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Cf. 9 - 10
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Cf. 2 - 3
5
Cf. 11 - 15
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Cf. 16 - 22
En cuanto a quienes gobiernan, según el cometido de la política y el deber de estos, deben
cooperar en las leyes e instituciones a fin que del orden y administración del Estado brote la
prosperidad de la sociedad y del individuo, fruto de la probidad de las costumbres, la
constitución de las familias, la observancia de la religión y la justicia, y el progreso en los
medios de sustento. El Estado debe tender al bien común como propia misión y, teniendo
presente que la naturaleza única de la sociedad es común a toda clase social, se debe atender
al bienestar y salvación de cada individuo en todas las clases sociales, observando
inviolablemente la justicia distributiva. Todos los ciudadanos deben contribuir a la totalidad
del bien común, aunque no todos pueden aportar lo mismo ni en igual cantidad: una sociedad
no puede concebirse sin esta diferencia; de aquí se deriva la jerarquía de las funciones de
gobierno y los oficios de cada miembro, especialmente la clase obrera, que con su trabajo
constituyen la riqueza nacional. Así, por equidad, se exige que estos últimos no queden
desamparados ni abandonados a la miseria con políticas que vayan en contra de su dignidad y
valor. Por esta razón, los gobernantes deben defender a la comunidad, sus miembros y sus
derechos, siguiendo el mandato y orden de la ley divina7.
La posesión privada de debe asegurar con las leyes. El Estado por tanto, debe frenar la
agitación y las huelgas que nazcan de doctrinas perversas y deseosas de revolución, que solo
perjudican a patrones, obreros, comercio, intereses públicos y hasta al bien común; por lo que
a esto se debe anticipar el remedio, removiendo las causas de odios entre clases, con políticas
públicas acordes a la situación; debe, entonces, proteger los bienes del alma, pues esta lleva
impresa la imagen y semejanza de Dios, y hace a todos los hombres iguales; con políticas que
ayuden y dispongan a la piedad, debe proteger la dignidad humana y la relación con Dios por
sobre cualquier cosa; limitando y salvaguardando las horas de trabajo, debe librar a los pobres
obreros de la crueldad de llenar y dañar al cuerpo y al espíritu de trabajo excesivo sin
descanso; debe establecer leyes para que el trabajo sea proporcional y adecuado según la
época del año, la edad, el sexo, y aportando el descanso necesario para recuperar fuerzas. En
cuanto al salario, este debe ser dado y recibido por libre consentimiento; el patrón debe pagar
el salario convenido y el obrero, rendir el trabajo estipulado; de lo contrario el Estado debe
intervenir para que se cumpla esto. Con el trabajo se adquieren las cosas necesarias para la
conservación, y por naturaleza es personal y necesario. El patrón debe velar por el salario del
obrero, por su salud y seguridad. El obrero, si el salario es suficiente, puede inclinarse a
ahorrar y obtener un patrimonio privado8.
Los patronos y obreros pueden apoyarse y ayudarse mutuamente mediante diversas y variadas
instituciones (públicas, para el bien del pueblo o nación; o privadas, para el bien exclusivo de
sus miembros) las cuales deben adaptarse a las condiciones de cada época, con costumbres
nuevas y con más exigencias de vida cotidiana. El Estado no puede impedir estas
asociaciones, a menos que vayan en contra del bien común. La Iglesia puede formar, de igual
modo, diversas corporaciones, congregaciones y órdenes religiosas constituidas con una
finalidad honesta, conforme al derecho natural y bajo la potestad de la Iglesia, por lo que la
potestad civil no puede violar sus derechos y bienes. Estas ayudan a los hombres con trabajo y
medios de aportes económicos y de otros bienes, formando y fortaleciendo la conciencia de la
observancia de los preceptos evangélicos. Los ciudadanos tienen el libre derecho de asociarse
y de elegir libremente la organización y las leyes de sociedad que lleven a su fin particular
propuesto; así como aquellas asociaciones deben velar para que se cumplan, para que cada
miembro de la sociedad consiga aumentar los bienes corporales, del alma, de la piedad y de la
familia: esto es ley general y perpetua. Los cargos en las asociaciones se han de otorgar en
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Cf. 23 - 27
8
Cf. 28 - 33
conformidad con los intereses comunes, que deben administrarse con integridad, y se deben
distribuir con prudencia para no pasar a llevar el derecho tanto de patrones como de obreros9.
Finalmente, los problemas que surgieron y siguen surgiendo entre patrones y proletariados se
podrán resolver solo según los criterios del cristianismo, del amor; y así también cada quien
debe ceñirse a la parte que le corresponda en la sociedad: los gobernantes deben aplicar la
providencia de las leyes y de las instituciones; los ricos y patrones deben recordar sus deberes;
los proletariados se han de esforzar en su labor; y todos deben trabajar para restaurar las
costumbres cristianas, ya que las soluciones a los problemas se esperan solo por la efusión de
la caridad, la ley del Evangelio10.
Comentario
La Encíclica Rerum Novarum juega un papel fundamental en la Doctrina Social de la Iglesia.
Hay que aclarar que el hecho que sea la primera encíclica social no significa que la Iglesia no
se haya preocupado antes del asunto, sino que esta encíclica marca un precedente por el hecho
de ser la primera en plasmar a modo de Encíclica el asunto de la cuestión social y por el modo
en que se plasmó el tema. La importancia de esta se puede ver en las continuas y sucesivas
referencias que los sucesores de SS. León XIII hacen de ella, sobre todo en el orden social.
León XIII analizó la realidad social de su tiempo desde el punto de vista evangélico y desde
ahí mismo intentó buscar las soluciones; este método se convertiría luego en característica de
la enseñanza social de la iglesia. La respuesta a los hechos que ocurrían en su tiempo se basa
sobre el discernimiento, en las exigencias de la naturaleza humana y en los preceptos del
Evangelio. Hoy, en que el mundo y sus habitantes, sus estilos de vidas y demás aspectos
sufren un cambio a ritmo acelerado, la Encíclica cobra un sentido y una vigencia que hacen
que esta haya sido en su tiempo de una dimensión profética, por el mismo motivo de estar
fundamentada en la Palabra de Dios que nunca deja de actualizarse. Es necesario, hoy más
que nunca, a raíz de los signos de los tiempos, hacer una relectura de la encíclica,
actualizando su mensaje y sus soluciones en el contexto en que nos toca vivir; y el llamado y
exhortación a las instituciones eclesiásticas, a las Naciones y a todos los fieles, a poner en
marcha mecanismos y actividades sociales debería animarnos a todos para colaborar en la
mojera de la situación de muchos hombres que, a raíz de las “nuevas esclavitudes”, se hunden
en la tristeza, en el desaliento y hasta en la miseria.
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Cf. 34 - 40
10
Cf. 40 - 41