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Alonso Aznar

El linaje de los Aznar es antiguo y de alta condición. Las raíces de este linaje están
muy vinculados a la historia de Gipuzkoa, aunque su actual casa solariega se
encuentra en Jaca. El antecesor más lejano de Alonso del que su familia tiene
constancia es Garsia Acenariz de Ipuscua (García Aznárez de Guipúzcoa),
tenente del Reino de Pamplona, y su esposa Gaila. El linaje de los Aznar ha
estado ligada a las familias reales de Navarra y Aragón como sus hombres de
confianza. Como tal han estado en menor o mayor medida presentes en las
principales batallas frente a los moros de parte de ambos reinos, habiendo sido
recompensados con la propiedad de ciertos territorios de los antiguos condados
catalanes de Ribagorza y Sobrarbe.
El destino de Alonso no era distinto al fijado para sus antecesores. Estando su
vida resuelta desde la cuna, Alonso se criaría como segundo varón de la Casa de
los Aznar de Aragón, únicamente por detrás en derecho de su hermano Marco, su
mellizo, y por delante de sus hermanas Almudena y Águeda que serían
entregadas en matrimonios para posicionar a la familia. El cabeza de familia
había dispuesto a su nacimiento que ambos hermanos compartirían la heredad de
sus tierras y mantendrían un linaje fuerte y hegemónico que perdurase durante las
futuras generaciones al servicio de sus señores. Sin embargo, a medida que
ambos hermanos crecían, las disputas y la competencia fomentada en la familia
por su padre, preparándolos para la vida, crearon una brecha invisible que se fue
ensanchando poco a poco entre los hermanos.
El carácter de Marco era apreciado por la mesnada de su padre. Mesurado,
valiente y esforzado. No era un líder nato, pero la gente lo admiraba y le tenía
respeto. Alonso por su parte también mostraba valentía y tenía los dones de líder
nato. Pero todas sus acciones mostraban que creía siempre merecer más de lo que
se le daba. Hostigaba a sus inferiores y resultaba grosero en sus formas con sus
iguales, nunca se preocupaba demasiado en destacar en nada. Vista su evolución,
una vez le llegaron informes del desempeño de sus hijos como escuderos de dos
de sus hombres de mayor confianza, el padre de Alonso y Marco decidió tomar
una decisión que transformaría drásticamente el destino de ambos jóvenes.
Sucedería durante la celebración que patrocinó el padre de Marco y Alonso para
su “pescozada”, en la cual serían armados caballeros. El padre de Alonso sufragó
una gran celebración en las tierras de su casa señorial, una misa en la Catedral de
San Pedro en la capital del Rieno, Jaca, y una fiesta con un torneo en sus tierras.
De esta forma pretendía el señor engrandecer la reputación de su familia y
afianzar el nombre de sus herederos y, sin saberlo desencadenar la caída en
desgracia de su linaje.
Todo empezó en la víspera de la vigilia para ritual de entrega de las espuelas y
espada, el padre mandó llamar a los dos hijos a su cámara.
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- Toc, Toc, ¿Padre? – llamó Marco. – Pasad – respondió una voz seca desde el
otro lado de la madera. Los hermanos se introdujeron en la cámara del señor del
hogar. – Sentaos – les señaló su padre con un ademán despreocupado. Uno de los
siervos emergió como un fantasma de la pared y les sirvió una copa de vino y
salió por la puerta como un ratón asustadizo.
- Nos has hecho llamar padre, ¿a qué se debe? – le inquirió Alonso. Su padre
paseó la mirada como calibrando el encuentro, sopesando como San Pedro la
medida del espíritu de los dos jóvenes que tenía ante de sí.
– Sabéis que carezco des escrúpulos para andarme por las ramas. Mañana
comenzaréis la vigilia de vuestro ordenamiento. No debéis enfrentarla sin
conocer mis últimas reflexiones sobre vuestro futuro y el de esta familia – caviló
mirando a ambos.
Alonso se removió incómodo en el sillón de arce mientras que Marco clavaba
una mirada inquisitiva en su padre, sin llegar a divisar lo que perseguía por la
ceguera que le producía la lumbre a espaldas de su padre. – No hay mejor forma
de enfrentar esto – inició. – Alonso, desde mañana te será retirada mi heredad –
sentenció con total franqueza.
Alonso agarró con fuerza los brazos de su sillón como para evitar saltar de su
posición. – ¡Padre, eso no es lo acordado! – exclamó con vehemencia mientras
Marco lo miraba con un tono preocupado. – Nos asegurasteis que la familia
reposaría sobre ambos, que nuestros derechos serían equitativos – reclamó
Alonso.
- Conozco perfectamente el contenido de lo acordado hijo, puesto que yo lo
dispuse así. Lo acordado es que el destino de nuestro linaje descanse sobre los
hombros del hombre más adecuado. Lo acordado es que nuestras futuras
generaciones puedan enorgullecerse al contemplar su blasón. Lo acordado… -
dejo en el aire remarcando la inflexión - … es que ambos dispondríais de los
mismos derechos, bajo las mismas responsabilidades – tajo su padre con una voz
que silenció l objeción de Alonso.
– Sí… lo acordado es que los dos hombres que tengo delante, hicieran respetar
nuestros valores y que nuestro pabellón ondease siempre a su favor: Valor,
lealtad, ¡¡¡entrega!!! – bramó.
Alonso no se arredró.
- Poseo sobradamente todo eso, Padre. ¡Lo he demostrado sobradamente! -
– No dudo de tu valor Alonso. Ni tan siquiera de tu lealtad, aunque sea motivada
por las razones equivocadas. Pero tu entrega ha menguado como los arroyos en
verano – puntualizó.
La estocada dejó herido el orgullo del hijo, que miró directamente a su hermano.
– ¿¡Y tú que, hermano!? ¿¡Piensas quedarte ahí sentado dejando madurar la fruta
hasta su caída!? ¿¡No pretenderás al menos encubrir tu regocijo!? – le espetó.
Marco lo miró largamente. – Alonso, no es mi decisión – trató de expresar
Marco. Y con ello sintió como su hermano se alejaba de él, como el lazo que los
ataba como a las dos astas de un arco, se estiraba por la presión del brazo del
destino hasta arrojar su flecha al abismo y partir su cordada.
Alonso se levantó como un vendaval y se giró para salir. – ¡Mantén tu ánimo
Alonso!! No quedarás desvalido si eso te preocupa, nuestra posición no lo
permite. Te será asignado un apanaje a las faldas del Pirineo, únicamente a tu
cargo y pasarás a formar parte de la mesnada de tu hermano. En el futuro, cuando
yo os haya dejado, el decidirá acerca de tu ocupación en eta familia – dijo
mientras Alonso se giraba poco a poco para encararlos con una cara entre la
incredulidad y la rabia. – ¡Pretendes humillarme, menoscabar mi virilidad, mis
derechos, tratarme como un pordiosero…, ¿¡¡y todavía tienes la desfachatez de
hacerme ver la virtud en ello!!?! –
- Tu virilidad la pondrás a prueba en los festejos, con lanza y a caballo, como
dicta la costumbre. En cuanto a tus derechos…has hecho poco buen uso de ellos
durante largo tiempo, así que no lamentes perder, ni reclames a otros de lo que no
has tenido en cuenta valorar. Y ahora puedes ir a preparar tu vigilia, todavía
tienes que ser nombrado caballero – le despachó su padre.
Alonso salió por la puerta golpeándola con rudeza. Se quedó clavado tras ello
boqueando de rabia. Pero todavía tuvo tiempo a escuchar.
– Padre, ¿por qué? Hay manos menos capaces que Alonso que mantienen sus
derechos – argumentó Marco.
– Eso es precisamente porque han tenido tiempo de madurar sus defectos. Tu
hermano pretende no responder ante nadie. Cada invierno que pasa es más altivo,
incluso con mis hombres. Hombres en los que he confiado mi vida en más de una
ocasión y que en el futuro deberán hacerlo con quien me suceda – aclaró el
Padre.
– Si Alonso no es capaz de diferenciar entre que la lealtad del servicio se paga y
la de tus hombres se gana, nunca podrá dirigir su hogar sin mirar por encima de
su hombro. -suspiró. - No es lo que quiero para nuestra familia Marco, no hables
más. Vete con tu hermano y trata de razonar con él, siempre has sabido llevarlo,
incluso dentro del bendito vientre de tu santa madre que en paz descanse – dijo
pesadamente su padre apurando un largo trago de vino.
Marco inclinó la cabeza en señal de respeto y salió por la puerta. Apuró el paso,
pero ya era demasiado tarde, Alonso se había apresurado e introducido en su
cámara para la vigilia de purificación. Era un derecho sagrado del que recibiría
las espuelas y la espada poder acometer el ritual sin interrupciones. Marco se
resignó y se dirigió a su propio dormitorio.
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Como dictaba la tradición, Alonso pasó el día en vigilia, purificando su cuerpo.
Pero su espíritu estaba quebrado por la venenosa voluntad de su padre. Alonso no
era capaz de dejar de pensar en todas las razones que esgrimía su padre.
Recordaba con furia todas las acciones en las que pretendía demostrar su
liderazgo sin fisuras, buscando complacer a su progenitor. Pero su padre había
malinterpretado de cabo a rabo su personalidad.
Pero tal vez tuviera todavía una oportunidad. Si demostraba a su padre su arrojo
y entrega durante el torneo, saliendo victorioso frente a sus principales
mesnaderos y algunos de los caballeros más reconocidos de Aragón y Navarra,
podría demostrarle su error. Así que Alonso, atribulado, pero con un plan en
mente, se engalanó con sus mejores ropas para realizar su vigilia, repasando
mentalmente las responsabilidades y padecimientos de la vida del caballero.
Como ordenaba el canon.
Acto seguido se colocó de pie y permitió que los hombres de armas de la casa
entraran en sus aposentos para colocar correctamente su armadura. Y así, de esa
guisa, embutido en frío metal e hincado de rodillas como ordenaba la tradición,
solicitó la remisión de sus pecados y dicho sea de paso, los de su padre y
hermano.
Durante toda la noche oró y oró, hasta que sus piernas se convirtieron en roca y
su espalda en mares por el peso de su armadura y sus pensamientos.
- San Jorge, dadme valor para enfrentarme a mis demonios. San Jacabo; dadme
fuerza a para arrojarme frente a los enemigos de mi Señor Dios. Santa Catalina,
dadme voluntad para soportar el martirio. Santa María Virgen, mi señora, mediad
por mi frente a vuestro hijo y nuestro Señor Dios para poder hacer frente a mi
destino – repitió una y otra vez, una y otra vez hasta casi quedar sin voz.
Al despuntar el alba, cinco hombres de la casa de su padre le ayudaron a erguirse
y a colocarse un sayo de lino blanco. Así descansaría por tres horas como Dios
Nuestro señor descansó por tres días y acudiría a la misa de su investidura en
todavía en construcción Catedral de San Pedro de Jaca.
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Alonso recordaba poco de como habían alcanzado el centro de Jaca desde la
salida de la casa señorial. Su mente volaba en pensamientos acerca de lo que su
padre había decidido. Pasó como en trance todo el trayecto hasta la ciudad,
aunque a nadie le importó porque se suponía así debía suceder. Solo fue
consciente de donde se encontraba cuando escuchó las campanas de la Catedral
retumbar a lo lejos como anunciando la llegada de la comitiva.
Era un día importante en la capital sin duda, los herederos de un importante señor
del Reino acudían a juramentar en la casa del Señor por su valor, honor,
sabiduría, compasión y generosidad, las virtudes a las que todo caballero debía
dedicar su vida. Alonso levantó la vista y desde la posición privilegiada en lo alto
del camino en picado hacia la ciudad, pudo contemplar la magnificencia del
templo que todavía estaba en construcción.
La catedral era el edificio más imponente del nuevo Reino de Aragón y desde
luego de su capital, Jaca. Desde su posición ya podían contemplarse las tres
naves de la catedral, todavía sin rematar completamente uno de los ábsides,
cubierto por una tela de araña de andamiajes. Poco más tarde, al alcanzar la calle
mayor, los enormes sillares de piedra se hicieron evidentes a medida que la vista
exigía de la postura un ejercicio complicado.
Se decía que el templo era tan admirado, que otras grandes obras del Camino a
Santiago habían empezado a copiar sus motivos. Lo cual era un orgullo para su
cabildo, la ciudad y el propio Reino.
Alonso cedió su montura a uno de los mozos de la comitiva y accedió al recinto a
la par que Marco. Se contemplaron brevemente, como reconociéndose por
primera vez desde su primer parto. El primero les otorgaría la vida, este su
destino. Ese fugaz momento lo recordaría Alonso durante los próximos años.
Ambos intercambiaron, con sus tinieblas, una mirada de determinación. Ninguno
de los dos acertó a saber lo que rondaría por la mente del otro. Y penetraron a la
par en la nave de la catedral.
Para Alonso la misa fue un mero trámite, mecanizada por un conjunto de
preguntas y respuestas, de letanías y oraciones hasta tomar la ostia y el vino.
Cuando llegó el momento de dar la paz al prójimo y recibir el beso de la frente de
su padre, Alonso finalmente lo supo.
Fue lo equivalente a un parpadeo, pero la boca de su padre se quedó
momentáneamente posada en la frente de su hermano. Para Alonso aquello fue
como el movimiento de un árbol que se inclinaba poco a poco en su caída, hasta
que su golpe retumbaba en todo el bosque. Ahora sabía que no había vuelta atrás.
Por mucho que lograse ese día, nunca, nunca, recuperaría el favor de su padre
sobre Marco. Daría igual las lanzas que partiese en la justa o a quien derribase.
Que estúpida y vulgar era su mente. Sus esperanzas eran las de un crío al que le
habían castigado sin el postre y que creía podría obtenerlo con una pequeña
buena acción de último momento. El resto del trámite se quedaría en el olvido.
Con los años Alonso no recordaría nada más de aquel fatídico día que las tres
escenas que formaría su terrorífica Santa Trinidad. Su infierno personal noche
tras noche tras conseguir sus espuelas y su espada. El Padre, con el beso recibido
por Marco. El Hijo, por la silenciosa mirada de Marco. El Espíritu Santo, el
fragmento de asta ensangrentada que sobresalía de la armadura de su hermana a
la altura del cuello.

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