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Y PAHO son dos hermanos

provenientes de una familia muy pobre. Sus


vidas están rodeadas de increíbles aventuras,  Víctor Carvajal
Carvajal
todas ellas como producto de la necesidad de
desempeñar diversos oficios para poder
Fray Andrés,
superar su pobreza: vender superochos,
cantar en buses... Lo mágico y lo milagroso otra vez
se unen ante la presencia de Fray Andrés;
quien aparece cuando ellos más lo necesitan.

VICTOR CARVAJAL es actor y escritor. En el


ámbito de la literatura infantil y juvenil ha
escrito numerosas narraciones de gran
aceptación.
aceptaci ón. Muchas de sus obras presentan
problemáticas sociales relacionadas con el
mundo de la infancia, en un estilo sensible y
®u

emotivo.

 A partir de 9 años
Fray
Andrés, otra
vez
Víctor Carvajal
índice
Ilustraciones y cubíeTta: Paloma Valdivia Diseño de c ubierta: I Fueron despertados muy de mañana 7
 Alfonso Vega O.
Diagramación: Alfonso Vega O. II El mercado de la ribera norte del río 1
© Víctor Carvajal á'4' 1
© Ediciones SM Chile S.A.
ffl Trepados en las pisaderas de los 2
Pocuro 2087, Providencia, Santiago.
buses 1
ISBN: 956-264-264-X
956-264-264-X Depósito legal: 73.406 IV Misterioso estuvo aquel despertar 2
Tercera edición: noviembre de 2004, 3.000 ejemplares. 9
V Fray Andrés al borde de la mañana 3
Impresión: Imprenta Salesianos S.A.
9
Gral. Gana 1486, Santiago. VI Apenas unos minutos con sus 4
padres 7
VI Fray Andrés no asoma su sotana 6
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE  I 3
Anexos

Biografía Fray Andresito. 7


3
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FUERON DESPERTADOS MUY
DE MAÑANA

FUERON DESPERTADOS
muy de mañana por los remezones de
una pesada mano.
Chicho y Pablo dormían en el
suelo, en plena calle Recoleta, tapados
con papeles y cartones.
—¿No vais a levantaros? —la voz
profunda de fray Andrés les recordó un
deber.
Los niños vieron la apariencia de
un franciscano, con amplia sotana hasta
el suelo y una cabellera muy espesa
coronando la cabeza. El religioso
calzaba sandalias, ¡sin calcetas!, y
llevaba una soga atada a la cintura.
—¿Por qué nos despierta? —
protestaron los muchachos —. ¿Qué
hemos hecho de malo?
I Fray Andrés, con voz cálida, se
inclinó para hablarles:
—Pues, si queréis ir por la limosna,
debéis hacer como yo y levantaros muy
temprano. Es menester caminar toda la
ciudad hasta conseguir lo necesario de
estas almas reacias a dar algo.
—¿Qué tenemos que ver con
usted, padre? —  protestó, muy serio,
Pablo.
Andresito se quedó pensando;
reconoció el sacrificio de esos niños,
durmiendo bajo un cielo desnudo, sin
abrigo, desvalidos. Se disculpó
respetuosamente, y se marchó por la
calle Recoleta en dirección a la ribera
norte del río.
Pablo se había despertado casi por
completo. La pequeña panadería en la
esquina de la calle había abierto ya sus
puertas y un agradable olor a pan
recién salido del homo se apoderaba
del aire.
—¡Qué rico olor! — dijo Pablo. Y se
levantó pensando en ir al negocio y
pedir pan, sabiendo que no tenían un peso río estaba en todo su esplendor. Los
para comprarlo. vendedores llenaban el aire con sus gritos;
Chicho también se incorporó del suelo ofrecían sus productos con frases
de un salto. ingeniosas y divertidas. Las compradoras,
—Vámonos de aquí. El olor a pan principalmente, se sentían siempre muy
fresco me está matando. halagadas.
Recogieron los papeles y cartones y se Chicho y Pablo llegaron tempranito al
marcharon. mercado y se mezclaron corr la gente, un
Chicho y Pablo eran hermanos. verdadero río humano, que bajaba y subía
Habían salido de su casa decididos a no de un lado al otro, sin cesar ni un instante.
regresar a ella sin dinero. Tenían todas las
esperanzas de triunfar, de hacer lo que
fuera necesario para ganarse el sustento
diario y tener algo que ofrecerles a sus
padres y hermanitos. La vida de este par de
muchachos, como los hay tantos en las
grandes ciudades, no era fácil.
EL MERCADO DE LA RIBERA NORTE
DEL RÍO

EL  MERCADO de la ribera norte del


Una señora, con sendas bolsas de comprar.
género, vino al encuentro de los Pablo cogió la más pesada y Chicho la
muchachos. otra, porque era el más pequeño de los dos.
—¿Le llevamos las bolsas, señora? La señora demoró bastante en completar
—No, niño. No son muy pesadas — sus compras; los niños, siempre detrás de
respondió la mujer, dispuesta a continuar ella, comprobaron que las fuerzas se van
su camino. agotando a medida que pasa el tiempo y no
—Por favor, señora —  insistió, hay descanso.
Chicho—. No hemos tomado desayuno.
Estamos muertos de hambre.
La mujer se detuvo; se los quedó
mirando. Un golpe de compasión se
apoderó de su pecho. Ella era madre y
pensó en sus hijos; si ellos tuvieran que
pedir como lo hacen estos niños: "¡qué
horror!, ni Dios lo permita".
—Está bien, niños — aceptó la mujer —
. Aún me quedan muchas cosas que
Felizmente, la señora dio por buses; pero no era mucho lo que podían
terminadas sus compras y se dirigió a la comprar con ese dinero.
salida del mercado; su intención era Una pareja de carabineros los
llamar un taxi. El mismo Chicho, solícito observaba desde hacía rato; los niños, al
y despierto, dejó la bolsa junto a su notarlo, optaron por alejarse del lugar.
hermano y corrió unos cuantos metros —Ahora mismo nos agarran por
en dirección contraria al tráfico de sospechosos—  advirtió Pablo a su
vehículos; conseguir un taxi libre, al hermano.
mediodía, era a veces imposible. Así llegaron a la playa de
Después de cruzar la calle, arriesgando estacionamiento, junto a la extensa
su vida, entre los cientos de automóviles avenida que subía hacia la parte alta de
que rugían en el tránsito, Chicho la ciudad. Varios cuidadores de
consiguió un taxi. Trotando junto a la automóviles corrían de un lugar a otro,
portezuela del conductor, lo condujo orientando a los conductores para
hacia el sitio donde esperaba la señora. estacionar sus vehículos.
Los niños la ayudaron a subir, pusieron —Aquí no hay nada que hacer —
las pesadas bolsas en el piso del comentó Chicho.
vehículo y Pablo estiró la mano para —Es tu culpa—  rezongó Pablo. Y
recibir unas monedas pequeñas. El taxi tronó, en contra de su hermano —:
emprendió la marcha y Pablo contó las ¡dormís tanto, que siempre llegamos
monedas: ciento cuarenta y cinco pesos. tarde a todas partes!
Eran las primeras ganancias del día Sorpresivamente Chicho se
y ya se había pasado la mañana. abalanzó a un automóvil que ingresaba
—¿Qué hacemos, Pablo? al estacionamiento, buscando un sitio
Podían adquirir unas cuantas desocupado.
calugas de leche y venderlas en los —¿Se lo cuido, señora?
—¿Se lo lavamos?, —agregó podía hacerlo. Se paseó varias veces por
Pablo—. Por quinientos pesos se lo el interior de la tienda, buscando un
dejamos como nuevo. trozo de tela que, por su mala calidad,
—Vuelvo en media hora — advirtió nadie quisiera comprar.
la señora. —¿Y si le regalamos éste? —
—En media hora se lo tenemos preguntó una de las vendedoras que
listo— confirmó Pablo. había estado hurgueteando en un cerro
Los hermanos se miraron un largo de telas.
rato. ¿Dónde conseguir los implementos —Tú sabes que el patrón tiene
necesarios para realizar el trabajo? El prohibido que regalemos la mercadería
problema no era tan sencillo© de — se disculpó la cajera.
resolver. Seguramente Pablo rogaba con la
—¡Voy donde las pergoleras! — mirada; la desesperación se escapaba a
gritó Chicho, y se disparó corriendo en través de sus ojos. La joven vendedora
dirección a los puestos de flores. eligió un trozo de género barato, lo puso
Chicho iba en busca de un tarro con en la balanza y lo pagó con su dinero.
agua limpia; faltaban un trapo para —Toma —le dijo al niño —. Ojalá te
lavar y otro para secar. La tienda de sirva de algo.
géneros era la solución. —¡Claro que sí! — respondió Pablo.
Pablo cruzó la calzada y ai|tró Y salió disparado hacia la calle.
decidido en el negocio que vendía telas En los estacionamientos, Chicho
por kilos. La cajera de la tienda se esperaba con un tarro de lata oxidada
horrorizó cuando Pablo le hizo el ruego. lleno de agua. Dividieron el trapo en dos
—No estamos autorizadas para y se entregaron a la tarea de lavar el
regalar nada— dijo la joven. vehículo con entusiasmo y energía.
Pablo no se dio por vencido; no Mientras uno quitaba el polvo con
el trapo mojado, el otro secaba. ¡Si monedas era un fracaso; querían tener
pudieran hacer ese trabajo con diez, algo que ofrecer.
veinte automóviles!, sería conveniente. Se dirigieron al puesto de dulces y
Por desgracia, los estacionamientos galletas ubicado junto a la parada de
estaban siempre s cuidadores y lava buses. Allí compraron diez barras de
utos ya se chocolate Superocho.   Es lo que hacía la
habían repartido la y cada cual cuidaba mayoría de los vendedores ambulantes,
lo suyo. Chicho y Pablo comprendían muchos de ellos tan niños como Chicho
que esta oportunidad no era más que y Pablo.
eso: una excepción. No podían quedarse —Los vendemos a cien pesos y nos
allí para siempre; los otros cuidadores ganamos casi el doble por cada barrita.
seguramente los echarían o tendrían Prohibido comerse los chocolates. Hasta
forzosamente que pagar un derecho que los hayamos vendido todos,
para trabajar allí.
La dueña del automóvil regresó ¿hecho?
más tarde de lo anunciado y los —Hecho —respondió Chicho.
muchachos esperaron junto al vehículo —Dame tu palabra de hombre.
con temor y nerviosismo; felizmente Y Chicho se la dio. Sabía que
nadie fue a exigirles que se marcharan. estaba haciendo un acto de verdadero
Llegó la dama y les dio quinientos sacrificio, pues el hambre le perforaba el
pesos. estómago.
—¿Qué podemos comer? —
preguntó Chicho.
—Nada—  determinó, secamente,
Pablo.
Los planes de Pablo consistían en
invertir aquel dinero para doblarlo o
triplicarlo. Regresar con sólo algunas
TREPADOS EN LAS PISADERAS
DE LOS BUSES

PABLO TREPÓ ágilmente en la


pisadera de un bus.
—A cien los Superocho. Superocho  a
cien —ofreció su mercancía.
Chicho hacía lo mismo en el inte-
rior de otro bus. Sin hablarse casi, como
dos perfectos desconocidos, se
cruzaron en repetidas oportunidades,
subiendo y bajando de los buses que
paraban para dejar o recibir pasajeros.
Hasta que lograron vender casi todos
los chocolates; rendidos, hambrientos,
comprobaron que nadie se hace rico de
la noche a la mañana.
Pablo consideró que había llegado mismas desventuras.
el momento de hacer una pausa. Chicho y Pablo habían visto
—Tienes permiso para comerte un muchas veces cantores ambulantes con
Superocho. guitarras, flautas y charangos, pero
Tendidos sobre el césped de la  jamás a un dúo tan singular como éste.
plazoleta, rasgaron los envoltorios Uno de los chiquillos sacó de su bolsillo
plateados de dos barritas de chocolate y un par de cucharas pequeñas, las juntó,
las comieron con verdadero placer. una contra la otra, formando una
Unos metros más allá dos niños castañuela. El ritmo no se hizo esperar;
discutían acaloradamente. la voz del chiquillo salió fuerte,
—¡Más teatro! —decía uno de ellos poderosa, chillona... encrespaba los
—. ¿Cómo vai  a convencer a los nervios: era una canción con una
pasajeros si no le  ponís más empeño? historia conmovedora. Acto seguido, el
Había que contar la triste historia más pequeño de los dos se adelantó
de la madre que abandonaba a sus hijos, unos pasos y comenzó a hablar:
porque no tenía cómo alimentarlos; en "señores pasajeros, no queremos
su desesperación, alguien tenía que cansarlos, porque sabemos que vienen
hacerse cargo de ellos. Porque esos del trabajo. Nosotros no cantamos para
niños que cantan en los buses no lo gastarnos el dinero en vicios y pecados;
hacen por gusto sino para mendigar de la plata que ustedes nos dan se la
un modo más digno. damos a nuestra madre que no tiene
Chicho y Pablo se interesaron por para alimentarnos. Por eso, señores
la conversación de los niños y pasajeros, les agradecemos mucho lo
observaron atentamente la escena que que nos puedan dar. Muchas gracias".
se desarrolló a continuación; era —Les deseamos mucha suerte ye.
evidente que esos niños pasaban por las Dios se los pague —completó el ma
mientras el pequeño estiraba la mano —Os equivocáis, rapazuelos
simulando recibir muchas monedas de —respondió el religioso.
un público que sólo existía en su mente. —Fray Andrés tenía la rara virtud
Los muchachos se abrazaron; estaban de escuchar a todo el mundo, pero
contentos; el mayor se mostraba acudía sólo junto a aquellos que de
satisfecho con el discurso del pequeño. verdad lo necesitaban.
Recogieron sus bártulos y se marcharon —Nosotros no queremos nada con
a conquistar su público. usted —dijo Pablo.
Chicho y Pablo guardaron silencio. —Pero, si me llamáis a cada
Quizás ambos pensaban lo mismo: instante.
conseguir una guitarra, una flauta y Los muchachos lo miraron como si
salir a cantar; pero ellos no eran artistas. se tratara de un loco. ¿En qué momento
El día se había ido definitivamente. lo habían llamado? El hombre tenía el
Se hizo fresca la tarde y se llenó la rostro lleno de picardía.
plazoleta de sombras misteriosas, —Nos toma el pelo —  protestó
amenazadoras. Los muchachos Chicho.
abandonaron el lugar antes de tener Fray Andresito caminó entre los
una mala experiencia. dos niños y los cogió, amigablemente,
Fray Andresito los esperaba; como de los hombros.
siempre, lucía su largo hábito, sandalias
y soga atada a la cintura. Al verlo, Así les habló: "vosotros pedís
Chicho y Pablo trataron de huir, pero limosna al igual que yo. Cada vez que
fray Andresito se las arregló para lo hacéis, sin desearlo, estáis pensando
salirles al encuentro; no era fácil en mí. Estamos en los mismos oficios
escapar de él. pero nada es sencillo y vosotros lo
—¿Por qué nos persigue? — sabéis. No todos los hombres están
murmuró, apenas, Chicho. dispuestos a sacrificar lo propio para
dárnoslo. De modo, pues, que es Los muchachos no supieron qué
menester dar algo de nosotros cada vez responder. Era difícil entenderse con un
que solicitamos lo ajeno. ¿Me vais humilde cristiano que se creía santo.
siguiendo?". Fray Andresito hundió sus manos
Chicho y Pablo respondieron que en la túnica que llevaba y sacó de ella
sí, aun cuando en su interior sabían que dos pequenes calentitos, como recién
el hombre hablaba de un modo muy sacados del horno, y se los regaló a los
extraño. Fray Andresito, que adivinaba muchachos. Fue tal el embrujo que
hasta los pensamientos, sonrió y ocasionaron los pequenes en los niños,
prosiguió: "vosotros ofrecéis vuestra que ni cuenta se dieron de que el
fuerza y capacidad de trabajo; yo, en "mochito" ya había desaparecido de su
cambio, hago verdaderos milagros, vista.
aunque no lo creáis. Saco de la cama a Los pequenes, rellenitos con
un enfermo; le devuelvo la razón a un cebollas, estaban sabrosos. Fue aquélla
demente; le doy vida a un mortal que la una merienda inesperada; se sentían
ha perdido; le arranco la rabia a un satisfechos y encantados, porque el
perro, cambio muletas por piernas, religioso estaba resultando todo un
como si fuera lo más sencillo del misterio.
universo. A cambio de esto exijo que se Prepararon la cama en el suelo y se
tenga fe en mis servicios; de lo contrario, metieron en ella, entre papeles y
ningún milagro es posible. Así consigo cartones. En el cielo había estrellas y
mis limosnas, y puedo aseguraros que la nubarrones, pero ninguna luna que les
gente, después de conocerme, se vuelve hiciera compañía.
generosa y comedida".
MISTERIOSO ESTUVO
AQUEL DESPERTAR

MISTERIOSO ESTUVO aquel


despertar, amaneció como todos los
días del Señor, pero fray Andresito no
se presentó.
—Es que no aguanto la curiosidad
—reventó Pablo—. Vamos a buscarlo.
Y se marchó, seguido de su
hermano Chicho, a la iglesia de la calle
Recoleta. Allí los recibió el portero. Era
una persona con muchos años sobre los
hombros. Lucía muchas canas en la
cabeza, pero sus cejas eran negras.
Caminaba a pasos lentos y cortitos, con
la columna vertebral encorvada.
Cuando los muchachos preguntaron Chicho estaba desoladlo. El
por fray Andresito, el viejo les cerró la negocio no había resultado. Pensaba y
puerta en las narices y salió corriendo miraba a su alrededor; buscaba en su
hacia el interior del edificio. Al cabo de mente alguna solución. De pronto notó
un rato regresó el portero con dos que una de las esquinas estaba llena de
pequenes tibios, igualitos a los de fray gente y, al mismo tiempo, vacía...
Andresito. —¡Pablo! En la esquina no hay
—Son de ayer —les dijo—, pero no nadie.
están añejos. —¿Cómo que no hay nadie? —
Los muchachos comprobaron que tronó Pablo.
los pequenes habían salido de la misma —Quiero decir —prosiguió
cocina; tenían el mismo sabor que los Chicho—> que no hay nadie
anteriores. No cabía duda. El religioso vendiendo.
misterioso vivía en ese convento. Pero, Entonces comprendió Pablo lo que
¿por qué razón el portero no permitió su hermano quería decir. Reunieron el
que lo visitaran? Decidieron no darle dinero ganado con las ventas de los
más importancia al asunto y volver al chocolates, cruzaron la calle y se
diario combate por el sustento. dirigieron a la tienda de telas. Allí
Ese día resultó más complicado compraron un trozo de franela amarilla
que el anterior. La venta de los y, con las mismas tijeras de la
Superocho sobrantes no reportó mayores vendedora, la partieron y dividieron en
ganancias; apenas recuperaron el trozos más pequeños; diez en total;
dinero invertido. El envoltorio de los cinco para cada uno. Y salieron a
chocolates se había estropeado, se venderlos de inmediato.
notaba que no eran "frescos" y tuvieron En el cruce de las calles Recoleta y
que bajarlos de precio: veinte pesos Bellavista, esperaron la detención
menos por cada barra. obligada de los vehículos, para abordar
a los conductores y ofrecerles las
franelitas por las ventanillas.
—¡A doscientos pesos! ¡Para la
limpieza de su automóvil!
En los mil vehículos que pasaron
se fueron los diez pañitos amarillos y
dejaron unos pesos en las manos de
Chicho y Pablo. Sentados en la cuneta
contaron y contaron las monedas. Un
grupo, de muchachones los estaba
observando. Cuando Pablo y Chicho lo
notaron, ya era demasiado tarde: los
cuatro jovenzuelos estaban junto a
ellos.
—Hola, compadre —dijo uno de
los muchachones a Pablo. Y agregó,
muy sonriente —: ustedes tienen lo que
nosotros queremos y nosotros tenemos
lo que ustedes quieren.
—¿Qué cosa? — respondió Pablo y
trató de levantarse para escapar con su
hermano. El muchachón lo atrapó de
un hombro y lo obligó a permanecer
sentado.
—Dinero, amigo —susurró el
grandulón con cara de dormido —.
Dame lo que hay en tu bolsillo y yo te tarrito con el adhesivo fue abierto una
ofrezco un remedio para el hambre. sola vez; los dos niños debían aspirar al
¿Qué? ¿Hacemos el negocio, compadre? mismo tiempo el olor penetrante de la
—y mostró un tarrito azul, que contenía substancia. Pablo, presionado por las
un líquido espeso, color amarillo, muecas burlonas de los muchachones,
utilizado como adhesivo por los aspiró profundo; Chicho, en su
carpinteros y fabricantes de muebles. inocencia, lo hizo a todo pulmón.
—Con esto hasta el hambre se quita Aquello fue la entrada en una verdadera
—comentó, divertido, el muchacho —. pesadilla: sintieron náuseas y ganas de
Dame la plata y te lo doy a probar. vomitar. ¿Vomitar qué, si tenían el
Pablo sabía que se encontraba en estómago vacío? Las risotadas de los
una situación delicada y peligrosa; esos muchachones eran erupciones
muchachos estaban dispuestos a volcánicas; así al menos lo percibían
conseguir el dinero a toda costa. Chicho y Pablo. Las palabrotas que
Comprendía que de no satisfacer las salían del grupo parecían murciélagos
demandas de los desconocidos, de todos aleteando en la penumbra.
modos se tomarían lo que deseaban. Los neumáticos de un vehículo
Hacerse los valientes era absurdo e rechinaron en la calzada; se abrieron las
inútil. portezuelas del furgón celular y de él
—¿Estás seguro de que quita el salieron cuatro policías.
hambre? —preguntó Pablo, haciendo un El grupo intentó de inmediato la
esfuerzo por mostrarse fuerte. dispersión. Dos de ellos fueron
—¡Pruébalo! —  insistió el apresados en el acto; los otros,
muchachón. capturados en el puente, después de una
Pablo entregó sus quinientos pesos corta persecución.
y le indicó a Chicho que lo imitara. El Chicho y Pablo fueron levantados
en vilo y depositados en el interior del detuvo en la primera comisaría que
furgón policial. No lograban encontró abierta. Los menores fueron
comprender lo que estaba ocurriendo; sacados del furgón y conducidos al inte-
distinguían la realidad a medias. Ni rior del edificio.
siquiera sospechaban que aspirar Frente a un gran estrado de madera
semejantes productos químicos Chicho y Pablo no supieron lo que se les
producía un daño irreparable en el pidió que entregaran: sus nombres o sus
cerebro: ese adhesivo, de apariencia útil, almas; estaban desolados, vacíos, como
era veneno para las células cerebrales. si estuvieran observando desde el
Pero a esos muchachos el problema no interior del cascarón con forma de niño.
les asustaba, puesto que no iban a la Las puertas grises del calabozo se
escuela y no les interesaba aprender cerraron con estruendo; las cerraduras
nada de ella. La calle era su aula; y su se quejaron hasta partir el alma. En ese
formación, la vagancia. momento lo perdieron todo.
El furgón celular, después de unas
cuantas vueltas, sacudidas y brincos, se
FRAY ANDRÉS AL BORDE DE LA
MAÑANA

 JTRAY ANDRESITO se presentó al


borde de la mañana en la Primera
Comisaría de la ciudad; allí esperó a los
niños que salían del calabozo que los
mantuvo detenidos por algunas horas.
Chicho y Pablo fueron liberados;
nunca se explicaron cómo y por qué los
dejaron en libertad, mientras los cuatro
muchachones permanecían en la cárcel.
Nadie dio ninguna explicación; ¿qué
sabía el hombre del asunto? Lo cierto
era que fray Andresito los esperaba al
otro lado de la calle cuando salieron de
la comisaría. Fue como un milagro.
Fray Andresito echó a caminar; los
niños lo siguieron, cruzando el puente,
entrando en la calle Recoleta.
Atravesando el barrio El Salto para
seguir caminando más allá de la iglesia
de la Recoleta Franciscana.
—¡Oiga, padre! —advirtió Pablo—,
este camino nos lleva derechito a
nuestra población.
—Así es— respondió el hombre. Y
no dio lugar a más preguntas o
cuestionamientos.
Pero los niños no querían regresar
a casa; no todavía. Pablo se atolondró al
tratar de detener al religioso y
explicarle que no tenían motivos para
volver al hogar, miserable, de sus
padres; además, ¿por qué se tomaba
tales atribuciones? ¿Por qué lo hacía?
Eran menores de edad. “¿No es
eso?", preguntó fray Andresito.
Pidiendo limosna por las calles,
expuestos a todos los peligros y riesgos
de la ciudad, metiéndose en problemas,
durmiendo en el suelo como animalitos
sin dueño.
—Todo eso lo entendemos, padre.
Pero, por favor, no queremos regresar a hacía los arreglos necesarios para el
la población —rogó Pablo. desayuno comunitario.
—Pues, no comprendo que no Como una tromba entró fray
deséis tornar al sitio al que pertenecéis. Andresito en el galpón de madera que
—No queremos volver con la cola cobijaba una larga y estrecha mesa,
entre las piernas. muy parecida a esas que se ven en las
Hasta el momento todos sus pinturas de la Última Cena, la de Cristo'
esfuerzos por triunfar, por no ser una con sus apóstoles. El padre
carga para sus padres, eran un rotundo  Jacques, un sacerdote francés venido a
fracaso. estas tierras lejanas a ejercer su misión
—¿Fracaso? —se tomó la barbilla cristiana, se sorprendió: el fraile era
fray Andresito —. Yo os mostraré dónde muy singular; hacía tiempo que no veía
está vuestro éxito y vuestro lugar. algo similar: como ciertos frailes de
Difícil era alcanzarla. El religioso provincia, de esos que ya no existían.
caminaba como un rayo entre las Porque el padre Jacques era un
humildes casitas de la población. religioso moderno: vestía pantalón de
En la parroquia, el padre Jacques
paño oscuro, chaleco y casaquilla Era muy cierto. El padre Jacques,
deportiva. dolido por las grandes dificultades
—Os traigo un par de bellaquitos económicas de los vecinos, se vio
—  dijo fray Andresito. Se volvió hacia forzado a organizar mía gran olla
la puerta y les dio una orden a los común. Es decir, un comedor
niños—: ¡adelante!, estáis en vuestro comunitario, para que los que no tenían
hogar. un pan que llevarse a la boca, lo
Chicho y Pablo entraron, pudieran hacer en la parroquia.
arrastrando los pies, sin saber dónde —En este preciso instante observo
meterse para escapar a la mirada que el padre Jacques prepara el
 juzgadora del padre Jacques. desayuno para sus hijos desposeídos —
—Me alegro de verlos de regreso — concluyó su discurso fray Andresito.
expresó con acento francés, el Chicho y Pablo pudieron
sacerdote. comprobar cómo algunas madres,
Los chicos se sintieron peor que en acompañando a sus hijos más
aquellos momentos amargos en el pequeños, colaboraban con la
calabozo de la comisaría. Fray parroquia, poniendo tazones de
Andresito los arrinconó contra la pared plástico sobre la mesa.
y les puso en el pecho una charla de —¿No es esta vuestra mesa? — fray
media hora; esa charla fue como una Andresito, radiante, les indicó el
espada, era lo que se llama estar entre comedor de la parroquia. Y se esfumó,
la espada y la pared. ahí mismo, sin que nadie se percatara;
—¿Es que no veis cómo este porque Chicho y Pablo se volvieron a
sacerdote organiza las comidas diarias mirar la mesa y el padre Jacques se
de esta población? —tronó el hombre. dedicó a observarlos con profunda
atención.
APENAS UNOS MINUTOS CON SUS
PADRES

-HABÍAN ESTADO con sus padres


apenas unos minutos, durante el
desayuno, en el comedor comunitario de
la parroquia. Ahí, Chicho y Pablo
refirieron lo mal que les había ido en su
salida fuera de casa para buscar fortuna.
El padre de los muchachos guardó
silencio y la madre les acarició
tiernamente la cabeza a ambos; quedaba
claro que ellos preferían a sus hijos en el
hogar y no en las calles. Sin embargo, los
muchachos se las arreglaron para partir
un vez más; en esta ocasión, ambos lo
prometieron, permanecerían solamente escuela.
la mitad del día fuera de casa. Además, Debían llegar al centro de la ciudad
el padre Jacques deseaba integrarlos a la y de ahí dirigirse al sector de los barrios
altos donde la bondad tenía que ser más mucho más y ellos eran dos, pero,
robusta, puesto que estaba mejor sacáranse las cuentas que se sacaran, lo
alimentada. cierto era que no les alcanzaba para el
Era muy temprano todavía; en la pasaje.
parada del bus había un considerable El bus tan esperado llegó a la
grupo de personas que esperaba parada y se detuvo con brusquedad.
movilizarse a las calles y sitios Mientras los pasajeros subían a la
principales. máquina, Pablo meditó: imposible pedir
Pablo le habló a un hombre que les llevaran hasta el centro de la
corpulento y bajito, con apariencia de ciudad por doscientos pesos solamente;
obrero. era demasiado lejos y los conductores no
—Caballero, ¿no tiene cien pesos se.arriesgan, porque sube un inspector y
que nos dé para el bus? Mi hermanito y encuentra a los niños sin los boletos
yo tenemos que ir al centro. correspondientes.
El hombre negó con un movimiento Chicho preguntaba al conductor si
de cabeza. los llevaba hasta , el centro. El hombre
Chicho andaba en lo mismo ante nada respondía. Entonces intervino
una señora vestida con sencillez, que lo Pablo.
miraba sonriendo; al parecer, no tenía —No vamos al centro. Vamos hasta
ninguna moneda que dar. Luego, Pablo, el cementerio, no más. ¿Nos puede
frente a otro hombre; Chicho, frente a llevar por doscientos pesos?
una señorita, la que buscó en su cartera El conductor asintió a
y le dio una moneda de cien pesos. Así, regañadientes y soltó el pedal del
entre las veinte o más personas que embrague para que el motor del bus se
esperaban en la parada, lograron reunir pusiera en marcha.
doscientos pesos. El pasaje costaba —¿Por qué le dijiste que íbamos
hasta el cementerio? que se ubicaban junto a las cruces.
—Porque hasta ahí vamos — —Es la hora del canto —  murmuró,
concluyó Pablo. triunfante, Pablo. Y sacó dos cucharitas
Pablo respetó el acuerdo con el con- de su bolsillo.
ductor y se bajó en el cementerio, tal —¿De dónde las sacaste? —  tronó
como lo había planteado; Chicho tuvo Chicho.
que seguir a su hermano, por mucho que —Del comedor de la parroquia —
no le gustara la idea de quedar a medio respondió el niño, con inocencia y
camino. Pablo entendía perfectamente la candor.
molestia de Chicho; en otras —¿Y si te descubre el padre
circunstancias, habrían engañado al  Jacques?
conductor, continuando el viaje hasta el Chicho estaba indignado. Pero
centro; con tanto pasajero no se habría Pablo parecía más preocupado del
notado que los chicos no se bajaban en el cumplimiento de sus propósitos que de
cementerio. Pero, desde que apareciera la furia de su hermano. El padre Jacques
fray Andresito en las vidas de Chicho y podía pensar que eran unos ladrones;
Pablo, se estaba produciendo en ellos un que no se podía confiar en ninguno de
cambio muy profundo. ellos, pero cuando se enterara del
—¿Qué podemos ganar aquí? — motivo que había llevado a Pablo para
indagó Chicho. tomar prestadas esas cucharas, con
Nada se podía ofrecer allí; ningún seguridad no se enojaría.
tipo de servicio. La gente llegaba al —Yo canto y tú dices las palabras a
cementerio, compraba sus flores y los pasajeros.
entraba con ellas al campo santo. En el —¿Qué palabras?—  explotó
interior de éste había personas para Chicho.)
poner agua a las flores y a los arreglos —El discurso de los cantores
callejeros. Silencio. Pablo se desesperaba.
Antes de que Chicho alcanzara a Quiso cantar de nuevo la canción, pero
retenerlo, Pablo saltó al primer bus su hermano se lo impidió. Chicho no
detenido frente a las puertas del dijo nada. No pudo decirlo, porque le
cementerio. A Chicho no le quedó más pareció demasiado cierto, y para los
remedio que salir detrás de su hermano. pasajeros aquello sonaba a cuento.
En el interior del bus, Pablo se paró Guardó silencio y recorrió el pasillo del
en medio del pasillo, dispuesto a cantar. bus, asiento por asiento, con la mano
Chicho se metió las manos a los extendida.
bolsillos; estaba muerto de vergüenza. El Durante la jornada de cantar y
bus se puso en marcha y Chicho tuvo pedir dinero habían cruzado el puente y
que sacar rápidamente sus manos de los se encontraban en el centro de la ciudad.
bolsillos para buscar una barra de la cual —La próxima vez, tú vas a estirar la
aferrarse. mano para pedir — se quejó Chicha
Pablo inició el ritmo golpeando las Recaudaron trescientos sesente y
cucharitas. La canción sonó en su cinco pesos. No había estado tan mal,
garganta, vibrante, potente. A Chicho le después de todo. Discutieron mucho
pareció eterno aquel momento; le quién cantaría y quién pediría. En lo
pareció que Pablo se vengaba de él, único que lograron ponerse de acuerdo
repitiendo por lo menos dos veces las fue que lo harían en uno de esos buses
estrofas de la horrible canción. Pero el relucientes, amarillos... los buses que
peor de los momentos vino más tarde, iban al barrio de las casas lindas. Chicho
una vez terminado el canto: le tocaba su y Pab]o comprobarían que no siempre
turno, decir el discurso de los cantores viajar hacia lo lindo significa un lindo
ambulantes; la madre, la falta de dinero, viaje.
la miseria y el hambre. En plena marcha, en el interior del
bus, se dispusieron a cantar. Pero antes limosna; es claro, no la necesitaban.
de que lo hicieran, un muchachito alzó la El bus se alejaba cada vez más del
voz. centro de la ciudad y el plan de Chicho
—Muy buenas tardes, señores y Pablo se estaba esfumando.
pasajeros. Naturalmente que la situación no les
Pablo pegó un brinco y trató de ver hacía ninguna gracia a los hermanos.
entre los pasajeros. Entonces, Pablo no aguantó más.
—Lo que nos faltaba —dijo—, la —Me gustaría darle un bofetón a
competencia. ese payaso— rugió.
Chicho también brincó, a su modo. Chicho trató de apaciguarlo, pero el
—¿Buenas tardes ya? —murmuró mal humor de su hermano echaba vapor
apenas—. ¿Es que se nos pasó otra vez el por las ventanillas de la nariz.
almuerzo? —¿Que no ves acaso cómo se ríe de
Pablo consiguió ver a los dos nosotros?
muchachitos en el pasillo. No eran como Pablo se abrió camino como pudo,
Chicho y tantos otros que cantaban en entre los pasajeros que viajaban de pie y
los buses; eran distintos, bien vestidos y se dirigió al muchachito con la intención
de buena presencia. Se habían comprado de remecerlo.
un instrumento indígena, el que Chicho gritó desde atrás. Los
soplaban haciéndolo sonar como un muchachitos se quedaron en silencio y
flauta. No trataban de burlarse de los algunos pasajeros trataron de intervenir.
niños cantores; deseaban divertirse y El conductor del bus, alertado del
algunos pasajeros miraban con simpatía escándalo que estaba a punto de
este show imprevisto. explotar, aprovechó la luz roja del
Cantaban y hacían sonar la flauta. semáforo para dar por concluido el
Lo único que no hicieron fue pedir asunto. Chicho y Pablo se vieron
forzados a dejar el bus. parecían vacías. Nadie en los jardines;
Y quedaron abandonados en una apenitas una luz en el interior de alguna
avenida muy grande, con doble sentido habitación; luz que provenía de otro
de tránsito. El aire era mucho más puro,  jardín, al centro del edificio.
los árboles hermosos y los prados Siguieron caminando, desalentados,
interminables. Hasta sintieron un poco sin rumbo definido. Y encontraron una
de frío. La cordillera se les venía encima,  joven que barría la vereda con una
como si las nubes la empujaran desde el escoba y recogía las hojas secas caídas de
cielo. los preciosos árboles.
Los dos hermanos caminaron en —Señorita, ¿no tiene algo de comer
silencio un buen trecho. No sabían que nos dé?
dónde se encontraban; tampoco sabían
adonde se dirigían. Estaban La joven no levantó la vista del
desorientados. Lo recomendable era suelo y siguió barriendo. Los niños no
rehacer el camino seguido por el bus, así pudieron insistir, pues dos perros
encontrarían nuevamente el centro de la enormes se les echaron encima y de un
ciudad. Necesitaban abordar otro bus salto espectacular los tumbaron sobre el
para regresar, de lo contrario, tendrían césped. Ahí quedaron los hermanos sin
que caminar toda la noche para hacer la poder moverse. La joven dejó de barrer,
larga jomada a pie. Y , ¿cómo regresar calmó a los perros con una voz suave
con las manos vacías a la parroquia? pero autoritaria. Los perros no cedieron,
¿Qué sorpresa le darían al padre tampoco mordieron, ¡por suerte!
 Jacques? ¿Cómo explicaría Pablo el Finalmente, del interior del jardín,
asunto de las cucharas? Se habían asomó un guardia vestido de azul y con
propuesto colaborar con el comedor de revólver al cinto.
la parroquia.
Las casas hermosas de aquel barrio
—Voy a ver si encuentro algo que
darles —dijo la joven, y desapareció en
la casa. Entonces comenzó el
interrogatorio. Los perros, con sus
lenguas húmedas, obligaban a estarse
muy quietos. La voz del guardia
intimidó aún más a Chicho y Pablo.
—¿Qué hacen aquí? ¿Por qué
andan mendigando? ¿No estarían
pensando entrar a robar? ¿Qué hacen
tus padres? ¿Trabajan? ¿No? ¿Por qué
están cesantes? Seguramente son tan
ladrones como sus hijos. ¿Andan
armados? ¿Con cuchillos? ¿Con piedras?
¿Son peligrosos? ¿Pensaban asaltar a la
sirvienta cuando la vieron sola
barriendo en la puerta? ¿Creyeron que
estaba indefensa? Pero se equivocan, par
de bribones.
Aterrados los niños respondían con
la mayor velocidad posible; el señor
guardia podría enojarse y ordenar a los
perros que mordieran. Todo parecía
espantoso, hasta que regresó la  joven
con unos paquetes: era sémola y fideos
para la sopa y una bolsa desechable con
pan añejo.
—Aquí tienen —les dijo la joven —. bien. Dieron cuenta al padre Jacques,
Ya, déjalos tranquilos, Norberto. Con entregaron los alimentos recogidos y
esto pueden irse. Los señores de la casa Pablo confesó que había tomado las
no demoran en llegar y no les gusta ver cucharas, devolviéndolas en el acto al
gente extraña. comedor comunitario. El sacerdote les
Norberto, el guardia, se llevó los agradeció de todo corazón;
perros y la muchacha se encerró dentro estaba muy complacido y emocionado,
de la casa. Los niños se levantaron del se sentía reconfortado. Pablo y Chicho
suelo, recogieron los paquetes con comprendieron lo que fray Andresito
alimentos y se alejaron rápidamente del siempre les repetía: "pedir limosna no
lugar. sólo para vosotros sino también para los
A pesar del incidente, no se dieron demás".
por vencidos. En las casas siguientes fue —También hemos ganado algo de
más sencillo. Como las rejas estaban plata —reconoció Chicho —. ¿Se la
cerradas, llamaban a gritos a los damos a usted, padre?
moradores y a gritos pedían comida. No El religioso la rechazó y aconsejó
siempre tuvieron éxito, pero llevarla a la casa de los niños.
consiguieron recolectar más alimentos. —Con seguridad vuestros padres la
Regresaron a la parroquia cuando la necesitan.
tarde caía sobre la ciudad. Les había ido
FRAY ANDRÉS NO
ASOMA SU
SOTANA
F RAY ANDRESITO no asomaba su
sotana por ninguna parte, lo que era
muy extraño. Siempre, al caer la tarde o
al asomar el alba, aparecía fray
Andresito donde menos se lo esperaba.
—Me daría un gran placer conocer
al fraile que vino con ustedes la otra vez
—les confesó el padre Jacques a los
muchachos—, ¿no es un poco
extravagante?
—¿Que es eso, padre? —  preguntó,
Chicho.
—Un tanto extraño.
—Muy raro, padre —agregó Pablo. franciscanos; era preciso hablar con fray
Y prosiguió—: ahora que deseamos Andresito antes de que saliera por sus
toparnos con él, no asoma la nariz. An- limosnas.
tes nos molestaba a cada rato. Era tan temprano, que ningún
Como los tres no deseaban otra vehículo de pasajeros transitaba
cosa que visitarlo, muy de mañana se todavía. Pero sí los carretones de los
fueron al convento de los recoletos verduleros, que venían de las chacras
vecinas. Vieron pasar varias carretas en verduritas pa'la olla? —preguntó
dirección al río, chocando las herraduras Chicho.
de los caballos contra las piedras de la Pablo le dio un codazo a Chicho y
calle. le dijo—: ¡qué tonto!, el caballero va a
A Chicho se le ocurrió saludar a pensar que somos unos frescos. ¿Querís
uno de los conductores de carretas y que nos eche de la carreta?
como éste le contestó el saludo le —Podría, sí. Claro que podría —
pidieron que los llevara hasta la iglesia dijo, el hombre. Y agregó —: es muy
de la Recoleta Franciscana. El conductor bueno lo que hacen con esa gente...
detuvo la carreta y les hizo un lugar en —¿Y podría darnos todos los días?
el pescante. —insistió el pequeño.
—¿Qué? ¿Le hicieron una manda al —Chicho, por favor —trató de
santo? — preguntó el carretonero. tranquilizarlo el sacerdote.
Los chicos no dieron respuesta; la
sola presencia del padre Jacques los
liberaba de toda responsabilidad ante
otras personas mayores.
—No. Vamos a visitar a un paisano
—dijo el sacerdote.
Y como el conductor del carretón
notara el acento extranjero del religioso,
comenzó a hacerle pregunta tras
pregunta. Así se enteró el hombre de las
aflicciones de aquella parroquia de
gente pobre.
—¿Podría usted darnos unas
—Es que cuando usted no pueda, —Buenos días— saludó el padre
nos vende más barato— insistió Chicho.  Jacques—. Deseamos ver a fray
El hombre se mantuvo en silencio; Andresito, por favor.
ante la insistencia del sacerdote y los El viejo portero los condujo al
niños, bajó varias veces la cabeza, como comedor del convento; en ese momento
si imitara el cabeceo de su caballo al los frailes desayunaban.
trotar. —Buscan a fray Andresito —dijo el
El convento de los recoletos viejo—. Este par de bribones se han
franciscanos estaba a la vista; el conseguido un sacerdote para poder
conductor detuvo el caballo y los tres se entrar aquí.
bajaron. Un fraile se levantó de la mesa y
—Mañana a las cinco lo estaremos
recibió a los visitantes. Era mucho más
esperando —gritó Chicho—. Chao, ca- viejo que el que ellos buscaban; más alto
ballero. Y gracias.
y delgado, casi como un poste de
La carreta, cargada hasta los bordes
de sus barandas con verduras diversas, alumbrado público.
—No es él—  exclamó Chicho en el
prosiguió la marcha hacia el mercado.
Ante las puertas del convento los acto.
visitantes llamaron con el viejo puño de —Perdone usted, hermano —se
hierro, puesto allí para que golpearan disculpó el padre Jacques—. Parece que
bien fuerte. Unos pasos se acercaron. estamos equivocados.
—¿Qué desea?—  dijo una voz El fraile se sintió tan incómodo de
menuda desde el otro lado. Y asomó su no poder ser útil a los visitantes, que los
nariz al abrir la puerta. Al ver a los niños, invitó a desayunar; si se habían
el portero exclamó—: ¡ah! ¿ustedes de equivocado de convento, no encontrarían
nuevo? otro muy cerca, y a juzgar por las caras

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de los niños, se notaba que no habían
probado bocado.
 Jamás habían saboreado dulces de pasar a la nave principal de la iglesia. El
membrillo y albaricoque tan exquisitos; el pan grupo de religiosos se detuvo ante un cuadro
era blando y sabía a fruta seca; la leche, fresca imponente, que mostraba una vieja pintura
y tibia, era un néctar inolvidable para los con la imagen de fray Andresito.
niños. ¿Qué importaba no haber encontrado • Era él, sin duda; así lo reconocieron los
al misterioso fray Andrés, si desayunaban muchachos.
cosas tan ricas? —Pero, ¿dónde está? —  quiso saber el
—¿Por qué tenéis tanto interés en ubicar padre Jacques, cada vez más intrigado.
a vuestro fray Andresito? —  dijo uno de los s —En el cielo —fue la respuesta —. Está es
frailes. su tumba.
Los muchachos refirieron la de veces que Imposible de creer, es decir, casi. Los
lo habían encontrado en la calle y cómo los visitantes necesitaron salir de su asombro
fastidiaba entonces. Pero reconocieron que la para enterarse de que fray Andresito había
última vez los había salvado de una situación vivido en el convento de los recoletos
desagradable y terrible, algo de lo que ni franciscanos dedicado a la limosna. En más
siquiera deseaban acordarse; aquello había de una oportunidad
sido casi un milagro. A la voz de milagro, los
frailes del convento pusieron más atención.
—¿Y cómo luce el fray Andresito
milagroso?—insistió con cautela otro de los
religiosos. Mientras más referencias daban los
muchachos del hombre, más se iban
asombrando los recoletos franciscanos,
levantándose de sus asientos, muy atentos,
con los ojos brillantes de gozo y admiración.
—Parece, hermanos —dijo el mayor de
los religiosos —, que nuestro Andresito ha
hecho otro de sus milagros.
Invitaron al padre Jacques y a los niños a
le había salvado la vida a alguien, sin
contar otros tantos "milagritos"
menores. Pero, de eso, hacía ya mucho
tiempo.
Otro de los religiosos se acercó al
grueso muro de la iglesia y abrió una
puertecita, dejando al descubierto una
pequeña celda. De allí sacó un frasquito
transparente, que contenía un líquido
espeso de color púrpura.
—Ésta es su sangre —  dijo,
simplemente. Y continuó —: jamás se ha
coagulado. Siempre se ha mantenido
así, como si estuviera fresca. Y les
aseguro que ha estado aquí ya más de
un siglo. Sí — aseguró, con lágrimas de
emoción —, estamos seguros de que fray
Andresito fue un Santo.
El tiempo había pasado; el padre
 Jacques debía regresar a sus deberes. Se
despidieron agradecidos y prometieron
regresar con todos los vecinos de la
parroquia, apenas pudieran hacerlo.
Al salir del convento, los tres
sabían que nuevas energías los llenaban
de confianza.
La misa de ese día fue algo especial
para el padre Jacques; los niños supieron
cuál era el sentimiento de las almas
grandes, porque en el sermón el padre
 Jacques se refirió al suceso.
La limosna para la olla común de la población tiene ahora un
significado mayor.. Los muchachos salen cada día a cumplir su BIOGRAFÍA FRAY
misión y esperan impacientes un nuevo encuentro con fray ANDRESITO
Andrés.

El 10 de enero de 1800 nació


Andrés en el caserío de Hampuyenta, en
la isla Fuerteventura, una de las diez
que forman las Islas Canarias en España.
Hijo de Gabriel y Agustina, que le
dieron apellidos García y Acosta, fue
bautizado con el nombre de pila Andrés
Antonio María de los Dolores.
Fue pastor desde niño, y dicen que
se crió con leche de cabra. Su primera
escuela fue la naturaleza que lo rodeaba,
y sus tempranas lecciones las recibió de
los campos que transitaba con sus
animales.

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Desde pequeño tuvo una marcada encomendaron labores de la limosna y la
vocación por el sacrificio. Cuentan que portería.
en el campo, mientras las cabras comían El padre Echanagucia se trasladó
pasto, Andrés Antonio María de los luego a Chile e invitó a su amigo Andrés
Dolores arrancaba matas con espinas y se para que lo acompañara.
hincaba sufridamente sobre ellas para En Santiago fue destinado a la
decir sus oraciones. cocina como ayudante. Muy pronto le
Una vez adulto escribió en uno de dieron el encargo de recoger el sustento
sus cuadernos la siguiente reflexión: de los religiosos, volviendo a su antigua
ocupación como limosnero.
Cuando el hombre exterior más padece A veces le iba bien, pero otras,
tanto el hombre interior se fortalece pésimo. En una carnicería, cierta vez, le
echaron los perros; hasta recibió un
Desde muy niño, además, manifestó golpe porque tuvo el intento de regresar
su vocación religiosa. En su caserío natal por la limosna.
de Hampuyenta solía reunir a los niños En poco tiempo fue conocido por
vecinos para ofrecerles el catecismo y los vecinos de las riberas del río
tratar de formaran coro con ellos. Mapocho, por los de Chuchunco,
Providencia y por los del Llano
En el año 1832 Andrés emigra de su
Subercaseaux.
isla Fuerteventura y se dirige a Comenzaron a llamarlo fray
Montevideo, Uruguay, donde residen Andresito cada vez que lo veían con su
unos parientes. Allí se gana el sustento
vendiendo libros religiosos. Entonces
conoció al padre Felipe Echanagucia,
fraile franciscano, que será su director
espiritual, confesor e inseparable amigo.
Andrés quería ser fraile y se le
sencillo atuendo: una simple túnica que Fueron incontables los hechos
le cubría el cuerpo y un cordón milagrosos que realizó en su vida, no
franciscano del cual colgaba un rosario. sólo con las personas que llenas de fe se
Solía llevar también un bastón grueso y lo pedían, sino también con los
tosco, una alcancía de latón y un retrato animajes. Se encontraba un día pidiendo
de Santa Filomena, la patrona a la que limosna en un terreno sembrado cuando
fray Andresito encomendaba su alma. le salieron al paso tres perros
Sencillo en sus modales, humilde y guardianes. El dueño de la chacra pensó
de profunda modestia, de buen humor y horrorizado que los animales lo
melancólica alegría, fray Andresito se morderían gravemente; fray Andresito,
fue ganando el cariño de aquellos que lo siguiendo el ejemplo de San Francisco
conocían. de Asís, los enfrentó diciéndoles:
Cierta vez se encontró con una “sosiego, hermanos, sosiego", y los
mujer sencilla que sostenía un niño en perros no sólo obedecieron sino que
sus brazos. La criatura no se movía y sus además le lamieron las manos y lo
ojitos parecían sin vida. La mujer se rodearon amistosamente.
arrodilló ante fray Andresito y le rogó En otra ocasión enfrentó a un toro
por su hijo. furioso. Fray Andresito se acercó a la
—¡Alabado sea Dios! —le dijo, bestia y le dijo: “¡mansedumbre,
tranquilizándola —. No es nada..., no es hermano, mansedumbre!". Y el animal
nada. Tu hijo vivirá. se quedó muy tranquilo, dando
Fray Andresito estaba contento, muestras de obediencia.
oraba y santiguaba al niño con la mano y Fray Andresito vivió hasta los 53
con el cordón franciscano. El niño años. Por esos días un hombre le suplicó
comenzó a revivir y a moverse, lleno de que le regalara el rústico
salud y energía.

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