

El chamán llamó al jefe de la guardia y le dijo: “el monarca tiene algo


subida la presión arterial, por eso, es que sentía mareos y no podía mantenerse

en pie”.-
A lo que le pidió suspender la marcha para que el monarca descansara unos
instantes y se recupere.-

Entonces, el jefe de la guardia real ordenó a los subalternos que buscaran


ramadas de algarrobo, a fin de levantar una especie de toldo para proteger al

monarca de los rayos solares. Así fue, se hizo como se ordenó. Un grupo de
princesas que acompañaban el cortejo real lo atendían, le echaban aire con
ramas de juncos para evitar que se sofocara.

Nuevamente cundió el temor entre todos por la salud del monarca.


Cabizbajos y cariacontecidos, no atinaban a nada. Hubo silencio sepulcral en

el lugar. El chamán creyó conveniente acondicionar una tienda y trasladar al

monarca hacia ella. Así fue. Los súbditos la levantaron y pusieron en el suelo

varios pellejos de cuero de león, una almohada y dos guardias de seguridad en


el interior. Al costado estaba el chamán muy atento a cualquier emergencia.

El monarca reposó tranquilo. Miraba alrededor. El chamán se le acercó y le

preguntó cómo se sentía:

Él respondió con voz suave: “Bien, tranquilo, creo que me está pasando los

mareos y ya puedo respirar mejor”, indicó.-

El rey miró al chamán, esbozó una ligera sonrisa. Ese gesto era señal que se

iba reponiendo. Luego, observó hacia la entrada de la tienda, como intentando

dirigir sus ojos hacia el horizonte y poder meditar unos minutos, pero luego
bajó la cabeza y respiró profundamente.

Aquella respiración era indicio que en su interior tenía dolor, pena,

nostalgia, aflicción o algo más doloroso, pero no que no lo expresaba, tal vez
para no preocupar a su gente.

Sin embargo, esos gestos y su silencio preocupaban más a su gente.


Simplemente, ellos observaban y por respeto no le consultaban cómo se sentía,
pero todos estaban tensos y ansiosos por su salud.

Pasaron varios minutos, en el interior de la tienda, el rey seguía con la


cabeza agachada hacia el suelo, los ojos los tenía cerrados. No hablaba nada ni

se inmutaba. Luego emitió un gemido, alzó los brazos con las manos
extendidas. Todos miraron asombrados y hacían ademanes. Daba la impresión
que estaba orando o pidiendo a sus dioses ayuda espiritual.

Después bajó sus brazos hasta la altura de su cabeza y colocó sus manos en
la nuca y empezó a balancearse de un lado a otro como quien busca una

respuesta o una explicación a todo lo que venía viviendo y especialmente a

encontrar una respuesta a lo cometido por aquellos tipos contra lo que quería y

cuidaba con esmero: sus pequeños leones.


Pasaron algunos instantes y el monarca retiró las manos de su cabeza y

salió de la tienda y levantó nuevamente sus brazos con las manos extendidas

hacia el cielo y con los ojos casi al borde de las lágrimas exclamó:

-¡Por qué han hecho esto!-

Siguió mirando al firmamento, que estaba despejado y con un cielo

completamente azul, y los fuertes rayos solares reflejaban sobre su figura una

sombra integra del monarca, quien desgarrado por el dolor contemplaba como

el silencioso éter no respondía a sus clamor lastimero.


Enseguida llamó a su asesor y ayo Ap-a-päk (El que enseña, en lengua

Naylamp). Le habló en tono bajo y le dijo:

- “Maestro mío, hoy ha sido para mí un día extraño, raro y lleno de cosas
inexplicables. Lo que hube presenciado anoche ha trastornado mi espíritu y me

siento demolido en mis sentimientos”.-


- He sido humillado y burlado, prosiguió, por unos insensibles cazadores,
explicó y calló porque su estado emocional lo había compungido y no tenía

aliento para seguir hablando.-


Ap-a-päk, miraba pasmado la escena. No atinó a decirle nada, solo lo

miraba en silencio.
El monarca observó a su asesor y comenzó a realizar expresivos gestos y
miradas penetrantes como que le sugería que le hablará. Luego, puso una

mano en el hombro derecho de Ap-a-päk, como queriendo sostenerse y


encontrar consuelo en su dilecto asesor, quien también abrumado por el dolor

del monarca, no atinaba a nada.

Ambos estaban parados en la entrada de la tienda y los rayos del sol caían

en forma perpendicular sobre ellos. Sudorientos, y anonadados por el calor, se


estrecharon en un abrazo. Era una escena conmovedora: rey y consejero,

estaban casi entre sollozos.

Su ayo entendió que el señor estaba afligido y comprendió que necesitaba

reposar, ordenó a un soldado real que trajera un banco de tronco de algarrobo

para sentarlo. Trajeron el aposento y fue colocado ahí por los guardias y una

“vírgenes” servidoras le daban aire con ramas del mismo árbol.

El monarca, con el rostro que reflejaba dolor, miraba desconcertado

alrededor de él. Sus acompañantes se llenaron de preocupación y miedo


nuevamente porque presumían que algo le ocurría. Él miró nuevamente al

cielo como intentando comunicarse con sus apus, para elevar una plegaria.

Pasaron unos diez minutos y el monarca alzó la mirada y dijo:


“No se preocupen por mí. Me encuentro bien, sólo estaba meditando y,

preguntándoles a nuestros dioses porque existe gente perversa en la tierra. Y


les indagaba que si allá, en su morada, también existían”.-
Calló nuevamente. Comenzó a respirar profundamente y exhalaba el aire

por su boca. Parecía que estaba desahogándose de lo ocurrido. Un poco más


tranquilo habló nuevamente:

- ¿Saben que me respondieron los dioses mochicas cuando les indagué


sobre la existencia de gente mala en su morada?-
-Me dijeron que no, que allí sólo moraban personas que gustaban de hacer

el bien y no destruían nada de lo que tenían o los rodeaba.-


- Entonces, yo me quedé estupefacto por la respuesta de las deidades y

comprendí que el ser humano es una criatura sin contemplaciones y que no

ama lo que el gran Universo le ha regalado para que hermosee esta tierra y no

cuida de sus bienes, relató algo nostálgico.-


Al concluir su explicación, miró hacia el suelo, quedó profundamente

mudo por largos minutos.

Su séquito se alarmó y preocupó nuevamente por su estado anímico. El

monarca tenía los ojos completamente inflamados, en señal de que había

derramado muchas lágrimas por impotencia, dolor y rabia. Todos sus

acompañantes lo rodearon, pero nadie atinaba a preguntarle cómo se sentía.

El día se volvía más sofocante, la temperatura se había elevado

enormemente, era una mañana de estío norteño, donde hasta el aire que flota
es insoportable porque está caliente.

Los súbditos murmuraban entre ellos su interés por saber cómo se

encontraba su monarca, pero nadie se atrevía a preguntarle sobre su salud.


Algunos sospechaban que estaba sofocado por el calor reinante, otros dudaban

y había quienes creían que su síntoma se debía a otra índole, de tipo


sentimental o psicológico.
Entonces, el jefe de los servidores, ordenó a los Päron (vasallos, en lengua

mochica), que lo ventilaran echándole aire con una especie de abanicos


confeccionados de paja seca de totora. Así fue, se acercaron cuatro de ellos y

haciendo una venia le pidieron que los dejara echarle aire. El monarca accedió
con una sonrisa.
Pero, en realidad, lo que desconocían era que el monarca se estaba

sofocando pero de ira y cólera por lo que había presenciado la noche anterior.
Era como si lo hubieran despojado de su propio pellejo o de una de sus

mayores joyas o trofeos de guerra. Se sentía peor que haber perdido una

batalla contra otro rey vecino. Sus ojos reflejaban dolor intenso.

Con la suave ventilación que iba recibiendo, algo que le alivió su malestar,
como que se sintió refrescado en su alma por la atención que recibía de sus

súbditos. Exteriorizó su agradecimiento con gestos de complacencia y miraba

con aprecio a los fornidos servidores.

Desde su banco, miraba al oeste. Luego volvió a colocar su cabeza entre

sus manos. Esto alarmó nuevamente a su gente. Pues para ellos, sobre todo

para el chamán y los sacerdotes, era signo de que efectivamente algo estaba

mal en el monarca.

Y su preocupación era mayor porque el rey no confesaba hasta ahora cuál


era la dolencia que tenía en su interior. Tal vez, él no decía nada por no

preocuparlos o quizá quería vivir solo ese sufrimiento.

En forma silenciosa, sin que nadie se diera cuenta, agachó más la cerviz y
la introdujo entre sus piernas y suspiró profundamente, como quien intenta

disipar el mal momento vivido.


Pasó unos cinco minutos en esa postura. Luego alzó los ojos hacia el cielo
y levantó los brazos y manos nuevamente como reiterando su plegaria a los

dioses mochicas y esperando que le explicaran ¿por qué estos desdichados


habían matado parte de su rebaño de leoncillos pequeños?

El tiempo corría y al cabo de una hora, más sosegado, el monarca se puso


de pie, levantó otra vez la cabeza hacía el cielo y gritó, nuevamente, a todo
pulmón como deseando que el propio Sol, que alumbraba el firmamento y la

Tierra, le escucharan su queja y denuncia:


- “Ayápuc yos xllang (Poderoso dios Sol, en mochica), ¿por qué los

humanos, quienes se autocalifican seres pensantes, actúan perversamente

contra las otras criaturas que nos diste como acompañantes en esta tierra y los

destruyen?-
Tú, que pusiste -prosiguió- bellos ejemplares para que se regocije nuestro

espíritu y alegren nuestros sentidos, hoy tu creación es destruida solamente por

el estúpido instinto del hombre de obtener riqueza a costa de indefensos

animales”, remarcó con un tono bastante dolido-.

Concluida su afligida queja, nuevamente se sentó y llamó a un ayudante y

le dijo que deseaba beber agua.

Le alcanzaron un vaso de oro que contenía el líquido elemento, decorado

con hilos de plata, en cuyo contorno estaba dibujado, irónicamente, la imagen


de un león peruano.

Bebió con mucha ansiedad el líquido, como queriendo apagar un incendio

en su interior, cuyas llamas aún ardían en sus vísceras, corazón y entrañas. Al


dar el último sorbo de agua, el jefe de los mochicas comenzó a tiritar.

Esto preocupó a sus séquitos y llamaron a uno de los chamanes del reino
que estaba entre los que acompañaban el cortejo real, quien inmediatamente
fue atenderlo, le tomó el pulso, abrió los párpados para verle las pupilas de los

ojos, luego puso su oreja a la altura del pecho, lado izquierdo, para sentir
como latía el corazón del emperador.

La tensión creció más entre los cortesanos y los vasallos que acompañaban
al monarca, cuando el brujo-curandero llamó a otro de sus colegas para que le
ayudara a auscultar a su rey. El resto del séquito quedó sorprendido por la

acción del chamán al llamar a sus ayudantes para atender al rey. Se miraban
unos a otros muy atónitos. Por sus rostros, denotaban que su monarca estaba

mal, muy mal.

Al parecer, el chamán mayor había detectado algo extraño en el sistema

orgánico del máximo jefe de ellos y quería confirmar su sospecha con la ayuda
de otros chamanes.

Es decir, se requería que más de uno lo revisara y luego ver si coincidían

sus diagnósticos. Así fue, uno por uno fue auscultándolo y guardaban en sus

memorias lo que habían descubierto. Al concluir el último de los chamanes su

trabajo, el jefe de ellos convocó a una “junta de curanderos” para cotejar sus

resultados y sobre ello tener un diagnóstico claro del mal del paciente real.

Los chamanes se apartaron unos metros del resto de los que acompañaban

al rey, entre servidores personales, su guardia real, los cortesanos adjuntos, los
asesores, los guerreros, los sacerdotes, los súbditos de servicio, etc, para

debatir sus resultados y ver qué decisión tomaban.

A lo lejos los miraban el resto de la comitiva, quienes formados en


pequeños grupos comentaban su inquietud por saber qué iban a decir los

chamanes tras los exámenes realizados al monarca.


Con suma serenidad, que es clásico en los profesionales de la salud, los
chamanes iban discutiendo y comparando los resultados de sus diagnósticos,

pues deseaban ver en qué puntos coincidían y en cuáles no.


Todos los que estaban presentes centraron las miradas en su monarca, quien

luego de haber pasado la revisión del equipo de curanderos, se sintió algo


mejorado, pero luego realizó un movimiento brusco de cabeza como
queriendo dar a entender que la cosa no estaba andando bien para él.

Dentro del grupo que estaba cerca del monarca se hallaban tres sacerdotes
reales, quienes corrieron a ver que acontecía, pues los chamanes estaban muy

concentrados viendo cuál sería el resultado final de sus análisis y no se habían

percatado del hecho. Los religiosos le indagaron si sentía bien. El señor

mochica los miró, tomó de la mano a uno de ellos y le dijo:


-“Hijo, me siento bien. No te preocupéis”.

Al escuchar esto el sacerdote, esbozó una tímida y dudosa sonrisa, pues en

el fondo, no creía en las palabras de él, ya que exteriormente hacía denotar su

deteriorado estado de salud.

- Puedes regresar donde los otros sacerdotes y decirles lo que he dicho

sobre mi estado de salud, le encomendó el monarca al joven sacerdote.-

Ah, diles que tu rey es un hombre fuerte y que los dioses lo protegen.-

No vayas a alarmarlos, eh, te pido, por favor, le duplicó el rey a su joven


sacerdote, quien asombrado, entre tranquilidad, serenidad y sorpresa, lo tomo

de la mano a su monarca.-

Así fue, el joven religioso volvió donde sus colegas de oficio y les
comentó, con lujos y detalles el breve diálogo sostenido con el monarca. A lo

que los otros, muy llamados por su curiosidad e interés, le indagaron cómo lo
veía al rey.
- Miren, no se alarmen, les dijo contundentemente.-

Nuestro rey está mejor que muchos de los que vivimos en el reino.-
Tiene una tremenda fortaleza moral y espiritual, además de alegría, les

comentó.
Los otros dos religiosos al escuchar a su colega, se miraron entre sí y con
gestos y señas faciales, se decían entre ellos:

- Y ¡qué es esto que nos está diciendo nuestro colega!


Estaban tan anonadados y sorprendidos, que no entendían nada. Al

contrario, pensaban que su joven colega estaba borracho o había contraído el

“síndrome del monarca”.

Y qué era el “síndrome del monarca”. Lo consideraban un estado de salud


de tipo mental y afectiva, que por lo general, dejaba a una persona en una

condición de inanición general, que lo mantenía como estúpido, fuera de sí.

Pero que es consciente de lo que pasa a su alrededor.

Los viejos sacerdotes, pensaron entre sí, que ahora no solo se debían

preocupar por el monarca sino por su colega. Ambos decidieron hacer una

oración a sus dioses para que ayude a su amigo a que sea salvado del

“síndrome del monarca”.

Pero, creyeron conveniente invitar a su colega a que se ponga en medio de


ellos, pues debían imponerle las manos para ayudar a su recuperación y

sanación, pues creían que este podría generar nuevos contagios y eso sí

complicaría a todo el reino.


Mientras que los chamanes hubieron concluido su conclave y coincidieron

en sus diagnósticos y les comentaron a los de la clase teocrática que el “Señor


de Sipán” presentaba un fuerte latido en su corazón y temían que sufriera un
paro cardiaco o una taquicardia.

Los chamanes explicaron a los religiosos que el malestar que aquejaba al


monarca habría sido producto de la sorpresa que se llevó al descubrir in

fraganti a los depredadores de sus leones, hecho que le afectó no sólo el lado
anímico sino también el orgánico.
Entonces, los sacerdotes optaron por retirarse a un costado y llamaron a

unos jóvenes, a quienes solicitaron que recogieran toda clase de corteza seca
de los árboles y, luego levantaran un pequeño altar de piedras y alrededor de

éste colocaran los palos recolectados, formando un montículo. Así lo hicieron

los garzones.

Luego, los sacerdotes pidieron a los acompañantes que se retiraran de las


cercanías del rey e hicieran un círculo en torno al altar. Cogiendo dos piedras

blanquecinas y frotándolas entre ellas obtuvieron fuego con el que prendieron

las hierbas secas y se atizó una fogata. Los dos religiosos con una manta

cubrían y destapaban cada quince segundos el fuego provocando una

humareda.

Éstos se postraron de rodillas en el suelo y con sus cabezas, que tocaba el

piso, comenzaron a realizar un rito pagano pidiendo a los dioses del imperio

Mochica que ayudaran a reponerse al monarca.


Por su parte, el rey permanecía inmutado ante la actuación de sus

religiosos, quienes cada vez hacían nuevas piruetas con el propósito de ser

escuchados por los dioses que gobiernan el Universo. El rito llevaba casi una
hora y no se notaba ningún efecto especial en el ánimo del emperador.

Ante la falta de un resultado halagador en la salud del rey, los cortesanos


comenzaron a sentirse nerviosos y muy preocupados. Un grupo de trece de
ellos, los de mayor rango en la corte, realizaron un concejillo del último

momento para tomar alguna decisión que conllevara a solucionar el problema


de salud del monarca.

Para los nobles, era inexplicable ver en esas condiciones a una persona
como su rey, a quien lo consideraban como un semidiós. En sus mentes no se
concebía la idea de que el diestro guerrero y gran estratega militar, notable por

los éxitos, a quien se le debía el desarrollo y progreso del reino mochica como
civilización, esté con la moral resquebrajada y literalmente “por los suelos”,

sin esperanzas que se recupere en un breve lapso.

Por su lado, los sacerdotes rogaban para que la lumbre no se consumiera,

porque de lo contrario su rito se truncaría y no iban a conseguir espantar a


algún mal espíritu que pudo haberse introducido en el cuerpo de su monarca.

Los antiguos peruanos del norte, así como otras culturas precolombinas

conocidas a través de la historia universal, consideraban al fuego como un dios

y creían que su energía era una pócima con poderes extraños que ayudaba a

curar y sanar a las personas.

Pero para los religiosos, en el fondo no era tanto su temor de que se

apagara la llama sino el quedar en vergüenza delante del rey y los miembros

de la corte, incluso de los súbditos, pues eso significaría la pérdida de prestigio


y de respeto hacia ellos, porque dentro del escalafón cortesano estaban en la

cúspide de la pirámide social del imperio.

Ante los fallidos intentos, que con toda buena intención realizaban los
chamanes, sacerdotes y otros por tratar de descubrir el mal que tenía el Señor

de Sipán y curarlo, surgió entre los presentes un anciano que conformaba el


Consejo del reino. Éste, en forma cortes solicitó que lo dejaran conversar con
el monarca, porque tenía una ligera sospecha de saber cuál era la causa de su

dolencia.
Pero los curanderos y religiosos no querían que el veterano interrumpiera

sus faenas, las que aún no habían concluido y que según ellos, estaban casi a
punto de ayudar a sanar al emperador mochica. El impedimento de los
“especialistas” no melló en la actitud del viejo consejero, quien insistió en que

lo dejaran acercarse al monarca.


Al verse impedido en su propósito, optó por alzar la voz y les dijo:

-“Señores, acabemos de una vez por todas con esta farsa. Todas los

experimentos y pruebas practicados por ustedes no han dado los resultados

esperados-.
- El día avanza y pienso que ya es hora de retirarnos. No creo que el Señor

de Sipán llegue a morir de hoy a mañana o mientras retorne al palacio-.

- Lo único que deseo es ayudar, entiéndame y dejen acercarme a él porque

tengo la impresión que su estado anímico tiene un origen espiritual”-, acotó.

El anciano concluyó su explicación, que más que todo era una llamada de

atención a quienes estaban aplicando la terapia de recuperación del príncipe

mochica.

Los sacerdotes y chamanes reaccionaran alteradamente contra él y


generaron un alboroto con ribetes de escándalo, porque consideraban

impertinente la presencia del veterano consejero en su labor, ya que ellos se

consideraban los únicos llamados a tratar en esas circunstancias al rey.


A pocos metros, preocupado, observaba todo aquel tumulto el Señor de

Sipán, quien reaccionó al notar que comenzaban a atropellar al veterano


servidor del reino y gritó:
Oka-pök (El que ve, en Naylamp)- dirigiéndose al “kismik” (anciano)-, le

dijo:
- “Ven acá un momento, deseo conversar contigo.-

Te ordeno”-, expuso con voz de mando.


Al oír las palabras del monarca, los que estaban intentando impedir que el
anciano se acercara a él, sólo atinaron a dejarlo que fuera hacia su señor.

Esbozando una amplia sonrisa, Oka-pök, con caminar pausado, se acercó


lentamente hasta el lugar del monarca y le puso la mano en el hombro, en

señal de la gran amistad que los unía y de la mutua confianza, el veterano le

dijo:

-¡Yo sé lo que tienes!-.


- Como no voy a saberlo, si te conozco desde hace más de cincuenta años,

cuando fui testigo de tu nacimiento-.

- En aquella vez,-le recordó- tu padre, el príncipe Taycanamo, me invitó

cortésmente a presenciar el parto, honor que se les concedía a los máximos

representantes de la corte y a personas muy distinguidas.

- Tu progenitor le dio mucho auge al imperio, luego de varios años de haber

sido sometidos por otras culturas estuvimos a punto de extinguirnos-, subrayó.

Hizo un alto en su relato, cogió un vaso que contenía agua y dio varios
sorbos, miró a los ojos del monarca chiclayano y le consultó si podía proseguir

con el relato histórico.

El Señor de Sipán lo miró, esbozó una tibia sonrisa y con un ademán,


moviendo su cabeza, le sugirió que continuara. Así fue, entonces el viejo

consejero anotó:
-Tu antecesor nos volvió a colocar en el lugar que siempre nos
correspondió y, hoy nuevamente somos un imperio fuerte, rico y culto-, le

remarcó con cierto orgullo de güerequeque (pájaro silvestre en lengua


mochica, que según narra una leyenda lambayecana, del buche de esta ave

salió la primera pareja de habitantes de Lambayeque)-.


El monarca asintió la cabeza dando por cierto el relato del anciano quien, a
propósito, era una biblioteca viviente del imperio moche. Pues sabía de

memoria los orígenes de los mochicas.


Aprovechó la oportunidad de estar cerca de su monarca para ilustrarlo,

recreándole su pasado, señalándole que los Naylamp habían surgido como

potencia cultural en la Costa Norte del Perú un siglo antes de la era Cristiana y

que su máximo apogeo precolombino se desarrolló entre el siglo I hasta el VI


después de Cristo, pero luego sucumbió ante la presencia de civilizaciones

más poderosas.

Pero pese haber sido sometidos por otros pueblos, los mochicas jamás

perdieron sus costumbres hasta que en el siglo XIV resurge como Reino

Chimor que viene a ser la reencarnación de los moches en versión moderna.

El anciano, que no sólo conocía la historia ancestral y reciente de los

mochicas, era un hombre profundamente religioso quien veneraba con sumo

respeto al dios Naylamp (en la cosmovisión moche, ésta deidad ocupaba, en


orden jerárquico, el primer lugar.).

Pero, además, el veterano consejero también fungía de psiquiatra y se

atribuía tener dones especiales de agorero, así como ciertos poderes de


vidente, que le permitían ver más allá de lo que otros mortales no tienen esa

dicha.
Al notar que el monarca estaba más tranquilo, le pidió que se calmara
porque iba a revisarle las pupilas de los ojos para verificar en ellos cuál sería

la causa del alicaído estado anímico.


El monarca le concedió permiso, entonces el anciano, en forma cuidadosa,

le abrió el párpado del ojo derecho y comenzó a observar su interior. Le


preguntó al rey si le dolía el glóbulo ocular. A lo que respondió que no. Bien,
entonces revisemos el izquierdo, dijo.

Así lo hizo y le consultó nuevamente si sentía algún malestar en dicho


órgano, a lo que el monarca Chimor le respondió que no. Luego, el veterano

consejero procedió a tocarle el pulso de las muñecas y lo encontró en su ritmo

normal. Lo mismo hizo con los latidos del corazón y notó que tenían un ritmo

acelerado.
Esto preocupó al anciano y le pidió al príncipe que se relajara. Le ordenó

que se levantara y respirara por la nariz y exhalara por la boca el aire. Esta

terapia física la aplicó porque deseaba ayudarlo a recobrar la serenidad.

Al cabo de un minuto el monarca sintió que el aire que aspiraba se

desplazaba por todo su cuerpo y llegaba hasta la punta de los dedos de sus

pies.

Se sintió aliviado y esbozó una amplia sonrisa, expresión que alegró al senil

terapeuta.
Bueno, al ver que la primera parte de su plan se había cumplido sin ningún

contratiempo, el consejero dio paso a la segunda etapa de su terapia. Pues

estaba decidido a reanimarlo y darle valor para que pueda reiniciar el regreso a
su palacio, porque de seguro, en la casa real, ya existía un ambiente de

preocupación por la demora del monarca. El anciano lo dejó reposando por


unos minutos. Luego, Oka- pök se acercó nuevamente al rey y le dijo:
- Tú sabes que hoy tendremos luna llena.-

Esto es una buena señal para los que conocemos e interpretamos las fases
de este satélite de la Tierra-.

Agrego: Según la leyenda mochica, en esta fecha ningún gobernante es


atacado por un mal orgánico, mental o espiritual.-
- Los dioses extienden sus brazos sobre ellos para protegerlos de algún

espíritu de las tinieblas que intente causarles daños y, así puedan disfrutar de
una larga y sana vida.-

Pues bien, así que no hay motivo alguno ahora para que tú estés con tu

estado emocional alterado.-

Debes confiar en el apoyo de nuestras deidades y verás que pronto estarás


bien, te lo aseguro, le afirmo con aire de confianza.-

El Señor de Sipán quedó observando a su veterano consejero y le dijo:

-Sabes, queridísimo anciano, tú has llegado en el momento más indicado para


mí.-

- Hasta hace más de una hora me sentía el hombre más destruido moralmente

de este reino y del Universo.-

- Miró al anciano y le confió: “En el fondo de mi ser me sentí inferior,

reducido en mi fuerza moral y física. Deseaba no haber nacido”-.

- Y sabes, cuál fue la causa de todo esto: Debido, a que mis ojos habían
visto a una banda de “yaktum” (truhanes, en mochica), matando a los animales

protegidos por el imperio.-


- Aquel acto depredador de los delincuentes- le detalló- afectó mi alma,

porque, bien lo sabes tú, yo quiero a mis leones, que son el símbolo de nuestra
civilización desde hace varios siglos.-

- Debes recordar que nuestros ancestros les dieron a estos animales una
categoría de deidad, le acotó el monarca.-

Hizo una pausa, luego prosiguió el Señor de Sipán:


- Son tan mansos, pero a la vez defensores de nuestro territorio, que muchas
veces han ido junto a nosotros en campañas de conquistas de otros reinos y, en
varias ocasiones, la sola presencia de ellos bastaba para ganar moralmente a

nuestros enemigos y someterlos rápidamente, le acotó.-


Entonado y con muestras de haber superado su dolencia, el monarca relató

al anciano sobre la última campaña que hubo realizado hacia el norte de

Lambayeque, junto a un ejército de tres mil guerreros diestros en el manejo de

las armas como la huaraca, la onda, las lanzas y otros objetos contundentes.
- “Llegamos a la cercanía de un río, donde acampamos porque la noche nos

había ganado-.

- En aquella oportunidad, recordó, llevamos ciento y un leones,

amaestrados para la lucha y adiestrados en “olfatear” el terreno enemigo.-

- Habíamos recorrido buen trecho de caminos, entonces nuestros guerreros

quedaron agotados por el andar bajo un fuerte sol, muchos iban sintiendo

estragos y se quedaban dormidos, relató pausadamente el rey mochica.

- Al ver que los guerreros estaban agotados y dormitando, se dio la orden


de dejar sueltos a los felinos para evitar que nos sorprendan los soldados del

otro reino.-

- Todos estaban tan cansados, incluso yo, que no llegamos a sentir que al
campamento se acercaban unos desconocidos, quienes venían a matarnos.-

- Los visitantes no sabían que bajo las ramas de los árboles estaban
despiertos nuestros felinos.-
- Uno de los guerreros enemigos fue tan osado, que se acercó confiado

hasta el campamento, cuando de uno de los arbustos salió, casi “volando” en


el aire, y rugiendo cual fiero animal, una de nuestras mascotas, la que derribó

al intruso y lo atrapó.-
- Al oír el rugir de nuestro león y los gritos desgarradores del intruso, nos
despertamos y vimos en el suelo a un tipo con un arma contundente, quien

gritaba pidiendo que le sacaran de encima a la pequeña fiera-.


- Así fue, lo levantamos y en su rostro, que estaba pálido, se reflejaba aún

el pavor y terror vivido. Al día siguiente avanzamos, sin problemas, recordó.-

El anciano se emocionó con la historia contada y notó que su pupilo, el

monarca mochica, estaba recuperando su estado normal y le insinuó que


continuara con esa narración porque al parecer no había terminado aún. Así

fue, prosiguió el rey:

Así, se nos abrió la puerta para conquistar un pueblo más para el imperio. Pero

lo que quiero destacar aquí es la importante participación que tuvieron

nuestros leones, quienes en estampida persiguieron a otro grupo de soldados

que habían venido a atacarnos, ellos huían despavoridos con rumbo

desconocido.-

Al guerrero capturado lo interrogamos y nos confesó quien era su rey, el


lugar donde moraba, cuántos militares tenía preparados. Además indagamos

sobre sus costumbres, dioses que veneraban, a qué se dedicaban los jóvenes,

las mujeres, los ancianos y otros datos que nos permitieron elaborar un plan de
conquista, el que dio resultado después.-

Cuando llegamos al centro de la ciudad del reino que íbamos a conquistar,


grande fue nuestra sorpresa porque fuimos recibidos con grandes honores por
el propio monarca conquistado.-

Hubo fiesta de tres días, no se registraron enfrentamientos de tropas. Ellos


aceptaron nuestras condiciones y manifestaron que se sentirían felices de

integrarse a los mochicas, recordó.-


Cuando me reuní con el emperador le pregunté por qué no habían puesto
resistencia, él me respondió que “sus guerreros le contaron que nosotros

llevamos unos fieros animales, los que podrían devorarnos en un instante.


Entonces, pensó que por el bien de su pueblo, era mejor rendirse a que fueran

presas de comida de los leones”-, concluyó su epopeya el Señor de Sipán.-

Guardó silencio luego de recordar una de sus grandes conquistas. El

anciano constató que el monarca había superado, con creces, la crisis emotiva
que lo hubo reducido espiritualmente.

Era un buen signo el estado anímico del jefe de los mochicas porque eso

era la señal de que en cualquier momento retomaría sus habituales tareas en la

ciudad real. Así fue, a los pocos minutos el emperador, con buen ánimo, dio

instrucciones a sus huestes para retornar.



Encabezaban la marcha de regreso algunos príncipes menores, cortesanos

de descendencia real, luego estaban los consejeros, más atrás iba el anda

donde posaba el monarca. A los costados y en la zaga iban los soldados. Por su

puesto, en las inmediaciones se desplazaban los leones peruanos con paso


señorial y garboso.

Habían avanzado un regular trecho, cuando en forma sigilosa uno de los


chamanes y un sacerdote se acercaron donde el anciano consejero para

preguntarle cuál había sido la dolencia del rey y cómo lo había recuperado tan
rápido.

- Oka- pök, los miró con rostro de fiscal y les dijo: “Por qué desean saber la
causa del mal que aquejó al monarca, si lo más importante en estos momentos,

es saber que está recuperado”.-


La respuesta del anciano no cayó bien al chamán y el sacerdote, quienes
insistieron en saber qué era lo que había padecido el emperador y qué “truco”
empleó para recuperarlo. El veterano consejero les comentó lo siguiente:

- Saben, hay males que no son del cuerpo. Pero hay dolencias que no
requieren ni de la ciencia, la medicina, la brujería, la charlatanería y otros

“trucos” engañadores.-

- Esos males son del alma, a los que sólo los vence el propio hombre o

alguien que está en la capacidad de ayudar a recuperar a alguien que tiene


dolido el espíritu.-

- Precisamente, eso pasó con el Señor de Sipán y, para eso, sólo había entre

nosotros una persona capaz de ayudarlo a reponerse. “Modestamente, el

indicado era yo”.-

- Y así ocurrió, ahora ustedes son testigos de este milagro, el monarca está

alegre y repuesto, explicó mientras llegaban al palacio real, donde descansó el

monarca.-

Al día siguiente, el rey convocó a su corte y les contó todo lo sucedido


contra los leones en el cerro El Conquis (lugar donde se criaban los felinos), y

requería saber de ellos qué modificaciones se podía hacer a la ley contra

quienes maten a estos animales y trafiquen con su piel.


Se coincidió con enmendar la norma aplicando penas muy severas, que

iban desde forzados trabajos agrícolas en los valles costeños hasta prisión por
varias lunas, sanción que incluía a los extranjeros que vinieran a depredar la
fauna leonina. Se eliminó la pena de muerte.

Además se dio una orden autorizando a los funcionarios de Estado para que
seleccionaran entre los súbditos a los mejores especialistas en zoología y

medicina veterinaria. Así como adiestradores de fieras y guerreros celadores,


quienes deberían desplazarse a la localidad de Nueva Arica, distante a cinco
horas de camino de la casa real, con la finalidad de que se encarguen de la

protección, reproducción y crianza de los engreídos felinos.


El Señor de Sipán tenía una gran admiración por sus leones, cuyo tamaño

era menor a sus pares africanos, pero sus rasgos de fieras eran idénticos a los

del Continente Negro. Tenían un andar cadencioso, el cuerpo robusto, patas

muy fuertes y cortas, con garras potentes. Su melena con dos tonos: amarillo y
rojizo. Presentaban mechones largos que le cubrían la cara, además filudos

dientes con los que devoraba a las especies menores del valle.

Relatan los descendientes mochicas, que en épocas de gran reproducción,

el monarca ordenaba que las mejores crías se las cuidara con esmero porque

algunas de ellas las donaba como presente a los miembros de la numerosa

familia real, así como a los integrantes de la corte, funcionarios de Estado,

oficiales destacados de su escuadra militar, sacerdotes y súbditos más

distinguidos.
Otro grupo de leones los reservaba para regalarlos a los reyes de los

señoríos que conquistaba, donándolos en señal de respeto y como signo de ser

considerados ciudadanos del reino mochicano.


La tradición recuerda que cuando estuvo en auge la civilización Mochica,

el antecesor del guerrero imperial mandó construir el palacio real, cuya


arquitectura de barro tenía entre otros adornos a seis efigies de los leones
peruanos, en tamaño natural, que estaban ubicados en forma equidistante en la

escalinata de cuarenta gradas que daba acceso a la puerta principal de la casa


real, los que eran el orgullo del monarca y de todo el reino, pues representaba

el símbolo del poderío imperial.


Pero el aprecio por estos pequeños felinos no sólo lo manifestaban los
gobernantes y súbditos del reino Mochica, sino también los pobladores de las

comarcas conquistadas. Además su fama había traspasado los umbrales de los


cálidos arenales y oasis norteños, al extremo que monarcas de otras

civilizaciones extranjeras enviaban delegaciones de funcionarios, sacerdotes y

militares para solicitar la donación de algunos ejemplares.

Narran los descendientes de la cultura Mochica, que en una oportunidad


varios felinos fueron obsequiados y llevados a zonas andinas de las que hoy

son las regiones de Cajamarca, La Libertad y Amazonas, que lindan con

Lambayeque. Pero resulta, que en estos lugares el clima es frígido, cuyas

temperaturas llegan a marcar bajo cero grados en algunos meses del año. Este

cambio brusco de condiciones climáticas había afectado a los animales, los

que llegaron a morir en breve tiempo.

Dicho suceso llegó a los oídos del Señor de Sipán quien ordenó no regalar

más a sus mascotas. Se sentía muy afligido cada vez que se enteraba del final
trágico de sus animales. Era una persona demasiada sensible.

En una oportunidad, el Señor de Sipán fue visitado por un príncipe de

Cajamarca, cuyo territorio había sido anexado al imperio Mochica y le suplicó


por favor que le obsequiara unos ejemplares de los leoncitos, pues los nobles

cajamarquinos deseaban domesticarlos y criarlos con esmero y orgullo.


La petición del príncipe andino no fue tomada con agrado por el monarca
mochica, pues tenía una triste experiencia de haber perdido hacía unos años a

una camada de ejemplares que había donado a unos funcionarios de dichos


lugares.

Pero, el cajamarquino insistió en su pedido y le garantizó que no iba a


acontecer lo mismo con esta nueva remesa de leones. Nada hizo cambiar la
actitud del rey.

De este suceso, se enteró la hija mayor del monarca “Xi” (Luna, en


Naylamp), quien era muy amiga de “Chojek” (Gaviota, en mochica), la

primogénita del noble cajamarquino, a la que conoció en un viaje de descanso

que hizo a los parajes andinos de Cajamarca y quien la atendió como a toda

una princesa.
Entonces, Xi por el gran aprecio que tenía por la joven cajamarquina, rogó

a su padre que le obsequiara las pequeñas fieras. El pedido conmovió al rey y

donó a los animales. Pasó el tiempo y el monarca no tenía noticias de su

manada de leones que había regalado a los cajamarquinos.

Llamó a los voceros del imperio y les pidió que enviaran unos mensajeros

hasta Cajamarca para saber cómo estaban los leones. Así fue, partieron los

comisionados y recogieron las noticias en aquel lugar y regresaron a la

ciudadela real y comunicaron de lo sucedido. La última camada de setenta


leones obsequiados había muerto a causa del frío andino de Cajamarca.

Esta noticia conmovió tremendamente al emperador. Entró en un crónico

estado depresivo que le duró varios meses. Nuevamente se aisló de sus


familiares, consejeros, funcionarios y sacerdotes. Llevó una vida de ermitaño.

En vista de que no se encontraba en óptimas condiciones físicas, mentales y


espirituales, encargó la administración del reino a sus hijos mayores, los
gemelos “Tumi” (Lobo marino) y “Cuelû” (Gavilán), y a su esposa Cucûli

(Paloma).
Preocupada su familia por la condición anímica del gobernante, solicitaron

la presencia de los más destacados sacerdotes y curanderos, pensando que


padecía de un mal impuesto por los dioses mochicas debido a una supuesta
falta al código moral y ético o abuso de poder.

Los sacerdotes y curanderos no pudieron detectar el mal que padecía el


guerrero imperial. Incluso algunos de ellos pensaron que el gobernante había

sido envenenado por miembros de la familia real o los más allegados

funcionarios con el propósito de despojarlo del poder. Pasaron varias semanas

y su estado emocional empeoraba. Esto preocupó a sus hijos y a la gente del


reino porque el Señor de Sipán no hacía vida pública. Pues, a él le gustaba

estar siempre rodeado de la gente común y corriente del imperio.

La familia real reunió a un grupo de consejeros y les preguntaron por el

renombrado Oka- pök (El que ve), quien hacía unos años lo había rehabilitado

de un mal parecido en las tierras de la Reserva Natural, pero les dieron la triste

noticia que hubo fallecido.

Entonces, sus hijos “Tumi” y “Cuelû” nombraron una comisión para que

trajeran de otros lugares a especialistas que trataran a su padre. Fue así, que
viajaron hacia el desierto de Olmos, lugar famoso por sus curanderos y

trajeron a uno conocido como “Kuntsin” (Remolino, en Naylamp), quien al

auscultar al guerrero detectó que padecía de una tristeza profunda, que lo


había llevado a una inhibición de sus funciones psíquicas.

Comenzó a aplicarle una terapia de estimulación a sus sentimientos porque


sabía que su dolencia era espiritual. Kuntsin, le pidió al rey que colaborara con
él, porque de su colaboración dependería su restablecimiento. El chamán sabía

de antemano que tenía un estado depresivo, pero desconocía su causa. Le


solicitó, entonces, al Señor de Sipán que le contará porqué estaba triste.

Inmediatamente el rey mochica le manifestó que estaba así porque setenta


de sus leones que había regalado a un príncipe cajamarquino hubieron muerto
debido al frío andino. Enterado de las causas de la dolencia del monarca, el

chamán comenzó a estimularlo mentalmente y le recomendó que dejara por


unos días el palacio real y se trasladara a la Reserva Natural, porque ahí se

reencontraría con lo que era uno de los motivos de su vida- después de su

familia-, los leones del cerro El Conquis.

Así fue, cumplió con las recomendaciones de su terapeuta y se dedicó junto


a sus súbditos a cuidar de su manada de felinos en la Reserva Natural. Todas

las mañanas, al rayar el alba, salía acompañado de un grupo de criadores para

inspeccionar las cuevas donde se refugiaban los felinos para dormir.

Se encargaba de las crías y de las leonas preñadas, a las que daba su

alimento basado en roedores pequeños y trozos de carne de venado montes.

Esta terapia, que se había convertido en tarea laborable para el rey mochica,

comenzó a surtir efecto en su personalidad. Volvió a recuperar su capacidad

física, reflejos neurológicos, la estabilidad emocional y lo más importante, el


lado afectivo.

Había dejado atrás su ira y cólera reprimidas que las mantenía luego de

haberse enterado de la muerte de sus leones en Cajamarca. Al cabo de tres


semanas, el monarca estaba recuperado y regresó a su casa, totalmente

repuesto. Esta experiencia le permitió al guerrero real mochica reflexionar


sobre cómo debía cuidar y proteger a sus leones, con quienes había
compartido parte de su vida.

Recuerda una leyenda mochica sobre el Señor de Sipán, que desde niño se
paseaba muy orgulloso por su condominio con dos cachorros de león, a

quienes sujetaba con soguillas tejidas en trenza de cuero de zorro silvestre. Esa
costumbre de pasearse con sus animales la prosiguió hasta su adultez.
Durante su reinado ordenó que la vestimenta de la familia real y de los

nobles de la corte llevara en la parte central del pecho la imagen de un león


adulto, el que debía ser bordado con hilos de oro. De igual manera, ordenó que

se grabara en los escudos reales y las armas la imagen de estos animales. La

misma orden se dictó a los súbditos, quienes a diferencia de los cortesanos,

llevaban en lado izquierdo de su ropa la efigie leonina, pero pequeña.


Con el transcurrir del tiempo, debido a diversas causas, estos ejemplares

poco a poco fueron extinguiéndose. Primero fue que a la muerte del monarca

guerrero sus descendientes no se preocuparon por su conservación. Luego, las

sucesivas conquistas que soportaron los mochicas de otros reinos costeños y

andinos, mermó la reproducción de los felinos.

Los conquistadores que llegaban a la Reserva Natural no podían ocultar su

emoción por la impresionante suavidad del pelaje y cuero del animal,

comenzando así una masiva depredación con la caza indiscriminada de los


ejemplares. El criadero en Nueva Arica desapareció con el tiempo y salvo

algunos leones y sus crías lograron huir hacia los montes interiores y otros se

refugiaron en las cuevas de los cerros aledaños, permitiendo su rala


reproducción hasta nuestros días.

Aunque nosotros no lo creamos: ¡En el Perú hay unos felinos similares a


los pares africanos! Hoy relatan los descendientes mochicas, que cuando los
españoles llegaron al Perú tuvieron noticias de que existía el reino Mochica y

en él vivían unos leones autóctonos, pequeños y hermosos.


Inmediatamente, pidieron a Felipillo (el aborigen que sirvió de guía a los

invasores ibéricos en tierras peruanas) que los llevará hasta ese lugar, donde al
llegar y contemplar los escasos leoncitos, los barbudos quedaron maravillados
al verlos andar majestuosamente y no salían de su sorpresa de haber

encontrado por estos lares a un ejemplar especial.


Cazaron algunos y luego los llevaron a los reyes de España para que los

conservaran como trofeo de guerra. Al llegar la Independencia, la gente poco

se preocupó por evitar la extinción de leones peruanos. Por el contrario,

surgieron grupos de cazadores furtivos llegados de todas partes del país, los
que realizaban grandes cacerías y fueron matando a los pocos ejemplares que

quedaban.

Hoy, aquellos leones que aún existen y según atestiguan los moradores de

la zona, los pequeños felinos se refugian en las cuevas de los cerros que

rodean a Nueva Arica. No tienen la certeza de cuántos quedan aún. Se

esconden por temor a ser cazados.

Éstos se han vuelto ermitaños. Sólo salen en horas de la madrugada a cazar

sus presas, especialmente a los críos del ganado caprino que son llevados por
sus pastores a comer las hierbas del monte y los dejan a expensas de los

felinos.

Quienes han visto a estos ejemplares, narran que salen andar en grupos en
horas de la noche. Se juntan en corrillos de cuatro a cinco. Al parecer están

organizados, ya que delante siempre van los más melenudos, es decir los
mayores, quienes son flanqueados siempre por dos “jóvenes” ejemplares, que
parecen una especie de “guardaespaldas”, quienes están atentos por si existiera

peligro.
Los moradores temen acercarse a estos leoncillos porque creen que pueden

ser atacados. Aducen, que por el hecho de que estos animales hayan vivido
largos años sin tener contacto con las personas, han perdido su famosa
docilidad que tenían.

Estos felinos atacan también a los cachorros de venado, nidos de aves


silvestres y a reptiles pequeños que abundan en la región, así como a roedores

menores, entre ellos a la ardía. Los pobladores actuales de Nueva Arica se

sienten orgullosos de tener dentro de sus linderos a esta especie de mamífero,

cuyas huellas de sus pies son notadas cada mañana en los cerros donde
habitan, siendo esta la señal de que en realidad existen.

La superstición de la gente ha impedido que ingresen en las noches al cerro

El Conquis, que según cuentan, es el que mayor número de felinos guarda en

sus cuevas. Temen ir ahí porque las leyendas narran que en ese lugar salen

unos espíritus socarrones, que se burlan, insultan, molestan e incluso atacan a

los visitantes o extraños que invaden sus feudos.

Hoy, como una muestra del valor cultural que tiene este animal para el

distrito de Nueva Arica y la región Lambayeque, las autoridades municipales


ordenaron desde unos años atrás, que en el escudo de la ciudad se grabe la

imagen del león peruano, como una forma de perennizar su existencia.

Cuenta una leyenda nuevariqueña, que en las noches de luna llena se ve


rondando majestuosamente al espíritu del Señor de Sipán, paseándose por el

cerro El Conquis junto a sus séquitos. Relatan que lleva en ambas manos a dos
fieros leones adultos, de abundante melena, con los que se desplaza orgulloso
por el perímetro del otero. Incluso, afirman que se le escucha dando órdenes a

sus guardianes que no dejen acercarse a nadie al cerro, de lo contrario serían


detenidos y sancionados con fuertes faenas de trabajo.

El cerro El Conquis ha sido y sigue siendo testigo mudo del paso de miles
de leones y guarda la identidad de quienes han eliminado a estos animales
autóctonos. Algunas personas no creen ni dan crédito de que ahí hubieran

nacido y desarrollado los felinos en las tierras de lo que hoy es el distrito de


Nueva Arica.

Lo mismo ocurrió, cuando se dijo que en nuestras tierras había Osos

Pandas peruanos, que son más pequeños que los de China y son carnívoros;

los nuestros son herbívoros y se encuentran en peligro de extinción. Ninguna


institución u organismo mundial protectores de los animales se ha interesado

en recuperarlos y mantener a estos úrsidos peruanos.

Si usted algún día va de visita a Nueva Arica y ve a un león norteño, no lo

lastime y menos lo cace porque es símbolo de nuestra fauna antepasada, que

trata de sobrevivir en este mundo que vive el auge de la ciencia, la tecnología

y el mercantilismo.

Un mundo que se desarrolla al ritmo de la computadora, que se comunica

vía satélite, los correos electrónicos, el Skype, la fibra óptica, pero que las
instituciones internacionales y la humanidad, no han hecho nada por despertar

la conciencia de la conservación de las especies que acompañan a los seres

humanos en este Planeta.


Hoy, el espíritu del Señor de Sipán prosigue su caminata por El Conquis

buscando a su último león norteño, el cual espera hallarlo sano y salvo.


Por eso, tu chiclayano o visitante de otro lugar, si estás de pasada o visita
por Nueva Arica, ayuda a este monarca de una de las más importantes

civilizaciones peruanas a encontrar a su último león.


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