Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La primera consideración que hay que hacer al elegir una tarea es la cuestión
previa de si en ese caso y en ese momento tiene sentido realizar alguna
prescripción. Sólo si la respuesta es afirmativa valdrá la pena seguir adelante y
plantearnos qué tipo de propuesta hacer, cómo concretarla y de qué modo
presentarla. La decisión de proponer una tarea no depende del tipo de problema
que estemos tratando, ni de la estrategia que pensemos eventualmente seguir en
ese caso. Ni siquiera tiene mucho que ver con las preferencias teóricas del
terapeuta o con cuáles sean sus tareas favoritas. Depende, sobre todo, de si a lo
largo de la sesión hemos conseguido crear un contexto terapéutico adecuado, que
permita algo tan simple a primera vista, pero en realidad tan pretencioso como
sugerir a una/s persona/s cómo comportarse en su vida cotidiana. Este contexto
terapéutico consiste básicamente en que los consultantes y el profesional hayan
alcanzado un mínimo consenso respecto a cuál es el propósito de su trabajo en
común y, por tanto, cuáles son las metas y los medios de su colaboración conjunta.
En otras palabras, para poder pedir una tarea necesitamos haber construido un
proyecto, haber negociado un «contrato de trabajo», aunque sea de mínimos, de
modo que nuestro interlocutor nos pida ayuda para algo, o al menos admita
nuestra ayuda. Si hemos estado una hora hablando (o intentando hablar) con una
familia magrebí que sigue sin entender por qué el trabajador social les ha remitido
a terapia familiar; si tras la conversación con el orientador escolar el adolescente
sigue sin mostrar ningún deseo de cambiar absolutamente nada; o si la pareja con
la que hemos tenido una primera entrevista sigue sin tener claro que quieran hablar
con un psicólogo y más bien se inclinan a tramitar el divorcio con un abogado, será
inútil pedir a estas personas que lleven a cabo alguna tarea. En todo caso, puede
tener sentido la indicación genérica de que se tomen unos días para pensar en qué
aspecto les gustaría que les ayudáramos, o como mucho proponer una tarea con la
intención de que nuestro interlocutor la oiga, como forma de redefinir o transmitir
un mensaje. Ir más allá de eso sería probablemente un error: tratando de vender
algo a quien (todavía) no quiere comprar nada sólo conseguiremos ahuyentar al
posible futuro comprador. Es preferible cuidar la relación, mantener las puertas
abiertas y esperar al momento adecuado para intentarlo. Nos limitaremos, pues, a
elogiar a nuestros interlocutores y a explorar la posibilidad de tener otra entrevista.
Ir despacio
Concretar
Una indicación general del tipo «Tenéis que ser más comunicativos» no es una
tarea, sino simplemente un consejo bienintencionado. Bienintencionado y
probablemente poco eficaz, porque no aclara cómo llevar a cabo lo que estamos
pidiendo. En principio, las tareas deben ser claras y concretas, especificando qué
sugerimos que haga qué persona y en qué circunstancias: «Me gustaría animaros
a que, cada vez que uno de los dos sienta que no está siendo entendido por su
pareja, utilice esta bandera de color verde para señalizar cómo se siente. Una vez
que ondee la bandera verde, os proponemos que os sentéis diez minutos en el
sofá del salón y dediquéis al menos diez minutos a hablar del malentendido. En
primer lugar hablaría el que...». Un detalle muy importante es que una tarea debe
indicar qué es lo que sí debe hacer la persona y no limitarse a decir lo que no debe
hacer. Las instrucciones negativas («No entréis en las provocaciones de vuestro
hijo») son paralizadoras, por un lado, por cómo el cerebro procesa las negaciones
(del mismo modo en que, por ejemplo, «No pienses en un elefante rosa» lleva a
pensar en un elefante rosa) y, por otro, porque no dan pistas sobre qué cosas sí
hacer. Por eso, en vez de prohibir algo, debemos indicar una alternativa o
directamente pedir su contrario: «Me gustaría proponeros que cuando vuestro hijo
os provoque actuéis como si no le hubierais oído y salierais de la habitación sin
dirigirle la palabra».
Diríamos que para proponer tareas necesitamos que los clientes tengan un buen
enganche en el proceso terapéutico y una buena conexión emocional con la
terapeuta. Si vamos a plantear tareas que impliquen a varias personas, hará falta,
además, que haya seguridad en el sistema terapéutico y un sentido de propósito
conjunto. Nos gusta describir el enganche en el proceso terapéutico empleando la
categorización de Steve de Shazer y su equipo en Milwaukee: si en un momento
dado un paciente se muestra en la posición de visitante («Yo no veo ningún
problema»), será preferible renunciar a las tareas y emplear solamente elogios. Si
la relación que establece es de demandante («Sí veo un problema, pero no es algo
que dependa de mí solucionar»), probablemente encajen tareas de observación
(generalmente de observación del otro, de quien se cree que debe cambiar). Si la
posición es de comprador («Sí veo un problema, y creo que yo debo poner de mi
parte para solucionarlo»), podremos dar un paso más y proponer tareas de acción,
ya más exigentes. Si la consultante se encuentra en una posición precontemplativa
(no considera que tenga un problema) las posibles tareas irán encaminadas a que
empiece a tomar conciencia de él (por ejemplo, pedir a una persona que apunte
todo el alcohol que bebe a lo largo de la semana; animarle a que se haga un
chequeo médico). Si se halla en fase contemplativa (aprecia un problema, pero se
encuentra ambivalente entre intentar cambiar y no hacerlo), las tareas irán
encaminadas a inclinar el balance decisional a favor del cambio (por ejemplo,
pedirle que redacte una lista de pros y contras respecto de dejar de beber). En la
etapa de preparación y acción será útil proponer ya pautas concretas de actuación
para iniciar los cambios (en el caso del ejemplo, para reducir el consumo del
alcohol, por ejemplo el «Ritual de congelación». Y en la fase de mantenimiento, se
hará hincapié en seguir adelante con los nuevos hábitos y reducir el riesgo de
recaídas (por ejemplo, pidiendo al cliente que haga un «Plan de emergencia» y lo
lleve siempre encima,. Para evaluar la disposición de los consultantes de llevar a
cabo tareas puede bastar con escuchar atentamente lo que nos cuentan (y cómo lo
cuentan en la sesión), aunque también cabe la posibilidad de evaluar la relación
terapéutica mediante cuestionarios de autoinforme . De todas formas, la opción
más sencilla es preguntar a los clientes, bien de forma directa («¿Qué os parece?
¿Os gustaría que en este punto os planteara alguna sugerencia de qué podéis
hacer en casa, o preferís que simplemente os comente cómo veo vuestra
situación?»), bien mediante una pregunta de escala («En una escala de 0 a 10,
donde 10 sería que estarías dispuesto a hacer casi cualquier cosa que te podamos
sugerir y 0 es lo contrario, ¿dónde te situarías ahora?»).
TAREAS GENÉRICAS
- LA PEQUEÑA FELICIDAD: Esta tarea consiste en que todos los días, antes
de acostarse, la persona piense en alguna cosa positiva que le gustaría
hacer al día siguiente, algo que implique «cuidarse» o «tener un detalle»
consigo misma (por ejemplo, dar un paseo, comprarse un libro, darse un
baño con aceites, llamar a un amigo). La escribirá en un post-it y la pondrá
en un sitio en que al día siguiente lo vea nada más levantarse. A menudo, el
problema es tan absorbente que a la persona no le quedan energías ni
ganas para emprender actividades agradables. Esto, a su vez, la debilita y
deja más espacio al problema. La tarea pretende revertir este proceso.