Está en la página 1de 6

Escrituras Rosacruces En Línea

A la espera del Maestro


Por Raymund Andrea

El Gran Maestro, AMORC, Gran Bretaña

[Del Triángulo Místico, Marzo 1929]

En el Grado Nueve nos encontramos en el umbral de una vida más grandiosa. Aguardamos por
el maestro que ha de iniciarnos en la cognición divina, en el conocimiento de nuestra
verdadera misión en la senda. En este grado altamente místico, hay una significativa pausa y
enormes posibilidades para la contemplación. Si echamos una mirada retrospectiva a los
grados anteriores, parece como si gradual y lentamente hubiésemos ascendido una inmensa
escalera, cada vez más angosta, y ahora nos encontráramos en el último escalón, muy lejos de
las voces terrenales, a la entrada del templo oculto. Muchos han renunciado a medida que el
ascenso se hacía más escarpado: la recompensa era demasiado remota y el objetivo intangible.
Renunciaron porque no tenían fe, y les tocará seguir sufriendo una continua e insaciable sed de
esa vida que se encuentra tras el umbral al que nos aproximamos en el grado nueve.

La pausa y el silencio en el grado nueve constituyen una de las más grandes pruebas por la que
tenemos que pasar en la senda. Puede que hayamos hecho todo lo que está a nuestro alcance, y
el maestro no haya aparecido. No sé por qué; solo sé que así sucede en muchas vidas. No
obstante, estoy convencido de que hay ciertas condiciones que se deben cumplir, cierto trabajo
que se debe llevar a cabo, que tal vez comprendamos vagamente, pero que el maestro sabe,
absoluta y detalladamente, que es necesario que cumplamos y logremos antes de que podamos
llegar a participar de su vida. En este punto, conservamos una fuerte posición a través del
ejercicio de una fe indomable. Dudo que alguno de nosotros haya llegado tan lejos sin saber
internamente, de una manera u otra, la razón más poderosa detrás de esta fe en esas cosas que
permanecen ocultas para nosotros justo tras el umbral. Aquellos de nosotros que hemos
entregado la mejor parte de nuestras vidas al estudio y contemplación de cosas más elevadas
rara vez nos vemos perturbados por inquietantes interrogantes acerca de la senda que hemos
escogido, la recompensa a nuestro esfuerzos, o el objetivo final. Vivimos el hoy, el día a día,
confiados en que tales aspectos de la verdad y revelaciones de lo divino, en la medida en que
estemos listos para aceptar y capacitados para recibir, serán develados de acuerdo a la ley a
una conciencia en potencia, y que caerá velo tras velo a medida que vivamos y sirvamos en el
mundo de los hombres. Y es inconcebible que aquellos que entraron al estudio de la senda por
primera vez cuando contactaron la orden, pasaron de un grado a otro con comprensión, y que
ahora se encuentran con nosotros en la pausa mística del Grado Nueve, no tengan la seguridad
interna de recibir una recompensa por su trabajo y lograr una conciencia expandida. Su
habilidad para demostrar objetivamente lo que han logrado tal vez todavía sea ínfima; tal vez
sientan que tienen poco que mostrar como resultado de su estudio y meditación; aun así, la
experiencia nos dice que tal demostración objetiva de ninguna manera constituye el único
criterio para determinar el progreso. En los estudios, es justo éste el punto en el que mucho
depende, en mi opinión, de cuan claro esté un estudiante acerca de cuál es su estatus interno en
la senda. Si este estudiante estuviese cursando una carrera en una universidad con la esperanza
de graduarse en una determinada profesión, a la larga llegaría el momento en el que necesitaría
evaluarse a fondo a sí mismo antes de presentar la evaluación final. Necesitaría determinar sus
debilidades y fortalezas; se sometería a una cuidadosa autoevaluación y se ejercitaría a sí
mismo de todas las maneras posibles para calificar. ¿No es acaso su posición en el Grado
Nueve algo análogo a esto? Pero aquí él es en gran medida su propio instructor: necesita no
albergar ningún temor de ser “expulsado” si no logra ciertas calificaciones. El período de
espera puede ser prolongado, pero no hay fracasos.

Esto nos lleva a la importante pregunta de cuál es la calificación sobresaliente para pasar más
allá del umbral en el Grado Nueve. Claramente no nos enfrentamos a una prueba ordinaria. Al
entrar a cada grado hemos pasado un umbral, al menos simbólicamente. Pero en alguna etapa
de nuestro progreso a través del Grado Nueve, debe haber un traslado de conciencia definitivo;
durante el intervalo de este grado nos involucramos en una preparación purificadora que debe
culminar en un completo cambio de polaridad. Personalmente, no creo que esto haya de
lograrse a través de ningún experimento oculto en particular, aunque algunos miembros que se
encuentran en el Grado Nueve parezcan sostener esta idea. Con frecuencia he estudiado, con
bastante interés, fotografías que representan los extraordinarios derribos realizados por una
persona diestra en ju jitsu; pero pobre de aquel hombre que intente realizarlos si no tiene un
cuerpo lo suficientemente atlético, ni la requerida flexibilidad y fortaleza muscular, ni los
recursos mentales para ello. Es posible que no exista el elemento de peligro en el experimento
oculto que reside en el simple aparente derribo, pero una extensa y meticulosa preparación es
necesaria en ambos casos.

Hubo un tiempo en el que yo de ningún modo podía entender la urgente exhortación de los
ocultistas avanzados a servir. En más de una ocasión, cuando había casi implorado a estas
grandiosas almas de una u otra escuela de enseñanzas ocultas que me dieran algún
conocimiento espiritual o instrucción excepcional paran satisfacer mi feroz ansia de avance,
una y otra vez se me sugirió la senda del servicio. Con mucho énfasis se me dijo que
prácticamente era inútil dedicarse a la meditación y a la especulación acerca del alma al menos
que de alguna manera se transmitiera el conocimiento y la fuerza ya adquiridos como
recompensa de esfuerzos pasados para ayudar a otros. De hecho, no fue hasta que contacté
nuestra Orden que comprendí en su totalidad el significado de esta recomendación y la puse en
práctica.
Parece ser una condición del umbral que el aspirante debe retroceder justo a partir del punto
que ha alcanzado si quiere ir más lejos. Parece que se le emplaza a demostrar de una muy
única manera qué tipo de hombre es; y esto no es, como tendemos a pensar, a través de alguna
extraordinaria demostración de poder divino u oculto, sino más bien demostrando hasta qué
punto puede trabajar con las almas de aspirantes que se encuentran en niveles inferiores y
llevarlos a ellos también a este nivel de renunciación. Y, a menos que yo esté
considerablemente equivocado, ese es el fundamento de la pausa en el Grado Nueve. Debe
haber alguna característica dominante en la naturaleza del aspirante que lo señale como un
hombre diferente de sus semejantes--¡O seguramente, para él, la realidad de su posición en
este grado se ha perdido! Esa característica debe ser como el aliento vital del alma e irradiarse
poderosamente hacia el mundo de los hombres. Porque, en cierto sentido, nadie tiene derechos
en el Grado Nueve a menos que esté dispuesto a aceptar la responsabilidad de llevar a otros el
conocimiento. Esa responsabilidad consiste en que deberá proyectar la luz que él ha adquirido
en la oscuridad para guiar a otros. El fracaso está en considerar desde una óptica muy crítica y
con mucha satisfacción la calidad de la luz que se posee. Lo que tenemos lo debemos usar--
ahora, y estar agradecidos de que nuestra sincera búsqueda de conocimiento haya iluminado
tantas cosas en nuestra alma. El aspirante, a fin de ganar confianza al usar la luz que tiene,
solo necesita reflejarla hacia las multitudes a su alrededor, un buen porcentaje de las cuales
daría casi todo lo que tiene para tener el conocimiento y la convicción acerca de las realidades
más profundas de la vida que él posee. Somos demasiado propensos a pensar, porque no
tenemos alguna extraordinaria percepción de la verdad suprasensible, o carecemos de la
capacidad de algunos admirables exponentes de la misma, o no podemos resolver de manera
inmediata cualquier problema que surja y leer el alma del hombre como un libro abierto, que
debemos esperar y no hacer nada. Esto nunca satisfará al alma, ni nos preparará para lo que
debemos manejar con fortaleza y maestría cuando traspasemos el umbral.

Aquí entonces nos enfrentamos a una prueba que sobrepasa todas las otras y que debe
presentarse en el Grado Nueve. Casi que tenemos que olvidar el objetivo al inspirar a otros en
el camino hacia dicho objetivo. Tenemos que calmar esta fiebre de avance que constantemente
nos tienta a alejarnos de un salto hacia las alturas y quedarnos allí, conscientes de nuestro
resplandor celestial y de nuestra elevación sobre las masas, solo para mirar hacia abajo. ¿De
qué sirve un Maestro para supervisor de vidas humanas? Ésta es una de las plantas venenosas
más prolíficas en el jardín del ocultismo moderno; propaga almas serenas y corteses,
engalanadas de majestuosa calma y dignidad consciente, con un rosario de teorías demasiado
sagradas para ser pronunciadas excepto entre los elegidos, y más allá de la comprensión de
este malvado mundo o de cualquier alma avanzada que en éste se encuentre que piense de
manera diferente. Si eso es altura, tienen derecho a ella ya que la buscaron y la alcanzaron;
pero si en alguna encarnación llegan a contactar a un maestro, yo pienso que la primera
sugerencia que recibirán será de descender. Y éste es un consejo en caso de que alguno de
nosotros haya malinterpretado el camino. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance
por aquellos que quieren lo que nosotros tenemos. Tenemos que descender y hacer frente al
problema de cualquier alma que nos confronte y luchar con ese problema, aunque sea inmenso
y aparentemente nos sobrepase. No tenemos idea de la fortaleza y alcance de nuestro
conocimiento y poder hasta que, con algo parecido a la pasión heroica, procuramos usarlos.
Seguramente, los años vividos en silenciosa reflexión y meditación, y con la aspiración de
ascender, deben haber permitido que se haya albergado algo en el alma que valga la pena usar;
de lo contrario, hemos desperdiciado un tiempo precioso. Podríamos haber dominado un
idioma o estudiado una determinada bibliografía como una deseable adquisición y prueba de
cultura, o habernos deleitado en una hábil expresión del conocimiento adquirido en las
asociaciones que se dan en la vida cotidiana. No obstante, esto es insignificante en
comparación con las fuerzas secretas de la Luz, de cuya conducción todo verdadero aspirante
debería estar consciente y desear manifestar. Si esto parece un juicio severo, solo puedo decir
que no veo razón alguna para hablar con mayor discreción, ya que guarda relación con la parte
más importante de nuestro propio particular problema del umbral. Antes de adquirir un
verdadero conocimiento de la senda, nuestra vida puede ser tan despreocupada e indiferente
como deseemos que sea; otros pueden tener problemas y sufrir a causa de ellos, y es posible
que no exista en nosotros urgencia interna alguna de preocuparnos por esas personas. Es el
punto de vista del mundo; y ya que tenemos que construir para nosotros mismos, no parece
haber nada ilógico en asegurar nuestro propio camino. En la senda de lo oculto esto es un
crimen. Cerrará rápidamente toda vía de aproximación a la vida de los maestros. Es verdad,
debemos pensar por nosotros mismos; un verdadero conocimiento de sí mismo y un esfuerzo
para lograr una correcta adaptación a la vida necesariamente deben ser un objetivo
constante—solo que podríamos trabajar, lo más hábil y efectivamente posible, con las almas
de nuestros semejantes para el avance de éstos. Un alma en pena—y uso las palabras
deliberadamente—hará vibrar cada fibra viva en el corazón de un verdadero rosacruz.
Olvidará las convenciones, se elevará por encima de sí mismo bajo el fuerte impulso de la
voluntad de iluminar y mejorar, y de transmitir a otra alma sin estorbo ni obstáculo por el
derecho divino de una compasión comprensiva, y ese contacto vital y místico se habrá hecho
en secreto y nunca será olvidado.

Por consiguiente, este primordial requisito de auto-aprovechamiento para la ayuda de otros, o


debe aparecer espontáneamente en el alma del aspirante antes de llegar al umbral, o debe ser
cultivado con una laboriosidad no menos meticulosa que la de un artista que busca reflejar la
luz y la verdad de naturaleza etérea a través del lienzo, o que la de un escritor que trabaja para
plasmar la verdad inmortal en un lenguaje que haga brotar lágrimas de los corazones humanos.
El yo personal tiene que ser puesto sobre el altar del servicio a las personas. Nada menos que
esto será suficiente. ¿Es que no percibimos claramente este servicio abnegado, constante,
serio, en los Maestros de los hombres? Esa belleza sobrenatural y esa profunda paz que ellos
reflejan se derivan fundamentalmente de esta única condición. ¿Si no, qué otra cosa puede dar
esta majestad al hombre mortal? Nada en este mundo, ya sea en la literatura, el arte o la
ciencia, o en el camino de la vida, sería dirigido con seres angelicales; mientras que la flor de
la compasión es tan rara, que pasamos nuestra vida anhelando encontrarla. Algunos de
nosotros, por lo menos, estamos bien conscientes de esto; sabemos lo que es servir en
abundancia y sabemos que se requiere del tipo correcto de alma. Muchos hemos visto una
senda de menos gloria a los ojos de los Maestros, pero de gran valor a los ojos del mundo, la
cual podríamos haber andado y así haber tomado codiciadas y merecidas recompensas, y aun
así hemos renunciado a ellas hasta verlas desvanecerse en la distancia. Está bien, y es así como
debería ser—para nosotros. Tan seguro como que nosotros aguardamos por el maestro, el
Maestro aguarda por nosotros, hasta que la única actitud decisiva esté tan firmemente
establecida como para excluir incluso la idea del sacrificio. La dedicación suprema es la clave
secreta de una vida grandiosa. Es una polaridad extrema en la que se rechaza el dejarse
influenciar por cosas inferiores al ardiente ideal que cautiva nuestra atención. Pero en la senda
oculta no hay violencia, ni desarrollo forzado para lograr el objetivo propuesto. El servicio
exigido por el Maestro es el total florecimiento del alma, no el extenuante esfuerzo de un
desarrollo desproporcionado de alguna facultad en particular. Esto es obvio; ya que cuando
nos enfrentemos al problema de un alma seremos algo más que inútiles ante dicho problema si
nuestra vida y nuestro conocimiento simplemente se han movido a una determinada posición y
el problema ha de ser visto solamente desde ahí. El problema debe convertirse en nuestro
problema y debe ser visto desde el ángulo preciso y desde la altitud del alma que tiene el
problema. Nos ubicamos nosotros mismos a través del contacto interior, lleno de comprensión.

He dicho que la actitud de servicio establecida excluye inclusive la idea del sacrificio. Es
posible que exista algo parecido a una crucifixión del yo personal, pero no podemos
considerarlo como una pérdida o privación de algo. El creciente impulso de la fuerza que
viene del alma parece abrumar o arrasar, o debería decir, despolarizar el factor personal.
Debería inclinarme más a denominarlo como algo parecido a la soledad que como algo
parecido a la crucifixión. Una de las escrituras ocultas dice: Cuando el discípulo ha
conquistado las ansias del corazón, y se rehúsa a vivir del amor de otros, se encuentra a sí
mismo más capaz de inspirar amor; cuando el corazón ya no desea tomar, siente el llamado a
dar en abundancia. Eso es alta doctrina y tal vez no hemos llegado a ese nivel todavía; pero la
aproximación a dicho nivel no es crucifixión—es soledad espiritual. Y esta particular etapa de
la senda será difícil de andar y su vibración dura de soportar, de acuerdo a la fuerza innata o
adquirida del alma para la búsqueda. Desde luego, hay grandes posibilidades en ello y yo creo
que en el Grado Nueve es de esto de lo que nos ocupamos. Hay muchas referencias a este
asunto de la soledad espiritual en la literatura oculta; sin embargo, de acuerdo a todo nuestro
conocimiento teórico al respecto, nos sentimos más o menos inquietos al experimentar la
soledad de la senda. Se ha logrado en parte lo que hemos aspirado lograr, y luego
cuestionamos el logro. Pero hay un pensamiento tranquilizador, y que nunca falla, en el cual el
aspirante puede apoyarse ante semejante exigencia: cualquiera que sea la condición alterada
del aspecto mental o la percepción consciente de encontrarse a sí mismo bien en un camino de
investigación comparativamente solitario y alejado de los intereses comunes del hombre,
cualesquiera que sean los cuestionamientos internos que puedan surgir con respecto a una
búsqueda más a fondo de una iniciativa poco común que almas inferiores están demasiado
prestas a juzgar como inútil y a desalentarle de emprender, él sabrá que una fortaleza más sutil
y más grandiosa es de mayor valor en la evolución que una de menor altura, y cuando se
adapte totalmente a ella será capaz de las obras más grandes provenientes de esa fortaleza más
grandiosa. Recuerde, será imposible contactar y sostener la intensa vibración de la vida sin
este cultivo explícito de la vibración dentro de nosotros mismos. Con esta finalidad,
trabajamos. Buscamos alcanzar los supra-niveles de la consciencia, y en la medida en que las
crecientes penas que tenemos que experimentar y los intervalos de soledad que nos prueban en
el ascenso sean necesarios e inevitables, resistamos firmemente hasta que el Maestro aparezca.

Copyright © 2007 Aswins Rabaq. Todos los Derechos Reservados.

También podría gustarte