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ASPECTOS BÁSICOS DE LA SEXUALIDAD HUMANA

Definir el concepto de sexualidad ha llevado décadas. Las mayores dificultades han estado en llegar
a consensos entre aquellos defensores de un determinismo biológico de la sexualidad humana y
aquellos que subrayan la importancia de la cultura en la determinación del comportamiento sexual.
El resultado, luego de un largo camino, la definición de un concepto integrador de sexualidad
humana, capaz de recoger el aporte de cada variable en juego.

Comencemos, entonces, por recorrer y revisar la evolución que ha existido en torno a la forma de
entender y abordar la sexualidad humana.

Una mirada general a las manifestaciones sexuales en distintas épocas de la humanidad permite
afirmar que la sexualidad varía de una cultura a otra y sus distintas expresiones tienen relación con
el contexto socio-histórico en que se desarrollan. Así por ejemplo, durante la prehistoria, la
monogamia tuvo como finalidad asegurar el patrimonio familiar. En el judaísmo, si bien el
matrimonio tenía como objetivo la descendencia, la esposa hebrea tenía el “privilegio” de compartir
los favores del esposo con otras esposas secundarias, pero si ella era infiel era castigada
públicamente. En la cultura egipcia el incesto estuvo permitido y la circuncisión tenía un carácter
ritual en la adolescencia. En Grecia se toleró la homosexualidad masculina entre adultos y púberes
dentro de un contexto educativo. En Atenas las mujeres no podían andar solas, privilegio exclusivo
de las hetairas (prostituta fina).

Por décadas la sexualidad fue interpretada como un impulso fisiológico dependiente de nuestra
biología, el que tenía por objetivo permitir la reproducción y así asegurar la perpetuidad de la
especie. Durante la edad media y hasta mediados del siglo XIX, la religión consolidaba su poder en
las sociedades europeas y con ello se arrogaba el poder de definir las normas sexuales. Por ello, y
hasta la revolución francesa, toda conducta sexual no reproductiva se consideró contra natura, y
por ende un pecado. La conducta sexual sólo era posible en el contexto del matrimonio y el instinto
sexual era de carácter demoníaco. Aparecen los cinturones de castidad y se declara la Santa
Inquisición. Un dato más; las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS) que aparecen a fines de siglo
XV son interpretadas como un castigo celestial.

En plena época victoriana, las disidencias sexuales (la conducta sexual sin fines reproductivos)
constituyen sobre todo un problema de orden público. La mayoría de legislaciones basadas en el
Código Napoleónico contemplan las disidencias sexuales como un asunto estrictamente privado,
que sólo son merecedoras de sanción si se ejecutan con violencia o con publicidad (delito de
escándalo público).

En la segunda mitad del siglo XIX, la medicina legal empieza a interesarse y a escribir sobre
disidencias sexuales bajo el nombre genérico de “atentados contra las costumbres”. Al final de este
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proceso aquellos que ya eran catalogados de pecadores y delincuentes, se convierten en “locos” y


“perversos”.

A fines del siglo XIX el médico Richard Kraft-Ebing publica su obra “ Psychopatia Sexualis ”. En ella
aparece por primera vez el término “desviación sexual” para agrupar todos aquellos actos sexuales
que no tenían como fin la reproducción. Kraft-Ebing defendió la comprensión y el tratamiento
médico de las desviaciones sexuales. En adelante las disidencias sexuales son, además de pecado y
delito (atentados contra el pudor), un problema de salud.

A comienzos del siglo XX, bajo el propicio terreno de la desintegración social provocada por las
guerras mundiales, surge la figura Sigmund Freud y su teoría de la personalidad, cuyo pivote es el
desarrollo sexual. Freud, otorga un nuevo significado al impulso sexual. Así, la líbido es
conceptualizada como energía vital y la sexualidad como eje de crecimiento y desarrollo individual.
Del mismo modo, Havellock Ellis en su obra Psychology of Sex afirma que el deseo sexual es válido
para hombres y mujeres y refuta el concepto que la masturbación ocasionaba enfermedad.

Se comienza a ampliar el concepto de sexualidad, concibiéndola como realidad previa y separada


de la reproducción, que persigue la satisfacción del deseo y la consecución del placer.

Es el inicio de la sexología como la disciplina encargada del estudio de la sexualidad y que recoge la
herencia de diversos campos científicos. En particular de las ciencias de la salud, de la ciencias de la
conducta y, durante la mitad del siglo XX, el valioso aporte de la ciencia social.

Construcción sociocultural de la sexualidad

A mitad del siglo pasado (XX), Norteamérica concentra su estudio de la sexualidad en la función
sexual, el comportamiento sexual y las prácticas sexuales.

Alfred Kinsey, alrededor de 1950, marca un hito en el estudio de la sexualidad con sus
investigaciones sobre sexualidad masculina y femenina en una muestra de la población
norteamericana. Los trabajos de Master y Johnson llevan el sexo al laboratorio para explorar las
manifestaciones características de la conducta sexual, dando como resultado un modelo típico de
respuesta sexual. Este modelo descubre patrones característicos de funcionamiento sexual para
hombres y mujeres.
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La sexología deja de lado el estudio de las perversiones. La nueva preocupación central de la


sexología es el orgasmo, y la eliminación de cualquier problema (disfunción) que impida lograrlo.
Así, el estudio de la sexualidad se concentra en la función sexual, las prácticas sexuales, la respuesta
sexual.

Desde esta perspectiva, la sexualidad fue homologable a la respuesta sexual; la sexualidad sana y
gratificante tenía un camino que recorrer y un fin que perseguir: el orgasmo.

En las últimas décadas del siglo pasado perspectivas originadas en el espectro de la ciencia social
destacan el papel de los sistemas culturales en los cuales el comportamiento sexual adquiere
significado abriendo así posibilidades para una comprensión más compleja y multidimensional de la
sexualidad y la experiencia sexual. Europa fue pionera en el desarrollo de importantes estudios
relacionados con la influencia cultural en la aceptación y desarrollo de diferentes manifestaciones y
conductas sexuales. Esta nueva perspectiva va en contra del movimiento norteamericano que
persigue establecer una naturaleza única de la sexualidad y patrones de comportamiento sexual
homogéneos para todos los seres humanos.

En la actualidad es ampliamente aceptada la idea que la sexualidad y la actividad sexual son


constituidas o construidas socialmente, siendo un producto altamente específico de nuestras
relaciones sociales, mucho más que una consecuencia universal de nuestra biología común.

Los estudios provenientes desde las ciencias sociales demostraron que el papel de las sociedades y
sus formas de regulación de los comportamientos de hombres y mujeres es fundamental a la hora
de analizar las determinaciones de la conducta sexual.

Personas de distintas culturas y sociedades poseen comportamientos sexuales diversos; incluso lo


que para algunos resulta un comportamiento deseable, para otros puede ser desagradable e incluso
considerado patológico. Se han desarrollado estudios que ilustran la existencia de múltiples
manifestaciones eróticas en distintas culturas, así como diferencias en la asignación diferencial de
roles, o prácticas sexuales diversas dependientes del entorno cultural.

Así comprendemos que la cultura modela la vivencia sexual de las personas que pertenecen a una
sociedad determinada, desestimándose la creencia de que la sexualidad se regiría por patrones de
comportamiento homogéneos para todos los seres humanos, así como reafirma la tesis que la
sexualidad es un concepto mucho más complejo y rico en matices que la mera reducción a la
reproducción y la biología.
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Desde esta concepción, la sexualidad compromete lo biológico, lo psicológico, lo social y lo cultural,


para integrarlos en un conjunto de comportamientos propios del ser hombre y ser mujer en una
sociedad determinada.

Así, el concepto de sexualidad adquiere su carácter multidimensional como fenómeno determinado


idiosincrásicamente, pero también culturalmente presente en las diversas manifestaciones
humanas, individuales y colectivas de un grupo social, desde la religión, hasta el arte o la política.

Dominios de la sexualidad

De acuerdo a lo revisado hasta este momento, podemos concluir que la sexualidad es mucho más
que la práctica sexual en sí misma. Las determinaciones biológicas otorgan las bases en lo individual
sobre las cuales actúan determinaciones socioculturales, es decir, significados colectivos y
compartidos que proveen de un contexto desde el cual se comprenderá y se significará la vivencia
sexual de los miembros en diversas culturas.

Aclaremos entonces a qué nos referimos con la palabra “sexualidad”:

¿Qué elementos integran nuestra sexualidad?

La sexualidad contempla diferentes dimensiones del ser humano, a saber:

• El dominio biológico • El dominio interaccional-social • El dominio cultural • el dominio psicológico

A continuación y con un objetivo claramente didáctico, intentaremos diferenciar cada uno de estos
dominios aún cuando en la práctica, se entrelazan.

El dominio biológico

Este dominio refiere a aquellas características más conocidas y relacionadas comúnmente con la
palabra sexualidad. El sexo, la función sexual y el proceso reproductivo. Los determinantes
fisiológicos, genéticos y hormonales componen este dominio. Para mayor claridad a continuación
definimos estos tres componentes, que si bien aportan al concepto de sexualidad no lo definen
absolutamente.

Sexo: son aquellas características anatómicas y fisiológicas que diferencian a los individuos de una
especie y que opera en dos extremos, en cada uno de los cuales hay un individuo
complementariamente reproductivo (macho-hembra)

Función sexual: aquel mecanismo fisiológico que hace que nuestro cuerpo reaccione frente a alguna
estimulación (real o imaginada), con procesos de excitación característicos para cada sexo. Por
ejemplo, el hombre responderá a la excitación con la erección de su pene y la mujer responderá con
la lubricación de la vagina.
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Proceso de reproducción: aquellos aspectos de la función sexual [por ejemplo, la actividad coital
(penetración vaginal)] que son condición necesaria para el apareamiento y la conservación de la
especie.

El dominio interaccional-social

A partir de las diferencias corporales que nos hacen hombres o mujeres, y a través de las vivencias
personales y la interacción con los demás en un contexto social determinado, vamos conformando
nuestro autoconcepto y una visión del mundo particular en función del sexo al que se pertenece.

Así, nuestra sexualidad se vincula con cómo se es hombre y cómo se es mujer dentro de la sociedad
a la que pertenecemos, o más bien cómo debemos comportarnos para ser reconocidos como tales.
Esta serie de ideas dan origen al género, uno de los aspectos centrales de este dominio.

Desde esta perspectiva entonces, la sexualidad también está en todo proceso de interacción. A esto
llamamos dominio psicosocial o interaccional social. El reconocimiento de quién soy yo (desde mi
ser hombre o mujer) y quién eres tú (desde tu ser hombre o mujer) y cuáles son las reglas implícitas
que rigen nuestra interacción.

Este dominio integra todos aquellos aspectos reales y simbólicos que mujeres y hombres, colocamos
en la interacción con otros. No necesariamente debe entenderse bajo el matiz de la seducción, ya
que en cualquier interacción hombre-hombre, mujer-mujer, mujer-hombre, existen reglas definidas
e incorporadas que nos dicen cómo debe ser nuestra conducta en estas situaciones, independiente
de la finalidad de esa interacción (de trabajo, de amistad, de seducción, etc.)

Debemos señalar, sin embargo, que los roles genéricos han comenzado a cambiar en las nuevas
generaciones, producto obviamente de las transformaciones culturales que han producido cambios
también en este dominio.

Por ello es que decimos que la sexualidad es también social en la medida que estos papeles o roles
asignados a hombres y mujeres que ponemos en juego en cada una de nuestras interacciones son
influenciados por factores culturales, políticos, ambientales, económicos, religiosos, así como por
las costumbres, leyes, clase social y etnia, entre otros. Esta característica es la que posibilita que el
significado y valor de la sexualidad y de todo lo relacionado a ella, pueda sufrir cambios conforme
se modifica también la cultura.

El dominio cultural
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El dominio cultural de la sexualidad tiene que ver con el valor que una sociedad o cultura otorga a
la sexualidad y por ende con el significado que sus miembros le otorgan a la misma. Esto es, por
ejemplo, si esa cultura es capaz de aceptar el desarrollo sexual de sus integrantes como proceso de
crecimiento o si, por el contrario, lo devalúa o reordena a partir de una serie de mandatos culturales
restrictivos en torno a la sexualidad. El tipo de arte de una cultura, el poder de la religión, el valor
de los estudios acerca de la sexualidad para las políticas públicas, la agilidad de proyectos de ley o
su obstaculización, son otros ejemplos que nos hablan del valor que una sociedad determinada
otorga a la sexualidad.

Cada sociedad y cada grupo cultural estructura la experiencia sexual de sus integrantes de acuerdo
a una serie de normas que “dan permiso” o “prohíben”, reglas explícitas y/o tácitas a través de las
cuales las personas interpretan y comprenden su vivencia sexual. Es este dominio el que otorga el
marco general desde el cual la sexualidad humana se interpreta, se valida o se limita para los
miembros de una determinada sociedad.

La sexualidad humana se diferencia de la de especies inferiores, siendo no sólo una herramienta


reproductiva sino fundamentalmente un vehículo para experimentar placer sexual. Aquí
introduciremos un concepto distintivo de nuestra sexualidad: el erotismo.

Octavio Paz hace una bella definición de este aspecto al decir que el erotismo es “sexualidad
transfigurada”, es ceremonia, es representación. En este sentido, la sexualidad humana no es mero
acto sexual, su fin no es la reproducción sino el placer en sí mismo. La mayoría de los animales
dependen de ciclos hormonales para que la conducta reproductiva se presente. Cuando la hembra
entra en su fase reproductiva emite a los machos de su especie señales que anuncian su "momento
de reproductividad". Esas señales son de varios tipos: algunas especies emiten señales visuales; en
muchas otras la señal es química; es decir, la hembra produce sustancias químicas que "activan" el
deseo sexual del macho cuando entran en contacto con él. Por el contrario, la ovulación en el ser
humano está oculta; no hay anuncios visuales, químicos (olfativos) ni de ningún otro tipo sensorial
que la anuncie, con la posible excepción de los cambios en la viscosidad del moco cervical en la
mujer.

Liberados de sus relojes hormonales, en los seres humanos, los actos copulatorios reproductivos
necesarios para la supervivencia de la especie, podrían ocurrir en cualquier momento y no
necesariamente en el momento de la ovulación. En esas condiciones la especie correría el peligro
de desaparecer pues no habría un marcador para la conducta de la que depende la reproducción.
Se necesitaba una nueva manera de que los hombres y mujeres continuaran sus actos
reproductivos. Ese nuevo incentivo fue el placer experimentado durante la experiencia sexual.
Mientras menos restrictivo sea el dominio cultural, en el sentido de posibilitar y validar la vivencia
del placer que emana del contacto corporal, la actividad sexual de los miembros de una sociedad
podrá ir más allá de la reproductividad y vincularse al placer.
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El dominio Psicológico

El dominio psicológico de la sexualidad incorpora los demás dominios ya analizados, pero ahora
desde el espacio subjetivo, desde cada sujeto. En este sentido, se vincula a la conformación de
identidad sexual y a la orientación sexual, es decir, hacia quién o quiénes se dirige el impulso sexual
para su satisfacción. En este sentido, la sexualidad también tiene que ver con aquella convicción de
pertenecer a uno u otro sexo así como con la más básica percepción que tenemos de nosotros
mismos y del otro. En general, este dominio nos permite mirar la sexualidad desde aquellos procesos
simbólicos y comportamentales que caracterizan la vivencia sexual.

Así, la sexualidad se relaciona y se concretiza en la capacidad de vincularnos con otro. Algunos


homologan esta capacidad al concepto de “amor”. No todos los autores están de acuerdo en que el
amor es una experiencia sexual. El mayor problema respecto al amor es que presenta una diversidad
de experiencias y representa múltiples significados, por lo tanto no es sorprendente que muchos
entiendan cosas diferentes a partir de este término.

Lo que casi todos los seres humanos experimentamos se puede denominar mejor como afectividad,
que no es más que el ser capaces de “afectarnos con”. La primera experiencia de “afectarse con”
alguna otra persona que tenemos los seres humanos es física, se llama cordón umbilical, lo tenemos
todos durante los meses de vida intrauterina y nos une a la mujer que nos lleva en su vientre. Al
nacer, el nuevo ser humano necesita el cuidado de otros seres humanos durante mucho tiempo o
se muere. Entre las personas involucradas, aparecen otra serie de respuestas afectivas evocadas por
la presencia de ese otro ser humano. Es necesario que la capacidad de “afectarse con” se desarrolle
(al igual que los otros componentes de la sexualidad), ya que de ese desarrollo va a depender su
funcionalidad durante la vida adulta.
Documento creado por IKASTOLA para el Diplomado Manejo Clínico de Disfunciones Sexuales, dictado en
UDP, 2010. http://ikastolasyulis.cl/

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