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NEOCLASICISMO Y ROMANTICISMO.

En esta exposición te mostramos dos estilos pictóricos casi contemporáneos pero radicalmente
distintos, incluso enfrentados. Para hacerte más fácil la contemplación y la identificación, hemos
colocado todas las obras neoclásicas en un lado y enfrente todas las románticas, es decir, tan
enfrentados en la PINACOTECA COSSÍO como en la época de su creación.

Estamos hablando de finales del siglo XVIII y primera mitad del XIX. El país más destacado en
producción y calidad es Francia, cuna tanto de los más grandes neoclásicos como de los románticos y
escenario de sus polémicas y disputas.

Para entender tanta diferencia entre los dos estilos hay que conocer algo de la Francia de la época:
Absolutismo de Luis XVI, revolución, etapa napoleónica e imperio de Napoleón III. Toda una sucesión
rápida de acontecimientos tumultuosos que marcaron el arte y a los artistas.

El neoclasicismo fue un estilo inspirado e imitador de la antigüedad clásica, de ahí los temas


históricos y mitológicos. Abundan los desnudos al estilo griego y las poses grandilocuentes y frías, muy
estudiadas y académicas. Es un arte lleno de normas, donde lo importante es el dibujo mientras el
color se considera secundario. Normalmente se huye del movimiento y, cuando está presente, parece
congelado, estable y predecible. Podríamos escoger muchos maestros como Ingres, Greuze o
Prudhon, pero el más claro y prolífico fue Jacques Louis David (1748-1825) y suyas son las cinco obras
de este lado de la exposición.

El romanticismo surge como reacción al neoclasicismo, es un arte de sentimiento, arrebatado y


fogoso, lleno de fuerza y libertad. Los artistas reivindican la libre creación, sin someterse a normas; la
pasión se expresa con violencia, se busca el movimiento desenfrenado. Frente a la razón,
predominante en el neoclasicismo, se opone ahora el sentimiento y por ello es un estilo individualista.
También cambia la temática, se inspiran en la noche, las ruinas, la naturaleza salvaje, la locura, la
muerte, los cementerios, las tragedias. Se exalta la libertad y el patriotismo, la nostalgia y la
desesperanza. Técnicamente destaca la fuerza del color en poderosos contrastes, posturas
arrebatadas y desequilibradas, gesticulación y claroscuros acusados. Entre los más destacados
pintores señalamos a Gericault y a Delacroix.

A pesar de todos los puntos de discordancia entre neoclásicos y románticos, existe un pintor que
todos admiran e imitan, un grande entre los grandes cuyas obras se adelantaron a su tiempo y sirven
como iconos intemporales y cuya técnica inspiró a muchos estilos posteriores; naturalmente este genio
no es otro que Francisco de Goya.

J.L.David pinta cuadros de gran tamaño, presididos por rígidas simetrías y casi ausencia de
movimiento. No hay resquicio para la sorpresa o el sentimiento, sus figuras aparecen respetuosas con
las leyes de la armonía y de la proporción, todo está muy estudiado y planificado: las expresiones de
los rostros, las posturas corporales, la distribución de las masas y la luz.

David estuvo extraordinariamente comprometido con la política de su tiempo, incluso fluctuante en


su halago dependiendo de quien ostentase el poder en cada momento. Es decir, un tanto oportunista.
Por eso tuvo que partir al exilio en Bruselas al caer Napoleón. Entre sus numerosos discípulos destaca
Ingres.

Bonaparte atravesando los Alpes.


De nuevo el emperador corso, amigo personal de David, en esta ocasión montado a caballo y
desprendiendo un aire épico y heroico. De gran precisión en el dibujo y preciosismo en los detalles,
David congela el movimiento y engrandece la figura de Napoleón, que parece un héroe de la
antigüedad. De nuevo la propaganda política que hace aparecer al emperador con arrojo y valentía,
capaz de guiar a Francia a través de los avatares de la historia. Llena casi todo el campo visual,
aunque puedes ver en segundo término soldados napoleónicos llevando un cañón y al fondo las
amenazantes montañas de la cordillera alpina.

En esta obra se aprecian bien los rasgos definitorios del gusto neoclásico. Jacques Louis David
(1748-1825) gusta de representar acontecimientos históricos, desde la Revolución francesa hasta la
caída de Napoleón.

Madame Recamier.

Retrato distinguido de esta dama de la alta sociedad francesa de la época. David es también un
gran retratista y aquí lo puedes apreciar. Es una pintura de sobria elegancia en todos sus detalles. La
dama se nos presenta recostada sobre un diván estilo imperio. La pintura refleja la vanidad de la
modelo y su coquetería para con el lienzo (hoy sería para con la cámara fotográfica).

Todo es serio y pensado, la postura, la falta de sentimiento, en definitiva, la frialdad neoclásica. Un


dibujo muy preciso y un color contenido configuran este retrato de gran preciosismo.

Muerte de Marat.

David reflejó en varias de sus obras los acontecimientos de la Revolución francesa. Es el caso de
este cuadro tratado con frialdad y distanciamiento. No se aprecia sentimiento ni pasión. Todo es serio y
formal, se ajusta a una rígida normativa de formas, volúmenes, colorido y luces. Se cultiva
naturalmente el desnudo que aparece muy cuidado en su belleza estética y en sus proporciones.
En la Muerte de Marat, David nos muestra este episodio histórico con simpleza compositiva pero
con gran fuerza. Es una obra objetiva interpretada como un homenaje al héroe revolucionario.

En ella el pintor refleja con grandilocuencia la escena del último instante vital de Marat, asesinado
por una joven en venganza porque él había firmado la muerte de su hermano. Marat está en la bañera
cubierto de telas y con un papel en una mano y la pluma en la otra, ya que estaba firmando una ayuda
económica para los necesitados.

David trata muy cuidadosamente los volúmenes y su distribución racional en el espacio, la actitud de
serenidad y contención gestual del personaje y la luz lateral que dignifica todavía más la escena.

Coronación de Napoleón.

Es éste un cuadro histórico que recoge un episodio real: la coronación de Napoleón el año 1804,
que se produjo en Roma bajo la presidencia del Papa, que aparece sentado. Puedes apreciarlo tanto
en su globalidad como en el detalle central.

El endiosamiento de Napoleón Bonaparte es tal que cuando el sumo pontífice le fue a colocar la
corona, él se la arrebató de las manos y se autocoronó. Justo después, coronó a su esposa, la
emperatriz Josefina, dejando al Papa en un papel secundario durante esta ceremonia.

David trata el tema con gran seriedad y distancia. La gran riqueza de personajes, vestimentas e
interiores viene a subrayar el poder inmenso de Napoleón, dueño de Europa desde Rusia a España.
Es un cuadro historicista que el propio Napoleón supervisó convirtiendo el arte en propaganda, la
pintura al servicio del poder. En la escena hay falta de movimiento, grandilocuencia y teatralidad,
además de un dibujo muy definido. Se refleja perfectamente todo el boato y la pompa del controvertido
emperador y de su entorno.

La balsa de la medusa. Theodore Gericault


Este gran pintor (1791-1824), amigo de Delacroix, coincidió con él en la crítica del academicismo y
las ataduras neoclásicas. Defendía la libertad total del artista, el sentimiento y la pasión.

En 1819 pintó su más célebre creación: la balsa de la Medusa, basada en un hecho real, el
naufragio de la fragata Medusa y la horrible odisea de sus tripulantes frente a la costa de Dakar (actual
Senegal). Los náufragos, faltos de comida y enloquecidos, se devoraron unos a otros hasta que
finalmente pudieron ser rescatados.

El colorido es deliberadamente sucio y terroso, así marca mejor el ambiente trágico. La distribución
de volúmenes es muy eficaz: una pirámide de cuerpos sobre la que se alza un hombre agitando un
paño. Es el único rasgo de esperanza puesto que la balsa es un horrible cuadro de cadáveres y
cuerpos consumidos, colocados en potentes escorzos (posturas violentas, retorcidas) que nos
recuerdan al Juicio Final de Miguel Ángel en la capilla Sixtina.

La escena posee tal fuerza que este cuadro ha pasado a la historia como un verdadero manifiesto
romántico.

La libertad guiando al pueblo. Delacroix.

Delacroix (1798-1863) es el más destacado pintor francés de esta época, libre y orgulloso, como
buen artista romántico despreció las críticas de sus detractores a su obra. Pintó cuadros de historia,
temas orientales y bélicos.

Seguro que has visto antes este cuadro, convertido con el tiempo en un icono de la revolución y del
levantamiento del pueblo contra las injusticias y abusos del poder.

Aquí el espíritu romántico se adueña de todo. Inspirado en Goya, el cuadro refleja los
acontecimientos de 1830 en París, cuando estalló la revolución en contra del rey Luis Felipe de
Orleáns.

Una joven con el torso desnudo y un gorro frigio sobre la cabeza, agita la bandera tricolor francesa
arrastrando al pueblo de París en pos de sus derechos y anhelos.
El desnudo de la chica es alegórico mientras los obreros visten ropas típicas de la época. Todos van
armados (puedes ver fusiles con bayoneta, sables, pistolas) y avanzan sobre las barricadas y los
cadáveres. Un risueño muchacho va junto a la libertad blandiendo dos grandes pistolas. Tras el primer
plano, la muchedumbre levantada en armas se ve envuelta en una atmósfera humeante. El escenario
es claro: al fondo a la derecha surgen altivas entre el humo las góticas torres de Nôtre Dame de Paris

Todo es sentimiento y emoción, el colorido lo acrecienta, mientras el dibujo pasa a ser secundario.
Los rostros son muy expresivos y nos trasmiten decisión, emoción e incluso miedo. Hasta el cielo se
abre en un oportuno claro para resaltar a la decidida chica y su valerosa acción.

Por cierto, la obra está firmada y fechada, ¿sabes dónde?

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