Está en la página 1de 3

POSESIÓN (TENER)

La Posesión (tener) (Τὸ ἔχειν) se expresa de muchas maneras. Por de


pronto indica lo que imprime una acción en virtud de su naturaleza o de un
efecto propio: y así se dice, que la fiebre posee al hombre, que el tirano posee
la ciudad, que los que están vestidos poseen su vestido. También se entiende
por el objeto que padece la acción: por ejemplo, el bronce tiene o posee la
forma de una estatua, el cuerpo posee la enfermedad; además lo que
envuelve con relación a lo envuelto, porque el objeto que envuelve otro, es
claro que lo contiene.

Decimos: el vaso contiene el líquido, la ciudad contiene los hombres, la nave


los marineros; así como el todo contiene las partes. Lo que impide a un ser
moverse u obrar conforme a su tendencia, retiene este ser. En este sentido
se dice: que las columnas sostienen las masas que tienen encima; que Atlas,
como dicen los poetas, sostiene el cielo. Sin sostén, caería sobre la tierra,
como pretenden algunos sistemas de física. En el mismo sentido se aplica
también la palabra tener a lo que retiene los objetos; sin esto, se separarían
en virtud de su fuerza propia. En fin, lo contrario de la posesión se explica de
tantas maneras como la posesión y en correspondencia con las expresiones
que acabamos de enumerar.

Aristóteles, Metafísica, libro V, 23

SER O TENER

Ha llovido mucho desde que Erich Fromm publicó Ser o tener, un ensayo
profundo y riguroso donde reivindicaba la cultura del ser frente a la cultura
del tener. El pensador humanista, heredero del mejor Freud y del mejor Marx,
criticaba, con ahínco, la sociedad de consumo, idólatra del tener. No fue el
único. Los filósofos de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno y Max
Horkheimer, también criticaron, con convicción, una sociedad donde la razón
instrumental lo regula todo y donde se valora a una persona, a una institución
o a un país entero por su productividad o por su rentabilidad.

Luego, ya en la primera década del siglo XXI, Gilles Lipovetsky desarma


intelectualmente la sociedad del hiperconsumo, donde todo se convierte en
objeto de consumo, se consume mucho más de lo que se precisa y donde se
vincula estrechamente la felicidad con la capacidad de poseer, de acumular,
de gozar de bienes materiales. Una felicidad que califica de paradójica porque
sólo quienes tienen capacidad para consumir pueden gozar,
provisionalmente, de tal Estado de bienestar, pero que causa más
dependencia y más sed, en lugar de liberar.

Es evidente que el ser humano, para poder desarrollarse dignamente,


necesita consumir objetos, pero no está hecho para consumir. Más allá del
Homo consumens está el Homo sapiens, el Homo ludens, el Homo
contemplans. Estamos hechos para amar, para pensar, para gozar, para
una pluralidad de actividades que trascienden el poseer.
El singular filósofo coreano afincado en Berlín Byung-Chul Han, una estrella
emergente en el panorama germano, también se ha pronunciado críticamente
respecto de una sociedad, la nuestra, fundada en el valor del rendimiento y
en el binomio explotación-consumo, donde vale más el que más produce, el
que más consume, el que más tiene, porque el destino final de esta
mentalidad es la fatiga, la sociedad del cansancio, el hastío existencial.

Frente a la cultura del tener que provoca exclusión, discriminación y


resentimiento, es fundamental reivindicar la cultura del ser. Desde
esta concepción, lo que hace valiosa a una persona no es su capacidad de
producir o de consumir, su poder adquisitivo; es su ser, su naturaleza, el
carácter único e irreductible de su existencia, o, como repite el filósofo danés,
Søren Kierkegaard, su unicidad. La cultura del ser subraya la necesidad de
desarrollar el talento oculto de cada persona, activar sus posibilidades
latentes para que pueda dar lo mejor de sí misma a la sociedad. Esta tesis
tiene su eco en la práctica educativa, pues su objetivo no radica en preparar
niños para ser consumidores, sino para ser personas plenamente libres y
responsables, capaces de aportar lo mejor de sí mismas a la sociedad y de
no renunciar jamás a su unicidad.

Desde la cultura del ser, el fundamento de la felicidad no radica en el


consumir; radica en la donación de sí. Este movimiento, paradójicamente,
colma a la persona, porque a través de ella experimenta que su existencia no
es estéril, que aporta valor a la sociedad.

En la segunda década del siglo XXI emerge un nuevo paradigma, una nueva
mentalidad que reacciona críticamente frente a esta cultura del tener que sólo
causa frustración y devastación ecológica. Desde este paradigma, se subraya
el valor del ser, el cultivo de cada ser humano, de su exterioridad y de su
interioridad, de sus cualidades corporales, pero también de sus facultades
internas, de la imaginación, la memoria, la voluntad y la inteligencia. En las
sociedades más desarrolladas emerge esta sensibilidad posmaterialista,
hastiada del hiperconsumo y de la hiperproducción, que atiende a valores
personales eclipsados durante décadas, que vela por forjar relaciones
humanas de calidad y que cuida el patrimonio cultural, artístico y natural.

La crisis económica que sufrimos ha activado el interés por el tener, pues la


lucha por los bienes básicos para subsistir se ha convertido en la preocupación
cotidiana de muchos ciudadanos. Es lógico. No puede ser de otro modo. Aun
así, es preciso recordar que la cultura del tener no colma las aspiraciones más
hondas del ser humano. Garantiza, a lo sumo, el bienestar material, lo cual
no es irrelevante en los tiempos que corren, pero desde la cultura del tener
no se atisba, ni lejanamente, la felicidad, pues esta sólo se percibe cuando
uno puede ser lo que está llamado a ser, cuando puede dar a los otros lo que
hay latente en su naturaleza.

Esto exige un profundo cambio de orientación en los modos de pensar y de


obrar, una revolución silente, pero tenaz, que relativice lo material y lo sitúe
en su justo lugar, para subrayar el valor de lo intangible. Desde la cultura del
ser, el capital espiritual más relevante de una sociedad son sus ciudadanos,
su potencial y su capacidad para innovar, para crear y para transformar lo
real.
FRANCESC TORRALBA F. TORRALBA filósofo y teólogo, director de la Cátedra
Ethos de la Universitat Ramon Llull

La Clave

Somos parte de una sociedad individualista, consumista, egoísta,


competitiva, donde hay una frenética carrera por la satisfacción individual.
Estos contravalores han conseguido atrapar a las personas, midiéndolas por
parámetros externos: competir con el otro para tener más, compararse para
buscar la superioridad, ejercer el poder hacia el otro, etcétera. Ante una
sociedad desencantada hay que buscar una ruta alternativa. Ahora, hay que
preguntarse: ¿quiénes somos realmente?, ¿cómo hemos construido nuestra
identidad? Nos toca despertar a una visión diferente del mundo, una nueva
forma de experimentar la vida.

Afortunadamente, empiezan a despuntar personas que creen en la persona y


defienden otros valores como el diálogo, la alegría por el bien de los otros, la
compasión, la solidaridad y el amor. Luchan a contracorriente. Para hacerlo
es necesario un trabajo personal que unifique la mente y el cuerpo en la
interioridad y desarrolle todas las dimensiones de la persona.

En nuestras vidas hemos interiorizado pautas de relación y comportamiento


que ahora requieren un desaprendizaje, para incorporar otras que nos
vinculen con la propia interioridad, no impuestas sino adquiridas por
convicción, por creencia personal, porque sin esta convicción no nos podemos
comprometer.

Vivimos hacia afuera. Nos importa más nuestra imagen exterior que nuestro
interior. Así, tenemos una asignatura pendiente: vivir hacia dentro, mirarnos
a nosotros mismos de manera crítica y constructiva. Sócrates afirmaba que
para el ser humano no tiene sentido vivir una vida sin examinarla. La
experiencia sin preguntas es una experiencia vacía. La capacidad de
preguntarnos cosas nos lleva a un autoconocimiento más profundo y al
conocimiento del otro. Por lo tanto, hay que hacer una pedagogía del ser,
trabajar la atención, la percepción y poder descifrar todo lo que
experimentamos.

En la actualidad hay varios programas educativos de trabajo de la


interioridad, acompañados de prácticas de respiración que permiten una
mayor concentración, atención y quietud desde dentro de uno mismo. Se ha
observado que estas prácticas revierten en una mayor concentración y
memoria, unificando la mente, consiguiendo menos dispersión mental,
conexión entre los diferentes hemisferios cerebrales, revitalización de la
energía, fuerza de voluntad, ausencia de ansiedad, seguridad en uno mismo,
estabilidad emocional, visión positiva y atención presente.

También podría gustarte