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Constructivismo y Cibernética de las relaciones humanas

Por Marcelo R. Ceberio

El artículo desarrolla el estudio de las relaciones de los individuos en la sociedad (como


uno de los objetivos de la Psicología social), centrándose en el término relaciones desde una
perspectiva de los estudios de la comunicación humana (Teoría sistémica y Cibernética). Se
analiza, que en toda relación se generan interacciones en donde se estructuran funciones, normas
y pautas que conforman un código, que a su vez, rige a la relación. Entonces, toda comunicación
implica relación y una sociedad puede entenderse como un entramado complejo de relaciones.
Se describen una serie de variables que se descuidan a la hora de intentar comunicarse.
Como por ejemplo, el lenguaje paraverbal, con toda la riqueza de la gestualidad. El contexto -el
dónde, en qué momento y situación se dice lo que se dice-; la distinción entre el contenido de lo
que se intenta transmitir y la forma en que se comunica tal contenido; las entonaciones y cadencia
del discurso, que revisten de intencionalidad y significado lo que se emite. Las puntuaciones
sintácticas que establecemos en la secuencia verbal; los silencios que comunican; el uso de
metáforas y analogías, y el lenguaje literal. Los supuestos, categorizaciones, adjetivaciones, como
atribuciones semánticas. Como también, se analizan los diversos feed-back comunicacionales de
aceptación / rechazo /descalificación / desconfirmación.
A todo este proceso es necesario anexarle, el mapa de la realidad que construye cada ser
humano. Códigos familiares, escala de valores, pautas y normas de conducta, sistema de
creencias, llevan a atribuir marcos semánticos a la experiencia de la comunicación. De esta
manera, se entiende a la comunicación como un fenómeno de alta complejidad, que rápidamente
tiende a complicarse.

Introducción
De acuerdo a Kimball Young (1963), La Psicología social estudia la interacción
recíproca entre las personas y los efectos que esta interacción ejerce sobre los
pensamientos, sentimientos, emociones y hábitos del individuo. Como campo de
investigación, la Psicología social tiene sus raíces en la psicología y en la sociología, pero
la historia, la ciencia política, la economía y la filosofía han contribuido mucho al estudio
de la interacción humana.

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Como ciencia, estudia la estructura y funciones de una persona entendida como
un organismo que reacciona en un medio social. Apelando a los recursos de la
Neurología, Fisiología y Psicología, la Psicología social puede dar cuenta de como el
hombre aprende y se socializa. También explora los engramas que posee el hombre
acerca de los roles sociales de madre, padre, hermano, obrero, empleado, dueño, etc., o
con respecto a los valores como libertad, justicia, derechos, etc.
J. Chaix-Ruy (1966) señala que: Si no se mantiene continuamente en guardia (la
Psicología social) correría el riesgo de volver pura y simplemente a los puntos de vista de
la sociología clásica. Admitiendo –lo cual es exacto- que toda síntesis posee propiedades
diversas en sus elementos constitutivos, ella estudiará las intervenciones personales en el
interior del grupo –sociedad o clases sociales- en las cuales se mueven.
En síntesis, el interés primario de la Psicología social vincula las contribuciones
específicas de la Psicología, como estudio de las conductas y procesos mentales y de la
Antropología cultural y de la Sociología como análisis del contenido del pensamiento y la
acción. La Psicología social [...] no se ocupa solo de los mecanismos de la motivación, el
aprendizaje y la adaptación del individuo; tampoco estudia aisladamente los mecanismos
de interacción social, sino el ,modo en que operan en el individuo las ideas, actitudes y
valores de un grupo dado. (K. Young. 1963)
La Psicología social estudia, entre otras cosas:
 La emergencia del yo o la personalidad, a partir de las potencialidades
constitucionales que se desarrollan en el medio sociocultural.
 Otro conjunto de problemas se refiere al prejuicio y a las diferentes formas de conflicto
en la sociedad.
 El comportamiento colectivo o las conductas de las masas (estudia las manías,
modas, opinión pública, propaganda, los efectos de la especulación del mercado,
etc.).

Si una de las principales áreas de análisis de la Psicología social, consiste en el


estudio de las relaciones de los individuos en la sociedad, al hacer referencia al término
relaciones ingresamos en el territorio de los estudios de la comunicación humana.
Tomando como basamento la investigaciones del famoso grupo de Palo Alto (G.
Bateson, D. Jackson, J. Weakland, P. Watzlawick, entre otros) en lo que respecta a este
tema, es importante señalar que toda conducta es comunicación. Este postulado implica
no quedar varado en el lenguaje verbal propiamente dicho, o sea, en la estructura del

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discurso (la sintáctica) o el investimento de significado del mismo (la semántica). Hablar
de comportamientos indica transitar por la pragmática, involucrándose tanto el lenguaje
verbal como el analógico (gestos, actitudes, etc.). En la pragmática se desarrolla la
interacción humana –donde se hace necesaria la presencia de un mínimo de dos
personas que comuniquen-.
Introduciendo la variable tiempo, en la medida que la interacción adquiera cierta
regularidad, se crearán -implícita o explícitamente- funciones, normas y pautas que la
rigen conformando un código que da cuerpo a una relación que, de acuerdo a sus
peculiaridades, establecerá, a su vez, una tipología de vínculo. Entonces, toda
comunicación implica relación y una sociedad puede entenderse como un entramado
complejo de relaciones.
Pero, el fenómeno de la comunicación todavía no llega a comprenderse en su total
magnitud. Si la definimos como un concepto de alta complejidad, esto quiere decir que se
halla expuesta a transformase en complicación. Tan es así que, lejos de la simplicidad, las
interacciones humanas, por el contrario, se caracterizan por encontrarse pobladas de
numerosas trampas comunicacionales. Trampas que el ser humano crea y a las que
somete y se somete.

Complejidades y complicaciones de la comunicación


En esta complejidad de la comunicación, intervienen una serie de variables que
pocas veces son tomadas en cuenta en la transición hacia la complicación. Por ejemplo,
algo tan ínfimo o si se quiere imperceptible como el guiñar un ojo -o cualquier actitud
análoga-, puede constituirse en el detonante de un efecto dominó, en el que cada una de
las piezas del juego relacional se derrumben de manera arrolladora.
Todavía en los umbrales del siglo XXI, continuamos pensándonos como seres
individuales, postergando el entendimiento de que somos partícipes y cómplices de una
gran red social -la ecología humana- que, a la vez, nos encuentra inmersos en diferentes
sistemas: familia, grupos de trabajo, estudio, clubes, asociaciones, etc. O mejor dicho,
decimos que integramos una sociedad pero esto queda sumido en una formulación
verbal. Nos consideramos personas independientes sin responsabilizarnos en la práctica,
de la interdependencia que sugiere participar del entramado de la comunicación social.
De acuerdo a la Psicología clásica, apoyados en el viejo concepto de identidad,
creemos que somos y actuamos de manera idéntica en los diversos sistemas. Por cierto,
esto implica renegar de que realmente somos en la interacción y que nuestras conductas

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influencian a las respuestas de los interlocutores, tal como los comportamientos de éstos
impregnan nuestras respuestas. Perdemos de vista, entonces, con quién intento
comunicarme.
Quien es el otro para mi y quien soy para el otro, marca una esencia relacional
mediante las funciones distintivas que se ejercen en un sistema. No nos comunicamos de
la misma manera ni con el mismo estilo cuando somos padres, cónyuges, empleados o
amigos, simplemente porque el otro posee características y roles diferentes dentro del
circuito comunicacional. Cada relación nos invita a participar con algunas de nuestras
múltiples facetas: somos temerosos e inseguros en ciertas interacciones, mientras que en
otras, parecemos maestros dando consejos. Somos dadores y bondadosos en algunas,
aunque envidiosos y destructivos en otras. Pero entonces, ¿qué hace el otro para que yo
reaccione de tal manera?. Resulta lícito, entonces, preguntarse: ¿qué hago yo para que el
otro desarrolle estas actitudes para conmigo?.
Estos cuestionamientos obligan a pensar las conductas de manera recursiva y
circular, cuando en general, analizamos una situación de manera unidireccional y lineal.
Observamos y hasta criticamos las acciones de nuestro interlocutor, sin hacer la mínima
referencia a nuestra colaboración en dichas acciones. Las preguntas –en general- se
centran fundamentalmente en la búsqueda de los orígenes -por qué- en el intento de
descubrir las intenciones inconscientes individuales de la persona, sin focalizar el qué o el
para qué de las acciones humanas. Preguntas, que nos remitirían al circuito de
comunicación en el que estamos inmersos.
Nos convertimos en expertos en atribuir culpas, entrampándonos en discusiones
bizantinas en un juego sin fin. Es así como se segmenta y polariza la secuencia de
comunicación, en frases elocuentes como: Tu me has hecho hacer...., La culpa es tuya
porque..., Porque tu... Eres igual a tu padre, porque eras igual en tu relación anterior...
etc.
El tu asegura el no involucrarnos en el circuito de acciones recíprocas,
parapetándonos como meros espectadores sin asumir ningún tipo de protagonismo.
Cuando en última instancia, no existen víctimas ni victimarios, todos somos parte del
juego comunicacional al que nos sometemos.
Pero este análisis no queda varado aquí. Entre otras cosas, el contexto -el dónde,
en qué momento y situación se dice lo que se dice-, también se pierde de vista. El
contexto es una gran matriz de significados, que otorga sentido a las acciones humanas.
Es común que se aísle una frase del discurso y se le pegue duro, utilizándola como

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legítima defensa. Cuando, tal vez, esa estructura sintáctica cobra otro sentido si se
encuentra inmersa dentro de un discurso más global, dicho en un lugar y en un momento
determinado.
Pero y con ánimo de aumentar la complejidad- no se trata de lo que digo sino
cómo lo digo. Esto remite nuevamente a lo que los estudiosos de la comunicación en el
libro La teoría de la comunicación humana (Watzlawick, Jackson y Beavin. 1967), en uno
de los axiomas, distinguen entre el contenido de lo que se intenta transmitir y la forma en
que se comunica tal contenido. Las entonaciones y cadencia del discurso, revisten de
intencionalidad y significado lo que se emite. Entender esta distinción nos remite a otro de
los axiomas, es decir, comprender que los seres humanos nos comunicamos con dos
lenguajes: el verbal propiamente dicho y el analógico o paraverbal. Los gestos, acciones,
manerismos, etc., con los que se acompañan las alocuciones verbales, forman un todo
complejo y difícil de diferenciar. Mientras que el primero es factible de ser conducido, el
segundo es espontáneo y escapa al manejo de la voluntad.
En ocasiones, por ejemplo, las afirmaciones se emiten con una gestualidad y
cadencia ambivalente y los elogios como críticas descalificadoras, o el marcar lo positivo
fluye de manera irónica. La secuencia continúa y se complica, cuando la respuesta del
otro se dirige a lo paraverbal y nosotros -casi desorientados- preguntamos sepultados en
la bronca: ¿porqué me contestas así?; desencadenando la base de una discusión en
donde cada uno integra el juego de escalar sobre el otro, en el intento de hacerse dueño
de la verdad y de la razón.
Las puntuaciones sintácticas (1998) que establecemos en la secuencia verbal,
también conjuntamente con la entonación, producen un efecto que desvirtúa la esencia
del mensaje. Por ejemplo: cómo cambiaste mi vida / cómo cambiaste, mi vida / ¿cómo
cambiaste mi vida? / ¡cómo cambiaste mi vida! /¿cómo cambiaste?, mi vida. Podríamos
continuar realizando múltiples combinaciones de esta frase, que nótese, a propósito en
este supuesto diálogo, la palabra cambiaste de acuerdo a la puntuación, involucra
alternativamente al emisor o al receptor.
Pero en lo verbal, también nos comunicamos con analogías. Utilizamos lo que da
en llamarse lenguaje dígito, cuando describimos una situación en forma literal. Pero en
otras oportunidades, utilizamos metáforas para comunicarnos. En esta oscilación, entre
metáforas y literalizaciones deambula nuestro lenguaje verbal, de manera tal que nuestro
interlocutor deberá entender cuándo implementamos una metáfora, no vaya a ser que la
literalice y mal interprete lo que le intentamos transmitir.

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A todo este proceso es necesario anexarle, el mapa de la realidad que construye
cada ser humano. Códigos familiares, escala de valores, pautas y normas de conducta,
sistema de creencias, llevan a atribuir marcos semánticos a la experiencia de la
comunicación. El discurso y las palabras mismas, están revestidas de significaciones
particulares que no sólo impregnan nuestra alocución, sino también la recepción. De aquí
emergen los supuestos.
Los supuestos, no son ni más ni menos que las categorizaciones y adjetivaciones
con que agrupamos los objetos, sujetos, situaciones, hechos, etc. Pero cada tipología
lleva un sentido implícito. De allí, que existan actitudes del otro que tengan mayor o menor
relevancia, pero no mayor o menor en sí misma, sino para el sistema de creencias del
interlocutor.
El yo supongo, es uno de los bastiones de la confusión comunicacional y hace
blanco más contundentemente en la gestualidad del otro. Por ejemplo, si una persona
frunce su ceño mientras hablamos, suponemos (aplicamos una categorización inmediata)
que está aburrido con nuestra conversación. Sobre esta base, que se constituye en
evidencia clara para nosotros, actuamos. O sea, reaccionamos emocionalmente y
desarrollamos acciones para que al interlocutor le resulte atractivo lo que le
comunicamos. En síntesis, un repertorio de acciones acordes con nuestro supuesto
inicial. Razón por la cual, es factible que el otro frente a nuestras exacerbaciones de
conductas, culmine aburriéndose realmente construyendo así la realidad presupuesta.
En la comunicación humana, este juego da en llamarse profecías que se
autocumplen: si supongo algo sobre el otro, actúo de acuerdo a este imaginario,
terminando por confirmar en la pragmática tal suposición cognitiva. Pocas son las
oportunidades que traducimos nuestro supuesto en pregunta, o tal vez, una pregunta más
abierta que indague directamente sobre el gesto. Y de esto se trata, de metacomunicar.
Metacomunicar, implica decodificar correctamente lo que se recepciona o se intenta
transmitir, acrecentando así la posibilidad de diálogo claro.
Campanini y Luppi (1992) señalan:
Este último uso del lenguaje es de nivel lógico más elevado con respecto a su uso
en el intercambio de contenidos y se puede definir como metacomunicación por cuanto es
una comunicación sobre la comunicación. Par poder comunicar no es importante que los
comunicantes sean siempre perfectamente conscientes de las reglas (el niño aprende a
hablar sin conocer la gramática y la sintaxis) pero es fundamental que sobre esas reglas

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se puedan hacer afirmaciones y comentarios que se consideren legítimos y, en
consecuencia, provistos de significado.
En la metacomunicación, se trata de entender qué construcciones cognitivas
posee nuestro interlocutor mediante lo que intenta traducir en palabras. En el proceso de
comunicar, cuando el interlocutor dice algo, lo que se recepciona pasa por el tamiz de la
estructura conceptual. No escuchamos lo que el otro dice literalmente, sino lo que
construimos de lo que dice (con nuestras atribuciones e inferencias).
Son diferentes, las vías por las cuales construimos algo acerca de lo que el otro
nos trasmite. Las reacciones emocionales, afectos y acciones que se desarrollan en la
interacción, son algunos de los medios que alientan a realizar una construcción de lo que
el otro emite.
Para comprender el mensaje del otro, es importante conocer su sistema de
creencias, su modelo de conocimiento y el universo de significados que de éste emerge.
Esto permite decodificar de manera clara el mensaje. No obstante, este proceso sucumbe
en tanto y en cuanto nos hallamos implicados emocionalmente.

En función de estas premisas, en el próximo cuadro pueden precisarse algunos


mecanismos que se activan a la hora de comunicar. Resulta una falacia creer que la idea
que se transmite sigue fiel en su reproducción.
El emisor -en principio- no transmite sino que intenta transmitir. De su estructura
cognitiva, mediante su sistema de creencias, escala de valores, experiencias de su
historia, normas familiares y socioculturales, emerge una idea que, como construcción
conceptual, da cuenta del modelo de conocimiento. Es un intento, puesto que en el acto
de traducir tal construcción al lenguaje verbal el emisor se encuentra -entre las tantas- con
tres limitaciones:
 La primera, radica en que la lengua en la que se comunica (tanto el emisor como el
receptor), se encuentra con una serie de signos lingüísticos que no logran abarcar
completamente la génesis de la idea de manera pura y absoluta.
 En segundo lugar, las limitaciones de la retórica del emisor dentro de la lengua que
habla. Es decir, cual es el repertorio de recursos del lenguaje que utiliza el emisor.
 Y por último, las limitaciones que imponen las características del contexto donde se
desarrolla la interacción.
Estos elementos hacen que la estructura sintáctica del discurso, se halle
compuesta por una serie de puntuaciones arbitrarias que no permiten traducir fielmente la

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construcción cognitiva a la construcción de sintaxis verbal. Además de tener en cuenta,
que el contexto donde se desarrollan las interacciones no solamente impone ciertas
reglas que influyen a la comunicación, sino también los ruidos que pueden perturbarla
como los estímulos que la alientan (tranquilidad, buen clima afectivo, comodidad, etc.).
Por sobre la estructura sintáctica se encuentran los investimentos semánticos.
Estos son las atribuciones de significado con que se reviste el discurso. Resulta la
intención de transmitir el sentido de la construcción.
Pero a todos estos elementos del proceso, es necesario agregarle el otro lenguaje
-el analógico- que respecta a todo lo paraverbal, comprendiendo los gestos, manerismos,
actitudes, tics, etc. que también en sinergia con el lenguaje verbal propiamente dicho
complementa la estructura de lo que se intenta comunicar.
Lo que se comunica entonces, es un cuento. Se cuenta un cuento. Una versión de
los hechos -no los hechos-. Es por esto que el lenguaje abandona su concepción clásica
representacional, es decir, no representa fidedignamente una realidad, muy por el
contrario, el lenguaje se erige como constructor de realidades.
Pero resulta lícito preguntarse qué es lo que escucha el receptor. El sujeto
receptor intenta escuchar, puesto que su escucha se halla influida por su propia estructura
cognitiva. Sobre la sintaxis del discurso del otro es factible que deposite sus deseos,
carencias, ideales de respuesta o simplemente una falta de atención lleva a que la
intención de lo que trata de comunicar su interlocutor se desvirtúe. O sea, el receptor
ejecutará una construcción de la construcción que intentó transmitir el emisor. Entonces,
el mensaje que devuelve el receptor (feed-back) es el resultado del cuento que se cuenta
del cuento del emisor.
Desde esta perspectiva, parece que el hecho de comunicarnos resulta casi
mágico, y no nos encontramos muy lejos de esta afirmación. No obstante, las sucesivas
interacciones en el tiempo posibilitan que los integrantes del sistema comunicacional se
conozcan en sus particularidades, construyan y aprendan un código de comunicación que
los rija, razón por la que comienzan a entender las atribuciones de significado de los
mensajes del partenaire, el lenguaje de los gestos, el descifrar actitudes, etc.

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CONTEXTO (MATRIZ DE SIGNIFICADOS)

EMISOR

IDEA O CONSTRUCCIÓN ESTRUCTURA COGNITIVA


VALORES
CREENCIAS
INTENTA TRADUCIR LIMITACIONES: PAUTAS, ETC.
MEDIANTE EL LENGUAJE 1- LENGUA
VERBAL 2- RETORICA PARTICULAR
3- REGLAS DEL CONTEXTO

SINTÁXIS ATRIBUCIONES SEMÁNTICAS

LENGUAJE ANALÓGICO
RECEPTOR
SE INTENTA TRANSMITIR
CUENTO QUE SE CUENTA B

SE INTENTA ESCUCHAR

SE CONSTRUYE “ALGO”
DEL MENSAJE TRANSMITIDO

ESTRUCTURA COGNITIVA
VALORES
CREENCIAS
PAUTAS, ETC.

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Son numerosas las oportunidades en que deseamos escuchar en el otro lo que
deseamos escuchar, perdiendo lo que el otro intentó transmitir. En este proceso se dan
preeminencia a los deseos y expectativas de respuesta. No se escucha al interlocutor,
sino al fantasma de respuesta ideal que construimos en el diálogo. Se desarrolla
entonces, un diálogo de tres. No son pocas las veces que en la vida transitamos
colocando terceros ideales de respuesta, obteniendo como resultado la frustración,
bronca y angustias, construyendo circuitos caóticos y autodestructivos.
Así, se distinguen diferentes feed-back en la comunicación: aceptación / rechazo /
descalificación / desconfirmación. Mientras que el otro acepte nuestra comunicación, no
existe el conflicto. El problema se genera cuando existe el rechazo y más cuando
nuestros comportamientos son descalificados, o sea, rechazados de una manera
peyorativa. El peor extremo de estas comunicaciones disfuncionales se halla en la
desconfirmación, en donde no sólo se niega la comunicación de un interlocutor sino hasta
su presencia.
Tampoco entendemos que los silencios también comunican. El silencio es una
respuesta -a veces ambigua- pero es una respuesta. Razón por la que es imposible no
comunicarse, tal versa el primer axioma de la comunicación humana. Sin embargo,
decimos: el no se comunica o se comunica poco.
En esta misma línea, no se respeta que el otro pueda tener una opinión diferente a
la nuestra, es decir: que construya el mundo desde una perspectiva diferente a la manera
que lo podemos construir nosotros. Estamos habituados a imputar: estás equivocado!!,
erigiéndonos con el patrimonio de la verdad. Cada vez que señalamos no tienes razón, en
realidad estamos objetando que él no piensa como yo pienso.
Por lo tanto, no podemos hablar de la realidad que nos toca vivir, sino la realidad
que construimos. Nos pasamos la vida en la comunicación y de acuerdo a cómo la
conduzcamos, es factible confeccionar realidades catastróficas o de bienestar, sin
embargo, construimos una realidad y luego la externalizamos atribuyéndole al destino el
producto de los hechos. Entender que la emisión y recepción de un mensaje, depende de
múltiples variables nos lleva a abandonar la ingenuidad de entender a la comunicación
como un fenómeno simple.
Involucrarnos en el circuito de la comunicación, comprendiendo que nuestras
reacciones influencian las respuestas y que somos influenciados, implica
responsabilizarnos que somos nosotros y nada más que nosotros los que construimos las

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pequeñas y grandes realidades de la vida cotidiana. Sin embargo, lejos nos hallamos de
esta responsabilidad.
En la génesis de los problemas humanos, se encuentran muchas de las trampas
comunicacionales a las que hemos hecho referencia anteriormente. Aunque uno de los
elementos primordiales en la constitución de problemas, consiste en el fracaso de los
intentos de solución de cara a resolver las dificultades.
La diferencia entre dificultad y problema, es una de las primeras distinciones que
los comunicacionalistas han desarrollado en le modelo de la Terapia breve sistémica
(Brief therapy). Las dificultades, son los obstáculos que en el proceso evolutivo
frecuentemente aparecen y suelen ser resueltas mediante la aplicación de tácticas de
resolución que han resultado efectivas en experiencias anteriores, o estrategias nuevas
creadas bajo la capitalización de otras experiencias, etc.
El problema se desencadena o, más precisamente, una dificultad se transforma en
problema cuando los intentos por resolverla son ineficaces. En la medida que las
soluciones intentadas fracasan, el problema se instaura cada vez más sólidamente en el
sistema, involucrando a todos los integrantes. Más, cuando para resolverlo se aplica la
lógica racional, cuando ésta resulta ilógica de aplicar en un territorio donde la racionalidad
coexiste con las emociones.

Pero para lograr entender tales procesos de disfuncionalidad comunicacional, es


necesario adentrarse en el modelo circular (cibernético o sistémico) del conocimiento y el
Constructivismo, de manera tal, de contraponer la acertividad de los modelos clásicos
como la linealidad y la realidad absoluta.
A modo de síntesis bosquejaremos ambos modelos del saber.

Cibernética y Teoría General de los Sistemas


Hasta la década del ´50, en general, la mayoría de las teorizaciones,
investigaciones, modelos psiquiátricos y psicológicos, estuvieron impregnadas por la
primera ley de termodinámica. Por ende, se colocaba el énfasis en los fenómenos de
conservación y transformación de la energía, causalidades de corte lineal y el método
explicativo.
Pero a partir de estos años, una nueva epistemología se fundamenta en el
concepto de información basado en la 2º ley de la termodinámica. Sus bases surgen de la
Cibernética. Su naturaleza es de tipo circular y retroactiva. La información, constituye el

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nódulo central que se orienta a procesos de comunicación más amplios y más complejos
como los sistemas humanos.
La Cibernética (Wiener, 1975), tuvo como objetivo de estudio los procesos de
comunicación y control en los sistemas naturales y artificiales. Es definida por el autor
como la ciencia de la comunicación y el control en el hombre y la máquina.
La Teoría General de los Sistemas, por su parte, tiene una matriz de tipo biológico.
Bertalanffy (1968) define a un sistema como un conjunto de elementos que interactúan
entre sí. Es un conjunto de objetos y relaciones entre los objetos y sus atributos. Los
objetos forman parte del sistema, pero los atributos son las propiedades de los objetos y
las relaciones mantienen unido al sistema.
Carlos Sluzki (1987) señala que, si tomamos como parámetro su valor como
referente conceptual del campo de la terapia familiar, en los últimos diez años el fiel de la
balanza se inclina a favor de la Cibernética a partir de nuevos desarrollos
epistemológicos. Según Sluzki, la historia de estos desarrollos van de la mano de autores
como G. Bateson, W. Mc Culloch, H. Maturana, F. Varela, H. Von Foerster y E. Von
Glasersfeld que fundamentan lo que podría denominarse Nueva Cibernética. Esta
corriente teórica, le provee a la Terapia Sistémica un lenguaje y un modelo de
pensamiento para que de esta manera, tanto la Terapia Familiar como las ciencias del
pensamiento en general, co-evolucionen con unas lingüística, física y antropología
nuevas.
Por lo tanto, la observación del comportamiento de un sujeto de acuerdo a la
óptica sistémica o cibernética no es realizada desde la visión de un individuo autónomo o
aislado, sino como una entidad que interactúa en un sistema de relaciones caracterizado
por un contexto poblado por permanentes intercambios de información que pautan las
conductas respuestas permanentemente. La pregunta es quien hace qué, a quién,
cuándo y en donde, quiere decir que el paradigma clásico de estudio de una persona
aislada queda relegado ya que es imposible pensar un análisis de un sujeto sin tomar en
cuenta el contexto situacional en donde aparece.
Tal vez, uno de los conceptos más importantes en esta epistemología es el de
retroacción. O sea, es tan importante como saber que no somos simples emisores o
receptores de información, sino que poseemos cierto feed-back en relación con el
mensaje que se emite o que se recibe. La noción de feed-back es la base que construye
la causalidad circular, base fundante dentro de esta epistemología y que además marca la
diferencia con la primera o tradicional (lineal).

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La retroacción, como comunicación de retorno, establece un circuito circular que
involucra e influye permanentemente tanto al emisor como al receptor (y viceversa). Ya no
existe un comienzo o un fin, una vez desencadenado el proceso, solamente se produce
una influencia recíproca y así se comprueba claramente que el todo no es igual a la suma
de las partes. Esta es una de las razones que explica que, para la comprensión de una
conducta considerada problema es necesaria la observación del contexto situacional en
donde se produce, quienes son los integrantes que coadyudan a generar un circuito, qué
información es la que circula, cuándo y fundamentalmente -más allá de la dinámica
interactiva- cuáles son las reglas constitutivas del código que lo rigen.
Lo que el sujeto hace (actúa, dice, acciona), es la puerta en el plano del
pragmatismo de una forma, un estilo, de un código que, como portavoz, reproduce en la
acción y tendrá determinados efectos sobre el sujeto mismo y el resto de integrantes que
interaccionan.
Toda información de retorno, puede poseer un efecto que logre concretar una
estabilidad rígida –homeostasis-, como una realimentación negativa que dice no al
cambio. Otra posibilidad es la pérdida de equilibrio (crisis), favoreciendo la posibilidad de
cambio. Es decir que la transformación (homeodinamia) y la homeostasis son dos
procesos inherentes a la vida de un sistema.

Los aportes del Constructivismo


El Constructivismo, es un modelo teórico del saber y de la adquisición de
conocimiento. Su planteo básico radica en que la realidad no existe como hecho objetivo,
es una construcción más dentro de las construcciones que realiza todo sujeto, entre las
cuales también se encuentra la construcción social.
En su desarrollo, el ser humano como parte de su proceso de adaptación al medio
ambiente intenta edificar una estructura mental que le permita ordenar esa tendencia a la
entropía de su experiencia. A través de este proceso, el sujeto va estableciendo
experiencias repetibles y relaciones más o menos confiables, construyendo así un mundo
al cual llama realidad. De esta manera, el efecto de la comunicación produce que dos o
más personas que interaccionan y se acoplan estructuralmente en la coordinación de sus
conductas, co-construyan un mundo. Este acoplamiento da lugar a la vida social, siendo
el lenguaje una de su consecuencias.
El Constructivismo, es una corriente epistemológica desarrollada en su forma más
radical por Ernest Von Glasersfeld (1984, 87, 92) y cuenta con algunos investigadores que

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en otros campos han llevado este tipo de pensamiento, como el psicólogo Jean Piaget, el
antropólogo G. Bateson, el cibernético H. Von Foerster, el neurólogo W. Mc Cullloch, los
biólogos H. Maturana y F. Varela y el lingüista P. Watzlawick.
Pero la preocupación por la relación entre realidad (mundo óntico) y el
conocimiento de ella, es tan antigua como la historia de la filosofía. Immanuel Kant, en los
finales del siglo XVIII en su Prologómena a toda metafísica futura, expone que los seres
humanos estamos limitados por nuestro aparato perceptivo y que tanto nuestra
experiencia como los objetos de la misma, son el resultado de nuestra manera de
experimentar, es decir, están estructurados y determinados por nuestras categorías de
espacio y de tiempo, y que nunca logramos captar la cosa en sí.
Glasersfeld, utiliza la analogía de un ciego que cruza un bosque diariamente en
búsqueda de un río que queda al otro extremo. Al cruzarlo, tropieza con troncos de árbol,
rocas, etc., y superándolos eventualmente llega al río. Por lo tanto, en su mente recrea
una serie de caminos viables y esa serie tiene cabida –encaja- en el bosque real. Pero
para el ciego, su representación mental no contiene ni rocas, ni troncos, ni árboles; ni
siquiera bosque que un observador externo pudiera ver. Lo que sabemos está en función
de nuestras observaciones, no de lo observado y la objetividad no es más que la ilusión
del sujeto de que la observación se puede realizar sin él, dice H. Von Foerster.
Un ser humano en el transcurso de su vida, en el intercambio permanentemente
con el medio social, ya desde su nacimiento construye con otros y a la vez conforma
construcciones individuales acerca de la realidad. En esta gesta interactiva se elaboran
escala de valores, pautas de interacción, normas que regulan los procesos, en síntesis,
una historia regida por determinados pattern que son inherentes a ese sujeto y no a otros.
Todo este bagaje es el que se pone en juego en el momento de la observación, es
el que permite ver eso y no otra cosa. Con lo cual la mirada no es ingenua, está revestida
de todos estos engramas individuales y socio-culturales que generan un determinado
mapa o recorte de lo que llamamos realidad. Estos engramas son los que pautan las
atribuciones de sentido y generan la producción de significados expresados a través del
lenguaje, como base constitutiva de éste.
El epistemólogo J. Piaget (1937), señala en La Construcción de la realidad del
niño, donde afirma que el infante en su desarrollo evolutivo no adquiere una
representación fiel de la realidad, sino que la construye. Esta construcción se opera en
base a su experiencia y mediante un mecanismo que posee dos procesos invariables: la
organización (y todo organismo desde el unicelular hasta el más complejo se organiza

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para mantener su identidad) y el de adaptación (que depende de la asimilación y la
acomodación de lo experimentado). Por lo tanto, un niño acomoda sus experiencias que
surgen de las interacciones con el medio ambiente a esquemas estructurados en su
mente para poder asimilarlas.
Paul Watzlawick (1989), distingue dos tipos de realidades: una realidad de 1º
orden y una de 2º orden. La primera se refiere a las propiedades físicas del objeto que
son observables, cuya descripción se apoya, por ejemplo, en pruebas experimentales.
Son aquellos conceptos consensuados socialmente. La segunda, remite a las atribuciones
de sentido, al valor con que se revisten los objetos, situaciones, etc. Por ejemplo, la
noche es perfectamente descripta por la mayoría de las personas, pero cuando pedimos
qué le sugiere o con qué la asocia la noche, seguramente nos encontraremos con una
multiplicidad de puntos de vista. No son, entonces, los mismos ojos los que describen el
objeto.
En el libro Es real la realidad (1989), Watzlawick refiere a un ejemplo:
[...] la realidad del primer orden del oro, es decir, son propiedades físicas, son
perfectamente conocidas y verificables en todo tiempo. Pero la significación, la
importancia del oro en la vida humana desde tiempos remotos y sobre todo el hecho de
que dos veces al día se le asigne en una oficina de la City londinense un valor concreto, y
que esta asignación de valor tenga una importante influencia en otros muchos aspectos
de nuestra realidad, todo esto tiene muy poco o nada que ver con sus propiedades
físicas.

El mismo Albert Einstein, remarcaba que es la teoría la que determina lo que se


puede observar, confirmando así que nuestros propios esquemas y estructuraciones
mentales son los que pautan la posibilidad de realizar una observación y no otra. Además
de permitirnos ver, también estos esquemas operan como obstáculo, ya que de acuerdo
a la rigidez de su conformación imposibilitan la plasticidad y la ampliación de la
perspectiva.
En general, en la vida cotidiana es factible observar cómo se construyen
realidades, cómo se inventan situaciones en lo que da en llamarse profecías que se
autocumplen. Estas, son las que generan circuitos recursivos que reproducen a modo de
bola de nieve que van de un simple estímulo hasta alcanzar dimensiones caóticas.
E. Von Glasersfeld define que el mundo que experimentamos es y debe ser como
es porque nosotros lo construimos, o sea, lo organizamos de esa manera. Lo mismo vale

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decir con respecto a los sistemas interactivos humanos. La identidad del sistema depende
de patrones de discursos e interacciones y si bien, también nos transformamos en el
proceso de relacionarnos, esta transformación es casi siempre imperceptiblemente lenta.
Desarrollamos tácticas para manejar relaciones y también estas contribuyen al
sentido de quienes somos. Repitiendo la misma manera de hacer las cosas, nos confirma
quienes somos.
Cerrando esta apretada síntesis de la visión del Constructivismo, podríamos
reflexionar, haciendo alusión a algunos pensamientos que elabora Paul Watzlawick (1984)
en el epílogo de su libro La realidad inventada: ¿Qué experimentaría un hombre que
estuviera resuelto a ver consecuentemente su mundo con su propia construcción?.
Se volvería un ser humano más tolerante ya que comprendería que su mundo es
su propia invención y por tanto, respetaría comprendiendo que existen otras
construcciones de sus semejantes. Se sentiría más responsable ya que asumiría sus
proyectos, fantasías, equivocaciones, sus propias profecías creadoras de realidades. Con
lo cual, responsabilidad y comprensión lo llevarían a un estado de libertad plena, ya que
sería consciente de que él y nada más que él es el inventor, el productor de su propia
realidad, y que solamente él posee las herramientas como para poder transformarla.

Algunas conclusiones
Tanto el Constructivismo como la Cibernética, abren la puerta de las ciencias
modernas (que muchos autores rotulan como pos-modernas), desestructurando viejos
parámetros de consolidación del conocimiento. Ambas teorías, cuestionaron los
conceptos pilares de las ciencias clásicas: Objetividad, linealidad, verdad y realidad,
donde la certidumbre y el orden concebían y explicaban un universo del todo coherente
que no dejaba lugar a la duda.
A la realidad única y presupuesta, contrapusieron una realidad particular y
construida por el percibiente. Entonces, al descubrimiento de una realidad lo confrontaron
con la invención de la realidad.
Del punto anterior se infiere que lejos se está de certezas y afirmaciones
categóricas –la última verdad- para hablar de incertidumbre, duda y verdades particulares,
o mejor dicho puntos de vista, versiones acerca de las cosas.
El método analítico, que bregaba por la descomposición de partes en la creencia
que de esta manera se podía comprender el todo (sumatividad: el todo es igual a la suma

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de las partes), es permutado por el estudio de la totalidad, es decir, el todo es mayor que
la suma de las partes.
Todo este panorama indica que la objetividad resulta un concepto obsoleto y como
tal no existe, o existe en última instancia como un acuerdo o convenio de primer orden. Se
reivindica, por ende, la subjetividad, en función de entender que todos somos subjetivos
en nuestras apreciaciones del mundo, que vemos lo que dibujamos y dibujamos lo que
vemos, como señala H. Von Foerster.
En síntesis, quiere decir que para entender las relaciones humanas o, más
precisamente, la comunicación humana, es preciso tomar en cuenta:
 La influencia recíproca de los comportamientos de los comunicantes (cibernética de
las relaciones).
 Que en un grado mayor de complejidad, es necesario especificar las cogniciones que
se desarrollan en la cibernética de las relaciones.
 Lo que se intenta transmitir (cabe pensar si el lenguaje logra traducir en forma plena la
totalidad de las ideas) es una versión de los hechos, un cuento, una historia. Aquí
estamos en presencia del primer grado de relatividad.
 El receptor: qué construye de los que su interlocutor intentó transmitirle. Qué
atribuciones de significado se depositan en el discurso verbal y analógico del otro
comunicador (categorizaciones, juicios, distinciones, adjetivaciones, descripciones,
calificaciones, etc.).
 El lenguaje que excede lo verbal propiamente dicho: el analógico. Los gestos se
constituyen en blanco de atribuciones particulares (proyecciones).
 Los supuestos, que son construcciones que no se metacomunican y que pueden
actuarse en la pragmática, respondiendo más a la fantasía personal que a los que el
interlocutor intenta transmitir.
 La actuación de tales supuestos conforman profecías autocumplidoras. En ocasiones
constituyéndose en la génesis de lo catastrófico.

De esta manera hemos retornado al punto de inicio: toda esta síntesis lleva a
reafirmar y entender a la comunicación humana como un fenómeno de alta complejidad a
multiplicidad de niveles, principalmente dos: el cibernético y el cognitivo. Niveles que se
influencian y entrelazan recíprocamente y que se expresan mediante el plano emocional
(sentimientos y afectos), el racional (pensamientos) y el pragmático (acciones e
interacciones).

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