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Índice
Introducción.
1.- Un lugar entre el cerro de San Pedro y el barrio de Tlaxcalilla, San Luis Potosí.
Conclusiones
Ensayo 1:
Un lugar entre el cerro de San Pedro y el barrio de Tlaxcalilla, San Luis Potosí.
(Fragmento)
“que a cada minero... no se admitiera ni uno más de los indios con que pudiera poblar y estos que
pudiesen trabajar… no fuesen mancos, sino que pudiesen acabar sus tequios… que no hubiera en el real
personas vagabundas sin oficio ni ocupación conocida, ni pudieran estar en cuadrillas de mineros, arrimados a
ningún mayordomo, aunque dijesen ser parientes de él o de los mineros”.
Además comprar un jacal -para dormitorio de trabajadores- en Cerro de San Pedro en 1608
costaba 100 pesos de oro común. Una tienda de piedra labrada -no grande- en el real de
minas podía costar hasta mil pesos. Un trabajador en el contexto de las minas llegaba a
ganar a finales del siglo XVI, desde medio real de plata -la octava parte de un peso de oro
común- al día, hasta seis pesos de oro al mes ya en 1630. De otros trabajadores que se
negaban a cobrar salario porque les bastaba con el mineral que se les permitía sacar gratis
de los cerros en costales con tierra (proceso conocido como sacar mineral en pepenas y
xiquipiles), no hay datos contables.
La posesión del rancho mencionado sí se ha derivado de las ganancias en el trabajo de las
minas -ganancias de pepenas y de salario por servicios-, pero es el rancho en donde habita
una familia que ha diversificado sus actividades, y al trabajo de ir y venir de Cerro de San
Pedro cargando con sus mulas agua, carbón y metales han añadido el de la ganadería de
cabras, la siembra de una milpa pequeña con maíz, frijol, calabaza, chile y unos cuantos
magueyes y la recolección de alimentos, como nopales y las tunas, verdes, rojas, amarillas
y anaranjadas que están listas para cortarse.
Por su dependencia a la industria minera, pero su imposibilidad de existir en el cerro de las
minas, ubicaremos la imagen de este rancho en algún lugar de los 15 kilómetros que hay
entre las minas de Cerro de San Pedro y el barrio de nahuahablantes de Tlaxcalilla en las
orillas del pueblo de San Luis Potosí. Todavía no se le conoce como Soledad; cuando en
documentos históricos se refieren a este tipo de ranchos los llaman ranchos de las minas
-de arrieros, de mulas, de carboneras- o ranchos de Tlaxcalilla.
Cuando españoles e indio-mestizos insultan a los que consideran indios los llaman “perros,
cabrones, borrachos, cornudos, incapaces, pendencieros, montoneros, asesinos,
salteadores”. En el caso del barrio de Tlaxcalilla los indios son peores porque a todo lo
anterior se suma el hecho de que no trabajan en las minas. Tal privilegio -tramitado en 1591
por autoridades tlaxcaltecas y frailes franciscano y ahora regulado por el gobierno virreinal
de México- ni siquiera se debe a la ayuda que sus pasados prestaron al ejército de Hernán
Cortés. Eso ha quedado borrado cien años atrás. Estos indios del barrio de Tlaxcalilla -a
extramuros de la ciudad de San Luis Potosí- que todo lo hablan en náhuatl, no trabajan en
las minas porque no quieren y porque no se les puede llevar a la fuerza tan fácilmente
porque inmediatamente se quejan y un funcionario que lleva el título de juez protector de los
indios, argumenta por escrito que los indios tlaxcaltecas no deben ser molestados, que hay
una ley que dice que como fueron obligados a pasar de su natal Tlaxcala a poblar en San
Luis en 1591 -para mesoamericanizar, es decir enseñar la vida sedentaria agrícola a indios
nómadas- se les deben respetar el derecho a no ser esclavizados, que en Nueva España
-siguiendo una costumbre mesoamericana- se preservó para los indios aliados y los no
conquistados.
Pero si en las minas los trabajadores son golpeados, insultados, fracturados, sufren
accidentes, las manos se les engrasan, conviven con presidiarios.
-¿Quién va a querer trabajar ahí?
-Cientos de personas, que diario llegan al real de minas, indios y no indios.
Alto y redondo -como pan de azúcar- parecido al cerro rico de Potosí en Bolivia pero no tan
alto, es el cerro de San Pedro en San Luis Potosí. Al sur de este cerro -tan cerca que con
una piedra se puede alcanzar- hay otro de la misma forma y altura, que fue bautizado como
el cerro de Las Ánimas. En 1610 todavía no se labra porque sus metales son más duros y
los mineros no tienen recursos económicos para invertir en el trabajo que implicaría
sacarlos.
Entre los dos cerros -a su derecha si vemos en primer plano el cerro de las Ánimas y en
segundo el de San Pedro- hay una quebrada toda poblada con más de 50 tiendas de
mercaderes y más de 20 panaderías y otros tratantes que la habitan, “engolosinados en la
riqueza de los metales de los cerros”. Esta población se llama Real de minas de Cerro de
San Pedro Potosí… (Fragmento)
Ensayo 2:
1.- En el suroeste del municipio haciendas mineras cercanas al Río Santiago. Entre
Tlaxcalilla y la actual cabecera municipal de Soledad.
2.- En el sur del municipio los poblados de La Virgen (actual cabecera municipal de
Soledad), Santa María y el rancho de Pedro de Baena, siguiendo por el sur hacia la actual
población de Los Gómez y la región de Pozos y La Pila ya en el municipio de San Luis
Potosí.
3.- Franja central poniente: Jaralito, zona de Pozo de Luna y Rancho Nuevo.
4.- Franja central oriente: La Concha, y las zonas de los poblados que en el siglo XVIII ya
aparecen con los nombres de Laguna Seca, Santana y Palma de la Cruz
5.- Norte: Tinaja y la Joya.
El río Santiago o de Tlaxcalilla, fue durante el siglo XVII, una zona de encuentro para
pobladores que desempeñaban sus labores en la zona. Cercanas a este río que atraviesa
parte de los actuales municipios de San Luis Potosí y Soledad se encontraban las
haciendas mineras de Gabriel Ortiz de Fuenmayor, de Leonor Bravo y de Juan Toribio.
Alrededor de estas haciendas o en su interior habitaban sus trabajadores, quienes tenían
como vecinos (incluso familiares) a los habitantes de los barrios de Tlaxcalilla, Santiago y el
pueblo de San Luis, con los barrios del Montecillo, San Sebastián y San Miguelito.
La zona de la actual cabecera municipal de Soledad, al estar en el centro de la región que
estamos delimitando se encuentra rodeada de los primeros cuatro grupos de poblados que
se enlistan arriba. A finales del siglo XVII, la zona estaba constituida por seis o siete
ranchos en donde habitaban entre 200 y 300 personas. Al sur de esta región se encontraba
el Rancho Viejo de los Chichimecas, el Rancho de los Tarascos, el pueblo de San Francisco
de los Pozos y la hacienda de La Pila.
Las poblaciones de Milpillas, Rinconada, Estanzuela, Agua Señora, Colorada, San Juanico
y Mexquitic, se encontraban relativamente cerca de ranchos de la franja central poniente
como El Jaralito, el rancho de Juan Andrés y el rancho de Felipe Teniente.
La zona del cuarto grupo de poblados, que corresponde a la región de La Concha y Laguna
Seca tenía hacía el oriente las haciendas y ranchos de Cerro de San Pedro, Monte Caldera
y ya sobre el Camino Real a la Huasteca algunos poblados de la zona de Armadillo.
La población de Peñasco y otras poblaciones y haciendas al norte de Armadillo colindaban
con la ubicación de los ranchos de Agustín Sifuentes, la Joya de Sustaita y Tinaja…
(Fragmento)
Ensayo 3: Una recua de mulas a la Ciudad de México. (Fragmento)
En las minas de Cerro de San Pedro y los poblados y barrios que habitaron sus
trabajadores, se escuchaba a finales del siglo XVI y principios del XVII una mezcla de
lenguas y acentos producto de la convivencia de culturas y nacionalidades que sin
intérpretes, resultaban ininteligibles entre sí. Los cuatro principales grupos linguísticos de la
región -por su número- purépechas, nahuas, españoles y otomíes, optaron en las primeras
décadas de vida minera, por comunicarse en náhuatl y castellano, para poder entenderse.
Antes de 1600 hay registros de michoacanos de Zacualpan, Cuitzeo, Pátzcuaro, Tajimaroa
y Charapa llegados para trabajar en haciendas, ranchos y minas. No eran sacados de
comunidades indígenas libres de la experiencia colonial. Venían de tres cuartos de siglo de
encomienda y convivencia con españoles y esclavos africanos.
La familia de encomenderos Infante Samaniego, llegó a tener más de 50 pueblos indígenas
bajo su explotación en el noroeste de Michoacán. En 1538 se quejaban de la huida de
esclavos hacia la zona de Puebla, en 1598 los pueblos de Tiríndaro, Zipiajo, Azajo y
Coeneo se quisieron separar de la encomienda. La heredera, Francisca Infante Samaniego
los acusó de “indios revoltosos y pleitistas”. Al año siguiente una queja de Infante
Samaniego contra españoles de las minas de Xichú y San Luis, que se llevaban a indígenas
de su encomienda, fue enviada al virrey.
La migración de población de la provincia de Michoacán a la región de las minas de Cerro
de San Pedro no dependía de la figura colonial de indios de repartimento. Situación
contraria, por ejemplo, al caso de las minas de Guanajuato, que en 1592 recibía a indígenas
de Comanjá que estaban obligados a acudir cada semana a prestar sus servicios.
Casos documentados de llegada de población de Michoacán al valle contiguo a las minas
de San Pedro, -en los pueblos de San Luis, Santiago, barrios y ranchos- indican, por
ejemplo, que a los purépechas los iban a buscar hasta sus tierras, en donde representantes
o intermediarios de los mineros les ofrecían hasta ocho meses de sueldo adelantado para ir
a trabajar a la región de las minas.
En el Archivo Histórico de Pátzcuaro, se encuentra el caso de Ana Turari e Isabel Pagua
acusadas en 1622 de engañar y luego secuestrar a trabajadoras domésticas de residencias
de vecinos españoles, esconderlas provisionalmente en una casa y luego entregarlas en
venta a españoles que las llevaban a San Luis Potosí.
El mismo archivo contiene un documento en donde se habla de la paliza que en
Erongarícuaro recibió Francisco Gómez mayordomo de la hacienda de la familia de mineros
Arizmendi Gogorrón en 1612 por tratar de apresar a trabajadores que aparentemente
habían huido de la región de las minas de Cerro de San Pedro sin terminar su contrato y por
lo tanto con deudas.
Mineros de Cerro de San Pedro como Gabriel Ortíz de Fuenmayor o Pedro Arizmendi
Gogorrón, solicitaban y recibían de las autoridades virreinales permisos para hacer este tipo
de entradas en Michoacán para regresar a trabajadores con deuda y para realizar nuevas
contrataciones.
Hay por lo menos cinco casos más documentados de migrantes michoacanos que
procedentes de las minas regresaban a su tierra y que después por gusto u obligados
volvían a territorio potosino... (fragmento)
Ensayo 6:
Con una posible etimología latina en sol -de ahí a solus- la palabra Soledad, puede
significar además de la vírgen patronímica de los ranchos que se establecieron al poniente
de las minas de Cerro de San Pedro -cuando los nativos guachichiles habían sido
despojados de toda la región- la visión del carácter y esencia de un paisaje sólo.
Un luz solar intensa que en su recorrido diario abrillanta la bóveda celeste y el campo, nos
muestra todo lo que observamos con un grado mayor de transparencia y blancura. Esta otra
soledad -esencialmente solar- se siente en el cuerpo y se percibe en el olor a piel quemada,
de los brazos y el dorso de la manos.
El paisaje es un llano o sabana sin extensiones grandes de sombra para los humanos, que
desde abajo perciben el cielo, nopales, palma o izote en abundancia, lechuguilla, matorral y
pocos mezquites y huizaches. En el horizonte, hacia el oriente, las montañas en el camino a
Cerro de San Pedro son una barrera que retrasan por unos minutos la llegada del sol y al
mismo tiempo impiden que esta imágen de la Soledad se extienda hasta una orilla a la que
no se podría ir y venir en un día.
Pronto este espacio soleado, fue poblado de nombres y palabras por sus nuevos
habitantes. El Jaralito, toma su nombre de matas o arbustos leñosos, de ramas delgadas y
hojas pequeñas que se ramifican desde su base. Tiene su raíz etimológica en el árabe
vulgar -el que hablaba el Arcipreste de Hita y una parte de sus lectores españoles-, xara
que significa, mata. Estas plantas “son colonizadoras natas y aparecen con una
extraordinaria rapidez en áreas que se han quemado o en zonas labradas abandonadas”.
El rancho del Jaralito se encontraba en La Sabana o Sabanilla, palabra de origen taíno o
caribe -junto con tuna y maguey- que significa llano o valle grande. Estas palabras llegaron
al continente con los conquistadores que pasaban por el caribe.
En purépecha encontramos las palabras tareta que significa heredad, tacuche que significa
trapo y guarache. En otomí guishe que significa amargo y en náhuatl -la primer lingua franca
de las minas y valle de San Luis- nopal, mezquite, huizache, iczotl, temazcal, tenate,
xiquipil, chichihua, huipil y tequio.
Diversos puntos geográficos fueron bautizados en lenguajes indígenas, Tareta en el Valle
de San Francisco, El Cacalote, la Sierra de Supinque, El Tepozan, El Tecolosuche,
Atotonilco, El Xoconoxtlal, Chiquihuitillo, El Chipinque, El Pintontle.
La palabra rancho, del latín raunire: reunir, acompaña gentilicios para indicar lugares como
el Rancho de los Tarascos, El Rancho Viejo de los Chichimecas y un lugar conocido como
Los Mexicanos.
El habla se anuda al paisaje y surgen los topónimos, La Cañada de los Otomíes, La Cañada
de los Tarascos, El Charco del Huasteco. De un imponente cráter, resultado de una
explosión causada por agua subterránea que entró en contacto con lava caliente o magma
un millón de años atrás nace el término La Hoya. Su contraparte visual -quince kilómetros al
suroeste de La Joya- lo encontramos en una solitaria montaña, mole de piedra, elefante
echado, a la que nombraron El Peñasco. L os nombres nos siguen hablando de una mezcla
de paisaje y humanos El Cerro de las Ánimas, La Puerta, La Compuerta, el Cerradío, El
Durazno, La Milpa de San Nicolás, Los Corralitos de Basulto, El palenque, La Parada…
(Fragmento)
Ensayo 8:
¿Es día de fiesta en El Peñasco? Si no por qué hay una empalizada -reflejada en el agua-
con banderas, marcando un camino, que llega o sale a la altura del corral o redondel en la
sección derecha de la fotografía.
No será ese el redondel del que habla el apoderado legal de Soledad, Juan García en 1758,
al explicar los que ellos consideraban eran los límites de su comunidad:
“desde la Hacienda que llaman de Miranda para la parte norte, por el camino del Peñasco, hasta el
redondel”
Lo que es un hecho es que llovió y que la gente está esperando algo. Si no por qué están
sentados en las macizas trancas del redondel -que por lo que se vé, ampliando la foto, no
amenaza ruina- o con los brazos cruzados, uno parado y otros sentados recargados a la
pared de las cuartos que franquean la empalizada. ¿Es el preludio de una peregrinación
hacia la salida del pueblo para seguir el camino a la Santa Cruz del Peñasco, que se
observa diminuta en la cima derecha de la montaña? Esto lo comprobaremos, más adelante
cuando subamos a la cruz y veamos lo que quizá es una manifestación de religiosidad y
espiritualidad católica y mesoamericana… (fragmento).