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— Mientras esperaba la respuesta, el día 3-1-1944 me arrodillé junto a la

cama que a
veces me servía de mesa para escribir y de nuevo hice la prueba, sin
conseguir nada. Lo que más
me impresionaba era que en ese mismo momento podía escribir sin dificultad
cualquier otra cosa. Pedí entonces a Nuestra Señora que me hiciese conocer
cuál era la Voluntad de Dios. Y
me dirigí a la capilla. Eran las 4 de la tarde, hora en que solía ir a hacer la
visita al Santísimo, por ser la hora en que ordinariamente está más solo y, no
sé por qué, me encuentro más a gusto a solas con Jesús en el Sagrario. Ahí
me arrodillé en el centro, junto a la grada del comulgatorio, y pedí a Jesús
que me hiciese conocer cuál era Su Voluntad. Acostumbrada, como estaba, a
creer que las órdenes de los superiores son la expresión cierta de la Voluntad
de Dios, no podía creer que ésta no lo fuese. Y perpleja, medio absorta, bajo
el peso de una nube oscura que parecía pender sobre mí, con el rostro entre
las manos, esperaba, sin saber cómo, una respuesta. Sentí entonces que una
mano amiga, cariñosa y maternal, me toca en el hombro. Levanto los ojos y
veo a la querida Madre del Cielo. — “No temas. Quiere Dios probar tu
obediencia, fe y humildad. Queda en paz y escribe lo que te mandan, pero
no aquello que te he dado a entender de su significado! Una vez redactado,
mételo en un sobre, féchalo y lácralo y escribe por fuera que podrá ser
abierto en 1960 por el Señor Cardenal Patriarca de Lisboa o por el Señor
Obispo de Leiría”. Y sentí el espíritu inundado por un misterio de luz que es
Dios y en Él he visto y oído: Una punta de lanza, como una llama que se
desprende, toca el eje de la tierra. Ésta tiembla: montañas, ciudades, villas y
aldeas con sus habitantes son sepultados. El mar, los ríos y las nubes salen
de sus límites, se desbordan, inundan y arrastran consigo en un torbellino
casas y personas en un número que no puede contarse. Es la purificación
del mundo por el pecado en el cual está inmerso. ¡El odio, la ambición,
provocan una guerra destructora! Después he sentido en el palpitar
acelerado del corazón y en mi espíritu el eco de una voz suave que decía: —
“En el tiempo, una sola Fe, un solo Bautismo, una sola Iglesia, Santa,
Católica, Apostólica. ¡En la eternidad, el Cielo!”. Esta palabra “Cielo”
llenó mi alma de paz y felicidad, de modo tal que, casi sin darme cuenta,
continué repitiendo bastante rato: “¡El Cielo, el Cielo!”. Al poco se
transformó en una poderosa fuerza de lo sobrenatural, fui a escribir y lo
hice sin dificultad el día 3 de enero de 1944, de rodillas apoyada sobre la
cama que me sirvió de mesa.
UN CAMINO BAJO LA MIRADA DE MARÍA by CARMELO DE
COÍMBRA

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