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Ciencia y Arte
Dejando al margen el lenguaje aproximativo de todos los textos teóricos del cubismo, se
deduce que es la tendencia a la superación subjetiva de la objetividad.
Gleizes escribe:
“En su tentativa hacia lo eterno, el cubismo despoja siempre a las formas de su
realidad geométrica y las equilibra en su verdad matemática”.
Padre inconsciente de tal disposición del artista hacia la realidad es Georges Seurat quien
opinaba que el arte es la armonía de todos estos elementos que vibran en la luz (contrastes
de tono, de color y de línea). Estas vibraciones de los colores-luz, se perdían en las
pinceladas de los impresionistas, ya que estos seguían amalgamándolos en una pasta
cromática. Era necesario hallar otra técnica. De ahí el origen del divisionismo.
Paul Signac, quien era discípulo de Seurat, en su obra de neoimpresionismo cita a Félix
Fénéon, en donde afirma que:
“el ejemplo de un arte de gran desarrollo decorativo que sacrifica la anécdota del
arabesco, la nomenclatura de la síntesis, lo aleatorio a lo permanente, y da a la
naturaleza, fatigada de su realidad precaria, una realidad auténtica”
Pero existe también otro aspecto del cubismo no menos importante, que, en sus
consecuencias, elige una distinta dirección. Es el aspecto que se puede remontar a Cézanne
y del que Picasso, Braque y Léger son, cada uno con su propio mundo poético y sus propios
modos figurativos, los que mejor desarrollan las premisas.
Este segundo aspecto del cubismo es el que no pierde el contacto con la objetividad, un
cubismo bastante menos teórico y bastante más abierto a las emociones directas del mundo
real.
Lo que los cubistas insistían en reprochar a los pintores impresionistas era la falta de rigor y
de coherencia estilística, sobre todo su amor por lo episódico.
Cézanne había rechazado la impresión en favor de una compresión más profunda de la
realidad.
Mientras que en Van Gogh se había expuesto la explosión de los sentimientos, Cézanne
había comprimido y encerrado los sentimientos en la definición formal.
Cézanne heredó de Courbet, como de todos los impresionistas, el odio contra las quimeras
y la literatura en el arte. En su opinión un cuadro debe vivir solo por la fuerza de la pintura,
debe contar solo con los medios que le son propios, sin ayudarse de narraciones patéticas u
otros episodios.
Pero esto, para él como para Courbert, no quiere decir renunciar a captar por medio de la
pintura el sentido de lo real:
“Mi método es el odio por la imagen fantástica –afirma–, es realismo, pero un
realismo, entendedme bien, lleno de grandeza; es el heroísmo de lo real”.
Esta actitud de Cézanne hacia la realidad es lo que hace parecer “frívola” mucha pintura
impresionista al encasillarse tercamente en un problema único y circunscrito, el de la forma
cómo totalidad absoluta de representación, y desde esta posición resiste y libra su batalla,
abriendo al arte moderno, cómo Van Gogh, pero en otra dirección, nuevos caminos.
Quien supo comprenderlo plenamente fue Picasso, el cual, justamente, vinculó el valor de
Cézanne al de Van Gogh, a su mismo difícil destino:
“Cézanne nunca me habría interesado –confiesa Picasso a Zervos– si hubiera
pensado y hubiera vivido como Jacques Emile Blanche, aunque la manzana pintada
por él hubiera sido diez veces más bella. Lo que me interesa es la inquietud de
Cézanne. los tormentos de Van Gogh, es decir, el drama del hombre. Lo demás no
tiene importancia”
Picasso había intuido que Cézanne y Van Gogh habían sido dos caras de una misma
situación histórica.
El procedimiento creativo de Cézanne no es, por tanto, ni científico ni exclusivamente
abstracto: para él la abstracción comienza después de profundizar en el conocimiento del
tema, e incluso llegado a este
punto, el suyo no es nunca un proceso unívoco. Cézanne estudia la naturaleza con
escrupulosidad, quiere conocer sus secretos.
“Para pintar bien un paisaje, antes debo descubrir sus características geológicas.”
El color es el método único y específico del pintor. El artista sólo dispone de este medio
para realizar el milagro del arte. Pero, en realidad, El color es el medio fundamental de la
naturaleza para manifestarse ella misma.
Así pues, el color también es forma para el pintor, fórmula de Cézanne. “Forma-color”.
Cuanto más color se precisa, crece y alcanza su armonía, tanto más aparece el dibujo de los
objetos, pero aparece en la forma. Su esfuerzo por captar la forma plástica de las cosas para
dar su peso y su sustancia lo impulsaba inexorablemente a mirar los objetos desde diversos
puntos de vista. Así conseguía mejorar los planos y los volúmenes.
En cuanto a los comienzos, podemos identificar que los primeros que comprenden e
interpretan con intransigencia y extremismo la lección de Cézanne son Picasso, Braque y
Léger. La retrospectiva de Cézanne en el Salón de Otoño de 1907, un año después de su
muerte, les impresionó vivamente. En Picasso, sin embargo, la lección de Cézanne va
acompañada por el arcaísmo de la escultura ibérica y luego del arte negro, además de por
otras influencias.
El platonismo cubista nace de las anomalías introducidas por Cézanne, introduciendo así
una nueva dimensión del espacio pictórico, es decir, el sentido de una dimensión que
excluía la idea de la distancia, del vacío y de la medida, en el que los objetos podrían
abrirse, explayarse y superponerse, permitiendo al artista una nueva “creación” del mundo
según las leyes de su particular criterio.
Así pues, el volumen y la estructura fueron las dos primeras preocupaciones de los cubistas.
Al eliminar la atmósfera, el gusto sensual por el color y la línea ondulada, trataban de hacer
una pintura de un rigor potente. Sólo la construcción y la corporeidad de los objetos les
interesaban. Así, al reaccionar contra el impresionismo, se trataba de reaccionar también
contra el fauvismo del que algunos cubistas procedían: se trataba de reaccionar contra su
espontaneidad cromática. Por tanto, para ellos el color también pasaba inicialmente a un
segundo plano. En efecto, preferían usar tonos neutros, grises, negros ocres, verdes
apagados. Mientras, de 1909 a 1911, el grupo aumentaba: Delaunay, Gleizes, Lhote,
Metzinger, La Fresnaye, Jacques Villon, Marcoussis, Juan Gris y los escultores Archipenko
y Brancusi se integraron en él. En 1911 se organizó en el Salón de los Independientes la
primera exposición colectiva cubista.
Si en este período no es fácil distinguir dentro del movimiento reales divergencias de
dirección, no por ello tales divergencias no existían. Eran las divergencias que se basaban
en el planteamiento instintivo y el científico, diferencias que más tarde llegarán –sobre
todo, cuando el cubismo como movimiento haya concluido– a caracterizar cada vez más el
trabajo de cada uno de los artistas.
Pero si ese anticientificismo era fuerte e irrefutable en Picasso, Braque, Léger y en otros
muchos artistas el cientificismo era algo determinante. La historia del cubismo está
marcada por algunos momentos que presentan aspectos generales comunes a casi todos los
artistas del grupo. El primer momento es el que fue llamado cubismo analítico. Es el
momento que sucede al cubismo primitivo, caracterizado por planos sencillos, amplios y
volumétricos, que. de alguna manera, seguían dando una imagen dispuesta en profundidad.
El cubismo analítico omienza hacia finales de 1909: los planos simples y anchos se
quiebran aún más en facetas apretadas y continuas que rompen el objeto, lo desmiembran
en todas sus partes y, en suma, lo analizan, fijándolo a la superficie de la tela, donde el
relieve queda reducido al mínimo. Esta talla en facetas del objeto permite llegar a la
creación de un juego rítmico minucioso e intenso, en el que el color, a veces, se reduce a la
monocromía. A este momento le sucede el del cubismo sintético, que algunos remontan,
como hace Lhote, a finales de 1910 y otros a un poco más tarde. Elemento fundamental del
cubismo sintético es la libre reconstitución de la imaginación del objeto disuelto
definitivamente por la perspectiva: el objeto ya no es analizado y desmembrado en todas
sus partes constitutivas, sino que se resumen en su fisonomía esencial sin ninguna sujeción
a las reglas de la imitación.
La síntesis tiene lugar teniendo en cuenta, naturalmente, todas o sólo algunas partes del
objeto que aparecen en el plano del lienzo vistas por lados. Estos dos momentos de la
búsqueda cubista han sido ampliamente ilustrados por los artistas mayormente interesados
en las justificaciones teóricas. A veces, al leer sus textos, especialmente los de Gleizes y
Metzinger. Gris o Delaúnay, nos parece descubrir en ellos los ecos de los pensadores que
ejercieron una influencia bastante viva en el desarrollo de la reflexión científica y estética
contemporánea.
En la obra de Bergson, que precisamente en los añosdel cubismo alcanzó su mayor éxito,
además de la expresión de la exigencia de superar el conocimiento relativo con un
conocimiento
absoluto (es decir, el paso desde el exterior hasta el interior de la cosa), es bastante fácil
hallar párrafos y páginas donde se propone un método de conocimiento que tiene más de
una analogía con la construcción del cuadro cubista, especialmente con algunas
composiciones de Delaunay hechas con asociaciones de imágenes disparatadas.
Apollinaire había definido agudamente como órfico el particular cubismo sintético de
Delaunay por algunas de sus dotes de sutil y misteriosa comunicación poética. En efecto,
aun utilizando más que los demás algunas soluciones formales del neoimpresionismo de
Seurat, se situaba más allá del espíritu científico, orientándose decididamente a una
intuición cristalina de la realidad. Sus composiciones de 1911 y 1912, La ciudad, La torre
Eiffel y Las ventanas simultáneas, presentan, justamente, estas asociaciones de imágenes
diversas de que habla Bergson: imágenes distintas y, sin embargo, simultáneamente
conjuntadas por la compenetración de los planos de colores, que las hacen pasar con un
intercambio incesante de la realidad objetiva a la realidad de la imaginación.
“Ya no son manzanas en un frutero –dice Delaunay–, o una torre Eiffel o calles o
vistas exteriores lo que pintamos; es el latido del corazón mismo del hombre”, del
hombre “que se siente a sí mismo, que se entrega a sus capacidades intuitivas y las
hace palpables con el lenguaje universal de los colores”.
Estas últimas palabras pertenecen al ensayo Sobre la luz, que Paul Klee tradujo en 1913 y
que tanta influencia ejerció en él y en Marc. El amor a lo cristalino y a una espiritual, aguda
y punzante pureza del color les vino a Klee y a Marc de la sugerencia de Delaunay, al cual
habían ido a visitar el año anterior a París.
De Micheli describe que el cubismo nació en un clima general de cultura del que recibió
impulsos y motivos ideológicos. Juan Gris era una clara confirmación de esto, pues la
geometría, las matemáticas y el pensamiento puro lo fascinaban y sus meditaciones
estéticas se basaban en el nuevo platonismo que se había difundido en las ciencias. En este
aspecto Gris es, sin alguna duda, el más riguroso defensor del cubismo sintético. Afirmaba
pintar no partiendo de la realidad sino desde la idea, pues su pintura era “deductiva” que
descendía de lo universal a lo particular, de lo abstracto a lo concreto.
Esta nueva operación intelectual de Gris abrió una nueva serie de posibilidades figurativas
que se han convertido en patrimonio del arte moderno.
Con la libertad del cubismo sintético también había terminado la severidad de la línea recta
y de los colores apagados. La línea comenzaba a flexionarse y los colores puros y
preparados adquirían esplendor; era el color fauve que retornaba.
Los primeros en retomar contacto con una paleta más viva fueron Léger y Delaunay.
Junto con el color, también se pasó a los papiers collés. El autor describe que, el collage fue
para los cubistas uno de los modos de reaccionar contra el pictoricismo, para reencontrar el
tono local usando la pincelada.
Los cubistas al introducir un “pedazo de realidad” en el cuadro, un “objeto verdadero” o un
objeto pintado con la imitación de del trompe-Poeil, querían establecer una comparación
directa entre la consistencia objetiva del cuadro pintado y la inmediatez de un objeto
cualquiera: La pintura, en suma, debía demostrar que era una realidad tan verídica como el
objeto mismo.
Son los cubistas los primeros que inventaron la noción de “cuadro-objeto” en el que el
cuadro debía tener lo absoluto y lo concreto de un auténtico objeto.
La evolución de muchos cubistas hacia una “pintura pura” que fuese cada vez más neutral
ante el valor de las cosas, la pone de relieve Gleizes de modo particular, pues según él, el
cuadro-objeto ya no será una enumeración de objetos o acontecimientos transportados de
un ambiente en el que son reales a otro en el que sólo son apariencias. El cuadro será hecho
concreto con su propia independencia legitima, su propia fisionomía dejando de suscitar la
idea de la comparación de acuerdo con la verosimilitud.
A esta regla, aunque manteniendo sus matices personales, se mantendrán fieles pintores
tales como Gleizes, Metzinger, Gris y Villon, así como cubistas más recientes como
Valmier.
También hubo por parte de Ozenfant y de Jeanneret el propósito concreto de “purificar” el
cubismo de cualquier residuo de cualquier residuo de emoción y espontaneidad, pero esta
ala del cubismo ya estaba destinada, lógicamente, a terminar en el neoplasticismo de
Mondrian.
Braque es, tal vez, el artista que se libera antes y con mayor desenvoltura de las leyes del
cubismo integral. El geometrismo de sus cuadros anteriores a 1914 ha terminado, así como
terminaron los contrastes crudos del color, como pintor prudente e intimista, investiga en el
tejido pictórico que el cubismo había lacerado. Una sensible gracia decorativa campea en
sus lienzos. Es un pintor silencioso, no hay en el un color que se salga de contexto. Se hace
un cubismo a su imagen y semejanza; rechaza la teorización, las matemáticas y el
cientificismo.
El mundo poético de Braque es un mundo breve, un hortus conclusus, pero en su interior
este artista taciturno trabajó con una ternura siempre viva por el encanto de las apariciones
naturales.
Opuesto a Braque, está el talento y la dirección del trabajo de Léguer. Donde Braque se
muestra dulce y elegíaco, Léguer se presenta áspero y heroico, donde Braque despliega una
finura casi aristocrática, Léguer se impone con un vigor casi populachero. Léger llegó ala
pintura desde el oficio de diseñador industrial, de los ateliers de arquitectura. En sus manos
el cubismo se transforma en algo duro y técnico más que en algo matemático. Es un teórico
y un especulativo. De todo el grupo cubista fue quizá el que se mantuvo más al margen,
pero sin duda fue, junto a Picasso, el que se desenvolvió más originalmente.
Después de sus primeras pinturas al modo cubista y figurativamente definidas, entre 1912 y
1914, llegó a una pintura casi abstracta. En la búsqueda de un lenguaje se estaba olvidando
de cualquier otra cosa. Es la experiencia de la guerra lo que lleva a la consideración de lo
real.
Léger se convirtió según de Micheli, en el pintor de la vida moderna. Es uno de los pocos
que empezó a ver la reinserción del artista en la sociedad. En Léger no hay
condescendencia con el orden social vigente, él sabe que crea sus obras “en estado de
guerra con la sociedad.” Léguer pinta máquinas del mismo modo que otros pintan desnudos
femeninos, sin embargo, él no copia maquinas, las inventa.
Su mérito es haber planteado el problema de un arte de la época moderna fuera de la
estética positivista del futurismo y del tecnicismo abstracto del primer constructivismo. Su
Ciudad de 1919, es un ejemplo elocuente de su poética. Sin perspectiva, con colores planos
y puros, Léguer logra pintar una tela donde la chocante complejidad de la vida urbana se
recapitula creativamente. Es una pintura que no tiene nada que ver con las Ciudades de
Chirico. Aquí no hay sueño, no hay alucinación. Se siente que Léguer traduce una serie de
emociones directas, en el fondo, su sueño siempre fue ser un artesano de la pintura: “hacer”
el cuadro, terminarlo a la perfección como el artesano termina su obra. Él no tuvo,
ciertamente, el despliegue de fuerza creadora que tuvo Picasso, pero a su paso, un poco
pesado y un poco monótono, recorrió uno de los caminos más seguros del arte
contemporáneo. Su modernismo no es amanerado; es un modernismo que tiene conciencia
de los problemas acuciantes de nuestro tiempo.
Para Léguer deben ser los hombres los que dominan las maquinas, no todos los hombres en
un sentido general, sino aquellos que las crean con sus manos, los “constructores” de la
civilización técnica moderna.
Su pintura no se adaptaba al caballete; necesitaba amplias superficies.
Sus imágenes conservan algo del cartelón y de la fiesta popular al mismo tiempo.
Él siempre se burló de las efusiones sentimentales; en su arte hay algo de voluntarista y de
ingenuamente corneilliano, por así decir. Pero ahí reside su fuerza.
Aunque la presencia del hombre sólo logra raramente romper la firmeza metálica de sus
superficies, sin embargo, en la obra de Léguer siempre hay un sentido activo y una
instancia afirmativa.
De entrada al Futurismo.