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ACERCA DE LA IRRESPONSABILIDAD PARANOICA

DAYEN, Eduardo A.
FUNOSAS, Mirta B.

La paranoia

“La paranoia crónica es un modo patológico de la defensa. La paranoia


tiene el propósito de defenderse de una representación inconciliable pa-
ra el yo proyectando al mundo exterior el sumario de la causa que la
representación misma establece”. “Se trata del abuso de un mecanismo
psíquico utilizado con harta frecuencia dentro de lo normal: el traslado o
proyección”1 (Freud, 1895).

Acerca de la representación de la que se defiende el paranoico, Freud


(1914) aclara que “la institución de la conciencia moral fue... una encar-
nación de la crítica de los padres, primero, y después de la crítica de la
sociedad”. “La rebelión frente a esa instancia censuradora se debe a
que la persona, en correspondencia con el carácter fundamental de la
enfermedad, quiere desasirse de todas esas influencias, comenzando
por las de sus padres... Su conciencia moral se le enfrenta entonces
en una figuración regresiva como una intromisión hostil desde
fuera"2. Agreguemos que para Freud (1896), el síntoma primario de la
paranoia es la desconfianza.

La irresponsabilidad paranoica

Tanto la manía como la melancolía y la paranoia son defensas que per-


miten eludir la situación depresiva pero condenan a la fragilidad. La de-
presión es duelo y la falta de resignación debilita. Claro que ni el manía-
co, ni el melancólico, ni el paranoico se conforman con la situación sino
que pretenden cambiarla a pesar de su debilidad para modificar la cir-

1-Es un mecanismo utilizado con harta frecuencia dentro de lo normal porque “Ante
cada alteración interior, tenemos la opción de suponer una causa interna o una exter-
na. Si algo nos esfuerza a apartarnos del origen interno, naturalmente recurrimos al
origen externo” (Freud, 1895).
2-El destacado es nuestro.
cunstancia. El mecanismo usado es, entonces, presionar al objeto para
que se haga cargo de corregir el mundo que se opone a las expectati-
vas. Podemos presumir que el modo de presionar al objeto es diferente
en cada uno de los cuadros.

Decíamos en un trabajo anterior (1993) que “la disconformidad del es-


cleroso, que lo conduce al desenlace de insistir pertinazmente, con la
intención de modificar un mundo que no se ajusta a sus deseos, contie-
ne una paradoja. Se trata de una pretendida fortaleza, la de cambiar al
mundo, o prescindir de él, asumida de una manera muy particular.
Cuando, implícitamente, sostiene la propia inocencia frente a su desven-
tura, afirmando que es el mundo el que "está mal", se reconoce débil o
impotente, pero paradójicamente, cuando quiere imponer al mundo sus
creencias, se comporta omnipotentemente, ocultando y contradiciendo,
en la superficie de su conciencia, su inermidad. Podríamos decir, es-
quemáticamente, que en el enfermo esclerótico encontramos una admi-
sión "hipócrita" de una inermidad que, en última instancia, existe real-
mente en él.

La paradoja señalada contiene una trampa del mismo tenor y de la mis-


ma gravedad e importancia que la que encontramos en la extorsión me-
lancólica. Es una forma particular de irresponsabilidad que podemos
denominar paranoica. Incurre en una implícita deshonestidad o hipo-
cresía que conduce, inevitablemente, a un hecho que en primera instan-
cia genera sorpresa. Quien utiliza el refugio de la irresponsabilidad pa-
ranoica, a pesar de que vive desconfiando del mundo, jamás se da
cuenta (precisamente por obra de sus propios pretextos) de quien lo
perjudica realmente”.

El irresponsable paranoico siente que no tiene la fuerza necesaria para


responder por las consecuencias del cambio que anhela, y entonces
desde su irresponsabilidad, y sintiéndose víctima de una injusticia, pre-
tende que el fuerte, el que impone la ley, lleve adelante el cambio asu-
miendo las consecuencias. Así como el melancólico extorsiona sufrien-
do, el paranoico presiona reclamando justicia, protestando3.

3-Para Maria Moliner (1991), “protestar” (del lat. “protestari”, declarar ante todos,
compuesto con “testari”, atestiguar, derivado de “testis”, testigo) significa “manifestar
Abordemos el tema de “la justicia” y el de “¿quién impone la ley?”. Hace
tiempo vimos (1986) que “la palabra derecho se utiliza en castellano
como derecho subjetivo, a diferencia del Derecho objetivo. El inglés
tiene una palabra para cada uno de estos significados: right, derecho
subjetivo, y law, Derecho objetivo. El derecho se refiere, pues, a lo
correcto o justo en opinión de la parte. El Derecho, alude a lo correcto o
justo para el organismo. A la pregunta de ¿quién impone el Derecho?,
Elías Díaz (1982) contesta: ...quien puede imponerlo, quien tiene fuerza
para ello, quien, individuo o grupo, logra que su voluntad hecha norma
sea acatada, cumplida, aplicada e impuesta a los infractores por los ór-
ganos específicamente creados para ello. No hay derecho era, y es,
un grito de protesta ante situaciones legales, decisiones de la autoridad
o sentencias judiciales en las que estimamos que es el Derecho quien
desconoce nuestros derechos y nos infringe una injusticia”. Alf Ross
(1963) dice que “afirmar que una norma es injusta no es más que la ex-
presión emocional de una reacción desfavorable frente a ella. Invocar la
justicia es como dar un golpe sobre la mesa: una expresión emocional
que hace de la propia exigencia un postulado absoluto. Es imposible
tener una discusión racional con quien apela a la justicia, porque nada
dice que pueda ser argüido en pro o en contra. La justicia, en conse-
cuencia no puede ser una pauta jurídico política o un criterio último para
juzgar una norma”.

Volviendo al irresponsable paranoico. Se trata de un sujeto que confun-


de dificultades con injusticias y, débil para modificar su circunstancia,
atribuye la insatisfacción a una injusticia que se le infringe. En su frus-
tración, no puede tolerar lo que se opone a sus deseos y presiona pro-
testando y esgrimiendo “sus derechos” para que el objeto se haga res-
ponsable de resolverle la dificultad.

Nos parece importante destacar que parte del mecanismo que utiliza el
paranoico es la idealización del objeto, idealización que después le per-
mite someterlo a la protesta de manera más eficaz.

alguien que una cosa que se le hace o se le da no es como debe ser” y “manifestar
oposición a una cosa por considerarla ilegal, falsa o ilegítima”.
En ese sentido, Freud (1913) sostiene que un “fragmento de la conducta
de los primitivos hacia sus gobernantes recuerda a un proceso que... se
manifiesta con claridad en el llamado delirio de persecución. Aquí es
exaltada de manera extraordinaria la significación de una persona de-
terminada, se exagera hasta lo inverosímil la perfección de su poder, y
ello con el objeto de imputarle tanto más la responsabilidad de cuanta
contrariedad sufra el enfermo".

¿Cómo se entrena a un irresponsable paranoico?

Suele ocurrir que en la primera etapa de la crianza de un niño, los pa-


dres se esfuercen por darle todo lo que pide, pero pasado un tiempo
sientan llegada la hora de empezar a “ponerle límites”. Cuando el niño
comienza a sufrir frustraciones, atribuye la insatisfacción a una desaten-
ción de los padres que lo desconcierta. El niño, entonces, reclama con
una pataleta y los padres sienten que les toca ocupar el papel de “el
malo”. Se sienten solos y culpables frente a la frustración de su hijo. In-
tentando apaciguar el capricho, le demuestran atención y le explican
tratando de justificarse. El niño, que percibe el titubeo, intensifica el be-
rrinche. Los padres, conflictuados, responden al ¿por qué?, que es pro-
testa, como si fuera el ¿por qué?, que interroga. Naturalmente, las justi-
ficaciones nunca son suficientes y, finalmente, terminan por ceder a la
protesta, cosa que deja a los padres con un sentimiento de debilidad y
derrota, y al hijo con una vivencia de culpa que proviene de haber con-
seguido algo inmerecido. Este círculo se realimenta de manera creciente
hasta que el niño llega a convencerse de que en la vida las cosas se
consiguen protestando y haciendo valer sus derechos.

Hay padres que, sumergidos en sus ocupaciones y en los problemas de


sostener a una familia, no se sienten con inclinación ni con tiempo de
“dialogar” con sus hijos. A la hora de decir lo que “hay que hacer”, lo
dicen sin dar explicaciones y sin escuchar las opiniones que cada uno
tiene sobre el tema, y al conversar con sus hijos lo hacen sólo hasta el
punto en que la conversación les despierta un interés auténtico.

Otros padres, piensan que es necesario “dialogar” con los hijos, esfor-
zarse en prestarles atención siempre que hablen, inducir el clima propi-
cio para que opinen y puedan entender las razones de las decisiones
que se toman en la familia y, además, fomentar encuentros en los que
se empeñan en charlar con sus hijos.

Seguramente se pueden encontrar buenas razones para justificar cada


una de las conductas. Pero además es habitual encontrar padres que no
logran sentirse enteramente solidarios con ninguna de las dos posturas.
Comprenden que a la hora de imponer un límite que frusta van a encon-
trar oposición, pero les duele sentir que pueden perder el cariño y el lu-
gar idealizado que ocupan. Entonces, después de determinar “lo que
debe hacerse”, y frente a la intolerancia del hijo, abren un espacio de
“diálogo” en el que tratan de justificar la medida, dando lugar a pensar
que toda opinión es válida y que todos tienen derecho a ser escucha-
dos. Así, transmiten un mensaje contradictorio según el cual empiezan
imponiendo un límite pero terminan procurando el consentimiento del
niño4. De ese modo, y sin saberlo, educan a un chico que, apoyado en
la creencia de que su opinión tiene el mismo valor que la de los demás,
vive desconfiando, expuesto a quienes lo perjudican realmente y sin-
tiendo que para conseguir las cosas que desea debe hacer valer sus
derechos y protestar, con un reclamo que no evalúa si es posible lo que
se pretende ni calcula las consecuencias de las decisiones.

4-Chiozza (1983) sostiene que mientras en la esquizofrenia la contradicción en la


comunicación es simultánea, en la estructuración melancólica se realiza sucesiva-
mente. Pensamos que en la génesis de la irresponsabilidad paranoica, la contradic-
ción también se produce sucesivamente.
BIBLIOGRAFÍA
FREUD, Sigmund (1895)
“Manuscrito H”, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires,
1976.

FREUD, Sigmund (1896)


“Manuscrito K”, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires,
1976.

FREUD, Sigmund (1913)


Totem y tabú, en Obras Completas, Amorrortu Editores, Buenos Aires,
1976.

FREUD, Sigmund (1914)


“Introducción del narcisismo”, en Obras Completas, Amorrortu Editores,
Buenos Aires, 1976.

CHIOZZA, Luis y colab. (1983)


“Acerca de la extorsión melancólica”, en Psicoanálisis: presente y futuro,
Biblioteca CCMW, Buenos Aires, 1983.

CHIOZZA, Luis y colab. (1993)


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timientos ocultos en..., Alianza editorial, Buenos Aires, 1993.

DAYEN, Eduardo (1986)


“Acerca de la capacidad de discriminación”, 17mo. Simposio del CIMP,
Buenos Aires, 1986.

DÍAZ, E. (1982)
La sociedad entre el Derecho y la justicia, Salvat Editores, España,
1982.

MOLINER, Maria (1991)


Diccionario de uso del español, Gredos, Madrid, 1991.

ROSS, Alf (1963)


Sobre el Derecho y la justicia, EUDEBA, Buenos Aires, 1963.

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