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Ángel Llorca en mi recuerdo
Por Pablo de A[ndrés] Cobos
Publicado en Juicios y figuras, Editorial Ancos, Madrid, 1970, págs. 95 a 117.
Conocí a don Ángel Llorca el año 26. Era maestro de primeras letras y dirigía
el Grupo Escolar Cervantes, de Madrid, que estaba y está en el número 2 de la calle
Raimundo Fernández Villaverde. Cervantes era entonces un Grupo Escolar de
ensayo, en régimen de Patronato, con la ventaja, entre otras, de poder seleccionar a
los maestros. En uno de esos momentos en que los rectores de la política escolar
se inspiraban en el ideario de la Institución Libre de Enseñanza se crearon cuatro
Grupos escolares “pilotos”, como dirían los tecnófilos de nuestra hora, dos en
Madrid y dos en Barcelona, para no herir las susceptibilidades regionales catalanas:
CERVANTES y PRíNCIPE DE ASTURIAS, en Madrid; BAIXERAS y LA FARIGOLA,
en Barcelona. La Dirección de CERVANTES se entregó a don Ángel Llorca y las de
PRÍNCIPE DE ASTURIAS, niños y niñas, a Xandri y a doña Eloísa López Velasco.
De la Dirección de BAIXERAS, niños, se hizo cargo Martí Alpera, y de la de LA
FARIGOLA, niñas, doña María Baldó.
La talla humana de don Ángel Llorca fue verdaderamente excepcional y
querría yo acertar a mostrársela a ustedes resumiendo mis recuerdos personales.
Pero, antes, creo que debo dejar constancia de que en la política de la enseñanza
primaria se acusa el mismo bamboleo que en el proceso general y que la gráfica
coincide necesariamente con la de nuestra cultura. El señor Llorca nació en un
pueblecito alicantino, Orcheta, el año 1866, dos años después que Unamuno y tres
antes que Menéndez Pidal; a Azorín, su paisano, le sacaba siete años de ventaja y
dos más a Antonio Machado, su buen amigo; sólo se anticipa, seis años a Baroja, a
Maeztu le llevaba ocho, y coincide en fecha de nacimiento con Valle Inclán. Murió el
año 1942, el 13 de diciembre, como huésped del doctor Calandre.
Es claro que hago estas referencias concretas para situar a este maestro de
escuela en el propio corazón de la generación del 98, que para que tenga
significación histórica plena hay que extender su comprensión y su estudio a las
letras y las artes y las ciencias. Y en las ciencias, a la Pedagogía, y, en la
Pedagogía, a la escuela primaria. Porque en nuestra organización de la cultura se
da la paradoja de que siendo la Pedagogía la ciencia de la educación y siendo
ciencia de rango filosófico, sólo aparece en los planes de estudio del Magisterio
primario y, antes, no luego, en el Doctorado de Filosofía, con la Cátedra de
Pedagogía Superior. Nuestros legisladores vienen entendiendo que la función
docente no ha menester ciencia de la educación ni en la enseñanza secundaria ni
en la superior. Y así debe ser verdad porque imagínense ustedes qué escándalo se
produciría si se le exigieran conocimientos pedagógicos al Profesor de una Escuela
de Arquitectura o de Ingenieros.
Pero es que, además, don Ángel Llorca tiene muy nutrida compañía de
notables en esa humildísima esfera del Magisterio primario. Mi propio recuerdo
personal puede citar ahora y de corrido a Gerardo García, sucesor de Alcántara
García en la dirección de la Escuela Moderna, buena revista de pedagogía; a Martín
Chico, en Segovia y Soria, en sentido inverso a Machado; a Santiago García Rivero,
muy respetado por la intelectualidad bilbaína; a Martínez Martí en Valencia; un Puig,
en Zaragoza; Zambrano, también en Segovia, a quien he podido yo parigualar con
Machado; Martí Alpera, Xandri, Hueso, y mujeres como Rosa Sensat, Eloísa López
Álvarez, Pilar García del Real, María Baldó, Natividad Domínguez, Anita Rubíes...
Se trata de maestros con cultura de tipo universitario, vinculada a la Escuela Normal
Superior, que daba el título de Maestro Normal; y maestros que producían, más o
menos, según el medio y los medios, desde la dirección de Grupos escolares o
Escuelas graduadas anejas a las Normales. Claro que, como prueba de que
estamos en la desarticulada España, estos maestros que se integran tan bien en la
generación cimera de nuestra cultura contemporánea conviven con los de
“certificado de aptitud”, de quien yo he dejado recuerdo en la figura del “Tío Catite”,
una estampa de un libro de literatura infantil. 1
Y es que también hay correspondencia con la generación del 27, heredera
legítima de la del 98. Este momento segundo deriva de la Escuela Superior del
Magisterio, conjugada con la reforma de los estudios del año 14, que elevó a cuatro
los dos años de maestro elemental. Los selectos de ahora están bien nutridos en
lecturas de Unamuno y Ortega, los dos ensayistas máximos..., son realizadores
eficaces y estaban creando esperanza a lo ancho de la cuarta década del siglo. La
Escuela Superior del Magisterio rejuveneció las Normales y la Inspección y a Llorca,
Xandri, Martí Alpera y las señoras López Álvarez y Baldó les resultó fácil seleccionar
maestros excelentes de la gran cantera que se va nutriendo en todas nuestras
provincias, con florecimientos como el de Segovia, que nos da la resurrección de los
bordados, la intensa actividad de los “centros de colaboración”, que nacen en un
pueblín, Torre Val de San Pedro, de la mano de Norberto Hernanz y Hernanz, que
se reintegra a la aldea después de cursar en la Escuela Superior...; con tres con
gresos pedagógicos, entre los que destaca, por su arrogancia, el primero, que, para
dignificar a los maestros, rechaza las representaciones oficiales, aséptico a la adu
lación y la pedigüeñería...; con las pensiones de la Diputación para el estudio de
escuelas en España y el extranjero, de las que brotó la revista Escuelas de España,
que entusiasmaba al señor Cossío.
Este momento segundo está bien representado en la Revista de Pedagogía,
de la que fue propietario y director Lorenzo Luzuriaga, inspector adscrito al Museo
Pedagógico; es revista que vino a cumplir en el campo de la Pedagogía la función
universalizadora que la Revista de Occidente cumplió, tan ampliamente, en la esfera
de la cultura superior.
La generación del 98, la de don Ángel Llorca, nos da unas docenas de
maestros normales, con modos y saberes de tipo universitario; la generación
siguiente, del 27, nos ofrece grupos de selección en todas las provincias, ya
capaces de crear opinión pública que presione sobre los gobernantes. Y,
efectivamente, de esa presión surge el Plan Profesional de estudios del Magisterio
de la República, que al Bachillerato completo añade cuatro años de profesionalidad,
uno de ellos, el último, de prácticas escolares dirigidas y controladas. Esta carrera
casi universitaria generalizó la calidad del Magisterio primario y hubiera sido ya
incompatible, en absoluto, con las retribuciones miserables.
Dos circunstancias hacen de don Ángel Llorca el maestro excepcional que
fue, el mejor, en aquel grupo de los buenos, los del 98. En primer lugar, su
formación profesional, muy completa, como vamos a ver. En segundo lugar, su
soltería, que le facilitó la dedicación plena que demandaban su vocación y su
temple.
A) Nació, ya lo hemos dicho, en Orcheta, el año 1866, el 25 de julio, día de
Santiago. Obtiene el título de Maestro de Primera Enseñanza el año 87, cuando
1
Estampas de aldea. Literatura para los niños, Escuelas de España, Madrid, 1938. El capítulo
correspondiente está en las págs. 3134.
tiene ya los veinte años de edad, o está a punto de cumplirlos. Empezó los estudios
con un retraso que nos obliga a suponer la decisión personal.
Fue maestro de Elche desde el 89 al 907. Pero desde el 92 al 95 amplía
estudios en la Escuela Normal de Madrid y obtiene el titulo de Maestro Normal.
Estudia, al mismo tiempo, Pedagogía con Cossío y Psicología con Simarro.
Deténganse ustedes un momento a imaginar a este maestro rural en las aulas
universitarias, abierta su atención y su simpatía a la palabra, el pensamiento y la
conducta de esas dos eminencias: Simarro y Cossío.
En 1907 fue maestro de una escuela de Madrid y en 1909 de otra de
Valladolid. Vuelve a Madrid en 1913 y en 1916 se hace cargo del Grupo escolar
Cervantes, en cuya dirección permanece hasta la jubilación, el 25 de julio de 1936,
fecha en que cumple los setenta años.
De la bondad del ejercicio profesional de don Ángel en Elche tenemos dos
pruebas. La primera es un acuerdo del Ayuntamiento, por el que se da su nombre a
una calle de la ciudad. La segunda es mucho más significativa: se trata de Premio
de Honor y Medalla de Oro en Exposición escolar de Bilbao del año 1905. Don
Miguel de Unamuno y don Manuel B. Cossío eran miembros del jurado. Y
deténganse ustedes de nuevo a pensar en estas presencias y vean desde ahora a
este maestro de primeras letras en relación de amistad con esa otra eminencia del
pensamiento español contemporáneo que es don Miguel de Unamuno.
Ya en 1895 se había hecho notar su presencia en la Asamblea del Magisterio
en Valencia y en unas Conferencias pedagógicas en Alicante. Esta presencia de
don Ángel en asambleas y congresos de carácter pedagógico, tanto en España
como en el extranjero, no se interrumpirá nunca ya.
En 1910 disfruta pensión de la Junta para ampliación de estudios e
investigaciones científicas. Estudia las escuelas y las instituciones complementarias
de la educación popular en Francia, Bélgica, Italia y Suiza. En 1912 la misma Junta
le confía la dirección de un grupo de maestros en viaje por Francia, Bélgica y Suiza.
En 1921 dirige otro viaje de inspectores y maestros por los mismos tres países.
En 1922 asiste a un curso en el Instituto Juan Jacobo Rousseau, de Ginebra,
y participo en un Congreso de Educación Nacional que organiza este Instituto. Visita
escuelas alemanas en Munich y Heidelberg.
En 1925, y con un grupo de sus maestros de Cervantes, asiste al Congreso
de Educación organizado por el Instituto Juan Jacobo Rousseau y visita luego
escuelas de Francia, Alemania, Suiza y Austria. En 1927 asiste al Congreso de
Educación Nueva de Locarno y en 1929 va al Congreso de Helsingor, en Dina
marca, y visita escuelas de este país, alargando viaje hasta Oslo.
Resulta así que la formación profesional de don Ángel Llorca se estructura
sobre los cuatro siguientes elementos:
1º Sus estudios básicos; maestro elemental, primero, en Alicante, supongo, y
maestro normal después, en Madrid, con penetración universitaria de altísima cali
dad, nada menos que Cossío y Simarro. Si lo verdaderamente formativo es lo que
estira a los hombres, es fácil imaginar el tirón que las aulas universitarias de Simarro
y de Cossío darían de la persona de este maestro rural. También es fácil suponer la
amplitud de horizontes con que don Ángel habría de mirar desde entonces los pro
blemas de la enseñanza primaria.
2º El perfeccionamiento de los estudios básicos con la más amplia
información posible de aquellos días. Las notas anteriores sobre sus viajes al
extranjero, como las otras de carácter biográfico, las tomamos de un “índice” que
redactó e imprimió el doctor Calandre, a título de homenaje personal. 2 Pero sus
viajes al extranjero debieron ser más y fue constante su relación directa con los
creadores de educación primaria en toda la Europa occidental. Yo recuerdo como
habituales sus viajes largos de vacaciones de verano, haciéndose acompañar
muchas veces de Eloísa López Velasco y Justa Freire, que fueron sus
colaboradoras íntimas y permanentes en Cervantes. En todo caso, hay que
considerar al señor Llorca como un “correspondiente” en España del Instituto Juan
Jacobo Rousseau, de Ginebra, que era el centro pedagógico de más alto rango de
aquella hora.
3º Las relaciones directas e íntimas, vinculantes, con la Institución Libre de
Enseñanza, que era nuestro centro productor de Pedagogía, y con las instituciones
culturales que la ILE vino inspirando, como la Junta para Ampliación de Estudios,
con Ramón y Cajal, Menéndez Pidal, Castillejo, Santullano...; la Escuela Superior
del Magisterio, en donde yo oí por primera vez la palabra de la sabiduría, al doctor
Pitaluga; el Museo Pedagógico, con la biblioteca que mejor nutría a los estudiantes
de la calle San Bernardo; con la Residencia cíe Estudiantes, en la que vivió, casi
como familiar de Jiménez Frau, el director, que era yerno de Cossío; con el Instituto
Escuela...
A la Institución Libre de Enseñanza debió llegar don Ángel de la mano de
Cossío y desde la Cátedra de Pedagogía, por los años 92 a 95, que son los de su
ampliación de estudios. Es claro que por el uso de la biblioteca del Museo
Pedagógico frecuentaría el trato con los otros profesores de la Institución, cuando
menos con los señores Rubio, Blanco, Rego, Gutiérrez...
Ya dijimos que Unamuno y Cossío estaban en el Jurado de la Exposición
escolar de Bilbao del año 1905 y mi ánimo vuelve a suspenderse imaginando las
palabras con que el señor Cossío presentaría a Unamuno a este maestro de la
ciudad de las palmeras, de personalidad tan recia y tan definida. Va usted a conocer
a un soberbio ejemplar del primitivo toro ibérico, le hubiera podido decir; indomable,
y es seguro que de esta pureza se quedaría prendado el autor de El sentimiento
trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. La amistad con el señor Cossío
la conocí yo luego fraternal y sé que la de Unamuno la renovaba en la Residencia
de Estudiantes cada vez que el Rector de Salamanca hacía posada en Madrid. En
la misma Residencia trató don Ángel a Ortega, que le estimaba, y mucho más a
Juan Ramón Jiménez... Y allí mismo, limpio y jovial, se hizo querer del grupo de
jovenzuelos que fueron pronto capitanes de la generación del 27, tan
característicamente poética.
No hay que decir que su presencia era presidencia en los medios
pedagógicos primarios, y siempre que se tratara de hacer pedagogía, porque no le
conocí nunca actuando en la asociativa profesionalidad.
4º Su propia inquietud, que era máxima y ardiente. Su afán de mejorarlo todo
era tan grande que yo llegué a sentirlo como defecto único cuando estudié su
Escuela. No sé de nada que le satisficiera plenamente y sé en cambio la frecuencia
con que introducía variantes en cualesquiera de los modos y momentos del hacer
escolar: programas, lecciones, material, recreos, comedor, decorado, mobiliario. Por
esta dinámica interna, ardorosa, apasionada, no era fácil acompañarle y ocasiones
hubo de carácter conflictivo con sus colaboradores. En estas crisis don Ángel tenía
2
[Luis Calandre], Ángel Llorca (MDCCCLXVIMCMXLII), Madrid, 13XIIMCMXLIII. Es un folleto de
11 páginas que contiene tres breves apartados: 1º “Escuelas de ensueño” (págs. 35), procedente de
Ángel Llorca, “Los cuatro primeros años de la Escuela primaria, 1929” (págs. 1011); 2º “Biografía”
(págs. 79); y 3º “Publicaciones” (pág. 11).
siempre a su favor: 1º, su autoridad, muy grande; 2º, su reconocido gran corazón;
3º, la ejemplaridad de su conducta, y 4º la actividad conciliadora de Elisa y Justa,
que día a día palpaban la ternura infantil que aquel erizo escondía. De estas
inauditas asperezas tendrán ustedes noticia luego.
B) Su soltería. Cuando terminó la guerra civil, don Ángel se acogió al calor
del hogar del doctor Calandre. Se sentía muy a gusto en aquel ambiente familiar,
sencillo y cómodo a la vez. Yo le recuerdo felicísimo con alguna de las hijas de don
Luis en las rodillas, Josefina, Julita o Elena, echándole los brazos al cuello. Era la
egoísta ternura del abuelo, que llega hasta la mala educación; don Ángel mimaba a
las hijas de Calandre como a nietas.
Y fue allí, en casa del doctor Calandre, donde me dio razón un día de su
soltería, muy a su manera, de crudas sinceridades. Era uno de nuestros primeros
encuentros después de la última gran locura española, que él había pasado en la
zona republicana y yo en el otro lado. Le contaba yo mi aventura y me daba noticias
él de sus actividades, que terminaron con el ensayo pedagógico de Perelló, en
Valencia.
Don Ángel fue miembro del Patronato de Misiones Pedagógicas, con el señor
Cossío, que lo presidía; Santullano, que era el secretario; Antonio Machado, el
señor Blanco, la señora de Luzuriaga... La convulsión de la guerra civil los desplazó
a todos de aquella actividad con más malos que buenos modos. Me lo contaba don
Ángel y me decía de una dama que se había acomodado a las formas nuevas, con
poca o ninguna lealtad a las figuras representativas del Patronato.
—Vino a darme explicaciones —me decía don Ángel—, y se me echó a
llorar... No lo pude sufrir. La cogí violentamente del brazo y la saqué a la escalera...
La despedí gritándole: “Por no aguantar lágrimas de mujer no me he casado, no he
de aguantar ahora las de usted.”
Las razones de la soltería de don Ángel fueron sin duda éstas, y también
otras, pero la irascibilidad de su gesto era auténticamente suya; se trata de su
absoluta intolerancia frente a la hipocresía. Lo que yo quiero hacer constar aquí y
ahora es que la condición de soltero le permitió la plena dedicación de su persona a
la tarea de hacer un Grupo escolar. Le daba a la Escuela la mayor parte de las
horas del día y a ella iban asimismo todos los frutos de su ocio. La Escuela, su
escuela, era el lago al que revertían las corrientes que manaban todos los veneros
de su espíritu, incluida la materialidad de su patrimonio, pues no había posibilidad
en aquellas horas de España de que una Escuela funcionara bien sin que el titular le
anticipara créditos, a fondo perdido a veces. Los recreos de don Ángel se centraban
en el arte, incluida la música, con la lectura y la conversación, con los paseos y
excursiones y los viajes por España y por el extranjero. Pero cuando la meditación
posaba estas distracciones en la mente, cuando el ocio las remansaba, todas y
siempre cobraban el signo del hacer escolar. “¿Quiere usted saber de dónde saco
yo mi pedagogía?” —me decía una vez, golpeando con los dedos un recorte de
periódico— “Pues de aquí.” Y el aquí era un artículo de Ortega en El Sol. De la
misma manera la sacaba de lo que veía en el museo, el paseo, la excursión, el viaje
o la conversación; la sacaba, en definitiva, de su propio pensar, que estaba en su
propio vivir.
Es curioso. Es curioso detenerse a pensar que para ser un buen director de
un Grupo escolar, como para dirigir una institución cualquiera de convivencia
humana, se necesitan las mismas cualidades que para jefe de Gobierno...
Lo de la soltería no es una cuestión baladí. Recuerdo en este instante que
tuve ocasión una vez, en Astorga, de acompañar a una Madre Superiora de un
convento de clausura a visitar las obras de una residencia nueva en construcción.
Iba con nosotros el contratista, pero quien verdaderamente tenía los detalles de la
obra entera en la palma de la mano era la Madre Superiora. Yo estuve admirando
continuamente la sagacidad de su mirada, la precisión de sus observaciones y la
agudeza de sus requerimientos. Cuando regresábamos, medio en serio y medio en
broma, le dije:
—Acabo de descubrir la razón de que florezcan inteligencias en las
clausuras.
—¿Es posible?
—Pues sí. Creo que si.
—¿Y cuál es esa razón?
—Pues que al entrar en el convento dejan ustedes en el mundo el corazón y
toda la persona se hace intelecto.
La monja se rió de muy buena gana y yo he vuelto alguna otra vez la mirada
a esta razón de la soltería, que, al liberar de las responsabilidades familiares,
ensancha tanto el tiempo.
Y así, por estas dos razones, formación profesional y soltería, fue don Ángel
Llorca en mi pensamiento y en mi experiencia la figura más alta de la generación del
98 en el seno de la enseñanza primaria. Creo, asimismo, que fue, sin limitación de
fronteras, una de las figuras más sustancialmente representativas de la corriente
pedagógica que se conoció con la impropia denominación de “Escuelas Nuevas” y
la más propia de “escuela activa”. No olvide el lector que también fue la ILE la
primera gran “Escuela Nueva” de Europa y del mundo.
A don Ángel había que tratarle para quererle; su figura no era atractiva ni era
simpático su gesto. De corta talla, pero de complexión recia, se le adivinaba
resistente, y efectivamente lo era del mismo modo que en los trabajos en los
paseos, las excursiones y los viajes. Tenía ancha la faz, ojos pequeños, que no
punzaban porque se mantenían en continuo movimiento, y barba recortada y
áspera. Su piel era vellosa, los brazos parecían largos y eran anchos los pies y las
manos.
Le vi por primera vez cuando me presenté en Cervantes con función de
estudio. Me recibió en una galería; pero me podía haber recibido en cualquiera otro
sitio que no fuera el despacho, en donde nunca se detenía. Me acogió con
amabilidad y me dijo que podría circular por donde quisiera, que todas las puertas
estaban abiertas... También podía preguntar siempre y a todos, con la condición
única de no interrumpir ocupaciones ni de maestros ni de niños. Me acompañó para
mostrarme las distintas dependencias y ya me dejó solo. En las aulas se trabajaba
con la puerta abierta, de manera que desde las galerías se podían seguir los
quehaceres escolares.
Aquello me interesó vivamente desde el instante primero, pero me sentí
desorientado, de manera que al segundo día, pensando que los programas podrían
ofrecerme un punto de partida, se los pedí.
—¿Los programas? ¿Y para qué los quiere usted si tiene a la vista la
Escuela entera?... En ese armario están; los cajones no tienen llave.
Y me dio la espalda. Me quedé anonadado. Cuando me rehice empecé a
comprender que tenía razón. ¿Qué necesidad podía tener de los programas quien
estaba viendo las realizaciones? Y mucho menos en el caso de Cervantes, en
donde los programas no eran una planificación a largo plazo, ni siquiera una
programación a plazo corto. Y lo comprendí mejor cuando comprobé que los
programas de Cervantes estaban en cuartillas provisionales, intercambiables.
Al segundo o tercer día me llevó a un grupo de ocho alumnos que trabajaban
por su cuenta, en equipo y en libertad. Creo recordar, aunque vagamente, que se
habían comprometido a hacer un estudio de la Glorieta de Cuatro Caminos. Los
propios niños preparaban su plan de trabajo, se asesoraban de don Ángel y de los
maestros, según las tareas, y se ponían a recoger y a ordenar datos. Tenían a su
disposición una pequeña dependencia, al final, creo, de una galería.
—Es un ensayo —me dijo, encogiéndose de hombros.
—Sí —dije con petulancia—; Dalton Plan...
Interrumpió con acritud:
—¡Dalton Plan!... Es eso lo que tiene usted ante los ojos. Clasifíquelo como le
dé la gana...
Y de nuevo me dejó solo y desconcertado. Pero también ahora la reflexión
posterior me hizo comprender que la razón suya era tanta como mi estupidez.
Me apliqué entonces a tomar buena nota de cuanto veía y a conversar con
los maestros durante los recreos, en el patio o en las galerías, hasta que un día me
favoreció la fortuna haciéndome coincidir con don Ángel en el tranvía. El trayecto fue
largo y la conversación discurrió con tan simpática naturalidad que cuando nos se
paramos me sentí inundado de gozo, segura ya en la conciencia la idea de haber
descubierto un corazón humanísimo en aquel “primate”. Porque la conversación
libre dentro del Grupo era muy poco probable; don Ángel estaba entregado
permanentemente a los quehaceres escolares. Desde entonces y ya siempre le
comprendí y le quise. También desde entonces le tengo como una encarnación de
la anárquica bravura ibérica. Verán ustedes.
1. El Grupo Cervantes, por Grupo de ensayo y por bueno, era muy visitado
por nacionales y extranjeros. Las visitas eran colectivas o individuales, de
profesionales modestos o de figuras destacadas de la actividad pedagógica, o de
las letras o las artes. Comenzaba a tener prestigio la escuela pública oficial; los
grupos escolares de Madrid tenían larga lista de aspirantes y Cervantes recibía
peticiones de inscripción de niños lactantes, que adelantaban en la cola de ingreso
al mismo tiempo que crecían en la cuna.
La visita de un día fue nada menos que del Director General de Enseñanza
Primaria con un grupo de funcionarios ministeriales. Don Ángel los recibió como en
él era habitual. Les acompañó por las diversas dependencias, dándoles noticia de
cada una de las actividades. Si detuvieron a ver trabajar en una de las clases. El
Director General hizo observaciones o declaraciones que enfadaron a don Ángel y
don Ángel no se contuvo y gritó:
—Eso es una impertinencia que no le tolero a usted. Usted será Director
General en el Ministerio, pero no es usted aquí nadie. Dentro de esta casa tengo yo
toda la autoridad porque tengo toda la responsabilidad...
Y se terminó la visita. Y no pasó nada. Podría el Director General haber
propuesto la destitución de don Ángel; le habría parecido escandalosa al Ministro.
Podría el Ministro haber aceptado la propuesta; le habría parecido impolítica al
Gobierno. Podría el Gobierno haber decretado la destitución; don Ángel habría
alquilado un local para seguir haciendo escuela. Podría el Gobierno haber
extremado más la crudeza; don Ángel se habría mantenido en “sus trece” con la
misma entereza con que Giner se mantuvo en el Castillo de Santa Catalina el año
75. A don Ángel se le podía convencer, pero no se le nota vencer, porque no se
rendía; tan valeroso como el mismo Don Quijote de la Mancha. Me contaba don
Pedro Blanco que don Francisco Giner no tuvo oposición en las reuniones de la
Institución hasta que en ellas hizo acto de presencia don Ángel Llorca. Don Ángel se
le oponía, y hasta con aspereza, “y a nosotros nos aterraba”, decía el señor Blanco.
Pero no podía pasar nada; don Ángel Llorca y el Grupo escolar Cervantes
eran ya una institución.
2. Se trataba otro día de una visita colectiva; eran maestros de Madrid. Entre
ellos iba un señor Calleja, finito, atildado, obsequioso. Hacía pocos días que había
muerto la madre de don Ángel y el señor Calleja, al llegar, se apresuró a adelantar
la mano, diciendo:
—Le acompaño en el sentimiento, don Ángel...
Y don Ángel, volviéndole la espalda y avanzando:
—¡Qué me va a acompañar usted, si ni siquiera la conocía!
Y así era de brutalmente sincero don Ángel cuando llegaba la ocasión.
Es anécdota que se comentó mucho en los medios profesionales madrileños
y acaso fui único en la defensa de don Ángel. Esa destemplanza, como la casi
totalidad de sus brusquedades, eran un homenaje a la verdad. Sea usted veraz, sea
usted sincero. No creía que la convivencia estuviera garantizada por los
convencionalismos, que tantísima distancia ponen entre lo que somos y lo que
parecemos. El quería, y con ardorosa pasión, que las almas fueran tan fuertes que
nunca la verdad les ofendiera, y hasta creía que esta fortaleza es natural en los
enamorados de la verdad. Y yo le defendía a don Ángel porque ya creía entonces y
sigo creyendo ahora que tenía razón y porque también creo que los dolores vivos,
como sin duda lo fue el de don Ángel a la muerte de su madre, no se han de
remover, y se ha de respetar, en cambio, que celosamente los guarde cada uno en
la intimidad de su sagrario. Todos los que tuvimos dolores grandes sabemos que
nos los profanan quienes nos los mientan a la ligera. Mi dolor es para mí, quería
decir don Ángel; no me lo profane usted con su mentira, por amor de Dios.
3. También he de contarles a ustedes la lección de urbanidad que la
humildísima portera del Grupo Cervantes le dio a don Juan de Selgas, refinadísimo
aristócrata, con un palacio museo en Asturias, con otro espléndido en La Castellana,
con muchos millones y gestos de filantropía. Nos lo contaba el mismo señor Selgas.
—Jamás olvidaré aquella lección de urbanidad... ¿Cómo podría yo
descuidarme?
Don Juan de Selgas tuvo algún tiempo orientada parte de su curiosidad hacia
la actividad escolar. Fueron los años de su presidencia del Patronato del Orfanato
Nacional del Pardo. Le hablaron de Cervantes, quiso conocerlo y allá se fue solo
una mañana; vivía cerca.
Don Ángel tenía de portera a una mujer menudita, insignificante, vestida de
oscuro, que apenas se hacía notar. La puerta permanecía cerrada durante las horas
de trabajo. Llegó don Juan, llamó, le abrió la celadora la puerta, penetró don Juan
en el vestíbulo e iba a exponer sus pretensiones cuando la portera, con voz suave y
delgadita, le dijo:
—Señor, todos los que entran en esta casa se quitan el sombrero.
Don Luis Calandre y yo nos hemos divertido más de una vez imaginando a
don Juan de Selgas ante aquella mujercita con aire de viuda de maestro rural.
También don Juan se reía cuando lo contaba, pero asegurando que nunca se había
sentido tan profundamente avergonzado.
4. En mis recuerdos del señor Cossío he contado la violencia con que don
Ángel retiró la amistad a Besteiro, creo que fue a Besteiro, cuando éste se atrevió a
recomendarle el ingreso de un niño en el Grupo. No podía ser amigo suyo quien le
suponía capaz de una injusticia.
5. En el verano del año 31 participó en unas semanas de estudios
pedagógicos, escolares más propiamente, que organizamos en La Granja. Le
acompañó Justa Freire, y no Elisa, que ya había muerto. Nos reunimos un grupo de
maestros jóvenes que todavía éramos esperanza, aunque no exentos de arrogante
temple, con algunos otros, ya maduros. Se trabajó bien; las sesiones eran dobles,
por la mañana y por la tarde, en un local incómodo que nos cedió el Patrimonio, y se
sucedieron los temas interesantes.
Don Ángel se manifestó con su habitual sinceridad áspera. Allí estaba,
aunque de oyente, el señor Orellana. Por aquellos años se habían hecho frecuentes
las bobadinas de los cursos breves sobre cualquiera cosa, apicultura, por ejemplo, o
disártricos... El promotor y realizador y beneficiario de los últimos era el señor
Orellana, y ya el primer día, tan pronto como vino a cuento, don Ángel habló muy
duramente de aquellas inutilidades. El señor Orellana protestó:
—Don Ángel, que estoy yo aquí y le aseguro...
—Ya sé que está usted ahí y por eso lo digo. Y no asegure usted nada; son
modos de perder tiempo y dinero.
Al día siguiente surgió el tema de las dotaciones de material escolar y don
Ángel declaró pura necedad, si es que no había intención delictiva, los “gabinetes”
de física que se mandaban a las escuelas para que se murieran de asco en los
sótanos o en los desvanes, pues ni las escuelas ni los maestros estaban preparados
para utilizarlos con fruto. Fue ahora Rafael Verdier el protestante, asegurando que
en su escuela de Málaga rendían frutos óptimos. Y también ahora interrumpió don
Ángel con destemplanza:
—Ni en la de usted ni en la de nadie; y no nos venga usted ahora con
presunciones.
Cuando aquella tarde del segundo día tomábamos café, después de la
comida, a la sombra de los frondosos castaños del Medio Punto, Verdier y la
mayoría de los asistentes me dijeron que se iban. Me reí de muy buena gana y les
dije que esperaba esta reacción. Defendí con calor a don Ángel y les aseguré que
las brusquedades de lenguaje eran características de su sinceridad insobornable,
que no se correspondían con sus auténticos sentimientos y que muy pronto
descubrirían una intimidad que habría de enamorarles. Resumí:
—Son brusquedades temperamentales de lenguaje.
—Pues que se las aguante su padre.
Estaban muy irritados. Pero insistí y obtuve, por fin, un plazo de cuarenta y
ocho horas.
El día tercero transcurrió sin incidentes graves y para el cuarto había yo
prevenido una excursión, a pie, a la Cueva del Monje y a la Chorranca. La Cueva
del Monje es una praderita en un rellano, con casa de guardas forestales, que mira
cara a cara al Cerro de Matabueyes, por encima del pueblo, el valle y el río Valsaín.
No está lejos de La Cueva del Monje La Chorranca, ya en la fragosidad del bosque.
Es una cascada de aguas espumosas y transparentes que no han conocido todavía
la luz del sol. En la excursión se manifestó don Ángel como también era: cordial,
animoso, juvenil.
El plazo se había cumplido, pero también había brotado la corriente de
simpatía. Cuando las sesiones terminaron y nos despedimos, todos los que habían
de pasar por Madrid concertaron cita con don Ángel en el Grupo Cervantes, aunque,
por vacación, vacío de escolares y maestros.
No es ésta la ocasión de exponer las ideas pedagógicas de don Ángel Llorca,
muy personales, pero sí, creo, la de dejar constancia de algunas, pocas, notas
sustantivas.
A) Don Ángel era anárquico por temperamento y tan liberal su pensamiento
que no le faltaría mucho para formularse como anarquía. No creo que sintiera en sí
mismo necesidad alguna del Estado. Toda coacción le parecía opresión y viciosa la
disciplina que no se identificaba con la libertad.
Algún parentesco con esta línea estructural de su pensamiento tiene una
conclusión que nos “impuso” en aquellas sesiones de La Granja. La conclusión era
breve, rotunda y escandalosa, por muy minoritaria, en nuestra España del año 31,
año en que muchos querían realizar la revolución que Francia había hecho a finales
del siglo XVIII.
—Los hijos son hijos de la madre.
Era la conclusión, radical, de don Ángel Llorca. La afirmación fue objeto de
diálogos y meditaciones, en las sesiones, en los paseos y en la hora del café, a la
sombra de los castaños. La verdad es que a todos nos cogió desprevenidos una
proposición tan audaz.
Don Ángel defendió la matriarcalidad con pasión. La paternidad es accidente
—decía—; no lo es la maternidad. La mujer, la hembra, es madre por naturaleza; y
la naturaleza no le hace padre al hombre, al macho. El hombre se limita a fecundar
en acto puramente vegetativo, animal, de apetito carnal; mientras que la mujer,
receptora, concibe con verdadera voluntariedad sexual. Y a la concepción siguen los
nueve meses de gestación, en los que está la esencia de la maternidad; y a la ges
tación sigue la lactancia...
Supongo yo que si don Ángel hablara ahora ilustraría sus argumentos
maternalistas con noticias muy concretas sobre la inseminación artificial, con los
bancos de semen, elocuentemente mostrativos del mínimo papel que al hombre le
va quedando en la función, no ya paternal, sino procreadora. Creo que ha sido Rof
Carballo, médicoescritor, quien ha dicho ya que la paternidad como institución se
extingue y en toda América más que en Europa se niega desde la adolescencia y,
de una manera general, que también hemos de entender como definitiva. Negar la
maternalidad ha de ser mucho más difícil.
Es claro que don Ángel no olvidaba los argumentos sociológicos. La tarea
que la sociedad encomienda al varón —venía a decir— es la de proveer a la esposa
de medios económicos con que satisfacer las necesidades del hogar, con su
profesionalidad, su oficio, su trabajo. Pero quien luego y verdaderamente ordena
esos medios a los fines, bien o mal, es asimismo la madre, que es siempre la
efectiva rectora de la intimidad familiar. La guerra civil nos ha ofrecido un ejemplo
muy elocuente de lo bien que han defendido las mujeres los hogares que quedaron
sin hombre; cualquiera hora nos ofrece experiencia de disolución de los hogares en
que falta la madre.
Y es claro que el tema venía de la educación y a la educación tornaba.
Porque el punto de partida y el de llegada era que la colaboración necesaria de la
familia en la función educadora la encontraría la escuela en la madre, o no la
encontraría. La colaboración del padre venía a entenderla don Ángel como indirecta,
al otro lado de la ciudadanía.
B) La segunda nota de que quiero dejar constancia es eminentemente
profesional; se trata de la capacitación de los maestros. Es claro que hay que
distinguir tres momentos: formación, selección y perfeccionamiento. De la formación
no nos vamos a ocupar ahora; de la selección, sí, y también del perfeccionamiento.
Como Grupo de ensayo que era Cervantes, la elección de los maestros le
correspondía al Patronato, que la delegaba en la dirección. La hacía directamente
don Ángel. Convocaba, abría ficha a cada uno de los peticionarios, recogía cuantas
referencias útiles le eran posibles y se traía al Grupo a cuantos le ofrecían
esperanzas. Los ponía a trabajar y decidía cuando creía seguro el juicio. Este
criterio selectivo se fundamentaba en la convicción de que al buen maestro sólo se
le descubre en el hacer de la escuela.
Yo conocí dos selecciones. La primera, fundacional del Grupo, que fue
excelentísima. Eran los maestros a quienes vi trabajar el año 26. Conocí una
segunda promoción de muchachos jóvenes; no los conocí trabajando en Cervantes,
pero les he visto luego triunfar dentro o fuera del Magisterio.
Con todo, en el Grupo escolar Cervantes tenía mucha mayor significación
que la selección el perfeccionamiento. Era muy difícil ser un mal profesional en
Cervantes. Allí vi yo por primera vez trabajar a los maestros con las puertas de las
clases abiertas y fue visión que se hizo obsesiva en mi mente. Es medio tan fecundo
de perfeccionamiento que garantiza la máxima productividad. Significa, cuando
menos, todas estas cosas:
—No consiente ni la pereza ni la trampa.
—Exige la presencia activa del maestro en todos los haceres escolares.
—Elimina las peligrosas improvisaciones.
—No tolera la destemplanza.
—Fomenta la vocación, como en los artistas.
—Da confianza en sí mismo.
— Naturaliza la disciplina.
Es idea que yo llevé luego con entusiasmo a dondequiera que fui y les
aseguro a ustedes que es, además, un bello espectáculo. Recuerdo ahora mismo a
María de Maeztu llegando con sus alumnos universitarios al Grupo escolar Claudio
Moyano. Caminábamos por la amplia galería hasta el grado en que había de
hacerse la lección. Entrábamos silenciosamente y nos extendíamos alrededor de las
mesas en que los niños trabajaban. No se hacían presentaciones, no se daban los
buenos días, los niños no levantaban la vista de sus cuadernos y el maestro o
maestra continuaba en la pizarra o en la lectura o en la conversación... Era un
hermosísimo momento del que también María de Maeztu se enamoró pronto y
apasionadamente; tanto que había tomado garantías para su continuidad en octubre
de 1936.
Es claro que el maestro necesita valor... Pero también lo necesitan el orador
y el torero y el cantante y el locutor y el pintor y el actor... Imagínense ustedes
trabajando a puerta abierta a los Catedráticos de Institutos y Universidades, a los
profesores de Escuelas especiales y a todos los profesionales de la función docente
y verán ustedes crecer los perfeccionamientos. Y dense ustedes cuenta, por favor,
de que estamos en el tema de siempre, que es el de la veracidad. Hagamos de la
sinceridad uno de los cimientos de la convivencia, nos hubiera dicho don Ángel en
cualquiera de los momentos de su profesionalidad. Si renunciamos a este principio,
¿cómo educar? ¿Y cómo hacer política?
C) Don Luis Calandre, en su “índice” biográfico, nos dice que don Ángel
Llorca dirigió en Perelló un ensayo de “Comunidades familiares de educación”. Este
ensayo, del que no tengo información concreta, debió responder a una vieja ilusión
llorquiana, que le daba vueltas a la posibilidad de fundir la escuela y la familia. La
escuela puede educar poco sin la familia y la familia no puede instrumentar la
educación. Los padres y los educadores han de tener conciencia de lo que la calle
puede en la conformación de la persona; los educadores no podrán olvidar que el
niño tiene muchas más horas de hogar que de escuela. Hay que limitar las
pretensiones. En todo caso, habremos de hacer algo por vincular la escuela a la
familia, si no podemos vincular la familia a la escuela.
Sobre el tema conversé con cierta holgura en aquel corto espacio temporal
en que cuatro personas creímos que la política nos dejaría institucionalizar
educativamente el Orfanato Nacional del Pardo.
—¿Y para qué el internado? Hay que situar a los niños en el seno de una
familia... ¿Por qué no en el seno de las familias de los educadores?
La idea no era nueva, pero sí debió haber novedad en la amplitud del ensayo
de don Ángel Llorca en Perelló, en Valencia.
D) “La escuela fundamentalmente es una casa, la casa ideal: joven, bella,
sonriente, activa… La casa del vivir puro, del vivir sin darse cuenta de la vida, del
vivir por vivir. La casa vecina del bosque, del parque, del jardín, de la huerta, del
prado, de la labranza; con gorjeos de pájaros, balidos de ovejas, mugidos de vacas,
zumbidos de abejas, cloquear de gallinas..., músicas de bosques, de fuentes, de
ríos... La casa del hacer múltiple, de la totalidad del hacer; del vivir más simple en la
máxima complejidad.”
Son palabras del señor Llorca en el prólogo de un libro; son síntesis de su
ideal escolar en el año 29 3 . Sabe que se trata de un ideal, de una ilusión, de un
sueño; y nos lo dice; pero un sueño que deberemos convertir en fervoroso deseo
fecundante de nuestra obra total. Es lo que debe querer un maestro. Que la escuela
no le trate al niño tan mal como la vida nos trata a todos. “¿Qué sentido tiene dar
vida a niños para hacerlos víctimas de la miseria ambiente?” Tuve otro amigo que lo
decía de otra manera y desde otro punto de vista: “No tiene derecho a hacer hijos
quien los hace esclavos.”
Y ya ven ustedes cómo otra vez y siempre reaparece la ternura de un gran
corazón, la sensibilidad exquisita de un maestro que sueña la escuela como un
poeta. Y en verdad que en el párrafo trascrito hay latido, pálpito, toque de oro de un
Tagore y de un Juan Ramón Jiménez. Estos hombres que ennoblecen cuanto
miran, incluidos los malos modos...
3
Ángel Llorca, Los cuatro primeros años de Escuela primaria, Madrid, Librería y Casa Editorial
Fernando, S.A., 1929, págs. 1011.