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Podemos afirmar, sin lugar a dudas, que los incas implementaron el sistema agrícola
más avanzado de la América Indígena, lo cual se comprueba al analizar la variedad de
productos, la tecnología y los rendimientos.
La agricultura del Tahuantinsuyo tuvo el gran mérito de adaptarse y desarrollarse en
un medio geográfico que, a primera vista, no ofrecía las mejores condiciones para la
agricultura.
En primer lugar, el relieve montañoso donde habitaba la mayor parte de la población del
imperio, fue aprovechado mediante la construcción de innumerables andenes o terrazas
de cultivo que permitieron utilizar las laderas de las montañas andinas.
Estas verdaderas escaleras gigantes, erigidas sobre terraplenes con muros de contención
de piedra, evitaban que las lluvias arrastraran la tierra y sus cultivos al fondo de los
valles.
En estas terrazas agrícolas se podían obtener hasta tres cosechas anuales, sobresaliendo
el maíz, el camote, los porotos y pallares, las calabazas, el maní y la quinoa, esta última
con más de un 50% de contenido proteico que el arroz, el trigo o el maíz.
Estas plantas eran sembradas rotativamente, empleándose fertilizantes naturales como el
guano de la costa, llevado especialmente hasta los Andes a lomo de llama.
La papa, cultivada en los valles de mayor altura, fue el vegetal más importante de los
incas. Se conocen más de 240 variedades de papas, que podían ser conservadas y
almacenadas a través de su deshidratación. Así surgió el chuño, consumido por
los ejércitos incaicos en sus empresas de conquista.
También la desértica franja costera del Tahuantinsuyo sirvió para obtener recursos a
través de la agricultura y la pesca. La aplicación de técnicas hidráulicas de muy antigua
data, como el riego artificial por medio de una extensa red de canales, posibilitaron las
labores agrícolas en esta región. Igualmente, se excavaron pozos para poder contar con
agua dulce y se utilizaron los fertilizantes.
La pesca, por su parte, se benefició de la riqueza ictiológica, donde abundan peces como
la anchoveta y el congrio, crustáceos, mariscos y pulpos. Para pescar se empleaban
balsas de totora, denominadas "caballitos".
La selva proporcionaba al Incario las bondades y los frutos de una zona subtropical
húmeda. La hoja de coca, el algodón, el tabaco, el cacao y una amplia variedad de frutas
como la lúcuma, la piña, la chirimoya y los plátanos enriquecían la dieta inca con sus
sabores.
La vicuña, en tanto, proporcionaba la lana más fina que se utilizaba para los tejidos de
cumbi, es decir, las ropas del Sapa Inca y la nobleza. Las actividades de subsistencia
eran realizadas principalmente por la población de los ayllus.
Para las obras que requería el imperio, tales como infraestructura vial, fortificaciones
(pucarás), puentes, terrazas agrícolas, extracción de minerales o pastoreo, se recurría a
un sistema de trabajo por turnos, llamado mita. Consistía en el servicio al estado que
prestaba un grupo de personas, seleccionadas por los curacas, por un período cercano a
los tres meses. Luego de este lapso, la persona retornaba a su ayllu de origen.
Por otra parte, los yanaconas, individuos no adscritos a ningún ayllu, desempeñaban
labores de servicio personal y atendían las tierras particulares de incas y curacas. En el
momento de la llegada de los españoles, los yanaconas eran un sector social en franco
aumento, lo que, según algunos autores, colocaba en peligro la estabilidad del imperio.
Bibliografía:
https://www.redalyc.org/pdf/708/70801706.pdf
NEOLIERAL” Autores.
https://base.socioeco.org/docs/_bitstream_123456789_994_1_teco689.
https://doi.org/10.4067/s0719-26812016000100020