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TESIS SOBRE LA INTERNACIONAL SITUACIONISTA Y SU TIEMPO

GUY DEBORD / GIANFANCO SANGUINETTI

Publicado originalmente en La véritable scission dans l'Internationale, Paris, Champ Libre, 1972,
traducción de Juan Fonseca publicada en DEBATE LIBERTARIO 2 - Serie Acción directa - Campo
Abierto Ediciones Primera edición: mayo 1977.
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1.- La Internacional Situacionista se ha impuesto en un momento de la historia universal como el


pensamiento del hundimiento del mundo, hundimiento que acaba de comenzar ante nosotros.

2.- El ministro del Interior Francés y los anarquistas italianos federados experimentan idéntica cólera:
ningún proyecto tan extremista, declarándose en una época aparentemente tan hostil, había arruinado en
tan poco tiempo su hegemonía en la lucha de ideas, producto de la historia de la lucha de clases. La teoría,
el estilo, el ejemplo de la I.S. las adoptan hoy millares de revolucionarios en los principales países
desarrollados pero, más profundamente, es el conjunto de la sociedad moderna el que parece haberse
convencido de la verdad de las perspectivas situacionistas o bien para realizarlas o bien para combatirlas.
Libros y textos de la I.S. se traducen y se comentan por todas partes. Sus planteamientos se discuten tanto
en las fábricas de Milán como en la Universidad de Coimbra. Sus principales tesis, de California a
Calabria, de España a Escocia, de Belfast a Leningrado, se infiltran en la clandestinidad o se proclaman en
la lucha abierta, los intelectuales que comienzan en este momento su carrera se ven obligados a
manifestarse como situacionistas modernos o como semi-situacionistas, aunque sólo sea para demostrar
que son capaces de comprender el último momento del sistema que los emplea. Si se puede denunciar por
todas partes la injerencia difusa de la I.S. se debe a que la I.S. es sólo la expresión concentrada de una
subversión histórica que se encuentra por todas partes.

3.- Lo que se denomina "ideas situacionistas" no es otra cosa que las primeras ideas del período de
reaparición del movimiento revolucionario moderno; lo que hay en ellas de radicalmente nuevo
corresponde precisamente a los nuevos caracteres de la sociedad de clases, el desarrollo real de sus
triunfos pasajeros, de sus contradiciones y de su opresión. Por todo lo demás, se trata evidentemente del
pensamiento revolucionario nacido en los dos últimos siglos, el pensamiento de la historia que se ha
revuelto sobre las condiciones presentes como las propias; no "revisado" a partir de sus posiciones
ambiguas legadas como un problema a los ideólogos, sino transformado por la historia actual. La I.S. ha
triunfado porque simplemente ha explicado "el movimiento real que suprime las condiciones existentes" y
ha sabido "expresarlo": es decir ha sabido hacer que se oyera la parte subjetivamente negativa del
proceso, a su lado malo, su propia teoría desconocida, la que crea ese lado de la práctica social y que ella
no conoce. La I.S. pertenece a ese "lado malo". Finalmente no se trata, por supuesto, de la teoría de la I.S.
sino de la teoría del proletariado.

4.- Cada momento de ese proceso histórico de la sociedad moderna que realiza y abole el mundo de la
mercancía, y que contiene igualmente el momento antihistórico de la sociedad constituida en espectáculo,
ha llevado a la I.S. a ser todo lo que ella podría ser. En lo que se convierte la práctica social, en el
momento que se manifiesta ahora como una nueva época, la I.S. debe reconocer su verdad; saber lo que
ella ha querido y lo que ella ha hecho y como lo ha hecho.

5.- La I.S. no ha previsto solamente la subversión del proletariado moderno; ha llegado con ella. No la ha
anunciado como un fenómeno exterior, por extrapolación guía del cálculo científico: había ido a su
encuentro. No liemos colocado en "todas las cabezas" nuestras ideas, por una influencia exterior como
sólo puede hacerlo, sin un éxito duradero, el espectáculo burgués o burocrático totalitario. Hemos
declarado las ideas que estaban forzosamente en las cabezas de los proletarios y declarándolas hemos
contribuido a activarlas, a criticarlas en actos teóricamente, y a hacer del tiempo su tiempo. Lo que se
haya censurado en primer lugar en el espíritu de las gentes está también censurado en el espectáculo, si ha
podido expresarse socialmente. Esa censura se ejerce seguramente hoy sobre casi la totalidad de los
proyectos revolucionarios y del deseo revolucionario en las masas. Pero ya la teoría y la crítica en actos
han creado una inolvidable brecha en la censura espectacular. La acción negadora de la crítica proletaria
ha salido a la luz; ha adquirido una memoria y un lenguaje. Ha emprendido el juicio del mundo y, no
teniendo las condiciones dominantes nada para defender su causa, la sentencia sólo plantea el problema
que ella puede resolver: el de su ejecución.

6.- Tal como había sucedido en los movimientos pre-revolucionarios de los tiempos modernos, la I.S. ha
proclamado abiertamente sus fines, y la mayoría de las gentes han creído que se trataba de una bufonada.
El silencio a este respecto de los especialistas de la observación social y de los ideólogos de la alienación
obrera durante una decena de años -período muy corto en la escala de tales acontecimientos-, aunque
perturbado hacia el final por el estruendo de algunos escándalos, considerados equivocadamente como
periféricos y sin futuro, no había preparado la falsa conciencia de la intellegentsia sometida sin enterarse
de nada de lo que ha estallado en Francia en el 68, y desde entonces no ha hecho otra cosa que
profundizarse y extenderse. Es a partir de la demostración aportada por la historia, y de ninguna manera
por la elocuencia situacionista, lo que ha revelado, sobre este punto y otros más, las condiciones de
ignorancia y de seguridad ficticia mantenidas por la organización espectacular de las apariciencias. Sólo
se puede probar dialécticamente que se tiene razón manifestándose en el momento de la razón dialéctica.
El movimiento de las ocupaciones, desde el momento que ha encontrado partidarios en las fábricas de
todos los países, se ha presentado a los señores de la sociedad y a sus ejecutivos intelectuales tan
incompresible como terrorífico. Las clases propietarias tiemblan todavía, pero lo comprenden mejor. A la
conciencia oscurecida de los especialistas del poder, esa crisis revolucionaria se ha presentado de entrada
bajo la figura de la pura negación sin pensamiento. El proyecto que enunciaba, el lenguaje que mantenía,
no era traducible para los gerentes del pensamiento sin negación, empobrecido hasta los últimos extremos
por largos decenios de monólogo maquinal; donde la insuficiencia se impone a sí misma en tanto que non
plus ultra; donde la mentira ha llegado a no crear sino en sí misma. A quien reina por el espectáculo y en
el espectáculo, es decir, con el poder práctico del modo de producción que se ha "separado de sí mismo" y
se ha edificado un imperio independiente en el espectáculo, el movimiento real que ha permanecido
exterior al espectáculo y que lo interrumpe por primera vez, se presenta como la irrealidad misma
realizada. Pero lo que ha hablado tan alto en Francia en ese momento sólo era ese mismo movimiento
revolucionario que había comenzado a manifestarse calladamente en otros lugares. La rama francesa de la
Santa Alianza de los poseedores de la sociedad ha visto en ese oleaje su muerte inminente; luego se ha
creído definitivamente salvada; después ha vuelto de esos dos errores. Para ella cono para sus asociados
ha comenzado otra época. Se descubre que el movimiento de las ocupaciones tenía desgraciadamente
algunas ideas y que se trataba de ideas situacionistas: los mismos que las ignoran determinan sus
posiciones a partir de ellas. Los explotadores esperan contenerlos todavía, pero desesperan de olvidarlas.

7.- El movimiento de las ocupaciones ha sido el esbozo de una revolución situacionista, pero no ha pasado
de ser el esbozo de una revolución y de la conciencia situacionista de la historia. Fue en ese momento
cuando una generación, internacionalmente, ha comenzado a ser situacionista.

8.- La nueva época es profundamente revolucionaria y sabe que lo es. A todos los niveles de la sociedad
mundial no se puede ya y no se quiere continuar como antes. En las alturas no se puede gestionar
tranquilamente el curso de las cosas, ya que se descubre en ellas que las primicias de la superación de la
economía no están solamente maduras: han comenzado a pudrirse. En la base no se quiere ya sufrir lo que
sucede y es la exigencia de la vida lo que se ha convertido actualmente en un programa revolucionario. La
resolución de hacer cada uno su historia, ese es el secreto de todos "las salvajes" e "incomprensibles"
negociaciones que ridiculizan el orden nuevo.

9.- El mundo de la mercancía, que era esencialmente inhabitable, lo ha llegado a ser visiblemente. Ese
conocimiento lo producen dos movimientos que reaccionan el uno contra el otro. Por una parte el
proletariado quiere poseer toda su vida y poseerla como vida, como la totalidad de su realización posible.
Por otro, la ciencia dominante, la ciencia de la dominación, calcula ahora con exactitud el crecimiento
cada día más acelerado de las contradicciones internas que suprimen las condiciones generales de la
supervivencia en la sociedad de la desposesión.

10.- Los síntomas de la crisis revolucionaria se acumulan por millares y son de tal gravedad que el
espectáculo está obligado ahora a hablar de su propia ruina. Su falso lenguaje choca a sus enemigos reales
y a su desastre real.

11.- El lenguaje del poder ha llegado a ser furiosamente reformista. Muestra la felicidad por todas partes
en vitrinas y vendida al mejor precio. Denuncia los defectos omnipresentes del sistema. Los poseedores de
la sociedad han descubierto de repente que todo tiene que cambiar a corto plazo, tanto la enseñanza como
el urbanismo, la manera como se vive el trabajo y las orientaciones de la tecnología. En resumen, este
mundo ha perdido la confianza de todos sus gobernantes; se propone entonces disolverlo y construir otro.
Observan, sin embargo, que están ellos más cualificados que los revolucionarios para emprender una
transfomación que exige tanta experiencia y tantos medios; que son ellos quienes los poseen y quienes
están habituados a utilizarlos. Son entonces -las cosas claras- los ordenadores quienes adquieren el
compromiso de programar lo cualitativo y los gerentes de la polución quienes se dan como tarea
prioritaria dirigir la lucha contra la propia polución. Pero el capitalismo moderno se presentaba
anteriormente ya, frente a los fracasos antiguos de la revolución, como un refonnismo que había triunfado.
Se pavoneaba de haber conseguido la libertad y la felicidad de la mercancía. Acabaría igualmente un día
con sus esclavos asalariados; y si no con el salario, al menos con los abundantes residuos de privaciones y
excesivas desigualdades heredadas de su período de formación -más exactamente de esas privaciones que
reconocía como tales-. Promete hoy liberar, además, de todos los peligros y malestares nuevos que está
precisamente a punto de producir masivamente, como característica esencial de la mercancía más
moderna tomada en su conjunto; y es la misma producción en expansión, tan alabada hasta ahora como el
correctivo último de todo, la que se va a corregir a sí misma, siempre bajo el control exclusivo de los
mismos patronos. La derrota del viejo mundo aparece plenamente en ese ridículo lenguaje de la
dominación descompuesta.

12.- Las costumbres mejoran. El sentido de las palabras participa de ello. Por todas partes se ha perdido el
respeto a la alienación. La juventud, los obreros, las gentes de color, los homoxesuales, las mujeres y los
niños quieren todo lo que les estaba prohibido; al mismo tiempo que rechazan la mayor parte de los
miserables resultados que la antigua organización de la sociedad de clases permitía obtener y apoyar. No
quieren ya jefes, ni familia, ni Estado. Critican la arquitectura y aprenden a hablarse. Y enfrentándose
contra cien opresiones particulares, rechazan de hecho el trabajo alienante. Lo que quieren ahora es la
abolición del asalariado. Cada parcela del espacio social, cada día más manipulado por la producción
alienada y sus planificadores, se convierte en un nuevo terreno de lucha, desde la escuela primaria a los
transportes comunitarios, los asilos psiquiátricos y las prisiones. Todas las iglesias se descomponen. Sobre
la vieja tragedia de la expropiación de las revoluciones obreras por la clase burocrática, que se ha
convertido en los veinte años precedentes en simple comedia exótica, el telón cae con un estadillo de risa
general. Castro se ha convertido en reformista en Chile, poniendo en escena la parodia de los procesos de
Moscú, después de haber condenado en 1968 el movimiento de las ocupaciones y la revuelta mejicana,
mientras aprobaba con todo calor la acción de los tanques rusos en Praga; la burlesca unidad bicéfala de
Mao y de Lin Piao, en el mismo momento en que sus últimos fieles espectadores occidentales, burgueses
o gochistas, señalaban al fin el remate de su triunfo en la larga marcha que divide a los explotadores de
China, cae en el desorden terrorista de esa burocracia rota en pedazos (no se trataba de negociar o negarse
a negociar con los Estados Unidos, sino de saber quién recibiría a Nixon en Pekin y a su séquito). Si la
humanidad se puede separar gozosamente de su pasado, se debe a que la seriedad ha vuelto al mundo con
la historia misma, que lo reunifica en su verdad. Sin duda la crisis de la burocracia totalitaria, en tanto que
parte de la crisis general del capitalismo, reviste caracteres específicos, tanto por los modos socio-
jurídicos particulares de apropiación de la sociedad por la burocracia constituida en clase como a
consecuencia de su evidente retraso en el desarrollo de la producción de mercancías. La burocracia ocupa
su lugar en la crisis de la sociedad moderna, principalmente porque es el proletariado quien va a abolirla.
La amenaza de la revolución proletaria, que domina desde hace tres años toda la política de Italia, tanto de
la burguesía como de los partidos stalinistas, y conduce a la asociación abierta en función de sus comunes
intereses, pesa igualmente sobre la burocracia soviética; retrasar el levantamiento de los obreros de Rusia
constituye el verdadero proyecto de su estrategia mundial -que lo temía todo del proceso checoslovaco y
nada de la independencia burocrática rumana-, y el de sus polícias y sus psiquiátricos. Ya a lo largo de las
costas del Báltico los marinos y los estibadores han vuelto a comunicarse sus experiencias y sus
proyectos. En Polonia, en la huelga insurreccional de diciembre del 70, los obreros han logrado
quebrantar a la burocracia y reducir el margen de maniobra de sus economistas: el aumento de los precios
se ha retirado, los salarios han aumentado, el gobierno ha caído, la agitación ha permanecido. Pero la
sociedad americana se descompone igualmente, hasta en su ejército en Vietnam, transformado en el
ejército de la droga, que es necesario retirar porque sus soldados no quieren batirse: se batirán en los
Estados Unidos. Las huelgas salvajes recorren Europa, desde Suecia a España, y son actualmente los
directores de industria o sus periodistas quienes les leen la cartilla a sus obreros para intentar persuadirles
de la utilidad del sindicalismo. En esas "bacanales de la verdad donde nadie permanece sereno", la
revolución proletaria no fallará esta vez; podrá alimentarse de la guerra civil que se inicia con la cuestión
irlandesa.
13.- En los explotadores y en muchas de sus víctimas que han renunciado definitivamente a su propia vida
dando al orden reinante una aquiescencia neurótica, la decadencia y la caída de ese orden se presienten
con angustia y furor. Esas emociones se traducen a un primer nivel por un miedo y un odio a la juventud,
que llevado a tales dimensiones no tiene precedentes. Pero en el fondo solo tienen miedo a la revolución.
No es la juventud, en tanto que situación pasajera, lo que amenaza el orden social; es la crítica
revolucionaria moderna, en actos y en teoría, que se amplifica cada año, a partir de un punto de salida
histórico que acabamos de vivir. Comienza en la juventud de un momento, pero no envejecerá. El
fenómeno no tiene nada de cíclico; es acumulativo. La juventud no producía escalofríos a nadie, cuando
su agitación parecía limitarse todavía al medio estudiantil; y es en ese medio donde se recluta el gochismo
neo-burocrático, que solo es la institutriz del viejo mundo, donde se disfraza con la panoplia de algunos
héroes-papás, que se cuentan entre los fundadores de la sociedad existente. La juventud ha empezado a ser
temible cuando se ha constatado que la subversión había ganado a la masa de los jóvenes trabajadores; y
que la ideología jerárquica del izquierdismo no conseguía recuperarla. Es esa juventud a la que se
encarcela y la que se amotina en las prisiones. Es un hecho que la juventud, aunque le queda mucho por
comprender e inventar, y aunque conserva, sobre todo entre los diferentes tipos de aprendices
revolucionarios-profesionales, numerosas trabas, nunca fue tan inteligente ni tan resuelta a destruir la
sociedad establecida (la poesía que está en la I.S. puede ser leída actualmente por una muchacha de
catorce años, cumpliéndose así los deseos de Lautréamont). Quienes reprimen a la juventud quieren en
realidad defenderse contra la subversión del proletariado con la cual se la identifica ampliamente, y que
ellos identifican todavía más; y aquellos que realizan los amalgama se dan cuenta que están condenados.
El pánico ante la juventud, que se quiere enmascarar con tantos análisis ineptos y exhortaciones
pomposas, se funda sobre el siguiente cálculo: dentro de doce años o quince años los jóvenes serán
adultos, los adultos serán viejos, los vicios habrán muerto. Los responsables de la clase en el poder tienen
en pocos años que invertir necesariamente la baja tendencial de su tasa de control sobre la sociedad; y se
dan cuenta de que no la invertirán.

14.- Mientras el mundo de la mercancía es rechazado por el proletariado con una profundidad que no
había alcanzado nunca, y que es la única que conviene a sus fines -una crítica de la totalidad-, el
funcionamiento del sistema económico ha entrado por sí mismo, por su propio movimiento, en el camino
de la autodestrucción. La crisis de la economía, es decir del fenómeno económico completo, crisis cada
día más patente en los últimos decenios, acaba de traspasar un dintel cualitativo. Hasta la antigua forma de
la simple crisis económica que el sistema había conseguido superar, se sabe que reaparece, durante el
mismo período, como una posibilidad de porvenir inmediato. Se trata del efecto de un doble proceso. Por
una parte, el proletariado, no solamente en Polonia también en Inglaterra o en Italia, bajo la figura de los
obreros que escapan al encuadramiento sindical, imponen reivindicaciones de salarios y condiciones de
trabajo que perturban gravemente las previsiones y las decisiones de los economistas estatales que dirigen
la buena marcha del capitalismo ntrado. La negación de la actual organización del trabajo en las fábricas
es ya una negación directa de la sociedad que se fundamenta sobre esa organización; y en ese sentido
algunas huelgas italianas han estallado inmediatamente después de que los patronos hubiesen aceptado
todas las reivindicaciones procedentes. Pero la simple reivindicación salarial, cuando es frecuentemente
renovada y siempre que fija un porcentaje de aumento suficientemente elevado, muestra claramente que
los trabajadores adquieren conciencia de su miseria y de su alienación sobre el conjunto de su existencia
social, que ningún salario podrá nunca compensar. Por ejemplo, habiendo ordenado el capitalismo como
quiso la "ecología" extra-urbana de los trabajadores, estos tendrán que exigir que se les paguen las horas
insufribles del transporte diario porque de hecho son un verdadero tiempo de trabajo. En todas esas luchas
en las que se reconoce el proletariado, el capitalismo se acepta todavía; sin embargo solo se acepta en
tanto que forma aparentemente mal adaptada y perpetuamente desbordada. Pero los sindicatos no pueden
durar indefinidamente en tal coyuntura sociopolítica; se dan cuenta de que se gastan. En los discursos de
los ministros burgueses y de los burócratas estalinistas, el mismo miedo encuentra palabras idénticas: ¿Es
que otra vez va a pasar lo del 68? No, eso no debe volver a ocurrir". (Declaración de Marchais en
Strasburgo el 22 de febrero de 1972). Por otra parte el proletariado de la sociedad de la abundancia de
mercancías, como consumidores que gozan de miserables "bienes semi-duraderos" con los que han sido
saturados ampliamente, crea amenazadoras dificultades para el desarrollo de la producción. De forma que
el único fin confesado del desarrollo actual de la economía, y que es efectivamente la única condición de
la supervivencia de todos en el cuadro del sistema que reposa sobre le trabajo-mercancía, la creación de
nuevos empleos, se enfrenta con la dificultad de crear empleos que los trabajadores ya no quieren
desempeñar; con el fin de producir esos bienes que no quieren comprar. Pero es a un nivel mucho más
profundo donde es necesario comprender que la economía mercantil, con esa tecnología precisa cuyo
desarrollo es inseparable del de esa economía, ha entrado ya en la agonía. La aparición reciente en el
espectáculo de una ola de discursos moralizadores y promesas de remedios detallados a propósito de lo
que los gobiernos y sus medios de comunicación de masas llaman la polución, quiere disimular y revelar
simultáneamente esta evidencia: el capitalismo ha presentado la prueba de que no puede desarrollar por
más tiempo las fuerzas productivas. No es cuantitativamente -algunos lo habrían comprendido entonces-
como se habrá mostrado incapaz de proseguir ese desarrollo, sino cualitativamente. Sin embargo, aquí la
cualidad no es una exigencia estética o filosófica: es una cuestión histórica por excelencia. La de las
posibilidades de la continuación de la vida de la especie. Las palabras de Marx: "O el Proletariado es
revolucionario o no lo es" encuentran actualmente su verdadero sentido; y el proletariado que llega ante
esa alternativa concreta es efectivamente la clase que realiza la disolución de todas las clases. "Las cosas
han llegado a un punto en que los individuos deben apropiarse la totalidad de las fuerzas productivas, no
solamente para poder afirmarse a sí mismas, sino también, en suma, para asegurar su existencia"
(Ideología alemana).

15.- La sociedad tiene todos los medios técnicos para alterar las bases biológicas de la existencia sobre la
tierra y es esa sociedad igualmente la que, por el mismo desarrollo técnico-científico separado, dispone de
todos los medios de control y de previsión matemáticos indudables para medir exactamente por
adelantado hasta qué grado de descomposición del medio humano puede llegar -y hacia qué datos, según
una prolongación óptima o no- el crecimiento de las fuerzas productivas alienadas de la sociedad de
clases. Ya se trate de la polución química del aire respirable o de la falsificación de los alimentos, de la
acumulación irreversible de la radioactividad por el empleo industrial de la energía nuclear o de la
deterioración del ciclo del agua, desde las bolsas subterráneas a los océanos, de la lepra urbanística que se
instala de manera creciente en el lugar donde estaban las ciudades y el campo o de la explosión
demográfica, de la progresión de los índices de suicidio y de las enfermedades mentales o del dintel
peligroso por la nocividad del ruido, por todas partes los conocimientos parciales sobre la imposibilidad,
según los casos más o menos urgentes o más o menos mortales, constituyen, en tanto que conclusiones
científicas especializadas que permanecen meramente yuxtapuestas, un cuadro de la degradación general y
de la impotencia también general. Ese lamentable esbozo del mapa del territorio de la alienación, poco
antes de su hundimiento, se efectúa naturalmente a la manera como ha sido construido el territorio mismo:
por sectores separados. Sin duda esos conocimientos parcelarios se ven obligados a saber, por la
concordancia desgraciada de todas sus observaciones, que cada modificación eficaz y rentable a corto
plazo sobre un punto determinado repercute sobre la totalidad de las fuerzas en juego y puede entrañar
posteriormente una pérdida decisiva. Sin embargo, tal ciencia, sirvienta del modo de producción de las
aporías del pensamiento que la ha producido, no puede concebir una verdadera transformación del curso
de las cosas. No sabe pensar estratégicamente, lo que por otra parte nadie le exige; y no posee los medios
prácticos de intervención. Solo puede discutir por tanto del plazo y de los mejores paliativos que, si fueran
aplicados firmemente, la harían perder terreno. Esta ciencia muestra también hasta la caricatura, la
imbecilidad del coronamiento sin utilización y la nada del pensamiento no dialéctico en una época
dominada por el movimiento del tiempo histórico. Así el viejo slogan "La revolución o la muerte " no es
hoy la expresión lírica de la conciencia revuelta, es la última palabra del pensamiento científico de nuestro
siglo. Pero esa palabra sólo la puede decir los otros; y no ese envejecido pensamiento científico de la
mercancía, que descubre las bases insuficientemente racionales de su desarrollo en el momento en elque
todas las aplicacionesse despliegan en el poder de la práctica social plenamente irracional. Se trata del
pensamiento de la separación, que no ha podido incrementar nuestro dominio material más que por las
vías metodológicas de la separación, y que encuentra al fin esa separación realizada en la sociedad del
espectáculo y en su auto-distribución.

16.- La clase que acapara el beneficio económico, no teniendo otro fin que conservar la dictadura de la
economía independiente sobre la sociedad, ha debido hasta hoy considerar y dirigir la incesante
multiplicación de la productividad del trabajo industrial como si se tratase siempre del modo de
produccion agrario. Ha perseguido constantemente el máximo de producción puramente cuantitativa, a la
manera de las sociedades antiguas que, incapaces realmente de hacer retroceder los límites de la penuria
real, tenían que recoger en cada estación todo lo que podía ser recogido. Esa identificación con el modelo
agrario se traduce en el modelo pseudo-cíclico de la abundante producción de mercancías en la que se ha
integrado científicamente la usura a los objetos producidos, así como a sus imágenes espectaculares, para
mantener artificialmente el carácter estacionario del consumo, que justifica la incesante aceleración del
esfuerzo productivo y mantiene la proximidad de la penuria. Pero la realidad acumulativa de esa
producción indiferente a la utilidad o a la nocividad, indiferente a su propio poder, que prefiere ignorar,
no se ha dejado olvidar y vuelve bajo la forma de la polución. La polución es entonces una desgracia del
pensamiento burgués que la burocracia totalitaria solo puede imitar pobremente. Es el estadio supremo de
la ideología materializada, la abundancia efectivamente envenenada de la mercancía y la lluvia miserable
del esplendor ilusorio de la sociedad espectacular.

17.- La polución y el proletariado son actualmente los dos polos concretos de la crítica de la economía
política. El desarrollo universal de la mercancía se ha verificado enteramente en tanto que culminación de
la economía política, es decir en tanto que renuncia a la vida. Cuando todo ha entrado en la esfera de los
bienes económicos, hasta el agua de las fuentes y el aire de las ciudades, todo se ha convertido en el mal
económico. La simple sensación inmediata de los ruidos y de los peligros, cada trimestre más opresores,
que golpean a todos y principalmente a la gran mayoría, es decir a los pobres, constituye ya un inmenso
factor de revuelta, una exigencia vital de los explotados, tan materialista como la ha sido la lucha de los
obreros del siglo XIX para poder comer. Ya el remedio para el conjunto de las enfermedades que crea la
polución, en este estadio de su riqueza mercantil, es demasiado caro para ella. Las relaciones de
producción y las fuerzas productivas han alcanzado un punto de incompatibilidad radical, porque el
sistema social existente ha ligado su suerte a la consecución de una deterioración literalmente insoportable
de todas las condiciones de vida.

18.- Con la nueva época aparece esta admirable coincidencia: la revolución es deseada bajo una forma
total en el mismo momento en que solo puede realizarse bajo una forma total y cuando el funcionamiento
de la sociedad se ha hecho absurdo e imposible fuera de esa realización. El hecho fundamental no es tanto
que existan todos los medios materiales para la construcción de la vida libre de una sociedad sin clases; se
trata más bien de que el ciego subempleo de esos medios por la sociedad de clases no puede ni
interrumpirse ni ir más lejos. Jamás tal conjunción ha existido en la historia del mundo.

19.- La fuerza productiva más importante es la clase revolucionaria. El desarrollo más importante de las
fuerzas productivas actualmente posible es simplemente el uso que puede hacer la clase de la conciencia
histórica, en la producción de historia como campo de desarrollo humano, dándose los medios prácticos
de esa conciencia: los futuros consejos revolucionarios en los cuales la totalidad del proletariado tendrá
que decidirlo todo. La definición necesaria y suficiente del Consejo moderno -para diferenciarlo de sus
débiles tentativas primitivas destruidas antes de haber podido seguir la lógica de su propio poder y por eso
conocerlo- es el cumplimiento de unas tareas mínimas, que son la regulación práctica definitiva de todos
los problemas que la sociedad de clases no consigue hoy resolver. El derrumbe brutal de la producción
prehistórica, tal como solo puede conseguirlo la revolución social de la que hablamos, es la condición
necesaria y suficiente para el comienzo de la época de la gran producción histórica; la tarea indispensable
y urgente de la producción del hombre por sí mismo. La amplitud de las tareas actuales de la revolución
proletaria se explica precisamente por la dificultad que experimenta para conquistar los primeros medios
de la formulación y la comunicación de su proyecto: organizarse de manera autónoma y, desde esa
organización determinada, comprender y formular explícitamente la totalidad de su proyecto en las luchas
que mantiene ya en estos momentos. De esa manera caerá igualmente el monopolio espectacular del
diálogo social y de la explicación social. El mundo entero se parecerá a Polonia: cuando los obreros se
reunen libremente y sin intermediarios para discutir sus problemas, el Estado comienza a disolverse. Se
puede también descifrar la fuerza de la subversión proletaria que crece por todas partes desde hace cuatro
años por este hecho negativo: va más allá de las reivindicaciones explícitas que han podido afirmarse
otras veces desde movimientos obreros que iban menos lejos y que creían conocer sus programas, pero
que los conocían en tanto que programas menores. El proletariado no ha llegado a ser en ninguna parte la
"Clase de la conciencia" por algún talento intelectual o alguna vocación ética, ni mucho menos por el
placer de realizar la filosofía, sino simplemente porque no tiene otro camino que el de apoderarse de la
historia en la época en la que los hombres se encuentran "obligados a considerar con ojo desengañado las
condiciones de su existencia y sus relaciones recíprocas" (Manifiesto Comunista). Lo que hace a los
obreros dialécticos no es otra cosa que la revolución que van a hacer por primera vez ellos mismos.

20.- Richard Gombin, en Los orígenes del izquierdismo, señala que las sectas marginales en cualquier
situación adquieren el aspecto de un movimiento social, con lo cual se ha demostrado indirectamente que
el marxismo-leninismo organizado no es ya un movimiento revolucionario. En lo que Gombin designa
bajo el término, poco adecuado, de izquierdismo se niega a colocar a las neoburocracias, desde los
numerosos trotkismos a los diferentes maoísmos. Aunque se muestra de lo más acogedor para algunos
semicríticos balbucientes de la inteligencia sometida de los últimos treinta años, en los orígenes del nuevo
movimiento revolucionario solo encuentra, con excepción de la tradición pannekoista del comunismo de
los consejos, a la I.S.. Aunque "sus inmensas ambiciones merecen ya el que se hable de ella", la
subversión actual no es probable evidentemente, según Gombin, que la convierta en dueña de la sociedad
mundial. Considera que lo contrario podría producirse, a saber el perfeccionamiento absoluto de la "era de
la dirección", de manera que esa subversión no apareciera ya históricamente sino como el último
sobresalto de la vana revuelta contra un universo que tiende a la organización racional de todos los
aspectos de la vida".

Pero como es fácil constatar, tanto en el libro de Gombin como en otros lugares, ese universo, a pesar de
sus bellas intenciones y de sus engañosas justificaciones, no ha hecho otra cosa que seguir los caminos de
la irracionalización galopante que culmina en su asfixia actual, y la alternativa que formula ese sociólogo
no tiene ninguna realidad. No se puede, sobre tales asuntos, ser más moderado que Gombin; y solo la
desgracia de los tiempos ha podido obligar a la sociología a preocuparse por su estudio. Y sin embargo
Gombin llega, por torpeza, a no dejar a sus lectores otra conclusión posible que una audaz seguridad
sobre la inevitabilidad de la revolución.

21.- Cuando cambian todas las condiciones de la vida social, la I.S., en el centro de ese cambio, ve cómo
las condiciones en las que ha actuado se han transformado más velozmente que todo lo demás. Ninguno
de sus miembros lo ignoraba, ni pensaba negarlo, pero de hecho muchos no querían tocar la I.S. No
pretendían conservar las actividades situacionistas pasadas, sino su imagen.

22.- Una parte importante del éxito histórico de la I.S. le provenía de ser a su vez contemplada, - y en tal
contemplación la crítica sin concesiones de todo lo que existe se apreciaba positivamente por un sector
muy extendido de la impotencia convertida en pro-revolucionaria. La fuerza de lo negativo puesta en
juego contra el espectáculo la admiraban también servilmente como espectadores. La conducta pasada de
la I.S. había estado dominada enteramente Por la necesidad de actuar en una época que, primeramente, no
quería oír hablar de ella. Rodeada de silencio, la Internacional Situacionista no tenía ningún apoyo y
elementos de su actividad se les recuperaba constantemente contra ella. Era necesario esperar el momento
en que pudiese ser juzgada, no por los aspectos superficialmente escandalosos de algunas manifestaciones
por las cuales aparecía, sino por su verdad esencialmente escandalosa (I.S. Nº 11 octubre 1967). La
afirmación tranquila del extremismo más general, como las numerosas exclusiones de situacionistas
ineficaces o indulgentes, fueron las armas de la I.S. para ese combate; y no para llegar a ser una autoridad
o un poder. Así, el tono de fiereza cortante, tan utilizado en algunas formas de expresión situacionistas,
era legítimo, por la enormidad de la tarea y porque ha llenado una función permitiendo la continuación y
el triunfo. Pero ha dejado de convenir desde que la I.S. se ha hecho reconocer por una época que ya no
considera el proyecto situacionista como inverosímil; precisamente porque la I.S. había triunfado, su tono
se había puesto, al menos para nosotros, fuera de moda. Sin duda la victoria de la I.S. es tan discutible
como pueda serlo la que el proletariado ha alcanzado por el mero hecho de que ha recomenzado la lucha
de clases -la parte visible de la crisis que emerge en el espectáculo no tiene medida con su profundidad- y
al igual que esa victoria, estará en suspenso hasta que los tiempos prehistóricos hayan terminado. Pero
para quien sabe escuchar "el latido de la hierba", esa victoria es indiscutible. La teoría de la I.S. ha pasado
a las masas. No se la puede ya liquidar en su soledad primitiva. Es seguro que puede también falsificarse,
pero en condiciones muy diferentes. Ningún pensamiento histórico puede confiar por adelantado en que
no va a sufrir incomprensiones o falsificaciones. Como no pretendía aportar un sistema definitivamente
coherente y terminado, todavía menos podía esperar presentarse por lo que ella es de una manera tan
perfectamente rigurosa que la estupidez y la mala fe dejaran de funcionar en cada uno de los que tienen
que ver con ella; y de tal forma que una lectura verdadera, y una sola, se impusiese universalmente.
Semejante pretensión idealista no se sostiene si no es por un dogmatismo abocado al fracaso; y el
dogmatismo es ya la derrota desde el comienzo de tal pensamiento.

Las luchas históricas que corrigen y mejoran toda la teoría de este tipo, son también el terreno de los
errores de interpretación reductores como, frecuentemente, rechazos interesados de la admisión del
sentido más unívoco. La verdad solo puede imponerse convirtiéndose en fuerza práctica. Manifiesta que
ella es verdad en que necesita de fuerzas reducidas para aniquilar a otra mucho más poderosas. De forma
que si la teoría de la Internacional Situcionista todavía no es comprendida o se traduce abusivamente,
como ha sucedido a veces a la de Marx y a la de Hegel, sabrá volver en toda su autenticidad cada vez que
suene históricamente su hora, comenzando por hoy mismo. Hemos salido de la época en que podíamos ser
clasificados o arrasados sin apelación, por lo que nuestra teoría se beneficia ahora, para lo mejor como
para lo peor, de la colaboración de las masas.

23.- Ahora que el movimiento revolucionario está decidido a intentar hablar seriamente de la sociedad , es
en sí mismo donde debe encontrar la guerra que antes llevaba, unilateralmente, sobre la periferia lejana de
la vida social, apareciendo en primer lugar como complemento extraño a todas las ideas que esa sociedad
podía entonces enunciar sobre lo que creía ser. Cuando la subversión invade la sociedad y extiende su
sonrisa en el espectáculo, las fuerzas espectaculares del presente se manifiestan también en el interior de
nuestro partido -"partido en el sentido eminenetemente histórico del término"-, porque ha debido tomar
efectivamente a su cargo la totalidad del mundo existente, comprendiendo también sus insuficiencias, sus
ignorancias y sus alienaciones. Hereda toda la miseria, y también la miseria intelectual, que el viejo
mundo ha producido; pues en último término la miseria es su verdadera causa, aunque le haya sido
necesario sostener tal causa con dignidad.

24.- Nuestro partido entra en el espectáculo como enemigo, pero como enemigo conocido. La antigua
oposición entre la teoría crítica y el espectáculo apologético "ha sido elevada al elemento superior
victorioso y se presenta bajo una forma clarificada". Los que contemplan solamente las ideas y las tareas
revolucionarias de hoy, y en particular las de la I.S., con el fanatismo de una pura aprobación desarmada,
manifiestan con ello sobre todo que cuando el conjunto de la sociedad está obligado a convertirse en
revolucionario, un amplio sector no sabe serlo todavía.

25.- Espectadores entusiastas de la I.S. han existido a partir de 1960, pero al principio en número muy
reducido. En los últimos cinco años se han transformado en multitud. Ese proceso ha comenzado en
Francia, donde se les ha atribuido el apelativo popular de "prositus" pero ese mal francés ha triunfado en
otros países. Su cantidad no multiplica su vacío: todos hacen saber que aprueban íntegramente la I.S. y no
saben hacer otra cosa. Apareciendo numerosos, son idénticos entre sí: quien ha visto o leído a uno, les ha
visto o leído a todos. Son un producto significativo de la historia actual, pero no la producen de ninguna
manera. El medio pro-situ figura aparentemente la teoría de la I.S. convertida en ideología -y la ola pasiva
de semejante ideología absoluta y absolutamente inutilizable confirma por el absurdo la evidencia de que
el papel de la ideología revolucionaria se ha terminado con las formas burguesas de las revoluciones- pero
en realidad ese medio explica la parte de la contestación moderna que todavía sigue siendo ideología,
prisionera de la alienación espectacular e instruida según sus términos. La presión de la historia hoy ha
crecido tanto que los portadores de una ideología de la presencia histórica se ven obligados a permanecer
completamente ausentes.

26.- El medio pro-situ solo posee buenas intenciones y quiere consumir ilusoriamente las rentas, bajo la
forma exclusiva del enunciado de sus vacías pretensiones. Ese fenómeno pro-situ ha sido aprobado, en la
I.S., por todos, en tanto que se veía como una imitación subalterna exterior, pero no ha sido comprendido
por todos. Debe ser reconocido no como un accidente superficial y paradójico, sino como la
manifestación de una alienación profunda de la parte más inactiva de la sociedad moderna convertida
vagamente en revolución. Nos era necesario conocer esa alienación como una verdadera enfermedad
infantil de la aparición del nuevo movimiento revolucionario- primeramente porque la I.S., que no puede
de ninguna manera ser exterior o superior a ese movimiento, no habría podido seguramente mantenerse
por encima de esa especie de deficiencia y no podía pretender escapar a la crítica que ella necesita. Por
otra parte, si la I.S. continúa imperturbablemente, en circunstancias diversas, actuando como en ocasiones
precedentes, podía convertirse en la última ideología espectacular de la revolución y garantizar semejante
ideología. La I.S. hubiera entorpecido el movimiento situacionista real: la revolución.

27.- La contemplación de la I. S. no es otra cosa que una alienación suplementaria de la sociedad


alienada; pero ya el hecho de que sea posible expresa negativamente la posibilidad de que se construya
actualmente un partido en lucha contra la alienación. Comprender a los pro-situ, es decir combatirlos en
lugar de limitarse a despreciarles abstractamente por su nulidad y porque no tenían acceso a la aristocracia
situacionista, era para la I.S. una necesidad primordial. Nos era necesario comprender cómo se había
podido formar al mismo tiempo la imagen de esa aristocracia y la capa inferior de la I.S. que podía
satisfacerse dando de sí misma, hacia el exterior, esa aparicencia de valorización jerárquica que solo le
venía de un título: esa capa sería la nulidad enriquecida por su pertenencia a la I.S.. Y tales situacionistas,
no solo existían, sino que revelaban que no deseaban otra cosa que preservar en su insuficiencia
diplomada. Comunicaban con los pro-situs, aunque autodefiniéndose como jerárquicamente distintos, en
esa creencia igualitaria según la cual la I.S. podía ser un monolito ideal donde cada uno piensa sobre todo
como los otros y actúa a la perfección: los que en la I.S. no pensaban ni actuaban, reivindicaban tal
estatuto místico y es a ese estatuto al que ambicionaban acercarse los espectadores pro-situs. Todos los
que desprecian a los pro-situs sin comprenderlos -comenzando por los pro-situs mismos, entre los cuales
cada uno querría afirmarse superior en todos los sentidos a los otros- esperan simplemente y hacerse creer,
que se han salvado por alguna predestinación revolucionaria, que les dispensaría de la prueba de su propia
eficacia histórica. La participación en la I.S. fue su jansenismo, como la revolución es su Dios oculto. Así,
resguardados por la praxis histórica y creyéndose liberados por no se sabe qué gracia del inundo de la
miseria de los pro-situs, no percibían en esa miseria más que la miseria, en lugar de ver también en ella la
parte irrisoria de un movimiento profundo que arruinará a la vieja sociedad.

28.- Los pro-situs no han visto en la I.S. una actividad crítico-práctica determinada que explicaba o se
adelantaba a las luchas sociales de una época, sino solamente ideas extremistas; y no tanto ideas
extremistas como la idea del extremismo; y en último análisis, no la idea del extremismo, sino la imagen
de héroes extremistas reunidos en una comunidad triunfante. En "el trabajo de lo negativo" los pro-situs
rechazan lo negativo y también el trabajo. Después de haber prebiscitado el pensamiento de la historia,
siguen secos porque no comprenden la historia ni tampoco el pensamiento. Para acceder a la afirmación
que los tienta, de una personalidad autónoma, no les falta más que la autonomía, la personalidad y el
talento para afirmar cualquier cosa.

29.- Los pro-situs, en su masa, han aprendido que no pueden existir ya estudiantes revolucionarios y
permanecen como estudiantes en revolución. Los mas ambiciosos experimentan la necesidad de escribir, y
hasta de publicar sus escritos, para dar cuenta abstractamente de su existencia abstracta, creyendo por eso
que le dan consistencia. Pero en ese dominio para saber escribir es necesario haber leído, y para saber leer
es necesario saber vivir: esto es lo que el proletariado tendrá que aprender de una sola vez en la lucha
revolucionaria. Sin embargo, el pro-situ no puede percibir críticamente la vida real porque toda su actitud
tiene como fin precisamente escapar ilusoriamente a su aíligida vida, buscando enmascararles, y sobre
todo intentando vanamente comprometer a los otros por ese camino. Debe postular que su conducta es
esencialmeiite@buena, por lo tanto radical, y ontológicamen te revolucionaria. En relación con esta
garantía central imaginaria, le parecen naderías mil errores circunstanciales o cómicas deficiencias. No los
reconoce, en el mejor de los casos, sino como el resultado que ha generado su detrimento. Se consuela y
se excusa afirmando que no cometerá más esos errores y que por principio, no cesará de mejorar. Pero
está indefenso igualmente ante los errores subsiguientes, es decir ante la necesidad práctica de
comprendei- lo que hace en el momento mismo de hacerlo: evaluar las condiciones, saber lo que se quiere
y lo que se elige, cuáles serán sus consecuencias y cómo dominarlas de la mejor manera posible. El pro-
situ dirá que quiere todo porque en realidad, desesperado de alcanzar el más mínimo fin real, no quiere
nada más que hacer saber que lo quiere todo con la esperanza de que alguien admire su seguridad y su
hermosa alma. Necesita una totalidad que, como él, no tenga ningún contenido. Ignora la dialéctica
porque, negándose a mirar su propia vida, se niega a comprender el tiempo. El tiempo le da miedo porque
está hecho de saltos cualitativos, de elecciones irreversibles, de ocasiones que no volverán a presentarse.
El pro-situ disfraza el tiempo de simple espacio uniforme que atravesará, de error en error y de
insuficiencia en insuficiencia, enriqueciéndose constantemente. Como el pro-situ teme siempre que se
aplique a su propio caso, detesta la crítica teórica cada vez que se mezcla con los hechos concretos, por lo
tanto cada vez que adquiere una existencia efectiva: todos los ejemplos le producen escalofríos, porque
sólo conoce el suyo propio, que es el que quiere ocultar. El pro-situ querría ser original reafirmando lo
que ha reconocido, lo mismo que tantos otros, como demasiado evidente; no ha pensado jamás lo que
haría en diferentes situaciones concretas que siempre son originales. El pro-situ, que se mantiene en la
repetición de algunas generalidades, calculando que sus errores serán menos precisos y sus autocríticas
inmediatas más fáciles, trata con predilección del problema de la organización, porque busca la piedra
filosofal que produzca la transmutación de su merecida soledad en "organización revolucionaria"
utilizable para él. Como no sabe de lo que se trata, el pro-situ solo reconoce los progresos de la revolución
en la medida en que ésta se ocupe de él. De manera que cree que conviene generalmente decir que el
movimiento de Mayo ha refluido posteriormente. Pero también repite que la época es cada vez más
revolucionaria para que se piense que es como ella. Los pro-situs erigen su impotencia y su impaciencia
en criterios de la historia y de la revolución -, y de esa manera no ven progresarcasi n ada fuera de su
invernadero bien cerrado, donde realmente no cambia nada. A fin de cuentas todos los pro-situs están
deslumbrados por el éxito de I.S. que para ellos es verdaderainente algo espectacular y que envidian
agriamente. Evidentemente todos los pro-situs que han tratado de acercársenos han sido tan mal tratados
que se ven obligados a revelar, subjetivamente, su verdadera naturaleza de enemigos de la I.S.; lo que no
importa demasiado pues tampoco permanecen en esa actitud demasiado tiempo. Esos dogos sin dientes
querrían descubrir cómo la I.S. ha podido actuar, y si no sería la culpable de haber suscitado semejante
pasión; y entonces utilizaría la receta para su provecho. El pro-situ, carterista sin medios, se ve obligado a
anunciar de golpe el triunfo total de sus ambiciones, alcanzadas el día en que se ha entregado a la
radicalidad: el más simple foutriquent asegurará que conoce perfectamente, desde semanas, la fiesta, la
teoría, la comunicación, la dialéctica; no le faltará más que una revolución para disfrutar de la felicidad.
Allí arriba espera la llegada de un admirador que se hace esperar. Se debe hacer notar aquí la forma
particular de la mala fe que se revela en la elocuencia por la cual esta banalidad se pavonea.
Primeramente, allí donde es menos práctica es donde más habla de revolución; donde su lenguaje está más
muerto y es más correoso pronuncia con más frecuencia las palabras "vivido" y "apasionante" y donde
manifiesta más fatuidad y vanidoso arribismo tiene siempre en la boca la palabra proletariado. Todo ello
quiere decir que la teoría revolucionaria moderna, habiendo tenido que hacer una crítica de la vida entera,
no puede degradarse, en los que quieran volverla a tomar sin saber practicarla, más que en ideología total,
que no deja ya nada verdadero en ninguno de los aspectos de su pobre vida.

30.- Mientras que la I.S. ha sabido burlarse despiadadamente de las dudas, las debilidades y las miserias
de sus primeras tentativas, mostrando a cada momento las hipótesis, las oposiciones y las rupturas que han
constituido su historia misma -principalmente poniendo ante los ojos del público en 1971 la reedición
íntegra de la revista Internattionalle Situationniste, donde se encuentra consignado ese proceso- es por el
contenido como un bloque que los pro-situs, absolutamente divididos entre sí, han pretendido
constantemente emular la I.S. Se cuidan de entrar en detalles, por todas partes legibles, de los
enfrentamientos y de las elecciones, para limitarse a aprobar completamente lo que ha ocurrido. Y
actualmente cuando son de alguna manera funcionalmente vaneigenistas tiran por tierra atrevidamente a
Vaneigen, olvidando que no han dado pruebas nunca ni de una centésima de su antiguo talento y escupen
ante la fuerza que no comprenden mejor. Pero la menor crítica real de lo que son disuelve a los pro-situs,
explicando la naturaleza de su ausencia, porque ellos han demostrado continuamente su ausencia tratando
de hacerse ver: no han interesado a nadie. En cuanto a los situacionistas que no fueron sino
contemplativos -o, para algunos, principalmente contemplativos-- y que pueden alegrarse de suscitar un
cierto interés en tanto que miembros de la I.S., han descubierto, al salir de la I.S., la dureza de un mundo
donde ahora tienen que actuar personalmente; y casi todos adquieren, al enfrentarse con condiciones
idénticas, la insignificancia de los pro-situs.

31.- Cuando la I.S. ha decidido subrayar el aspecto colectivo de su actividad y presentar la mayor parte de
sus textos en un relativo anonimato, era porque, realmente, sin esa actividad colectiva nada de nuestro
proyecto hubiera podido formularse ni ejecutarse y porque era necesario impedir entre nosotros la
designación de algunas celebridades personales que el espectáculo hubiera podido manipular contra
nuestro fin común: eso se ha logrado porque ninguno de los que tenían los medios de adquirir una
celebridad personal, al menos en tanto que miembros de la I.S., lo han querido; y porque quienes podían
quererlo no tenían los medios. Pero entonces se han puesto las bases para la constitución ulterior, en la
mística de los simpatizantes situs, del conjunto de la I.S. en vedette colectiva. Esa táctica fue acertada, sin
embargo, porque lo que ella nos ha permitido alcanzar tenía infinitamente más importancia que los
inconvenientes que ha podido favorecer en el estadio siguiente. Cuando la perspectiva revolucionaria de
la I.S. sólo era aparentemente nuestro proyecto común, resultaba imprescindible defender sus
posibilidades de existen cia y de desarrollo. Hoy que se ha convertido en proyecto común de tantas gentes,
las necesidades de la nueva época van a encontrar, más allá de la pantalla de las concepciones irreales que
no pueden traducirse en fuerzas -y tampoco en frases- las obras y los actos precisos que la lucha
revolucionaria actual debe apropiarse y verificar; y que sobrepasará.

32.- La causa de la desgracia de los espectadores de la I.S. no tiene nada que ver con lo que I.S. haya
hecho o dejado de hacer; la influencia de algunas simplificaciones, estilísticas o teóricas, del primitivismo
situacionista sólo juegan un papel escaso. Los prositus y vaneigenistas son más bien el producto de la
debilidad y de la inexperiencia generales del nuevo movimiento revolucionario, del inevitable período de
contraste agudo entre la amplitud de su tarea y la limitación de su medio. La tarea que se les da, desde que
se ha comenzado a aprobar la I.S., es en sí misma anonadante; pero para los simples pro-situs, lo es
absolutamente, por lo que enseguida la desbandada. Es la longitud y la duración de ese camino histórico
lo que crea, en la parte más débil y más pretenciosa de la actual generación prorevolucionaria, la que, con
otras palabras, no sabe todavía más que pensar y vivir según los modelos fundamentales de la sociedad
dominante, el milagro de una especie de atajo turístico hacia sus fines infinitos. Como compensación de
su inmovilidad real y de su sufrimiento real, el pro-situ consume la ilusión infinita de estar no solamente
en ruta, sino literalmente a la entrada de la Tierra Prometida de la reconciliación feliz con el mundo y
consigo mismo, allí donde su mediocridad insoportable se transfigurará en vida, en poesía, en
importancia. Lo que significa decir que el consumo espectacular de la radicalidad ideológica en la
esperanza de distinguirse jerárquicamente de los vecinos, y en su permanente decepción, es idéntica al
consumo efectivo de todas las mercancías espectaculares, y como él condenado.
33.- Quienes describen el fenómeno, verdaderamente sociológico, de los pro-situs, como algo inaudito,
que no se podía imaginar antes de la pasmosa existencia de la I.S., demuestran ser muy ingenuos. Siempre
que ideas revolucionarias extremas han sido reconocidas y retomadas por una época, se ha producido en
una cierta juventud una alianza entusiasta, principalmente entre intelectuales o semiintelectuales
deselasados que aspiran a un papel social privilegiado, categoría que la enseñanza moderna ha
multiplicado al mismo tiempo que rebajaba todavía más su calidad. Sin duda los pro-situs son claramente
más insuficientes y desgraciados, porque hoy las exigencias de la revolución son más complejas y la
enfermedad de la sociedad más espantosa. Pero la única diferencia fundamental con los períodos en los
que se han reclutado blanquistas, los marxistas social-demócratas o los bolcheviques, reside en que antes
ese tipo de gentes estaban encuadradas y empleadas en una organización jerárquica, mientras que los I.S.
han dejado a los pro-situs masivamente fuera.

34.- Para comprender a los pro-situs es encesario comprender su base social y sus intenciones sociales.
Los primeros obreros afiliados a las ideas situacionistas, generalmente llegados del ultra-izquierdismo y
en consecuencia marcados por el escepticismo de su larga ineficacia, inicialmente muy aislados en sus
fábricas y relativamente sofisticados por sus conocimientos sin ninguna utilidad, aunque a veces bastante
sutil, de nuestras teorías han podido frecuentar, no sin desprecio, el medio infra-intelectual de los pro-situs
pero generalmente los obreros que descubren entonces colectivamente las perspectivas de la I.S. en la
huelga salvaje o en cualquier forma crítica de sus condiciones de existencia, no se hacen prositus. Y por lo
demás, fuera de los obreros, todos los que han emprendido una tarea revolucionaria concreta o que han
roto efectivamente con el género de vida dominante, no son tampoco pro-situs: el prositus se define
primeramente por su huida ante tales tareas y ante semejante ruptura. Los pro-situs no son sólo estudiantes
que persiguen realmente una cualificación cualquiera a través de los exámenes de la presente sub-
universidad; y no son sólo hijos de burgueses. Pero todos están ligados a una capa social determinada,
bien porque se propongan adquirir realmente el estatus de la misma, bien porque se limiten a consumir por
adelantado sus ilusiones específicas. Esta capa es la de los cuadros. Aunque sea seguramente la más
aparente en el espectáculo social, permanece desconocida para los pensadores de la rutina izquierdista,
que tienen un interés directo en mantenerse en el resumen empobrecido de la definición de las clases del
siglo XIX: o bien quieren disimular la existencia de la clase burocrática en el poder o intentando el poder
totalitario, o bien, y con frecuencia simultáneamente, quieren disimular sus propias condiciones de
existencia y sus propias aspiraciones en tanto que cuadros privilegiados en las relaciones de producción
dominadas por la burguesía actual.

35.- El capitalismo ha modificado continuamente la composición de las clases a medida que transfoma el
trabajo social global. Ha debilitado o recompensado, suprimido ocreado, clases que tienen una función
secundaria en la producción del mundo de la mercancía. Sólo la burguesía y el proletariado, las clases
históricas primordiales de ese mundo, continúan jugando entre ellas el destino, en un enfrentamiento que
sigue siendo el mismo. Pero las circunstancias, la decoración, las comparsas y hasta el espíritu de los
protagonistas principales, han cambiado con el tiempo, habiéndose llegado al último acto. El proletariado
según Lenin, cuya definición corregía de hecho la de Marx, era la masa de los obreros de la gran industria;
los más cualificados profesionalmente se encontraban en una situación marginal sospechosa, bajo la
noción de aristocracia obrera. Dos generaciones de estalinistas y de imbéciles, apoyándose en ese dogma,
han rechazado a los trabajadores que han hecho la Comuna de París, trabajadores todavía bastante
próximos al artesanado o a los talleres de la pequeña industria, su plena condición de proletarios. Los
mismos pueden también preguntarse sobre el ser del proletariado actual, perdido en múltiples
estratificaciones jerárquicas, desde el obrero especializado de las cadenas de montaje y el peón emigrado
hasta el obrero cualificado y el técnico o el semi-técnico; y así se llega a la pregunta bizantina sobre si el
conductor de la locomotora produce personalmente plus-valía. Lenin tenía sin embargo razón en que el
proletariado de Rusia entre 1890 y 1917, se reducía esencialmente a los obreros de la gran industria
moderna que acababa de aparecer en ese mismo momento, con el reciente desarrollo capitalista importado
en ese país. Fuera de ese proletariado no existía en Rusia otra fuerza revolucionaria urbana que el sector
radical de la intelligentsia; mientras que todo era diferente en los países donde el capitalismo, con la
burguesía de las ciudades, había conocido su maduración natural y su aparición original. Esa intelligentsia
rusa buscaba, como en otros lugares las capas homólogas más moderadas, conseguir el encuadramiento
político de los obreros. Las condiciones rusas favorecían un encuadramiento de naturaleza directamente
política en las empresas: las uniones profesionales estuvieron dominadas por una especie de aristocracia
obrera que pertenecía al partido social-demócrata y a su fracción menchevique y no a la bolchevique,
mientras que en Inglaterra, por ejemplo, la capa equivalente de las trade-unions permanecía apolítica y
reformista. Que el pillaje del planeta por el capitalismo en su estadio imperialista le permite mantener un
mayor número de obreros cualificados bien pagados, es una constatación que, bajo un velo moralista, no
tiene mayor importancia para la evaluación de la política revolucionaria del proletariado. El último
"obrero especializado" de la industria francesa o alemana de hoy, aunque sea un inmigrado maltratado e
indigente, se beneficia de la explotación planetaria del productor de caucho o de cobre en los países
subdesarrollados y no deja de ser un proletario. Los trabajadores cualificados, disponiendo de más
tiempo, de dinero, de instrucción, han dado, en la historia de las luchas de clase, electores satisfechos con
su suerte y respetuosos de las leyes, pero también revolucionarios extremistas, en los espartaquistas y en
la FAI. Considerar como aristocracia obrera sólo a los partidarios y empleados de los sindicatos
reformistas significa enmascarar bajo una polémica seudoeconomista la verdadera cuestión económico-
política del encuadramiento exterior de los obreros. Los obreros, para su indispensable lucha económica,
tienen necesidad inmediata de cohesión. Comienzan a saber cómo pueden adquirir por sí mismos esa
cohesión en las grandes luchas de clase, que son al mismo tiempo siempre, para todas las clases en
contlicto, luchas políticas. Pero en la lucha cotidiana -el primun vivere de la clase, en lo que parecen
solamente luchas económicas y profesionales, los obreros han obtenido primeramente esa cohesión por
una dirección burocrática que, en ese momento, se reclutaba en la clase misma. La burocracia es una vieja
invención del Estado. Apropiándose del Estado, la burguesía ha tomado a su servicio la burocracia estatal
y ha desarrollado luego la burocratización de la producción industrial por gerentes, siendo esas dos
formas burocráticas las suyas propias, para su directo servicio. En un estadio ulterior de su reinado la
burguesía utiliza también la burocracia subordinada, y rival, que se ha formado desde las organizaciones
obreras, llegando a servirse, a escala de la política mundial y para el mantenimiento del equilibrio
existente en la actual división de las tareas capitalistas, de la burocracia totalitaria que posee en propiedad
la economía y el Estado en muchos países. A partir de un punto de desarrollo general de un país
capitalista avanzado, y de su Estado-providencia, hasta las clases en liquidación que, al estar constituidas
por productores independientes aislados, no pueden darse una burocracia, por lo que envían a sus hijos a
los grados inferiores de la burocracia estatal -campesinos, pequeños burgueses, comerciantes confían su
defensa, ante la burocratización y la estatalización general de la economía moderna concentrada, a alguna
burocracia particular: sindicatos de "jóvenes agricultores", cooperativas campesinas, uniones de
comerciantes. Mientras tanto los obreros de la gran industria, de quienes Lenin se alegraba francamente
porque la disciplina de la fábrica les hubiese condicionado, de manera mecanicista, a la obediencia
militar, a la disciplina de cuartel, camino por el cual entendía que triunfaría el socialismo en su partido y
en su país, esos obreros que han aprendido dialécticamente todo lo contrario, son seguramente, sin ser
todo el proletariado, su centro: porque asumen lo esencial de la producción social y pueden interrumpirla
en cualquier momento y porque están mejor capacitados que nadie para reconstruirla haciendo tabula rasa
de la supresión de la alienación económica. Cualquier definición puramente sociológica del proletariado,
bien sea conservadora o izquierdista, oculta de hecho una elección política. El proletariado solo se puede
definir históricamente por lo que puede hacer y por lo que puede y debe querer. De la misma manera, la
definición marxista de la pequeña-burguesía, que tanto se ha utilizado luego como estúpida charlatanería,
es también una definición que reposa sobre la posición de la pequeña burguesía en las luchas históricas de
su tiempo, pero reposa, al contrario de la del proletariado, sobre una comprehensión de la pequeña
burguesía como clase oscilante y dividida que solo puede querer sucesivamente fines contradictorios, y
que no hace más que cambiar el campo con las circunstancias que le empujan. Separada en sus
intenciones históricas, la pequeña burguesía ha sido también, sociológicamente, la clase menos definible y
la menos homogénea de todas: podía reunir a un artesano y a un profesor de universidad, a un pequeño
comerciante próspero y a un médico pobre, a un oficial sin fortuna y a un funcionario agresivo, al bajo
clero y al patrón de pesca. Pero hoy, y seguramente sin que todas esas profesiones se hayan fundido en
bloque con el proletariado industrial, la pequeña burguesía de los países económicamente avanzados ha
abandonado la escena de la historia por los corredores donde se debaten los últimos defensores del
pequeño comercio. Solo tiene una existencia de museo, como maldición ritual que cada burócrata
obrerista lanza gravemente contra los que no militan en su secta.

36.- Los cuadros son hoy la metamorfosis de la pequeña burguesía urbana de productores independientes
que se ha convertido en asalariada. Esos cuadros están, también, muy diversificados, pero la capa real de
los cuadros superiores, que constituye para los otros el modelo y los fines ilusorios, mantiene múltiples
lazos con la burguesía y se integra casi siempre con ella. La gran masa de los cuadros se compone de
cuadros medios y de pequeños cuadros, cuyos intereses reales están mucho menos alejados de los del
proletariado que lo estuvieran los de la pequeña burguesía -porque el cuadro no posee su instrumento de
trabajo-, pero cuyas concepciones sociales y aspiraciones de promoción se enlazan firmemente con los
valores y perspectivas de la burguesía moderna. Su función económica enlaza esencialmente con el sector
terciario, con los servicios, y en particular con la rama propiamente espectacular del comercio, del
mantenimiento y del elogio de las mercancías, incluyendo entre estas el trabajo mercancía mismo. La
imagen del género de vida y de las gentes que la sociedad fabrica expresamente para ellos, sus hijos
modelos, influye ampliamente sobre las capas más pobres de funcionarios o pequeño-burgueses que
esperan su reconversión en cuadros; y también sobre un sector de la burguesía media actual. El cuadro
dice siempre "de un lado, del otro lado", porque se sabe desgraciado en cuanto a trabajador, pero quiere
creerse feliz en tanto consumidor. Cree de manera ferviente en el consumo, precisamente porque está lo
suficientemente pagado para consumir un poco más que los otros, pero las mismas mercancías en serie:
raros son los arquitectos que habitan los rascacielos que construyen, pero numerosos los vendedores de
comercio de semi-lujo que compran los vestidos que ellos mismos propagan por el mercado. El cuadro
representativo se sitúa entre ambos extremos; admira el arquitecto y es imitado por el vendedor. El cuadro
es el consumidor por excelencia, es decir, el espectador por excelencia. El cuadro está inseguro y
decepcionado siempre, en el centro de la falsa conciencia moderna y de la alienación social. Aspira
siempre a más de lo que es y que no puede ser. Pretende y al mismo tiempo duda. Es el hombre enfermo,
nunca seguro de sí mismo, Pero disimulándolo. Es el hombre absolutamente dependiente, que se cree
capaz de reivindicar la libertad misma idealizada como consumo semi-abundante. Es el ambicioso
constantemente revuelto hacia su porvenir, por lo demás miserable, mientras duda hasta de ocupar su
lugar presente. No es por azar (De la miseria en el medio estudiantil) que el cuadro sea siempre el antiguo
estudiante. El cuadro es el hombre a falta de: su droga es la ideología del espectáculo puro, del
espectáculo de nada. Para él se cambian hoy la decoración de las ciudades, para su trabajo y su descanso,
desde los mastodontes de despachos hasta la cocina insulsa de los restaurantes donde se habla alto para
que los vecinos oigan que se ha educado la voz junto a los altavoces de los acreopuertos. Llega con
retraso, y en masa, a todo, queriendo ser el único y el primero. En resumen, según la reveladora acepción
reciente de una vieja palabra del argot, el cuadro es al mismo tiempo el plouc. En lo que precede hemos
dicho "hombre" para conservar la simplicidad del lenguaje teórico. El cuadro es al mismo tiempo, y hasta
en su mayoría, la mujer, que ocupa su misma función en la economía y adopta el estilo de vida que le
corresponde. La vieja alienación femenina, que habla de la liberación con la lógica y las entonaciones de
la esclavitud, se refuerza con toda la alienación extrema del fin del espectáculo. Tanto que se trate de su
oficio o de sus relaciones los cuadros fingen siempre que han querido lo que han tenido y su angustiosa
insatisfacción oculta los lleva, no a querer algo mejor, sino a tener más, de la misma "privación hecha más
rica". Siendo los cuadros fundamentalmente gentes separadas, prolifera en su medio el mito de la pareja
feliz, aunque desmentido, como los demás, por la realidad más inmediatamente agobiante. El cuadro
recomienza esencialmente la triste historia del pequeño-burgués, porque él es pobre y querría hacer creer
que es recibido en las casas de los ricos. Pero el cambio de las condiciones los diferencia diametralmente
en muchos puntos, que están en el primer plano de su existencia: el pequeño burgués se quiere austero
mientras el cuadro debe mostrar que lo consume todo. El pequeño burgués estaba estrechamente asociado
a los valores tradicionales, mientras el cuadro debe perseguir las pseudo-novedades semanales del
espectáculo. La sosa tontería del pequeño-burgués se fundaba en la religión y en la familia; la del cuadro
se licúa en la corriente de la ideología espectacular, que no le deja nunca en reposo. Puede seguir la moda
hasta aplaudir la imagen de la revolución -muchos han favorecido la atmósfera del movimiento de las
ocupaciones- y algunos creen todavía hoy que apoyan a los situacionistas.

37.- El comportamiento de los pro-situs se inscribe totalmente en las estructuras de esa existencia de los
cuadros y en primer lugar, como para estos, esa existencia les pertenece mucho más en tanto que ideal
reconocido que como género de vida real. La revolución moderna proviniendo del partido de la
conciencia histórica, choca directamente con esos partidarios y esclavos de la falsa conciencia. Debe
primeramente desesperarlos, haciendo su vergüenza todavía más vergonzosa. Los pro-situs está a la moda,
en un momento en que no importa declararse partidario de crear situaciones sin retorno, y en el que el
programa de un visible partido socialista internacional se propone audazmente cambiar la vida. El pro-
situ, y nunca temerá decirlo, vive de las pasiones, dialoga con la transparencia, rehace radicalmente la
fiesta y el amor, de la misma manera que el cuadro encuentra en el campo el buen vino que embotellará él
mismo o hará excursiones a Katmandu. Para el pro-situ, como para el cuadro, el presente y el porvenir
están ocupados por el consumo que se ha hecho revolucionario: aquí, se trata ante todo de la revolución
de las mercancías, del reconocimiento de una incesante serie de putschs por los cuales se sustituyen las
mercancías prestigiosas y sus exigencias; allí se trata ante todo de la prestigiosa mercancía de la
revolución misma. Por todas partes se da la misma pretensión de autenticidad en un juego cuyas
condiciones, agravadas además por la fullería impotente, prohíben absolutamente en el punto de partida la
menor autenticidad. Es la misma mentira del diálogo, la misma pseudo-cultura contemplada con rapidez y
de lejos. Es la misma pseudoliberación de las costumbres que no encuentra otra cosa sino la misma
espantada del placer: Sobre la base de la misma radical ignorancia, pero disimulada, se enraiza y se
institucionaliza, por ejemplo, la perpetua interacción trágico-cómica de la tontería masculina y de la
simulación femenina. Pero más allá de todos los casos particulares, la simulación general es su elemento
común. La principal particularidad del pro-situ es que él sustituye por puras ideas el camelo que el cuadro
consume efectivamente. Es el simple sonido de la moneda espectacular, lo que el pro-situ cree que puede
imitar más fácilmente que esa moneda; pero está alentado en esa ilusión porque esas mercancías que el
consumo actual finge admirar hacen mucho más ruido que placer. El pro-situ querría poseer todas las
cualidades del horóscopo: inteligencia, coraje, seducción y experiencia; y se extraña, cuando no ha
pensado en conseguirlas ni en utilizarlas, de que la práctica más simple sustituya su cuento de la lechera
por ese triste azar que no ha sabido ni siquiera disimular. El cuadro no ha convencido nunca a ningún
burgués ni a ningún cuadro, de que estaba por encima de un cuadro.

38.- El pro-situ, naturalmente, no puede desdeñar los bienes económicos de que dispone el cuadro, puesto
que toda su vida cotidiana se orienta por los mismos gustos. Es revolucionario porque querría tenerlos sin
trabajar; o más bien tenerlos enseguida "trabajando" en la revolución antijerárquica que va a abolir las
clases. Engañado por la facilidad con que se consigue pequeñas becas de estudio, por medio de las cuales
la burguesía actual recluta sus pequeños cuadros en diversas clases -pasando fácilmente a las pérdidas y
ganancias la fracción de estos subsidios que sirven durante algún tiempo para el entretenimiento de gentes
que dejaron la fila- el pro-situ piensa secretamente que la sociedad actual debería darle toda suerte de
facilidades, aunque no trabaje, no tenga ni dinero ni talento, sólo porque se declara revolucionario. Le
parece que se le debe reconocer como revolucionario porque ha declarado que permanecía en estado puro.
Esas ilusiones se las llevará el viento: su duración está limitada a dos o tres años durante los cuales el pro-
situ puede creer que un milagro económico le salvará, sin saber cómo, en tanto que privilegiado. Muy
pocos tendrán las energías, y las cualidades, para esperar de esa manera la realización de la revolución,
que les decepcionaría parcialmente. Irán al trabajo. Algunos se convertirán en cuadros y la mayoría se
conformará como trabajadores mal pagados. Muchos se resignarán. Otros se convertirán en trabajadores
revolucionarios.

39.- Cuando los situacionistas debían criticar algunos aspectos de su propio éxito, que al mismo tiempo
les permitía y les obligaba a marchar más lejos, se encontraban, particularmente mal conformados y poco
aptos para la autocrítica. Muchos de sus miembros se descubrían incapaces hasta seguir participando en la
simple continuación de sus actividades precedentes: estaban mejor dispuestos para magnificar las
realizaciones pasadas, ya inaccesibles, que para asignarse, sobrepasándolas, tareas todavía más difíciles.
Fue necesario, a partir de 1967, la presencia en lugares donde comenzaba la subversión política que
buscaban nuestra teoría y, principalmente a partir del otoño de 1968, la actuación para dar a conocer en el
extranjero, como eran en Francia, la experiencia y las principales consecuencias del movimiento de las
ocupaciones. Ese período incremento el número de miembros de la I.S. pero no su calidad. A partir de
1970 lo esencial de ese movimiento se había reiniciado felizmente y extendido por medio de elementos
revolucionarios autónomos. Los partidarios de la I.S. se han encontrado, casi por todas partes, allí donde
comenzaban las luchas obreras y extremistas, en los países donde fue mayor la agitación. Seguían siendo,
sin embargo, los miembros de la I.S. quienes tenían que asumir las responsabilidades de la posición de la
I.S. y sacar las conclusiones necesarias de la nueva época.

40.- Muchos de los miembros de la I.S. no habían conocido el tiempo del que decíamos que "curiosos
emisarios viajaban por Europa y más allá"; encontrándose portadores de increíbles instrucciones (I.S. nº 5,
diciembre de 1960). Ahora que tales instrucciones no son ya increíbles, pero se hacen más complejas y
más precisas, esos camaradas se comportan mal en casi todas las circunstancias donde es necesario
arriesgarse. Junto a quienes, de hecho, no habían entrado nunca en la I.S., un par de miembros que habían
conseguido algún mérito en años más pobres pero más tranquilos, completamente gastados por la
aparición de la época que habían deseado, se habían salido de hecho de la I.S., pero sin querer
reconocerlo. Era necesario constatar entonces que muchos situacionistas no sabían lo que significaba
introducir ideas nuevas en la práctica y recíprocamente reescribir las teorías con ayuda de los hechos; y
eso era lo que la I.S. había realizado.

41.- Porque algunos de los primeros situacionistas hayan sabido pensar, hayan sabido arriesgarse y hayan
sabido vivir, o que, entre todos que han desaparecido, muchos hayan acabado suicidándose o en los
hospitales psiquiátricos, no por eso se podía transmitir hereditariamente a los últimos en llegar el coraje,
la originalidad, ni el sentido de la aventura. El idilio más o menos vaneigenistas -Et in Arcadia situ ego-
cubría con el formalismo jurídico de la igualdad abstracta la vida de quienes no han probado sus
cualidades ni con su participación en la I.S. ni en nada de su existencia personal. Reincorporando esa
concepción todavía burguesa de la revolución, solo eran ciudadanos de la I.S.. Se comportaban, en todas
las circunstancias de su vida, realmente como los hombres de la aprobación; estando en la I.S. se han
creído salvar colocándose bajo el signo de la negación históricas pero esa negación misma se habían
contentado con aprobarla dulcemente. Los que no decían nunca yo y tu, sino siempre nosotros y se
hallaban frecuentemente por debajo de la militancia política, mientras que la I.S. había sido, desde los
orígenes un proyecto mucho más amplio y profundo que un movimiento revolucionario simplemente
político. Coincidían dos milagros; que les parecía que se originaban en el mundo en su atonía discreta: la
I.S. hablaba y la historia la confirmaba, la I.S. tenía que serlo todo para los que no hacían nada; y que por
otra parte no llegaban a ninguna parte. Así por creencias muy diversas y hasta opuestas se apoyaban
recíprocamente en la unidad contemplativo fundada en la excelencia de la I.S.; y la I.S. se obligaba a
garantizar también la excelencia de lo que había de más mediocre en el resto de su existencia. Los más
tristes hablaban de juego, los más resignados hablaban de pasión. La pertenencia, aunque solo fuera
contemplativa, a la I.S. debería de bastar para probar todo eso, que de otra forma nadie se hubiera creído.
Aunque muchos observadores, políticos o lo que fueran, denunciando la presencia directa de la I.S. en
cien empresas de agitación que se desarrollan sin ayuda de nadie por todo el mundo, hayan conseguido
dar la impresión de que todos los miembros de la I.S. trabajaban veinte horas por día para revolucionar el
planeta, es necesario subrayar la falsedad de esa imagen. La historia registrará por el contrario la
significativa economía de fuerzas con la que la I.S. ha sabido hacer lo que ha hecho. De manera que,
cuando afirmamos que algunos situacionistas hacían verdaderamente demasiado poco es necesario
comprender que aquellos no hacían literalmente casi nada. Además hay que añadir un hecho notable que
verifica la existencia dialéctica de la

I.S.: no hubo ningún tipo de oposición entre teóricos y prácticos de la revolución o de cualquier otra cosa.
Los mejores teóricos han sido siempre también los mejores prácticos y los que hacían peor papel como
teóricos eran también los más indefensos ante toda cuestión práctica.

42.- Los contemplativos en la I.S. eran los pro-situs consignados, porque veían su actividad imaginaria
confirmada por la I.S. y su historia. El análisis que hemos hecho del pro-situ y de su posición social, se
aplica plenamente a ellos, y por idénticas razones: la ideología de la I.S. está dirigida por todos los que no
han sabido conducir la teoría y la práctica de la I.S.- Los "garnautins" excluidos en 1967 han representado
el primer caso del fenómeno pro-situ en la I.S.; pero se han extendido luego mucho. A la inquietud
envidiosa del pro-situ vulgar, nuestros contemplativos la sustituyen aparentemente con el gozo tranquilo.
Pero la experiencia de su propia inexistencia, en contradicción con las exigencias de la actividad histórica
que se dan en la I.S. -no solamente en su pasado, sino multiplicadas por la extensión de las luchas
actuales- les producía una ansiosa disimulación; les llevaba todavía a encontrarse más molestos que los
pro-situs exteriores. La relación jerárquica que existía en la I.S., era de un tipo nuevo, invertido; quienes
la sufrían, la disimulaban. Esperaban, con temor y temblor el final que les amenazaba que durará lo más
posible, en el falso atolondramiento y la pseudo-inocencia, porque muchos se creían a punto de alcanzar
algunas recompensas históricas; y no las han tenido.

43.- Estamos aquí para combatir el espectáculo, no para gobernarlo. Los más astutos de los
contemplativos creían sin duda que el afecto de todos exigiría que se limitase su número o, en uno o dos
casos, su reputación. En esto como en muchas otras cosas se han engañado. Ese "patriotismo de partido"
no tiene apoyo en la acción revolucionaria real de la I.S. "Los situacionistas no forman un partido
distinto... No tienen intereses separados de los del proletariado" Llamada de atención al prolelariado
italiano, sobre las actuales posibilidades de la revolución social, 19 de noviembre de 1969. Y la I.S. no ha
sido algo que haya sido necesario dirigir; y mucho menos actualmente. Los situacionistas se han dado
libremente, en un mundo demasiado áspero, una regla de juego muy dura; y la han sufrido naturalmente.
Era imprescindible expulsar a esas bocas inútiles, que sólo saben hablar para mentir sobre lo que eran y
para reiterar promesas gloriosas sobre lo que nunca podrán ser.

44.- Si se ha llegado a contemplar a la I.S. como la organización revolucionaria en sí, como una existencia
fantasmal de la pura idea de organización, habiéndose convertido para muchos de sus miembros en una
entidad exterior, a la vez distinta de lo que la I.S. había realizado efectivamente y distinta de su no-
realización personal, pero abarcando desde arriba esas realidades contradictorias, es evidentemente
porque los contemplativos no habían comprendido, ni querido saber, lo que puede ser una organización
revolucionaria, y lo que había podido ser la suya. Esta comprensión la produce la incapacidad de pensar y
actuar en la historia, y por el derrotismo individual 11 que reconoce vergonzosamente semejante
incapacidad y querría, no remontarla, sino disimularla. Aquellos que, en vez de afirmar y desarrollar sus
personalidades reales en la crítica y la decisión sobre lo que la organización en todo momento hace Y
podría hacer, elegían perezosamente la aprobación sistemática, no han deseado otra cosa que ocultar esa
exterioridad por su identificación imaginaria con el resultado.

45.- La ignorancia sobre la organización es la ignorancia central sobre la praxis; y cuando se trata de
ingnorancia querida, solo expresa la intención perezosa de mantenerse fuera de las luchas históricas,
yendo a pasear, los domingos y los días de fiesta, como espectadores advertidos y exigentes. El error
sobre la organización es el error práctico más importante. Si es voluntario, trata de utilizar a las masas. Si
no lo es, significa un error completo sobre las condiciones de la práctica histórica. Es por lo tanto error
fundamental en la teoría misma de la revolución.

46.- La teoría de la revolución no surge solamente del dominio de los conocimientos propiamente
científicos y mucho menos de la construcción de una obra especulativa o de la estética del discurso
incendiario que se contempla a sí mismo en sus propias alabanzas líricas, y encuentra que ha hecho ya
algo caliente. Esa teoría no tiene existencia efectiva sino es por su victoria práctica: "es necesario que a
los grandes pensamientos les sigan grandes efectos; es necesario que sean como la luz del sol que produce
lo que ella ilumina". La teoría revolucionaria es el dominio del peligro; el dominio de la incertidumbre; le
está prohibida a gentes que prefieren las certidumbres somníferas de la ideología, comprendida hasta la
certidumbre oficial de ser los firmes enemigos de toda ideología. La revolución de la que se trata es una
forma de las relaciones humanas. Forma parte la existencia social. Se trata de un conflicto entre intereses
universales concernientes a la totalidad de la práctica social y es precisamente por lo que difiere de otros
conflictos. Las leyes del conflicto son sus leyes, la guerra es su camino, y sus operaciones son
comparables más a un arte que a una investigación científica o a una enumeración de buenas intenciones.
La teoría de la revolución se juzga por un único criterio: su saber debe llegar a ser un poder.

47.- La organización revolucionaria de la época proletaria se define por los diferentes momentos de la
lucha donde, cada vez, tiene que triunfar; y les es necesario en cada uno de esos momentos lograr no
convertirse en poder separado. No se puede hablar de la las fuerzas que pone en juego aquí y ahora, ni de
la organización revolucionaria haciendo abstracción de acción recíproca de sus enemigos. Cada vez que
sabe actuar, une la práctica y la teoría, que proceden constantemente la una de la otra, pero nunca piensa
que esa unión se pueda realizar por la simple proclamación voluntarista de la necesidad de su fusión total.
Cuando la revolución está todavía muy lejos, la tarea más difícil de la organización revolucionaria
consiste en la práctica de la teoría. Cuando la revolución comienza, su tarea más difícil consiste, de
manera cada vez más acuciante, en la teoría de la práctica, pero la organización revolucionaria se ha
revestido entonces de otro ropaje. En la situación primera, pocos individuos son vanguardia, y deben
probarlo por la coherencia de su proyecto general y por la práctica que le permite conocerlo y
comunicarlo; en la segunda situación, las masas trabajadoras están en su tiempo y debe atenerse en él
como sus únicos poseedores, dominando la totalidad de sus armas teólicas y prácticas y rechazando
principalmente toda delegación de poder a una vanguardia separada. En la situación primera, una decena
de hombres eficaces pueden bastar en los comienzos de la auto-explicación de una época que contiene en
ella una revolución que no conoce todavía y que se le aparece ausente e imposible; en la segunda situación
se necesita que la gran mayoría de la clase proletaria retenga y ejerza todos los poderes, organizándose en
asambleas permanentes deliberativas y ejecutivas, que no dejen subsistir nada de la forma del viejo mundo
y de las fuerzas que lo defienden.

48.- Allí donde se organizan como la forma de la sociedad en revolución, las asambleas proletarias son
igualitarias, no porque todos los individuos hayan alcanzado el mismo grado de inteligencia histórica, sino
porque han de hacerlo todos juntos y porque solo juntos tienen los medios. La estrategia total de cada
miembro es su experiencia directa: tienen que comprometerse en ella todas sus fuerzas y soportar
inmediatamente todos los riesgos. En los éxitos y en los fracasos de la empresa común concreta donde se
han visto obligados a poner en juego toda su vida, la inteligencia histórica se muestra en ellos como un
todo.

49.- La I.S. no se ha presentado nunca como un modelo de organización revolucionaria, sino como una
organización determinada, que se ha dedicado en una poca precisa a tareas también precisas; y hasta en
eso no ha sabido decir todo lo que era y no ha sabido ser todo lo que ha dicho. Los errores de
organización de la I.S. en sus propias tareas concretas los han causado insuficiencias objetivas de la época
precedente y también por insuficiencias subjetivas en nuestra comprensión de las tareas de tal época, de
los límites afrontados y de las compensaciones que muchos individuos se crean en función de lo que
querrían y de lo que pueden hacer. La I. S., que ha comprendido la historia mejor que nadie en una época
antihistórica, ha comprendido sin embargo demasiado poco la historia.

50.- La I.S. ha sido siempre antijerárquica, pero no ha sabido ser casi nunca igualitaria. Ha tenido razón al
sostener un programa organizativo antijerárquico, y al seguir constantemente reglas formalmente
igualitarias, por las cuales a todos los miembros se les reconocía el mismo derecho de decisión y recibían
toda suerte de presiones para ejercerlo en la práctica; pero se ha equivocado rotundamente por no haber
visto ni haber dicho los obstáculos, parcialmente inevitables y parcialmente circunstanciales, que ha
encontrado en ese dominio.

51.- El peligro jerárquico, presente necesariamente en toda vanguardia real, tiene su verdadera medida
histórica en las relaciones de una organización con el exterior, con los individuos o con las masas que esa
organización puede dirigir o manipular. Sobre este punto la I.S. ha conseguido no llegar a ser una forma
de poder: dejando fuera, obligando frecuentemente a la autonomía, a centenares de partidarios declarados
o virtuales. La I.S., como se sabe, no ha querido admitir nunca más que a un pequeño número de
individuos. La historia ha mostrado que esto no basta para garantizar en todos sus miembros, en el estadio
de una acción avanzada, "la participación en su democracia total el reconocimiento y la auto-apropiación
por todos de la coherencia de su crítica en la teoría crítica propiamente dicha, y en la relación entre esa
teoría y la actividad práctica" (Definiciones mínimas de las organizaciones revolucionarias). Pero esa
limitación debería servir para garantizar a la I.S. contra las diversas posibilidades de mando que una
organización revolucionaria, cuando triunfa, puede ejercer en el exterior. No es pues en tanto que anti-
jerárquica por lo que la I.S. se ha limitado a un pequeño número de individuos iguales a todos los efectos;
es más bien porque la I.S. no ha querido comprometer directamente en su acción nada más que a ese
pequeño número que ha sido efectivamente anti-jerárquica en lo esencial de su estrategia.

52.- En cuanto a la desigualdad que tan frecuentemente se ha manifestado en la I.S., y más que nunca
cuando ha producido su reciente depuración, por una parte recae en lo anecdótico, puesto que los
situacionistas que aceptaban de hecho una situación jerárquica eran precisamente los más débiles:
descubriendo en la práctica su nada, hemos combatido una vez más el mito triunfalista de la I.S. y
confirmado su verdad. Por otra parte, es necesario deducir una lección que se aplica generalmente a los
periodos de actividades vanguardistas -de los que comenzamos a salir-, períodos en los que los
revolucionarios están obligados, aunque quieran ignorarlo, a jugar con el juego de la jerarquía y no tienen
como lo ha temido la I.S., la fuerza de no quemarse en ella; la teoría histórica no es el lugar de la
igualdad; los períodos de comunidad igualitalia son las páginas en blanco.

53.- Actualmente los situacionistas están por todas partes, y su tarea también. Todos los que piensan serlo
tienen simplemente que hacer la prueba de la "verdad, es decir la realidad y el poder, la materialidad" de
su pensamiento, ante el conjunto del movimiento revolucionario proletario, allí donde comienza a crear su
internacional; y no solamente ante la Internacional Situacionista. No somos nosotros quienes tengamos
que garantizar que tales individuos son o no son situacionistas; porque nosotros no tenemos necesidad ni
tampoco nos gusta hacerlo. Pero la historia es un juez más severo que la I.S. Podemos sin embargo
garantizar que ya no son situacionistas los que han abandonado la I.S. sin haber encontrado lo que habían
dicho encontrar -la realización revolucionaria de ellos mismos y que sólo encontraron la estaca para
golpearse. El término situacionista no ha sido utilizado más que para hacer pasar, en la reanudación de la
guerra social, unas perspectivas y unas tesis: ahora que eso se ha hecho, esa etiqueta situacionista, en un
tiempo en que todavía se necesita de etiquetas, podrá seguir en la revolución de una época, pero de otra
manera. Como, además algunos situacionistas se asociarán directamente entre ellos -y en primer lugar
para la tarea actual de pasar del primer período de los nuevos slogans revolucionarios recogidos por las
masas a la comprensión histórica del conjunto de la teoría y a su desarrollo necesario-, esto es lo que las
modalidades de la lucha práctica, y ningún otro apriorismo organizador, determinarán.

54.- Los primeros revolucionarios que han consagrado escritos inteligentes a la reciente crisis de la I.S. y
se han acercado a una comprensión de su sentido histórico, han descuidado hasta ahora una dimensión
fundamental del aspecto crítico de la cuestión: la I.S. posee efectivamente, a causa de todo lo que ha
hecho, un cierto poder práctico, que no ha utilizado más que para su autodefensa, pero que podía
evidentemente, cayendo en otras manos, llegar a ser nefasta para nuestro proyecto. Aplicar a la I.S. la
crítica que había aplicado con tanta justicia para el viejo mundo, no es sólo asunto de la teoría, para un
terreno donde nuestra teoría no tenía adversarios: es una actividad crítico-práctica precisa la que se ha
realizado destruyendo la I.S. Un pequeño número de arribistas, por ejemplo, consiguiendo la fidelidad
rutinaria de algunos camaradas honrados, pero inclinados por su debilidad a mostrarse poco clarividentes
y poco exigentes, hubiesen podido conservar durante algun tiempo el control de la I.S., al menos como
objeto de un prestigio negociable. Aquellos que están desarmados y desprovistos de importancia, tenían
en esa apropiacion su única arma y su única importancia. Solo la conciencia del exceso de su incapacidad
les retenía; pero podían sentirse obligados en cualquier momento.

55.- El debate de orientación del año 1970, así como las cuestiones prácticas que era necesario resolver
simultáneamente, habían mostrado que la crítica de la I.S., que en todos recibió una inmediata aprobación
de principio, no podía convertirse en crítica real sino era llegando hasta la ruptura práctica, porque la
contradicción absoluta entre el acuerdo siempre reafirmado y la parálisis de muchos en la práctica
-comprendida la más mínima práctica de la teoría era el centro mismo de esa crítica. Nunca había sido tan
previsible una ruptura en la I.S. Y esa ruptura se había convertido en urgente. A lo largo del desarrollo de
este debate los que constituían la mayoría de los miembros de la I.S. -mayoría por otra parte informe, sin
unidad, sin acción y sin perspectivas se vieron maltratados por una minoría; y con justa razón. No era
posible estar de acuerdo con esas gentes sobre nada. Y ya se sabe que "los hombres deben ser tratados con
mucho cuidado, o eliminados, porque se vengan de las ofensas ligeras, y las graves no las soportan".

56.- Bastó con declarar que era imprescinble una escisión. Cada quisqui tuvo que escoger su campo y
cada quisqui tuvo su oportunidad, puesto que la cuestión a resolver era infinitamente más profunda que la
brillante insuficiencia de este o aquel camarada. El que esa escisión forzada no haya producido del otro
lado ningún escisionista que pueda sostenerse no cambia en nada su carácter de verdadera escisión; pero
confirma su contenido. En la I.S., a medida que el número se encogía, las capacidades de maniobra de
todos los que hubiesen querido conservar el status quo disminuía. El que esa escisión haya tenido por
programa prohibir el confort precedente de los "situacionistas" que no cumplían nada de lo que afirmaban
o refrendaban, hacía cada vez más difícil a los otros perserverar en el mismo tipo de bluff sin que se
hubiesen sacado las conclusiones. Los que no tienen los medios de lucha por lo que quieren o contra lo
que no quieren, esos nunca pueden hacer número sino por muy poco tiempo.

57.- Al contrario de las depuraciones precedentes que, en circunstancias históricas menos favorables,
debían reforzar la I.S. y la han reforzado siempre, ésta pretendía debilitarla. No existen salvadores, y nos
incumbía a nosotros hacerlo patente. El método y los fines de esa depuración han sido aprobados
naturalmente por los elementos revolucionarios exteriores con quienes estábamos en contacto, sin ninguna
excepción. Pronto se comprenderá que lo que ha hecho la I.S. en el período reciente en el que ha guardado
un relativo silencio, y que ha explicado en estas tesis, constituye una de sus más importantes
contribuciones -al movimiento revolucionario. Nunca se nos ha visto mezclados en los asuntos, en las
rivalidades y en los cenáculos de los políticos más izquierdistas o de la intelectualidad más avanzada. Y
ahora que podemos pavonearnos de haber adquirido entre esa canalla la mayor celebridad, nos vamos a
hacer todavía más inaccesibles, todavía más clnadestinos. Cuanto más famosas sean las tesis, más
escondidos permaneceremos.

58.- La verdadera escisión en la I.S. ha sido la misma que debe operarse en el amplio e informe
movimiento de la contestación actual: la escisión entre, por una parte, toda la realidad revolucionaria de la
época, y, por otra, todas las ilusiones a su respecto.

59.- En vez de arrojar sobre los ojos toda la responsabilidad de los defectos de la I.S., o de explicarlos
desde las particularidades psicológicas de algunos situacionistas desgraciados, aceptamos al contrario
tales defectos como formando parte de la operación histórica que ha guiado la I.S. El fuego no estaba en
otro lugar. Quien crea la I.S., quien crea a los situacionistas, ha creado también sus defectos. Quien ayuda
a su época a descubrir lo que puede, no está protegido contra las taras del presente ni es inocente de todo
lo funesto que le pueda suceder. Reconocemos toda la realidad de la I.S. y, en suma, nos alegramos de que
sea así.

60.- Que se nos deje de admirar como si fuesemos superiores a nuestro tiempo; y que la época se aterre
admirándose por lo que ella es.

61.- Quien considera la vida de la I.S., encuentre en ella la historia de la revolución. Nada ha podido
hacerla mala.
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1972 Guy Debord. Gianfanco Sanguinetti
Documentos situacionistas sobre los consejos obreros. archivo situacionista. documentos situacionistas.

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