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SEXUALIDAD E IDENTIDAD DE LA PERSONA HUMANA

Mª José Luciáñez Sánchez, Mercedes Sánchez Martínez, Ana Risco Lázaro,


Sara Gallardo González
I. EL SIGNIFICADO DE LA SEXUALIDAD HUMANA
Mª José Luciáñez Sánchez, Sara Gallardo González

1. INTRODUCCIÓN

Nos estamos acercando al misterio del hombre, especialmente significado en los puntos
anteriores; y eso siempre supone adentrarnos en un tema tan profundo que la actitud adecuada
es contemplarlo con asombro en todo momento, con la mirada puesta en el misterio.

El descubrimiento y la respuesta a las cuestiones sobre el significado y dignidad del ser


hombre y ser mujer exigen, hoy más que antes, profundizar en las razones más profundas de
su ser (de tipo antropológico y teológico), pues «nuestra civilización, que presenta tantos
aspectos tan positivos en el plano material como cultural, debería darse cuenta de que es,
desde diversos puntos de vista, una civilización enferma que genera profundas alteraciones
en el hombre. ¿Por qué se da esto? La razón está en el hecho de que nuestra sociedad se ha
distanciado de la plena verdad sobre el hombre, de la verdad sobre aquello que el hombre y
la mujer son como personas» (JUAN PABLO II, 1981). En este capítulo trataremos de
acercarnos nuevamente a la plena verdad sobre el hombre y la mujer, de comprender la razón
y consecuencias de la decisión del Creador que ha hecho que el ser humano pueda existir solo
como mujer o como hombre. Bajo el título “El significado de la sexualidad” se presentan dos
temas íntimamente relacionados: el lenguaje de la sexualidad humana o la teología del cuerpo,
y la vocación al amor. Este último aspecto se ha tratado ya como inicio de toda esta reflexión
sobre la persona y su identidad. Ahora vamos a acercarnos al misterio en la primera cuestión
señalada, la teología del cuerpo, un misterio que además podemos tocar.

Nos vamos a salir aparentemente del tema por un momento.

Cuando se hace un estudio panorámico de la historia evolutiva de los animales, hay un


concepto filosófico, si lo queremos llamar así, que está por detrás de esa historia evolutiva, y
que se aprecia con facilidad, y es el concepto de individuo. Estudiando los animales más
primitivos, como las Esponjas (que aparentemente no son animales), nos damos cuenta de que
no sabemos decir dónde está el individuo; no sabemos si toda la masa de la esponja es un
individuo, no sabemos si cada una de las estructuras internas que tiene la esponja, que son
pequeñas cámaras vibrátiles, es un individuo; o bien si se puede decir que cada ósculo
(abertura de la Esponja a través de la cual el agua sale al exterior) es un individuo. No lo
sabemos, y sin embargo el concepto de especie y otros términos zoológicos muchas veces
hacen referencia al individuo. Pero, ¿qué es el individuo en el caso de las Esponjas? No lo
sabemos.

Si avanzamos un poco más en la escala evolutiva, vemos que existen conjuntos de miles de
pequeños organismos todos idénticos, formando parte, por ejemplo, de los corales, son los
Cnidarios. Estos organismos idénticos son clones entre sí. El conjunto de todos ellos funciona
como un único individuo, pero son una colonia. Pensemos en la carabela portuguesa
(Physalia phisalis), un Hidrozoo dentro de los Cnidarios. Todos nos referimos a ella como
una “medusa”, pero es una colonia de miles de individuos polipoides, y en ella ¿cuál es el
individuo? Dando un paso más, lo mismo les pasa a los animales más avanzados, como por
ejemplo algunos gusanos que se reproducen asexualmente y parecen un solo individuo,
siendo, sin embargo, un conjunto: no es un individuo, son varios individuos unidos unos a
otros. Todos son también clones. Más adelante incluso, hay organismos que sufren múltiples
divisiones asexuales para llegar a ser un adulto. ¿Dónde se ha quedado el individuo original?
No está, no existe.

Si llegamos a los vertebrados, por ejemplo los mamíferos que contemplamos en un


documental o en plena naturaleza, estos animales no son clones, son individuos de una misma
especie. Sin embargo, los que los domestican, de alguna forma podrían identificar alguno -por
alguna herida, por alguna señal que tengan-, pero realmente tienen todos la misma “cara”. Son
individuos independientes, pero con la misma cara, el mismo rostro.

Realmente, el concepto de individuo llega a su plenitud de significado con el surgimiento del


concepto de persona. Cada persona humana es única e irrepetible. Cada una además lo
manifiesta claramente a través del rostro, que no se repite, ni siquiera de minuto a minuto. Es
más, la manera en que cada hombre mira una realidad es única. Se ha podido demostrar
científicamente que cada persona hace el recorrido sobre una imagen de forma particular.
Resulta evidente la infinita diferencia cualitativa que existe al estudiar la historia evolutiva de
los animales y al contemplar a cada persona humana.

Después de esta digresión, vamos a acercarnos al significado o a la verdad de la sexualidad


humana en el contexto del carácter personal del ser humano.

2. LENGUAJE DEL CUERPO HUMANO Y LAS DIMENSIONES BIOLÓGICA Y PSICOLÓGICA


DE LA SEXUALIDAD

Al hablar de la verdad de la sexualidad humana se quiere significar que ésta tiene una
naturaleza propia que el hombre ha recibido, pero que debe descubrir progresivamente. Esta
naturaleza es recibida y por eso no es fruto de la propia acción. Ante ella, la libertad del
hombre tiene la tarea de aceptarla, comprender su significado propio y realizarlo, pero no de
manipularla según proyectos subjetivos. Al ser un bien recibido, podemos decir que el origen
de la persona es un diálogo entre personas: ella recibe de otro su existencia y naturaleza, otra
persona que la llama a la existencia. Esta llamada o vocación a existir implica nuestra
libertad, que se ve apelada a responder a esa vocación originaria: toda la persona, también su
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sexualidad, implica una llamada original; hay algo que me está interpelando en lo que es la
sexualidad humana. Eso es lo que significa que “tiene una verdad”: un significado y un
sentido que se descubre y hace realidad a través de las propias acciones. Por otra parte, es
necesario que también busquemos en qué consiste la bondad propia de la sexualidad, qué es
aquello que la hace ser buena (CAFFARRA, 1995).

Como se va a ir explicando, la verdad de la sexualidad humana se contempla desde una


tensión que experimenta el hombre en sí mismo. Es una doble tensión, debida, por un lado, a
la diferencia que existe en el ser humano en cuanto a su sexualidad: hay una sexualidad
femenina y una sexualidad masculina. El término sexo viene del latín que significa
separación, sesgo, septo y en este sentido, el hombre presenta un sesgo mostrado en los dos
sexos. Por otro lado, al mismo tiempo, el hombre presenta una tendencia a la unión, a la
comunión; es decir, a superar esa separación. Esa es la doble tensión, la cual se articula
perfectamente entendiendo los tres dinamismos que se dan en el ser humano (el biológico, el
espiritual, y el psíquico, que actúa de gozne), y el cómo se entrecruzan, cómo se unen estos
entre sí.

¿Cuál es la unión en esta tensión separación-comunión? Es la misma que hay entre los tres
dinamismos. Precisamente por una dimensión psíquica que es el eros, la dimensión erótica es
el punto de unión entre las dos tensiones (NORIEGA, 2007). Vamos a ahondar en esta
realidad.

a) Dimensión biológica

En el capítulo anterior se apuntaba al hecho de la intrínseca belleza del cuerpo humano por su
unión con el espíritu, y al de que hablar del cuerpo es hablar de una persona humana. Ahora
debemos reflexionar sobre el hecho de que el cuerpo humano no existe sin su diferenciación
masculina o femenina, por lo cual podemos decir que la masculinidad y feminidad son el
lenguaje objetivo del cuerpo humano. Todo ser humano es o bien hombre o bien mujer.

Debemos partir de la constatación de que la sexualidad es un dato biológico. Esto sin embargo
debe comprenderse bien: en el hombre, la biología es una biología personal (no biología
meramente física). La diferencia hombre-mujer impregna todos los estratos de la persona,
hasta la última de las células. ¿Cuál es el sentido de la sexualidad, desde el punto de vista
biológico? Biológicamente, la sexualidad humana está ordenada y capacitada para la
procreación. Es la facultad de procrear, y a ese fin están dispuestos tanto el hombre como la
mujer: la sexualidad biológicamente hace referencia clara, explícita y únicamente a la
reproducción, y ello explica plenamente la genitalidad del hombre y la mujer. La facultad
procreativa en el hombre (dimensión a la que se ordena la sexualidad), tiene como meta o
término la generación de una nueva persona humana, con todo el valor infinito que cada
persona tiene.

Debemos reflexionar sobre esta dimensión de la verdad de la sexualidad para captar su íntimo
significado:

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- El término al que tiende esta facultad es obviamente una nueva persona humana. El valor y
dignidad de cada persona hace que la facultad que se ordena a tal fin sea también de altísimo
valor. Por tanto, el hecho de que la sexualidad humana es el origen de una persona humana
hace de la sexualidad un bien excelso.

- Como afirma la antropología cristiana, cada ser humano es querido por sí mismo por parte
del Creador. No es fruto del azar o de la necesidad, sino de un acto de amor creador. Dios
confiere a la persona humana el privilegio de cooperar de este modo con Su acción creadora.
« […] cada ser humano es un pensamiento de Dios, un latido del Corazón de Dios» (JUAN
PABLO II, 2001). Cada uno somos un pensamiento de Dios; es decir, hemos sido concebidos,
en la mente y en el corazón de Dios, mucho antes de que hayamos sido concebidos en el
vientre materno. ¿Esto qué significa? Que realmente Dios pide permiso a los padres para que
Su pensamiento se haga cuerpo en ellos. Pide una asistencia de los padres en el acto sexual
para llevar a término su pensamiento. Somos concebidos antes por Dios, luego esto enaltece
todavía más la sexualidad puesto que ella es el medio por el cual Dios espera concebir a cada
uno de nosotros.

b) Dimensión psicológica de la sexualidad

Ahora bien, la verdad de la sexualidad humana abarca mucho más, y por ello es irreductible a
la dimensión biológica. Su bondad y valor no se deben reducir a su sentido biológico -que es
el procreativo-, pues no es una facultad meramente útil. Esto lo demuestra el hecho de que la
recíproca atracción entre el hombre y la mujer se experimenta no solo cuando las personas son
fértiles, como sucede en el reino animal, sino en un contexto personal vital.

La persona humana es hombre o mujer. La humanidad no se encuentra totalmente en el


hombre o en la mujer, sino que se halla de manera total en el hombre-mujer (CAFFARRA,
1995). La Teología del cuerpo (varón y mujer) habla de este aspecto, de la sexualidad como
constitutiva del ser humano que impregna todo desde el principio hasta el final, y que está
como inundando la realidad de la persona, en todos sus aspectos constituyentes y en toda su
forma de actuar. Se es hombre o se es mujer desde el principio hasta el final, y eso se traduce
en los dinamismos biológicos, en los psíquicos y en los espirituales. Para explicar la realidad
humana es conveniente hacer referencia a la dimensión originaria, es decir, es necesario
comprender, por una parte, el porqué, y por otra, los resultados de la decisión del Creador en
el origen del ser humano, que ha querido que sea hombre o mujer. Las últimas razones, pues,
de la verdad de la sexualidad, se encuentran en la narración del origen divino de nuestra
naturaleza.

Dios entrega a Adán el paraíso para que poniendo nombre a las aves y animales ejerza su
dominio sobre toda la Creación. Pero Adán se encuentra solo en medio de la misma, pues no
hay entre las criaturas ninguna que le ayude.

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Sexualidad e identidad personal

A pesar de que Dios le ha entregado todo, Adán está solo, le falta algo. Esta pobreza de Adán
se revela en la sexualidad, que es un signo de la pobreza de toda la persona, a la que su
soledad le grita que está necesitado, falto de algo. El hombre estaba solo entre las cosas,
separado, pobre. Sucede entonces que Adán se asombra. Es un grito de admiración ante la
presencia de alguien semejante y diferente a la vez, cuya compañía no la podía encontrar entre
los demás seres de la creación. Se siente atraído hacia otra realidad: la de una persona
diferente a él, la mujer, y que le completa. Vemos la tensión inicial (separación) y la tensión
final (“esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne”).

Esta narración revela que la sexualidad posee una íntima dimensión psíquica (JUAN PABLO
II, 2005), que se revela en una profunda atracción entre el hombre y la mujer. Esta atracción
no es meramente física; nace de la misteriosa experiencia de la soledad humana. Es la
dimensión erótica de la sexualidad. La persona desea estar con el otro, desea la comunión.
Ante la presencia singular de la mujer, Adán se da cuenta de lo que le falta; en ese momento
reconoce que su existencia corporal solamente se explica como una plenitud precisamente en
cuanto exista una unión originaria con ella; su ser solo es posible entenderlo en esa unidad
dual o comunidad de los dos. Adán solo se entiende, solo se reconoce, cuando está presente la
mujer. La dimensión erótica denota la recíproca atracción entre un hombre y una mujer, que
nace de una experiencia de sentirse incompletos y tiende a la unidad psicofísica de los dos
como momento de plenitud de sus seres.

Se puede reflexionar acerca de lo que el cuerpo nos manifiesta a este propósito: podemos
experimentar que el cuerpo sexuado remite al otro cuerpo de distinto sexo pero igual en
humanidad. El cuerpo expresa el hondísimo significado que encierra la sexualidad humana:
por un lado nos revela el carácter único de cada persona humana por su diferenciación
masculina o femenina; por otro nos manifiesta la relacionalidad de todo ser humano por
medio de su referencialidad y complementariedad con el otro sexo. Puesto que la persona es
una unidad, podemos decir que lo que el cuerpo expresa es realmente una dimensión de la
misma, que es la diferencia y referencia recíproca entre el varón y la mujer. Dicho con otras
palabras, la apertura y referencia a la otra persona es algo propio del ser humano, y este rasgo
es perceptible corporalmente.

Este movimiento de apertura que toda persona humana ve reflejado en su corporeidad sexual,
y que es propio de su naturaleza humana corpórea, expresa una tendencia natural del ser
humano hacia la comunión originaria con la otra persona de sexo distinto. Gracias a la
diversidad sexual cada ser humano se comprende a sí mismo en cuanto varón o mujer, y
reconoce su ser específico y su similitud con el otro.

***

Reflexionando, sin embargo, más profundamente sobre la dimensión erótica, se observa que
si se vive la sexualidad solo eróticamente, en ella está presente una tensión insuperable. El
eros es por naturaleza posesivo, está hambriento y sediento; pero la realidad a la que se dirige
el eros es una persona, ¿entonces la persona puede ser cogida, poseída? No, en el momento en

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que se hace tal cosa, se la pierde, porque se la ha reducido a una cosa. En esto consiste la
paradoja del eros humano. Si posees a la persona alcanzas la plenitud de tu ser, pero la
persona no te es dada, no la puedes tomar, no se la puede manipular, porque entonces se la
cosifica y ya no tienes a la persona. Por ello, se plantea un drama en una relación amorosa
basada exclusivamente en el eros: si posees, no es a la persona a quien posees; si no posees,
no alcanzas la plenitud ni superas la soledad. Esta es la tensión de la sexualidad vivida solo
eróticamente. Esta paradoja, si no se soluciona, lleva al hombre a la autodestrucción. Nos
revela que la dimensión erótica debe ser superada, ampliada y trascendida.

Pero ¿qué significa superar? Se puede superar hacia lo alto o hacia lo bajo. Si se supera hacia
abajo (es decir, tendiendo cada vez más al dato biológico, al erotismo) uno cosifica a la otra
persona y a uno mismo, y se autodestruye. Se ve la sexualidad como un juego, y acaba
destruyendo el eros; de ahí el mercado sexual que sustituye el estímulo erótico humano por
estímulos inhumanos. Puede también superarse hacia lo alto; sin embargo, tampoco en este
caso se consigue, porque es hacer prevalecer la dimensión espiritual sin tener en cuenta la
dimensión erótica, por lo que ésta queda suprimida, negando una parte real del ser humano.

Recapitulando lo tratado en este apartado, se puede afirmar que la atracción por el otro sexo
nace de la misteriosa experiencia de la soledad humana, la cual empuja a la persona a salir de
sí misma en busca del otro. Es decir, la atracción sexual erótica nace de una necesidad
psicológica, no física: la de superar la «pobreza» del propio ser por la unión con la otra persona.
Deseamos estar con ella, ansiamos la unión, la comunión, algo distinto y mucho más profundo que el
mero contacto físico. La profunda «atracción» que el hombre y la mujer experimentan recíprocamente
lleva al ser humano a buscar una plenitud que se obtiene en y desde la complementariedad entre
masculinidad y feminidad.

En definitiva, la experiencia del deseo hacia el otro, buscando la unión y así la plenitud,
gracias a la complementariedad recíproca, revela que además de la dimensión biológica, la
sexualidad posee también una íntima componente psíquica. Este es el aspecto erótico: lo que
hace a la persona humana un sujeto en búsqueda de la propia plenitud a través del otro.

Sin embargo, si la sexualidad es vivida solo desde la dimensión psicofísica, no puede alcanzar
lo que el hombre desea, que es la plenitud en la unión amorosa con el otro. El eros tiende a la
posesión, y esta tendencia dominante cosifica al otro, haciendo imposible la relación personal.
Para ser vivido en toda su grandeza, el eros necesita ser ampliado y superado (integrado) por
la dimensión espiritual. Si no, nos conduce a una soledad y aislamiento aún mayor.

3. LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL DE LA SEXUALIDAD Y LA INTEGRACIÓN DE LOS


DINAMISMOS

a) Dimensión espiritual de la sexualidad

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La dimensión espiritual es la más profunda de la sexualidad. Cuando la persona va creciendo


y se encuentra al final de su adolescencia, haciéndose capaz de salir de sí y de darse, no
encuentra en el otro sexo solo lo que le completa, sino que como afirma CAFFARRA (1987),
descubre en el otro la suprema dignidad personal; de este modo, encuentra a un ser humano
que por tener un gran valor merece ser querido por sí mismo. Al reconocer el valor de esa
persona exclama: « ¡qué hermoso es que tú existas!» y no « ¡cómo me gusta que tú existas!».
Y debido a ese reconocimiento del valor personal, se suscita la entrega de lo más valioso que
uno tiene, que es uno mismo. Estamos entonces ante una comunión interpersonal.

Esta distinción del signo de la atracción erótica y de la espiritual se explica porque el hombre
posee dos facultades distintas que nos permiten querer o apetecer bienes: la facultad apetitiva
psíquica y la facultad apetitiva espiritual. La diferencia entre ellas consiste en que la primera
se mueve hacia algo bueno en cuanto que es un bien para mí, mientras que la facultad
apetitiva espiritual lo hace no solo en este sentido, sino en tanto que es un bien en sí y por sí.
Según esto, cuando se capta un bien sensible, el punto de referencia y el criterio de bondad es
el yo (propios gustos, satisfacción, necesidad, etc.), no la realidad o persona en cuestión,
mientras que el afecto espiritual tiene como referente a la otra persona por sí misma (su valor,
preciosidad, dignidad). Ambos aspectos del bien que es el otro son asumidos en la sexualidad
humana.

Esta dimensión de la sexualidad une en sí las dos anteriores, la física y la psíquica. Por ella, el
ser humano puede expresarse a sí mismo a través del lenguaje propio de la sexualidad.

Así, CAFFARRA (1987) indica que «Es propio del espíritu saber percibir la realidad en sí y
no en cuanto que sirve a mis gustos, deseos, intereses. ¿Qué implica en el fondo esta
propiedad del espíritu? Implica que, por su misma naturaleza, el espíritu no es
fundamentalmente recepción, sino donación; no es egoísmo, sino altruismo y comunicación.
Cuando la atracción erótica es asumida por el espíritu, la persona percibe en esta necesidad
del otro sexo el signo de algo más profundo. Percibe el signo de la llamada o vocación de la
persona al amor y a darse ella misma a los otros. La feminidad y la masculinidad, justamente
en su recíproca atracción, son por eso el mensaje del cuerpo, que por su íntima unión con el
espíritu resulta lenguaje de la persona entera: estas dos realidades constituyen la llamada
del hombre y de la mujer a crear, a dar origen al hecho de la comunión, según la forma
específica de ser varón y mujer».

Por tanto, la dimensión erótica se eleva al rango del lenguaje de la persona humana, de modo
que el ser una sola carne físicamente, es llevar a cabo el don de la persona.

En este punto, conviene insistir en el hecho de que la naturaleza humana es recibida y no


inventada por el hombre, y que por tanto el lenguaje del ser-hombre y el ser-mujer tienen en sí
mismos un significado que la libertad humana solo debe descubrir e interpretar en la verdad.
La masculinidad y la femineidad son un lenguaje dado desde el origen de la persona. No son
un dato puramente biológico apto para expresar cualquier sentido que la libertad humana
decida atribuirle, ni tampoco un aspecto solo psíquico. No es posible interpretar a voluntad

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Sexualidad e identidad personal

ese lenguaje del cuerpo ni el sentido de los afectos, sino que hay quedescubrir su profundo
significado. ¿Cuál es este significado? Es el don total de sí al otro. El lenguaje de la
masculinidad/femineidad es el lenguaje del don total. En cuanto tal, es lenguaje
intrínsecamente esponsal. El ser sexuado humano está orientado a la conyugalidad (y en
Cristo a la virginidad consagrada). Es en este sentido por lo que una antropología adecuada
habla del nexo, de derecho indeleble, entre el ejercicio de la sexualidad y la conyugalidad.
«La lógica del don de sí al otro en totalidad comporta la apertura potencial a la procreación
[...]. Ciertamente, el don recíproco del hombre y de la mujer no tiene como finalidad solo el
nacimiento de los hijos, sino que es en sí comunión mutua de amor y de vida. Siempre debe
ser garantizada la íntima verdad de tal don. Íntima no es sinónimo de subjetiva» (JUAN
PABLO II, 1994).

Por tanto, la sexualidad es la facultad que expresa el encuentro, el diálogo, la comunicación y


la unidad de las personas entre sí; es dimensión estructural de la persona, una dimensión
originaria (desde el origen en el pensamiento divino somos hombre o mujer), original (ser
varón o mujer son dos modos diversos de ser) y originante (es fecunda). Ahora bien, la
sexualidad es un componente estructural y esencial de la persona, pero no es la única
dimensión del hombre. La persona es sexuada, pero es más que su sexualidad.

b) La integración de los tres dinamismos de la sexualidad

Pertenece a la reflexión ética analizar cómo podemos armonizar estos tres dinamismos de
integración, pues de ello depende la felicidad de las personas. En este proceso existen
dificultades o conflictos cuyas causas son internas y también externas: por un lado el lastre y
debilitamiento de nuestra naturaleza herida por el pecado original, las propias decisiones
libres, la falta de aceptación personal, un replegamiento egoísta en la búsqueda de
satisfacción; por otro el influjo del ambiente cultural, las relaciones con los otros, las reales
carencias afectivas, etc. y una no adecuada armonización puede incluso llevar a diversas
anomalías del psiquismo.

La superación de una visión y vivencia de la sexualidad limitada a su dimensión erótica ha de


ser una operación humana muy profunda. Se trata de integrarla en un orden que da una
dignidad nueva a aquello que es superado. Ahora, esta integración ¿es posible? Superar la
paradoja de la tendencia y necesidad de poseer a una persona y la imposibilidad de que esa
persona sea poseída, ¿tiene salida? Eros y amor parecen contrarios, uno posee y otro dona. La
respuesta está en la integración, no en la negación, de la dimensión erótica vivida en el amor.
La sexualidad pues, es eros y es amor.

¿Cómo se realiza la integración de la atracción erótica en el amor? Esa integración se llama


castidad. Es extremadamente bello conocer el sentido de la sexualidad y la llamada al amor,
pero el hombre ha de capacitarse para poder vivirla y llegar a la plenitud de lo que significa.
Para obtener esta capacitación es necesario ejercitar la virtud de la castidad. La persona casta
adquiere la capacidad de amar como debe saber amar un hombre o una mujer. Viviendo esta
virtud se alcanza una perfección nueva y enteramente personal que le hace capaz de una

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Sexualidad e identidad personal

excelencia en su actuar. Rehabilitar esta virtud, redescubrir la castidad, se muestra como una
de las tareas más decisivas en orden a ayudar a las personas a amarse (NORIEGA, 2007).
Algunas consideraciones pedagógicas para la adquisición de la virtud y la integración de los
dinamismos en la castidad se exponen en el segundo tomo de esta colección.

Ante la persona –con toda su dignidad– que descubro en la sexualidad, el único tipo de
relación que se puede establecer es la de donación. Solo puedo relacionarme con ella
donándome a ella misma. Descubro a la persona, descubro su valor, descubro su belleza,
descubro su singularidad; y la única relación posible con esa persona a la cual descubro, es el
don de uno mismo. Esto tiene mucho trasfondo: no me quedo en ella, descubro su valor; ante
ella, mi única actitud es darme del todo. La sexualidad humana entonces confluye hacia un
punto concreto: el don de uno mismo; y todas sus facetas están interiormente relacionadas y
unidas, no hay una posibilidad de separación.

Se ha partido de una dualidad clara para terminar en una unidad muy clara también. El
hombre y la mujer se unen intrínsecamente, y en esa relación recíproca solamente es
concebible el don completo del uno para el otro. En el don completo, me estoy dando como
persona; estoy dando mi cuerpo y estoy dando mi vida. Eso es lo que da sentido a ésta. Son
conceptos todos relacionados: el sentido de la vida y la donación completa con los tres
dinamismos.

Según todo esto y recapitulando, la sexualidad es una dimensión de la persona, que incluye,
por tanto, los tres aspectos esenciales de lo humano: lo biológico, lo psicológico y lo
espiritual; y siendo la persona humana una realidad unitaria, estos tres aspectos esenciales de
la sexualidad están íntimamente conexionados entre sí. Reflexionando sobre esto, el hombre
percibe que la sexualidad es una dimensión de la persona en virtud de la cual es capaz de salir
de sí, hasta la suprema realización de este éxodo de sí: el don de sí mismo al otro, creando
comunión.

¿Cómo se resuelve, pues, la paradoja de la dimensión erótica: si posees a la persona la


pierdes, porque la cosificas; si no la posees no alcanzas la plenitud que solo el otro te puede
dar? La respuesta es: solo puedo alcanzar la plenitud en el libre don de mí mismo, que es
correspondido. Este don, para ser verdadero y recíproco requiere de determinadas condiciones
antropológicas, sociales y religiosas, que explican el sentido de la realidad matrimonial, como
se verá en el otro volumen de la colección.

4. LA BONDAD ESPECÍFICA DE LA SEXUALIDAD HUMANA

Hemos tratado de responder a la pregunta ¿qué es la sexualidad humana? Es el momento de


plantearnos cuál es su valor. Antes de responder debe sentarse una premisa y después
responder en dos partes.

a) Los sentidos de bien

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Sexualidad e identidad personal

Cuando hablamos del «valor» de la sexualidad humana, nos estamos refiriendo a la


sexualidad en cuanto dotada de una bondad, de una dignidad que debe ser respetada,
reconocida. Al hablar de valor afirmamos que la sexualidad misma ya es valiosa, y, por otro
lado, el hecho de que sea valiosa requiere como consecuencia una actitud correspondiente,
adecuada, ante la propia sexualidad. Esta actitud puede ser o no la debida, según se entienda
que la sexualidad es buena en uno de estos tres sentidos:
- buena en cuanto que es útil, es decir, porque nos sirve para alcanzar un objetivo.
- buena en cuanto placentera, es decir, porque es agradable, causa placer.
- buena en sí y por lo que ella misma es, esto es, algo puede ser un bien, sin ser útil ni
agradable, simplemente porque en sí mismo y por sí mismo es bueno.

En el primer y segundo sentidos tenemos los bienes relativos o condicionados, pues dependen
de las circunstancias y de la persona que se sirva de ellos. Lo bueno no siempre es útil. Por
ejemplo, para un herrero un yunque puede ser algo bueno porque le resulta útil, pero para
quien no forja el hierro ese objeto carecerá de valor o incluso será un estorbo. Un alimento
puede resultar bueno, en el sentido de placentero, para una persona sana, y, en cambio, no ser
bueno en absoluto (en ese sentido) para una enferma, ni tampoco útil si por ejemplo es nocivo
para su salud.

Solo los bienes en sí son absolutos o incondicionados; es decir, siempre, en toda circunstancia
necesariamente son un bien. Por ejemplo, es buena la verdad por lo que ella es, como es
bueno en sí proteger y cuidar a una persona necesitada, o arrepentirse de un mal cometido.
Una persona es en sí misma una realidad de altísimo valor, un bien absoluto,
independientemente de que sea de un sexo u otro, una raza u otra, tenga salud o no, tenga un
patrimonio genético u otro, porque su valor emana de lo que ella es, no de lo que tiene.

Una vez comprendida la diferencia entre bienes relativos y bienes absolutos, retomamos la
pregunta respecto del valor de la sexualidad humana: ¿la sexualidad es un bien relativo o
absoluto? O más concretamente, ¿la sexualidad es buena porque es placentera o útil, o lo es
por sí misma, con independencia de su dimensión placentera o su utilidad? Si reflexionamos
sobre este punto y analizamos la relación entre la persona y los distintos tipos de bienes, se ve
que solo la última opción es la verdadera.

¿De qué naturaleza es la relación entre la persona y los bienes útiles? Por su misma definición
es una relación de carácter instrumental: lo que es útil es usado en función de una cosa. Si la
sexualidad fuera un bien útil, deberíamos concluir que en la relación sexual la persona puede
ser utilizada.

¿De qué naturaleza es la relación entre la persona y los bienes placenteros? Es una relación de
carácter egocéntrico: lo que es placentero es querido en cuanto que me gusta, me procura un
placer. Si la sexualidad fuese un bien placentero, deberíamos concluir que en la relación
sexual una persona puede ser usada por el placer que procura.

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Sexualidad e identidad personal

De este punto emana la verdad y la bondad de la sexualidad humana. Esta es un bien en sí


misma, y esta bondad y belleza se deben al hecho de que la persona está constituida para
darse, es capaz de donarse a sí misma: la sexualidad hace a la persona capaz del don. Para que
este sea verdadero y sincero, exige que sea un don total y para siempre, sin límite en el
tiempo, puesto que, como se apuntó anteriormente, esta es un todo que no puede partirse: o se
da entera o no se da en absoluto. Esta donación completa solo se puede realizar en el amor. La
bondad, inscrita en la sexualidad es, por tanto, una bondad que vale en sí y por sí, en cuanto
que la sexualidad permite a la persona humana dar origen a un acontecimiento: la comunión
del amor en la mutua donación. Pero el amor no tiene necesidad de justificación: el amor vale
en sí y por sí. ¿Por qué vale el amor, por qué es bello? La respuesta es únicamente porque es
amor.

En efecto, solo en la comunión creada por la donación la persona no es instrumentalizada o


manipulada. Solo así la dimensión erótica puede ser asumida sin negar a la persona misma, en
la libertad de la mutua donación por amor. Esta vocación al amor propia de todo hombre, ha
quedado grabada en la propia estructura corporal que, en la relación que implica hombre-
mujer, pasa a formar parte de la imagen de Dios.

La persona es un ser para el que la única dimensión adecuada es el amor. Somos justos,
tenemos la actitud adecuada en lo que respecta a una persona cuando la amamos: esto vale
para Dios y vale para el hombre. Se llega así a una consecuencia de capital importancia.
Puesto que los valores morales son precisamente aquellos valores o bienes que valen en sí y
por sí, la sexualidad es un valor moral, y su valoración debe ser una valoración ética, y no de
mera utilidad, funcionalidad o placer.

b) Sentidos de la sexualidad humana

Recapitulando lo visto hasta aquí, debemos reflexionar sobre los sentidos de la sexualidad
humana. Para ello, vamos a hacerlo sobre las experiencias humanas universales, las más
profundas, que se han llamado «experiencias originarias». A través de ellas el hombre mismo
puede comprenderse, pero solo si está iluminado por la filosofía y la teología.

Santo Tomás siguiendo a Aristóteles se ha referido a las inclinaciones naturales, que son
orientaciones innatas hacia determinados bienes que reconocemos como propios o que
debemos llegar a poseer: el instinto a conservar y promover nuestra vida, a vivir en sociedad
con otras personas, a buscar la verdad, a sentir compasión y ayudar a quien sufre.

Como señala el profesor PÉREZ-SOBA (2011), el cuerpo manifiesta en la acción del hombre
que tendencia natural y libertad guardan una relación, son inseparables. Las tendencias no
tienen por sí mismas un valor moral –positivo o negativo– pero en esas tendencias podemos
descubrir elementos esenciales para la moral, que iluminan el sentido y el actuar del hombre.

Una de estas tendencias básicas es la sexualidad, que en el hombre es portadora de unos


significados propios. La experiencia humana básica que liga la tendencia sexual con la

13
Sexualidad e identidad personal

moralidad humana es indudablemente el pudor (HILDEBRAND, 1960). Aunque el ámbito


del pudor no es únicamente el sexual, en esta experiencia se comprueba cómo la intimidad
humana queda afectada por la diferencia sexual que cuenta con un referente corporal
ineludible.
¿Cuál es el significado plenamente humano de esta inclinación espontánea? Para alcanzar una
vida buena, la inclinación sexual tiene que darse en un contexto que le dé sentido, que la
interprete en función de las experiencias que se viven, según va madurando la persona
(NORIEGA, 2007). Interpretar las experiencias quiere decir situarlas dentro de un marco
global de sentido, en que haya algo que unifique esas vivencias. Por ejemplo, el gesto de
guiñar un ojo es un acto comunicativo cuyo sentido se descubre en un contexto –una relación
personal de mutuo conocimiento, sucesos pasados en que ese gesto ha adquirido un
significado conocido por ambos, un carácter que se va manifestando, unos sentimientos que
afloran en determinadas situaciones, etc.–. Fuera de contexto, que tiene también matices
mediados por la educación y la cultura, ese gesto no se comprenderá adecuadamente o no será
siquiera percibido.

Ese marco global de sentido, que abarca también los episodios de la propia vida, se va fijando
paulatinamente a raíz de las mismas experiencias que se van adquiriendo con el madurar de la
persona. Lo que le da unidad a la vida es la finalidad última, esto es, la plenitud a la que
apuntan nuestras experiencias. A través de ellas se da una búsqueda de algo que deseamos
aunque no lo conozcamos bien. Por eso, esa finalidad debe descubrirse, el hombre debe
plantearse la pregunta: ¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿para qué existo?, ¿para qué hago lo
que hago? Nuestras experiencias están habitadas por una verdad que va más allá de las
experiencias concretas. En especial, las experiencias originarias tienen una particular carga de
significado, porque nos conducen a la base del conocimiento de nosotros mismos. Lo que
hacemos, lo que experimentamos, nos revela lo que somos (WOJTYLA, 2011). Reflexionar
acerca de nuestros actos es, por ello, un medio particularmente profundo de conocernos a
nosotros y cuáles son las experiencias originarias. Son experiencias concretas y personales, y
al mismo tiempo comunes a todas las personas, que nos afectan radicalmente a cada uno: la
soledad, el encuentro, la comunión, la concupiscencia, el pudor, la fecundidad (GRANADOS,
2010).

En estas experiencias se va apuntando a la identidad de cada persona, en relación con la


construcción de su vida, siguiendo tres etapas: “ser hijo, para ser esposo y llegar a ser padre”.
Como veremos en la siguiente parte de este apartado, en estas etapas se realiza la vocación al
amor que es propia de toda persona humana. Estas experiencias son expresadas también a
través del lenguaje del cuerpo, en donde la libertad se siente interpelada. Por eso el lenguaje
del cuerpo tiene un valor moral y está implicado en la vocación al amor propia de toda
persona (PÉREZ-SOBA, 2004). Es en la familia en donde se originan y se pueden desarrollar
estas experiencias, por la importancia que tienen en ella las relaciones personales de
paternidad/filiación y de fraternidad.

En referencia a la inclinación sexual, captamos que la diferencia sexual, inscrita en el cuerpo


masculino y femenino, es precisamente el factor insuperable que permite la modalidad del

14
Sexualidad e identidad personal

encuentro y del don de sí (SCOLA, 2003). Entre todos los tipos de relaciones humanas
posibles, destaca como modelo por excelencia «el amor entre el hombre y la mujer, en el cual
intervienen inseparablemente el cuerpo y el alma, y en el que se le abre al ser humano una
promesa de felicidad que parece irresistible, en comparación de la cual palidecen, a primera
vista, todos los demás tipos de amor» (BENEDICTO XVI, 2006).

Una vez dicho lo anterior, podemos adelantar los dos sentidos profundos que revela la
tendencia sexual: la unión de las personas (comunión) y la apertura a una nueva persona
(procreación).

Como vimos antes, el fin procreativo, el único que posee la sexualidad animal, no es el único
fin de la sexualidad humana, sino uno de sus sentidos, que expresa claramente la dimensión
biológica. Pero más allá de ese fin e independientemente de él, la sexualidad humana está
orientada a la unión de las personas. Ese deseo profundo de superar la soledad y de plenitud
interior que observamos en toda experiencia humana es lo que nos permite comprender el
sentido de la experiencia de la sexualidad. Por tanto, el varón y la mujer están orientados al
acto de la unión sexual en la medida en que ese acto constituye una comunión personal. Lo
que hace buena la sexualidad es, pues, la comunión personal hacia la que se dirige, esa es su
bondad específica. La sexualidad es al mismo tiempo expresión y constitutivo de la comunión
personal, que se manifiesta y realiza por el don del cuerpo en tanto que don de la persona.

La sexualidad humana está dotada, por esta doble razón –por ser expresión y medio de la
comunión de personas y por ser el origen de una nueva persona–, de una altísima dignidad o
bondad, que pide una actitud de reconocimiento respetuoso y delicado (CAFFARRA, 1995),
que la experiencia del pudor revela como necesitado de un contexto de amor personal en una
atmósfera de intimidad (exclusividad) y amor. La actitud debida a esta dimensión de la
persona no puede ser desarrollada aquí.

Podemos intentar ahora ofrecer una definición descriptiva de la sexualidad. Se trata de una
dimensión o una facultad de la persona; incluye, por tanto, los tres aspectos esenciales de lo
humano: biológico, psicológico, espiritual. Siendo la persona humana una realidad unitaria,
estos tres aspectos esenciales de la sexualidad están íntimamente conexionados entre sí,
aunque la persona pueda o no integrarlos armónicamente.

También hemos reflexionado sobre la bondad propia de la sexualidad. En cuanto al acto


sexual, es un bien porque pone las condiciones para la venida al ser de una nueva persona
humana y porque hace real una comunicación interpersonal entre hombre y mujer. La
capacidad para realizar esto es buena por estas razones. Y a través del valor de esta capacidad
comprendemos más profundamente la identidad y el valor de la persona humana, imagen de
Dios que solo puede realizarse a sí misma mediante la entrega de sí.

***

15
Sexualidad e identidad personal

Volvamos ahora al sentido procreativo de la sexualidad humana. Decíamos antes que el


ejercicio de la sexualidad humana tiene dos significados: unir a los cónyuges y reunir las
condiciones para una posible procreación. La situación cultural actual hace muy necesario
profundizar en la reflexión sobre el segundo significado y su vinculación con la sexualidad
humana, a fin de poner las bases para esclarecer posteriores cuestiones éticas especialmente
abundantes en estos momentos (CAFFARRA, 1987, 1990).

Nadie niega que el ejercicio de la sexualidad humana da, o puede dar, origen a una nueva
persona humana. Pero son muchas las cuestiones que podemos plantearnos. En primer lugar,
¿es el matrimonio el único lugar éticamente justificado para concebir nuevas personas? Y si
respondemos afirmativamente, ¿existe un vínculo necesario entre el ejercicio de la sexualidad
y la posible concepción?, o dicho de otra forma, ¿la fertilidad del ejercicio de la sexualidad
humana es simplemente una posibilidad biológica o tiene relevancia y significado desde el
punto de vista moral? La respuesta a esta pregunta decide la licitud o ilicitud de la
anticoncepción. Si la fertilidad es una mera posibilidad biológica, podría ser impedida por
razones serias; pero si en sí misma tiene un valor moral, ninguna razón podría justificar su
destrucción. Nuestra reflexión tratará de mostrar que la fertilidad es mucho más que una mera
posibilidad, y por tanto siempre es ilícita la anticoncepción. Conviene notar que existe una
distinción moral entre la paternidad responsable lícita y la anticoncepción, tal como se expone
en el tomo segundo sobre la familia.

La pregunta acerca del matrimonio como único lugar justificado éticamente para traer al
mundo una nueva persona se contesta atendiendo a la dignidad propia de cada persona
humana, en este caso de la persona concebida. La persona viene al mundo necesitada no solo
de un útero físico, sino también, como escribe santo Tomás, de un útero espiritual; es decir, el
ambiente de amor, aceptación y comunión que une establemente a sus padres es el único
contexto educativo en el que la persona puede crecer armoniosamente. El modo de tratarse sus
padres, conforme a su propia dignidad, en el reconocimiento respetuoso y delicado del
altísimo valor de cada uno de ellos, que ha motivado el don de sí al otro, es el contexto en el
que una nueva persona puede ser reconocida con esa misma actitud, acogida como un bien
excelso y amada como tal. El hombre no puede amar sin saberse amado, no puede dar sin
antes recibir; por ello, el amor estable, sacrificado y fiel de los padres entre sí es la mejor
garantía de que serán buenos padres de los hijos que reciban.

Pero ¿cómo podemos responder a la segunda pregunta de si existe vínculo necesario entre el
ejercicio de la sexualidad y la posible concepción? Podemos decir, en primer lugar, que
privar al acto sexual de su fertilidad significa privarle del altísimo valor moral que tiene por
ser el origen de una persona, el ser más valioso en el universo. La contracepción significa
destruir la conexión existente entre el acto sexual y la persona que lo realiza, y el valor
infinito de la nueva persona.

En segundo lugar, resulta hermoso reflexionar sobre el hecho de que la fertilidad es una
dimensión de la persona. Si el acto sexual-conyugal es una mutua y total donación de los
cónyuges y se realiza en el período en que son fértiles, cada persona entrega a la otra todo su

16
Sexualidad e identidad personal

ser, por tanto, también su capacidad de hacerse recíprocamente fecundas. No es su cuerpo


simplemente, no es un mero dato biológico, sino que es toda la persona la que es fértil, por su
entrega total al otro. Si en el momento del acto de mutua donación, queda excluido en él la
fertilidad, entonces puede decirse que la entrega ya no es total, por tanto ya no hay verdadera
entrega (la persona se da entera o no se da en absoluto), y por tanto el acto sexual ya no es
verdadero, se convierte en una mentira. Por eso, de una manera muy profunda se descubre que
separando los sentidos procreativo y unitivo del ejercicio de la sexualidad humana, se
destruyen los dos: al excluir la dimensión procreativa se destruye siempre con ella la
dimensión unitiva del amor conyugal. No es ninguna casualidad que la separación sexualidad-
fecundidad se haya visto seguida de la separación sexualidad-amor. Luego, la totalidad del
don siempre incluye también la potencial paternidad y maternidad inscrita en este don.

Este modo empobrecido de ver la sexualidad humana, es fruto de la revolución sexual de los
años 60 del siglo XX, la cual ha generado una mentalidad vaga y ambigua que influye
fuertemente en el modo de vivir hoy la relación hombre-mujer. Una revolución que, aunque
fracasada en sus propuestas, ha alcanzado su éxito en la ruptura que ha producido en los
significados intrínsecos de la sexualidad humana. La sexualidad se separa del matrimonio
porque se tiene como ideal del amor el amor romántico, que huye de todo compromiso.
Posteriormente, en nuestra cultura que vive para el placer, se desvincula la sexualidad de la
procreación. Y así privando a la sexualidad de sus profundos significados, acaba viéndosela
como un juego banal, sin relevancia para la persona, que simplemente le ofrece placer. El
último paso en este cambio en el modo de ver la sexualidad ha sido separarla del mismo amor
y convertirla en un elemento de consumo (CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA,
2003).

Este nexo entre los significados unitivo y procreativo es hoy negado en una doble dirección:

1ª. El ser hombre-ser mujer, no se considera una realidad dada sobre la que no se puede elegir
con libertad. Si, como hoy se sostiene, la identidad sexual no se recibe sino que se elige, en
buena lógica también la pareja sexual y la relación sexual pueden redefinirse a voluntad.
Como consecuencia a la paternidad-maternidad se les niega una raíz objetiva. Bajo estos
supuestos, la contracepción es promovida como un medio de liberación de la biología sexual,
de manera que el formar pareja o la adopción no estén condicionados por el sexo biológico de
los que se vinculan.

2ª. En el sentido inverso se desarraiga la procreación de la unión conyugal y de la actividad


sexual. En este contexto se promueve la artificialización de la procreación humana, que
parece ahora no conocer límite alguno. ¿Cuál es el resultado? El riesgo de reducir el hijo a un
“producto” del que se tiene necesidad para la propia felicidad, como un medio de satisfacer el
deseo de ser padre.

Como se ve, la raíz por la que se afirma que entre el ejercicio de la sexualidad, la
conyugalidad y la procreación existe una conexión de derecho inalienable es una sola: solo

17
Sexualidad e identidad personal

salvando esta conexión se salva la comunión interpersonal y se salva también la dignidad de


la persona frente a toda cosificación, manipulación o abuso.

c) La ley de la reciprocidad

Ahora bien, el don o entrega de sí, por su propia lógica, exige necesariamente la reciprocidad
como uno de sus elementos clave. ¿Por qué solo podemos amar si somos correspondidos? ¿Es
imposible un amor puro, desinteresado, donde solo se dé, sin esperar nada a cambio? ¿Acaso
no es amor más perfecto el que no espera recibir sino que solo da? Es verdad que el amor
cuanto mayor es más desea dar y que el que más ama es capaz de dar primero, de dar antes de
recibir, de dar a quien aún no nos ama.

Pero un amor que no desee la correspondencia está en peligro de desaparecer. El desear la


unión con el amado no empequeñece al amor sino que lo hace crecer (HILDEBRAND,
1999). La ley de la reciprocidad es una ley del amor verdadero. Esta ley sostiene que el don
que nosotros hacemos exige dos personas y dos acciones: el donante y el receptor, el acto de
entrega y el acto de aceptación del don. El amor pide correspondencia por dos motivos:
primero porque nadie puede dar ni darse si otro no acepta, sin la acogida del don del otro. Por
eso un amor no correspondido se experimenta como un desprecio de la persona misma que
ama, un rechazo de ella misma. Por otra parte, el amor pide correspondencia porque el fin al
que tiende el amor es a la unión de las personas. El dar a la otra persona, el procurarle bienes
y procurar su bien, es un medio para alcanzar esa unión con ella. Esta comunión personal es la
meta a la que aspira el amor, la cual es inalcanzable si no hay correspondencia en el amor.

Por otra parte, la ley de la reciprocidad en el amor, que consiste en que todo dar pide un
recibir, pone de manifiesto que recibir ya es, por ello, un modo de corresponder, un modo de
darse al otro. Tal ley tiene un alcance universal que incluye la misma donación de Dios que
nos pide, como respuesta, acoger su salvación. Dios no puede amar al hombre sin el
consentimiento de este; por eso Dios que creó todas las cosas, solo ha establecido su diálogo
de amor con sus criaturas libres, que pueden acoger o rechazar Su amor.

Podemos concluir que la sexualidad humana no encuentra sentido más que teniendo en cuenta
aquello hacia lo que se orienta: la unión de las personas y la apertura al ser de nuevas
personas. Sin tener en cuenta que todo hombre está llamado a amar y a ser amado, la
sexualidad se acaba vaciando de sentido y convierte a la persona misma en un ser cuyo valor
y preciosidad se dejan de percibir.

***

La conyugalidad o estado conyugal es la primera forma de realización del bien de la


sexualidad, ya que esta requiere, para ser vivida en su bondad propia, una serie de condiciones
en el estado conyugal fundado en el matrimonio monógamo e indisoluble. Para mostrarlo es
necesario comprender la esencia íntima de la comunión de las personas, a la que está
orientada la sexualidad.

18
Sexualidad e identidad personal

Podemos observar sociedades y organizaciones que se establecen para conseguir un objetivo –


una empresa, por ejemplo–. En este tipo de grupos, las personas establecen relaciones
meramente funcionales: los miembros están en ese grupo humano solo en la medida en que
son capaces de contribuir a ese fin. La consecuencia, en este tipo de agrupaciones, es que las
personas son sustituibles, en función de sus capacidades. Si nos preguntamos si es ético
establecer este tipo de relaciones con personas, respondemos que lo es únicamente si el fin
que se persigue es justo y si no se funcionaliza a la persona.

¿Qué es funcionalizar a la persona? Es verla valiosa solo por aquella cualidad o capacidad que
es relevante para el fin propuesto, ver solo eso en ella. Sin embargo, la persona es más que la
función que pueda realizar, y su ser irrepetible y su valor no quedan condicionados por la
utilidad.

¿Existen relaciones y encuentros entre las personas que las vean no reductivamente, es decir,
no solo en función del interés por algo? Sí, se dan. Tales relaciones se establecen
precisamente porque el hecho de «estar con» el otro es algo que vale por sí mismo, y esa
unión de personas ya es buena de por sí. La amistad verdadera no es la que se tiene porque
“nos viene bien” tal relación, sino porque nos parece buena y bella la unión con el amigo. En
la comunión de personas el otro es querido en sí y por sí, y es comprendido como un ser
insustituible, porque la persona jamás es sustituible ni intercambiable (CAFFARRA, 1995).

Ahora bien, el ejercicio de la capacidad sexual realiza una comunicación, establece una
relación personal, una unidad con el otro, que puede reunir las condiciones para la concepción
de una nueva persona humana. La pregunta es: ¿cuál es el tipo de relación entre personas que
debe darse en el ejercicio de la sexualidad humana?

Es evidente que puede darse el primer tipo de vínculo: en este caso el ejercicio de la
sexualidad es decidido y vivido «en función de» algo: o en función del placer (una
satisfacción psico-física) o en función de la procreación. En el primer caso uno hace uso del
otro –y ello puede ser de mutuo acuerdo –; en el segundo caso se considera que la procreación
es lo único que hace buena a la sexualidad, y según esto no sería ético el acto sexual de la
pareja estéril.

Tal consideración de la sexualidad humana contradice lo que es la persona humana por el


hecho de ser persona. En este contexto, la persona no es querida por sí misma sino porque
ofrece una «prestación sexual», ya sea una satisfacción, ya la capacidad de procrear. Desde
este planteamiento, ¿por qué no sustituirla cuando desaparece esa capacidad? El problema es
exactamente este: ¿debe equipararse la sexualidad humana a una prestación como otra
cualquiera? ¿Es justa con la sexualidad y con la persona esta equiparación?

Lo que caracteriza a la sexualidad frente a otras actividades humanas es que «tiende a


implicar a la persona en su totalidad y que puede poner las condiciones para concebir a una
nueva persona. En la sexualidad es la persona misma la que «siente» que debe y puede

19
Sexualidad e identidad personal

expresarse y darse» (CAFFARRA, 1995).

En este lugar, debe subrayarse lo que se ha ido indicando ya. Lla sexualidad humana tiene dos
dimensiones: la dimensión unitiva del hombre y la mujer y la dimensión procreativa. Según
esto, podemos decir que el respeto de la primera dimensión exige que se dé al otro lo que le es
debido: el reconocimiento de su carácter incondicionalmente valioso. ¿Cómo escapar
entonces de la visión del hombre en que todos son sustituibles por todos? Solo cuando cada
uno es visto como único e irrepetible. Quien ama dice a la persona amada: «nadie puede ni
podrá jamás ocupar tu puesto.» Esta es precisamente la condición de la monogamia.

La segunda pregunta es: ¿no exige esta singularidad una correspondiente manera de
reconocimiento, también excepcional y única? Este es precisamente el fin de la experiencia
sexual: el reconocimiento del otro en sí mismo. Por eso, este reconocimiento implica decir:
«soy tuyo/tuya para siempre». Con esta entrega total – que abarca toda la vida de la persona –
se expresa la condición de la indisolubilidad. Así tenemos la definición del matrimonio
monógamo e indisoluble (idem). En realidad, la entrega de la conyugalidad surge libre y
gozosamente ante la admiración por el bien que uno descubre en la otra persona. Supone
decirle: tú vales tanto que mereces lo más valioso que puedo yo darte a ti que es toda mi
persona (CAFFARRA, 1990).

Recapitulemos: o bien la sexualidad es vista como una prestación y entonces la persona es


simplemente usada, o bien la persona es reconocida en su valor y entonces el ejercicio de la
sexualidad es vivido como una unidad indisoluble de dos en la carne. Dos consecuencias
éticas se siguen de lo dicho: aquí la libertad se enfrenta a la decisión más seria que cabe
tomar: qué hacer del propio ser y del otro. Por otro lado, el ejercicio de la sexualidad está
éticamente justificado solo en el matrimonio monógamo e indisoluble (CAFFARRA, 1995).

d) La necesidad de redescubrir a toda persona

Aunque brevemente, vamos a complementar nuestras reflexiones sobre el sentido y la bondad


de la sexualidad deteniéndonos en el hecho de la virginidad. Para comprender más
profundamente el sentido y valor de la sexualidad en su totalidad, la virginidad es un medio
necesario y hoy culturalmente más urgente. Además de redimensionar nuestra comprensión
de la sexualidad, como la otra forma posible de vivir bien la sexualidad humana, abre el
espacio para una reflexión correctora frente a la gran influencia cultural del fenómeno del
pansexualismo. Esta propuesta cultural se caracteriza por tres principios básicos:
1) reducir la sexualidad a su dimensión física
2) ver el sexo como objeto de consumo
3) valorar como normal y bueno este planteamiento

De aquí se sigue una omnipresencia de la sexualidad en su dinamismo más físico, cada vez
más empobrecida y empobrecedora (PÉREZ-SOBA, 2006). Tal comprensión reduccionista de
la sexualidad, como la experiencia hoy puede constatar y confirman estudios psiquiátricos,
acaba desvirtuando su propia búsqueda. Sobre todo, incapacita a la persona para salir de sí

20
Sexualidad e identidad personal

misma al encuentro del otro y la encierra en un círculo vicioso (POLAINO-LORENTE,


2013).

En este contexto, es lógico que lo más llamativo y visible del estado de virginidad sea, sin
duda, la continencia sexual, que es la abstinencia perfecta y perpetua de cualquier actividad
sexual. Importa mucho comprender el profundo sentido y las implicaciones de esta decisión
personal. Lo primero sobre lo que debemos reflexionar es que la continencia es una decisión
voluntaria de la persona, y por tanto implica a la persona entera. Por otro lado, la sexualidad
en su realidad natural es un bien y afirmar lo contrario es totalmente ajeno a la antropología
católica. Conviene subrayar que la virginidad requiere de una personalidad equilibrada y
capaz de abrirse y entregarse a los otros desinteresadamente. Por esta razón concluye
GRYGIEL (2007) que, quien no es idóneo para el matrimonio, no lo es tampoco para la
virginidad, y viceversa. Ambos caminos son modalidades de entrega de sí. En todo caso, hoy
quizá más que en otras épocas, la virginidad es un antídoto social contra la desaparición de la
persona a que conduce el pansexualismo y una vitamina para la realización de la forma
conyugal.

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II. CUESTIONES SOBRE IDENTIDAD Y ORIENTACIÓN SEXUAL

A. ASPECTOS BIOLÓGICOS DE LA DETERMINACIÓN SEXUAL


Mercedes Sánchez Martínez

1. INTRODUCCIÓN

La relación sexo-persona implica y subraya la correspondencia cuerpo-persona. En la


corporeidad vemos en primer lugar, la diferenciación y la complementariedad de los sexos. El
cuerpo, dentro de una estructura fundamental homóloga revela una serie de factores de
diferenciación que marcan básicamente toda la personalidad: los cromosómicos (presencia del
cromosoma X e Y en el último par de cromosomas); los endocrino-neurológicos vinculados a
los anteriores y marcados por la diferencia de las gónadas, que son internas en la mujer
(ovarios) y externas en el hombre (testículos); la diferenciación en los conductos, también
diversos (conductos de Wolff en el hombre, conductos de Müller en la mujer); finalmente
están los caracteres fenotípicos del sexo, o caracteres sexuales primarios y secundarios.

Toda la corporeidad en su morfología, en los gestos, en las cualidades sensoriales y


perceptivas queda marcada por la diferenciación sexual, en su estructura fundamentalmente
idéntica y homogénea.

Esta diferenciación tiene un comienzo que está marcado por la composición y actuación de
los genes. A pesar de la complicada red genética humana, y especialmente a pesar de la
complejidad en los mecanismos reguladores génicos, la actuación conjunta y regulada es tan
“perfecta” que no deja nunca de sorprendernos.

En este apartado se esbozan algunos mecanismos genéticos que inician la diferenciación


sexual en las primeras etapas de la vida embrionaria. Se indica la actuación de los genes más
relevantes, y algunos nuevos descubrimientos de la relación de estos genes con caracteres de
diseño y la morfología corporal del hombre. Se señala además la función integradora de los
genes reguladores en las funciones de determinación del sexo y la diferenciación de las
gónadas y otros tejidos del organismo.
2. LA DETERMINACIÓN DEL SEXO EN EL HOMBRE

El sexo de un organismo representa un agregado de características genéticas, anatómicas,


fisiológicas y de comportamiento que conforman la masculinidad o la feminidad (PEARSON,
2002). La diferenciación sexual de un organismo es un ejemplo del papel que desempeñan los
genes durante el desarrollo. En este sentido la determinación genética del sexo comprende una
serie de factores y de mecanismos genéticos que definen el carácter del sexo en el individuo.
La «masculinización» o la «feminización» pueden caracterizarse de tres modos:
1. Sexo cromosómico o genético, según los cromosomas sexuales, XY o XX.
2. Sexo gonadal, que depende de si las gónadas son testículos u ovarios.
3. Sexo fenotípico o genital, según la persona tengo un aspecto masculino o femenino.

a) El sexo cromosómico o genético

En los organismos superiores más complejos, entre los que se encuentran los vertebrados, la
diferenciación sexual es un proceso gradual que comienza con el establecimiento del sexo
genético o cromosómico en la fecundación. «El sexo nace antes que nosotros. Hemos sido
varones o hembras el día de la concepción y lo hemos sido de manera irreversible. El
desarrollo hormonal, la centralización neurológica, la periodicidad fisiológica y la
configuración morfológica de nuestra sexualidad no son otra cosa que fenómenos
subsecuentes, pero también consecutivos al fenómeno de la determinación genética del sexo»
(GILBERT, 2010). Es en el momento de la fecundación donde se define todo (PEARSON,
2002).

El desarrollo sexual está programado en el genoma humano. Cada célula nucleada del
organismo, excepto los óvulos y espermatozoides, contienen 46 cromosomas (el número
diploide): 22 pares (homólogos) de autosomas y un par de cromosomas sexuales. Los 22 pares
de autosomas dirigen el desarrollo del cuerpo humano y de sus características variables como
el color del cabello y el tipo de sangre. Los dos cromosomas sexuales, que se llaman X o Y,
contienen genes que dirigen el desarrollo de los órganos sexuales internos y externos. El
cromosoma X es más grande que el Y, y tiene muchos genes que faltan en el cromosoma Y.
Los óvulos y los espermatozoides tienen un juego de 23 cromosomas (el número haploide)
gracias a las divisiones meióticas que se producen durante su creación. Cuando un óvulo y un
espermatozoide se unen, el cigoto resultante contiene un juego único de 46 cromosomas. Por
tanto, los seres humanos heredan un cromosoma de cada par de homólogos de la madre, y
otro del padre.

Según lo explicado, los cromosomas sexuales que hereda una persona determinan así su sexo
genético. Las mujeres son genéticamente XX y los hombres XY. Las mujeres heredan un
cromosoma X de cada padre. Los hombres heredan un cromosoma Y del padre y un
cromosoma X de la madre. El cromosoma Y es esencial para el desarrollo de los órganos
reproductores masculinos. Si los cromosomas sexuales se distribuyen en forma anormal en el
momento de la fertilización, la presencia o ausencia de un cromosoma Y determina si el
desarrollo irá por la vía masculina o femenina. La presencia de un cromosoma Y indica que el
Sexualidad e identidad personal

embrión se convertirá en masculino, incluso aunque el cigoto tenga varios cromosomas X.


Por ejemplo, un cigoto XXY se convertirá en masculino. Un cigoto que hereda un solo
cromosoma Y (YO) muere, porque el cromosoma X más grande contiene genes esenciales
para la vida que faltan en el cromosoma Y.

En ausencia de cromosoma Y, un embrión se convierte en femenino. En consecuencia, un


cigoto con un solo cromosoma X (XO, Síndrome de Turner) se desarrolla como femenino. No
obstante, se necesitan dos cromosomas X para lograr una función reproductiva femenina
normal. De hecho, las mujeres con síndrome de Turner no podrán tener descendencia. El
gameto femenino siempre porta un cromosoma X, mientras que el masculino puede aportar un
cromosoma X o uno Y, por lo que se dice que el hombre aporta el sexo del organismo
(GILBERT, 2010).

Por tanto, el cromosoma Y es crucial en la determinación del sexo masculino. Lleva un gen
que codifica un factor determinante testicular; este factor se encarga de organizar la gónada
hacia testículo en lugar de hacia ovario. Una persona con 5 cromosomas X y 1 Y sería un
varón, y una persona con solo un cromosoma X y ningún otro, sería una mujer en la que
comienza el desarrollo del ovario, aunque los folículos ováricos no se puedan mantener
porque necesitan el segundo cromosoma X.

El sexo genético dirige entonces la diferenciación primaria o gonadal determinando la


formación de ovarios o testículos a partir de un blastema indiferenciado, configurando así el
sexo gonadal.

b) El sexo gonadal

Los órganos sexuales masculino y femenino están compuestos por tres grupos estructurales:
las gónadas, los genitales internos y los genitales externos. Las gónadas (gonos, semilla) son
los órganos que producen los gametos (gamein, casarse), las células encargadas de la
reproducción (óvulos y espermatozoides) que se unen para formar un nuevo ser.

Las gónadas masculinas son los testículos, que producen espermatozoides y están
constituidos por tres tipos de células: las células germinales, las células de Sertoli y las células
de Leydig:
 Las células gonadales indiferenciadas destinadas a producir espermatozoides se
denominan células germinales y éstas generan espermatogonias.
 Las células de Sertoli sintetizan una hormona glucoproteica denominada hormona
antimülleriana.
 Las células de Leydig sintetizan la testosterona.

Las gónadas femeninas son los ovarios, que producen óvulos. Están constituidos por tres
tipos de células: las células gonadales indiferenciadas destinadas a producir óvulos que se
denominan células germinales, las células de la granulosa y las células de la teca:

25
Sexualidad e identidad personal

 Las células germinales producen oogonias. La oogonia meiótica se encuentra rodeada


por células de la granulosa y del estroma y, en esta configuración, se denominan
oocitos. Permanecen en fase de profase de la meiosis hasta que se produce la
ovulación.
 Las células de la teca sintetizan progesterona y, en asociación con las células de la
granulosa, también sintetizan estradiol.

Existen dos diferencias fundamentales entre las gónadas masculinas y femeninas que influyen
decisivamente en el sexo fenotípico:
 Los testículos sintetizan hormona antimülleriana y los ovarios no.
 Los testículos sintetizan testosterona y los ovarios no.

La hormona antimülleriana y la testosterona son decisivas para determinar si el feto será


fenotípicamente hombre. Si no hay testículos y, por tanto, no hay hormona antimülleriana ni
testosterona, el feto se convertirá en una mujer fenotípica «por defecto».

c) El sexo fenotípico

El sexo fenotípico se define por las características físicas de los genitales internos y externos.
Los genitales internos están formados por glándulas y conductos accesorios que conectan las
gónadas con el medio externo.

En el hombre, los genitales internos incluyen la próstata, las vesículas seminales, los vasos
deferentes y el epidídimo. Los genitales externos están formados por las estructuras
reproductivas externas y en los hombres son el escroto y el pene.

En las mujeres, los genitales internos son las trompas de Falopio, el útero y el tercio superior
de la vagina. Los genitales externos femeninos son el clítoris, los labios mayores, los menores
y los dos tercios inferiores de la vagina.

Se sabe que la diferenciación sexual se produce durante el 2º mes del desarrollo embrionario.
El sexo de un embrión de pocos días de edad gestacional es difícil de determinar porque las
estructuras reproductivas no se empiezan a diferenciar sino hasta la séptima semana. Antes de
la diferenciación, los tejidos embrionarios se consideran bipotenciales porque no se pueden
identificar morfológicamente como masculinos o femeninos. La gónada bipotencial tiene una
corteza externa y una médula interna. Bajo la influencia de la señal apropiada, la médula se
convierte en testículo; en ausencia de esa señal, la corteza se diferencia en tejido ovárico.

Los genitales internos bipotenciales están formados por dos pares de conductos accesorios:
los conductos de Wolff que provienen del riñón embrionario y los conductos de Müller. A
medida que el desarrollo prosigue en dirección femenina o masculina, uno de los pares de
conductos crece y el otro degenera.

26
Sexualidad e identidad personal

Los genitales externos bipotenciales están compuestos por un tubérculo genital, los pliegues
uretrales, el surco uretral y las prominencias labioescrotales. Estas estructuras se diferencian
en los órganos reproductores masculinos y femeninos a medida que el desarrollo progresa.

¿Qué determina que algunos cigotos unicelulares se conviertan en masculinos y otros en


femeninos? La determinación del sexo depende de la presencia de la región determinante del
sexo en el cromosoma Y, o gen SRY (sex determining región of the Y). En ausencia del gen
SRY y sus productos, las gónadas se transforman en ovarios. En presencia de un gen SRY
funcionante, las gónadas bipotenciales se convierten en testículos.

En el desarrollo embrionario masculino, el gen SRY produce una proteína (proteína SRY
o factor determinante del testículo) que se une con el ADN y activa otros genes, como el
SOX9, WT1 (proteína del tumor de Wilms) y SF1 (factor esteroideogénico). Los productos
proteicos de estos genes dirigen la conversión de la médula gonadal en testículo. Se debe
señalar que el desarrollo testicular no requiere hormonas sexuales masculinas como
testosterona. El embrión en desarrollo no puede secretar testosterona hasta después de la
diferenciación de las gónadas en testículos.

Una vez que se han diferenciado los testículos, comienza la secreción de tres hormonas que
influyen sobre el desarrollo de los genitales masculinos internos y externos. Las células de
Sertoli testiculares secretan la glucoproteína hormona antimülleriana. Las células de Leydig
testiculares secretan testosterona y su derivado dihidrotestosterona (DHT). Estos dos
andrógenos son las hormonas esteroideas predominantes en los hombres. La testosterona y la
DHT se unen con el mismo receptor de andrógenos, pero los dos ligandos producen
respuestas diferentes.

En el feto en desarrollo, la hormona antimülleriana causa la involución de los conductos de


Müller embrionarios. La testosterona convierte los conductos de Wolff en estructuras
masculinas accesorias: epidídimo, conducto deferente y vesícula seminal. En un momento
más avanzado del desarrollo fetal, la testosterona controla la migración de los testículos desde
el abdomen hacia el escroto o saco escrotal. Las características sexuales masculinas restantes,
como la diferenciación de los genitales externos, dependen sobre todo del control de la DHT.

La importancia de la DHT en el desarrollo masculino se determinó en estudios de


pseudohermafroditas masculinos. Estos hombres heredan un gen defectuoso para la 5α-
reductasa, que es la enzima que cataliza la conversión de la testosterona en DHT. A pesar de
la secreción hormonal de testosterona, estos hombres tienen concentraciones inadecuadas de
DHT y, como consecuencia, los genitales externos masculinos y la próstata no se desarrollan
completamente durante la vida fetal. Al nacer, los lactantes parecen femeninos y son criados
como tales. Sin embargo, durante la pubertad los testículos empiezan otra vez a segregar
testosterona y provocan la masculinización de los genitales externos y el crecimiento del vello
púbico, aunque con escasa cantidad de vello facial y corporal, y que la voz se haga más grave.

27
Sexualidad e identidad personal

Se sabe que la exposición de los tejidos no genitales a la testosterona durante el desarrollo


embrionario ejerce efectos masculinizantes, como la alteración de la capacidad de respuesta
del encéfalo a ciertas hormonas. Un aspecto controvertido de los efectos masculinizantes de la
testosterona es su influencia sobre el comportamiento sexual humano y la identidad sexual.
Está bien documentado que, en muchos mamíferos no humanos, el comportamiento sexual de
los adultos depende de la presencia de testosterona durante períodos críticos del desarrollo
encefálico; no obstante, hasta el momento no se ha confirmado una relación causa-efecto en
los humanos. En el comportamiento humano es muy difícil separar las influencias biológicas
de los factores ambientales.

En relación al desarrollo embrionario femenino, se sabe que en los embriones femeninos


que no tienen un gen SRY, la corteza de la gónada bipotencial se transforma en tejido ovárico.
Sin la inhibición de la AMH testicular, los conductos de Müller se convierten en la porción
superior de la vagina, el útero y las trompas uterinas. En ausencia de testosterona, los
conductos de Wolff degeneran y sin DHT los genitales externos adquieren características
femeninas. O sea que la ausencia del gen SRY y de las hormonas testiculares produce un
embrión femenino.

Por tanto, los testículos u ovarios una vez formados secretan las hormonas necesarias para la
diferenciación secundaria o extragonadal, formándose así los genitales masculinos o
femeninos, y el sexo fenotípico. La última fase es el establecimiento y mantenimiento de los
patrones morfológicos y funcionales característicos de cada sexo que configurándose de este
modo afectan virtualmente a todo el cuerpo. Conviene resaltar que toda esta secuencia de
acontecimientos se lleva a cabo a través de una acción génica diferencial en la que participan
de manera escalonada numerosos genes.

La determinación sexual primaria es la determinación de las gónadas, los ovarios donde se


formarán los óvulos, y los testículos, que formarán los espermatozoides. Esta determinación
es estrictamente cromosómica, dirigida directamente por los genes y, en general, no está
influenciada por el ambiente. Tanto la formación de ovarios como de testículos son procesos
dirigidos por la expresión diferencial de genes desde un precursor común, la gónada
bipotencial o indiferenciada (GILBERT, 2010), como puede observarse en la figura 1.

La determinación sexual secundaria afecta al fenotipo fuera de las gónadas. Esto incluye el
sistema de conductos masculino y femenino y los genitales externos. Un hombre tiene pene,
escroto (saco testicular), vesículas seminales y glándula prostática mientras que la mujer tiene
vagina, clítoris, labios, cuello uterino, útero, trompas de Falopio y glándulas mamarias. Estas
características sexuales secundarias son, en general, determinadas por hormonas secretadas
desde las gónadas. En ausencia de gónadas, se genera un fenotipo femenino
independientemente de su dotación cromosómica (GILBERT, 2010) (Figura 2).

El esquema general en la determinación del sexo se muestra en la figura 3.

28

Figura 1. Desarrollo de los genitales internos (tomado de Silverthorn, 2008, cap 26)
Sexualidad e identidad personal

Si está ausente el cromosoma Y, el primordio de la gónada se desarrolla para formar un


ovario. Este empezará a producir estrógeno, una hormona que permite el desarrollo de los
conductos de Müller hacia útero, oviductos, cuello, trompas de Falopio y extremo superior de
la vagina. Pero si el cromosoma Y está presente en las células, se forman testículos y estos
secretan dos hormonas: la primera, es la hormona inhibidora de los conductos de Müller
(AMH) o factor antimülleriano (AMF) que provoca la regresión de los conductos, y la
segunda es la testosterona que masculiniza el feto y estimula la formación del pene, del
sistema de conductos masculinos y del escroto, y otras regiones de la anatomía masculina e
inhibe además el desarrollo de los primordios de las glándulas mamarias. Por lo tanto, el
cuerpo tiene un fenotipo femenino a menos que éste sea cambiado por las hormonas
secretadas por los testículos fetales.

Figura 1. Desarrollo de los genitales internos (tomado de Silverthorn, 2008, cap 26).

3. GENES IMPLICADOS EN LOS PROCESOS DE DETERMINACIÓN DEL SEXO

En la figura 3 se señala en rojo la nomenclatura de los genes implicados en la determinación


del sexo. La bibliografía existente, y abundante sobre el tema, añade algunos más a los
representados en la figura que se muestran en la tabla 1. Se han podido identificar estos
factores genéticos gracias al estudio de mutaciones que conducen a esterilidad, pero aún
queda mucho trabajo por realizar.

El desarrollo comienza en las crestas genitales que se forman a partir de la proliferación del
epitelio celomático y de la condensación del mesénquima subyacente (figura 2). Las células
29
Sexualidad e identidad personal

germinales aparecen en las crestas a partir de la sexta semana de gestación, migrantes desde la
pared endodérmica del saco vitelino. La figura 2 muestra la diferenciación de las gónadas
humanas desde la 6ª semana hasta el nacimiento.

Figura 2. Desarrollo de los genitales externos (tomado de Silverthorn 2008, cap 26).

Figura 3. Secuencia de acontecimientos en la diferenciación de los caracteres sexuales


secundarios (tomado de GILBERT, 2010). 30
Sexualidad e identidad personal

Tabla 1. Genes implicados en la diferenciación sexual (tomado de Ferguson-Smith, 2007)

La historia comienza en las crestas genitales, que pueden llegar a ser cualquier tipo de gónada.
En las crestas los genes WT1 (relacionado con el Tumor de Wilms), SOX9, WNT4, LHX9,
FGF9, GATA4 y SF1 (Factor esteroidogénico 1) comienzan su expresión. Son todos factores
reguladores de otros genes, y se localizan en los autosomas (Tabla 1). Un defecto en la
función de cualquiera de ellos impedirá el normal desarrollo de la gónada.

En el caso del desarrollo femenino, se sabe además que una región del cromosoma X contiene
un gen que codifica una proteína que compite contra el factor SRY y que es de gran
importancia para direccionar el desarrollo del ovario.

Sin embargo, si hay cromosoma Y, el mismo conjunto de factores activa el gen SRY en la
cresta genital (gen determinante del sexo en el cromosoma Y, encargado de codificar el
principal factor determinante testicular).

a) El gen de determinación sexual SRY

El gen SRY (del inglés sex-determining region Y), descubierto en 1990, es el gen más
importante de determinación sexual en el hombre y se encuentra cerca del extremo del brazo
corto del cromosoma Y. Los individuos con alguna mutación en el brazo largo del
cromosoma Y pero con el brazo corto normal, son varones; mientras que aquellos que
presentan el brazo largo normal, y ausente el pequeño, son hembras. Su secuencia codifica un
péptido de 223 aminoácidos, y no hay ninguna duda de que se trata de un factor que
31
Sexualidad e identidad personal

determina el testículo humano, actuando sobre las aproximadamente 4000 células germinales
de los órganos genitales del embrión.

Su ausencia produce una mutación que afecta el marco de lectura del gen o una translocación
al cromosoma X, genera individuos XY femeninos e individuos XX masculinos.
Aproximadamente el 15% de hembras XY tienen el gen SRY, pero sus copias génicas
contienen mutaciones que impiden la unión de su proteína al ADN. Haciendo experimentos
con ratones transgénicos, se comprueba que una inserción del gen SRY en el genoma de un
ratón normal XX, induce la formación del testículo, y posteriormente órganos accesorios del
macho y pene (GILBERT, 2010).

Pese a ser un factor determinante, el gen SRY se transcribe solo en el desarrollo embrionario y
exclusivamente en las células somáticas de las gónadas bipotenciales justo antes de la
diferenciación en células de Sertoli, que van a formar los testículos; su expresión desencadena
la expresión de muchos otros genes que también intervienen en el proceso y luego se
desactiva permanentemente (SEKIDO et AL., 2004).

El origen del gen SRY al parecer fue un evento de duplicación de genes del cromosoma X
ligados al gen SOX3 hace alrededor de 159 millones de años (KATOH & MIYATA, 1999;
MAWARIBUCHI et AL., 2012).

b) SOX9: Un gen determinante testicular autosómico

El gen SRY es necesario para la diferenciación masculina, pero no es suficiente para inducir el
desarrollo de testículos en Mamíferos. Además se encuentra activo solo durante unas horas.
Durante este tiempo sintetiza un factor de transcripción cuya principal función, y
posiblemente la única, es activar al gen SOX9 (SEKIDO & LOVELL-BADGE, 2008).

SOX9 es un gen autosómico que también puede inducir la formación testicular; los humanos
XX que tienen una copia extra de SOX9 se desarrollan como masculinos, incluso si no tienen
gen SRY, y los ratones XX transgénicos para SOX9 desarrollan testículos. Parece, por tanto,
que SOX9 puede remplazar a SRY en la formación testicular.

SOX9 puede ser por ello, el gen de determinación del sexo más antiguo y más importante, y
en mamíferos evolutivamente más cercanos a la especie humana, puede ser activado por su
pariente SRY, es decir que SRY puede estar actuando simplemente como "interruptor" durante
un breve tiempo para activar a SOX9, y así SOX9 puede iniciar la vía evolutiva conservada
para la formación testicular. De aquí que SEKIDO & LOVELL-BADGE, (2008) califiquen la
actuación de SRY como la de un “guiño” o un “simple codazo”. La expresión del gen SOX9 es
regulada por la expresión de SRY.

4. CONSIDERACIONES FINALES

32
Sexualidad e identidad personal

Según lo indicado en este apartado, se observan algunos elementos de importancia que


conciernen a la determinación del sexo en estos primeros momentos del desarrollo
embrionario:
- Se observa una diferencia sexual en el embrión desde la etapa de blastocisto, referida a la
diferente tasa de división y mayor potencial de diferenciación en el embrión femenino.
- Los genes reguladores inician y se mantienen implicados en la determinación del sexo, y a la
vez son modulados por las secreciones hormonales.
- Los dominios de varios genes reguladores, además de ser muy antiguos en la historia
evolutiva de los animales, realizan una función de integración relevante, y coordinan con su
expresión tanto la determinación del sexo como la diferenciación de gónadas y configuración
de otros tejidos del organismo.
- Destaca el diseño de los mecanismos de determinación del sexo, mediante los cuales se
consigue la máxima eficacia con el mínimo gasto: se necesita un interruptor inicial o bien, en
otros casos, hasta que no comienza la secreción hormonal con un mecanismo común es más
que suficiente. Posteriormente, las hormonas se encargarán de incidir de forma diferente en
cada uno de los órganos diana haciendo que la evolución sea muy diferente aunque el origen
inicial sea exactamente el mismo.

Es durante la pubertad y a través de un proceso de maduración, cuando se da el crecimiento


del organismo sexual interno y externo, según las características propias de cada uno de los
dos sexos.

En la sexualidad física normal se da una armonía y concordancia entre todos estos


componentes; pero, a veces, se presentan anomalías que determinan un estado de
intersexualidad. Este se da si hay discordancia entre los caracteres genéticos, gonádicos,
embrionarios y genitales del sexo. Las anomalías se conocen como el pseudohermafroditismo
y el hermafroditismo verdadero.

El pseudohermafroditismo se puede verificar en dos situaciones:


 En el pseudohermafroditismo femenino los genitales son masculinos (más o menos
diferenciados) mientras las gónadas y el patrimonio cromosómico son femeninos,
como ocurre, por ejemplo, en el Síndrome Adrenogenital Congénito.
 En el pseudohermafroditismo masculino los genitales son femeninos, pero las gónadas
y el patrimonio cromosómico son masculinos, presentando incluso testículos
(Síndrome de Morris o de feminización testicular).

El hermafroditismo verdadero (muy raro), es el caso en el que se presentan tejidos ováricos


y testiculares al mismo tiempo.

Pues bien, estas diversas formas de anomalía que se refieren a los componentes físicos del
sexo, no configuran lo que se define como transexualismo, como homosexualidad, como
travestismo:

33
Sexualidad e identidad personal

El transexualismo auténtico se define como el conflicto entre el sexo físico normal y la


tendencia psicológica que se experimenta en sentido opuesto. Casi en la totalidad de los casos
se trata de sujetos de sexo físico masculino que psicológicamente se sienten mujeres y que
tienden a identificarse con el sexo femenino. Son muy raros los casos en sentido inverso, es
decir, los sujetos físicamente mujeres que pretenden volverse hombres.

El travestismo, por el contrario, es un síndrome en el cual no hay un deseo profundo de


cambiar de sexo, sino que simplemente se ha instaurado una necesidad psíquica de vestirse
con ropa del otro sexo, como condición necesaria para alcanzar la excitación sexual; y se
busca la relación sexual con sujetos del sexo opuesto.

En la homosexualidad masculina, el sexo genético, el sexo gonadal, el sexo embrionario y el


sexo genital son masculinos; pero los aspectos físicos del sexo son usados para la satisfacción
erótica depositada en un sujeto del mismo sexo. El homosexual no desea cambiar de sexo,
sino, simplemente, tener relaciones sexuales con varones.

Asimismo, en el lesbianismo, tanto el sexo genético como el sexo gonadal, el sexo


embrionario y el sexo genital son todos femeninos; pero ella desea tener relaciones sexuales
con mujeres.

En el diccionario, la voz «Sexo» (del latín sexus: sección, división, parcialidad, mitad en
busca de otra mitad) se define como «Condición orgánica que distingue al macho de la
hembra en los seres humanos». Y su segunda acepción no da más que dos opciones:
«Conjunto de seres pertenecientes a un mismo sexo: sexo masculino, sexo femenino».

En cambio, «Género» (del latín genus, generis), es el «Conjunto de especies que tienen cierto
número de caracteres comunes». Esto significa que la especie humana, junto con otras
especies, conforma con ellas un género.

Por eso, es erróneo el uso de la palabra «género» para designar la sexualidad de un individuo.
Tampoco es acertado usar del término «género», para dar las supuestas tres opciones al
individuo, comentadas al inicio de este apartado (travestismo, transexualismo y
homosexualidad) ya que lo cierto es que para el individuo que nace no hay elección posible
del sexo genético, y está científica y objetivamente comprobado que el sexo genético es el que
determina los otros componentes biológicos. De esta manera, si el individuo es varón, todas
las células de su organismo poseen cromosoma «Y»; por lo tanto ES masculino genética,
gonadal, embrionaria y genitalmente. Y es varón aunque se sienta mejor como mujer o le
atraigan los hombres. Si se trata de una mujer, en ninguna de sus células existe un cromosoma
«Y»; por lo tanto ES hembra genética, gonadal, embrionaria y genitalmente. Y es mujer
aunque le atraigan las mujeres o se sienta mejor como hombre.

34
Sexualidad e identidad personal

B. DESARROLLO PSICOLÓGICO DE LA IDENTIDAD SEXUAL


Ana Risco Lázaro

1. INTRODUCCIÓN

La configuración de la propia identidad personal es un elemento decisivo para el desarrollo de


la personalidad. Ésta consiste en la convicción de permanecer siendo uno mismo a través de
las transformaciones continuas que se suceden en el desarrollo. Como señala el reconocido
psiquiatra POLAINO-LORENTE, «la identidad es en cierto modo lo dado y en otro cierto
sentido lo alcanzado» (2008), es aquello que resiste a los diversos cambios biográficos por lo
cual podemos decir “he cambiado mucho”, pero nunca podremos conseguir “ser otra
persona”. La identidad es lo que de verdad alienta a la persona (Ibid.). Sin identidad personal
no es posible una existencia estable y saludable y para ello se requiere tener conciencia de la
permanencia y continuidad de la biografía personal.

Dos dimensiones pueden contemplarse en la identidad personal: por un lado, el carácter de


singularidad y distintividad de toda vida humana y por otro, la homogeneidad con sus
semejantes, esto es, el saberse perteneciente a un grupo de referencia con el que identificarse
esencialmente.

La conciencia de la propia identidad personal es una conquista larga y progresiva en la que


intervienen distintos factores de forma combinada: orgánicos, psicológicos y sociales. Se
inicia este proceso en la infancia, adquiere gran importancia en la adolescencia y continúa a lo
largo de la vida. Un elemento básico en este proceso lo constituye la sexualidad pues somos
seres sexuados. Cada uno de los seres humanos estamos en la existencia como hombres o
como mujeres y no nos comprendemos a nosotros mismos sin esta referencia. La condición
sexuada del ser humano es un dato originario, ya que está determinada desde el comienzo del
ser, y un dato originante, pues conforma la estructura de la persona y es la base de la
particularidad de cada ser humano.

La condición sexuada del ser humano tiene su manifestación más externa en el aspecto físico,
pero esto sucede de modo distinto a como sucede en los animales. Ser macho o hembra no es
lo mismo que ser hombre o mujer. La diferencia sexual inscrita en el cuerpo humano es más
que dato biológico, no es simple atributo sino elemento revelador fundamental de la identidad
personal. Según confirma la ciencia biológica, se da en el ser humano un dimorfismo esencial
y por ello hay una forma femenina de realizar la tarea de vivir y habitar el mundo femenina y

35
Sexualidad e identidad personal

otra masculina (LÓPEZ-MORATALLA, 2008). La sexualidad humana permea toda la


personalidad. Somos hombres o mujeres a todos los niveles de nuestra existencia.

La conciencia de la propia identidad sexual conduce a la persona a descubrir su radical


vocación a la apertura y el don de sí, esto es, al amor, y a construir una comunión de personas.
De ahí que la identidad sexual no radica únicamente en las características específicas
determinadas por la naturaleza biológica sino que posee un contenido específicamente
personal (MELINA y BELARDINELLI, 2013) que logra la explicación y significado
auténtico de la propia condición sexuada. La identidad sexual, por tanto, está ligada
intrínsecamente a la naturaleza personal y a la constitutiva vocación al amor de todo ser
humano.

En el apartado anterior estudiamos los aspectos biológicos de la determinación sexual, lo que


se denomina sexo biológico. Pero la identidad biológica se relaciona con la identidad
personal, sin confundirse con ella. Es por ello que la concepción sexuada del ser humano no
se manifiesta únicamente en lo biológico sino que tiene sus expresiones en las distintas
dimensiones de su ser. Así, la identidad personal requiere que la persona perciba, se
identifique y valore su sexo biológico, lo que se verá influido por las experiencias y relaciones
personales y el contexto socio-cultural en que se desarrolle. La toma de conciencia de la
pertenencia a un sexo es lo que se conoce como sexo psicológico. En el siguiente apartado nos
centraremos en estas cuestiones.

2. BIOLOGÍA Y EDUCACIÓN EN LA IDENTIDAD SEXUAL

El hecho de existir como hombre o como mujer, como ya se ha descrito, comienza en la


fecundación y se sustenta en determinados factores biológicos. Pero al nacer, el niño no tiene
conciencia de ello. Requerirá un proceso continuado para asumir la percepción de la
pertenencia a un sexo concreto.

La idea de que la identidad sexual tenga sus raíces en factores innatos, el componente
biológico, ha sido mantenida a lo largo del tiempo sin generar notables inconvenientes. Se
consideraba así que las personas tomamos conciencia de nuestra identidad a partir de las
pistas sociales que recibimos de acuerdo a nuestra condición sexual biológica. Sin embargo, a
mediados del siglo XX, estas ideas comenzaron a ser cuestionadas por algunos psiquiatras
americanos dando lugar a distintos planteamientos para explicar el desarrollo de la identidad
sexual. Así, en 1955, el psicólogo y médico John Money, que trabajaba en E.E.U.U. con casos
de hermafroditismo y transexualidad, propuso la expresión gender role para designar los
comportamientos asignados socialmente a hombres y mujeres. Por otra parte, en 1968 el
psicólogo Robert Stoller, en sus estudios con personas transexuales, definió la gender identity
afirmando que no está determinada por los factores biológicos sino por el hecho de haber
vivido desde el nacimiento las experiencias y costumbres atribuidas a cierto sexo. Se
explicaba con ello que, en la identidad femenina y masculina, existen algunos elementos
propios de la realidad biológica y otros que son construidos histórica y socialmente,

36
Sexualidad e identidad personal

incidiendo en la importancia que tienen la educación, la cultura y la libertad en la


conformación de la identidad y en el rol sexual que asume la persona en su desenvolvimiento
social.

En sus investigaciones, John Money pretendía demostrar que la identidad sexual podría
construirse con independencia del elemento biológico. El experimento paradigmático fue el
realizado con los gemelos Bruce y Brian Reimer. Debido a una complicación que Bruce había
tenido al nacer (pene anómalo), el médico tuvo la ocasión para transformar su cuerpo a través
de cirugía plástica en un cuerpo aparentemente femenino. Advirtió a los padres que debían
criar al bebé como si fuera una niña y mantener todo el episodio en estricto secreto. Bruce
pasó a ser Brenda; su hermano Brian sirvió de sujeto control. Aunque los padres siguieron las
instrucciones, las cosas no resultaron como se habían previsto a pesar de los tratamientos de
hormonas que le obligaban a tomar. A los trece años, se le confesó lo ocurrido. Brenda
entonces decidió someterse a otra intervención quirúrgica y vivir como varón, llamado David.
Las sesiones terapéuticas con Money le supusieron una tortura y después de años de
experimentación y de los subsiguientes en busca de la recuperación, en 2004 terminó con su
vida suicidándose. Ejemplo emblemático de que la naturaleza reclama sus derechos. Si fuera
realmente posible la total desvinculación de lo biológico, Bruce habría sido Brenda sin
inconveniente y, por lo mismo, también David. La historia del caso de los gemelos fue
publicada en 1997 por John Colapinto en la revista Rolling Stone y posteriormente escribió el
libro As natura made him: the boy who was raised as a girl.

Las teorías de Money quedaron desacreditadas por las investigaciones sucesivas sobre el
desarrollo cerebral y la influencia de las hormonas en la etapa prenatal. Con todo, la realidad
es que la construcción de la feminidad y masculinidad al margen del elemento biológico no ha
sido constatada empíricamente. No puede negarse el papel de la educación y las experiencias
personales en la configuración de la propia identidad, pero no es posible desligarlas del
aspecto biológico para alcanzar una comprensión íntegra de la identidad de una persona. Un
aspecto es lo natural, biológico, lo que es dado, objetivo (designado con el vocablo sexo) y el
otro es lo cultural (designado con el vocablo género).

No es posible obviar el elemento de la mediación cultural en la configuración personal de la


identidad sexual, pero es preciso reconocer que su peso no es determinante. El modo de juzgar
su valor real en el proceso de identidad personal habrá de tener como criterio su capacidad
para comprender el significado de la naturaleza personal del ser humano (MELINA y
BELARDINELLI, 2013), en la referencia esencial a la propia plenitud mediante la vocación
intrínseca a la donación de sí. Asimismo la conciencia de sí tiene un fundamento corporal y
no debe ignorarse el valor personal de la corporeidad. Por todo ello, ambos elementos, el
biológico y el cultural, se interrelacionan para explicar la identidad sexual del ser humano
que, en un desarrollo equilibrado de la persona, están llamados a integrarse armónicamente.

La comprensión del papel de la propia libertad en el proceso de la configuración de la


identidad personal será tanto más adecuado cuanto más esté fundada sobre la verdad de la
naturaleza humana desde la perspectiva de una antropología integral que considera la unidad
de la persona no reductible a dualismos y además su carácter relacional.

37
Sexualidad e identidad personal

3. DESARROLLO PSICOLÓGICO DE LA IDENTIDAD SEXUAL

La percepción de la propia masculinidad y feminidad está ligada al proceso evolutivo, en el


que intervienen distintos elementos relacionados con las dimensiones fundamentales de la
persona: la biológica, la psicoafectiva y la trascendente, orientada esta última al
descubrimiento del sentido de la propia existencia y a la elaboración de una vida buena.

Desde la perspectiva antropológica de la vocación al amor intrínseca a todo ser humano, el


desarrollo de la identidad personal recorre ciertos estadios para abrirse al reconocimiento del
otro y a la construcción de una verdadera y auténtica comunión de personas que hace posible
la vida humana. Este proceso supone, por tanto, el reconocimiento y comprensión de la propia
vida como una llamada a la donación y el sentido esponsal de la existencia humana, en sus
dos formas posibles, conyugal o virginal. Tal recorrido requiere el reconocimiento de sí
mismo como hijo/hija, como esposo/esposa y como padre/madre. La verdadera naturaleza de
la identidad humana se comprende en la referencia a estas fases identitarias, de donde surgen
los significados fundamentales de cualquier vida humana y social (MELINA y
BELARDINELLI, 2013). Se trata, por tanto, de un itinerario ascendente desde el “yo”,
situación inicial de egocentrismo, hasta la apertura al “nosotros”, en una sucesión de fases
necesarias pero no definitivas, que han de ser vividas pero que a su vez han de ser superadas
para llegar a la plenitud del amor. En cada una de ellas la persona irá alcanzando los
elementos que le permitirán lograr una visión de sí mismo y de la existencia adecuada a la
vocación al amor. De un modo esquemático, el proceso puede quedar reflejado del modo
siguiente:

Juntos:
Juntos:
amor a los otros

Amor al otro por el otro


Amor al otro por el otro

Amor al otro por uno mismo


Amor al otro por uno mismo

Amor a uno mismo


Amor a uno mismo

El alcance de las distintas etapas del desarrollo de la identidad sexual se asienta en la base
fundamental de la comprensión del sentido de la diferencia de lo masculino y lo femenino, así

38
Sexualidad e identidad personal

como en la valoración de aquello “específico” masculino y femenino (DI PIETRO, 2005). Se


trata de los pilares desde los cuales fundamentar la propia identidad personal.

En primer lugar, la diferencia entre los sexos, es la diferencia esencial entre las personas, que
no se reduce al aspecto biológico sino que comprende toda la persona aunque su
manifestación más evidente se da a nivel físico. La lectura antropológica de tal diferencia
esclarece el constitutivo “ser en relación” que define al ser humano. Estamos intrínsecamente
abiertos a la salida de nosotros mismos y a la relación-encuentro con los demás. Somos a la
vez iguales y a la vez diferentes y ambas realidades contribuyen a la explicación completa del
ser humano como ser en relación. Constitutivamente abiertos a la salida de sí y a la relación-
encuentro con los demás, diferentes pero a la vez semejantes para establecer un auténtico
intercambio y comunión. Las diferencias son, por tanto, para la relación con el otro diferente
y constituyen la base para la construcción de la sociedad. Asimismo, la diferencia sexual
enriquece la vida, le da movimiento y le confiere una particular variedad y riqueza
(BUTTIGLIONE, 1999).

Sin embargo, es preciso señalar que tan inadecuado puede resultar ignorar la diferencia entre
los sexos como exagerarla, en el sentido de asociar ciertos comportamientos, en sí indistintos,
a un cierto sexo generando estereotipos que no reflejan la verdadera condición de mujeres y
de hombres, lo que ha conducido en numerosas ocasiones al no reconocimiento de la igualdad
esencial entre las personas en base a su sexo. Los roles sexuales no son fijos ni inmutables,
pueden variar con la cultura o las necesidades sociales, pero en sí mismos no describen las
posibilidades intrínsecas a cada uno de los sexos. El recto sentido de la diferencia entre sexos
es permitir la relación en comunión, clave de posibilidad de toda existencia humana y
fundamento de la sociedad, y para ello, cada uno de los sexos habrá de aportar lo que le es
esencialmente propio desde una perspectiva de igual dignidad.

En segundo lugar, la comprensión de “lo específico” masculino y femenino, su aceptación y


valoración y, por consiguiente, su propia realización en complementariedad, se llevará a cabo
fundamentalmente a partir de las relaciones interpersonales que mantenga la persona,
cobrando una importancia esencial aquellas de la primera infancia con sus padres y familiares
más cercanos. Sin embargo, es preciso señalar que el hecho de que sea relevante el papel de la
familia en la configuración de la identidad personal, sobre todo en los primeros momentos del
desarrollo, no es equivalente a considerar este factor como el único o estrictamente
determinante. Su relevancia estará sometida a la singularidad del propio hijo y a las
particulares circunstancias del devenir de su existencia (POLAINO-LORENTE, 2010).

A continuación se describe un recorrido somero del desarrollo de la identidad personal


resaltando las fases y los elementos más destacados en relación a los dos pilares de la
identidad sexual.

a. Etapa prenatal

39
Sexualidad e identidad personal

Los avances en la ciencia biológica permiten asegurar que los nueves meses de la vida
intrauterina no constituyen un tiempo “en off” en relación al desarrollo psicológico de la
persona. En lo que respecta al tema que nos compete, se reconoce un vínculo afectivo del niño
con la madre en la etapa prenatal, favorecido por el delicado diálogo molecular que permite la
simbiosis perfecta madre-hijo tras la anidación del embrión en el útero. La liberación de
oxitocina dispara los circuitos de la confianza en el cerebro de la madre que favorece las
actitudes de cuidado maternal y de afecto positivo que son percibidas por el feto y constituye
la primera red de relaciones afectivas de la nueva persona sobre las que se irán construyendo
las demás (LÓPEZ-MORATALLA, 2007). Por otra parte, la investigación disponible señala
también la importancia de la cercanía entre los padres durante el tiempo del embarazo ya que
es percibida por el bebé como atmósfera de seguridad y supone la base afectiva básica para su
posterior crecimiento.

b. Primeros años: figura materna y paterna

Desde el nacimiento hasta los tres o cuatro años, el niño sienta las bases sobre las que
construirá su identidad de persona sexuada a partir de la experiencia que adquiere con la
observación de las figuras más cercanas, los padres, y los demás adultos de referencia en el
primer contexto donde comienza su andadura en este mundo. La relación con los familiares y
educadores constituye elemento de interés en la identificación del niño con su realidad
sexuada.

En el momento del nacimiento, la simbiosis niño-madre impide al recién nacido tener


conciencia de su individualidad; vive en tal fusión con la madre que no percibe la diferencia
entre ambos. La madre es percibida como fuente de satisfacción básica, hacia la que niño y
niña están orientados afectivamente en los primeros momentos. Pero este estado de unión-
amor total está destinado a modificarse paulatinamente para conseguir la necesaria
separación: el niño experimenta que el seno materno, que creía suyo, ya no le es accesible. Tal
separación biológica acompaña a la separación psicológica necesaria para una correcta
autopercepción. Este paso es absolutamente necesario y supone en ocasiones esfuerzo por
parte de la madre para favorecer que el niño alcance la separación psicológica de ella y se
abra a la percepción de los otros, especialmente del padre, y de sí mismo, como individuos
diferentes. Resulta imprescindible conceder a este momento la importancia que tiene para
contribuir al desarrollo afectivo de los niños pues de ello dependerán en gran medida las
relaciones afectivas que mantengan con las demás personas.

La Psicología evolutiva destaca la importancia y necesidad de la figura masculina y femenina


en este proceso de configuración de la propia identidad sexual del niño, de lo que se sigue el
papel primordial de los padres, mujer y varón, en el proceso identitario de su hijo. En
situaciones de carencia de alguno de los dos padres, conviene la presencia cercana de una
figura del sexo que falta, presencia de relevante referencia afectiva.

Se comprueba que ya hacia los 18 meses se logra una discriminación social del sexo. Los
niños pueden distinguir a papá y a mamá según sus expresiones y características, de lo que

40
Sexualidad e identidad personal

resulta esencial que ambos consideren el valor referencial que suponen para la conformación
de la propia identidad de su hijo. El sentido de la diferencia entre sexos y lo específico de
cada uno de ellos puede ser comprendido por el niño por la observación de sus padres al vivir
su condición sexuada con la plenitud de la paternidad/maternidad que se sigue de la solidez de
la relación esponsal. Es por ello que la familia –constituida en la comunión varón y mujer-
supone el núcleo básico del desarrollo de las personas.

Los elementos que habrán de ser adquiridos en esta etapa, son:


- Separación niño-madre
- Reconocimiento de la figura del padre, distinto a la madre

c. 3 a 6 años: el amor a uno mismo

En la llamada pubertad infantil (hacia los dos años) se produce un “baño” del cerebro en
hormonas sexuales, que puede durar de nueve meses hasta dos años (LÓPEZ-MORATALLA,
2007). Es el momento en que se remarcan las áreas cerebrales; las niñas suelen concentrarse
en sus emociones y en la comunicación, y los niños tienden a mostrar sus habilidades físicas y
a concentrarse en las tareas.

En estos momentos se producen los primeros atisbos de autopercepción sexual, coincidiendo


normalmente con el sexo biológico. Los niños se observan con curiosidad y aprecian sus
características físicas. Van descubriendo que hay dos maneras de existir, la masculina y la
femenina, relacionadas con dos aspectos distintos del cuerpo. Este descubrimiento señala una
nueva etapa de desarrollo, caracterizada por el autodescubrimiento y la autocomplacencia o
amor a uno mismo. Es uno de los períodos de mayor vulnerabilidad.

Al “investigar” las zonas de su cuerpo, los niños encuentran que algunas son más placenteras
que otras y se muestran contentos por su descubrimiento a la vez que abrumados de preguntas
y curiosidades. Niño y niña asocian sus características físicas a una manera de existir y en este
momento es clave la figura del padre del mismo sexo para lograr la adecuada identificación
interior como niño o como niña. A partir de este descubrimiento organizará muchos de sus
comportamientos.

De la fase anterior del amor-identificación del niño con su madre se avanza a una relación
afectiva normalizada en la que el niño se identifica con la figura masculina más cercana, el
padre, y la niña, con la madre. De este modo, ambos pueden construir su identidad como
masculina o femenina a partir de un referente masculino y femenino directo. Este proceso de
identificación con el padre del mismo sexo es elemento absolutamente necesario para el
desarrollo óptimo del niño y sucede entre los 3 y los 6 años.

La curiosidad relacionada con el descubrimiento de la propia condición sexual y las


diferencias sexuales es patente. La expresan con preguntas y comentarios que pueden resultar
impertinentes en ocasiones, indicando que realmente necesitan dar respuesta a sus
interrogantes y curiosidades. Es importante que, a su nivel y de la manera adecuada, los niños

41
Sexualidad e identidad personal

puedan ver aclaradas sus preguntas y tener una idea básica de lo que significan las diferencias
corporales entre los sexos y sobre todo, que se valoren y se acepten de manera agradecida y
positiva. Para lograr esto, es necesario que los niños experimenten relaciones afectivas
positivas con el padre del mismo sexo mediante el juego, el diálogo, la realización de
actividades conjuntas, transmitiéndoles que son valiosos como son. La percepción de ser
tratado con ternura resulta fundamental para lograr la identificación con el progenitor del
mismo sexo, proceso importante para aceptar y valorar adecuadamente su sexualidad.

En el caso de las niñas, la identidad sexual se ve favorecida cuando la madre comparte con
ella el orgullo de ser mujer, se valoran los aspectos de la feminidad de modo que pueda
aflorar lo más auténtico de ella misma. En los niños el proceso es algo más complejo pues ha
de lograr la separación psicológica de su madre y orientarse hacia el padre para desarrollar su
identidad masculina. La madre aporta mucho en este proceso favoreciendo la relación con el
padre, que ha de ganar espacio de intimidad y confianza con el niño acompañándole en el
proceso de reconocerse como hombre.

Cabe destacar el dato de la enorme plasticidad del cerebro durante toda la vida. Se estructura
y funciona básicamente por la acción directa de las hormonas en algunas fases tempranas de
la vida y sobre todo de vivencias, adicciones y decisiones. La acción de las hormonas es
especialmente intensa en la infancia y en la pubertad. La acción directa de las hormonas
sexuales sobre el cerebro es un factor crucial en el desarrollo de la identidad masculina o
femenina, pero no es suficiente. Otros elementos como las experiencias afectivas y la
educación recibida, el contexto en que se desarrolle el niño y los hábitos que adquiera son
claves en este proceso identitario. Todo deja huella en el cerebro, sobre todo en el del niño y
adolescente, de modo que las relaciones afectivas experimentadas en los primeros años en el
contexto familiar son básicas, pues conforman el entramado afectivo con el que el niño
desarrolla su propia percepción y la de los demás.

Hacia los 4-5 años se produce un nuevo progreso, ligado al descubrimiento de la diferencia de
los sexos. Una vez que el niño sabe que es chico o chica, se encamina hacia lo diferente a él,
experimenta normalmente cierta atracción hacia el padre de sexo diferente y cierta rivalidad
hacia el de su mismo sexo, lo que se conoce como el complejo de Edipo, el cual se supera
cuando el niño entiende que no puede casarse con su madre ni la niña con su padre (SONET,
2001).

Supone un avance en esta etapa la comprensión de la diferencia de los sexos y la llamada a la


unión entre ellos, lo que permite al niño entender que sin su padre y su madre no es posible
que exista él. Esta evidencia, cuando se percibe de manera espontánea en el contexto familiar,
sirve de esquema básico para elaborar la percepción del valor de la feminidad y de la
masculinidad y del amor como contexto apropiado para la generación de la nueva vida.

Elementos adquiridos en esta etapa:


- Conocer las partes del cuerpo
- Diferenciar lo masculino y lo femenino

42
Sexualidad e identidad personal

- Primera identificación psicológica con su sexo biológico

d. 6 a 12 años: identificación con los iguales

Entre los 6 y los 12 años puede decirse que la propia identidad está conformada, si bien de un
modo muy general. A ello ha ayudado, además del primer contexto de relaciones que es el
núcleo familiar, la relación con otros iguales en la etapa escolar. La apertura a otras personas
distintas a los miembros de la propia familia posibilita un avance en la propia identidad pues
supone un nuevo contexto de socialización en que habrá de insertarse abandonando la
seguridad del grupo familiar y aprendiendo las reglas de convivencia de grupos nuevos. Las
relaciones con los compañeros y maestros ejercen gran influencia en el proceso de
autopercepción y valoración personal. Los patrones de comportamiento y la comprensión de
la realidad se ven sometidos al prisma de los esquemas recibidos en este contexto básico que
posibilitan el desarrollo de los conceptos adquiridos en el contexto familiar así como la
rectificación o elaboración de otros nuevos.

En esta etapa un tema que suscita notable interés en los niños es el de la procreación y la
vinculación del hombre y de la mujer en ese proceso. Es frecuente a estas edades (6 a 9 años)
jugar a papá y a mamá, ensayando actitudes observadas en sus padres o personas más
cercanas e imitando comportamientos concretos. Asimismo se observa que los niños eligen
frecuentemente el mismo tipo de juegos, en los que se van reflejando las ideas que va
adquiriendo de la vida y los valores que imita de las figuras representativas. Con todo esto, el
niño va elaborando la idea de lo específico masculino y femenino y su interrelación para hacer
posible la existencia de los hijos.

En el contexto familiar los niños van adquiriendo ciertas respuestas a sus interrogantes, a lo
que deben sumarse los conocimientos adquiridos en la escuela al respecto. También en la
familia observa el sexo comportamental, lo cual es importante para generar una idea adecuada
de los roles sexuales. Los niños han de entender de modo espontáneo la colaboración de
mujeres y hombres en los distintos ámbitos de la vida, comenzando por la implicación de
ambos en las tareas de la casa por ser el contexto más inmediato.

En este sentido, hay que considerar que una educación de la sexualidad que mantenga la
referencia de la vocación al amor requerirá tener como objetivo la transmisión del mensaje de
la armonía de la complementariedad y de la riqueza de la diferencia (MEDIALDEA, 2008).

Elementos adquiridos en esta etapa:


De 6 a 9 años:
- Identificación con su propio sexo
- Diferenciación de juegos y gustos preferidos
- Elección de compañeros y amigos

De 10 a 12 años:
- Aprender que hombre y mujer se complementan

43
Sexualidad e identidad personal

- Diferenciar las distintas relaciones entre compañeros, amigos, vecinos, novios,


esposos
- Descubrir las posibilidades de trabajo en común y la colaboración en las distintas
tareas de la casa

e. 12 a 14 años: el amor al otro para uno mismo

Aunque los pilares básicos de la identidad han quedado asentados hacia los 12 años, la etapa
de la adolescencia supone un momento crucial en el desarrollo de la persona pues se
encuentra especialmente susceptible a la influencia de las relaciones interpersonales, lo que
puede marcar el curso de su evolución.

Lo más significativo de esta nueva etapa (12-14 años) es el desajuste que se produce en el
desarrollo de la persona: la madurez biológica no se acompaña de la madurez psicológica, el
cuerpo está ya apto para engendrar pero la psicología aún no. Tal desajuste lleva asociadas
alteraciones en los distintos niveles de la personalidad con muy claras manifestaciones.

Las transformaciones físicas y psíquicas asociadas a la pubertad generan frecuentemente


alteraciones en la imagen de uno mismo, lo que repercute en la identidad sexual. Por otra
parte, el niño empieza a experimentar la necesidad de cierta autonomía con respecto de sus
padres, profesores, o cualquier persona de autoridad para él. Se trata de un proceso normal en
el desarrollo de la percepción y aceptación de la propia individualidad que es preciso
acompañar del modo adecuado para que culmine de modo satisfactorio. El adolescente busca
expresarse y autoafirmarse, lo necesita para considerarse valioso, así como necesita saberse
aceptado por un grupo de referencia, lo cual resulta imprescindible para aquilatar los
cimientos de su identidad. Los miembros de tal grupo, la pandilla, sus iguales, “amigos”,
colegas, cumplen la función de arroparse entre sí y generar la sensación de aceptación que
cada uno necesita. Es característica de esta etapa la valoración extrema que el adolescente
otorga a su grupo de iguales asumiendo comportamientos y actitudes con lo que consigue
seguridad por ser aceptado. Estos comportamientos indican que el proceso de identidad
personal pasa por una etapa delicada y crucial en la que es preciso conceder especial atención
a las relaciones interpersonales que mantiene el adolescente dentro de tal grupo.

La identidad sexual se fortalece en esta etapa por las interacciones con compañeros del mismo
y distinto sexo, a la vez que comienza a establecerse la orientación sexual. Normalmente el
adolescente experimenta atracción por el sexo opuesto, pero como la aproximación al
diferente genera temor y su identidad no está del todo asentada, busca su seguridad en el
igual. El adolescente que camina hacia su madurez se verá necesitado de verdaderas
amistades con las que identificarse y compartir su interioridad. No es raro que en esta etapa la
amistad se convierta en algo más que amistad, dado que el nivel de intimidad es en ocasiones
elevado, pudiéndose dar lugar a confusiones emocionales y comportamentales. Las tendencias
de orientación hacia el mismo sexo son bastante frecuentes en este momento (la figura del
“amigo o amiga íntimo/a”) pero no puede afirmarse que se trata de una etapa homosexual.

44
Sexualidad e identidad personal

Estos comportamientos suelen desaparecer espontáneamente para dar lugar a la siguiente


etapa.

Para ir al encuentro del otro hace falta reconocerse valioso y sentirse seguro de sí mismo.
Sucede entonces la etapa del narcisismo adolescente, la contemplación de sí mismo para
lograr autoaceptación y ser capaz de mostrarse con seguridad al sexo opuesto.

f. El amor al otro por el otro

El encerramiento en sí mismo propio de la etapa anterior no es un comportamiento adaptativo


a la naturaleza humana, abierta intrínsecamente a la donación. La llamada a la salida de sí es
natural y se manifiesta en el espontáneo acercamiento y apertura al encuentro con el otro. Para
lograr esto se requiere un nuevo progreso: pasar de la amistad narcisista, en la que solo se
percibe y ama la propia imagen en cuanto que genera la aceptación de otro, a las amistades
numerosas en las que se muestra la capacidad de aceptarse a sí mismo y mostrarse de modo
seguro ante los demás entablando lazos de unión, comprendiendo y adaptándose a las
diferencias entre los distintos sexos. En este momento el grupo de iguales, como lugar donde
los miembros son aceptados en su individualidad al mismo tiempo que se consideran unidos
por un sistema de referencia, reviste una importancia fundamental en el desarrollo de la propia
identidad y reconocimiento de la llamada al otro. Supone el contexto necesario donde la
identidad personal puede alcanzar su desarrollo pleno. Así como el contexto familiar sienta
las bases de la autopercepción y de la relación con los demás, el grupo de iguales es el lugar
donde la identidad personal se aquilata. Dando este salto se verá capacitado para acercarse y
abrirse al otro diferente por excelencia, el otro sexo, lo cual marca el culmen del
reconocimiento de la propia identidad.

El amor al otro no para sí mismo, sino por el otro en sí, es condición de la madurez del amor.
Lo característico de esta etapa del desarrollo de la propia identidad es el reconocimiento de
una llamada interior a construir un proyecto de vida que supondrá el camino para alcanzar la
propia felicidad. Se trata de un momento delicado en el que el adolescente o el joven se
encuentra normalmente necesitado de ayuda y orientación para discernir tal llamada que se
manifiesta en forma de anhelo o deseo profundo, en ocasiones perfectamente percibido por el
propio joven. Por ello resulta de gran ayuda propiciar en esta etapa contextos que favorezcan
la reflexión para ahondar en el conocimiento personal y situarse ante las cuestiones esenciales
de la vida. La amistad verdadera puede suponer una gran ayuda en este momento, así como la
figura de un adulto de referencia que ha de tener la función de orientar el descubrimiento de la
propia vocación personal.

g. “Nosotros” y “juntos, para los demás”

Una vez reconocido el bien que el otro es, el yo se experimenta necesitado del tú para
configurar su proyecto de vida; aparece la figura del “nosotros”, esto es, la llamada a la
comunión personal como clave del proyecto vital. Y, como el amor es en esencia expansivo,

45
Sexualidad e identidad personal

tiende a más, no encuentra límite en la entrega, la comunión está de por sí abierta a la


donación y así puede ser entendida la natural fecundidad ligada a la comunión de personas,
que se produce a todos los niveles de la vida personal, desde el biológico hasta el más interior
y espiritual. Así, el “nosotros” se trasciende en los otros, “juntos, para los demás”, en la
apertura generosa. Solo puede darse fecundidad en la comunión de la complementariedad
surgida de la diferencia sexual, quedando completado el proceso de desarrollo personal.

Cabe destacar llegados a este punto que, tal como ha quedado señalado en el comienzo, el
descubrimiento de la vocación al amor, considerada el culmen del desarrollo de la identidad
personal y sexual, puede ser realizada en dos modos distintos: el amor conyugal (amor
esponsal entre las personas humanas, varón y mujer) y el amor virginal (amor esponsal entre
la persona humana y la divina–Dios-). Ambos requieren los mismos elementos en el proceso
de desarrollo, si bien se requiere otorgar especial atención a la dimensión espiritual de la
persona y a su relación con Dios.

Quedan descritos de este modo los hitos más destacados del itinerario general del desarrollo
de la propia identidad, por los que la persona va adquiriendo aquellos elementos que le
permitirán reconocerse e identificarse como un ser abierto a la relación y donación de sí para
construir comunión, sentido de la existencia personal y, por lo tanto, culmen del desarrollo de
la propia identidad.

4. LA VALORACIÓN DE LA PROPIA CONDICIÓN SEXUADA

Una consideración adicional a todo lo que se ha expuesto y esencial según nuestro modo de
entender al tema que nos ocupa: afirmar la diferencia entre los sexos no se asocia con
superioridad o minusvalía de ninguno de ellos. Muy al contrario, se trata de comprender su
intrínseca naturaleza, lo que permite la sincera valoración de lo particular de cada uno de
ellos.

Es importante comprender que cada sexo lleva inscritos ciertos valores específicos que
orientan la manera propia de ser masculina y femenina y sus posibilidades particulares. En
fin, la última razón de la diferencia sexual indiscutiblemente es la capacidad de la mujer de
ser madre y la del hombre de ser padre (BURGGRAF, 2006), esto es, permitir la comunión
fecunda, la familia, célula básica de la sociedad y cuna de todo ser humano.

Por ello se precisa otorgar el adecuado sentido a las diferencias sexuales, para lo cual se
requiere descubrir los propios talentos, así como los del sexo opuesto, en una relación de
complementariedad necesaria para hacer posible la vida en sociedad. Varón y mujer están
llamados a protagonizar un progreso equilibrado según una idea de complementariedad
asentada en el presupuesto incuestionable de la igualdad ontológica entre mujer y varón
(APARISI, 2006).

46
Sexualidad e identidad personal

Desde la perspectiva de que cada ser humano es único e irrepetible, es una tarea de cada
persona descubrir su propia individualidad, sus posibilidades y límites. Cada persona tiene
una llamada o misión original para desempeñar en este mundo, que ha de realizar desde lo que
ha recibido y desde lo que, a partir de esto, es capaz de desarrollar. Cada persona tiene su
propia manera irrepetible de ser varón o mujer y a la llamada a hacer algo grande de su vida
solo corresponderá si cumple una tarea previa: vivir en paz con la propia naturaleza
(BURGGRAF, 2006).

5. CONCLUSIONES

La sexualidad impregna toda la vida de la persona. Por ello, resulta imprescindible, por tanto,
reconocer y aceptar la propia condición sexuada para poder vivir en armonía con uno mismo.
Por lo mismo, es importante valorar la diferencia esencial entre los sexos y comprender su
adecuado sentido en orden a la complementariedad orientada a la donación para la comunión,
fin de toda existencia personal.

Por otra parte, la diversidad, la complementariedad y la donación constituyen los eslabones


del desarrollo de la propia identidad personal y la realización de la intrínseca vocación al
amor.
Finalmente, la familia supone un elemento básico irrenunciable en la formación de la
personalidad del ser humano.

47
C. INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS DE LAS CAUSAS DE LA
HOMOSEXUALIDAD

Mª José Luciáñez Sánchez

1. INTRODUCCIÓN

Los debates sobre la moralidad de los actos homosexuales y las uniones del mismo sexo,
inevitablemente suponen y discuten sobre las supuestas causas de inclinaciones
homosexuales. Asimismo, los investigadores que examinan las causas de la homosexualidad,
a menudo no pueden abstenerse de hacer comentarios sobre el debate ético. Por lo tanto, estas
cuestiones parecen estar entrelazadas, por lo menos en la mente de muchas personas bien
intencionadas. Esta interconexión, sin embargo, tiende a dar lugar a malentendidos y
suposiciones falaces en ambas partes, tanto en los especialistas en ética como en los
científicos, debido a la falta de comprensión de las distintas disciplinas. Por ejemplo, muchos
en el debate ético sobre la homosexualidad sostienen que no solo los actos homosexuales son
siempre inmorales, sino también la disposición misma de alguna manera es moralmente
desordenada. Por otro lado, los científicos a menudo se oponen a este punto de vista y
sostienen que la orientación homosexual es moralmente neutra. Reúnen algunos supuestos
datos de evidencia empírica de una base biológica para la orientación homosexual,
demostrando que es "natural" y por lo tanto debe ser aceptada y vivida por aquellos que la
experimentan.

En este apartado se intenta compendiar y resumir los distintos elementos de tipo biológico que
se aluden como base para la orientación homosexual. Además se revisan algunos factores de
tipo psicosocial o comportamental que predisponen y afectan a la persona en su orientación
sexual. Es relevante el aporte bibliográfico, con numerosas publicaciones científicas que
sostienen la investigación en la búsqueda de las causas de la homosexualidad.

2. SOBRE EL FUNDAMENTO BIOLÓGICO DE LA HOMOSEXUALIDAD

a) Estudios de gemelos

Los estudios de investigación más divulgados sobre las causas de la homosexualidad han sido
aquellos que examinan el papel de la genética. De hecho, un buen número de estudios ha
intentado evaluar la heredabilidad de la orientación homosexual. La principal manera de
examinar la contribución genética a una determinada conducta o disposición, como la
orientación sexual, es a través de los estudios de gemelos. La premisa es que al comparar los
gemelos monocigóticos (MZ) (que comparten el 100% de su código genético), los gemelos
dicigóticos (DZ) y los hermanos biológicos (compartiendo aproximadamente el 50% de su
código genético), y los hermanos adoptados (que no comparten nada de su código genético),
los investigadores pueden recoger una comprensión de si un rasgo es heredable y en qué
medida (BILLINGS & BECKWITH, 1993). Sin embargo, con el fin de evaluar realmente los
efectos de los genes, uno tiene que controlar o neutralizar la contribución de los factores
ambientales en el desarrollo de la característica en cuestión. Tales factores ambientales
podrían incluir cualquier cosa, desde la posición en el útero, la nutrición materna, y el entorno
hormonal del medio ambiente uterino, hasta la atención desde el nacimiento, enfermedades
tempranas, el cuidado que han recibido, el ambiente familiar, la educación, la socialización, y
así sucesivamente. Estas influencias pueden tener efectos profundos no solo en el
comportamiento de una persona, sino incluso en su constitución biológica. Por lo tanto, los
investigadores están empezando a reconocer que la división drástica entre naturaleza-
ambiente de crianza ya no es sostenible. Siempre es un "ambos-y", sobre todo en un rasgo tan
complicado como la orientación sexual. Es importante señalar que varios de los factores
mencionados anteriormente se refieren al ambiente prenatal. En este periodo de desarrollo, el
medio ambiente puede tener profundos efectos en el organismo, y esto se discutirá más
adelante.

En estos estudios de gemelos, los investigadores han examinado a los gemelos monocigóticos
que fueron separados al nacer y criados por separado. Esto es considerado como el ideal de la
genética del comportamiento. Como es obvio al compartir los gemelos el mismo código
genético y ser criados en ambientes diferentes, las similitudes de comportamiento que
manifiestan probablemente tienen una fuerte base genética. Desafortunadamente, estas
situaciones son raras, y más aun si el rasgo en estudio es en sí poco común. La
homosexualidad es uno de esos casos. Una gran cantidad de investigación en los últimos años
ha puesto de manifiesto que aproximadamente el 2-3% de los hombres en los Estados Unidos
son homosexuales (FAY et AL., 1989; ROGERS & TURNER, 1991; LEIGH, 1993; BILLY
et AL., 1993; SEIDMAN & REIDER, 1994). La cifra es aún menor para las mujeres,
aproximadamente 1-2% (DIAMOND, 1993; LAUMANN et AL., 1994; WELLINGS et AL.,
1994). Por lo tanto, la localización de los gemelos monocigóticos, la separación al nacer y la
constatación de su posterior orientación homosexual, es un diseño experimental que no es
factible. Además, un estudio de gemelos monocigóticos que son criados por separado, no
neutraliza el medio ambiente, puesto que han compartido el ambiente en los nueve meses
anteriores.

Así, cada estudio de gemelos, por muy elegante que resulte en el diseño, no puede separar
completamente los efectos de los genes y el medio ambiente.

Algunas investigaciones tratan de hacer frente a estas dificultades mediante la comparación de


gemelos monocigóticos que fueron criados junto con otras parejas de hermanos, con gemelos
Sexualidad e identidad personal

DZ dicigóticos, hermanos biológicos no gemelos y hermanos adoptados sin relación biológica


entre ellos. BAILEY & PILLARD (1991) siguieron este paradigma general mediante el
examen de los patrones familiares de hombres adultos con orientación homosexual que tenían
algún hermano gemelo MZ, DZ o un hermano adoptado. Estos investigadores encontraron
una tasa de concordancia (si un gemelo era homosexual, el otro también) de 52% entre los
gemelos monocigóticos varones que fueron criados juntos en el estudio. La cifra de gemelas
MZ mujeres fue del 48%. Del mismo modo, varones gemelos DZ criados juntos mostraron
una tasa de concordancia del 22% (16% para las mujeres), pero esto no fue significativamente
diferente de la de los hermanos adoptivos (BAILEY & PILLARD, 1991). Lo que este estudio
muestra es que puede haber un componente genético para la homosexualidad, pero los
factores ambientales parecen ser también importantes. ¿Por qué la tasa de concordancia entre
gemelos monocigóticos es mucho menos del 100% y por qué hay concordancia entre
hermanos adoptivos?

Sin embargo, lejos de ser concluyentes, estos estudios de BAILEY & PILLARD fueron muy
influyentes. Se continuaron estos estudios con gemelos, y, en conjunto, las concordancias más
bajas encontradas para la homosexualidad entre gemelos MZ fue del 47% para los hombres y
48% para las mujeres (BAILEY et AL., 2000). Sin embargo, las muestras de gemelos
incluidas en estos estudios fueron recogidas en gran parte a través de publicidad en
publicaciones gay o lesbianas. Esto crea la posibilidad de un "sesgo en la veracidad". En otras
palabras, «los gemelos que deciden si participar o no en un estudio claramente relacionado
con la homosexualidad, probablemente consideraron la orientación sexual de sus
compañeros gemelos antes de aceptar la participación» (BAILEY et AL., 2000).

Este muestreo no aleatorio, por supuesto, tiene resultados muy sesgados. Bailey et al. (2000)
superaron esta debilidad metodológica mediante el uso de una amplia muestra (N = 4901) de
gemelos adultos reclutados en el Registro de Gemelos de Australia. En ese estudio, los
investigadores identificaron 27 pares de gemelos de sexo masculino en el que al menos uno de
los hombres era homosexual. Sin embargo, solo 3 de estos pares fueron concordantes (ambos
gemelos eran homosexuales). Así, tres de los 27 pares de gemelos de sexo masculino
(aproximadamente 11%) fueron concordantes sobre la homosexualidad en un estudio
sistemático. Del mismo modo, solo 3 de 22 pares de gemelas (aproximadamente 14%) fueron
concordantes. Estos investigadores concluyen: «Estos porcentajes son significativamente
inferiores a los porcentajes respectivos de los dos estudios más amplios realizados
previamente con gemelos acerca de la orientación sexual.... Esto sugiere que las
concordancias de los estudios anteriores fueron magnificadas por el sesgo de veracidad de
los datos muestreados» (BAILEY et AL., 2000). Los investigadores concluyen: «De acuerdo
con varios estudios de hermanos... se ha encontrado que la orientación sexual es familiar. En
contraste con la mayoría de los estudios de gemelos realizados para evaluar la orientación
sexual, nuestros datos no aportan soporte estadísticamente significativo acerca de la
importancia de los factores genéticos para este rasgo».

51
Sexualidad e identidad personal

Esto no excluye la posibilidad de que exista un componente genético para la homosexualidad,


sino que más bien sugiere que la «orientación sexual se hereda, en todo caso, de una manera
compleja» (BAILEY & PILLARD, 1995).

b) Análisis molecular de muestras de sangre y mapas de ligamiento

Una segunda línea de investigación que examina la supuesta base genética para la
homosexualidad emplea el análisis molecular de muestras de sangre de familiares de los
homosexuales y un método llamado análisis de ligamiento, por el que se establecen mapas de
genes sobre regiones cromosómicas, para identificar el gen o genes específicos que influyen
en la orientación sexual. Basado en la evidencia de que "los hombres gays tienen más tíos y
primos homosexuales a través de la línea materna que por el lado paterno" algunos
investigadores han tratado de identificar un gen ligado al cromosoma X que influye en la
orientación sexual masculina (RAHMAN & WILSON, 2003). HAMER et AL. (1993)
encontraron inicialmente hallazgos consistentes con esta hipótesis que implicaba la región
cromosómica Xq28 en la heredabilidad de la homosexualidad masculina (figura 1). Una
relación similar, aunque más débil fue recogida más tarde por los miembros del mismo grupo
de investigación (HU et AL., 1995).

Figura 1. Mapeado del cromosoma X mostrando el gen Xq28.

Sin embargo, los métodos utilizados en estos estudios y por lo tanto los resultados notificados
se han puesto en cuestión. RISCH et AL. (1993) criticó el diseño de la investigación y de los
métodos estadísticos utilizados por HAMER et AL al. (1993) y afirmó que sus conclusiones
no pueden ser apoyadas por los datos. Además, RICE et AL. (1999a) intentaron hacer una
réplica del experimento para relacionar el gen Xq28 y la homosexualidad masculina con
métodos similares a los empleados en los estudios genéticos realizados de forma

52
Sexualidad e identidad personal

independiente, pero sus resultados no apoyan la hipótesis de Xq28. De hecho, estos


investigadores indicaron: «No está claro por qué los resultados son tan discrepantes del
estudio original de Hamer. Dado que nuestro estudio era mayor que el de Hamer et al., sin
duda tendríamos la capacidad adecuada para detectar un efecto genético tan grande como se
informó en ese estudio. Sin embargo, nuestros datos no apoyan la presencia de un gen de
gran efecto influyendo en la orientación sexual en la posición Xq28» (RICE et AL., 1999a).

Estos temas fueron revisados otra vez en la revista Science en 1999 (HAMER, 1999; RICE et
AL., 1999b). Se desprende de estos artículos que los científicos están pisando un terreno
metodológico nuevo, y no hay una solución simple a esta pregunta. Los métodos que se
utilizan en estos estudios no se han comprobado y verificado en el estudio de un rasgo tan
complejo como la orientación sexual. HAMER (1999) defendió su enfoque y trató de analizar
cuatro estudios en esta área concluyendo que en conjunto apoyan la hipótesis de Xq28. Sin
embargo, RICE et AL. (1999b) señalaron que solo los estudios llevados a cabo por
investigadores independientes, lo cual es necesario para reducir los posibles sesgos, podrían
aportar algo diferente, y ningún grupo investigador fuera del grupo de Hamer ha encontrado
apoyo para la hipótesis Xq28: «De esta forma, la conclusión que permanece es que los
estudios originales de HAMER y sus colegas no han sido replicados» (RICE et AL., 1999b).

Un estudio realizado por BAILEY et AL. (1999) también examinó la hipótesis de que la
homosexualidad es el resultado de un gen ligado al cromosoma X, pero usó métodos más
rigurosos en los análisis que los numerosos estudios anteriores. Se utilizaron tres técnicas de
muestreo: datos de clínica de HIV, un desfile del orgullo gay, y a través de publicaciones
homófilas. Todos los participantes fueron entrevistados acerca de los patrones familiares de
no-heterosexualidad. Solo la muestra obtenida a través de la publicidad homófila conocía el
propósito del estudio. Los investigadores encontraron una tasa de incidencia de la
homosexualidad entre hermanos de un hombre homosexual variando entre el 7,3% al 9,7%.
Esto sugiere un modesto componente familiar (no necesariamente genético) para el origen de
la homosexualidad masculina. BAILEY et AL. (1999) también encontraron un ligero
incremento en la aparición de la homosexualidad femenina entre las hermanas de los hombres
gays. Sin embargo, los patrones familiares de la homosexualidad observados en este estudio
no apoyan la hipótesis de Xq28. «Este estudio no encontró evidencia de que la orientación
sexual masculina estuviera influida por un gen ligado al cromosoma X» (BAILEY et AL.
1999).

Un estudio final que merece la pena mencionar se llevó a cabo recientemente por
MUSTANSKI et AL. (2005). Usando muestras de sangre de 456 individuos de 146 familias
no relacionadas, los investigadores realizaron por primera vez una investigación del genoma
humano completo para hallar una base genética en la homosexualidad masculina. Aunque tres
regiones de genes resultaron con valores elevados, ninguno era lo suficientemente grande
como para generar un resultado estadísticamente significativo. Además, no encontraron
ninguna evidencia de un vínculo con la región Xq28. De esta forma, como se ha indicado
anteriormente, la investigación sobre la base genética para la homosexualidad, tomada como
un todo, no es concluyente. Si bien puede haber una mediana o modesta heredabilidad hacia

53
Sexualidad e identidad personal

tal orientación, la existencia de un gen gay predominante parece muy poco probable en este
momento.

La investigación continúa, pero con resultados semejantes. LEE (2010) en una revisión sobre
los estudios genéticos concluye que «podría existir una gran cantidad de posibles genes (no
solo en los cromosomas sexuales sino también y en mayor número en los autosomas)
trabajando conjuntamente con factores ambientales y elementos “disparadores” que
desencadenan el comportamiento homosexual».

c) El ambiente prenatal

Otra línea de investigación con fundamento biológico en la cuestión de la etiología de la


homosexualidad radica en el entorno pre-natal. Como ya se ha mencionado, el desarrollo fetal
es un período de tiempo muy crucial en el desarrollo del organismo humano. En particular,
los sistemas cerebrales se desarrollan rápidamente durante este período y son muy sensibles a
las influencias hormonales y bioquímicas. Normalmente en un hijo varón, sus testículos
comienzan a producir testosterona durante el período fetal, masculinizando diversas
estructuras y sistemas corporales (las chicas producen andrógenos en sus glándulas
suprarrenales, aunque por lo general en cantidades mucho menores que en los niños que los
producen en los testículos y en las glándulas suprarrenales). Además de las diferencias obvias,
como los genitales, musculatura, etc, este proceso de masculinización afecta el desarrollo de
diversas estructuras del cerebro y, por lo tanto, sus funciones (BARON-COHEN, 2003). El
desarrollo del niño en el útero materno también puede estar influenciado por los niveles
hormonales de la madre. Existe la hipótesis de que los niveles anormales de hormonas y otras
desviaciones durante el período fetal podrían ser responsables del desarrollo de orientaciones
no heterosexuales (MUSTANSKI et AL., 2002).

Los investigadores han hecho varios intentos para estudiar tales efectos sobre el desarrollo de
la orientación homosexual. Mientras que, por razones éticas, no se puede manipular el entorno
hormonal del medio ambiente prenatal en los seres humanos, se pueden estudiar los casos en
que tales anomalías se producen naturalmente para ver si la orientación homosexual es más
probable que resulte. Además, algunos casos se podrían deducir de ciertos estudios con
animales, según los investigadores. Finalmente, las variables somáticas y neuropsicológicas
conocidas que son fuertemente afectadas por las hormonas prenatales se pueden comparar en
los adultos y ver si difieren de acuerdo con la orientación sexual.

Todos estos métodos han sido utilizados, y parece que en algunos aspectos, las homosexuales
femeninas parecen haber experimentado androgenización prenatal comparada con
heterosexuales (sistemas auditivos más masculinos, cambio en la relación cintura-cadera,
niveles más altos de testosterona salival, menos deseo de dar a luz, etc…). Del mismo modo,
en algunas medidas los hombres homosexuales aparecen menos androgenizados que los
hombres heterosexuales (inicio de la pubertad más semejante a la de la mujer, el peso, la
altura, habilidades cognitivas espaciales, y las habilidades del lenguaje, mayores casos de
manipulación con la mano izquierda). Sin embargo, en otras medidas hombres homosexuales

54
Sexualidad e identidad personal

aparecen hipermasculinos, cuando son expuestos a mayores cantidades de andrógenos (se


manifiesta en longitud relativa de los dedos más masculina, órganos genitales más grandes,
[de acuerdo con dos estudios: NEDOMA & FREUND, 1961; BOGAERT &
HERSHBERGER, 1999], y posiblemente sistemas auditivos más masculinos [MCFADDEN,
2002]).

Se han identificado algunas diferencias en el tamaño y la forma de ciertas estructuras


cerebrales en adultos también según distinta orientación sexual, pero no se sabe si estas
diferencias neuronales son causa o consecuencia de estilos de vida homosexuales. Después de
todo, el cerebro es un estructura plástica que cambia a lo largo de la vida en respuesta a la
propia dotación genética /biológica, las experiencias y los comportamientos. Por lo tanto, los
datos sobre el papel de los andrógenos prenatales es muy complejo, y no existe consenso de
los expertos sobre la manera de integrarlos e interpretarlos. Si los niveles anormales de
andrógenos son los que impulsan estas diferencias, parecen afectar a hombres y mujeres de
manera diferente, ya que los hombres homosexuales y las mujeres homosexuales no siempre
se diferencian de sus contrapartidas heterosexuales en las mismas variables. Por otra parte, los
datos sobre los hombres homosexuales están mezclados. RAHMAN & WILSON (2003)
plantearon la hipótesis de que tal vez un factor genético en algunos hombres alteraba la
distribución de los receptores de andrógenos en las estructuras cerebrales diferentes. Así,
cuando es expuesto a los andrógenos prenatales a cualquier nivel, el resultado será que
algunas estructuras cerebrales estarán más masculinizadas, de lo normal y otras menos
masculinizadas debido a la redistribución de los receptores. Mientras que esto es totalmente
razonable, la investigación no ha mostrado que este sea el caso.

Estudios más recientes con pacientes con ambigüedad genital, causada por una concentración
deficiente o excesiva de hormonas prenatales, concluyen igualmente en que el desarrollo de la
identidad de género no depende únicamente de la exposición prenatal a andrógenos en
concentraciones anómalas, ni tampoco de la apariencia genital (BERENBAUM & BAILEY,
2003; GOOREN, 2011).

c) El orden de nacimiento entre los hermanos

Quizá el fenómeno mejor comprobado en relación con las causas de la homosexualidad es el


llamado "efecto del orden de nacimiento de los hermanos". Para decirlo simplemente:
«Varios estudios, que comprenden un total de 7000 sujetos, han demostrado que los hombres
homosexuales tienen, en promedio, un mayor número de hermanos mayores en comparación
con los heterosexuales comparables» (ELLIS & BLANCHARD, 2001). Por lo tanto, algún
factor relacionado con el hecho de nacer más tarde en una línea de varios hermanos parece
aumentar la probabilidad de la homosexualidad masculina. Los investigadores creen que el
efecto del orden de nacimiento fraterno en sí, no es el último factor causal de la
homosexualidad masculina en estos casos, pero que hay algún otro mecanismo que influye en
el efecto. Sin embargo, está en debate cual puede ser ese mecanismo.

55
Sexualidad e identidad personal

La mayoría de las respuestas en este tema afirman que la fluctuación de los andrógenos
prenatales o el aumento del sistema inmune materno se relacionan con los embarazos
múltiples de hijos varones. Otra posibilidad con apoyo empírico sugiere que el estrés materno,
que podría aumentar con el nacimiento de los hijos, puede alterar el desarrollo fetal de tal
manera que aumente la probabilidad de una orientación homosexual. Las hormonas del estrés
son de hecho producidas en las glándulas suprarrenales (y son, por tanto, andrógenos o
semejantes a andrógenos) y pueden interferir con el desarrollo normal del feto. Otras
explicaciones para el efecto del orden de nacimiento fraterno son de naturaleza psicosocial y
postulan posibles causas tales como el ostracismo de los niños por los hermanos mayores o el
aumento de la estimulación sexual precoz entre los niños con varios hermanos mayores
(JAMES, 2004a; 2004b). En la actualidad, sin embargo, el efecto del orden de nacimiento
fraterno permanece en gran medida inexplicado en la ausencia de cualquier evidencia
especialmente concluyente. Además, es importante tener en cuenta que, según los
investigadores solo un 14,8% a un 15,2% de los hombres homosexuales pueden atribuir su
orientación en este sentido (CANTOR et AL., 2002). Aunque es un fenómeno bien
establecido y fácilmente identificable relacionado con la génesis de la homosexualidad
masculina, el efecto del orden de nacimiento fraterno no parece ser la causa principal de la
homosexualidad en la mayoría de los hombres gays. Nada análogo a este efecto se ha
encontrado en las mujeres.

3. EL COMPORTAMIENTO Y LAS EXPERIENCIAS COMO CAUSA DE LA


HOMOSEXUALIDAD
a) La disconformidad con el género en la infancia-adolescencia

En vista de lo anterior, es importante recordar que la orientación sexual no surge


inmediatamente después de la concepción y el nacimiento, sino que necesita tiempo para
desarrollarse durante la niñez, la adolescencia, e incluso la edad adulta. Por lo tanto, hay
bastante tiempo durante el cual se pueden desarrollar las experiencias que afectan al proceso.
Por consiguiente, los investigadores que trabajan en los diversos factores discutidos
anteriormente están de acuerdo en señalar que hay diversas influencias, que no causan la
homosexualidad sino que pueden ser rasgos o disposiciones pre-homosexuales que pueden
aumentar la homosexualidad adulta (BAILEY & ZUCKER, 1995; DUNNE et AL., 2000). El
término acuñado para ello es la disconformidad de género durante la infancia (CGN,
childhood gender nonconformity), que se refiere simplemente a un cierto conjunto de rasgos
sexuales atípicos (características físicas, psicológicas y de comportamiento).

Se sabe que está asociada de forma constante con orientaciones homosexuales posteriores, así
como muchos de los factores biológicos y familiares discutidos anteriormente (BAILEY &
ZUCKER, 1995). Sin embargo, como no todas las personas con CGN desarrollan una
orientación homosexual en el adulto, debe haber algunas influencias ambientales que
contribuyen a tal desarrollo. Estas podrían incluir, por ejemplo, la ausencia de buenas
relaciones con los padres y/o con los compañeros. Y en efecto, la teoría psicodinámica clásica
sostiene que la homosexualidad masculina se debe principalmente a un patrón desadaptativo

56
Sexualidad e identidad personal

familiar en que el padre es débil y distante, y la madre es controladora en exceso (más o


menos lo contrario se postula para las mujeres).

Si bien ha habido muy pocos datos en los últimos 20 años apoyando estas afirmaciones
específicas, la investigación hace hincapié en la importancia de las relaciones en el desarrollo
de la orientación sexual. Por ejemplo, un interesante estudio de LANDOLT et AL. (2004)
examinaron la relación entre la CGN y el rechazo de los padres y los compañeros en una
muestra de 191 hombres homosexuales y bisexuales. Encontraron que «el comportamiento de
disconformidad con el género en la infancia-adolescencia está asociado con el rechazo
maternal, paternal y de los compañeros» entre estos hombres gays y bisexuales estudiados.
Otro estudio reciente, aunque metodológicamente débil, encontró que en una muestra de
jóvenes católicos, aquellos que admitían una posible orientación homosexual confesaban una
«mayor distancia emocional de sus padres que los heterosexuales» (SEUTTER & ROVERS,
2004).

En 1996 y 2000, BERN propuso un modelo para el desarrollo de la orientación sexual que
denominó como la teoría "el exótico se vuelve erótico". Propone que las variables biológicas
influyen en el temperamento infantil generando una disconformidad con su género. Un niño
con rasgos y comportamientos de disconformidad se siente él mismo diferente de sus
compañeros. Esta "sensación de diferencia" respecto a compañeros del mismo sexo puede
convertirse en una atracción erótica en la adolescencia.

b) Abuso sexual infantil

Todos los factores expuestos hasta ahora tienen un cierto elemento de veracidad, pero hay un
factor no relacionado con nada de lo expuesto y que parece también influir en la orientación
homosexual y es el papel del abuso sexual infantil y otras experiencias sexuales tempranas.
Parece haber una relación entre los abusos perpetrados por hombres o chicos mayores con
chicos más jóvenes, que predispone a estos últimos a identificarse más tarde como
homosexuales. Señala VANDER MEY (1988) que «los efectos del abuso sexual en niños
varones produce efectos sobre la persona entre los cuales se encuentran trastornos mentales,
la probabilidad de convertirse en violadores y delincuentes en la edad adulta, y el desarrollo
de la identificación homosexual». Numerosos estudios apoyan esta afirmación
(FINKELHOR, 1984; DIMOCK, 1988; SCHWARTZ, 1994).

En un estudio de 25 hombres adultos que habían sufrido abusos sexuales en la infancia, la


mayoría de estos hombres experimentaron »confusión de la identidad masculina»
caracterizado por «"confusión en cuanto a la preferencia sexual y los roles masculinos...»
(DIMOCK, 1988). Del mismo modo, JOHNSON & SHRIER (1985) compararon 40 hombres
víctimas de abuso sexual infantil y grupo de control de la misma edad, y encontraron que el
47,5% de las víctimas de abuso pasó a desarrollar una orientación homosexual y un 10%
bisexual.

57
Sexualidad e identidad personal

Estos breves estudios concluyen que existe una mayor probabilidad de identificación
homosexual en varones víctimas de abuso sexual infantil. Todo ello es corroborado por
bibliografía extensa sobre el tema: SAEWYC et AL., 2004; KALICHMAN et AL., 2004;
GARCÍA et AL., 2002; DOLEZAL & CARBALLO-DIÉGUEZ, 2002; TOMEO et AL, 2001;
PAUL et AL., 2001; KRAHE et AL., 2001; PARIS et AL., 1995; DOLL et AL., 1992;
BAIER et AL., 1991; HAVERKOS et AL., 1989; para revisiones: RELF, 2001; HOLMES &
SLAP, 1998). En estos datos se observa que el 59% de los varones había tenido algún tipo de
contacto sexual / genital antes de los 13 años.

Incluso en los casos en que esos hombres jóvenes y niños no denuncian la experiencia como
contacto abusivo, el contacto sexual temprano con otros hombres es común antes de
identificarse como gay. En este sentido también la bibliografía es abundante (DAWOO et
AL., 2000; DUBÉ, 2000; SCHINDHELM & HOSPERS, 2004).

4. DIFERENCIA EN LA HOMOSEXUALIDAD MASCULINA Y FEMENINA

En un estudio que comparaba hombres homosexuales y mujeres homosexuales, los


investigadores descubrieron que los hombres homosexuales eran más propensos a buscar sexo
antes de identificarse como gay, mientras que para las mujeres el contexto de su desarrollo de
la identidad homosexual había estado más orientado hacia las emociones (SAVIN-
WILLIAMS & DIAMOND, 2000).

Este último hallazgo plantea una cuestión interesante, pero difícil: la orientación sexual en
hombres y mujeres es muy diferente y se desarrolla en formas divergentes. Por resumir la
investigación en esta área, DIAMOND (2003) afirma: «Las mujeres presentan una mayor
variabilidad que los hombres en la edad en la que conscientemente cuestionan su sexualidad,
y la edad en la que realizan su primer contacto sexual del mismo sexo.... Además, las mujeres
ponen menos énfasis en el componente sexual de su identificación lesbiana o bisexual, y
enfatizan más el componente emocional».

Por lo tanto, para los hombres, una orientación homosexual parece implicar una fuerte
inclinación a participar en actividades sexuales con otros hombres. Mientras que para las
mujeres la cuestión de la orientación sexual está mucho más vinculada al campo afectivo, y es
más a menudo una cuestión de una elección consciente que de un impulso irresistible.

Esta revisión de la investigación nos muestra que hay muchos factores conocidos (y todavía,
más probablemente, factores desconocidos) que pueden estar implicados en el desarrollo de la
homosexualidad, pero ningún factor parece lo suficientemente potente como para superar a
todos. Más bien, el homosexual adulto probablemente ha llegado a esa orientación a través de
una combinación compleja de factores biológicos, de comportamiento, experienciales y
volitivos. Este proceso parece claramente divergente entre hombres y mujeres y es probable
que difiera en grado notable de un individuo a otro tanto entre gays como entre lesbianas.

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Sexualidad e identidad personal

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