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EL PESCADOR DE APRENDIZAJES

Un relato cierto de Aprendizaje Transformacional, Resiliencia y Liderazgo

Fundamentos del Programa de Desarrollo Gerencial El “Ser” Gerente, convencido de


que las empresas “siendo más humanas tendrán mayor productividad”

José Luis Soto Salas

Prólogo de Amancio Ojeda Saavedra


A:

Susana, profunda sabiduría de abuela.

Margot, amor y nobleza pura de mamá.

Antonio, templanza y trabajo apasionado de papá.

Luisa Victoria, una tía con solidaridad infinita.

Milagros, amistad sin límites de una prima.

Mi primera familia, ausentes todos…presentes siempre.

Almedys, Luisita y Esther, hermanas y prima inigualables

Sandra Sofía, Sandra Susana, José Luis y Luciano.

Mi segunda hermosa familia.


Índice

Prólogo

Introducción

Capítulo I Fui pescador un tiempo

Capítulo II Deambular laboral, una experiencia singular

CAPÍTULO III Déjate contagiar por gente de éxito

Capítulo IV Sumando experiencias, restando estabilidad

Capítulo V Soy un hombre afortunado

Capítulo VI Una luz irradiando espacios de sombras

Capítulo VII Emergiendo con la experiencia y creatividad

Capítulo VIII Materializando sueños con esperanzas

Capítulo IX Aprendiendo otro difícil arte: ser inmigrante

Capítulo X Hay historias inspiradoras

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incluyendo fotocopiado, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento o
recuperación informativo sin el permiso expreso por escrito, fechado y firmado del
autor.

Publicación KDP Publishing


Editor Sandra Mateus
Fotografía de Portada Rosendo Acosta - oriundo de Marigüitar-
PRÓLOGO

Un pescador, luego de tanto navegar en los mares de la vida, decide, sin


pedir permiso, desnudarse y mostrar sus cicatrices, todas esas que se creó y que
se sanó con el hilo de la aceptación, la pomada del perdón, la compresa de la
gratitud y, las costras que dibuja el tiempo. Un recorrido geográfico que va desde el
mar hasta la montaña, del caserío a la ciudad; de la escasez a la prosperidad, ida y
vuelta, varias veces; de la obcecación al aprendizaje; de la razón al amor; del miedo
a la luz. Eso es esta obra. Un trabajo colmado de coraje para desvestirse y
mostrarse al lector sin complejos y con humildad.

En un curso de formación de facilitadores, en el año 2016, conocí al gran


narrador y protagonista de esta obra; una de las actividades de esa experiencia de
aprendizaje era pintar un florero lleno de flores, recuerdo ese dibujo con toda
claridad, como si lo tuviese delante de mí, y lo recuerdo por una razón emocional.
Al acercarme a su mesa mientras coloreaba, lo vi lleno de entusiasmo y sin mediar
palabras me dijo: “Solo pregunté cuál era el marrón, el resto de los colores no
importa cómo me queden, lo que pasa es que sufro de la condición de daltonismo”.
Le confesé que era la primera vez en mi vida que conocía a una persona con esa
condición, y conversamos sobre el tema. Lo que hace para mí que esa experiencia
tenga tanto significado, fue haber conocido un hombre con sed de aprender,
descubrí un ser humano que a pesar de su condición biológica (fuera de su control),
su actitud de aprendiz hacía que le importará más el proceso que el resultado. Eso
es lo que nos muestra en este libro: los matices de un proceso de vida, llevado a
lecciones de aprendizaje como resultado.

Personajes como su padre, el primo “Magaña”, Sandra ―una valiente mujer


que merece la admiración de todos―, el tío Brígido, Lucile, los incontables jefes, los
incontables maestros; la vida abriéndole oportunidades, él cerrándolas, luego, él
creando las oportunidades, y la vida asintiendo con la cabeza de manera afirmativa,
son las diferentes cintas que tejen este lazo de lecciones cruzadas y forjadas, y
como resultado: la transformación.

En el capítulo V se declara un hombre afortunado, y lo explica con elocuencia


y con unas experiencias que aceleran el pulso del lector más frío; y en el capítulo
siguiente, esa misma fortuna hace que viva una experiencia que lo hace “llorar a
cántaros”, creo que esa prueba era parte de su continua fortuna y su irreprimible
proceso de aprendizaje, eso lo ha hecho un profesional impecable, un hombre que
usa todo cuanto ha vivido y aprendido al servicio de quienes tienen el placer, de
conocerle y aprender junto a él.

Estas páginas son un paseo emocional, para que el lector aprenda que “Ciar”
es otra forma de remar, y muchas veces el destino y nuestras decisiones nos obligan
a “Ciar”, es decir, volver a nosotros mismos como lo define el autor. Aquí se aprende
que para poder pescar (aprendizajes) no sólo falta la red, la actitud y la mar; se
requiere una embarcación que se construye con relaciones, amores, familia, pasión,
amigos, caídas estrepitosas, puesta de pie emancipadoras, amaneceres,
crepúsculos, noches oscuras, y sobre todo el poder de (tu) Dios.

Siempre tu amigo...

Amancio Ojeda Saavedra


@amanciojeda
amancio@alianzasdeaprendizaje.com
INTRODUCCIÓN

Después de varios años de soñar, arrancar y parar, de intentar, finalmente


mi decisión de recibir ayuda profesional me llevó a escribir este libro. Cuando el
marketing digital puso en mis manos la oferta de un curso para escribir libros,
respondí con algunas preguntas y tuve una oportuna respuesta en la cual me
indicaban el número telefónico de la persona que lo dictaría. Se trata de la periodista
colombiana, Sandra Mateus, con quien establecí una primera conversación muy
amena que me motivó a tomar la decisión. Ese primer diálogo me generó la
confianza suficiente para inscribirme e iniciar el camino de aprender gran parte de
lo que necesitaba para producir este escrito. Sandra, además de escribir libros, se
dedica a la hermosa actividad de acompañar a otros a elaborar el suyo. El mundo
debe estar lleno de personas como ella. Confiar es una acción riesgosa, compleja,
pero necesaria cuando de tomar decisiones se trata.
En las siguientes páginas voy a relatar experiencias de mi vida,
particularmente en el ámbito laboral, sin otra pretención que ponerlas a tu servicio
y acompañarte a descubrir la mejor manera de generar bienestar para ti y tu entorno.
Por ejemplo, te contaré cómo “equivocarme y cometer errores, una y otra
vez”, y más relevante aún, tomar conciencia de ello y asimilar los aprendizajes que
esa equivocación me dejó, ha sido parte crucial para mi crecimiento. Comparto la
mirada de quienes expresan que “no hay éxito sin previos fracasos” y valoro además
el hecho de haberme dado cuenta, con las experiencias vividas, que las mejores
cosas de la vida, tienen más valor que precio.
El relato comienza con un episodio que llevó a convertirme en pescador
artesanal, labor hasta ese momento desconocida para mí a pesar de haber nacido
prácticamente a la orilla de una playa y ser descendiente de un hombre reconocido
en su pueblo precisamente como un gran pescador. Esa experiencia me sirvió, entre
otras cosas, para darme cuenta de todo lo que un ser humano puede descubrir
cuando se pone en contacto directo con la naturaleza: caminar descalzo, sentir el
asfalto caliente, la arena o el agua salada con la planta del pie; la lluvia tibia o fría
sobre la cabeza y el cuerpo, vestido o desnudo, a cualquier hora y con distinta
intensidad; mirar la luna y las estrellas para calcular qué hora puede ser; aprender
a escuchar la melodía de una suave brisa y distinguirla de un viento implacable.
Todos estos son momentos que, gracias a la vida, no me perdí.
La primera vez que pensé en escribir un libro, no tenía claro lo que pretendía
transmitir. Pensaba contar mi historia para dejar en los lectores algo así como
sentimientos de culpa por mis desgracias o, contradictoriamente, para ser
reconocido como un ejemplo de vida. Ahora entiendo que pensar de esa manera
era lo que me impedía avanzar. No solo no tenía claro mi propósito, sino que
pretendía convertirme en el “centro de atención del otro”, es decir, una estupidez
tan grande como el deseo mismo de escribir algo. Por fortuna, sigo aprendiendo
todos los días que la mayoría de las cosas que realizamos en nuestra vida, generan
un resultado directamente relacionado con el “desde dónde hacemos lo que
hacemos”, es decir, nuestra intención y emocionalidad, determinan el propósito y
por consiguiente el real alcance de lo pretendido.
Siempre recuerdo la primera parte de un escrito que elaboré con el fin de
participar en un concurso de cuentos cuando tenía unos veintiséis años de edad, y
que por cierto se quedó solo en deseos porque nunca lo terminé, precisamente por
no tener claro “desde dónde lo estaba escribiendo”: “Los seres humanos somos
como el agua de un río, avanzamos y avanzamos sin saber hacia dónde vamos,
pero con la seguridad de que llegaremos a algún lugar. Algunas veces avanzamos
con tanta fuerza que arrollamos, sin ninguna consideración, lo que hay a nuestro
paso. Otras, andamos con tanta calma que cualquier pequeñez o insignificancia
obstaculiza nuestro camino y nos hace cambiar de rumbo, sin saber a veces, hacia
dónde ir. Pero, entre la gran turbulencia y la infinita paciencia debe haber un
equilibrio y es allí donde habitan la Bondad, la Paz y el Amor. Y esos sentimientos
indefectiblemente nos unen o nos unirán en algún momento”.
Hoy escribo desde la grandeza de mi humildad, desde el declararme aprendiz
permanente, un ser humano genuino, responsable de sí mismo, en constante
evolución y con una curiosidad, creo que innata, ya no por convertirme en experto
en algo, sino en el que no sabe casi nada y busca siempre algo útil para compartirlo
con otros y forjar el beneficio más equitativo para todos. No pretendo ser quien
enseña, sino quien genera la apertura y dispone los espacios propicios para
conversar, escuchar, crear, innovar y sobre todo, aprender constantemente para
agregar valor a los conocimientos que ya han sido generados por tantos otros y que
pueden y deben ser complementados por quienes sintamos la inquietud de seguir
construyendo este mundo maravillosamente apto, amplio y en constante creación y
evolución.
Soy de la opinión que nuestra capacidad creativa puede verse afectada por
la inmediatez a la que la conduce el ritmo vertiginoso de un mundo global, a veces
interpretado también como vorágine. No obstante, hay personas que logran
“montarse” en esa vertiginosidad y convierten su capacidad de innovación en fuente
importante de recursos y conocimientos. Es decir, si nos permitimos “lidiar” con la
velocidad del mundo actual para que ésta no “frene” nuestra capacidad creativa,
podremos descubrirnos como seres profundamente capaces, diseñados para co-
crear un universo que no detiene su proceso evolutivo y al cual, como muy bien lo
expresó Charles Darwin en el siglo diecinueve, sobrevivirán no los más fuertes o
inteligentes, sino quienes mejor se adapten.
Fue precisamente esa capacidad creativa la que me movió a pensar en algo
útil para gerenciar organizaciones con bienestar. Así, puse en práctica los
conocimientos adquiridos en distintos procesos de formación y principalmente la
experiencia acumulada en más de 40 años de trabajo en distintas empresas y me
atreví a diseñar el Programa de Desarrollo Gerencial: El “Ser” Gerente, con la
finalidad de propiciar encuentros vivenciales con los individuos que están en “el
medio del sándwich”, lidiando con accionistas y subordinados en pro de los objetivos
trazados por sus empresas. Los propósitos y contenidos de dicho programa están
esbozados en el séptimo capítulo de este libro. Su principal fundamentación es mi
convicción de que las empresas “siendo más humanas, tendrán mayor
productividad”.
Te convido entonces, a recibir esta, mi historia, como una invitación a caminar
juntos hacia reflexiones que puedan convertirse en el caldo de cultivo de ideas,
sueños, modos, mañas y/o conductas que nos permitan abordar nuestras vidas
cotidianas y sobre todo nuestras ocupaciones laborales o profesionales, desde
espacios “con sentido” más que “con explicaciones”. Es decir, buscar la manera de
disfrutar lo que hacemos para convertirlo en experiencias dignas de ser
compartidas, replicadas y mejoradas que nos permitan construir “formas útiles de
hacer cosas”, teniendo como diferencial nuestra originalidad y sello personal.
CAPÍTULO I
FUI PESCADOR UN TIEMPO

El sol era incandescente y completamente abrasador. Sin embargo, allí


estábamos en otra exigente jornada de pesca artesanal en el pueblo donde nací:
Marigüitar, localidad del Estado Sucre, al nororiente de Venezuela, ubicado a orillas
de la playa, con hermosos paisajes y habitado por gente trabajadora y solidaria. En
sus seis o siete kilómetros de costa llenas de cocoteros, las palmeras danzan,
siempre erguidas, al ritmo impuesto por el viento. Una zona de pequeños cerros y
montañas que se elevan justo desde el punto donde las olas se despiden
incesantemente de las coloridas arenas, complementan la belleza de ese lugar y
acoge a su gente: variopinta, siempre risueña, con algo que contar y exagerada al
hablar.
Se suma un inconfundible “olor a viento de mar”, pescado y el coco en casi
todos los platos y mujeres cuyos cuerpos ondulantes, ojos color profundo, piel
canela y cabellos muy negros, expresan contundentemente el afán de la naturaleza
en preservar su espectacularidad. Pueblos así abundan en toda Venezuela, nutridos
de bellezas, habitados por gente noble y trabajadora y alimentados de valiosos
aprendizajes ancestrales que debemos ocuparnos de preservar. No puedo
ocultarlo: me siento orgulloso y agradecido de haber nacido en Marigüitar.
Y en esa “inmensa belleza” nos encontrábamos en otra jornada de pesca
diurna, que por lo general estaba guiada por un incandescente sol, en tanto las
nocturnas eran acompañadas por un cielo único, adornado en su inmensidad de
estrellas, como un hermoso “manto colorido” que cubre un gran terrón verde frente
a un inmenso y apacible mar azul. A veces nos visitaba el viento con su gran fuerza,
la lluvia con su determinada firmeza, o ambos, lo cual no impedía llevar a cabo el
trabajo, sobre todo si el “cabo de pesca”, así se llamaba a quien dirigía la faena,
tenía la certeza de que había peces en abundancia en un determinado momento y
lugar.
“Calar”, una de las tantas modalidades de pesca artesanal, es un verdadero
arte que se inicia con la fabricación de la embarcación utilizada para tal fin, el bote
peñero, y conlleva un trabajo de carpintería muy antiguo y de extraordinaria
dedicación: cortar y tratar la madera, armar la embarcación tal como si se tratara de
construir la espina dorsal de una gran pez para luego cubrir su cuerpo con la
madera y aplicarle la correspondiente pintura que finalmente le da la vistosidad y
belleza a estos navíos. Hoy día, este arte ha sido desplazado por la fabricación de
botes de fibra sintética y embarcaciones de metal o de material inflable. “Calar”
incluye además el tejido manual de las redes, llamadas por los pescadores de mi
pueblo “el filete”, las cuales se elaboran con hilos especiales y con orificios
uniformes cuyo tamaño depende de la especie que se quiera atrapar.
Si hay algo que me sorprende de esa modalidad de pesca artesanal, son las
múltiples destrezas desarrolladas por los pescadores para ejercer su labor. Tal
como lo decía mi primo “Magaña”, “para vivir de esto se requieren muchas mañas”,
de hecho, su apodo nació en un dibujo animado que se transmitía en la televisión
de esa época, y sus propios hijos se lo habían atribuido dada la cantidad de
habilidades mostradas por este hombre. Esa palabra “maña”, por lo general la
asociamos a vicios o malas costumbres, pero no solo tiene ese significado, también
quiere decir habilidad, destreza, artificio o astucia. De hecho, una definición de la
palabra “industrial” que me llamó poderosamente la atención en una oportunidad,
contenía la palabra maña como una de las características de un sujeto dedicado a
su industria.
Por lo general, el calado artesanal se desarrolla en aguas poco profundas,
entre diez y veinte metros, las especies que se atrapan dependen de la época del
año y/o de la habilidad del cabo de pesca. Recuerdo a “Magaña” cuando nos decía:
―Muchachos en dos meses más viene la cosecha de cabaña o de jurel.

Escribiendo este libro me doy cuenta de su gran sabiduría, porque a pesar


de no haber ido a la escuela, utilizaba las palabras con su significado apropiado. Es
el caso de “cosecha”, a la cual el diccionario le otorga, entre otras, la siguiente
definición: “conjunto de lo que alguien obtiene como resultado de sus cualidades o
actos, o por coincidencia de acaecimientos, por ejemplo, cosecha de aplausos,
cosecha de disgustos”. Él tenía cierta conexión con la naturaleza que le permitía
ser muy acertado en sus pronósticos, sumado esto a una gracia enorme para buscar
justificaciones cuando no los acertaba. Siempre nos hacía reír. El buen humor
constituye un elemento necesario, yo diría que casi indispensable en las relaciones
de bienestar.
“Magaña”, con unas de sus innumerables gorras, casi siempre mal puesta
sobre su cabeza y desgastada por la intemperie, impartía órdenes desde que
comenzaba el día: “hoy hay mucho viento, si viene la calma salimos después de
almuerzo”, “si baja un poco el sol, salimos por la tardecita”, etc. Si no se daba su
pronóstico, lo cual era poco probable, entonces después del almuerzo nos
ordenaba: “acuéstense temprano que vamos a salir oscuro”. Esto podía ser entre
las doce de la noche y las cinco de la mañana.
Aprendí a querer mucho a este hombre fundamentalmente por dos razones,
él expresaba un gran respeto y profundo amor por mi padre y a mí me trató siempre
como uno más de sus once hijos: tres mujeres (dos de ellas gemelas) y ocho
hombres. A veces se sentaba frente a su casa, ubicada a unos setecientos metros
frente al mar, y con la mirada en el Este, conversaba con nosotros y nos decía:
―Los días están malos para ir a la mar, pero la luna cambia en tres días y
vamos a dar unas buenas caladas, vayan a la playa, remienden el filete y achiquen
el bote.

El filete era la red, y achicar consistía en sacar el agua que siempre se


acumulaba debajo de la popa de la embarcación, bien sea por el escurrido de la red
o por alguna mínima filtración producto del desgaste de la pintura.
Su contagiante buen humor, las risas que producía, el comer pescado muy
fresco con mucha frecuencia y el ejercicio permanente realizado en ese gimnasio
en el que termina convirtiéndose el rudo trabajo de la pesca artesanal, siempre tuvo
relación directa con la buena salud que generalmente presentábamos los
pescadores que conformábamos su grupo, aunque y “para no ser completo”, como
dice la abuela de mi esposa, era afectada por el consumo excesivo de alcohol todos
los fines de semana, o cada vez que había una gran pesca.
En las tres o cuatro primeras salidas como marinero, fui solo como
observador y ayudaba en lo que podía. Encendíamos el motor y salíamos de la
ranchería sin rumbo fijo a buscar los peces según lo que “olfateara” el cabo de
pesca. A veces navegábamos durante horas y nos devolvíamos sin ningún
resultado, cansados y decepcionados. Otras, apenas en unos minutos de
navegación, “Magaña” gritaba

―Agarren los remos muchachos hay un cardumen de “lisas” vamos a “calar”

Acto seguido apagaba el motor y los dos remadores, uno a cada lado del
bote, comenzaban a desplazar la embarcación siguiendo de manera precisa las
instrucciones del capitán: “Poco a poco, no chapoteen que se nos espantan, con
cuidado, a la derecha, despacio, a la izquierda, derechito, a la izquierda…”, hasta
que formábamos un círculo gigantesco con la red y quedábamos en su centro. Uno
de los tantos significados que le atribuye el Diccionario de la Real Academia
Española a la palabra “calar”, es “disponer en el agua debidamente un arte para
pescar”.
La faena comenzaba caminando desde la casa donde vivíamos con
“Magaña” y su familia hasta la “ranchería”, ubicada justo frente a las olas del mar y
donde se guardaba todo lo necesario para salir a pescar como ropas viejas,
lámparas, combustible, cuchillos, termos, pedazos de madera, etc. Aquí nos
vestíamos de acuerdo con el momento en que nos correspondiera salir: de día, tan
solo con un pantalón corto ―si era largo se enrollaba hasta las rodillas―, una
camisa, con mangas largas preferiblemente, y por supuesto, algo en la cabeza:
sombrero, gorra o cualquier trapo amarrado para medio protegernos de los rayos
del sol. Recuerdo que “Magaña” era muy celoso con su indumentaria para pescar,
muy especialmente con sus gorras, la mayoría de las cuales eran viejas y
desgastadas por el sol, él las amaba, probablemente era su amuleto de la suerte.
En la pesca como en la vida, las creencias se expresan en los ritos, en
los momentos y en los objetos que usamos. Por la noche o de madrugada, nos
cubríamos del frío con lo que hubiera a la mano en todo el ropaje viejo: chaquetas,
sacos, impermeables, etc. Prácticamente nos disfrazábamos cada vez que
decidíamos salir a pescar. Una de las cosas que más me costó aprender al principio,
fue andar siempre descalzo para poder embarcarme al bote, requisito indispensable
para un pescador artesanal.
Una vez “vestidos” apropiadamente, nos embarcábamos y zarpábamos.
Generalmente el número de marineros dentro del bote era de cuatro, acompañados
y dirigidos por el cabo de pesca, quien se ubicaba en la popa o en la proa de la
embarcación, según lo que le indicara su “olfato”, mirando al frente y a los lados. En
la popa se convertía en el capitán, en el piloto de la nave, maniobrando el motor
fuera de borda que le daba movimiento a la misma. Cuando consideraba que debía
ir en la proa, entonces se requería un marinero adicional que se ocupara de conducir
el motor. De los otros cuatro marineros, uno se sentaba a estribor a maniobrar el
“plomo” de la red, es decir la parte que se va al fondo del agua; otro se paraba al
lado izquierdo, a babor, a lanzar la parte alta de la red en donde están los flotadores;
y los otros dos esperaban su turno para remar, cuando así fuera ordenado por el
cabo.
El círculo formado por la gran red, se comenzaba a hacer con lo que llaman
los pescadores “un codo”, es decir, se hacía un semicírculo pequeño como punto
de partida y se llegaba finalmente, después de extender toda la red en círculo sobre
el mar, a ese mismo punto. Una vez se encendía nuevamente el motor, los peces
atrapados dentro del gran círculo, trataban de huir despavoridos e iniciábamos así
nuestra “danza ruidosa”, que consistía en girar en todos los sentidos dentro del
círculo haciendo el mayor ruido posible, para lo cual golpeábamos la madera de la
nave con los pedazos de palos que llevábamos como parte de los instrumentos de
pesca. Cuando trataban de huir hacía los extremos de la red, entonces quedaban
atrapados por los codos. Era todo un espectáculo participar en una calada de lisas,
la especie más abundante en la costa de mi pueblo. Cuando el cardumen era
abundante, apenas comenzaba la danza ruidosa, las lisas iniciaban también su
propio espectáculo saltando por encima de la red para escapar. En mi memoria
permanece con mucha nitidez la imagen del rostro de “Magaña” completamente feliz
presenciando esa danza…su gran danza.
Un rato más tarde, cuando ya nos cerciorábamos de que la red estaba repleta
de pescados, comenzábamos la otra parte de la jornada, previa orden del cabo.
―Muchachos vamos a levar

Esto era embarcar con el cuidado requerido la red nuevamente en el bote,


esta vez cargada de peces aún vivos enredados en los orificios diseñados para tal
fin. Cuando la red venía cargada de peces, el trabajo se hacía rápido y sin ningún
cansancio. Si ocurría lo contrario, se volvía una pesada odisea. Ahora me percato
de que la motivación está directamente relacionada con el resultado. De hecho,
una de las mejores definiciones que he escuchado de la palabra motivación se
sustenta en la separación de esta palabra en dos: motivo y acción. Si solo hay
motivos sin acción, difícilmente habrá motivación y viceversa.
Cuando la pesca era abundante, toda la faena ―Desde que llegábamos a la
ranchería, salíamos a pescar y regresábamos nuevamente a ella― duraba entre
cuatro y seis horas. Luego, sacar el pescado de la red, meterlo en las cajas plásticas
que se usan para tal fin, pesarlo y venderlo, podía consumir otras dos o tres horas
dependiendo de la cantidad. En aquel momento me costaba mucho entender porque
el intermediario que compra el pescado en la orilla de la playa obtenía, con mucho
menos trabajo, el triple de ingresos que obteníamos nosotros por nuestra ardua
labor. Ahora entiendo que mientras nosotros, todos los fines de semana, “todos sin
excepción”, nos íbamos a celebrar, bailando y bebiendo con nuestras enamoradas,
el intermediario, no solamente trabajaba, sino que ahorraba y capitalizaba su dinero
con inversiones en su propio negocio, haciéndolo crecer rápidamente y esto le
otorgaba poder para dominar el mercado que el mismo se encargaba de construir.
Varias veces hicimos el intento de ser pescadores y comerciantes simultáneamente,
pero siempre se impuso la tentación de bailar, mujerear y beber.
A mi juicio, el mercado, como concepto está en todas partes en donde el
hombre realiza alguna actividad de intercambio, aunque, pareciera que solo algunas
personas con suficiente habilidad detectan ese concepto y con trabajo, dedicación,
disciplina y sobre todo con un ejercicio importante de su liderazgo, le van dando
forma a conceptos que tienen que ver con el desarrollo de las organizaciones:
capital, empresa, valor agregado etc.
Hoy me doy cuenta de lo que puede significar para un ser humano, reconocer
la importancia de su conexión con la tierra que pisa, con el sol que brilla y tuesta la
piel, mirar la oscuridad de la noche con la luz de sus estrellas, mojarse en el mar
con su agua salada, ver de lejos y de cerca la silueta que dibujan las montañas y
sobre todo, sentirse acompañado, cuidado y querido por otros seres humanos. Esa
conexión, consciente o no de ella, fue lo que le permitió a “Magaña” desarrollar los
niveles de intuición y las correspondientes destrezas que lo catalogaban como uno
de los mejores pescadores de aquel lugar. Que importante es desarrollar la
intuición para fortalecer nuestras relaciones interpersonales y promover
bienestar.
Me convertí en aprendiz de pescador buscando algo que me hiciera olvidar
la terminación de un noviazgo vivido con una hermosa mujer que conocí en la
universidad y con quién me había ilusionado para conformar un hogar, sin darme
cuenta que mi comportamiento durante esta relación, fue contrario a lo que cualquier
mujer sensata aspira de un hombre para convertirlo en su compañero de vida. Ella,
además de ser muy linda, contaba con una calidad humana extraordinaria y un
deseo permanente de crecer como persona y como profesional, mientras que yo
andaba precisamente en la “acera del frente”, o sea, viviendo lo que en Venezuela
muy bien hemos llamado “la vida loca”: parrandas, vicios y mentiras.
Mi vida como pescador no solo me sirvió para comprender que esa relación
se acabó porque yo no estaba preparado aún para encarar un desafío tan
importante como vivir en pareja, sino que me llevó a descubrir habilidades,
destrezas y sobre todo reflexiones de vida que ahora quiero compartir.
En este punto recuerdo una faena de pesca muy abundante en la que nuestro
cabo de pesca me gritaba muy fuerte: “Cia, Cia, Cia” y yo, asustado movía los remos
sin entender nada, con torpeza atiné a preguntarle a mi compañero de tripulación:
―¿Qué dice?
Y él me respondió
―Dele al revés primo

Ciar, es precisamente “remar hacia atrás” y en eso se convirtió para mí la


experiencia como pescador, es decir, de manera inconsciente hice un “alto” en mi
vida que me sirvió para darme cuenta de mis errores y lo que debía hacer para no
volverlos a cometer.
No fue fácil, porque resulta que la vida del pescador, por lo menos esa que
me tocó, además de contener todas las reflexiones comentadas hasta ahora,
también conllevaba estar muy cerca de la vida alegre, la cual se traducía en
consumos exagerados de alcohol, relaciones sin valoración con las mujeres y una
carencia absoluta de crecimiento personal y profesional. Por fortuna, de esto último
también me cansé y decidí “comenzar de nuevo”.
“Hacerse a la mar”, expresión muy propia de los pescadores de aquel lugar,
significó todo un reto para mí. Al principio sentía mucho miedo, pues no sabía nadar.
Nunca dije esto a mis primos para que no se burlaran de mí. Ahora me doy cuenta
que el miedo al ridículo o al “qué dirán”, fue tan arraigado y poderoso en mí, que
superaba mi miedo a la muerte, increíble, pero cierto. El miedo es la emoción más
antigua del ser humano, se manifiesta en una sensación de angustia provocada por
la presencia de un peligro real o imaginario que nos dice “cuídate porque estás a
punto de perder algo importante para ti”, y ese mensaje es el que “nos mueve” (la
palabra emoción lo que significa es precisamente “en movimiento”) en alguna
dirección: huimos, nos paralizamos o sencillamente, lo enfrentamos, para lo cual es
necesario cultivar una emoción distinta como puede ser la valentía o la esperanza.
Muy afortunado he sido de otorgarle autoridad a tantos maestros que la vida
ha puesto en mi camino para ayudarme a comprender que los mensajes recibidos
en nuestra infancia van construyendo un “sistema de creencias” que se instala en
la memoria y ejerce un inmenso poder de acción o inacción que puede ser “vital” o
“mortal” para nuestro crecimiento como seres humanos. Generar bienestar tiene
mucho que ver con descubrir cuáles son esas creencias que generan miedo
a interrelacionarnos con el otro.
Esa experiencia la viví hace casi treinta años y hoy valoro enormemente el
significado que tuvieron esos doce o quince meses de mi vida para apreciar el arte,
el trabajo, la responsabilidad, el compromiso, la solidaridad, el logro y también la
apatía, el miedo, la falta de dirección y hasta la locura de haberme arriesgado a ser
parte de un oficio riesgoso que nunca había practicado, pero que me ha servido
para convertirme en un “pescador de sueños”. Es probable que esa conexión que
tuve con el mar, la costa y su gente, está contenida en los bolsillos de mi “chaquetica
histórica”, es decir, la historia de mi clan familiar, ya que mi padre, junto a su “tropa”,
si fue un verdadero “hombre de mar”. Con este libro quiero honrarte querido Padre,
a ti, a Magaña y a todos los valientes hombres de sus “clanes” que practicaron tan
digno y maravilloso oficio.
Ese proceso de migración que viví, trasladándome de la ciudad a la costa
con su mar, su pesca y todas sus costumbres, me permitió descubrir la importancia
de “volver a mí”, “ciar” y aprender a distinguir entre las cosas que tienen precio y
las que poseen valor, comprender la influencia de la historia de nuestros clanes
familiares (la chaquetica histórica) sobre nosotros, darle valor a comportamientos
claves en la construcción de un liderazgo efectivo, identificar y poner en práctica
talentos que no conocía y fundamentalmente generar la motivación necesaria y
suficiente para comenzar una “nueva vida”. Eso que llaman Resiliencia lo he
practicado consciente o inconscientemente durante largos años.

Es por ello que pretendo en las próximas líneas, contarte como mi vida
laboral, que comenzó en la casa a los siete años y prosiguió en la calle a los trece,
se fue nutriendo poco a poco de aprendizajes muy valiosos de personas
bondadosas y muy profesionales ( incluyendo por supuesto mi Padre y “Magaña”)
que tuve la oportunidad de conocer, fue una mezcla interesante de avances y
retrocesos, de dulces y amargos, de entusiasmo y decaimiento, de muchas risas y
también de muchos llantos.
En el próximo capítulo te voy a contar lo vivido en mis primeros años de vida
laboral antes de convertirme en pescador, para ayudarte a comprender mejor esa
mezcla emocional, la cual, en definitiva estuvo directamente relacionada con una
inestabilidad conductual durante los primeros treinta y cinco años de mi vida y que
por fortuna, hoy a mis cincuenta y cinco años puedo contemplar con respeto,
asombro, admiración y sobre todo con mucha compasión.
CAPÍTULO II
“DEAMBULAR LABORAL”, UNA EXPERIENCIA SINGULAR

Mi vida laboral comenzó a muy temprana edad. Mi padre, quien migró de


Marigüitar a Caracas, capital de Venezuela, buscando “mejor vida” para su familia
―si esto tiene algo que ver con lo que estoy viviendo hoy junto a mi familia, la verdad
no lo quiero averiguar, sencillamente acepto y honro lo que me está pasando―,
pasó de ser pescador artesanal a carpintero de construcción y albañil, obligado por
las circunstancias y su deseo de trabajar siempre por y para su familia. A pesar de
que le faltaban cuatro dedos de su mano derecha por haber nacido con amputación
congénita, desarrollaba su trabajo con mucha pasión y una gran habilidad.
Me convirtió en su ayudante cuando yo tendría siete u ocho años. Ese fue
uno de los tantos legados que recibí de mi querido padre, el valor del trabajo, por
ello lo amo, honro y agradezco cualquiera sea el plano en donde esté habitando. Mi
madre falleció cuando yo tenía trece años. La recuerdo como un ser humano
extraordinariamente noble y maravilloso, y mi vida, por supuesto sin darme cuenta,
sufrió un vacío emocional que me desorientó. Un año después abandoné los
estudios de secundaria y me fui a la calle a trabajar. Así comenzó una historia laboral
de la cual extraigo ahora los aprendizajes que quiero compartir contigo para
acompañarte a reflexionar sobre la posibilidad cierta de “autogeneración de
bienestar”.

Durante años recibí de mi padre ―además de su protección y amor


incondicional que expresaba a su manera―, muchos gritos y regaños cuando me
equivocaba en alguna de sus instrucciones. Salí a la calle y comencé a trabajar
como ayudante de “planchado de cortes” en una fábrica de zapatos, lo cual
implicaba hacer varias cosas de manera simultánea. Aquí me di cuenta que también
había gritos y regaños fuera de casa. Nunca me dijeron algo positivo cuando hice
bien mi trabajo. Créeme, es muy valioso reconocer de manera oportuna y con
acciones simples y concretas, el buen trabajo realizado por el otro, aunque sea
solo diciendo “gracias”. A mi modo de ver, este es un paso importante para construir
relaciones interpersonales de bienestar laboral. Por el contrario, considero
contradictorio el reconocimiento hipócrita o inoportuno.
Estuve pocos meses como “zapatero” y decidí optar ser ayudante en una
fábrica de utensilios plásticos. Mi labor consistía en cargar en una carretilla, las
pesadas bolsas de polímeros con las que se alimentaban las tolvas que conducían
dicho producto a los moldes que daban forma a piezas de distintos usos y tamaños.
Además, debía alimentar un molino triturador con el material para reciclado
proveniente de los productos terminados y que era extraído por las mujeres
operadoras de las máquinas, por cierto, una de ellas era mi hermana mayor quien
me recomendó para el trabajo. Dicho material se depositaba en bolsas que yo
trasladaba en la misma carretilla hasta el galpón donde estaba el molino, en el cual
también se situaban los sacos de polímeros nuevos.
Un día, producto del cansancio de la agotadora faena, después del frugal
almuerzo, me recosté sobre los sacos de productos y me quedé profundamente
dormido. El molino estaba encendido y el ruido provocado al quedarse sin materia
prima, hizo que llegara el encargado de la fábrica a despertarme con un golpe en
mi hombro y diciéndome:

―¡Mira! ¿Qué estás haciendo? ¿Estás loco?

Desperté sin saber lo que pasaba. Corrí al molino y lo apagué.

―Pasa por mi oficina ―el jefe me dijo―

La verdad, lo primero que pensé fue en mi hermana, me dije: “La perjudiqué,


nos van a “despedir” a ambos”. No obstante, me armé de valor, me lavé las manos
y fui a la oficina del jefe, quién me preguntó

―¿José, que te pasó?


―No sé ―dije decidido a contarle la verdad―, me sentía muy agotado, me
recosté y me quedé dormido

Para mi sorpresa su reacción no fue la que me esperaba.

―Gracias por ser sincero, procura no volver a hacerlo, porque si otro te ve,
eso no va hablar bien de ti ni de mí, sigue haciendo tu trabajo.

Ese día aprendí que la sinceridad es parte importante de construir


relaciones que favorecen el bienestar laboral. He escuchado muchas veces que
no siempre se puede ser sincero, yo creo que si sabemos hacia dónde queremos ir,
con quién queremos estar y qué debemos hacer, ser franco, no solamente es
necesario, sino indispensable.
Aquel jefe, un inmigrante que había llegado desde hacía muchos años a
Venezuela proveniente de las Islas Canarias, era muy bondadoso y, meses
después, cuando fui a hablar con él para decirle que me iba de la fábrica porque
quería emprender otros rumbos, le pregunté porque no me había “despedido” aquel
día cuando me quedé dormido, a lo que me respondió:

―Porque siempre valoré mucho tu dedicación al trabajo

Lástima que me lo dijo solo cuando ya me iba y porque yo se lo pregunté.


Insisto, para construir relaciones de bienestar en los trabajos es muy importante
hablar con la gente y decirle “lo estás haciendo bien, sigue así”, y aún más cuando
se trata de corregir errores u omisiones, siempre de la mejor manera posible.
Probablemente ese gran hombre no sabía hacerlo, pero esto también hay que
aprenderlo, no digo que sea fácil, pero es necesario, por favor practícalo. Ser
bondadoso es una admirable cualidad del ser humano que a un líder le puede
servir, y necesita desarrollar muchas otras: una de ellas es precisamente la
conversación asertiva.
Semanas más tarde, en ese “deambular laboral” que me había construido yo
mismo sin darme cuenta, me emplearon en una empresa que se dedicaba a repartir
facturas para exigir el pago del consumo eléctrico o telefónico. Caminar durante tres
largos meses por las calles de la ciudad de Caracas, me sirvió para conocerla muy
bien. Un día el jefe me llamó y me dijo que me correspondía ir a la Catia la Mar, una
localidad ubicada en el litoral central de Venezuela a unos 35 kilómetros del centro
de Caracas. Cuando llegué allí y miré lo intrincado de las calles por donde tenía que
subir y transitar para entregar dichas facturas, respiré profundo ―sin estar
consciente de que lo estaba haciendo― y me devolví a la oficina del jefe. Cuando
llegué le dije:

―No quiero seguir trabajando

―Otro que no pasa la prueba de fuego, bueno…márchate― Me respondió.

Salí de allí bastante desconsolado. Ahora me doy cuenta que para mí


siempre fue fácil tomar decisiones, claro, nunca evaluaba las consecuencias de las
mismas. Y en ese momento, así con poco ánimo, me senté en algún lugar de
Caracas y me dije a mi mismo que la única manera de no continuar en estos trabajos
era estudiando. Llegué a casa, mi papá me preguntó “¿y el trabajo?”, le expliqué y
entendió “lo que entendió”, así que me dijo

―Bueno, si no vas a estudiar ni a trabajar, lo mejor que puedes hacer es


buscar para donde irte porque yo no puedo mantener vagos”

Otra gran lección que me dio mi padre, cuánto se la agradezco hoy, aunque
no estuve muy de acuerdo con “su forma”.
A los diecisiete años cumplidos, había desempeñado varios oficios y ya no
hallaba que hacer. Me fui a la Escuela de Suboficiales de Aviación Militar de
Venezuela a presentar los exámenes de admisión. Salí muy bien en todas las
pruebas, excepto en el exigente examen médico, en donde supe que soy daltónico,
es decir, toda mi vida había cargado con una alteración de origen genético que
merma mi capacidad para percibir los colores. O sea, ¡Diecisiete años para
enterarme! Pero, ¿sabes una cosa?, no tienes idea cuánto me alegré de recibir esa
noticia en ese preciso momento. Le agradezco a Dios, a la vida, a mis ancestros, a
mis genes, haberme confeccionado con ese trastorno, porque la gran verdad es que
yo nunca quise ser militar, fue una de esas cosas locas que me pasó por la cabeza
para “hacer algo y dejar de ser vago”, aunque, nunca lo fui en realidad, siempre hice
algún trabajo para ganarme la vida.
Cuando regresé a casa desde la ciudad en donde presenté esos exámenes
y le expliqué el tema de los colores a mi papá, tan solo me dijo, “¡yo no te creo
mucho, acuérdate de lo que te dije hace poco!”. Otra vez sentado, con una pregunta:
¿Qué hago? Entonces se me ocurrió estudiar contabilidad. Yo creía que el contador
era el que trabajaba como cajero en los bancos contando el dinero que se le
entregaba a la gente, y como a mí me gustaba andar siempre bien vestido y
perfumado, ese era el trabajo ideal. Me inscribí en el Centro Contable Venezolano,
una de las academias de contabilidad más reconocidas de Caracas y empecé el
curso de Contabilidad General y Superior de A. Redondo ―nunca supe cuál es el
significado de la “A”― y me pagaba los estudios “subiendo” cajas de cerveza o
materiales de construcción por los 169 escalones que conectaban la carretera con
el “barrio” donde vivía con mi familia y que por cierto que se llamaba “Barrio
Marigüitar” en honor al pueblo que vio nacer a la mayoría de los que fundaron ese
lugar en la capital.
Me empezó a gustar la contabilidad, como mucha gente “sacaba 20, la mayor
calificación” en los exámenes mensuales y emprendí un camino nuevo que me
generó un cambio importante de vida. A los pocos meses de estar estudiando
conseguí empleo como “oficinista” en un banco y con lo que ya había aprendido en
el curso me decía a mí mismo: “que ingenuo fui al pensar que el contador del banco
es el que cuenta los billetes que se le entregan a las personas en las taquillas de
atención al cliente”. Por fortuna, la inocencia es gratuita.
Estudiar, capacitarte en lo que te gusta, aprender de otros, compartir
aprendizajes, fomentar conversaciones con personas que anhelan tener éxito
en su vida, dejarse inspirar por ellas, puede llegar a ser determinante en la
generación de tu propio destino. Estos conceptos los comprendo ahora y fue,
justamente en ese banco que me dio la oportunidad de trabajar por primera vez en
una oficina, en donde tuve la oportunidad de estabilizarme laboralmente, aunque, al
cabo de un tiempo, a pesar de haber alcanzado una buena posición, volví a mi
“Deambular Laboral”, que me acompañó durante gran parte de mi vida.
CAPÍTULO III
DÉJATE CONTAGIAR POR GENTE DE ÉXITO.

El primer día de trabajo en el banco casi me orino los pantalones. Me


sentaron a las ocho de la mañana en una silla frente a un escritorio a leer un extenso
manual de inducción para conocer la institución y casi a las doce del mediodía yo
no me atrevía a levantarme, ni mucho menos a preguntar dónde quedaban los
baños. Nunca había permanecido tantas horas en una oficina y eso me generaba
una enorme angustia, sentía que todas las miradas recaían en mí y por supuesto
no estaba consciente del gran miedo que sentía en ese momento.
Por fortuna, ahora me doy cuenta de que el miedo siempre me ha movido a
enfrentarlo, así que me armé de valor y le pregunté a mi supervisor, quien me quedó
mirando con extrañeza antes de indicarme la dirección de los baños. Hoy
comprendo que el miedo es un gran aliado solo cuando te moviliza a hacerle frente
a aquella situación que lo provoca. Atender nuestros miedos, con cualquier
disciplina requerida o escogida, es necesario para provocar actitudes sanas
que favorezcan la relación con los otros. Cada día me convenzo más de que la
presencia del miedo, en sus innumerables facetas, sin una atención consciente,
puede afectar enormemente las relaciones de trabajo al paralizar a las personas.
Pasaban los días en el banco y yo me entusiasmaba cada vez más. El
departamento al que fui asignado constituía una de las varias secciones adscritas a
la gerencia de contabilidad y esto me ayudaba a comprender mejor lo aprendido en
mis estudios. En esa oficina hubo algo asombroso para mí desde el primer día: mi
jefe, gran amigo actualmente, operaba la máquina sumadora con una destreza
impresionante, no veía su teclado y con su mano derecha la hacía “suspirar” a una
velocidad increíble. Transcurridos varios días, sintiéndome yo más relajado, le
pregunté cómo lograba hacer eso, me explicó y a partir de ese momento yo decidí
aprender.
Almorzaba “rapidito” y dejaba varios minutos para practicar la lección que él
generosamente me explicó: tres teclas con el dedo índice, tres con el medio, tres
con el anular y las teclas de sumar, restar, multiplicar o dividir con el meñique. En
un mes, los compañeros, en su mayoría mujeres, me felicitaban por lo rápido que
había aprendido. Recuerdo que el departamento estaba conformado por nueve
mujeres y tres hombres, incluyéndome. Y justo ahora al escribir estas líneas, me
estoy percatando de que solo una de las mujeres se había unido a los tres hombres
en aquello de “sumar velozmente”.
Aprender, es una decisión que conlleva disposición y apertura, darle
autoridad a quien te enseña, practicar permanentemente, tener disciplina, ponerle
pasión a lo nuevo y sobre todo ser lo suficientemente sincero contigo mismo. Es
decir, querer aprender de verdad siendo humilde con los otros para, además,
compartir lo que aprendes. La decisión de aprender te va a producir siempre,
con elogios o sin ellos, momentos reconfortantes por lo logrado, lo cual
además de promover un buen trato grupal, genera la sensación de que estás
donde quieres estar.
En mi primer año como empleado del banco, sucedió algo inesperado, la
gerente del departamento renunció y vino un nuevo jefe. Un hombre bondadoso
pero, según la opinión de todos los miembros del departamento, con deficiencias
notables para ocupar ese cargo. Mi entorno laboral tomó un matiz entre gris oscuro
y negro, me desanimé, el malestar era generalizado. Por mi mente lo que pasaba
era algo así como: “¿será que mi destino es seguir deambulando laboralmente?”,
sentí deseos de renunciar, pero afortunadamente había hecho buena amistad con
mi jefe y me aconsejó esperar un tiempo prudencial. Todas las personas adscritas
al departamento criticábamos la gestión de aquel hombre, pero ninguno se atrevió
a decir algo para ayudarlo.
El aprendizaje recogido de esa experiencia me dice ahora que para
formar parte importante de un equipo de trabajo, se requiere coraje para
atreverse a fomentar las conversaciones necesarias en pro del equipo. Las
conversaciones que no se materializan, se acumulan y esto es contraproducente
para un equipo. En este caso había algo a favor de aquel hombre para buscar un
dialogo y era su bondad. Era importante hacerle ver ese elemento como una
cualidad admirable en cualquier individuo, pero insuficiente por sí sola para liderar
grupos, ya que para lograr esto se requiere la integración de varias cualidades,
acompañadas por supuesto de formación permanente y disposición plena de
aprender.
Para sembrar bienestar donde hay malestar, a mi modo de ver, es
fundamental ejercer un liderazgo con carácter, que invite desde la humildad,
franqueza, conocimiento, integridad y fundamentalmente, el ejemplo evidenciando
una actitud coherente entre lo que se piensa, se siente, se dice y se hace. Muchas
veces sentimos algo y nos cuesta expresarlo y es allí donde el desafío es promover
conversaciones audaces y pertinentes.
Para fortuna del departamento y de la institución, al poco tiempo cambiaron
al gerente bondadoso a otra unidad y le ofrecieron su cargo a quien fue mi
supervisor directo y ¿adivina qué? Me ofrecieron a mí el cargo de este último, y
obviamente, lo acepté. Es decir, la responsabilidad, el empeño que puse para hacer
las cosas “siempre bien” y la apertura mostrada para aceptar mis errores y hacerme
cargo de ellos, me generaron posibilidades de crecimiento y desarrollo.
Persistir en lo que anhelas y accionar para que las cosas sucedan es parte
del ambiente que tú mismo puedes construirte. Dejarlo de hacer justificándote en
circunstancias que no dependen de ti, puede ser altamente frustrante. Si tu
accionar en positivo no te sirve para sentirte bien en el lugar que ocupas en
un determinado momento, ese aprendizaje te va a equipar con herramientas
poderosas que seguramente si te servirán en otro lugar.
Allí, en mi primer trabajo formal en una oficina, estuve casi tres años y fue
una experiencia maravillosa que me permitió formarme, a la par con la contabilidad,
en una cantidad enorme de labores administrativas y, he ahí lo especial, un
aprendizaje profundo sobre cómo relacionarme con las personas para generar
espacios de trabajo agradables. Compartíamos, además de la ayuda en el trabajo
cuando alguno lo necesitaba, desayunos, celebrábamos cumpleaños, íbamos a
bailar cada vez que el dinero lo permitía y cuando no también; o sea, creamos
relaciones no solo laborales sino de amistad.
He escuchado muchas veces esta frase: “a los trabajos no se viene a buscar
amigos”, yo creo que los amigos no se buscan, aparecen cuando nuestra actitud
genera las condiciones de respeto y confianza que permitan tal aparición. Mi
experiencia me dice que las relaciones de amistad, con los límites bien definidos,
generan bienestar en los sitios de trabajo. Es un tema que he conversado en
múltiples ocasiones y he llegado a la conclusión que lo determinante es el grado de
madurez con que cada individuo confecciona su concepto de amistad.
Después de esos casi tres años, de nuevo tomé una decisión: retirarme del
banco porque la rutina empezó a fastidiarme. Quería vivir otras cosas, pero la
estructura de la entidad y mi falta de estudios me impedían seguir escalando
posiciones. Siempre recuerdo las palabras de mi jefe: “tú eres un tipo inteligente,
pero eso no es suficiente, para crecer, tienes que estudiar”, era como la sombra de
mi papá detrás de mí nuevamente. Recuerdo que poco antes de retirarme le
notifiqué que había retomado mis estudios de educación secundaria y se alegró
muchísimo. Salí del banco, a los pocos años me gradué de bachiller y había pasado
de un “deambular en oficios” a un “deambular en oficinas” con una diferencia y es
que sin darme cuenta, había sido contagiado por gente de éxito.
CAPÍTULO IV
SUMANDO EXPERIENCIAS, RESTANDO ESTABILIDAD

Después de estar en el banco con cierta tranquilidad, reincidí en mi


inestabilidad y entre los años 1.983 y 1.997, es decir en catorce años, tuve
diecinueve empleos, inclusive uno en donde trabajé dos veces. Tenía la ilusión de
que lo aprendido en el banco era suficiente para optar a puestos de trabajo con
funciones de supervisión o jefaturas, pero estaba totalmente equivocado. No me
daba cuenta, quizás por esa dosis de soberbia escondida muy dentro de mí, que mi
aprendizaje verdadero apenas estaba por comenzar.
Mi gran ignorancia sobre los temas relacionados con la economía
venezolana, no me permitió comprender lo que se avecinaba para nuestro país a
partir de febrero de 1.983 mes del famoso viernes negro venezolano, en el cual se
inició una devaluación indefinida de nuestra moneda y el consiguiente debilitamiento
de toda la actividad económica y por consiguiente de la oferta laboral.
Con las oportunidades laborales reduciéndose aceleradamente, no tuve más
remedio que aceptar lo disponible en cada momento: analista contable primero en
una cadena de tiendas por departamentos, luego en una cadena de perfumerías y
por último en una casa de cambios. Esta última fue declarada en quiebra porque
sus dueños se fueron al exterior con el dinero de mucha gente que había confiado,
como yo, en la trayectoria, imagen y solidez de aquella institución financiera. Por
fortuna, me dejaron varios meses trabajando con la Junta Liquidadora de esa
empresa y el buen desempeño mostrado me hizo ganar una recomendación para
otra casa de cambios.
En esta nueva empresa comencé como auxiliar en el departamento de
conciliaciones bancarias y al cabo de tres meses ya me habían nombrado
encargado de dicha unidad. A el cuarto mes, recibí una llamada de un segundo
banco en donde había introducido mi “inestable currículum”, para ofrecerme un
trabajo en auditoría con una remuneración de casi el doble de lo que estaba
ganando. Cuando le comunique a mi jefe inmediato, un descendiente de italianos
con temperamento volátil, pero de corazón apacible, me pidió quedarme y ofreció
pagarme el doble de lo ofrecido por el banco. La verdad, me puso a pensar dos
días, después de los cuales le ratifiqué la decisión de irme argumentando que quería
aprender otras cosas y ser auditor me entusiasmaba demasiado. A excepción de
dos relaciones de trabajo que terminé de manera inadecuada, todas las demás
siempre fueron cordialmente disueltas.
Este segundo banco fue tan buena escuela como el primero. Estuve poco
más de dos años y el aprendizaje fue caudaloso. Asistí a cuanta formación me
incluían, la verdad es que la institución invertía mucho dinero en la capacitación de
su gente. Y fue aquí cuando me motivé a inscribirme en la universidad a estudiar
contaduría pública, carrera cursada con una infinidad de interrupciones y finalmente
no logré terminar. Lo cierto es que en los dos primeros años dentro de esta entidad
financiera recibí más de ciento cincuenta horas de formación y eso me permitió
escalar posiciones muy rápido, pasé de auxiliar, escalé cinco cargos y llegué a ser
subgerente de auditoría en ese corto tiempo. Para el tercer año asignaron un nuevo
gerente con el que decidí no seguir trabajando. Busqué otras áreas para
desempeñarme y como no logré la reubicación, una vez más renuncié.
Hoy me cuesta explicar esa conducta de inestabilidad laboral tan marcada en
mí. Se la atribuyo a varios factores: inmadurez, irresponsabilidad, ignorancia, baja
autoestima, soberbia y seguramente un importante e inconsciente desequilibrio
emocional, que no me permitía enfocarme en lo que verdaderamente quería.
Todas las decisiones que tomé, consciente o no de ellas, me sirvieron para
acumular estas experiencias, sin embargo, si me preguntas hoy sobre el impacto de
esos factores en el ejercicio de un liderazgo positivo y eficiente, te diría: “restan” en
lugar de “sumar”. El conocimiento, la responsabilidad, la madurez y la
autoestima, constituyen cualidades necesarias en un líder para influenciar,
con la suficiente humildad, positivamente a su equipo.
Después de salir de esta entidad, me costó conseguir trabajo, pero como
había adquirido experticia en eso de “buscar”, me emplearon como auditor en una
firma de contadores públicos. Allí continué mi formación como auditor durante seis
meses y me fui a otra en donde me ofrecieron mejor sueldo. En esta última
permanecí solo cinco meses porque me llamaron de un tercer banco para trabajar
también en auditoría, acepté y … ¡me despidieron a los cuatro meses! Resulta que
el gerente de auditoría, mi jefe, un viernes nos dice al equipo:

―Muchachos tenemos que venir los próximos cuatro sábados para actualizar
los informes, mañana nos vemos temprano.

Por supuesto, yo fui el primero en llegar al día siguiente y junto a los otros
auditores, trabajamos hasta pasado el mediodía, el gerente nunca llegó. Esta
historia se repitió durante tres semanas y ya para la cuarta yo tenía la garganta
“atorada” con ganas de decirle algo a aquel hombre, y un día tomé valor.

―Oye, una pregunta ―le dije―, tú nos dices todos los viernes, “mañana nos
vemos aquí temprano para terminar el trabajo” y yo no te he visto el primer sábado
con nosotros. Me puedes explicar ¿Por qué actúas de esa manera?

El hombre se enfureció, dio una respuesta que no me atrevo a compartir y


semanas más tarde me despidió.
Voy a decirte esto con todas mis ganas: Si tú tienes algún impedimento
para ejercer tu liderazgo a través del ejemplo mostrado al equipo que diriges,
es mejor que lo atiendas antes de dedicarte a liderar equipos. Para mí, la
condición indispensable de un líder es la coherencia que integra su pensar, sentir,
decir y hacer, así de claro.
Luego de esa desagradable experiencia me llamaron de otro banco y me dije
a mi mismo: ya basta de eso. De nuevo volví a las firmas de contadores a trabajar
como auditor, pasé por varias estando poco tiempo en cada una, todas muy buenas
escuelas. Mientras transcurría todo este tiempo, yo continuaba mis estudios de
contaduría en la universidad y a través de un compañero de estudios logré entrar
como auditor a una transnacional dedicada a la fabricación y comercialización de
cemento. Esta empresa significó grandes aprendizajes que yo no supe valorar al
reincidir en mis conductas inmaduras e irresponsables.
Convertirse en víctima de lo fácil es un enemigo perverso del
crecimiento personal y profesional. Para mí, en aquella época era muy fácil
conseguir empleo y más fácil aún malgastar el dinero ganado. Esto me convirtió en
un hombre, quién a pesar de tener inteligencia, ganas de trabajar, habilidades y
destrezas múltiples, vivía en una “profunda ceguera”. Mi actitud se medía por una
frase muy repetida: “la vida es muy corta, hay que disfrutarla”. Esa forma de mirar,
me llevó a consumir licor en exceso todos los fines de semana, enviciarme en juegos
de envite y azar, salir con mujeres sin importarme su procedencia, todo lo cual fue
mermando no solamente mi mente y cuerpo, sino los principios y valores
fundamentales que había aprendido en casa, los cuales, por fortuna, no se habían
perdido. Creo profundamente que los valores no se pierden, sino que decidimos
“pasar por un ladito” cuando nos conviene.
Fueron muchísimos los errores cometidos. El exceso de alcohol los
domingos, por ejemplo, me impidió varias veces cumplir con mi jornada del lunes y
entonces me volví un experto en confeccionar mentiras y excusas. Ahora entiendo
con sorpresa como la plasticidad del cerebro te permite convertirte en un experto en
conductas perversas, solo practicando. Perdía el dinero jugando y luego tomaba
préstamos que algunas veces no cancelaba, lo cual hoy, es una de las cosas que
me producen arrepentimiento. Vivía complicado con las novias que conseguía
porque quería tener dos y tres a la vez. Me desenfocaba fácilmente de la
responsabilidad con el trabajo y por supuesto no pensaba en tener familia, ni
siquiera atendía mi propia salud. En definitiva, yo mismo, solito, me encargué de
ensombrecer con mucha obscuridad toda esa luz que llevo dentro.
Comparto eso que he escuchado de algunos expertos en neurociencias
cuando dicen que el cerebro es el elemento más complejo del cosmos y así como
tiene la capacidad de regenerarse y reconstruirse, también puede autodestruirse. A
mi juicio, la droga ―el alcohol es una de ellas―, el ocio y la ignorancia, son sus
principales enemigos. Por fortuna, los seres humanos tenemos dos posibilidades de
aprendizaje muy poderosas cuando nos permitimos ponerlas en práctica, una es la
intuición y otra es el asombro, de hecho esta última palabra significa “sin sombra”,
es decir cuando nos asombramos aparece la luz, la claridad, tal como lo plantea
uno de mis grandes Maestros Julio Olalla Mayor: “es necesario Aceptar y Honrar
tus sombras para poder trascender a otro lugar”.
Hacerme consciente de mis errores no fue nada fácil. Familiares, amigos,
novias, jefes, personas todas que me apreciaban, me hablaban sobre ellos y yo, en
actitud de arrogancia siempre, les respondía una de dos frases bien corticas: “estás
equivocado, eso no es como tú piensas” o “eso no es problema tuyo”. Hace poco al
compartir conocimientos adquiridos de otro gran maestro, Nelson Torres Jimenez,
recordaba esta etapa de mi vida al hablar de los tres estilos de pensamiento
predominantes en el ser humano: 1) Autoritario – Dictador, cuyo lema es “si no estás
de acuerdo conmigo, estás equivocado”. 2) Caótico – Patológico “es que yo para
estar bien, necesito sentirme mal”. 3) Ecuánime – Asertivo “en mi inconsciente me
doy cuenta que yo, no soy tu”. Por supuesto que yo estaba atrapado entre los dos
primeros, porque además de imponer siempre mi razón, también era víctima de una
permanente conversación de la queja, ¡claro que, para estar bien, necesitaba
sentirme mal! Y, además, no podía faltar la queja: responsabilizar a los demás por
lo “mal que me iba en la vida”.
Concientizar tus errores es lo que te puede ayudar a mirarlos desde otra
perspectiva, y revisar tu estilo de pensamiento es determinante para construir
relaciones de aceptación de los otros, con sus luces y sus sombras, es decir con su
propia historia.
Hace un par de años, en el proceso de estructurar un taller vivencial para un
grupo de personas, me tropecé con el significado de la palabra RECONOCER y
recordé una publicidad de un canal de televisión venezolano que comenzaba
indicando la cualidad que tiene esta palabra de acercar a los individuos. Incluso, su
escritura invita a la tolerancia ya que se lee igual de izquierda a derecha que a la
inversa. Que interesante, la palabra te indica que para reconocer tienes que mirar
al otro y mirarte tú. Me causó curiosidad este tipo de palabras denominadas
palíndromas, conseguí varias y armé con ellas este pensamiento: “SOMOS SERES
que cuando estamos SOLOS nos SOMETEMOS a nosotros mismos. Por favor,
valora a los otros, AVIVA tu corazón y AMA. Esa es LA RUTA NATURAL”. Nota
que estas últimas tres palabras constituyen una frase palíndroma.
Hablar de todas las experiencias acumuladas con sus equivocaciones,
errores, desatinos y aprendizajes, probablemente será motivo de otro escrito porque
son muchísimas. Me satisface decirte en este momento, que como seres humanos
seguramente seguiremos cometiéndolos, pero cuando te das el permiso de
identificarlos, reconocerlos ―probablemente es lo que más nos cuesta― y tomar
verdaderamente lo que te corresponda para el momento que vives, puedes
emprender ese camino desafiante que implica el crecimiento, desarrollo y
transformación de tu individualidad. Solo aparentar que lo estás haciendo, es un
acto de vulgar hipocresía y una traducción de esta palabra es demasiada elocuente
como para ignorarla: “bajo crecimiento”.
CAPÍTULO V
SOY UN HOMBRE AFORTUNADO

Como te comenté finalizando el primer capítulo de este libro, lo que viví como
pescador me sirvió para redescubrir habilidades, destrezas y sobre todo reflexiones
de vida que me orientaron a “buscar de nuevo el camino hacia el éxito”, es decir, a
CIAR, remar hacia atrás para luego, cuando correspondió, volver a remar hacia
adelante. Un día, me senté bajo la sombra de un árbol a recordar una pregunta que
me hizo mi padre en uno de esos viajes que programaba al pueblo una o dos veces
al año:

―¿Esta es la vida que de verdad quieres para ti?

Pocos días después, le notifiqué a “Magaña”, su esposa y mis primos que me


regresaba a la ciudad, que iba a buscar empleo y si no conseguía me regresaba
nuevamente.
Pareciera entonces que esa pregunta me volvió a llevar a replantearme lo
que hacía, así que regresé a casa de mi familia, “mi casa” como decíamos siempre,
medio arrepentido, pero sin hablar de ello, algo desanimado, pero con la firme
convicción de que para lograr algo distinto tenía que accionar diferente. Recibí el
apoyo de mis hermanas y de un gran amigo, hoy tristemente ausente de este plano.
Salí a buscar empleo y comenzando el año 1.996 conseguí en una firma de
contadores en la que ya había estado. Fue mi empleo reincidente. Comencé con
una actitud distinta, bajando la cabeza para aprender, necesitaba actualizarme, los
cambios legales y procedimentales son muy vertiginosos.
Estaba decidido a cambiar, muy pensativo. Hablaba poco y casi siempre con
mi gran amigo, al que le contaba lo que me pasaba. A pesar del amor en el hogar,
nunca tuve una comunicación directa con mis hermanas ni con mi padre. Con quién
compartí más fue con una mi prima, a quien le contaba parte de mis cosas y fue
más que solidaria conmigo. El apoyo que te permitas recibir de las personas en
quien confías es determinante para darte fuerza y valor de continuar, pero ese
apoyo aparece, solo cuando te dispones a contar tu dolor, a hablar más con el
corazón que con el cerebro y a solicitar con humildad la ayuda que necesitas. Esta
experiencia de solidaridad fue determinante para afianzar luego mi trabajo como
líder de equipos. Practicar la sensibilidad hacia los otros es un rasgo valioso de un
líder que dirige gente. Estar atento a los otros no implica resolverle “todo” a “todos”,
pero sí, escucharlos siempre, sobre todo, en aquellos momentos en que tu intuición
te dice “a este individuo le está ocurriendo algo”.
Este proceso de transformación me implicó lentos avances y rápidos
retrocesos. Comenzando el año 1.997 volví a renunciar a la firma que me había
recibido por segunda vez y me fui a otra que me ofreció un cargo de gerente de
auditoría. A los pocos meses de estar allí, sintiéndome bien con lo que hacía, surgió
un proyecto interesante en la ciudad de Coro, al occidente de Venezuela y me
ofrecieron liderarlo, se trataba de auditar la gestión pública de un gobernador que
estaba siendo sustituido por otro del mismo partido para iniciar un nuevo mandato.
Fue una experiencia de trabajo muy enriquecedora para comprender como
en aquel lugar se “mal-gestionaba” lo público con las terribles consecuencias sobre
la calidad de vida de sus ciudadanos. Conocer los “intríngulis” de aquella
administración pública, con todas sus bondades y asquerosidad me sirvió para
comprender que ese espacio también es liderado por seres humanos que necesitan,
en su mayoría, descubrir su capacidad creativa para ponerla al servicio de su trabajo
en pro de otros y no solo de sí mismos. Es decir, hay un gigantesco espacio de
posibilidad para acompañar a quienes buscan mejores maneras de gestionar lo
público. Siempre me pondré a la orden de quien comparta esta inquietud para
debatir ideas constructivas.
Fue en esa ciudad y por otra de esas cosas inexplicables, que conocí a la
mujer de mi vida, la que hoy, junto a nuestros hijos me acompaña en todas mis
aventuras. Estaba hospedado en un apartotel en el centro de la ciudad y una tarde,
llegando allí a descansar, me di cuenta que mis zapatos estaban algo desgastados.
Justo en frente del hotel había una zapatería y entré. Sandra me brindó una
atención tan sorprendente, que me atrapó. Compré los zapatos y cuando regresé al
hotel, ella no salía de mi cabeza. Y fíjate como son de complejos los procesos de
transformación personal, lo primero que me dije fue: “a esta mujer no le vayas a
hacer daño”, o sea, ni siquiera le había dicho que me gustaba y ya sentía miedo de
engañarla. Comencé a entrar a la zapatería todas las tardes. Le llevaba dulces a
ella y su compañera de trabajo. La invitaba a salir y nada, no aceptaba, pero nunca
me di por vencido.
La primera vez que salimos fue al cine y bastó para darnos cuenta que
estábamos enamorados, tanto, que nuestro noviazgo duró solo nueve meses y el
29 de mayo del año 1.998, acompañados por la familia, contrajimos matrimonio en
una de las jefaturas civiles de la ciudad y al día siguiente celebramos nuestra boda
eclesiástica en la hermosa Catedral de la ciudad de Coro. Imagínate la importancia
de esas fechas en mi vida que mi correo electrónico es josluiss29@gmail.com, es
decir el día veintinueve lo llevo como una marca y me siento orgulloso de ello.
Fue una linda boda, a pesar de que la organizamos con poco tiempo, nuestra
dedicación y la ayuda de familiares y amigos, nos permitieron disfrutar de un
hermoso momento. No obstante, aprendimos que al organizar una fiesta, debemos
estar preparados para lo ingrato, es decir, para recibir a cambio solo comentarios
de lo que no salió bien. En todo caso, valió la pena el esfuerzo, disfrutamos mucho
la fiesta y compartimos con toda nuestra gente querida.
Casarme con esta mujer fue lo mejor en esta etapa de mi vida. Muchas veces
he dicho en público: “soy un hombre felizmente casado” y el lenguaje corporal de
algunas personas me indica que no cree o comprende por qué lo digo, pero como
yo si lo tengo claro, lo seguiré repitiendo una y otra vez. Los planes de Sandra, a
sus veintiséis años eran irse a estudiar a otra ciudad, los míos, tener hijos.
Conversamos y acordamos formar una familia, para lo cual ella se quedaría en casa
educando y cuidando a los hijos, decisión que hoy valoramos enormemente.
Nuestra luna de miel fue en la ciudad de Mérida, pocos días porque yo
necesitaba volver al trabajo, pero suficientes para conocer, disfrutar mucho y
conversar sobre nuestros planes. Para ese entonces, yo le había contado casi toda
mi vida y ella, con su sencillez, nobleza gigantesca y un gran amor, me ofreció ser
la compañera de mi vida para superar todos los obstáculos que aparecieran y
“crecer siempre juntos”. Cuando alguien te “muestre su alma”, no te distraigas
con ninguna otra cosa, las conversaciones entre los hombres son distintas a
las conversaciones entre “el alma de los hombres”.
Regresamos a vivir en un apartamento que habíamos alquilado en la ciudad
y yo me reincorporé a mi trabajo como gerente del proyecto de auditoría. Pasados
dos meses recibí dos noticias, una muy feliz y la otra triste. La primera: Sandra
estaba embarazada. La segunda: me había quedado sin trabajo por un problema
en el que me había metido por mi ingenuidad, estupidez y terquedad. Y a los pocos
días además recibí la noticia de la muerte de mi padre y ni siquiera pude
acompañarlo al cementerio. Todo esto ocurrió en nuestro tercer mes de casados.
Para aquel entonces, mi trabajo en el proyecto me había permitido adquirir
un vehículo en muy buen estado y no me quedó más remedio que convertirme en
taxista, labor que desempeñé un par de meses en virtud de haber acordado con
Sandra que me iría a trabajar de nuevo a Caracas por la falta de empleo en la ciudad
de Coro. Vendimos el vehículo y tuve la dicha de conseguir un empleo en otra firma
de contadores como auditor.
Con mi esposa embarazada, a quinientos kilómetros de distancia y teniendo
presente todo lo que había vivido solo primero y luego con ella, decidí “enfocarme
por completo” al trabajo y de verdad, hoy me siento muy feliz de haber tomado esa
decisión. Trabajaba en Caracas y viajaba cada quince días a estar con ella dos o
tres noches, así estuvimos varios meses. De hecho, cuando nació Sandra Susana,
nuestra “esperada” primera hija, yo no pude estar en la maternidad porque estaba
trabajando y la conocí solo hasta cuando pude viajar. Y digo esperada porque en
nuestras primeras conversaciones sobre tener hijos, yo le manifesté mi deseo de
que la primera fuera mujer, algo que le extrañaba a mucha gente.
Gracias a que me enfoqué plenamente en mis labores y familia, mi vida
empezó a enderezar de nuevo. Gané muy rápido la confianza de mis jefes y me
asignaron trabajos de cierta envergadura, los cuales pude atender con buen
desempeño. A los pocos meses de estar trabajando mi esposa aceptó irse conmigo
a Caracas a vivir “arrimados” en casa de mi hermana mientras conseguíamos algo
en alquiler. Vivimos en ese lugar, hasta el 16 de diciembre de 1.999, fecha en la que
una “tragedia natural” desapareció ese barrio que me vio crecer.
La época de lluvias de aquel año se había intensificado de manera inusual y
pasaron varias semanas lloviendo caudalosamente todos los días. Ese lunes 16 de
diciembre me correspondía ir a la oficina, pero el agua no me permitió salir y bajar
del cerro en aquellas circunstancias era inviable. Me quede en casa con mis dos
mujeres, mi esposa e hija, quien cumplía nueve meses de nacida ese día. Llegó la
noche y la lluvia no cesaba. Yo no podía dormir, me sentía intranquilo y le pedí a mi
esposa, mi hermana, su esposo e hijos que nos subiéramos a la planta alta de la
casa en donde vivía mi sobrina porque el caudal de la quebrada que pasaba justo
al lado de la casa estaba “creciendo” y en ese momento recordaba palabras de mi
padre: “cuando el agua reclama su terreno, no hay quien la detenga”.
Subimos y allí estaba, además, mi hermana mayor con otros miembros de la
familia hablando con cierto miedo de lo que podía implicar esa cantidad de lluvias
en un lugar como aquel. En la televisión, las noticias trágicas en otras partes de la
ciudad no paraban. Yo seguía intranquilo invitándolos a todos a irnos a otro lugar,
pero la respuesta era una pregunta obvia “¿cómo salimos con este “palo de agua?”,
expresión muy venezolana para referirnos a la lluvia intensa.
No se ha borrado de mi mente lo que sucedió unos minutos después. Me
asomé por la ventana para ver hacia la montaña y alcancé a ver una gigantesca
masa de agua que venía derribando árboles y todo lo que encontraba a su paso, sin
pensarlo, con desesperación y fuertes gritos comencé a empujar a toda la familia
hacia afuera:
―¡Corran, salgan, rápido!
Todos salimos despavoridos. Yo, con mi hija en brazos y esposa tomada de
la mano, salimos también corriendo sin rumbo en medo de la torrencial lluvia.
A pocos metros, un amigo me tomó del brazo y nos metió en su casa a
nosotros tres, el resto de la familia siguió corriendo. Mientras me daban algún
brebaje para tranquilizarme, yo insistía desesperadamente a él y todos los allí
presentes, unas quince personas, sobre la necesidad de salir de allí. Habrían
pasado unos minutos, cuando el agua comenzó a filtrarse por debajo de la puerta
que daba entrada a la casa y corrimos de nuevo, esta vez hacia la parte trasera en
donde había una mata de mango que nos sirvió de escalera para subir a todos al
techo de la casa vecina y caminar por él hasta lograr salir de nuevo a la calle. Detrás
de nosotros, un delta de agua arrastraba neveras, cocinas, colchones y otros
muebles y enseres expulsados de muchas viviendas, incluyendo la nuestra.
Continuamos corriendo hasta llegar a otra casa de un amigo en donde nos
pidieron quedarnos sobre todo por la niña. Allí nos quedamos hasta el amanecer. A
las seis de la mañana aún lloviznaba y regresé a nuestra casa con la intención de
sacar algo para vestirnos, pues habíamos salido con ropa de dormir y chancletas.
Me encontré con imágenes que mis ojos no pudieron soportar mucho rato y mi
memoria no borrará más. La quebrada, con furia descomunal, había desaparecido
medio barrio. Todo era caos, llanto y dolor. Gente buscando familiares debajo del
barro, en una sola calle llegué a contar diecinueve muertos.
Me perturbó mucho ese drama y regresé a buscar a mi esposa e hija y le pedí
que saliéramos de aquel lugar. Bajamos hasta una escuela en donde mi hermana
mayor junto al resto de la familia se había refugiado. Me despedí de todos y caminé
con mi hija en brazos, y mi esposa de la mano, cinco kilómetros con el barro sobre
los tobillos y el alma rota, pero con esa extraña fuerza que el miedo te proporciona
cuando decides enfrentarlo.
Nos refugiamos en una iglesia a la que estaban llegando cientos de personas
huyendo de la tragedia. Nos sentamos y miramos a la cara.
―Y ahora, ¿qué hacemos?― Nos preguntamos.
―Llamemos a mi tío Brígido―, finalmente ella sugirió.
El tío Brígido es una persona que he aprendido a querer mucho con el tiempo.
Estaba siempre muy pendiente de nosotros y en esa ocasión no fue la excepción.
Se enteró lo que pasaba por las noticias y nos fue a buscar. Transcurría el día
martes 17 de diciembre de 1.999.
Brígido Morillo, hoy día nuestro compadre, amigo y familia, nos trasladó
desde la iglesia hasta su casa y allí nos brindó la mayor de las atenciones durante
una semana. No solamente. Nos alojó, alimentó, consiguió ropa, zapatos y otras
cosas que necesitábamos. Esos días pude vivir en carne propia la solidaridad de
mucha gente. Amigos nos llamaban para saber de nosotros y ayudarnos con ropa,
comida, dinero, etc. Los socios de la firma para la que trabajaba se acercaron hasta
donde estábamos y también me llevaron ropa y zapatos para trabajar, la verdad y
lo digo con propiedad: los venezolanos somos gente con mucha solidaridad.
Pasada una semana, aproveché las vacaciones en el trabajo y nos fuimos a
casa de la familia de mi esposa en Coro a pasar las navidades. Estando allá, me
preguntaba: “¿Qué haremos en enero?” Por fortuna, ya había hecho varias
diligencias para alquilar algo y logré conseguir una habitación a donde llevé a mi
esposa e hija a vivir, lamentablemente y sin sospechar, otra experiencia bastante
desagradable. El lugar, las incomodidades y las personas con quienes nos tocó
compartir el único baño de aquella casa vieja con cuatro habitaciones no eran
confortables. Allí nos mantuvimos juntos, soportando y esperanzados en trabajar
para buscar algo mejor. Por fortuna fueron solo cuatro meses.
Para ese momento, además de desempeñarme de lunes a viernes como
auditor, trabajaba sábados y domingos haciendo la contabilidad de una empresa
que me cedió uno de los socios de la firma para ayudarme. El propietario de esa
empresa, otro isleño bondadoso y trabajador, comercializaba pescadería al mayor.
La gente buena y el pescado me aparecían por todas partes. Ese hombre a quien
siempre le agradecí con un trabajo honesto y dedicado, me tomó mucho cariño y
conversó con una cuñada para alquilarnos un anexo muy confortable al lado de su
casa, la zona no era la mejor, pero allí vivimos casi tres años siendo vecinos de una
mujer demasiado encantadora que hoy, lamentablemente está en otro plano. Dónde
esté mil gracias siempre por querernos, el cariño es recíproco.
Nos mudamos en abril del año 2.000. En mayo me llamaron de una empresa
por recomendación de una compañera de trabajo. Tuve entrevistas con dos de sus
dueños y el día 15 de ese mes comencé a desempeñarme como gerente de
administración de esa compañía dedicada al beneficio de ganado bovino y porcino.
El desafío asumido fue reestructurar organizativamente una empresa que carecía
de gestión gerencial efectiva. Era mi primera experiencia en un cargo como ese y
no dejaba de sentir ciertos temores de no poder con ese reto. Sin embargo, las
experiencias en tantos sitios de trabajo, mi disposición de aprender, el enfoque claro
sobre lo que se pretendía y haberme rodeado de un equipo de trabajo también
dispuesto y trabajador, fue la clave para que en menos de un año la empresa se
enrutara por muy buen camino.
Yo llegaba muy temprano a la oficina, permanecía allí doce o catorce horas
de lunes a viernes, durante ese primer año fue siempre así. Justo uno de esos días
que salía de la oficina aproximadamente a las ocho de la noche, me tropecé con
Edgar, mi primer jefe en el banco en donde debuté como oficinista. Como
consecuencia de la crisis presente en el país, el banco había cerrado y el andaba
buscando empleo, hacía años que no nos veíamos y le dije: cada vez creo menos
en las casualidades, así que si estás dispuesto a tenerme como jefe, puedes
comenzar a trabajar mañana mismo, muy contento aceptó y formó parte de un buen
equipo de trabajo hasta que seis años después yo lo recomendé para que ocupara
mi cargo.
Generar relaciones de amistad o convivencia sanas, fundamentadas en la
madurez, respeto, la cooperación más que en la competencia leal, la honestidad
como norte, un alto sentido del compromiso y la responsabilidad, y una actitud
profesional y positiva; te ayudará a promover el bienestar en tu equipo de trabajo y
adicionalmente te permitirá, como en este caso, tener siempre las puertas abiertas
donde quiera que vayas.
El trabajo andaba por muy buen camino, la mejora en la economía del hogar
era notoria y llegó otra buena noticia. A los pocos días de habernos mudado a
nuestra cómoda casa, Sandra me notificó que estaba embarazada de nuevo. Nos
alegramos mucho porque venía un hermanito para nuestra hija y el 09 de enero del
año 2.001, nació nuestro segundo querido hijo, José Luis. Esta vez sí pude estar al
lado de mi esposa durante su embarazo y por supuesto en el momento del parto.
Mi proceso de transformación personal estaba surtiendo un importante efecto
no solo en mí, sino en mi entorno. Sin embargo, en ocasiones retrocedía y volvía a
caer en el consumo excesivo de alcohol y las apuestas de carreras de caballos. Mi
adorable esposa conversaba conmigo y a veces me salía de nuevo el soberbio, el
terco, el imbécil, pero hacía un gran esfuerzo y me enrutaba una y otra vez. Lo que
no descuidé en esta etapa fue el trabajo. Me mantuve enfocado, tanto que hasta
retomé nuevamente los estudios de contaduría que ya llevaban varios años de
abandono.
Esta empresa tenía más de 150 trabajadores y un clima organizacional muy
particular. El matadero industrial en donde se beneficiaban las reses y los cerdos
estaba ubicado a varios kilómetros de la oficina, muy cerca de la casa donde
estábamos viviendo. Yo lo visitaba por lo menos una vez a la semana y allí fui
aprendiendo sobre una cultura laboral que nunca antes había imaginado. Hombres
muy fuertes, con cuchillos muy afilados en sus manos, bañados casi siempre en
sangre y despidiendo de sus cuerpos y ropas olores nauseabundos todo el día.
Parecían inhumanos, pero detrás de estas imágenes era profundamente humanos,
padres, abuelos hijos, esposos, como cualquier otro.
En esa empresa corroboré mi facilidad para acercarme al otro,
independientemente de su apariencia, color y olor. Aprendí a respetarlos, a
escucharlos, a tener paciencia para explicarles lo que parecía que nunca entendían,
sobre todo en materia de beneficios, que siempre creían tenerlo más claro que todos
los jefes. Aprendí a lidiar con temas domésticos de todo tipo, todas las semanas.
Siempre mantuve una actitud de cordialidad y eso me ayudó, en el momento en que
la empresa se vio profundamente afectada por la crisis, a ser escuchado cuando
tuve que negociar con ellos la reconsideración de algún beneficio difícil de otorgar
dadas las dificultades financieras del momento. También tuve que aprender a
negociar con sindicatos y funcionarios gubernamentales de distintas actitudes y
formas de pensar. Era un mundo totalmente distinto al que yo había vivido en las
oficinas de las tantas empresas por las que transité.
A pesar de todo el esfuerzo que hacía para generar un clima laboral
razonablemente pacífico, nunca faltaron los individuos empeñados en convencer a
la masa de no confiar en la empresa y asumir actitudes que afectaban notablemente
la productividad de la misma. Por fortuna, eran una minoría que hacía mucho ruido
y pude siempre con carácter y coherencia cumplir con todo los compromisos que
encaraba.
He llegado a la conclusión y lo he conversado con muchos gerentes, de que
en todo grupo de trabajadores siempre va a existir un porcentaje inconforme. De
hecho, a partir de mi propia experiencia y estas conversaciones, me atrevo a decir
que en promedio dicho porcentaje puede estar entre un 10% y 15%. Pareciera que
es un número razonable si tomamos en cuenta que una empresa difícilmente podrá
satisfacer las expectativas de todos sus trabajadores todo el tiempo. Otra cosa que
quiero resaltar acá es que mi experiencia me dice que esa minoría por lo
general está constituida por aquellos individuos que sencillamente no quieren
trabajar.
El líder que se esmere para que todo salga bien, debe estar preparado para
recibir a cambio ingratitud. La templanza es otra importante cualidad en el
desempeño del liderazgo, hacerlo casi todo bien y recibir una respuesta
totalmente adversa a lo que hiciste, requiere mucha continencia emocional.
Recuerdo momentos muy duros en las faenas de pesca en donde cumplíamos todas
las instrucciones al pie de la letra y no lográbamos los resultados deseados por
alguna acción de la propia naturaleza, por ejemplo, la aparición de un viento
indomable de manera intempestiva. Nuestro querido “Magaña” se enfurecía y nos
culpaba a nosotros del fracaso, fueron días frustrantes pero aleccionadores para
lidiar ahora con esas actitudes contrarias al buen desempeño.
Mis jefes en esa empresa fueron dos hermanos, con actitudes totalmente
diferentes entre ambos. Los dos muy inteligentes y trabajadores, uno con trato
apacible, conciliador y el otro gritón, temperamental y hasta obstinado. A ellos
también aprovecho para agradecerles todo lo que hicieron por mí y lo que dejaron
de hacer los dieciséis años que trabajamos juntos.
Con el gritón, definitivamente me persiguen sus subidas de voz, teníamos al
menos, una discusión por semana. Renuncié más de una vez, pero él mismo me
llamaba, se excusaba, yo también y recomenzábamos. A los seis años de estar
gerenciando la compañía, la cual hasta en sus peores momentos logró superar las
crisis, el mismo gritón me sorprendió un día con una propuesta muy atractiva:
ocuparme de su otra empresa, el matadero industrial más importante del país, pero
esta vez en el carácter de gerente general. Fue una noticia que me alegró
enormemente y celebré con mi familia la posibilidad de seguir creciendo personal y
profesionalmente.
Así fue como nos mudamos a otra ciudad, a una hora de la capital, y comencé
una gerencia que duró diez años y terminó con mi nombramiento como director
ejecutivo de esa empresa hasta que decidí tener mi propio negocio. Para ejercer mi
nuevo cargo puse como condiciones otorgarme un vehículo nuevo, todos los gastos
de mi estadía en la otra ciudad y las facilidades para adquirir vivienda propia en
aquel lugar. Todas fueron aceptadas y cumplidas.
Al principio, continuamos residenciados en la capital y yo viajaba todos los
días 110 kilómetros de ida a la oficina y lo mismo para regresar a casa. Esto lo
aguanté solo un mes, a partir del cual les exigí alojamiento en la ciudad donde
estaba la empresa. Pasé a vivir en un hotel durante tres meses y viajaba los lunes
a la empresa y los viernes a la casa. En un par de años, con ayuda de los dueños
de la empresa, pude comprar una casa, hacerle las modificaciones que acordé con
mi esposa y al año siguiente nos mudamos las dos Sandras y los dos José Luis a
nuestra nueva vivienda, a la cual le pusimos por nombre GRATITUD por todo lo
vivido.
A todas estas, yo continuaba con mi proceso de transformación personal,
había disminuido considerablemente mi consumo de alcohol y prácticamente dejé
el vicio de las apuestas sin darme cuenta.

―¿Cómo hiciste para dejar los vicios? ¿fuiste para que algún brujo,
psicólogo, o qué?― Me preguntó un amigo un día

―¡O qué! ―le respondí, retomando su “o qué”.

La verdad cuando me pregunto que hice para recuperar mi vitalidad,


autoestima, enfocarme de nuevo, crecerme ante la adversidad, volver a estudiar,
etc, la respuesta es: “A MI ME MOVIÓ EL AMOR Y LA GRATITUD”, es decir, darme
cuenta de que a pesar de todos los errores que seguía cometiendo, la vida me
continuaba dando oportunidades de todo tipo y esta vez dije: “no las voy a dejar
pasar”.
Obviamente el amor por mi familia, el cual fue inculcado desde niño con todas
las dificultades que vivieron mis parientes cercanos, la nobleza y templanza de mi
amada esposa para resistir todo lo que vivimos, la llegada de los hijos y todas las
recompensas que recibía por la dedicación a mi trabajo, influyeron mucho en esa
movida de mente y cuerpo que experimenté.
La experiencia como gerente general fue enriquecedora. Mientras tanto,
decidí no terminar la carrera como contador y me gradué de abogado en cinco años
de estudio. Con el cargo, vinieron cursos, talleres, seminarios y diplomados que
ampliaron no solo mi historia profesional sino mi visión sobre muchos aspectos
hasta esos entonces un poco ignorados por mí. Las relaciones personales y
profesionales también se ampliaron y comencé a incursionar en el mundo gremial.
Soy miembro del Colegio de Abogados del estado Aragua, fui Director y Presidente
de la Cámara de Industriales del Estado Aragua y Director de la Confederación
venezolana de la Industria (CONINDUSTRIA), experiencias todas que me
otorgaron grandes aprendizajes como profesional y como persona. Agradezco a
esas instituciones haberme permitido haber sido parte de ellas.
Y con todo esto, también llegaron los viajes y desde el 2.007 hasta el 2.014
pudimos disfrutar vacaciones en distintas partes del mundo, lo cual me satisface
mucho contarte porque estoy convencido de que viajar es una extraordinaria forma
de aprender. Cuando conoces otras personas, escuchas otras lenguas, saboreas
otros platos, sientes otros climas y hueles otros aires, es mucho de lo que te
apropias para reflexionar sobre tu pequeño y gigante al mismo tiempo, mundo
existencial.
Entonces, las dos Sandras y los dos José Luis estaban muy felices en su
nueva casa, cada quien en lo suyo, con suficiente confort, mucho respeto y profundo
agradecimiento, cuando una noticia inesperada nos movió. Recuerdo que en los
primeros días de enero de 2.013 estaba yo en una reunión muy importante con el
asesor jurídico de la empresa diseñando una estrategia para abordar varios temas
sindicales que nos tenían muy agotados, cuando me llama mi linda esposa y me
dice: “el examen resultó positivo”. En ese momento experimenté por primera vez de
manera consciente lo que es entrar en un estado de shock. Me paralicé, cambié de
color y el abogado que estaba frente a mí, amigo también, me preguntó si me
pasaba algo. Recuerdo que le dije a ella “estoy muy ocupado, no estoy para bromas
ahora” y me volvió a afirmar “estoy embarazada de nuevo”. Yo no lo podía creer.
Resulta que en diciembre del año anterior fuimos en familia a la ciudad de
Mérida a pasar la navidad y la pasamos tan divino que en algún momento ocurrió lo
que tenía que ocurrir para recibir de nuevo esa gran bendición de Dios materializada
en un hijo. Los hijos son el hilo de nuestro aliento, el fuego de nuestra alma y la
razón de nuestra existencia, esa es mi opinión.
No soy médico, pero voy a tratar de explicarles lo que yo llamé en ese
momento mi estado de shock. Le respondí al abogado, “no me pasa nada, solo una
noticia urgente”. Me levanté de la silla, subí al vehículo y en automático llegué a
casa. Veía a mi esposa y no sabía que decirle, ella tampoco. Habíamos decidido no
tener más hijos porque dado que José Luis había sido un niño muy grande y, quizás
el embarazo no estuvo médicamente bien atendido, ella generó una diabetes
gestacional, así que tomando en cuenta sus antecedentes familiares de esa
enfermedad, nos propusimos no correr riesgos para ella y mucho menos para un
nuevo bebé. Por eso entre en shock, me sentía culpable, no sabía qué hacer, no
entendíamos lo sucedido porque nos cuidábamos para que no pasara, pero sucedió
y allí estábamos mirándonos sin hablar.
Entones yo rompí el silencio.

―¿Qué hacemos?

―No sé ―Dijo ella.

―Hagamos algo, llamemos a la familia para escuchar su opinión― Respondí


al cabo de un rato.
Empezamos hablando con su hermana, su mamá, su abuela, mi hermana del
medio y todos estaban felices, menos nosotros. El shock comenzó a ceder cuando
llamé a mi hermana mayor y su respuesta fue: “que noticia tan buena, a lo mejor
ustedes están en su mejor momento y no se habían dado cuenta”. ¡Guau!, que
poderoso es el lenguaje, que sabios son los hermanos mayores, que profundo es
sentir amor por el otro y expresárselo.
Entonces, le dije a mi esposa.

―Amor, esto es lo mejor que nos puede estar pasando.

Y cuando ya el panorama se iba tranquilizando llamamos a una tía de ella


muy querida por nosotros, pero algo catastrófica y su respuesta fue: “Ay Sandra tu
no podías embarazarte otra vez, tienes que buscar un especialista, tienes que
cuidarte demasiado porque eso es muy riesgoso, etc., etc.” y el shock estuvo a
punto de regresar.
Pero no lo dejamos volver. Nos sentamos, besamos, abrazamos y decidimos
hacernos cargo nosotros sin dejarnos influenciar negativamente. Buscamos un
médico en la misma ciudad de nuestra residencia y a ella no le gustó mucho la
primera consulta. Entonces comencé a llamar a algunos amigos para pedir
referencias de médicos especialistas y todos me recomendaban irnos a la capital
porque era allí donde estaban los mejores médicos y equipos. Entonces le dije a mi
esposa:

―Viajar todos los meses va a ser algo complicado, vayamos a Maracay, la


ciudad contigua a la nuestra y si no conseguimos allí, tendremos que ir a Caracas.
Todo va a salir bien.

Y así hicimos. Fuimos a la maternidad más importante de esa ciudad,


entramos y nos paramos frente a la cartelera del directorio médico, buscamos
obstetras y aparecía una de nombre Sandra. Le pregunté si quería consultarle,
asintió, subimos y minutos más tarde estábamos sentados esperando que la doctora
terminara con una paciente que llegó antes de nosotros. Cuando nos llamaron, nos
llevamos una gran sorpresa: la doctora era muy jovencita y lo primero que pasó por
nuestras cabezas fue: esta mujer no tiene experiencia para un caso como este, aun
así procedimos la consulta y la doctora Sandra resultó ser un amor de persona y
una gran profesional. Las dos conversaron de todo lo sucedido con el parto anterior
y la cariñosa doctora le dijo que no se preocupara, con un tratamiento adecuado no
iba a tener ningún inconveniente y su bebé iba a nacer sano, sin ningún problema.
Cada día me convenzo más de lo certero de esa frase de mi gran maestro
Nelson Torres Jiménez: “De mi estilo de pensamiento, depende mi vida”. Nuestro
pensamiento condiciona nuestra realidad, independientemente de lo externo, la vida
que tenemos se la debemos fundamentalmente a nuestra estructura de
pensamiento, a la forma como diligenciamos nuestro sistema de creencias, a la
actitud positiva o negativa con que encaramos nuestro día a día y sobre todo a la
valoración que damos a esa energía vital que está en todos: EL AMOR.
Por supuesto que la llegada de este tercer hijo nos cambió la vida para bien.
Yo, más enfocado que nunca en mi trabajo y en mis proyectos futuros. Nuestros
hijos muy contentos porque ahora iban a tener un hermanito menor y su mamá feliz
porque todo estaba saliendo como lo pensamos. El 22 de agosto de 2013 vino al
mundo Luciano Rafael y ese nombre lo escogimos revisando algunos textos en
donde se señalaba que Luciano significaba algo así como “luz brillante” y Rafael en
honor al segundo nombre de mi querido padre.
A todas estas, mi trabajo que siempre había sido estresante, se había vuelto
casi insoportable antes de la llegada de Luciano. A pesar de todo lo bueno que
ocurría en nuestro hogar, yo no descansaba, me irritaba con facilidad, vivía
regañando a mis hijos, discutiendo con mi esposa. Por fortuna, no perdí el foco
nuevamente pero el costo en salud y calidad de vida fue verdaderamente
importante. Luciano significó para mí, una verdadera “luz brillante”, porque empecé
a reflexionar sobre muchas de las conductas que estaba teniendo y me convencí
sobre la necesidad de cambiarlas en la medida en que este niño fuera creciendo.
Los procesos de transformación no solamente son complejos, sino
dolorosos y requieren mucho coraje y determinación para mantenerse firme
en el tiempo. Cuidé con firmeza mi propósito de seguir creciendo personal y
profesionalmente. Comencé a buscar herramientas que me permitieran gestionar
mejor mis niveles de estrés y fue así como comencé a curiosear sobre la
programación neurolingüística y el coaching.
CAPÍTULO VI
UNA LUZ IRRADIANDO ESPACIOS DE SOMBRAS

Después que nació Luciano me inscribí en un programa de coaching con PNL


en Caracas y viajaba cada quince días para tener clases viernes, sábados y
domingos. Acá recordaba siempre toda la gente que me hablaba de lo necesario de
la capacitación para crecer como persona y sobre todo como profesional. Fueron
ocho largos meses de proceso, sin embargo, había algo en esa escuela que no me
terminaba de convencer y no me esforcé en certificarme. Cuando decides aprender,
lo adquirido se incorpora con o sin el papel de acreditación.
Esta formación sirvió para despertar aún más mi curiosidad y empecé a leer
más sobre el coaching. Fue entonces cuando por recomendación de mi querido
amigo y socio Freddy, llegué a Newfield Network, una de las escuelas de coaching
ontológico más prestigiosas del mundo. Transcurrían los primeros meses del año
2015, yo me desempañaba todavía como director ejecutivo en la empresa, pero ya
había negociado mi salida para proyectar mi propia compañía.
En marzo de ese año, cinco venezolanos estábamos en Bogotá
acompañados por otras doscientos y tantas personas provenientes de Colombia,
Perú, México, Chile, Ecuador, Argentina, Panamá, Estados Unidos, España y
Bolivia, en la primera semana de conferencias pautadas en el ACP (Arte del
Coaching Profesional) de Newfield Network. Desde el primer día de conferencias,
comencé a darme las gracias a mí mismo por haber tomado la decisión de
inscribirme en esa formación, la cual, definitivamente me cambió la vida.
El ACP de Newfield es una formación muy exigente, requiere no solamente
dedicación sino movilización cierta de lenguaje, cuerpo y emocionalidad, lo cual se
dice muy fácil, pero implica “entrar en ti” muy profundo y encontrarte con todo lo
blanco, lo gris y lo negro que te contiene. Entre las tres conferencias realizadas en
distintas fechas y los encuentros virtuales, fueron diez meses de profundos
aprendizajes, de conocerme más de lo que creía, de reír, de llorar, de movilizar
fibras muy sensibles dentro de las cuales hay mucho por mirar.
Terminado ese tiempo, yo sabía que no me iban a certificar porque me faltó
mucho trabajo por hacer desde el punto de vista corporal y emocional. El coaching
es una forma distinta de aprender, no se trata de memorizar textos y presentar un
examen para aprobar o no. Acá el aprendizaje no se queda en la cabeza, tiene que
integrarse al cuerpo en toda su extensión y debe reflejarse en una conducta
emocionalmente coherente. Para ese momento yo tenía muchas distinciones claras,
pero solo en mi cabeza y por ello no me otorgaron la acreditación de la escuela.
Lloré a cántaros, tanto, que una queridísima amiga colombiana me dijo: “Ay
Jose le voy a decir algo, pero no se me vaya a ofender, yo disfruté mucho su llanto”.
Le di las gracias porque en ese momento me percaté de que yo también había
sentido una especie de gozo con mi llanto. Cuando las lágrimas brotan de lo más
profundo de tu alma, no es solo líquido lo que rueda por tus mejillas, también ruedan
penas, dolores y sufrimientos brotados de lo más profundo, por eso es tan sanador
“llorar, disfrutando tu llanto”. Antes me cohibía de hacerlo por haber escuchado
infinidad de veces “los hombres no lloran” y tenerlo grabado en mi memoria. Fue lo
que aprendimos de quienes con amor nos lo inculcaron, es hora de mostrarlo de
manera distinta, de expresar mi sensibilidad.
Por fortuna, la Escuela ofrece a quienes no se certifican, la posibilidad de
asistir a otra formación complementaria de unos cinco meses (Mentoring) para
incorporar aquellos aprendizajes necesarios para desarrollar las competencias
profesionales que un coach ontológico debe poseer. Por supuesto no lo pensé dos
veces, en marzo de 2016 me inscribí en el Programa de Mentoring y en julio de ese
mismo año recibí el certificado que me acredita como coach ontológico profesional
de mi querida escuela.
El Mentoring de Newfield constituye un proceso intenso y exigente, que
conlleva muchísima práctica y profundización en el dominio de las competencias.
Fue con este programa que continué descubriendo las grandes oportunidades de
aprendizaje de mi cuerpo y mi mundo emocional. Con las exigentes prácticas
comprendí de dónde provienen mis miedos, el porqué de la rigidez de mi cuerpo y
entendí que vivir el presente es la mejor manera de construirse un futuro. Y con el
pasado, solo dos cosas, aceptarlo y honrarlo. El pasado no existe, el futuro
tampoco, lo único cierto es tu presente y lo que hagas hoy, es lo que va a
construir tu mañana.
Conocerme a mí mismo con la formación como coach fue determinante para
comenzar a comprender la importancia de descubrir mis luces y también mis
sombras, las creencias o mensajes grabados en lo más profundo de mi ser,
impulsores, frenadores o limitadores de mi expansión personal y profesional. De la
misma manera, reconocer y valorar mis talentos, fortalezas y virtudes fue algo así
como encender una llama en medio de una gran obscuridad, poco a poco ha venido
emergiendo una hermosa claridad.
CAPÍTULO VII
EMERGIENDO CON LA EXPERIENCIA Y CREATIVIDAD

Cuando tomes la decisión de desarrollar tu creatividad con dedicación,


enfoque claro de lo pretendido y sumes aprendizajes con humildad y transparencia,
ten la seguridad de que algo positivo emergerá, en principio no importa el tamaño
ni la forma de lo que surja, tu actitud bien enfocada te permitirá continuar
construyendo, con la belleza de tu intuición, algo que seguro servirá para ti y para
muchos. La hermosura, a mi juicio, es una cualidad que adorna lo exterior, en tanto
que la belleza es una virtud interior que está en los seres humanos. Quienes deciden
reconocerla, la descubren y la muestran y quienes no, mueren con ella en una
obscuridad absoluta, sin darse cuenta que la tenían.
Tanto el ACP como el mentoring, despertaron en mí la inquietud por
desarrollar algo que reuniera los aprendizajes adquiridos, mis conocimientos y
fundamentalmente mi experiencia laboral para compartirlo con otros profesionales
con la intención de mostrar maneras distintas de atender la cotidianidad laboral,
sobre todo para quienes tienen funciones gerenciales o de supervisión. Fue así
como diseñé el programa de Desarrollo Gerencial: El “Ser” Gerente.
Lo primero que me pregunté fue “¿Qué es un gerente?” Y curioseando un
poco conseguí una definición bastante sencilla en el Diccionario de la Real
Academia Española: “Persona que lleva la gestión administrativa de una empresa
o institución”, y otras tantas un poco más elaboradas en distintos textos como por
ejemplo, “persona con el papel de utilizar eficientemente los recursos que le
disponen, a fin de obtener su máximo beneficio”, “persona que coordina y supervisa
el trabajo de otras con el objeto de lograr los objetivos de una organización”.
En 1.776, Adam Smith, connotado economista y filósofo escocés, publicó su
obra “La riqueza de las naciones”, en la cual hizo referencia a las funciones del
puesto que correspondía a lo que hoy llamamos gerente “Una particular especie de
trabajo de inspección y dirección…en muchas grandes obras casi la totalidad de
esta labor está destinada a algún empleado principal. Los salarios pagados a esta
persona representan el valor de dicha labor de dirección e inspección, pero nunca
guardan proporción con el capital que manejan y el propietario de ese capital, a
pesar que es así liberado de casi todo trabajo, todavía espera que sus beneficios
conserven una proporción regular con su inversión”.
No pretendo polemizar con los conceptos, solo que siento que desde esos
primeros momentos en los que grandes hombres estudiosos sentaron las bases de
lo que ahora llamamos “ciencias empresariales”, se le dio a ese ser humano
encargado de la enorme responsabilidad de administrar recursos ajenos, una
connotación netamente numérica. Una de las preguntas que promueve
conversaciones interesantes en el desarrollo de mi programa, ha sido precisamente:
“¿Cómo gerente de esta empresa, eres solo un número?” He escuchado, por ser
una pregunta cerrada, muchos si y no, lo importante son las argumentaciones detrás
de esas afirmaciones o negaciones, con las cuales se producen las grandes
reflexiones que mueven a la gente a pensar en el significado del bienestar.
Me detuve a mirar la palabra y desde la lingüística traté de buscarle alguna
traducción que comprendiera lo ya definido por otros y me encontré con esto: GER-
ENTE. El prefijo “Ger” alude a la ancianidad, a la vejez y “Ente” tiene que ver con la
existencia real o imaginaria de algo. Para mí, la gerencia eficiente con resultados
positivos en cualquier actividad, tiene que ver con conocerla y haber vivido
experiencias que permitan gestionar óptimamente los recursos. Lo de vejez o
ancianidad no tiene nada que ver con la edad cronológica, de hecho he trabajado
con jóvenes bastante talentosos desempeñándose como gerentes y tanto las
nuevas tecnologías como el proceso evolutivo del ser humano, generan cada vez
más jóvenes dirigiendo con éxito muchas empresas. Yo lo relaciono con ese
“bagaje” armado en el tiempo, cualquiera sea éste, con que cuenta un buen gerente
para buscar allí, la herramienta indicada en el momento oportuno.
El buen gerente, en el desarrollo de su liderazgo, también hace crecer sus
conocimientos, habilidades, destrezas y mañas para confeccionar su equipo.
Cuando el liderazgo es genuino, él se dará la oportunidad de complementar sus
debilidades con las fortalezas de todos sus colaboradores, lo cual le permitirá
seleccionar la mejor gente y distribuir profesional y equitativamente las tareas de
cada uno en pro del alcance, no solamente de los objetivos de su organización, sino
del bienestar general dentro de la misma.
A continuación, con la certeza de que no estoy, como decimos en Venezuela
“descubriendo el agua tibia” y con la mejor disposición de recibir tus valiosos y
oportunos aportes para continuar enriqueciendo este trabajo te describo los
objetivos del programa, los cuales se enmarcan en una tarea personalizada a
realizar por quien decida aprender del mismo. Se fundamenta en seis senderos de
aprendizaje que persiguen el propósito de:

➢ Conectarte con el descubrimiento de tus competencias personales y


profesionales, con el objeto de descubrir que oferta estás siendo para ti y
tu organización.
➢ Observar la forma tradicional de comunicarte dentro y fuera de tu
organización y poner en práctica un nuevo esquema de conversaciones
productivas.
➢ Comprender el coaching ontológico como una posibilidad de generar
bienestar en tu mundo personal y laboral.
➢ Darse cuenta de la forma en que gestionas tu mundo emocional, a fin de
recibir un planteamiento que te permita la optimización del mismo.
➢ Obtener herramientas de sencilla aplicabilidad que te faciliten la
presentación de tus resultados como gerente.
➢ Comprobar la efectividad del programa mediante la elaboración de un
trabajo individual de innovación y proyecto.

Haber materializado este programa y ponerlo en práctica con varios grupos


de gerentes venezolanos, quienes brindaron testimonios profundamente hermosos
sobre su originalidad y efectividad, ha constituido mi mejor premio a todo el
esfuerzo, dedicación y compromiso adquiridos con mi proceso de transformación
personal y profesional.
Quiero agradecer profundamente a mi querida socia Marvin de los Ángeles
Colmenares el haberme acompañado con su magia y sabiduría a enriquecer este
sentido proyecto y por supuesto a los gerentes que dieron lo mejor de sí para
mostrarnos, no solamente sus cualidades y capacidades gerenciales, sino su
profunda calidad humana.
Para desarrollarlo hice un recorrido mental sobre todos esos lugares en
donde presté mis servicios, especialmente donde había dirigido equipos. Surgió allí
una gran pregunta “¿Qué posibilidad existirá de que los jefes o gerentes hagan su
trabajo con menos penurias de las que yo tuve?” Ir en la búsqueda de las respuestas
a esa pregunta, a mi juicio, es lo que ha ido enriqueciendo sus contenidos. Las
primeras experiencias, todas muy satisfactorias, así lo indican.
Lo primero fue revisar esos momentos en los cuales mi trabajo se convirtió
en una carga muy pesada para ser arrastrada. Allí me conecté con la única vez en
mi vida laboral que tomé un reposo médico. En agosto de 2014 me repitió una gripe
por tercera vez en dos meses. Esta vez fue más intensa y me afectó tanto que un
día llegué a mi casa sin fuerzas y le pedí a mi esposa acompañarme al médico.
Cuando llegamos a la emergencia de la clínica, me diagnosticaron “bronquitis
severa”, estuve tres días hospitalizado y luego me formularon días más de reposo,
aunque tomé cuatro más porque no me sentía bien.
Esos días de convalecencia me sirvieron para pensar en los motivos de
aquella enfermedad y, sobre todo, darme cuenta de lo descuidada que estaba mi
salud como consecuencia de nunca tener tiempo por motivos de trabajo. Pude
reflexionar muchísimo sobre lo ocurrido y las consecuencias que esto me traería de
continuar con ese ritmo de vida. Las reflexiones de aquel momento fueron
suficientes para reintegrarme a la empresa a trabajar solo unos meses más. Es
decir, aquella enfermedad se convirtió en mi mejor excusa para comenzar una
nueva etapa de mi vida y te la comento porque está directamente relacionada con
el diseño y creación del programa El “Ser” Gerente.
Otro aspecto importante que le fue dando forma a sus contenidos, fue
rememorar muchas de las conversaciones que tuve con mis jefes, subordinados y
todas las personas relacionadas de una u otra forma con las empresas por donde
pasé. Estos recuerdos me permitieron elaborar dos acrósticos cuyo desarrollo
expresan la fundamentación de un programa elaborado para acompañar a las
personas que tienen la difícil tarea de estar en el “centro del sándwich” ―entre
trabajadores y accionistas―, a gestionar su trabajo con consciencia sobre sí
mismos y el equipo que dirigen. Me permito mostrarte mis acrósticos:

C ontradicciones
O bstáculos
M alestar
U topías
N ecedad
I rritabilidad
C onflictos
A gotamiento
C onfusión
I nestabilidad
O quedad
N ecesidad

Esta palabra COMUNICACIÓN me viene mucho a la cabeza porque la he


escuchado infinidad de veces en las empresas, en las familias y en muchos otros
entes con características de organizaciones. Escuché y sigo escuchando desde
parejas hasta equipos de trabajo esta frase “Nuestro gran problema es la
comunicación”. Este acróstico lo he conversado con más de trescientas personas
que lo han mirado, digerido y comentado y cuando les he preguntado si en algún
momento han sentido que algunas de las palabras que lo conforman han influido
sus procesos comunicacionales, el 100% de ellas me han respondido “Varias de
ellas”. No pretendo con mi interpretación, contradecir los significados otorgados por
el diccionario a las palabras, tan solo te muestro una especie de traducción
construida con pequeños ejemplos de expresiones escuchadas a lo largo de
cuarenta y cinco años:
Contradicciones: “En esta empresa hay muchas contradicciones porque se
dice una cosa y se termina haciendo algo distinto”. “Hemos hecho muchos cursos
de comunicación, pero cada vez nos comprendemos menos”.
Obstáculos: “Es que si se lo digo a mi jefe, la cosa va empeorar”. El miedo,
cuando paraliza, se convierte en uno de los peores obstáculos de la comunicación.
“Mi jefa cambia a cada rato las instrucciones”. La dispersión y falta de planificación
es otro obstáculo que puede generar daño severo al proceso comunicacional.
Malestar: “Estoy aquí por necesidad, pero no soporto este lugar”. A veces
necesitamos llegar a una cama de hospital para darnos cuenta de que no estamos
donde queremos estar. El malestar, sobre todo el que se acumula sin ser
conversado, produce una comunicación totalmente inadecuada.
Utopías: “Si sacan al jefe aquí mejora la comunicación”. “Cambiando a dos
subordinados que perjudican al grupo, la comunicación va a fluir”. A mi juicio, dos
utopías que, como tantas otras, están presentes en la comunicación inútil, esa que
produce decisiones que no generan transformaciones importantes en los equipos
porque tratan a todos sus miembros como si fueran iguales, olvidando que cada
individuo es distinto.
Necedad: Dijo alguien: “El hombre sabio habla porque casi siempre tiene
algo que decir, el hombre necio habla porque casi siempre tiene que decir algo”. Es
impresionante la cantidad de necedades que intervienen en los procesos
comunicacionales de distintos grupos laborales.
Irritabilidad: “Es que cuando la veo se me estremece el cuerpo”. “No lo
soporto”. Son muchos los comentarios parecidos a estos que dije en muchos de mis
trabajos y que sigo escuchando en muchas empresas.
Conflicto: “No sé qué hacer, llevo tiempo en esto”, “No hay manera de
sentarme a dialogar con mi jefe”. Los niveles de conflicto dentro de las
organizaciones son en muchos casos muy altos, hay empresas con departamentos
que terminan convirtiéndose en trincheras de guerra, casi siempre, totalmente
silenciosa.
Agotamiento: “No resisto más, debo tomar una decisión”. “El estrés me está
matando”. El cansancio se manifiesta de muchísimas maneras. Pérdida del
entusiasmo y afectación de la motivación, son quizás las menos dañinas, pero hay
casos en donde el cuerpo es el que habla, a veces algo tarde.
Confusión: “Es que la gente aquí no quiere cambiar”. Así estuve yo muchos
años, pensando siempre que el problema estaba en los otros, esta es la confusión
más presente en los procesos comunicativos que he compartido.
Inestabilidad: “No sé si irme o quedarme”. “En todas las empresas es lo
mismo”. Después de haberse sentido irritado, confundido y agotado, lo que viene
es una sensación de inestabilidad que a veces puede durar años.
Oquedad: “es que no sé qué hacer con mi vida”. Las palabras descritas, nos
pueden llevar a un espacio de insustancialidad, es decir, podemos llegar a sentirnos
completamente “vacíos”.
Necesidad: “necesito hacer algo con mi vida”. Por fortuna, cuando nos
damos cuenta de que somos nosotros los que tenemos el poder de transformarnos
y admitimos que necesitamos ayuda, las cosas pueden cambiar.

Con lo aprendido en mi formación como coach y lo vivido en las distintas


experiencias laborales que he tenido, propongo dejarle la comunicación a las
máquinas y entrar nosotros al maravilloso mundo de la conversación, para lo cual
te planteo mi segundo acróstico:

C onstrucción
O bservación
N orte
V isión
E scuchar
R eencontrarse
S abiduría
A ctitud
C oherencia
I nmersión
O tredad
N ecesidad

Construcción: La conversación constituye un proceso colectivo. Inclusive


cuando conversas contigo mismo y lo haces en un espacio de consciencia plena,
ya son dos los que intervienen. Construir conversaciones productivas invita a cada
quien a hacerse cargo de lo que necesita aprender en favor de lo pretendido como
objetivo de la conversación.
Observación: Ver es distinto a observar. Cuando ves, utilizas el sentido de
la vista, si observas empleas tus otros sentidos, esto precisamente es lo que hacen
las personas que no pueden ver, de hecho la historia está llena de invidentes que
han sido “grandes observadores”. El observador no puede perder de vista al
observador. Es decir, no te dejes distraer por el otro, ya que eres tú quien se va
estar auto observando en función al compromiso que adquieras con la
conversación, lo cual conlleva “corregir en el camino” todo cuanto sea necesario en
favor de la misma.
Norte: Para evitar la dispersión de la conversación, es importante marcar un
norte para la misma, acordar de qué y para que se va a conversar. Pareciera difícil
estar atento a esto, pero la práctica constante te irá dando fluidez en la definición
del qué y para qué.
Visión: Es importante ver un poco más allá de lo acostumbrado. Además de
definir un norte, una conversación productiva debe orientarse hacia el futuro, o sea,
debe generar acciones que se lleven a cabo después de su materialización,
inclusive, dejar de hacer algo indebido, también es una acción que pudo ser
provocada en una conversación bien construida.
Escuchar: Aprender a escuchar es uno los temas que más me apasiona,
lógicamente tiene que ver con mi proceso personal. Yo no escuchaba a nadie,
mucho menos a mí mismo. Andar permanentemente en este “aprender a escuchar”
ha significado para mí una herramienta muy poderosa para motivar conversaciones
audaces. Escuchar es muy diferente a oír, cuando oímos utilizamos un solo sentido,
al escuchar ponemos en acción los seis que poseemos: vista, gusto, tacto, olfato,
oído y ese que a veces dejamos de lado: el sentido común, o sea, nuestra intuición.
Reencontrarse: Para ir de un encuentro a otro, es decir, para pasar de la
comunicación tradicional a un esquema conversacional distinto, es conveniente
plantearte precisamente un reencuentro, eso implica dar primero contigo, con tus
capacidades, tus fortalezas y también con tus debilidades, tus oportunidades de
aprendizaje, con tus dioses y demonios, es decir, tus luces y sombras, para luego
ir al reencuentro del otro, de esta manera la conversación seguramente va a ser
distinta.
Sabiduría: Para trasladarnos a conversar, el conocimiento es importante, la
sabiduría es imprescindible. El conocimiento “conecta solo las cabezas”, la
sabiduría integra todo el ser humano consigo mismo, con el otro y con todo lo que
le rodea.
Actitud: Es indispensable mostrar una actitud positiva para lograr todo lo
anterior y entrar en un espacio conversacional productivo. De tu actitud dependerá
machas veces que el otro quiera o no formar parte de la conversación.
Coherencia: Si hay algo que he corroborado en las personas que sostienen
conversaciones con muy buenos resultados, es la coherencia manifestada entre lo
que piensan, sienten, dicen y hacen. La integridad de tu ejemplo tiene un peso
importante en tu poder de convocatoria para conversar.
Inmersión: Estas cosas, como la gran mayoría de los aprendizajes, no se
aprenden, sino que se practican. Pasar de un espacio comunicacional a otro
conversacional implica un trabajo de profundización sobre sí mismo, lo cual
por lo general requiere cambios de hábito que exigen práctica disciplinada,
responsable y permanente.
Otredad: La oquedad es el vacío, la insustancialidad. La otredad tiene que
ver precisamente con tu condición de ser otro y eso depende solo de ti.
Necesidad: Mientras estemos vivos, no se van a terminar, solo cambian y si
nosotros nos transformamos, entonces estaremos en mejores condiciones de
hacernos cargo de las nuevas necesidades que vayan apareciendo.
Actualmente mi trabajo profesional está enfocado en acompañar a otros
profesionales de la pequeña y mediana empresa a auto observarse para descubrir
capacidades que le permitan generar bienestar en ellos y sus equipos a través de
conversaciones productivas, o sea, utilizo mis conocimientos y experiencias para
convencer con hechos, a aquellas personas decididas a explorar su mundo interior,
que una de las mejores maneras de fomentar equipos de trabajo con alto
desempeño, es mediante la transformación de los comportamientos que generan
precisamente lo contrario, o sea, descubrir las conductas improductivas,
generadoras de caos y estrés, y sustituirlas por nuevos hábitos de relacionamiento
orientados a promover el bienestar, la productividad surge como una consecuencia
directa del bienestar.
CAPÍTULO VIII
MATERIALIZANDO SUEÑOS CON ESPERANZAS

Antes de hacer efectivo mi retiro de la empresa, ya había experimentado con


un negocio de venta de comidas en donde no me fue bien. Me encanta cocinar, pero
con esta experiencia aprendí que una cosa es cocinar para la familia y amigos y otra
muy distinta es hacerlo para clientes. A mi juicio, este tipo de negocios requiere
presencia plena de quien lo lidera y eso fue justamente lo que yo no hice. Otro
aspecto observado fue la falta de planificación de la empresa. Independientemente
del tamaño de un negocio, la planificación del mismo y la presencia oportuna de
quien lo lidera, es determinante para tener éxito, sobre todo en los primeros años
de actividad. Con este negocio permanecí un año, no pude sostenerlo por más
tiempo, por fortuna recuperé gran parte de la inversión.,.
En marzo de 2.016 materialicé acompañado por mis queridos socios Marvin
de los Ángeles y Freddy Enrique, la idea que venía construyendo desde el 2015:
tener mi propia empresa consultora. Así fue como nació Espacio de Aprendizaje,
C.A., empresa dedicada a la consultoría organizacional fundamentada en el
aprendizaje transformacional. Como decía Freddy, parecía una locura invertir en
Venezuela en aquel momento y yo le respondía que muchas de las grandes cosas
del mundo de hoy, las generaron algunos locos. De verdad creo que hace falta un
“toque de desenfreno” para tomar decisiones distintas a lo tradicional.
El nombre de la empresa se me ocurrió porque eso era lo que yo estaba
viviendo en mi formación como coach. Estaba sumergido en profundos espacios de
aprendizaje todas las semanas. También pensé en un logo conformado por dos
signos de interrogación representativo de las tantas preguntas involucradas en un
proceso de esta naturaleza. Esos signos de interrogación pasaron luego por la
creatividad de Freddy y María Fernanda, nuestra primera colaboradora en la
empresa, y fue así cómo le dieron el color, forma y el tamaño apropiado al nombre
y logo de nuestra querida empresa.
Materializar este sueño no fue nada fácil. La inversión realizada para
ambientar el local, superó con creces lo que habíamos estimado. Los trabajos de
adecuación del lugar consumieron más tiempo del previsto, las diligencias para
tramitar los permisos legales, requerían practicar el estoicismo propio de los
atenienses que fomentaron esta filosofía.
El primer año de operaciones de la empresa, a pesar de las grandes
dificultades económicas presentes en el país, pudimos celebrar con un encuentro
muy bonito entre clientes y amigos, la permanencia de las actividades. El segundo
año, surgieron contratos importantes que nos permitieron seguir confiando en el
crecimiento y desarrollo de la empresa y, sin embargo, para el cuarto trimestre del
año 2017, se agudizó la crisis económica venezolana y el país comenzó a transitar
el doloroso camino de la hiperinflación. Nosotros decidimos reinventarnos para
mantenernos, pero cada mes que pasaba, la empresa pesaba más. Y con ese peso
en los hombros continuamos.
Para aquel entonces, había aprendido a “leer” ciertas predicciones de
analistas económicos, lo cual me ayudaba a tomar decisiones razonablemente
acertadas. Una de las cosas que conversaba con mis socios era precisamente estar
atentos a lo que venía pasando para poder continuar, pero lo surgido en materia
económica para Venezuela a partir de aquel momento, resultó para nosotros un
tsunami de grandes proporciones. No recuerdo ningún informe económico cuyas
predicciones hayan estado “algo cerca” de lo que pasó en Venezuela a partir de
septiembre de 2017, todos los pronósticos se quedaron lejos, muy lejos, de lo que
pasó. Fue una especie de emboscada en la que, hasta los economistas más
reconocidos, fueron sorprendidos, así lo entiendo yo.
Para finales de ese año, los tres socios hablamos sobre la posibilidad cierta
de cerrar la empresa en virtud de que no la íbamos a poder sostener. Sin embargo
continuamos, haciendo esfuerzos para mantenernos. De hecho, yo invertí otra parte
importante de mis ahorros en un local en donde mi hija creó una tienda de dulcería,
con la intención de producir algo para apalancar la otra empresa, es decir seguía
apostando a nuestro país a pesar de todas las adversidades presentes, pero no
hubo forma de aguantar lo que llegó. A pasos agigantados venían creciendo la
hiperinflación, los escases y el deterioro considerable del poder adquisitivo de la
gente, lo cual hizo que tomáramos la decisión de cerrar también aquel bonito
proyecto de ricos dulces que duró tan solo cuatro meses.
Nunca había pensado en salir de mi país, todo lo contrario, las inversiones
que realizamos siempre fueron para buscar la manera de fortalecer nuestro arraigo
y el de nuestros hijos, pero el deterioro en la calidad de vida de mi familia, la
“evaporación literal” de los ahorros que tanto esfuerzo y trabajo implicaron y la
pérdida de la esperanza en una pronta salida a las graves dificultades sociales,
económicas y políticas de nuestra querida Venezuela, me llevaron a finales de 2017
e inicios de 2018, a promover profundas conversaciones con mi esposa e hijos para
buscar un mejor futuro, sobre todo para ellos.
Entre noviembre y diciembre de ese 2017, comencé a buscar posibles
opciones para emigrar y evaluar la forma de hacerlo con la menor carga de dolor
posible para todos. Bastaba ya con el sufrimiento que llevábamos a cuestas en los
últimos meses por el solo hecho de vivir en el país que nos vio nacer, crecer, jugar
y soñar. Pareciera que los países subdesarrollados están condenados a vivir una
especie de “montaña rusa” en cuanto a sus procesos políticos, económicos y
sociales, o sea, un tiempo en “subida” y otro en “bajada”, en las subidas cero
preocupaciones, en las bajadas enormes desgracias.
Me cuesta entender como nosotros en nuestro carácter de ciudadanos y los
líderes sociales, económicos y políticos no nos demos cuenta que el único enemigo
de todos es la pobreza, la cual constituye un monstruo de mil cabezas que aniquila
rápidamente todo cuanto hay a su paso. Demostrado está por varias sociedades
organizadas del mundo que la mejor forma de desarrollar una comunidad es a través
de la educación de sus integrantes, la cual necesariamente comienza en el hogar y
se complementa en todos aquellos espacios dispuestos para aprender. La pobreza
es tan perversa que se alimenta a sí misma para reproducirse y como sus
principales elementos constitutivos, a mi juicio, son el ocio y la ignorancia, resulta
altamente complejo y enormemente costoso atenderla.
Este libro no lo escribo para hablar sobre pobreza, este es un tema
verdaderamente amplio y complejo, además no soy el más indicado para ello. La
traigo a colocación porqué la viví muchos años en diversos espacios: pobreza física,
económica, mental y es quizás el hecho de corroborar la enorme pobreza surgida
en todos los espacios que dimensionan la nación venezolana, lo que me hizo
proponerle a mi familia continuar la vida en un destino distinto.
CAPÍTULO IX
APRENDIENDO OTRO DIFÍCIL ARTE: SER INMIGRANTE

Hoy, enero de 2.019, estoy terminando de escribir este libro y aprendiendo


otro arte difícil: ser inmigrante. El 27 de agosto de 2.018 llegamos a Rosario, ciudad
de la Provincia de Santa Fe en Argentina. Aterrizamos en un momento de
muchísimo frío y hoy el calor nos tiene agobiados, todo lo cual se constituye parte
importante de ese aprendizaje. También estamos aprendiendo a ampliar nuestros
sentidos para percibir sabores, sonidos y olores a los que no estamos
acostumbrados, así como apreciar y agradecer lo nuevo y honrar lo dejado atrás.
Argentina fue el lugar que la vida nos puso como opción. Cuando empecé mi
búsqueda de un lugar para emigrar, el primer país en llamar mi atención fue
Uruguay, la información leída sobre esa nación me pareció muy interesante:
relativamente pequeño, con pocos habitantes, una economía estable y uno de los
mejores índices de calidad de vida de América Latina. Hacia allá orienté mi
búsqueda y por esas extrañas razones ocurridas sin mucha explicación, contacté a
una persona que conocí en diciembre de 2017 en una reunión de la Red
internacional de coaches solidarios de la que formo parte desde hace casi dos años,
hoy día un gran amigo: Diego Chemello.
Al momento de contactarlo yo juraba que Diego era uruguayo, pues estaba
residenciado allá y yo no distinguía entre los acentos uruguayos y argentinos, cosa
que estoy aprendiendo también ahora. Nos reunimos virtualmente y le manifesté mi
necesidad de ayuda para sacar a mi familia de Venezuela y en esa primera reunión
me enteré que su país es Argentina y acepté su generosa propuesta de ponerme
en contacto con un conocido de su tierra que posiblemente me podría escuchar.
Mi primera reunión con Diego fue en enero y en abril siguiente, yo estaba
volando a Argentina a conocer a Osvaldo Casse, empresario argentino ubicado en
la ciudad de Armstrong, provincia de Santa Fe quien junto a su familia me recibió
con muchísima generosidad para escuchar mi propuesta de acompañamiento
profesional para potenciar el crecimiento y desarrollo de su empresa. Fue un viaje
maravilloso, ocho días ejecutando diversas actividades para mostrar mi trabajo:
realicé una conferencia para 120 alumnos próximos a ser bachilleres, dicté una
charla para gerentes de recursos humanos, me reuní con el intendente de la ciudad
y conversé con varias personas sobre mi trabajo. Le propuse a Osvaldo prestarle
alguna asesoría vía on line desde Venezuela y quedamos en conversar a su regreso
de un viaje que tenía pautado en los próximos días.
Regresé a Venezuela y aunque solo estuve ocho días ausente, me asombré
de todo lo que podía pasar en un tiempo tan corto cuando se entra en una crisis tan
profunda. Esto me alarmó y conversé con mi familia sobre la necesidad de salir del
país, comprendiendo que hay una gran diferencia entre “necesitamos irnos” y
“queremos irnos”, sobre esto también hablamos. La decisión fue emigrar, pero
creando primero las condiciones para que el proceso fuera lo menos traumático
posible.
Osvaldo regresó de su viaje los primeros días del mes de mayo, lo contacté
y le manifesté mi deseo de irme con mi familia a la Argentina y entonces me propuso
un segundo viaje, esta vez más largo, para que analizara los pro y contras de esa
migración. Me manifestó todo su deseo de ayudarme a conocer, buscar
posibilidades de ocupación profesional y me ofreció recibirme en su casa y
costearme la estadía del viaje. Cuando le pregunté que lo había llevado a ese grado
de generosidad conmigo, me respondió que tenía una deuda pendiente porque él
también había emigrado de su país en un momento muy difícil y sabía lo que yo
estaba viviendo. Había llegado el momento de devolver el favor que de otra persona
muy generosa él había recibido.
La generosidad siempre está relacionada precisamente con el ánimo desde
dónde actúa un individuo. Recuerda que comencé mi libro conversando del “desde
dónde hacemos lo que hacemos”, fíjate como lo estoy terminando hablando justo
de lo mismo. La efectividad de tus acciones siempre va a estar relacionada con
esto, con tu intención, con tu ánimo, con tu disposición de dar y de recibir.
Fue así como volví y entre mayo y junio estuve indagando, conociendo,
investigando sobre posibilidades de trabajo, trámites legales y de estudios para mis
hijos, lugar para vivir, condiciones mínimas requeridas para enfrentar los primeros
meses desde el punto de vista económico, climático, de movilización, etc, Todo, con
una entrega absoluta de ese hombre que la vida puso en mi camino.
Cinco meses después de nuestro “encuentro con lo desconocido” como muy
bien lo expresa una amiga coach para referirse al proceso migratorio y nuestro
“desencuentro con lo conocido” como lo complementé yo, son muchos los
aprendizajes. Emocionalmente complejo, física y mentalmente exigente, ser
inmigrante es un proceso que ha significado para mí una especie de “terremoto
existencial”, o sea, es como si todo, absolutamente todo, se tambaleara, se moviera
a veces lento, otras de manera vertiginosa y yo, sigo allí, mirando, pensando,
buscando la forma de sacar lo mejor de ese movimiento telúrico del alma.
Gracias a Dios, soy un hombre afortunado y esa fortuna que siempre ha
estado y estará conmigo, me permite ahora enfocarme en lo que tengo y no en lo
que me hace falta y simplemente agradecer, agradecerlo todo, especialmente
aquello que mayores aprendizajes nos deja, porque si hay algo verdaderamente
indiscutible es que la tierra no va dejar de moverse jamás y nosotros tampoco,
somos compañeros inseparables de una evolución mágica y sin límites.
CAPÍTULO X
HAY HISTORIAS INSPIRADORAS.

Como te he comentado a lo largo de este libro, decidí contar mi historia


personal y laboral con el objeto de promover conversaciones para la co-creación.
Me siento inspirado por el Amor y por la historia de muchos que han sido o son
grandes referentes en materia de resiliencia, liderazgo y transformación. Son
muchas las historias de éxito que he escuchado y para finalizar mi escrito, decidí
contarte, con el gentil permiso otorgado por ella, una breve síntesis de la vida de
una mujer que me inspiró e inspira cada día, mi gran amiga Lucile Hall.
Conocí a Lucile cuando asumí mi trabajo de gerente de administración en
aquella empresa comentada. Ella me ubicó a través de la referencia que le dio mi
amigo Edgar para ofrecerme “utensilios que te van durar toda la vida”. Esa primera
información me atrapó y en efecto, no solo las ollas y otros utensilios llevan más de
veinte años, sino una amistad verdaderamente hermosa que hemos sabido respetar
y disfrutar al máximo.
Lucile nació en Grenada, un país pequeño (ex colonia francesa y británica)
constituido por una isla ubicada en el Mar Caribe y allí vivió gran parte de su juventud
desempeñando labores “prácticamente de esclavos”, como lo dice ella algo
conmovida, en una siembra de bananas. Trabajo que le exigía mucha fuerza física
para recibir a cambio unas pocas monedas.
Para liberarse de aquello, Lucile, mujer muy curiosa, inteligente y decidida,
averiguó cómo podía salir de la isla y se encontró con una persona que le ofrecía
las “puertas a la libertad”. Se subió a un barco que salía cada cierto tiempo desde
Grenada hasta Venezuela, lugar en el que se materializaría la oferta de trabajar
decentemente como empleada doméstica.
Me cuenta Lucile que al llegar a Caracas quedó “enamorada” de esa ciudad,
pero cuando recibió la noticia del empleo que le darían se decepcionó
enormemente. Resulta que el trabajo consistía en ser “dama de compañía” de
ejecutivos de la ciudad, es decir, prostituta como lo dice ella con esa mezcla de
inglés y español por demás muy entusiasta. Lucile respondió que no aceptaba aquel
empleo, que le devolvieran el dinero pagado por la oferta y la respuesta fue: “si no
quieres trabajar, entonces vete, el dinero no se devuelve”.
En la calle, con las míseras monedas que le quedaban durmió unas noches
en una pensión y se dedicó a buscar empleo, pero había un pequeño detalle: no
hablaba ni entendía español, pero, a pesar de esa limitación consiguió varios
quehaceres como limpiar bares, ayudante de cocina y en un hotel como camarera.
Para ese momento decidió aprender nuestro idioma.
Vivía en una habitación muy pequeña en una pensión. Compró un radio y un
diccionario inglés-español. Todos los días compraba el periódico y al llegar a su
refugio, extenuada pero con ganas de aprender, encendía la radio con el volumen
muy bajito, escuchaba las palabras y comenzaba a buscar en el diccionario su
significado, luego tomaba el diario y lo leía buscando la forma de contextualizar las
palabras. Eso lo hacía todos los días durante dos o tres horas, en seis meses,
hablaba español, por lo menos lo que necesitaba para sobrevivir en una ciudad
exigente en todos los sentidos.
La calidad humana de Lucile, su disposición de aprender y el gran carisma
que adorna su enorme cuerpo, la llevaron con los años a convertirse en una de las
vendedoras más exitosas en la empresa de utensilios en donde prestó sus servicios
por más de treinta años y conoció más de veinte países gracias a los premios que
le otorgaban por su destacado desempeño.
Hoy, con sus dos hijos, una en Canadá desempeñando una hermosa carrera
diplomática y el otro en Chile, trabajando con el gran ejemplo que le dio su madre,
Lucile disfruta de la tranquilidad que le produce el amor puesto en todo lo que hace.
Mil gracias Lucile por permitirme compartir por lo menos un pedacito de tu
conmovedora e inspiradora historia. Mi más profundo respeto y admiración para ti.
Insisto, APRENDER es una decisión que cuando la acompañas de una
férrea voluntad, amor por ti mismo y por los otros y la certeza de posibilidades
infinitas, siempre te permitirá crecer y desarrollarte personal y
profesionalmente en este mundo que no detiene su constante evolucionar.

TERMIENZO, todo termina, todo comienza. Te expreso mi más profunda


Gratitud por disponer de tu tiempo para leerme. Me quedaron muchas cosas en el
tintero, muy bueno que haya sido así, porque es la excusa perfecta para continuar
haciendo algo que me apasiona: ESCRIBIR, te prometo que me seguirás leyendo,
muchas gracias.

Gracias Dios, Gracias Vida.


Contacto con el autor

José Luis Soto Salas


Facebook e Instagram: jlsotosalas
Email: josluiss29@gmqail.com

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