Está en la página 1de 7

1.

La pandemia, el evento mundial que viene marcando el 2020 incluso antes de que empezara, es un
proceso social que marca diferencias entre distintos sectores. En un país como Argentina, que para
fines de 2019 contaba con más de dieciséis millones de personas en situación de pobreza (Indec,
2019), la brecha tomó forma de virus: hay quienes tienen agua para lavarse las manos, y quienes no;
hay quienes tienen la suficiente cantidad de barbijos para combinarlos con su ropa, y quienes apenas
tienen uno; hay quienes salen a tomar cerveza a un bar de Palermo sin protocolo alguno, y quienes
llevan siete meses intentando sostener un sistema de salud, a riesgo de enfermarse, morir, o ser
reprimidos por la Policía de la Ciudad. Es en este infeliz marco en el que se inscribe la entrevista a
Silvia Maltz. En es este contexto en el que debemos referirnos a las normativas de derechos que, por
más vigentes que estén, no necesariamente se cumplen. Para esto tomaré dos textos: los Principios
para la protección de los enfermos mentales y el mejoramiento de la atención de la salud mental
(ONU, 1991), y la Declaración universal sobre Bioética y Derechos Humanos (UNESCO, 2005).
En primer lugar, uno de los derechos que mencionan los Principios es el derecho a la mejor atención
disponible en material de salud mental. Tener seiscientas mujeres internadas frente a mil
trabajadores es, en promedio, 1,67 profesionales por cada enfermo. Lógicamente, teniendo en cuenta
que los pacientes viven en el hospital y los trabajadores no, el número decrece. E incluso tenemos que
sumarle los no internados, que, según la entrevista, son pacientes de hospital de día, de noche y
consultorios externos. A la evidente falta de personal le sumamos la falta de insumos, en donde los
tapabocas son entregas solidarias de telas que, entre internadas y enfermeras, transforman en barbijos.
La normativa, en el principio en cuestión (el primero, como para sumarle importancia) menciona
también el trato con humanidad y con respeto a la dignidad inherente de todas las persona humanas
que padezcan o estén siendo tratados por una enfemedad mental. ¿Dónde está la humanidad cuando no
se puede salir al parque?
En la Declaración universal, el artículo 5 refiere al derecho a la autonomía y responsabilidad
individual, e indica que se debe respetar la autonomía a la hora de tomar decisiones, asumiendo la
responsabilidad de éstas y respetando la autonomía del otro. Menciona, sin embargo, que hay personas
que carecen de esta capacidad, y que para estos casos se deben tomar medidas especiales. Pregunta
válida para hacernos en esta instancia: ¿carecen de capacidad los enfermos mentales, como para no
poder transitar libremente, o ir a talleres, o realizar actividades grupales? ¿Por qué si a nosotros nos
dejan salir a plazas y tomar cerveza o comer asados en restaurantes, los internados no podrían salir al
parque bajo el mismo protocolo? La lógica manicomial de la que habla Maltz, en donde prima el
abandono y la desidia, se evidencia cuando bajo la excusa de la pandemia se cercenan derechos solo a
unos pocos.
En este mismo texto se menciona que todo ser humano tiene derecho al goce del grado máximo de
salud posible, sin distinción de raza, religión, ideología o condición socioeconómica. La salud mental
de los internados fue mencionada más arriba, pero: ¿qué pasa con los trabajadores? Cuando se les
pide que atiendan en Unidades Febriles de Urgencia, que vayan sin excepción en un contexto en
donde la salud de todos está en riesgo, y no se les brinda insumos médicos de calidad están
repercutiendo no solo en la propia vida, sino en la vida de las personas a las potencialmente podrían
contagiar (entre ellos, los internados). El grado máximo de salud posible, en un contexto de
pandemia, debería por lo menos implicar mínimos riesgos de contagio.
Por último, rescato de los Principios un último Principio: el derecho a tener un medioambiente y
condición de vida lo más aproximado posible a las condiciones de vida normal dentro de las
instituciones. Esto implica actividades de recreo, educativas, artículos esenciales para la vida diaria,
actividades de esparcimiento y comunicación. Como fue mencionado previamente, los pacientes no
tienen permitido ir al patio, realizar sus talleres, no tienen insumos suficientes de cuidado referidos al
COVID-19 -que, lamentablemente, hoy son esenciales para la vida diaria-, ni pueden comunicarse con
sus familiares o contactos cercanos.

2. Efrain Pérez (2007) define a los Derechos Humanos como bienes inherentes, indivisibles,
inalienables, inderogables y universales de la persona humana. Esto implica que emanan de la
persona misma, que no admiten fraccionamiento alguno, no pueden ser cedidos o traspasados a un
tercero o al Estado, no pueden ser dejados sin vigencia o abolidos y que son extensibles a todos, sin
distinción de rasgos individuales.
Las personas son, entonces, titulares de derechos varios, pero también están sujetas por obligaciones
-ya que todo derecho termina donde comienza el derecho ajeno-. Podemos decir, por tanto, que los
derechos no permiten una autonomía total, sino que están fijados a un ámbito, y tienen determinada
extensión dentro de los cuales se los puede ejercer. Para Pérez, “Los límites deben hacerse tratando
de mantener la mayor libertad posible y de imponer las mínimas restricciones (...) no se trata de
hacer impracticable el ejercicio de un derecho fundamental” (2007, 5).
En el contexto que nos toca vivir son muchas las voces que indican que durante todos estos meses se
nos privó de la libertad, al pedirnos que nos confinemos en nuestras casas, que resignemos
costumbres como juntarnos a tomar un café, ir a boliches, ir al casino en el Hipódromo. Para el ex
presidente Mauricio Macri las restricciones sanitarias son, si se quiere, una excusa para impedir la
libre circulación de personas1. Otros compararon los barbijos con bozales 2, eso que se supone les
ponen a los perros cuando se los considera peligrosos para otros seres vivos. Más allá de que las
comparaciones con perros ya fueron un cliché después de las palabras de la diputada de la UCR,
Estela Regidor, durante la sesión de Diputados del 13 de junio de 2018, podemos reconocerles a estas

1 Extraído de: www.pagina12.com.ar/291809-marchas-anticuarentena-con-mas-camaras-que-asistentes


2 Extraído de:
www.perfil.com/noticias/actualidad/anticuarentena-marcharon-con-barbijos-fotos-de-videla-bandera-argentina
personas que tienen un buen punto. Nosotros somos potencialmente peligrosos para otros seres
vivos. Lo que pasa es que en vez de morder o tener rabia, a veces pasamos desapercibidos, le
adjudicamos la tos o la fiebre a la clásica y confiable gripe invernal y salimos a la calle campantes, sin
saber que somos portadores de COVID-19. El derecho a la libre circulación atenta contra el derecho a
la vida, que no casualmente es un derecho que tanto para Convención Europea de Derechos
Humanos (1950) como para el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966) es uno de
los pocos derechos no susceptibles de limitación. Entonces sí: las restricciones sanitarias limitan la
libre circulación, y los barbijos podrían ser bozales preventivos. Lo que no es necesario es organizar
marchas para llegar a esas conclusiones. Con escuchar a epidemiólogos alcanza.
Volviendo al texto de Efrain Pérez, distingue dos tipos de límites para el ejercicio de los derechos. Por
un lado, los intrínsecos, que refieren al ámbito interno, tanto en un sentido subjetivo -la buena fe en
el ejercicio de los DDHH- como en un sentido objetivo -que el ejercicio sea racional y no abusivo. Los
extrínsecos implican las limitaciones previstas en la esfera exterior, cuando la persona ejerce los
bienes fundamentales. También es importante entender que no se limita solo a las personas, sino
que la fuerza pública también está limitada, gracias a un sistema democráctico, un sistema legal y el
sometimiento de las autoridades al imperio de la ley.
La autonomía, uno de los dos principios derivados de la dignidad -atributo que hace que los humanos
sean tratados con sus facultades volitivas e intelectivas-, implica que todo ser huamno tiene la
capacidad de autodeterminarse y asignarse propósitos, independientemente de los que elija la
mayoría, siempre que no atenten contra el ejercicio de los derechos ajenos y que no se afecte el
Orden Público (Efrain, 2007). Esto está constituido por la tranquilidad -una sociedad pacífica-, la
salubridad -una sociedad sin peligro de salud, sea en sectores o en su totalidad-, la seguridad -una
sociedad libre de peligro, daño o riesgo- y la moralidad -una sociedad con buenas costumbres, de
acuerdo a los valores y preceptos morales-. Es en este punto en donde la fuerza policial entra en
juego. Es necesario que la autoridad administrativa utilice distintas medidas coercitivas para restaurar
el Orden Público.
Importante notar, sin embargo, que las limitaciones a la fuerza pública no siempre son satisfactorias.
Basta con solo esperar a que suceda alguna marcha de algún sector minorizado de la sociedad, como
docentes, mujeres o jubilados, que coquetee con la Policía lo suficiente para recibir balas de goma.
¡No vaya a ser que se repitan las desapariciones (y asesinatos) como los de Facundo Astudillo Castro
o Santiago Maldonado!
Por último, es necesario entender a los Derechos Humanos como conquistas a través de luchas,
reconocer su carácter histórico-social. En algún momento no existieron los derechos que hoy damos
por sentado, están empezando a reconocerse nuevos (como la Ley de Cupo Laboral Trans) y hay
muchos por los que luchar (como la Ley de Humedales, o la Interrrupción Voluntaria del Embarazo).
3. Para Beauchamp (2001) la justificación moral implica ofrecer razones morales para un problema de
la misma índole. Exige la imparcialidad, por un lado, y disponer de la mayor información relevante
posible. “Una razón puede ser buena sin ser suficiente para la justificación, y un intento de
justificación no siempre es una justificación satisfactoria” (2001:3). ¿Cómo justificar, entonces, los
tratos recibidos por los médicos y pacientes del Hospital Moyano?
Para la teoría utilitarista, una acción es correcta si maximiza las consecuencias positivas y minimiza las
negativas. A partir de cuatro principios (utilidad, bondad, consecuencialismo e imparcialidad),
sostiene que hay que priorizar lo bueno, lo que se desea, y que dentro de eso, todas las partes
afectadas son iguales y las acciones son mendables según sus consecuencias y no por su veracidad ú
otra caracteristica moral intrínseca. El conficto dentro de la teoría ocurre cuando se contrapone la
postura de aplicar estos principios a situciones particulares o si hay reglas de conducta que definan
entre actor correctos e incorrectos.
Bentham, representante de esta teoría, propone que es la norma la que tiene que proveer bienestar
a la sociedad, y la sociedad busca activamente el placer y evita el dolor. La experiencia fundamenta la
norma. Una de sus propuestas es reformular el sistema judicial con un panóptico, en pos de buscar la
eficacia, eliminar el trato indigno y procurar el bienestar social.
Detengámonos un poco acá. El panóptico es un dispositivo arquitectónico en el cual un guardia ve a
todos los prisioneros desde una torre central, con la particularidad de que los observados no saben
nunca si están o no bajo vigilancia. ¿Qué pasa con el gatito de Schrödinger si no sabe si está siendo
observado o no? ¿Queda vivo, o queda muerto? Por lo menos, según Bentham, podemos decir que
queda expectante y que su moral debería corregirse, reformarse, sin necesidad de ofrecer violencia
física para la corrección. Foucault, en su espectacular obra Vigilar y castigar retoma el panóptico de
Bentham, para identificar en él una ténica de observación que construye o forma a las sociedades
disciplinadas. No es necesario ya ser observado: con la posibilidad de estar bajo el ojo ajeno es
suficiente.
Pensemos en los hospitales como el Moyano. Maltz identifica una lógica manicomial, en donde los
pacientes sufren de abandono, encierro, desidia. Deben permanecer en pabellones, a veces incluso
privados del aire libre si su condición es lo suficientemente mala. ¿Cómo logran que esto se cumpla?
A partir de directivas institucionales del propio Hospital, seguro, pero: ¿cómo querer salir cuando en
el aire se oculta un Enemigo Invisible? El discurso de “quedate en casa” tiene dos caras: “quedate en
casa porque el enemigo está afuera” y “quedate en casa porque el enemigo puede estar en vos”.
Para la ética utilitarista, la primera cara es correcta para los sectores privilegiados, en donde “casa” se
iguala fácilmente a “trabajo”, “placer”, “familia”. Ahora: ¿podemos decir lo mismo de aquellos
confinados desde tiempos pre-pandémicos? ¿Qué pasa cuando hay discursos sociales que privilegian
la segunda cara para ciertos individuos? Los presos, los internados por salud mental o residentes
geriátricos son encerrados justamente porque ellos, a riesgo de ser los Walter White del mundo, son
el peligro, para sí mismos o para otros. ¿Dónde queda la ética utilitarista y su buena predisposición
para el placer y el deseo en esta adaptación de panóptico?
En otra vereda, Beauchamp (2001) ubica tres teorías éticas alternativas. En primer lugar, tenemos la
ética de la virtud, con representantes como Platón y Aristóteles. Para ellos, la moral florece a partir
de ciertos rasgos de carácter, en donde la joie de vivre, el motus, implica vivir una vida moral. En
algún punto, los conflictos éticos pueden ser resueltos correctamente a partir del desarrollo de
hábitos en relación a determinadas virtudes, como la honestidad, la generosidad, la justicia. Mientras
más visites el gimnasio de la virtud, más probable es que entiendas lo que se puede hacer. Ahora:
¿cómo podemos visitar el gimnasio de la virtud y ser profesionales de la Salud Mental altruistas, que
no trabajamos por dinero sino por compasión, compromiso y escrupulosidad, si nuestras condiciones
de trabajo no son dignas? Habría que ver si Bruce Wayne podría haber sido Batman si sus padres no
hubiesen sido multimillonarios, y la plata no fuera algo dado sino algo a adquirir.
Una segunda teoría alternativa es la ética del cuidado. También señala la importancia del carácter,
pero con foco en la simpatía, la fidelidad, el amor. Desde una postura paternalista, es el contexto el
que determina si una acción es correcta, y es el sujeto mismo el que debe apostar a una postura
quizás parcial, pero que tome las emociones y la capacidad de simpatía como ejes morales y éticos.
La pregunta se mantiene: ¿hay espacio para el amor, el cariño y la buena fe del médico hacia sus
pacientes cuando las condiciones de trabajo no habilitan al amor? La fantasía de enfermera-paciente
es justamente una fantasía por algo.
Por último, y para terminar con este punto, tenemos a la casuística. Aquí el foco no está ni en el
amor, ni en la virtud ni en la búsqueda de placer. La toma de decisiones depende del caso particular,
del caso por caso, en donde el juicio se conforma a partir de casos previos, narraciones y ejemplos
precedentes, en vez de en principios y teoría. En palabras de Beauchamp, “La casuistica es un
procedimiento potencialmente útil para la reflexión ética en psiquiatría, pero es importante escoger
los casos con cuidado y examinarlos sistemáticamente, comparando con atención sus semejanzas y
diferencias” (2001:8-9). Hay un énfasis en la determinación práctica de las decisiones, y no tanto una
búsqueda por una teoría general. La teoría, entonces, aparece como deseable, como una meta, y el
juicio basado en los casos, el medio para llegar. Desde la casuística, entonces, podríamos pensar el
“quedarse en casa”, el ASPO, como aplicable a determinados casos y no a todos por igual. Que los
que necesitan salir al patio, salgan. Que lo hagan con cuidado y protocolo, pero que la falta de
protocolo no los condene a la desidia.
4. El problema ético de la nota se produce entre religión, ciencia, y responsabilidad. Plantea que
Antonella murió a raíz del precepto bíblico que marca que “Dios cura todo mal”. Es una afirmación
que podemos pensar en cuatro niveles.
En primer lugar, además de presuponer la existencia de un ser etéreo, inmaterial, cuya esencia
depende estrictamente de la fe, le da a este sujeto una posición de saber y poder totalmente
asimétrica al resto de los mortales. Para Ricoeur (1990; tomado de Bonilla, 2006) la autonomía está
definida en términos de poder o capacidad, entendiendo a esto último como un tridente compuesto
por el decir, el obrar o influir, y la construcción narrativa de la propia vida. Para el autor esto va
acompañado de la vulnerabilidad -el no poder decir, actuar, narrar-, que introduce algo básico: hay
disimetría de poder entre las personas. ¿No es Dios, acaso, el ser más asimétrico de todos?
Beauchamp (2001), como dijimos anterioriormente, plantea que la ética del cuidado es
especialmente importante en figuras paternalistas como el médico o el padre -yo le agrego a Dios-
para “soslayar la autonomía de una persona con la intención de proporcionarle un beneficio”
(2001:17). ¿Hay mayor beneficio para una anoréxica nerviosa que la cura divina? Para el caso de
Antonella, podríamos decir que sí: un mayor beneficio sería confiar en la ciencia.
En segundo lugar, agreguemos la segunda palabra: “Dios cura”. Esto implica, como mínimo, una
postura respecto a la salud y a la enfermedad en donde la existencia de uno elimina la existencia del
otro. Podemos pensar en la definición de salud de la OMS, en donde la salud es un estado de
completo bienestar. Preguntas válidas, para la OMS y para Dios (que, en plena pandemia, parecieran
ser homologables): ¿hay algo como el completo bienestar? ¿Es posible estar libre de pecados? Si la
vulnerabilidad es intrínseca al ser humano, como plantea Jonas, y el ser humano pendula entre el ser
y el no ser, que la cura dependa de un ser perfecto, divino, infinito, amoroso no es menos que
inconveniente, ya que plantea un salto de estándar para el que no hay garrocha que sirva.
En tercer lugar, “Dios cura todo”. Es evidente, a partir de la nota, que “todo” no incluye a la anorexia
nerviosa. Y, si Dios cura todo, no hay lugar para los médicos, para los padres, o para cualquier otro
actor. Para Giilligan, todo vínculo humano implica desigualdad y unión, y por ende debería ser
responsable (comprometido y sensible). En una acción tan pasiva como esperar a que Dios manipule
la realidad y haga un milagro, ¿dónde queda la responsabilidad?
Por último, “Dios cura todo mal”. El mal, el bien, categorías tan claras como opacas. Podríamos
pensar, para ir concluyendo, en que el mal a veces no implica una enfermedad concreta, sino el
contexto: en este caso, la no-tan-santísima trinidad de la madre, la abuela y la religión creada por
ambas. Cuando la vulnerabilidad y el sufrimiento del otro no interpelan o convocan a la acción, no
hay compromiso ético que sirva. “Aliviar el sufrimiento innecesario”, como dice Sontag (1996:99) en
referencia a la enfermedad y las múltiples metáforas que la rodean, podría ser separar a las hijas
restantes del poder divino.
Bibliografía
Beauchamp, T. (2001). Los fundamentos filosóficos de la ética en psiquiatría. En S. Bloch, P. Chodoff
& S. Green. (Ed.), La ética en Psiquiatría (pp. 35-56). Madrid: Triacastela.
Bonilla, A. (2006). ¿Quién es el Sujeto de la Bioética? Reflexiones sobre la vulnerabilidad. En A.
Bonilla, A. Losoviz & D. Vidal (Comp.) Bioética y Salud Mental (pp. 73-78).Buenos Aires: Akadia.
ONU (1991) Principios para la protección de los enfermos mentales y el mejoramiento de la atención
de la salud mental.
Pérez, E. (2007). Derechos Humanos (Manuscrito no publicado). Barcelona: Instituto Borja de
Bioética.
Ricoeur, P. (1990) Soi-même comme un autre. Paris, Seuil.
Sontag, S. (1996) La enfermedad y sus metáforas y El sida y sus metáforas, Madrid, Taurus.
UNESCO -Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (2005)
Declaración Universal sobre Bioética y Derechos Humanos.

También podría gustarte