Está en la página 1de 253

CRUZADA SECRETA

SHADOW HUNTERS

3
1ª Edición: 2015
Título: Shadow Hunters: cruzada secreta
Autores: Carlos Plaza, Sandra Montoya, Nacho Torres
Ilustración portada, contraportada y maquetación: Desirée Navarro
Editor y correcciones: Simón Blasco
Editorial: Nexo Ediciones
Depósito Legal: Z- 285 - 2015
ISBN: 978 - 84 - 606 - 6144 - 3

Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni incorporada a un sistema informático, ni
está permitida su transmisión en cualquier forma o medio, sea electrónico, mecánico, fotocopia,
grabación u otros medios, sin el permiso previo del editor. Las infracciones se perseguirán
según la ley.

4
PRÓLOGO: ¡UF!
Esa es la palabra que mejor se me ocurre para definir esta novela... ¡uf!
Todo empezó bien, en las partidas de rol por foro de Shadow Hunters, que fue
donde conocí a Sandra y a Nacho. Juntos, junto a otro escritor que al final renunció,
decidimos llevar el juego más allá, realizar una novela que lo acompañara y que, al ser
más fácil de publicar, sirviera de promoción al juego.
Poco a poco fuimos decidiendo como sería: seis capítulos, cada uno dedicado a
una raza del juego que formase parte de un grupo de cazadores, mezclando fantasía
y terror al igual que en el juego. Además, se añadió una interesante idea: poner un
nexo común en los relatos, algo que los uniera al estilo de las películas de Tarantino,
así fue como introdujimos el personaje de Sheryl, que tenía que aparecer en todas las
historias salvo en la primera, que servía como prólogo de todas las demás. Poco a
poco se fue convirtiendo en algo más artístico cada vez, leía el estupendo trabajo de
mis compañeros y me animaba a seguir, a realizar historias más atractivas. De hecho,
cuando el comentado cuarto escritor renunció y me tuve que hacer cargo de su relato
– el de la valquiria – traté de realizar el mejor texto posible, personalmente me siento
muy orgulloso de esa historia en particular.
Sin embargo, lo que al principio empezó como una genial idea fue poco a poco
complicándose, aunque... ¿cuándo no se complican las cosas? Parece que lo fácil no
nos gusta a los seres humanos. Generó tensión, discusiones y muchas cosas hasta que
finalmente, todos nos pusimos de acuerdo y los seis relatos se pudieron llevar a cabo.
A todo esto, había pasado casi un año desde que empezamos el proyecto, pero ya
estaba, las historias estaban terminadas y listas para publicar.
Pero, por supuesto, esa no iba a ser la primera dificultad...
Tuve la suerte de que la desaparecida editorial Masquemodulos publicase Shadow
Hunters en edición física, por lo que la promoción a través de la novela no parecía
tan importante, pero eso no me detuvo de seguir intentándolo, habíamos creado una
buena obra y esta merecía ser leída y difundida. Por ello, me puse manos a la obra

5
para intentar publicarla.
Primero hablé con Masquemódulos, pero estos rechazaron el proyecto debido a
que deseaban especializarse en juegos, no obstante no me detuve, hacía poco que me
había enterado de que un gran amigo mío, Simón Blasco, conductor del podcast Ojo
al dado, iba a abrir una editorial, así que se lo comenté y aceptó el proyecto encanta-
do, por fin parecía que la cosa se iba encauzando, aunque me dijo que esperase a que
sacara un libro suyo, Una vida de juegos. Cuando lo consiguió empezó la cuenta atrás
para Shadow Hunters: cruzada secreta, ya que Nexo ediciones publica a través de este
novedoso método de financiación que tantos frutos y éxitos ha dado: el crowdfunding.
Con todas las dificultades que ello implicaba, ya que una novela es muy difícil de
sacar por ese medio, fueron 40 días de infarto, siempre al borde de la cancelación,
hasta que finalmente el proyecto salió adelante y se cristalizó en el libro que tienes en
tus manos... ¡Uf, uf, uf!

Ya se sabe, “todo esfuerzo tiene su recompensa”, y en este caso la ha tenido, ¿no


crees querido lector?

Y ahora, disfruta del fruto de nuestro esfuerzo, lo hemos hecho para ti.

Buena caza.

Carlos Plaza, diciembre de 2014

6
Relato I
EL MAYOR HONOR
A pesar de su enorme tamaño, la sala resulta austera, casi incluso humilde. En
tiempos, debió contener gran cantidad de abigarrados muebles, y opulentos tapices
debieron colgar de sus pétreos muros, pero ahora, únicamente algunas mesas, reclina-
torios y sillas de aspecto antiguo y solemne ocupan la habitación, lo que provoca que
sus desnudas paredes den al lugar una imagen de frialdad y vacío.
En una de estas sillas de madera estoy sentado yo, solo, con la única compañía de
mi propia respiración. Espero... ¿cuánto tiempo llevo esperando? No lo podría asegu-
rar, allí sumido en una semipenumbra rota únicamente por algunas velas situadas so-
bre lujosos candelabros. Sé lo que va a ocurrir a continuación: voy a recibir un honor,
posiblemente el mayor de mi orden, ya que voy a ser nombrado Senescal. Para eso me
he vestido con la túnica talar blanca, adornada con cruces gamadas rojas, propia de
los Templarios, aunque yo prefería ropas más normales... de hecho, habría preferido
hacer esta ceremonia con un simple traje de corbata, pero a mis superiores les gusta
la solemnidad y la pompa.
Suspiro y de pronto me pregunto cómo he llegado a la situación actual. Desde
luego, mi vida ha sido de todo menos normal. Esbozo una sonrisa, y empiezo a reme-
morar mi infancia...
Me veo a mí mismo a los doce años, corriendo por la granja de mi padre en el
verano del sur de Kentucky. Qué diferente era aquel pilluelo desgarbado e inquieto,
conocido entonces simplemente como Wil (sin la “ll” propia de los que se llaman
William, ya que yo me llamo Wilfred), del hombre reposado y serio que ahora se
sentaba en aquella trona medieval. Había vivido toda mi infancia con mis padres y
mi hermano mayor, Pete, en los días tranquilos de los pueblos pequeños del sur de
Estados Unidos. Mi padre era un campesino que trabajaba de sol a sol, y mi hermano
y yo le ayudábamos cuando volvíamos del colegio. Aunque iba a clase, en aquella
época y en aquel lugar las cosas se aprendían por herencia, si nacías en una familia

7
de granjeros, eras granjero toda tu vida. No obstante, recibí una educación tan buena
como podía esperarse de un pueblo estadounidense de la época, aprendí a leer, escribir
y matemáticas básicas. Para ayudar a mi hermano a llevar la granja cuando mi padre
fuese mayor, era suficiente.
A veces, después de trabajar el campo, nos tumbábamos los tres en el suelo, mi-
rando como el sol se escondía. En ese momento, mi padre nos daba algún consejo,
con la sabiduría de un hombre del sur que había arado la tierra durante toda su vida.
Quizás mi progenitor no sabía mucho de literatura o física, pero desde luego entendía
la vida, y yo siempre recordaba esos consejos con cariño y me dejaba guiar por ellos.
Esa fue la auténtica educación que recibí, mucho más útil que todo lo que me ense-
ñaban en la escuela. Mi padre era un hombre recto y trabajador, temeroso de Dios,
quizás algo simple pero todo un ejemplo para nosotros.
Yo estaba convencido de que, algún día, mi progenitor se jubilaría y seríamos mi
hermano y yo mismo quienes seguiríamos trabajando los campos y cuidaríamos de
nuestros ancianos padres, viviendo con nuestras esposas e hijos en la granja familiar.
Parecía que estábamos predestinados a aquello, y de hecho ese habría sido el curso de
los acontecimientos de no ser por la intervención de Jonah Kenton.
Jonah vivía en la granja de al lado, aunque el término “vivía” era un tanto ambi-
guo en su caso, ya que casi siempre estaba de viaje. Era un hombre de raza negra alto
y fornido, cuyos antepasados se habían alzado en el pasado contra sus amos blancos
y habían reclamado la granja, trabajándola desde entonces como hombres libres. Los
ancianos señores Kenton habían tenido siete hijos. El mayor de ellos luchaba por los
derechos de los afroamericanos en la lejana Nueva York, y ejercía como abogado allí,
mientras que el segundo se casó y se compró una granja cercana a la de su padre. Otro
de los hermanos, que hoy tendría la misma edad que Pete, había perdido la vida debi-
do a una infección provocada por una azada que se clavó en el pie. Los otros tres, que
rondaban mi edad, seguían trabajando el campo y viviendo con sus padres, al igual
que Pete y yo. En cuanto a Jonah, que era el tercero de los hermanos, yendo tras el que
estaba casado, parecía ocupar su vida en viajar de un lado a otro sin ningún objetivo
aparente. Yo sabía que su padre consideraba a Jonah una especie de oveja descarriada,
ya que ni tenía estudios ni trabajaba el campo, pero siempre recibía a su hijo en la
granja familiar y nunca le negaba comida o cobijo. Lo que nadie se explicaba era de
donde sacaba el hombre el dinero para ir de un lado a otro, todos suponían que tenía
algún tipo de negocio en Europa, pero nadie lo sabía a ciencia cierta, ya que el tercer
hijo del señor Kenton mantenía gran parte de su vida fuera de la granja en un absoluto
secreto.
Un día, cuando volvía del colegio, me crucé con Jonah Kenton. Este se me quedó
mirando y me llamó. Supuse que me iba a encargar alguna cosa, y me acerqué ante
la posibilidad del dólar que me solían dar como recompensa por aquellos pequeños
recados.
– Hola, Wil – me dijo – Supongo que sabes quién soy.

8
– Claro. Eres Jonah, mi vecino, el que siempre está viajando.–
Ante este comentario, salido de la inocente alma de un crío de doce años, Jonah
sonrió.
– Es cierto, siempre estoy de viaje. – dijo divertido
– Oye... ¿nunca te han dicho que eres especial?
– Sí, mi madre me lo dice a veces.
Jonah sonrió de nuevo. Tenía una sonrisa franca y sencilla, que inducía a confiar
en él.
– No lo dudo, aunque no me refería a eso. ¿Podríamos seguir hablando en un sitio
algo más privado? En los campos que rodean tu casa, por ejemplo.
– Sí, claro, por qué no – dije tras pensármelo un poco – Sígueme.
Ya entonces, incluso en aquel pequeño pueblo, se habían oído historias acerca de
psicópatas que mataban y troceaban a gente inocente, y mi vivaz mente infantil estaba
enardecida por aquellos relatos. No obstante, conocía a Jonah de toda la vida, así que
no tenía motivos para desconfiar de él. Cuando estuvimos en un lado del camino que
conducía a mi casa, nos sentamos en la hierba y Jonah me miró fijamente antes de
hablar.
– Wil – me dijo – Antes te he dicho que eras especial, pero no te he dicho por qué.
Esto te va a resultar difícil de creer, pero tu alma es... diferente de la de otros seres
humanos.
Abrí los ojos, sorprendido.
– ¿Qué quieres decir? – pregunté.
– Verás... hay algunos humanos, hombres y mujeres, cuya tarea en este mundo es
proteger a aquellos que no pueden protegerse.
– ¿Te refieres a los policías? – pregunté con inocencia.
– No... aunque, ciertamente, son parecidos. La función de estas personas es prote-
ger a la humanidad del mal... de males sobrenaturales.
– ¿Quieres decir cómo demonios? ¿Hablas de los curas?
– Bueno, sí, demonios, entre otras cosas. Pero no, no hablo de curas. Un cura o
un policía eligen serlo, mientras que las personas de las que te hablo nacen así... igual
que tú has nacido blanco y yo negro.
– Comprendo – dije asintiendo con la cabeza y meditando sobre sus palabras – ¿Y
cómo se llaman esos hombres?
– También hay mujeres – replicó Jonah – Se llaman Shadow Hunters... y tú eres
uno de ellos.
– ¿Cómo lo sabes? – ahora sí que mi sorpresa era mayúscula.
– Porque yo también lo soy, y cuando veo a otro puedo notarlo. Con el tiempo, tú
también podrás... si es que me crees, claro.
– Bueno, de momento no me has dado motivos para no creerte, aunque lo que me
cuentas es muy raro. – dije enarcando una ceja.
– ¿Quieres que te enseñe a luchar contra el mal y ser un Shadow Hunter? Si no te

9
digo la verdad, no tienes nada que perder. – de nuevo, los labios de Jonah se curvaron
en una de sus agradables sonrisas.
Me rasqué la cabeza sin entender muy bien lo que se me ofrecía.
– Bueno... me lo tengo que pensar.
– Vale, ningún problema. Pero no le cuentes a nadie lo que hemos hablado, ¿de
acuerdo?.
– Sí, no te preocupes. – afirmé pensativo.
Tras esto, ambos nos levantamos y nos marchamos cada uno por nuestro lado. Yo
no hacía más que darle vueltas a todo lo que mi vecino me había explicado, una me
iba y otra me venía...
Con el tiempo, por supuesto, acepté la oferta de Jonah. Un mes después de la
conversación arriba narrada, el joven de color me estaba entrenando. Me enseñó a
manejar la espada y también a disparar con puntería, me hizo leer libros que no man-
daban en la escuela, me enseñó varios idiomas y también me explicó cosas acerca de
seres a los que la mayoría de la gente ignoraba por completo, criaturas sobrenaturales
que se mantenían ocultas conspirando en secreto para controlar la Tierra, empleando
el término “Lado Sombrío” para referirse a aquellos seres en conjunto, aunque me
dejó claro que cada una perseguía objetivos diferentes. Con el tiempo, he llegado a
usar este término como algo familiar, al igual que todos los Shadow Hunters de la
Tierra, aunque en aquel momento no entendía bien todo lo que Jonah me explicaba,
le escuchaba y me mostraba disciplinado y atento, ya que me daba cuenta de que mi
mentor era mucho más de lo que aparentaba.
Después de tres años de preparación, Jonah volvió a sentarse a hablar conmigo,
aunque en este caso en el viejo sótano de la casa abandonada que habíamos estado
utilizando para entrenar.
– Wil, ha llegado el momento de afrontar tu Revelación.
– ¿Mi qué? ¿Qué es eso?
– Tu primera caza... tu primer caso, si lo prefieres. Es hora de que utilices todo lo
que te he enseñado.
Un escalofrío me recorrió la espalda, a pesar de que sabía que ese momento lle-
garía algún día.
– ¿Qué... tengo que hacer? – Dije tragando saliva.
– Acompañarme. Hay una iglesia de los Guardianes Oscuros... ¿quiénes son los
Guardianes Oscuros? – preguntó con un tono de profesor habitual en él cuando me
estaba enseñado.
– Una secta de adoradores de Caídos. Los Caídos es lo que la gente normal conoce
como demonios o diablos. – recité casi de memoria. Había estudiado para contestar
preguntas así durante tres años.
– Sí, muy bien Wilfred – dijo Jonah con una sonrisa. – Si pasas esta prueba, te
iniciaré en los Templarios, mi orden.
Abrí los ojos de par en par.

10
– Nunca me habías hablado de ellos... bueno, conozco a los Templarios por los
libros de historia.
– Hemos sobrevivido en secreto a lo largo de los siglos, y ahora nos dedicamos a
proteger a la humanidad. La orden está formada exclusivamente por Shadow Hunters
humanos.
– Vaya... pues sería un honor, supongo. ¿Y qué tengo que hacer para pasar la
prueba?.
– Muy fácil. Tienes que sobrevivir. – dijo sonriendo, aunque en aquella ocasión,
su sonrisa me pareció harto siniestra...
Fuimos a aquella iglesia secreta, y luchamos a sangre y fuego, derrotando a los
líderes y desmantelando el templo. La verdad, fue más fácil de lo que yo esperaba en
principio. Tras esto, de nuevo, Jonah se fue de su casa, aunque en esta ocasión me
llevó a mí con él, algo que mis padres no entendieron y mucho menos aceptaron, por
lo que me tuve que inventar que mi mentor era profesor universitario en Europa y me
había conseguido una plaza en un prestigioso colegio de allí. Incluso falsificamos los
documentos que demostraban mi ingreso en la magna institución.
Cuando llegamos al Viejo Continente, fuimos a la sede principal de los Templa-
rios, en París, donde fui ordenado como Hermano Sirviente y recibí una Reliquia, un
antiguo objeto mágico con el que la orden obsequiaba a sus nuevos miembros.
Realmente, no me di cuenta de lo que implicaba ser un Shadow Hunter hasta que
afronté mi tercera caza. Estábamos en una habitación de hotel en Berna, Jonah me
dijo que iba a ser peligroso, y que debía ir por ayuda. Me ordenó que me quedase allí,
cosa que acaté sin rechistar. Mi mentor volvió al rato y me dijo que ya estaban listos,
aunque cuando vi que partíamos él y yo solos no dejé de preguntarme dónde estaba
la “ayuda” que mi maestro había pedido. Fuimos hasta un viejo almacén en el puerto.
Cuando entramos, buscamos algún tipo de entrada secreta, vimos una trampilla en
el suelo y la abrimos, revelando un agujero que desaparecía en las profundidades y
despedía un olor nauseabundo, propio de una porqueriza. Bajamos como pudimos,
asiéndonos con manos y pies a las protuberancias de la roca, en un agonizante y largo
descenso que parecía no tener fin. Una vez abajo, vimos un nido de seres deleznables,
surgidos de las peores pesadillas. Eran ligeramente antropomórficos, aunque en reali-
dad todos parecían una fusión entre un hombre y algún tipo de animal, con unas garras
que podían cortar incluso el acero. Sabía por las enseñanzas de Jonah que aquellos
seres eran liptorectos, y lo peor era que habían sido creados por la mano del hombre...
no obstante, tener conocimiento de la naturaleza de aquellos seres no apartó el miedo
que sentía en ese momento.
Los liptorectos se dirigieron hacia nosotros en manada. Sus mentes eran simples,
pero alimentadas por su natural instinto de supervivencia. Saqué mi escopeta y empe-
cé a disparar, mientras que Jonah grito:
– ¡Ahora!.
De pronto, de la sombra de mi compañero surgió otro ser extraño, casi tan horrible

11
como los letales liptorectos. Su cuerpo era enorme, su piel parecía de piedra, su rostro
era el de un demonio y sus enormes alas de murciélago parecían abarcar medio pasillo
mientras se abalanzaba hacia los monstruos...
Aparto mis recuerdos por un momento, y mi mente vuelve al presente al tiempo
que mis labios se tuercen en una media sonrisa. Recuerdo con cariño a Klordash, la
gárgola suiza a quien conocí justo en aquel momento, y con la que compartí varias
cazas. Seres curiosos, las gárgolas. Nobles de corazón, a pesar de su monstruoso as-
pecto. Protegen a la humanidad, aunque esta ni siquiera sabe de su existencia... claro
que tampoco sabe de la existencia de los Shadow Hunters, lo cual nos conviene. No
obstante, las gárgolas son los maestros entre maestros a la hora de ocultarse del popu-
lacho. Mantienen sus cónclaves y familias en secreto, en lugares ocultos como iglesias
o edificios abandonados, y son muy comunitarios, con un sentido de la lealtad y el
compromiso a la familia que los humanos sólo podemos soñar. Recuerdo con pena la
noticia de la muerte de Klordash, cinco años atrás, luchando contra una Quimera, una
pesadilla hecha carne. Es una lástima, aquella gárgola y yo nos habíamos hecho bue-
nos amigos con los años, en una relación de mutuo respeto y apoyo, y en mi vida he
encontrado a muy pocos seres humanos que igualasen en nobleza a aquel ser a quien
muchos tildarían de monstruoso.
Tras este interludio, mi mente se sumerge de nuevo en los recuerdos, mientras
espero a que me llamen. Mi mentor y yo seguimos cazando y luchando contra el Lado
Sombrío por toda Europa, pero llegó el momento en que tuvimos que separarnos. No
sabría calcular muy bien que edad exacta tenía yo entonces. ¿Cuándo me consideró
Jonah apto para continuar la caza por mí mismo?. Por supuesto, antes de ese momen-
to resolví algunas cazas en solitario, pero en la mayoría de ocasiones estaba bajo la
tutela del templario afroamericano. El desencadenante de nuestra separación fue su
deseo de volver a Kentucky, ya que sentía nostalgia de su vieja granja y de su familia.
Yo no notaba el mismo impulso, aunque no sabría decir por qué. Quizás no estaba
tan arraigado a mi familia como creía, o a lo mejor me encontraba mejor en el viejo
mundo que en el nuevo.
En cualquier caso, cuando separamos nuestros caminos yo debía tener unos die-
ciocho años. A partir de ahí decidí crear un grupo propio de Shadow Hunters, o inte-
grarme en alguno ya formado. No tardé en encontrar a otros que compartían su causa:
Pierre, el misterioso mago francés y Alexei, el druida ruso. Antes de continuar, debo
aclarar que los Templarios prohíben tajantemente utilizar la magia, por lo que yo ni si-
quiera estaba iniciado en su uso. Compartimos cazas a lo largo de toda Europa durante
tres años, y cuando estábamos en Rusia decidimos acercarnos al cónclave druídico de
Alexei ya que, al igual que los Templarios, los druidas eran una orden secreta, una
Sociedad dedicada a la caza de lo sobrenatural y la protección de la humanidad.
Allí fue donde conocí a Xandralia. Se nos unió porque quería aprender más sobre
los humanos y la Tierra. Xandralia era una elfa proveniente de la Zona (la “dimen-
sión”, como la llamarían algunos) de Faerie, el mundo de las hadas. ¡Qué hermosa

12
era!. Su rostro era níveo, brillante como el sol de la mañana. Sus ojos eran verdes y
penetrantes, con unos ligeros brillos azulados según como le daba la luz. Sus orejas
estaban terminadas en punta, que siempre mantenía ocultas debajo de su larga mele-
na castaña con tonos dorados, revelándolos solamente a aquellos con quienes tenía
confianza y que conocían su verdadera naturaleza. Su cuerpo era esbelto, pequeño y
grácil, con la gracia propia de una muchacha de dieciocho años, y olía como el trigo
recién cortado. No sé en qué momento me enamoré de ella, pero juraría que fue nada
más verla. No tardamos en hacernos amantes, mientras seguíamos cazando por toda
Europa con Alexei y Pierre. Sin embargo, el grupo se fue distanciando poco a poco,
básicamente porque el galo también pretendía a Xandralia y esta me hacía más caso a
mí. El punto culminante fue el supuesto, ya que yo no fui testigo de él, intento de vio-
lación de Xandralia por parte del francés. A pesar de que Xandralia era una compañera
druida, Alexei se puso de parte de Pierre, quien siempre negó los hechos. La amistad
que unía a los cuatro evitó que aquel incidente tuviera mayores consecuencias, pero al
final decidimos separarnos, quizás para siempre.
Xandralia y yo seguimos viajando por toda Europa, cazando y amándonos. Tanto
Alexei como Pierre me habían advertido que los elfos eran muy inestables, y que
aquella relación no duraría. Era consciente de que Xandralia se cansaría algún día de
mí, y que aquel amor que nos unía no podía prosperar, pero no me importaba, ya que
era feliz, más de lo que nunca había sido.
Aquellos sin duda eran los recuerdos más felices de mi vida. El amor que había
compartido con Xandralia, a pesar de ser casi imposible, nos había llenado de dicha y
felicidad a los dos. Lo llevamos por toda Europa, y cuando no cazábamos, compartía-
mos románticas cenas y paseos en los lugares más hermosos que se puedan imaginar.
Por supuesto, había muchas cosas que no comprendíamos uno del otro, debido a que
ni siquiera éramos de la misma raza, pero eso no importaba, nos entendíamos y respe-
tábamos. Si sólo hubiera durado un poco más...
Conocimos a Rafael siete años después de separarnos de Alexei y Pierre. Un ser
extraño Rafael. Se unió a nosotros casi tras pedírselo, respetando nuestra intimidad
a ultranza. Con todo, resultaba la criatura más impulsiva y temeraria que nunca he
conocido. Rememorando nuestras experiencias con él, recuerdo una mañana, cuando
Xandralia y yo nos despertamos, desnudos y entrelazados después de hacer el amor
durante toda la noche. Nos abrazamos para darnos los buenos días, y tras esto abordé
el tema de nuestro nuevo y misterioso compañero, preguntando a la elfa por qué se
comportaba así. La lacónica respuesta de mi enamorada me dejó estupefacto:
– Muy fácil... porque es un ángel.
– ¿Un qué? – repliqué con estupor.
– Un ángel. Provienen de la Ciudad de Plata. Nadie puede ir allí, no se puede en-
trar, no sé por qué. Sólo se puede salir. Al contrario que ocurre con Faerie, mi hogar, o
con Jotunheimen, la Zona de la que provienen las gárgolas, una vez sales de la Ciudad
de Plata no puedes volver, por lo que los ángeles de Miguel se exilian voluntariamente

13
para cumplir con su misión.
– ¿Los ángeles... de Miguel?
– Hay seis Arcángeles... bueno, en realidad hay siete, pero uno de ellos, Samael,
fue expulsado del Paraíso. Hoy se le conoce como Lucifer, y creo que poco tengo que
explicarte acerca de él, pues nos hemos encontrado con sus servidores, los Caídos, en
varias ocasiones. El resto siguen en la Ciudad de Plata salvo uno, Azrael, que gobierna
la Tierra de las Sombras, y cada uno tiene legiones de ángeles a su servicio que cum-
plen las tareas encomendadas por sus señores. Miguel es el Arcángel de la justicia, por
lo que sus ángeles son los asignados para convertirse en Shadow Hunters.
Asentí lentamente.
– Entiendo... no sabía si los ángeles existían o no, pero en todo caso pensaba que
no bajaban al mundo de esta manera.
– Pues lo hacen, Wilfred, pero afortunadamente están de nuestra parte. Ya habrás
notado que son un tanto... extremistas, por decirlo de alguna forma, pero leales.
Los tres colaboramos durante varios años. Impulsivo y agresivo, teníamos que pa-
rar los pasos del ángel en multitud de ocasiones. A pesar de ello, Rafael era un fuerte
luchador, y su coraje y valentía no parecían tener límites.
Los tres estuvimos cazando juntos durante unos cinco años. Tras este tiempo, el
ángel decidió separarse de nosotros. Nunca nos explicó por qué, pero yo diría que
fue porque los ángeles son criaturas impulsivas, que viven para el momento. En todo
caso, tras su marcha, Xandralia y yo decidimos no aceptar más miembros y continuar
cazando en solitario, ya que ambos éramos ya experimentados Shadow Hunters y
podíamos enfrentarnos a cualquier amenaza. Esta situación se prolongó durante doce
años más. Sin embargo, un día me desperté y encontré a mi amada sentada en una
silla, vestida y mirándome fijamente. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, sabía lo que
aquello significaba. Suspiré y me senté en la cama, mirándola a mi vez.
– Wilfred... – dijo ella con un hilo de voz.
– Lo sé, Xandralia. Sé cómo sois los elfos, y también sabía que este momento
llegaría. – traté de decir esto con el tono más neutro posible, intentando enmascarar
al máximo mis emociones, aunque era consciente de lo que se avecinaba y de que mi
compostura se iba a romper tarde o temprano.
– Vaya, lo aceptas bien. Me alegro... – la boca de mi amada se torció en una son-
risa.
– Lo acepto porque es parte de tu naturaleza... lo cual no quiere decir que me
resulte fácil.
– Ya, pero es que... bueno...
– Te has cansado.
– Sí. No. Es decir...
– Si no estás segura, quédate.
– Wilfred... no hagas esto más difícil...
– Lo siento, pero yo querría que te quedases. Acepto tu marcha, pero no me pidas

14
que lo entienda. – dije duramente – Sé que los elfos sois errantes por naturaleza, y
que pensáis primariamente en vuestra diversión, pero comprende que los humanos no
somos así... bueno, no todos, al menos. Ya sabes que nuestro carácter es más... estable,
por decirlo de alguna forma, que el vuestro, y por mucho que me esfuerce no puedo
ver las cosas desde tu perspectiva.
– ¿Por qué complicas tanto las cosas?
– No creo que sea yo quien las complique. – de nuevo, mantenía mi postura dura,
intentando no dejarme embargar por la emoción.
– Vas a hacer que me sienta culpable... – la mirada de Xandralia bajó por primera
vez desde que empezamos la conversación.
– Sé que eso no ocurrirá, cielo. Tienes muchas virtudes, pero el análisis de tus
actos no es una de ellas. Eres un ser increíble, Xandralia, pero no puedes sentir culpa-
bilidad... los elfos no podéis.
– ¿Entonces crees que te olvidaré?
– No lo sé, pero sí sé que cuando salgas por esa puerta – señalé con la cabeza la
puerta – , no sentirás lo mismo que sentiré yo.
– ¿Y qué sentirás?
Suspiré de nuevo.
– Que me han quitado un trozo de mí, Xandralia. Que han roto mi vida en mil
pedazos.
– Wilfred, no digas eso...
– Es la verdad, Xandralia, pero no te voy a pedir que lo comprendas.
– Tienes razón, no lo comprendo, como hay muchas actitudes humanas que no
entiendo.
– Exacto. Por eso, vete. No te preocupes por lo que dejas atrás... sé que no lo ha-
rás. Eso sí – en ese momento, mi máscara de frialdad y dureza cayó, mi voz se quebró
y las lágrimas empezaron a asomar en mis ojos – no me olvides nunca, por favor...
Xandralia se levantó y me abrazó. Aunque su expresión cambió, no asomaban
lágrimas a su cara, pero eso no era raro en un elfo.
– No puedo, Wilfred – dijo en un susurro – No puedo olvidarte, siempre te recor-
daré.
Nuestros labios se fundieron por última vez.
Tras esto, mi amada elfa se levantó y cruzó la puerta. La observé marcharse,
como sumido en una extraña somnolencia. Me quedé observando la puerta durante un
tiempo indefinido. No podía pensar. No sabía que sentir. Finalmente, derrotado por
la pena, salí de mi estupor y me puse a llorar como nunca en mi vida había llorado.

Pasé las siguientes dos semanas planeando detenidamente que hacer. No iba a
volver a las cazas de momento, no sería lo mismo sin Xandralia. Además, ya pasaba
de los cuarenta y quería cumplir con mis... “deberes como hombre”, por decirlo de
alguna forma. Medí mis siguientes acciones con suma meticulosidad. Para empezar,

15
retornar a América, ya que sentía el impulso de volver a ver a mi familia, con quien
hacía casi treinta años que no tenía contacto. Y por otro lado, tenía algún plan más,
así que lo primero que hice fue ponerme en contacto con los Templarios y pedirles
un descanso en mi vida de caza continua para arreglar algunos asuntos personales, el
cual me concedieron sin ningún problema. Así pues, podía hacer un pequeño alto en
el camino.
Había viajado muchas veces, pero aquel viaje era especialmente importante en mi
vida. Volvía a casa, aunque ya ni sabía si llamarla así. Me preguntaba cómo habría
cambiado la vida de mi familia en todos estos años, y mientras permanecía sentado en
el avión repasaba una y otra vez mi plan. Finalmente, aterrizamos y tras un viaje en
autobús, me volví a encontrar de nuevo en las tierras de Kentucky que me habían visto
nacer. Enfilé el camino que conducía a la granja de mi padre. Todo era exactamente
igual a como lo recordaba, como si el tiempo se hubiera detenido en aquella tranquila
campiña. Y, al final del camino, la casa, que se recortaba contra el cielo del atardecer
y también seguía tal como la recordaba, al menos por fuera.
Me empecé a acercar, pero una fina voz a mi espalda me detuvo.
– Hola.
Me di la vuelta para ver a una niña de unos ocho años o así. Su pelo era castaño,
al igual que sus ojos. Llevaba un mono tejano y una camiseta roja.
– Hola, pequeña. ¿Quién eres?
– Soy Becky. ¿Y tú?
– Yo soy Wilfred.
La niña sonrió, se acercó a mí y extendió su mano. La estreché devolviéndole la
sonrisa.
– Encantado, Wilfred.
– Igualmente, Becky.
– ¿Qué haces aquí? – preguntó con la curiosidad propia de su edad.
– Pues...
Una voz a mi izquierda despejó todas las dudas.
– Está volviendo a su casa, Becky.
Tanto la niña como yo nos dimos la vuelta para ver a un hombre de casi cincuenta
años, vestido con una camisa de franela y unos tejanos. Reconocí sus ojos al instante.
– ¡Peter! – dije sonriendo.
– Te conoce, papá. – dijo Becky.
Peter miró a su hija.
– Claro que me conoce, Becky. Es tu tío Wilfred, mi hermano.
La niña me miró y sonrió. Peter se acercó. Extendí la mano.
– Hola, Peter. – dije con una sonrisa.
Él se quedó mirando mi mano y meditando durante algunos segundos. Finalmen-
te, la estrechó.
– Bienvenido, Wilfred. Ha pasado mucho tiempo. Pensaba que no iba a verte

16
nunca más.
– Pues he vuelto, Peter. No sé cuánto tiempo me quedaré, pero he vuelto.
– Así que tienes pensado marcharte.
– Quizás, no lo sé. Pero si me voy, será dentro de un tiempo. Por ahora, me quedo.
– Bien – dijo Peter asintiendo, más fríamente de lo que esperaba, aunque quizás
debí habérmelo imaginado. – Vamos dentro.
Mi hermano abrió el paso con Becky y yo detrás de él. Entramos en la casa. El
interior estaba más o menos como lo recordaba, con algunos pequeños cambios en
los adornos y las cortinas. Había una mujer mayor, de unos ochenta años aproxima-
damente, sentada en una silla. Al igual que a Peter, también la reconocí al instante.
– Hola, mamá. – le dije casi en un susurro. Cuando era pequeño le gustaba que
le dijese cosas al oído. Nuestros secretos, lo llamábamos, aunque en realidad eran
tonterías infantiles.
Los ojos de mi madre, azules y penetrantes, subieron para encontrarse con los
míos. Al principio, no parecía reconocerme, pero tras un momento de reflexión su
expresión cambió.
– ¡Wilfred!. Hola, cariño.
Intentó levantarse para besarme, pero le costaba un gran esfuerzo. Al observar
esto, puse la mejilla a la altura de sus labios y sentí el suave beso de mi madre. Cuando
levanté la cabeza, vi un joven de unos veintitantos aparecer por una de las puertas. Era
alto y muy delgado, con el pelo largo y moreno. Parecía un espantapájaros, aunque
como contraste sus ojos eran vivarachos y brillantes.
– Wil – dijo Peter – Acércate, quiero presentarte a alguien. Este es tu tío Wilfred,
llevas tu nombre en su honor.
– Hola, tío. – el joven se acercó y me ofreció su mano. A pesar del gesto, me mi-
raba con un aire de desconfianza y un cierto resentimiento. Me pregunté qué le habría
contado mi hermano acerca de mí.
– Hola, Wil – le devolví el apretón acompañándolo con un gesto de la cabeza.
Me di la vuelta hacia mi hermano.
– Bueno... ¿y papá?
Peter bajó la mirada, tras esto, volvió a subirla y su expresión derivó definitiva-
mente hacia el odio más puro.
– Papá murió hace cuatro años, Wilfred. Intenté contactar contigo, intenté escri-
birte, pero no tenía noticias tuyas... no hemos tenido noticias tuyas en más de veinti-
cinco años, Wilfred, y papá murió mientras tú te divertías por Europa. ¿Cómo pudiste?
¿Por qué? ¿Se puede saber qué había fuera que no tuvieras aquí? ¡Maldita sea! Si no
fuera...
– ¡Peter, basta!
La persona que había dicho esto salió de la puerta de la cocina. Era una mujer
morena y delgada, con los mismos ojos que Wil. Vestía de forma sencilla.
– Hola, Wilfred. Soy Mary, la esposa de Peter. Bienvenido.

17
Se acercó a mí y me dio un abrazo.
– Mary... – dijo Peter.
– Nunca he conocido a mi cuñado, Peter. – dijo ella enfrentándose a su marido – Y
no quiero empezar conociéndole en medio de una disputa.
Peter se calló ante este comentario. Mary me cayó bien desde el principio.
– Y ahora, voy a hacer la cena. Y vamos a cenar en familia. No quiero oír nada
más. Wilfred, ven a la cocina, quiero que me cuentes tu vida, y me hables de cómo era
mi marido en su infancia.

La cena fue tranquila, más de lo que yo esperaba. No fue especialmente amistosa,


aunque tampoco hubo ninguna subida de tono, y Peter parecía haberse tranquilizado,
aunque su hijo seguía lanzándome miradas de desconfianza. Decidí callarme y no
ponerlo en evidencia para no romper la armonía que Mary había logrado. De todas
formas, la conversación en la cocina con ella me había sido muy útil. Ahora sabía
dónde ir para cumplir con mis objetivos. Tenía tiempo, y también medios, así que
empecé a allanar el camino.
Poco a poco, me hice habitual de los bares de la zona. Tenía muy claro lo que bus-
caba. Empecé a frecuentar la compañía de varias chicas del pueblo, que fuesen algo
mayores, más o menos de mi edad, pero solteras y sin hijos, algo muy mal visto en
aquella época en los pueblos del sur de Estados Unidos. No tardé en conocer a Susan.
Tenía el cabello rojo como el fuego y los ojos marrones. Su piel era clara y pecosa.
Una típica chica de pueblo, sin más. Empecé a cortejarla despacio, sin prisas, ya que
no había razones para apresurarse, podía permitirme tomarme las cosas con calma.
Fui descubriendo cada vez más cosas de Susan. Una chica sencilla, sin pretensio-
nes ni miras, solamente casarse, tener uno o dos críos y vivir en familia, cosas que yo
le podía proporcionar. Aparte del hecho de no ser una Shadow Hunter, no se parecía
en nada a mi amada Xandralia... perfecta para mis planes.
Nunca olvidaré cuando se lo dije. Fue después de cenar, en su casa. Empezamos a
abrazarnos y besarnos, pero antes de desnudarnos para hacer el amor, corté el momen-
to y le miré a la cara, lo cual provocó en ella una sorpresa mayúscula.
– Susan, tenemos que hablar.
– Emm... claro, Wilfred. Dime…
– Tú quieres casarte conmigo y tener hijos, ¿verdad?.
– Sí, claro, pensaba que ya habíamos hablado de eso...
– Tendremos un hijo, Susan.
Su mirada bajó.
– Bueno... claro, Wilfred, los que quieras... – dijo en un susurro.
– Espera, no he terminado. Cuando tengamos al niño, me marcharé y no volveré
nunca más.
De pronto, se quedó en silencio, y su expresión cambió. Era como si yo le hubiera
golpeado físicamente. Levantó la mirada y la fijó en mí.

18
– Estás bromeando. – dijo sin estar muy segura de sus palabras.
– No – suspiré. – Lo tengo planeado desde hace tiempo. Quiero tener un hijo, pero
no puedo quedarme a verle crecer. Te aseguro que no te faltará de nada para criarlo,
Susan. Puedes vivir con mi familia, en la granja. Y yo te enviaré dinero cada mes, no
te preocupes. No os faltará de nada ni a ti, ni al niño.
– ¡A mí me faltará un marido, y al niño un padre!. – dijo ella enfurecida. Supuse
que, en ese momento, debían pasarle mil cosas por la cabeza. Yo, como siempre,
continuaba con mi tono impasible, el mismo que adquirí cuando hablé por última vez
con Xandralia.
– Busca a otro hombre, Susan. Lo encontrarás, seguro. Nuestro hijo tendrá un
padre que lo cuide. Y si no, lo puede criar mi hermano, Peter. Él es un buen padre.
– Wilfred... no puedo creer lo que estoy oyendo...
– Si te lo digo ahora es porque no quiero engañarte. Si deseas dejarlo, lo compren-
deré. Lo siento, pero no puedo ofrecerte más.
– No puedo creerte Wilfred.
– Te aseguro que lo que te digo es verdad. Por eso te lo cuento.
– ¿Y qué es más importante que criar a tu hijo?.
– Es complicado de explicar. Y es mejor para ti que no lo sepas.
– Inténtalo, al menos.
– Digamos que mi trabajo es demasiado primordial para dejarlo. Lo puedo dejar
un tiempo, pero ya empieza a ser hora de que vuelva a él.
– Wilfred...
– Mira, voy a marcharme ahora. – dije de forma tajante – Piénsalo. Si no quieres
seguir con la relación, no me sorprenderé ni me enfadaré. Si, en cambio, deseas ayu-
darme... bueno, seguiremos adelante. Tú tienes la palabra final.
Me levanté del sofá y me dirigí hacia la puerta.
– Buenas noches, Susan.
– Buenas noches, Wilfred – dijo ella, ausente y pensativa.
Pasaron varios días en los que no vi a Susan. Fueron jornadas tranquilas, cáli-
das, típicamente sureñas. Volví a mi infancia, ayudando a mi hermano en el campo
y haciéndole las compras a mi cuñada. Tras unos nueve días desde nuestra última
conversación, mi novia llamó.
– Hola, Wilfred.
– Hola, Susan.
– No sé por dónde empezar...
– Mejor no te andes con muchos rodeos, Susan. Sea lo que sea que vayas a decir,
es mejor que lo digas rápido. – dije con seguridad en mi voz, tratando así de darle
ánimos.
– Me lo he pensado, y acepto tu propuesta. – Asentí cuando escuché aquello, aun-
que sabía de sobras que no podía verme.
– Bien, Susan. No voy a decirte que esa sea la mejor decisión ni la que más te con-

19
viene porque eso es algo que atañe a tu conciencia. Bueno, ¿cuándo quieres casarte?.
– ¿Tan rápido? Yo...
– Podemos esperar el tiempo que haga falta, Susan. Es más, por mí ni tan siquiera
nos casaríamos, no lo veo un paso necesario para tener un niño y la vida me ha ense-
ñado que el matrimonio es un... bueno, digamos que un paso innecesario. Pero sé que
tú lo deseas y quiero hacerte feliz en la medida que pueda.
– No se me ocurre qué decir... – Estaba claro en su voz que dudaba.
– Susan, escúchame. Te habrás dado cuenta estos días de que no te amo, al menos
no como tú creías, pero ni mucho menos te deseo ningún mal. Agradezco que hayas
aceptado mi propuesta, y por ello te ayudaré tanto como pueda. Así pues, tómate el
tiempo que necesit...
Ella me interrumpió.
– No quiero esperar, Wil. Hagámoslo cuanto antes.
– Perfecto, Susan, me parece bien. Iré a pedir día y hora en la iglesia entonces.
La boda fue bien, la verdad. Pequeña, íntima y divertida. Recuerdo que, al salir
de la iglesia, sentí una ligera brisa en la mejilla que me resultó muy familiar, pero no
llegué a confirmar si mi presentimiento era cierto. El convite posterior fue en nuestra
granja, al aire libre, y hubo un momento en que varios hombres nos quedamos char-
lando en un rincón, algo típico de las bodas del sur. Poco a poco, nos fueron dejando
solos hasta que sólo nos quedamos mi hermano y yo. Entonces, llegó una conversa-
ción que yo había estado temiendo desde que empecé con mi plan, pero que más tarde
o más temprano se tenía que producir. Peter la abordó sin contemplaciones, en aquello
nos parecíamos, nunca le dábamos muchos rodeos a las cosas.
– Eres un bastardo, Wil.
– No veo por qué dices eso, hermano.
– Oh, vamos, no me vengas con eso ahora. Has manipulado a esa pobre chica para
que sirva a tus fines, sean los que sean.
– No la he manipulado – dije negando con la cabeza. – Le he contado mis planes
antes de casarme con ella, por lo que sabía perfectamente donde se metía.
– Y te volverás a ir, ¿verdad?
– En cuanto nazca el niño, y me asegure de que está sano.
– Muy mal padre eres si piensas así. Deberías quedarte a criarle. Deberías hacerlo
por él.
– Por él me marcho, Peter.
– ¿Qué? ¡Esta sí que es buena! – el tono de mi hermano se enervaba cada vez más,
se notaba que estaba enfadándose poco a poco a medida que hablábamos.
– No espero que lo entiendas, Peter. – repliqué con mi habitual tono calmado, que
contrastaba vivamente con su encendida voz.
– Tienes razón, no lo entiendo. ¿Qué puede ser más importante?
– Más cosas de las que crees... si me voy, es porque no quiero que mi hijo viva
amenazado.

20
– ¿Por qué va a vivir amenazado?
– Por cosas que no puedes entender, hermano.
– Hablas en términos que no entiendo, y mucho menos me gustan, Wil.
– Lo sé... lo siento, pero es así. Mira, Peter, sé que no me tienes cariño... es más,
creo que me odias por alejarme de vosotros, y quizás tengas razón, quizás no debería
haber descuidado tanto mi familia en favor de mis... otras ocupaciones. Sé también
que has alimentado la llama de ese odio en tu hijo, lo noto cada vez que me mira. No
me importa, Peter, las cosas son así y yo no tengo poder para cambiarlas. Sólo pido
que no tratéis de juzgar mis actos.
– Eso es imposible, hermano.
– No, no lo es. No os puedo explicar por qué me voy, pero es necesario que me
vaya. Es necesario que vuelva a Europa, hermano, aunque no te puedo explicar por
qué.
– No me gusta tu forma de hablar, Wil, y me parece que te has vuelto implacable.
– Siempre he sido algo implacable y lo sabes, Peter, incluso de niño lo era. A lo
mejor me he vuelto más con el tiempo, no lo sé. Y sí, tengo un objetivo y lo voy a
cumplir a toda costa. Quizás te suene egoísta, pero es así.
– Así que eres implacable. No te arrepientes de nada, ¿verdad?
Bajé la mirada.
– Sólo de no estar aquí cuando papá murió...
De pronto, la expresión de mi hermano cambió. Estaba claro que no se esperaba
aquella respuesta. Sin saber qué decir, se alejó de mí, dejándome sumido en mis pen-
samientos.

Pasó menos de un mes antes de que Susan tuviera su primera falta, tras lo cual el
médico del pueblo nos confirmó que, en efecto, íbamos a tener un niño. Los siguientes
meses los pasamos organizando el traslado de mi esposa a la granja familiar, donde
había espacio de sobras y viviría mucho mejor que en la casa que tenía en el pueblo,
la cual decidimos vender. Prácticamente cada semana, Susan o Peter sacaban el tema
de mi próxima marcha, así que tuvimos más de una acalorada discusión. Por su parte,
Wil, mi sobrino, no soltaba prenda. Solamente Mary parecía aceptar mis decisiones
sin rechistar. Más de una vez me he preguntado si sabría algo de los Shadow Hun-
ters, o al menos tenía una noción de nuestra existencia, pero jamás he obtenido una
respuesta clara...
En todo caso, pasaron los nueve meses y mi hijo nació por fin. Secretamente,
había albergado la esperanza de que el niño hubiera heredado mi capacidad como
Shadow Hunter y pudiera venir un día a por él y llevármelo para instruirle, pero nada
más lejos de la realidad. En cuanto le vi, supe que no era uno de los nuestros, ya que
cuando los Shadow Hunters descubrimos nuestra verdadera naturaleza, se despierta
en nosotros un instinto que nos permite reconocer a nuestros semejantes, conocido
como “el Ojo del Cazador”. De nuevo, surgió una discusión con Peter cuando anun-

21
cié que iba a llamar a mi hijo Víctor, como mi padre, y estuvimos varios días sin
hablarnos, aunque finalmente dio su brazo a torcer. Así pues, los meses siguientes los
pasé preparando los papeles de mi divorcio y planeando mi nuevo y definitivo viaje a
Europa, ya que no pensaba volver a América. Unos días antes de partir, informé a los
Templarios de que iba a volver a estar en activo, y me dijeron que viajase a París para
una misión de largo tiempo.
Finalmente, llegó el día. Solamente vinieron a despedirme Mary, Becky y Susan,
que llevaba al pequeño Víctor en brazos. Lágrimas y tristes despedidas, aunque yo
traté de no llorar, al menos delante de ellas. Sin embargo, en el asiento del avión no
pude evitar derramar algunas lágrimas...
Aterricé en París, y me dirigí a la dirección que me habían dado los Templarios.
Un apartamento pequeño cerca del Sena, no demasiado grande ni lujoso pero más que
suficiente para mí. La única orden inmediata que me habían dado era esperar y llevar
una vida normal, así que eso fue lo que hice.
No tuve que esperar mucho. Tras tres días disfrutando del ambiente parisino, lla-
mó a mi puerta una mujer. La reconocí inmediatamente como Shadow Hunter, por lo
que la dejé entrar en mi piso. Se presentó como Erica, y dijo pertenecer a la raza de las
Valquirias y a una Sociedad llamada Guardianas de Yggdrasil, Sociedad que, como
los Templarios, aglutinaba varios (o, mejor dicho, varias) Shadow Hunters con un
fin común, en este caso proteger los Portales que conducen a las distintas Zonas, las
cuales son mundos aparte del nuestro, lo que en lenguaje coloquial se conoce como
“dimensiones”. Tres de estas Zonas, las Zonas Elementales del aire, fuego y tierra,
se dedican a luchar contra la cuarta Zona Elemental, la del hielo, que está gobernada
por un ser de extraordinario poder llamado Ragnarok, el cual aparece en las leyendas
escandinavas. Al parecer, uno de los Portales que conducen a Niflheim, la mencionada
Zona Elemental del hielo, se había desbordado y los Orgelmir, elementales del hielo
servidores de Ragnarok (al igual que los Elfos son elementales del aire, las Gárgolas
de la tierra y las Valquirias del fuego), campaban a sus anchas por la ciudad. Las
Guardianas de Yggdrasil se habían aliado con los Templarios para detener esta nueva
amenaza masiva, y mi Sociedad había decidido enviarme a mí para servir de enlace
entre ambos grupos y coordinar acciones conjuntas. Erica cumplía mi mismo papel en
su respectiva Sociedad, por lo que sería mi colaboradora habitual.
Los siguientes cinco años fueron duros y peligrosos, y hubo momentos en los que
pensé que jamás lograríamos nuestro empeño. Desmantelamos las acciones de los
Orgelmir por todo París. La mayoría de las veces eran acciones encubiertas, y otras
verdaderas batallas campales... de hecho, la vez en la que más Shadow Hunters he
visto fue en una de dichas batallas, donde un gran número de Templarios y Guardia-
nas desmantelamos el templo principal de la secta de adoradores de Ragnarok que se
había creado alrededor de las acciones de los pérfidos elementales del hielo.
Finalmente, todo acabó. Aún recuerdo el día en que una Erica ensangrentada,
jadeante y polvorienta enarboló la cabeza del líder de los Orgelmir, cercenada por

22
su hacha, en medio del almacén donde los últimos restos de la invasión se habían
ocultado. Fue entonces cuando todos los adoradores humanos se rindieron. Aquel
momento fue muy especial para mí por varias razones, ya que me di cuenta de que
muchas cosas en mi vida habían terminado: mi condición de enlace entre Sociedades,
mi vida tal como la conocía hasta entonces... una nueva vuelta de tuerca en mi desti-
no, como tantas otras antes. Ya lo había asumido, y estaba esperando a que me dieran
una nueva misión. Mientras, estuve divirtiéndome durante un tiempo en la ciudad de
la luz, llevando una vida de dandy cincuentón cuyo único objetivo era disfrutar de la
vida, el vino y las mujeres. Tras estas pequeñas vacaciones de mi vida normal, recibí
un nuevo encargo, tal vez mi última misión como Shadow Hunter activo, por lo que
acepté sin dudarlo.
Se trataba de instruir a dos jóvenes Shadow Hunters. Lo que más me sorprendió
fue que uno de ellos no era humano ni Templario, pero al parecer se habían hecho
amigos y pretendían ser un grupo de caza permanente, por lo que mi Sociedad había
consentido en que yo entrenase a los dos. Me reuní con Bruce en Manchester, y asistí
a su ceremonia de iniciación en los Templarios, lo cual me retrotrajo a mi propia ini-
ciación. Había asistido a varias ceremonias desde entonces, tanto para mis ascensos
como para los de otros compañeros, pero una iniciación siempre tenía algo especial,
ya que era el primer paso a una vida de cazador.
Tras la ceremonia, me presentaron a Bruce y le explicaron que yo iba a ser su
maestro. Salimos de la enorme sala, y el joven me presentó a Helen, su compañera de
caza, una joven silenciosa y de aspecto siniestro de quien mis superiores me habían
dicho que pertenecía a la raza de los Oscuros. Me llevé a ambos a mi nueva casa en
Manchester y empecé con las clases...
Tras varios meses de lecciones, finalmente decidí que afrontasen su primera caza.
En este tiempo, había llegado a conocer bien a Bruce, pero apenas a Helen, pues era
esquiva y silenciosa, se encerraba en su habitación y a veces tenía unas reacciones to-
talmente fuera de lugar y muy agresivas. Yo sabía que los Oscuros eran muy callados
y encerrados en sí mismos, pero aquello era exagerado, y cuando intentaba hablar con
ella, se cerraba en banda. Se lo había comentado a Bruce, pero él no sabía a ciencia
cierta lo que le pasaba. Un día, un domingo tranquilo, decidí sentarme delante de la
joven y mirarla fijamente. Ella esquivaba mi mirada, pero finalmente sus ojos se cru-
zaron con los míos y los sostuve sin ningún esfuerzo.
– Helen, tenemos que hablar. – dije con mi habitual tono tajante, implacable,
como había definido una vez mi hermano Peter.
El silencio fue su única respuesta. Yo no me detuve y puse las cartas sobre la mesa.
– Mira, no sé qué es lo que te turba, pero lo que sí sé es que tu comportamiento es
extraño... demasiado. Y quiero saber por qué.
De nuevo, un turbador silencio.
– Dímelo, Helen. – dije en tono de exigencia.
Silencio.

23
– Muy bien, recoge tus cosas y márchate de aquí.
Ella abrió los ojos de par en par.
– Pero... le encargaron entrenarme...
– Te equivocas. Yo tengo que entrenar a Bruce, tú solamente eres un añadido.
Esto último la desconcertó, tal como yo esperaba, ya que a pesar de ser una Oscura
era una adolescente al fin y al cabo. Decidí continuar.
– Si no me dices nada, deduzco que no estás cómoda conmigo ni con el grupo, así
que mejor vete a buscar otro maestro. Conmigo no tienes nada que hacer.
– Yo estoy bien aquí...
– Pues demuéstralo.
Se quedó pensativa unos instantes, finalmente suspiró.
– Qué sabe de nuestra raza?
– Sé que sois poderosos magos, y también que sois cerrados de carácter por na-
turaleza.
– Lo de “poderosos magos” se queda corto. Al contrario que otras razas, que
manipulan la energía mágica que flota en el ambiente, nosotros la absorbemos y reci-
clamos. Esto es lo que distingue nuestra magia de la de los demás.
– Entiendo. – dije afirmando con la cabeza.
– Bien... mi padre siempre me ha tenido mucho cariño... demasiado, diría yo.
Entonces, lo comprendí...
– A los doce años, me cansé. – prosiguió – Un día, cuando mi madre se fue de
compras, vino mi padre a mi habitación, como siempre, y también como siempre se
sentó a mi lado en la cama, y empezó a acariciarme... en ese momento, algo se rompió
en mi interior...
Su expresión cambió. No habría sido un cambio muy grande en otra persona, casi
imperceptible, pero sí en alguien que no mostraba sus sentimientos así como así. No
obstante, su tono no se elevó en ningún momento.
– Cerré los ojos, y sentí como absorbía una gran cantidad de energía... yo no sabía
entonces qué estaba haciendo, aunque hoy día conozco la sensación perfectamente...
cuando los volví a abrir, recuerdo un olor a carne quemada... y a mi padre en el suelo
con un enorme agujero en su pecho... salí corriendo sin saber qué hacer... lo único que
se me ocurrió fue ir a casa de Bruce... es mi mejor amigo desde que éramos pequeños,
y sabía que él me ayudaría.
Vi como sus ojos se humedecían, aunque no corría ninguna lágrima por sus me-
jillas.
– No le conté nada... no sabía que decirle, a pesar que él me insistió... estábamos
sentados en el sofá cuando llamaron a la puerta. Bruce se levantó a abrir y me dijo que
me calmase, temiendo que fueran sus padres. Pero no eran ellos. Eran dos hombres
vestidos de negro, que me revelaron la verdad: que no soy humana, y que ocupé este
cuerpo porque el alma con el que nació se fue nada más nacer... así nos formamos los
Oscuros, sabe. Somos energía, y ocupamos los cuerpos de niños muertos al nacer. No

24
podemos ascender al Paraíso o bajar al Infierno cuando nuestros cuerpos mueren, nos
quedamos aquí, flotando, esperando a que un nuevo cuerpo se desocupe al nacer y
podamos volver a reencarnarnos. Me revelaron todo esto, y también me dijeron que
formaban parte de una Sociedad llamada Jainistas.
Yo había oído hablar de los Jainistas durante mis años de Shadow Hunter activo.
Era una Sociedad formada íntegramente por Oscuros, que se apoyaban mutuamente
en secreto.
– Me ofrecieron unirme a ellos, pero rechacé su invitación. La vida que me ofre-
cían no era para mí. Aun así, me aconsejaron lugares a los que podía ir, y gente a la que
podía pedir que me enseñara. Fui aprendiendo un poco de magia de aquí y de allá...
entre otras cosas, aprendí a controlar mis rayos para no lanzarlos cuando me pusiera
nerviosa... lo que me había ocurrido cuando mi padre...
– Está bien, Helen. No hace falta que continúes... es horrible lo que te ha pasado,
ahora entiendo tu actitud. Sin embargo, debes tener en cuenta que no todos los huma-
nos somos así, y que tus vivencias forman parte de tu pasado. Ahora eres una Shadow
Hunter, tal y como te revelaron los Jainistas que te visitaron. Debes asumir tu nueva
condición, desvincularte de tu pasado y mirar hacia el mañana.
Ella asintió con la cabeza y no añadió nada más, y yo sabía que esas palabras eran
todo lo que podría sacarle, pero se quedó pensando en lo que le había dicho.
Pasaron cuatro años más hasta que consideré que ambos estaban preparados para
llevar cazas en solitario. Informé a los templarios de ello, y tras deliberar un poco
consideraron que ya era algo mayor para emprender cazas activas. Me encargué de la
planificación y coordinación de varios equipos desde mi castillo en Escocia, cuna de
mi retiro y lugar donde resido actualmente. Un día, recibí una carta diciéndome que,
en conmemoración a mis años de servicio, se me iba a nombrar Senescal...
Y aquí estamos.
Oigo los enormes goznes de la puerta tras de mí. Entra luz del pasillo, más fuerte
que la de la sala en la que me encuentro pero tenue a pesar de todo. Veo una silueta
que se recorta a contraluz, fina y delicada, una mujer que entra en la estancia en la
que me encuentro...
– Hola, Wil.
Reconocería esa voz entre una multitud, pero... no puede ser... Me doy la vuelta y
constato con la vista lo que mi oído ya ha captado.
– ¡Xandralia!. Pero... cómo... – digo con dudas en mi voz, es difícil sorprenderme,
pero lo cierto es que ahora lo estoy.
Allí esta, delante de mí. La única mujer a la que me he permitido amar, tan joven
y hermosa como yo la recuerdo. Es la virtud de los Elfos, nunca envejecen.
– ¿Cómo estoy aquí?. Los Templarios contactaron conmigo y me pidieron que
viniera.
– Entiendo...
– Supongo que es su forma de agradecerte tus años de servicio, Wil.

25
Se acerca hacia mí. Trato de no ver en ella a la misma chica a la que amé. Sus
pasos... su forma de moverse... su voz... Llega a mi altura, después de un momento
que parece eterno, y me abraza. Le devuelvo el abrazo, al principio con sorpresa pero
después con alegría. Sin dudarlo, acerca sus labios a los míos, y yo le devuelvo el
beso con pasión.
– Pensaba que te daría asco besarme. – le digo.
– No veo por qué.
– Porque tú estás igual que siempre, mientras que yo...
– Has envejecido, eso es natural entre los humanos. – dice con una sonrisa.
– Ojalá nosotros lo aceptáramos igual de bien.
– Como decís vosotros, estás muy bien para tu edad.
Sonrío ante este último comentario.
– Normalmente, a las ceremonias solamente asistimos los propios templarios.
– Lo sé, pero en esta ocasión habrán hecho una excepción, supongo.
– Una excepción agradable. Bueno, ¿qué ha sido de tu vida?.
– Poca cosa... pase un tiempo en Faerie, nuestra Zona elemental del aire, pero lue-
go volví a la Tierra. He participado en varias cazas... más o menos como tú, supongo.
¿Y tú, qué tal?.
– Pues soy padre. – al pronunciar estas palabras, la musical risa de Xandralia
inunda toda la sala.
– ¿En serio? – dice aún con la sonrisa en los labios. Dios, qué hermosa es, al ob-
servarla renacen en mí sentimientos que había aparcado casi por completo...
– Sí, tuve un niño, en América. Pero me fui en cuanto nació.
– La caza atrae.
– Sí... demasiado a veces.
– Bueno, ¿vamos?
– Sí – digo con una sonrisa.
Cogidos del brazo, entramos en la gran sala... extraña y a la vez familiar. Fría,
pero cálida debido a la gente que hay dentro. Caras conocidas la mayoría, Shadow
Hunters veteranos al igual que yo, vestidos con sus túnicas talares blancas adornadas
con cruces rojas. Solamente destaca Xandralia, con su precioso vestido azul. En el
centro de la sala, una gran alfombra roja conduce a un altar donde está situado Simón
De Payns, Gran Maestre de nuestra orden. En mis últimos años, he tratado varias
veces con él, y puedo decir que es uno de los hombres más cabales e íntegros que he
conocido. Flanqueándole, están los dos Senescales principales. Xandralia se separa de
mí y se queda en la primera fila. Me acerco al altar y subo las escaleras, haciendo una
reverencia con la cabeza a mis tres superiores. Tras esto, hinco la rodilla frente a De
Payns. Este desenvaina una espada y toca mis hombros con ella...
Y la ceremonia comienza...

26
Relato II
OJOS BICOLOR

Primero sintió el aire y luego el choque contra el agua. Se sentía bien. Le gustaba
nadar, siempre le había gustado, le daba una sensación de libertad y poder que pocas
cosas podían igualar, especialmente en aquella piscina privada. Lejos de la chusma
que utilizaba piscinas públicas. Chusma, se repitió para sí misma con una sonrisa. Ya
no era chusma, se había alzado por encima de la mediocridad. Movía los brazos y las
piernas con lentitud, impulsándose en el agua. Un largo. Otro. Nadie a su alrededor
molestando. Si se lo propusiera, incluso podría nadar en círculos.
Se quedó quieta en el agua. ¿Era cierto lo que había visto? No, pensó, no po-
día ser. Su imaginación y las gafas de piscina empañadas le estaban jugando una mala
pasada. Se sumergió y se dio impulso hasta el borde, buceando un poco por debajo de
la línea de flotación...
Cuando sacó la cabeza, lo sintió. Luego lo vio, pero primero lo sintió. Notó como
algo le agarraba del pelo mojado y tiraba hacia arriba, luego vio los zapatos y los
pantalones al mismo tiempo que sentía como esa misma fuerza que le había llevado
hacia arriba ahora le empujaba en la dirección contraria hasta sumergirla de nuevo en
el agua. Luego, volvía a tirar...
Se revolvió. Luchó. Agarró con sus brazos el que le atenazaba, pero no sirvió
de nada. Fuese quien fuese, era fuerte, como pudo constatar cuando notó los duros
músculos que se tensaban bajo la manga. Siguió debatiéndose, pero no sirvió de nada,
poco a poco, notó como la vida abandonaba su cuerpo...
Se quedó allí, inerte, con su cuerpo flotando lentamente hacia el centro de la pis-
cina.

27
Otro salto más. ¿Cuántos llevaba? No podía saberlo. De tejado en tejado, saltando
en medio de la noche. Tenía la opción de volar, sí, pero eso le alejaría aún más del
suelo, y le impediría ver a su presa...
Ahí estaba la chica de nuevo. Dobló la esquina, y así lo hizo él, saltando al edificio
de enfrente para poder verla mejor. ¿Cuántas esquinas como aquella había doblado
aquella noche, cuántas en los últimos días? Era increíble lo que una sola caza podía
conllevar, tanto en tiempo como en esfuerzo. Podría haber bajado a la calle, pero...
sonrió sólo durante una décima de segundo al pensar en la escena que podía haberse
organizado cuando la gente le hubiera visto, aunque a aquellas horas y en aquella par-
te de la ciudad casi no transitaba nadie. La joven seguía corriendo, sabedora de que la
seguían. Dobló otra esquina, y...
“Oh, no”, pensó él, contrariado al mirar hacia delante. Se posó en el lateral de un
edificio, asiéndose con sus garras al mismo.
Una calle concurrida... lo que necesitaba “ella” para escapar. De pronto, una esce-
na que él conocía demasiado bien, no en vano la había visto en multitud de ocasiones.
La chica se desmayó al salir a la calle y un policía corrió a socorrerla. Se despertó
enseguida, sin recordar qué hacía allí...
Desde su atalaya entre sombras, observó en silencio.
“¡Maldita sea! Otra vez ha escapado”, acompañó su frustración con un puñetazo
en la pared.
Dio un último vistazo a la concurrida calle. Sabía que estaba allí, en algún sitio,
pero era imposible saber dónde exactamente. Viendo que no tenía nada más que hacer
allí, extendió sus alas y emprendió el vuelo hacia su derecha, contrariado y enfadado
porque su presa se había escapado de nuevo. No tardó en encontrarse en la Plaza
Venecia, donde se posó en el monumento al Soldado Desconocido. Aquel lugar no
sólo era uno de los múltiples monumentos que poseía la bella ciudad de Roma sino
que también era un lugar de reunión habitual de las gárgolas de la ciudad. En efecto,
allí estaba Vashagrot, uno de los Cazadores veteranos del clan, en actitud totalmente
contemplativa, con la rodilla en tierra y mirando hacia abajo. Levantó la vista cuando
su compañero de clan aterrizó.
– Hola, Agrekerth. – dijo Vashagrot con su habitual voz profunda y cavernosa.
Usó un tono neutro, pero se notaba que se alegraba de ver a su joven compañero.
– Vashagrot – dijo Agrekerth con una inclinación de cabeza en tono sombrío.
– Te noto inquieto. – el tono de Vashagrot tenía un ligero timbre de preocupación.
– Me siento frustrado. No tengo suerte en mi caza. – Agrekerth bajó la cabeza,
apesadumbrado.
– ¿De qué se trata?
– Pues... creo que es algún tipo de Espíritu, va cambiando de cuerpo... o un Caí-
do...
– No creo que sea un Caído, por mi experiencia no suelen ir cambiando de cuerpo.
Evidentemente, puedo estar equivocado, ya que sabemos realmente poco sobre los

28
Caídos, pero diría que no es el caso.
– ¿Un Espíritu pues? – dijo Agrekerth algo más animado, ya que le gustaba hablar
con aquellos más sabios y experimentados que él, le ayudaba a centrarse.
– Quizás... es lo más probable, sí. Tendrás que tener mucho cuidado.
– ¿Qué quieres decir?
– ¿No querrás matar al cuerpo huésped en confrontación directa, verdad?.– cuan-
do Vashagrot dijo esto, Agrekerth se quedó paralizado durante un momento.
– Es cierto... – dijo con un timbre de miedo en su voz – no lo había pensado. No
puedo matar el cuerpo, y el espíritu podría negarse a salir... ¿qué hago entonces? –
preguntó con evidente preocupación.
– Eso es algo que debes decidir tú, Agrekerth... pero ya te prevengo de que lo
tienes complicado... no es una caza fácil. – Vashagrot parecía algo apenado de que su
amigo tuviera que lidiar con un asunto tan complejo siendo tan joven.
– Hace apenas dos años que soy Cazador... y me las tengo que ver con esto... – la
gárgola más joven suspiró.
– Es lo malo de ser un Shadow Hunter, Agrekerth. Es muy ingrato, créeme, es-
pecialmente para una gárgola. De todas las razas que se dedican a cazar, somos los
únicos que no podemos revelarnos a los humanos. Hasta los elfos pueden pasar des-
apercibidos.
– Sí, no lo tenemos fácil... me doy cuenta de ello...
– Pero no podemos eludir nuestro destino, Agrekerth. Hemos nacido para ser Sha-
dow Hunters, no hay discusión alguna sobre ello. Sé que a veces es injusto, pero... así
es el universo. – Agrekerth asintió a las sensatas palabras de Vashagrot, quien había
adquirido un tono de profunda sabiduría.
– No entiendo como los humanos pueden ser tan irracionales.
– Este es su mundo, Agrekerth, no lo olvides. Nosotros somos meros extranjeros,
seres venidos de otro lugar para ayudarles. Somos lo que ellos llamarían extraterres-
tres o seres extradimensionales. No juzgues a los humanos, pues, con todas sus im-
perfecciones, son capaces de superar prácticamente cualquier obstáculo, y a la vez de
crear una gran belleza a su alrededor... aparte que no existe raza perfecta en todo el
universo.
– Bueno... los ángeles, ¿no? – cuando Agrekerth preguntó esto, Vashagrot soltó
unos sonidos guturales parecidos a risas.
– No te has encontrado con muchos ángeles, ¿verdad? – dijo en el tono lo más
neutro posible que pudo después de las risas.
– No... – replicó su interlocutor con dudas.
– El problema de los ángeles no es que sean perfectos, sino que creen serlo. Se
creen seres únicos en el universo... bien, quizás sí que sean únicos, pero también lo
somos nosotros y eso no nos hace perfectos.
– Comprendo – dijo Agrekerth asintiendo a su vez con la cabeza – Bueno, voy a
volver a mi caza... la verdad es que no sé por dónde seguir.

29
– Seguro que encuentras alguna pista, no te rindas, joven – Vashagrot puso la
mano sobre el hombro de su compañero para animarle – Voy al Santuario, ¿vienes?
– Sí, te acompaño. – asintió Agrekerth pensativo.
Ambos extendieron sus alas y remontaron el vuelo en el cielo nocturno. Se diri-
gieron hacia el “Santuario”, que era como conocían las gárgolas romanas al principal
hogar del clan. Estas criaturas tienen los lugares del mundo que vigilan (básicamente
Europa y América) divididos en zonas geográficas que llaman “Protectorados”, cada
uno de los cuales está vigilado por un clan. Dicho clan está dirigido por un consejo
de Ancianos de tamaño variable según la extensión del Protectorado. Concretamente,
el Santuario de las gárgolas romanas era el Castillo Sant’Angelo, un gigantesco mau-
soleo cercano al Vaticano en el que estaba enterrado el Emperador Adriano junto a su
familia. En él, se ocultaba el portal a Jotunheimen, Zona Elemental de la Tierra y lugar
natal de las gárgolas. Lo cierto es que Roma era una encrucijada enorme, con una gran
cantidad de Portales, los cuales habían inspirado en secreto a diversos artistas a crear
bellos edificios a su alrededor, debido a su magnética influencia. Así pues, había acce-
sos a otras Zonas en varios de los múltiples monumentos que se erigen en la ciudad...
y esta estaba jalonada de Portales que llevaban a otras dimensiones, lugares que un
mago sabio y hábil podía desvelar.
Las dos gárgolas, los dos “monstruos” a ojos humanos, emprendieron el vuelo
hacia el Castillo. Algunos romanos pudieron ver dos extrañas sombras recortarse en
la luna, y se preguntaron si los sueños se pueden hacer realidad, o habían tomado
alucinógenos y no lo sabían...
Aterrizaron en la cima del Santuario, junto a la estatua del Arcángel San Miguel
que lo corona. De hecho, cuenta la leyenda que el mismísimo San Miguel se apareció
en el techo, desenvainando su espada para señalar el fin de la plaga del año 590, y
por eso se erigió esa estatua en su honor. La mayoría de ángeles se reían ante aquella
historia afirmando que, si bien es posible que San Miguel se apareciera ante los ha-
bitantes del castillo, lo más probable es que fuese un ángel a quien le apetecía lucirse
o fomentar rumores y leyendas entre los humanos. En cualquier caso, ese singular
hecho fue lo que dio al lugar su actual nombre.
Las dos Gárgolas se movieron por la parte superior del lugar, que era donde se re-
fugiaba el clan, lejos de los ojos de los visitantes del museo situado en la parte inferior
del edificio. En principio, el lugar parecía estar vacío, pero una segunda observación
reveló a Karnatharth, quien formaba parte del consejo de ancianos del clan romano, en
su Guardia de Piedra, una de las Gracias1 elementales de las Gárgolas, que permite ex-
tender los sentidos de una gárgola con el fin de vigilar un lugar, “sintiendo” quien en-

1 Gracia: Poder que se concede a algunas razas de Shadow Hunters, concretamente a


aquellas que poseen un señor en otra Zona, llamadas “razas Ancladas”; es dicho señor quien
concede las Gracias. Los señores de las gárgolas son los Gigantes que residen en Jotunhei-
men.

30
tra al mismo. Karnatharth se movió lentamente cuando entraron sus dos congéneres.
– Bienvenidos al Santuario – dijo con tono severo pero neutro.
– Cuanta ceremonia – replicó Vashagrot en tono irónico.
– La ceremonia es necesaria, jovencito – aunque seguía manteniendo su tono neu-
tro, Karnatharth sabía que a Vashagrot le molestaba mucho que le recordaran su edad.
Este decidió ignorar el comentario.
– Agrekerth necesita ayuda – dijo a la anciana – Está en medio de una caza y no
sabe cómo continuarla.
– Comprendo – dijo Karnatharth asintiendo con la cabeza – ¿Qué necesitas, Ca-
zador?
“Cazador” era el segundo título que ganaba una gárgola durante su vida. Todas
empiezan como “Protectoras”, las cuales se encargan de vigilar el principal refugio
del clan y la zona circundante al mismo, el Castillo Sant’Angelo en el caso de Roma.
Después de seis años, asumen el rango de Cazadoras, resolviendo cazas por toda la
ciudad y ayudando a los humanos en secreto. El tiempo de Cazador varía de una gár-
gola a otra, algunas lo son toda su vida, convirtiéndose en héroes legendarios entre
su raza, mientras que otras lo abandonan cuando se hacen mayores, asumiendo el
liderazgo de los clanes y convirtiéndose en Ancianos. En ese momento, el clan de
Roma estaba compuesto por cinco gárgolas: dos Ancianos, Avirain y Karnatharth,
dos Cazadores, Vashagrot y Agrekerth y una Protectora, Sheridainth. No podía haber
muchos más, pues si hay muchas gárgolas en una misma ciudad se corre el riesgo de
que su existencia secreta deje de serlo...
– Orientación, básicamente – dijo Agrekerth en tono suplicante – No sé cómo
enfocar esta caza, ni cómo enfrentar a la criatura a la que persigo.
– Las bibliotecas son útiles en ese sentido.– replicó Karnatharth. Agrekerth se
quedó callado durante unos instantes, observando a la Anciana sorprendido.
– ¿Cómo se supone que voy a entrar en una biblioteca? – respondió la gárgola al
fin – Aunque pudiera colarme por una ventana, dudo que pasara desapercibido entre
los humanos...
– Hay dos formas. Puedes colarte por la noche, o... ¿no tienes amigos entre los
humanos? ¿No hiciste ninguno durante tu época de Protector?.
– Bueno... no se nos permite tener contacto con muchos humanos, como bien
sabe, Anciana.
– ¿Ni siquiera otros Shadow Hunters?
– No... – dijo Agrekerth en tono de culpa, bajando la mirada.
– Debiste conocer algunos – Karnarath no dijo esto en tono de reproche sino de
una forma absolutamente neutra. – Estoy segura de que Vashagrot puede presentarte
a alguno. – acompañó esta última frase con una inclinación de cabeza hacia la otra
gárgola que se encontraba en el lugar.
– No debería mezclarme en esto – dijo el referido, quien hasta entonces había
permanecido a la expectativa.

31
– Tú le has traído aquí – respondió Karnarath, quien no abandonó el tono severo
y neutro que la caracterizaba – así que ya estás mezclado. Creo que simplemente por
presentarle a otros Shadow Hunters no vas a interrumpir ninguna de tus cazas particu-
lares. – Vashagrot meditó unos instantes. Tras esto, asintió.
– De acuerdo. – dijo – Sígueme, Agrekerth.
– Habrá que tener cuidado. Está amaneciendo. – dijo la Gárgola señalando hacia
el cielo. En efecto, el sol empezaba a filtrarse por las ventanas de la iglesia.
– Sí, lo sé. No te preocupes, iremos por lugares que nos puedan ocultar. Los hu-
manos no se sentirán turbados por nuestra presencia – añadió un tono sarcástico a sus
últimas palabras, y ambos se marcharon del Santuario.
Tal como dijo Vashagrot, así obraron. Volaron por entre edificios, por encima de
los tejados, aprovechando las sombras que provocaba el sol a medida que subía en
el cielo para ocultarse de miradas ajenas. Agrekerth no sabía dónde se dirigían, pero
confiaba plenamente en su compañero ya que, no en vano, Vashagrot era Cazador
desde mucho antes que él y conocía todos los rincones de la ciudad como la palma de
su mano. Agrekerth no veía a la otra gárgola en el papel de Anciano, era demasiado
activo como para asumir aquel cargo, aunque había sido su mentor no tenía la pacien-
cia necesaria como para sentarse a tratar con otras gárgolas y con los Gigantes. Estaba
seguro que seguiría luchando contra el Lado Sombrío hasta su muerte, convirtiéndose
en un héroe legendario para su raza.
Salieron de la ciudad, dirigiéndose hacia las afueras. Fueron hacia uno de los
múltiples yacimientos arqueológicos que había en Roma, lugares para turistas, aun-
que, afortunadamente, en aquella época del año apenas había turismo. Vashagrot se
situó encima de las ruinas, justo en medio, y se quedó estacionario en el aire, una de
las maniobras favoritas de las gárgolas, acción que fue imitada por Agrekerth. Ambos
empezaron a bajar despacio, ocultándose entre las columnas y paredes de las miradas
casuales, pero al mismo tiempo revelando su presencia al observador entrenado.
“Es como si nos esperaran”, pensó Agrekerth.
Aterrizaron. Vashagrot se quedó quieto, y su compañero hizo lo mismo. No asu-
mió la postura habitual de la Guardia de Piedra (normalmente, cuando las gárgolas
utilizan este poder suelen poner la rodilla en tierra, asumiendo posturas típicas de
estatuas que están custodiando algo), sino que permaneció de pie. De todas formas,
solamente Vashagrot habría podido activar aquella facultad, ya que a Agrekerth toda-
vía no se le había concedido esta Gracia.
La gárgola más joven percibió movimiento por el rabillo del ojo, pero se dio la
vuelta y no había nada. Luego, también lo notó enfrente, pero el mismo resultado,
sentía “algo” pero no alcanzaba a ver lo que era. De pronto, escuchó una voz con un
timbre absolutamente neutro.
– Bienvenidos.
No era una voz de gárgola, eso estaba claro. Agrekerth la identificó como una voz
humana, quizás de mujer, pero no podía asegurarlo. Vashagrot replicó en el mismo

32
tono neutro que habían escuchado antes:
– Gracias. Estamos aquí buscando ayuda.
Un nuevo movimiento, con la diferencia de que esta vez Agrekerth sí que vio
algo, concretamente a una mujer humana de buen talle embutida en un traje de color
blanco, cubierta por una capucha que sólo dejaba ver su mentón. Por eso no había
podido verla antes, ya que con aquella ropa podía mimetizarse a la perfección con las
blancas columnas que jalonaban el lugar, aparte que indudablemente había recibido
entrenamiento para ello. Agrekerth se sorprendió al notar algo en ella que nunca ha-
bía percibido en un humano, una sensación extrañamente familiar que también había
percibido en todos los miembros de su clan: aquella humana era un Shadow Hunter,
como Vashagrot y él mismo.
– Muy bien. ¿A quién deseáis ver?
– A tu maestro
– ¿Piensas que mi maestro va a ver así como así a cualquiera que se presente?
– Agrekerth se sorprendió de que la mujer conservase el mismo timbre de voz, ab-
solutamente neutro, que tenía desde que empezó la conversación cuando dijo esto. O
bien era un rasgo natural suyo... o también había sido entrenada para enmascarar sus
sentimientos.
– A mí me verá. Dile que Vashagrot está aquí.
– Muy bien – afirmó con la cabeza, rebotó ágilmente hacia una de las columnas,
y desapareció.
Agrekerth se dio cuenta de que tenía miedo. Nunca habría podido imaginar que
pudiera existir una humana así, y mucho menos que hubiera más como ella. Miró a
Vashagrot, que seguía aguardando entre las columnas, casi ajeno a todo.
“Qué frialdad”, pensó la gárgola. ¿Cómo podía mantenerse así de frío después de
aquello? Sin duda, no era la primera vez que trataba con aquella gente...
Una nueva serie de movimientos furtivos anunció de nuevo a la mujer misteriosa.
– Mi maestro os verá ahora. Seguidme. – dijo escuetamente.
De nuevo, desapareció por detrás de una columna, aunque esta vez, cuando las
gárgolas se acercaron hasta allí, estaba esperándoles. Levantó una gran piedra reve-
lando un rectángulo de acero, el cual estaba disimulado de forma que cualquiera que
lo hubiera visto habría jurado que era una tapa de alcantarilla. La mujer recorrió la
losa metálica con los dedos, trazando con ellos un recorrido que sin duda tenía como
objetivo abrirla, lo cual ocurrió tras un par de minutos. La fémina vestida de blanco
indicó a los dos monstruos que se introdujeran por el pozo que se abría debajo de la
tapa. Le obedecieron al instante, tras lo cual ella misma se metió y cerró la apertura
tras ellos.
Agrekerth dejó que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad, y vio que se en-
contraban en una de las muchas catacumbas que había debajo de Roma, las que los
cristianos utilizaban en el siglo I para enterrar a sus muertos. Dejaron que la mujer, su
guía por aquellos pasillos, se adelantase y les condujese por aquel laberíntico lugar.

33
Tras un rato, se encontraron en una sala grande y bien iluminada, que contrastaba
vivamente con el resto. La gárgola se dio cuenta de que en aquel lugar era muy difí-
cil acabar por casualidad, tenía que conocerse el camino de antemano para llegar a
aquella habitación. A un lado de la cámara había una mesa con varios papeles encima,
además de algunas sillas a su alrededor, mientras que en otro lado, en semipenumbra,
había un hombre sentando en el suelo en la posición del loto. Vashagrot se puso frente
a aquel hombre, saludó con la cabeza y se sentó adquiriendo la misma postura. Agre-
kerth le imitó.
Observó a su interlocutor, quien iba vestido exactamente igual que la mujer que
les había recibido, quien ahora estaba de pie a la derecha de Agrekerth, excepto por
el hecho de que sus ropas eran negras y no llevaba capucha. Sus rasgos eran bastante
indefinidos, igual podría ser británico que latino. Realmente, eran rasgos estudiada-
mente normales, podría haber sido cualquiera. No importaba que no llevara máscara,
su rostro estaba totalmente impasible, carente de cualquier emoción. En su interior,
al igual que en el de la mujer que les había llevado hasta allí, brillaba la llama del
Shadow Hunter.
– Señor – dijo Vashagrot con un tono de absoluto respeto en su voz. Agrekerth se
quedó muy sorprendido ante esta actitud, que no adquiría ni delante de los Ancianos
del clan. El otro no dijo nada, esperando que la gárgola continuase. – Tenemos una
dificultad. Agrekerth, aquí presente, tiene una caza entre manos y necesita a alguien
que se pueda mover con libertad entre los humanos... por eso estamos aquí.
– Bien – dijo el maestro, o señor, Agrekerth no estaba muy seguro de qué título
era más apropiado. Al igual que la chica, mantenía una actitud distante de absoluta
frialdad. – Llévate a Paola, te ayudará. – Levantó la mano y señaló a la mujer que les
había acompañado, la cual se había quitado la máscara. Agrekerth se sorprendió al ver
que no debía tener más de veinte años.
– Bien... gracias, maestro... señor... muchas gracias – dijo Agrekerth.
– Os lo agradezco, señor – dijo Vashagrot haciendo un gesto de respeto. Agrekerth
le imitó de nuevo.
Ambos se levantaron mirando a Paola, pero esta ya no estaba allí. Salió al poco
rato de uno de los múltiples rincones sombríos que se formaban en la sala, vestida con
una camiseta negra sin mangas y unos pantalones vaqueros. Era una joven bastante
atractiva, morena y de ojos marrones. Agrekerth pudo observar que tenía un enorme
dragón chino tatuado que se enroscaba por todo el brazo, con la cabeza por debajo
del hombro (las fauces se enrollaban alrededor de este) y el final de la cola rodeando
la muñeca. Paola volvió a guiarles hacia el exterior, y una vez estuvieron fuera dijo a
Agrekerth:
– Fúndete con mi sombra.
– ¿Cómo lo..? – dijo la joven gárgola.
– Conozco vuestros poderes – replicó Paola de forma misteriosa.
Agrekerth miró a Vashagrot, que asintió con la cabeza y emprendió el vuelo con

34
un “buena suerte” y el pulgar levantado. Tras esto, la criatura miró a Paola y se situó
encima de su sombra. Era curioso aquel poder de magia elemental de la Tierra. Las
gárgolas lo aprendían antes incluso que a volar, pues era la primera Gracia que los
Gigantes concedían a sus hijos. Permitía fundirse con una sombra, que podía ser tanto
la de un objeto como de un ser vivo. Una vez en el interior del oscuro elemento, la
gárgola se movía con ella, perdiendo su sustancia hasta que decidiera salir de la mis-
ma. Agrekerth se concentró, enrolló su cola y sus alas alrededor de su cuerpo y poco
a poco se introdujo en la sombra de Paola.
– Bien – dijo la chica – No hace falta que vayamos a ninguna biblioteca por ahora,
tengo Internet en mi casa. Empezaremos informándonos a través de la red.
Comenzó a caminar, cogió un autobús y al rato se encontraban en su piso, un
pequeño apartamento en el Barrio Flaminio. Agrekerth salió de la sombra de Paola.
– ¿Quieres comer algo? – le dijo. Seguía sin mostrar emociones, y su rostro pare-
cía una máscara impenetrable.
– Mmm... sí. – replicó la gárgola.
Paola sirvió unos espaguetis para ambos mientras conectaba su PC y abría el ex-
plorador de Internet. Agrekerth se sentó en el suelo.
– ¿A qué nos enfrentamos exactamente? – preguntó la chica mientras comía.
– Un espíritu... creo – respondió Agrekerth – Al parecer, va saltando de cuerpo en
cuerpo. Ha matado ya a dos personas utilizando dos cuerpos diferentes. Cuando las
víctimas de la posesión se liberan, no recuerdan nada, por lo que hay dos personas
en la cárcel que no saben ni por qué están allí. Tengo la sospecha de que también ha
intentado matar a una tercera persona, pero no lo he confirmado.
– De acuerdo, déjame ver.
Paola se pasó aproximadamente una hora buscando datos en la red, apuntando
cosas y abriendo páginas web. Agrekerth se mantuvo a la expectativa, sin decir nada.
Tras un tiempo, la chica se encaró con el.
– Tengo algo... bastante, diría yo. Separando las estupideces de lo útil, he deduci-
do varias cosas. Para empezar, a pesar de que varias páginas separan a los espíritus en
tipos, ya sabes, Poltergeists y cosas así, otras niegan esta separación diciendo que la
única diferencia entre un espíritu y otro son sus poderes. Por otro lado, todos los es-
píritus que vuelven a la Tierra tienen algún tipo de venganza o similar. Generalmente,
es el odio lo que les impulsa a no dejar del todo este mundo.
– Entiendo. Así que nos enfrentamos a una venganza. – dijo Agrekerth algo des-
alentado, pero a la vez contento de empezar a atar cabos al fin.
– Eso parece. ¿Quiénes eran los muertos?
– Pues... un informático y un ladrón de poca monta. El que sobrevivió es guardia
de seguridad... de hecho, si sobrevivió fue debido a su entrenamiento.
– Entiendo – dijo Paola frotándose el mentón a la vez que afirmaba lentamente
con la cabeza – Ninguna conexión aparente.
– No... ¿en qué piensas?

35
– Podrían ser los asesinos del espíritu, pero hay cosas que no acaban de encajar.
– ¿Y qué hacemos ahora?
– No lo sé... investiguémosles, es lo único que se me ocurre.
– Bien... ¿y por dónde empezamos?
– Infiltrémonos en la comisaría del barrio donde vivía el informático y miremos su
disco duro. – mientras decía esto, buscó información en Internet acerca del asesinato,
para determinar donde había tenido lugar.
– Lo dices como si fuera lo más fácil del mundo... – Agrekerth empezaba a dudar
de la cordura de la muchacha.
– Para mí lo es, te recuerdo que soy nizarí.
De pronto, Agrekerth lo entendió. ¡Nizaríes! Por eso tanto secretismo y misterio.
Recordó lo que le había contado, tiempo atrás, Vashagroth. Los Nizaríes habían sido
una secta de asesinos selectivos musulmanes, que poco a poco pasó a estar formada
por Shadow Hunters, quienes se especializaron en realizar operaciones quirúrgicas
contra el Lado Sombrío. Por lo que él sabía, eran muy eficaces en lo suyo, aunque
pensaba que no existían ya...
– Creía que los Nizaríes estaban extinguidos.
– Mucha gente lo piensa, pero aquí estamos, al menos nosotros.
– Vaya... ¿Vashagroth también es un Nizarí?
– No lo sé, pero creo que sí. Si no lo es, sin duda mi maestro y él se conocían de
antes, al parecer tienen una relación de amistad que viene de antiguo.
– Vaya... veo que los Shadow Hunters no somos tan solitarios como pensaba...
– Te sorprenderías. Hay muchas Sociedades... grupos de Shadow Hunters, grupos
grandes, organizaciones que operan a nivel continental o incluso en todo occidente.
Nosotros, los nizaríes, somos una de ellas, pero hay varias más…
– Increíble... – Agrekerth estaba visiblemente sorprendido.
– Hay muchas cosas acerca de nosotros que desconoces, ¿verdad? – Paola acom-
pañó estas palabras con una sonrisa. Era la primera vez que se permitía mostrar algún
tipo de emoción delante de la gárgola.
– Pues... me estoy dando cuenta que sí. – Agrekerth pronunció esto casi como una
disculpa.
– No te preocupes, estoy segura que algo aprenderás al final de esta caza. Ahora,
métete de nuevo en mi sombra, vamos a la comisaría.
– ¿Estás segura?.
– Totalmente. – dijo la chica afirmando a la vez con la cabeza – Vamos.
Agrekerth le obedeció. Desde su curiosa atalaya en el interior de la sombra, ob-
servó cómo Paola abría algunos cajones y compartimentos secretos y extraía diversos
objetos pequeños que introducía en discretos bolsillos y departamentos en sus ropas,
diseñadas especialmente para eso. Tras esto, la chica volvió a salir, de nuevo cogió
un par de autobuses y caminó un rato, hasta encontrarse frente a la comisaría donde
estaba el disco duro. A todo esto, el sol había caído y era ya media tarde, estaba ano-

36
checiendo.
Paola dio la vuelta al edificio, hasta situarse bajo una ventana, lejos de la vista
de cualquiera. Cogió una de las piezas que había recopilado en su casa, y hábilmente
abrió la ventana, deslizándose sigilosamente en el interior de la comisaría. Desde den-
tro de la sombra, Agrekerth la observaba admirado. Se movía con ligereza, sin ruido
alguno, y no tardó en encontrar el laboratorio. Agrekerth observó que en su interior
había un policía científico trabajando. La joven sacó de otro de los bolsillos secretos
un tubo largo, una cerbatana, e introdujo en él un pequeño dardo, que disparó al cien-
tífico, quien cayó encima de la mesa.
– Tranquilo – susurró Paola, evidentemente dirigiéndose a Agrekerth – Sólo está
dormido, y cuando se despierte pensará que ha sido cosa del cansancio acumulado.
Tras esto, se situó frente al disco duro, que estaba conectado a un teclado y un mo-
nitor, y sacó otro de los objetos, un aparato de plástico alargado, negro y con un cable
en un lado. Conectó dicho cable en la parte de detrás del disco duro, tecleó algunas
cosas y se ocultó a un lado de la entrada. Si entraba cualquiera, quedaría oculta al abrir
la puerta, pero no ocurrió tal cosa. Después de un par de minutos, volvió al monitor,
manipuló de nuevo el teclado y se llevó el objeto.
Miró hacia arriba y se subió ágilmente a la mesa. Desatornilló con rapidez la
rendija de ventilación gracias a otro de los aparatitos que llevaba encima, se introdujo
por ella y la volvió a atornillar desde el interior del estrecho túnel metálico en el que
se encontraba. Se arrastró por el conducto del aire y, mientras lo hacía, Agrekerth le
dijo susurrando desde el interior de la sombra:
– Eres una chica con recursos.
– Gracias – respondió ella también en un susurro.
Siguió hasta salir, de nuevo al mismo callejón por el que había entrado. Agrekerth
supuso que había visto la salida del tubo de ventilación antes.
Nuevo viaje en autobús al apartamento de Paola, y nueva salida de la sombra por
parte de la gárgola. Tras esto, la chica conectó el aparato negro a su PC y empezó a
teclear y a mover el cursor del ratón por la pantalla. Agrekerth se puso a observar el
monitor de pie detrás de Paola.
– A ver qué había en su disco duro...
Paola empezó a abrir carpetas y archivos. Tras un rato, resopló frustrada. Era la
segunda vez que dejaba entrever sus emociones, Agrekerth lo interpretó como una
señal de que estaba adquiriendo confianza con él.
– Nada. No he encontrado nada fuera de lo común. Un poco de pirateo, pero nada
importante.
– Quizás no guardaba las cosas importantes en este ordenador sino en otro – dijo
Agrekerth.
– Es posible. Esto es muy frustrante.
– No te preocupes, ya lo encontraremos. ¿Por qué no cenas? Ya es de noche.
– No es que tenga mucho hambre, pero... bueno. ¿Tú no cenas?.

37
– Las gárgolas no necesitamos tanto alimento como los humanos. Pero si quieres,
cenaré contigo – tras esto, sonrió, aunque dado el monstruoso aspecto de su rostro,
esta sonrisa parecía más bien una mueca sardónica.
– Me encantaría – dijo Paola, devolviéndole la sonrisa.
La chica preparó una ensalada. Cuando la sirvió, siguieron hablando.
– ¿Qué vas a hacer? – preguntó Paola. Ya no estaba tan neutra, su voz sonaba más
simpática y abierta.
– Me quedaré aquí... bueno, cerca de ti. Eso sí, dormiré en la calle, lo prefiero.
Además, si pasa algo estaré más alerta.
– Vaya, me siento más protegida. Aunque, créeme, si a alguien se le ocurre inten-
tar hacerme algo, tengo armas de sobra para vencerle.
– Después de ver tu actuación en la comisaría, no me extraña.
Ambos rieron y el resto de la cena siguió en este tono. Tras esto, Agrekerth salió
por la ventana de Paola y voló hasta el tejado del edificio. Una vez allí, encontró algo
que nunca habría pensado hallar en un lugar como ese...
Lo primero que vio cuando se posó sobre la parte superior del bloque fue una
niña pequeña, de unos diez años, de pie en medio del tejado. Estaba justo enfrente de
la gárgola, y la miraba. Llevaba un vestido largo, vaporoso, que parecía de otra época.
Lo cierto era que todo el conjunto, tanto la niña como el vestido, ofrecían un aspecto
vaporoso y turbador. No parecía asustada, ni siquiera sorprendida de ver a Agrekerth
allí. Este se había quedado mudo ante semejante aparición. Estuvieron unos segundos
observándose mutuamente...
Finalmente, habló Agrekerth, tragando saliva.
– ¿Quién... quién eres? – dedujo que la aparición no tenía intenciones hostiles, ya
que de lo contrario le habría atacado ya. Aun así, estaba preparado para lo que fuese.
– Hola, Agrekerth. Sí, no te sorprendas tanto por el hecho de que sepa tu nombre.
Llevaba mucho tiempo esperándote, aguardando tu nacimiento, y finalmente se ha
producido. Ahora eres un Cazador, una gárgola entrenada en las artes del combate y la
protección, por lo que, aunque llevo siguiendo tu vida desde que naciste, he decidido
salir de las sombras y mostrarme ante ti. En cuanto a mí, me llamo Sheryl, y la razón
por la que te he elegido te será revelada en su justo momento. Por ahora, aún no es
tiempo de que te preocupes por eso.
Aún sin creerlo del todo, Agrekerth asentía con lentitud a cada palabra. Estaba
ensimismado, como hipnotizado. De nuevo, hubo un rato de silencio, hasta que la
gárgola se dio cuenta de que la niña estaba esperando a que él hablase.
– Emmm... ya veo. Y... si no has venido para contarme por qué necesitas mi ayu-
da... ¿para qué has venido?.
– He venido a ayudarte en tu caza – dijo Sheryl.
– ¿Sí? Mmm... vaya, no esperaba esa respuesta – el rostro de la gárgola se ilu-
minó al pronunciar estas palabras, aunque luego reflexionó unos segundos, y dijo: –
Mmm... ¿qué tendré que hacer a cambio de la información? Porque, por lo que sé, los

38
humanos nunca hacéis nada sin esperar algo a cambio.
– No te preocupes por eso, soy tan humana como tú mismo. No te va a costar
nada. Para mí, es necesario que avances en tu experiencia como Shadow Hunter, y he
venido a ayudarte... no tendría que hacerlo, pero a veces las circunstancias obligan.
– Vaya, ¿y cómo es que no tendrías que hacerlo? ¿Qué te lo impide?
– Reglas, normas que tú no podrías comprender. Aparte, puedo permanecer poco
tiempo fuera de mi cuerpo físico, lo que estás viendo de mí es una proyección astral.
En realidad, yo estoy durmiendo, por eso me puedo comunicar contigo – Agrekerth
enarcó una ceja ante este último comentario – Sé que parece increíble, pero así es.
Como te dije antes, hay reglas, y para quebrantar unas, debo cumplir otras. Pero no es
momento de hablar de mí, prefiero que sigamos charlando sobre tu caza.
– Bien, como desees... – dijo la gárgola, que claramente se había quedado con
ganas de saber más de aquella misteriosa aparición. – Y, ¿qué puedes decirme acerca
de mi caza?.
– Hay un detalle que te... que os ha pasado desapercibido. El Espíritu al que per-
sigues no solamente afecta a sus marionetas de forma interior, sino también exterior.
Cuando se introduce en una víctima, esta cambia físicamente. No son grandes cam-
bios, de hecho son casi imperceptibles, pero se producen. Deberás prestar atención a
los cuerpos y rostros de las marionetas, así conseguirás encontrar a quien las mueve.
– Vaya... ¿y qué cambios son esos?
– Eso tendrás que averiguarlo por ti mismo, yo no te lo puedo revelar, pero estoy
segura que entre la asesina y tú encontraréis la solución. Ella te puede ayudar en el
mundo de los humanos, confía, aunque... – meditó durante un momento sus siguientes
palabras – No, es mejor que me lo guarde, al menos de momento. Bien, Agrekerth, no
me puedo quedar más, espero que lo que te he explicado te sea útil.
Sheryl empezó a desvanecerse lentamente, mirando a la gárgola a los ojos.
– Pero... ¡espera!... ¿Volveremos a vernos? – preguntó Agrekerth.
– Sí – asintió la niña a medida que su presencia y voz menguaban cada vez más.
– Me encontrarás. Lo harás, en el futuro lo harás...
Y, finalmente, Sheryl desapareció. Agrekerth se quedó allí, de pie, sin acabar de
creerse lo que acababa de ver. Tras pensar durante un rato, volvió a sentarse en el te-
jado. No valía la pena que le diera más vueltas al asunto, lo comentaría por la mañana
con Paola, pero tenía que averiguar más sobre la niña y sus crípticas palabras. Se
quedó allí, inmóvil, recuperando las fuerzas del día...
Al amanecer de la mañana siguiente, bajó hasta la ventana de su compañera y en-
tró discretamente. Le sorprendió encontrarla ya levantada, haciendo unos ejercicios.
No quiso molestar, se limitó a observarla mientras hacía una serie de movimientos
de entrenamiento propios de las artes marciales. Cuando terminó, la chica le miró y
sonrió.
– Buenos días, Agrekerth – dijo – ¿Qué tal la noche?
– Pues... rara – dijo él, y procedió a explicarle lo que había pasado con la miste-

39
riosa niña.
– ¡Vaya! – dijo Paola asombrada cuando Agrekerth terminó de contarle todo aque-
llo. La gárgola pensó que aquella era la mayor muestra de emoción que veía en la
humana – Bueno, es extraño, pero tampoco hay que darle mayor importancia. Quiero
decir, en nuestras vidas ocurren cosas así, para eso somos Shadow Hunters.
– ¿A ti te han pasado cosas como esta? – preguntó Agrekerth, sorprendido.
– Te recuerdo que estoy hablando con una gárgola – respondió la joven guiñán-
dole el ojo.
– Emm... sí, tienes razón. – dijo Agrekerth avergonzado – Bueno, entonces, ¿crees
que es buena idea seguir la pista que nos ha dado?
– Evidentemente. Se nos ha aparecido una criatura sobrenatural que nos ha con-
tado cosas sobre otra criatura sobrenatural a la que, encima, estamos persiguiendo...
¿por qué no? Me parece una pista tan buena como cualquier otra.
– ¿No te preocupa saber quién es? – dijo Agrekerth con dudas en su voz. Lo cierto
era que aquella aparición misteriosa le había dejado anonadado. – ¿Los nizaríes nunca
os preocupáis de estas cosas?.
– ¿Qué más da? Es alguien que nos ha ayudado, y dados los poderes que en rea-
lidad rigen el universo y a nosotros los Shadow Hunters, tampoco es tan extraño... no
pasa siempre, pero en raras ocasiones pueden ocurrir cosas así. No seas tan analítico y
acepta la ayuda. Y bueno, a los nizaríes nos entrenan para aceptar lo sobrenatural sin
hacer preguntas, así que con el tiempo dejamos de preocuparnos de “estas cosas” –
acompañó estas palabras con el signo de las comillas – , como dices tú.
– También podría ser el espíritu al que perseguimos. – Agrekerth tenía claro que
Paola era la humana más extraña que había conocido nunca, aunque tampoco es que
conociera a muchas.
– No lo creo, no se presentaría ante ti diciendo que examináramos a los poseídos.
Además, si realmente era el espíritu, lo único que va a hacer es retrasarnos un poco,
no conseguirá que cejemos en nuestro empeño. No sé, no lo veo lógico, y las indica-
ciones de la niña me parecen un buen sendero que tomar.
– ¿Cómo sabes que son los poseídos a los que se refiere?
– “Las marionetas”... mira que eres corto. – la sonrisa de Paola se amplió mientras
acompañaba sus primeras palabras con el gesto de las comillas. Le sorprendía la ino-
cencia de Agrekerth, denotaba que no era humano.
– Vale, tienes razón... ¿y ahora?
– Ahora hay que averiguar a qué se refería. Veamos...
De nuevo, se sumergió en Internet. Buscó las fotos de los sospechosos y las impri-
mió. Tras esto, las observó detenidamente.
– No veo nada extraño en sus caras ni en sus cuerpos. – dijo desilusionada.
– Quizás la niña se refería a algún cambio mientras estaban poseídos.
– Mmm... ¡claro!. ¿Pero cómo conseguimos una imagen de ellos cuando estaban
poseídos?

40
– Pues... ¿cámaras de seguridad en la calle? Aprendí a esquivarlas mientras volaba
cuando era Protector. – dijo Agrekerth tras pensar unos segundos.
– Sí, buena idea... y conozco a alguien que nos puede ayudar... aunque... – Paola
pronunció esta palabra con un timbre ligeramente amargo.
– ¿Qué?
– No sé si nos ayudara. Es una baza, sí, pero... hay que ir con cuidado. Y tampoco
sé si quiero que vengas conmigo. – Paola bajó ligeramente el tono de voz cuando
pronunció esta última frase, parecía preocupada.
– ¿Qué quieres decir?
– Es que... – Paola bajó los ojos – Es un ex novio, es largo de explicar, digamos
que durante un tiempo quise tener una vida normal, lejos de la actividad de los Sha-
dow Hunters, pero me di cuenta que no podía. Fue entonces cuando dejé mi relación
con el.
Agrekerth trataba de entenderla, pero el hecho de tener una vida que fuese más
allá de la protección de los que lo necesitaban estaba en contra de la naturaleza de una
gárgola. Él jamás se plantearía llevar una vida distinta de la que llevaba, había nacido
para luchar contra el mal y evitar que la gente, fuese cual fuese su raza, sufriera. Para
él, las emociones que mostraba Paola eran tan extrañas como su propio aspecto para
los humanos. Finalmente, habló:
– Paola... No quiero parecer insensible, yo... no te entiendo muy bien, la verdad,
no soy humano y no puedo compartir tus sentimientos.
– Lo entiendo. – dijo la joven, aún afectada. Agrekerth tuvo la sensación de que
iba a romper a llorar, pero el entrenamiento podía y la Nizarí se contuvo. La gárgola
observó que se mordía el labio inferior, y esperó un momento antes de volver a decir
nada.
– Bueno, decide tú. Supongo que será duro, pero...
– El deber es el deber, lo sé, Agrekerth. Déjame un momento sola, ¿de acuerdo?
Necesito pensar.
– Bien... – la gárgola salió de la habitación y se sentó en el sofá del salón, po-
niendo la televisión, algo que no hacía habitualmente. De hecho, apenas sabía lo que
emitían en ella, pues no había ningún aparato en el Santuario y solamente había visto
algún televisor por las ventanas de los edificios.
Al rato, salió Paola.
– Bien – dijo con su habitual tono neutro – He decidido dar más importancia a
nuestra caza. Lo haremos... métete en mi sombra, vamos a ver a mi amigo.
– De acuerdo – dijo Agrekerth, afirmando con la cabeza sin añadir nada más, y
obedeciendo a la nizarí.
Un nuevo viaje en autobús les llevó a un edificio a una media hora del apartamen-
to de la joven. Paola pulsó el timbre del interfono y respondió una voz masculina.
– ¿Sí?
– Alessio, soy Paola. Ábreme, por favor.

41
– ¿Paola? Esto... bueno, ya te abro.
Tras subir en el ascensor, la joven se encontró en la puerta del piso de su ex novio.
– Hola, Alessio. – la chica pronunció esta frase en un tono frío como un témpano.
– Paola, es toda una sorpresa verte. – dijo Alessio con alegría.
– Me lo imagino, y siento irrumpir de nuevo en tu vida así, de sopetón, pero ne-
cesito tu ayuda.
– Pero...
– No, Alessio, no he vuelto para hablar ni pretendo volver contigo. Lo siento, pero
las cosas se van a quedar como están. – Paola seguía fría.
– Paola...
– No voy a escucharte, y no vamos a hablar. Mira, no te lo puedo explicar, pero
es importante... es mejor para ti que no volvamos a estar juntos. Ahora, si deseas ayu-
darme, bien. Si no, siento haber venido. – Paola estuvo a punto de hacer mención de
marcharse, pero se contuvo esperando a que su antigua pareja tomase una decisión.
– Vale, ¿qué quieres? – Alessio dijo esto con un tono contrariado y seco.
– Necesito acceder a los vídeos callejeros de la policía. – tras escuchar esta frase,
el chico se quedó en silencio un momento, pensando.
– De acuerdo, vamos. – dijo el joven tras pensarlo un rato, algo enfadado pero
conforme.
Ambos bajaron y subieron en el coche de Alessio. Desde la sombra, Agrekerth no
dejaba de observar lo que pasaba a su alrededor, aunque entendía las cosas a medias.
Pensó que los humanos eran muy raros, entre las gárgolas el amor era algo natural
aceptado por todos, el hecho de elegir a tu pareja significaba, en el futuro, varios hijos
a los que enseñar y adoctrinar. Estaba claro que los humanos, aunque también pudie-
ran resproducirse, eran muy distintos de las gárgolas, mucho más complejos.
Llegaron a un edificio de la policía, aparentemente una comisaría grande o una
central. Entraron, y Alessio habló con la recepcionista enseñando sus credenciales,
tras lo cual pudieron entrar en una habitación privada con varios ordenadores.
– Vale, Paola. – dijo el chico con tono cansado, sentándose frente a un PC – ¿Lu-
gar, día, hora?
– Sí, mira...
La chica sacó de su bolso unas hojas con datos apuntados. Agrekerth dedujo que
lo había anotado mientras él estaba viendo la televisión. Al rato, tuvo imágenes impre-
sas tanto de los dos sospechosos de asesinato como del presunto agresor.
– Bien, gracias, Alessio. Nos vemos. – Paola se levantó y se dirigió con paso rápi-
do hacia la puerta de la habitación.
– Paola... espera... – dijo el joven, pero la chica no reaccionó a sus palabras y salió
resueltamente. Cuando Alessio salió en su búsqueda, ya no la vio. Mientras se dirigían
al autobús, desde la sombra, Agrekerth vislumbró una expresión triste en los ojos de
su compañera, pero esta desapareció después de un rato.
Aproximadamente una hora después, se encontraban de nuevo en el apartamento

42
de Paola, con las fotos en su bolso. Agrekerth salió de la sombra mientras ella se sen-
taba en la cama de su habitación.
– Bien – dijo la gárgola – Veamos qué nos revelan esas fotos. – La chica perma-
neció en silencio, mirando al suelo. – ¿Paola? ¿Estás bien?
La joven continuó callada durante unos segundos, antes de levantar la cabeza y
hablar:
– No, Agrekerth, no estoy bien. He tenido que mantener mi frialdad ante una
persona a la que he amado... puede que todavía la ame. Sé que no lo entiendes, sé
que vuestra raza es diferente a la nuestra. Mira, se me pasará, vamos a investigar esas
fotos.
– ¿Por qué no vuelves con él?
– No, es demasiado peligroso. Tú no puedes comprenderlo porque todas las gár-
golas sois Shadow Hunters, pero los humanos debemos mantener el secreto, no pode-
mos revelar nuestra naturaleza así como así.
– ¿Ni siquiera frente a la persona que amáis?
– No... no me puedo arriesgar. – la joven acompañó esta frase con un movimiento
de cabeza.
– Por lo que he escuchado, Alessio es policía, o algo por el estilo. Sabe defen-
derse, y también guardar un secreto. Creo que puedes contárselo, Paola, aunque por
supuesto, no es mi intención meterme en asuntos humanos, ni en tu vida personal.
Deberías volverlo a intentar, he visto claro que aún sientes algo por él, y él también
por ti, no lo dudes.
– ¿Cómo puedes entender tan bien los sentimientos humanos siendo una gárgola?
– dijo Paola algo extrañada.
– Puedo ser una gárgola, pero no soy estúpido. Cuando acabemos la caza, yo de ti
llamaría a Alessio y quedaría con él.
– Bueno... ya veremos. Vamos a centrarnos en las fotos ahora, ¿de acuerdo? No
deseo seguir hablando de esto...
– Como quieras. Vamos con ello pues, deberíamos encontrar algo.
– Sí.
Tras afirmar, la joven Nizarí sacó las fotos de su bolso, y empezaron a mirarlas.
Observaron y compararon las imágenes impresas por Alessio con las que había en
Internet y en los periódicos.
Agrekerth dijo:
– Sí... lo veo... hay pequeñas diferencias, si te fijas. – dijo la gárgola emocionada.
La chica le obedeció.
– ¡Es verdad! – dijo ella abriendo mucho los ojos – En el chico, se nota que se
le han levantado los mentones, y la chica tiene la frente un poco más ancha mientras
está poseída.
– Hay algo más, fíjate en sus ojos – la joven le hizo caso, y apreció que, en las
fotos en las que las víctimas estaban ocupadas por el espíritu, se veía cada ojo de

43
diferente color.
– Vaya, es increíble. Pues ya tenemos una pista más, lo malo que hay gente que
tiene los ojos de dos colores por naturaleza...
– Sí, Paola, esto sigue siendo muy vago. Quiero decir, para distinguir los ojos de
diferente color tenemos que estar cara a cara con el poseído, y además, asegurarnos de
que no los tenía así antes... aunque no me resulta desconocido, diría que hace poco he
visto a alguien con los ojos así.
– ¿En serio? ¿Quién? Trata de recordar, Agrekerth, es sumamente importante.
La gárgola hizo memoria. Al rato, se acordó.
– Lo he visto esta mañana, en la televisión. Había un hombre con los ojos así, no
le di importancia porque pensé que era cosa de la imagen, pero ahora... estoy seguro
que alguien tenía los ojos de dos colores, sí.
– Ya veo. ¿Qué estabas viendo?
– No lo sé, Paola. Nunca me había sentado delante de la televisión.
– Vale... ¿Cómo era lo que estabas viendo?
– Eran noticias, como las de los periódicos.
– Bien. Estabas viendo el informativo de la mañana. ¿Cómo era el hombre?
– Más bien alto, creo. De rostro delgado, ojos claros y pelo canoso, debía rondar
los cincuenta. Iba bien vestido, con traje y corbata.
– Bien vestido. Sería algún político... mmm...
Paola volvió al PC y buscó algunas fotos. Al rato, tenía en el monitor la web ofi-
cial del Corriere de la Sera2, con un titular en grande que rezaba:
“EL CANDIDATO MICHELLE BUONSANTI UTILIZA LENTILLAS PARA
SU DISCURSO”
– Michelle Buonsanti... es el principal candidato socialista a la alcaldía de Roma.
Su principal rival es Andrea Giovanni, de la Liga Norte.
– ¿Significa esto algo para ti? – dijo Agrekerth sin entender demasiado lo que
ocurría. Nunca había entendido la política humana, el individualismo y la democracia
no encajaban para nada en el sistema de clanes y respeto a los ancianos que tenían
las gárgolas.
– No estoy muy al día en política. Déjame investigar un poco sobre ellos. – Paola
empezó a mirar páginas de Internet – Vaya, mira esto. Sandra, la joven esposa de
Buonsanti, murió hace tres meses, al parecer le dio un calambre en su piscina privada.
– ¿Podría ser ella?.
– No lo sé. Mmm... déjame ver una cosa...
Paola conectó de nuevo el aparato negro donde estaba recogida la información del
disco duro del informático asesinado.
– Cuando miré esto por primera vez, no le di importancia, pero ahora... mira.
Agrekerth vio un documento con diversos movimientos de dinero.

2 Il Corriere della Sera es un diario italiano

44
– ¿Qué es, Paola?
– Creo que es la financiación de la campaña de Buonsanti. Mira esto. – señaló
varias entradas – Estos nombres están vinculados a la Mafia.
– ¿Quieres decir que la campaña de Buonsanti está financiada en parte por la
Mafia? No sé, me pareció un hombre honesto cuando lo vi esta mañana. Aunque a lo
mejor es normal que un político pida ayuda a la mafia...
– Agrekerth, ningún político humano es honesto. – Paola acompañó esta sarcásti-
ca frase con una sonrisa – Y no, no es normal que un político se implique con la mafia,
más cuando la campaña de Buonsanti se distingue por una honestidad y transparencia
absoluta... tengo que llevarle esto a otro amigo...
– ¿Otro ex novio? – Agrekerth sonrió.
– No, no he tenido tantos novios. Además... bueno, es sólo un amigo, ya verás.
Espera.
Paola abrió el servicio de mensajería instantánea y saludó a uno de sus contactos.
Hablaron durante un rato, y la gárgola pudo ver, a lo largo de esta conversación, como
el documento con los movimientos de la campaña de Buonsanti se desglosaba aún
más de lo que estaba.
– Mira – dijo la joven a Agrekerth – Los movimientos relacionados con la Mafia
no fueron encargados por Buonsanti. El cerebro tras ellos es su esposa.
– Es decir, Sandra quería acabar con la carrera de su marido.
– Seguramente, estaría esperando a que subiera a la alcaldía para descubrir su
supuesta “relación” con la Cosa Nostra. – acompañó la palabra “relación” con el sím-
bolo de las comillas.
– ¿Y para qué? La política humana es demasiado complicada para mí...
– La política humana es complicada hasta para los humanos, Agrekerth – Paola
sonrió de nuevo – Quería que ganase Giovanni. Un escándalo así habría apartado a
Buonsanti del poder, le habría obligado a renunciar a su cargo, y habría destrozado
su reputación.
– No te sigo. No entiendo por qué Sandra Buonsanti podría tener interés en que
Giovanni, el rival de su marido, subiera al poder.
– Serían amantes, o antiguos compañeros de universidad, o simplemente Sandra
odiaría a su marido, ¿yo que sé? La cosa es que ese era su plan.
– Entonces, fue Buonsanti quien mató a Sandra.
– No. Fue Giovanni. – dijo Paola en tono concluyente.
– ¿Giovanni? ¿Y por qué?
– Ya no le era útil. Se tenía que librar de ella para que no quedaran cabos sueltos.
Así, tras ganar Buonsanti las elecciones, habría descubierto toda la falsa trama.
– Los humanos sois muy retorcidos. – dijo Agrekerth en tono confundido – Enton-
ces, ¿por qué ha poseído Sandra a Buonsanti? Tendría que haber ocupado el cuerpo de
Giovanni y obligarle a suicidarse, o algo así.
– Le ha poseído para vengarse de los dos, supongo. No querrá que Giovanni se

45
suicide aún, o... no sé, Agrekerth, no conozco a fondo sus planes y solamente estoy
especulando.
– Bueno... todo encaja, Paola. Creo que tienes razón. Y los muertos...
– Son los asesinos de Sandra. Los que ejecutaron el plan de Giovanni. Los poseí-
dos son simples víctimas, gente sin vínculos con el plan. Quizás para poseer a alguien
conocido, o quedarse en un cuerpo por más tiempo, Sandra ha tenido que poseer a dos
personas desconocidas... entrenar, por decirlo de alguna forma.
– Comprendo – dijo Agrekerth, frotándose el mentón. ¿Y qué hacemos ahora?
– Matar a Buonsanti no serviría de nada. Tenemos que entrar en su mansión y
sacar a Sandra del cuerpo de su marido.
– ¿Tú sabes hacer exorcismos?
– No, no tengo ningún poder sobrenatural ni mágico, lo siento. – dijo la nizarí en
tono de disculpa.
– No te preocupes, Paola. Intentaré encontrar la forma de exorcizar al Espíritu...
quizás los Ancianos de mi clan sepan.
– Yo también iré a ver a mi maestro.
– De acuerdo, quedamos aquí en un par de horas. – dijo la gárgola saliendo por la
ventana y emprendiendo el vuelo.
Agrekerth llegó al Santuario un rato después, esperando que alguno de los An-
cianos pudiera ayudarle. Para su sorpresa, encontró a los dos, Avirain y Karnatharth,
celebrando una reunión. Se quedó en la ventana, sin atreverse a entrar del todo.
– Oh... perdón. Si molesto... – dijo con dudas.
– No, joven Agrekerth, no molestas – replicó Avirain, la mayor y más sabia de
las gárgolas romanas. Era una gárgola masculina afable y amistosa, muy paciente, y
todos los demás le escuchaban con gran respeto – Entra y cuéntanos qué necesitas. –
Agrekerth obedeció a su superior.
– Veréis... estoy emprendiendo una caza con una humana – obvió los detalles
acerca de Paola, ya que era posible que Vashagrot no quisiera que el clan supiera nada
acerca de sus relaciones con los nizaríes – y hemos descubierto que es un espíritu que
cambia de cuerpo. Necesitamos algo con lo que exorcizarle.
– Un exorcismo es un conjuro poderoso y complicado, Agrekerth. Tu actual nivel
de maestría en las artes arcanas no te permite realizarlo, aparte que no forma parte de
la magia elemental de la tierra3.
– Lo sé, pero esperaba que pudierais acompañarme... Sé que todas las razas, in-
cluyendo a los humanos, podemos aprender a exorcizar, es una de las formas más
simples de magia. He supuesto que vosotros tenéis poder para realizar un exorcismo,
y esperaba que...
– Tenemos ese poder, – dijo Karnatharth, asintiendo con su habitual voz severa
– pero es tu caza y nosotros tenemos otros asuntos. Sin embargo, creo que podemos

3 Estilo de magia exclusivo de las gárgolas

46
ayudarte. Espera...
La anciana gárgola femenina desapareció por una de las puertas del Santuario.
Volvió al rato con un objeto en las manos, un espejo con un precioso marco grabado.
– Este espejo tiene imbuido el conjuro necesario para exorcizar criaturas, ya que
en el pasado un mago humano le introdujo este poder, creando una Reliquia4. Tienes
que conseguir que el fantasma salga del cuerpo que ocupa, y poner el espejo frente a
él. Entonces, el espíritu será absorbido por el espejo.
– Comprendo – dijo Agrekerth con los ojos iluminados. – Muchas gracias, Kar-
natharth.
– No he terminado – continuó la Anciana – Creemos que el espejo tiene unos usos
limitados. No sabemos cuántas veces ha sido utilizado, es posible que haya perdido su
poder. Tendrás que arriesgarte.
Agrekerth asintió lentamente a las palabras de Karnatharth, dio las gracias y se
fue. Volvió al apartamento de Paola y la encontró ya allí.
– Agrekerth... lo tenemos complicado – dijo la chica cuando vio a la gárgola entrar
por la ventana. Se la notaba azorada y desesperanzada.
– Quizás no tanto. – dijo Agrekerth tranquilamente.
– Me han dicho que es un hechizo de gran poder y que queda fuera de nuestras
posibilidades... yo ni siquiera me he iniciado en las artes místicas, aunque en mi So-
ciedad se puede alcanzar un estatus que te lo permita, pero todavía no lo poseo.
– A mí también me han dicho eso, pero... mira esto. – dijo con alegría a la vez que
enseñaba el espejo a Paola, tras lo cual le explicó lo que había pasado en el Santuario.
– Bien, pues ya lo tenemos todo. – dijo ella sonriendo tras la explicación – Entra-
remos esta noche en la mansión de Buonsanti.
– No, no todo... falta algo.
– ¿El qué? – preguntó la humana.
– ¿Cómo haremos a Sandra salir del cuerpo?
– Matando a Buonsanti – dijo ella encogiéndose de hombros. Agrekerth se sor-
prendió ante la frialdad de las palabras de Paola.
– No puedes hablar en serio...
– Soy nizarí, Agrekerth. Claro que hablo en serio. Sandra es peligrosa, el sacrificio
de una vida es aceptable.
– No, no lo es. Se trata de salvar, no de matar.
– No para mí – dijo Paola con dureza.
– Paola, no puedo creer que seas tan... bueno, sí que puedo creerlo. Mira, no creo
que... – la chica levantó la mano indicándole que se callara.
– Vale, está bien. Intentaré hallar otra forma, ¿de acuerdo?. Tú encárgate de pro-
teger bien ese espejo para que no se rompa cuando nos infiltremos. Nos vemos esta

4 Reliquia: Objeto mágico del pasado, generalmente poseedor de un gran poder. Actual-
mente, se ha perdido el arte de crear Reliquias.

47
noche frente a la mansión. – Paola le dio la dirección de la casa, que estaba en la parte
alta de la ciudad, algo apartada.
– Pero... bueno, mejor dejarlo. Nos veremos luego.
Agrekerth salió volando y, discretamente, cogió ropa y cuerdas de diversos ten-
dedores exteriores y envolvió bien el espejo. El resto de la tarde lo pasó volando
erráticamente, pensando y mentalizándose de lo que se avecinaba, probablemente su
primera gran batalla, su primera pelea “auténtica” como Shadow Hunter. La noche
cayó sobre Roma, y Agrekerth fue al encuentro de su compañera, a quien encontró
frente a la empalizada que rodeaba la mansión, mirando hacia arriba ocultándose de
las cámaras de seguridad que barrían la zona. Iba vestida como la primera vez que
se vieron, sólo que esta vez el uniforme era negro, adecuado para confundirse con la
noche. Agrekerth aterrizó.
– Fúndete con mi sombra – le dijo Paola en un susurro, con tono neutro. Agrekerth
dedujo que estaba entrenada para no mostrar emociones en situaciones como aquella
– Voy a escalar el muro.
– Paola... te recuerdo que estás conmigo. – dijo la gárgola con una sonrisa.
Tras esto, Agrekerth la cogió en brazos, ya que para un ser grande y fuerte como
él, Paola era tan pesada como una pluma, y subieron volando, evitando las cámaras,
hasta situarse en la copa de un árbol. Observaron el terreno y vieron que delante de la
puerta sólo había dos guardias.
– Que poca seguridad – susurró la chica – Será muy fácil entrar.
Tras decir esto, sacó de un compartimiento en su espalda un fusil de francotirador
desmontado, que empezó a ensamblar.
– Espera... ¿qué haces? – dijo Agrekerth en voz baja.
– Voy a abrirnos paso sin alertar a nadie. – De nuevo, el tono neutro, exasperante,
que casi sacó a Agrekerth de sus casillas, pero se contuvo para no gritar. Finalmente,
consiguió ahogar su voz y dijo en un susurro:
– ¿Vas a matarles?
– Sí – replicó Paola con la frialdad de un témpano de hielo, mientras montaba el
rifle distraidamente.
– Por Ymir, los humanos sois increíbles. ¿Cómo os podéis matar con tanta facili-
dad entre vosotros?
– Pues por muchas razones. ¿Las gárgolas nunca tenéis guerras?
– Una gárgola jamás pensaría en quitarle la vida a nadie de su propia especie. Es
monstruoso. De verdad, cuanto más cosas conozco acerca de vosotros los humanos,
más me sorprendéis.
– Muy loable por vuestra parte.
– ¿Y por qué no les duermes con tu cerbatana?
– No tiene tanto alcance.
– Espera, guarda eso. Vamos a acercarnos.
– Nos verán.

48
– Deja eso de mi cuenta. Permite que yo te lleve, para variar.
Paola lo pensó durante un momento, pero finalmente decidió hacer caso a Agre-
kerth. Guardó el rifle y le miró. Este la volvió a coger en brazos y emprendió el vuelo,
describiendo un amplio círculo en el aire hasta posarse encima del porche de la en-
trada. Paola se bajó de los brazos de Agreketh, sorprendida pero sin hacer ruido. Tras
esto, de un ágil salto, se colocó detrás de uno de los guardias...
El tipo la vio y sacó una pistola, pero ella esperaba aquella acción. Por su parte,
Agrekerth bajó por detrás y se plantó en el suelo con un ruido sordo, detrás del esbirro.
El guardia se dio la vuelta al oír el ruido, asustándose al verle, lo que facilitó a la gár-
gola poder realizar una maniobra que le quitara la pistola de las manos, y a la asesina
hacer una finta para colocarse frente al otro guardia. Tras esto, Agrekerth se puso en
posición de combate. Finalmente, el guardaespaldas reaccionó y proyectó una patada
al pecho de la gárgola, que fue esquivada sin dificultad. Era rápido para su tamaño,
como pudo comprobar el otro tipo. Lanzó un puñetazo a la cara del monstruo, quien
lo bloqueó y golpeó el abdomen del esbirro. Este trastabilló y se echó hacia atrás,
momento que Agrekerth aprovechó para lanzar una fuerte patada doble al rostro de
su adversario, ayudándose con sus alas para darse impulso. El guardaespaldas cayó al
suelo, inconsciente.
Mientras, Paola finalizó su cabriola para enfrentarse al otro guardia. Este intentó
sacar también su pistola, pero la cercanía propició que la chica le diese una patada en
la cara, lo que le disuadió de intentar usar el arma. Se puso en posición de combate.
La joven estudió a su adversario, manteniendo la distancia. Estaba claro que no le iba
a vencer con la fuerza, el tipo era mucho más grande que ella, por lo que debía recu-
rrir a otras estratagemas. Tras unos segundos, el guardia se decidió a atacar, le lanzó
una patada al pecho que Paola esquivó mediante una maniobra harto extraña: hizo
un espagat, quedando con las piernas abiertas en el suelo, y golpeó los testículos del
hombre con su puño. El otro retrocedió, sin resuello. Paola se levantó rápidamente y
le intentó dar una patada al esbirro en la cara, pero este se recuperó a tiempo y la es-
quivó, aunque con dificultad. Adelantó un paso y dio un puñetazo a la chica en la cara.
Esta se quejó, pero no trastabilló. Se agachó, y usó sus piernas como pinza, haciendo
caer al otro al suelo. Sin levantarse, Paola hizo una cabriola y golpeó a su adversario
en la cara con el puño, dejándole inconsciente.
La chica se levantó con sobrealiento, resoplando, mientras que Agrekerth estaba
fresco, como si no hubiera pasado nada.
– Podrías haberme ayudado – dijo Paola recuperando el aliento.
– Pero entonces, no te habrías divertido tanto – respondió la gárgola sonriendo.
– Peleas bien.
– Tú también. Veo que la fama de las gárgolas de maestras del combate es mere-
cida.
– Ahora, toca entrar – dijo Agrekerth.
Paola sacó algunas herramientas de los múltiples bolsillos secretos de su traje,

49
forzó la cerradura y se introdujeron en la casa, donde estaba todo a oscuras.
– Dame el espejo – susurró Paola – Tengo un plan, confía en mí.
Agreketh obedeció. Avanzaron hacia unas escaleras que daban al segundo piso.
Una vez allí, buscaron el dormitorio principal donde, en efecto, dormía Buonsanti, o
mejor dicho Sandra. Paola. Puso el espejo en un rincón, pero en ningún momento le
quitó los trapos que lo cubrían.
– Inmovilízale – dijo la chica, situándose a los pies de la cama. Agrekerth no esta-
ba muy seguro de en qué iba a acabar aquello, pero a pesar de todo obedeció. Agarró
a Buonsanti con sus fuertes brazos, lo que hizo que se despertase e intentase librarse.
Sin embargo, aunque el hombre no estaba en mala forma, no podía competir en fuerza
con la gárgola. En ese momento, Paola sacó una daga de uno de los bolsillos de su
traje y lo lanzó al interruptor de la lámpara de la mesita de noche. El espejo quedaba
parcialmente en sombras debido a la incidencia de la tenue luz, y de todas formas
Buonsanti no podía verlo porque estaba a su espalda.
– ¿Quiénes sois? ¿Qué queréis? – dijo el hombre, aparentemente asustado.
– No finjas, Sandra Buonsanti, hemos venido a por ti – replicó Paola.
– Sandra era mi esposa, esto es una broma de mal gusto. ¡Está muerta! – Buonsan-
ti cambió el tono de miedo por una notable furia.
– Sí, pero hasta los muertos pueden volver, ¿verdad, Sandra?
– De acuerdo. No sé cómo lo habéis averiguado, pero sí, es cierto, he vuelto de
entre los muertos buscando venganza. ¿Y qué?
– Tu marido no debe pagar por los errores de otro.
– Mi marido es un gusano rastrero que no tiene iniciativa. ¡Ha llegado al poder
porque yo lo he querido así!. – la voz de Buonsanti se elevó cuando dijo esto – Le he
apoyado durante años, maldito bastardo pusilánime. Sin mí...
– Ha llegado al poder porque lo ha decidido un partido y unos votantes, no tiene
nada que ver contigo – replicó Paola cortándole – Y si tan rastrero es, no te importará
que muera. – El rostro de Buonsanti se torció en una mueca de estupor. Agrekerth
estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo, dejando que transcurrieran los aconte-
cimientos.
– No te atreverás. – dijo Buonsanti, desafiante.
– Necesito que salgas de ese cuerpo, y si es la única forma... – la chica mostraba
ahora una frialdad digna de alabanza.
– Entraré en ti. O en este bruto disfrazado. – ¿Disfrazado?, pensó Agrekerth, pero
bueno, tal vez era mejor así.
– No, no lo harás. – En esta ocasión, era Paola quien utilizaba un tono desafiante,
retando a su interlocutor, o mejor dicho, interlocutora.
– ¿Cómo que no? Ya lo creo que me atrevo.
– No te somos útiles. No tenemos nada que ver con tu plan. ¿Para qué ibas a
poseernos?
– Aún no he matado a mi asesino, el muy bastardo era más fuerte que el cuerpo

50
que ocupé, pero con este bestia será diferente. – Señaló a Agrekerth con la cabeza.
– No, no lo vas a hacer. No tienes lo que hay que tener. – El tono de Paola era cada
vez más desafiante.
– Maldita zorra. ¿Quién te crees que eres? – dijo Buonsanti, furioso.
El político parpadeó dos veces y su cuerpo se empezó a agitar, poniendo los ojos
en blanco y empezando a hablar atropelladamente. Inmediatamente después, el espí-
ritu de Sandra se elevó por encima de la habitación. Podían verlo, una forma trans-
lúcida que se recortaba contra el techo, lo cual sorprendió a Agrekerth, ya que hasta
ahora había permanecido invisible. Ahora tiene más poder, pensó. Buonsanti empezó
a moverse, libre del influjo maligno de su difunta esposa pero, casi instintivamente,
Agrekerth le golpeó levemente y lo dejó inconsciente. El espíritu se dio la vuelta y
miró a la gárgola con ojos llenos de furia. Empezó a acercarse a él...
En ese momento, Paola, en un rápido movimiento, sacó varios cuchillos arroja-
dizos y los lanzó contra el espejo. Estos acertaron justo en las cuerdas, cortándolas
y dejando caer los múltiples trapos que lo cubrían, dejando al descubierto la pulida
superficie reflectante. En ese momento, la transparente figura de Sandra se deformó y
empezó a dirigirse hacia la superficie reflectante del espejo, sin aparentemente poder
evitarlo. Su boca se movía, pero no emitía ningún sonido. Poco a poco, el vidrio fue
absorbiéndola, hasta que no quedó ni rastro de ella.
– Vaya... – dijo Agrekerth sorprendido. – Ha funcionado... quién sabe si por última
vez.
– Sí, quién sabe. Vamos, no creo que los guardias o el propio Buonsanti tarden
mucho en despertar.
La gárgola volvió a coger en brazos a Paola y salieron volando por la ventana.
Para la joven, fue una experiencia increíble poder sobrevolar la ciudad de aquella
forma, y se relajó, abrazando el cuello de su compañero y permitiéndose disfrutar
por primera vez desde que habían emprendido aquella caza. Llegaron pronto a su
apartamento.
– Bueno – dijo Paola sonriendo – Lo hemos hecho, al fin.
– Aún no. – replicó la gárgola – Falta liberar a los presos... y que Giovanni pague
por lo que ha hecho.
– Eso ya no es cosa nuestra, Agrekerth.Puedo mover algunos hilos a través de mis
contactos, pero no nos podemos implicar personalmen-
te en ello, especialmente tú. Debemos dejárselo a las autorida-
des mundanas, los Shadow Hunters tenemos otras ocupaciones.
Agrekerth se quedó en silencio, meditando por unos segundos, y finalmente, dijo:
– De acuerdo. – dijo asintiendo, conforme, aunque algo malhumorado – No me
gusta, pero tú ganas. Entenderás que la victoria me sabe a poco.
– Sí, te comprendo y tienes razón, pero no estamos capacitados para hacer cosas
así. Requieren abogados, juicios... medios de los que nosotros no disponemos. Alé-
grate, hombre – dijo la chica sonriendo – Hemos acabado con la parte sobrenatural

51
del problema, es nuestra faena. Puedes dormir bien esta noche, has cumplido con tu
trabajo.
La gárgola meditó un momento sobre las palabras de la asesina, y finalmente
sonrió.
– Creo que tienes razón, Paola. Por fin me he librado de esta pesadilla. Bueno, –
dijo dando un gran abrazo a la chica – me voy por ahora, tengo asuntos que atender
en el Santuario. Espero verte en el futuro, me ha gustado mucho que me ayudaras.
– Yo también lo espero, Agrekerth. – replicó la chica devolviéndole el abrazo,
aunque sus brazos casi no abarcaban el enorme corpachón del elemental – Ha sido un
placer trabajar contigo, ojalá colaboremos más.
Tras esta despedida, la gárgola salió por la ventaba y se alejó volando hacia el
Santuario. La caza había terminado...

Pasaron nueve meses. En ese tiempo, los dos presos detenidos por los asesinatos
salieron libres cuando un nuevo abogado se interesó por el caso y presentó pruebas
de enajenación mental transitoria debido a elementos externos. Tras un tiempo, se
descubrió toda la trama de Giovanni para desprestigiar a su rival. Este fue detenido y
juzgado, lo que le apartó definitivamente de la alcaldía de Roma. Sin rivales fuertes,
Buonsanti ganó sin problemas las elecciones a alcalde.
Todo esto fue seguido por Agrekerth mediante robos furtivos de diarios y miradas
lejanas a televisiones de la ciudad. Cuando Buonsanti ganó, se alegró mucho y decidió
ir a verle. Se situó en un tejado cercano a la sede del PSR, el Partido Socialista Roma-
no, viendo el discurso de agradecimiento del nuevo alcalde.
– Hola – oyó tras de sí. No le hizo falta darse la vuelta, sabía quién era. Paola se
sentó a su lado.
– Hola, Paola. Vi tu mano tras las acciones de estos meses.
– Bueno, el mérito no es todo mío, pero sí, algo hice. – replicó la nizarí sonriendo
con orgullo.
– ¿Cómo estás? – dijo Agrekerth rodeando los hombros de la chica con su enorme
brazo.
– Bien... ya sabes. Un par de cazas en estos meses. Nada demasiado extraordina-
rio... para nosotros, claro – rubricó esta última frase con una nueva sonrisa – ¿Y tú,
que tal?
– Más o menos como tú. – Agrekerth le devolvió la sonrisa, una horrible mueca,
pero a Paola le pareció atractiva – Así es la vida del Shadow Hunter, supongo.
– Pues sí – Paola volvió a sonreír – Me alegra que haya ganado, será un buen
alcalde... y si no, le mataré. – Agrekerth giró la cabeza hasta encararse con ella, mirán-
dola con el ceño fruncido. – ¡Eeeh, que es broma, grandullón! Lo de que los nizaríes
matamos a quien nos apetece es una leyenda urbana.... bueno, más o menos.
– ¿Piensas en nuestra caza conjunta? – dijo la gárgola, cambiando radicalmente
de tema.

52
– Sí, claro, a veces. ¿Y tú?
– Sí. Me ayudó a madurar. Antes estaba... como diríais los humanos... muy verde,
ahora me doy cuenta. – Agrekerth adquirió un tono ligeramente vergonzoso cuando
dijo esto.
– A veces pasa. Siempre hay una primera caza... a veces realmente es tu primera
caza, y otras, como en tu caso, es la primera caza importante que realizas.
– ¿Crees que coincidiremos en alguna caza más?
– Seguro. – replicó la chica asintiendo con la cabeza – No hay tantos Shadow
Hunters en Roma como para que nunca más nos veamos.
– ¿Qué harás a partir de ahora?
– Pues... hay una cosa que no te he dicho... he vuelto con Alessio.
– ¿Sí? Vaya, me alegro por ti – Agrekerth sonrió – ¿Le has contado que eres una
Shadow Hunter?
– Aún no. Antes, quiero comprobar si puedo conciliar la vida de pareja con las
cazas. Por ahora, salgo con él, no es nada serio, le he dicho que prefiero que vayamos
más despacio que antes.
– No te entiendo...
– No te preocupes, sé que las gárgolas os emparejáis de por vida. Digamos que
somos amigos y estamos viendo si podemos ser algo más.
– Ya... bueno, sea como sea, me alegra que tengas novio, creo que es positivo para
ti. – Agrekerth pensó que, pasara lo que pasara, jamás podría comprender la comple-
jidad humana. Paola sonrió, estaba claro que leía esos pensamientos en el rostro de
la gárgola.
– Yo también, los próximos meses serán como mínimo interesantes... y tú, ¿qué?
¿Qué planes tienes para el futuro?
– Bueno, quedó un cabo suelto, y quiero atarlo. – dijo Agrekerth con firmeza.
Sheryl, la niña misteriosa.
– Sí, en efecto.
– ¿Se te ha vuelto a aparecer?
– No, pero quiero averiguar más cosas sobre ella. Presiento que no se me apareció
por casualidad, Paola, creo que tenía razones para ello. En estos meses, he estado
hablando con otros Shadow Hunters de la ciudad, nadie sabe quién es esa niña, y no
se le ha aparecido a ningún otro, sólo a mí.
– Como si te hubiera elegido, ¿no? – Paola había dejado su actitud cordial, estaba
pensativa.
– Sí... algo así. Es de locos, ¿verdad?
– Ser un Shadow Hunter es una locura, Agrekerth, y no trates de encontrarle ló-
gica alguna. De todas formas, es comprensible que quieras averiguar más. Te deseo
suerte en tu búsqueda.
– Gracias, Paola. Yo también te deseo suerte en tus cazas... y en tu nueva relación.
Tras estas palabras, estuvieron un rato en silencio, observando a Buonsanti y a la

53
multitud enardecida hasta que acabó el discurso, tras lo cual, se pusieron de pie y se
miraron.
– La hora de las despedidas. – dijo la joven asesina.
– Sí. – la gárgola acompañó su escueta respuesta con un gesto de asentimiento.
– Agrekerth, antes de que me vaya quiero decirte una cosa. – Paola bajó los ojos y
su voz bajó un poco de tono, no llegando a un susurro pero rozándolo – Tú aprendiste
algo... pero yo también. Me enseñaste que no siempre matar es la mejor opción, al
contrario de lo que dicen mis superiores en la orden. Quiero que sepas que tengo en
cuenta las cosas que me dijiste en cada caza que emprendo.
– Vaya... eso sí que me sorprende, Paola. No sé qué decir.
– No hace falta que digas nada. Y por cierto... los humanos somos capaces de
matar, pero... también somos capaces de esto. – Tras esto, plantó un beso en la pétrea
mejilla de la gárgola y le sonrió.
– Mmm... no está mal. Realmente, los humanos sois una raza interesante.
– También las gárgolas – dijo Paola, guiñándole el ojo. – Nos vemos, grandullón.
– Sí, Paola, ya nos veremos – Agrekerth acompañó esta frase con una sonrisa.
La chica se alejó, y no tardó en perderse de la vista de cualquiera. Puede que no
tuviera poderes extraordinarios, pero sin duda estaba bien entrenada.
Agrekerth miró a la pálida luna que brillaba en el cielo y extendió sus alas. Em-
prendió el vuelo arropado por la oscuridad de la noche. Un capítulo de su vida había
acabado, pero ahora empezaba otro, otro que podía ser más duro y apasionante si cabe
que el precedente. Pero eso será contado en otra ocasión...

54
Relato III
GUNGNIR
El niño era feliz, estaba celebrando el primer año de vida de su pequeño herma-
no. Los rayos del sol se reflejaban en su rostro, hacían brillar sus ensortijados rizos
rubios como el oro. Corría por las verdes praderas, sintiendo la brisa, en esa época
de principios del verano en la que el hielo ya se ha fundido por completo y el calor
va abriéndose paso poco a poco. Estaba desnudo, a excepción de unas sandalias y un
taparrabos. Y lo más importante, solo. Ningún sirviente ni ningún soldado tenía los
ojos puestos en él, lo que le complacía enormemente. Tropezó y empezó a rodar por la
hierba. No le importaba, sonrió con el frescor que le transmitía la tierra. Finalmente,
llegó a un riachuelo, se detuvo junto a la orilla a descansar y bebió un poco de agua.
Cerró los ojos y aspiró una amplia bocanada de aire, dejando que la brisa inun-
dase sus pulmones. Lo cierto era que estaba fatigado, ya que llevaba toda la mañana
corriendo por aquella campiña. Decidió quedarse un rato en aquel lugar, nadie le
echaría de menos en palacio, era pronto todavía para volver...
De pronto, una voz le sacó de sus pensamientos.
– El agua es fresca, a fe mía.
El pequeño abrió los ojos de par en par, a su lado vio a un hombre mayor, vestido
con ropas de monje. Se lavaba las manos, manchadas de tierra, en el riachuelo. Tenía
una larga barba y la piel morena, debía ser un ermitaño. Sus ojos transmitían una
sabiduría milenaria, propia de un eclesiástico, aunque parecían mucho más viejos de
lo que en realidad era.
Karl, que así se llamaba el niño, se preguntó cómo había podido llegar hasta allí
y cómo era que no le había oído, pues aun con los ojos cerrados sus sentidos per-
manecían alerta. Se atemorizó por un momento, pero supuso que no tenía nada que
temer de un hombre pío.
– Sí, lo es – asintió – Y el día acompaña. Lo cierto es que hacía mucho tiempo que
no brillaba el sol así.

55
– Es normal, se acerca el verano. Mis tomates ya maduran, cuando lo deseéis po-
déis ir a buscar algunos a mi ermita, está en lo alto de esa loma – el monje señaló hacia
el lugar cercano – , o mandar a alguno de vuestros sirvientes, si os place.
– Así que sabéis quien soy.
– Sí, lo sé, pero a mi edad uno ya no se deja impresionar por honores
ni títulos. Aparte, he servido en el pasado a otros que estaban muy por en-
cima de vos o de vuestro padre, pero renuncié a ello por... bueno, no tie-
ne caso contar por qué. Sé quién sois y sé quién seréis, y os debo decir algo.
A Karl le dio un escalofrío. No era raro que aquel extraño eremita le reconociera,
pero... ¿qué era aquello que tenía que decirle? No obstante, se repuso de su sorpresa,
no debía haber dudas en su voz, eso le había enseñado su padre. Así pues, con firmeza,
a pesar del temor que sentía por dentro, preguntó:
– ¿Y qué es eso que debéis decirme?
– Pronto – dijo el monje con mucha seguridad en su voz – recibiréis un... presente,
por decirlo de alguna forma. Este regalo es algo muy poderoso, no ha sido hecho por
manos humanas.
– Entonces... ¿es un presente de Dios?
– No, veréis, hay fuerzas tan poderosas como Dios que no podéis... que no pode-
mos comprender ni soñar. El regalo del que hablo proviene de una de esas fuerzas.
– ¡Blasfemáis! ¿Cómo osáis decir que hay poderes equiparables a Dios? Sois
eclesiástico, os recuerdo.
– Sé quién soy, y sé lo que digo, y creedme que lo que digo es verdad. Recibiréis
el regalo de una forma que no esperáis, ese momento llegará, no lo dudéis. Pero, como
os digo, ese objeto no ha sido hecho para manos humanas, no os pertenece. Si lo re-
chazáis, será visible para su legítimo dueño, y este podrá venir a reclamarlo y llevarlo
al lugar donde debe estar. Por tanto, os pido que no aceptéis ese regalo...
– Si me lo regalan, me pertenecerá. Y si, como decís, es un regalo de Dios, aunque
vos digáis que no, debe ser mío. ¡Es mi destino tenerlo!
– Sé lo que pensáis, pero si lo rechazáis, podrá ser devuelto a quien realmente
pertenece.
– Por quien... ¿por vos, quizás?
– Sí, por mí.
– ¡Queréis el objeto para vos! – Karl se puso de pie para dar más fuerza a aquellas
palabras.
– No... no me habéis entendido, alteza. Yo lo que quiero es...
– Sé lo que queréis. No os voy a decir que desaparezcáis de mi vista porque no
estamos en el castillo de mi padre, pero no tengo por qué escucharos más.
Tras estas palabras, Karl se dio la vuelta, y empezó a correr hacia su palacio.
Supuso que un hombre de esa edad no podría seguirle. Al rato, paró para coger aire
y comprobó que, efectivamente, estaba solo.

56
El presente...

KLARKASTHON

Hans siguió mirando desde su improvisada atalaya, tenso e inmóvil. No sabía


que hacer, no sabía que decir... no sabía casi ni como sentirse. ¿Cómo podía... podían
encontrarse en aquella situación?. Rememoró lo que les había conducido hasta allí…
Llevaban días buscando aquello, tanto él como Alaris, su compañera y a la vez
líder. Por el camino, habían perdido a sus otros dos compañeros, y también habían
recorrido media Europa para finalmente encontrarse allí, en lo más profundo de las
estepas siberianas. El frío les atenazaba, a la vez que el viento mordía las pocas zonas
que exponían al aire, pero finalmente estaban en el lugar, una cueva enorme y oscura.
Cuando llegaron, Alaris le dijo:
– Hans, escóndete. Debo hacer esto sola.
El joven iba a protestar, pero sabía que era inútil, ya que la valquiria era una
verdadera guerrera, y era casi imposible derrotarla, ya fuera en una lucha física o
verbal. Vio unas rocas heladas que formaban el extremo de un pequeño desfiladero,
y se situó detrás de ellas, observando los acontecimientos. Alaris estaba frente a la
cueva, esperando. Ambos sabíamos que aquel lugar engañaba, los dos teníamos claro
lo que había tras él, y así lo confirmamos cuando de la cueva empezó a surgir una luz
de color blanco azulado...
El haz luminoso se concentró en un punto, a la vez que Alaris sacaba sus armas,
dos hachas adornadas con motivos rúnicos. Esperó a que la luz se extinguiese, y en-
tonces lo tuvieron delante: un joven oscuro, de aspecto cetrino y rasgos afilados, pá-
lido como un muerto y con el cabello negro y largo. Iba vestido de arriba a abajo con
un abrigo negro. Sus labios, torcidos en una media sonrisa malévola, eran azulados,
como si estuvieran helados, al igual que sus uñas y sus ojos, grises con un tono azul
como el acero. Avanzó unos pasos.
– Alaris. Qué sorpresa. No esperaba encontrarte aquí – Dijo con un tono de claro
sarcasmo, lo que demostraba que estaba perfectamente preparado para encontrarse
con la valquiria.
– Calla y empecemos, Klarkasthon.
– Qué poco femenina eres, no quieres más que ir al grano.
– ¡Cállate!
Tras esta última y tajante palabra, la valquiria lanzó una de los hachas hacia el
otro, que quedó clavada en el suelo a escasos centímetros de sus pies.
– No voy a volver a caer en ese truco, Alaris – dijo Klarkasthon. – Una vez, vale.
Dos ya... – su socarrona sonrisa se amplió. Tenía una faz hermosa, pero excesivamen-

57
te desafiante, como si continuamente estuviera buscando pelea...
– En ese caso... – replicó Alaris con furia – ¡Muere!
Se abalanzó sobre él blandiendo su hacha, con la furia reflejándose en su rostro.
Se encontraba en un estado de furia total debido a la Runa de la Ira, que llevaba gra-
bada en su frente. Hans sabía que además de la Runa de la Ira y la del Desafío5, que
había intentado usar momentos antes sin resultado, había grabado en el hacha que em-
puñaba ahora mismo la Runa de la Velocidad6. Klarkasthon no hizo nada, solamente
extendió su brazo hacia ella y sonrió ampliamente.
Al momento, de su mano empezó a salir una fuerte escarcha, que envolvió
por completo a Alaris. Esta frenó en su impulso, pero dada su velocidad y la inestabi-
lidad del terreno, lo único que consiguió fue resbalar y caer, quedando en una posición
muy cómica. Klarkasthon generó cuatro enormes estalactitas de hielo que se clavaron
en los hombros y piernas de Alaris.
– ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaargh! – Gritó la Valquiria.
– Bien, bien... divertido. – dijo Klarkasthon socarronamente, ampliando su son-
risa.
En aquel momento, Hans deseó intervenir, pero recordó las palabras de su maes-
tra, por lo que se quedó dónde estaba, rabioso por su inutilidad.
Klarkasthon se acercó a su enemiga, aumentando la intensidad de la escarcha que
salía de su mano. Pronto, Alaris se convirtió en un gran bloque de hielo. El monstruo-
so joven dejó de lanzar el viento helado y empezó a bailar.
– Esto es lo más divertido que he hecho últimamente, ¿no crees, mi querida Ala-
ris? Y ahora, el toquecito final...
Bailó por encima del témpano en que se había convertido la Valquiria, hasta res-
quebrajarlo y convertirlo en un montón de pedazos sanguinolentos.
– Bien, problema resuelto. – dijo poniéndose serio – Y ahora, vamos a lo que
hemos venido. Este mundo está maduro...
Klarkasthon se alejó hacia el horizonte. Hans, finalmente, decidió salir de su es-
condite. Miró el cadáver hecho pedazos de su antigua maestra con expresión de es-
tupor...
Pronto, sus lágrimas empezaron a quedarse congeladas debido al frío ambiente.

5 La Runa del Desafío es una Runa especial que permite a las valquirias desafiar a
alguien y teleportarle a un lugar conocido como el Círculo de Odín, situado en Asgard, Zona
natal de las valquirias. El Círculo de Odín es una especie de circo romano donde los conten-
dientes deben luchar sin usar ningún tipo de poder sobrenatural

6 La Runa de la Velocidad se graba también sobre un arma, y permite a su portadora


hacer múltiples ataques en una rápida sucesión que desconcierta a los enemigos. Es una de las
runas más poderosas que las valquirias pueden realizar.

58
ERICA

Abrió los ojos. Despertó y se sentó en la cama, introduciendo la cabeza entre sus
brazos.
Hizo memoria de lo que había pasado la noche anterior. La persecución, y final-
mente, el fin de la caza. No podía creerlo, llevaban meses persiguiendo a aquel ser, a
aquel hombre inmortal que durante trescientos años había manipulado a su antojo el
pequeño pueblecito de Rothenburg. Pero ya estaba, ya le había atrapado, un éxito más
que sumar a su corta carrera como Shadow Hunter.
No obstante, había sido una victoria amarga, ya que había acarreado la pérdida de
todo contacto con Scott, su protegido, su elegido para entrar en Asgard y servir a Odín
como uno más de los Einherjar. Había buscado al joven en cada rincón del pueblo
alemán, pero sus esfuerzos no habían producido ningún resultado.
Sé que puedes cuidar de ti mismo, Scott, y estoy segura de que nos volveremos a
encontrar.
Se levantó y se dirigió al baño. Observó su cuerpo desnudo, al que se habían
sumado dos nuevas cicatrices debidas a la batalla contra el inmortal y sus secuaces.
Se duchó, se adecentó un poco, peinando su larga cabellera lisa y pelirroja y maqui-
llándose con colores vivos, se puso una camiseta ajustada naranja y unos tejanos color
caqui, de ese estilo militar que tanto le gustaba. Dándole un toque final a su atuendo,
se cubrió con una cazadora de cuero negro, que le daba un aspecto entre macarra y
motera, muy adecuado para ella. Hizo el equipaje y bajó a la recepción del hotel. Ya
no tenía nada que hacer allí, se trasladaría a Munich o Berlín, allí vería si emprendía
una nueva caza.
De pronto, sintió una presencia tras ella. No era una presencia negativa, de hecho
casi era familiar. Se dio la vuelta y contempló a un joven rubio, alto y cargado de es-
paldas, vestido con una cazadora marrón y unos tejanos, otro Shadow Hunter, eso lo
captó en cuanto le miró, ya que todos los cazadores comparten el poder instintivo de
detectarse entre ellos. El chico le saludó.
– Hola, prima – le dijo con una sonrisa. Tenía un acento propio del lugar, la Val-
quiria dedujo que era alemán. Se acercó a ella para abrazarla.
¿Prima?... ¿prima? Una forma tan buena de disimular como otra, pensó Erica. Las
Valquirias no tienen familia, salvo que se consideran hermanas entre ellas. Todas son
creación de Odín, quien las forma a partir del fuego primigenio de Asgard.
– Emm... hola. ¿Qué haces aquí? – dijo haciendo un esfuerzo para parecer a la vez
sorprendida y encantada de verle allí, y devolviéndole el abrazo.
– Me enteré que estabas aquí, y bueno, decidí venir a verte. – dijo el chico sin
dejar
de sonreír.
– Ah, estupendo. Ya me iba, pero... bueno, tengo tiempo para un café.

59
– Perfecto.
Erica dio las llaves de su habitación al recepcionista y se fue con el joven al bar.
Ambos se sentaron y, tras pedir, empezaron a hablar.
– ¿Quién eres y por qué me buscas? – dijo Erica con desconfianza.
– Valquirias... tan impulsivas y temerarias. Os gusta ir al grano, ¿eh? – replicó el
chico con tono neutro.
– Quizás. Deduzco que has tratado con algunas, pero eso no me explica qué haces
aquí. – La valquiria no abandonó su tono suspicaz.
– De acuerdo, vamos con el tema, tranquila – el joven parecía calmado, pero se le
notaba ligeramente alterado. – Me llamo Hans, y bueno, por decirlo de alguna forma,
me envía a ti una amiga común, Alaris.
– Alaris... – replicó Erica, pensativa – ¿Y qué quiere de mí?.
– Ella, por desgracia, ya nada. Alaris ha... fallecido. – la voz de Hans se quebró
cuando dijo esta última palabra. Erica, por su parte, puso cara de sorpresa.
– Comprendo... – acompañó esta palabra con una leve afirmación de cabeza cuan-
do se hubo recuperado del impacto que le había producido la noticia. – Una pena,
Alaris era una gran compañera y gran luchadora también. ¿Y tú, quién eres?
– Soy su compañero, el último de nuestro grupo de caza. Todos, salvo yo, han
perecido. También soy su elegido para luchar en el Asgard.
– Continúa. – dijo Erica casi en un susurro, sumida en sus pensamientos.
– Todos los cazadores que iban conmigo, incluyendo a Alaris, murieron buscando
a un Orgelmir, un antiguo enemigo mutuo llamado Klarkasthon. Intentamos... bueno,
ella intentó detenerle cuando salió por el portal que conduce a Niflheim7, pero fue
derrotada antes de poder evitar que el Orgelmir empezara su andadura por esta Zona.
– ¿Hay un portal en la Tierra que conduce a Niflheim? – dijo Erica, sorprendida.
– En lo más profundo de Siberia, aunque es posible que lo abriera el propio Orgel-
mir... como sabes, en principio los portales que conducen a Niflheim están cerrados,
de hecho creo que este se cerró tras la salida de Klarkasthon.
– Sí, lo sé – Erica pensó en la Trinidad Elemental, formada por los Gigantes,
Oberón y Titania, reyes de los Elfos, y el propio Odín. Dicha Trinidad se encargaba
de detener los avances de Ragnarok, lo que entre otras cosas incluía cerrar todos los
portales que condujeran a Niflheim tan pronto como estos fueran descubiertos.
– Antes de combatir contra Klarkasthon, – prosiguió Hans – Alaris me dio instruc-
ciones para que, si moría, te buscase. Necesito tu ayuda para derrotarle.
– ¿Derrotarle? Alaris es... era – dijo con amargura – una Valquiria mucho más po-
derosa que yo, y no pudo vencerle. Yo no tengo ninguna oportunidad contra él. – Erica
acompañó esta última frase con un encogimiento de hombros.
– Pues... Alaris no debía estar de acuerdo contigo, porque me envió a buscarte. –

7 Niflheim es la Zona Elemental del hielo, gobernada por la fuerza conocida como Ragna-
rok y lugar del que provienen los Orgelmir.

60
dijo su interlocutor, consternado.
– Sí, bueno... ¿y tienes alguna idea del plan del Orgelmir?
– ¿No dices que no puedes vencer a Klarkasthon? – exclamó el joven sorprendido.
– Sí, pero eso no quiere decir que no vaya a ayudarte. Las valquirias no pensa-
mos en la victoria o la derrota, sólo en luchar. – Hans puso cara de estupor cuando
la valquiria pronunció aquellas palabras. Tras esto, se produjo un incómodo silencio
entre los dos.
– Emm... bueno, está bien. – A Hans le costó un poco retomar la conversación en
el punto anterior, pero finalmente lo logró. – Por las investigaciones que realizamos,
dedujimos que iba a buscar algo... bueno, al parecer, una Reliquia muy poderosa, algo
que le daría una energía tremenda.
– Aja. ¿Y tienes idea de cuál puede ser esa Reliquia, o de dónde está, al menos? –
dijo Erica, en un tono que revelaba un evidente interés.
– Pues... la verdad, no. – replicó Hans, apenado.
– Empezamos bien...

KLARKASTHON

El tren se balanceaba al ritmo de las vías, mientras cada viajero esperaba pacien-
temente para llegar a su destino. En el compartimiento de Klarkasthon iba una mujer
joven con su hijo, de unos cinco años, y un hombre de unos cincuenta años que estaba
sentado al lado del Orgelmir, junto a la ventana, aunque no miraba por ella, sino que
estaba apoyado en su brazo, dormitando.
Klarkasthon les miraba, los humanos le producían desdén, pero no tenía otro re-
medio que moverse entre ellos. Se imaginó a aquellos tres seres retorciéndose, dejan-
do de respirar invadidos por el frío. Tenía que cruzar el país entero con el transiberia-
no, era la única forma de llegar a Finlandia, luego a Suecia y finalmente a su destino,
Noruega. Un viaje lento y largo. Klarkasthon pensó en lo fácil que era desplazarse por
su Zona, allí ni siquiera tenía que asumir forma humana, podía deslizarse en forma
de escarcha o agua por donde desease, pero aquí... las cosas eran diferentes. La hu-
manidad era tan simplona para algunas cosas y tan compleja para otras que le ponía
enfermo.
El niño se le acercó con un juguete, un muñeco de vivos colores.
– Hola – dijo con una sonrisa. Klarkasthon no respondió, simplemente movió la
cabeza. – ¿Quieres jugar? – prosiguió el niño, ignorando la negativa del Orgelmir.
– Alexei, no molestes al señor – dijo la madre. El niño no le hizo caso y empezó
a mover las piernas del muñeco por encima de las de Klarkasthon, haciendo como si
caminase.

61
– Deberías hacer caso a tu madre – gruñó el Orgelmir con tono despectivo. La
madre se asustó un poco ante este comentario.
– Alexei, ven con mamá. – dijo.
– Es que quiero jugar con el señor... – replicó el niño con tono de súplica.
– Alexei... – repitió su madre.
– No se preocupe, señora. – exclamó de pronto Klarkasthon. – Muy bien, si quie-
res jugar, jugaremos. – tras decir esto, acarició la cabeza del niño y se concentró,
usando sus poderes de forma muy sutil. Imperceptiblemente, el frío atravesó el pelo,
la carne y el hueso, llegando al cerebro, que empezó a congelarse sin que nadie se
percatase. Cuando hubo terminado, el niño cayó de espaldas, quedando sentado en la
parte inferior del asiento, con la cabeza colgándole sin vida.
– Alexei... ¡Dios mío! – Exclamó la mujer agachándose a socorrer a su pequeño.
El hombre mayor se despertó.
– ¿Qué pasa? – preguntó con voz profunda y ligeramente cascada debido al vodka.
– Nada – Klarkasthon se giró hacia él sin poder evitar una de sus habituales sonri-
sas socarronas – Cosas del frío. – El hombre se agachó para examinar al niño.
– Señora... yo diría que su hijo está muerto. – dijo alarmado. La mujer se encaró
con el Orgelmir.
– Usted... no sé cómo, pero lo ha hecho usted... ¡maldito asesino! ¿Qué le ha hecho
a mi pequeño? – Las lágrimas resbalaban por las mejillas de la compungida madre.
– Señora, cálmese... – en ese momento, Klarkasthon utilizó el último poder que
había aprendido, uno muy apreciado entre los Orgelmir, sobre todo a la hora de uti-
lizarlo fuera de su Zona natal. Empezó a lanzar sutiles ráfagas de viento, tan nimias
que ni siquiera se veían, eran etéreas e iban directamente a las almas de los otros dos
ocupantes del vagón, apaciguándolos, tal era el poder de la magia elemental del hielo
que podía congelar incluso los corazones.
– Sí... tiene razón – replicó la mujer – Puedo tener más hijos... no es tan grave
– Tras esto, se sentó de nuevo en el banco del vagón, quedándose mirando al vacío.
– Ya no se puede hacer nada... estas cosas pasan cada día. A mis padres también
les pasó – dijo el hombre, y se sentó imitando a la mujer, con la mirada perdida.
– Así me gusta. – dijo Klarkasthon con una gran sonrisa en sus labios – Ahora, si
me disculpan, tengo una cosa que hacer, pero no se preocupen, enseguida vuelvo a
estar con ustedes.
El malvado Orgelmir abrió la ventana, cogió el cuerpo del niño y lo tiró por ella.
Este cayó a un lado de la vía, en medio de un despeñadero, y quedó allí, con el frío
viento cubriéndolo con una fina película de escarcha a modo de mortaja...

62
ERICA

– No sé ni qué hacemos aquí – dijo Erica con firmeza.


– Mira... ya hemos discutido esto antes. – replicó Hans con voz cansada – Por al-
gún sitio hay que empezar, y de todas formas, si tienes alguna sugerencia mejor estoy
dispuesto a escucharla.
– No... vale, reconozco que tienes razón, Hans, pero es que siento que estamos
perdiendo el tiempo.
– Eso es porque las Valquirias sois seres de acción, pero ya verás cómo dentro de
un rato piensas de otra forma.
– Eso espero. – concluyó Erica medio en susurros, sin mucha seguridad.
El joven salió de su coche, lo rodeó por delante y abrió galantemente la puerta a
la Valquiria. Estaban frente a un edificio antiguo, de piedra, a pesar de lo cual no era
demasiado ostentoso, solamente un arco gótico enmarcaba su puerta. Había un cartel
grabado en la piedra en el que podía leerse: “Biblioteca municipal y registros”. En-
traron y preguntaron por la sección de mitología. Una vez allí, empezaron a rebuscar
entre los cientos de libros, novelas y ensayos que contenían las estanterías.
– Esto nos puede llevar años – sentenció Erica cuando vio el enorme montón de
escritos que poblaban los estantes de la biblioteca.
– No tanto... solamente tenemos que centrarnos en un punto. Y baja la voz, esta-
mos en una biblioteca – replicó Hans en voz baja, acercándose a ella.
– ¿Qué quieres decir con centrarnos en un punto? – esta vez Erica hablaba tam-
bién en susurros.
– Muy fácil. Es un Orgelmir, ¿no? Vuestros enemigos declarados, por decirlo de
alguna forma.
– Nuestros, de los Elfos, de las Gárgolas y de cualquier Shadow Hunter que ose
enfrentarse a ellos, pero continúa. – La Valquiria alzó un poco el tono, lo que provocó
las miradas de algunos estudiantes. Hans le indicó silencio con un gesto.
– Vale, vuestras andanzas están recogidas en la mitología escandinava, así que
debemos tirar por ahí.
– ¿Y cómo sabes que la Reliquia que Klarkasthon busca está recogida en la mito-
logía escandinava?.
– Sea lo que sea que busque, tiene que ser un objeto poderoso. Una Reliquia así
aparecerá seguramente en las leyendas, no puede haber pasado desapercibida.
– Bueno... reconozco que tu línea de pensamiento es buena, pero no acaba de
convencerme...
– No tenemos una pista mejor, Erica. Busquemos. Si no hallamos nada, ya se nos
ocurrirá otra cosa.
– De acuerdo – asintió ella con resignación y se dirigió hacia las estanterías, em-
pezando a apartar libros hasta que formó una pila en la mesa.

63
Estuvieron un buen rato buscando, recopilando leyendas, desechando todo aque-
llo que vieron poco claro o inútil. Poco a poco, fueron centrándose, definiendo lo que
intuían que era el plan de Klarkasthon.
– Vamos a ver... – dijo Hans, apuntando cosas en su libreta a la vez que hablaba –
Según esto, hace miles de años, Odín perdió su lanza, Gungnir, en Midgard, es decir,
en la Tierra.
– Sé que la Tierra es Midgard, gracias por aclarármelo – dijo Erica con una sonrisa
burlona.
– Emmm... sí, claro, perdona. Bueno, pues podría ser esto lo que Klarkasthon está
buscando.
– ¿La Gungnir? Hans, esa lanza pertenece a un señor elemental... ¿tú crees que
puede ser manejada por...?.
– Sí, sí que puede – replicó Hans – Erica, Klarkasthon es tan normal como lo
puedas ser tú... no creo que tenga problemas para manejarla.
– De acuerdo... ¿dónde se perdió?
– A ver... – Hans empezó a rebuscar entre los libros abiertos y entre sus propias
notas – Según una leyenda, un humano de gran voluntad y poder, capaz de blandirla
a pesar de no ser más que un simple hombre, la depositó en lo más profundo de una
cueva situada en... Nor Veg, que es lo que hoy conocemos como...
– Noruega – concluyó Erica.
– Sí, Noruega. Pues ya tenemos una pista.
– Hay que llegar allí lo antes posible. Vamos al aeropuerto. – dijo Erica levantán-
dose de la silla y empezando a encaminarse hacia la salida. Hans le imitó.
– Hay una forma más rápida de llegar. – dijo Hans con absoluto convencimiento,
cuando estaban casi a punto de salir.
– Te escucho – replicó Erica.
– Pues... – Hans se paró en seco y miró a Erica. Esta se dio la vuelta y se encaró
con él...

KLARKASTHON

Se movía con facilidad por aquel terreno totalmente inhóspito, un desfiladero en-
tre montañas. Un grupo de hombres sólo podría llegar allí mediante un avión o un
helicóptero, y aun así correrían un serio peligro, aunque de todas formas, el lugar era
demasiado insignificante y salvaje como para atraer a ningún turista. Sin embargo, a
Klarkasthon le encantaba, le recordaba su hogar... y más sabiendo lo que iba a encon-
trar allí.
Giró una esquina y vio algo antinatural, que no encajaba para nada dentro del

64
terreno de hielo perpetuo en el que se encontraba, pero que de alguna forma se había
adaptado al medio ambiente. Se trataba de una extraña construcción con forma de
cúpula, de color blanquecino y aparente origen orgánico. Con su eterna sonrisa soca-
rrona dibujada en los labios y paso seguro, el Orgelmir se dirigió hacia allí. No dio ni
dos pasos cuando presintió, más que ver, un movimiento a su izquierda...
De pronto, de la nieve emergió un extraño ser. Se movía con rapidez, había mo-
mentos que parecía un felino, y otros una serpiente. Estaba cubierto por una gruesa
capa de pelo. Empezó a avanzar hacia Klarkasthon, con ojos sanguinolentos y garras
afiladas como el acero. Mientras, el Orgelmir, por debajo de sus ropas, había hecho
que la temperatura de su piel bajase hasta formar una dura capa de hielo.
La criatura se abalanzó sobre él e intentó desgarrarle. Los esfuerzos del monstruo
se vieron coronados por el fracaso, no había forma de atravesar la dura piel helada de
Klarkasthon. Al rato, al ver que no le atacaba, el monstruo se quedó inmóvil, a pru-
dente distancia del recién llegado.
– Bien, bien – dijo Klarkasthon – Veo que sabes reconocer a tus superiores... vas
a venirme bien para mi plan, pero... ¿no soléis atacar en manada?
Nada más pronunciar estas palabras, de unas rocas a espaldas del Orgelmir salió
una criatura de parecidas características a la anterior quien, al igual que la primera, se
puso a circundar al elemental del hielo. Klarkasthon no pudo por menos que admirar
la obra humana. Aquellas bestias, llamadas Liptorectos, eran la creación de unos cien-
tíficos que trabajaban al margen de toda ilusión de moralidad o ley. En su búsqueda
de la perfección, estos genetistas habían generado aquellas monstruosidades, animales
con pequeños destellos de inteligencia humana... los depredadores definitivos.
– De acuerdo, tengo vuestra atención. Os necesito... sólo a vosotros dos – Más que
nada, porque no sé si podría manejar a más, pensó – Debéis venir conmigo, y dado
que os puedo derrotar cuando desee, no os negaréis.
Aún con su inteligencia semianimal, las dos criaturas, los dos Liptorectos, enten-
dieron las palabras de Klarkasthon. Dejaron de rodearle, y se acurrucaron a sus pies,
esperando órdenes.
– Veo que sois razonables. Bien, seguidme, por ahora.
Los monstruos obedecieron; Klarkasthon se orientó y siguió camino hacia el sur.
Aún tenía que cruzar casi toda Noruega, y ahora, con aquellas bestias inmundas, debía
hacerlo a pie, por las montañas y alejado de los humanos, pero no le importaba, había
ganado dos sirvientes poderosos, estaba seguro que le iban a ser muy útiles en los
acontecimientos que se aproximaban...

65
ERICA

– ¡Ah, no, ni hablar! – dijo Erica hecha una furia mientras se dirigían al coche.
– Erica, por favor... – la voz de Hans sonaba cansada y agobiada.
– ¿Para eso me has buscado? ¿Para que me una a las Guardianas de Yggdrasil?
Pues olvídalo, no estoy caduca. – La Valquiria seguía furiosa y encendida.
– Erica... aquí no – Hans miró a un lado y a otro mientras caminaban. Estaban en
plena calle, y pasaba mucha gente en aquel momento. Ante sus palabras, la Valquiria
se calló y esperó a que estuvieran dentro del coche. Una vez allí, Hans prosiguió – No
estás caduca, no vas a estarlo, y como te he dicho Alaris me pasó el número de una
Guardiana, podría usar el Bifrost8 para llegar hasta aquí e iniciarte...
– Mira, no insistas, no voy a aceptar, estoy bien así y no me apetece nada unirme
a las Guardianas, qué quieres que te diga.
– Erica, que te unas a las Guardianas es la única forma de poderte enseñar a usar
el Bifrost.
– No necesito el Bifrost para viajar, hay transportes de sobra.
– Erica, por Dios... por Odín... – el tono de Hans era casi de súplica.
– Es innegociable, Hans, lo siento. – La Valquiria se había calmado un poco, pero
todavía conservaba un tono furibundo – Aún tengo un protegido al que evaluar, no
estoy dispuesta a pasar el resto de mi existencia en esta Zona protegiendo un Portal.
– Hablando de eso... ¿dónde está tu protegido?
– Pues... le perdí, pero estoy segura que nos volveremos a encontrar.
– Sí, claro. Has perdido a tu protegido, no sabes si encontrarás otro, y encima no
te quieres unir a las Guardianas de Yggdrasil... bien, Erica, veo que tu carrera va en
ascenso – dijo Hans con sorna.
– ¡Cállate! – exclamó Erica con toda su furia – No voy a unirme a las Guardianas,
y ya está, no hay más que hablar. Y ahora, vamos al aeropuerto. Hay que coger el
primer vuelo a Noruega.

KLARKASTHON

No sabía cuantos días llevaba caminando, había perdido la noción del tiempo.

8 El Bifrost es el legendario “Puente del Arco Iris”, un medio de transporte exclusivo de


las Guardianas de Yggdrasil, que les permite teleportarse a cualquier lugar dentro de una
misma Zona.

66
Por supuesto, en su caso el terreno no era obstáculo, el hielo era su territorio natural,
y las dos bestias que le acompañaban podían aguantar perfectamente la marcha y las
duras condiciones climáticas. Se dirigía hacia el sur, hacia la montaña que su amo le
había señalado, impertérrito e inasequible al desaliento, con un objetivo claro en su
retorcida mente.
Amaneció, no sabía cuántos amaneceres había visto ya, no estaba acostumbrado
al alba ya que en Niflheim había una noche perpetua, una oscuridad insondable rota
sólo por el blanco de los hielos. Mucho más perfecto que este extraño mundo...
Los rayos del sol le dieron en plena cara, y al fondo, pudo distinguir una silueta
familiar aunque no la había visto nunca. Sonrió.
– Ya falta poco – dijo más para sí mismo que para los Liptorectos que iban tras él.

ERICA

– Aún tengo los oídos taponados – dijo Erica frotándose las orejas.
– Podría haber sido más fácil y rápido, y lo sabes – replicó Hans cogiendo las
llaves del coche alquilado.
– Podría, podría... mira, deja el tema. ¿Dónde vamos ahora?
– Las leyendas que consultamos en Alemania no especificaban el lugar exacto.
Tendremos que ir a algún registro de aquí – Erica se paró en seco cuando Hans hubo
pronunciado estas palabras.
– No fastidies... – dijo, con la furia subiéndole por momentos, pero al instante
se apaciguó y esperó a estar con el joven dentro del coche. Una vez allí, prosiguió
– Hans, eres un Shadow Hunter pésimo. ¿A qué clase de caza me has traído? ¡Si no
tenemos ni idea de lo que hacemos!
– Bueno... perdone, señorita Valquiria– no– me– quiero– unir– a– las– Guardia-
nas– de– Yggdrasil. ¿Tiene usted un plan mejor? Porque, si es así, le sugiero que me
lo explique – replicó Hans con ironía, pero a la vez firmeza.
– Mira... cállate y conduce. Vamos al archivo, anda. ¿Dónde está?. – Erica estaba
cada vez más alterada, por lo que Hans decidió dejar ese tono sarcástico.
– En el ayuntamiento, supongo. – concluyó el joven.

AÑO 757

– ¡Un mensajero! ¡Ha llegado un mensajero desde la Lombardía! – anunció el

67
infante, haciendo correr la voz por los pasillos de palacio.
Pronto, Karl, su madre y su hermano pequeño bajaron a la sala del trono. Aun-
que el joven trataba de aparentar calma, como correspondía a un príncipe, por dentro
estaba nervioso, ya que hacía más de un año que su padre había partido hacia tierras
italianas para combatir a los lombardos. Se preguntaba qué nuevas traería el mensa-
jero. ¿Habían acabado las campañas? ¿El ejército del rey había sido diezmado, o por
el contrario habían salido victoriosos? O quizás... ¿su padre había muerto? Aquella
última era una posibilidad que Karl no quería contemplar...
Observó al mensajero aproximarse por el largo pasillo. Se paró a pocos metros
de los tronos, uno de los cuales permanecía vacío. Karl y Carlomán, su hermano pe-
queño, se miraron con el nerviosismo reflejado en sus ojos. El heraldo hizo una reve-
rencia, y vieron que portaba una gran bolsa a sus espaldas. Mantuvo aquella posición
hasta que la reina le dijo:
– Levántate, mensajero, y dinos qué nuevas nos traes.
– Mi rey y esposo vuestro – dijo el interpelado – ha conquistado gran parte del
territorio lombardo, y está obligando a retroceder a nuestros enemigos. En los terrenos
ocupados hemos encontrado numerosos templos e iglesias, algunos de los cuales con-
tenían antiguas reliquias y objetos sagrados que han sido convenientemente saquea-
dos. Su majestad ha tenido a bien entregarlas al Santo Padre, pero este, en recompensa
por nuestros esfuerzos para derrotar a los lombardos, ha decidido donarnos una parte
de las reliquias. Mi señor me ha encargado traer estos objetos aquí, a palacio, y entre-
gároslos a vos para que dispongáis de ellos como deseéis. ¡Aquí están!
En ese momento, con sumo cuidado, el soldado dejó en el suelo el saco que lle-
vaba cargado a la espalda. Lo abrió, y ante los tres monarcas y todos los sirvientes
que estaban en ese momento en la sala se exhibieron multitud de maravillas y tesoros,
objetos de oro con piedras preciosas incrustadas que brillaban reflejando la luz que en-
traba por las vidrieras. Había todo tipo de utensilios: cruces, incensarios, candelabros,
imágenes... una panoplia de imaginería religiosa que ahora pertenecía a aquel palacio.
– Has cumplido bien con tu cometido, mensajero – dijo la reina – Serás recom-
pensado por ello. Doncellas – miró a dos muchachas que estaban en la sala – Preparad
una estancia para este hombre, que duerma aquí hasta que esté dispuesto para volver
al campo de batalla. Podéis retiraros – dijo ahora a todos los sirvientes en general –
Dejadnos solos.
Todos obedecieron a la reina. Una vez estuvo sola con sus hijos, esta se acercó a
las reliquias. Los niños le siguieron.
– Qué bonitas – dijo el pequeño Carlomán. – ¿Son un regalo de papá?
– Sí – dijo Karl, que no dejaba de revisar aquellos objetos con la mirada – Son
cosas que ha ido reuniendo durante la guerra, y ahora nos las da.
Su madre les miró alternativamente y les dijo con una sonrisa:
– Podéis quedaros una cada uno.
– ¿De verdad, madre? – dijo Carlomán.

68
– Claro que sí – respondió la reina – Hay que celebrar que vuestro padre está bien.
Estos tesoros son para todos nosotros, no solamente para mí. Elegid un objeto y pediré
a una de las sirvientas que lo lleve a vuestros aposentos.
– Tú primero – dijo Karl a su hermano. Este, feliz, miró las reliquias que había en
el suelo y eligió un hermoso cáliz de oro con piedras preciosas incrustadas.
– Te toca – dijo su madre a Karl.
Este observó los tesoros con detenimiento. Pronto, sus ojos se posaron en un ob-
jeto inusual en aquel conjunto de iconos religiosos: una lanza. Pensó que quizás era
una reproducción de la Lanza de Longinos, y que probablemente había estado clavada
en el costado de alguna imágen de Jesucristo. Alargó su mano para tocarla cuando,
de pronto...
– ¡AAAAAAAAUH! – gritó el joven, y apartó la mano rápidamente para compro-
bar que, en efecto, se había pinchado. De su dedo manaba abundante sangre...
De pronto, no se sintió más débil, sino más fuerte... ¡mucho más fuerte! Por su
mente empezaron a pasar imágenes, era como un sueño, pero mucho más vívido. Veía
una doble coronación, él y su hermano se hacían reyes juntos, poderosos ejércitos,
batallas, paz, sarracenos, más batallas, y sobre todo... gloria... una total y absoluta
gloria...
Sin embargo, junto a esa gloria, vio algo que le inquietó, una sombra... un cadáver.
Un escalofrío recorrió su espalda, ya que el muerto era su propio hermano. De pronto,
lo comprendió. Aquella dádiva escondía un trato siniestro. Si aceptaba la ayuda de
la poderosa lanza, Carlomán y él se separarían sin remedio, y su pequeño hermanito
moriría en plena juventud, pero si no lo hacía, nunca tendría un reino poderoso, ni
superaría a su padre en tierras y conquistas. La historia le recordaría solamente como
un rey más, no como un poderoso emperador.
– Hijo, ¿estás bien? Has empalidecido de pronto – la voz de su madre le sacó del
ensueño.
– Sí, estoy bien, madre. Y ya sé lo que quiero... ¡quiero la lanza con la que me he
herido!.
– Pero, ¿por qué? Si te ha provocado dolor, deberías dejarla...
– Para recordarme a mí mismo que soy humano, madre. Déjame tenerla, por fa-
vor... es más, no envíes a ningún sirviente para que la lleve a mis aposentos, yo mismo
la portaré hasta allí.
– Como desees, Karl – dijo su madre – Pues tómala tú mismo y llévala a tus habi-
taciones. Podéis retiraros ambos, id a jugar.
El joven envolvió la punta de la lanza en un trozo del saco, y se marchó corriendo
escaleras arriba, con su hermanito detrás. Mientras, desde el otro lado del castillo,
un anciano monje ermitaño que observaba a través de la vidriera bajaba la mirada y
negaba con la cabeza...

69
CRUCE

Un pie delante del otro. Klarkasthon estaba caminando por el filo de un precipicio,
ascendiendo poco a poco por la dura montaña. Sus sentidos especiales, adaptados al
hielo, le permitían distinguir los puntos seguros para pisar, pero eso no hacía más
rápida la subida. No obstante, tanto a el como a sus dos estrafalarios compañeros les
quedaba poco.
Dio un par de pasos, ascendió unos metros, y...
– Hemos llegado – dijo con una sonrisa, casi en un susurro, aunque por dentro se
sentía eufórico. Los dos Liptorectos se pusieron a su lado.
Habían acabado en un saliente de la montaña, formado por una planicie que ter-
minaba en una cueva. Klarkasthon empezó a encaminarse hacia la caverna con paso
firme...
– ¡Alto! – dijo una voz de mujer a su derecha. Tanto el Orgelmir como sus dos
monstruosos compañeros se dieron la vuelta y vieron a Erica y Hans frente a ellos.
– ¿Quiénes sois? – dijo Klarkasthon.
– Tú mataste a mi compañera... – dijo Hans con odio. El Orgelmir abrió los ojos
con sorpresa, y luego se echó a reír.
– ¿El cachorro de Alaris? No me hagas reír, hombre. Si tu maestra no pudo dete-
nerme, ¿crees que podrás tú?
– Podremos – replicó Erica en tono desafiante, frunciendo el ceño.
– Vaya, otra Valquiria... esto va a ser divertido. ¡A por ellos! – gritó a los mons-
truos, señalando a los dos Shadow Hunters como presa.
En ese momento, los Liptorectos fueron corriendo hacia Hans y Erica.
– ¡Maldita sea, no había contado con esto! – gritó la Valquiria.
Hans no habló, simplemente sacó de su abrigo una escopeta de cañones recortados
y esperó unos segundos. Cuando uno de los Liptorectos estuvieron a distancia para
un tiro a bocajarro, amartilló el arma, lo que fue acompañado del característico “Chik
chak”, apuntó al monstruo, y apretó el gatillo...

¡BOUM!. El disparo hizo retroceder al Liptorecto, pero no le mató, ya que su dura


piel podía aguantar más de un impacto de aquel calibre. Hans volvió a amartillar su
arma...
Mientras, Klarkasthon avanzaba por el interior de la cueva con pasos lentos. El
lugar era más intrincado de lo que creía, lo que él había pensado que sería un camino
recto estaba lleno de túneles serpenteantes. Intentó concentrarse en localizar algún
tipo de energía especial que pudiera emitir la Gungnir, pero nada, no logró detectar
ninguna fuerza extraña. Por Ragnarok, qué complicado, pensó.
Erica mantenía al Liptorecto a raya con su espada. Hacía rato que le amenazaba
de esta forma, mientras que el monstruo intentaba alcanzar a la Valquiria con sus ga-

70
rras, pero esta le lanzaba cortes y estocadas que lo evitaban. Desearía haber dispuesto
de más tiempo para prepararse, para poder grabarse más runas aparte de la Runa de
la Ira, pero habían llegado con mucha premura a Noruega, y habían tenido que salir
corriendo hacia las montañas cuando finalmente se habían percatado del lugar exacto
donde estaba la Gungnir. Observó por el rabillo del ojo que a Hans se le había acabado
la munición y estaba luchando contra el otro Liptorecto a base de culatazos... Maldita
sea, pensó la Valquiria, las cosas iban de mal en peor, tenía que ganar aquel combate
como fuera...
Sin pensar en nada, lanzó un grito de guerra y se abalanzó sobre su adversario, que
respondió con un rugido y el impulso de sus patas hacia delante...
Mientras, Klarkasthon giró una esquina...
¡Por fin!, pensó.
Allí estaba, frente a él. Era el objeto más hermoso que había visto jamás. Una
lanza de unos dos metros, con runas mágicas grabadas a lo largo de toda el asta y una
punta rematada por dos gavilanes laterales. Se acercó hacia ella.
– ¡Gungnir, vas a ser mía ahora! ¡Olvida a tus antiguos amos, yo te blandiré desde
este momento!
Tras estas palabras, cogió el arma, sintiendo su enorme poder en cuanto lo hizo.
Una sacudida de energía invisible emanó de la lanza...
Fuera, todos los contendientes sintieron el empuje de aquel inmenso caudal de
fuerza emanada por la Gungnir. Tanto Hans como Erica cayeron al suelo, mientras que
los Liptorectos murieron debido a la potencia de la onda, la carne de sus cuerpos se
desintegró y sólo quedaron sus duras pieles peludas. Erica, ensangrentada en el suelo,
miró a su alrededor...
– ¡Hans! ¿Estás ahí? ¿Sigues vivo?
– Apenas... – dijo su compañero, casi en un quejido, unos metros más allá de
donde estaba ella.
Dejando un reguero de sangre, Erica se acercó a él y extendió la mano, cosa que el
humano hizo también. Cogió con fuerza la mano de Hans, y lo último que vio fueron
los ojos de este, cerrándose...

INTERVALO

Estaba de espaldas, en silencio. Solo, observaba desde la atalaya rodeada de co-


lumnas, meditaba sobre sus tierras, sobre lo que había más allá: campos cálidos, aun-
que no tanto como a él le gustaría gracias a las acciones de Ragnarok, donde vivían
sus fieles Valquirias y los seres a los que, en el pasado, habían decidido guiar hasta
allí. De pronto, escuchó el aleteo. Seguidamente, sintió el peso en su hombro y las

71
mordeduras de las pequeñas garras.
Escuchó los susurros en su oído derecho. Entendió las palabras. El lenguaje era
antiguo, muchos seres en el universo lo habían olvidado ya. Hugin, su pensamiento,
le decía que ya había llegado, que estaba en aquel momento atravesando los pasillos
del Valhalla. Escuchó también los murmullos, en su oído izquierdo, del cuervo que ya
estaba posado allí. Munin, su memoria, le recordaba quién estaba a punto de entrar, y
cómo se habían encontrado en el pasado.
Oyó los ligeros pasos tras de sí. No se dio la vuelta. No necesitaba ver a su inter-
locutor para saber quién era, aparte que ahora era muy diferente que la última vez que
le vio. Esperó a que el liviano caminar cesara para hablar.
– Bienvenido de nuevo – dijo. Su voz era poderosa, furiosa y sabia a la vez, propia
de aquel que está acostumbrado a mandar con raciocinio.
– Es bienvenida ahora, hijo de Gigantes – dijo la voz a su espalda, era el timbre de
un infante, de una niña como ratificaban sus palabras.
– No importa qué forma adoptes, sé quién eres y eres bienvenido... bienvenida en
mi reino, si lo prefieres. Habla, pues, pero ten cuidado con lo que dices, aún recuerdo
los efectos de tu última visita. Dime, ¿cómo eres conocida ahora?
– Soy conocida como Charlotte, o Sheryl si lo prefieres, y vengo a anunciarte que
Gungnir ha sido revelado, finalmente se ha encontrado tu lanza de nuevo.
– Sí, lo sé. Hay pocas cosas en este universo que desconozca.
– Pues como bien sabes, la otra vez que Gungnir se encontró, intenté por todos
los medios que volviera a tus manos, pero aquel humano no me lo permitió. Cierta-
mente, se convirtió en un legendario rey entre la humanidad, pero como todos acabó
muriendo. Aunque todavía es recordado, su tiempo y su reinado fueron tan efímeros
como los del resto de su raza.
– Recuerdo eso, el mismo Asgard se sacudió ante las victorias de aquel rey de la
humanidad. Fue poderoso, tanto en la guerra como en la paz. No deberías desdeñar a
los humanos, es precisamente su corta vida lo que les capacita para alcanzar la gran-
deza en tan poco tiempo.
– No los desprecio, de hecho como bien sabes vago por la Tierra desde tiempos
inmemoriales. Pero, volviendo al tema que me ha traído aquí, lamentablemente la ha
encontrado uno de los sirvientes de Ragnarok, al que se oponía una de tus hijas, Erica.
– Eso también lo sé.
– Deberías hacer algo para detener al ser que porta tu lanza.
– Ya sabes que no puedo intervenir directamente en asuntos extrazonales. – dijo el
hombre con firmeza, aunque también con cierto pesar.
– Sí, conozco los tratados. Yo tampoco podía, hasta que... bueno, ya sabes lo que
hice, y también el coste de mis acciones.
– Soy consciente del precio que pagaste, sí. ¿Sugieres que yo haga lo mismo?
– No, Padre de todos, pero sí deberías considerar la posibilidad de enviar ayuda
a tu Valquiria.

72
Ante estas palabras, se dio la vuelta. Era un hombre mayor, de larga barba blanca.
De él emanaba un aura de poder inmenso. Su único ojo, ya que era tuerto, miraba con
fiereza. Llevaba una túnica de color verde oscuro con bordados dorados cosidos en
forma de runas, y un báculo en el que se apoyaba. Asimismo, pudo contemplar a su
interlocutora, una niña de unos diez años, aspecto inocente y una larga melena rubia.
Llevaba un vestido antiguo, que parecía estar sacado de la época victoriana de la
Tierra. Sus ojos claros miraban al anciano con una sabiduría que desmentía su edad.
– Tu interés en Erica debe ser grande para que hayas decidido manifestar uno de
tus aspectos con el único objetivo de pedirme ayuda para ella. – dijo el hombre.
– La necesito, o mejor dicho, la necesitaré pronto... creo que huelga decirte para
qué.
– ¿Dónde está tu aspecto principal ahora? – preguntó el anciano, interesado.
– En la Tierra, en un coche, acompañado de un humano y un Oscuro. Duerme, por
eso puedo manifestarme ante ti.
– Entiendo. – dijo el hombre asintiendo con la cabeza – ¿Y qué me sugieres?
– Envía a uno de tus guerreros para que ayude a Erica. Un Einherjar.
– Mis Einherjar tienen que estar aquí. Los necesito por si Ragnarok entra en As-
gard.
– Pensaba que eras un dios, al menos los humanos te adoraron como a tal. Odín,
hijo de gigantes, el señor del Valhalla... así te llamaron.
– Un dios... eso parezco a ojos humanos, sí, pero no olvides que los Señores Ele-
mentales no somos dioses. Están los tratados.
– Tus Einherjar no están sometidos a los tratados, que yo sepa.
– Ciertamente. – dijo Odín en un susurro.
– Y si el servidor de Ragnarok logra su objetivo y entra en la Tierra, quizás Asgard
sea su próximo objetivo.
– Ciertamente. – murmuró de nuevo el líder elemental.
– Deberías considerar la posibilidad de ayudar a tu hija, Odín.
Tras estas últimas palabras, Sheryl desapareció y Odín volvió a darse la vuelta,
mirando de nuevo su mundo, recorriéndolo de un lado a otro con su único ojo. Se
empezó a acariciar la barba, meditando profundamente qué hacer a continuación, a la
vez que Hugin y Munin, sus cuervos, empezaban a murmurarle de nuevo...

ERICA

Abrió los ojos.


No sabía dónde se encontraba. Estaba en una cama, trató de incorporarse, pero
sólo consiguió sentarse. Le dolía todo el cuerpo, hacía horas que habían pasado los

73
efectos de la Runa de la Ira... ¿o eran días?. No podía saberlo, al menos de momento.
Miró a su alrededor. Al parecer, se encontraba en una habitación de hotel, a juzgar por
la decoración genérica. La ventana estaba abierta y las cortinas descorridas, la luz
que entraba indicaba que era de día, por la mañana quizás. ¿Quién la había traído allí?
Intentó ponerse de pie, las piernas le dolían, pero tras un gran esfuerzo, lo consiguió.
Descubrió que llevaba un camisón.
Se dirigió hacia la puerta con pasos lentos y tambaleantes. Justo cuando iba a
coger el pomo de la misma, esta se abrió. La Valquiria pudo ver a Hans frente a ella.
– ¡Erica! – dijo el joven con alegría – ¡Estás despierta! Pero... ¿qué haces levanta-
da? Acuéstate, aún no estás bien, sigues débil.
– ¿Dónde estamos? ¿Cuánto llevo inconsciente? – dijo la Valquiria sin rodeos.
– Dos días. En cuanto a donde estamos, ahora te lo explico, pero vuelve a la cama,
te tienes que recuperar – Erica obedeció a su compañero y volvió a acostarse, mientras
Hans se sentaba junto a ella. – Tras el combate contra Klarkasthon, fuimos traídos
aquí y salvados.
– ¿Traídos?... ¿Por quién? – preguntó la Valquiria con estupor.
– Por mí – dijo una voz desde la puerta. Ambos miraron hacia allí y vieron un
hombre alto de unos treinta y algo, con el pelo castaño y corto. Iba vestido con una
especie de uniforme militar antiguo. Se acercó a ellos y dio a Erica un vaso lleno de
líquido caliente – Tómatelo, nena, te aliviara – ¿Nena?, pensó Erica, pero obedeció.
El hombre prosiguió – Me llamo Joey, he sido enviado para ayudaros.
– ¿Enviado? ¿Por quién? – preguntó Erica con desconfianza, frunciendo el ceño.
– Por Odín – replicó Joey. Erica puso cara de sorpresa.
– ¿Eres un Einherjar? – preguntó dubitativa.
– Así es, muñeca. – dijo su interlocutor con voz resuelta, guiñándole el ojo.
– ¿Y por qué no te detecto como un Shadow Hunter?
– Ni idea. – Joey se encogió de hombros – Supongo que porque en vida no lo era.
Fui piloto de la RAF en la Segunda Guerra Mundial. Me eligió una compinche tuya
que se hacía pasar por enfermera de campaña. Nos enrollamos, me lo acabó explican-
do y, tras mi muerte, me guió hacia Asgard.
– Ya veo. – dijo Erica, asintiendo a la vez con la cabeza. – Bien, ¿qué hacemos
ahora?.
– Hay que llegar donde vaya Klarkasthon. – dijo Hans, que no había pronunciado
palabra desde que Joey había entrado en la habitación.
– Sí, es cierto – dijo el piloto – Ese cubito de hielo ya ha causado bastantes des-
aguisados.
– ¿Y dónde va Klarkasthon? – preguntó la Valquiria.
– Pues... esperábamos que nos lo pudieras decir tú, cariño.
– Klarkasthon – interrumpió Hans antes que Erica pudiera contestar, pues podía
ver que la actitud del Einherjar estaba encendiendo a la Valquiria por momentos – se
dirige hacia un Portal que conduce a Niflheim. Y, antes de que lo preguntes, Erica, no

74
sabemos dónde puede estar ese portal.
– Estupendo, así que estamos como al principio.
– Bueno, ahora me tenéis a mí – dijo Joey – Eso cambia las cosas.
– Te tenemos a ti, – replicó Hans – pero Klarkasthon tiene la Gungnir, no lo ol-
vides.
– Uuups... no había caído en ese pequeño detalle. – dijo el piloto llevándose la
mano a la cabeza.
– Aun así – dijo la Valquiria – , a Joey no le falta razón, un Einherjar de nuestro
lado sin duda inclina un poco la balanza a nuestro favor – A pesar de su extraordinaria
personalidad, pensó Erica sarcásticamente. Joey sonrió de oreja a oreja ante aquel
comentario.
– De acuerdo, tenemos una ayuda... una gran ayuda – admitió Hans – , pero eso no
nos indica hacia donde se dirige Klarkasthon... a menos que lo sepas tú, Joey.
– No tengo ni idea – replicó el piloto encogiéndose de hombros de nuevo.
– Muy bien, pensemos... – dijo Erica pensativa – ¿Qué es un portal?.
– Un acceso hacia otra Zona, hacia otra realidad – replicó Hans.
– Una confluencia de energías – añadió Joey.
– Exacto, una confluencia de energías. Aquí, en la Tierra, la energía de los portales
inspira a la gente. Alrededor de muchos portales se han edificado construcciones in-
creíbles, como el círculo de piedras de Stonehenge, que en realidad es un portal hacia
Jotunheimen, hogar de los gigantes.
– Eso es cierto... pero te recuerdo, cielo, que no hay portales que conduzcan a
Niflheim, la Trinidad Elemental los ha cerrado todos – dijo Joey.
– No hay portales... que sepamos. – dijo Erica remarcando las últimas palabras
como un profesor remarcaría una lección importante – Hace poco, Klarkasthon abrió
uno en Siberia. ¿Y si hay un portal, uno que incluso a la Trinidad Elemental se le ha
escapado, por el que los Orgelmir puedan entrar para seguir los planes de su señor?
– Se me hace casi imposible, Erica – dijo Hans.
– No lo es. La Trinidad Elemental es muy poderosa, pero Ragnarok también lo es.
Si ha creado, en secreto, un portal...
– Dicho portal, con su energía, tiene que haber inspirado a algún artista o arqui-
tecto para hacer algo a su alrededor, ¿no? – concluyó Joey.
– Exacto – Erica acompañó la palabra con una afirmación de cabeza.
– Vale, y si seguimos esa línea de pensamiento, será algún edificio o construcción
de hielo... pues el único que se me ocurre es el hotel de hielo que hay en Suecia... –
dijo Hans.
– Es posible, pero no sé... demasiado aislado, no creo que un portal genere una
construcción tan simple como ese hotel, que si no me equivoco tiene forma de iglú
gigante. No tiene por qué ser de hielo, puede ser de algún material relacionado con el
hielo o parecido a él. – dijo Erica.
– Ya sé, el portal está en una fábrica de neveras. – dijo Joey con sorna, pero la

75
mirada furibunda de los otros dos le hizo callar de inmediato.
– Cristal... – dijo Hans tras meditar un rato. – El cristal se parece al hielo, el portal
debe estar dentro de algún tipo de edificio de cristal, o formado en gran parte por este
material.
– Muy bien pensado, muchacho. Por cierto, qué paradoja que yo esté colaborando
con un alemán... ¡ey!, no me mires de esa forma, hombre, no hablaba en serio – dijo
Joey al notar la mirada, de nuevo furiosa, del germano.
– ¡Ya sé hacia dónde va! – Erica abrió los ojos de par en par y sonrió abiertamente.

KLARKASTHON

De nuevo, el vaivén del tren llevaba a Klarkasthon a su nuevo destino. Malditas


leyes humanas, pensaba continuamente. Había intentado viajar en avión, pero no tenía
pasaporte, ni billete, ni ninguna de las extrañas cosas que le pedían en el aeropuerto de
Oslo... es más, por poco le metieron en la cárcel. Podría haberse librado de algunos de
aquellos policías con sus poderes, pero ni siquiera él tenía tanta capacidad como para
enfrentarse a todos, y aparte no quería atraer demasiado la atención.
Así pues, no le quedó otro remedio que coger un barco en el puerto y bajar hasta
Dinamarca. Por supuesto, viajando así tardaría mucho más que de la otra forma, pero
ahora al menos se podía mover por tierra, y afortunadamente en las estaciones de tren
no eran tan meticulosos con las fronteras y los tratados. Pronto saldría de la pequeña
Dinamarca y se dirigiría hacia el sudeste, hacia su destino...

ERICA

– Por última vez, Hans, ¡no, no y mil veces no! – dijo Erica con obstinada con-
vicción.
– Erica, lo siento, pero es nuestra única posibilidad
– El alemán tiene razón, muñeca – dijo Joey.
– No quiero unirme a las Guardianas. – la Valquiria cruzó los brazos poniéndose
claramente a la defensiva.
– Pues ninguno de los dos podemos controlar el Bifrost por nosotros mismos, así
que debes hacerlo tú. Lamento ser tan directo, pero es así. – prosiguió Hans con tono
firme pero suplicante a la vez.
– No voy a renunciar a mi vida anterior por una estúpida caza. Es un camino sin

76
retorno, y no estoy dispuesta a ello.
– ¿Estúpida? – replicó el Einherjar – Está en juego la Tierra, cariño. Puede que a
ti no te importe esta pequeña bola de barro en el infinito universo, pero a los humanos
sí... incluso a los que ya estamos muertos.
– Además, – añadió Hans enfatizando el tono de súplica – has perdido a tu prote-
gido. No tienes nada que perder...
– Encontraré a Scott. Sólo tengo que buscar bien. – la Valquiria no abandonaba su
tono cabezota y obstinado, ni descruzaba los brazos.
– Erica, – dijo Hans suspirando – , vamos a ver. Klarkasthon nos lleva dos días
de ventaja... ¡dos días! ¿Entiendes lo que significa eso? Hagamos lo que hagamos, no
podemos llegar antes que él. Lo siento, pero nuestra mejor posibilidad... casi nuestra
única posibilidad... es usar el Bifrost. Sé que no te gusta, sé que probablemente me
odiarás... pero debes unirte a las Guardianas, debes dejar que la chica a la que conocía
Alaris te inicie. Es nuestra única posibilidad. – Erica guardó silencio ante estas pala-
bras, y se dejó caer en la cama, pensativa.
– Rubio, creo que la nenita necesita meditar un poco – dijo Joey – Anda, bajemos
a por una birrita a la cantina.
Ambos salieron de la habitación y fueron hacia el bar del hotel, se sentanron en
una mesa y pidieron.
– ¿Cuánto hace que lo sabes? – preguntó Joey cuando ya les habían servido y el
camarero se había alejado de la mesa.
– ¿El qué? – replicó Hans, sorprendido.
– Chaval, qué verde te veo. Que eres un Shadow Hunter, claro.
– Ah. Pues... unos seis años o así. Sufrí mi Revelación cuando descubrí que un
espíritu estaba poseyendo gente en mi instituto. Empecé a buscar cosas, conocí a un
médium que también era Shadow Hunter, me acabé uniendo a su grupo de caza, cono-
cí a Alaris... y bueno, aquí me tienes.
– Ya veo. No está mal, no está mal... – el Einherjar torció los labios en un gesto de
suficiencia para dar más fuerza a sus palabras.
– ¿Cómo es volar? – preguntó Hans – Pilotar, quiero decir.
– ¿Volar? Pues es... increíble, la sensación más extraordinaria que puedas imagi-
nar. Sientes que tienes todo el control, nada te perturba, eres más tú que nunca... no sé,
es difícil de describir, recuerdo que cuando estaba vivo decía que si hubiera tardado
cinco minutos más en nacer habría sido pájaro.
– ¿Cómo moriste?
– Un jodido alemán me derribó... esto, perdona, no quise decir eso, me salió sin
pensar... – acompañó estas últimas palabras con un gesto de súplica de las manos.
– No te preocupes, entiendo que entonces a los alemanes nos veíais de forma...
diferente. – dijo Hans con una sonrisa.
– Sí... aun así, lo siento, en serio. Bueno, pues eso, un ale... un nazi me abatió, no
lo vi venir. Se acercó por mi cola con su Messerschmitt y abrió fuego... casi ni me di

77
cuenta. Por suerte, un balazo me mató en la cabina, creo que habría sido peor morir
estampándome contra el suelo. – Hans asintió ante las palabras del piloto.
– Y fuiste a Asgard.
– En efecto, mi chica me llevó allí. Oye, ¿crees que la muchacha se habrá decidi-
do? Ya me he pulido la birra. – levantó ligeramente el vaso para acompañar la última
frase.
– Sí, yo también he terminado. Subamos a ver.
Pagaron y volvieron a la habitación. Encontraron a Erica de pie fuera de la cama,
de espaldas a ellos, mirando por la ventana.
– Lo haré – dijo tajante sin girar la cabeza. – Me uniré a las Guardianas. Y no
quiero oír ninguna palabra, ¿entendido?

KLARKASTHON

Llevaba tres horas atascado en Bruselas.


Maldita sea, pensaba mientras seguía dando vueltas por la estación central de la
capital belga. Todas las salidas se habían retrasado por causas meteorológicas... qué
paradójico, él, que siempre había medrado en el frío, ahora se veía obstaculizado por
su propio elemento natural.
Había considerado varias posibilidades, por ejemplo, habría ido a la estación de
autobuses, pero las carreteras también estaban cortadas debido a la intensa nevada.
Incluso había pensado en ir andando, pero habría tardado el doble o más de lo que lle-
vaba recorrido... no, la mejor opción era esperar allí, en la estación de trenes, aunque
aquello supusiera un retraso en su viaje. Tan cerca, maldita sea, estaba tan cerca y a la
vez tan lejos de su destino...
Volvió a la taquilla, y de nuevo le preguntó a la empleada, una joven de agradable
aspecto.
– Tal como le he dicho, señor – dijo la chica con voz aburrida – , los trenes hacia
Francia están parados hasta nuevo aviso. Siéntese, por favor, se avisará por megafonía
cuando puedan partir. – durante un momento, pensó en congelar la sangre en las venas
de la muchacha, pero se contuvo. Se dio la vuelta y obedeció, sentándose.
Fuese como fuese, sólo le quedaba esperar... aunque su objetivo final se retrasase,
lo cumpliría costase lo que costase...

78
ERICA

El amanecer saludó a Erica y a la amiga de Alaris, Berlinda, en el suelo, en la


posición del loto. Ambas estaban solas en la habitación, ya que la maestra Guardiana
había hecho salir a Hans y a Joey, lo cual provocó varias protestas por parte de este
último. No obstante, debía hacerse así ya que la ceremonia de iniciación era privada.
– Bien, – dijo Berlinda – y con esto queda concluida la ceremonia de iniciación, y
también lo que yo puedo enseñarte acerca del Bifrost. Ahora, Erica, te dejo sola, siem-
pre que desees avanzar en tu conocimiento de nuestra Sociedad, podrás usar el Bifrost
para llegar hasta mí, o buscar una maestra en el lugar donde decidas establecerte.
La maestra Guardiana salió de la habitación, dejando a Erica sumida en sus pen-
samientos. Al rato, esta hizo pasar a sus compañeros.
– Muy bien, pues ya está, ya soy una Guardiana de Yggdrasil, estaréis contentos.
¿Y ahora, qué hacemos?
– Primero, – respondió Hans – iremos a mi apartamento en Hamburgo, necesito
munición y, seguramente, cogeré algún arma más. Luego, a Francia sin dudar.
– De acuerdo. – replicó Erica secamente. Hans sabía que unirse a las Guardianas
de Yggdrasil no era del agrado de la Valquiria, pero ahora ya estaba hecho.
– Vale, pues es hora de que obres tu magia, cielo – dijo Joey, que no había abierto
la boca desde que había entrado en la habitación.
Erica cerró los ojos y se concentró, haciendo diversos gestos con las manos. Ima-
ginó colores, formas, un arco iris, un remanso de paz, Alemania, el apartamento de
Hans...
De pronto, en el aire se empezaron a materializar pequeñas hebras de energía
multicolor.
– Así, muchacha, no te despistes... – murmuró Joey.

AÑO 778

El avance había sido duro, habían cruzado los Alpes y ahora estaban allí, en Ibe-
ria, frente a las murallas de Medina al– Baida Saraqusta, conocida como Caesarau-
gusta antes de que los sarracenos la ocupasen. Llevaba más de sesenta años ocupada
por los musulmanes, y esto era algo que no se podía consentir, aquella ciudad íbera
debía ser un lugar cristiano. Karl se había reunido con sus aliados, los austrasios,
lombardos y burgundios, en los que confiaba tanto como en una víbora, pero lo cierto
era que estaban allí, una ingente cantidad de nobles y plebeyos, a caballo y a pie,
con lanzas y espadas. Todos esperando la señal para atacar, deseando que su rey les

79
dijera lo que debían hacer.
Karl se adelantó y se puso frente a ellos.
– Siervos, nobles, hermanos todos. Estamos hoy aquí, frente a este monumento a
la blasfemia – señaló con su lanza a las murallas de la ciudad – Este lugar, a los ojos
de Dios, es una afrenta, una mancha en la tierra. ¿Vamos a permitir que siga siendo
así? ¿Vamos a dejar que los sarracenos piensen que pueden avanzar por Europa
como deseen? Respondedme... ¿VAMOS A PERMITÍRSELO?
Algunas voces se alzaron gritando “¡NOOOOO!”, mientras otros hicieron entre-
chocar sus armas contra los escudos. Karl siguió hablando.
– Muy bien, veo la furia en vuestros ojos, el deseo de que la fe cristiana sea de
nuevo devuelta a esta ciudad infiel. Hoy, el día ha despuntado con Saraqusta bajo
la media luna, pero mañana, a fe mía, será la santa cruz la que se enarbole en sus
torreones. ¡Así debe ser, Dios lo manda!.
Un gran clamor se extendió por las tropas, a la vez que Karl levantaba su lanza
para enardecer a los soldados. Tras esto, se dio la vuelta y elevó una mirada a lo alto.
– Va por ti, hermano – susurró.
En ese momento, el cielo se oscureció, ya que unas nubes que habían aparecido
inesperadamente en el horizonte taparon el sol. Era extraño en aquella época, aun-
que Karl lo achacó a una prematura tormenta estival. De pronto, sin embargo, le so-
brevino una extraña debilidad. Frunciendo el ceño, miró hacia su fiel lanza, al regalo
por el que, años atrás, había decidido intercambiar la vida de su hermano. ¿Es que
aquel objeto ya no le prestaba su poder? ¿Acaso Dios no veía con buenos ojos que
se recuperase una ciudad para él? No, era imposible, el Señor estaba de su parte, no
podían perder. “Será el cansancio”, pensó Karl.
Levantó su lanza, y la giró hacia abajo con gesto firme. En ese momento, todos
empezaron a avanzar, siguiendo la estela de su líder. Pronto, el mismo aire se es-
tremeció ante el eco de los cascos de los caballos, y el rugido de miles de hombres
caminando como si fueran uno solo...

CRUCE

Klarkasthon congeló los barrotes de la verja, los rompió y la cruzó limpiamente.


Al fin, pensó.
Por supuesto, a aquellas horas de la noche no había nadie, si acaso, algunos guar-
dias que vigilaban el museo, pero estaban en el interior del mismo, y lo que le intere-
saba estaba fuera... de hecho, lo tenía delante en aquel momento. Sonrió.
Admiró durante un momento su suave y perfecta arquitectura. Una pirámide de
cristal en medio del museo más famoso de París, el Louvre. Sin embargo, a Klarkas-

80
thon el interior del museo, incluso su fachada, le eran indiferentes, ya que tenía los
ojos puestos en aquel edificio piramidal que servía de entrada al lugar.
Desenvolvió la lanza, que llevaba a la espalda envuelta en telas, y gritó con voz
eufórica:
– ¡Gungnir, lanza de Odín, es hora de que cumplas tu cometido! ¡Haz aquello para
lo que fuiste creada!
Tomó impulso hacia atrás, levantando la pica por encima de su hombro y atra-
sando el brazo. Tras esto, empezó a correr hacia delante y lanzó la lanza, a modo de
jabalina, con todas sus fuerzas. La Gungnir se clavó justo en la cúspide de la pirámide
de cristal.
De pronto, del interior del edificio empezó a emanar un fulgor blanquecino, que
poco a poco fue llenando su interior. Las paredes de cristal empezaron a abrirse lenta-
mente, impulsadas por una mágica fuerza.
– ¡Sí, hermanos! – gritó Klarkasthon, eufórico. – ¡Venid! ¡Asolemos esta Zona,
vamos a sumirla en los hielos perpetuos! – tras decir esto, de la punta abierta de la
pirámide empezaron a surgir rayos de luz blanquecina, que quedaron durante unos
segundos suspendidos en el cielo para luego dirigirse a varios puntos al azar en la
ciudad.
– ¡Alto! – gritó una voz femenina desde la espalda de Klarkasthon. Este se dio la
vuelta, y vio a Erica, Hans y un tercer desconocido del que emanaba un gran poder.
– Basta, Orgelmir – dijo Hans – Detén tu loco plan.
– Ven a impedírmelo, humano – replicó Klarkasthon con total desprecio.
– Erica – susurró Joey – , corre. Ve hacia la pirámide, tienes que sacar la Gungnir
de la cúspide antes de que entren más Orgelmir en esta Zona. No te preocupes por
nosotros, manejaremos esto. – Acompañó estas últimas palabras con un guiño. La
Valquiria iba a añadir algo, pero el plan del piloto le parecía bien dado el limitado
tiempo del que disponían.
El humano y el Einherjar se dirigieron directamente frente a su adversario, mien-
tras Erica corría con todas sus fuerzas por un lateral. Al percatarse de su plan, Klarkas-
thon extendió su brazo hacia la dirección en la que corría la Valquiria.
– ¡Ni hablar! – dijo, e inmediatamente se levantó un muro de hielo frente a Erica.
Esta se detuvo en seco.
– No la detendrás – dijo Hans e inmediatamente sacó un subfusil modelo UZI de
su abrigo, apuntó a Klarkasthon y descargó una ráfaga sobre él.
El Orgelmir se dio la vuelta, mirando a sus adversarios, y apenas si pudo ordenar
a su piel que se cubriera de hielo. Algunas balas le rozaron, provocándole heridas
que hicieron manar un líquido blancoazulado, pero ninguna dio en un punto vital, o
al menos no lo parecía porque Klarkasthon seguía en pie. Sangrando, sí, pero en pie.
– Estúpido humano – dijo, y extendió el brazo hacia Hans. Empezó a lanzar varias
estalactitas por la mano, pero Joey se interpuso. Los puntiagudos picachos de hielo
chocaron contra su cuerpo sin producirle daño alguno. – ¡¿Qué?! – exclamó el Orgel-

81
mir estupefacto.
– Sorprendido, ¿eh? – dijo Joey con una sonrisa mientras se acercaba hacia él.
Mientras, Erica había sacado una manzana. Por suerte, esta vez se habían podido
organizar en el apartamento de Hans, y había tenido la oportunidad de prepararse
varios trucos con runas, en concreto, en aquella manzana había grabado la runa más
poderosa que conocía, la Runa del Aliento de Dragón. Mordió la manzana, exhaló aire
y... de su boca salió una bocanada de fuego que derritió el muro lo suficiente como
para que la Valquiria pudiera pasar. Erica lo atravesó y siguió corriendo...
Joey se abalanzó sobre Klarkasthon. Sorprendido, el Orgelmir no pudo reaccionar
a tiempo y se vio debajo del Einherjar. Este le dio varios puñetazos en la cara.
– Estúpido, tus golpes no me afectan lo más mínimo. – dijo el elemental del hielo
con desprecio.
El elemental del hielo puso las manos en el cuerpo de Joey, e intentó congelarlo,
pero el resultado fue nulo. De alguna forma, el valiente piloto era inmune a sus po-
deres.
– ¡Joey, apártate! – gritó Hans, que ya había cambiado el cargador de su UZI. El
Einherjar le obedeció, y el humano descargó otra ráfaga sobre el cuerpo de Klarkas-
thon...
Erica había llegado a la base de la pirámide, que estaba abriéndose lentamente.
Miró hacia arriba, observando con preocupación cómo más y más Orgelmir, que eso
eran en realidad los rayos blancos, emergían del portal. Empezó a escalarlo con gran-
des esfuerzos, utilizando las varillas de aluminio que servían de juntura a los cristales
como asidero. Ascendió y ascendió, sin preocuparse de lo que tenía alrededor, no
podía pensar en nada, sólo en mover ahora una mano, ahora un pie... y llegar a la cima
de una vez...
De pronto, Erica oyó un quejido y giró su vista hacia el suelo, al combate que se
estaba llevando a cabo allí abajo.
El joven alemán se tambaleó y cayó al suelo.
– ¡Hans, muchacho! – dijo Joey, abandonando la pugna con Klarkasthon y diri-
giéndose hacia él. El Orgelmir había materializado una enorme estalactita de hielo en
el aire, y había atravesado al joven Shadow Hunter con ella. Este yacía en el suelo,
sangrando profusamente.
– Joey... detén a... detenle... no permitas... – dijo Hans respirando pesadamente.
– Sssh... no hables, alemán, te pondrás bien.
– Mientes... fatal... inglés – Hans tosió algunos esputos sanguinolentos – No pue-
des... hacer nada... ayuda... ayuda a... Er... – En ese momento, cerró los ojos.
Por las mejillas de Erica resbalaron algunas lágrimas, pero no podía permitirse
que le embargase la tristeza... al menos, no en aquel momento. Se dio la vuelta, obser-
vando por el rabillo del ojo como Joey se abalanzaba sobre Klarkasthon, y se concen-
tró en la punta de la pirámide. Podía sentir la ligera vibración de la pared triangular al
separarse de las demás, pero no dejó que aquello le amedrentase. Siguió ascendiendo,

82
cada vez más y más cerca. Ya podía sentir el inmenso poder que emanaba del portal
abierto y de la propia Gungnir, ahora suspendida en el aire. Siguió subiendo, ya casi
había llegado. Alargó el brazo, y...
De pronto, todo acabó. Súbitamente, las paredes de la pirámide se volvieron a
juntar con una fuerte vibración. Erica cayó al suelo con la lanza en la mano, mientras
Klarkasthon apartó a Joey y se giró hacia ella.
– ¡No! ¡Estúpida Valquiria! ¡Pero... ¿qué has hecho, zorra?! – la furia del Orgelmir
era evidente.
– ¡Muere! – gritó Erica.
Echó el brazo hacia atrás, y lanzó la Gungnir directamente al pecho de Klarkas-
thon. Cuando se clavó, el Orgelmir abrió los ojos de par en par. Su piel empezó a
agrietarse como si fuera hielo, y de ella empezaron a surgir lenguas de fuego, que se
fueron extendiendo hasta que le cubrieron por completo. Poco a poco, por debajo de la
llamarada empezó a extenderse un charco de agua que se fue evaporando lentamente.
Erica se dirigió corriendo hacia el joven muerto.
– ¡Hans! – dijo con lágrimas en los ojos, abrazando el cadáver – Oh, Hans, por
Odín...
En ese momento, como si lo hubiera invocado, ambos vieron acercarse a un hom-
bre anciano poseedor de una larga barba blanca, vestido con una túnica de color verde
oscuro adornada con runas bordadas en dorado, y un parche cubriendo uno de sus
ojos. Iba montado en un hermoso caballo blanco, el cual poseía ocho patas en lugar
de cuatro.
– ¡Mi señor Odín! – dijo Erica.
– Se me ha permitido bajar a recuperar mi lanza, largo tiempo extraviada – dijo
el señor de Asgard con voz sabia y atronadora a la vez, y extendió la mano hacia
Gungnir, que voló inmediatamente hacia su amo. – No te preocupes por Hans, Erica,
iré personalmente a recogerle al Inframundo9, vendrá a Asgard conmigo y se unirá a
las filas de los Einherjar.
– Aún quedan los Orgelmir que han salido de Niflheim. Cuando tomen forma
física...
– Es cierto, Erica. – prosiguió Odín – Mis Guardianas en esta ciudad están de-
masiado desperdigadas y mal organizadas, ya que de lo contrario, no habría ocurrido
esto. Te encomiendo una misión, Valquiria: une a las Guardianas de Yggdrasil parisi-
nas y comándalas en la batalla, no cejéis en vuestro empeño hasta haber destruido por
completo a los sirvientes de Ragnarok.
– Acepto, pero... no sé si nuestras fuerzas bastarán... – dijo Erica, preocupada.
– Encontrarás ayuda. Busca. Los humanos son más capaces de lo que creemos,

9 El Inframundo es el primer lugar al que van las almas al morir. Está regido por el
arcángel Azrael, que las juzga para ver si son dignas de entrar en el Paraíso o ser condenadas
al Infierno.

83
Hans es una prueba de ello. Hay otros Shadow Hunters que te pueden ayudar, sólo
tienes que aceptar colaborar con ellos.
– De acuerdo. – la Valquiria asintió reafirmando sus palabras – Puedes ir en paz,
mi señor, cumpliré tus designios. – acompañó estas últimas palabras con una reve-
rencia.
– Nunca lo he puesto en duda. ¡Y ahora, Sleipnir, partamos, debemos adentrarnos
raudos en el Inframundo antes que se celebre un nuevo juicio de Azrael!
Sleipnir, el fabuloso caballo, empezó a agitar sus cascos, y Odín desapareció.
– Bueno, muchacho. – dijo Joey mirando el cadáver de Hans – Te veré pronto.
– ¿Le entrenarás? – preguntó Erica.
– Sí, claro. Es buen chico, y un buen soldado. Aprenderá rápido. Bueno, me tengo
que ir, ya sabes como se pone el viejo si no estás allí. – Erica sonrió sin añadir nada.
Tras esto, Joey se cuadró delante de ella y le hizo el saludo militar, a lo que la Valqui-
ria respondió con una inclinación de cabeza. El Einherjar se dio la vuelta, y se fue por
uno de los callejones de la ciudad de la luz.
La Valquiria se quedó allí, sola. Salió del museo, pensando en lo que tenía que
hacer. Debía reunir a las Guardianas de Yggdrasil de la ciudad, eso era seguro. Por
otro lado... tenía que encontrar aliados humanos. Había oído hablar de una Sociedad
formada por humanos, herederos de los antiguos caballeros Templarios. Contactaría
con ellos, sí. Estaba en juego su mundo, no le negarían su ayuda...

EPÍLOGO: AÑO 797

Finalmente, descabalgó. Aunque se había puesto sus mejores ropas de abrigo,


el frío le calaba hasta los huesos. Llevaba días cabalgando, solo, sin comitiva o ca-
balleros que le acompañaran. Al otro lado de donde se había dirigido toda su vida,
allá donde los hombres no se atrevían a caminar. Cualquiera que entrase en aquellos
territorios era cazado por hombres tan fuertes que los sarracenos parecían niños a
su lado. Karl se había tenido que ocultar, disimular su condición de rey y hacerse
pasar por un mendigo para no morir allí. Había aprendido muchas cosas de aquellos
pueblos, y de sus dioses paganos, los cuales tenían tanto poder como el Dios al que
él rendía pleitesía. Viendo aquello, Karl había recordado lo que, mucho tiempo atrás,
le había dicho un viejo ermitaño a la orilla de un riachuelo... ¡cuánta razón tenía
aquel hombre! Ahora se daba cuenta, si le hubiera hecho caso y no hubiera dejado
que aquella maldita lanza entrara en su vida, ahora su hermano continuaría vivo.
Quizás no tendría el imperio que poseía, ya que en aquel momento media Europa era
suya, pero seguro que podría abrazar a Carlomán y compartir con él un buen vino
en la mesa...

84
Por eso no debía dejar que aquel objeto fuese tocado de nuevo por manos hu-
manas.
Había subido hasta la montaña más alta y escarpada, había atravesado cientos
de acantilados, había dejado que el frío se le clavase como mil agujas en la piel. Pero,
finalmente, estaba frente a una cueva, un lugar recóndito y escarpado al que, estaba
seguro, jamás entraría nadie.
Karl se adentró en la caverna. Empezó a caminar por sus laberínticos pasillos.
Finalmente, encontró una estancia lo bastante grande y apartada como para que la
lanza pudiera descansar eternamente.
El monarca dio unos pasos, pero una voz le detuvo:
– Finalmente, lo has comprendido.
Karl se dio la vuelta y vio a un joven de aquellas tierras, un hombre fuerte y
corpulento con una larga melena rubia recogida en una trenza. No obstante, sus
ojos desdecían de su cuerpo, transmitiendo una sabiduría milenaria. Le reconoció al
instante como el anciano eremita que tanto tiempo atrás había hablado con él, y no
se sorprendió de verle, pues con el tiempo había aprendido que no todo lo que ven los
ojos es necesariamente cierto.
– No me sorprende que estés aquí. Me has estado siguiendo toda la vida, ¿ver-
dad? Con diferentes cuerpos, pero nunca me has abandonado.
– Es cierto. Debía vigilar tu lanza. Te uniste a ella cuando mezclaste su sangre
con su metal. A lo largo de tu vida, has ido absorbiendo su poder poco a poco para
conseguir mayor gloria, y lo has conseguido. Sin embargo, hubo un hecho fortuito
que hizo que perdiera toda su energía de golpe.
– Fue mi hermano, ¿verdad? Estaba furioso.
– En efecto – asintió el joven nórdico – Ya en el siguiente mundo, Carlomán se
enteró de tu trato con la lanza, de que cambiaste su vida por el poder, y no le gustó.
Cuando ibas a conseguir tu mayor gloria, te fue arrebatado su poder.
– En Saracusta. Por eso perdimos. – dijo Karl, con un tono que dejaba claro que
ya lo había deducido antes.
– Tu instinto te sirve bien, anciano. Tú ya tenías un ejército, y por eso no te fue
difícil conseguir posteriores victorias, pero aquel lugar, Saracusta, te fue prohibido,
y con él todo el poder que le quedaba a tu lanza. Y ahora, al final de tu vida, deseas
dejarla en un lugar donde sea ignorada para que ningún hombre pueda blandirla de
nuevo. ¿No es eso algo egoísta por tu parte?
– No, no lo es. No deseo que otro hombre se vea obligado a elegir entre su familia
y el poder. Debo ser el único que porte esa carga, no puedo permitir que esta lanza
tiente a nadie más aparte de mí. Pero, si lo deseas, – le dijo alcanzándole el arma – es
tuya, puedes llevársela a su legítimo dueño.
– Por desgracia – dijo el vikingo con expresión apesadumbrada – este objeto
ha perdido todo su poder, tú lo has agotado, y así no puede ser devuelta a su dueño,
nunca la aceptaría. Ahora, debe recargarse. Déjala aquí, Carlos I, conocido como

85
Carlomagno. Deja que esta lanza descanse hasta que esté lista para que yo la venga
a buscar, y vuelve a tu castillo, al centro de tu imperio, para morir en paz.
Sin decir nada, Karl asintió, tras lo cual posó la lanza en la pared de la cueva y
se dio la vuelta. Aquel con quien había hablado un rato antes ya no estaba, lo cual no
le sorprendió en absoluto. Salió de la cueva, y emprendió el viaje a su hogar mientras
Gungnir, poco a poco, lentamente, empezaba a llenarse de nuevo de la energía primi-
genia que había poseído antaño...

86
Relato IV
REQUIEM NOCTURNO
– ¡Maldición! – Gritó furioso el ángel, al tiempo que las lágrimas brotaban de sus
ojos, lágrimas que morían precipitadas al suelo provenientes de un sentimiento de
fracaso que le taladraba el corazón sin cesar y lo hundía en un mar de dolor y pena
hasta lo más profundo de su alma.
– Basta de culparte – dijo su acompañante intentando calmarle.
– ¡No puedo! ¿Cómo quieres que me calme? Le fallé, les fallé a todos. – dijo.
– Con lamentarlo no arreglarás las cosas. Solo te lastimas.
– No puedo lastimarme más de lo que ya estoy.
El hombre posó su mano en el hombro del ángel intentando reconfortarlo, resultó
imposible pues su corazón estaba roto por completo y las mil piezas en las que se
había convertido eran imposibles de volver a unir.
– Tú no tienes la culpa…
– Claro que sí la tengo– interrumpió el ángel. – No pude detenerlo, le fallé, les
fallé a todos y ahora ella está muerta.
– Yo tampoco pude detenerlo ¿también es culpa mía?
– Es diferente – dijo el ángel negando con la cabeza – Tu eres un simple mortal,
no podías hacer nada contra él.
– ¿Simple mortal? Te recuerdo que este simple mortal te ha salvado el pellejo en
más de una ocasión. – Exclamó el hombre en un tono fuerte.
– Eso no me ayuda en nada Bill – dijo el ángel mientras una lágrima recorría su
mejilla.
– Lo siento – dijo el humano calmándose – no quise molestarme, pero entiende
que todos estamos afectados por lo que le pasó a Julie. – Hubo un silencio que pareció
eterno al mencionar ese nombre, eterno al menos para el humano, quien a diferencia
del divino ser que tenía a su lado no comprendía lo que era la inmortalidad.
Ambos, tanto el humano como el ángel, se encontraban en un bello cementerio,

87
observando de lejos como un grupo de gente se reunía para darle el último adiós a una
mujer que aunque luchó hasta el último momento, nadie supo nunca de sus hazañas.
– Te entiendo Sam, todos te entendemos.
– No es verdad. No puedes entender el profundo amor que sentía por ella, no
puedes entender de donde provienen mis lágrimas y no puedes entender por qué me
alejé de ella para protegerla. – El ángel respiró profundamente y cerró los ojos – Soy
un ser débil y fracasado – Susurró.
– Deja de auto compadecerte. No logras nada, lo hecho, hecho está.
– Tienes razón, las cosas no pueden cambiar – contestó con la mirada perdida – Lo
hecho, hecho está.
El ángel comenzó a caminar alejándose del cementerio que se encontraba en una
verde y hermosa colina, con frondosos árboles en tonos marrones y flores otoñales de
colores púrpuras y azules que caían al suelo, acompañadas del danzante viento que las
depositaba suavemente en la tierra.
– ¡Sam! Espera – Gritó William, mientras Samuel se marchaba del lugar dejando
atrás el cementerio y el servicio fúnebre que le celebraban en ese momento a la mujer
que más había amado en el mundo.
El verano comenzaba a abrirle paso al otoño y las últimas lluvias veraniegas caían
dulcemente sobre el camposanto. El cielo se tornaba gris como si sintiera la tristeza
del ángel que en ese momento se creía solo en el mundo, insignificante y débil, muy
distinto a lo que antes fue: un ser imponente que inspiraba miedo con solo pronunciar
su nombre. Un Shadow Hunter bien conocido en Londres y que tenía pocas debili-
dades, una de ellas, la mujer que hoy era llevada a su lugar de reposo y que había
muerto involucrada en un conflicto que se había desatado siglos atrás. Siendo víctima
de la maldad irracional y enfermiza de un caído10* al que no le importaba nada más
que causar caos y tristeza a su paso.
Las personas abrieron sus sombrillas y continuaron llorando, despidiendo a la
valiente mujer, que ahora se encontraba descansando, mientras la tierra comenzaba
a ser depositada sobre el ataúd y un mortal volvía a la paz eterna donde fue creado.
Tres días antes
– ¡Por favor! – Suplicaba la niña con un llanto imparable y con una angustia
desgarradora que le recorría todo su ser y le quemaba las entrañas. Tirada en el suelo,
sin ninguna esperanza, llorando por su desgracia, contando cada segundo como una
eternidad. Atrapada en una bodega fría y oscura, atada de pies y manos a una silla de
madera que se encontraba ya pudriéndose por el tiempo. En silencio era observada por
dos lúgubres siluetas que se regocijaban con su dolor y su pena y que de vez en cuando
dejaban salir carcajadas de satisfacción.
– ¡Por favor! Déjenme ir– volvió a suplicar la pobre niña a sus captores. Había dos

10 Caído: Es el nombre con el que se conoce a los Demonios en Shadow Hunters. La


palabra viene de Ángel caído.

88
bultos ocultos en las sombras y por lo que alcanzaba a escuchar, uno más al que no
podía ver por ninguna parte pero que de forma extraña podía sentir su fuerte presen-
cia. Las siluetas de las dos personas que la habían capturado eran fantasmagóricas, de
formas que más que pertenecer a un humano, parecían de animales.
– ¡Por favor! – Suplicó por tercera vez – Déjenme ir, les juro que no diré nada.
Las siluetas comenzaron a reír y sus carcajadas parecían las de hienas hambrientas
reclamando la carne de algún indefenso animal. Malévolas y desquiciadas.
– Sss… ¿Acassso creess que te dejaremosss ir? – dijo la silueta más próxima. Su
voz era maliciosa y hablaba de una forma reptilesca.
– Por favor – dijo la niña agachando la cabeza y desmoronándose por completo al
imaginar que por más que suplicara, no la dejarían ir.
– Déjala que llore – dijo la otra silueta cuya voz era cavernosa e igualmente mal-
vada – las lágrimas le dan un sabor delicioso a la carne humana – dijo el animalesco
ser concluyendo con una horrible carcajada de satisfacción.
La niña no podía más que resignarse a su horrible destino, resignarse a la idea de
que moriría pronto y que no podía hacer nada para evitarlo. Intentaba ser valiente,
pero nadie puede ser valiente cuando sabes que tu hora de morir está cerca y que
además esta será espantosa.
Las risas fantasmagóricas de las dos siluetas continuaban inundando la bodega y
eliminando las esperanzas de la pobre niña que yacía en aquella silla vieja y descui-
dada. De pronto, ambas carcajadas cesaron, como si alguien hubiera ordenado que así
lo hicieran. Un ruido se escuchó fuera del edificio y ambos tuvieron que callar, la niña
podía escuchar la respiración de los dos seres, pero pronto descubrió que solo estaba
escuchando su propia respiración acompañada del latir de su corazón que amenazaba
con salirse del pecho.
– Son ellos – Afirmó una tercera voz escondida en las sombras. La voz pertenecía
a la presencia que se encontraba observando en la oscuridad sin ser vista, ésta era
soberbia e imponente – Encárguense de la niña, ya saben cómo. – Ordenó la voz a
las dos siluetas y posteriormente dejó de sentirse su presencia en el denso aire de la
bodega.
– Susss desseoss sson órdenesss – dijo el que tenía voz de reptil, dejando escapar
otra vez su carcajada burlona.
Ambas siluetas comenzaron a avanzar saliendo poco a poco de la oscuridad. Al
principio parecían hombres comunes y corrientes, pero cuando la luz tocó sus rostros,
la niña descubrió aterrorizada lo que en verdad eran: Monstruosidades que parecían
salidas de la peor pesadilla de un niño.
El primer ser que tenía la voz reptilesca, era escamoso y de un color entre verde
y negro que acompañaba sus palabras con una lengua bífida que salía de su boca y
revoloteaba por el aire como si lo estuviera saboreando.
La segunda “persona” tenía un rostro que solo podría ser descrito como el de un
tentáculo blanco ensangrentado, sin ojos, nariz ni boca, parecía que su voz provenía

89
de lo profundo de su pecho, como si fuera un calamar extremadamente desproporcio-
nado e irreal.
Ambos caminaban lentamente hacia la niña con carcajadas que desataban los
miedos más espantosos y generaban pesadillas interminables.
– ¡Nooo! – la niña dejó salir un grito de desesperación mientras se retorcía inten-
tando soltarse de las amarras que la mantenían sujeta a la silla, mientras sus verdugos
avanzaban lentamente y sus carcajadas continuaban y se hacían más fuertes.
De pronto, una ventana que daba a un oscuro callejón se rompió y apareció un
hombre de edad media, de facciones duras y gallardas, con barba de candado y de una
complexión que recordaba la de un gladiador romano.
– No te atrevas a tocarla bastardo. – Amenazó el hombre.
– Ssss… ¿En ssserio? ¿Creesss poder ganarnosss tu sssolo? – dijo burlonamente
el reptil.
– No estoy solo – Dijo el hombre con una gran sonrisa en los labios.
De las sombras salieron dos personas más, un hombre alto pero no tan fornido
como el anterior, vestía mezclilla y una chaqueta de cuero, éste rápidamente desen-
fundó una gran escopeta que apuntó contra el reptil.
Por un costado, una mujer pelirroja, de fino cuerpo y mirada serena rodeó a los
animalescos seres, eliminando cualquier intención de huir. Era como si las dos per-
sonas siempre hubieran estado ahí, pero en realidad habían aprovechado la confusión
para entrar sin ser vistos.
– ¿Ven que no estaba solo? – dijo el hombre fornido burlonamente.
El reptil sonrió, y su mirada se volvió más maliciosa que nunca, entonces dejó
salir un rugido grotesco y enfermizo, tan agudo que bien pudo haber sido escuchado a
kilómetros de allí, y al parecer este era su propósito pues cinco seres más aparecieron
por una puerta trasera atraídos por el engendro. Rodearon al grupo de Shadow Hunters
y comenzaron a carcajear como si fuera un coro de voces interpretando un cántico
macabro. Cada uno de los seres que aparecieron por la puerta, tenía un rostro que
recordaba al de un animal salvaje y olían diez veces peor.
– Esto se puso feo – Murmuró el hombre de la escopeta.
– Julie – dijo el hombre fornido – Ya sabes que hacer.
La chica miró al hombre como dudando al principio, pero luego asintió con la
cabeza. Para sorpresa de todos, la joven sacó un pequeño encendedor plateado de uno
de los bolsillos de la gabardina negra que llevaba puesta.
Ante la mirada atónita de los presentes (al menos de aquellos que tenían ojos)
Juliette miró fijamente el encendedor y sus ojos comenzaron a brillar en un color tan
pasional que no habría podido ser extinguido, era rojo fuego. El brillo aumentaba
cada vez más, tanto que la oscura habitación se veía iluminada levemente por este
resplandor. Las carcajadas de los animales cesaron y estas fueron reemplazadas por
gritos de dolor del ser reptilesco cuando la chica completó su propósito y la pequeña
llama del encendedor se convirtió en una terrible llamarada que fue dirigida hacia él,

90
quemándolo de inmediato y haciendole correr intentando librarse del fuego.
Este acto sirvió de distracción, pues mientras todos los entes miraban atónitos la
demostración de poder de la humana, el hombre fornido se apuró a acercarse a uno de
los seres que tenía cerca y le lanzó un rayo de energía que había formado en su palma
derecha mientras todos estaban distraídos con el fuego. El rayo dio en su blanco, aun-
que no fue mortal, derrumbó a la criatura dejándola aturdida unos instantes.
El hombre de la escopeta no tuvo tanta suerte, pues cuando disparó a uno de los
monstruos, el cual tenía apariencia de felino, éste esquivó el disparo y comenzó a
correr a una velocidad impresionante, el hombre disparó varias veces más pero al no
acertar decidió ignorar a la criatura y encargarse de otro. Cuando se dio cuenta, ya
tenía a otro ente más cerca de él, este le lanzó un zarpazo tan fuerte que hizo que el
humano cayera al suelo soltando la escopeta.
Juliette tenía enfrente a dos entes que se lanzaron rápidamente contra ella, repitió
lo anteriormente hecho con el encendedor y logró llenar de llamas al tentáculo gigante
que cayó al suelo retorciéndose.
Mariscos asados. Pensó Julie.
Desafortunadamente, no pudo parar al otro ente el cual la embistió y cayó sobre
ella intentando inmediatamente morderla. La chica forcejeaba con el animal pero no
pudo hacer nada. En ese momento otro rayo de energía apartó al ser que cayó muerto
por el impacto de tanto poder.
– ¡Juliette! ¿Estás bien? – Preguntó el hombre fornido mientras corría a ayudar a
la chica. En ese instante el ente que corría por toda la habitación lo embistió y lo tiró
lejos. Juliette miró hacia todos lados como si esperara algo. Entonces vio a William
que estaba tirado en el suelo, el ente que lo derribó sostenía la escopeta que él había
dejado caer y le daba golpes con ella ya que su inteligencia no le alcanzaba para en-
tender cómo funcionaba el arma. La chica miró fijamente la escopeta y ésta comenzó
a calentarse cada vez más, hasta que llegó un punto en el que estaba casi al rojo vivo.
El ser soltó el arma no sin antes gritar de dolor ante la quemadura que esta le había
provocado en su mano, garra o lo que fuera que tenía esa cosa, en realidad eso no
importaba mucho en ese momento.
Sam ¿Dónde estás? Pensó impacientemente la chica.
Cuando volvió en sí, Juliette vio como el monstruo que había sido derribado pri-
mero por el hombre fornido se había arrastrado hacia él y comenzaba a arañarlo y a
lastimarlo seriamente. Miró a su otro lado y el panorama no era distinto, el ente que
corría velozmente estaba embistiendo una y otra vez a William. Juliette estaba en un
dilema, tenía que decidir a quién ayudar.
Ewan puede cuidarse solo. Pensó en una fracción de segundo y comenzó a actuar
a la misma velocidad. Corrió hacia William sin tener un plan de cómo detendría a esa
cosa que literalmente era imparable. Corrió y encendió su mechero, concentrándose
en la llama y en William. De pronto un círculo de fuego rodeó al humano protegiéndo-
lo del ataque de aquel malvado ser, el cual se movió muy rápido pero sin poder evitar

91
ser alcanzado por el círculo de llamas. Este comenzó a quemarse y a retorcerse en el
suelo intentando apagarlas. La chica corrió a ayudar a William.
En ese momento un fuerte sonido de algo rompiéndose y una lluvia de vidrios
provenientes de lo que antes era un ventanal encima de la bodega interrumpieron la
batalla.
– ¡Sam, por fin llegaste! – Exclamó la chica aliviada al ver al ser que había apa-
recido de pronto.
El ángel asintió con la cabeza y sin decir nada cerró los ojos y llevó su mano
derecha a la altura de su pecho mientras en silencio susurraba una especie de oración
en latín. Dos segundos después agitó su brazo hacia el suelo y una espada llameante
surgió literalmente de su brazo sin ningún mango del cual sostenerse, solo era una
filosa espada de fuego que emergía de su extremidad derecha. El ángel corrió a ayudar
a Ewan quien se encontraba indefenso y sin ninguna misericordia cercenó la cabeza
de su atacante de un solo tajo.
– Gracias amigo – dijo Ewan sonriendo – Nos creíamos jodidos.
– No te levantes – ordenó el ángel con voz serena – estás muy lastimado para
continuar.
El ángel se giró dándole la espalda a Ewan, mirando de frente al ente de la mano
quemada, el único que permanecía en pie. Este pobre desdichado se lanzó corriendo al
ángel sin saber que tendría un final espantoso al ser atravesado y partido por la mitad
por la poderosa espada llameante, la cual desapareció momentos después a voluntad
del ángel. El silencio inundó la habitación nuevamente y solo se escuchó el leve llo-
riqueo de la niña quien no pudo presenciar tal carnicería y había terminado cerrando
los ojos a mitad de la lucha.
Juliette corrió a desatar a la niña mientras Sam caminaba lentamente hacia Ewan,
que era el más herido de todos.
– ¡Yo estoy bien! – Dijo William mientras con un brazo rodeaba su tórax y con
el otro se incorporaba saliendo del círculo llameante que comenzaba a extinguirse.
– Ya todo acabó – dijo dulcemente Juliette, intentando calmar a la niña que había
dejado de llorar y ahora miraba a todos con un sentimiento de alivio y agradecimiento
que despedía de sus ojos color oscuro.
– Me estoy volviendo viejo ¿Verdad Sam? – dijo Ewan con una sonrisa forzada
mientras se recargaba contra la pared. El ángel lo miró a los ojos y rápidamente centró
su mirada en el brazo de Ewan que tenía una gran herida sangrante. Serenamente posó
su mano a centímetros de esta y comenzó a sanar, brillando y regenerándose comple-
tamente sin siquiera dejar cicatriz.
Juliette terminó de liberar a la niña, se levantó y miró a Sam con una mirada de
ternura, el ángel la miró dulcemente y se permitió dibujar una pequeñísima sonrisa en
su rostro, lo suficiente para mostrar que se sentía feliz de que ella estuviera a salvo.
– Ya habrá tiempo para eso – dijo William refiriéndose a Sam y Juliette. – Me
gustaría saber que acaba de suceder. Hasta hace unos momentos esto parecía una

92
convención de caídos.
– Caídos menores – Corrigió Sam.
– Lo que sea – dijo William continuando – Eran demasiados trabajando juntos y
por la razón que fuera ¿Por qué mantener a la niña viva? Normalmente la devoran y
se acabó.
– ¿Podrías ser más sutil? – dijo Julie enfadada y señalando con el rostro a la niña.
– Lo siento – dijo Bill arrogantemente – yo solo tengo curiosidad.
– Tu curiosidad nos ha metido en suficientes problemas.
– No es culpa mía que…
– A veces parecen niños ¿Verdad? – Susurró Ewan al ángel mientras los dos hu-
manos continuaban discutiendo. Sam se limitó a sonreír y a poner su mano en el
hombro de su amigo.
El Ambiente parecía llenarse por fin de paz a pesar de la discusión de Bill y Julie.
– Creo que debemos irnos – Dijo el ángel.
Todos asintieron y se disponían a irse cuando…
¡La niña! Pensó Julie.
Cuando se dieron cuenta, la bestia con apariencia de felino había tomado a la niña
en brazos y fue tarde cuando quisieron detenerlo pues salió huyendo por una de las
ventanas rotas.
– ¡Maldición! – Exclamó Ewan.
– ¡Rápido! Intenten alcanzarlo por tierra. – Ordenó el ángel, a lo que todos hicie-
ron caso apresurándose a salir del edificio rápidamente con la esperanza de alcanzar
su objetivo. El ángel se había quedado solo. Se dirigió al centro de la bodega y se
puso justo debajo del ventanal por el cual había entrado anteriormente. Cerró los ojos
y el aire empezó a estremecerse a su alrededor, una cálida luz entre blanca y azul co-
menzó a rodearlo, una leve ventisca se hizo a su alrededor mientras las facciones del
rostro del ángel comenzaban a cambiar y sus vestimentas se convertían en una especie
de túnica gris que le cubría todo el cuerpo y una armadura que protegía su pecho.
Al extender sus brazos dos extremidades salieron de su espalda, éstas resplandecían
como si fueran potentes faros en la más oscura de las noches, eran alas, alas de color
gris que parecían plateadas ante la luz de la luna. Sam se había transformado en lo
que en realidad era. Se disponía a dar un salto para emprender el vuelo cuando una
voz lo interrumpió.
– ¿Debes irte volando? – Dijo la voz sarcásticamente – bueno, el tiempo no espera
– Era la misma voz soberbia e imponente que había ordenado a los Caídos encargarse
de la niña anteriormente.
– ¡Balfos! – Exclamó sorprendido el ángel.
– Veo que no me has olvidado. – dijo soberbiamente el caído.
– Eso es difícil cuando me has seguido toda la vida.
El demonio dejó salir una carcajada burlona y malévola.
– ¿Ahora me llamas acosador? – dijo inquisitivamente el caído.

93
– A mí no me causa ninguna gracia – Respondió Sam furioso.
El caído suspiró y salió de las sombras que lo cubrían para mostrarse ante el ángel,
con una gran sonrisa soberbia en su rostro.
– En fin – Dijo Balfos – Es un gusto volver a verte.
– Bastardo, tú eres el causante de todo esto ¿verdad?
El caído comenzó a reír nuevamente, pero no era una risa de diversión, si no de
esas que son tan terribles que pueden bajar la moral de cualquier ejército enardecido.
– Me enteré que ahora cazas aquí en Londres – dijo Balfos – Así que decidí bus-
carte y ¿qué mejor que secuestrar a esa niña para llamar tu atención?
– Maldito ¿Qué sabes sobre ella? – preguntó el ángel, exigiendo una respuesta.
– No te preocupes por eso. Solo preocúpate por atenderme en este momento.
– No tengo tiempo para tus estupideces. – dijo el ángel disponiéndose para mar-
char.
– Tranquilo – interrumpió el demonio – Ellos estarán bien, pero la niña no.
– ¿Qué intentas hacer? Bastardo.
El caído se echó a reír nuevamente y su carcajada resonó en toda la bodega. Co-
menzó a caminar por el almacén, imponiendo su presencia y tornando el aire denso al
fundirse con sus exhalaciones, se detuvo frente al ángel y dejó que la luz de luna que
entraba por el ventanal iluminara sus amarillentos ojos.
– Si quieres recuperar a esa niña encuéntrame mañana en la noche. Tú sabes dón-
de.
– No me jodas con tus juegos. ¡Háblame claro!
– Pronto te llegará la respuesta. – concluyó el caído.
El ángel lleno de furia se valió de su poderosa espada llameante para atacar al
demonio que había acabado con su paciencia. Tal vez el movimiento fue muy rápido,
a una velocidad tan grande que un humano no podría haberlo visto, sin embargo a la
percepción divina de ambos seres todo pudo verse a la perfección, el cómo se iluminó
la cara del caído cuando las llamas amenazaron con dañarlo y como éste último des-
apareció con una sonrisa en sus labios y un atisbo de satisfacción en sus amarillentos
ojos.
El ángel, aún más furioso de lo que ya estaba, se dispuso a alcanzar a los demás
cazadores y salió del edificio apresuradamente.
Sobrevoló con sus enormes alas grises por el complejo de almacenes que se ex-
tendía a lo largo y a lo ancho de un terreno de unas cien hectáreas que daban al río.
Pudo encontrar a sus compañeros rodeando el cadáver de aquel caído que obviamente
ya habían abatido. Descendió y se puso al tanto de lo que había pasado: Cuando los
cazadores lograron alcanzar al monstruo, la niña ya no estaba con él.
– ¿Ahora qué hacemos? – preguntó Julie angustiada.
– Debemos esperar – dijo el ángel.
– ¿Esperar? – Preguntó William exaltado – No logramos recuperar a esa niña a
tiempo, si ellos averiguan algo sobre ella puede que estemos acabados.

94
– No te preocupes, no saben nada – Mintió el ángel, obviamente para calmar a
sus amigos.
– Pero… – dijo Bill.
– Pero nada – Interrumpió Ewan mientras miraba a los ojos al ángel – Ya escu-
chaste a Samuel, debemos esperar.
En realidad, aunque Ewan no cazaba muy a menudo con Sam, lo conocía muy a
fondo ya que eran amigos desde hace mucho tiempo, incluso antes de que conocieran
a Bill y Julie. Ewan se había dado cuenta de que Sam mentía, pero no dijo nada pues
con el tiempo aprendió que este ancestral ángel era muy sabio y sabía a la perfección
lo que hacía, Pocas veces se atrevía a cuestionarlo.
– A mí no me gusta esperar. – Dijo William apresurándose a subir al auto.
– ¿Crees que ella estará bien? – Preguntó Julie a Sam.
Sam la miró y se estremeció por completo al observar como la luz de la luna
había iluminado los ojos de Julie mientras un mechón rojo caía por una de sus meji-
llas, Sam recordó lo hermosa que era esta mujer y deseó que en ese momento ambos
fuesen los únicos seres en todo el universo. En las últimas semanas Sam había estado
apartado de Julie, la amaba demasiado, tanto como puede amar un ángel y sepan que
es demasiado. A pesar de eso, muchas cosas pasaban por la mente de Sam, el cual se
había apartado de todos. Pasaba por un momento de melancolía, de esos que tienen
los ángeles cuando recuerdan su amada Ciudad de Plata y se recriminan haberla
abandonado. Aunque eran cosas que quedarían olvidadas con los acontecimientos que
pasarían posteriormente.
– Estará bien – Afirmó el ángel. – Estará bien porque yo la salvaré.
A veces Sam era muy orgulloso y obstinado, después de todo era un ángel, sin
embargo era un buen líder y extremadamente compasivo, no podía soportar ver sufrir
a alguien, y se esmeraba en proteger a todo aquel que estuviera indefenso, lo cual era
una poderosa arma para su carrera como Shadow Hunter.
Julie sonrió, hacía mucho tiempo que no había cruzado palabras con Sam y el que
él le contestara en ese momento le hizo sentirse feliz.
– Bueno, creo que es hora de que me marche – Dijo Ewan.
– Gracias por tu ayuda – dijo Julie.
– No se preocupen, siempre les ayudaré en lo que pueda.
Acto seguido Ewan se marchó por los callejones que se formaban por lo estrecho
de la distancia entre cada almacén y pronto se perdió en la oscuridad.
Los demás Shadow Hunters regresaron a la casa de Julie y William, un piso en el
distrito de East End, cerca del río Támesis.
El ángel meditó durante la hora que transcurrió el trayecto. En ocasiones Julie,
quien se encontraba en el asiento del copiloto, miraba por el retrovisor a Sam, retirán-
do la mirada cuando este se daba cuenta, parecían un par de niños flirteando, solo que
esta vez no coqueteaban, si no que Julie se encontraba muy preocupada por él ya que
había estado raro últimamente. Julie intentaba esconder su preocupación para que el

95
ángel accediese a hablar con ella.
Llegaron al apartamento y William se metió en su habitación a dormir.
– Sam – Dijo Juliette dulcemente.
Sam la miró brevemente. Cada vez que él miraba dentro de sus profundos ojos
oscuros, recordaba cuanto la amaba. En ese momento no se podía permitir caer ante
sus sentimientos.
– Sam – volvió a insistir la chica, solo que esta vez más seria. – ¿Qué te pasa?
¿Qué está mal?
– No pasa nada – Contestó el ángel negando con la cabeza.
– Sabes que no me puedes engañar, así que no lo intentes.
– Te digo que no pasa nada.
– ¡Dejenme dormir! – Gritó Bill desde su habitación. Ambos callaron y hubo un
silencio incómodo. La chica se disponía a hablar nuevamente cuando Bill apareció en
pantalones cortos y una camiseta dirigiéndose a la cocina a buscar un vaso de agua.
– ¿Por qué no puedo estar solo nunca? – dijo el humano quejándose.
– Consigue trabajo y múdate si quieres – dijo Julie comenzando una de esas peleas
que siempre tenían.
– Ok, tú ganas. – Concluyó Bill mientras volvía a meterse en su habitación.
Julie se giró pero Sam ya no estaba, había salido al balcón desde donde se veía la
luna reflejada en el Támesis, la luna más hermosa que hubiese visto nunca.
– Sam, confía en mí, sabes que nunca haría nada que te perjudicara. – Dijo Julie.
– Ese no es el problema. – Contestó el ángel.
– ¿Entonces cuál es? – preguntó la chica explotando levemente. – Estoy deses-
perada, no sé que te pasa últimamente y parece que lo único que quieres es alejarme
de tu lado.
Sam cerró los ojos aplastando su propio corazón y negándose a sentir amor. En
verdad amaba a Julie, por lo cual hacía todo por protegerla y si eso implicaba alejarla
de él para mantenerla segura entonces el ángel estaba dispuesto a hacerlo.
– Debes dejar de jugar conmigo, dime de una vez que pasa. – dijo Julie temiendo
una mala respuesta del ángel.
– La verdad es que… – Dijo el ángel con mucho trabajo.
– ¿Qué? ¿Cuál es la verdad? – preguntó Julie ansiosa.
– En este tiempo las cosas han cambiado y… creo que ya no te amo como antes.
Julie se quedó mirándole a los ojos sin entender sus palabras, Sam se negaba a
mirarla evitando cualquier contacto.
– ¡Mentira! – Exclamó la chica con lágrimas en los ojos. – Eso que me dices no
es verdad.
– Lo es – afirmó el ángel mientras miraba hacia el cielo.
– Sam… Mírame a los ojos y dime que ya no me amas.
En ese momento, al estar frente a su amada con el corazón destrozado y con el
alma a punto de salir de su pecho, recordó uno de tantos momentos que habían pasa-

96
do juntos. Era una tarde de verano, ambos habían subido a un pequeño bote y habían
remado hasta el centro del lago Serpenter, en Hyde Park, uno de sus lugares preferidos
para descansar. Julie se había recostado sobre el pecho de Sam, el cual se encontraba
leyendo un pequeño libro de bolsillo.
– Deja de leer – dijo la chica – vinimos aquí a pasar un rato juntos.
– Lo siento – dijo Sam dejando el libro y abrazando por la cintura a Julie – Y ¿Qué
quiere hacer la señorita? – Preguntó el ángel a la chica.
– Nada – Dijo Julie sonriendo – Este momento es perfecto, quisiera que estuvié-
ramos así para siempre.
– Si pudiera detener el tiempo o hacer que el mal nos dejara tranquilos para la
eternidad, entonces lo haría… pero – suspiró el ángel – tenemos una responsabilidad
con la Tierra y sus habitantes, somos los encargados de detener a todas esas criaturas.
– Tú y tu cruzada por erradicar el mal. Con todo el tiempo que le dedicas a eso me
sorprende que no te canses de lidiar conmigo.
– Julie – dijo Sam tiernamente – Antes de conocerte no creía en los sueños, pero
ahora me doy cuenta que eres un sueño hecho realidad y que por personas como tú la
humanidad merece ser salvada.
– Que bueno que te sirva al menos de inspiración.
– No solo eso, eres la principal razón por la que cada día me levanto y vivo so-
ñando.
– ¿En serio? – Preguntó la chica sonriendo – Yo pensaba que tus caídos eran más
importantes que yo.
– Eres mi resplandor en la oscuridad, cada vez que he deseado volver a la Ciudad
de Plata he pensado en ti y eso me ha quitado cualquier deseo de abandonar Londres.
– Ah, la Ciudad de Plata, el lugar de donde venís los ángeles ¿Cómo es?
– Pues… hace mucho tiempo que la abandoné, no tengo muchos recuerdos vivos,
pero te puedo decir que es una ciudad maravillosa, donde todos somos iguales, el bien
absoluto reina y no hay nada que pueda dañar a nadie. Un lugar de torres enormes
que se erigen hasta el horizonte, donde las avenidas pueden ser transitadas sin preo-
cupaciones y sus cielos plateados pueden ser surcados libremente. En fin, es un lugar
perfecto… aunque no tan perfecto como este momento.
– Eres muy romántico ¿Te lo habían dicho?
– Una vez, una hermosa mujer llamada Juliette.
Julie se giró y acercó su rostro al de Sam, juntaron dulcemente sus labios y co-
menzaron a besarse con delicadeza, era una sensación cálida y de mucha ternura,
como la primera copa de vino después de atravesar el desierto. Julie sintió que su
corazón se aceleraba y su respiración se intensificaba, ambos podían escuchar sus
exhalaciones como si no hubiera otro sonido en el mundo y parecía que sus almas se
habían fundido para formar un solo ser.
Sam sacudió la cabeza eliminando ese recuerdo de su mente. Cerró los ojos y se
tragó el nudo que se le había hecho en la garganta. Su corazón estaba más destrozado

97
que el de Juliette pero tenía que seguir adelante y evitar que Julie se involucrara más
con él, los acontecimientos que pasaron semanas antes y su reciente encuentro con su
peor enemigo habían hecho que el ángel tomara esta dura decisión.
– Julie… – Dijo Sam mientras la miraba a los ojos y se esforzaba al máximo para
no titubear – Ya no te amo.
La chica, cerró los ojos y se giró dándole la espalda al ángel. Muchas cosas pa-
saban por su mente y no podía creer en las palabras de Sam, que aunque habían sido
muy convincentes, parecían esconder algo.
Sólo se escuchó el sonido de un fuerte aleteo y cuando la chica se giró, ya no había
nadie. Sam se había marchado.
Julie volvió al interior del apartamento, donde se dirigió a su habitación, se recos-
tó en su cama y recordó todos esos momentos que pasó junto a Sam, desde que se co-
nocieron todo había sido como de ensueño. Había cierta química en ellos dos que hizo
que de inmediato el amor surgiera. Aunque al principio Julie estaba algo confundida
no tardó en darse cuenta de que el verdadero amor lo tenía frente a sus ojos y a pesar
de la diferencia de edades y todo lo demás, ambos habían luchado por permanecer
juntos, hasta omitieron el hecho de que mientras Sam viviría por siempre, ella enveje-
cería y moriría en unos años. “No necesitas ser inmortal como yo, nuestro amor será
eterno porque siempre vivirás en mi corazón, además ansío verte con arrugas” decía
Sam a veces para arrebatarle una sonrisa a Julie.
Entre este y otros recuerdos, Julie se quedó dormida mientras Samuel surcaba los
cielos en busca de respuestas.
Hace casi doscientos años, Samuel llegó a la tierra uniéndose a los Cruzados11* de
Londres, que en ese tiempo eran pocos, al igual que ahora pues la mayoría mueren de
forma rápida al entregarse con tanto fulgor al combate. Sam nunca colaboró mucho
con su orden por lo cual nunca llegó a ser el líder, aunque esto no le interesaba en lo
más mínimo. Alrededor del año 1840 Sam se vio envuelto en una cacería, la cual lo
perseguiría para siempre. En esos tiempos un grupo de niñas de alrededor de diez y
trece años habían desaparecido. La incompetente policía de la época no pudo dar una
investigación a la altura de la situación y decidieron cerrar el caso diciendo que las
niñas probablemente habían huido de sus casas por diferentes razones y que ninguno
de los casos estaba relacionado entre sí. Esto no fue lo que pensaron los Cruzados de
Londres, quienes enviaron a Sam a investigar, éste logró averiguar lo que en realidad
estaba pasando. Todo era parte de un ritual de una secta que pretendía traer a la tierra
a un poderoso caído, este no era otro que Balfos. Sam logró evitar que terminaran el
ritual que consistía en sacrificar a un grupo de trece niños nacidos durante el solsticio
de verano, como resultado el ritual traería a la tierra al demonio elegido y le daría
poder casi ilimitado al alimentarse de las almas de estas criaturas inocentes. Así es

11 *Una de las sociedades genéricas de Shadow Hunters. Conformada por ángeles y dedi-
cada a erradicar el mal. La orden data desde la época de las cruzadas. De ahí el nombre.

98
como Balfos llegó a la tierra pero por la intervención del ángel no pudo obtener todo
el poder destructivo que pudo haber ganado. En venganza de lo sucedido en aquel
momento, Balfos siguió a Samuel durante todo este tiempo acosándolo durante toda
su vida. Sam tuvo que marcharse de Londres y desde entonces viajó por toda Europa
y parte de Asia. Sam y Balfos volvieron a enfrentarse unas cuatro veces más y la razón
por la cual ninguno moría es porque ambos se volvían más fuertes con el tiempo. A
pesar de que Sam sabía cómo controlar a Balfos, también tenía claro que cada vez
que se enfrentaba una situación en la que dicho caído estaba involucrado tenía que ser
extremadamente precavido y prepararse para lo peor. Después de todo, era un caído
de alto nivel y resultaba muy peligroso enfrentarse a él.
Sam volvió a Londres en el año 1992 y dos años más tarde conoció a Ewan, un
joven oscuro12* que acababa de descubrir su verdadera naturaleza y que destacaba por
su inteligencia y habilidad en combate. Rápidamente, Sam vio en Ewan a un aliado
potencial y desde entonces, aunque no cazan juntos, se ayudan en muchas ocasiones
llegando a ser amigos con el paso del tiempo.
Años más tarde, once para ser exactos, cuando Ewan ya era un gran cazador y
Sam se había hecho renombre de nuevo en Londres, aparecieron en su vida dos jóve-
nes norteamericanos que por azar del destino habían resultado ser Shadow Hunters.
Estos chicos eran buenos en lo que hacían y no tardaron en ser perseguidos por el
lado Sombrío. Así fue como Sam los salvó y desde entonces cazan junto a él. Sam le
cogió mucho cariño a William y en especial a Juliette, de quien se había enamorado
perdidamente.
Volviendo a la situación actual, estaba por amanecer en Londres y el ángel había
descendido sobre un puente. Se encontraba mirando hacia el horizonte, intentan-
do descifrar las palabras del caído. Intentó recordar sus últimos enfrentamientos con
Balfos y encontrar un patrón o algo que le permitiera encontrarlo, pero no pudo, en
ese momento tenía la mente demasiado llena de ideas como para poder pensar con
claridad. Los primeros rayos de sol acariciaron calidamente el Támesis y sus destellos
danzaban en las aguas que se estremecían por los botes que ya transitaban sus aveni-
das acuáticas.
– ¡Ayuda! – dijo la voz de Sheryl dentro de la cabeza del ángel. – ¡Por favor!
¡Ayúdame! no me queda mucho tiempo. – Suplicaba la voz de la niña.
Samuel se hundió en un mar de oscuridad y desesperación. La niña que no había
podido salvar en aquella oscura y húmeda bodega, le pedía a gritos que le auxiliara,
que la rescatara de aquel caído que la había secuestrado y que seguro sabía su secreto.
Seguramente, Balfos la usaría para su propio beneficio.
– ¿Cómo puedo ayudarte? – Preguntó el ángel dentro de su cabeza.
– Tú sabes cómo. – respondió la niña.
– Guíame por favor.

12 * Oscuro: Una de las Seis Razas de Shadow Hunters conocidas.

99
– Ve a donde el británico celebra su victoria contra el español.
– Muéstrame el camino. – Dijo el ángel cayendo en la desesperación. Si Balfos
sabía el secreto acerca de Sheryl, no podía estar tranquilo mientras la niña estaba
sola a merced del caído. Podría causar grandes destrozos, incluso acabar con la ciudad
entera.
– ¡Debo irme! – Dijo súbita y horrorizadamente la niña. – Ahí viene él...
Samuel volvió en sí y descubrió que seguía parado, ahí, sobre el puente en el
Támesis. Sheryl lo había contactado de una manera desconocida para él, se había lo-
grado meter en su cabeza a varios kilómetros de distancia, algo que solo los telépatas
poderosos pueden hacer. Cada vez se sorprendía más de su poder.
Mientras avanzaba a paso firme y rápido por las calles de Londres y subía a un
taxi. Samuel recordó lo que había acontecido hace unas semanas. Dos para ser exac-
tos. Samuel venía de visitar a uno de sus amigos. El padre Bernard, párroco de la
catedral de St. Paul. Hacía tiempo que lo conocía, desde que era un joven con con-
vicciones, decidido a cambiar el mundo, para lo cual hizo los votos como sacerdote.
Fue en Italia, donde juntos efectuaron una cacería, sin mucha importancia pero que
marcó el inicio de su amistad. Más tarde se reunieron en Alemania, pues el padre Ber-
nard era miembro de la C.I.M.V.13* y lo mantenían viajando por Europa en diversas
cacerías que le interesaban al Vaticano. Se volvieron a reunir otras dos veces, una en
Francia y la otra en España, donde se consagraron como grandes aliados al detener las
intenciones malignas de un caído, que era nada menos que Balfos. Desde entonces,
Samuel vio al padre Bernard como su amigo y consejero espiritual. Más tarde ambos
se establecieron en Londres por separado, y aunque el padre Bernard ya no caza y ha
dejado la inquisición, Samuel sigue visitándolo debido a la amistad que les une.
Samuel no recordaba muy bien lo que había hablado esa tarde con el padre Ber-
nard, pues suelen juntarse a beber té y hablar sobre todo y a la vez sobre nada. Pero
cuando salió de la catedral, a lo lejos observó a una pequeña niña, con un vestido
negro y antiguo, casi estilo victoriano, ésta lo miraba fijamente, casi como si supiera
lo que estaba pensando. Había muchos niños en el lugar que acudían a clases de
catecismo, además se impartían talleres de teatro y pintura, por lo que Samuel no le
dio mucha importancia. Lo extraño sucedió cuando regresó al piso que compartía con
Juliette y William. Ninguno se encontraba al ser sábado por la noche, habían salido a
bailar a un club que frecuentaban a menudo, después de todo, ambos seguían siendo
jóvenes. Samuel prefería quedarse en el apartamento con las luces totalmente apaga-
das, meditando sobre esto y aquello. “Amargado” le decía Julie cuando él se negaba
a acompañarlos. Samuel era más reservado que ellos, más que nada por su pequeño
secreto: no sabía bailar.
Esa noche, una noche de melancolía. Samuel recordaba su Ciudad de Plata y un

13 *C.I.M.V. Comisión de Investigación de Milagros del Vaticano. También conocida como


la Santa Inquisición.

100
dolor se le clavaba en el alma al pensar que jamás volvería a pisar sus espléndidas
calles. Entonces, el ángel dejó de sentirse solo en la habitación, un sentimiento cá-
lido pero a la vez inquietante lo comenzó a inundar. Algo parecido a un escalofrío
le recorrió el cuerpo e hizo que se estremeciera. Una inocente y a la vez misteriosa
presencia comenzó a sentirse en el cuarto donde se encontraba. En la oscuridad pudo
ver una pequeña silueta que corrió hacia afuera de su habitación. El ángel la siguió
cautelosamente y entonces la vio otra vez, la misma silueta, ésta vez corriendo hacia
la puerta del piso. Samuel corrió a encender las luces y cuando lo hizo, la presencia
dejó de sentirse y el escalofrío se le había pasado. Inmediatamente el sonido del tim-
bre inundó suavemente el recinto, un suave ding– dong cuyos acordes recordaban a
pequeñas y doradas campanas. Samuel, desconcertado, fue a abrir la puerta. A pesar
de todo no se sorprendió cuando la vio ahí parada, y mucho menos le preguntó algo.
Aunque no estaba muy seguro, con ver a la niña ahí, con la mirada dulce e inocente,
pero con una presencia recia e imponente, pronto supo lo que ella era y solo se limitó a
tratarla respetuosamente y como se merecía. El primero en enterarse sobre la naturale-
za de Sheryl fue Ewan, quien le aconsejó a Sam guardar el secreto. Aunque fue difícil
escondérselo a Bill y Julie. Finalmente terminó diciéndoles la verdad, lo cual hizo que
ambos humanos se estremecieran por completo y cambiaran sus preconceptos sobre
la vida. Nada volvería a ser como antes de esa noche. La casualidad, o el destino, o
tal vez la vida misma lo había querido así y solo les quedó esperar a que el tiempo
revelara más misterios.
– Ya te he visto dos días seguidos. Eso es extraño en ti. – Dijo Ewan cuando
recibió a Sam en su apartamento. Éste había llegado en taxi y le había despertado.
– Dime algo, ¿no podías dormir? Digo, porque tal vez en venganza decidiste venir a
despertarme tan temprano. – dijo en chiste Ewan, quien para ser un oscuro era muy
extrovertido y con buen sentido del humor.
– Deja eso para después. Necesito tu ayuda.
– Sam, en todo caso yo termino recibiendo tu ayuda, pero, claro, te ayudaré incon-
dicionalmente, como siempre.
– Te lo agradezco.
– Es por la niña ¿cierto? Sheryl. Yo también he estado preocupado, si su natura-
leza llega a despertar...
– Mejor no pienses en eso. – Interrumpió el ángel deliberadamente.
– Muy bien, pero dime de una vez lo que está pasando. Te noto algo tenso. – De
hecho Ewan podía ver la desesperación y la preocupación en los ojos del ángel pero
decidió no decírselo del todo para evitar empeorar las cosas.
– Será mejor que no lo sepas.
– Sam. Llevarás ciento setenta años más que yo viviendo en la tierra, pero no por
eso soy estúpido. Cualquier cosa que sea lo que está pasando, puedo lidiar con ello.
El ángel meditó, pensó varias veces antes de decidir si podía contarle a Ewan lo
que pasaba. Pudo haberle mentido en ese instante y el oscuro tal vez se habría dado

101
cuenta, pero no diría nada, sin embargo Sam decidió que Ewan merecía saber la ver-
dad.
– Lo que pasa en realidad… – Dijo el ángel serenamente y despacio, en el mismo
tono en que humanos hablan cuándo van a decir algo delicado.
– ¿Qué? ¿Qué es lo que pasa? – preguntó curiosamente Ewan.
– Se trata de Balfos.
Ewan se estremeció por completo y quedó paralizado por algunos instantes. El
simple hecho de escuchar aquel nombre le causaba terror. A pesar de que nunca se
habían enfrentado, se había dedicado a escuchar atentamente las historias de Samuel
y de investigar junto a él sobre otros sucesos en los que se había involucrado el caído.
Sabía muy bien que su poder era exorbitante y que de ser él el responsable de la des-
aparición de Sheryl, entonces estaban en grandes problemas.
– Por Dios – Susurró Ewan, totalmente impactado. – Él… – dudó al seguir ha-
blando pues de la pregunta que hizo a continuación, no quería recibir respuesta. – Él
¿Tiene a Sheryl?
– Me temo que sí.
– ¿Cómo es posible? – Dijo Ewan con la moral destrozada.
– Todo es mi culpa. Estos últimos años me descuidé pensando que Balfos había
vuelto al infierno. Ahora veo que está de regreso y lo peor de todo es que sabe cosas
acerca de la niña.
Ewan se sentó y respiró. Algo verdaderamente malo estaba sucediendo y tenía que
tomar un tiempo para que asimilara las cosas, aunque cuando eres cazador, el pensar
las cosas mucho puede llevarte a la muerte.
– Cálmate – Dijo serenamente el ángel posando su mano en el hombro derecho de
Ewan. – Sé que suena feo, pero es la realidad y tenemos que aceptar las cosas como
son.
– No – dijo Ewan negando con la cabeza – Esto tiene que ser una especie de burla
divina ¿Cómo puede ser posible tal aberración?
– No lo sé, pero no culpemos a los cielos.
Ewan se calmó y fue apresuradamente a una de las habitaciones de su piso. Tardó
unos segundos y posteriormente regresó con un cigarrillo encendido en la boca.
Dulce cáncer. Pensó el oscuro.
– Creo que esta vez sí que será difícil – dijo el ángel. – No sé si pueda detenerle
en ésta ocasión.
– Yo sé que lo detendremos. Es nuestro deber cazar esas cosas.
– Lo dices como si no nos quedara otra cosa más que hacer. – dijo el ángel con
una triste sonrisa.
– En ocasiones como esta ¿crees que podemos elegir? – dijo Ewan casi repren-
diendo a Sam.
– A veces… – Suspiró Sam – quisiera dejar la cacería e intentar tener una vida.
– Un Cazador no puede tener una vida, y menos uno como tú. – Afirmó Ewan.

102
– Bueno, Al menos quisiera algo parecido.
– Samuel, tal vez seas mucho más viejo que yo, pero con el paso del tiempo hay
una lección que se te ha olvidado y que en mi mente sigue muy fresca.
– ¿Cuál? – preguntó el ángel extrañado.
– Que el Shadow Hunter es el cazador definitivo, aquel que caza la presa más
peligrosa, la que ningún otro ser del universo se atreve a cazar. ¿Lo recuerdas? Por
eso debes enfrentarte a Balfos, por que ningún otro ser del universo le puede hacer
frente a ese caído.
– Creo que Miguel se equivocó al enviarme a la Tierra. He perdido a Sheryl y no
he podido protegerle.
– Reacciona Hombre – Dijo Ewan tratando de animar a Sam. – Eres uno de los
ángeles más poderosos que he conocido, y mira que en Londres abundan. Has podido
mantener a raya a Balfos durante casi doscientos años. Sin ti no sé qué habría pasado.
– No digas eso. Existen cazadores natos en esta ciudad.
– Si, pero ninguno como tú. Eres único.
– Ojalá pudiera creer eso. – Dijo Sam melancólicamente.
– Sam, no puedes rendirte ahora, si un ángel como tú duda de su capacidad en este
momento, es como si el mundo ya no tuviese esperanza.
– Tienes razón pero, tampoco puedo ir confiado.
– Por supuesto – dijo Ewan mientras asentía con la cabeza. – ¿deseas que te ayude
a encontrar a la niña, cierto? Juntos podemos cazar a Balfos si lo deseas.
– No, no quiero involucrar a nadie en esto. Es mi lucha y solo yo puedo terminarla.
Al escuchar esto Ewan se sintió aliviado al quedar fuera y no tener que enfrentar-
se a Balfor. Por otra parte sentía la preocupación y la incertidumbre de no saber que
pasaría en caso de que Samuel llegara a fallar.
– Lo entiendo, pero comprende que si algo sale mal no solo peligras tú, si no toda
la ciudad. – Dijo Ewan arrepentido de haber temido una batalla contra Balfos.
– Es por eso que nada saldrá mal. – Dijo soberbiamente el ángel.
– Y… bueno, ¿para qué has venido si no necesitas mi ayuda?
– Sheryl me contactó hace unos minutos. Por eso vine urgentemente a verte.
– ¿Cómo lo hizo? – preguntó Ewan sorprendido y a la vez incrédulo.
– Eso no importa. Me dijo que corre un gran peligro y me dio una pista de dónde
encontrarme con Balfos, pero no puedo descifrarla con tantas cosas en la cabeza.
– ¿Qué fue lo que te dijo exactamente? – preguntó Ewan, acercándose un poco
para escuchar mejor.
– Sus palabras fueron: “Ve a donde el británico celebra su victoria contra el es-
pañol”.
Ewan se quedó pensativo, se llevó la mano a su mentón lleno de vellos gruesos y
negros, masajeó su barba, algo muy típico de él cuando intenta descifrar algo.
– ¡Hombre! – exclamó Ewan con la respuesta en la punta de su lengua. – Pero si
es muy fácil. Me sorprende que no lo hayas deducido tú. Tú que has vivido mucho

103
más años que yo.
– Dime ya– dijo el ángel impaciente.
– Ya, pero si es Trafalgar Square.
Samuel se quedó pasmado, la respuesta era muy obvia y no lo había notado. Sintió
rabia hacia sí mismo y se reprimió por no haber visto las cosas de forma más clara. Al
mismo tiempo un sentimiento de alivio y determinación lo inundaron.
– La plaza fue hecha para conmemorar la victoria naval británica en aguas espa-
ñolas. – Explicó Ewan.
Sin decir nada más y casi sin pensarlo. Samuel se levantó y rápidamente se dirigió
a la entrada de la vivienda.
– ¡Espera! – Dijo Ewan, mientras Sam se detenía en seco. – Prométeme que sal-
drás vivo de esta.
Sam sonrió y alzó el dedo pulgar en un gesto de afirmación, indicándole a Ewan
que todo saldría bien.
– Si algo me llegara a pasar – dijo Sam. – Cuida de Julie ¿Quieres?
No seas tonto – dijo Ewan sonriendo – Nada te pasará.
Ambos se sonrieron temiendo no volver a verse y agradeciendo el momento en el
que se conocieron. Sin decir nada más, Sam salió del piso y comenzó a caminar por
las calles de la ciudad. De nada servía ir a Trafalgar Square tan temprano, todavía fal-
taban al menos once o doce horas para que anocheciera. Le quedaba mucho por hacer,
si es que quería salir victorioso de esta batalla.
Que tengas suerte… Samuel de los Cruzados. Pensó Ewan, a solas en su hogar,
mientras se preparaba un café y se sentaba a disfrutar de un cigarrillo, el cual podría
ser el último si las cosas llegaban a salir mal.
Samuel vagaba sin rumbo, de hecho no había forma en la cual se pudiera pre-
parar para vencer a Balfos. Solo intentaba aclarar su mente y pensar en un plan de
respaldo en caso de que una batalla fuera inefectiva en su contra. No existía en el
mundo hechizo, reliquia o algún otro artefacto que sirviera para devolver a Balfos
al infierno. A pesar de que muchas reliquias podían expulsar a un caído de la tierra,
estas no servían contra el principal enemigo de Sam, quien era mucho más poderoso
que el promedio. El ángel se había pasado mucho tiempo buscando una reliquia que
pudiera exterminar por completo a Balfos, pero éste caído era tan poderoso que las
reliquias o no eran totalmente efectivas o simplemente no le afectaban. Hace cuarenta
años, cuando Sam se enfrentó por última vez a Balfos, sucedió algo que hizo pensar a
todos que por fin le había vencido. El padre Bernard, miembro de la C.I.M.V. en aquel
entonces, investigó en la extensa biblioteca con la que cuenta el vaticano y encontró
lo que parecía ser la solución. Se trataba de una simple cruz de madera, sin ningún
símbolo o runa grabada, lo único que le caracterizaba era una punta de plata que salía
desde la parte inferior de la cruz. Después de buscar esta misteriosa reliquia por igle-
sias esparcidas por toda Europa, por fin dieron con ella. Se encontraba oculta en un
monasterio templario en España, en Aragón. Fue donde se enfrentaron y gracias a la

104
reliquia el caído fue derrotado. La reliquia se destruyó después de acabar con Balfos,
algunos dicen que la cruz de madera no pudo aguantar el poder de tan terrible ser, por
lo que terminó incinerándose. Al final, todo volvió a la normalidad y durante cuarenta
años no tuvieron que preocuparse por el monstruo, y esto fue su condena ya que no se
prepararon para su regreso.
Entrada la tarde, eran las 3:00 pm, la niebla impedía que el Sol resplandeciese
sobre Londres. Una leve llovizna comenzaba a caer sobre la metrópoli y una suave
brisa acariciaba el rostro del ángel, el cual se encontraba pensativo tomando té en un
café al aire libre y fumando un cigarrillo.
No sé por qué a Ewan le gustan tanto estas cosas. Pensó Sam. Tal vez todos exa-
geraban o eran muy extremistas al pensar que esta podía ser la última vez que vieran
un amanecer y presenciaran un ocaso.
Sam se llevó el cigarrillo una vez más a la boca y aspiró suavemente el aire hasta
sus pulmones, tosió y puso cara de desagrado mientras apagaba el cigarro en el ceni-
cero. En ese momento, recordaba algunos acontecimientos sobre su vida y repasaba
el discurso que le daría a Julie si es que llegaba a sobrevivir a la batalla contra Balfos.
Tendré que pedirle perdón y explicarle por qué lo hice… aunque no será tan fácil.
Pensó.
Ya comenzaba a caer la noche, hacía minutos que el ocaso había comenzado y
el sol estaba casi a punto de desaparecer, tragado por la noche y durmiendo como
un niño gigante que ha jugado todo el día y debe descansar. Para algunas personas y
criaturas, esa sería la última vez que verían su cálida luz.
¡Toc! ¡Toc! Se escuchó en la puerta. Golpes que retumbaban en la habitación y
que pudieron ser escuchados en el piso de arriba. William fue a abrir y al mirar por
el ojillo de la puerta lo vio parado ahí. Le sorprendió algo verlo esperando que le
abrieran la puerta.
– ¿Por qué tocas? Tú nunca tocas. – dijo Bill.
– No te preocupes, solo vine por algunas cosas. – Respondió Sam.
– ¿Cosas? – Preguntó extrañado el humano – Tú no tienes cosas. De hecho si no
fuera porque este piso tiene tres habitaciones dormirías en el sofá.
– Muy gracioso – dijo el ángel de mala manera.
– En serio – respondió el humano – ¿para qué viniste?
– En este momento no te incumbe – dijo el ángel mientras buscaba algo entre las
cosas de Julie. Encontró una pequeñita caja negra y se arrancó un colgante que llevaba
en el cuello, este era una especie de aguja gruesa, plateada. Introdujo la aguja en la
caja. Posteriormente guardó la caja en su abrigo sin que Bill viera nada.
– Ya sé – Afirmó Bill – Tú y Julie decidistéis tener una noche de pasión y vienes a
por protección. – añadió burlonamente.
– Cierra tu estúpida boca antes de que te lance por la ventana.
– Ok, ok, – dijo haciendo un gesto con las manos y en tono de perdón. – Es que
como has pasado todo el día con ella imaginé...

105
– Eres un… – dijo el ángel y se detuvo de pronto, exaltado. – ¿Qué dijiste?
– Que imaginé que estaban haciendo el amor. – Respondió Bill.
– Eso no pervertido, lo otro. ¿Dices que Julie ha estado conmigo todo el día?
William se extrañó por esta pregunta.
– ¿Acaso no ha estado contigo?
– No. ¿Cuándo fue la última vez que la viste?
– Anoche, cuando me levanté hoy ya no estaba y como tú tampoco, imaginé que
ambos habíais salido juntos.
¿Dónde podrá estar? Pensó el ángel preocupado.
– Aunque… – añadió Bill pensativo – En la mañana escuché que abrieron y ce-
rraron la puerta. También escuché pasos, eran ligeros. Sí, seguro que eran los de ella.
Bueno, al menos estamos seguros de que salió. Creo que me preocuparé por ella
luego. Pensó para sí mismo.
– Bueno – dijo el ángel serenamente – Si vuelve dile que no salga. Tú tampoco.
Quedaros aquí.
– No me trates como a un niño – le reprochó arrogantemente. – Además, hoy
tengo una cita.
El ángel lo miró fijamente a los ojos y con una mano lo sostuvo por el cuello de la
camisa atrayéndolo bruscamente hacía él y susurrándole al oído.
– Olvídate de tu cita.
Sam empujó a Bill contra la pared fuertemente pero sin dañarlo, solo para asus-
tarlo y hacer que este no decidiera seguirle o al menos para persuadirlo de quedarse
en el apartamento. Aprovechó la cercanía con el humano para sacar la caja negra de
su abrigo y meterla suavemente en la gabardina de Bill. Éste ni siquiera se dio cuenta.
Posteriormente Sam salió del apartamento y se marchó.
¡Joder! ¿Qué demonios le pasa a este? Pensó Bill.
Las sombras avanzaban por las calles y el vapor salía de las alcantarillas como
si quisiera escapar del calor infernal de la profundidad de la tierra y refrescarse con
la fría brisa de la noche. Eran aproximadamente las dos de la mañana y todavía no
pasaba nada en Trafalgar Square. Sam todavía no se explicaba cómo era que el caído
pretendía enfrentarse aquí, siempre había un guardia o dos, y todavía había algún
automóvil circulando por la avenida.
Los caídos por lo general no se descubren y muestran su existencia, puesto que su
mejor arma contra la humanidad es hacerles creer que no existen. Por lo que era muy
improbable que su batalla final fuera en ese lugar.
Pasó una hora esperando, y reflexionando, siempre al acecho. De pronto se hizo
el silencio. Sam miró a su alrededor y extrañamente no pudo ver a ninguno de los
oficiales que rondan la plaza a esa horas, ni siquiera había señales de los guardias del
museo situado en la plaza. Una ventisca fuerte comenzó a recorrer el lugar y a levantar
las hojas de los árboles. Sam se levantó del banco en el que había estado sentado y
miró en todas las direcciones. A lo lejos, al pie de los escalones que llevan al National

106
Gallery de Londres, se encontraba una imponente silueta oscura, esperando a su rival
y con una gran sonrisa sádica en su boca.
– ¿Esperaste mucho? – Dijo Balfos soberbiamente mientras Samuel caminaba
lentamente a su encuentro.
– No tanto – Respondió el ángel arrogante – Es común en ti ser irrespetuoso e
impuntual.
– ¡Huy! – Exclamó el caído llevándose una mano al pecho y cerrando los ojos –
Me rompes el corazón.
– Lo siento, pero tus sentimientos nunca me han importado.
– Lo sé, nunca he esperado nada de ti.
Habían comenzado un juego donde ambos adversarios discutían y establecían los
parámetros de la batalla que tendrían a continuación.
– Y… – dijo el ángel – ¿Dónde la prefieres?
– Samuel – Respondió el caído – Me sonrojas, antes deberías invitarme a cenar
por lo menos.
El ángel sonrió y se llevó la mano al pecho.
– Me refería a mi espada.
Acto seguido su expresión cambió y su sonrisa se convirtió en furia que salía
de su rostro. Sam hizo un fuerte movimiento de su brazo hacia el suelo y su espada
llameante se materializó en él. Violentamente, el ángel se precipitó hacia el caído y
le lanzó un fuerte tajo al tórax. El caído dio un salto hacia atrás y le lanzó una bola
de fuego a su adversario, éste paró el ataque con su espada e inmediatamente dio un
giro sobre si para lanzar un tajo más poderoso hacia el demonio. Ésta vez, el caído
desapareció como lo había hecho anteriormente, para reaparecer a espaldas del ángel,
parado imponentemente y con las manos dentro de sus bolsillos. Hay que aclarar que
la forma física de Balfos era casi idéntica a la de un humano, o al menos él así lo que-
ría. Incluso usaba trajes de alta costura y zapatos caros. Lo único que hacía que Balfos
fuera diferente a un ser humano era la sección cercana a sus ojos, que era más rugosa
y de un color entre marrón y negro, donde resaltaban sus amarillentos ojos.
– Sam – Dijo el caído – Me estas decepcionando, parece que cada vez te haces
más viejo.
– El tiempo no perdona a nadie, pero eso no quiere decir que yo sea menos pode-
roso que antes. – respondió inteligentemente el ángel.
– Bueno, pues parece que tú forma de luchar sigue siendo muy anticuada.
– Ya te mostraré yo lo que es anticuado – exclamo Sam lleno de rabia.
En ese momento, una luz entre blanca y azul comenzó a rodear al ángel y el aire
se estremeció a su alrededor. Nuevamente se materializaron dos enormes alas en su
espalda y su ropa cambió.
– Deja que te lo diga. Prefiero más tu forma de ángel. – Dijo Balfos burlonamente.
El ángel usó sus poderosas extremidades para impulsarse a una velocidad impre-
sionante sobre su adversario. Balfos sonrió y en el último momento, cuando estaba a

107
punto de ser atravesado por la espada de Samuel, dos alas blancas parecidas a las del
ángel salieron de su espalda. Después de todo, hace mucho tiempo, más del que se
puede contar, Balfos había sido un ángel al igual que Samuel. El caído las usó para
impulsarse hacia atrás y evitar el ataque de Sam. Balfos se giró y emprendió el vuelo
alrededor de la plaza, Sam le seguía de cerca y en un brusco cambio de dirección
logró acertar un golpe de su espada en el pecho del caído. Esto hizo que el demonio
perdiera el impulso y por la gran fuerza del ataque se precipitó rápidamente hacia el
suelo como si fuera una pelota de béisbol después de ser bateada. El caído no tocó
tierra pues usó sus alas para amortiguar la caída. Sam descendió al suelo y ambos
seres quedaron frente el uno del otro, ambos con furia en el rostro y resentimiento.
Balfos hizo un brusco movimiento con su mano izquierda y materializó una espada
negra, que emanaba llamas azules y que era muy parecida a la espada de Sam, como
una oscura y enfermiza parodia de la espada del ángel.
Sin decir nada más, ambos se lanzaron el uno contra el otro y desataron una san-
guinaria batalla, los dos chocaban sus espadas como si fueran feroces caballeros y
usaban sus poderosas alas para desplazarse y hacer increíbles maniobras.
Balfos logró tajar el brazo izquierdo de Sam y en represalia, el ángel le perforó
una de sus alas. La batalla era impredecible, cualquiera podía ganar. Balfos se detuvo
y le lanzó un rayo de energía negra con su mano a Samuel derribándolo. Sin embar-
go ninguno de los dos llevaba ventaja, ambos se encontraban luchando con todo su
potencial y ambos jadeaban por los poderosos golpes que recibían de su adversario.
– Dime una cosa – dijo Balfos – ¿Cómo piensas ganarme?
– No lo sé – Respondió el ángel mientras se incorporaba – Nunca lo sé, pero
siempre lo he hecho.
El caído se molestó por este comentario y posteriormente se calmó. Cerró los ojos
y dejó salir una de sus enfermizas carcajadas malévolas.
– Ahora Samuel – dijo Balfos – Permíteme mostrarte mi arma secreta.
El demonio hizo un chasquido con sus dedos y de las sombras salió un grupo de
ocho caídos parecidos a los que se había enfrentado hacía unos días en aquella bode-
ga. Se pusieron frente a Balfos y adoptaron una posición defensiva.
– Maldito – Susurró Sam – ¡Los usas como carne de cañón! – le gritó a su adver-
sario...
– Ellos están dispuestos a dar su vida por mí – Respondió orgullosamente el caído.
– Aun no llegas a entender todo mi poder.
– ¡Bastardo! – Exclamó furioso el ángel. – Déjate de juegos y acabemos con esto.
– No – Dijo Balfos negando con la cabeza – Todavía tengo planes para ti.
– ¿A que te refieres? – preguntó intrigado.
El caído volvió a dar un chasquido con los dedos y ésta vez apareció detrás de él
otro ente sosteniendo un gran bulto en sus brazos. El ente dejó el bulto sobre los pies
de Balfos y éste comenzó a reír desquiciadamente.
– No puede ser – dijo Sam impactado al ver lo que era. Una chica de unos veinti-

108
cinco años, de cabello rojo y fina figura, se trataba de Julie.
– Déjala libre – Ordenó furioso el ángel.
– Si la quieres, ven por ella.
Casi sin pensarlo, Samuel se lanzó en contra del demonio para proteger a su ama-
da que parecía golpeada y débil. Los nueve caídos se abalanzaron hacia él y ágiles
como animales salvajes lograron atraparle en pleno vuelo, obligándole a descender
a la tierra y causándole problemas para avanzar. Uno de los entes se había colgado
de su brazo derecho, Sam posó su mano en el tórax del animal y materializó brusca-
mente la espada atravesándolo por la mitad. El ángel intentaba defenderse del ataque
de las bestias pero por más que lo intentaba no podía. Eran muchos y cada vez que
lanzaba lejos a uno, otro ocupaba su lugar. Parecía que estas criaturas, aparte de estar
controladas para seguir órdenes, contaban con una fuerza superior a la que tienen los
de su raza.
Sam intentaba avanzar, cargando con el peso de todas esas bestias y recibiendo
constantes ataques de ellos. Finalmente, Sam ya no aguantó y cayó arrodillado al
suelo. Los caídos lo sostuvieron y ya no le atacaron, como si solo quisieran tenerlo
inmóvil.
– ¿Qué pasa Samuel? – Preguntó Balfos decepcionado – ¿Acaso no has podido
contra mis marionetas?
El demonio volvió a reír desquiciadamente y se acercó hasta donde estaba Sam.
Cuando llegó, se puso de cuclillas y susurró al oído del ángel.
– ¿Sabes lo que es perder algo que añoras tanto? – Susurró el caído – No, no lo
sabes, pero yo me encargaré de que veas que se siente.
Balfos se levantó y dio una fuerte patada en el estómago del ángel, lo que hizo que
se retorciera brevemente del dolor.
– No creas que con esto termina mi venganza. – Advirtió el caído – Su muerte solo
será un capricho para mí. Todavía me falta tomar tu vida.
¿Su muerte? Pensó Sam, mientras aterrado veía lo que estaba a punto de pasar. El
caído se desvaneció y apareció nuevamente al lado de Julie. Entonces en un momento
que pareció eterno, usó su espada negra clavándola fuertemente en el tórax de la chica
que se encontraba paralizada.
– ¡NOOOOOOOOOOOO! – Gritó el ángel desesperado mientras veía como la
carne de la humana sucumbía ante la poderosa espada demoníaca. Sam usó sus alas y
en una increíble demostración de fuerza, las levantó y mandó lejos a todos los entes
que lo habían estado inmovilizando, usó el impulso para lanzarse contra Balfos y darle
un tajo con su espada llameante. Lamentablemente, el caído se desvaneció en el últi-
mo instante, con una gran sonrisa desquiciada en su rostro y una felicidad enfermiza
en sus amarillentos ojos.
– ¡Noo! – exclamó furioso Sam al no haber alcanzado al caído. Rápidamente se
tiró al suelo y sostuvo a Julie entre sus brazos. Intentó usar su poder y curarla, pero era
inútil pues la espada del caído había dejado una gran herida y la maldad que de ella

109
emanaba impedía que pudiera sanarse.
– Julie…– Dijo Sam con lágrimas en los ojos. – Perdóname… perdóname por no
evitar esto. Si tan solo…
Julie acercó débilmente su dedo índice a los labios de Sam y le indicó que guar-
dara silencio. La chica lo miró tiernamente y se esforzó por sonreírle, Sam hizo lo
mismo y le besó en la mejilla.
– Te… – Dijo trabajosamente Julie – Te… Amo… Sam. – expresó con gran es-
fuerzo.
– Yo también te Amo. – Le contestó el ángel mientras le acariciaba la mejilla.
– Lo… Lo sabía. – Respondió Julie mirándole a los ojos. Acto seguido extendió
lentamente su mano y acarició el rostro a su amado. Le regaló una última y calida
sonrisa que le indicó a Sam que todo estaría bien y que debía seguir adelante mientras
una lágrima recorría la mejilla de la chica entregándose al reposo eterno. Julie cerró
los ojos y su cabeza quedó recostada en los brazos del ángel. De pronto su mano cayó
al suelo y el calor de su cuerpo se extinguió para siempre.
– Te amo – susurró el ángel mientras juntaba su cabeza contra la de la chica y
lloraba en silencio su pérdida.
Unos sonidos de animales se escucharon. Eran los caídos que comenzaban a in-
corporarse de nuevo y rabiosos reclamaban sangre. Sam dejó dulcemente el cuerpo de
su amada en el suelo y se levantó furioso.
Su mirada había cambiado totalmente, no parecía la misma de siempre, se había
dejado controlar por la ira y el deseo de venganza. El ángel extendió sus alas e in-
tensificó las llamas de su espada a voluntad. El primer caído se lanzó contra él y fue
partido por la mitad por una fuerza casi invisible. Sam había hecho el movimiento tan
rápido que ni los ojos animalescos de los entes pudieron verlo. Totalmente furioso, el
ángel se lanzó contra otros dos cercanos, los tomó de la cabeza y las estrelló a ambas
destrozándolas con una fuerza titánica. Al mismo tiempo otros dos caídos se lanza-
ron contra él por la espalda. El ángel se giró rápidamente y de un tajo los atravesó a
ambos. Quedaban tres. Dos de ellos corrieron hacia él y lo rodearon pero el ángel se
movió tan rápido que parecía que había desaparecido, entonces un tajo por la espalda
eliminó a uno. El otro hundido en la confusión fue acribillado sin ver siquiera lo que
había pasado. Esto era una masacre indigna de un ángel, sin embargo contaba con
el poder suficiente para realizarla. El último ente que parecía un perro callejero con
sarna, intentó huir del lugar y alejarse de la carnicería. Sin embargo fue alcanzado por
el ángel quien voló para ponerse frente a él. El ente se detuvo en seco y corrió al lado
contrario pero Sam repitió la operación y volvió a quedar frente a él, comenzando un
juego del gato y el ratón. Finalmente el monstruo cayó al tropezar con una losa suelta
en el suelo y se alejó a gatas de espalda hasta que topó con la base de un monumento.
El ángel caminó lentamente hacia él, percibiendo su miedo y disfrutándolo.
– Tú… eres bueno. – Dijo el ente desesperado. – No me matarías ¿verdad?
– ¿En verdad crees que por ser ángel soy misericordioso?

110
La moral del ente cayó y su miedo animal sirvió para que el ángel se regocijara
cuando lo atravesó con su espada llameante y terminó con su patética vida. Los ca-
dáveres de los nueve caídos comenzaron a arder por el fuego de la espada llameante
y quedaron reducidos a cenizas mientras Sam tomaba en sus brazos a su amada y se
marchaba volando del lugar.

Día de hoy

– ¡Maldición! – Gritó furioso el ángel, con lágrimas en los ojos que emanaban
desde dentro de su ser, lágrimas que morían precipitadas al suelo provenientes de un
sentimiento de fracaso que le taladraba el corazón sin cesar y lo hundía en un mar de
dolor y pena hasta lo más profundo de su alma.
– Basta de culparte – dijo su acompañante intentando calmar a su amigo.
– ¡No puedo! ¿Cómo quieres que me calme? Le fallé, les fallé a todos. – Dijo el
derrotado guerrero.
Al fondo del cementerio, en lo más alto de la colina, un grupo de gente, entre ellos
familia y amigos, se encontraban despidiendo a la mujer que luchó hasta el último
minuto y amó tanto como puede amar un ser humano.
El ángel se marchó del cementerio sintiéndose derrotado y con una venganza
pendiente. William intentó detenerle pero nada que le dijera en ese momento podría
calmarle. Solo pudo observar como su amigo se iba con el corazón destrozado y un
mezquino sentimiento dentro de su alma.
– Detente – dijo una voz grave.
Sam se detuvo en seco pero no se inmutó, metió sus manos en los bolsillos de su
gabardina y se giró lentamente.
– ¿Qué quieres? – le respondió a Ewan.
– Solo quiero que charles conmigo...
– No tengo nada que hablar contigo.
– Sam – dijo Ewan – No puedo dejar que guardes tanto odio en tu corazón.
– Mírate – dijo Sam con desagrado– ¿Por qué me hablas así? ¿Quién eres tú para
decirme eso?
– Soy tu amigo y te conozco.
– No me conoces.
– Sam, entra en razón por favor.
– ¡No me pidas que me calme! – le gritó Sam a su amigo.
Ewan retrocedió un poco y su rostro se serenó más aún.
– ¿Por qué? – Dijo el ángel desconcertado – Después de lo que pasó ¿Cómo pue-
des estar tan tranquilo?

111
– Me has enseñado muchas cosas a lo largo de mi vida – Respondió Ewan – Una
de ellas es que la ira no lleva a ninguna parte y que cuando hay rencor en el corazón
la vida se vuelve peor castigo que la muerte.
– Deja eso ya. Eso es solo filosofía barata que te conté para que creyeras que en
realidad te enseñaba algo.
– Eso no es verdad – Afirmó el oscuro – Todo lo que me has enseñado me ha ser-
vido para no fallar nunca y no cometer errores.
– Pues me alegro por ti – Dijo sarcásticamente el ángel.
– Sam, solo júrame que no harás nada estúpido.
– A ti no te debo rendir cuentas. – Concluyó el ángel mientras se daba la vuelta y
se perdía entre las tumbas y las criptas.
La lluvia caía a cantaros y la gente corría a refugiarse en sus coches. Dos siluetas
observaban desde la falda de la colina como el ángel se marchaba furioso, se sentían
impotentes al no poder hacer nada para detenerlo.
– Es triste verlo comportándose así. – Dijo William.
– No hay cosa más triste que ver a un Shadow Hunter consumido por la ira. –
Contestó Ewan.
– ¿Hay algo que podamos hacer? – Preguntó el humano.
– No – dijo el oscuro negando con la cabeza – Estamos frente a un conflicto en el
que por más que queramos, no podemos intervenir.
– Entonces…
Sin embargo – Interrumpió Ewan – Todavía nos queda algo por hacer en esta
guerra.
El humano no dijo nada y se limitó a mirar a los ojos azules de su acompañante,
quien se encontraba mirando al cielo como hipnotizado con la lluvia.
– Tenemos que rescatar a Sheryl – dijo finalmente Ewan.
– Pero… sólo somos dos – Advirtió el humano. – Ya no tenemos a Julie y Sam no
nos ayudará, lo hemos perdido.
– ¿Te olvidas de quien soy yo? – Dijo Ewan mientras fruncía el ceño y sonreía
levemente – Tal vez en la última batalla salí lastimado, pero solo fue un descuido.
– Ya. Entonces… ¿Qué haremos?
Las nubes cubrían todo el cielo hasta el horizonte, y el cielo parecía descargar su
furia contra la humanidad inundando sus ciudades. Entre los rayos que caían desde
las alturas y se estrellaban contra los poderosos pararrayos de los rascacielos, Sam
volaba para descargar su ira, sintiéndose libre y deshaciéndose de todo el rencor que
tenía en su corazón.
¿Quién soy? ¿En que me he convertido? Eran las preguntas que azotaban sus
pensamientos y que no lo dejaban descansar.
Por lo general, los ángeles son implacables guerreros y muchos no tientan el co-
razón para acabar en el lado sombrío o para obtener lo que desean. Sin embargo, Sam
no era así, desde su llegada a la Tierra demostró que él no era igual a otros ángeles

112
y muchas veces llegó a pensar que no encajaba con los Cruzados, quienes eran apa-
sionados guerreros. Sam prefirió siempre el razonamiento al combate. Solo luchaba
cuando no había otro remedio y creía en “persuadir al enemigo”, luchando con él solo
hasta que se retirara y no hasta derrotarlo completamente. Anteriormente, cuando en-
cajó su espada en el último caído, el cual le suplicó pavoroso que lo dejara con vida,
Sam sintió un regocijo y un fulgor que le recorrió las venas. Esto le asustaba, tan solo
pensar que comenzaba a disfrutar al matar, fuera lo que fuera, le hacía estremecerse.
Sam descendió en lo alto de un edificio. Se paró y vio en el horizonte toda la
ciudad. Se extendía hasta donde llegaba su vista y por momentos, sus altas torres le
hicieron recordar su amada Ciudad de Plata.
Pobres Humanos. Pensó. No saben lo que les rodea y les acecha. Viven sus vidas
sin preocuparse y sin prepararse para enfrentarse a la oscuridad. Me enviaron a mí
para protegerles y no es justo que les falle en este momento. El ángel siguió medi-
tando, durante horas, decidiendo que jamás volvería a huir de su destino. Después de
pensar un par de horas llegó a una conclusión.
Todo acabará hoy. Lo juro, éste será tu réquiem. Ojalá me esperes Julie.
El ángel materializó sus alas y emprendió el vuelo decidido a lo que haría a con-
tinuación. Todo acabaría hoy. No más pena ni más dolor. De una vez por todas le
pondría fin a Balfos en una última cacería y libraría a la humanidad de su maldad.
Eran aproximadamente las once de la noche. Después de arreglar algunas cosas,
Sam se decidió a hablar con la única persona que lo había entendido y que le había
amado. Se dirigió a un terreno casi a las afueras de la ciudad y descendió en lo alto
de una colina, que servía como cementerio y lugar de reposo final para muchos seres
humanos. La lluvia ya cesaba y a cambio dejaba el suelo lleno de lodo pegajoso.
El ángel caminó hasta que llegó a una discreta tumba que no resaltaba para nada
entre las demás pero que significaba demasiado para él. En la lápida se leía: “Julie-
tte Wilhelm. Hija y Amiga incondicional”. La escritura no mencionaba nada como
“Amante” o algo por el estilo pues su amorío con Samuel era secreto para su propia
familia y para la gente que le rodeaba. La familia de Julie no era originaria de Lon-
dres, ni siquiera de Inglaterra. Todos venían de un pueblito costero en Massachussets.
Julie llegó a Inglaterra cuando fue aceptada en la University College, entonces dejó
toda su vida pasada y se marchó al viejo mundo. En la universidad conoció a un chico
llamado William, quien también era norteamericano y le enseñó cosas relacionadas
con lo sobrenatural. Incluso fue Bill quien le ayudó a descubrir a Julie que ella era
una Shadow Hunter y juntos comenzaron a cazar. Lo demás es historia. Julie amaba
Londres, por eso su familia decidió enterrarla aquí y no llevarse su cuerpo de vuelta
a Nueva Inglaterra.
El ángel suspiró entre recuerdos y pensamientos. Mirando la cripta de su amada y
rogándole a Dios que la aceptara en el paraíso y cuidara de ella. Entonces, unos pasos
se escucharon detrás de él. Eran fuertes e imponentes, un andar lento y gallardo que
se acercaba haciéndole saber de quien se trataba.

113
Sin decir nada, Samuel invocó su poderosa espada llameante y se giró rápidamen-
te solo para encontrarse con el causante de todo su sufrimiento y del responsable del
dolor de mucha más gente.
– Samuel. – Dijo el caído.
– Balfos. – Dijo el ángel.
– ¿Cómo es posible que te hayas enamorado de un mortal? – dijo inquisitivamente
el caído. – Tanto que has venido a llorarle a su tumba.
– Déjate de juegos maldito Bastardo.
– No, esta vez no vine a jugar. Ahora va en serio.
– Acabemos con esto de una vez.
– Por fin estamos de acuerdo en algo.
Ambos seres hicieron uso de sus espadas y se lanzaron el uno contra el otro, co-
menzando un fiero combate del que ambos, poderosos y ancestrales rivales, sabían
que solo uno saldría vivo.
Balfos creó una gran esfera de energía oscura en la palma de su mano y la lanzó
contra Sam, ésta dio en el blanco y lanzó lejos al ángel el cual aterrizó sobre un mon-
tón de lápidas que quedaron destrozadas por el impacto. Sin siquiera tener oportuni-
dad de levantarse, el ángel fue bombardeado por un sin fin de esferas idénticas, las
cuales lo dañaban y lo debilitaban. El ataque continuaba y Sam no podía moverse. En
un momento usó sus alas para protegerse logrando levantarse de nuevo. Haciendo uso
de sus poderosos miembros angelicales, Samuel avanzó hasta donde se encontraba
Balfos atacándolo, dio un giro sobre si mismo y le propició un fuerte tajo con su es-
pada provocándole una gran herida en el abdomen. El ángel tomó a su adversario por
el cuello y lo lanzó lejos pero este detuvo su caída con sus alas negras y se impulsó
nuevamente para atacarle. Embistió a Sam y lo estrelló contra el tronco de un árbol. El
ángel calló al suelo y quedó brevemente débil. El caído se acercó a él y haciendo uso
de su espada se la encajó en la clavícula derecha. Sam gritó de dolor e intentó arran-
carse la espada con su otra mano pero fue inútil y solo logró lastimarse más. Balfos
reía a carcajadas y se regocijaba en el dolor de su adversario. Parecía que todo iba a
terminar en ese instante y que la muerte de Julie sería en vano.
De pronto, un rayo de energía golpeó con fuerza a Balfos y lo mandó lejos hacien-
do que se estrellara contra la pared de una cripta.
– Ew… Ewan – dijo el ángel lastimosamente.
– No te preocupes amigo. Ya estamos aquí. – Respondió Ewan mientras se acerca-
ba acompañado de Bill. William llevaba una gran escopeta en sus manos y el oscuro
había desenfundado una espada corta con extrañas runas grabadas en ella.
Balfos se levantó y lanzó una bola de energía contra Ewan. Éste se cubrió con su
espada y la hoja absorbió el ataque comenzando a brillar fuertemente por la energía
que había acumulado.
– Esto es lo que te mereces. – Dijo Ewan a Balfos mientras abanicaba su espada
y la energía que había absorbido era devuelta a su creador, dañándolo considerable-

114
mente.
– Ewan… – Dijo Sam con trabajo – Vayanse… esta… esta no es su pelea.
– No vinimos por ti. Si no por Sheryl. – Dijo Bill guiñándole el ojo.
Sam sonrió y se alegró de tener amigos como ellos que lo ayudaran aun sabiendo
que había una gran probabilidad de morir. El ángel se levantó torpemente y se apoyó
contra el árbol.
Balfos se reincorporó y comenzó a sonreír. De pronto comenzó a carcajear de
nuevo como si no le importara nada que estuviera en desventaja.
– Este está loco – Dijo Bill frunciendo el ceño.
– No bajes la guardia – le ordenó Ewan.
El caído cesó su risa de pronto y comenzó a caminar deteniéndose a cinco metros
de los cazadores.
– Pobres – Dijo el caído en un tono de lástima – Piensan que pueden vencerme.
Aquí el único que puede dañarme es ese inútil de ahí – dijo Balfos señalando a Sam –
Y míralo, está ahí indefenso esperando que yo me acerque y lo mate.
William se enfureció por este comentario y rechinó los dientes. Sam lo miró a
los ojos y no pudo detenerlo. El humano se lanzó en contra del caído para propinarle
un puñetazo. Sin embargo éste quedó inmóvil a unos cuantos metros de Balfos y fue
suspendido en el aire por el gran poder del caído.
– Por lo general me gusta matar insolentes como tú. – Le dijo Balfos a Bill – Sin
embargo, tienes suerte de que haya venido solo a matar a Samuel.
Acto seguido Bill fue lanzado por el aire aterrizando en un montón de hojas secas.
Ewan corrió a asistirlo y Sam se levantó quedando frente a frente con su enemigo.
Balfos chascó los dedos nuevamente y frente a él lentamente apareció una figura
de una persona de baja estatura. De cuerpo fino, era una niña...
– ¡Sheryl! – Exclamó Sam sorprendido.
– Creo que esto les pertenece – Dijo Balfos – Vete niña, antes de que mueras en el
fuego cruzado. – Ordenó el Caído.
– Pero… ¿Que estás haciendo? – Preguntó Sam atónito.
– ¿Me crees estúpido? – Dijo Balfos – Ni siquiera yo me atrevería a desafiarle.
Solo la rapté para llamar tu atención. Ahora, ponla a salvo antes de que los dos nos
condenemos por hacerle daño.
Sheryl corrió hacia Sam y lo abrazó en cuanto estuvo cerca de él.
– Ya estás a salvo – le dijo Sam.
– Nunca tuve miedo – dijo la niña mientras una lágrima corría por su mejilla. Ella
no lloraba de felicidad, ni de alivio ni de locura, lloraba de tristeza porque sabía lo que
ocurriría continuación y no quería dejar a Sam, pero así debía ser.
– Ahora ve con Ewan. – Ordenó el ángel a Sheryl.
La niña asintió y corrió hacia el oscuro quien la tomó en sus brazos y la alejó
rápidamente del lugar de la batalla. Fueron hacia un lugar seguro donde estaban pro-
tegidos del fuego cruzado y desde donde podrían intervenir si Sam les necesitaba.

115
– Ahora – Dijo Balfos – Continuemos.
El caído se lanzó contra el ángel y comenzaron a chocar sus espadas nuevamente.
Sam luchaba con un Fulgor extraordinario y movía su brazo derecho como si no estu-
viera herido. Entonces fue cuando se dio cuenta de que ya no tenía ninguna herida en
el brazo. Cuando abrazó a Sheryl sintió un alivio y una energía cálida.
Samuel lanzó un golpe fuerte hacia Balfos, el más fuerte que había lanzado hasta
ahora, el caído se limitó a enrollarse sus alas y cubrirse del ataque. Acto seguido, ex-
tendió sus miembros demoníacos y lanzó a Samuel lejos, cayendo en el suelo. Balfos
voló rápidamente hacia donde había caído su rival y encajó su poderosa espada en el
corazón del ángel. Samuel se quedó sin aire y un sentimiento frío le recorrió el cuerpo.
¿He perdido? ¿Así termina todo? Se preguntó Samuel mientras luchaba por no
rendirse.
– ¡Dios mío! – Exclamó Ewan mientras corría a ayudar al ángel.
– ¡Detente! – Le indicó una aguda e imponente voz. Se trataba de Sheryl, se
encontraba con la mirada serena, pero muy cambiada. Sin rastro de la inocencia que
antes había tenido. – Él estará bien – Afirmó la niña – Esto es lo que debe de pasar.
Ewan se paró en seco y miró a Bill quien se encontraba igualmente sorprendido
por lo que sucedía.
– Busca en tu bolsillo – Le ordenó Sheryl a William. Éste dudó pero al mirar a
Ewan, le indicó con la mirada que obedeciera.
Bill buscó en ambos bolsillos y entonces sintió algo que no recordaba haber me-
tido. Se trataba de una pequeña caja negra. Se disponía a abrirla cuando fue interrum-
pido.
– No la abras todavía – Dijo Sheryl. – Cuando te lo ordene lánzala hacia Samuel
con todas tus fuerzas.
Ewan se encontraba paralizado y Bill no alcanzaba a comprender del todo lo que
estaba sucediendo.
El cementerio se había convertido en un campo de batalla. Muchas lápidas habían
sido arrancadas de la tierra y varias criptas se encontraban dañadas. El caído reía a
carcajadas sintiéndose vencedor. Samuel no se movía, era imposible después del gol-
pe mortal que había recibido. Su enemigo por fin lo había logrado, se vengó y logró lo
que había buscado todos estos años.
En ese momento, cuando la oscuridad parecía ser más fuerte que nunca, un res-
plandor blanco comenzó a emanar de Samuel. El caído se sorprendió y retiró la espada
de su pecho. Samuel estaba brillando como un faro en el más oscuro de los océanos.
– ¿Qué está pasando? – Preguntó Ewan al aire.
– Se le dio la oportunidad de Redimirse – dijo Sheryl con una certeza casi irreal.
Las alas del ángel se extendieron y de pronto éste se levantó. Un poder invisible
hizo que Balfos fuera lanzado lejos, a casi veinte metros de distancia. El ángel dio un
fuerte aleteo y quedó suspendido en el aire a unos tres metros del suelo. Los ángeles
no pueden flotar, pero por alguna razón Sam lo estaba haciendo.

116
Hasta éste momento el ángel se encontraba con los ojos cerrados. Pero cuando los
abrió, desde las alturas observaba a su enemigo y éste lo veía aterrorizado. El cielo
comenzó a tornarse rojo y comenzó a crujir como si se estuviera rompiendo. La tierra
donde se encontraba parado Balfos comenzó a temblar y esto hizo que perdiera el
equilibrio. Aterrorizado y con una mirada de odio, observaba como el ángel lo acosa-
ba desde los aires. De pronto una bola de fuego lo impactó en el pecho. Después otra,
y otra. Una lluvia de fuego comenzaba a caer desde las nubes y a impactarse en el
caído mientras el ángel resplandecía desde lo alto y ordenaba que todas estas tragedias
le ocurrieran.
– ¿Qué demonios está pasando? – Preguntó Bill a Sheryl sabiendo que obtendría
una respuesta.
– Es el poder del Apocalipsis – Dijo sorprendentemente la niña – El milagro más
poderoso que se le otorga a los ángeles. Samuel se lo ha ganado.
El caído continuaba siendo acribillado por las bolas de fuego sin poderse mover y
recibiendo toda la furia divina de Samuel.
– ¡Ahora! – Dijo Sheryl – Lánzale la caja a tu amigo.
Sin decir nada y actuando obedientemente, Bill sacó la caja de su bolsillo y la lan-
zó con todas sus fuerzas al ángel que se encontraba suspendido en el aire. La pequeña
caja negra recorrió los aires hasta llegar a unos metros de Samuel. Sorprendentemente,
la caja también quedó suspendida en el aire. De pronto, explotó y un resplandor salió
de ella. Era la punta plateada que Sam había guardado anteriormente. La única pieza
de la reliquia que había acabado con Balfos hacía cuarenta años. La punta comenzó a
resplandecer aún más y se alargó. Como si fuera una flecha, fue lanzada por fuerzas
invisibles hacia el caído y a una velocidad impresionante le atravesó el corazón. El
caído comenzó a retorcerse y a brillar del mismo color de la luz.
– ¡Salgamos de aquí! – Gritó Ewan comprendiendo lo que iba a pasar.
William tomó en sus brazos a Sheryl quien aparentemente había vuelto a la nor-
malidad. Su mirada ya no era tan imponente y la inocencia había vuelto a ella como
si nunca la hubiese perdido. Los tres salieron corriendo del cementerio mientras un
grito infernal de dolor se escuchaba a lo lejos. Era Balfos que se enfrentaba a la muerte
definitiva.
El caído comenzó a ser atravesado por rayos de luz que salían de él y se retorcía
de dolor mientras era quemado por el fuego divino. Lanzó una última mirada a la
traicionera noche y a este mundo, y en una impresionante explosión de luz blanca dejó
de existir para siempre.
El ángel dejó de brillar y se precipitó velozmente hacia el suelo estrellándose vio-
lentamente. Samuel había cumplido con su misión y jadeaba del dolor que le causaban
sus heridas y el desgaste de energía que había tenido.
Como pudo, el ángel se arrastró hasta la tumba de su amada y se recostó ahí, sobre
la lápida, esperando a que su muerte llegara. La fría noche comenzaba a reclamar su
alma y él luchaba para no sucumbir, pero era inevitable. Una música suave comenzó

117
a sonar, pero esta no provenía de ningún lugar, era una balada que sonaba dentro de la
cabeza de Sam y que le recordó aquel aroma a perfume de Julie. De pronto, una cálida
presencia lo acompañó y el ángel al ver de quien se trataba estiró su brazo para inten-
tar tocar a aquella mujer que había amado tanto, se entregó a las fuerzas del más allá
y dio un último suspiro a su fría noche mientras los acordes de un réquiem nocturno
sonaban y anunciaban el fin.
Nada volvería a ser igual. Esto, lejos de ser el final, se había convertido en el
inicio, un caótico presagio de lo que estaba por venir. William conducía rápidamente
de vuelta a su hogar, su calido hogar. Ewan iba sentado en el asiento del copiloto, mi-
rando por el espejo retrovisor a Sheryl, quien dormía inocentemente en el asiento de
atrás. Ambos sentían tristeza por la pérdida de su amigo, pero se encontraban más pre-
ocupados por lo que pasaría pronto. Algo que los perseguiría hasta el fin de sus vidas.

118
Relato V
LA READAIR
…La huida nunca es fácil…

Prólogo – Manchester. Inglaterra. 31 de mayo

Sus pasos y su respiración entrecortada era lo único que podía escuchar, aunque
estaba seguro de que le perseguían. Era un sentimiento que había llegado a entender
muy bien estos últimos días. Sabía perfectamente cómo se sentía el ratón que huye
del gato famélico.
Hasta ahora, él siempre había estado en el papel del gato pero las cosas habían
cambiado y ahora huía a toda prisa para salvar su vida.
Los primeros rayos de sol le dieron en la cara, deslumbrándole debido al suelo
mojado tras una noche de gran tormenta. Sin apenas aliento y con miedo a desfallecer
justo en la Gran Vía, corrió a uno de los callejones, recostó unos segundos su espalda
cansada en la fría pared e intentó tomar aire en bocanadas pequeñas y pausadas para
que la herida sangrante del costado no se le abriera más de lo debido.
– Estoy jodido… – pensó sintiendo el dolor de las miles de heridas que había
recibido, el frío incesante que recorría cada músculo de su cuerpo y el cansancio que
amenazaba con dejarlo K.O. en cualquier momento. Perdió la noción del tiempo hasta
que escuchó de nuevo los pasos de aquel humano.
Había escapado por los pelos de aquel almacén. Se decía que no era el momento
de pararse e intentar buscar un término o explicación a las sombras o bestias, no estaba
seguro, con las que se había topado y eso que había podido matar a unas cuantas. Pero
lo importante es que había salido vivo de ahí y si quería continuar respirando debía

119
correr, correr mucho más pues no había sido suficiente con recorrer media ciudad
intentando despistar a aquel hombre, al menos eso lo tenía claro, que intentaba acabar
el trabajo que sus siervos no habían logrado cumplir, por suerte.
Normalmente, se enfrentaría a él, pero en el estado en el que estaba no era muy
factible una posible victoria, así que ahora estaba en el papel del ratón…
Los pasos cada vez eran más cercanos. Miró el callejón oscuro, dos contenedores
grandes estaban pegados a la pared de ladrillo. A simple vista parecía un callejón sin
salida, pero la marca pintada con forma de águila sobre los ladrillos le indicaba que
era una vía de escape para un cazador. Esta era su ciudad y conocía cada rincón de
ella, cada marca hecha por los suyos tejiendo un mapa de vías de escape y escondrijos.
Corrió hacia los contenedores y los apartó dejando a la vista la sucia pared ana-
ranjada. Con sus manos, fue dando pequeños golpecitos hasta que dio con el trozo
falso que hacía de trampilla. A toda prisa se escabulló por aquel pequeño hueco que
desembocaba a otro callejón, pero antes de salir corriendo de nuevo, lo dejo todo
exactamente como estaba unos segundos antes.
Aliviado disminuyo el paso, el sol cada vez estaba más alto, Manchester comen-
zaba a despertarse en un nuevo día que prometía ser soleado y brillante. Llego hasta
la zona comercial de la ciudad, sólo estaba a tres calles de su casa. Se dio ánimos para
continuar lo poco que le quedaba.
Mientras recortaba el trayecto, aprovechó esa inquietante calma para llamar a la
única persona que se colaba en sus pensamientos…
– ¡Helen, escúchame! – Dijo con su agitada voz cuando el contestador saltó – No
he sido listo, me han engañado como a un tonto… Me han dirigido hasta la boca del
infierno y ni me he dado cuenta – hizo una pausa rápida para tomar aire, notó como la
herida del costado se abría más con ese simple gesto, sintió la sangre caliente manchar
sus ropas… – El foco no está en Manchester, sino en Dublín. No he descubierto aún
que es lo que buscan... Cogeré el primer avión hacia allí – hizo una pausa para tomar
otra bocanada de aire – Tengo ganas de verte, aunque no esperaba que después de
tantos años te fuera a ver en una situación como esta… – dijo algo apenado con su
último aliento…
El sonido de dos disparos rebotó en la calle.
Su cuerpo cayó al suelo, sintió como la vida le abandonaba con la sangre caliente
que se derramaba por las dos balas que habían perforado su abdomen. No fue una
muerte rápida. Tuvo tiempo de escuchar los pasos de aquellos zapatos caros acercán-
dose y parándose cerca de su cara, pudo ver la figura desenfocada de un joven y en sus
últimos segundos de vida la imagen de su querida Helen volvió a él.
– No ha sido nada personal… – una voz se coló en su preciada visión, corrom-
piéndola…
…Negrura… Oscuridad… Silencio…

120
Capítulo 1. El Principio

…Los sueños, sueños son…

Dublín. Irlanda. 1 de junio

El reloj marcaba las cuatro de la mañana cuando mis ojos se abrieron como platos.
Estaba acuclillada encima de la almohada y pegada al cabezal de la cama. Mis manos
seguían apartando esa mano con la que hacía tan sólo unos segundos había soñado.
Se puede decir que estaba más que acostumbrada a aquellos sueños o al menos a
los daños colaterales de dichos sueños: sudores, miedo, nerviosismo, histeria, rabia,
enfado... Era una gran mentira. De hecho, todavía lo sigue siendo.
Encendí la luz como cual miedica para verificar que aquello que notaba bajo mis
pies era mi cama mullida y ahora mojada por el sudor. Tenía que asegurarme que
estaba despierta y técnicamente bien.
Me senté en el filo de la cama, respiré hondo un par de veces, aparté los mechones
sudados que se adherían a mi cara y recé para que mi corazón volviera a su ritmo
normal y dejara de amenazar con salirse fuera. Mis pesadillas siempre vienen con
daños colaterales. Este era el primero en la lista y el que más odiaba: la histeria
acompañada del nerviosismo. Salirme de mi estado habitual de calma inducida no me
sienta bien. Y él siempre ha sido capaz, todavía ahora, de hacerlo con gran facilidad.
¿Quién dice que hay que dejar descansar a los muertos? Son ellos los que deberían
dejar en paz a los vivos. Me costó varios minutos calmarme y poner bajo llave el
primer daño colateral.
No pude evitar preguntarme cuando me dejaría en paz, tanto el fantasma de mi
padre como mi subconsciente, el cual me castigaba con las pesadillas sin un motivo
aparente. Llevo doce años sufriéndolas y sigo sin entender por qué aparecen. No me
sentía culpable por lo que hice, tampoco me siento ahora, pero alguna parte de mí
debe estar afectada por aquello y por eso cada determinado tiempo, muy específico,
resurgen recordando lo que pasó. La vida de un cazador14 es de todo menos tranquila y
normal, son esos días en los que ellas aparecen haciéndome revivir las sensaciones de
angustia y asco por mi padre y sus manos demasiado largas. Los tocamientos a media
noche, los susurros, los roces discretos, las penetrantes miradas que a la vez intentan
clavar la espina de la culpa y el remordimiento en mí, espina que desaparece en cuanto
mis ojos se abren, estando despierta ¿Sentir remordimiento? ¿Culpa? Jamás. Aunque
las emociones perduren un par de horas.
Puede que ese sea el gran problema, que jamás he sentido y creo que nunca sentiré

14 Se refiere a ser un Shadow Hunter.

121
esa culpa ni ese remordimiento por haber matado a mi padre y que por ello me ator-
mente a mí misma recordándome lo que hice y lo que soy.
Aquel día, como muchos otros, no me sentí orgullosa, tampoco es que lo esté aho-
ra, de mis actos cometidos en el pasado, al menos de ese en concreto, pero siendo sin-
cera conmigo misma, se lo merecía. ¿Qué padre capaz de abusar de su hija debe vivir?
Agotada, suspiré y volví a cerrar los ojos por un momento. El cansancio recorría
mi cuerpo como si fuera un virus contaminando cada músculo y cada terminación
nerviosa, dejándome como un vegetal. Había pasado un mal día y se avecinaba una
mala noche… – Al menos esta vez he podido dormir más… – me dije irónicamente
cuando recogí la bata que estaba en el suelo, debajo del reloj con números verdes
parpadeantes que me informaron de que aún era de madrugada.
Salí de la habitación dispuesta a eliminar los tres daños colaterales que quedaban.
El primero por suerte había sido rápido de eliminar, el miedo a dormirme y caer de
nuevo en esos sueños. La rabia y el enfado, que siempre han acompañado al miedo
pues nunca he soportado sentir ese pánico a soñar con él, a sentirme indefensa y cul-
pable. Ser incapaz de controlar lo que me pasa, ser lo suficientemente valiente como
para cerrar los ojos y dormir en paz… Esos eran los tres síntomas que quedaban y
también que más cuestan eliminar.
Aquel día y siendo uno de los últimos, aunque no lo supiera, iba a tener el mejor
remedio de todos y el que siempre había utilizado: el alcohol.
Fui hacia la cocina donde la botella de Midleton15 me esperaba. No había nada
como un buen trago después de unas cuantas pesadillas. Es increíble como el alcohol
me tranquilizaba y adormilaba mi lado macabro dejándolo inútil y por consiguiente
no proyectando pesadillas. Sólo estaba a unos pasos de mi destino, era un felino silen-
cioso en un entorno silencioso o lo que debería haberlo sido. Me sorprendió escuchar
voces masculinas a esas horas de la madrugada. Extrañada y preparada con unos pe-
queños proyectiles en la mano, que centelleaban con ganas de dar con sus objetivos,
fui hacia el origen de las voces – Se han equivocado entrando a esta casa – me dije
excitada ante el peligro y ante la posibilidad de desfogarme.
El salón estaba vacío a simple vista, la luz saliente de la televisión iluminaba con
sombras la pequeña sala y traía esas voces. Me quede parada – ¿La tele? Yo no la
he dejado encendida… – Como el tigre que se dispone a cazar a su presa, fui dando
pequeños pasos hacia el televisor mientras miraba a mi alrededor. Dejé libre todos los
sentidos de cazadora que había desarrollado tras muchísimas horas de entrenamiento
y cazas. Fue ese sexto sentido el que me dijo que no estaba sola en aquella habitación.
Mis ojos no divisaban nada, mis oídos no se percataban de ningún ruido que fuera
anormal. Separé el sonido proveniente de la televisión y salvo las bolitas de energía
que chispoteaban en mi mano, sólo había silencio. Las esferas energéticas se hicieron
más brillantes, más poderosas mientras yo buscaba aquella presencia invisible.

15 Midleton es una marca de whisky irlandés

122
– ¿A quién pretendes matar? – su voz sonó detrás de mí, a la vez que su aliento
rozó mi nuca.
Pegué un bote del mismo susto, mis pequeños proyectiles estallaron en direccio-
nes diferentes rompiendo algunos objetos del salón. Por suerte siempre he odiado la
decoración, por lo que aquella noche, poco podía romper.
– Un día de estos acabaras conmigo… – dijo Cara con la boca llena. Pasó por
delante de mí y se fue al sillón.
Miré mis manos vacías, donde la energía todavía corría por ellas – Un día de estos
acabaré con contigo – me prometí.
La Valquiria era peor que todos los daños colaterales de mis pesadillas juntos
y multiplicados por mil. En esos segundos muertos, segundos eternos, el enfado se
arraigó más a mí. No había sido capaz de detectar la presencia de la Valquiria y eso era
malo, muy malo. Pero como ya había predicho, iba a ser una noche nefasta y esto era
sólo algo más del paquete – Podrías hacer el favor de colgarte un cascabel para saber
cuándo te mueves – dije crispada.
Cara hacia poco tiempo que había llegado a mi vida. Más bien se puede decir que
no llegó sino colisionó. No estoy acostumbrada a tener compañeros de caza, han sido
muchos años en soledad. Nunca se me ha dado bien hacer amigos, la gente no me
gusta. La presencia de Cara no era grata. Era complicado acostumbrarse a tener una
guardiana detrás de mí vigilándome y juzgándome, era muy difícil, sobre todo esto
último, tenerla a ella como compañera de piso. Mi santuario: mi casa. Estaba siendo
perturbada por la Valquiria…
Como si supiera que hablaba de ella, Cara asomo la cabeza por el cabezal del sofá
viejo. Le lancé una mirada siniestra que ella me respondió con una sonrisa infantiliza-
da de pura felicidad – ¿Y bien? ¿A quién ibas a matar con esos proyectiles tan cucos?
Sentí mi sangre hervir, mi cuerpo recargarse de la energía de los pocos aparatos
eléctricos de la casa. Las ganas de arrancarle la cabeza a esa mujer cada vez eran más
profundas – No sé por qué pierdes el tiempo conmigo – le gruñí después de caer en
la cuenta de que no valía la pena comenzar una discusión. Esa noche, al menos, no.
Aquella era la gran pregunta sin respuesta. Sabía de buena mano que las Valquirias
tenían una misión en la Tierra: evaluar a guerreros. Para mi desgracia, Cara me había
elegido a mí. Ahora debía juzgarme, ver si era apta para ir a Asgard cuando muriera.
Mi currículum estaba manchado. Necesitaría tres vidas para limpiarlo un poco y en
esta ya tenía muy claro que no iba a ser, eso sin tener en cuenta que los Oscuros somos
como la energía, que no se acaba sino se transforma en otra. Un ciclo de vida. Una
vez que mi cuerpo este muerto mi alma, o mi energía vital, se reencarnará en el cuer-
po de un bebé no nato, comenzando el ciclo de la vida una vez más. Por esa razón se
me hacía tan raro e inexplicable que una Valquiria perdiera el tiempo con un Oscuro.
– Tengo mucho tiempo libre y algo tendré que hacer con él —. No perdió su son-
risa cuando escondió la cabeza para seguir con la película que veía.
Quería contestarle pero llamé a mi lógica. No era momento para comenzar una

123
guerra verbal la cual perdería por tener la mente espesa. Tenía algo mejor que hacer:
buscar mi botella de Midleton y adormitar mi mente.
No perdí el tiempo – Aquí estamos otra vez – me dije cogiendo la botella. Me
extrañó verla en la encimera de la cocina con un vaso ya preparado. Me molestó.
¿Acaso era tan predecible? Repase mentalmente todas las noches que había desperta-
do a media noche y calmado mi angustia en la bebida. Tardé varios minutos dar con la
respuesta: hacía tres meses. Aún no había llegado Cara… No era predecible.
– ¿Por qué no te vienes a ver la peli conmigo después de que vacíes la botella de
whisky? – rugió fría como el hielo. Desaprobaba mi consuelo en la bebida.
– ¿Cómo lo habrá sabido?
Irritada y negándome a pasar mi rato de recuperación con ella me fui de nuevo a
mi cuarto, botella en mano. Como respuesta cerré la puerta lo suficientemente fuerte
como para que la escuchara. Cogí un libro de mitología escandinava y me senté a la
luz de una tenue lámpara. No tarde mucho en notar los efectos de la bebida. Nunca
he tenido demasiado aguante al alcohol. Mis ojos se cerraron y me deje caer en un
sueño tranquilo con las risas de Cara de fondo, el olor a palomitas recién hechas, la
quemazón del Midleton en mi garganta y con un mal presentimiento aterrándome.
– Helen, escúchame. No he sido listo, me han engañado como a un tonto… Me
han dirigido hasta la boca del infierno y ni me he dado cuenta – pausa. Ruido – El foco
no está en Manchester, sino en Dublín. No he descubierto aún que es lo que buscan,
pero ellos están seguros de que no está aquí, sino en Dublín. Cogeré el primer avión
hacia allí – más pausa y más ruido de fondo – Tengo ganas de verte, aunque no espera-
ba que después de tantos años te fuese a ver en una situación como esta… – Disparos,
silencio, pasos acercándose – no ha sido nada personal… – una voz desconocida.
Habían pasado ya cinco horas desde que Bruce dejó el mensaje en mi contestador
y seguía con el corazón en un puño. Le volví a dar al play por tercera vez. La voz de
mi amigo resonó por el piso mientras el reloj marcaba las once de la mañana. Esta
vez me percaté de los detalles que antes se me habían pasado por alto: el sonido casi
imperceptible de unos pies pisando los pequeños charcos que me imaginaba debían
cubrir las calles mojadas de Manchester; la voz cansada y algo asustadiza de Bruce,
ese mensaje de alarma en su característica voz; su dificultad al hablar como si estu-
viera muy mal herido, no me costó imaginarme alguna herida sangrante en su cuerpo
o alguna costilla rota; el disparo ensordecedor y el ruido del móvil al caer al igual que
su cuerpo y, por último, la voz de su asesino, tan fría y con acento alemán.
Me enjuagué las lágrimas. No habían parado de caer desde que escuché por pri-
mera vez el mensaje. Hacía tanto tiempo que no lloraba que se me había olvidado
cómo se hacía. Resoplé como una niña pequeña ante ese vacío abriéndose en mi co-
razón donde la pena y la impotencia dolían. Mi memoria me trajo las palabras de un
viejo templario: “La vida de un cazador no suele ser muy larga”. Recordé como Bruce
acusó al anciano de exagerado. Por desgracia, el templario había tenido razón. Para
Bruce no había sido larga.

124
Maldije para mis adentros y aclaré mi voz antes de marcar el teléfono de la resi-
dencia donde Bruce vivía con un gran número de cazadores. En Manchester todos los
Shadow Hunters, o al menos su gran mayoría, residían juntos y eran protegidos por
un mismo hombre: David. Él podría darme la información que necesitaba aunque no
creyera ni en él ni en la forma que habían adoptado a la hora de trabajar.
– Sé que lo sabes – me interrumpió Cara, la cual había mantenido su silencio
durante tantas horas dejándome espacio para asumir la perdida – pero la venganza,
según los humanos, es un pecado y no conlleva a nada, salvo más sufrimiento y dolor
Colgué el teléfono antes de que pudieran contestar la llamada y me giré hacia ella.
La miré con ojos decididos. Había leído mi pensamiento. Buscaba venganza.
– Uno: no soy humana – le contesté – dos: no me guío por las normas de esta
sociedad y tres: no busco venganza, sino justicia —, intenté creerme la última parte,
no obstante, las ganas de destrozar al asesino de Bruce era lo único que recorría mi
mente, cada posible manera de torturarlo y hacerle pagar por su muerte.
– Es lo mismo – Cara se levantó zanjando el tema – iré a avisar al jefe de que
esta noche no iremos a trabajar. Le diré que nos dé unas semanas libres, así podremos
centrarnos en la caza.
Aunque estaba agradecida por el detalle de que avisara al jefe, no le di las gracias.
Yo no lo hubiera hecho y eso nos hubiera costado el puesto. No es que fuéramos a
durar mucho tampoco, visto lo visto bien podríamos no haberle avisado, pero en su
momento, sin saber que me deparaba el futuro, supe que había sido buena idea con-
seguirle un puesto de repartidora donde yo trabajaba. Y es que no podía vivir a mí
costa. El alquiler y la comida no se pagan solos por el hecho de que seas una cazadora
y mantengas la ciudad a salvo dentro de tus posibilidades, aunque la sociedad no se
merezca esta salvación. Ellos, que si supieran de nosotros nos matarían en vez de
agradecernos los esfuerzos de tener una vida normal y salvar su mundo. Mundo que
los humanos no se merecen…
Con esa idea en la cabeza y con la incógnita de qué escondería Dublín, dejé que
pasara el día lo más rápido posible.
…Resultados manchados de sangre…

Edificio Breachsholas. Dublín

Llevaba veinticuatro horas sin dormir, sus ojos escocían y su cuerpo se resentía
por tanto ejercicio en tan poco tiempo. Era tan cansado matar gente. Divertido, sí,
pero muy cansado. Con pocas ganas se estiró para atrapar la cartera que contenía un
sinfín de papeles que debía revisar. No podía demorarse más pues en breve tendría
la reunión con su jefe y este se enfadaba mucho si no iba con la lección aprendida.
Sacó el bolígrafo del bolsillo de la chaqueta y comenzó a subrayar la palabra
Readair, que aparecía varias veces en todos los papeles.
Cuando Lander le dio la misión de localizar La Readair y aquellos que la prote-

125
gían, ya sabía que iba a ser como buscar una aguja en un pajar, aunque había tenido
suerte, ya que su jefe le había proporcionado todo lo que El Certamen había recopi-
lado después de siglos de búsqueda. No es que fuera mucha cosa, pero al menos no
partía desde cero.
La suerte, sus estudios y la tecnología le acompañaban. No había tardado mucho
en localizar a cuatro miembros de la orden que protegían La Readair. Eso había su-
mado puntos en su ascenso dentro de la orden.
– Pronto me ascenderá… – se volvió a repetir, orgulloso de sí mismo y de su
trabajo. Pocos habían localizado tan rápidamente a los escurridizos Hijos16. Estos lo
habían paseado por media Inglaterra, pero había valido la pena.
Otro bostezo más apareció sin que él pudiera reprimirlo, dejándose llevar momen-
táneamente por el placer tan efímero que supone no reprimir algo tan natural como
un bostezo. Se secó las lagrimillas, que habían aparecido de nuevo, para ver bien
donde podía escribir sus anotaciones. Parte de los documentos estaban manchados de
sangre, ya seca. A decir verdad no sólo los papeles y el mapa estaban llenos de sangre,
también lo estaba su ropa.
– Le da un toque de realismo – pensó divertido.
A esas alturas, no le afectaba ir manchado de sangre, tampoco haber ma-
tado a tres hombres de inocencia dudosa y a uno… bueno de aquel no se po-
día decir que fuera tal cosa. Los cazadores no eran precisamente gente inocen-
te. Sus manos también estaban manchadas de sangre, aunque ellos se agarraban
al dicho que lo hacían por una buena causa: eran los protectores del mundo…
Fueran o no los protectores, seguían siendo asesinos. Justicieros, como él.
– Hay que prepararse… – masculló al ver la hora – Después de hoy estaré más
cerca de ser mi propio Dios…

El reloj marcaba las dos en punto del medio día. Ahren llamo dos veces a la puerta
de roble de su jefe. Cuando escuchó la orden, entró con paso firme, la cabeza bien alta,
mostrando toda su experiencia y belleza. Su pelo rojizo atraía cada rayo de luz del
enorme y lujoso despacho. Se había puesto el traje gris que tenía para las emergen-
cias. Iba perfecto, seguro de sí mismo.
– Ve al grano – le ordenó Lander con ese tono frío, sus ojos fijos en él y una expre-
sión neutra que ocultaba a la fiera depredadora que ahora dormitaba.
– Les robamos esto a aquellos hombres – Ahren, como ya había hecho incontables
veces, le dio todos los documentos para que se los mirara mientras le iba explicando –
Les seguimos, pero sólo pudimos sacar esto. Se puede decir que nos engañaron – dijo
sin inmutarse – Lo que buscamos está aquí, en Dublín. El que se fueran a Manchester
sólo sirvió para despistarnos. Sin embargo, nos vino bien, pues hemos sacado toda
esta información, señor.

16 Así es como la orden se refiere a sus miembros.

126
– Ajá – la voz de Lander sonó algo aburrida – Está bien saber que está en nuestra
ciudad. Mmmmm ¿Vas a explicarme las marcas de sangre? – ahora sonaba divertido.
Ahren se maravilló por ello.
– No os podría decir de quién es esa sangre. Matamos a todos los cebos y a un
cazador que nos persiguió. En un mes ya teníamos a un cazador detrás de nosotros…
Pero todos los cabos están bien atados, señor. – no hay de qué preocuparse. Ni un
sólo superviviente… Pronto, estaré sentado en ese mismo sillón… – pensó Ahren
contemplando como el cuerpo de su jefe era acariciado por la suave piel del sillón de
color canela.
– Bien. ¿Alguna perdida?
– Unas cuantas bestias. Dos en concreto. Pero nada por lo que preocuparse, señor.
Fue todo un detalle que me las enviara – si no hubiera sido por los Liptorectos, otro
gallo cantaría.
Una de las cosas que Ahren debía agradecer a su jefe fue el detalle de enviarle cin-
co de los veinte Liptorectos que habían reclutado. Había dado el aviso de que estaban
siendo perseguidos y gracias a su señor ahora estaba sano y salvo, no obstante, casi
pierde la razón. Tratar con Liptorectos no siempre era fácil.
– Y ningún mercenario pereció, señor. Vino el equipo al completo – sonrió glo-
rioso recordándole que también había mercenarios de por medio. No siempre venía
“sano” el equipo después de una misión. – Sólo algún que otro daño leve.
– ¿Sabemos el lugar exacto donde guardan la reliquia?
Ahren parpadeo un par de veces y sintió ese miedo que siempre sentía cuando no
respondía satisfactoriamente a su señor.
– ¿Y bien? – la voz del griego se le clavó como mil espadas afiladas en todos sus
puntos cardinales dejándole sin aire, casi sin sentido. Sus ojos se clavaron en los suyos
y la sonrisa pletórica de un poderoso Apolo se esfumó y apareció la del mismísimo
Ares. La bestia había despertado…
– No. Aún no sabemos el lugar exacto – dijo Ahren despacio – Sabemos que tiene
que ser una zona muy amplia pues hay un plano sobre un laberinto…
– Al menos sabrás la forma de la reliquia… – la voz de Lander fue un rugido de
una bestia oscura dominante en una selva salvaje.
Ahren sabía que debía de contestar rápidamente, pero ¿Cómo hacerlo? Sabían
toda la historia, de donde venía, que poder otorgaría, pero la forma… De la forma no
sabían nada…
– No, señor – agachó la cabeza para evitar esos ojos tan fieros.
Lander lo echó del despacho con un simple gesto y con un “Cuando tengas algo
de interés ven a verme, mientras tanto desaparece de mi vista”

127
Capítulo 2. La Readair

…Su magia y su leyenda…

Narran los ancianos de la antigua Irlanda que una vez, hace eones, fueron regidos
por los quintos habitantes: los seres más hermosos y poderosos que han existido.
Una raza singular…
El viento trajo muchos rumores, entre ellos que eran los hijos de un gran Dios…
Con el paso de los siglos los humanos dejaron de llamarles Dioses. A los más
poderosos, con carácter de líder y don de las palabras se les llamó Reyes. A los más
valerosos, fríos, inteligentes y con sed de sangre se les llamo Guerreros.
Los días pasaron, los años llegaron y muchos siglos transcurrieron hasta que los
quintos habitantes sufrieron el destino de las grandes razas: la aniquilación.
En medio de una sangrienta guerra, de esa peculiar raza nació una peculiar niña.
Brigit, nieta del mismísimo Dáithí, el más poderoso rey de Irlanda. Hija de Brian de
los Formaríamos, el más valeroso de los Guerreros. Hermana de Alan y el ojito dere-
cho de su madre Brigit.
Él bebe heredó el poder de una gran reina y el valor de un gran guerrero. Se pro-
nosticó que su poder sería infinito. Heredaría de su Diosa madre el poder del fuego y
de la premonición, el poder de la inmortalidad le acompañaría…
Pero su vida debía estar en secreto. Su existencia tenía que ser escondida. Los
adversarios de la quinta raza ya buscaban la inmortalidad. Su familia fue aniquilada,
reyes y guerreros perecieron. Pocos sobrevivieron a tal cruel destino…
Relatan los ancianos de la antigua Irlanda, que entre los supervivientes de la quin-
ta raza había un bebe que tenía el poder de la inmortalidad. Una niña nacida en Ma-
bon, que de su cuello colgaba una reliquia donde el poder y la esencia de los quintos
habitantes eran guardados. Dicen, que esa niña creció, se casó, engendró una gran
familia y murió.
Los susurros del viento que corren libres por las montañas rocosas y las praderas
verdes cantan que con el paso del tiempo la primera primogénita de cada generación,
nacida en Mabon será la portadora de la reliquia, actuará como reina de los descen-
dientes de los quintos habitantes y la única guerrera capaz de defender La Readair,
que es codiciada todavía por los aniquiladores…

Capítulo 3. La Búsqueda

...La calidez de las dunas esconde tormentas…

128
El Cairo. Egipto. 19 de mayo

– Hazle pasar – le ordenó.


El esclavo se dirigió a la doble puerta bañada en oro por donde saldría en busca
del invitado, extremando su actitud para no defraudar a su ama con ningún gesto ina-
propiado, como mirarle o darle la espalda. Diana, a su vez, lo estudió desde el diván.
Cada gesto fue minuciosamente puesto a prueba. Le había costado mucho encontrar
en este tiempo esclavos, y mucho más educarlos. Esta era una de las pocas cosas que
no le gustaba de esta nueva era. Ahora los seres inferiores creían tener derechos. No
era tan fácil tener un grupo de esclavos sin que estos se rebelaran contra ella.
– El paso del tiempo lo único que hace es arrebatarnos los placeres más sencillos
– pensó disgustada.
Mientras esperaba a que su invitado llegara a su magnífica estancia se levantó del
diván y, con el paso de una reina egipcia, se fue hacia la bandejita donde había deli-
ciosos bocados de Atarf17. Se llevó uno a la boca, dejando que las sensaciones de su
país volvieran a ella. Era curioso como este pequeño bocadito le recordaba su pasada
vida, en la que era una niña que debía convertirse en una gran reina.
– Una gran reina, pero mortal… ¿Quién quiere la mortalidad? ¿Quién quiere ser
guardada en una pirámide con todas sus riquezas? No. Es mucho mejor gastarlas
viviendo sin temer a la muerte…
Acabó de tragar el bocado y llenó las dos copas de cristal tintado de Kerfa18. La
gran puerta se abrió y, tras el esclavo, apareció el imponente griego. Alto, musculoso,
con su pelo rubio y sus ojos de color azul eléctrico. Se relamió los labios degustando
el sabor de aquel hombre que ya había probado, y se prometió que no saldría de allí
sin un bocado de él. Llevaba mucho tiempo esperándolo…
– Hasta el más rebelde siempre vuelva a casa…
– Ahlam wa Sahlam19 —dejó caer las palabras con un tono sensual.
– Buenos días, Diana – le contestó el griego con un pronunciado acento.
– Viene a pedir algo. Oh Lander… De guerrero a esclavo, de esclavo a jefe y
ahora a mendigo… Tendrás que pagar un precio alto… – pensó la egipcia al notar
el acento griego tan pronunciado. Lander siempre lo escondía, y sabía que Diana se
perdía por aquella entonación sensual del mediterráneo – ¿Qué te trae por aquí? Mi
querido amigo. Mucho ha llovido desde que viniste de visita… – lo miró con sus
hechizantes ojos negros.
– Demasiado poco – exclamó Lander frío pero con un brillo en los ojos.
– Según como se mire – le guiñó un ojo y cogió otra delicia de su país, que sabo-

17 Un postre Egipcio. Son empanadillas dulces con un relleno de nueces.


18 Una bebida a base de canela molida como si fuera un té. Puede mezclarse con leche.
19 Buenos días en árabe

129
reó especialmente para Lander – pues tú dirás… – siseó.
– Necesito encontrar bestias fuertes pero tontas. Fáciles de manipular y que no se
cuestionen mis órdenes. ¿Puedes ayudarme?
– Depende – volvió a dejar caer las palabras con un tono que prometía que su
próximo bocado sería griego y no árabe.
– No me voy a acostar contigo – Lander sonó desafiante y decidido. Diana recordó
tiempos pasados, su tono de negación no había cambiado. Le gustaba…
– No espero que lo hagas. Me bastará con que me pongas contra la pared…
– ¿A cambio de información?
– No tonto… A cambio de placer.
Lander maldecía por dentro en su antiguo idioma. Si bien Diana siempre se las
daba de “buena amiga”, era una víbora dispuesta a morder en cualquier momento.
Había compartido un siglo de esclavitud con ella y gracias a este servicio ahora era
un miembro activo del Certamen. Con poder y voto determinante en las decisiones
tomadas. Pero para ello hizo cosas que jamás volvería a hacer. O al menos eso pensa-
ba, pues se veía en la encrucijada de convertirse de nuevo en un peón para conseguir
derrumbar a la reina.
– ¿Te lo estás pensando?
– No lo haré por gusto – dijo desafiante, retando aquella reina egipcia, su enemiga
y a la vez su aliada. – Necesito la información – y tanto que la necesitaba. Había es-
tado días buscando un tipo de bestia que fuera corta de mente pero fuerte de cuerpo.
Sabía que había una raza pululando por ahí que contaba con esas características y
sabía que Diana le podía decir exactamente cómo conseguir llegar a ellos.
– Y yo necesito tu cuerpo… – ronroneo Diana sin darle importancia al ceño frun-
cido del griego.
Unas cuantas horas después, Lander cogía un avión hacia la lluviosa Dublín, de-
jando el calor y el agobio de El Cairo. Sentado en el asiento de cuero de su jet priva-
do, se recostó e intentó borrar todo recuerdo de las últimas horas. Gracias a Dios, le
habían dotado con el poder de guardar en un gran baúl, con llave, todos los recuerdos
que quería. Con el paso de los siglos, el baúl se había duplicado. Casi todos los re-
cuerdos que había allí dentro tenían a Diana y aquel siglo que pasó a su servicio como
protagonistas.
– No puedes quejarte. Tienes lo que quieres. En esta vida de mierda nada es gra-
tis… —cerró los ojos y se hizo un mapa mental de donde debía ir.

Capítulo 4. La Pérdida

…Las lágrimas acompañan a la muerte…

130
Aquel cementerio era una copia cara de los que había visto en el transcurso de mi
vida. El césped cubría como una alfombra viva todas las lápidas y flores del lugar, una
gran llanura de piedras y panteones. Los llantos eran acompañados por una melodía
melancólica proveniente de unos cuantos violinistas. Las gotas, que comenzaban a
caer sin piedad, picaban en la lápida grisácea de Bruce. La miré todavía sin admitir
que allí, bajo tierra, yacía un amigo, el cual podría haberse salvado si hubieran salido
en su rescate.
Desde que habíamos llegado a Manchester, y después de haber hablado con sus
compañeros y con David, reafirmé mi teoría. Bruce estaba muerto por culpa de aque-
llos que ahora le lloraban. No podía entender como ellos, que decían ser una gran
unidad, tener sus códigos secretos por la ciudad, ayudarse mutuamente, habían dejado
morir a Bruce. Como no le ayudaron… La rabia me corroía cuando les miraba. No
era capaz de ver con los ojos de Bruce. Yo sólo veía Shadow Hunters que sobrevivían
a base de errores de los malos. No podía ver en ellos una familia, como había hecho
mi amigo.
Contemplándoles, mi mente retrocedió unos cuantos años hasta el día en que Bru-
ce me propuso ir a vivir con él a Manchester, a la residencia de David. El Gran David,
cazador que invertía su gran fortuna en ellos, dándoles todos los apoyos económicos
posibles para que no tuvieran que preocuparse en buscar un trabajo para poder comer
y pagar un pequeño piso donde vivir. En su día me negué a formar parte de aquello.
Viéndoles y viendo la tumba de Bruce, me volví a decir que aquello no iba conmigo.
No a la convivencia, no a los códigos ni la familia.
El codo de Cara chocó contra mis costillas devolviéndome a la realidad, la cual
me dolía ver. Comenzaba a estar muy atosigada por los llantos y los lamentos de esa
gente, el ambiente del cementerio me ponía de mal humor, traía recuerdos pasados
que se hacían más vivos… Casi al borde de un ataque de nervios, busqué en el bolso
empapado la pequeña petaca que había rellenado antes de salir del hotel. Por culpa de
la Valquiria, que había escondido todos los botellines de whisky del mini bar, me vi
obligada a rellenarla con vodka.
– Sigue siendo alcohol. Sigue haciendo el mismo efecto.
El primer trago quemó mi garganta y se llevó el nudo que había en ella. Pronto
dejaría de sentir lágrimas caer por mis mejillas, adormilaría la rabia que comenzaba
a manifestarse en pequeñas corrientes eléctricas que sacudían mi cuerpo, y dejaría
de sentir ganas de matarles y hacerles pagar por no haber sido capaces de evitar esta
tragedia. Pero antes de que todo eso pasara, mi nombre fue dicho por el sacerdote. Mil
ojos se posaron en mí. El codo de Cara volvió a chocar contra mis costillas…
– Helen, tú conocías a Bruce desde hace muchos años. Ven – dijo David, cogién-
dome de la mano y llevándome hacia el centro – di unas palabras.
Aquella frase fue la desencadenante de todo…
– Unas palabras… ¿Por qué? Esto es una tontería… ¿Qué digo? ¿Eh? “Hola,

131
soy Helen. Bruce era mi único amigo, el único que vio y comprendió mi lado oscuro.
No me juzgaba y me entendía, y me ayudaba siempre que era necesario. No pude
hacer nada por él, aun así, estando a miles de kilómetros habría ido, habría hecho
cualquier cosa por ayudarle, me habría puesto en su lugar si eso le hubiera salvado…
Pero vosotros… ¡Vosotros no! ¡Bien cerca estabais de él y no le ayudasteis! Tanto
grupo, tanta residencia y tantas mierdas ¿Y para qué? ¿Eh? ¿¡¿PARA DEJARLE
MORIR EN UNA CALLE DE LA CIUDAD?!? ¡¡Y TODAVÍA TENÉIS LA CARADU-
RA DE LLORARLE!! SOIS TODOS UNOS HIJOS DE…
– Helen, cielo, di unas palabras – la voz de Cara cortó mi rabieta interna. Sus pa-
labras habían sido demasiado dulces y precavidas. Sus ojos me hablaban, me decían
que me calmara, que respirase hondo, que no me dejara llevar por la ira.
– Pobre… Está tan afectada… – dijo otra voz
– AFECTADA... AFECTADA… PANDA DE…
Una risilla infantil paralizó mi mente. Con discreción la busqué, pues no quería
aparentar más el papel de loca. Había muchos niños, ninguno en particular entre los
que ya de por si eran peculiares… No di con la autora de la risilla pero, ¿qué más
daba?
– Helen – llamó histérico el sacerdote
– Era… – comencé diciendo. Mi voz temblaba, no quería explotar delante de
ellos. Mi mano se aferró a la petaca de plata que ya había sacado del bolso y que si no
hubiera sido porque era bastante pequeña, todos habrían visto – era mi mejor amigo
– continúe —. Crecí con él en casi todos los aspectos. Pese a lejanía, manteníamos
una gran relación – muy cierto – No juzgaba a nadie por sus pecados – no me juzgo
a mí – era un gran cazador y siempre ayudaba en lo que podía, tenía una gran virtud:
Sabía pedir ayuda… – a mí me la pidió… iba a venir a Dublín, yo le habría ayudado,
seguiría vivo, no estaría aquí. ¡Bajo tierra, donde los gusanos se están dando el gran
festín!– Convencida estoy de que os pidió ayuda, por lo que no puedo entender cómo
es que apareció muerto en plena calle céntrica con dos tiros en el costado y cómo es
que nadie se ha puesto a buscar al responsable. Vais de grupo – la cólera comenzaba
a desatarse, no había podido calmarla con el vodka y la insistencia de que hablara la
había aumentado todavía más. Noté mi sangre transformarse en corriente eléctrica,
mi cuerpo era como una gran torre de alta tensión esperando a estallar cosa que iba a
ocurrir de un momento a otro... – pero cuando matan a uno de los vuestros lo único
que sois capaces de hacer es gastaros un dineral en un jodido funeral donde lloráis y
maldecís. ¡Pero nadie está haciendo nada!
– ¡Helen! – Cara ya venía de camino a mí, advirtiéndome de los miles de ojos que
al principio me miraron con pena, y ahora lo hacían como si fuera una loca desquicia-
da. Hoy no les iba a negar tal acusación.
– Que os jodan —. Con desdén me fui hacia la residencia, donde tenía pensado
rebuscar y encontrar toda la información del caso que llevaba mi amigo.
Cara me seguía, los mil ojos me lanzaban cuchillas por la espalda y los susurros

132
tapaban el sonido de las gotas al caer. No me habría parado, no habría dejado que
la Valquiria me atrapara, pero frente a mí vi a una niña de piel nívea y gesto dulce,
resguardada por un paraguas negro con puntilla blanca a juego con su vestidito y sus
zapatos. Con su pelo rubio recogido en una coleta lateral, rizado por la humedad del
camposanto y los ojos enrojecidos debido al llanto, me barría el paso. Algo en ella me
alertó, parecía dulce e inofensiva, pero sus ojos escondían un brillo diferente, el cual
solamente se obtenía con muchos siglos de vida y experiencia.
– Bonito discurso – su voz era fina y melodiosa. El mismo tono que el de la risilla
que había escuchado unos segundos —, aunque alguien te debería haber enseñado que
es de mala educación maldecir, beber e insultar a los familiares y amigos del muerto.
– No presté atención cuando me lo explicaron – mis palabras fueron acompañadas
de una mirada tenebrosa, la cual siempre solía provocar el mismo efecto: la gente salía
corriendo, incluso Cara había aprendido a huir de mí cuando tenía esa mirada. Pero
la niña no…
– ¿Quién de ellos? ¿Tu padre, el cual asesinaste, o tu madre, la cual murió de
pena?
Debería de haberla atacado, de hecho se me pasó por la cabeza. No me importó
que supiera de mi vida, ni que lo utilizara contra mí, lo que me importó fue el hecho de
que sus palabras me hirieran. Las pesadillas eran demasiado recientes, el cementerio
y las lápidas me recordaban demasiado a los funerales de mis padres, los recuerdos
volvían y me dolía que me afectaran tanto. Enfadada por todo y con todos le di de lado
y seguí con mi camino, necesitaba salir de allí. Sentí una corriente eléctrica cuando
me quedé a la altura de la niña, la cual, graciosa ella, comenzó a girar el paraguas
salpicándome de agua.
– Ciertamente, no tienes el mejor carácter del mundo y tus aficiones son cuestio-
nables, pero tus cualidades como cazadora son únicas. Espero que la caza y la convi-
vencia conviertan en virtudes tus grandes defectos. Hasta entonces, Helen, no nos vol-
veremos a ver, a no ser, claro está, que te bendigan con la capacidad de pedir ayuda…
– Y una leche, niña.

…El orgullo de la muerte…

Ahren siguió caminando por el angosto pasillo de piedra que llevaba hasta la zona
donde los llantos se amontonaban. Agachó el paraguas negro para que nadie pudiera
ver su sonrisa de satisfacción, la cual duró sólo unos segundos. Su ayudante parecía
afectado y comenzaba a llamar la atención. Paró y se giró para amonestarlo con una
dura mirada, el muchacho agachó la cabeza entendiendo el mensaje de su superior.
Retornaron al camino y Ahren volvió a esconderse debajo del paraguas, esta vez para
contemplar la hierba verde que intentaba invadir los bloques de piedra. Sólo levantó
la mirada para buscar el mejor sitio donde infiltrarse.
– Nos quedamos aquí – susurró Ahren hacia su ayudante para que frenara su paso

133
– intenta ser algo discreto – le riñó – todavía harás que nos descubran…
– ¿Ya le he dicho que no me parece bien estar aquí? No entiendo el motivo por
el cual tenemos que pasar por esto… – la voz de Anthony tintineaba de puro terror.
– Si yo te contara... – maldijo Ahren para sus adentros. No podía explicarle que la
razón por la cual estaban ahí era para eliminar el cabo suelto. Decirlo en voz alta sería
admitir ante todos que había cometido un error. Error que no aceptaba y que todavía
no había pagado pero que Lander le haría pagar muy caro en cuanto volvieran de
nuevo a Dublín. Se le ponía la piel de gallina sólo de pensarlo.
Y pensar que hasta hacía un par de horas, todo iba perfecto… Pero las cosas pue-
den dar giros de trescientos sesenta grados cuando menos te lo esperas. Un mercenario
le había soplado que habían sido dos cazadores los que protegieron al último druida,
lo cual quería decir que había un ser vivo con demasiada información. Un cabo suelto.
Un error. Y por eso estaba aquí, donde podría descubrir quién era ese segundo cazador
aprovechándose de la vulnerabilidad de la pérdida porque ¿Quién en su sano juicio
iría al funeral de su víctima?
Los minutos pasaban y comenzaba a hacerse tedioso estar en el camposanto y más
con la incesante lluvia, la tétrica melodía de los violines y el estúpido discurso del sa-
cerdote. La cosa empeoraba pues acababan de llamar a una amiga de la víctima. Ahora
debía escuchar más lamentos. Bajó la mirada unos segundos centrándose en como
golpeaban las gotas en el suelo. El silencio le extrañó. Anthony parecía inquieto.
– Helen, cielo, di unas palabras.
Tanto Anthony como Ahren miraron a la joven pelirroja de pelo ondulado que ha-
bía pronunciado con una melodía exquisita tales palabras. Los dos admiraron la figura
de la mujer de belleza fogosa, su pelo era rubio con destellos de fuego vivo, los cuales,
aunque no había ni un sólo rayo de sol, se iluminaban haciendo que las gotas de agua
que cubrían su cuerpo brillaran y destellaran. Estaba envuelta en un aura salvaje, su
piel no se dejaba ver por el abrigo negro pero los dos la imaginaban rosada y cremo-
sa, como la de su cara. Se quedaron prendados de sus ojos de color cobre moteados
con un brillante amarillo. Anthony no la pudo catalogar en una especie en concreto.
Parecía humana, seguramente lo fuera, aunque le habían advertido sobre mujeres her-
mosísimas, hijas de Odín… ¿Sería una de ellas? Ahren sí que la identificó por lo que
era. Una valquiria. Como era inevitable los dos se giraron en busca de Helen y su
sorpresa aumentó. Era una chica bastante alta, delgada y protegida por un abrigo de
felpa que absorbía el agua para después dejarla caer en el charco a sus pies. Sus bucles
rubios estaban desechos y le rozaban los muslos, su frente al descubierto dejaba a la
vista de todos unos ojos inquietantes cada uno de un color diferente, cada uno con un
brillo especial. Su ojo esmeralda brillaba como una preciosa joya y por raro que fuera
demostraba la ventana de su alma, aquella que agonizaba por la pena de la muerte de
un ser querido. El otro, el derecho, era de un azul eléctrico que brillaba con una furia
contenida que les dejó sin aire, recordaba a las tormentas a punto de estallar y arrasar
con cualquier cosa que encontraran a su paso. Ninguno de los dos podía dejar de mi-

134
rarla. Aquellos ojos cautivaban. Su actitud y su pose no eran de alguien afectado, sino
de alguien exigiendo venganza.
– ¿Has visto a esas? – escuchó Anthony decir a su jefe.
– Sí, las he visto – le dijo sin ganas – hay que joderse, vaya amiguitas que tenía…
¿Cómo podría matar uno a tales monumentos? – Al parecer, su jefe no estaba intere-
sado en escuchar lo que decía la joven pero si en devorarla con la mirada. Le dio asco.
– Espero que no sea una de estas… quiero un trabajo fácil – seguía susurrando Ahren.
Anthony nunca había sido respondón, no era valiente y hasta ahora había evitado
enfrentarse a ellos, incluso cuando le robaron su proyecto, pero esto no era moral ni
ético.
– ¡Joder! ¿Ni aquí? ¿Ni aquí vas a mostrar un poco de respeto?
– Oye tío, que aunque parezca que no, a mí también me da penita, no soy tan
insensible… ¿Crees que podremos consolarlas? – su jefe pareció divertido por la si-
tuación. Anthony iba a contestarle pero una voz se alzó y dominó a todas las otras.
– … no puedo entender cómo es que apareció muerto en plena calle céntrica con
dos tiros en el costado y cómo es que nadie se ha puesto a buscar al responsable. Vais
de grupo, pero cuando matan a uno de los vuestros lo único que sois capaces de hacer
es gastaros un dineral en un jodido funeral donde lloráis y maldecís. ¡Pero nadie está
haciendo nada!
– ¡Helen! – decía su compañera.
– Que os jodan – grito con rabia la rubia.
– ¡Madre mía! Es el mejor funeral al que he ido en mi vida – Ahren estaba pletó-
rico por haber venido.

… Lo que uno debe hacer…

La gente ya se había marchado, dejando el camposanto abandonado. Ahren había


corrido hacia el coche dejando solo a Anthony, quien no se veía con ánimos de volver
a Dublín sin antes disculparse con el difunto, pues era inevitable que se sintiera cul-
pable por su muerte, no había sido el ejecutor del último disparo pero si un cómplice.
¿Cómo había llegado a tal extremo? Los valores y la ética que le acompañaron durante
toda la vida ahora solo eran humo en su persona. Jamás hubiera pensado verse en tal
encrucijada. No podía cesar de disculparse en susurros, una y otra vez, intentando
aliviar sus pecados. Ser perdonado por lo que nunca hizo.
– Estoy segura de que te perdonará. – dijo una voz musical a su lado. Anthony se
ladeó para poder ver a la cosita pequeña que había hablado – Aunque no le conocía,
Bruce era una gran persona. Perdonará tus pecados – la niña con cara de ángel le
sonrió, consolándole.
– Espero – susurró sin saber que decir. Tenía miedo y no era tonto, aquella niña
era una pequeña cazadora, si supiera quién era, lo mataría…
– No lo haría. – Dijo la niña sin más – A veces nos ponen en el lado equivocado,

135
¿verdad? Piensas que vas a cambiar el mundo pero te ves entre la espalda y la pared.
Hacer lo correcto o lo que es más fácil… – según hablaba su tono cambiaba, su son-
risa se endureció y su mirada perdió toda inocencia. Anthony tuvo la sensación de
que ahora hablaba el álter ego de la niña – Ellas han elegido hacer lo correcto ¿Y tú
Anthony? ¿Qué elegirás?
– Esto… —parpadeó alucinado – No te he dicho mi nombre ¿Cómo lo sabes?
¿Por qué me dices esto? ¿Quiénes son ellas?
– Reacción rápida pero tus decisiones serán lentas, – rio la niña que comenzó a
caminar hacia la calle – hagas lo que hagas no te traiciones a ti mismo.
Anthony vio como la niña rubia se metía en una limusina negra junto con el hom-
bre que había identificado como David. Otros dos cazadores más la custodiaban con
miradas recelosas.
Aquellas palabras lo torturarían durante días, los remordimientos le desvelarían
por la noche y en cada lluvia, al cerrar los parpados, unos inusuales ojos le reclama-
rían venganza…

Capítulo 5. La Caza

Parte I

…Secuelas…

Dublín. Irlanda. Primera quincena de mayo

La pelea continuaba en el salón, los gritos de Cara y las excusas penosas de Luck
se filtraban por debajo de mi puerta cerrada. Mi cabeza amenazaba con explotar y
mis ánimos por ahogarme. Sentía como si hubiera perdido el rumbo, no entendía ni
soportaba nada. Lo que hubiera dado por estar sola en casa, como meses atrás. Pero
ahora debía compartirla con alguien más, aunque fuera por necesidad. Luck había
compartido la caza con Bruce, él lo sabía todo, era vital tenerlo a mi lado si pretendía
llevar a cabo mi vendetta. Pero Cara estaba poniendo las cosas difíciles, nunca había
visto a la Valquiria hecha una furia ni había visto jamás el cobre de sus ojos encendido
como cuando Luck nos contó cómo habían llevado a cabo la cacería.
Cuanto más hablaba el Oscuro, más empeoraba el estado de Cara. Al principio
me pareció divertido verlos discutir, por primera vez las riñas de la Valquiria no iban
dirigidas a mí y encontraba estimulante verla en todo su esplendor chocar contra la
turbia energía de Luck. Poco a poco se iban ganando terreno, un tira y afloja que sólo
podría resolverse de dos maneras: a) que alguno de ellos huyera con el rabo entre las

136
piernas, o b) que la discusión acabara con una pequeña explosión de energía y media
casa quemada. No hace falta decir que esperaba que fuera la opción a, pero según
pasaban los minutos aquello era más insoportable así que me había encerrado en mi
cuarto para no cometer un doble asesinato. No obstante, estaba a favor de la Valquiria.
Era realmente fácil ponerse de su lado, Luck era insoportable. También entendía
su furia centrada en la manera en que los dos amigos habían llevado la cacería. Siem-
pre he pensado que las cazas se dividen en dos fases: la fácil y la difícil. Y si quieres
una victoria y no morir, debes pasar por cada una de ellas aunque no te guste. Luck
y Bruce no lo habían hecho y ahí estaba el resultado: Bruce muerto. Yo no pensaba
correr ese riesgo. Para vengarme debía continuar lo que ellos habían empezado, pero
esta vez se haría bien, aunque me parecía indignante que de tres cazadores sólo yo
hubiera empezado con la parte más difícil de la caza.
Y esa fase, la difícil es saber que debes hacer, cómo, cuándo, dónde y lo más
importante, saber a qué te enfrentas. Después es sólo cuestión de hacer diana y rezar
para que todo salga bien, la parte fácil para mí. Pero para ello, primero debes buscar
las pistas que te lleven a ese objetivo. Estas casi siempre te llevan a un puzle sin sen-
tido donde pierdes casi toda la paciencia intentando montarlo y cuando ya está hecho
debes averiguar a lo que te enfrentas. Y es aquí cuando te comienzas a desesperar
pues bien puede ser algo corpóreo o incorpóreo. Puede ser un humano en el mejor de
los casos o una bestia fuerte e incontrolada, para aquellos meses en que buscas algún
deporte de riesgo. En el peor de los casos no sólo te enfrentarás a uno, sino a muchos.
Ahora nos encontrábamos en la parte del puzle sin sentido y lo peor en estos
casos, inacabado. Teníamos muy pocas piezas y muchas incógnitas y aunque lo inten-
tara, era incapaz de unirlas entre ellas.
Por lo que Luck nos había contado teníamos a unos monjes, o algo por el estilo,
asesinados y a alguien buscando un “algo” escondido en Dublín. Bruce y Luck co-
menzaron la caza al encontrar al primer monje ya muerto, por un disparo en la frente
producido por un francotirador, en las calles de Manchester. Después de aquel, apa-
recieron dos más. Lo normal hubiera sido identificar los cadáveres, buscar testigos,
pruebas, algo que los llevara al francotirador o al menos al hombre que había contra-
tado a este, pues pocas veces veras a un francotirador actuar por propia voluntad sin
tener esa mano invisible guiando el tiro certero. Pero aquellos dos se saltaron esa parte
y decidieron buscar a los posibles culpables en la chusma y en los malos círculos de
la ciudad. A veces, no siempre, la suerte está de nuestro lado y esa noche, la suerte
lo quiso así, encontraron al cuarto monje que estaba siendo perseguido. Lo ayudaron
y decidieron protegerlo, aunque dicha protección no fue muy factible. No tardaron
mucho en matarlo y llevar a una trampa mortal a los cazadores. Luck se salvó, pero
Bruce no fue lo bastante cauto… Así que ahora, tras todo aquello, solo teníamos una
única pieza fiable del puzle y era el dibujo que Luck nos había hecho del medallón
que llevara el último monje.
Me levanté y volví sobre mis pasos yendo de nuevo al salón. Puse de nuevo la gra-

137
bación de la llamada de Bruce y en ese instante la pelea cesó con la victoria de Cara.
¡Helen, escúchame! No he sido listo, me han engañado como a un tonto… Me han
dirigido hasta la boca del infierno y ni me he dado cuenta… El foco no está en Man-
chester, sino en Dublín. No he descubierto aún que es lo que buscan, pero ellos están
seguros de que no está aquí, sino en Dublín. Cogeré el primer avión hacia allí… – paré
el mensaje antes de que saliera la otra parte, la que me dolía: con su voz cortada, sus
últimas palabras para mí… – esas palabras las tendré grabadas de por vida… – la
voz de ese cabrón. Sacudí la cabeza para centrarme. El mensaje era bastante claro.
Lo habían engañado, lo habían llevado a la boca del lobo, ahora sabíamos que era un
almacén. Los dos amigos habían escuchado una llamada telefónica de uno de ellos
hablando con el jefe. Parecía que en aquel almacén estaba lo que buscaban. Bruce no
vio que era una trampa. Al menos, el que Luck se salvara había resultado útil. Ahora
sabíamos que el alemán trabajaba para alguien y ese era nuestro objetivo: la cabeza
madre. Pero aún había una cosa que aclarar así que me encaré hacía el superviviente…
– Luck. Vosotros no sabíais lo que buscaban, entonces… ¿Cómo sabía Bruce que
el foco está aquí, en Dublín, y no en Manchester?
– Pues… No lo sé…
– ¡Esto es el colmo! ¿Cómo no lo vas a saber?
La discusión entre aquellos dos comenzó de nuevo y yo, volviéndome a refugiar
en mi misma, inauguré oficialmente los días difíciles…

…Recuerdos del pasado…

Cara estaba sentada en el alféizar de la ventana de mi habitación. La lluvia entraba


y mojaba el suelo de madera. La figura de la Valquiria estaba inmóvil, más semejante
a la de una gárgola que a la de una hija de Odín. Me recordó mucho a mí en los días
en los que el mundo se me viene encima por culpa de estúpidas pesadillas del pasado.
Supongo que, aunque no todos seamos de la misma raza, en esencia somos parecidos.
Cada uno tiene sus miedos, y Cara estaba padeciendo el suyo. Había estado dándole
vueltas a su actitud, a la pelea con Luck y todo ese carácter tan propio de una valquiria
que siempre había ignorado. A su obsesión por las cazas bien hechas y por la unión
de los compañeros. Puede que fuera eso por lo que estaba así. Pero la cuestión era…
¿Tenía que deprimirse aquí?
– He ido a una tienda de antigüedades – dije a modo de saludo al tiempo que me
quitaba la chaqueta empapada junto con las botas y todo lo demás. Esperé algún tipo
de reacción mientras me cambiaba y me ponía ropa seca. Su repuesta fue el silencio,
como no, me enfadé – después de haber trabajado mis diez horas y haber ido a com-
prar – le eché en cara. Aunque siendo sincera, verla así me afectaba. Eso aún jodía
más – la persona inestable siempre he sido yo, no me convirtáis en el pilar de la
casa… – suplicaba mi yo interno.
Mi vida estos últimos meses había cambiado mucho, y por desgracia seguía cam-

138
biando y para peor. Un ser solitario e inestable como yo sólo trabajaba las semanas en
las que necesitaba suficiente dinero como para comer y tener una vida más o menos
“aceptable”, y sólo limpiaba la casa cuando sospechaba que podía haber nacido algún
tipo de vida entre tanta cosa tirada por ahí. Con la llegada de Cara mi morada había
pasado de un campo de batalla con nuevos especímenes vivos a un desierto sin olores,
y para mi asombro casi siempre había algo en la nevera gracias a la Valquiria. Pero
dentro de lo malo seguía con mi vida de ermitaña, con mi trabajo temporal, saliendo
y entrando, como siempre. En definitiva, mi vida no había cambiado salvo por tener
otra presencia más en casa que me daba el coñazo las veinticuatro horas al día. Pero
con la llegada de Luck y la nueva actitud de la Valquiria me había convertido, y odio
decirlo, en la mujer de la casa. Después de ver que las dos semanas libres que nos ha-
bíamos tomado por la muerte de Bruce serían imposibles, me fui a trabajar diez horas
seguidas, incluidas las de Cara ya que no se molestó en ir a trabajar (y después dicen
que la irresponsable soy yo). Después de mi jornada intensiva de trabajo, me paseé
por media ciudad investigando sobre el medallón y para acabar el día y aumentar mi
mal humor, tuve que limpiar la casa y rellenar la nevera.
– Pues nada… Tómate todo el tiempo que necesites pero… ¿No podrías hacer esto
en tu habitación? – ¿tenéis que invadir todo mi espacio? – me quejé, pero viéndola en
ese estado me acabé callando. – Madre mía… aparte del pilar de la casa me quieren
convertir en una persona que se preocupa por los demás… ¿Qué será lo próximo?
¿Eh? Esto no es vivir… – me dije a regañadientes. – ¿Vas a contarme lo que pasa o
te piensas quedar ahí fuera toda la noche? – dije sin poder callarme, algo raro en los
de mi raza. Soné muy poco delicada, exigiendo una respuesta pero no se podía pedir
más de mí, nunca había tenido que cuidar o preocuparme de alguien que no fuera yo.
Su respuesta, de nuevo, fue el silencio. Recordé que en los días en los que estaba
así agradecía que Cara hiciera como si no pasara nada, así que yo hice lo mismo.
Tanto por ella como por mí. – El anticuario que visité ha reconocido el símbolo del
medallón – comencé – no es exactamente el mismo pues por lo que recuerda, el que
vio tenía unas letras grabadas en gaélico y las puntas algo más curvadas pero se parece
lo suficiente como para creer que pueda ser el mismo – me tumbé en la cama cansada
por el ajetreo del día. Hice caso omiso al ambiente de complicidad que comenzaba a
crearse. – Le he dejado el dibujo para que lo compruebe y he quedado con él que en
cuanto sepa algo me avisaría. El señor tiene que contactar con un amigo suyo que es
especialista en historia de Irlanda, ya que al parecer esta persona vio el mismo símbo-
lo en unas ruinas de por aquí…
Cara sonrió mientras la escuchaba, parecía que la Oscura se había tomado en serio
el buscar información y hacer una caza perfecta y bien documentada, aun a sabien-
das de que esa parte la odiaba. Se sentía, al menos una parte de ella, muy bien por
haber logrado eso de Helen. Cuando le hablaron de ella, Cara jamás pensó que fuera
a evolucionar tanto como persona. Se había emocionado al escuchar ese tono leve de
preocupación en su voz.

139
– Ya no sólo piensa en ella – se dijo orgullosa.
Todo pintaba bien. Había conseguido que Helen comenzara a sacar sentimientos
más humanos, a que se preocupara por las cosas y no fuera una dejada, sobretodo, que
aceptara responsabilidades. Cada día que pasaba las esperanzas de que la misión, esta
vez, saliera bien, aumentaban, aunque aún seguía enfadándose con la Oscura por darle
al alcohol cuando pasaba un bache emocional. El alcohol aumentaba las posibilidades
de acabar muerta por un descuido y ya se sabe: si bebes, no caces. Debía aplicarse el
mismo consejo…
Pero eso sólo lo sentía una parte de ella, la otra estaba siendo atacada por remor-
dimientos y recuerdos trágicos del pasado. Se sentía como una traidora por ocultarle
información a Helen y más ahora que parecía que todo iba según lo esperado…
….Su mente voló hacia el pasado…
Hacía años que no la veía, pero como a todas las Valquirias, el tiempo sólo te mar-
ca por dentro y no por fuera. Sonrió para sí misma al ver la expresión de su amiga,
tan tranquila y llena de calma. Todo era una farsa. Si algo tenía claro de Cara era que
por dentro estaría reviviendo estos últimos años y que sería un manojo de nervios.
Pero ahí estaba ella, con esa coraza imposible de romper preparada para los ataques de
Regin. Esta vez la rompería, se decía. Para ello, estudió los ojos de su amiga, llenos
de llamas cálidas y vivas, su pelo, tan largo y ondulado como siempre, libre para que
se moviera y brillara con vida propia, y la misma pulsera de la que colgaban pequeñas
estrellas plateadas. En cincuenta años su imagen no había cambiado, al menos para
ojos no expertos. A Regin no la engañaba. Cara tenía muchas grietas infringidas por
los años. Grietas que le habían hecho perder el brillo natural.
Suspiró para sus adentros, si por ella hubiese sido no habría acudido a Cara, todas
sabían que su amiga no estaba en su mejor momento, estaba en un periodo en que se
cuestionaba su vida, la de los demás y su misión sagrada en la Tierra. Pocas Valquirias
llegaban hasta el punto de cuestionarse su misión y cuando esto pasaba era síntoma
de que la cosa iba muy mal.
– Pero es mi única salvación… Bien sabe Freyja que si no fuera algo tan impor-
tante no la molestaría… – se dijo maldiciéndose a sí misma por no tener otra opción.
– ¿Te lo has pensado mejor? – le dijo después de hacer acopio a toda su voluntad.
– Poco hay que pensar, Regin. Te dije y te digo que no puedo hacerlo – su voz
sonó firme, dando el tema por zanjado.
– Cara… Una vez luchamos juntas. ¡Hazlo por los viejos tiempos! No se lo puedo
pedir a nadie más.
– Ya estamos con lo mismo… – le contestó desquiciada a la vez que se giraba y la
miraba con sus penetrantes ojos cobres – Lo que me estás pidiendo no tiene nada que
ver con las luchas de antaño. Tú, mejor que nadie, sabes que no puedo hacer lo que
me pides. Tienes a Mia y a Shiel, ellas están capacitadas. Yo no.
Regin agachó unos segundos la cabeza hasta que volvió a alzarla. No podía decir-
le a su amiga que, por alguna extraña razón, debía ser ella y sólo ella la que llevara a

140
cabo la petición de la niña. Entendía perfectamente que Cara se negara y gustosamen-
te hubiera ido en su lugar, pero hacía años que había decidido unirse a las Guardianas
y ya no era su misión juzgar a los valerosos guerreros dignos de entrar en El Asgard.
– ¡No! – hizo una pausa, debatiéndose si contarle toda la verdad o seguir omitiendo
datos. – No puede ser ni Mia ni Shiel. Tienes que ser tú… – se mordió el labio obli-
gándose a callar. Se sentía como un novato jugando al ajedrez, incapaz de saber que
pieza mover para ganar la partida.
– ¿Yo? ¿Y no vas a explicarme por qué? ¿No crees que tengo derecho a saber la
razón por la cual insistes tanto en que sea yo quien la evalúe? – Regin vio la curiosidad
palpable de su amiga, por ahí tiraría…
– Lo tienes. Pero convencida estoy que una vez sepas de qué va todo esto decidi-
rás en rotundo no ir.
– Ya he decidido en rotundo no ir… Mira, Regin, me pides que evalúe a una
oscura. ¿Desde cuándo se evalúan Oscuros? Es una pérdida de tiempo, no sirve para
nada pues no pueden entrar al Asgard… Y aunque fuera humana… ¡Por Odín, Regin!
Soy incapaz de evaluar a nadie. Todos se me han muerto antes de poder decidir si eran
dignos o no. Todos asesinados, todos muertos… – volvió a repetir, ahora en voz baja.
Ese era el trauma de Cara. Hacia treinta años que se había convertido en el haz-
merreír de las hijas de Odín. Cara era incapaz de evaluar a nadie. Encontraba a una
persona, intentaba juzgarla para saber si era digno de entrar en El Asgard, pero por
alguna razón siempre acababan muriendo antes de que ella pudiera dar su veredicto.
Llevada por la incertidumbre, en sus muchos años todavía no había mandado a nadie
al Asgard. Y no es que aquellos a los que juzgara no fueran dignos de entrar, solamen-
te era que la Valquiria no había tenido datos suficientes como para estar segura antes
de que estos acabaran siendo asesinados. Ahora, y después de su intento a la desespe-
rada de hacer algo bien, se había negado a seguir su cometido en la Tierra y refugiada
en Londres intentaba pasar desapercibida.
– Voy a pedir mi admisión en las Guardianas – dijo Cara después del tenso silen-
cio – Lo siento, pero deberás elegir a otra Valquiria, no obstante, sigo pensando que
no vale la pena evaluar a un Oscuro… – y dicho eso comenzó a poner tierra entre
ellas dos.
– ¡La niña ha exigido que seas tú! – Le gritó a la desesperada – Quiere que seas tú
quien evalúe a la Oscura. La necesita… No te puedo explicar por qué, ni yo misma lo
sé, pero quiere saber si es digna de ser una de los elegidos y ese será trabajo tuyo…
– ¿Elegidos?
– Cara, habla con la niña, ella te lo explicará todo. No podrás negarte… – le dijo
en un susurro…
– No. No pude negarme… – se dijo mientras contemplaba como caía la lluvia – En
teoría no debo decírselo a Helen hasta que llegue el momento pero… ¿Cómo guardar
algo así sin sentirme mal? Evaluarla para una misión que ni ella ha aceptado… No
es justo…

141
– Bien – susurró Cara mientras entraba hacia dentro de la habitación con sumo
cuidado de no resbalarse – con suerte dentro de poco sabremos quiénes eran y porque
los perseguían – sonrió a la Oscura agradeciéndole el trabajo que había hecho y el que
hubiera actuado como el pilar de la casa.
Cuanto más la mirada, más se decía que tenía el derecho de saber todo lo que
estaba pasando, decirle que nada de esto era casualidad, como le había dicho la niña
en el cementerio y que la vida de las dos había sido sólo una prueba para lo que se
avecinaba.
Pero de nuevo, debía callar…
– Oye. Siento lo del funeral. El haber salido por patas20 sin esperarte y… eso…
Cara, parpadeo incrédula ante tales palabras. La Oscura le estaba pidiendo perdón,
e incluso ella parecía extrañada por sus palabras pues su cara era todo un poema.
– Y yo que pensé que jamás escucharía unas palabras como esas en boca de He-
len… Está cambiando tanto…
Cara recordó el funeral, las palabras de Helen, su actitud y como, después de
dejar bien claro lo que pensaba de todos ellos, se había ido dirección a la residencia.
Un escalofrió le recorrió el cuerpo. Ella había salido detrás de Helen, pero no para
pararla y pedir una explicación sino porque estaba yendo hacia donde estaba la niña
y la Valquiria no quería por nada del mundo que Helen se topara con la niña, por eso
le gritó y corrió tras ella…
– ¡Odín! No dejes que se encuentre con ella. ¡No quiero que le diga algo que la
afecte más!
Cara corría detrás de la Oscura mientras la seguía llamando. Vio la sonrisa pulcra
de la niña, sus ojos brillantes y su cuerpecito resguardado por el paraguas. En Lon-
dres vio las dos versiones de la niña. Por un lado, la tímida con carita de ángel, una
niña introvertida que prefería callar a hablar y que era incapaz de hacer nada malo, a
esa pequeña en cuya expresión podías ver el gran peso a sus espaldas que aguantaba
como podía, y por otro lado la otra versión, que era justo lo contrario, extrovertida,
desafiante con la mirada y con sus palabras, con sus ojos llenos de sabiduría y expe-
riencia adquirida por milenios, y una esencia poderosa que infundía respeto y a veces
hasta miedo.
Plantada en el camposanto estaba la segunda versión. La peor de ellas, pero ahora
poco podía hacer, pues las dos estaban hablando y la mirada de la niña dejaba bien
claro que no se atreviera a molestarlas.
– Estoy cansada de sentirme impotente.
– Por ahora ya me conviene que te sientas así – dijo la niña, ahora a su lado.
Cara vio como Helen seguía caminando decidida, a simple vista no parecía dema-
siado afectada, por lo que se quedó algo más tranquila.
– ¿Se lo has dicho? ¿Le has contado la verdad?

20 Expresión coloquial que significa “salir corriendo”

142
– Cara, las dos sabemos que si supiera la verdad haría lo imposible para no aceptar
su destino. Y nada ha pasado por que sí, sino para formarla y hacerla como es – dijo
con esa sabiduría palpable.
La Valquiria no estaba demasiado conforme con tal afirmación ya que si la vida
que había pasado Helen no había sido porque si, la suya tampoco. No le gustaba verse
como un peón a merced de una mano invisible.
– Nada es por casualidad. A veces deben pasar cosas terribles para sacar lo mejor
y lo peor de cada persona y una vez que eso pasa, hay que limar lo más malo para
quedarse con todo lo demás…
– ¿Puede haber una mano invisible tan cruel como para manipular la vida de la
gente para su provecho? – ¿Es eso lo que les había pasado? ¿Quiere decir que mis
fracasos a la hora de evaluar habían sido premeditados? ¿La muerte de Bruce?
– Nada pasa por casualidad… – susurró – Pero si me estás preguntando si yo tengo
algo que ver en lo que os ha pasado, la respuesta es no. Ahora, si me preguntas si me
voy aprovechar de ello, la repuesta es sí. Lo que os ha pasado, tanto a ti como a Helen,
os ha hecho ser las personas que sois. Tenéis todas las cualidades que necesito. Sé que
es difícil de entender, pero por la misión que os será asignada vale la pena todos los
males por los que habéis pasado.
Cara tenía una muy leve idea de lo que se avecinaba, siempre había tenido ese
sexto sentido que le inducía a sentir los “grandes males”, aun así era difícil de aceptar,
y más cuando la estaban metiendo a ella en el mismo saco.
– Mi misión es evaluar a Helen para saber si es digna de ti...
– Tu misión es evaluar a una Oscura para saber si es digna de entrar en El Asgard,
es tu misión en la Tierra y dictada por Odín. Aparte yo te pedí como favor que la eva-
luaras para mí. – la interrumpió
Cara se dio cuenta, por primera vez, que efectivamente estaba siendo un peón en
manos de Sheryl y del destino… Lo que no sabía era si valía la pena…

… Segundas oportunidades…

Edificio Breachsholas. Dublín

Su cuerpo estaba entumecido y su garganta escocía de haber gritado, durante tanto


tiempo, pidiendo ayuda, pero nadie había ido en su rescate. Lander prohibió a los mé-
dicos que le dieran calmantes, aunque si ordenó que no quedara ni una sola marca del
castigo en su piel. Ahren sabía que la represalia por haber dejado un cabo suelto iba a
ser duro y más si lo implantaba Lander, un antiguo guerrero griego curtido en batallas,
general de un ejército y con un gran palmares de torturas a sus espaldas, pero nunca
pensó que iba a ser tan doloroso. Muchas veces, durante todos estos años, su jefe le
había advertido sobre su ira pero nunca la había puesto en práctica. Hoy, al parecer,
había liberado toda la cólera acumulada… Había sido castigado una vez y merecida-

143
mente, pero no cometería ningún error más. Le iba la vida en ello.
Tumbado en la cama, repasó todo lo vivido en Manchester, analizando que hizo
mal, intentando recordar donde comenzó el error…

Ahren se agachó para recoger la cartera ensangrentada. Dentro de ella se encon-


traba el premio que tanto había buscado. Por fin, después de tanto correr de aquí para
allá, los papeles que contenían toda la información sobre lo que buscaba, estaban en
sus manos. No tenía tiempo de sacarlos y mirarlos pues alguien los vigilaba en la dis-
tancia, alguien lo estaba cazando. Durante todos estos años de misiones extraoficiales
para Lander, Ahren había desarrollado ese sexto sentido que le decía cuando estaba
en peligro, cuando lo vigilaban y sobre todo, cuando había pasado a ser la presa del
cazador. En ese instante, con los papeles en sus manos, se sintió más presa que nunca
y sabía de sobras que no podía arriesgarse él, y mucho menos sus hombres, a que les
atacaran mientras se regocijaba mirando dichos documentos.
– Mikhail – llamó por el pinganillo que llevaba puesto en el oído. Al igual que él,
todos sus mercenarios llevaban uno. Era mucho más fácil comunicarse así, pues no
debía alzar mucho la voz para ser captado y a su vez nadie los podía escuchar.
– No estamos solos, señor – fue la contestación del mercenario ruso.
– Si, lo he notado, pero no siento peligro. ¿Es el cazador?
– Sí, creo que sí.
– Es arriesgado atacarle ahora…
– Podría matarle fácilmente – la voz del mercenario pedía permiso.
– No más sangre, Mikhail… Y a ver si cambiamos esa afición tuya por dejar un río
de sangre tras tu paso – regañó a su guardaespaldas personal.
– Lo siento, señor… No pensé que iba a salpicar tanto…
No hacía falta mirarle a la cara para saber que Mikhail no lo sentía en absoluto, al
ruso le encantaba el color de la sangre y el olor a muerte.
– Te pasaré la factura del traje, del móvil y espero por el bien de los dos que no
haya calado toda esa sangre dentro de la cartera.
– Pero, señor, no toda la sangre de vuestro traje es de este desgraciado, no me
queráis culpar de…
– Ten cuidado con lo que dices… – rugió Ahren. Dicho esto, el alemán sacó el mó-
vil pringado de sangre que comenzaba a coagularse. Hizo que marcaba y esperó a que
alguien imaginativo le respondiera – Si esto funciona, caerá en la trampa… Con un
cazador hay que prevenir, nunca se sabe a qué te enfrentas… – Sí, señor, soy yo – dijo
esta vez en alto para que el cazador al acecho escuchara bien. – Lo encontramos, está
en un almacén a las afueras de la ciudad, en un polígono alejado. Nunca hubiéramos
investigado por ahí… – hizo una pausa. – Sí, esta noche ya habrá acabado todo… –
cerró la tapa del teléfono móvil dando por zanjada la conversación. Mikhail, cerca de
él, lo miraba con cara de póquer. – Haz que uno de tus hombres sea fácil de seguir,
que retrase al cazador, los demás nos vamos hacia el almacén lo más rápido posible…

144
Hacía ya dos horas que estaban en el almacén, este estaba poco iluminado, ocul-
tando las trampas mortales que había preparado para cuando el cazador entrara. Estas
cuatro paredes iban a ser su muerte y no iba a ser precisamente agradable… Todo el
puzle estaba encajado a la perfección. Los cinco Liptorectos estaban escondidos: dos
en la entrada principal, dos en la trasera y uno fuera del almacén, custodiando la calle.
Tres de sus mejores hombres, Mikhail entre ellos, lo estaban escoltando, por lo que
Ahren estaba muy tranquilo; nadie se atrevería a tocarle sin antes morir en el intento.
Sólo faltaba que Lee entrara y tras él, la presa, pero hasta entonces debía soportar el
ambiente húmedo y oscuro del local. Sus ojos por fin se habían adaptado a la penum-
bra, pudiendo distinguir las sombras humanas. No sólo su visión se había aclimatado,
sus otros sentidos ya eran capaces de captar la respiración tranquila y pausada del
mercenario que protegía la puerta trasera, y de escuchar los bostezos de aburrimien-
to de Mikhail, que estaba junto a él. Notar cada paso que hacían esas bestias por el
perímetro de seguridad, los leves rugidos con los que se comunicaban, la fina lluvia
que aporreaba el techo de cristal... Toda aquella eterna espera no era nada comparado
con escuchar los comentarios ininteligibles de Mix. Y aunque agradecía mucho que
Lander las enviara, su jefe tendría que haber tenido en cuenta que lidiar con ellas era
un reto y sobre todo cuando la más peligrosa y la más rara entre los Liptorectos estaba
en ese grupo. Y no es que fuera exactamente un Liptorecto pero ¿Cómo llamarlo
sino? Por lo que le había contado Lander, Mix era un experimento sacado de otro
experimento. El A15– 250– P había sido creado para parecerse más a los humanos
que sus primos los Liptorectos. Era extremadamente inteligente y un gran estratega,
características potenciadas de las panteras, pero lo que lo hacía diferente era su capa-
cidad de hablar. Ahren se preguntaba quién fue el gran capullo que le dio tal facultad
a una bestia tan arrogante y dominante. Hasta tal punto llegaba su orgullo y su gen de
macho alfa, que sólo él podía hablar y mandar a las otras bestias, lo que traía por la
calle de la amargura tanto a Lander como a Ahren, pues lo que supuestamente debía
ser un grupo de aberraciones experimentales fáciles de manipular habían pasado a ser
una gran fuerza de choque con ideas propias, prestando sus servicios a cambio de un
favor que jamás llegaría, sin embargo... esto último no lo sabían…
– Lee entrara en el almacén dentro de dos minutos – la voz de Mikhail lo devolvió
a la realidad. – Dígame, señor. ¿Por qué todo esto?
– Aunque los cazadores parezcan humanos e inofensivos, la mayoría no lo son.
Nunca sabes lo que guardan, y hace tiempo aprendí que no hay que subestimarlos.
Pedí al jefe que nos enviara a las bestias para combatirlo y para hacerlo es mejor
traerlo aquí.
– Nadie sabrá lo que pasa y no atraeremos a otros cazadores, ¿no?
Ahren sonrió y asintió con la cabeza. Por muchos mercenarios que tuviera, y aun-
que confiara en esas cinco bestias, no podía subestimar el poder de un cazador. Mejor
cazar a uno que a diez y estos eran como las hienas, donde hay uno hay mil.
– ¿YA HUKMANO?

145
Ahren cogió aire para apaciguarse. – Diles a tus… – bestias, cosas – Dile a tu
grupo que no ataque. Antes de matarlo me aseguraré de sacarle toda la información
que tiene.
La pantera rugió descontenta. Sus ojos amarillentos brillaban con ansia, demasia-
do conscientes de todo. La penumbra ocultaba su musculado cuerpo, tan antinatural
como humano. A su lado, la bestia amorfa de escamas azuladas silbaba divertida al
parecer. Era normal que un escalofrío de mal augurio recorriera las extremidades del
joven alemán.
– Llegó la hora…
El sonido de la puerta recorrió todo el almacén. La luz de la noche se coló por la
angosta apertura de donde emergió una figura bañada en agua. El susurro del intruso
anunció que era Lee, y también que tras él venía el cebo. El asiático, pistola en mano,
ocupo su lugar, cubriendo las espaldas de Ahren y de Mikhail. Unos minutos más
tarde, una nueva figura emergió de la entrada. El cazador, una vez se hubo cerciorado
de que no le habían seguido, se adentró con sigilo hacia el centro del almacén, donde
la muerte disfrazada lo esperaba. Un silbido de anticipación alertó al cazador, que
rápidamente supo que había sido cazado.
– Yo que tú no haría ninguna estupidez – le aconsejó Ahren después de haber mi-
rado con ojos asesinos al amorfo escamoso y sus incontrolados silbidos. – Encended
las luces – susurró por el pinganillo – Me alegra ponerte cara, al fin. – sonrió al caza-
dor cazado. La mueca del pobre era bastante cómica. – Bien. Voy a ser franco contigo.
Vas a morir. No es ninguna sorpresa para ti ¿Verdad? Pero hoy es tu día de suerte y
si me das la información que necesito te prometo una muerte… bueno digamos que
rápida.
– ¿Qué te dé información? ¿Todo esto sólo por información? ¿No se la pudiste
sacar a los monjes? Ah, claro. Los matasteis a todos sin darles dicha oportunidad… –
bramó sarcástico el joven que ya había sacado su arma para luchar.
– Si, puede que nos pasáramos un poco – Ahren sonreía complacido de su trabajo
– pero esta vez intentaremos remediarlo. Ahora… ¿Qué sabes?
– ¿Qué? – El cazador, con el ceño fruncido entre la sorpresa y la desconfianza, se
debatía para elegir su respuesta, pues le iba la vida – ¿Crees en serio que te voy a decir
algo? He venido para mataros, no para contestar preguntas.
– Hmmm… respuesta equivocada – chasqueo los dientes. – Va a ser que nos
tocó el más tonto… – se llevó la mano a la cara en un gesto dramático… – ¿Acaso
te piensas que has dado con nosotros gracias a tu gran intelecto? No estás aquí por
casualidad…
– Puesto que me vas a matar de una forma u otra, no pienso contarte nada. Y no
te creas que será tan fácil acabar conmigo – dijo valiente, señalando con la mirada a
los mercenarios.
Ya me lo supuse… No te esperas lo que te viene encima, chaval… Supongo que
era demasiado pedir que nos diera información por las buenas…

146
– Puede que no sea fácil acabar contigo, pero sí con tu compañero – ¿Picará?
La cara del cazador de sombras no se inmutó al escucharle. Ahren miro sus ges-
tos con ojos expertos. Al parecer, no había mentiras en sus palabras ni en su mirada.
Agradeció que no hubiera ningún cabo más que aniquilar, pues con este le esperaban
varias horas de tortura hasta que tuviera la certeza de que nadie más sabía de su visita
a Manchester ni de su búsqueda. No es que el hecho de torturar a un Shadow Hunter
le fuera desagradable, la verdad le entusiasmaba la idea, nunca había sido esquivo a
la hora de mancharse las manos con sangre ajena. El problema era que el acto heroico
del silencio implicaba un retraso considerable en su viaje de vuelta a casa.
Suspiro para sus adentros, se remangó y se dispuso a dar la orden de capturarlo
para la tortura, pero sólo le dio tiempo a abrir la boca. En un par de segundos vio
como el Shadow Hunter comenzaba a atacar a uno de sus hombres y rápidamente
comenzaron a llover balas de varias direcciones. Una figura negra y otra amarillenta
acorralaron al cazador. Los disparos cesaron: era hora de las bestias.
El cazador se sorprendió al ver que había algo más que mercenarios. Las bestias
se movían con tal rapidez que era imposible distinguirlas. Los tres Liptorectos, que
hasta ahora se habían quedado apartados de la lucha, entraron con garras y dientes. La
sangre comenzó a manchar el suelo. A Ahren le recordaba a los circos romanos, donde
leones luchaban con gladiadores a vida o muerte.
– No voy a permitir que lleguéis a Dublín – bramó dolido el cazador antes de que
una bala procedente de la pistola de Mikhail atravesara su brazo.
– ¡Matadlo! – Nadie más debe saber esto. No tiene que salir vivo de aquí… Su voz
recorrió el local dando vida a aquellos cuerpos que hasta ahora habían estado alejados
del campo de batalla. Todas las fichas negras atacaban al pobre peón blanco sin pensar
en cuantos acabarían rotos a los pies del tablero. Ahren vislumbraba como el cazador
ganaba terreno en su lucha, había conseguido matar a un par de bestias con su rapidez
y experiencia al tiempo que huía. Las cosas empeoraban. El tablero de juego se am-
pliaba al de una gran ciudad…
– ¿Le seguimos? No creo que llegue al final de la esquina. Es un muerto andante,
señor.
– Si tiene fuerzas para andar también las tiene para hablar… – mascullo el alemán
– Mierda, si no hubieran estado las bestias aquí, ahora los muertos seriamos noso-
tros… – Limpiadlo todo, – señaló el cuerpo de los Liptorectos muertos y la sangre a su
alrededor – y dirigíos al jet. No me esperéis. Acabaré el trabajo yo solo...
Era el tercer callejón que cruzaba, el día despertaba impasible a la cacería que
se estaba llevando a cabo. Se había prometido no ver ningún amanecer más en esta
ciudad y por culpa de ese cazador su regreso a casa se estaba retardando demasiado.
Debía matarlo, pero para ello antes debía atraparlo… – Odio estos juegos del gato que
caza al ratón… – respiró hondo y secó el sudor de su frente después de haber puesto
el ladrillo de la pared en su sitio. Quien le iba a decir que estos cazadores tuvieran su
vía de escape…

147
– No ha sido nada personal… – El sonido del disparo aún retumbaba por la calle
cuando acabó de despedirse de la masa manchada y sangrienta que hasta hacia unos
segundos había sido un cazador. Se agachó para registrar al muerto. Desde la lejanía
le había parecido ver como hablaba por móvil con alguien. Debía encontrar el dichoso
aparato y salir corriendo de allí. Tardo unos minutos en darse por vencido. Allí no
había nada salvo un papiro ensangrentado.

“Búscala en la mágica Dublín. In Ingen ó Dáithí”

– Así que sí le dio información…

…El libro negro y la sala del jardín…

Edificio Breachsholas – Catacumbas. Dublín

Los pasos de Lander resonaban sobre el mármol negro que cubría todo el perí-
metro del laberinto subterráneo, donde los secretos de la sociedad convivían con los
pocos restos mortales de los miembros que habían sucumbido al paso del tiempo.
El lugar estaba desértico. Sólo, de vez en cuando, se escuchaban los susurros del
aire que traían una fría brisa que calmaba levemente su mutilada alma. Caminar por
aquellos pasadizos le había traído, antaño, felicidad, esperanza y un sentimiento de
orgullo, pero hoy caminaba por ellos con la esperanza de eliminar esa espina clavada
en su alma. Por eso estaba allí, frente a la puerta dorada y labrada minuciosamente
con un paisaje de praderas y llanuras verdes. Dando la bienvenida, había un escueto
cartel con letras grandes que decía: “ENTRA PARA RAZONAR. SAL PARA LA
INMORTALIDAD”. Hoy más que nunca, necesitaba razonar y centrarse.
Introdujo el sello con el símbolo del Certamen en la pequeña obertura y lo giró
para abrir las puertas. Estas se cerraron solas nada más entrar él. Respiró hondo ahora
sintiendo el aire cargado de la sala, de su magia. Recordó que el último en entrar había
sido Ahren… Ahren, su joven ayudante. Él tenía la culpa de que aquel día estuviera
allí, en aquella sala, necesitado de aclarar sus ideas.
Su alma lo torturaba. Pocas eran las veces en que recordara su pasado, un hecho
que a veces no era agradable y el castigo de Ahren había removido imágenes turbias
y sensaciones que creía olvidadas. Nunca en sus miles de años se había sentido orgu-
lloso de torturar a nadie, si bien a veces fueron necesarias medidas estrictas, pues para
evitar asesinar como castigo debía torturar. Lander fue de los pocos que en aquellos
días donde crecían siendo ya guerreros, donde su infancia era teñida de sangre, es-
trategias y gloria, jamás impusieron la muerte como sanción. Aquel joven e intrépido
general creía en la oportunidad de redimirse de los errores. El Lander actual dejaba
mucho que desear de aquel guerrero. Ahora haría cualquier cosa por obtener La Rea-
dair, aunque hay hábitos que el tiempo no cambia y el hecho de no haber matado a

148
Ahren era la muestra, si bien había tenido motivos para hacerlo.
Con la idea de que no había sido demasiado duro por el error cometido de su
ayudante, Lander se dirigió al centro de la sala, donde descansaba, ajeno al tiempo,
el pedestal de cristal donde se encontraba el libro negro. Hacía cuatro años que lo
había descubierto. Al principio, sólo le inspiró curiosidad, cada día volvía y se aho-
gaba en sus páginas llenas de historias vividas y cada día la mera curiosidad se fue
transformando en una inocente obsesión. Ahora, la inocencia se había esfumado, sólo
quedaba deseo y ambición.
Lander acariciaba, pasando sus dedos, las envejecidas páginas donde estaba gra-
bada la primera búsqueda del Certamen. El inicio de la guerra contra los Quintos
habitantes y las primeras pérdidas. Aquellas páginas, que se sabía de memoria, habían
sido trazadas con sangre escarlata, ahora ya ennegrecida por culpa del tiempo. Podía
imaginarse fácilmente la pluma goteando aquella roja tinta sustraída de los mismísi-
mos dioses inmortales.
Sí. Había habido muchas muertes, pero estas habían ayudado a recopilar infor-
mación. Durante el transcurso de los tiempos se había seguido la pista de La Readair.
Dónde podía estar, quiénes podían custodiarla, qué errores no cometer y qué estra-
tegias podían funcionar. Todo había sido trazado para que él tuviera éxito, porque
después de muchísimos esfuerzos tenía todos los medios para comenzar su historia
y ponerle fin a la leyenda con una gran victoria. Era hora de tener su propio capítulo
en el libro negro.
– He llegado mucho más lejos que ellos. Pronto, muy pronto, serás mía…
– Lo podría haber sido si te hubieras presentado a la cita. – contestó una voz
exótica detrás de él. – Te he hecho llamar – su tono indicaba que no estaba demasiado
contenta – ¿Por qué siempre estás midiendo mi paciencia, Lander?
El griego parpadeó impasible ante aquella voz. Su instinto le había advertido de
que no acudir a la llamada de Diana podría provocar la ira de esta, pero no estaba de
humor para aguantarla y, ahora, necesitaba todo su autocontrol para no matarla – Lle-
gará el día en que mi escalón esté encima de ti y podre derribarte, reina. Pero hasta
que ese día llegue… – ¿Desde cuándo tienes paciencia, Diana? ¿Qué quieres?
La egipcia le respondió con una mueca sardónica – A ti. Pero eso no viene al caso.
Me habían dicho que estabas muerto. Irónico ¿verdad?
– A veces te desearía muerta… – masculló por lo bajo.
– Eso es fácil de solucionar, griego. Estamos en unas catacumbas, tú me deseas y
yo soy muy buena haciéndome la muerta… ¡Oh! No pongas esa cara de asco, no lo
soporto. Me recuerdas a mis criados cuando los hago azotar… – con paso felino se
acercó al libro negro, una sonrisa se dibujó en su cara – Se rumorea en las altas esferas
que buscas un imposible. Debía comprobarlo por mí misma, pero me sorprende verte
aquí, griego. ¿Esto es lo que buscas? ¿Una leyenda teñida en sangre?
– No es asunto tuyo – le respondió con asco e ira. Lander cerró el libro y la urna de
cristal para que su antigua ama no pudiera ensuciarlo con aquellas manos.

149
– Vaya… ¿Tanto me desprecias? Tu tono me hiere más que tus inofensivas pala-
bras.
– Si tuviera tiempo de pensar en ti, seguramente sí, te despreciaría.
– No te creo. Pero tampoco voy a perder el tiempo contigo, Lander. No lo has
preguntado, pero te había hecho llamar para prevenirte… – la egipcia dejo caer sus
palabras a la vez que reculaba sus pasos envuelta en oro y ámbar. Antes de salir por la
puerta maciza susurró al aire, segura de sus palabras – Esta vez el pago será algo más
que un polvo mal hecho, griego.
– ¿Prevenirme? No necesito que la peste me prevenga de la muerte cuando ella
misma mata todo lo que está a su paso. Esta vez no me arrodillaré…
– Sí. Lo harás. Aunque todavía no lo sabes. Tu objetivo no debería ser encontrar
La Readair sino aniquilar aquellos que van detrás de ti. Los cabos sueltos siempre dan
problemas y más cuando ella está de por medio… – Diana se marchó con su orgullo
intacto y sabiendo que su antiguo esclavo no tardaría mucho en arrodillarse ante ella
pidiendo la información que hoy había rechazado. La reina egipcia sabía muy bien
lo que se le venía encima al griego, y no lo sentía. Era hora de que alguien le hiciera
bajar del cielo.

… Días pasados…

Dublín. Irlanda – Primera quincena de junio.

– ¡Mierda! – maldije otra vez. Estaba claro que, por mucho que lo intentara, mis
Rayos saldrían demasiado fuertes e incontrolables. Era frustrante. Nunca había tenido
problemas a la hora de domar mi energía, pero estos días había cometido errores de
Oscura principiante. No me podía permitir que eso siguiera pasando.
Parecía que habían pasado años desde aquella tarde en la que encontré a Cara en
el alféizar de mi ventana, pero sólo hacía tres míseros días, y a cual peor. Por suerte,
Cara regreso a la vida pocas horas después de aquel monólogo tan poco común en mí.
Ella me ayudó a poner a Luck en orden, pues este todavía seguía tocado debido a la
pelea con la Valquiria. A decir verdad, no había día en que no discutieran. ¿Qué había
hecho yo para merecer tan desagradable compañía? Nadie me respondió en su día, y
dudo que nadie sea capaz de responderme ahora. La cuestión era que aquellos dos me
provocaban náuseas y alteraban mi subconsciente, el cual decidió seguir con las pe-
sadillas. En mi vida, jamás había pasado noches tan nefastas como las dos anteriores.
Ni siquiera en mi juventud, cuando temía que aquella puerta se abriera y dejara paso
al malnacido de mi padre, había sufrido tanto como ahora. La mente es compleja, es
curioso como los recuerdos pueden hacerse tan vívidos en sueños, como puede tu
subconsciente unir todo lo malo en un cóctel que destroza cada parte de racionalidad
que pueda quedar en ti.
Por las noches, no sólo soñaba con los recuerdos de niña, ahora se habían sumado

150
los de los funerales de mis padres. Me levantaba sintiendo cada gota de agua caída
en aquel cementerio de lapidas grisáceas. La imagen de Bruce aparecía ante mí pi-
diendo venganza, recreaba la llamada una y otra vez mientras los llantos de mi madre
se escuchaban de fondo y un paraguas negro con puntilla blanca flotaba en el aire…
No quiero sonar melodramática, ni tampoco ponerme en el papel de víctima que se
recrea en todo lo malo que le ha tocado vivir o de la típica persona que siempre está
mal. Yo estaba bien. Bueno, había estado bien. Mis días pasados habían sido buenos
y los que no parecían tan buenos, desaparecían tras unos cuantos tragos de alcohol.
Pero ahora no eran días normales, eran días de caza y de venganza. Días en los que el
alcohol desaparecía del estante sin yo haber probado ni un trago, de ahí que mi energía
fluyera loca por mis manos, de que mis Rayos salieran de mí sin ser controlados y de
que mi cuerpo sufriera el retroceso al ser lanzados, cuando jamás me había pasado.
Era energía indomable. Los aparatos eléctricos de la casa a veces funcionaban, a veces
no, incluso podían ser complicados adversarios cuando se volvían locos debido a una
sobrecarga de energía.
Mi poder estaba mal porque yo lo estaba debido a que: 1) El alcohol desaparecía,
y eso que compraba e incluso lo escondía para aliviar los efectos secundarios de las
pesadillas. Pero lo único que encontraba era la botella vacía… 2) Comenzaba a sentir
algo por los engendros de aquella casa, lo que era muy malo para mí. Me recordaba
que no era de las que se preocupaban por los demás. Cada uno es mayorcito para cui-
darse solo, y yo no debía meter mis narices en la vida de los demás. Pero ahí estaba
yo. ¡Haciendo la compra para que comieran! ¡Patrullando en compañía! Que bajo
había caído… 3) Habíamos sufrido tres ataques consecutivos mientras buscábamos
a los Hijos. Sí, ahora ya sabíamos lo que debíamos buscar gracias al medallón y a la
información que nos dio el anticuario que YO busqué. Y por último: 4) los ataques
habían sido producidos por unas bestias raras las cuales no sabíamos de donde habían
salido, si tenían algo que ver con los Hijos o con el alemán, y mucho menos sabíamos
cómo ponernos de acuerdo a la hora de matarlas. Eso de “Hago diana y rezo para que
acierte” no funcionaba. Eran rápidos… Uno de ellos incluso volaba… ¿Desde cuándo
había que darle a objetivos móviles? ¿Desde cuándo tenía yo que esquivar los Rayos
de Luck?
Suspiré cansada, mi mano cosquilleaba por la energía, el sol se estaba poniendo
dejando paso a la noche lluviosa. Mi cuerpo ya estaba acostumbrado a la fina lluvia,
fría y tranquila. Faltaban diez minutos para las nueve de la noche. Había quedado
con Cara, pero antes de poder ir a casa y seguir con la investigación, debía sentirme
capacitada para un combate en el cual pudiera domarme a mí misma. Así que debía
pasar al siguiente nivel.
Me agaché, cogí la jaula de hierro donde dormitaban unos pequeños pájaros, los
cuales no me habían costado más que un par de euros. Eran pajarillos comunes, pero
volaban rápido, que era lo importante. Moví la jaula para espabilarlos y dejé que un
par de ellos escaparan. Aunque con la lluvia era complicado seguirles, podía ver como

151
volaban por el gran descampado, no perdí el tiempo, recargué mi mano de energía de-
jándola fluir, cerrando los ojos durante unas milésimas de segundo para concentrarme.

De mi mano salió un proyectil21 el cual fue fijado al pajarillo con la mota roja.
El disco energético perseguía al pajarillo, este intentaba esquivarlo pero el proyec-
til, como esperaba, no se iba a separar de él hasta que diera con su objetivo, eso sino se
disolvía antes. Algo que había pasado las últimas diez veces. Once mejor dicho, pues
el misil energético se esfumó, dejando libre al ave, la cual se perdió entre los árboles
que daban paso al bosque.
– Esta vez acertaré – me prometí a mí misma. Volví a repetir lo mismo, sin em-
bargo, esta vez sólo dejé que uno de los pájaros escapara de la jaula, únicamente me
quedaban dos y había que aprovecharlos.
El pájaro cantaba feliz al estar libre al fin, pobre, no esperaba lo que le venía…
Dejé que el proyectil apareciera y fuera detrás del objetivo volador. Me concentré
y domé la energía, haciéndola constante. Lo que mis ojos veían era un baile entre per-
seguido y perseguidor. El pajarillo intentaba en vano escaparse del disco brillante que
iba a por él. El anillo de luz copiaba cada maniobra del pájaro, hasta que en el centro
del solar se escuchó una leve explosión, un grito de alarma y el sonido de una masa
negra chocar contra el suelo mojado.
– ¿PERO SE PUEDE SABER QUE ESTÁS HACIENDO? ¿DESDE CUÁNDO
ERES TAN MACABRA?
– Teniendo en cuenta que maté a mis padres… Creo que desde siempre… – le
repliqué mentalmente. Ya no me sorprendía ver a Cara cuando menos lo esperaba.
La Valquiria siempre sabía dónde me encontraba… Debía preguntarle si esa facultad
venía en los genes de las hijas de Odín.
– ¿CÓMO SE SUPONE QUE VOY A JUZGAR A ALGUIEN QUE MATA A
POBRES ANIMALES INOFENSIVOS? ¡¡Se supone que eres una Shadow Hunter!!
– Si quieres, la próxima vez haces tú de objetivo móvil. – repliqué con una sonrisa
imborrable en mis labios. Había conseguido el objetivo del día. La próxima vez que
viera aquella bestia voladora, la iba a matar. ¿Es malo sentirse feliz al pensar en una
muerte? Si la muerte es de una cosa amorfa, medio humana medio águila, que ya te
ha marcado previamente, no. No es nada malo. – Y te recuerdo que se supone que soy
una oscura. Aquellos magos tan poderosos, que se jactan de su magia – le contesté.
Los ojos de la Valquiria llamearon como fuego líquido – Se supone que los Oscu-
ros son seres pacientes, de gran calma y silenciosos.

21 Proyectil energético: Versión más avanzada del Rayo, el mago lanza un pequeño
disco luminoso que persigue a un objetivo señalado por él. El disco le seguirá hasta alcan-
zarle, esquivando cualquier otro objeto o persona que se cruce en su camino. El proyectil
no puede ser esquivado o detenido, ya que “busca” cualquier grieta o apertura que pueda
haber en los objetos y entra por ella sin causar daño alguno.

152
– Yo soy silenciosa y una persona muy paciente. O lo era hasta que llegaste tú – y
el Midleton desapareció… ¿Quién de ellos se lo beberá? Será que todos los Oscuros
somos aficionados a las bebidas alcohólicas… Debería preguntarle a Luck, o tal vez
es ella… – Y te recuerdo de paso que somos aficionados al estudio y a la ganancia
de sabiduría – le dije recitando las palabras que había leído sobre mi raza cuando era
joven junto a Bruce.
– ¿Ah, sí? Y dime, ¿Qué estudiabas? ¿Lo fácil que es freír a un pobre pájaro? –
cuanta ira y desprecio había en aquella voz.
– No. Estudiaba como matar al pajarraco que me desgarró la espalda – para ira,
la mía… – Esta vez no saldrá volando como si nada… – susurré segura de que esta
vez sí: le mataría.
– ¿Y tenías que usar pajarillos? – Cara cogió la jaula donde el pobre superviviente
piulaba, agradecido de su suerte.
La discusión había terminado. Por ahora…

Parte II

…Peones…

10 de junio.
Querido Luck:
Primero, me alegra saber que estás bien y no has sufrido daño alguno. Me sor-
prendió que decidieras ir con ellas y espero que no lo hayas hecho por venganza. Te
recuerdo que la venganza no te traerá la paz ni tampoco a Bruce. Dicho esto, vayamos
al asunto.
Respecto a las bestias con las que os habéis topado, y tomando la descripción que
me hiciste de ellas, diría con seguridad que se trata de Liptorectos. Esta “raza” fue
un experimento fallido de una sociedad llamada “Los buscadores de la Verdad Per-
fecta” Estos buscaban combinar el ADN de los humanos con el de algunos animales
con la esperanza de crear un humano superior, que tuviera las mejores cualidades de
ciertos especímenes animales y la inteligencia humana. Como habéis podido compro-
bar, el experimento no salió demasiado bien… Por lo que sé, o al menos por lo que
consta escrito, estas monstruosidades, durante muchas décadas, cavaron túneles por
toda Europa con el fin de desplazarse rápidamente sin ser cazadas por nosotros. Han
intentado durante mucho tiempo, y a través de guerras, obtener su lugar en el mundo.
Actualmente no se sabe nada de ellas. No me consta en ningún registro que alguno de
los residentes haya topado con ellos.
Dicho esto, os debo prevenir. Al menos a ti, pues dudo que Helen acepte tal conse-
jo (De nuevo he de pedirte que tengas cuidado con ella, es inestable, insensible y a mi

153
punto de vista, una asesina incapaz de controlarse) Esas bestias no son tan listas como
para ir por su cuenta, atacaros y perseguiros sin previo aviso a no ser que vosotros os
hayáis metido en su nido.
Respecto a los “Ingen ó Dáithí” poco te puedo contar, pues nunca había escuchado
de ellos. No obstante, apostaría que no tienen nada que ver con los Liptorectos. Esas
bestias no cazan druidas, y los druidas a su vez dudo que cacen monstruos.
No puedo serte de más ayuda salvo, como ves, darte los pocos objetos personales
que encontramos cuando recogimos el cadáver de Bruce. En la caja encontraras el mó-
vil, no funciona pues acabó en el fondo de un charco, pero pensé que podrías sentirte
mejor teniéndolo. También hallaras un retal de ropa con las iniciales “SS”. No es de
Bruce. Puede ser una pista.
Ten cuidado y regresa vivo a casa.
David.

PD: Helen, alguien me dio un mensaje para ti: “El tiempo se agota y todavía no
has aprendido de aquel que te intento enseñar”

…Turistas…

– Si aquí no encontramos lo que queremos, nos vamos a casa – ordenó la Val-


quiria, a quien se veía exhausta y algo irritada. Comenzaba a ser habitual, para mi
sorpresa.
– Al menos no soy la única que odia las visitas turísticas en busca de monolitos
grabados.
– Nunca pensé que se pudieran compaginar las cacerías con las guías turísticas
– Luck sí que estaba contento – La ruta que nos dio el anticuario debe ser bastante
conocida ¡¡No veas la gente que hay!! Echaba de menos a la gente…
– ¿Estás seguro de que eres un Oscuro y no un Alien mutado?
“¿Estás segura de que no eres una psicópata?” me respondió con una mirada que
intentaba ser terrorífica. Me dio pena.
“Lo soy” le conteste yo dejando ver la advertencia en mis ojos encendidos. Se
podía ver claramente que estaba irritada y cansada de esta inútil excursión por las
montañas y valles de Dublín.
Si lo hubiera sabido antes, habría matado a Marc, el amigo del anticuario y vi-
sionario del símbolo en dichas ruinas, antes de que nos diera la ruta a seguir. Aunque
estaba convencida de que lo había hecho con buenas intenciones, Marc nos había
obligado a recalcar sus pasos por todas las ruinas irlandesas aun pudiéndonos dar
todos los datos que necesitábamos, pues él sabía perfectamente quienes eran aquellos
monjes y sabía también de su historia, pero se negó en rotundo a contárnosla. <<De-
béis conocer su historia para poder conocerles a ellos >> Me dijo con ímpetu cuando
le pregunte.

154
Así que allí estábamos, tres tontos pelados de frío buscando un símbolo que no era
exacto al que Luck había visto, rodeados de pesados turistas cámara en mano, con sus
niños riendo y corriendo como Pedro por su casa y con esos incómodos puestecitos
de comida y regalos… ¿Desde cuándo había puestos ambulantes de regalos entre las
ruinas? ¡¡Por el amor de Dios!! Aquello era insufrible… Por suerte se había hecho de
noche, los turistas cansados se habían retirado a sus hoteles más cercanos y ahora nos
encontrábamos solos – ¡¡Por fin!!– en una pradera de verde negro, iluminados con la
luz de la luna menguante y las tres linternas que llevábamos.
Ante nosotros, tres monolitos alargados haciendo un semicírculo y rodeados por
hombres armados.
– Éramos pocos y parió la abuela – susurré enrabiada. – Apagad las linternas y
escondámonos.
– ¿Dónde?
– Buena pregunta, joder… – miré en busca de algo que fuera lo suficientemente
grande para ocultarnos. A la izquierda y por arte de magia habían aparecido unos
pequeños arbustos a los pies de un árbol. Señalé a mis compañeros el escondite y a
oscuras nos movimos hacia allí. El ruido de las hojas al hacernos hueco no molestó a
los hombres que franqueaban las ruinas.
– ¿Qué probabilidad hay de encontrar tíos armados en plena noche flanqueando
trozos de piedra?
Sé lo que quería decir Cara. Habíamos dado con lo que buscábamos y queriendo
algo más de emoción a una noche aburrida, me acerqué un poco más a las estatuas
armadas intentando ver algún detalle que los identificara como enemigos pues no
quería hacer caso a mi instinto, el cual me gritaba: Mátalos antes de que os maten. La
expedición duró tan sólo unos segundos, la luna les daba de lleno.
– Pueden ser policías, – cuchicheaba Luck – las casualidades también existen,
Cara.
– ¿Me he perdido algo?
– La primera regla que nos graban en la mente es que la casualidad, en las luchas,
no existe. Puede haber buena suerte o mala, pero en esta vida nada pasa por casuali-
dad… – Cara sonaba amargada, como si supiera bien de lo que hablaba. Eso me hizo
preguntarme la edad que tenía, cuantas luchas había batallado en nombre de Odín, y
sobre todo ¿Cómo coño había llegado hasta aquí?
– La vida es toda casualidad. Cara, no tienen pintas de asesinos... es más, si lo
fueran ya nos habrían matado…
Me quedé mirando unos segundos a Luck. A veces me daba pena. ¿Tanto le cos-
taba entender que las cosas no iban así? ¿No había visto suficiente del mundo para
darse cuenta de que todo estaba corrompido? Mirándolo, entendí porque había salido
tan mal la caza de Manchester. Todavía me sorprendía de que no hubiesen muerto los
dos, pero a la vez me dolía pensar que Bruce hubiese caído en esos mismos errores.
Recordaba de él a un verdadero compañero, listo, con una mente abierta y rápida.

155
¿Cuándo había cambiado? ¿Era culpa de David? La verdad es que no me costaba
culpar a ese como causante de la enajenación mental de Luck y ya puestos, de todos
los demás. Viendo al Oscuro, lento de mente y tan confiado de que su Gran David o
de sus increíbles compañeros de armas que siempre estarían allí para socorrerle, me di
cuenta de que eso había matado a Bruce. La sobre confianza en el respaldo que tenía
detrás. Y eso mismo es lo que mataría a Luck.
Las voces de los mercenarios interrumpieron mi monólogo interno. Me estaban
diciendo que esto era territorio peligroso, y que si no jugábamos bien nuestra próxima
jugada acabaríamos en una caja de madera o, en mi caso, en un precioso cuerpecito de
bebé con olor a polvos de talco. Dios, qué final más triste…
– Supongo… – comencé con un tono bastante irónico debido a mi estado anímico
– Supongo que si descartamos el hecho de que son de mediana edad, rubios, altos, con
Ak– 47 como compañía y con las siglas URSS gravadas en las chaquetas, sí. Podrían
ser militares irlandeses que patrullan por el bien común. – ahora ya sabemos de dónde
sacó Bruce el retal con las siglas SS – Es tranquilizador descubrir por fin a uno de los
causantes de la muerte de un amigo, aunque jode – dije respirando hondo.
– Buena vista Helen. No sabía que entendías de metralletas – el humor de Cara
cambio por completo, ahora parecía hasta contenta.
– Fusiles – le rebatí. Siempre me ha gustado la historia, enfrascarme en un libro
donde las pesadillas y los recuerdos no me atormenten.
– ¿Y ahora qué hacemos? ¿Les atacamos?
Buena pregunta, pensé. No habían desaparecido, aún, las ganas de venganza, aun-
que la Valquiria me dijera que tal sentimiento no me va a llevar a buen puerto, pero yo
no le hacía caso. En aquellos días la venganza alimentaba mi energía.
– Helen – habló ahora Cara – ¿Qué hacemos?
– ¿Desde cuándo decido yo? – los fulminé con la mirada, sentía la energía exi-
giendo salir, exigiendo matar. Estaba claro lo que mi cuerpo quería y lo que mi sub-
consciente pedía. – Decido por mí, no por vosotros – No soy la mano que mueve las
fichas. Nunca lo he sido y no lo seré. No va conmigo. Yo juego con una sola ficha: la
mía.
Lo gracioso era que aquella noche lo iba hacer. Me convertí en esa mano invisible
que movía su torre y su alfil con la única idea de liquidar a los ocho peones arma-
dos y lo que venía por detrás. Más tarde me di cuenta que aquel día se me otorgo la
etiqueta de líder.
– Parecen esperar a alguien y… – pensé en voz alta y tirando de la lógica. Ahora,
que cada cual eligiera lo que quisiera hacer —… expectantes y no parecen buscar
nada, lo cual los aparta de nuestro objetivo. No veo necesidad de atacarles y – Un
Shadow Hunter debe tener una mente fría… – no nos ayudaría una pelea – ¿Aquella
que hablaba era yo?
– Entonces, decidido. Observaremos y esperaremos a que se vayan para comenzar
la expedición – Cara sonreía complacida, sus ojos brillaban de puro placer. Cada mi-

156
nuto que pasaba con ella, la alarma de mi cerebro se encendía. No era normal. Había
demasiadas cosas de la Valquiria que no me cuadraban, que me hacían desconfiar.
Ciertamente, era la primera hija de Odín con la que me topaba, pero estaba conven-
cida de que no era agua clara – Y si todas son así, creare la organización “No a las
Valquirias. Sí a una mente sana”
– Viene alguien…
Luck tenía razón, en pocos segundos la luz de un potente foco iluminó todo el re-
cinto, exponiéndonos a todos. Debíamos aguantar como fuera escondidos, podíamos
salir de ahí 1) ilesos 2) con información extra o 3) saciados de venganza. Aunque la
tercera opción llevaba a la 4) algún herido.
– Mikhail – llamó el recién llegado.
– ¿Sí, señor? – Se hizo una pausa tensa – ¿Por qué los ha traído?
Una risa leve y un gruñido gutural fueron la respuesta.
– Hay Liptorectos con ellos. Ahora sí que descartamos la posibilidad de que sean
militares irlandeses disfrazados de agentes de la URSS, ¿No? – Cara se adelantó un
poco dejando ver sus ojos ámbar, llenos de fuego – Van cuatro bestias. Por Odín
¿Cuántas cosas de esas hay? Si hemos matado…
– Tres. Sólo tres. ¿Cuántas hemos visto? El doble como mínimo… – espero que
la bestia voladora este aquí. Esta vez no se me escapará.

…Bailes a la luz de la luna menguante…

Apenas me fijé en el humano que se había parado, este no parecía una gran ame-
naza, lo que me preocupaba era el pequeño ejército que había traído consigo. Estudié a
lo que nos enfrentábamos. Cara tenía razón, había cuatro aunque me costó identificar
a la cuarta, pues esta parecía invisible ante la noche, la delataban sus ojos azulados
y los poderosos colmillos blancos. Las otras tres eran bien visibles. Estudié primero
a las dos idénticas, estas eran bajitas pero corpulentas, parecía como si el científico
loco hubiera cogido a diez luchadores de pressing catch y los hubiera concentrado en
un recipiente de un metro y medio. Sus pieles verdes cubiertas de escamas grisáceas,
sus ojos pequeños pero observadores, la forma alargada de su morro y, sobre él, los
pequeños agujeritos de la nariz, los diminutos dientes dentados, su grandísima y po-
derosa cola que arrastraban y las patitas y bracitos cortos en contraste, los definían
de alguna manera como grandes caimanes. Imponían. Me apunté mentalmente que
era mejor hacer un ataque a distancia sobre ellos. Si aquellas colas tocaban a alguno
de nosotros, acabaríamos con algo más que un par de huesos rotos. Sólo me quedaba
un Liptorecto por estudiar y no me costó identificarla, pues ya nos habíamos topado
con ella antes. La primera vez fue sorprendente descubrir que entre esas bestias había
diferencias de sexo. Era la primera hembra que veíamos, que nosotros supiéramos.
Una jaguar rápida que había tapado cada posible vía de escape con su cuerpo moteado
y sus garras afiladas, lo que provocó nuestra desesperación.

157
– Sé que tiene que haber más – susurré después de acabar el examen visual – aun-
que no los veamos… – seguí susurrando – Me siento observada – Me cabrea sentirme
presa.
– Yo espero que únicamente estén estos – razón no le faltaba a Luck.
– ¿A cuántos daríamos por cabeza?
Sonreí a la Valquiria, a la guerrera que me incitaba a la lucha – Mejor que no nos
toque ninguno. – Habló mi parte lógica – Pero yo me pido a los humanos – bromeé
para mi sorpresa. – ¿Veis como no me hacía bien estar con ellos?
– Cobarde – fue lo único que dijo Cara, con un tono divertido.
– Cobarde no, práctica – hice una pausa para apagar el humor, centrarme y asumir
que me tocaba decidir por todos – Si por algún caso nos vemos obligados a pelear con
los mastodontes de la cola larga, ni acercarse. Mirad como sus colas golpean el sue-
lo… – el seco sonido ya me echaba para atrás – Mejor alejarnos de esas extensiones.
A la moteada – continué – ya la tenemos vista. Era rápida y no nos dejó escapar la
última vez, así que las vías de escape estarán cortadas mientras siga viva y la última…
La última es casi indetectable y se aprovechará de eso. Yo lo haría.
– Es lo más sensato y como estrategia es buena – Cara parecía orgullosa al de-
cirlo – La jaguar hará como la otra vez, correrá en círculos sobre nosotros acortando
nuestro espacio y haciéndonos mover hacia sus compañeros. En el parque la dejamos
para lo último porque no parecía agresiva y nos salió muy caro. Esta vez será la pri-
mera en caer.
– Los humanos nos atacarán también. No hay que dejarles de lado.
– Ya he pensado algo… – estaba a punto de explicarles el qué, pero cada célula
oscura me previno de no hacerlo. No estábamos solos, alguien o algo nos podía escu-
char, y ahora era vital escucharles a ellos pues habían comenzado a hablar. Hice una
señal para que Luck y Cara, me negaba a llamarles compañeros, prestaran atención.
– Aquí no hay ninguna entrada, señor – decía exasperado el mercenario de pelo
corto que parecía mascar tabaco.
– En el mapa salen estos monolitos. Tiene que estar aquí.
La sangre se me heló al escuchar aquella voz. En mi mente se proyectaron imá-
genes y sonidos. Bruce, la llamada de teléfono, el funeral, la figura del muchacho
camuflado entre un grupo de Shadow Hunters, su acento alemán...
– HIJO DE PUTA – me intenté levantar para lanzarle el Rayo que ya comenzaba
a formarse en mi mano cuando noté como la Valquiria me aplacaba.
– No lo hagáis – dijo mirando a Luck, que parecía a punto de transformarse en
La masa22
– Calmaos o nos matarán.
Era fácil decirlo, pero demasiado complicado de cumplir, apenas tenía ya au-
tocontrol. Ante mis ojos estaba el asesino de mi amigo ¿Cómo calmarse ante eso?

22 Hace referencia a Hulk llamado también “La masa” en algunos cómics españoles.

158
¿Cómo controlar las ganas de venganza? Prometí que me vengaría, y cuando tenía la
oportunidad de hacerlo me pedían calma – La paciencia consigue más que la fuerza
– recordé un viejo consejo que me solían decir. Era hora de tener paciencia. Era hora
de calmarse y Cara lo notó, pues me soltó.
– Hay una inscripción y está en gaélico – seguían discutiendo aquellos asesinos.
– Hazle una fotografía para que la puedan traducir – dijo el joven exagerando su
acento alemán – El trabajo ya está hecho aquí si los sensores no han encontrado nada.
Silencio incomodo el que ahora quedaba. Los dos hombres se miraban, parecían
decirse algo, tramar algo, pero mis sentidos no captaban ningún ruido, ningún susurro.
La sonrisa pícara del alemán fue dirigida hacia donde nosotros estábamos, una masa
pesada calló detrás nuestro, unas uñas afiladas rasgaron el cuello de Luck y un grito
de guerra, iniciaron la batalla.
Luck sangraba en abundancia por la herida en la yugular, la bestia que había caído
del árbol que teníamos al lado nos obligó a ir hacia el centro. Habían jugado con el
factor sorpresa.
– Ya sabían que estábamos aquí – dije con rabia.
– Sí – respondió el alemán – Esperaba una emboscada, la verdad. Que decep-
ción…
Su tono fue demasiado chulesco y no le hice caso, o al menos no me provocó
tanto como para despreocuparme por la bestia que tenía enfrente, la cual nos ganaba
terreno poco a poco. Cara ya había sacado sus Sais23 y se grababa en la frente, como
ya había hecho en las otras confrontaciones, la Runa de la ira24. Luck rápidamente
se puso un Escudo25 para evitar más zarpazos de la bestia peluda. Yo dejé escapar un
potente Rayo, que aunque esquivó con rapidez, le llegó a rozar y provocó que frenara.
Por unos segundos habíamos detenido el avance hacia el centro, donde nos apuntaban
ocho fusiles cargados. Era inevitable que acabáramos allí, así que hice lo más lógico.
– Cara, intenta frenar a esta, Luck ¡Escudo!
– Y yo Cárcel26…

23 El Sai es un arma de origen Okinawense y se puede utilizar como arma defensiva o de


ataque; se pueden bloquear golpes y atacar de forma punzante usando la aguda punta central o
golpeando de forma contundente con la parte lateral de la punta central o con la empuñadura.
También pueden usarse como arma arrojadiza, teniendo un radio de acción mortal de alrededor
de 5 metros.
24 Esta runa es la preferida de las Valquirias. Con ella la Valquiria entra en un estado de
furia en el que no siente dolor. Se la graban en su propia frente.
25 Es un escudo de energía, propio de los Oscuros. Este escudo rodea al mago por completo
proporcionándole un blindaje mágico.
26 Cárcel de energía: Este hechizo es una versión ampliada de la Bolsa de Energía. Alrededor
de una persona señalada por el mago (con lo cual tiene que verla), se forma una burbuja translúci-
da, ligeramente brillante, de la que la víctima no puede salir a no ser que la destruyan.

159
Cara asintió, y rápidamente comenzó su pelea individual. Con movimientos ex-
pertos, asestaba puñaladas al cuerpo del leopardo, que con rugidos y dientes se de-
fendía.
– ¡¡Johien!! – pronunció la bestia con una voz aguda.
En respuesta a la llamada, algo invisible con ojos azulados comenzó a atacar a
Cara. Luck, después de salvaguardarme con el escudo, se giró y comenzó la lluvia
de Rayos. Había dos frentes abiertos, debía dejar de observar como mis compañeros
peleaban para centrarme en mi lucha.
Caminé lentamente hacia los monolitos. Allí, nueve personas y tres bestias me
miraban con ganas de sangre. Mi mente trabajaba a destajo. Sabía que tenía que
encarcelar a uno de los dos grupos, pero ¿Cuál? Si encarcelaba a los mercenarios,
estos no podrían escaparse pero sí dispararme. Si encarcelaba al alemán y a las otras
bestias, estas no podrían atacar por ahora y tampoco se escaparían… Sin pensarlo,
acumulé energía en mis manos y pronto noté como por mi cuerpo fluía esa energía
como sangre hirviendo. Puse mis ojos sobre los del joven, las bestias olieron algo
pues las masas escamosas lo flanquearon, escudándole, los mercenarios en respuesta
al comportamiento de las bestias dispararon sin contemplaciones. Antes de que el
escudo hiciera rebotar las balas que me disparaban ya se había formado una burbuja
translúcida y brillante que encarcelaban al humano y a las tres bestias.
– ¿Qué coño…? – gritó este enfurecido.
– Así no te escaparás.
Dando rienda suelta a mi ira y acallando la parte de mí que hasta ahora me había
regido, comencé a absorber toda la energía27 del ambiente mientras los mercenarios,
sorprendidos, intentaban disparar a la vez que pensar. Pobres, no podían hacer dos
cosas a la vez. Cuando sentí que mi cuerpo no podía acaparar más electricidad, la deje
soltar en forma de Rayos que fulminaron a los mercenarios. Sentí como si, por unos
segundos, todo el sufrimiento, la agonía, la cólera y el malestar de esos días se fueran
de mí dejándome limpia y en paz, aunque para ello hubiera ocho cadáveres a los pies
de las frías rocas.
– ¡Helen! ¿Estás bien? – Cara se acercaba a mí con rapidez. Me cogió de los bra-
zos y examinó mi cuerpo, no me di cuenta de que sangraba y del dolor punzante en mi
torso y en mi brazo. El Escudo de Luck había durado poco.
– Estoy mejor que ellos. Tú también sangras… – Hemos pillado todos pero se-
guimos vivos, pensé mientras le veía la cara. No había escuchado mis palabras, su
cara lo decía todo, me iba a caer una de las más grandes broncas de mi vida, y no me
equivoque…
– ¿Cómo se te ocurre hacer de diana? ¡Sin protección! No puedes ir por la vida

27 Hace referencia al hechizo Absorber Energía. Con este hechizo se absorbe la energía de
cualquier tipo almacenándola en su cuerpo y con esta, bien la puede transformar en otras o, en el
caso de Helen, utilizarla para lanzar los Rayos con más fuerza de la habitual.

160
como una Kamikaze…
– Iba protegida – le recordé – No obstante, sin escudo lo hubiera hecho igual…
Puede que sí tenga complejo de Kamikaze…
– Me alegra volveros a ver juntas – la voz del alemán nos dejó mudos a todos
– Cuando os vi en el funeral supe, de alguna manera, que me daríais problemas y
miraos, aquí estáis – rio con ironía – Helen ¿Verdad? – Dijo mirándome – ¡Oh! Para
olvidarse de esos ojos, la furia de la tormenta eléctrica y el dolor del mar por no olvi-
dar tus amables palabras… Creo que jamás he ido a un funeral tan divertido como ese.
– ¿Quién eres?
– Me llamo Ahren, y soy sólo un pobre mandado… – contestó con una sonrisa
socarrona.
Noté como la Valquiria se acercaba a mí y me susurraba – ¿Qué hacemos? Luck
pierde mucha sangre. A este podría grabarle la runa de la verdad28, pero para ello de-
berías deshacer la Cárcel Energética, y en cuanto lo hagas nos atacarán.
– Lo sé… No quiero respuestas, Cara. Cura a Luck mientras yo los mantengo
encerrados todo lo que pueda. Están intentando deshacer la cárcel… – y era cierto,
los bicharracos escamosos chocaban contra la bolsa translúcida con fuerza y la hacían
cada vez más fina —Cúrate también y prepárate…
Intentaba en vano fortalecer la cárcel energética, pero las colas largas de aquellos
engendros golpeaban la bolsa y la rompían cada vez más rápido. El humano reía sa-
tisfecho mientras Cara y Luck se recuperaban. Aunque yo sangraba y el dolor de las
dos balas incrustadas en mi carne se hacía cada vez más agudo, me negaba a bajar la
guardia y curarme.
– ¿Ya sabéis lo que vais hacer? Podríais haber escapado cuando pudisteis.
Los cuatro cuerpos avanzaban hacia nosotros, las moles con cola golpeaban el
suelo a su marcha, dejando un hueco a su paso. Tuve una visión de mis costillas hun-
didas. El felino que les acompañaba reía imitando el sonido de una hiena.
– Yo me quedo con el felino. No matéis al humano. Vosotros, ataque a distancia
contra esos…
Luck y yo asentimos ante las palabras de Cara, y comenzó el segundo acto.
Cara lanzó el tercer Sai, que llevaba escondido en la espalda, al felino. Su puntería
fue excelente, pues se la clavó en el costado, la bestia rugió y fue hacia la Valquiria.
Como había planeado, Luck y yo nos quedamos a solas con los dos caimanes y Ahren.
– Os va costar mucho llegar hasta mí – dijo este con chulería
– ¡Eso ya lo veremos!
Luck lanzó el primer Rayo, esta vez le salió potente, brillante y chocó de lleno
contra una de las moles, que ni se inmutó. No le había hecho absolutamente nada…
– Tienen una coraza resistente a todo – decía el humano.

28 Hace referencia a una runa de las Valquirias. Una persona a la cual le graban dicha
runa dirá toda la verdad a lo que le pregunte.

161
– No me jodas… – dije probando ahora yo. Efectivamente, al segundo Liptorecto
no le afectó el ataque lanzado pues sonreía con sus dientes desgarradores en un intento
de mueca divertida.
– ¡Atacadles! – Ahren les ordenó con los ojos sedientos de ver una lucha sangrien-
ta y victoriosa.
– ¡Ya hago yo el escudo! – grité a Luck con un poco de retintín en mi voz.
Si bien tuve que hacerlo en dos veces, nuestros cuerpos fueron cubiertos por un
escudo transparente que nos rodeó el cuerpo entero justo a tiempo. Una cola de dos
metros de largo se estrelló contra mis costillas, el Escudo se esfumó en la nada y
la carne chocó contra mí. Maldije por el dolor y por ser consciente de que, aunque
había hecho el Escudo con toda la energía que me quedaba, no había sido suficiente.
Los gritos prosiguieron tras mi caída y mi choque contra la roca fría. Luck esquivó
el ataque y la Valquiria consiguió decapitar al felino. Esta ya iba directa al humano,
que ahora había quedado desprotegido. Todo pasó rápidamente. De la nada cayó en
picado una bestia alada que derrumbó a Cara, desde otro frente la masa leoparda, que
hasta ahora había estado muerta, resurgió con dientes y uñas y escudó al alemán de
los Rayos que Luck lanzaba.
– Escapar. Ahora – habló de nuevo la bestia.
Ahren asintió a desgana y, después de despedirse de nosotros, salió corriendo
pradera abajo protegido por un leopardo que ahora corría a cuatro patas. La forma
humana con alas se postró ante nosotros en medio de los dos caimanes, barriéndonos
el paso.
– Es hora de ver si el entrenamiento da buenos frutos – dije cogiendo aire a la vez
que aspiraba toda la carga del lugar.
De nuevo, mi cuerpo se llenaba de energía, de poder. Es una sensación extraordi-
naria que puede llegar a ser adictiva. Tu cuerpo se convierte en una pila de mil vatios
que absorbe el centro de todo. Sientes la fuerza del mundo correr por cada termina-
ción nerviosa, notas como chispea tu carne, la excitación, la tonta idea de que tú y la
energía sois uno, inmortales de poder. Siempre he evitado, todavía lo sigo haciendo,
cubrir mi cuerpo y mi alma de este poder, de la adicción y de los recuerdos que traen
consigo, pero aquel día en concreto todo era diferente, tenía sed de venganza. Sobre
todo tenía la esperanza de que, una vez descargara toda la energía contra la bestia ala-
da, mi cuerpo quedara de nuevo liberado de ese veneno que corría por dentro debido
al dolor que tantos años he guardado y no he expirado. Quería sentirme como hacía
unos minutos: en paz.
La bestia saludó simulando el estandarte del César29 por unos segundos. Rápida-
mente emprendió el vuelo dejando a sus compañeros en tierra.
– ¡Nosotros nos encargamos de estos! – la guerrera de Odín ya comenzaba a

29 El estandarte del César era un águila imperial con la cabeza ladeada y las alas exten-
didas.

162
esquivar a su adversario y a clavarle los Sais con fuerza, aunque en vano. Aquella
piel acorazada era imposible de atravesar, una de las armas se partió al chocar contra
el pectoral de monstruo, lo iban a tener difícil pero aquel no era mi combate. Yo me
centré en el pájaro de dos metros de largo que caía en picado asestando zarpazos a
quien no lo esquivara. Me preparé.
El primer proyectil salió de mi mano, tímido, ante la negrura del lugar. Bailó en mi
mano unos segundos hasta que fue asignado su objetivo y fue a por él. El segundo pro-
yectil se convirtió en un disco brillante e impaciente que corrió directamente hacia el
Liptorecto. La bestia corría e intentaba esquivar los proyectiles pero estos le seguían,
como había sucedido en el descampado con aquellos pobres pajarillos. Sonreí cuando
el primer disco chocó y agujereó a la bestia, no intenté limpiarme la sangre que ahora
llovía del cielo, es más, me regodeé que aquello sucediera. Otro disco más surgió de
mí, remplazando el que ya había hecho diana.
De lejos, los gritos de la valquiria retumbaban – ¡EN LA BOCA! ¡LÁNZALE UN
RAYO CUANDO ABRA LA BOCA!
…Minutos más tarde…
– ¿Qué hemos hecho?
– Parece más de lo que ha sido – le dije a duras penas a Luck. El Oscuro parecía
traumatizado por la masacre que había hecho con los pobres mercenarios y por los
demás cadáveres.
– ¿Qué vamos a hacer con ellos? ¿Los vamos a dejar aquí?
– No querrás que me los lleve a casa ¿Verdad? – le advertí con mi mirada que no
pensaba mover ni uno de esos cadáveres de donde estaban. Tenía un par de costillas
rotas, una herida sangrante en la cabeza y un sinfín de contracturas y moratones,
aparte de que me costaba mantenerme despierta de lo exhausta que estaba. ¡Ah! Y dos
balas incrustadas en el cuerpo. Se habían cebado conmigo.
– ¿Pero, y las autoridades? ¿No os preocupa la policía? Los van a ver...
– Si, nos preocupa – contestó Cara utilizando mi propio tono de antisocial amar-
gada – y por eso más vale que desaparezcamos antes de que lleguen. Pero primero…
¿Alguien sabe leer gaélico? – Cara, después de intentar curarme y darlo por imposible
(estaba demasiado cansada y sangraba demasiado por sus propias heridas como para
sacar fuerzas y sanarme todo lo roto que tenía) había comenzado una lenta explora-
ción a los monolitos y a la inscripción que había en ellos.
– Yo sé gaélico – dije intentándome mover para poder leer el cartelito turístico e
irnos a casa.
– ¿Sabes gaélico? – parecía sorprendida.
– Bueno, es un pecado vivir en Irlanda y no saber sus idiomas aunque sean pasa-
dos. Digo yo que tú sabrás… ¿Odínico? – me sorprendió hacer un chiste, y me sor-
prendió todavía más que no me molestaran las risas. Mi cuerpo estaba roto, sí, pero mi
alma estaba en paz y armonía. Ya no llevaba esa mochila a cuestas, llena de veneno,
remordimiento, pena y rabia. La energía había expirado todos esos sentimientos que

163
pueden corromper hasta al más santo de los hombres.
– Odínico dice… – seguían las risas de Cara, una risa cálida de verano – Anda,
vente – dijo llevándome a cuestas – Lee y nos podremos ir a casa, por cierto ¿Era
necesario que te bañaras en sangre?
– Oye, que yo no dejé el grifo abierto…
– Al menos el entrenamiento, aunque sigo desaprobándolo, dio resultado… Se lo
contaré a Pippin, seguro que se pondrá contento.
– La cosa esa peluda debería de estar contenta de que llegaras en su salvación…
– Pippin no tiene pelos – decía riendo – Tanto gaélico y tanto estudio y no distin-
gues entre pelos y plumas, con lo bonitas que las tienes. En serio, tienes muy buen ojo
para cosas peludas
– ¿Podéis poneros serias y acabar con esto? ¿Eh? – Luck no me dejó ni replicar
a la Valquiria. Con su tono amargo y algo histérico cortó nuestra antinatural charla
amena y divertida…
Fue una pena porque pocas se darían en un futuro.

…Dulce viento que palabras llevas…

Aquí descansan nuestros cuerpos, aquí yace nuestra sangre, tributo a nuestras
almas y protectora de nuestra diosa.
Ella es custodiada y protegida, linajes sagrados y magia ancestral la ocultan de
aquellos que tras ella van, propagando su virus mortal.
Muchas guerras vendrán. Muchas vidas se llevarán, pero la reliquia de la inmor-
talidad, sepultada en la serpiente, dormirá en los brazos de la hija de Mabon.
Aquí yacemos vigilando las llanuras, aquí yacemos escuchando el dulce viento
que palabras trae, aquí yacemos a la espera de retomar la historia de los Ingen ó
Dáithí.

Parte III

…Sueños de Canela y Sangre…

Dublín. Irlanda. Finales de la primera quincena de mayo.

Flores. Olía a flores, canela y azúcar. Me ahogué con placer en ese olor, en su dul-
zor y en las risas de mi madre provenientes de la cocina. Como cada domingo, la casa
se inundaba del olor a galletas de canela, como cada día los pasillos y habitaciones
olían a su perfume floral.

164
– ¡Helen! – Llamó con su fina voz – Cariño, es hora de levantarse – su mano revol-
vió mis rizos y la atrapé antes de que se fuera, la llevé a mi cara y aspiré con fuerza.
Ella rio, como siempre.
– Siempre ríes y siempre hueles bien…
– Claro cariño, así es como debe ser – con su dulce mirada azulada desapareció de
la habitación. Pronto las voces retornaron llenando la casa de amor. Impaciente, bajé
las escaleras con pies descalzos, mi camisón medio caído por las prisas y una eterna
sonrisa dibujada en mi cara. La puerta de la cocina estaba abierta.
– Mira cariño, la princesita ha despertado – rio mi padre.
– Creo que quien despertó fue el monstruo de las galletas, Charles. Mira como
mueve la naricilla – los dos rieron en armonía mientras yo olisqueaba en busca del
desayuno.
No me costó encontrarlo, seguía en el mismo sitio de siempre: encima de la mesa
de madera donde nos sentábamos a comer. Corrí hacia el bol de galletas calientes con
mis pequeñas piernecitas, devoré una a una, saboreándolas con gusto.
– ¿No le vas a dejar ninguna a tu querido papá? – Su voz, de repente, cambió –
¿No has tenido suficiente?
Una mano negruzca agarró mi cuello, el olor a canela desapareció para dejar sólo
el hedor de la carne quemada. Su mano me estrangulaba, sus ojos desechos me acu-
saban. Apenas podía respirar, me ahogaba mientras levantaba mi cuerpo del suelo.
Grité, grité a mi madre pero ella solamente respondió en llantos.
– Mira lo que has hecho Helen – bramo él – Mira en lo que nos has convertido –
lanzó mi cuerpo al suelo, este cayó a los pies de mi madre.
– Monstruo – susurró ella
– ¿Quién de los dos, mama? ¿Él o yo? – le pregunté al techó mientras maldecía
por dentro.
El calvario volvía, la paz se esfumaba dejando la herida mucho más abierta. Dos
días, sólo dos días sin esa alma atormentada, sin tener pesadillas, sin sueños en los
que agonizaba, sin mal humor… Dos días en los que había gozado de mi rápida recu-
peración, de la sonrisa al ver un día soleado, de la presencia de la mosca cojonera que
se había transformado en amiga. De las bromas con ella, de poder respirar sin sentir
los cristales del pecho clavándose. Todo eso se había ido. Otra vez mi subconsciente
me había pagado con mi propia moneda. Nuevamente se me había olvidado, por unos
días, qué era y lo que había hecho. Las pesadillas no pararían hasta que no grabara en
mi mente que estaba sola porque así lo había decidido y porque esa era mi salvación.
Debía aprender, debo aprender, que no puedes desear que aquellos recuerdos, que
aquellas personas a las que más has querido en la vida, no hubiesen existido para
evitar sufrir, para evitar la rabia que me corroe, la ira que ahoga mi dolor y la pena
transformada en veneno recorriendo mis venas y mi corazón, el mismo que late man-
teniéndome viva.
Aquel era uno de esos días que auguraban cosas malas y debía estar preparada.

165
Por eso fui directa al armario, de una tablilla salida saque mi botella de Midleton de
la que ya me había provisto para días. Era triste que tuviera que recurrir a esconder
alcohol en mi habitación, pero las de la cocina volaban y mi mal humor sin alcohol
es insufrible.
El primer trago supo a gloria. Las lágrimas pronto se esfumaron según tragaba el
líquido, mi corazón se tranquilizó y me sentí otra vez yo, con mis pocas cosas buenas
y mis muchas cosas malas.
Una duchita y podré pasar por humana… – escondí de nuevo la botella y fui hacia
el baño, por el camino escuché la conversación en susurros de Cara y Luck. Ahora no
me pondría a espiar lo que decían, era imprescindible una ducha de agua caliente que
espabilara mis doloridos músculos.
No confío en ella ¿Viste lo que hizo? No es normal
– Hizo lo que tenía que hacer. Yo creo en ella.
– Tú confías en ella porque la estás evaluando, cosa que, con perdón, no entiendo.
David dice que es una pérdida de tiempo y mucho más con Helen… Bruce también
confiaba en ella aunque David le dijo muchas veces que Helen no valía la pena. Yo
pienso como David…
– Piensas como David porque eres incapaz de pensar por ti solo – rebatió Cara –
Hay que ver dentro de ella para verla como es.
– No todo lo que reluce es oro, Cara. – le rebatí zanjando el tema. No me gusta que
hablen de mí, odio que lo hagan – Puedes tener muchas quejas sobre mí, Luck, pero
jamás hubiera dejado tirado a Bruce, cosa que tú sí que hiciste. Para juzgarme a mí,
primero debes juzgarte a ti y a tu Gran David.
Luck se tomó mis palabras un poco mal, pues se levantó y dejó el salón, la puerta
de la calle se cerró con un gran golpe.
– No pensará que voy a ir tras el ¿Verdad?
– Lo dudo. Habrá ido a llamar a David. ¿Galletas? Son de canela. Ei ei, no hace
falta que me mires así… Por Odín, a veces das miedo… Ya nos ha quedado claro que
a ti te va más… —olisqueó hacia mí —…el whisky que las galletas… no sé por qué
todavía me extraña…
– ¿Cómo lo ha sabido? ¿Cómo ha sabido lo del Midleton? La odio… ¡¡Aaarg!!
¿Por qué te ríes de mí, cruel destino? ¿Qué he hecho yo? ¿Tenías que poner galletas
de canela de por medio? Que ganas tengo de renacer en otro cuerpo muerto…
– Mira Pippin, tu dueña vuelve a ser la de siempre – Cara acercó el pajarillo que
tenía en la mano hacia mí, este miraba con sus ojillos saltones y piulaba – Ohh, yo
también voy a echarla de menos... Casi me había acostumbrado a la simpática Helen.
– No sé de qué coño hablas y quita eso de mi vista – dije señalando al pájaro – No
soy su dueña, sino su verdugo.
– Tú lo compraste, es tuyo. Y me refiero… ¿No te has mirado en el espejo?
– ¿Para ver qué? Prefiero no mirarme…
– Ya veo que no. Llevas dos días con los ojos mansos. Azul de un día de verano y

166
verde de un prado en primavera, ahora han vuelto a lo de siempre. Azul de tormenta
viva y verde brillante con un toque oscuro…
– ¿Y por qué sonríes? – dije picada. Volví a ser demasiado fácil de leer y eso no
era bueno para mí – ¿Decepcionada?
– Lo estaría, Helen. Pero he visto que cuando dejes la autocompasión y la culpabi-
lidad de haber matado a tu padre, serás la niña dulce que eras de pequeña…
– ¡¡¡Y TÚ QUE SABRÁS!!! – Me levanté e hice lo mismo que había hecho Luck.
Salí de casa dando un portazo. Cara había metido el dedo en una llaga supurante en un
día que no aguantaría ni el simple roce en ella... Aparte ¿Cómo sabía lo de mi padre?

…Rosa fúnebre…

¿Cómo había llegado a casa? Ni idea. No entendía como había encontrado el


camino entre las luces de colores, las nubes espesas que me atacaban y la lluvia de
purpurina que me salpicaba. Pero ahí estaba, abriendo la puerta de casa.
Me adentré con pequeños pasos, no me preocupé si la puerta se había cerrado o
no. El salón estaba iluminado, miré lo que resbalaba en el suelo, seguí el camino verde
por todo el pasillo hasta que choqué con algo. Levanté la cabeza y reconocí a Luck,
aunque estaba deformado y un río de lava verde caía por su cabeza, ahora sabía quién
era el que soltaba esa cosa resbaladiza en el suelo. Me acerqué mucho a él para verle.
Tenía mala cara, o eso parecía… Se la veía triangular y sus ojos estaban demasiado
saltones.
– Ei, hola tío – las palabras salieron de mí sin poderlas controlar. Durante todo
el camino no había podido dominar el sinfín de impulsos salidos de la nada – Si tú
no preguntas, yo tampoco – reí como una tonta y sentí como algo se abría más en mi
pechó, puse mi mano ahí y vi más lava verde – ¡Uy! esto no es bueno, ¿No?
– ¡Caaaaaaaaaaaara! – gritó el engendro deforme que tenía delante.

– Helen, dime ¿Qué te ha pasado? – una voz dulce llegaba hasta mí. Abrí los ojos
y sólo veía el rosa del aire – ¿Te han atacado?
– ¿Atacado? Sí, sí, un gatito… y unas cosas… su lengua era larga…
– ¿Qué le pasa?
– En las heridas tiene esporas, diría que la han infectado con algún psicotrópico.
Lleva mucho rato cantando y diciendo que ve colores. No es algo normal en Helen.
– ¿Estás segura?
– Luck, sé mucho de medicina. Estoy segura.
– ¿Sabéis que maté a mi padre? Sí, sí, lo carbonicé una noche – dije riendo, aun-
que sentía algo caer por mis ojos – Me tocaba… No sé si mi madre lo supo alguna
vez, lloró mucho cuando él murió. De lo que le hice a ella sí me arrepiento… – aunque
estaba abriendo mi baúl de los secretos y debía sentirme mal, como mínimo, yo me
sentía genial. Tenía ganas de reír, bailar y saltar. Y lo hubiera hecho, pero era incapaz

167
de levantarme de donde estaba tirada.
– Helen, no es hora de psicoanalizarse. Cállate, pierdes mucha sangre cada vez
que hablas.
– Siempre he pensado que tienes el peso del mundo sobre ti o eso crees. ¿Has
venido para juzgarme y protegerme o sólo por joder?
– Menuda pieza – escuché susurrar a Luck.
– He venido a juzgarte – dijo enfadada – Y cállate. Luck haz algo ¡¡No puedo
hacerlo todo yo!! ¡Presiona aquí!
– La misión de Odín, ¿Verdad? – Continué yo sin poder callar – ¿Es con él con
quien estás enfadada? Te sientes culpable – dije riendo hasta que todo quedó en negro.

…El despertar…

– ¿Estás mejor? Las lenguas que te tocaron segregaban una especie de esporas y
babas de un potente psicotrópico – me explicaba la Valquiria demasiado pendiente de
mí – Has estado toda la noche y parte del día desvariando.
Me recoloqué en la cama para poder verla mejor. El cuerpo me dolía, me habían
dado una buena paliza.
– Espero que ninguno de vosotros tenga valor como para repetir lo que dijera
anoche. Porque no me costaría mucho meteros un Rayo por el…
– ¡Vale! Ya lo hemos pillado… – susurró Luck desde la puerta – Te atacaron por
la espalda ¿Verdad? A mí me pillaron en un callejón… Los maté.
– Pues felicidades – le dije con un tono bastante agrio. Cada día me caía peor –
Deben tener preferencia por los callejones – susurré dando a entender que yo también
había sido una víctima de un oscuro callejón y que para mí mal humor, había sido
conducida allí sin haberme percatado de nada – Yo me topé con una bestia a la que
llaman Mix. No creo que sea un Liptorecto, hablaba y se comportaba demasiado…
como si fuera demasiado humano.
Omití el dato de que no había matado ni una sola bestia de esas. Mi mente seguía
espesa pero poco a poco iba recordando, a través de imágenes, lo que había pasado.
No me sentía orgullosa conmigo misma de la emboscada ni de cómo acabé pero al
menos había ratificado mi teoría de <<Con corazón y sangre caliente más probabili-
dades de acabar muerta>>.
– Luck tiene información nueva – Cara seguía mirándome las heridas haciendo
caso omiso a mi habitual mal humor, a mi silencio y a mis cavilaciones personales –
Al parecer, David le ha contado algo que nos puede ayudar.
– No es el único – recordé, de pronto.
Después de la pelea con Cara salí en busca de información para acabar con todo
esto de una vez y así podría volver a estar tranquila. Mi búsqueda había sido fructífera,
de algún modo.
– ¿Qué te ha dicho David? – pregunté primero pues, siendo mala, quería re-

168
godearme de mi gran información y de lo poco que David le podría haber dicho al
Oscuro.
– Que solamente hay una secta que trabaje con Mercenarios y sean capaces de
tener Liptorectos para no implicarse personalmente…
– El Certamen – le interrumpí – No me mires así. Ya te he dicho que había con-
seguido algo de información, y en Dublín hay mucha gente mágica dispuesta a dar
información, sólo hay que saber dónde y a quien preguntar – como ya esperaba la mi-
rada de odio y rencor de Luck por haberle interrumpido, pero sobre todo por haberle
fastidiado el momento de <<Esta vez os voy a demostrar que soy muy buen cazador
y obtengo información que vosotras nunca podríais haber conseguido>>, controlé mi
sonrisa maliciosa aunque me permití chincharle un poco más. Debéis entenderme,
estaba convaleciente y no soy de las de dar pena sino más bien guerra.
– ¿Y qué más sabes? – me preguntó desconfiando ya de la información que tenía.
– Hay un miembro del Certamen – comencé – que está buscando un objeto que le
dará más poder e inmortalidad a la vez que le hará subir de escalón dentro de la secta.
Fue él quien trajo a las veinte bestias de alguna isla de Brasil. Se llama Lander Katta-
lakis y es el jefe y dueño de la mayor empresa informática de la ciudad. Su ayudante
personal es pelirrojo, alemán, y se llama Ahren Wulff.
Acababa de abrí más la llaga, para mi disfrute aunque duro poco….
– Vaya ¿Y cómo es que no has reunido esta información antes? ¿Qué hemos esta-
do haciendo estos días? ¿El tonto? – gritó.
Sera cosa del karma, pero ahora Luck me había devuelto la jugada. Ahora era yo
la cabreada y no pude más que mirarle con cara de pocos amigos, él jamás entendería
cómo funcionaba esta ciudad, tan diferente de su Manchester y su gente – No tengo
por qué justificarme contigo – le dije en tono serio, – pero aquí la información se paga
con favores y no me gusta deberle favores a nadie, y mucho menos a según qué gente.
– Al menos avanzamos. Bien ¿Alguien puede decirme qué es El Certamen? – la
Valquiria parecía perdida y a la vez quería armonizar un poco el ambiente.
– El Certamen, según me han dicho – continué cogiendo aire – es una secta de
inmortales. No inmortales como los vampiros chupa– sangre que se deshacen a la luz
del sol o que brillan, según sea el caso, sino inmortales de los que prolongan su vida
más allá de lo normal a través de diversas maneras. Son humanos con muchísimo po-
der: económico, político, mágico… Es complicado dar con ellos, ya que los que hacen
el trabajo sucio son mercenarios, mafias o incluso magos oscuros. Yo me he hecho a
la idea que son gente que temen a la muerte y con sed de poder y riqueza.
Los dos se quedaron en silencio, asimilándolo todo. Ahora ya los teníamos, sabía-
mos quiénes eran y donde estaban. Qué querían y con qué medios lo iban a obtener.
– Buen trabajo, Helen… —medio sonrió la Valquiria – Así que el tal Lander quie-
re la reliquia para hacerse más poderoso y más inmortal de lo que es. Cuanto más
tienen, más quieren.
– Eso parece – susurré

169
– ¿Y qué hacemos?
– A mí no me preguntes… Necesito un poco de aire – me levanté de la cama, y con
un paso firme aunque lento, salí del cuarto dejándoles atrás. El balcón estaba abierto
y la lluvia se colaba en el salón. Salí a aspirar el ambiente cálido de la noche – ¿Qué
deberíamos hacer?
Yo tenía claro lo que mi corazón quería: matar al asesino de Bruce. Pero también
me había prometido que, para vengarlo, debíamos acabar lo que ellos habían empe-
zado, por su memoria. Por él. Pero mi corazón comenzaba a dominar a mi cabeza. Mi
ser pedía venganza y sangre. Sabía que matar a Ahren no solucionaba el problema, es
más, como él había dicho sólo era un mandado, pero las ganas de vengarme no dismi-
nuían. Mi cabeza me decía que había que proteger la reliquia y evitar que el Certamen
diera con ella. Bruce iba a venir a Dublín, dio su vida por esta caza… ¿Debía dejar de
intentar hacer justicia?
– No es justicia, sino venganza – susurró a mi lado con su dulce voz – Si quisieras
hacer justicia no estarías así…
Me giré para toparme con la niña del cementerio. Estaba pulcramente sentada en
la barandilla del balcón, con su pelo rubio, su carita de ángel y su mirada añeja y algo
translucida. Era una proyección de la niña, había escuchado hablar de estas aparicio-
nes, de gente muy poderosa capaz de hacer tal cosa. Esta era mi primera vez y me
dio mucha información sobre la pequeña y no me gusto darme cuenta que algo tan
pequeño podía ser tan poderoso.
– ¿Qué haces aquí? – le pregunté sorprendida por el descubrimiento y por la apa-
rición. La verdad, no esperaba toparme con un fantasma al salir al balcón…
– He acudido a tu llamada. Inconscientemente, tu alma pide ayuda y aquí estoy.
Deja el orgullo para otro momento y acepta lo que se te da, pues eres privilegiada –
hizo una pausa y yo no interrumpí el silencio. Era hora de admitir que necesitaba un
poco de ayuda para aclarar mi mente. La pequeña sonreía – ¿Por qué os gustan tanto
los balcones? Y siempre con lluvia… – la niña rio – Os vais a llevar muy bien… En-
dulzará tu carácter… Pero eso no viene al caso. Te encuentras en una bifurcación y no
sabes que camino escoger.
– Sabemos dónde está el asesino de Bruce y sabemos lo que quiere pero, ¿Qué ha-
cemos? ¿Impedimos que encuentre la reliquia o los buscamos y matamos? – la mayor
parte de mí se decantaba por esa opción.
– La pregunta es: ¿Qué harás tú? Deber o venganza. No voy a decirte qué camino
seguir, pero te puedo contar, y lo hago porque espero obtener algo de ello, como se
crearon los dos caminos.
– Nada es gratis.
Tranquila, esto no te costara nada material... Bien, – dijo acomodándose en la ba-
randilla – el camino de La Readair es muy antiguo, no tanto como el vuestro, ya que
los Oscuros lleváis eones por delante de los humanos, pero sí lo suficiente como para
no haber sido corrompido por la era actual. Su camino está lleno de magia y leyendas,

170
dioses y guerreros. La Readair es el alma, poder, magia y sabiduría de una antigua
diosa, inmortal por un tiempo, que fue destruida por los primeros miembros, desco-
nocedores ellos mismos, del Certamen, pues en aquellos tiempos todavía no se había
creado tal sociedad. En la actualidad, esta reliquia es custodiada por la descendiente
de la diosa, ella es la única capaz de controlar esa magia. Por el otro lado, el camino
del Certamen está lleno de telarañas y enredaderas vestidas de oro, joyas y lujo. Los
que habitan en él sólo quieren más poder del que tienen, su única misión es controlar
el mundo, algo típico, sí, pero que ellos poco a poco están consiguiendo. Están en to-
dos sitios, controlándolo todo, poco a poco sus enredaderas dominarán por encima de
todo, cambiando el mundo tan lentamente que es casi imperceptible para un humano,
o para un Oscuro, en este caso. Cada cierto tiempo un miembro del Certamen se ob-
sesiona con la reliquia y su poder, es entonces cuando la guerra y la sangre vuelven a
correr. Pero eso ya lo has visto… Helen, Lander la quiere y no le importará aniquilar
a quien sea con tal de poseerla. Los hijos de Dáithí, In Ingen o Dáithí, lucharán para
que no pase.
– ¿Me estás diciendo que si ese Lander consigue la reliquia dominará el mundo?
– parecía sacado de una película hollywoodiense.
– Lo que hará Lander con ella no lo sé. Nadie lo sabrá hasta que pase. ¿Qué po-
dría hacer? ¿Qué harías tú en su lugar? ¿Qué harías si tuvieras el poder de un Dios?
¿Querrías la inmortalidad perpetua?
– No quieras saberlo… – susurré – ¿Por qué no la destruyen? Es de tontos seguir
custodiando algo que siempre les dará problemas, siempre habrá guerras y sangre por
culpa de eso.
– La Readair es vida, dominio y equilibrio. ¿Qué os paso cuando matasteis a vues-
tro tirano Dios? – hizo una pausa para levantarse de la barandilla y quedar flotando
sobre el aire – Te he dicho más de lo que debería. Es hora de que deje de ser la mano
que mueve al caballo. Es hora de que el caballo decida a quien atacar aunque la dama
pueda salir perjudicada – tan inesperadamente como vino, se fue.
– ¿Ahora soy un caballo? Manda co…
– ¿Qué te ha dicho? – Cara, histérica, asomaba la cabeza por la puerta.
– ¿Eh? ¿Quién ha dicho que? – en ese momento no vi la necesidad de comentar
nada sobre la aparición fantasmal de la niña del cementerio. A fin de cuentas acababa
de despertar con resaca de psicotrópicos. ¿Quién me iba a hacer caso? Pero aun así
¿Cara la conocía?
La Valquiria frunció el ceño y se fue hacia dentro, una vocecita dulce y divertida
se despidió con un: <<Nada es lo que parece, Helen. Cara esconde más de lo que deja
ver>>.

…La Torre…

– ¿Tanto miedo tienes a que se lo cuente?

171
– ¿Es esto necesario? No te cansarás nunca de manipularnos y movernos como
peones a tu conveniencia.
– Nunca te he visto como mi peón, Cara. Eres mi torre.
– Soy algo más que tu torre. No puedes hacerle esto a Helen. No está bien. No
podrá con todo esto, no es tan fuerte como tú crees.
– Si tanto te preocupa, cuéntaselo. Ya es hora de que sepa la verdad y decida qué
hacer.
– ¿Ahora? Me dijiste que ella no debía enterarse nunca de esto, que si lo sabía no
querría hacerlo…
Temía por tu vida. Tiene carácter, pero es tiempo de poner todas las fichas sobre
la mesa. Es hora de ver de qué pasta estáis hechas. Y Cara, no reniegues ahora de tu
misión, Odín no estaría feliz si una hija suya abandonara su cometido. Me extraña
que Helen no se haya preguntado por qué una valquiria juzga a una oscura… En fin.
Suerte, tienes a una oscura cabreada y exigiendo respuestas tras de ti.
Mierda – susurró la Valquiria.
Al final se había visto entre la espada y la pared. Ahora no podía echar marcha
atrás, ni tampoco quería. Había sentido remordimientos siempre que veía esos ojos,
siempre que hablaba con Helen y siempre que la escuchaba revolverse en la cama
debido a las pesadillas.
Ahora la entendía y sabía con certeza que no saldría viva de aquella habitación.

…Traiciones…

– ¡A la mierda tú, la misión y la niña! – Mi energía pedía libertad, mi rabia cre-


ciente quería soltarla otra vez y ahora, no iba a controlarla más, así que lancé un Rayo
contra la Valquiria, esta lo esquivó, aunque le rozó el costado – ¡Cuándo vuelva te
quiero fuera de esta casa! ¡A ti y a Luck! ¡O no fallaré!
– ¡Helen, escúchame! No puedes dejarte llevar por esto. Es cierto que no fui since-
ra, es cierto que me enviaron aquí para juzgarte doblemente, pero eso no puede nublar
tu visión en esta caza.
– Has venido aquí para juzgarme para una misión mayor, ¿No? Pues que le den
a esa también. Me moriré sabiendo que mi vida ha sido manipulada y que todo ha
pasado para que ella pueda recoger los desechos y cambiarlos a su voluntad, pero no
le daré esa satisfacción. Yo elijo ser quien soy. Elijo mis actos.
Salí de mi casa como una furia comiéndome las entrañas, jamás había sentido
tanto odio hacia alguien que no fuera yo, y nunca había sentido a la vez tanta pena
debido a la traición cometida por la Valquiria. No le veía sentido a nada. Mi camino se
había destruido, dejando sólo cenizas que se volaban según pasaban los segundos. Mi
ciudad me acogería, el alcohol apagaría el fuego por un tiempo. Mi mente se enfriaría
para adentrarse en el camino ya elegido. Ya no quedaba nada salvo mi venganza. Al
menos, eso me daría paz.

172
Ese era mi camino. Esa era mi elección. Que cada uno se salvara como pudiese.
A fin de cuentas, si moría en el intento tenía la seguridad de que cuando eso ocurrie-
ra, mi alma Oscura vagaría un tiempo hasta que encontrara otro niño no nato al que
ocupar y dar vida. Mi memoria se formatearía, quedando como nueva. Adiós culpa,
adiós a Helen. Una nueva vida, unos nuevos recuerdos. Y en el peor de los casos, si
Lander decidía destruir el mundo, mi gente buscaría otra Zona30 y otros cuerpos en
los que habitar.
Las últimas gotas me abrazaron, la humedad se pegó en mi piel. Respiré hondo y
caminé hacia donde se levantaba el gran edificio acristalado, sede de Lander, el lugar
donde debía estar el alemán. Sonreí como un asesino afortunado al encontrar a su
víctima. El camino se hizo corto, las puertas giratorias se movían por el aire que se
levantaba, estaba a punto de entrar por ellas cuando algo chocó contra mí.
– Tú – me dijo mirándome. ¿Me conocía?, pensé con el ceño fruncido – Mierda
¡Mierda! Tú no deberías estas aquí. Te matarán – decía el joven con las típicas vesti-
mentas de informático auto secuestrado en su mundo.
– Puede. Pero tú vas por el mismo camino – le eché a un lado para poder entrar
en el hall del edificio.
– No lo entiendes, Helen…
– ¿Por qué todo el mundo sabe mi nombre? – dije cabreada. Comenzaba a moles-
tarme ser tan popular.
– Saben dónde vivís, como os llamáis y que familiares tenéis cerca. Van a por
vosotros mientras otros van a por Brigid y la reliquia. Saben dónde está… – decía
apurado.
– ¿Y? Sólo me interesa Ahren ¿Sabes dónde está? Puede que te deje vivir si me
lo dices.
—Está arriba, pero pronto se irá con Lander en busca de la reliquia. Han enviado
a medio cuerpo de policía a vuestro piso. Soy Anthony, informático y analista, uno de
los mejores y trabajaba para ellos. Les acabo de traicionar – decía orgulloso.
– Hoy va la cosa de traiciones ¿Por qué? ¿Acaso no te daban lo que pedías?
– No. Por principios. Y por remordimientos. Yo les he conseguido toda esa infor-
mación, me sentía mal… Os vi en el funeral. No quiero ser como ellos.
– Pues sí que fue popular el funeral… Así que todavía existe gente con principios,
¿Eh? – dije amargada, como me sentía.
– Sí. Existen y existe esperanza de que los malos no ganen. He hecho una copia de
todo, podemos detenerles, podéis hacerlo, pero hay que salir de aquí.
– Bien, ya sabes dónde están mis compañeros, llévales la información y déjales
hacer. Lo siento, chaval, pero no has dado con la persona adecuada para hacer de
héroe. Ahora si me dejas entrar, tengo que matar a alguien.
– Pero… No. ¡No! No te voy a dejar entrar. Joder, se supone que tú eres de los

30 Se refiere a otra dimensión.

173
buenos ¿No? Se supone que nacéis para protegernos.
– ¿Me crees Batman?
– ¡La niña me dijo que tú harías lo correcto!
– Joder con la dichosa niña… Mira, si eso, llévale a ella toda la información y
que por una puñetera vez haga ella el trabajo sucio, tantas misiones, tanta mierda…
– ¡Me decepcionas! – Gritó enfadado – Te da igual la gente que va a morir hoy, te
da igual la muerte de tu amigo. Seguro que fue a ti a quien llamo antes de morir. Vas a
dejar que esto acabe mal por no tener el valor de acabar lo que él empezó…
– Has vuelto – Cara me abrió la puerta antes de que pudiera usar la llave – ¿Quién
es este?
– Un traidor más. Os llevaréis de coña – dije con desdén – Hay que salir de aquí.
Vamos.

Capítulo 6. El Final

...Inicio de una guerra…

– Ahí está el laberinto, señor, – Ahren señaló la gran zona boscosa en forma de
espiral – en el centro está la entrada. Allí es donde la guardan.
– Bien – sonrió Lander – En cuanto el analista nos envíe el camino a seguir, en-
traremos – el griego sentía nervios ante la proximidad de la reliquia, estaba más cerca
que nunca de poder tenerla, de dominarla.
– Sí, señor.
Lander, complacido, le dio una palmada a su ayudante. Estaba feliz, y Ahren tam-
bién lo parecía. Todo iba como habían planeado, aunque no dejaba de ser precavido,
era especialista en saber cuándo las cosas pueden girar en su contra y esta podía ser
una de esas situaciones. Estaba seguro de que la policía irlandesa, comprada con mu-
cho dinero, no pararían los pies de esos Shadow Hunters. No podía fiarse de ellos.
– Señor – llamó un mercenario – Ya nos han enviado la ruta del laberinto. Los
magos han examinado la zona, han encontrado salvaguardas por todo el recinto. Las
están quitando.
– Perfecto. Acordonad la zona cuando esté segura. No ataquéis a no ser que sea
necesario.
El mercenario se marchó con las órdenes bien claras. Bajó la ladera verde hacia
los pies del laberinto donde los magos, mercenarios e informáticos aplicaban su arte
para controlar la zona lo máximo posible. Arriba, y como dos dioses, se encontraban
el griego y el alemán, cada uno viendo como sus sueños se iban aproximando.
No tardarán en atacarnos. Saben que estamos aquí – afirmó Ahren, extrañado de

174
que los Hijos no hubiesen atacado ya.
– Esto sólo es el primer nivel, una mísera trampa. A ellos les avisa de que hay
intrusos y pueden ganar tiempo para prepararse. Y nosotros perdemos el nuestro… –
masculló Lander.
– Yo entraría ya en acción. Me va más.
– Para lo inútil que me resultas a veces, mejor sería que no salieras nunca de la
oficina.
– ¿Me va a recordar siempre mi error? Sólo he cometido uno en estos años.
– Te lo recordaré siempre que quiera. Recuerda quien manda – los ojos de Lander
se posaron en los de Ahren dejándole ver quien era la bestia milenaria, quien tenía el
temple necesario para mandar y llevar la situación. Por desgracia, su ayudante estaba
ya intentado ocupar su lugar.
– ¡Jefe! ¡Tenemos compañía! – gritó uno de los hombres que estaba a los pies del
laberinto.

…Brigid…

– ¡Mierda! Hemos llegado tarde —maldije viendo los cadáveres en el suelo, el río
de sangre que bajaba hacia el laberinto. Cuantos cuerpos, cuanta muerte.
– No, Helen. Allí.
Miré donde Cara me señalaba. La disputa seguía a unos metros más adelante. Allí,
tanto los Hijos como los hechiceros oscuros del Certamen luchaban por su victoria.
Pude divisar a Lander y a Ahren, quienes eran flanqueados tanto por los dos últimos
Liptorectos como por unos cuantos mercenarios. Me sorprendió ver a los dos huma-
nos luchando. El más grande, rubio y con aura griega empuñaba una espada que partía
en dos cada druida que intentaba atacarles. El alemán, en cambio, con una puntería
magnifica, disparaba a sus propios adversarios.
No habíamos llegado tarde. Todavía teníamos oportunidad de acabar con nuestra
caza y, de paso, yo podría vengarme. Y tanto que lo íbamos hacer. Luck, Cara y yo
corrimos hacia la batalla apoyando a los Hijos. Fuimos bien recibidos y poco a poco
comenzamos a ganar terreno.
– Yo me encargo de los mercenarios – nos gritó Cara que con sus armas ya man-
chadas de sangre se dirigía a un grupo de hombretones armados.
Tanto Luck como yo utilizamos nuestro hechizo más común: el Rayo. Puede que
los hechiceros del Certamen fueran numerosos y fuertes, pero no podían luchar contra
la energía viva que les comía.
– Gracias por venir – dijo una joven a nuestro lado. Sus facciones gaélicas y su
marcado acento irlandés me dijeron que ella era Brigid – Sheryl dijo que vendríais.
Por un momento pensé que no lo haríais – nos sonrió de forma casi inocente – Soy
Brigid, portadora de la reliquia – volvió a sonreír y bajó la mirada hacia su pechera.
En ella descansaba un abalorio plateado con una serpiente grabada, tres cuerdas entre-

175
lazadas y tres gemas liliáceas que brillaban con vida propia.
– No nos la des aún. ¿Quién es Sheryl?
– La niña. – Cara apareció de la nada, a nuestro lado, jadeante mientras se lim-
piaba la sangre de la cara – Así que os avisó… No sé por qué, pero no me extraña…
– Señora, aquí ya no podemos hacer nada, se han adentrado en el laberinto, los
hechiceros custodian la entrada – un señor maduro le reverenció antes de dignarse a
mirarla a la cara – ¿Qué hacemos?
– Curad a los heridos y llevadlos a casa. No me preocupa lo del laberinto… Venid,
iremos a esperarles a la salida.

Aquello era totalmente surrealista. La lucha había durado unos instantes. Lander
y sus hombres se habían adentrado en el laberinto, que según nos contaba Brigid, era
para despistar, pues dicho laberinto no contenía nada, salvo una posible muerte. No-
sotros, guiados por la portadora de la reliquia, fuimos hacía el centro y final del verde
laberinto. Allí esperaríamos a que los invasores aparecieran… Yo seguía sin entender
nada, por dentro comenzaba a arrepentirme de haber ido pues mi presencia no había
sido de ayuda.
– Señora, cuando quiera cerramos el laberinto – las palabras del druida vestido de
blanco me despertaron de mis pensamientos para sucumbirme en un rompecabezas;
¿Qué hacía yo allí?
Esperad a que se adentren más. Agradezco vuestra ayuda – nos decía ahora – pero
nuestra lucha llega a su fin. La reliquia está bien protegida y la amenaza casi elimi-
nada. Sólo quedan ellos. ¿Podréis con todos? Creo que alguien de vosotros tiene una
cuenta que saldar con uno de ellos – sus ojos se posaron en mí, comprensiva y respon-
diendo a mi pregunta. Había ido por venganza y ella me estaba dando la oportunidad
de cumplir con mi cometido.
– Podremos con ellos – asentí – Desapareced ahora, sin dejar ningún rastro que
futuros miembros del Certamen puedan seguir.
– Helen – Brigid se acercó a mí y posó sus manos en mis hombros – El día que
consigas expiar toda culpa las pesadillas se irán. A veces, pedir perdón ayuda.
No pude responderle, aunque tampoco habría sabido que decirle. Brigid y sus
hermanos desaparecieron, tras ellos el laberinto se fue encogiendo y los gritos pronto
llegaron hasta nosotros. Cada vez más rápido, el laberinto iba cambiando de forma,
solamente unos minutos necesitó para que los pasillos verdosos se convirtieran en las
ramas de un imponente árbol, el cual quedaba en el lugar donde había estado el labe-
rinto circular. En sus ramas, enrollados, colgaban los cadáveres tanto de mercenarios
como de hechiceros oscuros. Tirados en el suelo y con respiración agitada estaban
Lander y Ahren. Mix se lamía la sangre y la bestia de lengua venenosa agonizaba,
le faltaba un trozo de cuerpo. El piadoso de Luck la remató para evitarle más sufri-
miento, su Rayo llamó la atención de los dos humanos y de la bestia. Adiós al posible
factor sorpresa.

176
– ¿Qué? – Ahren parecía muy sorprendido de vernos ahí – ¿Qué coño hacéis aquí?
¿Y la reliquia?
– Cuando dije que eras inútil lo dije con razón… – el poderoso guerrero griego
que controlaba su furia se levantó y nos enfrentó – Tenía ganas de veros en persona.
Vosotros, que habéis entorpecido mi búsqueda. ¿Dónde está Brigid?
– ¿Tú crees que te lo vamos a decir? – Llené mis manos de energía – Es hora de
saldar cuentas.
Mi primer Rayo fue directo a Ahren, no le dio tiempo a esquivarlo, le impactó
en el pecho, la fuerza con la que se lo descargué le tiro varios metros hacia atrás, su
cuerpo sangraba pero seguía vivo.
– Sigue así y me ahorrarás el trabajo – Lander giró la espada sobre su mano –
Bien, veamos si cuesta tanto eliminaros…
Blandió su espada y se dirigió hacia mí. Cara y Luck estaban teniendo problemas
con Mix, que oculto en las sombras los atacaba sin contemplaciones. Yo no me lo
pensé mucho, lance un Rayo tras otro hacia Lander. Este, para mi sorpresa, los paró
con la espada.
– La Readair no es la única reliquia que he buscado – decía orgulloso de la espada
que ahora brillaba en un tono azulado, pues había absorbido parte de la energía que
le había lanzado – Puede que en el primer intento no la haya conseguido, pero no me
doy por vencido.
Rápido como el viento vino hacia a mí, era una tontería que lo atacara con Rayos
si su espada los paraba y absorbía, no había que ser muy listo para saber que eso al fi-
nal me daría problemas. No tardé mucho tiempo en confirmarlo, la primera vez que la
espada lamió mi piel desprendió parte de la energía que había absorbido. Ni yo misma
era inmune a mi propio poder. El efecto fue doble y acabé en el suelo, maldiciendo y
sangrando.
– Nunca la había utilizado contra un Oscuro… Vuestra energía es tan pura…
Lo que haría yo con ella… – susurró antes de asestarme otro espadazo. Este fue más
fuerte, ya que Luck, en un intento de ayudarme, lanzó un poderoso Rayo de energía
contra la espada, esta la absorbió y me la devolvió. Por una vez agradecía que Luck no
tuviera ni la mitad de fuerza que un Oscuro normal, si no estaría muerta.
– ¡Cuidado con lo que haces! – le pude gritar mientras me giraba boca arriba. La
hierba verde había amortiguado un poco mi caída – ¿Quieres matarme? – puede que
para levantarme no tuviera fuerzas pero... ¿para discutir? Eso siempre.
– Lo siento… Yo…
– ¡A tu espalda! – Cara esquivó en lugar de Luck el ataque de Mix. Me echó una
mirada rápida, se la veía preocupada, sus ojos tenían un deje de tristeza tras esa ira de
Valquiria en plena lucha.
– Ahren tenía razón, sois capaces de mataros a vosotros mismos debido a las mu-
chas diferencias que tenéis… Aprovecharemos eso… – le decía a la espada.
Volvió a cargar contra mí y yo, mientras veía como venía, luché contra las ganas

177
de quedarme tumbada y esperar a que todo acabara cuanto antes, viendo que mis
Rayos eran inútiles si los lanzaba sin estrategia. Pero por suerte, nunca me doy por
vencida, así que hice funcionar mis neuronas a toda prisa y pronto idee la mejor estra-
tegia de lucha. Creé una bola pequeñita de energía31, esta apareció en su línea visual,
lo distrajo unos segundos, los cuales aproveché para lanzarle un poderoso Rayo. Este
impactó contra su cuello, dejándole la carne quemada. Viendo que daba resultado,
fui repitiendo la misma táctica de vez en cuando, mientras esquivaba como podía
al griego y su espada. Cada vez era más difícil distraerlo con la Ilusión Visual, pero
todavía seguía haciendo diana.
– Veo que me costará acabar contigo. Hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien.
– aunque estuviera lleno de sangre, parecía mentalmente fresco y con las mismas
ganas de muerte que al principio. Algo malo para mí, pues yo no estaba tan fresca,
aunque si compartía esas ganas de muerte.
– Sí. Pero ahora te las tendrás que ver con nosotros también – Cara, que estaba
detrás del griego, le lanzó un Sai que se le clavó en un omoplato. Luck le lanzó un
Rayo por detrás. El dios griego parecía derrocado cuando vimos aparecer miles de
hechiceros. Nos acordonaron y lanzaron, todos a la vez, bolas de color negro.
Cerré los ojos. No saldríamos vivos de allí.

Capítulo 7. La Despedida

...Vuelta a los inicios…

Abrió sus ojos, su visión estaba nublada pero podía distinguir el dorado de las
cortinas. Podía oler el dulce olor a canela y sentir una mano acariciando su frente con
dulzura. No estaba muerto, pero ahora lo deseaba con fuerza. Sabía dónde se encon-
traba y temía lo que ahora vendría.
– Más me hubiera valido que me hubiesen matado… – pensó con agonía.
– Creo que no estás demasiado feliz por tu salvación. – Diana le volvió acariciar y,
como si fuera su pequeño, le besó la frente – Te entiendo, yo si fuera tú estaría exac-
tamente igual – rio despacito como una gran reina – Tu vida es mía.
– ¿Por qué me salvaste? – por qué no le había dejado morir como un verdadero
guerrero, se decía...
– Porque soy adicta a ti y porque me gusta jugar contigo. Te dije, mi querido, que
debías escucharme, pero no lo hiciste. Te advertí de que esta vez sería más que un pol-

31 Helen está usando el hechizo Ilusión visual. Con este hechizo un oscuro puede pro-
vocar un fugaz destello en el rabillo del ojo de otra persona, distrayéndolo unos instantes.

178
vo mal hecho. Nunca me haces caso, y ahora lo pagarás – su voz seguía siendo dulce
pero no podía engañar a Lander. Diana era y seguiría siendo una víbora.
– Pagaré por mi vida si es que le pones precio – le había costado muchos años
librarse de su ama, había obtenido la libertad por sus méritos, ahora tenía medios para
no verse obligado a degradarse como un simple esclavo. Seguía siendo alguien en El
Certamen.
– Y tanto que lo harás. Quiero que consigas algo para mí, si lo haces te devolveré
la vida.
– ¿Dónde está la trampa? – no era tonto, la conocía.
– No eres el único al que le he propuesto el mismo trato. Debes conseguir lo que
quiero antes que él porque si no, él será quien se quedará con tu vida – sonrió y miró
hacia la derecha. Lander se incorporó rápidamente para ver a su contrincante. Su
sangre se heló.
– Hola, jefe – Ahren le devolvía la sonrisa, pletórico.
Lander maldijo.

…Una nueva historia…

– ¿Por qué diablos nos lo tenemos que llevar? Esto es el colmo – rebufé.
Cogí las maletas para sacarlas por la puerta y meterlas en el ascensor. Cara llevaba
la jaula de Pippin en la mano con una gran sonrisa dibujada en su cara.
– Es uno más de la familia – decía haciéndole monerías – Venga, coge lo que falta
– me ordenó mientras salía por la puerta. Me ahorré la rabieta e hice lo que me pidió.
Cuanto antes acabáramos con esto, mejor.
Habían pasado cinco días desde que nos rescataran en el prado. Había tenido cin-
co días para pensar en mi vida y en mi futuro. Estaba claro que no podía escapar de
él. No entendía por qué yo había sido elegida y por qué debía cargar con la Valquiria,
pero había aceptado lo que venía. Pensé que si lo hacía, Bruce se sentiría orgulloso de
mi. No iba a pedir perdón, pero creí en su día que aceptar mi destino sería una buena
manera de expirar mis pecados.
El ascensor bajaba, las llaves de mi piso las guardé con pena dentro del bolso.
Decía adiós a Dublín y a su magia. Daba la bienvenida a lo desconocido…
– Tú debes ser Helen – un desconocido de mi futura vida desconocida, me abrió la
puerta del ascensor – Yo soy William. Déjame que te ayude, así iremos más rápidos,
ella nos espera.
Le dejé hacer. Otro hombre salió en su ayuda. Cara, apoyada en un coche negro,
me miraba. Parecía orgullosa.
– Va por ti, Bruce – susurré, y di los primeros pasos hacia mi nueva vida.

179
Epílogo

En el presente. En algún lugar…

– Sabía que estabas aquí – la joven de pelo rubio con destellos de fuego se acercó
con una gran sonrisa en los labios – Se te escucha teclear desde el salón. Han hecho
una apuesta. A ver quién gana, tú o el portátil – reía.
– Voy ganando yo. Ya he acabado – Helen se levantó pletórica.
– ¿Si? Espero que me hayas dejado bien en tus memorias.
– Te he dejado como eres. Un fastidio de Valquiria que se bebía mi whisky irlan-
dés a escondidas.
– ¡Ey!, lo he dejado. No como otras – le guiñó un ojo dorado – Anda, vamos.
Sheryl ya se ha despertado.
– Ya era hora, esa niña duerme mucho… ¡Ay!, déjame que coja a Pippin, necesita
volar un poco…
– Mientras no ataque al elfo… Creo que le tiene un poco de manía…
– ¡Qué va! Pero si se llevan de maravilla… – los ojos de Helen, ahora mansos
como un verde prado de cielo claro, sonrieron.
Todavía, a veces, sus ojos se transformaban. El prado verde se oscurecía y brillaba
con la tormenta eléctrica que lo azotaba…

180
Relato VI
SUEÑOS ROJOS
9 de Agosto

Herendi

Era una de esas tardes en las que el sol ya se había puesto y un agua fina bañaba
las calles con delicadeza. Una de esas tardes en las que no tienes nada que hacer, en la
que destaca la rutina y el aburrimiento; una tarde más…
Y sí, habría sido una tarde más, pero la aparición de Yanira, la reunión en el piso
de Alice, y los últimos acontecimientos, hicieron de esa tarde, una tarde peculiar…
– No lo entiendo Herendi… Solo hace un par de días que lo he soñado. Por eso he
venido. Creía que era un sueño profético. – Su voz sonaba apenada, cansada… Un lar-
go viaje en muy pocas horas en un estado de nerviosismo poco habitual en un Oscuro.
– Siento no podértelo aclarar mejor… Sigue habiendo muchas cosas sin explica-
ción en esta historia – Me senté a su lado, dejando reposar mi cuerpo en el respaldo
del sofá. – Pero te agradezco mucho, tanto a ti como a Robert, que hayáis venido.
Cuantos más seamos mejor.
Yanira y Robert hacía unos tres meses que nos habían dejado. Pasábamos una
temporada muy tranquila – demasiado tranquila – Aprovecharon esa ola de tranqui-
lidad, sin malvados a los que combatir, para avanzar en su relación. Aunque los dos
son Oscuros sus caracteres son totalmente opuestos. Lo que hace aún más particular
su relación.
Pero por circunstancias de la vida, se tuvieron que quedar a ayudar a un
antiguo amigo de Robert. Tenían un caso entre manos, sumada a la necesidad de
acción de Yanira, hicieron que alargaran sus “vacaciones”.
– Las cosas se han ido un poco de las manos… – Alice resollaba. Su sensibilidad
hacía que estas cosas se las tomara muy a pecho.

181
– Tranquila Alice. – La mano de Mist acaricio la rodilla de Alice consolándola
– Ahora ya hemos estabilizado la situación. Ahora, con la ayuda de Yanira todo irá
mejor, ya verás.
Extraña relación ente ellas dos… Aunque eran completamente diferentes; Alice
una humana sensible, de apariencia débil, pero con un gran potencial; y Mist, una
valquiria guerrera, fuerte e irresistiblemente hermosa. Se compenetraban a la per-
fección. A veces incluso era raro verlas tan… Verlas así.
– ¿Y yo qué? ¿Acaso no pinto nada? – La voz de Robert se hizo notar entre los
demás. Su tono tenía un toque de rabia, desespero y de inseguridad. Algo normal en
Robert.
– ¡No te pongas así! A ti también te hemos echado de menos. – En parte era
cierto. – Bueno, será mejor que nos pongamos al día con lo sucedido. Tenemos poco
tiempo…
– ¿Puedo empezar yo? – Alice sonaba ya más tranquila. – Así me ayudara a enten-
derlo mejor… Dicen que explicar las cosas ayuda a entenderlas… – Tomó un gran
sorbo de café y respiro hondo, antes de empezar a narrar la pequeña historia vivida
días atrás.
– Como ya sabéis, estábamos viviendo una temporada muy tranquila. Por eso os
fuisteis… – Alice miro a la pareja – Bien, cuando había pasado un mes y poco de
vuestra partida, las cosas empezaron a normalizarse. En el sentido de que empezó a
haber pequeños delitos. Algún robo sin importancia, algún follón por bandas juveni-
les. Algo normal. Lo que solía pasar antes de la “gran calma”. – Alice iba hablando sin
despegar la mirada de su taza de café, su voz sonaba algo mecánica, como si estuviera
leyendo lo que decía. Pero nadie se quejó, todos asintieron y siguieron escuchando.
– Después empezaron los asesinatos… Alguna muerte por alguna paliza y poco
más. Esto fue seguido de alguna que otra violación a muchachas que paseaban por los
sitios menos apropiados de madrugada. – Suspiró y movió la cabeza levemente. Todos
sabían que Alice se estaba culpando por no haber hecho nada… – Sé que os puede so-
nar frívolo, pero todos lo vimos normal. Hacía demasiado meses de esa calma, todos
asumimos que eso cambiaría pronto, así que no nos alarmamos por lo que sucedía.
Además, los sucesos fueron escalonados, no pasaba todos los días.
– No tienes que justificar nada, Alice – Mist le regañó. No soportaba que Alice
intentara justificar algo que habían pasado por alto, no tan solo Alice, sino todos.
– Lo sé… Lo sé ­– Hizo una breve pausa – Bueno continúo:
– Como es normal, los medios de información sacaron la noticia a la luz, por si no
nos habíamos dado cuenta. Así que tanto televisiones, como diarios, como programas
de la radio, explotaron la noticia. Al igual que nosotros nadie se alarmó, puesto que
en las grandes ciudades, esas cosas suelen pasar… Hicieron muchos debates sobre
la gran calma que había vivido la ciudad y como había vuelto todo a la normalidad.
Algunos sí que le dieron importancia y quisieron crear pánico entre la población.
“Después de la calma viene la tormenta” decían…

182
Interrumpí a mi compañera, dejando así que recuperara algo de aliento, pues Alice
lo había soltado todo de carrerilla, y proseguí con la narración en su lugar:
– Pero las cosas cambiaron a una velocidad vertiginosa. Los asesinatos eran dia-
rios, cada noche alguna muchacha era violada, robos, altercados en las calles más
vigiladas de la ciudad… Empezó a surgir el pánico entre los ciudadanos, y decidimos
investigar un poco. Para quedarnos tranquilos, para asegurarnos que no había nada de
“oscuro” entre tanto delito.
– Y así fue, – dijo Mist – las investigaciones no sirvieron de mucho, solo era una
oleada de delitos esporádicos y sin enlace entre ellos. Los asesinos eran arrestados al
igual que los violadores. Todo era muy normal dentro del pequeño caos. – la valqui-
ria hablo sin darle importancia a lo que decía, ni siquiera desvió su mirada de Alice,
mientras que esta no la despegaba de Yanira y de Robert.
– Así que cada uno siguió con su vida; yo trabajando, Alice estudiando… – Con-
tinué.
– Saliendo de fiesta… – Yanira me guiño un ojo, pues conocía mi afición por las
fiestas y las discotecas. De ahí que mi trabajo como relaciones públicas para una de
las mayores discotecas de la ciudad.
– Ejem… si – Afirmé algo sonrojado. Sacudí un poco la cabeza y continué con la
historia – La cosa pareció estabilizarse un poco. Después de un mes y medio de deli-
tos, estuvimos unos días en los que no pasó nada. La prensa y la policía proclamaban
una nueva calma, habían radicado el mal de la ciudad – Dije con sarcasmo – Pero a los
pocos días volvieron a surgir más víctimas, aunque ahora las cosas habían cambiado.
No solo había asesinatos, en los que en todos coincidía el lugar, todos rondaban las
mismas horas y todas las víctimas eran jóvenes. Sino que también comenzó una olea-
da de suicidios, demasiado extraños…
– En esta ciudad lo tenéis todo – Interrumpió Robert, al cual no era normal verle
hacer bromas irónicas, así que se llevó de sus compañeros unas miradas poco amis-
tosas.
Alice continúo la conversación sin tener en cuenta las palabras de Robert.
– Días antes de que la cosa se desestabilizara de nuevo, Herendi y yo empezamos
a tener sueños. Algunos de ellos se les pueden llamar pesadillas, aunque… No se…
son raros – continuó, ahora más para ella que para sus compañeros, reflexionando – Ni
siquiera Herendi y yo teníamos los mismos.
– Tenemos – Le aclaré
– Si, tenemos – En Alice se dibujó una sonrisa de cómplice – Los míos son muy
diferentes a los de él, aunque creemos que se complementan
– ¿Qué? – Por el tono de voz de Yanira sabían que era algo que no le cuadraba
mucho.
– Ya sé que parece raro, pero creemos que desde mis sueños se llega a los que
tiene Alice. Que se unen… Creo que la niña solo puede comunicarse conmigo y lo que
me intenta decir tiene algo que ver con los sueños de Alice – Tomé un sorbo de mi café

183
y me acerqué al sofá, dejando atrás la silla de madera en la que estaba, para sentarme
junto a Yanira – Tu también los has tenido Yanira. Sabes de lo que te hablo, ¿verdad?
– Herendi… Yo no he tenido los mismos sueños que vosotros dos. Si que entiendo
lo de la conexión entre los dos sueños, pero… – Hizo una pausa, buscando las pala-
bras más adecuadas – Yo no he soñado con la niña, ni siquiera nos habéis contado de
que van vuestros sueños… Es difícil hacerme a la idea... Y te recuerdo que yo soñé
el pasado. Yo soñé que os atacaban, por eso venimos, quería avisaros de lo que os
pasaría… Y al llegar aquí me encuentro que eso ya había ocurrido…
– Es como un puzle… – A lo bajo se escuchó la voz de Mist
– Sí. Lo es… – concluí.

1 de Julio

Alice

Apenas puedo ver por dónde voy, el callejón es demasiado oscuro, voy a tientas
intentando no tropezarme con nada. Hace demasiada niebla… no es normal. Pienso
mientras mis manos van en busca de alguna pared. Pero para mi sorpresa mis manos
no encuentran una superficie fría y dura, sino algo blando, frío sí, pero blando.
Con las dos manos voy palpando la superficie, forzando mis ojos para ver lo que
estoy tocando. Mmm esto… esto parece… ¿Una mano? No, no puede ser una mano…
y esto… ¿Pelo? La histeria empieza a apoderarse de mí, no soy capaz de distinguir lo
que estoy tocando, me da la sensación de que mis sentidos me están jugando una mala
pasada. No puede ser un cuerpo.
Sin apenas darme cuenta la niebla empieza a dispersarse, aterrada y con ojos se-
miabiertos busco mis manos para así poder ver lo que estaba tocando hacía unos
segundos.
Un grito ahogado se escapa de mi garganta al ver, en efecto, un cuerpo. El cuerpo
de una muchacha… Dios… Pelirroja, con ojos grises, pálida como el marfil. En sus
ojos solo se puede ver el miedo. La repaso una y otras vez con la mirada, algo no me
cuadra en la muchacha No está viva. ¡Esta chica no está viva!
– Hola – Esperaba que la voz me sonara con más fuerza pero apenas salió un leve
ruido, casi imperceptible. – ¿Qué te ha pasado? – La sigo mirando pero ella parece
que no me ve, mis intentos de ponerme en contacto con la muchacha son pérdidas de
tiempo, pues ni se mueve, sigue mirando a la nada.
Me separo un poco de la chica, buscando algo en que apoyarme, empiezo a sentir
náuseas y temblores por todo el cuerpo ¡Aguanta! Antes de desplomarme toco con
una pared, la cual me sirve de apoyo y evita que me caiga al suelo. Deberías de estar
acostumbrada a esto. No es la primera vez que te pasa. Solo es un sueño Alice… Solo
un sueño. Y ella solo es un fantasma, no hay para tanto. Intento animarme y la verdad
es que surge efecto. Siempre me ayuda mi voz interior en estos casos.

184
– Eres un fantasma, estas perdida, no me das miedo. – Digo susurrando – Perdida,
con algo pendiente ¿Verdad? Me has llamado, ¿Qué quieres?
De repente el espectro de la muchacha empieza a moverse, parece buscar el origen
de la voz, me busca. Veo que sus ojos grisáceos pasan a un verde intenso, su cara cam-
bia totalmente, aún sigue el miedo en sus ojos, pero ya no es tan intenso y su piel ya no
es de color marfil. Se acerca más a mí, de su boca sale un sonido agudo, ininteligible.
Mis oídos empiezan a estallar, miles de palabras se cuelan por mi cabeza, comienzo
a ver visiones de la chica, como sale de una discoteca, como va a parar al callejón…
Más sonidos, más ruido, más dolor
– ¡¡Para!! ¡Ya basta! Si sigues así no podré ayudarte – la cabeza y los oídos me
retumban, a punto de estallar, las lágrimas comienzan a deslizarse por mi mejilla –
Para, por favor… – le suplico.
A lo lejos escucho una voz Esta voz… me suena, ¿Mist? El dolor empieza a des-
aparecer, la cabeza deja de retumbar, la voz cada vez es más clara.
– ¡Venga dormilona! Que llegaras tarde – Mist está justo enfrente de la cama de
Alice intentándola despertar.
– Ya voy… – Alice se incorpora. Se frota los ojos y se limpia las lágrimas que aún
quedan en su mejilla. – ¡Mist! Gracias por despertarme – Antes de que esta le pueda
contestar sale por la puerta hacía el baño.

1 de Julio

Herendi (al mismo tiempo que Alice)

– Me recuerda tanto a mi tierra… Faerie. Todo tan verde. Esa dulzor, ese frescor
tan típico de verano… Que tranquilidad. Hacía tiempo que no me sentía así
– Demasiada tranquilidad.
– ¿Eh? ¿Quién ha dicho eso? Yo... Estoy solo… Solo…
– Demasiada tranquilidad…
– Si, demasiada. Jamás me acostumbrare – Escucho aún el eco de aquella voz.
Pensaría que es mi conciencia sino fuera una voz femenina.
– La calma… – Ahora solo es un leve susurro de una preciosa voz – Se resquiebra
– Susurros lejanos.
Busco con la mirada entre los árboles florecidos a la dueña de la voz. En esta
pequeña llanura verde no me tendría que resultar muy difícil.
Sin darme cuenta de ello, he comenzado a caminar, pisando la verde hierba, vuel-
ve a mí la sensación de paz, la cual no tarda mucho en desvanecerse gracias a la
presencia de alguien o algo… – La niña… ¿Una niña? ¿Qué hace aquí? Mmmm, la
voz…
– Tú eres quien me ha hablado, ¿Verdad? – Me acerco un poco hacia ella, para
contemplarla. Me sorprende ver a una niña con un aspecto tan frío, tan distante pero a

185
la vez tan hermoso. Sus dulces cabellos rubios se ondean con la suave brisa que corre.
Sus mejillas rojizas destacan sobre su piel blanquecina y pecosa. Sus ojos de un verde
intenso no se separan de los míos.
– La calma. Herendi. Se desvanece. Se descompone…
– No te entiendo. ¿Qué quieres de mí? Ya sé que la calma se romperá, lo se… –
Mi corazón comienza a bombear con más fuerza, la respiración se entrecorta. – Algo
va mal. Esta sensación… ¿Qué diablos pasa? ¿Quién es esa niña? – ¡¿Quién eres?!
Todo el suelo comienza a cambiar, el verde se va transformado en un marrón os-
curo, el suave tacto de la hierba pasa a ser rancio como la grava. La suave brisa deja
paso a una sensación de bochorno y ahogo. Todo mi alrededor cambia a una velocidad
vertiginosa. Mi cabeza da vueltas viendo como todo cambia. – Esto es otro lugar.
¿Dónde me lleva?
Todo vuelve a la normalidad, el suelo deja de moverse, y la sensación de mareo se
desvanece por momentos. La niña sigue ahí, en el mismo lugar, yo no me he movido
ni un milímetro. – No reconozco este sitio. Tan vacío, tan naranja. Tan desierto.
Mmmm, hay alguien más.
– ¿Dónde estamos? – La niña ni se inmuta a mi pregunta, ahí quieta contemplán-
dome. Solo hace un leve gesto para mirar a otra figura lejana. – ¿Quién es?
– Otra vez la misma sensación… Que agobio. – Vuelve a mí la misma sensación
de antes y junto con ella el paisaje comienza a girar de nuevo, sus colores van cam-
biando, se escucha algo de música, voces, olores extraños me invaden. Cada vez gira
más, desaparecen las tierras desérticas, y aparece un grisáceo que se apodera de todo
– Niebla. Esto es niebla. Escucho música... Como me gusta la música…
Comienzo a visualizar como una especie de edificio – Un local. Una puerta ¿Una
pareja? Esto es la Tierra, solo puede haber en la Tierra tal música, esos locales, esos
olores… Estoy de vuelta a casa.
Todo se para, la niña vuelve a estar quieta, mirándome fijamente, la sensación
de mareo como antes vuelve a desvanecerse. Como antes a lo lejos del callejón se ve
una pareja. A su alrededor una espesa niebla les acompaña. Apenas se les ve la cara.
– ¿Por qué hace esto? ¿Qué me quieres decir? – La niña no da muestras de interés,
solo me mira. Ni siquiera estoy seguro de que me esté escuchando.
De nuevo, por tercera vez, todo vuelve a cambiar, todo vuelve a girar. – Otra vez
no... ¿Y ahora donde me llevas? Que me espera después de este tornado de colores
e imágenes…
El color grisáceo desaparece, la fachada del local se pierde, todo comienza a ad-
quirir una tonalidad verdosa, la suave brisa estival aparece de nuevo, el tacto de la
hierba vuelve a aparecer. – Otra vez al principio. Menos mal. – Pasan unos minutos,
ni la niña ni yo nos hemos movido. Todo ha acabado. Que pesadilla…
­ – Dime que quieres, por favor. – Silencio. – Si no me vas a decir nada, déjame
marchar. No entiendo lo que quieres de mí.
Antes de que pueda acabar la frase, las sensaciones antes experimentadas vuelven

186
a surgir, ahora muchísimo más rápido. El escenario va cambiando como si la niña
cambiara de canal; primero las tierras desérticas, después el callejón, el bosque. Así
un millar de veces. EL mareo se apodera de mí. Las náuseas comienzan a ser cada vez
más fuertes. Pero cada vez que paso por uno de esos escenarios las imágenes se vuel-
ven más nítidas, más claras. – La mujer vestida de blanco en las tierras desérticas; la
pareja en el callejón. El edificio… El edificio se parece a una discoteca. El prado con
la niña y conmigo… Me puedo ver a mi mismo de lo rápido que gira.
Me da la sensación de que llevo días, años dando vueltas, como si fueran fotogra-
mas, las imágenes de aquellas gentes se acercan a mí, pero llega un momento en el
que las náuseas producidas por el mareo se apoderan de mi de tal forma que solo veo
colores. Un manto de colores.
– ¡Para! – Le grito con todas mis fuerzas – Déjalo ya. ¡Ya basta!
Entre el remolino de colores, de lugares, la niña… Veo una mano. – Esa mano me
suena… La siento. Me tira...
La mano tira de mí con fuerza, sin saber la naturaleza de la mano conocida. A lo
lejos distingo una voz. Con todas mis fuerzas intento abrir los ojos o al menos el gesto,
pues ya los tengo abiertos.
– ¡Mist! – De un salto me levanto de la cama. Aun con las náuseas en el cuerpo
salgo corriendo hacia el baño, apartando con el brazo a Mist
– Buenos días a ti también Herendi – La voz de la valquiria suena amable. Se
levanta y sale hacia el pasillo.

21 de Julio

Mist

En ese periodo de tiempo cada noche tanto Alice como Herendi tuvieron sueños
extraños; pesadillas; premoniciones…
Ninguno de ellos habló del tema, hacían como si no hubieran soñado nada, como
si nuestras vidas no hubieran cambiado lo más mínimo. Pero yo lo noté.
Cada uno se consumía a su manera, su personalidad cambió. Alice pasó de ser ca-
riñosa y atenta a ser arisca, sus notas bajaron muchísimo, apenas iba a la universidad.
A su vez, Herendi se convirtió en un mueble más de la casa. Es raro ver a un elfo en-
cerrado en casa las 24 horas del día, dejó su trabajo, dejó sus fiestas… Así, día tras día.
Nadie hablo del tema, hasta aquella mañana, en la que me cansé de verles así. De
ver como despertaban a media noche con sudores fríos y como se consumían poco a
poco.
– Buenos días Alice. ¿Quieres algo para desayunar? – Me acerqué hasta ella y le
invité a sentarse en una de las sillas de la pequeña cocina.
– No, gracias. No me siento muy bien. – Cuanto había cambiado la voz de Alice,
ahora sonaba como la de un muerto: triste, apagada, frustrada.

187
– Últimamente tú y Herendi estáis demasiado raros. ¿Se puede saber qué pasa? –
Acerqué una silla hacia Alice, dejando un par de milímetros entre nuestras caras. Le
clavé mis penetrantes ojos esperando así a que Alice me contara toda la verdad.
– Sólo… Estoy bien Mist, no te preocupes. Hoy me iré pronto. – Hizo el intento
de levantarse pero mi brazo la retuvo en la silla.
– No deberías de retenerla, no eres su madre, déjala – El desánimo de su voz quitó
toda orden de la frase. Herendi se sentó frente a nosotras dos y apoyó su frente en la
fría mesa. – Mist. No habrá algo de café, ¿Verdad?
– ¿Cuánto hace que nos conocemos? – Le dije mientras le acercaba una taza hu-
meante de café – ¿Tres años? No, creo que incluso más. No entiendo por qué después
de tanto tiempo y de todo lo que hemos vivido os está costando tanto hablar del tema.
– El elfo levantó levemente la cara con la intención de mirarme, aunque sus fuerzas
solo permitieron alzarla unos centímetros de la mesa. Alice a su vez se secaba disimu-
ladamente las lágrimas que empezaban a deslizarse por sus rojizas mejillas.
– Yo. Yo no os quería preocupar. Esperaba solucionarlo antes de que… Pero no
puedo. Mist. – Alice seguía secándose las lágrimas con las manos. – Me abordan cada
noche, cierro los ojos y les veo, veo sus caras; en mis sueños, en los periódicos, en
las noticias. Cada día hay más. Cada nueva víctima se clava en mis sueños, no puedo
evitarlo… – Vi como su cuerpo se estremecía, no podía ni imaginar todo lo que Alice
estaba sufriendo a causa de ese don.
– ¿Y no crees que lo mejor en estos casos era ponernos al tanto a Herendi y a mí?
Alice, has tenido visiones de fantasmas, espíritus, llámalos como quieras. ¿No crees
que eso pueda significar algo? – Yo odiaba regañarla, la apreciaba demasiado y sabía
que estas palabras la herían.
– Esperaba solucionarlo. Lo siento. – En Alice se reflejaba la cara de culpabilidad
que sentía al no habernos explicado nada de lo sucedido. Culpable al verme como
había estado sufriendo por ella. – De veras que lo siento chicos.
– Supongo que yo también tendría que disculparme – Aquella voz ya se parecía
más a la del elfo que las dos chicas conocían. – Al igual que Alice no os quise preo-
cupar. Vi que Alice estaba mal. Y tu Mist… Si te lo llego a explicar. Si te lo explico
– Herendi intentaba buscar las mejores palabras – En fin. Vas a creer que estoy loco,
que me drogo, vete a saber que…
– ¿Desde cuándo te preocupa que piense eso? – Me alegraba al ver que tenían
intenciones de desahogarse. – Bien. Empezad por donde queráis.

21 de Julio

Herendi

– Así que los dos hemos tenido sueños… – En Alice era normal. Ese era uno de
sus dones; contactar con muertos en sueños. Pero yo nunca había tenido este tipo de

188
sueños. Para mí era raro, y nuevo.
– ¿En qué estás pensando? – Su mano se movía a milímetros de mis ojos como
si estuviera poseída. Alice intentaba llamar mi atención. Devolverme a la realidad.
– Puede que la niña esté muerta. Y que me esté intentando enseñar quien la mató.
¿No es así como funciona? – Miré con esperanzas a la experta en sueños y muertos.
– No tiene por qué. – Esas palabras me dolieron como dos bofetadas. – Dices que
la niña te muestra diferentes sitios… – Alice reflexionó un segundo – Aquella tierra
desértica; la mujer de blanco que te intenta hablar y se acerca a ti. Y los callejones,
donde ves a la pareja, a la chica… – Estaba recopilando poco a poco toda la informa-
ción que hacía unos minutos le había dado. – Este último se parece a mis sueños…
Qué curioso. – Alice cuando se metía de lleno en su mundo de muertos, en su trabajo
por así decirlo, cambiaba completamente. Se trasformaba, transmitía una seguridad
increíble, unas ideas claras y fijas. Algo que había ido adquiriendo desde que conoció
a Mist.
– Entonces, puede que la niña no esté muerta… ¿Y entonces porque lo hace? – Yo
siempre estoy seguro de todo, nunca dejo que las cosas me preocupen demasiado, y
esta situación hacía que me sintiera mal. Traicionando todo lo que yo de por si era; me
comenzaba a desesperar no entender nada; los sueños, la dichosa niña… – ¡Pero tú
no ves ninguna pareja! Solo ves a las chicas que han asesinado. Es demasiado fuerte,
presuponer que yo veo a las mismas chicas que tú.
– Herendi. En un primer momento sólo las veo a ellas – Fría, tranquila, esa era
la Alice que me hablaba. Algo enfadada porque no viera lo obvio del asunto. A veces
se me hacía tan difícil llevar ese cambio de personalidad en Alice… – Pero después
ellas me lo muestran todo. Me enseñan cómo llegan a los callejones, con él. O como
le conocen… Cuando salen de aquel gran local, como se puede escuchar la música
aun de fondo…
– “Con él” – Mist repetía las palabras de su amiga – ¿Ya has encontrado un sos-
pechoso Alice?
– Es lo que quería solucionar antes de contaros lo que estaba soñando. En las notas
dice que solo hay un asesino, uno en serie. Todas las chicas se parecen, siempre pasa
en los mismos sitios; en callejones oscuros cerca de discotecas o locales. A todas se les
vio salir con un chico. – Fue corriendo hacia el comedor donde estaba su bolso, volvió
a venir con una carpeta llena de recortes de periódicos. – La descripción concuerda
con el chico que yo sueño… Con el que ellas me muestran.
– ¿Este es el asesino? – Recogí el recorte donde se veía un retrato robot del su-
puesto asesino y me leí la descripción que había debajo. También me leí las notas a
bolígrafo que había escrito Alice al lado de la foto.
Mist cogió la carpeta, examinando todos los papeles, las páginas de los periódicos
que Alice había arrancado, las notas que había puesto por todos sitios, etc.
– ¿Son las víctimas? – Mist nos mostró unas páginas donde había fotos, algunas
de ellas con un círculo alrededor. – ¿Por qué no todas tienen el círculo? ¿Qué significa

189
Alice?
– Son las chicas que he visto. No todas acuden a mí. Las fechas que hay debajo de
las fotos – Alice nos indicó con el dedo las fechas a las que se refería – Son los días en
los que soñé con ellas. En todas coincide; dos días después de su muerte, yo las veo.
Me quedé atónito al ver las fotos, no sabría cuántas caras de aquellas jóvenes me
sonaban. Alice tenía razón; cuando la niña me llevaba a aquel callejón y veía como
la pareja se acercaba… Yo podía verles las caras, no nítidamente, pero si lo suficiente
como para reconocerlas en las fotos.
– Todas tienen un físico parecido – Pude decir a media voz.
– Sí. – Sonreía complacida. – Te has dado cuenta, ¿verdad? Se entrelazan nuestros
sueños. – Sus ojos cambiaron completamente, su cara se endureció. – No sé si sois
capaces de ver lo extraño de este asunto. Pero no es algo que pase habitualmente.
Alguien con mucho poder, sólo alguien que domine este campo puede hacer eso. –
Estaba claro que nunca me acostumbraría a la mirada fija y penetrante de esa Alice. –
Mis sueños tienen una explicación, los tuyos no Herendi. Habría que averiguar quien
te los manda.
– A veces… A veces me das miedo Alice – Las dos se rieron al escuchar mis
palabras, incluso a mí se me escapo una leve risilla, aunque lo decía muy en serio. –
Vamos a ver… Tenemos a un asesino en serie; que seguramente estará conectado con
el Lado Sombrío, sino, tu no habrías soñado nada – Ni yo tampoco, pensé para mí –
Después tenemos estos sueños tan extraños; dejamos de lado los tuyos, pues dices que
son normales – Lo de normales lo podría debatir pensé – Así que nos deberíamos de
centrar en los míos. ¿No?
– Sí, creo que hasta ahí está todo claro – Mist seguía mirando las páginas y rele-
yendo una y otra vez las notas que había escrito nuestra médium en los papeles. – Sea
quien sea, quien te mande esos sueños Herendi, es de los nuestros. Quiero decir, que
nos quiere ayudar. Así que yo centraría nuestras investigaciones en el supuesto asesi-
no. No podemos permitir que sigan muriendo más chicas. – Permaneció unos minutos
en silencio. Alzó la mirada hacia nosotros y extendió uno de los papeles mientras
hablaba – Y deberíamos de controlar el tema de los suicidios…
– ¿Suicidios? ¿Qué tienen que ver los suicidios en todo esto? – Ahora si que me
había perdido del todo…
– Has estado demasiado desconectado últimamente. – Mist me miraba amable-
mente. Tenía toda la razón, desde que tuve el primer sueño había dejado de lado las
noticias de la nueva calma, de los asesinatos... Ahora que caía, el trabajo también lo
había abandonado. Tenía que poner demasiadas cosas en orden… – Será mejor que
Alice nos cuente lo de los suicidios. Hay cosas que no entiendo del todo – La valquiria
señalaba las notas que había escritas por los bordes de las hojas.
– Aparte de los asesinatos ha habido suicidios muy extraños. Fuera de lo normal.
Y no es que diga que el suicidio sea normal, pero… Bueno me entendéis, ¿No?
– ¿A qué te refieres con extraños? – Lo cierto era que no la acababa de entender.

190
– Pues… – Otra vez busca las palabras más adecuadas para explicarse – Una per-
sona cuando se tira por un quinto u octavo piso, no aterriza con una cara consumida
por el miedo. – Hizo una pausa mientras olía el café que iba cayendo en su taza – Tú
has decidido, por propia voluntad tirarte por un octavo piso, puede asustarte la caída,
pero aun así es tu decisión. No deberías de morir con una cara así – De sus ojos cerra-
dos se deslizó una lágrima que escurrió rápidamente con su mano.
– Alice… – Me apenaba verla así, su don, era un don que yo nunca habría deseado
tener. No lo dijo en ningún momento, pero tanto Mist como yo, sabíamos con certeza
que nuestra amiga había visto de primera mano aquella cara. Pudiera ser que no en
sueños, porque Alice era capaz de ver lo que pasaba tan solo tocando una foto…
– ¿Por qué debería de quedarle algo pendiente a alguien que se suicida? – Nadie
contestó. – Se supone que ya has dejado tus cosas en orden. A no ser que no te suicides
por propia voluntad… Sino que algo o alguien indirectamente te hagan saltar.
– Pero eso Alice, no sería un suicidio, sería un asesinato. – Las cosas cada vez eran
más raras. Y cada vez tenía más claro que alguien del Lado Sombrío estaba detrás de
todo esto. Alguien con capacidades normales no haría tal cosa.
– Supongo que las autoridades lo habrán catalogado como suicidio si no hay prue-
bas que determinen un asesinato. Nadie les empujó, saltaron. Aunque haya alguien
detrás de eso ¿Cómo demostrarlo? – Mist sabía muy bien el punto de vista de los
policías y detectives. Ella era la que se encargaba de tratar con las autoridades.
– Si todo esto es cierto. El caso es más grave de lo que pensamos. – Dije turbado
por todo – Tendríamos que ponernos a averiguar. Creo que es hora de que vaya a tra-
bajar. – Algo había claro, todo pasaba en el Miyers32
– ¡Es cierto! Podrías averiguar cosas sobre las chicas muertas. Con quien salieron
la última vez del local… Siendo relaciones públicas de la mayor discoteca de la zona
dudo que te sea difícil sacar información. – Los ojos de Alice brillaban de una forma
encantadora y especial al mismo tiempo. – Yo me quedaré en casa, dejando mi mente
abierta para mis queridos amigos. – Alice dijo esto último con una nota de ironía y
sarcasmo, refiriéndose a los fantasmas que se metían en sus sueños sin permiso.
– Bien, pues yo me acercaré a la comisaría para ver si puedo sacarles información.
Ellos ya habrán preguntado por toda la zona del Miyers. Puede que nos den algo de
luz sus pesquisas.

24 de Julio

Alice

Llevamos tres días investigando como locos todo lo sucedido hasta ahora. Nos

32 Así se conoce a la zona del polígono a las afueras de la ciudad. Donde se encuentran todos
los locales, discotecas y sitios de ambiente.

191
hemos organizado a la perfección aunque pueda parecer mentira.
Herendi se ha volcado en su trabajo como relaciones públicas del Star,33 lo que
le permite hacer preguntas a todos los trabajadores de las demás discotecas sobre los
asesinatos, sin que se note nada raro. Por ahora ha descubierto lo mismo que Mist.
Ella sigue recopilando la información que le han dado en la comisaría, aun no
sé como lo hace para sacarles tanta información confidencial. Aparte ha estado en
contacto con otros Shadow Hunters. Por ahora aún no sabemos a que cosa nos en-
frentamos. Mist cree que puede ser un miembro de alguna secta de la ciudad. Ya que
todas las víctimas coinciden en aspecto físico, todas tienen la misma expresión de
horror. Sus preciosas caras consumidas por la peor mueca de horror y sufrimiento.
Herendi y ella creen que las jóvenes pueden ser víctimas de algún hechizo, de algún ritual…
No sería la primera vez que nos enfrentamos a alguna secta que se dedica a asesinar
a jóvenes. Pero lo de los suicidios…
Se han convertido en mi pequeña obsesión. Aún sigo teniendo sueños con las
chicas que son atacadas y asesinadas por el Meyer. Pero desde que me propuse dejar
mi mente abierta hacía todo lo demás…
Esta noche han contactado conmigo. Un chico joven y muy apuesto. Camarero de
uno de los bares de ambiente. Me mostró como chocaba con otro joven de un aspec-
to… no sabría cómo describirlo; tenía una belleza tan aterradora…
Pude incluso notar el choque entre los dos chicos, note cómo mi piel quemaba
por el roce de aquel joven de ojos grises. Sentí al mismo tiempo algo en el estómago,
una punzada fuerte, dolorosa, un escalofrió recorriendo todo mi cuerpo, cómo si algo
invisible me marcara mientras le miraba los ojos.
Después me vi, dos días después de aquel incidente sin importancia, sentado en
una cama que no era la mía, como unos sudores gélidos bañaban mi frente, como mis
retinas guardaban aún las últimas pesadillas. La sensación de agobio y cómo me que-
daba sin aire poco a poco. Me sentía como si estuviera en un pozo, hundiéndome poco
a poco en una oscuridad fantasmal, y recordando una y otra vez esos ojos grises, cómo
mi piel seguía quemando donde la mía y la suya se habían tocado. ¿Alguna vez habéis
sentido la sensación de no poder más? La desesperación, de no poder salir a flote, de
intentarlo y ver que te hundes más y más… Así es como me sentía. Mejor dicho, así
es como se sentía él. Entonces lo vi, lo vio…
Vi la luz. Y corrí hacia ella, era la única escapatoria. Me atormentaban esos ojos,
me quemaba la piel. Y salte, salte hacia la luz.
Aún me duele el cuerpo, aún tengo marcas de los moratones y cardenales por la
espalda, brazos, piernas… Aún no he podido limpiar del todo la sangre de mis saba-
nas. Nunca había experimentado mi don en esa magnitud. Supongo que es lo que tiene
dejar las puertas abiertas de par en par. El chico no sólo quiso mostrarme lo que había
pasado, quiso que lo sintiera, que viera lo que él veía.

33 Es la discoteca donde trabaja el elfo.

192
En aquel sueño, yo fui el chico; sentí su amargura, su sufrimiento, sentí como
saltaba desde aquella azotea y como mi cuerpo golpeaba contra el suelo. Noté cada
costilla rota, la sangre manchando mi cara, los pinchazos de las piernas. Cada músculo
descerrajado, cada hueso roto, como mi vida se despedía de mí. Y como esos ojos
grises me siguieron hasta la oscuridad.
No sé si fue una buena idea dejar mi mente tan abierta. Cómo me duele todo…
Pero ahora sé que todos los que se han suicidado han tenido contacto con él. ¿Cómo
alguien normal puede hacer esto? No solo absorbe la vida a esas chicas, sino es capaz
de inducir al suicido a aquellos que le han tocado… ¿Cuánta gente más va a morir?
Acaba de llamar Herendi… Dice que ha visto a un chico que se parece al presunto
asesino. Quiere seguirle, pero Mist se lo ha prohibido. Ha ido a buscarle, según ella
para evitar que se meta en líos.
Me ha dado la descripción de la chica que ha salido con él joven. Acabo de dibu-
jarla. Si es él, seguro que la veré en mis sueños. Puede que ahora no pasen esos dos
días después de su muerte. Puede que acuda a mí esta misma noche… Tengo ganas
de que acabe todo esto. Mist tiene razón. Me comienza afectar, pero es que ellos no
sienten lo que siento yo, no ven lo que veo yo. Herendi puede hacerse una idea, pues
aún tiene a la niña haciéndole visitas cuando duerme, pero aun así… Es tan fuerte.
Echo de menos a Yanira. Ella nos ayudaría. Lo se…

25 de Julio

Herendi

Después de que Mist se asegurara de que no me metía en líos al intentar perseguir


a aquel joven, hemos decidido que ya es hora de comenzar a interferir. No soluciona-
remos nada si nos quedamos mirando como más chicas mueren.
Es cierto que nos falta información, pero aun así… Todos, incluso Alice estamos
de acuerdo. Supongo que Alice es la que más ganas tiene que se acabe esto, última-
mente tiene peor aspecto que nunca…
– Bien, ¿cómo van las cosas? – Mist estaba organizando todas las notas que había
ido sacando de sus visitas a la comisaría y a sus citas con otros Shadow Hunters. Casi
todos los papeles hacían referencia a sectas, rituales, y hechizos. Cada cosa tenía
algún punto de similitud con lo que estaba pasando, pero no daba explicación a todo.
– He convencido a los socios de los demás locales para que sus “seguratas” dejen
bien claro a todas las jóvenes que no se vayan con desconocidos. Espero que sirva de
algo – No había sido una tarea muy difícil convencerles, puesto que la mayoría no
querían salir en las noticias vinculados con asesinos ni muertes. Solo hubo dos que
se opusieron, pero sólo tuve que implantarles la idea34. – Esta noche iré supervisando

34 Es un hechizo de la raza élfica. Consiste en repetir la idea en forma de susurro hasta que el

193
todos los locales y me fijare en todas las chicas que concuerden con la victimas – Algo
que tampoco era muy difícil. Todas las víctimas tenían los ojos oscuros, tez blanque-
cina, media melena oscura o rojiza. Complexión débil y a simple vista tímidas. No
era el tipo de chicas que se movía por la zona del Miyers. Así que las podía localizar
rápidamente.
– Bien, bien – Los ojos de la valquiria se endurecieron y brillaron con furia. Se
estaba preparando para la lucha. Se la veía emocionada.
– ¿Tienes más información Mist? ¿Has podido averiguar algo más? – Mist aún
seguía ordenando más papeles.
– Si presuponemos que todo esto tiene que ver con el vudú o alguna magia similar,
creo que sabría la manera de erradicarlo. Como afrontarnos al mago o hechicero – Me
tendió uno de los papeles que hablaban del vudú – Claro está que si resulta ser otra
cosa estamos en las mismas…. – Sonó frustrada.
– Si resulta ser otra cosa ya improvisaremos. – Le dije mostrándole una de mis
mejores sonrisas. – Eres la valquiria más poderosa que conozco. Y yo no soy del todo
malo. Estoy seguro que saldremos bien parados. ¡Hay que ser positivos!
– Soy la única valquiria que conoces. – Mist comenzó a reírse – Pero sí, soy la más
poderosa valquiria de esta ciudad – Gracias por incluirme en la lucha – Interrumpió
Alice con una vocecilla resentida.
– Alice, todos los presentes sabemos que luchar no es tu punto fuerte – Mist le
hablo como una madre preocupada habla a su hijo. – Ya sabes que eres grande y po-
derosa, pero para la lucha, no. – Remarcó con dureza el no.
– Gracias por animarme – Dijo la humana con sarcasmo. – Herendi, ¿has podido
averiguar algo más sobre los suicidas?
– Si, eso es lo que te quería contar. He estado hablando con camareros y demás,
parece ser que todos los suicidas, como ya sabéis, eran trabajadores de algún local o
bar de por aquí. – Las dos asintieron. – También sabéis que a diferencia de los asesi-
natos, aquí hay tanto chicas como chicos – Volvieron a sentir – Pues bien, en todos
hay algo en común. Todos hablaron, o tuvieron algún contacto físico con nuestro
sospechoso de ojos grises.
– Lo sabía… – Dijo Alice para sí – ¿Hay alguna prueba de ello? Me refiero a
si hay alguien que les viera hablar o rozarse… Nuestro malo los marca. Por eso se
vuelven locos. ¿No has podido averiguar nada de eso? – Comenzaba a parecer algo
histérica, lo que hacía que no se le entendiera demasiado bien.
– Déjame acabar hombre. A ver. Eso también lo he preguntado. – Me aclaré la
voz – Ayer localicé a una camarera y amiga del chico que se tiró desde un octavo
piso. Cuanto le pregunté que había visto… Bueno, la chica se derrumbó – dije algo
apenado.
– ¿Qué es lo que vio? – Me pregunto Mist mientras Alice iba apuntando en una de

sujeto en cuestión la obedece.

194
sus libretas todo lo que iba diciendo. Últimamente lo apuntaba todo…
– Me explicó que estuvieron observando a nuestro sospechoso. Entró en el lo-
cal y les hizo gracia las pintas35 que llevaba, se quedaron mucho rato mirándole, era
guapísimo y sus ojos eran extraños. Después de observarlo un rato, el suicida, David,
decidió ir a hablar con él. Entonces pasó todo – intentaba usar todas las expresiones
que la joven había utilizado hablando conmigo. Para que mis compañeras se hicieran
una idea – David fue tocado por el sospechoso y todos sus amigos que seguían obser-
vándoles vieron como la piel de su amigo se volvía algo rojiza, como si se estuviera
quemando. Después de eso, su amigo comenzó a actuar de una forma bastante extra-
ña, hasta que se tiró del octavo piso a los dos días.
– Pues está claro que Alice tenía razón, parece ser que les marca. Herendi ya sé
que es complicado, no tienes ojos para todo pero…
– Tranquila Mist. – La interrumpí. Haría todo lo que estuviera en mis manos esta
noche, Seria como un lince. Lo vería todo. – Alice, ¿cómo llevas las investigaciones
de mis sueños? – Alice se había volcado tanto en sus sueños como en los míos. In-
tentaba averiguar quién era la niña, porque veía esos tres escenarios y que significado
podía tener.
– Estoy atascada, Herendi – Iba ojeando las hojas de su libreta, releyendo en
voz baja las notas que había puesto – Estoy segura de que la niña no está muerta. Es
humana o una proyección de algún hechizo. Pero por ahora no lo sé… – No alzó ni
una sola vez su mirada de la libreta, ojeaba algunos libros de magia e iba apuntando
cosas – Dadme unos días más. Puede que saque algo claro de tu sueño. Me centraré en
la niña y en las zonas que te muestra.
– ¿Zonas? ¿Qué zonas te está enseñando? – Mist se levantó encaminándose hacia
el pasillo, pero esperó a que alguno de los dos contestara.
– Lo primero que veo es Faerie, Mist. Lo segundo… Alice aún no ha averiguado
que es, lo tercero es la Tierra. – Cuando acabó de hablar se fue, a los segundos apare-
ció con un enorme libro de tapas duras, rojo como la sangre.
– Si lo que buscas es alguna zona, aquí seguro que lo encuentras – Le sonrió y le
guiñó un ojo. – Todo lo que se sabe sobre nuestras zonas y razas está en este libro.
– Gracias. Lo dicho, dadme unos días más. Ahora cada uno a lo suyo – Dijo ani-
mada.

De la noche del 25 a la noche del 27 de Julio.

Nos despedimos, yo me fui al trabajo, donde pasaba casi las veinte cuatro horas
del día. Mist entraba y salía de casa; visitaba a otros Shadow Hunters, estaba pendien-
te de todo lo raro de la ciudad, a veces se pasaba por el Star pero siempre que podía
se quedaba en casa con Alice.

35 Se refiere a la manera de vestir.

195
Se le veía preocupada por ella, tenía miedo de que dejara la puerta demasiado
abierta. La valquiria no aceptaba del todo el método de trabajo que estaba utilizando
su amiga.
Alice se había empeñado en contactar con la niña. Encendía velas, se intentaba
inducir al trance… Nos contaba pocas cosas. Todo lo escribía.
Se la veía cansada. No solo soportaba sus sueños, que cada vez eran más duros,
sino que tenía que soportar la obsesión que iba creciendo en ella sobre lo sucedido.
Yo en cambio opté por no dormir. Le pasé la responsabilidad de mis sueños a ella.
Egoísta, sí. Pero al menos era lo más efectivo para no volverme loco y centrarme en
mi parte del trabajo.
Así es como transcurrieron los días…

Mañana del 29 de Julio.

05:00 AM

– ¡Llevo horas! – Dije enfadado – ¡Horas llamando por teléfono, al móvil! ¡¡Y
ninguna de las dos me habéis contestado!! ¿Por qué? ¿¿POR QUÉ?? – Me bullía la
sangre, temblaba de la misma rabia que tenía. Todos los nervios y el estrés acumulado
en días explotaron como si de una bomba se tratara. Y los sollozos de Alice solo ha-
cían que enfurecerme aún más.
– Lo siento Herendi. Perdóname. – Alice apenas podía hablar, se ahogaba entre
sus propios llantos – Yo… Yo desenchufe el teléfono. No quería que me molestaran
mientras…
– ¿¡Mientras qué!? – Por muy apenada que estuviera y por más excusas que me
diera, el hecho era que acabábamos de perder la mejor oportunidad de atrapar al sos-
pechoso. Y si alguna de las dos hubiera tenido el móvil de emergencia en funciona-
miento, ahora ya lo podríamos a ver atrapado. – El teléfono de emergencia es para
algo Alice. Gracias a ti y a Mist, la chica esa estará sufriendo una muerte como las
demás jóvenes. ¿A caso no es eso lo que teníamos que evitar? ¿Y cómo lo vamos hacer
si ninguna de vosotras dos está ahí cuando se os necesita? ¿Eh?
– Herendi, hago todo lo que puedo – Se veía que hacia un esfuerzo sobrehumano
para tranquilizarse y para que sus ojos dejaran de llorar de esa manera – Puede que la
chica no esté muerta, que solo fuera una pareja normal…
– Alice no te engañes. Tenía los mismos ojos, la chica tenía el mismo patrón que
las demás. Era él, lo sé. – Ahora toda la rabia y el enfado pasaron a ser frustración e
impotencia al no haber podido hacer nada, pues antes de llegar a casa y viendo que
ninguna de mis compañeras daba señales de vida, había recorrido cada callejón de
Miyers en busca de la pareja. Y el hecho de no encontrarles me daba más motivo para
pensar que era el asesino. – Dices que haces todo lo que puedes, ¿no? Te pasas el día
en casa, intentando inútilmente inducirte a un trance… ¿Así crees que nos estas ayu-

196
dando Alice? Mist está más pendiente de tu locura que de averiguar cómo matar a lo
que sea que nos enfrentamos. Ya tenemos suficiente con todo esto para estar pendiente
de tus lloros y tus chifladuras.
Alice dejó de sollozar inmediatamente después de decirle esto, evité mirar hacia
arriba para no verle la cara. Sólo noté como se ponía tensa y toda la pena de su ser se
volvía frialdad. Me arrepentí en ese momento de haberle dicho todo eso, pero… Pero
aquella chica ahora estaba muerta, por nuestra culpa.
– Dame la descripción de la chica. – Alice se levantó y se puso frente a mí. Su
voz sonó helada y aún con la cabeza agachada, apoyada entre mis manos, pude ver su
postura rígida. Hice lo que me dijo. Describí a la chica, sus ropas, su cara, todo. – Gra-
cias – Dicho esto se fue hacia su habitación y se encerró, dejándome solo en el salón.

10:00 AM

Alice aún seguía encerrada en su cuarto, evitándome a mí y a Mist, que solo hacía
un par de horas había llegado a casa.
Ya estaba al tanto de todo, y como no me quedaba más rabia ni enfado, pues ya me
había descargado con la pequeña Alice, pude evitar el genio de la valquiria. Aunque
el ambiente seguía tenso.
– ¿Sigue sin decir nada? – Me acerqué hacia la puerta de la habitación de Alice,
donde Mist estaba apoyada, esperando a que diera señales de vida.
– Como si no hubiera nadie en la habitación… – Tenia la espalda y la cabeza
descansando sobre la puerta, con los ojos cerrados. Completamente seria. – Te habrás
quedado a gusto, elfo.
– No empieces Mist. Nada de esto habría pasado si tú o ella hubierais cogido el
móvil. Ahora no me hagas creer que soy yo el culpable. – No entiendo porque siempre
tengo que ser yo el malo… – Esta no es la actitud que tiene que tener un Shadow Hun-
ter y lo sabes Mist. – Dije señalando la puerta del cuarto de Alice.
– Alice no es un Shadow Hunter normal, es algo que ya sabíamos cuando se unió
a nosotros. Y tú acabas de echarle en cara todo lo que hace. Es sensible, pero es muy
buena – Lo dijo orgullosa y cuando abrió los ojos, estos le brillaban.
– Puede que me haya pasado, pero no tendría que haber desconectado el teléfono
y tu…
– Yo estaba en el Santuario36. Ya sabes que Dinorah no permite que se entre con
ciertos aparatos en sus reuniones. Y por mucho que insistí no me dejaron entrar con

36 El santuario: conocido también por el nombre de Mitternacht Club. Es un club privado


situado en la zona antigua de la ciudad. Propiedad de Dinorah y Eric Diermissen. Este local tiene
la peculiaridad de ser una zona neutra entre los Shadow Hunter, el Lado Sombrío y los humanos.
Refugio para ambos lados. Dentro de esta propiedad (local y albergue) queda totalmente prohibido
cualquier tipo de pelea y riñas.

197
el móvil – No intentaba excusarse, y si me dio ese inciso de información fue más bien
para que me callara que para que la perdonara. Mist era muy diferente de Alice y no
iba a permitir que yo le echara la bronca, por nada.
– Esa es otra. Aún no me has explicado que hacías en el Mitternacht – Yo arries-
gándome la vida y la otra de fiesta…
– Dinorah y Erik están al corriente de todo lo sobrenatural que pasa en la ciudad.
Les pedí ayuda. No estaba de fiesta – Su mirada fue dura, como si me hubiera leído
la mente.
– ¿Y bien? – Le dije sarcásticamente
Antes de poder continuar hablando o de que Mist pudiera contestarme escucha-
mos los gritos y sollozos de Alice. Nos costó varios minutos poder abrir la puerta, ya
que Alice en su “rabieta” la había sellado con su mente para que no fuera molestada
por ninguno de nosotros.
Al entrar se me heló el cuerpo a ver a Alice; sudorosa, completamente pálida, su
piel era de un tono casi azulado. Sufría convulsiones, sus gritos de dolor eran más
agudos ahora y pequeñas lágrimas perladas caían por sus mejillas.
Que injusto que he sido. Le he dicho tantas cosas… Con lo que sufre. Nadie de-
bería de pasar por esto…
– ¿Sigues pensando que Alice no hace nada? – Mist se acercó mucho más a la hu-
mana, vi como a ella también se le escapaban las lágrimas, pero estas, en cambio, eran
de impotencia. Los dos sabíamos muy bien que despertarla ahora sería un grave error
con unas consecuencias fatales para ella. Sólo había que esperar a que se despertara.
– Me equivoqué. Ya sabes que cuando me enfado no soy responsable de mi ira y
de mi rabia. Soy impulsivo Mist. – No era la mejor manera de pedir disculpas, pero
al menos era la verdad.
– Cuantas veces te hemos intentado localizar en medio de una cacería y tú no
dabas señales de vida porque estabas de fiesta o con alguna tía… Nunca nos hemos
puesto como tú esta noche. Y algunas veces hemos sufrido serios daños… Te acepta-
mos, tal como eres y lo que eso conlleva.
– La he cagado, no hace falta que me lo repitas más, ¿vale? Le pediré disculpas a
Alice en cuanto se despierte y esté bien.
– No quiero tus disculpas Herendi. Lo dicho. Dicho esta – No me había dado
cuenta de que Alice había dejado de gritar y las convulsiones habían cesado. Ahora
estaba acurrucada en la cama, de lado con las piernas en el pecho. Su voz era apagada
y triste. Pero no se percibía nada de rencor en sus palabras, ni enfado.
– Sería una tontería preguntarte como estás – Me arrimé hasta la cama y me puse
de cuclillas para poder verle mejor la cara. – Estás horrible. – Le dije con una gran
sonrisa en la cara.
– Gracias. La chica es la misma, y el chico también. Tengo grabada su imagen en
el celebro. Ahora solo hay que esperar.
– Pondremos las noticias, y yo me acercare a la comisaría para ver si han encon-

198
trado el cuerpo. Si este coincide con la chica del sueño, tendremos a nuestro hombre.
– Dijo Mist con entusiasmo. – Ahora, tú descansa. Nada de trances, ni sueños. Te
quiero bien fresca para la pelea. – Se acercó a ella, le dio un cálido beso en la mejilla
y se encaminó hacia la puerta, dispuesta a ir a ver a su amigo el comisario.
– Lo siento mucho Alice. De veras. Si necesitas cualquier cosa, avísame. Hoy seré
tu esclavo élfico. – Como Mist había hecho tan solo unos segundos antes, le di un beso
en la mejilla, deseándole buenos sueños antes de irme.
Cuando me fui hacia el salón Mist ya no estaba en el piso, así que encendí el
televisor y me prepare para ver todas las noticias, esperando a que dijeran algo sobre
el nuevo asesinato.

16:00 PM

Alice y yo estábamos sentados en el sofá comiendo algo cuando Mist llego toda
excitada a casa. No hacía falta decir nada para saber que había dado con lo que busca-
ba. Nos tendió una carpeta marrón mientras sonreía victoriosamente
– ¡¡Esta noche vamos de caza!!
Miramos el contenido de la carpeta, vimos las fotos de la joven; la misma joven
que yo había visto tan solo hacía unas horas salir con el sospechoso y que Alice había
soñado.
– ¿Creéis que volverá a ir esta noche? ¿No sería muy arriesgado? – Alice tenía
razón, y cualquier otro asesino no se arriesgaría tanto, pero este… Este era demasiado
especial.
– Ha demostrado que le da exactamente igual todo. Tengo la corazonada de que
irá. – dijo Mist convencida.
– Con las ganas de guerra que tienes, por su bien que aparezca – dije entre risas.
– No sé si habrás caído en la cuenta de que no seremos los únicos que iremos esta no-
che en busca del asesino. Supongo que la policía estará rondando por ahí – Más bien
molestar que rondar, casi siempre entorpecen más de lo que ayudan
– Tranquilo. Ese tema lo tengo más que controlado. Esta vez no entorpecerán. –
Se le veía satisfactoria
– ¿Cosa de Dinorah? – Escuchamos a Alice entre bocado y bocado. Se había to-
mado al pie de la letra lo de estar fresca y preparada para la lucha. Este era el segundo
bocadillo que se zampaba.
– ¿Perdón? – Mist estaba sorprendida, la verdad no era para menos. Ninguno de
los dos le habíamos mencionado las salidas de la valquiria al Mitternacht. Aunque es
cierto que Alice conocía muy bien a la pareja.
– Dinorah es experta en arreglar este tipo de “imprevistos” – Dijo entre risas.
– Fue Erik. Me dio el contacto de un Shadow Hunters que trabaja para la comi-
saría. Gracias a él los agentes de incógnito que estén esta noche por el Meyer nos
avisarán si el sospechoso aparece, y no se entrometerán a no ser que sea demasiado

199
evidente. – La valquiria había hecho un gran trabajo, no cabía duda.
– Bien, pues solo me queda informar a todos los porteros que trabajen esta noche
por los locales del Meyer y tendremos controlado cada rincón. Si aparece, será nues-
tro. – De esta noche no pasa. La cacería llega a su fin…
Después de organizarnos. Me vestí y me prepare para ir al Star. Una vez allí habla-
ría con todos los responsables de los locales para que dieran la orden a los seguratas.
Ahora solo faltaba esperar a que Mist y Alice llegaran sobre las doce de la noche,
que era la hora a la que habíamos quedado y esperaríamos a que el asesino decidiera
salir esta noche.

Noche del 29 de Julio.

Mist – 23:30 PM

Sí que tarda esta muchacha… Aún se estará poniendo guapa para ir a luchar.
Hacía como veinte minutos que estaba esperando a que Alice saliera del baño para
ir al Star. En ese rato releí una y otra vez todo las estrategias de combates que en estos
días había preparado. Cada una, para un tipo de ser diferente. Que desesperación no
saber a qué nos enfrentábamos esa noche. Pero como Shadow Hunter era algo a lo que
tendría que estar acostumbrada.
Pequeñas cargas eléctricas me recorrían todo el cuerpo – Hace tanto que no lucha-
ba. Con esta maldita calma… ¡Que ganas tengo!
– Mist, creo que ya estoy – Mire hacia donde estaba mi pequeña Alice. Me quedé
boquiabierta al verla. – Creo que tendremos que llamar a Herendi, para que le diga a
los seguratas que te dejen entrar con todo eso. – Que graciosa.
Alice llevaba un puño americano en la mano derecha y debajo del abrigo largo
se le dibujaba un pequeño machete atado a la cintura. La humana no era buena en
combate, más bien era nefasta luchando, pero en peligro de muerte esas armas podían
ayudarle lo suficiente para no acabar demasiado mal. Siempre y cuando se acordase
de apuntar bien.
– ¿Se nota mucho? – Dijo tímidamente – No quiero ser un estorbo y tampoco que
os preocupéis por mí. Se lo pensará dos veces antes de atacarme, ¡ya verás!
– Guárdate tu entusiasmo para la lucha. Y ahora vamos, que el elfo nos estará
esperando.

Herendi – 00:15 AM

– Me empezaba a preocupar – Me quede mirando a Alice sin prestar mucha aten-


ción a la explicación que la valquiria me estaba dando – ¿Cómo te han dejado entrar
con todo eso? – No sabía si reírme o preocuparme porque los de la entrada fueran tan
inútiles.

200
– Secreto profesional – Dijo Alice entre risas. Al menos la tensión entre nosotros
se había esfumado, y todos estábamos de buen humor al ver esta cacería en su final.
Dos horas dando vueltas por el Star sin noticias del asesino pueden desesperar a
cualquiera, la esperanza de que apareciera esta noche se iba perdiendo según pasaban
los minutos.
Ni los de seguridad de los locales ni los agentes infiltrados de la policía veían
nada.
Me acerqué hacia las chicas después de a ver hablado con los demás locales. –
Chicas, si queréis podéis iros a casa, ya es tarde. Si veo algo, os avisaré.
– No es tan tonto como pensábamos. – Mist se veía algo enfadada.
Ninguna de las dos se movió de la barra durante la restante media hora. Hasta que
escuchamos de lejos la voz de Alice, que se infiltraba en la conversación que Mist y
yo estábamos teniendo.
– Está aquí.
– Alice, yo no veo a nadie, y no nos han avisado – Dicho esto comprobé el walkie
y el móvil. No había ninguna llamada y no había escuchado nada desde hacía una
hora. Nadie de seguridad lo había visto parar por los locales y mucho menos entrar al
Star. Ya lo sabría.
– Herendi, está aquí. Hazme caso. – Tanto Mist como yo nos quedamos mirando
en la dirección que Alice miraba. Ninguno de los dos vio nada raro. Ninguno de los
dos lo vio a él.
– Confío en tu intuición Alice – Dijo Mist. – Pero hay mucha gente ahí fuera que
está vigilando y no nos han avisado. – La valquiria se dio la vuelta para refugiarse un
poco de la música y de las voces de la pista. – Voy a llamar a Torres37.
Esperamos a que acabara de hablar, para que nos dijera lo que ya sabíamos: nadie
lo había visto. Por lo que parecía imposible que estuviera en el Star sin antes a ver
pasado por los callejones, los cuales estaban más que vigilados.
– Vosotros podéis decir lo que queráis. Pero está aquí. Y sino mirad – Alice señaló
con el dedo a un joven que caminaba hacia el medio de la pista. Con casi dos metros
de altura, de cuerpo fornido y musculoso. De tez blanquecina, con un pelo de color
negro como la noche y unos ojos grisáceos que resaltaban con las luces de la pista. Me
parecía imposible que nadie lo hubiera visto entrar.
– Vaya, es más guapo de lo que esperaba – Vi los ojos de Mist brillar como sólo lo
podía hacer una valquiria. Intenté contactar con los porteros a través del walkie. Volví
a mirar al joven… – Si no fuera porque es moreno pensaría que es un elfo…
Hable con los porteros, ninguno de ellos había visto entrar al joven. Ahora me
dejaban más claro lo inútiles que podían ser, primero dejando entrar a Alice con todo

37 José Torres, es detective de homicidios en la comisaría central. Trabaja para Erik y Dinorah
Diermissen. Como objetivo tiene no entorpecer la cacería, y sólo intervenir en caso de ataque
masivo a humanos o en caso de que fuese evidente la presencia del Lado sombrío.

201
su arsenal de combate y ahora al joven sospechoso, y ni siquiera darse cuenta.
– No lo han visto entrar. – Panda de inútiles… Tendré que hacer que los despi-
dan…
– El equipo de Torres tampoco lo ha visto. Ya está al tanto de que esta aquí. Pero
no interferirá. – Mist había aprovechado también para informar a los de fuera y asegu-
rarse de que los policías no interfirieran a no ser que fuera demasiado evidente. De vez
en cuando iba bien tener a un Shadow Hunters trabajando en la comisaría.
– ¿Creeréis que se tomara su tiempo para elegir a su víctima o se tirará a la pri-
mera que encuentre?
– Alice, creo que es del tipo de psicópata que se toma su tiempo con la víctima.
­– Mientras Mist y Alice seguían conversando sobre como elegiría a la víctima e ima-
ginando como se acercaría a ella, comencé a buscar con la mirada a alguna chica que
siguiera el patrón que usaba: estatura media, piel albina, media melena rojiza u oscura,
con ojos oscuros y de complexión débil. Y casi siempre con una apariencia tímida.
Me di dos vueltas por el Star, cuando me comenzaba a desesperar la vi. – Si yo
fuera el asesino, esa sería mi víctima. – De un metro sesenta y poco, delgada pero
con curvas, se podían ver sus venas a través de su fina piel pálida. Su pelo era rizado
y de un color fuego hipnotizante y aunque estaba lejos, pude ver sus ojos de un color
ámbar oscurecido.
La joven hablaba con un par de amigas, todas ellas desentonaban en el Star. Sus
ropas muy poco atrevidas y sus refrescos en las manos... No era el tipo de chica que
iba a la discoteca, sin duda.
– Creo que he encontrado a la víctima perfecta, Mist – Usé la comunicación no
verbal38 con la valquiria, así me aseguraba que nadie más la podía escuchar. – Que Ali-
ce vigile los movimientos del tipo. Nosotros nos quedaremos cerca de la chica. Estoy
cerca de la tercera barra. – Solo pasaron unos minutos hasta que vi a Mist.

Madrugada del 30 de Julio.

Mist – 03:00 AM

– Vigilaré. Voy con Herendi. Ha encontrado a la chica.


– ¡Vale! ¡Pero no os vayáis sin avisar! – Alice me guiño el ojo y se centró en el
asesino mientras yo iba en busca del elfo, al cual no me costó mucho encontrar.
– Odio esperar – Me recosté en la pared sin quitarle los ojos a la joven – Espero
que no tarde mucho.
– ¿Tienes ganas de pelea, verdad? – Para que negarlo...

38 Es una de las Gracias que tiene la raza élfica. La comunicación no verbal consiste en
distorsionar el aire de alrededor de los oídos de alguien hasta decir lo que él desee. Parecido a la
telepatía, aunque el emisario no puede devolverle el mensaje a no ser que sea un Elfo.

202
– Herendi, no lo niegues tú también. – dije entre risas.
Estuvimos varios minutos en silencio, esperando a que apareciera y se intentara
camelar a la pobre chica. No nos hizo esperar mucho.
– Parece muy humano. Demasiado – Frustrada, eso era lo que estaba. Después
de tantas semanas investigando sobre magia, vudú, espectros… Y ahora, al verle, su
comportamiento era tan humano…
– Las apariencias engañan. Parece mentira que te lo tenga que decir – Herendi
me miraba sarcásticamente. Pero eso, yo ya lo sabía. Nunca te puedes fiar de las
apariencias…
– Tiene algo raro. – El sospechoso ya se había acercado a la muchacha y ahora
flirteaban con más de un par de ojos observándoles.
– Podría rivalizar contra un elfo. Y eso que somos los más guapos.
– Frase propia de un elfo… Egocentrista
Mientras comenzábamos una pequeña discusión sobre el carácter de superioridad
de los elfos en cuanto a la belleza vimos aparecer a Alice, un poco alterada.
– Ha marcado a otro. ¡Al camarero! – Apenas se le entendía mientras intentaba
hablar y respirar a la vez. – Lo he visto. Ha tocado al chico que se le acerba, y nada
más tocarle su piel se ha vuelto roja, he intentado acercarme a él, pero estaba… Dios
mío, no sé cómo explicarlo
– Tranquilízate Alice. Ya nos encargaremos del chico más tarde. Ahora centrémo-
nos en la víctima que morirá antes.
– ¡Mierda! – Nos giramos a ver porque el elfo nos gritaba. La pelirroja y el asesino
habían desaparecido.
Sin pensarlo dos veces nos fuimos hacia fuera abriéndonos paso entre los jóvenes
que bailaban en la pista. Nada más salir los vimos cómo se alejaban por un callejón,
cogidos de la mano.
– Torres. Soy Mist. El sospechoso ya ha salido, va en dirección opuesta a la vues-
tra, por uno de los callejones que lleva al muelle.
– Haré que mis hombres se retiren, solo me quedaré con un par, por si necesitáis
refuerzo. Por ahora nos mantendremos alejados. – su voz era áspera, casi me dolía
escucharla.
– Gracias. – El no tener a la policía encima debería de hacer las cosas mucho más
fáciles. Esta vez no nos entorpecerían una cacería.
– Dáselas a Dinorah y a Erik.

Herendi – 03:20 AM

– ¿Todo arreglado? ¿Tenemos vía libre? – Mist no tardó mucho en reunirse con
nosotros, vi como guardaba el móvil. Había llamado a Torres.
– Sí. Ahora, a correr que se nos escapan. – Irresistible con esa sonrisa guerrera.
Va a disfrutar.

203
Damos con ellos y estuvimos unos quince minutos recorriendo varios callejones
del Miyers. La pareja iba hacia el sur en dirección a los muelles y al edificio abando-
nado que hay en el polígono. A veces los perdíamos de vista, por la poca luz de las
calles, pero los ojos del asesino siempre resplandecían.
– Se dirigen al solar del edificio abandonado. – Le susurré a mis compañeras. – Es
un buen sitio, pequeño, escondido, oscuro, y muy pero que muy tranquilo.
– Mirando el lado bueno, no nos molestaran – Mist transmitía alegría y excitación
por la lucha que se avecinaba.
– Más bien dirás, que nadie ajeno a esto sufrirá daños, ¿Verdad? – La precavida
Alice, siempre pensando en los demás…
Llegamos al solar, todo lleno de grava gorda. Había un coche abandonado y los
restos de otro quemado. Restos del edificio descansaban en las vallas del solar. Restos
de jeringuillas, botellas, basura… – Bonito sitio para ligarse a una tía… El sospecho-
so llevo a la pelirroja hacia el coche abandonado y la apoyo contra una de las puertas,
atrapándola en sus brazos. Creímos que la estaba besando cuando los llantos de dolor
de la chica desquebrajaron el silencio del solar.
Antes de poder reaccionar, Mist ya había sacado la pequeña daga de su bota de-
recha y se estaba grabando la Runa de la Ira39, en tan solo dos segundos ya iba a por
el asesino.
Hice señas a Alice para que se quedara atrás, y me fui corriendo hacia Mist, la
cual ya había cogido al sospechoso por los brazos e intentaba apartarlo de la chica. El
joven con sus casi dos metros de altura y su cuerpo musculoso era como un bloque
de hormigón, y por mucha furia que pusiera Mist en el intento, no los pudo separar
ni un milímetro.
Antes de poderme acercar a la valquiria, esta fue lanzada por los aires, como si
algo le hubiera golpeado, aunque ninguno de los tres vio nada.
Ahora estaba tirada en el suelo encima de los restos de las botellas rotas. El joven
había vuelto a lo suyo y se volvían a escuchar los sollozos de la muchacha.
– ¡Mist! ¿Estás bien? – Tontería preguntar pues marcada como estaba con una
Runa de la Ira, dolor no sentía, pero aun así…
– ¿Pero…?? ¡¡Herendi mira!! – Me volví hacia el joven al escuchar las palabras
de Mist. Había soltado a la chica, la cual ahora arrodillada junto al coche hacía un
esfuerzo por respirar. El asesino intentaba moverse pero aunque hacia un esfuerzo
sobrehumano, había algo que no lo dejaba avanzar, haciéndole retroceder sus pasos
del coche. – ¡Es Alice!
– ¿¿Alice?? – Miré a la humana, la cual tenía la cara roja e hinchada de hacer el
esfuerzo de concentrarse. Desde lejos se le podía escuchar respirar. – ¿Qué estás ha-

39 La Runa de la Ira es una de las runas más utilizadas por las valquirias. Se la suelen grabar
a si mismas a la hora de luchar. Las valquirias entran en un estado de furia donde no sentirán
dolor. Mist es su caso, se la graba con una pequeña daga plateada de 2cm que siempre lleva.

204
ciendo? – Esta chica está loca. Mira que le dijimos que no se metiera… – El pánico
me atravesaba todo el cuerpo, Alice no podía estar haciendo eso, no tenía ese poder,
que nosotros supiéramos. Pero si no era ella...
Mist se levantó del suelo y se acercó a mí, los dos íbamos hacia el chico, pero este
se movió con tal rapidez que le perdimos de vista en una fracción de segundo. Solo
supimos dónde estaba cuando escuchamos el grito de Alice.
El tío le había quitado el machete y la había arrojado hacia el coche, donde su
espalda colisionó contra la puerta del vehículo y calló a los pies de la pelirroja. Ahora
las dos respiraban a duras penas, pero se las veía bastante sanas.

Mist – 03:40 AM

– ¡Noooo! ¡¡¡ALICE!!! – Nada más verla caer junto al coche algo se encendió
en mí, la rabia y la furia de ver dañado alguien a quien había prometido proteger era
capaz de encenderme de tal manera…
No tardé ni un segundo en volver a sacar la pequeña daga de la bota y grabarme la
Runa de Valhalla en mi propio dedo. Lo Levanté preparada para señalarle y quemarlo
entero, pero para cuando estaba preparada el monstruo ya había desaparecido.
– Mist! ¡¡Detrás tuyo!! – Esquivé de milagro la estocada que me dirigía el asesi-
no, gracias a Herendi, que había movido40 uno de los bloques de piedra y ahora se lo
lanzaba por los aires... Ni siquiera miré que me había hecho con el machete de Alice
pues no podía sentir dolor alguno – Curioso que sea herida con el machete de mi
compañera…­
El bloque de piedra lo había tomado desprevenido, así que ahora yacía en el suelo.
Herendi y yo nos acercamos hasta las dos humanas.
– Alice, ¿Estás bien? – A simple vista no parecía sufrir ningún daño
– ¡Como una rosa! ¿Visteis lo que hice? ¡¡Estuvo genial!! ¡¡No sabía que podía
hacer eso!!! – Se me escapó una leve risa al ver el entusiasmo de mi compañera aun
estando en una situación tan extrema.
– Estuvo genial, pero ahora llévate a la chica a un lugar seguro. Aquí corre peligro
– Herendi sonó frío, algo raro en él. – Torres tendría que estar aún por aquí. Llámale,
que recoja a la joven y tu haz el favor de quedarte escondida y quieta.
– ¡Si jefe! – sonreí a Alice mientras le daba el móvil y las veía moverse hasta la
entrada del solar por donde nosotros habíamos entrado. Ahora con las dos humanas a
salvo, la pelea se volvería dura. – Muy dura…
Me volví a girar, dejando atrás a las humanas. Herendi estaba a mi lado mirando
el cuerpo inmóvil del chico.

40 Mist se refiere a que Herendi ha usado uno de los hechizos de la Magia elemental del aire.
En concreto el de Mover Objeto. En este caso el elfo mueve uno de los bloques de piedra y se lo
lanza al sospechoso con la fuerza del aire.

205
– No creo que este muerto – No parecía muy esperanzado el elfo. – Estate atenta
a todo. No sabemos cómo nos puede atacar.
– Lo se Herendi. Aunque podemos descartar la magia. – Un mago ya nos habría
atacado o se habría escudado del ataque del elfo. Este actuaba más a la fuerza bruta.
Casi todo estaba en silencio, menos los pasos lejanos de las dos humanas, los res-
tos de los susurros de la conversación entre el elfo y yo. Y la risa malévola procedente
del cuerpo tendido en el suelo.
– No puede ser… Mist, no ha sufrido ningún daño…
El joven estaba de pie, sacudiéndose el polvo y los cristales que tenía incrustados
en la chaqueta. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. Ni un solo rasguño. Un simple
humano estaría muerto. El bloque debería de pesar uno cien kilos y el elfo lo había
lanzado a gran velocidad. Herendi nunca fallaba cuando lanzaba algo.

Herendi – 03:50 AM

– Es una locura – Había lanzado el bloque a toda velocidad y con impulso. Iba
acompañado de una ráfaga de aire. Era imposible que ese monstruo siguiera con vida
e ileso. – No es humano.
Y no podía serlo. Sacudiéndose sus ropas, con los ojos resplandecientes y su risa
malévola comenzaba a moverse. Se balanceaba hacia adelante con el pie derecho y
hacia atrás con el izquierdo, parecía que danzara. Por el rabillo del ojo vi a Mist tensa
y en guardia, los dos esperábamos a ver que hacía, en cuanto a su movimiento, cada
vez era más rápido.
– Quiere que ataquemos. Nos está provocando…
– No ataques – Volví a usar la Comunicación no verbal con la valquiria. – ¡¡Idio-
ta!!
Ni había prestado atención a lo que le decía. La valquiria ya se abalanzaba hacia
él con la pequeña daga en la mano. Se quedó a medio camino, pues este ya había
desaparecido. Ahora se encontraba a pocos metros de los contenedores donde las dos
humanas esperaban al detective Torres.
– ¿Qué se supone que hacías? ¿No pretendías atacarle con eso, verdad? – Valqui-
ria loca, demente. Tenías que lanzarte sin pensar…
– Me estaba comenzando a desquiciar esa risa. Ahora sabemos que prefiere huir a
atacar – Mist y sus tácticas de lucha. Aunque no es que pensara mucho, ella siempre
se movía más por impulso cuando se trataba de luchar. Pero la idea había sido buena.
Para nuestra sorpresa el asesino comenzó a hacer el mismo movimiento de antes,
dando pequeños pasos adelante y atrás. No prestando atención al otro Shadow Hunter
que había aparecido.
Me quité un peso de encima al ver como a los pocos minutos Torres se llevaba a
la joven pelirroja – Un problema menos.
Volví a concentrarme en la pelea. Él seguía con su pequeño baile y la valquiria ha-

206
bía empezado a levantar su dedo grabado. Escuché el susurro de la valquiria y esperé
impaciente a que el diablo comenzara arder.
Los dos esperamos en vano, porque no ardió. Se había movido tan rápidamente
que ninguno de los dos pudo seguirlo con la mirada. Cuando nos percatamos de él,
era demasiado tarde, con machete en mano se abalanzó hacia Mist. Intentó esquivarle
pero adivinó los movimientos de mi compañera y le clavo el machete en el costado
derecho.
Escuché los gritos ahogados de Alice, el sonido que hacia el machete al ser sacado
de las carnes de Mist, por la misma mano que lo había empuñado, su sangre brotar...
Sin pensar en lo cerca que estaba Mist de él, empecé a lanzarle bombas de aire41 apro-
vechando el mismo aire que se había levantado. En pocos segundos los tres corríamos
en un círculo. Él cada vez iba más y más rápido lo que hizo que se levantara aún más
aire, creando un pequeño remolino, el cual aproveche para que las ráfagas que le
lanzaba tuvieran más fuerza que las de antes. A diferencia de las otras, estas tenían
mayor intensidad, la suficiente como para destrozarle la carne que tocaba. Algunas las
esquivaba, pero otras le daban de pleno.
– ¡Herendi! ¡Para! Si sigues haciendo que se mueva así no podré atacar, lo nece-
sito quieto – La valquiria sonaba desquiciada.
– No te preocupes – Le seguí lanzando bomba tras bomba, esperando que alguna
le tumbara. Pero las que le tocaban solo conseguían moverlo unos milímetros del
círculo invisible en el que nos movíamos o desgarrarle algún trozo de piel. – No es
suficiente.
Escuché de nuevo la voz de Mist, ahora lejana, mientras sentía cómo algo afilado
y dentado se clavaba en mi omoplato, en mi brazo izquierdo, en el muslo y un par de
veces en el costado del mismo lado.
El tiempo se detuvo. Aprecié la sangre caliente manchar mi ropa, el sonido de
las gotas al caer en la grava, la voz de la humana a lo lejos… El dolor comenzaba a
invadir cada músculo de mi cuerpo. Me costaba respirar – Machete dentado. Buena
elección Alice. Cada vez que lo sacas, te llevas un trozo de carne...
– Herendi ¿Puedes oírme? – Miré como pude a Mist. Sus ojos reflejaban terror.
Me vi reflejado en sus ojos brillantes. No me gustó lo que vi.
– Estoy bien. O eso creo – Dije como pude, escupiendo la sangre que me subía
desde dentro. Intenté levantarme a duras penas, apoyándome en mi compañera. – Se
necesita algo más para matarme. – Por Titania42como duele…. – Busque con la mirada
al maldito diablo.
– Está ahí. Creo que una de tus bombas le ha dado bien – El tipo estaba en el

41 Herendi usa la Gracia de Dominar el Viento. Con esta gracia puede controlar la dirección
de una ráfaga de viento determinada pudiendo y dirigiéndola donde él quiere. En este caso la
ráfagas de aire que lanza el elfo como si fueran bombas
42 Titania es la reina de Faerie.

207
suelo. Sangraba. Era una buena señal. Eso quería decir que la ráfaga que le había lan-
zado antes de que me atacara le había dado a “quema ropa”. – El tipo es muy rápido.
Nunca había visto algo así. Es impresionante. – Sonaba preocupada, pero mucho más
excitada.
– Por eso hay que aprovechar ahora que está quieto – Le sonreí como pude – Atar-
lo no puedo, pero si aplastarlo. – Voy a intentar aumentar su presión de aire43. Esto
tendría que dañarle e inmovilizarlo. Al menos por unos segundos.
– Me daré prisa elfo – No me dejó ni acabar de hablar. Estábamos los dos prepa-
rados.
Me concentré en él. En el aire a su alrededor. Cuanto más me concentraba más
dolor sentía pero más presión le podía causar. Y eso es lo que exactamente quería.

Mist – 04:50 AM

Con el dedo levantado y con el nombre secreto de la Runa en mi boca, esperaba


impaciente a que el asesino empezara a retorcerse de dolor al ser aplastado por el aire,
así podría atacar tranquilamente.
No tardó mucho. A los pocos segundos, hacía el intento de levantarse pero la pre-
sión no le dejaba, sentí una pequeña satisfacción al escuchar sus gritos de dolor. Antes
de señalarle y dejar que ardiera, eché una ojeada a Herendi. Sus heridas se habían
abierto más y estaba dejando un charco de sangre a su alrededor.
– Mist…
Escuche el sonido del elfo al caer y golpear el suelo. Apenas tenía fuerzas para
tenerse en pie. El diablo había dejado de chillar, lo que quería decir que ya no estaba
siendo aplastado por el aire, aunque seguía tendido en el suelo sin poder moverse.
Hacía un esfuerzo por acercarse a nosotros, quería atacar. – Alice. Tiene que ser ella
quien lo retiene.
Dispuesta a acabar con todo esto, levanté el dedo, apunte al diablo y susurre el
nombre de la runa. Al instante estaba ardiendo.
Los gritos infrahumanos cada vez eran más fuertes, dolía escucharlo. Cuanto más
se quemaba, más fuerza sacaba la bestia, consiguió levantarse y empezar a moverse
hacia nosotros. – Demasiado fuerte para la humana. Esperé a que las llamas lo con-
sumieran lo suficientemente rápido antes de llegar al elfo, el cual se estaba levantando
del suelo.
Nada más estar el elfo de pie una ráfaga de aire sacudió al joven, el fuego se ex-
tendió más rápidamente. En pocos segundos estaba consumido por el elemento y una
masa negruzca descansaba a pocos metros de nosotros.
El solar fue invadido por un silencio sepulcral. Apoyé a Herendi en mi hombro

43 Aumentar la presión del aire es otra de las Gracias del elfo. Consiste en aumentar gradual-
mente la presión del aire, sobre un ser vivo, pudiéndole matar por aplastamiento.

208
mientras desde lejos Alice corría a trompicones hacia nosotros.
– ¿Estáis bien? ¡Dios mío! – Las lágrimas de la humana se mezclaban con el char-
co de sangre que tanto el elfo como yo estábamos dejando en el suelo.
– Estamos bien – Dijo el elfo. Su voz podía engañar, pero su aspecto no.
– Lo estaremos en cuanto salgamos de aquí – Miré a Herendi duramente. Mientras
Alice le sujetaba evalué sus daños y los míos. Yo apenas estaba herida, la puñalada
no había sido muy grave y no sentía dolor alguno. Las suyas tenías muy mala pinta.
Intenté recostarlo en el suelo para poder usar la Runa de la Sangre44 pero noté que
Alice no me dejaba.
– Hay que salir de aquí. Torres a estas alturas habrá informado a Erik. El equipo
de limpieza vendrá pronto. – Miré a la humana. Tenía razón, no era conveniente estar
ahí cuando el equipo de limpieza apareciera. No miraban quién o qué estaba ahí, ellos
solo “limpiaban” y no estábamos en condiciones de pelear de nuevo.
Busqué alguna puerta donde poder usar la Runa del Drakkar45. Nos dirigimos
hacia el viejo edificio que tenía una pequeña puerta oxidada que daba acceso a un
pequeño rellano.
Con la daga grabé la Runa pronunciando a donde quería ir. Nada más pasar por la
puerta nos encontramos en el salón de la casa de Alice.

Alice – 03:45 AM

– Vamos. Hay que darse prisa – Cogí a la chica de la mano y me encamine a toda
prisa a la entrada del solar, donde hacía unos minutos habíamos entrado. Dejamos
atrás las voces de Mist y Herendi, que parecían discutir sobre qué hacer, y la risa ma-
lévola de aquel monstruo, lo que nos indicó, tanto a mí como a la joven, que el bloque
que el elfo le había lanzado no le había hecho absolutamente nada.
Llegamos hasta los contenedores, la chica se recostó en uno de ellos, apoyando
toda su espalda. Las lágrimas le brotaban y apenas podía respirar.
– Ya no corres peligro – Le dije con voz mimosa. – Tranquilízate. Mis compañeros
se encargaran de él. – La estudié para ver si le había hecho daño físico. No parecía
que tuviera ninguna herida. – ¿Te ha hecho algo? – Dime lo que hace a sus víctimas,
necesito entender lo que veo…
– Yo… Yo. Creo que estoy bien. – Su voz era temblorosa, aún sollozando. Su cara
era más pálida de lo que yo recordaba al verla salir de la discoteca. Sus ojos antes de
un ámbar oscuro, ahora estaban claros. – Me siento rara. No sé qué me ha hecho. Solo

44 La Runa de la Sangre actúa como un hechizo de curación o cicatrización. Las valquirias la


usan para curarse a sí mismas al igual que a otros.
45 La Runa del Drakkar debe ser grabada sobre algún tipo de entrada. Luego, se debe men-
cionar un lugar y abrir la puerta; automáticamente, se saldrá al lugar indicado, dejando la puerta
cerrada nada más pasar.

209
me estaba besando… Pero sentí, sentí como si me absorbiera…
– Como si te succionara la vida, en cada sorbo notas como se lleva algo de ti, y a
ti te invade el frío, el dolor, la desesperación. Comienzas a verlo todo negro, escuchas
tus propios gritos… – Recordé lo poco que las otras víctimas me habían mostrado en
sueños. – Así que es eso. Les robas la vida…
– ¿A ti también te lo han hecho? ¿Quiénes sois? Matará a tus amigos, ¡¡ Los va
a matar!!
– Tranquila. Herendi y Mist saben cuidarse solos, no sufrirán daños, estate tran-
quila. – no abandoné el tono cálido y reconfortante de mi voz, esperando que la
muchacha se tranquilizara. – Yo soy Alice, y no, no me han hecho eso, pero se puede
decir que lo he vivido en mis propias carnes – Me reí irónicamente. – Los dos que
hemos dejado atrás son mis compañeros, llevamos tiempo buscando al asesino.
– Así que sois policías… – Parecía que eso la tranquilizaba. – Yo, yo soy Amanda.
Gracias. ¡Gracias por salvarme!
– De nada. Bueno Amanda, vamos a llamar a Torres, él es detective, te sacara de
aquí y te llevara a un sitio tranquilo y a salvo del maniático este. No debes de preo-
cuparte por nada.
En cuanto Amanda me sonrió y vi que estaba completamente tranquila, desblo-
queé el móvil de Mist y busque el número de Torres.
– ¿Qué quieres ahora Mist? – Borde – La voz del hombre era ruda y muy poco
amable. Parecía mentira que nos quisiera ayudar.
– No soy Mist. Soy Alice. – Hice una pausa cuando mi interlocutor carraspeó – La
victima está a salvo, pero necesitamos que alguien la saque de aquí, la cosa se está
poniendo fea.
– ¿Dónde estáis? – ¿Cómo una voz puede cambiar tan rápidamente de tono? Aho-
ra sonaba amable incluso hasta dulce.
– En un solar, detrás de un edificio abandonado. – Intenté encontrar algo que me
diera más información de donde estábamos, pues no había prestado atención a las
coordenadas que Herendi nos había dado mientras seguíamos a la pareja.
– Ya sé. Ahora mismo voy para allí. – Me colgó y al instante sentí un alivio.
Miré a Amanda, me tranquilice al verla “entera” emocionalmente. Así que apro-
veché para asomar la cabeza y ver cómo les iba a mis compañeros. Vi a Mist y a He-
rendi en guardia y al chico bailar… – ¿Esta bailando o preparándose para atacar…?
– ¿Qué te ha dicho? – Me volví hacia la chica y me arrodillé frente a ella. – ¿Te ha
contado algo sobre él?
– No. Bueno no mucho. Sólo que se llama Azer. No me dijo nada más…
– Bueno, ya es algo. – Le volví a sonreír. Noté una mano apoyada en mi hombro.
Me giré y fue cuando lo vi. Al detective Torres. Al Shadow Hunter que nos “ayuda-
ba”, al que Erik había mandado. Estudié su cara, la cual recordaba muy bien, para mi
sorpresa.
– Cuanto tiempo Alice. – Me dedicó una sonrisa. Saboreé la voz rancia pero ama-

210
ble del detective. – No sé cómo no me lo he visto venir… ¿A quién enviarían sino?
– Así que ahora eres el detective Torres ¿Eh? – Había conocido a Julián Kelar46
mucho antes que a Mist y a Herendi. En aquellos años yo trataba mucho con los Dier-
missen y Julián era uno de sus más fieles trabajadores. Algo que no había cambiado
con el paso del tiempo.
– Renovar o morir, pequeña – No había cambiado nada, salvo las pequeñas arru-
gas que ahora marcaban su dura cara. – Me llevaré a la chica de aquí. Ten cuidado.
– Lo tendré. Gracias – Le hice señas a Amanda para que tomara la mano de Torres
y se fuera con él. La chica se levantó, y comenzaron a andar hacia el callejón. Yo me
volví dándole la espalda para mirar cómo iba la lucha.
– Alice. ­– Giré un poco el rostro hacia Torres. – Erik está esperando mi señal para
mandar al equipo de Nill. Salir antes de que vengan, ya sabes que no se andan con
tonterías y eliminaran todo a su paso.
– Lo sé. Sé cómo actúan los limpiadores. – Muy bien que lo sabía…
– Todo dicho. Suerte con vuestra pelea. – Comenzaron a caminar por el callejón y
una vez que los perdí de vista me volví para ver la lucha.
Vi como Mist comenzaba a señalar a Azer, que estaba justo enfrente de mí. Sólo
nos separaban los contenedores. Esperé impaciente a que la bestia de Azer saliera
ardiendo, pero no lo hizo, se movió tan rápidamente, apenas lo vi cuando se acercó
hacia mi compañera.
Me tapé la boca con las manos, ahogando el grito, los ojos se me inundaban por
las lágrimas – ¿Cómo? ¿Por qué? Mist. ¡Nooo!
– No sentirá dolor.
– ¿Ehhh? – Busque como loca la voz, la voz dulce y melodiosa que escuchaba.
Cuando di con lo que buscaba el llanto se detuvo, el grito ahogado también.
Una dulce niña, de pelo rubio ondulado, sus ojos de un verde intenso, su piel albi-
na y pecosa – Es la niña con la que sueña Herendi. No tengo dudas. Es ella.
– No te sorprendes de verme ¿verdad Alice?
Distinguía su voz a través de los estruendos de las ráfagas de aire de Herendi con-
tra lo que suponía que era Azer. Era buena señal el que hubiera ruido, eso quería decir
que nadie estaba lo suficientemente dañado como para no pelear.
– Ellos están bien. Azer también.
– ¿Qué sabes tú de Azer? ¿Por qué te muestras a mí? ¿Estás viva?
– Cuántas preguntas. ¿Tengo pinta de estar muerta Alice? Azer… Azer… Las
respuestas están ahí Alice. Sólo que no sois capaces de ver más allá.
– No está muerta, lo sabía. ¡Lo sabía! – Las respuestas. Siempre han estado ahí
¿verdad? ¿Qué es lo que no he visto? ¿Qué me he pasado por alto?
– No eres la única que ve Alice. Júntales. Hablad y Ver.

46 Julián Kelar, ahora llamado José Torres. Mano derecha del matrimonio Diermissen. Cono-
ció a Alice en el Santuario, cuando esta aún no sabía que era un Shadow Hunter.

211
Antes que pudiera preguntar algo más la niña desapareció. Me quedé sola, con un
millón de preguntas que hacerle.
Me volví para ver como seguían en la lucha. Vi a Herendi y a sus pies un charco
de sangre, me alarmé. Comencé a caminar, dispuesta a salir de detrás de aquel conte-
nedor y ayudarles. Me sentía tan inútil.
– Están bien. No te muevas.
Hice caso a la voz de la niña, hice el esfuerzo de quedarme quieta y de seguir
mirando. El elfo ya se había levantado y Azer seguía tumbado en el suelo sangrando.
– Herido, está herido.
– la sangre no es una señal de su debilidad.
No sé a qué se refería la niña con eso, pero me daba igual. Sangraba, y mucho.
Podía ver el fin de esto.
Herendi estaba otra vez en guardia sumido en una concentración profunda, la
cantidad de sangre que ahora chorreaba de sus heridas me indicó que estaba atacando.
A los pocos segundos Azer gritaba como un demonio y aunque hacía el intento de
levantarse, la presión que le estaba lanzando el elfo se lo impedía.
– Confías poco en ti. Hay poder y sabiduría. Bondad, mucha, e incluso un punto
de maldad. Pero no confianza.
– ¿Crees que es el mejor momento para que me sermonees? – Herendi ahora ten-
dido en el suelo parecía desfallecido. – Si consigue moverse, Mist no podrá atacarle.
Es demasiado rápido…
– Ya lo has hecho una vez. Está dentro de ti. ¿Por qué no ayudarles? ¿Por qué
quedarte aquí escondida y dejarles morir?
Ira, eso es lo que me invadía ahora al escuchar a la niña, que estaba sentada en
uno de los cubos cerca del contenedor – ¿Y dicen que las niñas son dulces? ¡Mentira!
– ¿Vas o no vas a ayudarles, Alice?
­Cada palabra que entonaba la vocecilla melodiosa de la niña me hacía sentir más
rabia y furia, al ver como no podía ayudarles. Azer había dejado de chillar, estaba
haciendo el intento de levantarse y caminar hacia mis compañeros, para rematar la
faena.
Tomé la misma postura que el elfo había cogido para concentrarse, respiré hondo
un par de veces y desee con todas mis fuerzas poder mover a Azer, no permitirle que
se moviera. Vislumbraba en mi mente como podía inmovilizarlo.
Conseguí controlarlo hasta que Mist lo incendió. La bestia sacaba la fuerza del
mismo infierno.
– Demasiado fuerte. Aguanta sólo un poco más.
Aguanté como pude. Mis oídos empezaron a retumbar, notaba mi cara ardiendo,
mi corazón bombardeando a punto de estallar, al igual que mi cabeza. Me acordé de
respirar cuando la ráfaga de aire hizo que las llamas consumieran más rápidamente a
Azer ­– ¡Este es mi elfo!
– Para empezar desde cero hay que morir primero. La muerte. La muerte es vida

212
eterna.
­Dejé atrás a la niña, a sus palabras que no entendía, solo me preocupaban mis
compañeros y el salir cuanto antes de allí. Corrí como pude hacia ellos, tropezándome
con todas las piedras a mi paso.

31 de Julio.

Herendi – 05:00 AM

– Que bien estar de vuelta en casa –­ Mist y Alice me tendieron a duras penas en
el sofá recostándome poco a poco. Los párpados me pesaban demasiado como para
poder abrir los ojos y verles las caras. Aunque mentalmente me hacía una idea de que
rostro tendrían.
Me concentré en los susurros de la valquiria y como el dolor iba desapareciendo
lentamente. ­– Gracias Mist. – Demasiado pastosa tenía la boca, demasiado seca la
garganta para poder decírselo con palabras. Pero estaba segura que ella lo sabría.
Me quedé dormido nada más notar las ropas limpias y mi cuerpo descansar en mi
suave y espumoso colchón. Estaba en casa. Estaba en mi cama.

Mist – 14:00 PM

– ¿Ya despierta? – Alice, con medio cuerpo estirado en la mesa de la cocina, con
el semblante de una alfombra más bien que el de una persona, parecía completamente
dormida, o en trance.
– Estaba cansada de estar en la cama. – Suspiró dejando salir todo el aire de sus
pulmones. – Tengo un hambre inhumana. – Me miró con ojillos luminosos.
– ¿Quieres que te prepare algo? A mí también me vendría bien retomar fuerzas –
Fui hacia la nevera y recogí lo poco que había en ella, para preparar algo.
– ¡Oh! Gracias Mist. Tengo tanta hambre que no puedo ni moverme para hacer
algo. – volvió a derrumbarse como una manta sobre la mesa.
– ¿No tienes nada que contarme Alice? – había escuchado como Alice hablaba
con Torres antes de derrumbarse sobre la mesa de la cocina. Habían estado hablando
sobre la pelea. Contándole cosas que ni el elfo ni yo habíamos visto.
– ¡Sips! – Dijo dando un saltito desde la silla – Pero cuando tenga algo en el
estómago.
Mientras comíamos. La humana me explicó toda su vivencia particular de la pe-
lea. Lo que le había explicado la joven Amanda sobre Azer. La presencia de la niña
con la que Herendi soñaba y todo lo que le había hecho sentir. La advertencia de
Torres sobre los limpiadores... En este último punto, me dio la sensación de que mi
querida amiga omitía datos.
Contestó con evasivas cuando le pregunté sobre la llamada de Torres. Me dio la

213
sensación de que los dos humanos ya se conocían, pero no quiso hablar. Las evasivas
eran las respuestas de Alice cuando se le preguntaba sobre el Santuario.
No quise presionarla, y ahora viendo la pantalla del móvil, que desde hacía un
rato sonaba, decidí encontrar yo misma las respuestas a la evasiva. Quien mejor que
Dinorah para contestar.
– ¿Mist? – La mujer sonó algo preocupada.
– Sí. ¿Pasa algo Dinorah?
– Oh valquiria, no te muestres desafiante conmigo. – Dijo en un tono animoso. –
¿Cómo estáis todos?
– Oh Diosa de la luz47, ¿Desde cuándo te preocupas por nosotros? – Intenté man-
tener el mismo tono de Dinorah, pero sabiendo cómo era ella, notaría en el fondo
algo de mi resentimiento. Nunca se preocupaban por los demás. O al menos, no era
su costumbre.
– Hasta ahora no tenía necesidad de hacerlo. Pero en estos momentos es difícil
excluiros. – Sonaba seria, dura y desafiante. En cada palabra se notada poder y exceso
de confianza. Pero ella, podía permitirse ese lujo. – Y ahora valquiria. ¿Vas a contes-
tarme?
– Herendi es el que más mal parado ha salido, pero está bien. Alice y yo estamos
muy bien – Normalmente no me someto a nadie, pero las cosas cambiaban en cuanto
al matrimonio Diermissen. Con ellos, el respeto y el hacer lo que ellos dictaban, era
una obligación, un derecho que ellos exigían.
– Me alegro. – Sonaba de corazón. Aun su aspecto duro, era amable y cariñosa con
los más allegados. – Nill comento que lo dejasteis todo bastante limpio.
– Si, supongo. ¿Cómo esta Amanda? Torres la llevó al Mitternacht por lo que he
oído.
– Veo que ya has hablado con Alice. La chica está bien, en su casa, sana y salva.
– No me cabía duda de eso. Siempre hacían lo mismo.
– ¿Qué relación tienen Torres y Alice? – No tenía intención de ser tan directa pero
no estaba dispuesta a quedarme con las ganas. Y había que aprovechar la ausencia
temporal de la humana en la cocina.
– Directa al grano. Como no – Podía notar su sonrisa de satisfacción – No te con-
formas con sus evasivas. Tu amiga y Torres son… Viejos amigos. Y dejémoslo así.
– Viejos amigos… – ¿De qué?
– Vigila a la pequeña Alice. Y recuperaos.
Antes de poder contestarle, ya me había colgado. Y como si Dinorah lo supiera, al
mismo instante de colgar aparecían por la puerta Herendi y Alice.
Era hora de poner al día a nuestro elfo.

47 Dinorah significa La luz en arameo. Mist se refiere a ella como Diosa de la luz por que
para los del santuario Dinorah es una diosa, y la mayoría de veces actúa como tal. Que sea de la
luz tiene que ver por el significado de su nombre.

214
Del 01 al 08 de Agosto.

Herendi

Los días pasaron con la mayor normalidad que se podría esperar después de se-
mejante lucha. Las chicas y yo volvimos a nuestras vidas rutinarias, cada uno volvió
a hacer la vida que llevaba antes de que se rompiera la calma.
Bueno, a decir verdad, no todo volvió a su normalidad. Aunque la mayoría de no-
ches dormía tranquilamente, sin sueños, sin sobresaltos. Algunas noches, la pequeña
duende me venía a ver.
Se infiltraba en mis sueños, no se dirigía a mí, solo estaba ahí. Como si quisiera
hacer hincapié en que no había acabado nada.
Una de las noches me dijo exactamente la misma frase que le dijo a Alice aquel
día, ya lejano en mi mente, en que nos enfrentamos a Azer. “La muerte es vida eterna.
Para resurgir hay que morir”. Esa frase es la que va rondando por mi cabeza, día tras
día, hora tras hora.
Creo que esto aún no ha acabado.
Respecto a Amanda, la última víctima de Azer, testifico ante la policía sobre lo
ocurrido, pero en ningún momento nos mencionó.
Dinorah y Erik nos llaman cada dos por tres. Están convencidos de que dejamos
el solar limpio, pero nosotros dejamos la masa que antes era Azer, en el suelo, carbo-
nizada.
Por arte de magia esa masa, el cuerpo de Azer, ha desaparecido. Es por lo que no
estamos aún tranquilos. ¿Y cómo podemos estarlo si existe la posibilidad de que aún
este vivo?

06 de Agosto.

Yanira

El camisón se me va incrustando en la piel. Las gotas de sudor comienzan a de-


jar rastro sobre la arena por la que voy pisando con mis pies desnudos. Debería de
quemarme los pies, pero no siento nada. Ni siquiera soy capaz de sentir el calor tan
asfixiante que tendría que haber, ni siquiera me duelen los ojos a causa de los fuertes
rayos de sol.
Pero el no sentir nada de lo que debería sentir, es lo que más me agobia. Tantas
dunas, tanta arena, el calor saliendo del suelo que hace como un vaho que es imposible
ver más allá. No sentir el calor pero aun así sentir como van cayendo las gotas de
sudor y como la ropa empapada se pega al cuerpo.
– Los sueños son así de raros. – Me dice mi voz interior. ­­
– Es una buena señal que sepamos que estamos en un sueño.

215
– Hace las cosas más fáciles.
– Sí.
– ¿Te suena de algo? ¿Algún sitio donde hayamos estado antes? ¿Algo que ver
con la última caza, tal vez?
– Mmmm, nunca he estado en ningún desierto. Lo más parecido a esto fue el viaje
que hicimos con Robert a África, pero nada que ver… – Comienzo a ver en la lejanía
la figura de algo o alguien. – La última caza no tenía nada que ver con desiertos. Más
bien, todo lo contrario.
– Algo que va a suceder, pues. – Dijo entre risillas mi voz interior, a veces muy
molesta. – Acércate a aquello. A ver si puede ayudarnos a despertar.
Haciendo caso a mi voz interior, o más bien a mi “yo interior”, pues hasta tiene
nombre propio y piensa por si sola, la mayoría de las veces contradictoriamente con-
migo.
No es que tenga doble personalidad, solo que, una parte de mi actúa como de-
bería de hacerlo un Oscuro normal, lo que esa parte está demasiado controlada y, ya
quisiera yo, olvidada. Por eso ella me lo intenta recordar siempre que puede. Otra
conciencia…
­– Céntrate y avanza.
– Centrada y avanzando. – Según voy caminando voy distinguiendo más a la figu-
ra, ayudándome de esa nitidez me doy cuenta que es la figura propia de una mujer, en
medio de una especie de oasis.
Me acerco poco a poco, noto el sutil cambio de la arena, ahora mucho más fina.
El aire, dentro de las palmeras cargadas de dátiles, es mucho más fresco. Me dirijo
directamente a encararme a la misteriosa mujer.
La extraña: una mujer de avanzada edad. Sus arrugas marcan las fracciones de
su cara. Su piel anaranjada contrasta con su atuendo de un blanco pulcro. Sus ojos
oscuros y sabios me repasan de arriba abajo.
Nada más llegar a su altura, me sonríe y comienza a caminar.
– Síguele.
– No hace falta que me lo digas. – Susurro.
La mujer se gira y me parece vislumbrar una suave sonrisa. Pues tapando su cara
con su fular blanco es difícil de saber.
– ¿Cuánto hace que caminamos? – he perdido la noción del tiempo. La persigo,
a veces hasta requiere que corra para poder atraparla. Da la sensación de que vuela,
su atuendo y ella misma se hace transparente a veces, como si se moviera con un aire
no existente.
– No lo sé, pero algo nos quiere mostrar. Tengo curiosidad de que será. Me in-
triga. Se mueve tan velozmente, ¿Has visto como su imagen se une con el paisaje? A
veces es translucida… Debemos estudiar esto en cuanto nos despertemos...
Cuando la mujer se detiene, vuelvo a estudiar el paisaje, el cual, no me he dado
cuenta, ha variado un poco. Se ha vuelto más grisáceo y como si estuviera dentro de

216
un túnel, las paredes se han estrechado hasta acabar en la embocadura de una especie
de bola bidimensional.
– Entra – La mujer detenida ante mí, me mira profundamente, con una expresión
ruda. Obligándome con la mirada a entrar ahí. Muestra confianza de sí misma, como
si supiera que mi curiosidad me impediría irme de ahí sin entrar.
– ¡¡¡¡¡¡¡Entraentraentraentraentra!!!!!!!
Entusiasmada aún más por la vocecilla en mi interior, me encamino hacia la espe-
cie de burbuja bidimensional, dejando atrás al desértico paisaje. Según voy entrando,
veo lo que parece un solar, restos de un coche quemado, una masa negruzca en el
suelo, dos figuras a lo lejos sobre otra…
– Los restos de una pelea. ¿Nos la habremos perdido?
Me voy acercando a las dos figuras, ahora sujetan una tercera que yace en el suelo
debajo de un gran charco de sangre.
Se me hiela la mía propia al verle.
­– ¡Herendi!
– ¡Despierta Yanira! ¡Hay que avisarles! Están en peligro. Mi elfo, mi elfo medio
muerto... ¡Despierta!
Nada más despertarme y después de una buena ducha para espabilarme un poco,
llamé a Herendi, a Mist y a Alice. Ninguno de los tres daba señales de vida. Por lo
que me temí lo peor.
No me costó convencer a Robert para que tomáramos el primer avión de vuelta a
casa. Llevaba ya tiempo insistiendo en volver, pero se quedó por mí. Como siempre
hacía.
Así que una vez que todo lo de aquí este arreglado, nos embarcaremos de nuevo a
casa. Aunque me aterra saber con lo que nos podemos encontrar de regreso. Pero son
mi familia, y llevo demasiado tiempo fuera.
– No te culpes por lo que aún no ha pasado.
¿Pero si ya ha pasado? Esa era otra posibilidad…

9 de agosto

Herendi

– Así que eso es todo lo que paso. Creo que no nos hemos dejado nada – Volví a
tomar un gran sorbo de café. Tenía la garganta seca de explicarle a los dos oscuros
todo, con lujo de detalles, lo que nos había pasado.
– Recapitulando un poco. – Yanira estaba pensando, demasiada información solta-
da de una vez. Era normal que se perdiera. – ¿Seguís teniendo los sueños?
– No, yo por ahora no. Sin víctimas no hay sueños. Por lo que yo ahora paso
mis noches en suma tranquilidad. – Incluso parecía apenada la humana por no tener
sueños. – Increíble.

217
– Y el malo, Azer ¿Puede estar vivo? Pero por lo que decís, lo visteis muerto. Lo
quemasteis ¿no? – Ahí es donde venía todo el meollo del asunto, como decía Robert.
El malo estaba teóricamente muerto. Pero solo teóricamente.
– Sí. Nosotros estamos convencidos que está muerto. El ataque de Mist lo pillo
de pleno y es muy difícil que después de eso, Azer siga vivo. – Robert me miraba
escéptico. Podía saber con exactitud lo que yo pensaría si alguien me contara esa his-
toria tan… Con tantos cabos sueltos. – Lo único que tenemos claro, es que el cuerpo
desapareció del solar donde luchamos. Pero eso no quiere decir que esté vivo.
– Eso deja la posibilidad de que no actuara solo, y que algún posible aliado reco-
giera los restos del asesino. Esa sería una de las posibilidades que barajáis ¿Verdad?
– La mente de Yanira siempre trabajaba en otro nivel, y no hacía falta explicarle ni la
mitad de cosas que a los demás.
– Si, esa podría ser una posibilidad, y por ahora es a la que nos aferramos. – A esa,
y no a la otra que rondaba mi mente una y otra vez; Azer inmortal.
– Supongo que la otra de las posibilidades es que los Diermissen os engañaran y sí
que pasara algún equipo de limpieza. – Como se notaba que Robert apenas conocía al
matrimonio que llevaba el Santuario y mucho menos su manera de trabajar.
– Robert, cielo. Eso es imposible. Podrías esperar mentiras de todo el mundo me-
nos de ellos. Y descarta la posibilidad de que algún equipo de limpieza haya actuado
por su propia voluntad. – Aunque Yanira sonaba cariñosa, había un tono de firmeza
en su voz.
– Entonces lo que sugerís es que el tipo está muerto pero su cuerpo ha desapa-
recido. Por lo que pensaremos que era miembro de alguna secta, y sus compañeros
recogieron el cuerpo. – Robert resumió bien lo que, por ahora todos pensábamos.
– Si, y por ahora eso es lo que se nos va de las manos. Siempre ha actuado solo.
Sólo ha habido un asesino. En ningún momento han actuado otras manos. Si fuera
una secta, ya nos habríamos dado cuenta. A más Dinorah y Erik están al corriente de
casi todas las sectas de la ciudad. – La pobre Alice llevaba todos estos días creando
hipótesis de lo que había pasado y lo que pasaría. Ahora que no tenía sueños y yo no
le dejaba meter sus manos en los míos, se aburría.
– Bien pues eso es lo primero que tendríamos que averiguar. Que es o quiénes son.
– Ahora con Yanira y Robert aquí, las cosas serían mucho más fáciles.
– Haciendo un inciso a todo esto – Robert tomo un pequeño sorbo de su capuchi-
no antes de seguir. Todo para crear más expectación. Hablaba poco, como todos los
oscuros, pero cuando lo hacía, quería ser el centro de atención. – No sé si os habéis
dado cuenta, Yanira, tu sueño coincide mucho con una parte del sueño de Herendi.
– La zona desértica, las dunas de arena, la mujer de blanco... – La oscura daba a
entender que ya se había dado cuenta.
– Bien, pues ahí estaría tu parte de la conexión con mi sueño. Como dijimos antes.
Creemos, bien, estamos convencidos que desde mis sueños se llega a los de Alice.
Bueno se llegaba, ya que ahora han cesado. – Por ahora.

218
Yanira no habló, se quedó en silencio. Cavilando. Su silencio no era incómodo.
Era incluso agradable, y como siempre, ese silencio avecinaba noticias o descubri-
mientos que nos ayudarían.

Herendi – 23:00 PM

Durante las dos horas siguientes seguimos pensando, razonando y creando hipó-
tesis de a que nos enfrentábamos. Como todos esperábamos, no salió nada claro. Pero
ahora teníamos dos mentes más, que todo hay que decirlo, nos ayudaban bastante.
Ahora nos encontrábamos Mist y yo haciendo algo de cenar, mientras Alice re-
cogía toda la información y todos los detalles del sueño de Yanira. Esta, a su vez,
estaba hablando con Erik por teléfono para asegurarse de que no había movimientos
de sectas por la zona, siendo supervisada por Robert.
Después de cenar quedamos en que Mist y Robert se harían cargo en vigilar la
ciudad, en que no hubiera ningún asesinato. Yanira, Alice y yo dejaríamos nuestras
mentes abiertas a los sueños.
Según Alice, y haciendo muchísimo caso a lo que la niña le había dicho: las res-
puestas estaban ahí pero no las veíamos, que no era la única que veía y que nos juntara
para hablar y ver.
Por lo que la niña ya nos había dicho quién y que era el malo, lo único que no lo
veíamos, y que nos teníamos que juntar los tres que teníamos sueños.
Pues bien. Eso es lo que haríamos.

Del 10 al 13 de agosto

Alice

En estos días, y obligando un poco a Yanira y a Herendi, hemos conseguido avan-


zar un poco sobre el tema “Sueños”.
Los de Herendi han cambiado respecto a días atrás. Ahora la niña ya no se infiltra
en sus sueños, sino que lo lleva a Faerie. Vuelve al bosque espeso donde la niña se le
presentó la primera vez. Aunque la niña no le dice nada, está ahí. Y aunque a veces no
la ve, el elfo nota su presencia. Aún no estoy muy segura de lo que le quiere decir la
niña, salvo que algo tiene que ver con su tierra.
Los de Yanira… Bueno ella sigue en su línea de tierras desérticas, con las dunas
de arena, el calor asfixiante que está ahí pero que no notas. Sigue viendo a la mujer de
blanco, la anciana con la que hablo. Pero esta, al igual que la niña, no le habla, solo la
mira, o hace que la siga.
La verdad es que aunque ella no lo diga, todos hemos notado un cansancio en la
oscura, supongo que las grandes caminatas por el desierto de su mente no serán muy
satisfactorias.

219
Yo, como no, sigo sin sueños, y todos coinciden en que es una buena señal. Pero
yo los echo de menos. (Nota para mí: que nadie lo sepa, o creerán que estoy más loca
de lo que estoy).
Mist y Robert: estos dos siguen buscando a los malos de la ciudad. Cada uno a
su manera, claro está. Mist está un poco desesperada por el carácter exasperante del
oscuro, pero por ahora, las chispas aun no saltan.
Como es normal, no han encontrado nada. Y Mist esta segurísima de que no hay
ninguna secta en la ciudad. Así que se le ha metido la idea de que falló el ataque,
aunque todos vimos la masa negruzca en que se convirtió Azer. Pero ella aun así, cree
que ha fallado.

17 de agosto

Herendi

Esta madrugada escuchamos los sollozos de Alice. Mist y yo supimos al instante


de que se trataba y lo que conllevaba eso.
Alice ha vuelto a tener sueños. Exactamente como los de semanas atrás. Eso deja
claro que hay una nueva víctima, la cual estamos esperando a que la valquiria venga
de comisaría para saber si coincide con la chica que “contacto” con la humana.
Hay una nueva víctima, con el mismo asesino, pues Alice esta vez le vio comple-
tamente la cara.
Es frustrante saber que todo lo que hicimos no ha servido para nada.

19 de agosto

Yanira

Con esta ya son dos muertes, dos víctimas más. Robert ha estado rondando toda
la ciudad pero no ha visto nada, al igual que Mist.
Me he puesto en contacto con todos los que he podido del Santuario, pero ellos
no saben nada, la verdad es que tampoco nos dirán nada, nunca interfieren en luchas
ajenas.
La anciana de mi sueño no me dice nada, y me cansa saber que cada vez que me
voy a dormir, soñaré, soñaré que camino por el desierto a la estela de una anciana.
– Sigo pensando que todo esto es para que averigües por donde caminas.
Tal vez. Hoy le he pedido el libro de las tierras a Mist. Puede que ahí salga algo,
alguna zona que coincida un poco con el paisaje que yo veo. Ya que si el del elfo coin-
cide con el Faerie, el mío debería de coincidir con alguna otra zona.

220
21 de agosto

Herendi – 16:00 PM

– ¿Qué me estás queriendo decir Yanira? – Me parecía haber escuchado mal la


nueva hipótesis de la oscura.
– Alice y yo hemos atado los cabos que faltaban, y he de decir que me he enfadado
conmigo misma por no ver lo evidente. – Yanira había puesto el libro sobre la mesa
del comedor, donde estábamos todos reunidos. – Primero he de deciros que tenemos
la certeza de que el paisaje con el que yo sueño es Oniria.
– Sí. Las descripciones sobre esa zona coinciden bastante con lo que Yanira ve. Y
puede que la anciana sea una quimera. Eso es algo que no descartamos. – Alice estaba
radiante de felicidad tras sus descubrimientos.
– Una quimera dices… Eso explicaría muchas cosas. – Mist ya había aceptado
la idea.
– Tu, Herendi ves Faerie, Alice la Tierra y yo Oniria. Supongo que la niña lo que te
quería decir es que desde su zona original va a la Tierra. Por eso te mostró a ti Faerie,
para que asociaras las tierras desérticas con el origen del malo, de Azer. – Visto así,
supongo que Yanira tenía razón.
– Entonces a lo que nos enfrentamos es a una quimera. – Eso contestaría porque
sigue atacando después de que la matáramos, y las palabras de la niña… –­ Me quede
pensativo, intentando recopilar toda la información que alguna vez había leído sobre
esos seres.
– Ahora las palabras de la niña tienen sentido. “La muerte es vida” ¿Eso es lo que
te dijo no Alice? – Mist dijo exactamente lo que yo pensaba, como si me hubiera leído
la mente.
– Sí. Siendo Azer una quimera todo lo aclara. Y la niña es lo que me quiso decir,
estoy segura.
– ¿Cómo la matamos? Una quimera es un ser inmortal en esta zona. – Todos nos
giramos al escuchar la voz de Robert. Llevaba tanto tiempo callado que nos habíamos
olvidado de él, al menos, yo. – Hicisteis lo peor que podríais haber hecho. Matarla.
– Las heridas de una quimera no se regeneran en el momento. Hay que matarlas
para que estas puedan regenerarse. Y así vuelven a estar sanas otra vez. – La oscura
nos dio la explicación al vernos las caras de incredulidad que teníamos todos.
– Si no recuerdo mal, por lo que leí una vez, para curarse se quedan en un estado
muy parecido a la muerte. Bien, el cuerpo desapareció mientras nos íbamos nosotros
y venía el equipo de limpieza. No era tiempo suficiente para que pudiera regenerarse
entero. ¡Lo quemé entero!
– Mist tiene razón. No le tuvo que dar tiempo. – Era imposible que le hiciéramos
tan poco daño.
– ¿Y si alguien lo movió? Alguien ajeno a todo. Es una zona donde los jóvenes

221
van a drogarse, donde hay vagabundos. Cabe la posibilidad de que alguno de ellos lo
apartara de ahí. – A Alice ya no se la veía tan risueña como antes.
– No lo podemos descartar. Ahora hay que averiguar como la matamos para siem-
pre. Si la anciana de mi sueño y la niña nos han querido decir lo que era Azer, también
serán capaces de darnos esa información. Es más, si la anciana es una quimera ella
mejor que nadie sabrá como ocuparnos de Azer. – La oscura sonaba fría, calculadora.
Di por sentado que su mente estaba trabajando a otro nivel, supongo que conversando
con su yo interior.

17:30 PM

– La conversación no cesa, siguen aportando ideas de que hacer, de cómo matar-


la, de la manera de ponernos en contacto con la niña y la anciana. Cada uno dice la
suya, y yo me comienzo agobiar.
Me dirigí hacia la cocina, para resguardarme un poco de todas esas voces, de
tantas ideas, de tanto pensar.
Me vino un leve olor a jazmín, pero no le hice caso. Me fui hacia la nevera y la
abrí con la esperanza de encontrar algo comestible.
– Os ha costado más de lo esperado dar con la solución
Me gire hacia atrás y fue cuando la vi. Igual que en mi sueño, pequeña, preciosa,
rubia con su pelo ondeando al viento, sus ojos tan intensos. Esta vez, iba vestida com-
pletamente de negro, lo que resaltaba más su piel albina.
– ¿Me he quedado dormido de camino a la cocina? – Jamás se me había aparecido
así. Y hasta el día en que Alice la vio en el solar, siempre había aparecido en sueños.
– No solo aparezco en sueños elfo.
– Tienes la apariencia de una niña, voz angelical, pero para nada hablas ni te
comportas como tal. – Con demasiada autoridad y superioridad actuaba esa “niña”
– ¿Por qué habéis tardado tanto? Te creí mucho más inteligente.
– Lo que pasa es que quien nos avisó, no nos dio mucha información. Más bien
nos lio más de lo que nos quiso ayudar. – Viene a mi casa y me llama tonto… Y para
colmo se queja… Hay que…
– Tenía entendido que esta no era tu casa. No te he insultado elfo. Y tengo todo el
derecho a criticaros. Por vuestra lentitud ha muerto más gente de la necesaria.
Me quedé boquiabierto ante sus palabras, la piel se me erizó.
– No sabía que podías leer las mentes. Tendré que tener cuidado con lo que pienso.
– Cerré la nevera y me apoye en la mesa, mirando fijamente a la niña. – Entonces, no
estás muerta, no eres un fantasma, pero tampoco eres una niña pequeña ¿Verdad? ¿Por
qué yo? ¿Por qué te has infiltrado en mi mente, en mis sueños?
– No creo que te solucione nada saber que, si, estoy viva. Y me ves tal y como soy
ahora. Hay planes para ti Herendi, te escogí. Y solo ayudo a que salgáis vivos de esta
lucha. No me veas por lo que no soy elfo.

222
– ¿Escogerme? ¿Para qué? – Es lo último que me faltaba por saber hoy. Había sido
escogido por una niña para un propósito que estaba claro que no me iba a revelar. La
vi sonreír abiertamente – ¿Podrías dejar de leerme la mente?
– Centraros en Azer. La muerte no es la solución, ya lo veréis.
Dicho esto se marchó. Después me di cuenta de que no lo hizo para dejarme con
la palabra en la boca, sino más bien por la presencia de Mist en la cocina.

22 de agosto

Yanira – 04:10AM

– Ya estamos de vuelta. Aunque hay que decir que lo estaba deseando.


– Yo también. Ahora aclararemos todo lo que nos falta. De esta noche no pasa.
Ya estoy más que acostumbrada al clima de aquí, o al no clima. Ya no me agobia
tanto el no sentir lo que en principio debería, el notar como las ropas se me pegan al
cuerpo y chorrean de sudor.
Pero esta noche, todo es diferente. No tengo intención de despertar hasta que me
lo aclaren todo.
– Ahí está Yanira. Hazle hablar esta noche, que nos bendiga con su voz poderosa.
Nada más ver a la anciana, como siempre, con su atuendo blanco y sus fracciones
serias, me dirigí hacia ella toda decidida a preguntar y obtener respuestas.
Como si alguien le hubiera avisado, se acercó a mí, con la boca entre abierta,
preparada para contestar todo aquello que no venía a preguntar.
– Eres una quimera y me traes a Oniria cada noche. – No era una pregunta, era
una afirmación.
– Sí. – Su voz era poder, sabiduría y firmeza.
– Sabes algo de Azer. Eso es lo que me intentas decir.
– Sabéis su nombre. Eso me sorprende. Si, se de él. Y quiero que lo detengáis.
– Creo que no es una petición sino más bien una orden. ¿Por qué todos actúan
con tanta prepotencia?
­– Las quimeras no podemos salir de Oniria sin ser castigadas a nuestro regreso,
por eso, Azer no puede ser detenido por uno de los nuestros mientras este en vuestra
zona.
– Nosotros lo matamos por vosotros.
– No, vosotros lo traéis hasta nosotros. Aquí será juzgado y castigado. Se os con-
cederá toda la ayuda que necesitéis.
– Como la encontramos y como la llevamos hacia Oniria.
– Reúne a tus amigos. Diles que abran sus mentes, que me dejen entrar en sus
sueños. Elegid el día y el momento, yo esperaré. Pero hacedlo. No es una cosa que te
concierna a ti sola oscura. La valquiria. Su mente es la más cerrada. Que cambie eso.
De nuevo, no pedía, sino exigía. Pero bien, si lo único que pide es reunirnos a

223
todos para contarnos como acabar con Azer. Eso lo puedo hacer, incluso que Mist
abra su mente.
– Las valquirias son duras Yanira. Tendremos que persuadirla.

12:00 PM

– Por lo tanto, todos tendréis que abrir vuestra mente para que ella pueda entrar
y nos de las explicaciones que necesitamos. – Parecía lo suficientemente convincente
para que todos lo aceptaran. Y adiviné por sus miradas, por sus gestos que así era, que
lo harían, todos excepto la valquiria.
– Abrir mi mente para que una quimera se meta en mis sueños. Eso es lo estás di-
ciendo ¿verdad? ¡Pero tú estás loca! Hay una quimera en esta ciudad que está matando
a la gente, ¿quieres que deje mi mente a merced de otra? – Iba a costar convencerla,
cuando se ponía de ese tono…
– Mist, la quimera de Yanira no es mala. Solo quiere ayudar. No te va a pasar nada,
de verdad – Con la ayuda de Alice la cosa iba a ser más fácil. No había nada que la
humana pidiera y la valquiria le negara.
– Como me pase algo lo pagareis. – Nos señaló a las dos y dio su aceptación.

15:00 PM

Todos estaban dormidos menos yo. Cada uno en su cuarto. Robert a mi lado ya
comenzaba con los pequeños ronquidos a los que me tenía acostumbrado. Me tumbé
y espere a que el sueño me atrapara en donde quisiera aquella quimera.
Todos estábamos de pie, en una sala redonda. Sus paredes eran negras, el suelo de
un color verde oscuro con destellos de verde claro. No había ventanas, no había nada
colgado de las aterciopeladas paredes negras. Tampoco había ninguna puerta. Era
como un pozo, grande, cálido, seco y con diseño.
Mire a todos mis compañeros a la cara
– Parecen estar todos bien.
Suspiré de tranquilidad al verles bien, me puse junto a ellos, que estaban en línea
recta mirando a la mujer que teníamos enfrente.
Todos esperamos a que ella empezara a hablar.
– Como Yanira os habrá contado, debéis de traer la quimera a Oniria. Azer es
inmortal en vuestra zona, y aunque podéis matarla en nuestro territorio, es mejor que
nosotros nos ocupemos de ella. Sera juzgada y castigada por los de su especie.
– Eso podemos entenderlo. ¿Pero cómo la traemos aquí? – Herendi tomó la posi-
ción de portavoz.

224
– En vuestra zona hay un Grimorio48 que contiene un hechizo para exorcizar a la
quimera y traerla de vuelta a Oniria.
– ¿Por qué no detuvieron a Azer antes de que llegara a la Tierra?
– Las quimeras no suelen escaparse de Oniria. Algunas necesitan libertad y por
eso van a la Tierra. No detuvimos a Azer porque jamás pensamos que fuera capaz de
escapar de aquí y dedicarse a matar humanos.
– Jamás pensaron en que fuera capaz de hacer eso. Eso quiere decir que usted ya
la vigilaba ¿no? – Todos íbamos asintiendo, dándole el apoyo a Herendi, que ahora
sonaba resentido.
– Elfo, nosotros llevamos mucho tiempo vigilándole. Rara entre su especie. De-
seosa de libertad. No se conformaba solo con entrar en los sueños. Él los quería a
ellos. Pero cuando nos dimos cuenta de hasta qué punto quería su libertad y hasta
donde podía llegar, fue demasiado tarde. No podíamos ir a la Tierra, Oneiros no nos
deja salir. La única posibilidad era contactar con guerreros dispuestos a ayudarnos.
– Bien, y ahora quiere que nosotros solucionemos aquello que vosotros no hicis-
teis. – su tono ahora era bastante más desafiante, aun así, nadie le dijo nada. – ¿Dónde
está el Grimorio?
– No sabemos la zona exacta. Está en vuestra zona, en vuestra ciudad. No sabe-
mos más.
– Es de ayuda esta quimera… No creo que Herendi le saque más información.
Y no lo hizo. Herendi no tuvo tiempo ni de replicarle. Nos despertamos, cada uno
en su cuarto unas seis horas después.
– El tiempo en los sueños no transcurre igual que en la realidad. No debería de
sorprenderte…

22 de agosto

Herendi

Después de aquello nos dimos lo que quedo de tarde libre. Nos pusimos de acuer-
do en que cada uno buscara por una parte de la ciudad. Aunque nos iba a costar bas-
tante, era una ciudad grande, con muchos edificios antiguos, muchos locales, con los
muelles y los parques…
Para haber pedido ayuda, no nos ayudaban mucho a nosotros.
Llamé a la niña. La llamé mentalmente, con palabras. Deseé con todas mis fuer-
zas que se presentara, que me diera alguna pista de dónde encontrar el Grimorio. Por

48 Un Grimorio es un libro muy antiguo de conocimiento mágico con correspondencias


astrológicas, listas de ángeles y demonios, instrucciones para lanzar encantamientos
y hechizos, mezclar medicamentos, convocar entidades sobrenaturales y fabricar
talismanes.

225
dónde empezar.
Ella era la única que nos podía ayudar, aunque no me acabara de gustar su “frial-
dad” y superioridad.

Del 24 al 27 de agosto

Herendi

En estos cuatro días, nos volvimos locos buscando por todos sitios el Grimorio,
pero no dimos con él. Las chicas estaban decididas a conseguir algún tipo de hechizo
para localizarlo, pero se rindieron antes de dar con uno.
Lo bueno que pasó en esos días en los que solo rastreábamos, fue que lo sueños
de los tres cesaron. Y aunque los de Yanira y los míos no nos preocupaban mucho, el
hecho de que Alice dejara de soñar nos alivió.
Por alguna razón Azer no volvió a matar, y solo tuvimos que acarrear dos muertes
más a nuestras espaldas. Por lo tanto, tan solo dos sueños de la humana. Ese hecho
nos ayudó a concentrarnos más y a correr más en la búsqueda del Grimorio, para así
evitar a que le diera por matar de nuevo.
El otro hecho raro en esos cuatro días fue la sensación de que me vigilaban. Más
bien, que la niña me vigilaba. Entrase en la habitación que entrase de la casa, me venía
el leve olor a jazmín.
Y aunque en ningún momento se presentó ante mí, sabía que estaba ahí, que seguía
mis pasos. Incluso pensé que se estaría regocijando de nuestra fracasada búsqueda.

28 de agosto

Herendi – 22:00 PM

– Yo ya me he cansado de buscar. – Robert estaba sentado en el sofá, con la cara


demacrada de haber dormido muy pocas horas.
– Todos estamos cansados. – Mist le contestó muy duramente, con la voz seca.
– Alice, ¿no puedes inducirte a un trance de los tuyos y mirar a ver si contactas
con la dichosa niña? – La idea de Robert ya la habíamos tenido todos mucho antes, y
la humana llevaba horas intentando contactar con la niña a través de inducirse a una
especie de trance, pero no había conseguido nada.
– Inútil. Ya lo he probado. Huye de mi – sonaba un poco apenada, pero no dema-
siado. – No te gustó mucho tu último encuentro con la niña. ¿Verdad Alice? – Pensé
mientras la miraba fijamente.
– Bien. A ver si hay suerte y nos hace una visita para ayudarnos. Porque estamos
perdidos. – Le conté a Yanira que notaba la presencia de la niña. Estaba convencida de
que tenía intenciones de ayudarnos, solo esperaba el momento adecuado.

226
– Si aparece, avisadme. Me voy a tomar el aire un rato. – A desahogarme un rato.

Salí a la terraza esperando el aire frío, casi gélido, y la humedad de las últimas
gotas de agua caídas hacía tan solo un par de minutos.
Inspiré todo el aire que podía llenando mis pulmones, dejé que mi mente se re-
lajara, que se quedara en blanco, tan solo unos segundos. Con eso me conformaba.
Inspiré y expiré un par de veces, apoyado en la pared de tochanas volví a notar ese
peculiar olor, que ahora se mezclaba con la humedad y el olor a tierra mojada.
– ¿Qué debo hacer para que aparezcas? Sabes que te necesitamos, ¿Por qué no
te presentas y nos das una pista? – suspiré
– Esperaba el momento adecuado elfo.
A diferencia de las otras veces, ahora la escucha a ella, como si estuviera ahí, a
mi lado realmente. Las otras veces su voz se infiltraba en mi cabeza, como si fuera
telepatía. Ahora ella usaba su voz, su melosa y preciosa voz.
Ladeé un poco la cabeza, para encontrármela, otra vez vestida de negro, y otra
vez medio translucida.
– Me alegra verte. – Lo decía sinceramente, era la persona a la que más ganas
tenía de ver. Por eso esta vez no opté por mi postura defensiva, sino que seguí con mi
estado de relajación.
– Lo sé. Son días duros. Lo habéis hecho bien. – Para mi sorpresa, sonó sincera
en sus palabras.
– ¿Por qué ya no me hablas con la mente? ¿Por qué usas tu voz ahora? – Había
cambiado su modo de aparecerse, eso podría ser una señal… – Si, es una señal. Su
tono ha cambiado…
– Ya no hay necesidad de esconderme. El tiempo ha acabado. Es hora de acabar.
– Tú y tus acertijos. Dime. ¿Cómo acabamos con esto?
– ¿Dónde encontraremos el Grimorio? – Alice acababa de salir a la terraza, y si
se dirigía a la niña era señal de que esta no había desaparecido, como cuando entro
la valquiria.
– Pregunta acertada – Le dijo sonriente a Alice. – El grimorio está escondido en un
lugar de antaño, lugar donde el bien luchó contra el mal. Lugar de fuentes poderosas y
energías fuertes. Sus dueños desconocen que hay entre sus paredes, entre sus piedras.
Pero si allí queréis entrar, permiso debéis pedir.
– ¡Bien! Ahora tenemos más información que antes. – Muchísima más información.
– Me quedé pensando, recorrí la ciudad con mi mente, buscando edificios de antiguos,
donde hubiera habido alguna batalla del bien contra el mal. Un lugar con una gran
energía.
– Hay muchos edificios así en esta ciudad. Pero ninguno de ellos tiene todas
las características. – Alice, que estudiaba en la universidad Historia antigua, había
recorrido cada edificio, buscando su historia.
– Nunca es lo que parece ser, pequeña Alice. Encaminar bien vuestra búsqueda,

227
que no os de miedo preguntar a aquellos que alguna vez os negaron ayuda. La
sabiduría os guiará.
– Gracias, de verdad. Ahora al menos tenemos una idea.
No dijo nada más, la figura de la niña se desvaneció con una leve ráfaga de aire,
dejando su olor prendando por toda la húmeda terraza.
Alice entró hacia dentro, dirigiéndose hacia el comedor, la seguí.
– El Grimorio está en un edificio antiguo, sus dueños no saben que hay entre sus
paredes. Es un edificio donde hay energía muy fuerte, donde hubo una batalla del bien
contra el mal. – Alice lo soltó todo de carrerilla. Me miró de reojo y me indicó que me
sentara. Haciéndole caso me fui al lado del sofá y me senté en el suelo.
– La niña se ha dejado ver. Hemos estado hablando con ella, eso es lo único que
nos ha dicho, aparte que debemos de preguntar aquellos que alguna vez nos negaron
su ayuda, alguien sabio. – Acabé de explicarles lo que la niña nos había dicho.
– ¿Alguien sabio y que nos haya negado su ayuda? – Mist hablaba en voz baja
pero todos pudimos escucharla. – ¿Qué consideramos por sabios?
– Creo que Alice ya ha encontrado a sus sabios – Yanira se acercó a Alice, la
cual tenía el teléfono entre las manos y estaba marcando un número. – Yo pensé
justamente en lo mismo. – Con eso nos dio la pista, todos sabíamos a quién llamaba
Alice: a Dinorah Diermissen.

Alice – 22:40 AM

– Querida. Esperábamos tu llamada. – La voz de Dinorah siempre cambiaba cuan-


do hablaba conmigo a cuando lo hacía con los demás. En un tiempo hizo de madre
para mí.
– Dinorah ¿Estas ocupada? Me gustaría preguntarte algunas cosas. Necesito tu
ayuda. – Aunque los había dejado cuando conocí a los chicos, siempre sentiría ese
sentimiento de familiaridad con ellos, aunque no aceptaba sus formas, los quería.
– Claro Alice, ya sabes que siempre tenemos un momento para ti. Supongo que
querrás hablar sobre vuestra cacería, ¿Verdad? – Parecía un poco decepcionada.
– Si, alguien nos dijo que habláramos con alguien sabio, alguien que alguna vez
nos negó su ayuda.
– Y pensaste en nosotros. Jamás te hemos negado nuestra ayuda Alice. Lo sabes.
– Sonaba protectora, en parte la echaba de menos.
– Vosotros jamás interferís. Es algo que sé, y he aceptado. Entonces, ¿Podemos
hablar? ¿Nos ayudareis? – No hacía falta que me contestara para saber que si nos
ayudarían. Aunque no tenía muy claro a que precio. Eso era algo que jamás cambiaría
en el Mitternacht Club. Ellos ayudaban pero con un precio.
– El que no interfiramos no quiere decir que os neguemos la ayuda. Y puedes estar
tranquila, el precio no será muy alto cielo. – Lo dijo en un tono burlón que me hizo
sonreír. – Pasaros por el Mitternacht a media noche. Erik y yo os esperaremos. Os

228
dejaran entrar directamente. Ya sabes el camino.
– Gracias Dinorah. Saluda a Erik de mi parte.
– De nada, y se da por saludado. Hasta esta noche Alice. – Con su voz llena de
amor me colgó el teléfono.
– Chicos – Me dirigí a mis compañeros los cuales no me habían quitado la mirada
de encima mientras conversaba. – Tenemos una audiencia esta noche con el matrimo-
nio más sabio de la ciudad.

29 de agosto

Herendi – 00:00 AM

Era la segunda vez que pisaba el Mitternacht Club. La primera vez conocí a Alice,
ahora, me concederían la ayuda que necesitábamos para acabar con esta cacería.
El Mitternacht Club era uno de los locales más grandes que había en la ciudad,
situado en el casco antiguo, en los pies de un antiguo edificio donde residían el ma-
trimonio y sus aliados.
Aunque el Santuario era un local privado. No entraba todo el mundo. Los clientes
debían, y deben, de tener un tipo de personalidad, tener algo, como lo llamaban ellos.
Los dos gorilas de seguridad que había en la puerta eran los que decidían quien entra-
ba y quién no. Usaban su propio criterio.
En el club podías encontrar de todo. Gente buena y gente no tan buena, era una
zona neutral, y el matrimonio Diermissen y sus secuaces se dedicaban a mantener la
paz dentro de su territorio.
Como la primera vez que fui, la cola llegaba hasta al final de la calle. Segui-
mos a Alice que iba encabezando el grupo. Fue directamente hacia la entrada, pa-
sándose la cola y haciendo caso omiso de todas las miradas que nos echaban.
Saludó a los dos gorilas que había en la puerta, por su expresión supuse que la cono-
cían.
Entramos todos sin ningún problema.
– Madre mía… No lo recordaba así.
Podía parecer mentira, pero lo encontraba mucho más grande, mucho más lujoso,
mucho más… oscuro.
La base del local era negra, pero jugaba con el rojo, el gris y el azul y todos sus
matices. Había trozos de paredes de color rojo sangre, otras de color plateado, mue-
bles de diseño de un azul eléctrico. En todo el local escaseaba la luz, zonas de velas y
de focos con poca intensidad.
Al entrar, lo primero que encontramos, aparte de la gente bailando en la pista, fue
un escenario enfrente, con todo preparado para que cualquier artista o grupo saliera
a cantar sus canciones. Ahora, lo ocupaba un disc jockey pinchando música gótica.
A la izquierda una increíble barra de bar, donde los jóvenes y no tan jóvenes clien-

229
tes, hacían cola para pedir sus bebidas. El suelo dentro de la barra debía ser un par
de centímetros más alto que el resto, pues aun desde lejos podías ver a los camareros
y camareras medios desnudos preparando cocteles y bebidas al ritmo de la música.
A la derecha dos pisos de mesas, sofás, divanes, donde la gente podía sentarse y
hablar resguardándose un poco de la música, o hacer otro tipo de cosas. La zona de
los sofás y los divanes podían ser separadas, si se quería, por unas cortinas rojas de
terciopelo, para brindar algo más de intimidad.
Seguimos como pudimos a la humana, abriéndonos paso entre los que bailaban y
los que pedían en la barra. Aun habiendo tanta gente, podía distinguir quién era “nor-
mal” y quién no. Y habían muy poca gente “normal” esta noche.
Alice se paró junto a una pequeña puerta situada en un hueco entre el escenario y
la barra. Marcó una contraseña en el panel que había al lado de la puerta y entramos.
Toda la decoración cambió. El negro pasó a ser blanco, el rojo ahora se veía mucho
más vivo, el gris pasó de color plata a ceniza. Las paredes eran embellecidas por cua-
dros y el suelo por una moqueta grandiosa de color ceniza.
La sala en la que nos encontrábamos era mediantemente pequeña comparada con
lo que habíamos dejado atrás. Una enorme mesa en el centro, y alrededor de ella
hombres y mujeres especiales, alguno de ellos secuaces de Dinorah y Erik, otros eran
como nosotros, y algunos de los restantes eran de moralidad dudosa, por no decir otra
cosa. Entre ellos estaba el agente Torres, el cual nos saludó y fue directo hacia Alice.
– Hola pequeña. Dinorah y Erik te esperan en su despacho. No les hagas esperar.
– Su tono fue coqueto, demasiado. No me gustó. A Mist mucho menos pues la escu-
chaba gruñir detrás de mí.
Comenzamos a caminar de nuevo, pasaras por donde pasaras encontrabas puertas.
Rodeamos la sala y seguimos andando por uno de los pasillos. Íbamos a la otra parte
del edificio.
Alice nos llevó al primer piso, donde entramos en una doble puerta de roble. Y ahí
estaban ellos. Tan impecables como siempre. Dinorah y Erik Diermissen.
La primera que se acercó fue Dinorah. La pequeña “diosa” que brillaba con su
luz propia.
Piel fina y de un color carne rojiza le daban un aspecto muy equivocado de de-
bilidad. Su pelo caía hasta los hombros en perfectos tirabuzones negros con reflejos
caobas. Sus ojos marrones, brillantes, maquillados con sombras negras le daban el
aspecto de misteriosa y sus labios con un leve tono rosado le daban el aspecto de una
mujer pasional y sexi.
Fuera como fuera, el aspecto que diera su cara, su pelo o su vestido de cuello alto
negro que caía al suelo cubriendo parte de la alfombra, Dinorah era una mujer sabia,
peligrosa y dura.
Erik se quedó detrás de su mujer, con su estampa majestuosa, de todo un rey, de
todo un ángel. Si Dinorah brillaba con luz propia, no había palabras para describir al
hombre que había tras ella.

230
Su altura rivalizaba con la de Azer. Su cuerpo moreno bien trabajado llevaba pues-
to un traje negro de Armani.
A diferencia de la primera vez que lo vi, llevaba el pelo cortado a la moda, corto
y despeinado, con una barba muy bien cuidada. Sus ojos azules eran profundos. Sus
facciones duras por naturaleza. Era el tipo de persona que infundía respeto y miedo
nada más verle.
– Sentaos y contadnos en que os podemos ayudar. – Se dirigía a la humana, de
ahí la calidez de sus palabras.
– Herendi – Alice me miro y me hizo el gesto para que comenzara hablar. Como
había hecho con la quimera. Me tocaba ser el portavoz del grupo. Una vez que nos
sentamos todos, comencé.
– Alguien nos dijo que nos podríais ayudar con lo que andamos buscando.
– Si no tengo mal entendido, os dijo exactamente que buscarais aquellos que os
negaron la ayuda. – Erik parecía enfadado y desafiante.
– Y sabios también – Indiqué.
– Bien, pues aquí estamos. Ahora decidnos que es lo que buscáis y en que os po-
demos ayudar. – Volvió a tomar un tono duro y exigente.
– Buscamos un grimorio que contiene un hechizo para exorcizar al a quimera que
hay en la ciudad. Es el objetivo de nuestra cacería. – No valía de nada irse con rodeos.
– Así que pretendéis exorcizar a Azer. Os costará – No sé porque no me sorprendía
que ya supieran que había una quimera en la ciudad.
– ¿Sabíais que había una quimera suelta y no sois capaces de detenerla? ¿Dónde
está vuestra sabiduría? ¿Vuestra ética? – Como podía ser posible que hubieran dejado
morir a tanta gente sabiéndolo – Note como la sangre se me subía a la cabeza de la
misma rabia. Miré de reojo a Mist; estaba igual o peor que yo. Los demás parecían
aceptarlo.
– No te voy a permitir que nos juzgues en nuestra propia casa y mucho menos
cuando vienes aquí pidiendo nuestra ayuda. – Ahora sí que Erik parecía furioso. Su
esposa lo mira con admiración – No era nuestra lucha. Y lo hemos sabido al mismo
tiempo que vosotros.
– ¿Y cuándo lo es? Nunca interferís hasta que no se desmadra la cosa. ¡Pues creo
que la cosa lleva mucho tiempo desmadrada y no habéis hecho nada! – Al menos Mist
me apoyaba.
– Chicos por favor. No hemos venido aquí a recriminar nada, sino a pedir ayuda.
Que ellos se podrían negar a darnos y la necesitamos – Alice intentó poner paz entre
nosotros y si no hubiera tenido razón en todo, no me habría calmado y Mist mucho
menos.
– Al menos alguien parece entender la situación – Dinorah sonrió abiertamente a
la humana. – Ahora elfo, habla, pero con respeto.
– Como os he dicho buscamos el Grimorio. Esta escondido en algún edificio de
antaño, donde hubo una batalla del bien contra el mal, un edificio donde hay energía

231
poderosa.
– Me gustaría saber quién os dio esa información – susurró. Por primera vez vi a
Dinorah sumida en sus pensamientos, dudosa.
– Dinorah. – Erik le indicó que se sentara y tomo la palabra.– – Y venís aquí a
pedirnos permiso para poder entrar en él. – No era una pregunta, más bien una afirma-
ción. – Tiene un precio nuestro permiso.
Me quedé extrañado ante sus palabras. – No. Queremos saber cuál es ese edificio.
Y pediremos permiso a los dueños, así lo dijo ella. Y no sé qué precio deberíamos de
pagar. – Por nada…
– Pues elfo, comienza a pedir. Pues estas ante ellos. – Erik sonreía con satisfac-
ción. – Y pagareis. Por supuesto que lo haréis.
– ¿Vosotros? Es este edificio, ¿Verdad? – dijo la humana.
– No, no es este. Es donde residimos normalmente. A las afueras de la ciudad.
Casi tocando al bosque. – Erik calmó su voz hasta ser aterciopelada. Se veía clara-
mente lo mucho que querían a Alice, aunque ninguno de nosotros lo comprendiera.
– Le daréis permiso para entrar y buscar el grimorio esta misma noche. – La niña
se manifestó en el centro de la sala, mirando a Dinorah y a Erik, y dándonos la espalda
a nosotros. – No más preguntas.
Dinorah se levantó, fue hacia su marido y le cogió la mano. Los dos miraban a la
niña como si esta fuera una divinidad. – La conocen. – Eso era un hecho.
– Sheryl… Bien. Los llevaremos esta noche, y les permitiremos entrar en nues-
tra casa. Pero tu deberás guiarles. Y ellos deberán pagar su precio. Las reglas no se
cambiaran por nadie. Ni por ellos, ni por ti. – Erik le habló con respeto, si, pero con
firmeza en sus palabras.
– Así será.
La niña desapareció. Todos nos quedamos inmóviles, sin habla al contemplar lo
que acababa de pasar. La niña tenía nombre – Sheryl – Ellos la conocían, sabían de
ella. Mil preguntas se me pasaron por la mente en ese instante.
Erik llamó a Torres para que preparara los coches. Se volvió hacia nosotros y
volvió a tomar su postura rígida.
– El precio será pequeño – Le guiñó un ojo a la humana. – Y solo deberá de pa-
garlo el elfo.
– Bien. No me negaré. – Adopte la misma postura que él. Me levante de la silla y
le encaré. Estaba preparado para cualquier prueba a la que los Diermissen me some-
tieran. No había elección ni escapatoria.
– Elfo, no te alteres. No queremos un trozo de tu carne – Dinorah parecía divertida
al verme tan a la defensiva. – Solo pedimos… Exigimos una explicación. Nos conta-
ras todo lo que sabes de Sheryl.
– Yo os lo podría contar – Dijo amablemente Alice con un tono de sobreprotec-
ción.
– Alice, es el elfo el que debe hablar. No te preocupes tanto por él. – Erik me mi-

232
raba como mira un padre al hombre que ha apartado a su hija de su lado.
Sin volverme a sentar, y con la mirada fija puesta en los Diermissen les expliqué
todo sobre la niña. No oculté ningún detalle, pues era una tontería, ellos lo notarían y
me lo exigirían.
Les conté lo último que me dijo esta tarde; que le había elegido y que le había
intuido que ahora era una niña pero que alguna vez no lo fue. Lo único que tenía claro
era que, aunque su aspecto concordaba con el de una niña, su voz, sus expresiones y
carácter eran de alguien infinitamente más sabio.
– Bien. Eso es suficiente. Ahora vamos, los vehículos ya están listos. – La pareja
nos adelantó y comenzó a caminar. Todos los seguimos.
Nos condujeron hacia el parking del edificio donde había una multitud de coches
de lujo. Durante todo el recorrido no nos dijimos nada, ni ellos ni nosotros. Solo nos
mirábamos de reojo para intuir lo que estábamos pensando.
Para nuestra sorpresa, al menos para la mía, el matrimonio se metió en su propio
coche, un deportivo blindado, y a nosotros nos metieron en un familiar conducido por
Torres, el cual nos miraba como si fuéramos asesinos.

03:00 AM

El silencio ocupó el lugar de las palabras en la restante hora y media en que estu-
vimos en el coche yendo a la Residencia Diermissen a las afueras.
No pude fijarme por dónde íbamos, adonde nos dirigíamos por culpa de la negra
noche. De vez en cuando veía una calle, o un árbol, pero nada que pudiera usar de
referencia. Nada que me asegurara saber el camino de vuelta hacia casa, o al menos
hacia el santuario.
Salimos del coche. El matrimonio ya nos esperaba en la puerta maciza de su enor-
me casa. Aquello no era un edificio, aquello era una mansión. Así era normal que no
hubiéramos dado con él. Era la mayor mansión vista por mis ojos en toda mi existen-
cia. No había palabras para describir tal cosa. Era tan solo impresionante, imponente.
Igual que los Diermissen.
– Con esto es suficiente. Ya podéis entrar – Erik abrió la puerta y nos invitó a que
pasáramos.
La valquiria paso primera, después los dos oscuros, vi como Yanira sonreía a
Dinorah y como esta amistosamente le devolvía la sonrisa. Cuando fue a pasar Alice,
Erik le paró el paso con su musculoso brazo.
– No hay peligro entre estas paredes. Es nuestra casa, como lo sería la tuya si así lo
quisieras. Así que no temas por nada. – Le dio un pequeño beso en la mejilla y volvió
su mirada hacia mí. Con fuego en los ojos. – Entra elfo.
Antes de entrar yo, la pequeña Sheryl se coló hacia la casa, soltando una leve
risilla musical.
– ¿De que la conocéis? – esta vez hablé en súplica pues así lo sentía.

233
– Nos prestó su ayuda antaño. Aunque no tenía esta forma. Ahora la conocemos
por Sheryl. Le debemos respeto y gratitud. Entra Herendi. – Me brindó una sonrisa y
con el otro brazo me empujó levemente hacia la puerta.
– Os esperaremos fuera. Tomaros el tiempo que sea necesario. – Tras las palabras
de Dinorah la puerta se cerró.
Todos los ojos estaban puestos en mí. Caminé hacia mis compañeros y hacia
Sheryl. Esta comenzó a andar, dirigiéndonos hacia el este.
El silencio volvió a reinar entre nosotros. Los dos oscuros porque ya era su natura-
leza el estar en silencio y así lo preferían, la valquiria que se puso a mi lado, esperaba
a que yo hablara, pero estaba demasiado ocupado mirando a la niña y como su figura
translucida nos perdía por la casa. Alice estaba sumida en sus propios pensamientos
turbados por las palabras de Erik.
– Vamos hacia el sótano – La humana habló mientras bajábamos unas escaleras
de piedra en forma de caracol. La humedad se comenzaba a notar al igual que el olor
a moho.
Seguimos caminando por los pasillos cada vez más estrechos del enorme sótano
– ¿Cómo puede ser tan grande? Nos estamos perdiendo.
Según íbamos avanzando más me invadía la sensación de que dábamos vueltas al
mismo sitio hasta que paramos. Este pasillo era mucho más estrecho que los demás.
Apenas cabían dos personas a lo ancho. La humedad era mucho más fuerte.
– Buscad – La niña desapareció. – Como no…
– Hay poco espacio en donde buscar – escuché a la valquiria, a la que apenas veía
por la poca luz, de origen desconocido, del lugar.
– ¿Escavamos? – La propuesta del oscuro fue tentativa, pero ahí estaba Yanira
para pararle los pies.
– No. Pensad. ¿Qué dijo la niña?
– La niña dijo muchas incoherencias Yanira. Como que estaba en un edificio.
– Herendi, hay que tener en cuenta que concepto tiene la niña por edificio – sona-
ba hasta divertida. Aunque no me extrañaba, a ella siempre le gustaba la emoción y
las aventuras. Y estar aquí encerrados bajo tierra en un sótano mohoso y húmedo, se
podía considerar como tal.
– Sheryl dijo: “Sus dueños desconocen que hay entre sus paredes. Entre sus pie-
dras” aparte lo de “Nunca es lo que parece ser”. Pues bien, esto no parece un edificio
sino un mansión y tenemos delante y detrás dos paredes con piedras.
– ¿Quién dispara primero?
– ¡Mira que eres bruto Robert! – Yanira ya le había bajado el brazo a su compa-
ñero.
– Pues a mí me parece la mejor opción. – Mist también optaba por la vía fácil:
tirar abajo las dos paredes.
– ¿Y quedarnos aquí atrapados por los escombros? – Esa idea no me gustaba nada.
– Entre las paredes. – Alice volvió a repetir haciendo hincapié en esas palabras.

234
Comenzó a dar golpecitos en algunos puntos de la pared que tenía enfrente. Comen-
zamos a escuchar el sonido de algo hueco.
– Como en las películas, dicho y hecho. Así de fácil. – Robert se apoyó en la otra
pared esperando a que Alice moviera alguna piedra y sacara el Grimorio.
Tras un par de minutos, y de haber tocado he intentado mover cada una de las
piedras que hacían el sonido de estar huecas, dimos con ella.
La pequeña piedra callo a nuestros pies. La valquiria metió la mano por el peque-
ño hueco y saco algo envuelto: el Grimorio.
– Es hora de salir de aquí chicos – La niña volvió aparecer, ahora resplandeciente
de felicidad. Nos volvió a indicar el camino de vuelta, pero con más prisa que la de
antes. Hubo momentos en los que corrimos incluso.
Salimos de la casa, todos perfectamente menos Alice, la cual respiraba con un
poco de dificultad y se le notaban las pequeñas gotas de sudor cayendo por su frente
blanquecina y pecosa.
Como habían prometido, el matrimonio Diermissen y Torres estaban allí. Cerraron
la puerta de la casa y se dirigieron hacia el coche sin decirnos nada. Aunque sus ojos
lo decían todo, estaban contentos de que hubiéramos encontrado lo que buscábamos.
Una vez ellos dentro, la niña otra vez desaparecida, nos encaminamos hacia el
coche, donde Torres ya nos esperaba, preparado para salir de la propiedad. Pero no nos
dio tiempo ni a llegar al vehículo.
Escuché el sonido desde lejos, un gruñido familiar, no hizo falta girarme del todo
para saber de dónde venía: Azer estaba aquí.
Escuché a Alice como le gritaba a Yanira y a Robert, que eran los que estaban más
cerca de la quimera, que se apartaran.
Busqué a la valquiria, que ya había sacado la pequeña daga, y vi cómo se grababa
una runa en uno de sus dedos – Ella está preparada para la lucha.
Yanira se giró, lanzó un potente Rayo49 hacia donde estaba Azer, pero en vez de
tocarle a él, estalló contra un árbol, que fue destrozado al momento.
– Se mueve con mucha rapidez. Tened cuidado – Les grite. – ¡Alice! ¡Hacia el
coche! ¡YA!
La humana me hizo caso y corrió hacia el coche, donde Torres ya estaba prepara-
do para hacer de escudo humano.
Dinorah y Erik se habían bajado del suyo y buscaban, en vano, a la quimera.
Yanira con el Grimorio entre las manos y con Robert al lado fue dando círculos
sobre sus pies, preparada para atacar.
– Busca el Grimorio. Protégelo con tu vida Yanira. – Dinorah hablaba desde lo
lejos.

49 El Rayo es uno de los conjuros más característicos y poderosos de los Oscuros,


este hechizo permite acumular una pequeña cantidad de energía en la mano, lanzán-
dola en forma de rayo.

235
La oscura se giró para asentir con la cabeza a Dinorah, y fue en ese instante, donde
Azer apareció, detrás de Robert y le clavó algo punzante desde atrás. La sangre co-
menzó a brotar de la herida, Yanira se quedó blanca, los gritos de Alice llegaban desde
el coche. Mist corrió hacia Azer llena de furia. Salí tras ella.
Una luz azul brillante nos deslumbro. Dinorah había lanzado un rayo, a diferencia
del de Yanira, este era mil veces más poderoso y le dio de golpe a Azer, que cayó me-
dio destrozado al suelo, junto al lado del cuerpo ensangrentado de Robert.
Me acerqué a ellos, igual que el resto de los compañeros. Yanira había dejado el
libro en el suelo, y ahora sostenía entre su regazo la cabeza de Robert. Las lágrimas le
caían, las manos le temblaban, y en ella había más furia que pena.
– Cariño. No puedo hacer nada – Mist la abrazo desde detrás, dándole todo su
apoyo. La Runa de la Vida no le devolvería la vida a Robert, pues no podía curar la
muerte.
Dinorah se acercó a Yanira y le susurró algo que no pude escuchar, ni yo ni los
que estábamos alrededor, pero pareció consolar a la oscura. Después fue hacia Alice
y la sostuvo entre sus brazos.
– Yanira… – ¿Qué podía decirle? ¿Cómo podía consolarle? Acababa de perder
a la persona que más quería en el mundo y no había palabras que pudieran ayudarle.
– La quimera sigue viva. Tenéis que devolverla a Oniria ya. – Erik había recogido
el libro del suelo. – No podéis esperar más. Yanira lo siento, pero es vuestro deber.
– ¡No pienso enviarlo a Oniria y que allí la castiguen! ¡No pienso dejarla con
vida! – Yanira se había levantado e iba directa hacia el cuerpo de Azer. Vimos cómo
se disponía a lanzarle otro rayo.
– No. No debes. La mataras, y ella volverá y seguirá matando. Se racional – Erik
me quitó las palabras. Tenía las manos de la oscura cogidas, hizo de su cuerpo un
escudo para detenerla.
Me acerqué hacia Erik, le cogí el grimorio y con la mayor rapidez que podía
busqué el hechizo para exorcizar a la quimera. Pasé páginas y páginas hasta que lo
encontré.
– ¡Herendi! ¡Herendi! ¡Te lo prohíbo! No puedes hacerme esto, no puedes enviar-
la a Oniria, allí la castigaran ¡Yo exijo su muerte! ¡Necesito su muerte! – Las palabras
de Yanira se ahogaban en sus llantos, intentaba librarse de los brazos de Erik que la
tenían aprisionada.
– Me tengo que dar prisa… Perdóname.
Releí un par de veces rápidamente para mí. Me acerca más al cuerpo inmóvil de
la quimera para que así me pudiera escuchar mejor. Leí de nuevo el hechizo, esta vez
en voz alta, una y otra vez, para asegurarme que surgía efecto.
Azer comenzó a gritar, sus gritos de dolor se mezclaron con los de furia de Yanira.
La quimera comenzó a iluminarse. Su cuerpo comenzó a resquebrajarse dejando salir
una luz dorada y brillante, hasta que la luz fue tan intensa que no pudimos ver más allá
de ella. Al instante, la luz desapareció sin dejar rastro de la quimera.

236
Azer estaba en Oniria.

30 de agosto

Herendi

– De vuelta en casa…
Si, volvíamos a casa después de ver el final de la cacería. Pero no regresábamos
todos, eso era lo más duro.
Los ánimos estaban por los suelos, como era normal. Alice lloraba ya sin lágrimas
en los hombros de Mist. La valquiria jamás mostraría su debilidad, pero su ser trans-
mitía pena, mucha pena.
Yanira no estaba con nosotros. Había aceptado la propuesta de Dinorah y Erik.
Ellos se encargarían de todo, del cuerpo de Robert, del velatorio, de los papeles de
la defunción… Ellos harían eso por ella, para librarle un poco el dolor. Pero aun así
Yanira no había vuelto a casa con nosotros. Había decidido quedarse en una de las
habitación libres del edificio del Mitternacht.
Después de leer el hechizo y que de la quimera desapareciera, Yanira me dedicó
una mirada de dolor y de reproche. Y aunque intenté hablar con ella, esta no quiso y
solo obtuve palabras de enfado.
Prefería estar en una habitación lejos de su casa, que en casa, conmigo. Pero debía
darle tiempo. Tiempo a que sus heridas curasen.

31 de agosto

Herendi – 11:00 AM

– Al menos volvemos a estar todos en casa – Mist que estaba sentada a mi lado
miraba desde lejos a la oscura, la cual después del velatorio, que tan solo hacía una
media hora había acabado, había decidido volver a casa con nosotros.
– Esta más callada de lo normal. Noto su enfado y me duele. Hice lo mejor – Alice
llevaba rato intentando sacarle alguna palabra a la oscura, pero esta la ignoraba. Yani-
ra estaba muerta por dentro.
– Ella sabe que hiciste lo debido. Pero necesita tiempo para decírtelo con pala-
bras, tenemos que ser pacientes y comprenderla. Es un trago muy duro, cuesta mucho
superar algo así, pero lo hará. Yanira es fuerte. – La humana, dando por vencido el
intento de conversación con la oscura, se había venido a sentar a nuestro lado del sofá.
– Sé que no vale la pena lamentarse ahora, pero si hubiéramos sabido que Azer era
una quimera mucho antes, esto no habría pasado – La valquiria acababa de decir una
verdad como un templo, pero ya era demasiado tarde.
– El destino aveces es cruel. – Alice podía creer en el destino, yo en estos momen-

237
tos, odiaba al destino.
Seguimos hablando, ahora en un tono más alto, pues Yanira se había retirado a su
cuarto, hasta que de pronto nos paralizamos al ver a Sheryl plantada frente a nosotros.
– He de hablarte. Ven.
La niña desapareció y volvió a aparecerse en la terraza, los tres la vimos a través
del cristal. Me disculpé de mis compañeras y me fui hacia la terraza.
– ¿Qué deseas? ¿No se ha acabado todo? – No podría soportar que me dijera que
algo seguía mal.
– No. Todo ha llegado a su fin. Y me apena la muerte de vuestro compañero. Pero
cuando una historia acaba otra empieza, elfo.
– ¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué historia comienza ahora?
– La tuya, si tú quieres. Te dije que te había elegido. Que tenía algo preparado
para ti.
– ¿Elegido? ¿Por qué y para qué? – ¿Cómo no iba a odiar al destino?
– Elegido para protegerme. Elegido por tu bondad, por saber hacerte amar, por
conseguir el respeto y la lealtad de tus amigos. Saber ligar eso, hacer un lazo tan
fuerte como el que tenéis. Esa es tu mayor virtud. Tienes muchas otras, eres poderoso
y listo, pero necesito alguien como tú. Tú eres mi elegido.
– ¿Y si no quiero serlo? ¿Y si no quiero ser tu elegido? – Como podía ser el ele-
gido de ella por la lealtad y el respeto de mis amigos, por ser capaz de crear un lazo
que ahora mismo había roto…
– No has roto ningún lazo. Ella te quiere. Te admira por tu valor y tu entereza.
Pero el dolor de la pérdida es mayor. Esto es una elección tuya Herendi, no puedo
obligarte a que me ayudes, a que me protejas. Pero esta en tu destino.
– En mi destino…
– Ve hacia Manchester si decides hacer frente a tu destino. Allí nos encontraremos
mi elfo.
La niña desapareció, dejándome con una sensación de vacío. Y con muchas dudas
en la cabeza.

01 de Septiembre

Alice – 19:00 PM

– ¿Te vas a seguir quedando inmune a lo que te estoy diciendo? – Entendía la


actitud de Yanira, yo había sufrido hace unos años por lo mismo cuando mis padres
murieron, pero ella es mucho más fuerte que yo.
– ¡Herendi! Tu amigo, tu confidente, ¡Tu elfo! Por el amor de Dios Yanira. Se
va, se va para siempre. ¿Quieres hacer el favor de reaccionar? ¿Le vas a dejar ir sin
decirle nada? – Estaba a punto de zarandear a la oscura, de darle don bofetones si era
necesario para que reaccionara.

238
– Alice, por favor. Tranquilízate – Mist intentaba calmarme pero le estaba costan-
do lo suyo refrenarse a sí misma.
– No, no me tranquilizo. Nosotras ya hemos intentado detenerle. Ya hemos ha-
blado con él, pero Herendi está decidido a irse, y ella tiene que despedirse. – Que
mínimo, después de todo, él había leído el hechizo, él había sido lo suficientemente
fuerte como para hacerlo en ese momento.
– Si él ha tomado su decisión, yo no puedo hacerle cambiar de parecer. – Por
fin Yanira hablaba. – Si quiere marcharse a proteger a esa niña, no está en mí poder
retenerle Alice.
– Despídete y perdónale.
– ¿De qué debo perdonarle Mist? Él nos salvó. No puedo perdonarle, sino agrade-
cerle y me despediré. Lo hare.

Yanira – 20:00 PM

– ¿Vas a esperar a que se vaya para despedirte? Se está yendo, míralo en la puer-
ta. Les dijiste que nos íbamos a despedir… ¡Sal de tu estupor!
Llevaba días escondiéndome en mi fachada de oscura silenciosa para no enfren-
tarme a la situación de que había perdido a la persona que más quería en el mundo,
pero que no era el fin. Y el saber que no me dolía tanto como esperaba que me doliera
hizo las cosas mucho peor.
Como decía mi yo interior, Robert técnicamente no había muerto. Como hacíamos
todos los oscuros al morir, nuestra alma se reencarnaba en un bebe nacido muerto y
volvíamos otra vez, aunque no nos acordáramos de nuestras pasadas vidas. Pero en
esencia Robert no estaba muerto. Por eso tal vez no me dolía tanto, pero por eso mis-
mo me maltrataba psicológicamente.
Me fui hacia la puerta, donde Alice le daba los últimos apretones al elfo, la dura
valquiria me dejó paso y se fue. Alice al verme hizo lo mismo.
El elfo y yo nos quedamos solos.
– Aún no he tenido tiempo de agradecerte que nos salvaras. Que no me hicieras
caso cuando te grite todo aquello y que pudieras encontrar el valor para enviar a la
quimera a su zona después de todo. Gracias. – Y debía de darle las gracias por muchí-
simas cosas más. Pero no encontraba las palabras para hacerlo. Y había veces que las
palabras no eran suficientes para expresar todo los sentimientos.
– No tienes por qué dármelas Yanira. Yo lo único que quiero es que no te hundas.
Tú no eres así. – Se acercó a mí y me abrazo.
– Se está despidiendo. Se va. La niña se lo lleva…
­– ¿Estás seguro de que quieres ir? – No quería retenerlo… Bueno, si quería.
– Creo que todo esto ha pasado porque debía encontrar a la niña e ir con ella.
Supongo que es hora de afrontar el destino y no huir. Os echaré mucho de menos.
– Yo también. Cuídate. Y si necesitas ayuda, aquí me tienes. Siempre.

239
– Entonces esto es un adiós. El final.
Nos volvimos a despedir y vi como salía por la puerta. Dejándonos solas a las tres.
Yendo en busca de su destino. Yendo en busca de la pequeña Sheryl.

240
Relato VII
EPÍLOGO – LA ACAMPADA
Marta estaba en silencio, observando a los tres niños. Le gustaba aquel trabajo,
finalmente se había trasladado a la ciudad donde siempre había querido vivir, Barce-
lona, y estaba muy cómoda en ella, no le había costado nada adaptarse. Era una joven
no muy alta, de pelo castaño y corto, ojos marrones y sonrisa franca y sincera. Estaba
muy contenta con su primer trabajo, dar clases de repaso a tres pequeños, algo que
le divertía mucho ya que los niños tenían una ocurrencia tras otra, sobre todo María,
que quería ser actriz, Rafael era algo más cortado pero también muy gracioso y luego
estaba Sheryl, que era algo callada y observadora, muy madura para su edad y muy
inteligente. Se había hecho muy fácilmente a los tres niños.
En aquel momento estaban haciendo un ejercicio que Marta les había mandado.
Como era habitual, Sheryl fue la primera en completarlo.
– Ya está. – la pequeña alargó la hoja a su maestra.
– Vale, déjame ver... – Marta repasó los ejercicios – Está muy bien, Sheryl, tan
perfecto como siempre. – la niña no dijo nada pero asintió con la cabeza como res-
puesta.
– Yo también he terminado. – dijo María al rato con una sonrisa y le dio a Marta
el ejercicio.
– Y yo – replicó Rafael entregando también su hoja.
– Vale, veamos... ¡pues están geniales los tres! ¡Muy bien, niños! Se terminó la
clase, vamos. – dijo al rato con una sonrisa, que tanto Rafael como María le devolvie-
ron, mientras que Sheryl se limitó a hacer una mueca.
Los cuatro bajaron hasta la calle, donde esperaban Alfonso y Josefina, padres de
Rafael y María respectivamente. Como siempre, los padres de Sheryl no habían ido
a buscarla.
– ¡Hola! – dijo Josefina a su hija y le dio un abrazo – ¡Tengo una sorpresa para ti!
– ¿Ah, sí? – preguntó la niña. – ¿Cuál es?

241
– ¡Gina ha venido a vernos! – cuando la joven madre dijo aquello, a la pequeña
se le iluminaron los ojos.
– ¿Quién es Gina? – preguntó Rafael con la curiosidad propia de un niño.
– Txell, bueno, Meritxell, que es su nombre completo, es una amiga nuestra de
Valencia, una actriz que estuvo un tiempo en el elenco de “El rey León”.
– Para celebrarlo – dijo su madre – haremos una excursión a Collserola este fin de
semana, estáis todos invitados.
– ¡Perfecto! – dijo Alfonso – Iremos encantados, ¿verdad Rafael?
– ¡Claro! Y podría venirse Txell, nuestra vecina, le encanta salir al campo y lleva-
mos tiempo comentándolo... si queréis, claro. ¡Es muy buena chica!
– Rafael, no abuses... – dijo su padre.
– No te preocupes, Alfonso – replicó Josefina con una sonrisa. – Claro, Txell
puede venir también. ¿Tú también vienes, no, Marta?
– Eh... sí, claro, me apunto. – dijo la chica con una sonrisa.
– ¿Y tú, Sheryl, vendrás con tus padres? Creo que no les conocemos.
– No, no les conocéis. Sí, iré, aunque sola seguramente, no os preocupéis que sé
cuidarme.
– Sheryl, no puedes venir sin tus padres... ¿y si te pasa algo? – dijo Alfonso.
– No va a pasarme nada, tranquilo. – dijo la pequeña mirando al chico de forma
intensa.
– Mmm... ¿y ya van a dejarte tus padres venir sola, Sheryl? – Preguntó Josefina.
– Sí, mis padres me dan mucha libertad. – la niña sonrió de forma misteriosa cuan-
do dijo aquella frase, lo que hizo que todos los adultos sintieran un extraño escalofrío.
– Pues... no se hable más, Sheryl, puedes venir, claro. ¿Te vamos a buscar a tu
casa?
– No, iré donde me digáis. Quedad entre todos y ya me dirá Marta donde es.
Llegó el sábado y Alfonso fue el primero en llegar junto a Rafael. Estaban espe-
rando casi a las afueras de Barcelona, en el barrio de Horta, cerca de la plaza Ibiza
para que Txell y Marta llegasen en metro. Al poco rato llegó la primera, una chica
bajita, con el pelo rizado, moreno y gafas que se puso a charlar amigablemente con los
dos. Miguel Ángel, el marido de Josefina, llegó con el coche una media hora después
y les presentó a todos a Gina, una mujer de unos cincuenta y tantos muy divertida y
simpática y a Miguel, el hermano pequeño de María.
Tras una hora tomando algo en un bar de la Plaza Ibiza, hablando y conociéndose,
Josefina dijo:
– Creo que podríamos irnos ya... Sheryl no va a venir.
– Sí, tienes razón – dijo Alfonso levantándose – No le habrán dejado sus padres.
– Y si lo han hecho, son unos irresponsables. – replicó Miguel Ángel.
– Hola – dijo una voz infantil detrás de ellos. Todos se dieron la vuelta y vieron
a Sheryl. Iba como siempre, vestida con tonos oscuros y con aquella enigmática son-
risa en los labios. Normalmente, a Marta siempre le daba una sensación extraña ver

242
a aquella niña, pero aquel día fue especialmente intensa. Todos se quedaron parados
unos segundos cuando la vieron allí, de pie en medio de la plaza, hasta que finalmente
Josefina reaccionó.
– Esto... hola, Sheryl. – dijo Josefina cuando se hubo recuperado de la sorpresa. –
Sheryl, estas son Gina y Txell. Irás con Alfonso en su coche, ya que nosotros vamos
completos. – Txell se acercó a la niña.
– ¡Hola, Sheryl! ¿Cómo estás? – la chica intentó hacerle una caricia, pero Sheryl
se zafó con habilidad.
– Bien, gracias por preguntar. Me parece bien ir con Alfonso y Rafael. Pues nada,
cuando queráis nos vamos.
Subieron a los automóviles y enfilaron hacia la montaña. Pasarían aquel día de
acampada y al día siguiente tenían pensado ir al Tibidabo, un parque de atracciones
situado en la cima de la montaña.
Después de aproximadamente una hora conduciendo llegaron a un lugar adecuado
para acampar, montaron las tiendas y se sentaron en la hierba con la sana intención de
conocerse más y respirar aire fresco.
La mañana transcurrió tranquila, comieron sobre las 14:00 horas50 y Gina, María
y Miguel, que también era actor infantil, prepararon un pequeño espectáculo improvi-
sado para entretener a los demás.
En dicho espectáculo, Gina interpretaba a una malvada hechicera y los dos niños
a héroes que debían derrotarla, fue todo muy divertido, todos vieron en Gina una
actriz con mucha experiencia y en los pequeños futuros artistas. Todos observaron
que Sheryl no se rio en todo el día, se limitaba a sonreír y aunque cuando le hablaban
contestaba, no iniciaba ninguna conversación. Cuando acabó la representación, Gina
se acercó a la pequeña.
– ¿Te ha gustado, Sheryl?
– Sí, lo habéis hecho muy bien. – la niña acompañó sus palabras con un asenti-
miento de cabeza, sin expresar ninguna emoción.
– Pero he visto que te has reído poco, ¿por qué? Si te ha gustado, tendrías que
haberte reído más – la niña no respondió, se limitó a encogerse de hombros.
Después de un rato, cenaron y los niños se acostaron a dormir en su tienda mien-
tras que los adultos se quedaron un rato charlando.
– Qué niña más extraña. – dijo Gina mirando hacia la tienda.
– Sí, mucho. Marta, ¿seguro que es... normal? – preguntó Josefina a la joven
profesora.
– Me pasaron unos informes suyos y no hay rastros de autismo ni retraso mental,
al contrario, es muy inteligente... demasiado como para necesitar clases de repaso.
– ¿Qué quieres decir? – preguntó Alfonso.
– Nunca he podido entender por qué necesita refuerzo, no he visto aún sus notas

50 Las 2:00 p. m.

243
pero seguro que son excelentes. Hay algo extraño en ella... muy extraño, ya veis cómo
se comporta, no parece...
– Una niña. – concluyó Txell.
– Eso es cierto, ¿no puede ser perjudicial para los niños tenerla cerca? – preguntó
Miguel Ángel.
– No necesariamente, no es mala niña y además nunca se quedan solos con ella.
– respondió Marta.
– En todo caso, como hemos comentado esta mañana, sus padres no deberían
dejarla viajar sola con desconocidos. Me pregunto cómo les convencería.
– Gina, quizás no tenga padres. – dijo Txell a la actriz. – A lo mejor está en un
orfanato o algo así.
– ¿Lo sabes, Marta? – preguntó Alfonso.
– La verdad es que no, pero indagaré.
– Bueno, será mejor que nos acostemos o mañana vamos a estar rendidos. – apun-
tó Josefina con su habitual sentido práctico, y todos decidieron hacerle caso.
Por la noche María se despertó, al principio algo desorientada pero enseguida
recordó donde estaba. Miró a su alrededor y vio algo que la extrañó sobremanera,
primero pensó en despertar a su hermano pero era muy pequeño y a lo mejor hacía
ruido, así que agitó un poco el saco de Rafael. El niño se revolvió y María lo movió
más fuerte hasta que consiguió que abriera los ojos.
– ¿Qué? ¿Qué pasa? – preguntó en un susurro.
– Mira, ¡Sheryl no está! – María también susurraba. El niño observó que su amiga
tenía razón.
– Vaya, ¿y dónde está?
– Pues no lo sé, ¿por qué no salimos a buscarla?
– ¿No deberíamos decírselo a nuestros padres mejor? A lo mejor nos perdemos...
– No vale la pena molestarles, y además Sheryl no puede haber ido muy lejos –
replicó la pequeña actriz.
– Bueno, vamos.
Los dos niños se pusieron sus chaquetas y salieron a la oscuridad. Obviamente no
era una negrura total, las estrellas, mucho más visibles que en la ciudad, iluminaban la
noche. Empezaron a caminar, tenían algo de miedo pero afortunadamente estaban cer-
ca del campamento. María había leído que en Collserola había jabalíes y zorros pero
prefirió no comentárselo a Rafael. Observaron y escucharon a su alrededor y no tar-
daron en localizar la voz de su compañera en medio del bosque, a juzgar por el timbre
no debía estar muy lejos, como mucho a veinte minutos andando. Efectivamente, tras
un cuarto de hora vieron a Sheryl con un hombre de unos cincuenta años, estatura algo
baja, pelo rizado y negro con las sienes plateadas, cejas gruesas y perilla. En la oscu-
ridad parcial sus ojos grises brillaban con inteligencia y un cierto toque de tristeza.
Vestía con ropas amplias, pasadas de moda pero impecables, y llevaba un bastón con
cabeza de marfil. Ella estaba sentada en una piedra mientras que él daba vueltas a su

244
alrededor. Mediante señas, decidieron esconderse para observar los acontecimientos.
– Las piezas ya están puestas sobre el tablero. – dijo Sheryl.
– ¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto?
– Absolutamente, ¿es que dudas ahora?
– No me puedo permitir el lujo de dudar. ¿Todos te han visto?
– No. Ante la Valquiria, Érica, decidí no revelarme, le envié el mensaje a través de
Odín. De hecho, ni siquiera sabe de su papel en lo que está por venir.
– Sabes que nunca me ha gustado que te mezcles con Odín. – el misterioso hom-
bre puso una expresión ceñuda.
– Y sabes que yo cuento a Odín entre mis mejores colaboradores desde hace mu-
cho tiempo... hablando de eso, ¿cuánto hace que no nos veíamos?
– Trescientos años... aunque parece que fue ayer. – los niños pusieron una expre-
sión de estupor cuando oyeron semejante cifra.
– Seguro que para ti fue ayer. – la niña sonrió con su sempiterna expresión enig-
mática.
– ¿Y por qué haces todo esto? ¿Por qué esta pantomima? Asumes el aspecto de
una niña humana, te mezclas con ellos mientras sigues con tus planes... ¿se puede
saber qué pretendes conseguir?
– Quizás si nos acercamos a los humanos lleguemos a comprender por qué nos
necesitan... o por qué les necesitamos nosotros. Y hay otra razón que tú sabes bien.
– Yo no necesito a ningún humano – replicó el hombre con voz grave.
– Te equivocas. Y más, tú. ¿Tengo que recordarte tu misión? ¿Para qué fuiste en-
viado a la Tierra sino para proteger a la humanidad? ¿No fuiste adorado por ellos en el
pasado, no eras el invencible sol detrás del sol? ¿Qué ha sido ahora de todo aquello?
– Mi relación entre mi señor y yo queda entre nosotros. Y sí, la humanidad me
adoró en el pasado, ¿de qué me sirvió? Además, ahora ya no nos adoran a nosotros,
prefieren cosas más terrenales. Adoran el dinero, el poder y a sus ídolos de barro, sus
artistas.
– Tienes muy poca fe en aquellos a los que proteges... pero no hay tiempo ahora
de discutir sobre eso.
– No. Respecto a tu segunda razón... bien, es cierto que una casualidad como esa
no se da todos los días, pero no es la primera vez que ocurre.
– ¿Que dos de vosotros se conozcan de niños, antes de que se produzca su Reve-
lación? Vamos, Mitra, ¿qué posibilidades hay de que ocurra algo así? Creo que, como
mínimo, debe ser observado. – María y Rafael comprendieron que estaban hablando
de ellos. ¿A qué se referirían?
– Sí, bueno, pero pronto tendrás que dejar la vigilancia, ¿no?
– Sí, pronto iré a la reunión. Llegaré la última.
– Típico de ti. – dijo Mitra con una sonrisa sarcástica.
– Bien, ya sabes que hacer, ¿no? Algo que solamente tú puedes llevar a cabo.
– Lo extraño es que los de Manchester no te ofrecieran su ayuda en esto también.

245
– Lo hicieron, ciertamente, pero ni siquiera ellos pueden hacer lo que haces tú, por
eso te necesito. Por eso... y por otras cosas, ya sabes lo que hablo.
– Demasiado bien. De acuerdo, me pondré en camino, nos veremos cuando esté
todo listo, en breve espero.
– Será en breve, para ti ese término no tiene el mismo sentido que para nosotros.
Quedamos así entonces, Mitra. – Sheryl se bajó de la piedra. – Ten mucho cuidado.
– ¿Ahora te preocupas por mí? Lo tendré, tranquila, cumpliré con lo pactado. –
Mitra se dio la vuelta sin más ceremonias y se internó en el bosque. Sheryl empezó a
dirigirse hacia el campamento, durante unos segundos María creyó que les había visto
pero no dijo nada. La siguieron de lejos, escondidos, hasta que la vieron internarse en
la tienda de campaña.
– ¡Se dará cuenta de que no estamos! – dijo Rafael, preocupado. Su amiga no le
respondió, se limitó a meterse a su vez en la tienda y acostarse en el saco de dormir.
Fue imitada por el niño unos minutos después.
Al día siguiente, después de desayunar, partieron hacia el Tibidabo. Excepto Mi-
guel, todos los niños estaban extrañamente ausentes. Durante el viaje hasta el parque
de atracciones, María pronunció una sola frase:
– Sheryl dejará pronto las clases de repaso.
El resto del día transcurrió con normalidad, lo pasaron muy bien en las atrac-
ciones, aunque Rafael y María no dejaron de hablar del secreto de Sheryl en secreto
durante mucho tiempo... secreto que aún no habían conseguido desvelar.

246
Indice

Relato I: EL MAYOR HONOR 7


Carlos Plaza

Relato II: OJOS BICOLOR 27


Carlos Plaza

Relato III: GUNGNIR 55


Carlos Plaza

Relato IV: REQUIEM NOCTURNO 87


Nacho Torres

Relato V: LA READAIR 119


Sandra Montoya

Relato VI: SUEÑOS ROJOS 181


Sandra Montoya

Relato VII: EPÍLOGO – LA ACAMPADA 241


Carlos Plaza

247
PROXIMAMENTE

“Aventuras, acción, misterio, heroísmo, ambientación steampunk… todos los in-


gredientes de las obras de aventuras del gran escritor universal Julio Verne.”

CAMPEONES DE VERNE es un juego de rol escrito por Carlos Plaza Calzada,


creador de juegos, forjador de sueños, generador de esperanzas… En sus propias
palabras:
“Estoy aquí para repartir felicidad, poniendo mi creatividad al servicio de los
demás. Creo sinceramente que a través del ocio inteligente se puede aprender. La
vida es un juego que vale la pena jugar.”

Carlos Plaza es autor también del juego de rol Shadow Hunters.


Otros libros que podrás encontrar en nuestra editorial:

“UNA VIDA DE JUEGOS”

Escrito por Simón Blasco Perales, director y co– presentador del programa espe-
cializado en juegos “Ojo al dado”.

Muchas veces hemos escuchado la frase “la vida no es un juego”. Los más de
sesenta protagonistas de este libro han optado por una filosofía de vida y afición muy
relacionada con los juegos de mesa y han elegido este como forma de vida.
Este libro recoge biografías, comentarios, consejos, trucos y muchas ideas más
sobre el mundo de los juegos de mesa más actuales en España.
Un libro fundamental si se quiere conocer el estado actual de los juegos de mesa
en nuestro país. Escrito de forma amena por los propios invitados, gustará a cual-
quier aficionado a este fantástico hobby así como a aquellas personas que sientan
curiosidad o quieran entrar en el mercado del juego ya sea como diseñadores, ilus-
tradores, editores o de cualquier otra forma…
Un libro que ningún aficionado a los juegos de mesa debería dejar de leer.
ESTE LIBRO QUE TIENES EN TUS MANOS HA SIDO PUBLICADO GRACIAS A:

Manthix – Fran Bejarano – Albertomk1 – Rolero – Carlos Paramio –


Adrián “Adrone” Pérez Sánchez – Mcastilla – El cylon en la sombra –
Kees Dedeu – FrikiCompras.com – Voignar – Oracle – MikySins –
Desirée Navarro – Fan Letal_uab – Carla Soler – Celebestel Luthien –
Josefina Rivera Ramos – Ricardo A. Gallego Muñoz – Check! Aribau –
Marco Antonio (Sectario) – Chus Abascal – Kokakoloct – Sendel – Pak –
Javier Ordax – Elclan Delcómic – Cram – Víctor Castillo Rodríguez –
Jamtaru – David fluhr Arnau – Konspy – Loadneo – Friko – Aphorius –
Frank Guerra Servobot – Par1701 – Iván Portela López – Delfar –
Dream Whit Us Studio SL – Juegos de la mesa redonda –
Memorias del soñador – María – Gustavo Luis Sánchez Escobar –
Lourdes Mas Gris – Eduard Comas – Biosfofo –
Aitor González Domingo – George1516 – Rafa Aranda – Manuel Pinta –
Luismontmart – Alex_KZ – Coltar1978 – Vicente Ruiz Calpe –
David Curtiella García – Marta Lopez Sanchez – Gina Rivas Murillo

Gracias a tod@s, de corazón…

También podría gustarte