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DISCIPULADO POR MARTÍN DURAZO

Todas las citas bíblicas son tomadas de la Biblia Peshitta en Español,


Traducción de los Antiguos Manuscritos Arameos.
Si se usa otra versión, se especificará.

1
Porque, ¿qué es nuestra vida, sino solamente un vapor que
aparece por un breve tiempo y enseguida se consume
desvaneciéndose? (Stg. 4:14)

Pero el hombre muere, y es consumido; el hombre llega a su fin,


y deja de ser... Si un hombre muere, ¿acaso volverá a vivir?...
(Job 14:10, 14)
¿EXISTE LA VIDA DESPÚES DE LA MUERTE?
¿A DÓNDE VAN LOS QUE FALLECEN?
¿QUÉ SUCEDE CON LOS ABORTADOS, INFANTES O PERSONAS CON DISCAPACIDAD
MENTAL QUE FALLECEN?
¿RECONOCEREMOS A SERES QUERIDOS FALLECIDOS EN EL CIELO?
¿SE PUEDE VOLVER DE LA MUERTE?
¿HA HABIDO GENTE QUE NO HA MUERTO?
¿CUÁL ES EL DESTINO FINAL DEL HOMBRE?

ÍNDICE
3 ¿QUÉ ES LA MUERTE?
5 ETIMOLOGÍA
6 ¿QUÉ SUCEDE CON LOS QUE MUEREN EN JESUCRISTO?
9 DIOS TIENE EL PODER SOBRE LA VIDA Y LA MUERTE
10 ¿QUÉ ES LA MUERTE DESDE LA PERSPECTIVA DE LAS ESCRITURAS?
13 ¿QUÉ ES LA VIDA ETERNA?
15 ¿QUÉ SUCEDERÁ EN EL ARREBATAMIENTO?
17 EL MIEDO A LA MUERTE
20 ¿A DÓNDE VAN LAS PERSONAS AL MORIR?
22 ¿CÓMO SERÁ EL CIELO?
26 TEMAS DERIVADOS
26 ¿QUÉ SUCEDE CON LOS ABORTADOS, LOS QUE PADECEN ALGUNA DISCAPACIDAD MENTAL Y LOS
INFANTES QUE FALLECEN?
29 ¿TENEMOS UN DÍA PARA IRNOS?
29 ¿RECONOCEREMOS A SERES QUERIDOS FALLECIDOS SALVOS?
30 SI ALGUIEN MUERE, ¿PUEDE VOLVER A LA VIDA?
32 CONCLUSIÓN

2
¿QUÉ ES LA MUERTE?
Estas preguntas surgen regularmente en la mente de todos los humanos. Hay una conciencia innata de
que vamos a morir, y un temor, o en el mejor de los casos, una resignación ante este hecho fatal. Ante el
peligro de muerte, se nos activa el instinto de supervivencia; tendemos a querer vivir a como dé lugar.
Todos los seres humanos vamos a enfrentar la muerte física. Sea mediante un tiempo de agonía, sea de
manera súbita, en medio de una pandemia, en un accidente, en la guerra, etc. Nadie escapa a este destino
fatal establecido por Dios. Es ineludible, y está perfectamente determinado por el Señor desde la caída de
Adán.

Y Yahweh Dios le ordenó a Adán, diciendo: De todos los árboles que están en el huerto ciertamente comerás,
pero del árbol del conocimiento del bien y del mal, de él no comerás,
porque el día que comas de él experimentarás la muerte. (Gn. 2:16, 17)

Porque así como el pecado entró al mundo por medio de un hombre y la muerte por medio del pecado, así
también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Ro. 5:12)

Entonces, tal como está establecido para los hombres que mueran una sola vez,
y después de su muerte el juicio. (He. 9:27)

La muerte no es algo natural porque Dios es vida, y cuando creó al hombre lo creó para que viviera
eternamente. La muerte, pues, es en realidad una alteración en el orden creado por Dios. La Escritura
afirma que la muerte física es consecuencia del pecado de Adán; también lo es la muerte espiritual; y peor
aún, la muerte eterna, la separación perpetua de Dios, la segunda muerte; el derramamiento de la justa e
implacable ira de Dios en el tormento eterno para los pecadores es la máxima pena por el pecado del
hombre. Estas tres muertes se pueden identificar en la Escritura. Por razón de la caída, todos los hombres
tienen la muerte física y espiritual como pena, y la muerte eterna si no reconocen su condición de pecador,
se arrepienten y ponen su fe en Jesucristo como Señor, Dios y Salvador. Él es el único que puede librar de
la justa ira de Dios y la muerte eterna.

Muerte física:

Porque así como el pecado entró al mundo por medio de un hombre y la muerte por medio del pecado, así
también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Ro. 5:12)

Muerte espiritual:

Ciertamente ustedes estaban muertos en sus pecados y sus transgresiones. (Ef. 2:1)
Y a ustedes que estaban muertos en sus pecados y en la incircuncisión de su carne, les dio vida con Él,
perdonándonos todos nuestros pecados. (Col. 2:13)

3
Muerte eterna o segunda muerte:

Y la Muerte y el Seol fueron arrojados al lago de fuego. Ésta es la segunda muerte: el lago de fuego. Y el que no
se hallaba inscrito en el libro de la vida, era arrojado al lago de fuego. (Ap. 20:14, 15)

Pero para los cobardes, los infieles, los pecadores, los corruptos, los homicidas, los fornicarios, los hechiceros,
los idólatras y todos los falsos, su parte será en el lago que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.
(Ap. 21:8)

Esta última muerte nos muestra con toda claridad que el pecador no se extingue, como algunos afirman,
sino que será sometido a un tormento eterno en el lago de fuego, exponencial y absolutamente
perceptible en sufrimiento para todos sus sentidos por la eternidad.
En todas las culturas hay una expectativa de vida después de la muerte, ya sea el nirvana hindú y budista,
sea el paraíso caldeo, el más allá o región de los muertos de los indígenas o los egipcios, o el concepto
judeocristiano del Cielo. Está integrado en nuestra condición humana el abrazar una esperanza de que
después de morir hay algo más que la simple cesación de las funciones biológicas y desintegración del
cuerpo, cierta continuidad de la existencia personal. Pero sin Jesucristo, todo lo que da una medida
secundaria de comodidad personal es meramente especulativo.
El mayor consuelo que puede haber con respecto al tema de la vida después de la muerte emana de dos
fuentes. Una es la enseñanza de Jesús, las palabras de Jesús. La otra fuente es el ejemplo de Jesús, la vida
y obra de Jesús.
Si necesitamos escuchar sobre la vida después de la muerte, escuchemos a Jesús, porque Él no habla
especulativa ni supersticiosamente, sino como alguien que sabe de lo que está hablando, como alguien
que tiene autoridad. Y no solo expresa un discurso, sino que anda por el camino y demuestra con hechos
lo que ha declarado con su boca. De hecho, Él es la vida (Jn. 14:6). Veamos lo que dijo Jesús al respecto.

No se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Si no
fuera así, se los hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para ustedes. Y si voy a prepararles lugar,
regresaré y los tomaré conmigo, para que donde yo estoy, ustedes también estén. (Jn. 14:1-3)

4
ETIMOLOGÍA.
El vocablo arameo para muerte es mavta, que puede traducirse además como manera de morir, causa de
muerte, ejecución; ruina, plaga o peste. En hebreo es mavet, con los mismos significados que en arameo.
En griego es thanatos, que se traduce muerte física o espiritual; infierno, mortal. En los tres conceptos
anteriores usados en la Escritura tiene también la connotación de una separación eterna de Dios si no se
recibe la salvación que proviene del Señor Jesucristo.
Aunque la muerte como separación de Dios está en el ser humano desde el momento de la concepción, en
términos sencillos de la muerte física, esta sobreviene cuando se separa el espíritu del cuerpo.

Habiendo Jesús recibido el vinagre, dijo: He aquí, consumado es; e inclinó su cabeza y entregó su Espíritu.
(Jn. 19:30)

Y apedreaban a Esteban en tanto que él oraba y decía: Jesús, Señor nuestro, recibe mi espíritu; y puesto de
rodillas, exclamó en alta voz, diciendo: ¡Señor nuestro, no les tomes en cuenta este pecado!
Y habiendo dicho esto, durmió. (Hch. 7:59, 60)

Había allí muchas antorchas encendidas en el aposento alto donde estábamos congregados, y cierto joven
cuyo nombre era Eutico que estaba sentado en la ventana escuchando el largo discurso de Pablo, sumido éste
en un profundo sueño, a causa de su sueño cayó del tercer piso, y fue levantado moribundo. Entonces Pablo,
descendiendo, se tendió sobre él, y abrazándolo, dijo: No se turben, porque su alma está en él. (Hch. 20:9, 10)

La definición médica y jurídica de muerte de un ser humano se refiere al término de la vida biológica por la
cesación de las funciones vitales, e implica la desintegración irreversible de su organismo. A la medicina le
compete determinar en forma concreta que la muerte de una persona ha ocurrido, a través de un método
que sea a la vez práctico, pronto y seguro. En la actualidad, este método ha mejorado sustancialmente.
Esta exigencia práctica que se hace a la medicina no implica ignorar que el concepto de muerte alude a
cuestiones de diverso orden y de gran significación: antropológicas, éticas, religiosas y jurídicas.
Independientemente de la idea que cada uno se haga acerca de la vida y de la muerte, esta constituye para
los seres humanos un acontecimiento emocionalmente impactante y cargado de simbolismo. Los médicos
están en contacto cotidiano con la muerte de personas, y por la naturaleza de su profesión, tienen que
asumirla con estricta responsabilidad técnica, ética y humana. Al médico clínico, en el ámbito de sus
responsabilidades profesionales y legales, le corresponde reconocer (diagnosticar) la muerte de un
individuo y certificar su defunción en un documento de carácter legal (certificado de defunción). En
circunstancias excepcionales, puede ser requerido por un juez para emitir un informe médico-legal.

5
¿QUÉ SUCEDE CON LOS QUE MUEREN JESUCRISTO?
Con solamente mencionar la palabra “muerte”, una persona se perturba, molesta, siente escalofríos o
hasta se consterna. Pero si tal persona está en una rendición total al Señor Jesucristo, habiendo sido
justificada por Él y con una convicción plena de su promesa de resurrección y vida eterna en un cuerpo
glorificado, ese temor no tiene razón de existir. El miedo a la muerte es una atadura aprovechada por
Satanás, pero el Señor ya libró a sus santos de esa servidumbre.

Por tanto, puesto que los hijos han participado de carne y sangre, también Él participó de igual manera de
estas cosas, para anular mediante su muerte al que tenía el poder de la muerte, es decir, a Satanás; y desatar a
los que por miedo a la muerte estaban durante toda su vida sometidos a servidumbre. (He. 2:14, 15)

Si no se ha nacido de nuevo conforme a las Escrituras, el miedo a la muerte es la constante en la inmensa


mayoría de los seres humanos. Pero para un cristiano genuinamente regenerado, que ha sido salvo
mediante Jesús, es una bendición morir en Él. El mismo Señor Jesús dijo que Él no es Dios de muertos sino
de vivos, porque para Él todos ellos viven (Lc. 20:38), y también declaró: Yo soy la resurrección y la vida. El
que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá eternamente (Jn. 11:25-26).
Pablo afirma: Porque si vivimos, para nuestro Señor vivimos, y si morimos, para nuestro Señor morimos. Por
tanto, ya sea que vivamos o que muramos, somos de nuestro Señor (Ro. 14:8).
Unos de los pasajes más esperanzadores para el pueblo de Dios de todos los tiempos son: Preciosa es a los
ojos de Yahweh la muerte de sus justos (Sal. 116:15), y... es mejor el día de la muerte que el día del nacimiento
(Ec. 7:1). Y he aquí la clave para ver la muerte en la perspectiva correcta, precisa, sensata: la muerte de sus
justos. El que ha sido justificado por creer en el sacrificio de Jesucristo, que lo ama y lo tiene como su
primer amor, su preferencia suprema y su más alta aspiración, que vive agradándole con un corazón
contrito y humillado no tiene por qué tener miedo a la muerte, porque en el amor no hay temor, sino que el
amor perfecto echa fuera al temor, porque el temor proviene de la desconfianza, y el que teme no ha sido
perfeccionado en el amor. Así que nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero (1ª Jn. 4:18-19). Al
contrario, un cristiano en estas condiciones está anhelante por ver el rostro de Jesucristo, y está con una
expectativa gozosa de su venida en el arrebatamiento, sea para su resurrección gloriosa si muere, o para
su transformación a gloria si aún está vivo cuando el Señor vuelva por sus santos.

Porque nuestro Señor mismo descenderá del Cielo con autoridad, con voz de arcángel y con trompeta de Dios,
y los muertos que están con el Cristo resucitarán primero; y entonces nosotros, los que permanezcamos,
los que estemos vivos, seremos arrebatados a una junto con ellos en nubes al encuentro de nuestro Señor en
el aire, y así estaremos siempre con nuestro Señor. (1ª Ts. 4:16, 17)

Porque sabemos que si nuestra casa terrenal, ésta del cuerpo, es destruida, no obstante tenemos una
edificación que procede de Dios, una casa eterna en el Cielo, no hecha por manos, porque ciertamente por ésta
gemimos, deseando ser vestidos con nuestra casa celestial; si no, aun cuando estemos vestidos,
seremos hallados desnudos, porque estando ahora en esta casa, gemimos a causa de su peso, pues no
deseamos desvestirla, sino sobrevestirla, para que su mortalidad sea absorbida por la vida.
Y el que nos prepara para ésta misma es Dios, que nos ha dado las arras de su Espíritu, porque nosotros
sabemos, pues, y estamos convencidos, de que mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes de

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nuestro Señor (porque por fe andamos, no por vista). Por este motivo confiamos y deseamos estar ausentes
del cuerpo y presentes ante nuestro Señor. (2ª Co. 5:2-8)

Pablo dijo: porque mi vida es el Cristo y si muero me es ventaja (Fil. 1:21). Esa forma de expresión es
absolutamente insólita para la época contemporánea. Algunos cristianos, aunque han nacido de nuevo, se
han convertido en tales adoradores de la vida actual que tienen muy pocos deseos de estar con el Señor
en la eternidad, que es donde realmente es la vida. Cuando se pierde la perspectiva de la vida eterna,
comienza la pasión y ansiedad por las cosas terrenales. No es que haya una compulsión fanática por la
muerte, sino que al haber sido desatados del temor a la muerte por Jesucristo, vemos la ventaja de estar
con Él, lo cual nos conviene mucho más.
Alguien tal vez afirme que el apóstol Pablo era de tendencias suicidas o que tenía una obsesión perversa
por la muerte. Alguno quizá piense que Pablo sentía desprecio por la vida que el Señor le dio. Pero,
¡absolutamente no! Pablo vivió su vida plenamente. Ésta era para él un regalo y una oportunidad, y la había
aprovechado para pelear la buena batalla de la fe y purificarse lo más que pudo para su Señor, procurando
serle agradable. Él había vencido el miedo al “aguijón de la muerte” y podía decir ahora “es mejor morir y
estar con el Señor que quedarme en el cuerpo”. Había visto la muerte en la perspectiva correcta, y su vida
cobraba un intenso sentido de eternidad en la presencia del Señor. Llama la atención que en el siguiente
pasaje y en Apocalipsis 20:13, 14, la Escritura presenta a la Muerte y al Seol personificados como gemelos
malvados, pero finalmente derrotados. Leamos con detenimiento la excelsa y convincente declaración del
apóstol Pablo:

He aquí, les digo un misterio: No todos nosotros dormiremos, pero todos nosotros seremos transformados, en
un instante, como un abrir y cerrar de ojos. Cuando suene la trompeta final, los muertos resucitarán
incorruptibles, y nosotros seremos transformados; porque esto corruptible se vestirá de incorrupción, y esto
mortal se vestirá de inmortalidad, y cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal de
inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “La Muerte es sorbida por la victoria. “¿Dónde
está, oh Muerte, tu aguijón? ¿Dónde, OH Seol, tu victoria?” Porque el pecado es el aguijón de la muerte, y la ley
es el poder del pecado, pero gracias a Dios que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así
que, hermanos míos y amados míos, estén firmes, inconmovibles, abundando en todo tiempo en la obra del
Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano. (1ª Co. 15:51-58)

Previamente, Pablo había afirmado que era imposible que las personas con los cuerpos humanos actuales
heredaran el reino del Cielo, es decir, toda la humanidad descendiente de Adán y con sus cuerpos en
condición caída.

Pero yo digo esto, hermanos míos: Carne y sangre no pueden heredar el reino del Cielo,
ni la corrupción heredar la incorrupción. (1ª Co. 15:50)

Pero el Señor proveyó la solución para esto: una transformación de los cuerpos de los santos para hacerlos
aptos para el reino del Cielo, cuerpo celestiales con características óptimas. Con la promesa de que
recibiremos cuerpos resucitados de una condición diferente a la actual, podremos heredar el reino del
Cielo.

7
Y así como vestimos la imagen del que es de la tierra, así vestiremos la imagen del que es del Cielo... He aquí,
les digo un misterio: No todos nosotros dormiremos, pero todos nosotros seremos transformados, en un
instante, como un abrir y cerrar de ojos. Cuando suene la trompeta final, los muertos resucitarán
incorruptibles, y nosotros seremos transformados, porque esto corruptible se vestirá de incorrupción, y esto
mortal se vestirá de inmortalidad. (1ª Co. 15:49, 51-53)

Del mismo modo es también la resurrección de entre los muertos: se siembran en corrupción, resucitan
incorruptibles; se siembran en deshonra, resucitan en gloria; se siembran en debilidad, resucitan en poder; se
siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual, porque hay cuerpo natural y hay cuerpo espiritual.
(1ª Co. 15:42-44)

Pero nuestro trabajo es conforme al Cielo, de donde esperamos a nuestro Salvador, a nuestro Señor
Jesucristo, quien transformará el cuerpo de nuestra humillación para que sea semejante al cuerpo de su gloria,
según la grandeza de su poder mediante el cual todo se sujeta a Él. (Fil. 3:20, 21. Peshitta.)

Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el
Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo
de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a sí mismo.
(Fil. 3:20, 21. Biblia de las Américas.)

Por tanto, al morir una persona que ha sido salvada por Jesucristo, va a la presencia del Señor, tal como lo
afirma el apóstol Pablo:

...deseo partir para estar con el Cristo, lo cual me conviene mucho más. (Fil. 1:23)

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DIOS TIENE EL PODER SOBRE LA VIDA Y LA MUERTE.
El pueblo de Dios siempre hemos creído que la vida y la muerte están bajo la voluntad de Dios. Él tiene la
prerrogativa soberana de dar la vida y tomarla cuando a Él le plazca. O bien, extenderla o acortarla,
conforme a su propósito.

Miren ahora que Yo Soy, y no hay Dios fuera de mí. Yo hago morir y hago vivir;
yo hiero y yo sano, y no hay quien escape de mis manos. (Dt. 32:39)

Yahweh hace morir y hace vivir; Él hace descender al Seol y hace subir. (1° S. 2:6)

Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó su ropa, y dijo: ¿Acaso soy Dios para dar muerte y dar vida,
para que éste me mande decir que yo sane a un hombre de su lepra?
Sepan, pues, y dense cuenta de que él busca provocar contienda conmigo. (2° R. 5:7)

En ese tiempo, Ezequías cayó enfermo de muerte. Entonces el profeta Isaías, hijo de Amoz, vino ante él, y le
dijo: Así dice Yahweh: “Pon en orden tu casa, porque vas a morir; no vivirás”. Entonces Ezequías volteó su
rostro hacia la pared, y oró ante Yahweh, diciendo: ¡Oh Yahweh, acuérdate de que me he conducido delante
de ti en verdad y con corazón íntegro, y he hecho lo que es agradable delante de ti! Luego Ezequías lloró con
amargo llanto. E Isaías no salía aún al patio central, cuando le vino palabra de Yahweh, diciendo: Regresa a
decir a Ezequías, príncipe de mi pueblo: “Así dice Yahweh, Dios de tu padre David: ‘He escuchado tu oración
y he visto tus lágrimas. He aquí que te sanaré, y al tercer día subirás al templo de Yahweh. ‘Yo añadiré quince
años a tus días, y te libraré a ti y a esta ciudad de las manos del rey de Asiria; yo protegeré y libraré a esta
ciudad por amor a mí mismo y por amor a mi siervo David’”. (2° R. 20:1-6)

El temor de Yahweh prolongará los días, pero los años de los inicuos serán acortados. (Pr. 10:27)

Y yo les digo, amigos míos: No tengan temor de los que matan el cuerpo pero después nada más pueden
hacer. Pero les mostraré a quién temer: al que después de quitar la vida tiene
poder para arrojar a la Guejana; sí, les digo: a éste teman. (Lc. 12:4, 5)

Porque el Dios que hizo el mundo y todo cuanto hay en él, siendo el Señor de los cielos y de la tierra, no mora
en templos construidos por manos, ni es ministrado por manos humanas, ni necesita de nada,
porque Él es quien da vida y alma a toda persona. (Hch. 17:24, 25)

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¿QUÉ ES LA MUERTE DESDE LA PERSPECTIVA DE LAS ESCRITURAS?
El concepto antiguo para muerte era dormir. Aunque los gentiles (los no judíos) lo consideraban un dormir
para siempre, sin resurrección ni esperanza alguna, en el ámbito cristiano se consideraba un dormir de
reposo o descanso previo a la resurrección. Así que a los primeros lugares de sepultura los llamaron
cementerios, del griego koimetérion, que significa dormitorio.
En la Escritura nunca se refiere a los no creyentes como dormidos cuando ellos mueren. Para quienes
mueren sin haber nacido de nuevo por el Espíritu Santo no habrá ya reposo, sino que van a un lugar de
tormento previo, donde permanecerán hasta su resurrección para condenación eterna en el juicio final de
Dios.
En contraste, el que ha sido justificado va a un lugar de gozo y reposo en la presencia del Cristo,
disfrutando de una gloria previa, y esperando la resurrección de su cuerpo para la gloria eterna. El
concepto de dormir no significa que el alma del cristiano fallecido está en animación suspendida y sin
conciencia alguna, sino plenamente consciente y en regocijo inefable en espera de la recompensa que le
fue asignada.
Uno de los epitafios cristianos más comunes en las catacumbas romanas es “en paz”, citando el Salmo 4:8:
Yo me acostaré y dormiré, porque sólo tú, oh Yahweh, me haces vivir en paz. Así veían la muerte los primeros
cristianos.
Como ya lo citamos, Pablo dijo: deseo partir para estar con el Cristo, lo cual me conviene mucho más. (Fil.
1:23). Él estaba seguro del cumplimiento de la promesa de un cuerpo glorificado a semejanza del cuerpo de
Jesús, que solo podemos apreciarla si vemos cómo era el cuerpo del Señor resucitado. El resucitar con
Jesucristo no es nada más volver a vivir, sino que es vivir en un cuerpo nuevo vinculado con el antiguo
cuerpo que se tuvo. La resurrección del cuerpo no se refiere a un cadáver resucitado, sino a un nuevo
cuerpo que nunca morirá de nuevo.
Este nuevo cuerpo estará plenamente diseñado para la vida en la eternidad. El cuerpo con el que se dotará
a los cristianos fallecidos que resuciten y a los que estemos vivos será un cuerpo celestial acondicionado
para la existencia en el Cielo. Nuestros actuales cuerpos terrenales están diseñados para una dimensión de
espacio, tiempo y materia, pero el cuerpo celestial está diseñado para el Cielo mismo, la eternidad y es
espiritual.
En su cuerpo resucitado, Jesús podía comer y disfrutar de esa comida (Lc. 24:42, 43). El Señor dijo que
nosotros beberemos vino nuevo en el reino de Dios celestial (Mt. 26:29), y que participaremos de la cena
en la fiesta de bodas del Cordero ataviados como la novia, la esposa eterna. Jesús Podía aparecer y
desaparecer (Lc. 24:31, 36). Podía ser tocado (Lc. 24:39). Podía atravesar cuerpos sólidos (Jn. 20:19, 26).
Podía elevarse en el aire (Hch. 1:9, 11). Con base en esto, podemos deducir que en el cuerpo resucitado y
transformado, se podrá comer, pero no como necesidad sino como deleite; podremos volar, aparecer y
desaparecer instantáneamente y trasladarse de un lugar a otro para los propósitos perfectos de Dios.
Las principales características de este nuevo cuerpo se especifican en la Primera Epístola a los
Corintios 15:42-44.

Del mismo modo es también la resurrección de entre los muertos: se siembran en corrupción, resucitan
incorruptibles; se siembran en deshonra, resucitan en gloria; se siembran en debilidad, resucitan en poder; se
siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual, porque hay cuerpo natural y hay cuerpo espiritual.

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El cuerpo resucitado no estará sujeto al deterioro y descomposición de nuestros actuales cuerpos. No se
hará viejo, no sufrirá de enfermedad ni dolencia alguna. La idea implícita en la Escritura es que será un
cuerpo con una plena estructura celestial.
Será un cuerpo de gloria aunque haya sido sepultado en deshonra. Será absolutamente libre de vergüenza
y de una perfecta complexión celestial. Así, puesto que el cuerpo resucitado no se caracterizará por ningún
tipo de deshonra, cada parte de este cuerpo será gloriosa y eterna.
Será también un cuerpo poderoso. Nuestras actuales limitaciones y debilidades físicas desaparecerán.
Tendrá todo el vigor y la fuerza con el cual el Señor lo dotó cuando creó al ser humano perfecto y libre de
pecado.
Y será un cuerpo espiritual. No podemos ser arrogantes ni dogmáticos para asegurar que será un cuerpo
con características morfológicas iguales al actual, pero sí que será un cuerpo en plena armonía con el
Espíritu Santo. No habrá un corazón con inclinaciones pecaminosas sino con deseos santos en todo.
Estaremos en una condición perfecta diseñada para disfrutar plenamente la presencia del Señor.
Otra promesa para nuestro ser es que seremos seres resplandecientes.

Y muchos de los que duermen en el polvo serán despertados: unos para vida eterna y otros para destrucción y
vituperio eterno. Los que hayan hecho lo bueno y los entendidos, resplandecerán como el resplandor del
firmamento, y los que hagan vencer a muchos resplandecerán intensamente y permanecerán como las
estrellas a infinita eternidad. (Dn. 12:2, 3)

Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre.


El que tenga oídos para oír, entienda. (Mt. 13:43)

La Escritura registra que esto ha sucedido parcialmente a algunos siervos del Señor. Éxodo 34:29-35 nos
habla del rostro resplandeciente de Moisés, y Mateo 17:2 de la transfiguración de Jesús.
En cuanto a nuestra condición actual delante del Señor, para Él todos sus santos viven. Los hermanos que
ya partieron a la presencia del Señor y los que estamos vivos actualmente, tenemos la misma condición
delante de Dios: estamos vivos. La diferencia temporal es que ellos están sin su cuerpo, y nosotros todavía
lo tenemos. Pero eso cambiará en el arrebatamiento.

Pero con respecto a que los muertos resucitan, aun Moisés lo declara mencionándolo en el relato de la zarza:
“Yahweh, Dios de Abraham, Dios de Isaac Y Dios de Jacob”, porque Él no es Dios de muertos sino de vivos,
porque para Él todos ellos viven. (Lc. 20:37, 38)

Porque si vivimos, para nuestro Señor vivimos, y si morimos, para nuestro Señor morimos. Por tanto, ya sea
que vivamos o que muramos, somos de nuestro Señor. Por esto también el Cristo murió y resucitó,
habiendo resucitado para ser el Señor de los vivos y de los muertos. (Ro. 14:8, 9)

Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá junto con Él a los que durmieron en
Jesús. Por lo cual les decimos por palabra de nuestro Señor: Nosotros los que estemos vivos, los que
permanezcamos hasta la venida de nuestro Señor, no precederemos a los que durmieron, porque nuestro
Señor mismo descenderá del Cielo con autoridad, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos

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que están con el Cristo resucitarán primero; y en ese tiempo nosotros, los que permanezcamos, los que
estemos vivos, seremos arrebatados a una junto con ellos en nubes al encuentro de nuestro Señor en el aire, y
así, estaremos siempre con nuestro Señor. (1ª Ts. 4:14-17)

La Iglesia, conformada actualmente por los santos vivos, debe prepararse, no para irse en el
arrebatamiento, porque esa preparación la hizo el Señor Jesucristo y la sigue haciendo el Espíritu Santo,
sino que su preparación es para presentarse ante el Tribunal de Jesucristo, y ser juzgados conforme a lo
que hicieron estando en el cuerpo. La resurrección del cuerpo del hijo de Dios que ha fallecido es un
anhelo fundamental de todo cristiano genuino, así como la transformación lo es para el cristiano que esté
vivo para el momento del arrebatamiento. La preparación del cristiano genuino consiste en vivir en
santidad progresiva para agradar y glorificar al Señor. La santidad posicional le fue otorgada al nacer de
nuevo y eso lo coloca en condiciones aptas para el arrebatamiento, pero la santidad progresiva es la
evidencia de esa santidad posicional, y lo lleva a vivir agradando a Dios, agradecido, anhelando y amando
la venida de su Amado. La santidad posicional es para salvación, mientras que la progresiva es para
galardón. ¡Gloria a su Nombre!
Tanto para los santos vivos como para los que ya han partido con el Señor, la eternidad es una condición
adquirida por la fe en Jesucristo y su sacrificio, y que se manifestará plenamente después del
arrebatamiento. Para quienes no hayan rendido su vida a Jesucristo, al eternidad será algo horrendo.

Y éstos irán al tormento eterno y los justos a la vida eterna. (Mt. 25:46)

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¿QUÉ ES LA VIDA ETERNA?
Los vocablos alam en arameo, olam en hebreo y aionios en griego nos transmiten el concepto de
eternidad. Sus acepciones son eterno, eternidad, perpetuo, perdurable, para siempre; de por vida, tiempo
ilimitado o sin fin; por los siglos de los siglos, sempiterno, por todas las edades.
Toda persona existirá por la eternidad, pero ¿dónde pasará esa eternidad? No hay una simple extinción
como algunos enseñan o desearan. Las Escrituras son claras al señalar que solo existen dos destinos: el
Cielo para vida eterna y el lago de fuego para condenación y tormento eterno. No hay más alternativas, ni
lugares intermedios, ni opciones de animación suspendida. Y los seres humanos debemos decidir dónde
pasar la eternidad mientras estemos en el cuerpo. No hay manera de cambiar el destino final una vez que
sobreviene la muerte. No hay lugares intermedios, purgatorios o áreas de purificación complementaria al
cual vayan los fallecidos, y que se pueda interceder desde el ámbito de los vivos para que se termine de
preparar a alguien para de ese supuesto lugar pasar al Cielo.
¿Quiénes pueden tener vida eterna? Solo las personas que crean en Jesucristo como su Dios, Señor y
Salvador, que sean nacidas de nuevo conforme a la Palabra y perseveren en el Camino del Señor, siendo
agradables y obedientes a Él, siempre y cuando se arrepientan genuinamente y confiesen a Jesucristo
antes de morir.

De cierto, de cierto les digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. (Jn. 6:47)

Pero ciertamente estas cosas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,
y para que creyendo tengan vida eterna en su Nombre. (Jn. 20:31)

Porque la paga del pecado es muerte,


pero la dádiva de Dios es vida eterna por medio de nuestro Señor Jesucristo. (Ro. 6:23)

Alguien pudiera pensar: “Pues me espero a que vaya a morir para arrepentirme”. Quien piense así, no se le
puede asegurar que alcance oportunidad para el arrepentimiento, sea porque se le endurezca el corazón
para arrepentirse y creer, sea porque tuvo muerte súbita, sin tiempo para arrepentimiento.

Entonces, tal como está establecido para los hombres que mueran una sola vez,
y después de su muerte el juicio. (He. 9:27)

Porque si alguno peca deliberadamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no hay
sacrificio que pueda ofrecerse por los pecados, sino que un terrible juicio está preparado, y el celo de un fuego
que consumirá a los adversarios... ¡Muy horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (He. 10:26, 27, 31)

La vida eterna no puede reducirse a términos cronológicos de un tiempo sin fin, sino que es una cualidad y
un atributo concedido a aquellos que han sido regenerados por el reconocimiento de Jesucristo como su
Señor y Salvador, y que llevan una vida de obediencia y agradable a Él. Es una vida plena, interminable y en
perfecta armonía y relación con Dios, aun desde que se está en el cuerpo natural. No hay límites por la
muerte; quien ha nacido de nuevo y vive de acuerdo a la Palabra ya puede experimentar aquella vida que
jamás cesará.

13
La vida eterna es un don de Dios solamente para sus hijos y es un deseo de Dios para todo el que crea en
su Hijo y persevere en la fe. Aquí se evidencia claramente que todos somos creación de Dios, pero solo los
que han nacido de nuevo son hechos hijos de Dios, y pueden acceder a la vida eterna y al Cielo.
Este don fue gracias al sacrificio de Jesucristo, el Hijo de Dios; porque Él, siendo Dios mismo, se humilló
hasta encarnar en cuerpo de hombre, pero sin pecado, y murió en la cruz satisfaciendo la demanda de Dios
de un Cordero sin mancha y sin contaminación, para dar vida eterna a todo aquel que crea en Él, y
persevere en su Camino y en su Palabra.

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que hasta dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no
se pierda, sino que tenga vida eterna, porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo sea salvo por medio de Él. (Jn. 3:16-17)

La vida eterna es estar para siempre en la presencia de Dios, ser a semejanza del Señor en todo,
inmortales, viviendo por la eternidad en el ámbito de Dios, y con labores asignadas por el Señor en las
esferas más altas del Cielo mismo. No está sujeta a nuestro concepto de tiempo, espacio y materia, y nada
tiene qué ver con presente, pasado o futuro, ya que no está sujeta a esta edad o dimensión.

Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,


y a Jesucristo, a quien has enviado. (Jn. 17:3)

Porque esto corruptible se vestirá de incorrupción, y esto mortal se vestirá de inmortalidad. (1ª Co. 15:53)

Quien transformará el cuerpo de nuestra humillación para que sea semejante al cuerpo de su gloria, según la
grandeza de su poder mediante el cual todo se sujeta a Él. (Fil. 3:21)

Dichosos los muertos que mueren en Dios desde ahora.


Sí —dice el Espíritu—, para que descansen de sus agobios, porque sus obras siguen con ellos. (Ap. 14:13)

Porque sabemos que si nuestra casa terrenal, ésta del cuerpo, es destruida, no obstante tenemos una
edificación que procede de Dios, una casa eterna en el Cielo, no hecha por manos, porque ciertamente por ésta
gemimos, deseando ser vestidos con nuestra casa celestial; si no, aun cuando estemos vestidos, seremos
hallados desnudos, porque estando ahora en esta casa, gemimos a causa de su peso, pues no deseamos
desvestirla, sino sobrevestirla, para que su mortalidad sea absorbida por la vida. Y el que nos prepara para
ésta misma es Dios, que nos ha dado las arras de su Espíritu, porque nosotros sabemos, pues, y estamos
convencidos, de que mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes de nuestro Señor (porque por fe
andamos, no por vista). Por este motivo confiamos y deseamos estar ausentes del cuerpo y presentes ante
nuestro Señor, y nos esforzamos para que, ya sea presentes o ausentes, le seamos agradables, porque todos
nosotros habremos de comparecer ante el tribunal del Cristo, para que cada uno sea recompensado de
acuerdo a lo que hizo mientras estaba en el cuerpo, haya sido bueno o haya sido malo. (2ª Co. 5:1-10)

He aquí, yo vengo pronto, y mi galardón conmigo,


para recompensar a cada quien conforme sea su obra. (Ap. 22:12)

14
¿QUÉ SUCEDERÁ EN EL ARREBATAMIENTO?
El arrebatamiento es la promesa más sublime en este mundo para todos los hijos de Dios, los nacidos de
nuevo. La culminación de la espera, estemos vivos o estemos muertos. Nuestro fin a la peregrinación en
esta tierra. Toda la novia de Jesucristo, la Iglesia, el conjunto de creyentes integrado por todos los que
fueron regenerados por el Espíritu Santo, es levantado para la eternidad.
Si estamos vivos, aunque no podemos saber cuándo será el arrebatamiento, sí podemos amar y anhelar la
venida del Señor por sus santos con la seguridad de que ya fuimos sellados para la redención, y que
nuestro esfuerzo ahora no es para irnos, porque eso ya es seguro por el sacrificio de Jesús en la cruz, sino
en glorificarlo y agradarlo, y también porque todos los nacidos de nuevo vamos a comparecer ante el
Tribunal de Jesucristo y mientras mayor sea nuestra vida de glorificación al Señor, mayor será nuestra
recompensa.
La razón principal de ser cristiano nacido de nuevo es prepararse en santidad para su recompensa en la
vida eterna, y el único temor al respecto debe ser cuál es nuestra condición espiritual delante del Señor en
una actitud reverente, pero esto para efectos del galardón prometido. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
¡Maranatha!
Pero, ¿puede una persona prepararse para la vida eterna y el arrebatamiento? No. Nadie puede prepararse
para la vida eterna y el arrebatamiento. El único que puede preparar a alguien para vida eterna es el Señor.
La persona debe reconocer su condición de pecador, arrepentirse de sus pecados, creer en Jesucristo
como su Señor, Dios y Salvador, y perseverar en camino de la gracia de nuestro Dios. Así queda preparada
para la vida eterna por el Espíritu Santo al recibir la regeneración. Es la única manera de estar preparado
para la salvación. Una vez en esa condición, su responsabilidad es crecer en santidad para glorificar al
Señor que lo salvó, y para alcanzar mayor galardón. Al ser salvo recibe la santidad posicional, y una vez en
salvación es responsabilidad del creyente la santificación progresiva. El arrebatamiento en esta condición
es seguro.
Por tanto, amados míos, de la manera que han obedecido siempre, no solamente cuando estuve cerca, sino
también ahora que estoy lejos de ustedes, prosigan con la obra de su salvación con mayor intensidad, con
temor y temblor, porque Dios es el que alienta en ustedes tanto el desear como el hacer lo que ustedes
desean. (Fil 2:12, 13. Peshitta)

Así que, amados míos, tal como siempre habéis obedecido, no solo en mi presencia, sino ahora mucho más en
mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en ustedes tanto el
querer como el hacer, para su beneplácito. (Fil. 2:12, 13. Biblia de las Américas)

Por tanto, no nos fatigamos, porque aunque nuestro hombre exterior se va desgastando,
no obstante el interior se va renovando día a día. Porque la aflicción del tiempo actual, aunque breve y leve,
nos prepara una gran gloria, ilimitada, eternamente y para siempre, para que no nos gocemos en las cosas que
se ven, sino en las que no se ven, porque las que se ven son temporales,
pero las que no se ven son eternas. (2ª Co. 4:16-18)

Y el que nos prepara para ésta misma es Dios, que nos ha dado las arras de su Espíritu. (2ª Co. 5:5)

15
Por tanto, amados míos, por cuanto tenemos tales promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y
del espíritu, conduciéndonos en santidad, en el temor de Dios. (2ª Co. 7:1)

Como hijos obedientes, no participen de nuevo en las bajas pasiones que tenían anteriormente, las cuales
deseaban en su ignorancia, sino que así como Aquel que los llamó es santo, sean santos en toda su manera de
vivir, porque está escrito: “Sean santos como también yo soy santo”. Y si invocan por Padre a Aquél en cuya
presencia no hay acepción de personas y que juzga a todos de acuerdo a sus obras,
condúzcanse en temor durante este tiempo de su peregrinación. (1ª P. 1:14-17)

Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, y ninguno muere para sí mismo, porque si vivimos, para
nuestro Señor vivimos, y si morimos, para nuestro Señor morimos. Por tanto, ya sea que vivamos o que
muramos, somos de nuestro Señor. Por esto también el Cristo murió y resucitó, habiendo resucitado para ser
el Señor de los vivos y de los muertos. Pero tú, ¿por qué censuras a tu hermano? O tú también, ¿por qué
menosprecias a tu hermano? Porque todos nosotros habremos de comparecer ante el Tribunal del Cristo,
como está escrito: “Vivo yo –declara Yahweh– que toda rodilla se doblará ante mí, y toda lengua me
confesará”. De manera que cada uno de nosotros rendirá cuenta a Dios de sí mismo. (Ro. 14:7-12)

Y todo lo que hagan, háganlo con toda su alma, como para nuestro Señor y no como para los hombres,
entendiendo que de nuestro Señor recibirán la recompensa en la herencia, porque ustedes sirven al Señor,
el Cristo; pero el que obre mal, recibirá de acuerdo a lo que hizo insensatamente,
porque no hay acepción de personas. (Col 3:23-25)

He peleado la buena batalla, he terminado mi carrera, he preservado mi fe. Y desde ahora me está reservada la
corona de justicia con la cual me recompensará en aquel día mi Señor, porque Él es Juez justo;
y no sólo a mí, sino también a los que aman su manifestación. (2ª Ti. 4:7)

16
EL MIEDO A LA MUERTE
Muchos celebran el día de su cumpleaños afirmando que cumplen un año más de vida, cuando la realidad
es que están cumpliendo un año menos; celebran, pues, que les queda menos tiempo de vida en el cuerpo.
El cristiano rendido por completo al Señor tiene plena convicción de que cada día que transcurre, es un día
menos para su encuentro con el Señor. La muerte en el ámbito meramente biológico no es más que el
proceso que se inicia con el engendramiento-concepción y puede presentarse en cualquier momento a
partir de allí; ya sea en aborto, ya sea en muerte a partir del nacimiento o fallecimiento después de una
vida longeva.
¿Por qué, entonces, el ser humano le tiene tanto miedo a algo que es parte misma de su existencia? Porque
la muerte entró por medio del pecado por la caída de Adán. A partir de allí, existe un miedo innato a la
muerte.

Porque así como el pecado entró al mundo por medio de un hombre y la muerte por medio del pecado, así
también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. (Ro. 5:12)

Pero el Señor Jesús venció a la muerte mediante su resurrección, y con ello desata de la muerte eterna a
los que crean en Él, dándoles además la vida eterna mediante la justificación y el nuevo nacimiento.

Por tanto, puesto que los hijos han participado de carne y sangre, también Él participó de igual manera de
estas cosas, para anular mediante su muerte al que tenía el poder de la muerte, es decir, a Satanás; y desatar a
los que por miedo a la muerte estaban durante toda su vida sometidos a servidumbre. (He. 2:14-15)

Concediendo vida eterna a los que, por la perseverancia en acciones dignas,


buscan gloria, honra e inmortalidad. (Ro. 2:7)

Lo maravilloso, pues, para el cristiano con convicción de la verdad de la Escrituras, es que hay esperanza
en Jesucristo. También Pablo dijo: Porque por las dos cosas siento apremio: deseo partir para estar con el
Cristo, lo cual me conviene mucho más, pero me siento apremiado a permanecer en mi cuerpo por causa de
ustedes (Fil. 1:23-24). ¡Qué seguridad de Pablo! Había llegado a un nivel de comunión y estatura espiritual
en el Señor que tenía la convicción de que, en cualquier momento que fuera su partida, él iría a la
presencia de Dios, y de que si permanecía aquí por su obra, Él estaba seguro en sus manos.
Los cristianos nacidos de nuevo que mueren en el Señor son victoriosos; los que permanecen atrapados en
el cuerpo –dice la Escritura- son miserables porque aún no gozan de la liberación de este cuerpo.

Soy un hombre miserable! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Ro. 7:24)

¡La muerte no es nuestro destino final, sino la resurrección en un cuerpo glorioso como parte de la Iglesia!
Para el cristiano, la muerte es la travesía para acceder a las glorias que vendrán, y algunas veces esa
travesía puede ser intensamente dolorosa. No importa cuánto dolor y sufrimiento hagan estragos en
nuestro cuerpo; eso es nada comparado con la gloria inigualable que nos espera a los que sobrellevemos
la travesía.

17
Las Escrituras nos alientan, diciéndonos:

Porque considero que las aflicciones del tiempo actual no son


comparables a la gloria que ha de ser manifestada en nosotros. (Ro. 8:18)

Pero, ¿quiénes pueden decir esto? ¿Acaso los incrédulos que declaran solemnemente en un tono de deseo:
“Que en paz descanse (QEPD)”? ¿O el religioso que piensa que por servir a Dios según su concepto ya va a
la vida eterna? Ninguno de ellos puede aspirar a la vida eterna en esas condiciones, y es normal que tengan
temor a morir en esas circunstancias. ¡Qué extraordinario es que lleguemos al grado de declarar las
siguientes palabras del apóstol Pablo con plena convicción, tal como lo hizo él, sabedores de que
buscamos agradar al Señor!:

Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo


presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrán apartarme del amor de
Dios que es por medio de nuestro Señor Jesucristo. (Ro. 8:38-39)

Al ser humano no rendido al Salvador le molesta cualquier mensaje sobre la muerte. Trata de ignorarlo y
aun de no pensar en ello. A las personas que hablan sobre eso se las considera morbosas y derrotistas. De
vez en cuando hablan sobre cómo podría ser el Cielo, pero la mayoría del tiempo el tema de la muerte lo
consideran tabú. Lamentablemente, esto sucede también entre algunos cristianos, que se supone
conocemos las Escrituras.
¡Qué actitud tan diferente ante la muerte la de los primeros cristianos! Y vaya que la enfrentaban día a día.
Lapidados, aserrados, ahorcados, lanzados a los leones. Jacobo, Pablo y Pedro hablaron mucho sobre la
muerte y llegaron a tener tan gran convicción que Pablo y Pedro afirmaron que conocían su tiempo de
partida y lo anhelaban porque sabían lo que les esperaba. Pablo dijo:

Porque yo ya estoy a punto de ser derramado como libación, y el tiempo de mi partida ha llegado.
He peleado la buena batalla, he terminado mi carrera, he preservado mi fe. Y desde ahora me está reservada la
corona de justicia con la cual me recompensará en aquel día mi Señor, porque Él es Juez justo;
y no sólo a mí, sino también a los que aman su manifestación. (2ª Ti. 4:6-8)

En el caso del apóstol Pedro, era tan estrecha la comunión que él tenía con el Señor que hasta le mostró el
tiempo de su partida, y Pedro hizo preparativos como aquel que se va de viaje a un destino perfectamente
conocido y seguro.

Porque pienso que es justo que mientras esté en este cuerpo, les estimule la memoria, sabiendo que en breve
partiré de mi cuerpo, como ciertamente nuestro Señor Jesucristo me lo ha dado a conocer.
Sean, pues, diligentes, para que también constantemente se acuerden
de que estas cosas se den en ustedes aun después de mi partida. (2ª P. 1:13-15)

Pero en la actualidad, las comodidades de la vida moderna nos abruman, y a la muerte se le considera un
estorbo que nos separa de la buena vida a la que nos hemos acostumbrado. No concebimos separarnos de

18
la electricidad, agua entubada, alcantarillado, aire acondicionado, iluminación, vestido y calzado de moda,
surtidos supermercados, internet, redes sociales, servicios de streaming, teléfonos, televisión, transportes
diversos y tantos otros dispositivos, equipos, servicios y comodidades de la era contemporánea, y menos
aún separarnos de los amados cónyuges y apreciados hijos. Pensamos: “Morir me resultaría en una gran
pérdida. Quiero prosperar en mi trabajo o negocio. Terminar mi carrera, y hacer maestrías o doctorados.
Tengo planes para comprar un carro nuevo. Amo al Señor, pero necesito más tiempo de vida para disfrutar
de mis bienes. Acabo de casarme. Tengo que probar lo que es ser padre. Soy padre, pero quiero conocer a
mis nietos. No es posible que muera ahora”. Todas estas son aspiraciones válidas, pero no prioridades con
respecto a la vida eterna.
Pensamos así arrogantemente como si la vida dependiera de nuestra propia decisión y no tan simplemente
del siguiente latido que el Señor permita a nuestro frágil corazón, y que en cualquier momento nos pueden
pedir el alma.

Y les refirió una parábola: La tierra de cierto varón rico le había producido una abundante cosecha, y pensaba
para sí mismo, diciendo: “¿Qué voy hacer? Pues no tengo dónde almacenar mis cosechas”. Entonces dijo:
“Esto haré: derribaré mis graneros y construiré unos más grandes donde pueda almacenar todo mi grano y
mis bienes, y diré a mi alma: ‘Alma mía, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; reposa, come,
bebe, disfruta’”. Pero Dios le dijo: “¡Insensato! Esta noche demandan tu vida, y esto que has provisto, ¿para
quién será?” Así es el que acumula tesoros para sí y no es rico para con Dios. (Lc. 12:16-21)

En nuestro tiempo, escasamente se predica sobre el Cielo o acerca de dejar este mundo o de la muerte.
Invocamos solo las promesas para las cosas terrenales, pero no pensamos en los compromisos y
demandas del Señor. ¡Qué razonamientos y enseñanzas tan alejados de los propósitos eternos de Dios!
Esto explica por qué muchos cristianos temen siquiera pensar en la muerte. La verdad es que estamos
lejos de entender el llamado del Señor Jesucristo a dejar el mundo y todas sus ataduras.
Él nos llama a venir ante Él y morir confiadamente en su misericordia si lo obedecimos. Nos exhorta a
desarraigarnos del mundo, a no depender en absoluto de él; a vivirlo en lo estrictamente necesario para
santificarnos y cumplir el propósito para el que fuimos llamados y alcanzados. Primero que nada debemos
morir a las bajas pasiones y a toda forma de vínculo con el mundo (Col. 3:5). Es tan claro el Señor cuando
dice:

De cierto, de cierto les digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere,
queda solo; pero si muere lleva mucho fruto. El que ame su alma, la perderá, pero
el que aborrezca su alma en este mundo, para vida eterna la preservará (Jn. 12:24-25).

19
¿A DÓNDE VAN LAS PERSONAS AL MORIR?
El concepto perfecto del Señor es que vamos a empezar a vivir cuando muramos, porque éste es Dios,
nuestro Dios por siempre, eternamente y para siempre; porque Él nos guiará más allá de la muerte (Sal.
48:14). Para el cristiano rendido al Señor Jesucristo, la muerte es la verdadera vida. La vida es una
grandiosa oportunidad para prepararse para Él en santidad, e invertir toda su energía en el propósito de
serle agradable. Si vemos la muerte desde esta perspectiva, la vida cobra un sentido perfecto con la
voluntad de Dios.

Pero ustedes se han acercado al monte de Sion, a la Ciudad del Dios vivo, las multitudes de miríadas de
ángeles; a la congregación de los primogénitos inscritos en el Cielo, a Dios, el Juez de todos,
y a los espíritus de los justos que han sido perfeccionados. (He. 12:22, 23)

Porque éste es Dios, nuestro Dios por siempre, eternamente y para siempre;
porque Él nos guiará más allá de la muerte. (Sal. 48:14)

El cuerpo es solo un traje espacial y temporal. Para efectos prácticos, la muerte no existe; el ser humano es
eterno. Hay una vida después de dejar el cuerpo, y de acuerdo a nuestra relación con el Señor Jesucristo,
será el lugar donde pasaremos la eternidad: la condenación eterna o la salvación eterna. Y aun en la
salvación y en la condenación hay grados. Es una decisión personalísima la elección que hagamos. El Padre,
el Señor y el Espíritu Santo ya han hecho su parte para nuestra vida eterna; queda a cada uno aceptar o
desechar su sacrificio, su guía y su ayuda. Si se rechaza, su suerte en el lago de fuego está echada; si se
acepta, se contrae un compromiso de permanecer y crecer para alcanzar aquello para lo cual fuimos
alcanzados.
El hijo de Dios nacido de nuevo va directamente a la presencia del Señor, a un lugar de gloria previa, lleno
de gozo, paz y libertad, en espera de su resurrección para gloria eterna. Quienes no hayan confesado a
Jesucristo como su Señor, y vivido conforme a su Palabra, les espera una horrenda expectación de juicio.
Pasan a un lugar de tormento previo hasta su resurrección para juicio, condenación y tormento eterno. En
la narración del rico y Lázaro tenemos una imagen clara de esto.

Había cierto hombre rico que se ataviaba con lino fino blanco y púrpura, y todos los días festejaba con gran
ostentación. Había también un menesteroso cubierto de llagas de nombre Lázaro que estaba echado a la
puerta de aquel rico, y anhelaba llenarse el estómago con las migajas que caían de la mesa de aquel rico, y
hasta los perros llegaban a lamerle sus llagas. Aconteció que murió aquel menesteroso, y los ángeles lo
llevaron al seno de Abraham, y murió también el rico y fue sepultado. Y en el Seol, estando en tormentos,
levantó sus ojos desde lejos y miró a Abraham, y a Lázaro en su seno, y exclamando en alta voz, dijo: “¡Padre
mío Abraham, ten misericordia de mí! Manda a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque
mi lengua, porque he aquí, estoy siendo atormentado en esta llama”. Abraham le dijo: “Hijo mío, acuérdate
de que durante tu vida recibiste tus bienes, y Lázaro sus males; y mira, ahora él reposa en este lugar, pero tú
eres atormentado. “Aparte de todo esto, hay entre nosotros y ustedes un gran abismo, para que los que
pretendan pasar de aquí hacia ustedes no puedan, ni los de allá pasen hacia nosotros”. (Lc. 16:19-26)

20
Este no es el destino final ni del rico ni de Lázaro, ni de quienes están en esos lugares. Es solo un lugar
temporal en espera de la resurrección de sus cuerpos para ser traslados al destino eterno. Los santos
resucitarán para gloria eterna en el Cielo en la presencia del Padre por la eternidad. Y los que no creyeron
en Jesús para salvación, resucitarán para ir al juicio del trono blanco, donde serán juzgados, condenados y
pasarán la eternidad en el lago de fuego de tormento eterno.

El mar entregó a los muertos que estaban en él, y la Muerte y el Seol entregaron a los muertos que se
encontraban en ellos, y fueron juzgados cada uno conforme a sus obras. (Ap. 20:13)

En conclusión, el cristiano genuino debe cobrar seguridad de su condición espiritual delante del Señor,
para tener la convicción de que una vez sobrevenga la muerte, podrá pasar al lugar de reposo en espera
de la resurrección gloriosa prometida por Jesucristo nuestro Dios, viviendo en una actitud de temor del
Señor ante la muerte, con un ánimo de glorificar y agradar al Señor. En cuanto a los incrédulos, ellos sí que
deben estar aterrados ante el fin que les espera: la segunda muerte. Apocalipsis nos habla claramente de
ella.

Y la Muerte y el Seol fueron arrojados al lago de fuego. Ésta es la segunda muerte: el lago de fuego.
Y el que no se hallaba inscrito en el libro de la vida, era arrojado al lago de fuego. (Ap. 20:14-15)

El que tenga oídos, entienda lo que el Espíritu dice a las iglesias.


El vencedor no sufrirá el daño de la segunda muerte. (Ap. 2:11)

Dichoso y santo el que es partícipe de la primera resurrección. La segunda muerte no tiene poder sobre ellos,
sino que serán sacerdotes de Dios y de su Cristo, y reinarán juntamente con Él estos mil años. (Ap. 20:6)

Pero para los cobardes, los infieles, los pecadores, los corruptos, los homicidas, los fornicarios, los hechiceros,
los idólatras y todos los falsos, su parte será en el lago que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.
(Ap. 21:8)

¡Qué horrenda expectación de tormento eterno habrá para los que no aceptaron el amor de la verdad que
es en Jesucristo! ¡Qué pérdida tan lamentable para quienes, habiendo conocido la verdad, se apartaron de
ella! Dios es un Dios de amor, pero también es justo y es un Dios de ira y venganza. Consideremos esto
seriamente. Es vida eterna la que está de por medio, pero la pregunta es: ¿Dónde se va a pasar esa
eternidad? ¿En la presencia de Dios con un cuerpo glorificado, o en el lago de fuego bajo condenación y
tormento eterno? La respuesta está en Jesucristo y sus Escrituras, y, dependiendo de si aceptamos sus
demandas o no, ese será nuestro destino.
No obstante la tristeza que pueda embargar a un creyente por la partida de un ser amado también
creyente, la esperanza de saber que está en la presencia de Dios es el mayor consuelo que se pueda
recibir.
La restauración ante tal pérdida, el Señor la hará.

21
¿CÓMO SERÁ EL CIELO?
No podemos con nuestra mente finita asimilar las cosas eternas. Dijo el Señor Jesucristo:

Si les he hablado de las cosas terrenales, y no creen,


¿cómo me creerán si les hablo de las celestiales? (Jn. 3:12)

Y el apóstol Pablo afirmó:

Conozco a un hombre en el Cristo hace catorce años (pero no sé si en el cuerpo o si fuera del cuerpo,
Dios lo sabe), que fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco a tal hombre
(pero no sé si en el cuerpo o si fuera del cuerpo, Dios lo sabe), que fue arrebatado hasta el paraíso,
y escuchó cosas inefables que al hombre no le es posible expresar. (2ª Co. 12:2-4)

Dios mismo encarnado declara que no podemos entender las cosas celestiales, y el más reconocido
apóstol, el hombre que recibió grandes revelaciones, no pudo explicar el Cielo. Le resultó inefable. Esto
nos da una idea de la complejidad de exponer en términos humanos lo que es el Cielo.
No obstante, en su gran misericordia y amor, el Señor nos deja ver un poco de lo que será el Cielo.
Nadie ha visto jamás a Dios; ni siquiera nosotros sus hijos, y por fin contemplaremos su rostro en gloria.

Amados míos, ahora somos hijos de Dios, y hasta ahora no se ha manifestado lo que habremos de ser,
pero sabemos que cuando Él se manifieste seremos a semejanza de Él,
y lo veremos tal como lo que Él es. (1ª Jn.3:2)

Veremos los cielos nuevos y la tierra nueva, y el fin de toda aflicción.

Luego vi cielos nuevos y tierra nueva, porque los primeros cielos y la primera tierra habían pasado, y el mar no
existía más. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, mientras descendía de Dios, preparada como novia
ataviada para su esposo. Y escuché una potente voz del Cielo que dijo: ¡He aquí el tabernáculo de Dios con los
hombres, y Él habitará con ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios mismo con ellos será su Dios! Y cesará toda
lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni más clamor, ni más dolor, porque las
primeras cosas han pasado. Entonces dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí, yo hago nuevas todas las
cosas. Y dijo: Escribe, porque estas palabras son de Dios, fieles y verdaderas. Y me dijo: Yo soy el Álef y la Tau,
el principio y el fin. Al que tenga sed, le daré gratuitamente de la fuente de aguas vivas. El vencedor heredará
estas cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. (Ap. 21:1-7)

Lo que el apóstol Juan ve aquí es que cuando el Dios Todopoderoso desciende del Cielo y viene a su
pueblo, lo primero que Él va a hacer es enjugar nuestras lágrimas. Y cuando seque nuestras lágrimas, se
secarán para siempre. Ya no habrá luto, ni habrá más llanto ni más dolor, ni duelo de ningún tipo, porque Él
dice que en el Cielo no hay muerte, ni luto, ni enfermedad, ni lágrimas. Nosotros no podemos comprender
esto porque jamás el ser humano ha vivido en un ambiente que esté libre de muerte, dolor, enfermedad,
duelo y lágrimas.

22
Pero ese es el futuro que Dios ha prometido a su pueblo. ‘Ya no habrá más muerte, luto, llanto o dolor
porque el viejo orden de cosas ha desaparecido’.
Dice que “el mar no existía más”. Para la mayoría de la humanidad, el mar es lo más atractivo que existe
porque es una fuente confiable para la economía, la alimentación y la diversión.
Pero no para el pueblo judío, que es en el contexto que se escribió esto. Para el judío de la época, el mar es
sinónimo de angustia, adversidad y peligro. Lo más bello para el judío eran los ríos, lagos y arroyos.
Independientemente de si es una expresión figurada o real, la esencia es que en el Cielo todo será nuevo.
“Yo hago nuevas todas las cosas” –dice el Señor. La Escritura viene prometiendo esto desde antiguo.

Porque he aquí que yo crearé cielos nuevos y tierra nueva;


no habrá más memoria de las cosas pasadas ni subirán más al corazón. (Is. 65:17)

Pero el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos repentinamente dejarán de ser, y los elementos
siendo quemados, se fundirán, y la tierra y las obras que hay en ella no serán más. Por tanto, puesto que todas
estas cosas han de ser fundidas, ¡cuán santos deben de ser ustedes en su modo de vivir y en el temor de Dios!,
mientras esperan y anhelan ardientemente la venida del día de Dios, en el cual los cielos, siendo probados por
el fuego, serán fundidos; y los elementos, siendo quemados, se fundirán. Pero nosotros, conforme a su
promesa, esperamos cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales morará la justicia. (2ª P. 3:10-13)

Los cielos, la tierra, los planetas, estrellas y galaxias y los elementos de que están hechos serán
absolutamente desintegrados hasta que dejen de ser y se creará un nuevo universo. A los creyentes en
Jesucristo, los justificados y regenerados, les serán otorgados cuerpos espirituales adaptados para estos
nuevos cielos y esta nueva tierra donde morarán para siempre en la presencia del Señor, sus hermanos en
la fe y sus ángeles escogidos y las creaciones del Señor. Aún la creación actual espera este momento:

Porque considero que las aflicciones del tiempo actual no son comparables a la gloria que ha de ser
manifestada en nosotros, porque toda la creación está confiada y expectante por la manifestación de los hijos
de Dios, porque la creación fue sometida a lo que es vano, no por su propia voluntad, sino por causa del que la
sometió; en la esperanza de que también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción a la
libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que todas las criaturas gimen y sufren dolores de parto
hasta hoy, y no sólo ellas, sino que también nosotros que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro
de nosotros mismos, y aguardamos la adopción para la redención de nuestros cuerpos. (Ro. 8:18-23)

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la Escritura habla del paraíso. El vocablo original
denota un jardín, huerta o parque. Esto transmitía una idea de gozo, abundancia, seguridad y felicidad
para quienes iban a esos lugares. En el Nuevo Testamento se le llama “paraíso de mi Dios”, para que no
haya ninguna duda de a dónde iremos los salvos por Jesús (Ap. 2:7). El Señor Jesucristo y el apóstol Pablo
también se refirieron a este lugar de gozo eterno. (Lc. 23:43; 2ª Co. 12:4)
Mateo 4:10 nos ordena adorar y servir al Señor, al igual que Apocalipsis 22:3. El concepto de adorar y servir
viene siendo un estilo de vida para el cristiano aquí en el cuerpo, pero en el Cielo será un servicio eterno de
adoración a nuestro Señor con toda la libertad y gozo que no puede ser disfrutada en esta tierra. Como
consecuencia de nuestra condición pecadora actual, no podemos servir y adorar a Dios en toda su

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plenitud, pero en el Cielo ya no tendremos esa limitante, porque estaremos en un cuerpo glorificado y
perfecto. Un cuerpo celestial. Así que todo lo que hagamos en la eternidad con Dios, será hacer su
perfecta voluntad, y lo adoraremos y glorificaremos con todo, en plenitud de amor.
Otra de las cosas que haremos será un aprendizaje continuo, ya sin las limitantes de un cuerpo perfecto.
1ª Corintios 13:9, 10 y 12 nos hablan de que ahora conocemos parcialmente, pero en la eternidad
accederemos... al entendimiento del conocimiento del misterio de Dios Padre, y del Cristo, en quien están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento. (Col 2:2, 3) En Isaías 55:8, 9, la Escritura nos
dice:

Porque mis pensamientos no son como sus pensamientos, ni mis caminos son como sus caminos
—declara Yahweh. Porque así como los cielos son más altos que la tierra,
así mis caminos son más altos que sus caminos,
y mis pensamientos más altos que sus pensamientos.

La promesa del Señor es que en la eternidad todo nos será revelado, y allá estaremos aprendiendo
continuamente de la grandeza y majestad de Dios y de toda su gloria.
Allá nos encontraremos a todos los santos y justos que nos precedieron desde Adán hasta el último de los
santos. Esto es, no sólo conoceremos a nuestros amigos y familiares, sino que los conoceremos en toda su
plenitud. Dispondremos de toda la eternidad para interactuar con “una gran multitud de toda nación,
pueblos, linajes y lenguas.” (Ap. 7:9), y juntos serviremos, adoraremos y glorificaremos al Señor.

Pero ustedes se han acercado al monte de Sion, a la Ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén que está en el Cielo, y a
las multitudes de miríadas de ángeles; a la congregación de los primogénitos inscritos en el Cielo, a Dios, el
Juez de todos, y a los espíritus de los justos que han sido perfeccionados; a Jesús, el mediador del nuevo
pacto, y al rociamiento de su sangre que habla mejor que la de Abel. (He. 12:22, 23)

La “Ciudad del Dios vivo” es un lugar eterno y asombroso según el diseño perfecto de Dios, indescriptible
para nuestra mente humana finita. La Nueva Jerusalén, la eterna ciudad celestial será un lugar perfecto y
eterno, de bendición inefable. Allí estarán todos los inscritos en el Cielo, reunidos junto con una multitud
innumerable de ángeles ante el Santo, Amado y Todopoderoso Dios, en el monte de Sion, la ciudad de
David y la posesión eterna de Dios Altísimo, la ciudad santa donde todos nos reuniremos para adorarlo.

El profeta Jeremías nos dijo: En aquel tiempo llamarán a Jerusalén: ‘Trono de Yahweh’. Y esperarán todas las
naciones en el nombre de Yahweh, y no irán de nuevo tras los apetitos de su malvado corazón. (Jer. 3:17)

El apóstol Juan, mientras estaba desterrado en la isla de Patmos, tuvo esta visión celestial:

Después de esto vi, y he aquí una gran multitud de toda nación, pueblos, linajes y lenguas, la cual nadie podía
contar, que estaban de pie delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y
palmas en sus manos, y aclamaban en alta voz, diciendo:
¡La salvación pertenece a nuestro Dios,
al que está sentado en el trono, y al Cordero!

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Entonces todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono, de los ancianos y de las cuatro criaturas
vivientes, se postraron sobre sus rostros delante de su trono, y adoraron a Dios, diciendo:
¡Amén! ¡La bendición, la gloria, la sabiduría,
la acción de gracias, el honor, el poder y la fortaleza
sean a nuestro Dios por siempre y para siempre! ¡Amén! ...
Por eso están ante el trono de Dios, y le sirven de día y de noche en su templo;
y el que está sentado en el trono los cubrirá con su mano. Ya no tendrán hambre ni sed,
ni caerá el sol sobre ellos, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono
los pastoreará y los conducirá a fuentes de agua viva,
y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. (Ap. 7:9-12,15-17)

Todo será gozo y adoración pura, y le servirán continuamente. Jesús, el Buen Pastor, los llevará a fuentes
de aguas vivas para no volver a tener sed jamás. La misericordiosa mano de Dios enjugará toda lágrima, y
descansarán bajo la sombra de su presencia eterna.
En el Evangelio de Juan 14: 2, 3, el Señor Jesús nos dice:

No se turbe su corazón; crean en Dios, crean también en mí.


En la casa de mi Padre hay muchas moradas.
Si no fuera así, se los hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para ustedes.
Y si voy a prepararles lugar, regresaré y los tomaré conmigo,
para que donde yo estoy, ustedes también estén.

¡Qué maravillosa promesa! Jesús volverá por nosotros para que estemos con Él por la eternidad, y además
ha preparado un lugar en el Cielo para nosotros. Nada es comparable a esto. Esto será la culminación de la
esperanza que ahora tenemos en Jesucristo. Estas mansiones o lugares pudieran estarse refiriendo a lo
que ahora conocemos, pero tal vez más precisamente se refiera a nuestro nivel de gloria en el Cielo por la
eternidad, más que a una casa como las actuales. (2ª Co. 5:1-8)
Para mayor información sobre lo que sucederá con nuestros cuerpos, ver la sección ¿QUÉ SUCEDE CON
LOS QUE MUEREN JESUCRISTO? (Pág. 6) y ¿QUÉ ES LA MUERTE DESDE LA PERSPECTIVA DE LAS
ESCRITURAS? (Pág. 10)
Los capítulos 21 y 22 de Apocalipsis nos describen los cielos nuevos y la ciudad celestial. Los invito a leerlos
para maravillarnos de lo que nos espera.

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TEMAS DERIVADOS
En el caso de estos temas, se exponen sin pretender ser dogmáticos al respecto,
ya que la Escritura no profundiza en la presentación de los mismos.
Lo dejamos al criterio del lector.

¿QUÉ SUCEDE CON LOS ABORTADOS, LOS QUE PADECEN ALGUNA DISCAPACIDAD MENTAL
Y LOS INFANTES QUE FALLECEN?
Todos los seres humanos estamos constituidos pecadores desde el momento mismo de la concepción
debido a la caída de Adán. Así que no es una preferencia humana el pecar, sino que ha sido constituido
pecador. Por tanto, es culpable y reo de condenación. De allí que la justificación por fe sea imprescindible
para salvación.

Porque así como por causa de la desobediencia de un hombre muchos fueron constituidos pecadores, así
también, mediante la obediencia de uno, muchos serán constituidos justos. (Ro. 5:19)

Porque en iniquidad fui concebido, y en pecados me dio a luz mi madre. (Sal. 51:5)

Sin pretender ser dogmático ni polemizar sobre este tema, expongo los siguientes razonamientos.
Bajo estas condiciones, ¿cómo tratará Dios con los que padecen alguna discapacidad mental? ¿Qué sucede
con los que fallecen en su infancia o que son abortados?
En el momento de la concepción se inicia la vida humana, y la persona concebida ya está constituida
pecadora, tal como lo citamos anteriormente. Somos concebidos en pecado (Sal. 51:15), y nacemos en
pecado, y por tanto, bajo esta circunstancia nadie tiene el derecho de ir al Cielo. Esto aplica para el recién
concebido, para el recién nacido, para el que padece discapacidad intelectual y para toda la humanidad. No
hay excepción. Enfatizo: Nadie tiene el derecho de ir al Cielo. Es solamente por la gracia de Dios que
podemos alcanzar salvación. Y en nadie se manifiesta mejor esta gracia que en los abortados, en los que
padecen discapacidad mental y en los niños que mueren.
Job habla acerca de los abortados explicando que están en quietud y reposo, no en tormento.

¿Por qué no morí desde la matriz? ¿Por qué fui sacado desde la concepción? Entonces me enardecí.
¿Por qué fui criado sobre las rodillas? ¿Para qué me amamanté de los pechos?
Pues tal vez ahora yacería y estaría en quietud, dormiría y tendría reposo. (Job 3:11-13)

La Escritura registra la reacción del Señor para con los niños, y lo que declaró al respecto:

Y le llevaron unos niños para que los tocara, pero sus discípulos reprendieron a los que los trajeron, y viendo
Jesús esto, se disgustó y les dijo: Dejen a los niños venir a mí y no se lo impidan, porque el reino de Dios es de
los que son como ellos. En verdad les digo que todo el que no acepte el reino de Dios como un niño,
no podrá entrar en él. Entonces los tomó en sus brazos, e imponiéndoles la mano, los bendijo. (Mr. 10:13-16)

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Otras traducciones ponen “de los tales es el reino del Cielo”. Mateo, Marcos y Lucas informan de este
hecho, y se destaca tres cosas: El Señor se disgusta por el trato a los niños, afirma que el reino del Cielo es
para los niños y los bendice. El hecho de que el Señor manifestara una emoción tan fuerte por los niños, su
afirmación de que el reino del Cielo les pertenece y su bendición tan intensa, nos da una idea de la
importancia que ellos tienen para Él, y la seguridad de adonde van. Aquí vemos la manifestación de la
gracia soberana de Dios en toda su expresión a personas constituidas pecadoras, pero que entrarán al
reino del Cielo sin ser sometidas a las demandas de los adultos.
Mateo también nos habla de la importancia de los niños ante el Señor.

En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús, diciendo: ¿Quién es verdaderamente el mayor en el
reino del Cielo? Entonces Jesús llamó a un niño, y poniéndolo en medio de ellos, dijo: De cierto les digo que si
no se arrepienten y se hacen como niños, no podrán entrar en el reino del Cielo. Por tanto, el que se humille
como este niño, será el mayor en el reino del Cielo, y el que en mi Nombre acepte como este niño,
a mí me acepta, pero a cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que confían en mí,
mejor le fuera si se atara al cuello una piedra de molino de asno, y se ahogara en lo profundo del mar...
Cuídense de no menospreciar a uno de estos pequeños, porque les digo que sus ángeles en el Cielo ven
constantemente el rostro de mi Padre que está en el Cielo...Del mismo modo, no es la voluntad de su Padre
que está en el Cielo que uno de estos pequeños se pierda. (Mt. 18:1-6, 10, 14)

La conclusión de este pasaje es que no es voluntad del Señor que los niños se pierdan. Cuando un feto es
abortado o un niño o persona con discapacidad mental muere, son considerados por Dios dentro de la
edad de la inconsciencia y de la responsabilidad, y por tanto, aunque son culpables por razón de su
condición de pecadores como descendientes de Adán, son declarados inocentes por la gracia soberana de
Dios, y entran al reino del Cielo.
¿De qué son redimidos? No pueden ser redimidos del pecado de "no creer en Jesús" porque nunca
tuvieron la posibilidad ni la capacidad de hacerlo. La única explicación es que son redimidos del pecado
original transmitido por Adán únicamente, y por ello justificados, declarados no culpables por la soberana
gracia de Dios, pues de ellos es el reino del Cielo, aunque lo más seguro que sin acceso o aspiración a
galardón o recompensa alguna. Más aún, cuando uno de los cónyuges es nacido de nuevo, sus hijos
infantes incluso alcanzan la santificación del Señor.

Porque el marido no creyente es santificado por la esposa creyente, y la esposa no creyente es santificada por
el marido creyente, ya que de otro modo sus hijos serían inmundos, mientras que ahora son limpios.
(1ª Co. 7:14)

El Señor nos muestra en las Escrituras que Él puede manifestarse al ser humano desde el vientre. El rey
David y los profetas Isaías y Jeremías son una muestra de esto:

Porque tú formaste mis entrañas; desde el vientre de mi madre me has aceptado. (Sal. 139:13)

¡Escuchen, oh islas, y presten atención, oh naciones! Yahweh me llamó de antemano, desde la matriz,
desde el vientre de mi madre mencionó mi nombre. (Is. 49:1)

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Te conocí antes de que te formara en el vientre, y te consagré antes de que salieras de la matriz,
y te designé como profeta para las naciones. (Jer. 1:5)

En el Nuevo Testamento vemos que Juan el Bautista fue lleno del Espíritu Santo siendo un "feto" en el
vientre de su madre, lo cual nos muestra el poder regenerador de Dios con los niños a nivel espiritual.

Porque él será grande en la presencia de Yahweh.


No beberá vino ni licor, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre. (Lc. 1:15)

Los infantes, los bebés no nacidos, los discapacitados intelectualmente, en mi opinión, todavía no tienen
capacidad de creer conscientemente y de una fe responsable, y por lo tanto, es posible que Dios los salve
bajo la sangre derramada por Jesús en la cruz, sobre la base de que los redime de dicho pecado y
condición por su obra expiatoria que cubre el pecado original de estos infantes y discapacitados.
La revelación del Señor se puede recibir directamente, mediante las Escrituras o por el testimonio de la
conciencia y de la creación. Las Escrituras testifican que las personas van a ser juzgadas con fundamento
en los pecados cometidos voluntaria y conscientemente en el cuerpo (Por ejemplo, 1ª Co. 6:9-10; 2ª Co.
5:10; Ap. 20:11-12), ya sea porque conozcan la voluntad de Dios mediante las Escrituras, por revelación
directa o por el testimonio de la conciencia y la creación. El juicio justo del Señor siempre estará basado en
el rechazo consciente de la mencionada revelación divina y en la desobediencia voluntaria a esa revelación.
¿Pueden los niños o las personas con discapacidad mental tener alguna de estas revelaciones? No creo lo
puedan hacer.
No existe evidencia clara en las Escrituras de algún juicio divino basado en otro fundamento de revelación
divina. Así que, los que mueren en la infancia o con discapacidad mental son salvos por la soberana gracia
del Señor porque no pueden satisfacer las condiciones del juicio divino. Todo ello con base en la esencia y
el carácter de Dios. No porque sean inocentes ni porque sean merecedores del perdón bajo sus
constitución de pecadores, sino porque Dios soberanamente los ha escogido para darles vida eterna,
regenerar sus almas, y otorgarles los beneficios de la salvación por medio de la sangre de Cristo, aun sin
una fe consciente y sin atentar Dios contra su propia justicia.

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¿TENEMOS UN DÍA PARA IRNOS?
Aunque no debemos ser dogmáticos al respecto, ya que es de los misterios que pertenecen al Señor, la
Escritura si nos da información respecto al día de la muerte.

El tiempo de nuestra edad son setenta años; los de mayor vigor llegan a los ochenta años;
pero la mayor parte de ellos son trabajo y dolores, pues nos sobreviene humillación,
y somos sometidos a aflicción. (Sal. 90:10)

Así es el hombre nacido de mujer: corto de días y cargado de conmoción... Aun sus días están determinados, y
el número de sus meses está decretado. Tú le pusiste ley que no podrá traspasar. (Job 14:1, 5)

Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado. (Ec. 3:2)

No hay hombre que tenga dominio sobre el viento para refrenar el viento; ni hay poder sobre el día
de la muerte; no se da licencia en tiempo de guerra, ni la impiedad librará a los que la posean. (Ec. 8:8)

Porque yo ya estoy a punto de ser derramado como libación, y el tiempo de mi partida ha llegado. (2ª Ti. 4:6)

¿RECONOCEREMOS A SERES QUERIDOS FALLECIDOS SALVOS?


Aunque no será lo primordial en el Cielo, dado que nuestra prioridad será disfrutar de la gloria eterna de la
presencia del Señor y adorarlo continuamente, y nuestras filiaciones actuales serán diferentes cuando
tengamos cuerpo glorificado, la Escritura nos deja testimonios de que sí reconoceremos a seres queridos
en el Cielo. Y no solo a ellos sino a todos los santos que estaremos para siempre con el Señor.
Abraham reconoció a Lázaro (ambos ya fallecidos), y sabía acerca de su vida a pesar del tiempo
transcurrido desde el fallecimiento de Abraham.

Abraham le dijo: “Hijo mío, acuérdate de que durante tu vida recibiste tus bienes, y Lázaro sus males;
y mira, ahora él reposa en este lugar, pero tú eres atormentado. (Lc. 16:25)

Moisés y Elías (ambos fallecidos) se reconocían, y lo evidencia la conversación que tenían con Jesús. Esto a
pesar de que Moisés y Elías murieron en épocas diferentes.

Y he aquí que dos varones conversaban con Él: eran Moisés y Elías, quienes aparecieron en gloria y hablaban
acerca de su partida, la cual Él habría de cumplir en Jerusalén. (Lc. 9:30, 31)

Pablo consuela a los tesalonicenses que estaban tristes por sus seres queridos que habían fallecido,
y les dice:

Pero yo quiero, hermanos míos, que estén informados respecto a los que durmieron, para que no se
entristezcan como los demás hombres que no tienen esperanza, porque si creemos que Jesús murió
y resucitó, así también Dios traerá junto con Él a los que durmieron en Jesús. (1ª Ts. 4:13, 14)

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Nunca hemos visto a Jesús, pero lo vamos a reconocer.

Amados míos, ahora somos hijos de Dios, y hasta ahora no se ha manifestado lo que habremos de ser, pero
sabemos que cuando Él se manifieste seremos a semejanza de Él, y lo veremos tal como lo que Él es.
(1ª Jn. 3:2)

Debemos estar conscientes de que nuestros vínculos familiares y emocionales no serán los mismos que
tenemos ahora, ya que al estar libres de pecado para siempre, no habrá más dolor ni tristeza. El Señor lo
declara cuando le preguntan por una mujer que enviudó siete veces:

Al final, falleció también la mujer. Así pues, en la resurrección, ¿de quién de ellos será esposa? Porque los siete
la tomaron. Jesús les dijo: Los hijos de este mundo toman esposas y las mujeres son entregadas a los varones,
pero los que han sido considerados dignos de aquella edad y de la resurrección de entre los muertos, ni toman
esposas ni las mujeres son entregadas a los varones, porque tampoco pueden morir de nuevo, porque son
como los ángeles, y son hijos de Dios, porque fueron hijos de la resurrección. (Lc. 20:32-36)

La anterior respuesta del Señor también contesta lo relativo a la procreación; no la tendremos en el Cielo.
En cuanto a conservar nuestro género sexual, no hay luz al respecto. Lo que podemos observar en la
Escritura es que Jesucristo mantuvo su ser masculino después de su muerte y resurrección. Esto no nos da
mucha información, pero es lo más que tenemos, y no debemos ser posesivos en cuanto a este punto, sino
dejarlo a la soberanía de Dios en cuanto a sus misterios. No podemos explicar las cosas celestiales con
nuestra mente terrenal, ni las cosas eternas con nuestras mentes finitas. Pero una cosa es segura:
tendremos un cuerpo glorificado y disfrutaremos de todas las glorias con las que el Señor nos
sorprenderá.

SI ALGUIEN MUERE, ¿PUEDE VOLVER A LA VIDA?


Ha habido casos excepcionales en los cuales personas que habían fallecido volvieron a la vida. Las
experiencias de personas que mueren y vuelven de la muerte son cada vez más comunes y más estudiadas
por la ciencia. La Escritura registra varios casos de resucitación como el del hijo de la viuda de Sarepta, el
hombre muerto que cayó en el sepulcro de Eliseo y tocó su esqueleto, los que revivieron después que
Jesús resucitó, la hija de Jairo, Lázaro y Tabita Todos ellos revivieron, pero volvieron a morir.
Su caso y el de los que actualmente resucitan es diferente al de la resurrección de los muertos, la cual es
algo definitivo, sea para gloria eterna, sea para tormento eterno. A continuación los textos que nos hablan
de los casos citados.

Sucedió después de estas cosas, que se enfermó el hijo de la mujer, la dueña de la casa; y su enfermedad fue
tan grave, que no quedó aliento en él. Por lo cual, ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo que ver contigo, oh profeta
de Dios? ¿Viniste a mí para recordar mis culpas y hacer morir a mi hijo? Pero Elías le respondió: Dame a tu hijo.
Luego lo tomó del regazo de ella, lo subió a un aposento alto donde él se hospedaba, y lo acostó en la cama.
Entonces él clamó a Yahweh, diciendo: ¡Oh Yahweh Dios! ¿Aun a esta viuda con quien estoy hospedado has
afligido haciendo morir a su hijo? Después se tendió tres veces sobre el niño, y clamando a Yahweh, dijo: ¡Oh

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Yahweh mi Dios, haz que el alma de este niño vuelva a su interior! Yahweh escuchó la voz de Elías, y el alma del
niño volvió a su interior, y él revivió. Luego Elías tomó al niño, y lo bajó del aposento alto a la casa,
y se lo entregó a su madre; entonces Elías le dijo: ¡Mira, tu hijo vive! (1° R. 17:17-23)

Y Eliseo murió y lo sepultaron. Sucedió en aquel mismo año que merodeadores de Moab invadieron el país.
Y mientras sepultaban a un hombre, vieron a los merodeadores y arrojaron al hombre en el sepulcro de Eliseo.
Y cuando el hombre muerto cayó y tocó los huesos de Eliseo, revivió y se puso de pie. (2° R. 13:20, 21)

Al instante el velo del templo se rasgó en dos, de arriba hacia abajo, y la tierra tembló y las rocas se partieron,
y se abrieron las tumbas, y muchos cuerpos de santos que habían muerto, resucitaron y salieron, y después de
la resurrección de Jesús, entraron a la santa ciudad y se aparecieron a muchos. (Mt. 27:51-53)

Mientras aún se encontraba hablando, llegó uno de la casa del dirigente de la sinagoga para decirle: Tu hija ha
muerto, no molestes al Maestro. Pero habiendo escuchado Jesús, dijo al padre de la niña: No tengas temor;
sólo cree y ella volverá a vivir. Y al llegar Jesús a la casa, no permitió a nadie que entrara con Él, excepto a
Simón, a Jacobo, a Juan, y al padre y a la madre de la niña; y todos estaban llorando y lamentándose por ella,
pero Jesús dijo: No lloren, pues no ha muerto, sino que duerme. Pero se burlaban de Él, porque se habían dado
cuenta de que ella había muerto. Entonces Él los sacó a todos, la tomó de la mano y la llamó, diciendo:
Niña, levántate. Entonces su espíritu regresó a ella, y se incorporó de inmediato,
y Él dio órdenes de que le dieran de comer. (Lc. 8:49-55)

Entonces Jesús, conmovido profundamente en su interior, fue al sepulcro. Y el sepulcro era una cueva, la cual
tenía colocada una piedra a la entrada. Jesús dijo: Retiren esa piedra. Pero Marta, hermana del que había
muerto, le dijo: Mi Señor, ya hiede, pues hace cuatro días que murió. Jesús le dijo: ¿No te dije que si crees
verás la gloria de Dios? Una vez retirada la piedra, Jesús levantó sus ojos a lo alto, y dijo: Te agradezco, Padre,
por haberme escuchado. Yo sé que siempre me escuchas, pero digo estas cosas a causa de esta multitud que
está aquí, para que crean que tú me has enviado. Cuando hubo dicho estas cosas, gritó con voz fuerte: ¡Lázaro,
ven fuera! Y el que había estado muerto salió con sus manos y sus pies atados con vendas, y su rostro envuelto
con un sudario. Jesús les dijo: Desátenlo y déjenlo ir. (Jn. 11:38-44)

Había entonces en la ciudad de Jope cierta discípula cuyo nombre era Tabita. Ésta era rica en buenas obras y
en acciones de justicia que realizaba, y en aquellos días se enfermó, y murió, y la lavaron y la colocaron en un
aposento alto. Pero enterándose los discípulos de que Simón estaba en la ciudad de Lida, la cual está cerca de
Jope, mandaron a dos varones a suplicarle que no demorara en venir a ellos. Entonces Simón, levantándose,
fue con ellos. Cuando llegó, lo llevaron al aposento alto, y juntándose, lo rodearon todas las viudas llorando y
le mostraron las túnicas y los mantos que Tabita les había dado mientras vivía. Entonces Simón hizo que
salieran todos, y poniéndose de rodillas, oró. Después, volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate. Al
momento ella abrió los ojos, y cuando vio a Simón, se sentó, y él, tomándola de la mano,
la levantó, llamó a los santos y a las viudas, y la presentó viva. (Hch. 9:36-41)

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CONCLUSIÓN
Como hijos de Dios, hay un propósito que el Señor desea que cumplamos mientras vivimos. La Escritura
dice:

Ellos le preguntaron: ¿Qué haremos para poner en práctica las obras de Dios? Jesús respondió, diciéndoles:
Ésta es la obra de Dios: que crean en el que Él envió. (Jn. 6:28, 29)

Y nosotros hemos sido escogidos por Él según nos preordenó, porque a Él le plació llevar a cabo todas las cosas
según el propósito de su voluntad, para que nosotros, que fuimos los primeros en confiar en el Cristo,
seamos para la honra de su gloria, en quien también ustedes, habiendo oído la palabra de verdad que es el
Evangelio de su salvación, y habiendo creído en Él, fueron sellados con el Espíritu Santo que fue prometido,
quien es la garantía de nuestra herencia para la redención de los que son salvos,
y para alabanza de su gloria. (Ef. 1:11-14)

Lo realmente relevante para un cristiano genuino es su visión de la eternidad. La Escritura dice:

Y muchos de los que duermen en el polvo serán despertados:


unos para vida eterna y otros para destrucción y vituperio eterno. (Dn. 12:2)

Así que si ustedes han resucitado junto con el Cristo, busquen las cosas de arriba, donde el Cristo está sentado
a la diestra de Dios. Piensen en las cosas de arriba, y no en las de la tierra, porque ustedes han muerto, y su
vida está escondida con el Cristo en Dios. Y cuando se manifieste el Cristo, que es nuestra vida, entonces
también ustedes serán manifestados con Él en gloria. (Col 3:1-4)

Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree
en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? (Jn. 11:25, 26)

Porque si vivimos, para nuestro Señor vivimos, y si morimos, para nuestro Señor morimos. Por tanto, ya sea
que vivamos o que muramos, somos de nuestro Señor. (Ro. 14:8)

Pero nosotros, conforme a su promesa, esperamos cielos nuevos y tierra nueva,


en los cuales morará la justicia. (2ª P. 3:13)

Luego escuché una voz del Cielo que dijo: Escribe: “Dichosos los muertos que mueren en Dios desde ahora”.
Sí --dice el Espíritu--, para que descansen de sus agobios, porque sus obras siguen con ellos. (Ap. 14:13)

Luego vi cielos nuevos y tierra nueva, porque los primeros cielos y la primera tierra habían pasado,
y el mar no existía más. (Ap. 21:1)

Por eso los hijos de Dios, sea que estemos vivos o que muramos, podemos amar y anhelar la venida del
Señor con toda la seguridad de que estaremos con Él por la eternidad, y clamar con toda convicción junto
con el Espíritu Santo: ¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús! ¡Amén!

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