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CAPÍTULO XVIII

HASTA LA HABILIDAD PARA EXHORTAR PROVIENE DE LA GRACIA

22. He querido tocar ese problema en atención a algunos


hermanos muy amigos y queridos míos que se ven envueltos
en el error, sin malicia sin duda, pero envueltos. Cuando
exhortan a alguien a la justicia y a la piedad estiman que su
exhortación carecerá de eficacia si no ponen en el poder del
hombre todo eso que negocian con el hombre para que el
hombre lo ejecute, con la ayuda del don de Dios, sino tan solo
ejercitando la libre voluntad. ¡Como si la voluntad pudiera ser
libre para ejecutar la obra buena si no fuese liberada por el
don de Dios! No miran que es un don de Dios esa misma
facultad que poseen de exhortar para que las voluntades de
los hombres se exciten a abrazar la buena vida cuando son
indolentes, se inflamen cuando son frías, se corrijan cuando
son malas, se conviertan cuando están desviadas y se
sosieguen cuando son rebeldes. Solo así pueden persuadir lo
que persuaden. Si no ejercen esa influencia las voluntades de
los hombres, ¿qué es lo que hacen? ¿Para qué hablan?
Déjenlas a su libertad. Pero, si ejercen esa influencia, ¿podrá
el hombre con su palabra influir tanto en la voluntad del
hombre y no podrá Dios influir nada con su ayuda? Por el
contrario, aunque el hombre goce de un extraordinario poder
de la palabra, de modo que con su agudeza en el discutir y su
suavidad en el decir siembre en la voluntad humana la
verdad, nutra la caridad, arranque el error con su doctrina y
la indolencia con su exhortación, con todo, ni el que planta es
algo ni el que riega, sino Dios, que da el incremento  67. En
vano lo tramaría todo operario desde el exterior si el Creador
no obrase calladamente desde el interior. Espero, pues, que
por el mérito de vuestra excelencia irá pronto esta carta a
manos de los tales, pues en atención ellos estimé que debía
decir algunas cosas. En fin, quiero que tú y cualesquiera otras
viudas que esto leyeren u oyeren leer sepáis que, para amar
y poseer mejor el don de la continencia, más os aprovechará
vuestra oración que mi exhortación; porque, si en algo os
ayuda el que yo os dirija estas palabras, todo hay que
atribuirlo a la gracia de aquel en cuyas manos estamos
nosotros y nuestras palabras  68, como está escrito.

CAPÍTULO XIX

EXHORTACIÓN A LA BONDAD DE LA VIUDEZ DE JULIANA CON


ENTREGA INTERIOR A CRISTO REDENTOR

23. Su aún no hubieses pronunciado el voto de continencia


viudal, te exhortaría a pronunciarlo; como ya prometiste, te
exhorto a la perseverancia. Pero tengo que decirte algunas
cosas para que amen y abracen la continencia algunas que
pensaban casarse. Inclinemos, pues, el oído al Apóstol, que
dice: La que está soltera se preocupa de las cosas del Señor
para ser santa en cuerpo y espíritu; en cambio, la casada se
preocupa de las cosas del mundo, cómo ha de agradar al
marido  69. No dice: "Se preocupa de las cosas del mundo para
no ser santa"; pero ciertamente la santidad conyugal es
inferior por esa parte de las preocupaciones con que piensa
en el deleite mundano. Esa atención, que hay que poner en
las cosas para agradar al marido, debe en cierto modo la
soltera cristiana recogerla y reconducirla a la atención con
que ha de agradar a Dios. Y mira a quién agrada la que
agrada al Señor; tanto más feliz será cuanto más le agrade;
en cambio, cuanto más piensa en las cosas del mundo, tanto
menos le agrada.

Agradad, pues, con toda la atención al que es más hermoso


por su forma que todos los hijos de los hombres; le agradáis
por la gracia que tiene, y que se ha derramado en sus
labios 70. Agradadle aún con esa parte del pensamiento que
había de ocuparse en las cosas del mundo para agrada a un
marido. Agradad a aquel que desagradó al mundo para que
los que le agradan se libren del mundo. Siendo más hermoso
por su forma que todos los hijos de los hombres, le vieron los
hombres en la cruz de la pasión: y no tenía belleza ni gracia,
sino que estaba abatido su rostro y era deforme su
compostura  71. Pero de esta deformidad de vuestro Redentor
manó el precio de vuestra hermosura, de vuestra hermosura
interior, porque toda la belleza de la hija del rey es interior  72.
Agradadle con esa hermosura; componed esa hermosura con
estudiado afán y con pensamiento solícito. No ama Él pinturas
y falacias; la verdad se deleita con lo verdadero, y Él, si
recordáis lo que habéis leído, se llama la Verdad al decir: Yo
soy el camino, la verdad y la vida  73. Corred por Él hacia Él;
agradadle a Él en lo que es de Él; vivid con Él, en Él y de Él.
Con afectos verdaderos y con santa castidad amad el ser
amadas por un tal varón.

EJEMPLARIDAD LAUDABLE DE TODA LA FAMILIA ANICIA

24. Escuche también esto el oído interior de esa santa virgen,


hija tuya [Demetríade]. Cuánto ha de precederte ella en el
reino de aquel Rey es otra cuestión. De todos modos, habéis
hallado a quien habéis de agradar con la hermosura de la
castidad juntas la madre y la hija, desdeñando las bodas, tú
las segundas y ella todas. Si ambas tuvieseis maridos a
quienes agradar, quizás sentirías rubor de adornarte como tu
hija; mas ahora no sientes rubor de hacer obras que os
adornen a las dos; porque no es penable, sino glorioso, el que
ambas seáis amadas por el mismo varón. Quizá no usaríais ya
el blanco, el colorete y las pinturas postizas aunque tuvieseis
maridos, estimando ser indigno de ellos el que los engañéis y
de vosotras el tener que engañarlos. Ahora agradad juntas.
Uníos juntas con sinceridad a aquel Rey que desea la
hermosura de su única Esposa 74, cuyos miembros sois
vosotras 75. Uníos, tu hija con la integridad virginal, tú con la
continencia viudal, y ambas con la hermosura espiritual. En
esa hermosura os acompaña también la abuela de la
muchacha, suegra tuya [Proba], que, sin duda, es ya muy
anciana. Pero mientras la caridad de su vida anterior siga
extendiendo hacia adelante el vigor de esa hermosura, no
pone en ella arrugas la ancianidad. Con vosotras tenéis a la
santa anciana, en familia y en Cristo, para consultarla acerca
de la perseverancia, cómo hay que pelear con aquella o en
aquella tentación, qué se ha de hacer para vencerla con
facilidad, qué defensas hay que procurar para que no vuelva a
deslizarse; si llegase el caso, os enseñará, pues el tiempo la
ha confirmado en su ciencia; es benévola por el amor, solícita
por la piedad y está asegurada por la edad. Tú principalmente
consulta en tales casos a la que tiene tanta experiencia.
Porque vuestra hija canta aquel cántico que, según el
Apocalipsis, no pueden cantar sino las vírgenes 76. La anciana
ora por vosotras dos con más solicitud que por sí misma, pero
más todavía por la nieta, a quien queda aún mayor espacio de
tentaciones que vencer. A ti te ve más cerca de su ancianidad
y madre de esa hija; yo estimo que, si vieses casada a la
muchacha, aunque eso ya no le es lícito, y Dios le libre de
ello, te avergonzarías de dar a luz a la vez que ella. ¿Cuánto
te resta de peligrosa edad, pues aún no te llaman abuela, en
que puedas ser fecunda al mismo tiempo que tu hija en frutos
de buenas obras y pensamiento? Con razón, pues, se
preocupa más la abuela por la nieta, como te preocupas tú,
que eres su madre, más por ella que por ti; es más excelente
lo que ella ha profesado y le queda todo por cumplir, pues
acaba de comenzar. Escuche el Señor las preces de la abuela
para que seáis obsequiosas con sus méritos, ya que parió la
carne de tu marido en su juventud y el corazón de tu hija en
su senectud. Juntas y concordes, agradad con vuestras
costumbres e instad con vuestras oraciones al Varón de la
única Esposa, en cuyo cuerpo vivís con un solo espíritu 77.

CAPÍTULO XX

CONCUPISCENCIAS MUNDANAS DESDEÑABLES POR CADUCAS

25. El día pasado no retorna; tras el ayer viene el hoy, y tras


el hoy vendrá el mañana. Y pasan todos los tiempos y todo lo
temporal para que venga la promesa permanente. Y el que
perseverare hasta el fin, ese será salvo  78. Si el mundo ya
perece, la casada, ¿para quién da a luz? Si piensa parir con el
corazón y no con la carne, ¿para qué se casa? Y si ha de
durar el mundo, ¿por qué no se ama más bien al Creador del
mundo? Si ya se desvanecen los atractivos seculares, el alma
cristiana nada tiene que conquistar con su codicia; y si no se
desvanecen, ahí tiene lo que ha de desdeñar con su santidad.
En el primer caso, la liviandad ha perdido la esperanza; en el
segundo, aumenta la gloria de la caridad. ¿Cuántos son esos
años en los que parece resplandecer la flor de la edad carnal?
Algunas mujeres, que soñaban o codiciaban con ardor las
nupcias, son desdeñadas y postergadas y envejecen de
pronto, de manera que ya sienten más pudor que ganas de
casarse. Algunas casadas, tras una reciente unión, vieron a
sus maridos partir a regiones distantes, y envejecieron
esperando su vuelta; quedaron muy pronto como viudas, y ni
siquiera lograron en su ancianidad contemplar la vuelta de
sus maridos.

Pues si, a pesar de la concupiscencia carnal, se pudo evitar el


adulterio o el estupro cuando las esposas eran desdeñadas o
postergadas o cuando los maridos peregrinaban, ¿por qué no
se podrá evitar un sacrilegio? Si la concupiscencia pudo ser
reprimida cuando se inflamaba con la tardanza, ¿por qué no
será sofocada cuando se enfría con la amputación? Sin duda,
soportan una más ardiente concupiscencia los que no han
perdido la esperanza de satisfacerla. En cambio, las que han
hecho a Dios voto de castidad suprimen la misma esperanza,
que suele fomentar el amor. Por eso se domina con mayor
facilidad una concupiscencia que ya no se enciende con
ninguna esperanza; sin olvidar que, cuando no oramos para
vencer la concupiscencia, se desea con mayor ardor lo ilícito.

CAPÍTULO XXI

SUPLAN LAS DELICIAS ESPIRITUALES A LAS CARNALES

26. Ocupen, pues, en la santa castidad las delicias


espirituales el lugar de las delicias carnales: la lectura, la
oración, los salmos, los buenos pensamientos, la asiduidad en
las buenas obras, la esperanza del siglo futuro y el corazón
puesto allá arriba; y se den, por todos estos bienes, las
acciones de gracias al Padre de las luces, de quien, sin duda
alguna, viene todo regalo óptimo y todo don perfecto 79.
Porque, si el lugar de las delicias que las casadas tienen con
sus maridos lo ocupan otras delicias carnales que sirvan de
consuelo, ¿para qué he de decir yo los males que se siguen,
cuando el Apóstol dice brevemente que la viuda que vive
licenciosamente está muerta? 80 Muy lejos de vosotras el
sustituir con la codicia de las riquezas la codicia de las
nupcias, sustituyendo en vuestro corazón al amor del marido
el amor del dinero. Porque, viendo la sociedad humana, con
frecuencia experimentamos que en algunos, al disminuir la
lascivia, crece la avaricia.

También sucede eso en los sentidos corporales: tienen mejor


oído los ciegos, y por el tacto disciernen muchas cosas con
mayor vivacidad que los que tienen vista; por donde se
entiende que la atención de sentir, que se dirigía hacia una
puerta, esto es, hacia los ojos, y la encuentra cerrada, se
ejercita en los otros con más pronta agudeza de
discernimiento, como si se empeñase en compensar por un
lado lo que falta por otro. Del mismo modo, la codicia carnal,
cohibida en el deleite sexual, se vierte con mayor ímpetu en
el apetito de dinero; como se la rechaza allá, se vuelve acá
con más ardiente ímpetu. Enfríese en vosotras el amor a las
riquezas juntamente con el amor a las bodas y dirigid el uso
piadoso de vuestras posesiones hacia las delicias espirituales,
para que vuestra liberalidad se ejerza con mayor fervor en
ayudar a los pobres que en enriquecer a los avaros.

Porque el tesoro celeste no recibe los dones de los codiciosos,


sino las limosnas de los pobres, que en inconmensurable
medida ayudan a las oraciones de las viudas. Si los ayunos y
vigilias, en cuanto no dañen a la salud, se conciertan con la
oración y salmodia, con la lectura y la meditación en la ley del
Señor, esas mismas obras que parecen laboriosas se
convierten en espirituales delicias. Porque de ninguna manera
es fatigoso el trabajo de los que aman, sino que deleita, como
acontece a los que cazan, ponen redes, pescan, vendimian,
negocian o se deleitan en cualesquiera juegos. Importa, pues,
mucho lo que se ha de amar. Porque en lo que se ama, o no
se trabaja o se ama el trabajo. Mira cuán vergonzoso y
doloroso ha de ser el que se ame el trabajo de cazar una
fiera, el de llenar una copa o un fardel, el de lanzar una
pelota, y no se ame el trabajo de conquistar a Dios.

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