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Seducir e innovar

Es tradicional que la pregunta por los nuevos lectores se plantee como un problema a solucionar desde el fomento de la
lectura y como una misión institucional.
Sin embargo, vale la pena preguntarse por las otras maneras como la industria editorial colombiana aborda el reto de
atraer al nuevo público. ¿Cuántos de los miles de jóvenes que asistieron a la Feria del Libro de Bogotá que termina hoy
son o serán lectores activos y autónomos en el futuro próximo?

Se debe celebrar la existencia de iniciativas como el Plan Nacional de Lectura y Escritura “Leer es mi cuento”, el pabellón
Alejandría Digital en Filbo 2015 de la Cámara Colombiana de Informática y Telecomunicaciones, Fundalectura y la
Cámara Colombiana del Libro, así como el trabajo constante de la Red de Bibliotecas y de la Biblioteca Nacional de
Colombia, entre otros. Sin embargo, todavía existen muchos retos frente a los objetivos de aumentar los índices de
lectura en el país.

Es claro que una de las principales herramientas de la actualidad es la producción, edición y difusión de fondos
bibliográficos digitales. Esta coyuntura tecnológica ha estado enmarcada por nuevas formas de acceder y relacionarse
con la lectura en donde converge la alfabetización no sólo verbal sino también visual y digital. Así, detrás de la falsa
dicotomía entre lo impreso y lo digital se esconde una nueva oportunidad para reactivar las estrategias del pasado y
sumarles nuevas posibilidades. Las tabletas parecen haberse convertido en la llave dorada para lograr los objetivos de
niveles de lectura.

Sin embargo, ¿qué pasa con un usuario luego de que estos programas de fomento terminan? El Gobierno ha entregado
más de 11 millones de libros en los últimos cuatro años, pero es bueno preguntarnos cuántos de esos ejemplares han
sido en realidad utilizados y, de esos, cuántos han sido leídos y comprendidos críticamente. Sin importar el formato, el
acceso a los libros debe ser complementado por el análisis de la relevancia que tienen los contenidos en la vida de los
lectores. No se lee por obligación, se lee por gusto y por la necesidad de saber más.

Más allá de la tecnología, la seducción del lector sigue siendo fundamental en esta discusión. Los jóvenes lectores ya no
están necesariamente cubiertos por los programas de fomento que se centran en la infancia y la población escolar, y
todavía no tienen la capacidad adquisitiva o el interés en comprar sus propios libros. Felipe González, editor de Laguna
Libros, reflexiona acerca del impacto real de las redes sociales en el mercado independiente: “Tenemos unos porcentajes
de seguidores en redes que son personas entre los 15 y los 21 años y nos encanta porque es un indicativo de que hay
gente joven interesada y que probablemente más adelante van a ser fieles a la editorial y a buscar nuestros libros y
autores. Pero al mismo tiempo vemos que no son ellos lo que están comprando los libros”.

Es relevante, entonces, volver a la Feria del Libro de Bogotá y recordar la experiencia del Pabellón de Diseño Gráfico y
Caricatura durante los años noventa. Este espacio comenzó con la intención de agrupar expresiones gráficas, como la
caricatura fisionómica, la historieta y la ilustración, que eran especialmente atractivas para los jóvenes lectores de la
época pues representaban la oportunidad para la innovación. No en vano, fue en esas primeras versiones del pabellón
en las que se gestaron las bases de proyectos y autores que han sido determinantes en el desarrollo del libro en nuestro
país. Sin embargo, con el paso de los años fue perdiendo este carácter de originalidad hasta convertirse en un espacio
con escasas propuestas novedosas y con un exceso de materiales de consumo fácil. De hecho, las iniciativas
interesantes pasan desapercibidas entre los visitantes pues se confunden con los stands dedicados a vender productos
mínimamente relacionados con el libro o la producción gráfica de calidad. ¿Cómo encontrar contenidos interesantes e
innovadores para los jóvenes lectores sin recaer en la repetición de fórmulas manidas de otros medios?

La autonomía del lector implica reconocer su capacidad de elegir y buscar los contenidos que le interesan. Más allá de
querer anticipar el futuro, la innovación y la exploración son la manera de intervenir y reinventar el presente del libro en
nuestro país. No sabemos cómo leerán nuestros hijos, pero tal vez la mejor manera de arar el terreno para ellos sea
mantener vivos y renovados los espacios de encuentro y transformación para propuestas y públicos nuevos. Una sola
cosa parece clara: siempre se podrán contar buenas historias.

 Héctor Germán, periodista.


Creo en Google todopoderoso

Google es Dios. O Dios es Google. Una de dos… o las dos. Lo cierto es que el buscador más usado del planeta está
adquiriendo un poder y omnipresencia como no se ha visto nada en la historia de la humanidad. Tres noticias que
aparecieron la última semana en la prensa norteamericana corroboran la tendencia: el primer reporte de moda de
Google, el caso por monopolio en Europa y el lanzamiento de su nueva generación de gafas.

El lunes 27 de abril, Google lanzó su primer reporte sobre tendencias de moda. Usando su poderosísima herramienta
Google Data, publicó The Fashion Trends Report (http://think.storage.googleapis.com/docs/google-fashion-trends-report-
spring2015.pdf), una fascinante biblia de la moda con base en lo que están buscando las mujeres en este momento en
internet. Ni Vogue, ni Harper’s Bazar, Style o Elle, tienen una milésima parte de la información que hoy tiene Google
sobre tendencias de moda. Tampoco los grandes diseñadores —Valentino, Ralph Lauren, Dior o cualquiera— saben una
ínfima parte de lo que ya sabe el poderoso buscador. Telas, formas, botones, jeans, accesorios… todo, absolutamente
todo lo que las mujeres quieren reposa en ese informe gratuito que se encuentra en la red.

La otra noticia es la investigación por monopolio que enfrenta Google en Europa. Resulta que al otro lado del mundo
están preocupadísimos por el dominio del buscador americano en Europa, en donde 9 de cada 10 búsquedas son a
través de Google (un porcentaje más alto que en el propio Estados Unidos).

Compañías francesas, españolas y especialmente alemanas temen por el uso de sus propios datos en manos del
buscador americano. Esta preocupación, sin duda, se exacerbó a raíz de las filtraciones sobre espionaje industrial por
parte de Edward Snowden. El sentir de los europeos es que hay que encontrar la manera de cortarle las alas a Google
en su casa. Y por ello le tienen abierta una investigación por abuso de posición dominante, con la que aspiran presentar
cargos en su contra y crear a futuro una ley antimonopolio para plataformas de internet.

El comisionado para la economía digital de la eurozona, el alemán Gunther Oettinger, dijo en un discurso, hace dos
semanas, que Europa debe comenzar a regular sus plataformas de internet para limitar el crecimiento de las compañías
americanas y potenciar el crecimiento de las propias. Días más tarde, el pasado 23 de abril, se filtró a la prensa un
documento de su oficina en el que se sostiene que la economía de Europa está “en riesgo” por la extrema dependencia
de las compañías de internet americanas. Una amenaza que los periódicos franceses ya han denominado como Gafa
(Google-Apple-Facebook-Amazon).

La última noticia sobre el poderoso imperio de Google tiene que ver con el lanzamiento de su nueva generación de gafas,
las Google Glass. Se trata, al menos sobre el papel, de una nueva versión que acaba con todos los inconvenientes del
modelo inicial. Las de ahora son más livianas, más bonitas y sobretodo más baratas. Con ellas es posible hacer de todo:
ver vídeos, oír canciones, jugar juegos de realidad aumentada, correr por medio de un avatar en 3D, tener acceso a
planos de edificios en llamas, traducir al instante textos impresos en diferentes idiomas y hasta ver mapas de
constelaciones y estrellas en tiempo real. Es decir, todo lo que solo Dios puede hacer.

“Google nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad así en
la tierra como en el cielo”.

Paola Ochoa
Bárbaros
Hay una gran pereza en la indignación. Pretender que es la primera vez que en las sabanas de Sucre o Córdoba se
descuartiza a un caballo vivo, sólo porque por primera vez hay celulares con cámara y acceso a Youtube en las
profundidades del valle del Zenú, es negarse de arranque a entender a esa otra Colombia.

Un país olvidado de fiestas de arena y fincas ganaderas, de reinados incorrectos y niños barrigones. Un país de
contrastes profundos entre las ciudades del resto de Colombia que sí han sido partícipes más completas de la vida
urbana de carne empacada en bandejitas con plástico y animales domésticos de concentrados orgánicos.

Esa pereza de la indignación es peligrosa. Reacciona a los vistazos fugaces de crueldad cotidiana del campo con ira
automática y llamados a la venganza judicial. Desde su normalidad convierte en patológico lo que escapa a su mundo
conocido, y con afán frenético se contenta con unos segundos de video para luego pisotear todo el contexto de lo que se
ve, sin duda, como una escena bárbara.

Los bárbaros eran para los griegos todos aquellos que no hablaran su idioma; persas, egipcios, germanos. La raíz de la
palabra es onomatopéyica: bar bar, así sonaban esas lenguas raras, un bla bla bla incomprensible.

En nuestro caso declarar barbáricos a coterráneos que hablan el mismo idioma, ciudadanos bajo las mismas leyes, es
más complicado. Por un lado, porque en el centro se practica, en las corridas de toros, un ritual de muerte más ordenado
y adornado, pero en el fondo muy similar al de la corraleja en su crueldad hacia los animales. Entonces las explosiones
de indignación dejan de ser un rechazo honesto y de principio a la crueldad animal, y quedan reducidas a disgustos
estéticos por el ambiente chabacano y pobre en el que tienen lugar.

Además, está la sensación de que ese juicio radical de rechazo que sale del centro del país —de estos medios de
comunicación que interpretan sus apetitos— no hace ningún esfuerzo por entender el porqué de esa crueldad extrema
hacia los animales. Los animalistas más vocales, que se han ganado un espacio importante y valioso en la escena
pública, tienen el problema de que suelen tener más compasión por el animal que por el humano.

En el video de Bellavista, Sucre, ven a un torturador y una horda asesina, donde más parece haber un carnicero y una
aglomeración de jóvenes esperando un pedazo de carne de caballo regalado. En la corraleja se fijan en el sufrimiento de
las vacas y los caballos, y no en la tradición feudal de jornaleros pagados por un hacendado borracho para ser carne de
pincho de toro.

Entre estos dos países se necesita más diálogo y menos indignación. La periferia no tiene medios para expresar su voz,
pero no me extrañaría que ante los reclamos escandalizados que les gritan desde las ciudades “crueles, asesinos,
enfermos, desalmados”, en Bellavista oyen solo “bar bar bar bar”, mientras siguen descuartizando animales vivos.

Daniel Pacheco
¿Están los jóvenes preparados para el posconflicto?
SI BIEN EL PROCESO DE NEGOCIAción con las Farc acumula ya un par de años, la mirada de los jóvenes sobre el
mismo debería de ser un asunto prioritario de cara a un posible posconflicto.

La muerte reciente de los soldados en una ataque de las Farc, llenó las redes sociales de comentarios enardecidos en
contra del proceso de paz, la mayoría escritos por personas al parecer de poca edad, cargados ellos de mucha
emotividad y de muy escasos argumentos.

Mirado desde el punto de vista positivo, el asunto evidencia que los jóvenes otrora desentendidos de la realidad nacional,
al menos se están acercando a ella así sea virtualmente. Sin embargo, mirado desde el ángulo opuesto es un poco
desilusionador el panorama pues los jóvenes, sobre quienes se cimenta la esperanza de una nueva Nación, ya sin la
excusa del conflicto con los grupos alzados en armas, no parecen tener el criterio para afrontar el reto que les impone
esta sociedad.

Pero no solo en las redes sociales se evidencia el asunto. Recientemente asistí en Medellín a la Cátedra Abierta, un
espacio de reflexión del programa Paz y Reconciliación de la Alcaldía de Medellín, que lidera el trabajo con la población
desmovilizada de grupos armados. Este evento, realizado en algunas instituciones universitarias, busca compartir la
experiencia a lo largo de una década aproximadamente, y en él confluyen la mirada de “reintegradores” que acompañan
a los exmiembros de los grupos en su regreso a la legalidad, académicos y expertos y alguno de los P.P.R. (Persona en
Proceso de Reintegración) que testimonia su vida antes, durante y después de su retorno a la legalidad.

En la última cátedra, cuando intervino el público –mayoritariamente joven— hubo muestras que evidenciaban poca
favorabilidad hacia este tipo de propuestas. “¿En qué se basa para referirse a los que hacen la violencia como
‘personas’?”, preguntó una chica que rozaba los 20.

Dicha inquietud evidencia, entre otros, cierto sesgo de resentimiento o de menosprecio frente a los exmiembros de los
grupos armados, sin tener en cuenta precisamente —como queda demostrado en estos eventos— que la mayoría de
quienes se “reintegran” muestran arrepentimiento y deseos de volver a estar dentro de la sociedad y la legalidad.

Quien formuló dicha inquietud es una chica, que podría ser cualquiera de los millones de jóvenes que pueblan este país.
Una generación que nació a la sombra de un lenguaje que se transformó en el mundo después del 11 de septiembre de
2001, cuando las acciones de los grupos al margen de la ley se redujo y se etiquetó como “amenaza terrorista”, borrando
de tajo sus luchas y reivindicaciones y sin tener en cuenta el contexto político, económico, cultural en que se han
desarrollado los conflictos.

El Gobierno nacional, adportas de terminar un proceso de negociación con las Farc y seguramente iniciar otro con el Eln,
debería comenzar, de la mano de la academia, campañas pedagógicas que les ayuden a entender a los jóvenes qué ha
ocurrido en Colombia a lo largo de su vida republicana, las guerras intestinas que hemos soportado, los aciertos y
fracasos de sus procesos de negociación con grupos armados, y por tanto lo que está en juego con los que se avecinan.

En el año 2002, uno de los más sangrientos de Colombia por la disputa entre paramilitares y guerrilleros, fui becario del
Diplomado Periodismo Responsable en el Conflicto Armado, liderado por la fundación Medios para la Paz. Como parte
del mismo, tuvimos la presencia del periodista yugoslavo Zlatko Dizdarevick, quien cubrió la guerra entre bosnios y
croatas en los años noventa, y él, que dijo interesarse por la salida a nuestro conflicto, mencionó una frase que tiene la
contundencia de una catedral: “Colombia solo alcanzarán la paz, el día en que entiendan que los miembros de las Farc
también son colombianos”.

Aplica, jóvenes, aunque cueste, para todos los miembros de grupos armados.

Guillermo Angulo
La educación de las niñas
Las veo llegar al jardín, iguales o incluso más inquietas que sus compañeros varones, y suelen ser más precoces para
hablar y menos propensas a enfermarse. A veces se visten de princesas con faldas de tul rosa que toman visos de color
tierra o verde pasto, de tanto echarse arena, buscar bichos y correr de un lado a otro.

Porque no quiero educar niños uniformes y porque creo que la libre expresión de la personalidad se practica desde la
primera infancia, les doy toda la libertad para elegir jeans o faldas cortas o muy largas, así como los niños la tienen para
vestirse de hombres araña o de princesas (pues, de vez en cuando, los niños quieren ser princesas y las niñas, hombre
araña). Sin embargo, hay una regla: los atuendos no pueden limitar sus movimientos. No quiero ver niñas de 3 años con
tacones, ropa, uñas o peinados que les impidan saltar, dar botes, embadurnarse con todos los colores y explorar el
mundo en igualdad de condiciones.

Tal vez a usted le extrañe una columna sobre tacones infantiles porque ignora que hay niñas de 5 años que pasan horas
quietecitas mientras les hacen manicure de florecitas en salones especializados, o que celebran sus cumpleaños en spas
donde desfilan frente a sus padres, como en el concurso Miss Tanguita de Barbosa. Habrá quien argumente que no se
puede comparar un spa del norte de Bogotá con Miss Tanguita, porque no venden licor, pero descontando matices
relacionados con una mayor o menor exposición pública, encuentro más similitudes que diferencias en esa obsesión
adulta por convertir a las niñas en modelitos precoces y en esa tolerancia negligente que se refleja en una frase típica:
“¿acaso qué tiene de malo?”.

Eso dijo la alcaldesa de Barbosa: que Miss Tanguita hacía parte de la idiosincrasia y de la cultura de su municipio. “Yo no
me he inventado absolutamente nada”, concluyó, y es cierto, no solo porque ese reinado para niñas de 5 a 10 años
completa 27 ediciones, sino porque el “modelo cultural” se ha transmitido de generación en generación. Desde los
tiempos de las bisabuelas, “todas íbamos a ser reinas”, pero no de cuatro reinos sobre el mar, como en el poema de
Gabriela Mistral, sino de Cartagena.

Hay una ruta imaginaria que conduce del reinado barrial al municipal, y de ahí, a ser reina de Colombia. Y si no se va al
Miss Universo, al menos se llega a ser modelo, presentadora de televisión, actriz o mujer de político, mafioso o
empresario. Ante la falta de educación y la inequidad de oportunidades, la belleza significa para muchas niñas
colombianas lo que los grupos armados para los varones de 10 años: opciones de ascenso económico, de movilidad
social y de poder. ¿Qué otros sueños se podrían cultivar en un país que no ofrece alternativas para hacer contrapeso a
esa aleación entre el poder, el dinero y la belleza que se vende por televisión y que para muchos es la única esperanza?

En este país donde son evidentes (pero también silenciadas y subestimadas) las brechas educativas y salariales entre
hombres y mujeres, donde las niñas obtienen puntajes menores en ciencias naturales y matemáticas en las pruebas, e
incluso pierden las ventajas de lenguaje que traían de la primera infancia, Miss Tanguita es la punta del iceberg de esas
prácticas sociales que legitiman la desigualdad de género y que se aceptan, en mayor o menor grado, en todos los
estratos y en todos los oficios. Por eso, además de sanciones, necesitamos propuestas educativas y otros modelos de
mujeres y de hombres para inspirar las nuevas rutas imaginarias de esas niñas inteligentes y maravillosas que recogen
gusanos, inventan sus historias y no se cansan de preguntar por qué.

Yolanda Reyes
Sexo duro, sexo rosa
Dos hechos recientes que involucran la sexualidad nos permiten abocetar algunos apuntes sobre ese amplio tema. El
primero es la exoneración judicial de Dominique Strauss-Kahn, exdirector del Fondo Monetario Internacional, que estaba
acusado de proxenetismo.

DSK, como se lo llama, ha dicho: “A mí, efectivamente, me gustan las orgías. Y también me gusta el sexo fuerte y duro.
Pero no veo qué tiene que ver eso con esta corte”. Y me temo que tiene razón. Él es un hombre adulto, que maneja su
sexualidad como le viene en gana, y al cual no se le pudo probar que tuviera tratos sexuales con menores de edad ni que
manejara la prostitución como un negocio. De modo que es tan sólo un personaje que se inserta en la ya vieja tradición
del libertinaje francés, cuyos personajes, a veces reales, a veces literarios —Sade, el abate Prevost, de Laclos— eran
hombres que aspiraban a gozar de entera libertad de cuerpo y mente, sin cortapisas morales ni religiosas. Y que en
sociedades que respetan la libre autodeterminación tienen que ser aceptados, mientras no violen la ley. El único
problema es que los tiempos cambian, y que el libertinaje, que en el siglo XVIII tenía una aureola de prestigio, hoy no da
puntos. En un mundo de libertades electivas y mujeres autosuficientes, más bien es interpretado como un signo de
decadencia, impropio de un hombre que aspiraba a ser presidente.

Por otra parte, está el éxito mundial —y local— de la película Cincuenta sombras de Grey, basada en el libro del mismo
nombre, que ha superado todos los pronósticos de venta. Uno se pregunta qué fenómeno social hay detrás de este
entusiasmo colectivo por una historia de sadomasoquismo, en que la mujer hace un pacto de sumisión sexual y se pliega
a los deseos más diversos de su amante. No se trata de un triunfo de la estética, porque sabemos que las dos, libro y
película, son obras mediocres, repetitivas y pobres en sus respectivos lenguajes. ¿Entonces? Es posible que la
curiosidad tenga que ver. Pero, yendo más lejos, me atrevo a pensar que lo que atrae a ese público numeroso es el
hecho de que el semiporno de Cincuenta sombras de Grey viene envuelto en ropajes románticos que no lo alejan mucho
de las telenovelas rosa, con príncipe rico y bello, y doncella humilde y sumisa. El paquete, pues, es completo: historia de
amor rosa adobada con fantasías sexuales muy asépticas, una propuesta que está lejos de ser transgresora, como las
de Sade, Lars von Trier o Henry Miller.

Cincuenta sombras de Grey sería, pues, un producto de la sociedad de consumo que todo lo aplana y lo hace inofensivo,
remedo de porno y remedo también de lo erótico, dos elementos que sabemos se contraponen, pues el porno es
explicitud pura y burda mientras lo erótico está cargado de misterio y expresividad. Si Hannah Arendt habla de la
banalidad del mal, podríamos hablar aquí de la banalización del sexo. Desafortunadamente, el gran público de esta obra
son mujeres. Sucede aquí como con el falso boom de la llamada literatura femenina, que hizo creer a tantas que les
estaban hablando seriamente de los problemas de género. Y no. Levedad pura, como Cincuenta sombras de Grey.

Piedad Bonnett

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