HASTA LA HABILIDAD PARA EXHORTAR PROVIENE DE LA GRACIA
22. He querido tocar ese problema en atención a algunos
hermanos muy amigos y queridos míos que se ven envueltos en el error, sin malicia sin duda, pero envueltos. Cuando exhortan a alguien a la justicia y a la piedad estiman que su exhortación carecerá de eficacia si no ponen en el poder del hombre todo eso que negocian con el hombre para que el hombre lo ejecute, con la ayuda del don de Dios, sino tan solo ejercitando la libre voluntad. ¡Como si la voluntad pudiera ser libre para ejecutar la obra buena si no fuese liberada por el don de Dios! No miran que es un don de Dios esa misma facultad que poseen de exhortar para que las voluntades de los hombres se exciten a abrazar la buena vida cuando son indolentes, se inflamen cuando son frías, se corrijan cuando son malas, se conviertan cuando están desviadas y se sosieguen cuando son rebeldes. Solo así pueden persuadir lo que persuaden. Si no ejercen esa influencia las voluntades de los hombres, ¿qué es lo que hacen? ¿Para qué hablan? Déjenlas a su libertad. Pero, si ejercen esa influencia, ¿podrá el hombre con su palabra influir tanto en la voluntad del hombre y no podrá Dios influir nada con su ayuda? Por el contrario, aunque el hombre goce de un extraordinario poder de la palabra, de modo que con su agudeza en el discutir y su suavidad en el decir siembre en la voluntad humana la verdad, nutra la caridad, arranque el error con su doctrina y la indolencia con su exhortación, con todo, ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el incremento 67. En vano lo tramaría todo operario desde el exterior si el Creador no obrase calladamente desde el interior. Espero, pues, que por el mérito de vuestra excelencia irá pronto esta carta a manos de los tales, pues en atención ellos estimé que debía decir algunas cosas. En fin, quiero que tú y cualesquiera otras viudas que esto leyeren u oyeren leer sepáis que, para amar y poseer mejor el don de la continencia, más os aprovechará vuestra oración que mi exhortación; porque, si en algo os ayuda el que yo os dirija estas palabras, todo hay que atribuirlo a la gracia de aquel en cuyas manos estamos nosotros y nuestras palabras 68, como está escrito.
CAPÍTULO XIX
EXHORTACIÓN A LA BONDAD DE LA VIUDEZ DE JULIANA CON
ENTREGA INTERIOR A CRISTO REDENTOR
23. Su aún no hubieses pronunciado el voto de continencia
viudal, te exhortaría a pronunciarlo; como ya prometiste, te exhorto a la perseverancia. Pero tengo que decirte algunas cosas para que amen y abracen la continencia algunas que pensaban casarse. Inclinemos, pues, el oído al Apóstol, que dice: La que está soltera se preocupa de las cosas del Señor para ser santa en cuerpo y espíritu; en cambio, la casada se preocupa de las cosas del mundo, cómo ha de agradar al marido 69. No dice: "Se preocupa de las cosas del mundo para no ser santa"; pero ciertamente la santidad conyugal es inferior por esa parte de las preocupaciones con que piensa en el deleite mundano. Esa atención, que hay que poner en las cosas para agradar al marido, debe en cierto modo la soltera cristiana recogerla y reconducirla a la atención con que ha de agradar a Dios. Y mira a quién agrada la que agrada al Señor; tanto más feliz será cuanto más le agrade; en cambio, cuanto más piensa en las cosas del mundo, tanto menos le agrada.
Agradad, pues, con toda la atención al que es más hermoso
por su forma que todos los hijos de los hombres; le agradáis por la gracia que tiene, y que se ha derramado en sus labios 70. Agradadle aún con esa parte del pensamiento que había de ocuparse en las cosas del mundo para agrada a un marido. Agradad a aquel que desagradó al mundo para que los que le agradan se libren del mundo. Siendo más hermoso por su forma que todos los hijos de los hombres, le vieron los hombres en la cruz de la pasión: y no tenía belleza ni gracia, sino que estaba abatido su rostro y era deforme su compostura 71. Pero de esta deformidad de vuestro Redentor manó el precio de vuestra hermosura, de vuestra hermosura interior, porque toda la belleza de la hija del rey es interior 72. Agradadle con esa hermosura; componed esa hermosura con estudiado afán y con pensamiento solícito. No ama Él pinturas y falacias; la verdad se deleita con lo verdadero, y Él, si recordáis lo que habéis leído, se llama la Verdad al decir: Yo soy el camino, la verdad y la vida 73. Corred por Él hacia Él; agradadle a Él en lo que es de Él; vivid con Él, en Él y de Él. Con afectos verdaderos y con santa castidad amad el ser amadas por un tal varón.
EJEMPLARIDAD LAUDABLE DE TODA LA FAMILIA ANICIA
24. Escuche también esto el oído interior de esa santa virgen,
hija tuya [Demetríade]. Cuánto ha de precederte ella en el reino de aquel Rey es otra cuestión. De todos modos, habéis hallado a quien habéis de agradar con la hermosura de la castidad juntas la madre y la hija, desdeñando las bodas, tú las segundas y ella todas. Si ambas tuvieseis maridos a quienes agradar, quizás sentirías rubor de adornarte como tu hija; mas ahora no sientes rubor de hacer obras que os adornen a las dos; porque no es penable, sino glorioso, el que ambas seáis amadas por el mismo varón. Quizá no usaríais ya el blanco, el colorete y las pinturas postizas aunque tuvieseis maridos, estimando ser indigno de ellos el que los engañéis y de vosotras el tener que engañarlos. Ahora agradad juntas. Uníos juntas con sinceridad a aquel Rey que desea la hermosura de su única Esposa 74, cuyos miembros sois vosotras 75. Uníos, tu hija con la integridad virginal, tú con la continencia viudal, y ambas con la hermosura espiritual. En esa hermosura os acompaña también la abuela de la muchacha, suegra tuya [Proba], que, sin duda, es ya muy anciana. Pero mientras la caridad de su vida anterior siga extendiendo hacia adelante el vigor de esa hermosura, no pone en ella arrugas la ancianidad. Con vosotras tenéis a la santa anciana, en familia y en Cristo, para consultarla acerca de la perseverancia, cómo hay que pelear con aquella o en aquella tentación, qué se ha de hacer para vencerla con facilidad, qué defensas hay que procurar para que no vuelva a deslizarse; si llegase el caso, os enseñará, pues el tiempo la ha confirmado en su ciencia; es benévola por el amor, solícita por la piedad y está asegurada por la edad. Tú principalmente consulta en tales casos a la que tiene tanta experiencia. Porque vuestra hija canta aquel cántico que, según el Apocalipsis, no pueden cantar sino las vírgenes 76. La anciana ora por vosotras dos con más solicitud que por sí misma, pero más todavía por la nieta, a quien queda aún mayor espacio de tentaciones que vencer. A ti te ve más cerca de su ancianidad y madre de esa hija; yo estimo que, si vieses casada a la muchacha, aunque eso ya no le es lícito, y Dios le libre de ello, te avergonzarías de dar a luz a la vez que ella. ¿Cuánto te resta de peligrosa edad, pues aún no te llaman abuela, en que puedas ser fecunda al mismo tiempo que tu hija en frutos de buenas obras y pensamiento? Con razón, pues, se preocupa más la abuela por la nieta, como te preocupas tú, que eres su madre, más por ella que por ti; es más excelente lo que ella ha profesado y le queda todo por cumplir, pues acaba de comenzar. Escuche el Señor las preces de la abuela para que seáis obsequiosas con sus méritos, ya que parió la carne de tu marido en su juventud y el corazón de tu hija en su senectud. Juntas y concordes, agradad con vuestras costumbres e instad con vuestras oraciones al Varón de la única Esposa, en cuyo cuerpo vivís con un solo espíritu 77.
CAPÍTULO XX
CONCUPISCENCIAS MUNDANAS DESDEÑABLES POR CADUCAS
25. El día pasado no retorna; tras el ayer viene el hoy, y tras
el hoy vendrá el mañana. Y pasan todos los tiempos y todo lo temporal para que venga la promesa permanente. Y el que perseverare hasta el fin, ese será salvo 78. Si el mundo ya perece, la casada, ¿para quién da a luz? Si piensa parir con el corazón y no con la carne, ¿para qué se casa? Y si ha de durar el mundo, ¿por qué no se ama más bien al Creador del mundo? Si ya se desvanecen los atractivos seculares, el alma cristiana nada tiene que conquistar con su codicia; y si no se desvanecen, ahí tiene lo que ha de desdeñar con su santidad. En el primer caso, la liviandad ha perdido la esperanza; en el segundo, aumenta la gloria de la caridad. ¿Cuántos son esos años en los que parece resplandecer la flor de la edad carnal? Algunas mujeres, que soñaban o codiciaban con ardor las nupcias, son desdeñadas y postergadas y envejecen de pronto, de manera que ya sienten más pudor que ganas de casarse. Algunas casadas, tras una reciente unión, vieron a sus maridos partir a regiones distantes, y envejecieron esperando su vuelta; quedaron muy pronto como viudas, y ni siquiera lograron en su ancianidad contemplar la vuelta de sus maridos.
Pues si, a pesar de la concupiscencia carnal, se pudo evitar el
adulterio o el estupro cuando las esposas eran desdeñadas o postergadas o cuando los maridos peregrinaban, ¿por qué no se podrá evitar un sacrilegio? Si la concupiscencia pudo ser reprimida cuando se inflamaba con la tardanza, ¿por qué no será sofocada cuando se enfría con la amputación? Sin duda, soportan una más ardiente concupiscencia los que no han perdido la esperanza de satisfacerla. En cambio, las que han hecho a Dios voto de castidad suprimen la misma esperanza, que suele fomentar el amor. Por eso se domina con mayor facilidad una concupiscencia que ya no se enciende con ninguna esperanza; sin olvidar que, cuando no oramos para vencer la concupiscencia, se desea con mayor ardor lo ilícito.
CAPÍTULO XXI
SUPLAN LAS DELICIAS ESPIRITUALES A LAS CARNALES
26. Ocupen, pues, en la santa castidad las delicias
espirituales el lugar de las delicias carnales: la lectura, la oración, los salmos, los buenos pensamientos, la asiduidad en las buenas obras, la esperanza del siglo futuro y el corazón puesto allá arriba; y se den, por todos estos bienes, las acciones de gracias al Padre de las luces, de quien, sin duda alguna, viene todo regalo óptimo y todo don perfecto 79. Porque, si el lugar de las delicias que las casadas tienen con sus maridos lo ocupan otras delicias carnales que sirvan de consuelo, ¿para qué he de decir yo los males que se siguen, cuando el Apóstol dice brevemente que la viuda que vive licenciosamente está muerta? 80 Muy lejos de vosotras el sustituir con la codicia de las riquezas la codicia de las nupcias, sustituyendo en vuestro corazón al amor del marido el amor del dinero. Porque, viendo la sociedad humana, con frecuencia experimentamos que en algunos, al disminuir la lascivia, crece la avaricia.
También sucede eso en los sentidos corporales: tienen mejor
oído los ciegos, y por el tacto disciernen muchas cosas con mayor vivacidad que los que tienen vista; por donde se entiende que la atención de sentir, que se dirigía hacia una puerta, esto es, hacia los ojos, y la encuentra cerrada, se ejercita en los otros con más pronta agudeza de discernimiento, como si se empeñase en compensar por un lado lo que falta por otro. Del mismo modo, la codicia carnal, cohibida en el deleite sexual, se vierte con mayor ímpetu en el apetito de dinero; como se la rechaza allá, se vuelve acá con más ardiente ímpetu. Enfríese en vosotras el amor a las riquezas juntamente con el amor a las bodas y dirigid el uso piadoso de vuestras posesiones hacia las delicias espirituales, para que vuestra liberalidad se ejerza con mayor fervor en ayudar a los pobres que en enriquecer a los avaros.
Porque el tesoro celeste no recibe los dones de los codiciosos,
sino las limosnas de los pobres, que en inconmensurable medida ayudan a las oraciones de las viudas. Si los ayunos y vigilias, en cuanto no dañen a la salud, se conciertan con la oración y salmodia, con la lectura y la meditación en la ley del Señor, esas mismas obras que parecen laboriosas se convierten en espirituales delicias. Porque de ninguna manera es fatigoso el trabajo de los que aman, sino que deleita, como acontece a los que cazan, ponen redes, pescan, vendimian, negocian o se deleitan en cualesquiera juegos. Importa, pues, mucho lo que se ha de amar. Porque en lo que se ama, o no se trabaja o se ama el trabajo. Mira cuán vergonzoso y doloroso ha de ser el que se ame el trabajo de cazar una fiera, el de llenar una copa o un fardel, el de lanzar una pelota, y no se ame el trabajo de conquistar a Dios.