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La indicada

(Fran Moran)
Título: La indicada

Copyright © 2020 (Fran Moran)

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∞∞∞
Ésta es una obra de ficción en su totalidad. Tenga en cuenta que, los
nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos y
hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor
o bien se usan en el marco de la ficción. Cualquier parecido con personas
(vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.
Contents
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta y Uno
Capítulo Treinta y Dos
Capítulo Treinta y Tres
Capítulo Treinta y Cuatro
Capítulo Treinta y Cinco
Capítulo Treinta y seis
Capítulo Treinta y Siete
Capítulo Treinta y Ocho
Capítulo Treinta y Nueve
Epílogo
Capítulo Uno
Enmanuel
Giré el llavero, abriendo la puerta principal de la cabaña número ocho y
haciendo una inspección rápida.
—No está mal —dije, girando para mirar detrás de mí.
Mi amigo, compañero de trabajo y mano derecha, Antonio Torres, estaba
conmigo.
—¿Por qué no decir que está mal? Eso es lo que es, parecen cerdos, en
verdad, ¿quién deja su basura esparcida por ahí? Los cerdos.
Me reí entre dientes, buscando en el carro de la limpieza un par de
guantes azules de neopreno para sacar toda la basura.
—No deberías llamar a nuestros huéspedes cerdos —sermoneé.
—Los llamo por lo que son —murmuró, tirando de sus propios guantes
—. No me entristecerá que este grupo se vaya. ¿Por qué la gente así reserva
un lugar como este?
Era una pregunta retórica, y sabía que no esperaba una respuesta, pero le
daría una de todos modos.
—Porque querían hacer un poco de trabajo en equipo, y salir a la
naturaleza es una gran manera de hacerlo.
—Son vendedores de autos. ¿No se odian por naturaleza?
Me reí.
—No lo sé, a juzgar por la pelea que tuve que separar anoche, no parecía
que se amaran la verdad.
Hizo un sonido de asfixia.
—Me alegro de que tu gran trasero estuviera allí, de ser por mí, los
dejaba pelear hasta la muerte.
—Estoy bastante seguro de que eso sería un problema de responsabilidad
—respondí—. Y a mi gran trasero le hubiera venido bien algo de ayuda.
—Lo hiciste muy bien, te elevaste por encima de los tres, además, tienes
esa cosa en tu aspecto que los asustó hasta la sumisión. Deberíamos
despedirlos en la puerta con un taparrabos y llevando un garrote, así les
hacemos ver que eres un cavernícola.
—No parezco un cavernícola —respondí.
—Si dejas que te crezca el pelo, lo harás.
—¡Disculpe! —la voz aguda de una mujer cortó el silencio de la cabaña
que estábamos limpiando, parecían uñas arañando una pizarra. Me acobardé
visiblemente, tratando de llevar mis hombros a mis oídos para salvarlos del
asalto de su voz—. ¡Ayúdenme! ¡Necesitamos ayuda!
Dejé caer la bolsa de basura, al darme cuenta de que algo estaba muy
mal.
—¿Qué pasó? ¿Hay alguien herido?
Me temía lo peor. Los osos deberían estar hibernando en esta época, pero
no jugaban exactamente según las reglas y no tenían un calendario, si uno
atacaba a alguno de mis huéspedes estaría en grandes problemas, y mi
pequeño negocio no se recuperaría nunca.
Los habitantes de la ciudad le temían a la naturaleza, no podía permitir
que sus peores miedos se hicieran realidad, y se suponía que mi retiro
ofrecía un lugar seguro para estar en comunión con la naturaleza, así que
los osos devoradores de personas no eran aceptables.
—No —se lamentó—, no lo sé.
Miré a Antonio, que puso los ojos en blanco.
—¿Por qué gritas? —le preguntó.
Ella le frunció el ceño.
—¡No estoy gritando! —gritó.
Me puse delante de ella, y mi estatura de uno noventa, se elevaba por
encima de su menudo cuerpo.
—Señorita, ¿qué pasó? —pregunté, usando mi voz natural que me
habían dicho que era muy calmante.
—Mi amiga... bueno, realmente es un poco más que eso —dijo,
calmándose un poco. Agitaba una mano en el aire mientras hablaba—.
Trabaja en el concesionario de la oficina y a veces salimos a tomar algo.
Antonio hizo un gran espectáculo al aclararse la garganta, y ella lo miró
frunciendo el ceño. Tuve que apartar la mirada para no estallar en risas, la
chica era una reina del drama.
—¿Qué pasó? —pregunté de nuevo, aferrándome a la última pizca de
paciencia.
—¡Ella no volvió anoche! —se lamentó.
Eso llamó mi atención.
—¿Qué quieres decir con que no volvió?
Revisé mi reloj táctico, eran más de las ocho. Miré la pantalla de
temperatura y ya estaba calculando el tiempo de exposición y la hipotermia.
—Bueno, anoche, tomamos unos tragos y ella estaba coqueteando con
Lonnie del departamento de finanzas —explicó.
—¿Y? —dijo rápidamente, cortándole el paso.
—Yo volví a la cabaña, y ella decidió ir a la de él, pero acabo de llamarlo
hace unos diez minutos y me dijo que se fue pasada las tres de la mañana.
¿Puedes creer que esté empacando tranquilamente para irse? ¡Ni siquiera
está preocupado!
Miré a Antonio, diciéndole en voz baja que se ocupara de la amiga
histérica. Era mi trabajo encontrar a la persona desaparecida.
Los dejé en la cabaña, corriendo hasta la mía para tomar mi mochila,
siempre tenía una lista en caso de una emergencia.
Me puse mi chaqueta impermeable, metí el walkie en el bolsillo lateral
de mi mochila y me fui. Odiaba que alguien estuviera en peligro, pero no
podía negar que me encantaba la emoción de salir de cacería. Me puse mi
gorro naranja brillante sobre las orejas y tomé el camino que llevaba detrás
de las cabañas. Si había tenido alguna aventura clandestina, usaría el
pequeño sendero para evitar ser vista por el resto.
Estudiaba el lugar, buscando señales de que la mujer había encontrado
un animal salvaje. Sacudí mi cabeza con asco.
—Les advierto —murmuré en voz baja—. Les advierto, y ellos me
ignoran, este es el bosque, no el maldito centro comercial.
Estábamos relativamente aislados, pero no era como si estuviéramos a
millas de la civilización. Mi retiro ofrecía la ilusión de estar fuera de la red,
pero teníamos todas las ventajas para mantener a las personas que nos
visitaban de la ciudad feliz, incluyendo una conexión a internet de alta
velocidad. Mantenía los senderos de mi propiedad de 40 acres bien
cuidados, todos los caminos estaban bien señalados para que pudieran
regresar fácilmente.
—Y aun así se pierden —murmuré.
Me adentré en los árboles, buscando cualquier señal de la mujer
desaparecida. Dejé de caminar, y el crujido de las hojas se detuvo. Ladeé la
cabeza, algo me había llamado la atención, pero no podía ubicarlo, trataba
de escuchar de dónde provenía el sonido que me había detenido, y ahí
estaba otra vez. Parecía un gruñido pero era extraño, había estudiado la
naturaleza la mayor parte de mi vida, conocía cada sonido del bosque, era
mi trabajo saberlo.
Empecé a moverme, siguiendo el sonido, confiando de que no era un
animal, saliéndome del camino y entrando en una zona de arbustos espesos
y con poca luz solar.
Al acercarme vi un bulto en el suelo, el miedo me invadió mientras me
movía por los gruesos arbustos, pero cuando ya estaba muy cerca miré a la
mujer dormida, roncando como un tren.
Estaba tirada, tendida en hojas secas, tierra, y lo que se parecía mucho al
excremento de un ciervo.
—Hola —dije—, es hora de levantarse.
Hubo otro resoplido, mientras frotaba su mano sobre su nariz.
—Cinco minutos más —murmuró.
—Cinco horas más y estarás hipotérmica, cinco grados menos en la
noche y estaría recogiendo tu cadáver.
Parpadeó, mirándome con confusión.
—¿Dónde estoy?
—En el bosque —dije con irritación.
—¿Por qué estoy en el bosque?
Extendí mi mano para ayudarla a sentarse.
—¿Estás herida? —pregunté.
Gimió, frotándose la cabeza. Alcancé una rama enredada en su cabello
rubio platinado y la tiré al suelo.
—Me duele la cabeza. ¿Eso cuenta?
—No, tienes que levantarte. Tenemos que llevarte de vuelta a la cabaña y
calentarte.
—¿Por qué estoy en el bosque? —preguntó otra vez.
La ayudé a levantarse, mientras me usaba de apoyo para colocarse su
zapato.
—Mi suposición es que bebiste demasiado, y cuando intentaste regresar
a tu cabaña, te perdiste y terminaste aquí.
—Realmente necesitas poner luces o algo así. En serio, ¿por qué no hay?
Suspiré, escoltándola de vuelta al sendero.
—Hay luces, sólo que no son como las de la calle, esto es un retiro. Si lo
iluminara como la ciudad, no sería tan sereno, y asustaría a la vida salvaje.
—Podría haber sido comida por un oso —dijo en un tono altivo.
—Los osos están hibernando —le dije—. Al menos, creo que lo están.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¡Oh Dios mío! Sabía que era un error venir aquí.
No estaba verbalmente de acuerdo con ella, pero pensaba lo mismo. Las
personas como ella venían todo el tiempo, el retiro estaba diseñado para que
grupos pequeños pudieran tener una oportunidad de trabajo tranquila, pero
desafortunadamente, el bar tendía a ser abusado y la última noche de una
escapada siempre se convertía en un festival de borrachos. Adultos
actuando como adolescentes no era nada agradable.
—Si te hubiera pasado esto en el mes entrante, probablemente a esta
hora ya estarías muerta debido a las temperaturas.
Me miró mal.
—Y te habrían demandado.
—No me pueden demandar por estupidez —le dije.
—No estás siendo muy amable conmigo —gritó—. Casi me muero.
—Sí, casi lo haces, así que espero que hayas aprendido una lección.
A juzgar por su expresión, no estaba contenta con mi evaluación.
Afortunadamente, Antonio me salvó de que la mujer desagradecida
comenzara a hablar sin parar.
—¡La encontraste! —exclamó.
Varios de sus compañeros de trabajo se reunieron en un círculo. La
proclamación de Antonio llamó su atención, así que todos se acercaron a
nosotros, abrazándola y mimándola.
La mujer se puso a llorar y contó una historia bastante elaborada sobre
cómo apenas sobrevivió.
Su jefe se dirigió a donde Antonio y yo estábamos parados y
presenciando la escena.
—Quiero agradecerle que la haya encontrado —dijo, estrechando mi
mano—. Odio pensar en cómo podrían haber salido las cosas si no hubiese
sido por tu rapidez de pensamiento y tus excelentes habilidades de
búsqueda.
Sonreí y miré a Antonio, que asintió suavemente, diciéndome en silencio
que siguiera adelante con la historia que había hilado.
—Se va a poner bien —le aseguré—. Me alegro de haber estado aquí
para ayudar.
La mujer que nos había alertado de la desaparición se precipitó, me
abrazó y sollozó.
—Gracias, gracias, gracias. Eres mi héroe.
Le di una palmadita en la espalda.
—De nada.
Antonio me guiñó un ojo antes de agarrar suavemente el brazo de la
mujer y apartarla de mí.
—Vamos por un poco de chocolate caliente antes de que partan a casa.
Dejé el grupo en las capaces manos de Antonio y me dirigí a mi oficina.
Tenía un problema en mis manos, no podía permitir que más borrachas
tropezaran y quedaran a la intemperie. La naturaleza era peligrosa para
aquellos que no la respetaban. Odiaba pensar que tenía que proporcionar
escoltas personales a cada huésped y luego encerrarlos en sus cabañas, pero
debía que hacer algo.
Al entrar en mi oficina cerré la puerta detrás de mí. El papeleo era mi
parte menos favorita del trabajo, así que con un poco de resignación me
senté frente al ordenador, que probablemente tenía más de diez años. No
pasaba mucho tiempo usando la maldita cosa y no podía justificar el costo
de comprar una nueva.
Saqué el programa de reservas y comprobé cuándo venía el siguiente
grupo. Quería tener nuevos protocolos de seguridad implementados para
entonces, y tenía dos semanas antes de que llegara el siguiente grupo
grande, pese a que no me gustó el tono de la mujer, tomaría en cuenta su
recomendación y agregaría unas cuantas luces más para esa área. Me
negaba a interrumpir el hábitat de los animales, no merecían que sus
mundos fueran perturbados porque la gente no podía seguir reglas simples y
mantenerse dentro de los caminos establecidos.
Abrí una nueva ventana e hice una rápida búsqueda de iluminación.
Después de veinte minutos, leyendo críticas y buscando el mejor precio,
hice la compra. Odiaba gastar dinero en algo que no creía necesario, pero
obviamente, lo era.
Capítulo Dos
Corina
Cerré los ojos, conté hasta tres y recé por paciencia. Hubiera preferido
estar hasta las rodillas de mierda de cerdo que lidiar con el grupo de
veinteañeros de ojos saltones que me observaba.
Nunca había sido tan ingenua, ignorante o simplemente irritante, y de
eso estaba completamente segura, y a pesar de que apenas tenía veintisiete
años jamás fui como estos chicos, no podía recordar ser tan estúpida.
Esa no era la palabra indicada, simplemente no estaban entrenados y no
podía culparlos por la falta de experiencia antes de que llegaran a mí, pero
yo podría arreglar ese hecho y hacerlos buenos contadores, o eso esperaba.
—Bien, ¿alguien recuerda lo que dije sobre la triple comprobación de su
trabajo? —le pregunté al grupo de cinco personas sentadas en un área
abierta, todas con sus propias computadoras.
Todos se miraron unos a otros como si no entendieran la pregunta, esto
me enfureció mucho más, debido a que yo les había dado la respuesta a esa
pregunta.
—¿No dijiste que deberíamos revisar tres veces nuestro trabajo? —
preguntó uno de ellos.
Miré al chico que se acababa de graduar en la universidad comunitaria y
lo estaba ayudando para que comenzara a trabajar, pero él era el culpable de
toda mi molestia, me había entregado una hoja de cálculo con números tan
equivocados que no podía entenderlos.
Le sonreí y asentí lentamente.
—Yo dije eso, exactamente eso. ¿Adivina qué me diste?
—Juro que revisé tres veces mi trabajo —respondió.
—Entonces tenemos un problema más grande.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, pareciendo visiblemente aterrorizado.
Inhalé por la nariz, recordándome que estaba joven y no sabía nada más.
—Usted trabaja para una de las mayores empresas de contabilidad de
Portland, nuestros clientes confían su activo más importante, es decir el
dinero, y no hay margen de error con eso, no podemos perder ni un centavo
de sus cuentas, la temporada de impuestos está a la vuelta de la esquina.
Esta gente puede llevar su negocio a cualquier parte, pero eligieron nuestra
firma porque somos los mejores, y lo somos porque no la cagamos, por eso
revisamos tres veces todo nuestro trabajo.
Todos me miraban fijamente, con la boca abierta. Sabía que me había
convertido en una completa perra, y no me importaba, hablaba muy en serio
y me enorgullecía mucho lo que hacía y no toleraba los errores.
—¿Lo hice mal? —preguntó el chico.
Asentí.
—Lo hiciste.
—Lo siento, Corina, que digo, Sra. Sandoval —balbuceó.
No corregí su error con mi nombre. Yo era una persona privada y no iba
a entrar en los detalles de mi estado civil con ellos.
—No lo lamentes. Sé preciso.
Me di la vuelta y salí del espacio que todos estaban ocupando. Iba a
hablar con mi jefe sobre sus normas de contratación, estaba enojada por
haberme puesto a cargo de los nuevos ingresos, yo era la peor persona para
este trabajo, odiaba la incompetencia y no tenía ninguna paciencia para ello.
Necesitaba un café. Había intentado dejar la cafeína varias veces en el
último año, pero el trabajo me lo impedía, así que no era una opción. No
quería ir a la cárcel por asesinato y cuando no me tomaba mi taza diaria me
convertía en una asesina, o al menos, eso era lo que me habían dicho.
—Parece que quieres comerte a alguien —dijo Sofía, parándose a mi
lado.
Puse los ojos en blanco.
—Sabrían a mierda, así que prefiero pasar. Necesito un café.
—Sí, lo harías —dijo con una risa—. Tienes esa mirada en tu cara. ¿No
te va bien con tus nuevas contrataciones?
Empujé para abrir la puerta de la sala de descanso.
—Creo que lo hace para torturarme, sabe que no le caigo bien a nadie.
—Le caes bien a las personas que te conocen, pero los que no... bueno,
los asustas.
Me reí.
—Nunca he hecho daño a nadie.
—No, pero ciertamente parece que podrías.
Puse los ojos en blanco, llenando mi taza con el café fuerte que se
mantiene en la cafetera.
—Exijo excelencia, no veo qué tiene de malo eso.
—Nada, pero podrías ser un poco más suave —sugirió.
—No tengo tiempo para ser blanda —le respondí.
—Necesitas comer, tienes hambre.
—No tengo hambre, y todavía falta una hora para el almuerzo.
—Vamos por unos tacos —sugirió—. Los tacos hacen feliz a todo el
mundo.
—Hoy voy a almorzar con las chicas —le dije.
—Bien, comeré tacos yo sola.
Me reí.
—Te he visto comer tacos, probablemente sea lo mejor, nadie tiene que
ser testigo de eso.
—¿Algún bombón en el grupo de nuevos contratados? —preguntó,
cambiando de tema.
—Acabo de decirte que son incompetentes.
Se encogió de hombros.
—¿Y?
—¿Eso no te quita las ganas? —pregunté—. Quiero decir, ¿cómo puedes
tener una conversación inteligente con un tipo que no puede sumar dos más
dos?
—Estás exagerando, además, las cosas que quiero no tienen nada que ver
con las matemáticas. No me importa si no puede sumar, multiplicar o restar,
no busco a un erudito de Rhodes, créeme que lo último que me interesa son
las habilidades de conversación de un hombre.
Sacudí la cabeza y tomé un sorbo de café.
—Tú no eres una persona superficial.
—Puedo serlo.
—No, no puedes, te conozco, finges ser superficial, pero sé que no lo
eres.
Se rio.
—Podría estar con el hombre adecuado.
—Confía en mí, Trent era guapo, encantador, absolutamente fabuloso en
la cama, y mira cómo terminó todo.
Hizo una especie de mueca con la boca.
—Él era una anomalía. No puedes juzgar a todos los chicos guapos
basándote en tu ex-marido, era un pedazo de mierda.
—Es un pedazo de mierda —corregí—. Su esperma es lo único que
sirvió, gracias a él tengo dos hermosas bebés.
Sonrió.
—Realmente necesitas tacos.
Me encogí de hombros.
—Tendré que estar de mal humor por un tiempo más, no puedo
perderme el almuerzo con mis chicas.
—Tengo que volver, te veré más tarde, sé amable con los novatos, no
quiero trabajar 14 horas diarias durante la temporada de impuestos.
Me quejé.
—Lo intentaré, pero juro que si no sacan las cabezas de sus traseros, los
devoraré.
—Espeluznante, Hannibal, espeluznante.
Saqué mi mejor risa malvada y salí de la sala de descanso. Me dirigí a mi
pequeña oficina para adelantar un poco de trabajo, hacer de niñera de los
nuevos contratados era un empleo a tiempo completo.
Me puse a trabajar, más rápido de lo habitual en un esfuerzo por
mantenerme al día con las necesidades de mis clientes, pero la alarma de mi
teléfono me sacó de mi concentración, recordándome que debía ir por las
niñas al colegio.
Agarré mi bolso y salí corriendo de la oficina, tenía un poco de tiempo
para disfrutar con ellas, les había prometido que una vez a la semana
almorzaría con ellas en la cafetería de la escuela, y aunque la comida no era
genial, el tiempo era lo que importaba.
Llegué a la escuela justo cuando sonó la campana del almuerzo.
Rápidamente me registré, obtuve mi tarjeta de visitante y me dirigí a la
cafetería. Observé a la multitud de rubias de un metro veinte que se
arremolinaban en la cafetería, riéndose y hablando a cientos de kilómetros
por minuto, y entre ellas pude ver a mi hija menor.
Le di un golpecito en el hombro.
—¡Mamá! —exclamó, lanzando sus brazos alrededor de mi cintura.
—¡Hola, cariño! ¿Dónde está tu hermana?
Se dio la vuelta, escaneando la zona.
—¡Lucía! —gritó.
Miré en la dirección en la que gritaba y vi a mi hija de ocho años
charlando con un amigo, al darse cuenta que estaba allí rápidamente se
acercó a nosotras.
—No sabía que ibas a venir hoy —dijo.
—Estoy aquí —dije, sin abrazarla, aunque tenía ocho años parecía tener
dieciséis y prohibió las muestras públicas de afecto—. Vamos a almorzar.
Nos abrimos paso a través de la línea, llevando nuestras bandejas hasta
una pequeña mesa. Miré a Elisa, mi hija de seis años de edad, con un
montón de luz y energía, siempre era muy positiva, y aunque se parecían
mucho a mí, serían altas como su padre.
—¿Cómo va tu día, Lucía? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Está bien. Tengo un examen de matemáticas mañana.
—Lo harás muy bien —le dije con confianza—. Eres un genio de las
matemáticas. ¿Qué hay de ti, Elisa?
—Está en primer grado, mamá —dijo Lucía en el tono altivo que sólo
una hermana mayor podría reunir—, ellos colorean.
—¡No sólo colorear! —la pequeña protestó—. Estamos leyendo, y
aprendemos matemáticas con un juego.
—¿Es divertido? —pregunté.
Movió la cabeza de arriba a abajo, y sus suaves rizos marrones, que se
parecían mucho a los míos, se movían con la acción.
—¡Sí! ¡Gané una vez!
—¡Increíble! Buen trabajo.
Lucía dio un mordisco a la pizza que se había servido y parecía un poco
pensativa.
—¿Puedo hacer la clase extracurriculares después de la escuela cuando
volvamos de Navidad?
Hice una mueca. Me había estado pidiendo hacer el programa
extraescolar durante meses, y aunque yo pensaba que era demasiado, ella
estaba realmente interesada.
—Hablaré con el coordinador y veré si puedes unirte después de las
vacaciones de invierno. ¿Estás segura de que quieres hacerlo? Pasaras todo
el día en la escuela, hasta las cinco de la tarde.
Movió la cabeza arriba y abajo, mientras me miraba con sus hermosos
ojos verdes.
—Sí, sí, sí.
—Tendrás que mantenerte al día con tus otros trabajos escolares —
advertí.
—Lo sé.
—Será un largo día —dije otra vez.
—No es como si fueras a estar en casa de todos modos —señaló—.
Saldré al mismo tiempo que tú termines con el trabajo.
Ella tenía razón, sabía que no intentaba hacerme sentir mal por mi
horario de trabajo, pero no podía evitarlo, odiaba no poder estar allí todos
los días después de la escuela.
—Tienes razón —estuve de acuerdo, dejándole la satisfacción de haber
ganado la conversación—. ¿Están ansiosas por las vacaciones de Acción de
Gracias?
—¡Yo sí! —Elisa dijo—. ¡Nana dice que vamos a comer hasta que
explotemos!
Me eché a reír.
—¡Oh, Dios mío. Eso suena doloroso!
—Ella dijo que va a hacer pastel de nuez. ¡Me encanta el pastel de nuez!
Sonreí, mirando a Lucía para obtener su opinión.
—No puedo esperar para no ir a la escuela.
—Te encanta la escuela —dije.
Se encogió de hombros.
—Pero me gusta estar en casa. ¿Vas a estar con nosotras, o tenemos que
ir con Nana?
Desde que Trent nos dejó, mi madre me había ayudado mucho con las
niñas, las cuidaba cuando salían de la escuela y en los muchos días cuando
no tenían clases y yo debía trabajar.
—Tengo que trabajar dos días, pero luego estaré libre el resto de la
semana.
—¿Vamos a hacer algo divertido? —Elisa preguntó.
Sonreí, extendiendo la mano para tocar sus suaves rizos.
—Creo que deberíamos, podríamos ir de compras o ir al museo infantil.
—¿Podemos ir a la playa? —la pequeña preguntó nuevamente.
—Creo que podría hacer un poco de frío para eso —le dije.
—Podemos usar nuestros abrigos —dijo.
Sonreí, no queriendo apagar su idea.
—Veremos cómo está el clima. Lucía, tendrás que pensar en lo que
quieres hacer también.
—Quiero quedarme en casa.
Temía los años de la adolescencia.
—Podemos hornear o jugar. Encontraremos algo que hacer.
Comprobé la hora y me di cuenta de que su período de almuerzo casi
había terminado, así que les di un abrazo a cada una, incluso a la reacia
Lucía, antes de enviarlas de vuelta a sus clases.
Dejé la escuela de mucho mejor humor, extrañaba los días donde
trabajaba medio tiempo y podía compartir las tardes con ellas, odiaba
haberme convertido en la compradora del pan y a la vez panadera de
nuestra familia, pero trataba de hacerme entender que era lo mejor, Trent
me había sofocado, y ambos habíamos sido infelices y ese no era un buen
ambiente para las chicas.
Pero estaba segura de que la vida mejoraría, y encontraríamos un
equilibrio.
Capítulo Tres
Enmanuel
Barrí el suelo de la habitación, asegurándome de agacharme y meterme
debajo de la cama. Me enorgullecía mucho presentar a mis huéspedes un
alojamiento limpio, así que no escatimaba en la limpieza. Todo lo que se
necesitaba era una mala crítica para arruinar un negocio, un pedazo de
basura, un rastro de hormigas, o una mancha pegajosa en el suelo podía
llevar en picada todo por lo que había trabajado.
Agarré la mopa seca, teniendo cuidado de no arruinar los viejos pisos de
madera que formaban parte del encanto rústico de cada una de las cabañas.
Era difícil encontrar tal artesanía, pero el mantenimiento de las cabañas,
que tenían casi cien años, era mucho trabajo. Antonio y yo lo hacíamos
todo, a menos que se tratara de algo muy importante y tuviera que pagar por
un profesional.
Mi mejor amigo entró por la puerta, tirando un pequeño bote de basura.
—¿Por qué estamos haciendo esto otra vez? —se quejó—. Si tuviéramos
un servicio de limpieza, tú y yo podríamos estar trabajando en esa nueva
talla de madera para la entrada.
—Porque no queremos dejar basura para que los roedores y otros
animales se den un festín —respondí—. Y ese tallado no va a ir a ninguna
parte, estará allí mañana.
—Ya sabes lo que quiero decir. ¿Por qué limpiamos estas cabañas?
Somos dos tipos varoniles que deberíamos estar al aire libre, y aun así, aquí
estamos, usando guantes de goma y limpiando cuartos.
Me reí.
—Espero que ninguna mujer te escuche decir eso. Probablemente te
agarrará por las bolas y te apretará muy fuerte.
—No digo que sea un trabajo de mujeres —dijo—. Simplemente digo
que no es nuestro trabajo.
Agarré el atomizador de ventanas del pequeño carrito de limpieza y entré
en el baño.
—Es nuestro trabajo, todas las cabañas necesitan limpieza, y lo estamos
haciendo, además, es una buena oportunidad para inspeccionar cada una y
evitar cualquier problema potencial.
—¿Por qué no contratamos un verdadero personal de limpieza? Puedes
permitirte pagar una o dos criadas.
Me reí, limpiando el espejo.
—Cualquier personal de limpieza que contrate va a salir de tu salario.
—Tacaño —replicó.
—Tienes que ganarte tu sustento. Cuando no hay invitados, ¿qué harías?
Cogió el plumero y lo pasó por el alféizar de la ventana.
—Llevaría en mi trasero afuera, iría a pescar, a cazar, tamborilear mis
malditos pulgares, cualquier cosa menos esto.
Siempre era la misma queja la semana siguiente a la casa llena. No veía
la necesidad de contratar personal de limpieza para un par de días a la
semana, la verdad, había muy poco que él y yo pudiéramos hacer en el
retiro cuando estaba vacío. Me gustaba ser práctico y saber exactamente
cómo eran las cabañas cuando entregaba las llaves a una nueva ronda de
huéspedes.
—Esas luces deberían estar aquí esta semana —dije, cambiando de tema.
—¿En serio vamos a poner más luces? —preguntó con recelo—. Una
chica borracha se pierde y te entra el pánico.
—Si hubiera hecho más frío, las cosas habrían terminado mal, y no
puedo permitirme que me demanden. Podría ser responsable de que se le
haya servido demasiado, aunque haya bebido mucho en el cuarto con ese
tipo.
Todavía estaba enojado por lo que había pasado. Habíamos limpiado la
cabaña el día anterior y encontramos varias botellas vacías de Jack y
tequila, su supuesta amiga le había dado alcohol, y todos sabíamos por qué.
—No podemos cuidarlos a todos —me recordó.
—No, pero puedo poner luces en el sendero detrás de las cabañas y con
suerte evitar que eso vuelva a suceder, y quiero que estén aquí antes que de
que llegue el siguiente grupo.
—¿Cuándo es eso? —preguntó.
—Dos semanas, sólo una corta visita de fin de semana.
—¿Casa llena?
—Sí, una empresa de contabilidad.
Se quejó.
—Grandioso. Un montón de geeks con gafas y protectores de bolsillo
hablando de matemáticas.
—No seas idiota, esos geeks ganan más en un mes que tú en un año.
—Eso es porque no me pagas lo suficiente, debería recibir un salario de
limpieza además de mi salario habitual.
Me reí.
—¿Qué harías con más dinero? Eres soltero, y nunca sales a ningún sitio
a divertirte.
—Compraría un nuevo equipo de pesca, llevo un tiempo esperando un
carrete, pero es un poco costoso.
—Tienes más carretes que una tienda de artículos deportivos —le
recordé.
Sonrió.
—Pero no tengo ese carrete.
—Tal vez podamos escabullirnos más tarde y hacer un poco de
exploración —me ofrecí.
Se burló.
—Me tendrás fregando las rocas afuera.
—Eres como un bebé. Creo que terminamos aquí, pondré las sábanas el
día de su llegada.
Asintió y empujó el gran cubo de basura por la puerta. Cerré la cabaña y
me fui por el sendero a la siguiente. Aunque habíamos hecho la limpieza
inicial el día que el grupo se fue, recogiendo cualquier comida que hubiera
quedado por ahí, debíamos inspeccionar a fondo cada una, había aprendido
de mala manera que los animales podían encontrar la forma de entrar en
ellas y hacer un desastre.
Empezamos la tarea de limpieza habitual, charlando sobre el clima que
se avecina y lo que significaría para el negocio. Había muchas fiestas
privadas que querían tener la experiencia del país de las maravillas invernal,
sólo para un fin de semana.
Pocas personas estaban interesadas en una estancia de una semana.
Mientras que nuestro negocio atendía a grandes grupos para reuniones
familiares y retiros de trabajo, yo hacía alquileres privados en ocasiones.
—Hecho —dijo Antonio, tirando sus guantes a la basura cuando
terminamos la última cabaña.
—¿Te vas a casa? —le pregunté.
Asintió.
—A menos que me necesites para algo.
—No, voy a hacer el pedido de la comida para el próximo grupo —dije,
tratando de encontrar la mejor manera de contarle la otra parte de la historia
sobre ese evento en particular.
—¿Los geeks comen mucho? —bromeó.
Me reí.
—Tal vez, pero estoy seguro de que sus familias lo harán.
Dejó de caminar y se giró lentamente para mirarme.
—¿Perdón?
Sonreí.
—¿Olvidé mencionar esa parte?
—¿Qué demonios? ¿Familias? ¿Esto es una cosa de familia? ¡Dijiste una
empresa de contabilidad!
—Es... con sus familias. El gerente ha invitado a su pequeño grupo de
personas a traer a sus familias para el fin de semana, me comentó que es
una especie de regalo de Navidad antes de que comience la temporada de
impuestos y tengan que pasar largas horas en la oficina.
—Supongo que las reservaciones de las familias son sólo para
conyugues ¿no?
Lentamente sacudí mi cabeza.
—El recuento muestra que vendrán ocho niños de entre seis y catorce
años.
—¿Me estás jodiendo? Por favor, dime que sólo estás siendo un idiota y
tratando de estresarme.
Me encogí de hombros.
—Lo siento, es verdad.
—Odio a los niños, apestan, son pegajosos, lloran, y se quejan sin parar
de todo.
Sonreí.
—Eso se parece mucho a alguien que conozco.
Me frunció el ceño.
—Creí que habíamos hablado de hacer de este lugar un lugar sólo para
adultos...
Sacudí la cabeza.
—No, hablaste de ello. Los niños necesitan conectarse con la naturaleza,
pasan demasiado tiempo metidos en sus habitaciones pegados a los
videojuegos, no voy a limitar a las familias, necesitamos más niños aquí.
Frunció el ceño a medida que se alejaba de mí, distanciándose
físicamente de mi sugerencia.
—¿Estás loco? Todo lo que hacen es quejarse cuando están aquí.
Quieren videojuegos e Internet.
—Por lo que depende de ti y de mí mostrarles lo increíble que es el aire
libre —dije con una sonrisa.
—Necesitas contratar quien los cuide —respondió.
Me reí.
—Los niños estarán aquí para pasar tiempo con sus padres, así que las
niñeras sobran en este caso.
—Los padres quieren eso.
—No, no lo hacen.
—Lee los comentarios —respondió.
Puse los ojos en blanco.
—Hay muy pocos que mencionen eso. He dejado claro que este es un
lugar para estar al aire libre, no en el interior, pasando el rato, no convertiré
esto en un centro turístico, las personas vienen aquí a caminar, a pescar, a
disfrutar de los pájaros y a relajarse.
—No se puede hacer eso con un montón de mocosos gritones alrededor
—dijo—. Me voy a casa.
Lo vi caminar a través del área de estacionamiento de grava hacia su
auto.
—Te veré mañana —le dije.
—Me voy a casa a trabajar en mi carta de renuncia, espero una buena
indemnización por despido.
Me eché a reír.
—Lo dejas cada dos semanas.
—Esta vez, hablo en serio. Estoy cansado de limpiar los mocos de las
paredes y el orine del piso, mi madre me habría pateado el culo si me
hubiese orinado por todos lados como lo hacen los niños de hoy.
—Creo que son las chicas las que se orinan en el piso —bromeé.
Frunció el ceño.
—No es gracioso, es un riesgo biológico. Necesitas contratar personal
extra cuando los mocosos están presentes.
—Bien, lo haré y tomaré el corte de tu cheque.
—Sigue amenazando con recortar mi salario y renunciaré.
—¿A qué lugar vas a ir donde te permitan hacer todo lo que te da la
gana? —le pregunté.
—¿Por qué los niños? —me hizo una mueca.
—Porque cuando anunciemos que somos amigables con la familia,
atraerá a un público más amplio, un público más amplio significa más
reservas, y más reservas significan más dinero para el negocio y, en última
instancia, para ti.
—Mayormente para ti —respondió.
Guiñé el ojo.
—Esa es la ventaja de que todas las facturas estén a mi nombre.
Dejó escapar un exagerado suspiro.
—Odio que seas práctico.
—Mi practicidad mantiene las puertas abiertas y las luces encendidas.
—Abre más las puertas, quiero una criada a esta hora el mes que viene.
—Me pondré en eso —le dije, sin ninguna intención de hacerlo y él lo
sabía—. Tal vez te consiga un lindo uniforme. ¿Te gusta el gris o el negro?
¿Con o sin delantal?
—Te odio.
Era su queja habitual, la mayor parte del tiempo lo hacía y a mí no me
importaba escucharlo.
—Te veré mañana.
—No, no lo harás —dijo antes de entrar en su auto y encender el motor.
Volví a mi cabaña, sin preocuparme en absoluto de que fuera a renunciar,
él amaba este trabajo. Ninguno de los dos estaba hecho para el típico
trabajo de ocho horas en una oficina oscura y abarrotada.
No podría sobrevivir sin la luz del sol y el aire fresco, pese a esto, lo
había intentado, pero me di cuenta que sólo debía trabajar lo necesario para
ahorrar para el pago inicial de un pedazo de terreno, tenía grandes planes de
vivir de la tierra y ser un ermitaño. Entonces, pusieron el retiro en venta y
supe que era lo que necesitaba, podía ganarme la vida, vivir en el bosque, y
compartir mi pasión por la naturaleza con otros.
Las cosas estaban un poco lentas, pero esperaba ganar suficiente capital
para expandir el negocio. Agregar más cabañas significaban más clientes
que pagaban, quería actualizar el comedor y añadir algunas actividades para
niños, pero todo eso requería de un dinero que no tenía.
Capítulo Cuatro
Corina
Entré corriendo a la oficina, sintiéndome un poco acosada después de
una salvaje mañana con las chicas. Todos me habían dicho que las niñas
eran más fáciles que los niños, pues me mintieron. Lucía se negaba a
ponerse el vestido que había elegido la noche anterior, insistiendo en que
era demasiado feo, todavía no entendía como se había vuelto “feo” en las
nueve horas que estuvo dormida. La ropa estaba amontonada y la elección
de ropa limpia era muy escasa.
Eso generó una nueva queja sobre mi incompetencia como madre.
No había nada peor que tu hija te dijera lo mal que te había ido en su
crianza, pero Lucía no estaba satisfecha con derribarme y volcó su ira en su
hermana.
—Maldición, te ves agotada —comentó Sofía mientras entraba en mi
oficina detrás de mí.
—Apesto como una madre —me quebré.
—Uh oh, ¿otra mañana difícil con Lucía?
—Se podría decir que, si.
—Odio arruinar tu desfile de caca, pero tenemos una reunión.
Gemí, poniendo una mano en mi frente.
—¡Demonios, lo había olvidado! No estoy de humor para una reunión.
—Nadie está de humor para una reunión —respondió.
—¿Cuándo? —pregunté.
—Ahora, venía a buscarte.
—Maldición —me quejé—. Déjame agarrar mi ordenador.
Se rio.
—¿Vas a intentar trabajar?
Me encogí de hombros.
—Puedo hacer varias cosas a la vez.
—Si Joe te atrapa...
—Estaré bien.
Caminamos hacia la sala de conferencias, y todos los asientos en la mesa
ya estaban ocupados, así que nos movimos hacia el final tomando unas
sillas plegables para sentarnos, así no iba a poder trabajar. Suspiré, mirando
el reloj de la pared y esperando que fuera una reunión corta.
—¡Buenos días! —la voz fuerte de Joe retumbó a nuestro alrededor,
mientras aplaudía al entrar a la habitación—. ¿Cómo está todo el mundo
hoy?
Hubo débiles murmullos mientras todos respondían, excepto yo,
realmente no quería saber cómo estaba yo.
—¡Grandioso, grandioso! —dijo con demasiado entusiasmo—. ¡Estoy
mirando alrededor de la habitación y estoy emocionado! Me encanta
trabajar con gente talentosa como ustedes, todos y cada uno de ustedes son
una parte intrincada de este equipo.
Sofía hizo un gesto que parecía un hombre acariciando su propio pene,
así que le fruncí el ceño.
—Detente —siseé—. Va a verte.
Puso los ojos en blanco.
—Nadie puede ver a través de esa cabeza gigante —susurró, refiriéndose
a uno de nuestros compañeros de trabajo.
—Eres mala.
Me sacó la lengua, y volví a poner atención en nuestro jefe, que acababa
de sacar algo de un montón de papeles sobre la mesa.
—¡Esto va a ser un gran momento!
Miré a Sofía.
—¿Qué dijo? ¿Qué es eso?
—Oh, todavía no has oído los chismes —dijo con una sonrisa.

—¿Qué chismes?
Señaló el folleto.
—Viaje por carretera.
Dirigí mi mirada al frente, concentrándome en lo que Joe estaba
diciendo.
—Este es un retiro destinado a fomentar las amistades y promover el
trabajo en equipo. Vamos a estar muy ocupados y quiero que todos
podamos contar con el apoyo de los demás, sé que no sólo nosotros
estaremos estresados por todo el trabajo de los próximos meses, nuestras
familias también sentirán la tensión, así que vamos a pasar el rato juntos, en
comunión con la naturaleza, y nos conoceremos mejor.
—¿Nuestras familias? —pregunté.
—¡Sí! Este es un viaje con todos los gastos pagados y quiero verlos a
todos allí —su voz estaba tan excitada que casi me dio un dolor de muelas.
—¿Es este un viaje opcional? —pregunté nuevamente.
Lo último que quería hacer en mi fin de semana libre era pasar el tiempo
con la gente con la que trabajaba, ya había pasado más tiempo con ellos que
con mis propias hijas, Sofía me dio un golpe en la rodilla.
—Esta es una función laboral obligatoria —dijo Joe, y aunque su
intención era sonar alegre me molestaba mucho.
—No voy —susurró, inclinándose.
—Tienes que hacerlo —dije.
Arrugó la nariz.
—De ninguna manera, pensaré en una excusa.
Levanté una ceja.
—Míralo, está muy emocionado con esto.
—Le diré que soy alérgica a los árboles.
—Eso es original —le dije antes de prestarle atención a Joe—. ¿Dónde
es el lugar?
—Es un encantador refugio en las afueras de la ciudad —respondió,
obviamente emocionado de que yo mostrara interés.
—¿Y dónde dormiremos? —pregunté. Si mis hijas iban a estar
involucradas, necesitaba saber exactamente cuáles eran los alojamientos—.
¿Hay un hotel?
Su entusiasmo creció.
—¡No! —prácticamente gritó.
—¿No? —preguntó Sofía con visible preocupación—. No puedes
esperar que nos quedemos en tiendas de campaña, nunca he ido de
campamento, ya que, no duermo en el suelo.
Joe se rio, su risa jovial vibraba por toda la habitación, me daban ganas
de estrangularlo, hoy no era el día más feliz de todos para mí. Normalmente
estaba agotada, nerviosa y hambrienta porque nunca tenía tiempo de
sentarme y comer una comida de verdad.
—¡Tendremos cabañas rústicas! —dijo como si nos estuviera regalando
autos nuevos.
—¿Rústicas? —pregunté—. ¿Rústico como lindo y acogedor, o rústico
como que tendremos que familiarizarnos con los retretes?
—Les aseguro a todos que el alojamiento es satisfactorio —dijo,
levantando las manos—. Esta es una gran oportunidad para que todos nos
conozcamos un poco mejor, vamos a poder relajarnos, después de un día de
ejercicios grupales, con una bebida mientras estamos sentados junto al
fuego en la casa club.
Tenía que admitir que sonaba atractivo, pero como madre soltera, el
desenvolvimiento no era el mismo que el resto de mis compañeros que no
tenían pareja. Debía llevar a las niñas a la cama, lo cual nunca era una tarea
simple y fácil. Para cuando estuviera lista para relajarme, el resto ya estaría
a la mitad de una botella.
—¿Cuándo es esta pequeña fiesta? —Sofía preguntó en su habitual tono
sarcástico.
—¡Dos semanas! Cerraremos la oficina el viernes para que todos tengan
tiempo de empacar y llegar al retiro. ¡Por supuesto, se les pagará el día!
¡Así de importante es esto para la compañía!
Hubo una ronda de aplausos. Definitivamente podría animarme teniendo
un día libre y pago, sólo deseaba que el resto de los que estaban en la
habitación no fueran, todos me agradaban, pero un fin de semana entero...
Joe continuó hablando de las nuevas contrataciones y de cómo la
empresa buscaba hacer crecer el negocio.
Era el mismo discurso que nos daba cada trimestre.
—Gracias a todos por su continuo trabajo y espero conocerlos un poco
mejor en nuestro fin de semana fuera —dijo, despidiéndonos efectivamente.
Sofía y yo nos levantamos y salimos de la sala de conferencias.
—Voy a escaparme de esto —dijo de nuevo, siguiéndome a mi oficina.
—No te va a dejar —le dije—. No puedo mentirle, lo que significa que
tú no puedes.
—Um, sí, puedo —dijo—. Mírame. ¿Parezco el tipo de chica que va
deambulando por el bosque? Yo no soy rústica, no me gusta estar junto a
una fogata asando malvaviscos, soy más del estilo de un vino fino, queso
gourmet en una alfombra de piel de oso frente a una chimenea de gas.
Me reí.
—Necesitas casarte con un rico.
—Estoy en eso, por eso que estoy manteniéndome en gran forma.
—No creo que sea terrible —dije, tomando asiento en mi escritorio.
Se acobardó.
—Es rústico. ¿Qué parte de esa descripción te hace pensar que no es
terrible?
—Me vendría bien un tiempo con las niñas, lejos de la casa y todas las
tareas que van con ella. No he sido capaz de darles unas verdaderas
vacaciones desde que Trent se fue, creo que un fin de semana fuera estaría
bien para ellas, aunque sea con la gente del trabajo.
—No veo cómo puedes pensar que esto es algo bueno —dijo con un
gemido—. Voy a revisar mi pequeño libro negro de excusas, no puedo pasar
un fin de semana fuera de la ciudad, mis pulmones requieren
contaminación.
Me reí, poniendo los ojos en blanco mientras ella salía por la puerta. Me
concentré en mi trabajo, todo el tiempo invertido con los nuevos ingresos
me había atrasado mucho. Afortunadamente, no tenía preocuparme por
ellos durante el día, estaban fuera, lo que significaba que podía trabajar sin
tener que responder a preguntas incesantes.
Trabajé durante todo el almuerzo, masticando una de las barras de Clif
que tenía en mi escritorio, al mirar el reloj me di cuenta de que estaba
retardada e iba a llegar tarde a recoger a las niñas. Odiaba hacer la llamada,
pero debía hacerlo, así que le marque a mi madre para disculparme por la
tardanza.
Eran casi las nueve de la noche cuando llegué a casa de mi madre.
Arrastré mi cansado trasero a través de la puerta de la casa, y usé mi llave
para abrirla. Todas las luces estaban apagadas, excepto la que se dejaba
encendida para Elisa. Al entrar vi a las niñas en el suelo de la sala de estar,
en una especie de castillo improvisado con sábanas, que mi madre habría
hecho. Me tomé un momento para verlas dormir.
—Se durmieron hace unos treinta minutos —susurró mi madre, entrando
en la sala.
—Siento mucho llegar tarde. Intenté salir antes, pero estoy muy atrasada.
Ella sonrió.
—Haces lo que puedes.
La forma en que lo dijo me dijo que no lo aprobaba, su desaprobación
me hacía sentir aún más culpable.
—Adivina qué —dije, manteniendo mi voz baja.
—¿Tienes un aumento?
Me burlé.
—No, ojalá. La empresa está pagando un retiro de fin de semana, con
chicas incluidas.
—¿En serio? Eso es genial. ¿Cuándo?
—En dos semanas. Creo que les gustará.
Ella sonrió.
—Les gustará pasar tiempo contigo, no creo que les importe dónde estés.
—Lo sé, mamá, lo sé. Quiero pasar más tiempo con ellas, sabes que sí,
es sólo que no es tan fácil hacer esto por mi cuenta.
Ella frunció el ceño.
—Tienes que hacer que Trent pague, es una mierda que se salga con la
suya.
Sacudí la cabeza.
—No vale la pena el esfuerzo, lucharía conmigo y sólo me haría gastar
más dinero, además, no quiero que tenga derecho legal sobre las niñas, él
tomó su decisión y no dejaré que use a las chicas para llegar a mí, si no
quiere ser un padre, no voy a obligarlo, así que si intento conseguir su
dinero, intentará hacerme daño. Es más fácil de esta manera.
—¿Más fácil para quién? —preguntó—. Porque no lo es para ti.
—No ahora mismo, pero lo será. Ascenderé en la empresa y ganaré más
dinero.
Sacudió la cabeza.
—Más dinero no es la respuesta.
—Bueno, no puedo comprar más tiempo en un día —dije.
—Lo sé, pero no necesitas ganar más dinero, tal vez podrías reducir tus
horas de trabajo.
No iba a tener esa discusión con ella, siempre que llegaba tarde era la
misma conversación. Técnicamente podía permitirme una guardería, pero
no quería que un extraño cuidara a mis bebés, y mi mamá amaba a mis
niñas y ellas también a ella.
—¿Están listas sus mochilas? —pregunté, negándome a entrar en el
mismo argumento.
—Sí, están en la puerta.
—Gracias —murmuré antes de volver con las chicas y ponerme en
cuclillas—. Niñas, es hora de ir a casa.
Lucía se puso de costado, frotándose los ojos. Se sentó y se puso de pie,
Elisa la siguió, no era la primera vez que las despertaba para irnos a casa.
Las subí al auto, y nos fuimos. Al llegar las metí en la cama, esperando
poder relajarme.
Al pasar por el lavandero me acobardé, todas íbamos a andar en pijama
si no me ponía en marcha con la lavandería, aunque quería meterme en la
cama no podía.
Suspiré antes de entrar en la lavandería y clasificar la ropa sucia.
Capítulo Cinco
Enmanuel
Arrastré dos sillas más a través del comedor que se había convertido,
también, en sala de reuniones para los grupos. Si conseguía la entrada de
dinero necesaria podría separar estas áreas, y agrandar la cocina, para así
proporcionarle a los huéspedes comidas más elaboradas, pero por ahora, era
todo lo que tenía para ofrecer.
El grupo que venía no era necesariamente grande, pero los chicos iban a
maximizar nuestro alojamiento. Tenía algunas camas extras, pero las
cabañas no estaban diseñadas para más de una o dos personas.
Estaría un poco complicado, pero ¿qué diversión había en la vida sin
algunos desafíos?
Conté las sillas, añadiendo un par extra por si había asistentes
inesperados. La puerta se abrió y la luz del sol iluminó toda la habitación,
mientras Antonio entraba, me di cuenta que no estaba solo pero fingí no
darme cuenta y me moví para tomar los centros de mesa que había pedido
especialmente a una mujer de la zona que se ganaba la vida creando las
cosas.
Antonio hizo un chiste sobre los locales, pero no le respondí, y el
hombre que lo seguía tampoco dijo una palabra. Asumí que era un cliente
potencial, revisando el retiro antes de reservarlo. Mucha gente le gustaba
ver el área antes de pagar por nuestros servicios, así que normalmente los
dejaba mirar sin problema alguno, no quería que nadie pensara que estaba
escondiendo algo.
Cuando Antonio bombardeó con otro chiste horrible, tuve que intervenir,
iba a hacer que el hombre saliera corriendo si seguía hablando.
—Buenas tardes, soy Enmanuel Raga, el dueño del retiro, y puedo
responder a cualquier pregunta que tenga —dije.
—Ah, Sr. Raga —dijo el hombre con una sonrisa—. Usted es
exactamente con quien esperaba hablar.
Sonreí.
—¿Qué puedo hacer por usted?
—Mi nombre es Timothy Barnes. Trabajo con un grupo de conservación
de la vida silvestre. Recientemente hemos recibido una donación a nuestra
fundación y estamos buscando una causa digna en la que invertir.
Asentí, aunque no estaba seguro de adónde iba con su discurso.
—Encantado de conocerle, Sr. Barnes.
—Por favor, llámame Tim —dijo, estrechando mi mano.
—¿Qué puedo hacer por ti, Tim?
—Su retiro fue mencionado en nuestra reciente reunión —explicó—. Así
que quería venir personalmente a ver lo que hacías aquí.
Me encogí de hombros.
—No sé si estoy haciendo mucho, soy dueño de los 40 acres de aquí. Los
límites están marcados y Antonio, mi compañero a quien ya conociste, y yo
revisamos constantemente el área para asegurarnos de que no haya
invasiones ni nada fuera de lo común. También contamos con un santuario
de aves donde rehabilitamos a las que se encuentran heridas, permitiéndoles
permanecer en su hábitat natural tanto como sea posible.
Asintió.
—¿Puedes mostrarme el lugar?
No estaba seguro de qué pensar, su visita era inesperada, y no tenía ni
idea de que estaba en el radar de los conservacionistas.
—Claro —respondí, girándome para mirar a Antonio que parecía tan
sorprendido como yo.
Salimos por la puerta lateral que nos llevaría a la pequeña zona de aves
que habíamos establecido.
—Tenemos redes alrededor del área para evitar que los depredadores
ataquen a los animales heridos —le expliqué.
—¿Tienes algún entrenamiento en la rehabilitación de la vida salvaje? —
preguntó.
—He trabajado con algunas personas que lo han hecho, más allá de eso,
la experiencia de trabajar al aire libre.
Asintió, estudiando el recinto de aves que Antonio y yo habíamos
creado.
—¿Entiendes el peligro de que un animal salvaje se acerque a los
humanos?
—Sí —respondí rápidamente—. Esta área está hecha para mantener
cualquier vida silvestre lejos de las personas, ofreciéndoles protección, por
ende limitamos cualquier interacción.
Se veía interesado, detallando las pequeñas cosas que la mayoría de los
visitantes del retiro pasaban por alto.
Caminamos por uno de los senderos poco utilizados que nos llevaría a la
zona de los humedales, a la mayoría de las personas no le importaba visitar
lo que para ellos era “la parte menos agradable del lugar”, era insípido,
carente de árboles o cualquier otra cosa que se percibiera como hermosa,
pero la vida silvestre lo amaba.
—Esta es una zona que dejamos intacta —le dije.
Tenía una mirada seria en su cara, asimilándolo todo, prácticamente
podía verlo midiendo y probando el área. No tenía ni idea de por qué un
conservacionista de la vida silvestre se interesaría en mi pequeño trozo de
tierra, pero me alegraba saber que todo mi esfuerzo estaba siendo tomado
en cuenta.
—Este es un refugio en la naturaleza —declaró.
—Sí.
—¿Sus clientes interfieren con la conservación que usted hace?
—No, en absoluto, el dinero que gano en el retiro es el que me permite
seguir manteniendo todo este espacio. Aquí tenemos reglas estrictas, las
personas sólo pueden observar. Nunca hemos tenido un problema con nadie
que dañe las áreas.
Asintió.
—¿Puede mostrarme las zonas residenciales?
Hice una mueca.
—Claro, aunque me temo que no hay mucho que mirar. Es un lugar
pequeño y viejo.
Se rio.
—La gente pone demasiadas acciones en lo nuevo y lo grande. Lo viejo
y lo pequeño es auténtico y encantador en mi opinión.
Sonreí.
—Estoy completamente de acuerdo.
—Hice mi investigación antes de venir aquí. ¿Sabía que la parcela de
tierra que bordea su frontera este está en venta?
—Sí, lo sabía, pero desafortunadamente, no estoy en posición de
comprarlo, me encantaría ampliar la parte de conservación de especies, pero
por los momentos no está en los planes.
Nos acercamos a la fila de cabañas, mientras intentaba verlas a través de
sus ojos. En general era muy crítico, y ahora, podía ver cada pequeño
defecto, la madera necesitaba una nueva capa de sellador y las ventanas
viejas debían ser actualizadas.
—Estas son estructuras originales —declaró en lugar de preguntar.
Aclaré mi garganta.
—Sí, señor. Creo que la historia es que era una comunidad religiosa,
espero algún día actualizar todo y construir unas más grandes. Hemos
actualizado la plomería y el cableado en las cabañas, pero me temo que eso
es todo.
—Puedo apreciar la artesanía —dijo mientras inspeccionaba la zona.
Antonio apareció en el camino, caminando hacia nosotros con
curiosidad. Me encogí un poco de hombros, no tenía ninguna respuesta o
explicación que dar, estaba igual de desconcertado que él por esta visita.
—Somos un pequeño negocio —dije.
—A mi grupo le encanta apoyar pequeñas empresas familiares, siempre
se enorgullecen de lo que hacen, mientras las corporaciones se mueven por
la codicia.
No corregí su suposición de que era un negocio familiar, aunque Antonio
no era mi hermano de sangre, lo consideraba como uno.
—Te lo agradezco.
—Hemos reducido nuestras opciones a tres —dijo, mirándome
directamente a los ojos—. Me gusta lo que tienes aquí.
—Gracias —dije otra vez.
Quería preguntarle de cuánto dinero hablaba, pero no quería parecer
grosero.
—Nuestro benefactor proporcionó instrucciones específicas sobre cómo
debía ser distribuido el medio millón. Hemos pensado en dividir los fondos
y distribuirlos entre varias operaciones, pero soy de los que piensan que se
puede lograr más con una gran donación.
Me zumbaban los oídos. No podía creer la cantidad de dinero que había
sobre la mesa, esperaba que no se me notara en la cara la emoción, no
dejaba de pensar en todo lo que podía hacer con ese dinero, comprar la
parcela vecina, ampliar el conservatorio, también arreglaría las cabañas y
construiría las nuevas para aumentar los ingresos.
Antonio estaba parado justo detrás del Sr. Barnes y estaba seguro que
tenía la misma expresión que yo.
—Ya veo —dije, tratando de pensar en lo correcto. ¿Nos estás
considerando? —quería asegurarme de que estaba entendiendo la situación.
El Sr. Barnes sonrió.
—Estamos. Nos gustan las operaciones pequeñas, veo que no tienes
veinte personas paradas alrededor, así que me imagino que sus gastos
generales son muy pequeños, es decir que, el dinero iría a lo que está
destinado.
—Te lo prometo, no tenemos gastos generales —dijo Antonio—.
Hacemos todo el trabajo.
Le fruncí el ceño.
Barnes se rio.
—Bien. Eso es exactamente lo que nos gusta oír. Me gustaría invitarte a
ti y a tu familia a dar una presentación a nuestra junta, será una pequeña
reunión después de Navidad, nos encantaría conocer a las personas que
están detrás del gran hombre.
La forma en que lo dijo dejó muy poco espacio para explicarle que yo no
tenía una familia.
—Agradecería la oportunidad de presentar nuestras ideas para nuestro
futuro aquí —le dije.
—Genial, no puedo esperar a conocerlos. Me imagino que esto debe
tomar mucho trabajo para mantenerse al día, pero la familia que trabaja
junta, permanece unida.
Asentí, sintiendo que me hundía más profundamente en el agujero que él
estaba cavando para mí.
—Tienes razón en eso —extendí la mano para estrecharla—. Muchas
gracias por la visita y espero mantenernos en contactos. Haré algunos
planes, y tendré toda la información sobre nuestro retiro listo para la
reunión, ese dinero podría hacer absolutamente mucho por nosotros y los
esfuerzos de conservación.
—Espero con interés ver esa presentación. Los dejaré volver al trabajo,
los llamaré para informarles sobre la fecha y la hora de la reunión.
Lo acompañé a su auto y me despedí mientras conducía por el camino de
tierra. Me di la vuelta y miré a Antonio.
—¿Qué demonios?
Se encogió de hombros.
—No tengo ni idea. ¿No sabías que iba a venir?
—¡Diablos, no! No sabía que su grupo existía. Ni siquiera recuerdo
cómo dijo que se llamaba, todo lo que escuché fue sobre una donación.
¡Medio millón de malditos dólares!
Se rio.
—Eso haría algunos cambios serios por aquí.
—Por supuesto que sí —dije, aún incrédulo.
—Entonces tienes que contratar un servicio de limpieza, no voy a
limpiar treinta cabañas o una gran cocina.
Me reí.
—Si conseguimos ese dinero, contrataré personal de limpieza y un
cocinero a tiempo completo.
—Te obligaría a eso —advirtió.
—Mientras tanto, todavía tenemos trabajo que hacer. Espero que los
invitados empiecen a llegar antes del almuerzo, el gerente quiere cenar en el
comedor a las cinco, lo que significa que vamos a estar saltando.
Comenzamos a caminar vía al comedor.
—Así que, eh, sobre esa familia —dijo.
—¿Qué familia? —pregunté, mientras mi mente ya estaba gastando el
dinero que no tenía.
—Exactamente. ¿Qué familia?
—¿De qué estás hablando? —pregunté, abriendo la puerta.
—Te dijo que trajeras a tu familia, es decir que cree que esto es un
negocio familia, y tengo la impresión de que eso es muy importante para él.
¿Crees que aún estarán interesados en darle a un soltero medio millón de
dólares?
Me encogí de hombros.
—Mi estado civil no significa una mierda. ¿Por qué importaría eso?
—No debería, pero creo que sí.
Sabía que tenía la razón. Tim Barnes me dio la impresión de que era uno
de esos tipos de la vieja escuela, de los que se quedaron en los años 50
donde los hombres trabajaban y las mujeres se quedaban en la casa
cuidando a los niños y cocinando todo el día.
—Ya se me ocurrirá algo.
Se echó a reír.
—A menos que planees casarte con alguien para Navidad, creo que es
mejor que te sinceres. No querrás aparecer en la pequeña reunión de la junta
sin anillo y sin esposa, si los otros dos candidatos que menciono llegan con
toda su familia, dudo que esa sonrisa encantadora consiga algo.
—Nadie es tan anticuado —dije, esperando tener razón.
—Yendo a la capilla —empezó a cantar mientras sacaba una pila de
manteles de un estante—. Voy a casarme.
—Cállate. No me voy a casar con nadie para conseguir dinero.
Todavía estaba cantando cuando salí y fui a la cocina. Me preguntaba si
había un servicio de alquiler de esposas disponible, todo lo que necesitaba
para Navidad era una.
Una esposa temporal.
Capítulo Seis
Corina
Estacioné el auto frente a la casa de mi mamá. Era temprano, pero sabía
que estaría despierta, ella quería ver a las niñas antes de que nos fuéramos
de fin de semana y yo debía recoger sus abrigos.
Las chicas ya estaban fuera y corriendo hacia la puerta principal antes de
que pudiera quitarme el cinturón de seguridad, estaban muy emocionadas
por salir de la ciudad y les había permitido faltar a la escuela, queriendo
hacer el fin de semana extra especial, y actuaron como si hubieran ganado
la lotería.
Entré por la puerta principal que había quedado abierta, cerrándola
detrás de mí. Las chicas estaban en la cocina, ambas hablando con mi
madre que estaba tomando su café, ella las miraba fijamente, pero yo no
estaba muy segura de que en realidad les prestaba atención. Tenía esa
mirada vidriosa en sus ojos, normalmente las veía de esa manera cuando
hablaban sin parar sobre un juguete o juego en particular con el que estaban
obsesionadas en ese momento.
Pensé que era mejor salvarla, dándole algo de tiempo para digerir el café
y despertar lo suficiente para manejar su energía a primera hora de la
mañana.
—Chicas, vayan a buscar sus abrigos —les dije.
—Están emocionadas —dijo antes de tomar otro sorbo de su café.
Me reí.
—Se podría decir que si, lamento bombardearte tan temprano en la
mañana.
—Está bien, ya estaba despierta.
—Querían despedirse antes de irnos, y olvidé sus abrigos aquí, me
imagino que los necesitarán.
—Lo siento —dijo mi madre—. No me di cuenta de que los dejaron
aquí, lo vi hace un par de días e iba a mencionártelo.
—Está bien, la verdad los había dejado aquí por si acaso caía la tormenta
de invierno que predijeron la semana pasada, ambas odian usar sus abrigos,
prefieren sus chaquetas ligeras. Seguramente en la escuela piensan que soy
la peor madre del mundo, pero insisten en que son muy abrigadas.
—No las culpo —estuvo de acuerdo—. Siempre me siento como el
hombre de Stay Puff en un abrigo.
Me reí.
—Ya veo de donde viene todo ese carácter, preferirías llevar una manta
todo el día.
—¿Cómo te sientes acerca del viaje? —preguntó.
Me encogí de hombros.
—Estoy deseando que llegue, sólo que no con la gente del trabajo, me
gustaría pasar este tiempo con las niñas, pero supongo que no puedo tenerlo
todo, es gratis, y dudo que pueda permitirme un retiro de fin de semana.
—Creo que ellas serían felices pasando el rato en casa contigo. No
importa dónde estés, quieren estar a tu lado, te extrañan mucho, y no tienes
que gastar mucho dinero para hacerlas felices. Podrías sentarte en casa y ver
programas repetidos y ellas estarían encantadas.
Me quejé.
—Mamá, lo sé. Hemos tenido esta discusión un millón de veces, no
necesito que intentes hacerme sentir culpable, créeme que tengo bastante
conmigo misma, pero cuando no estoy trabajando, debo ser mamá y papá al
mismo tiempo.
—No quiero que te sientas culpable, pero quiero que recuerdes lo que es
importante, ya te lo he dicho varias veces, las tres son bienvenidas a
mudarse aquí y no tendrías que preocuparte por pagar una hipoteca, así
podrías trabajar menos y pasar más tiempo con las chicas, tu padre se
aseguró de cuidarme y asumió que tu ex cuidaría de ti. Yo puedo ayudar
haciendo más que cuidarlas un par de horas al día.
Suspiré.
—Ya lo hemos discutido varias veces, creo ser capaz de cuidarme a mí
misma y a mis hijos, estoy cansada y bastante estresada, pero no me
desmorono. No soy la única madre soltera trabajadora. A las chicas no les
falta amor o atención, tienen camas calientes, sus propias habitaciones y
comida en la mesa. Saben que lo estoy intentando y al parecer lo hacen
mejor que tú.
—Lo siento —dijo, y podía ver que lo decía en serio—. No quiero
entrometerme, y estás haciendo un trabajo fantástico, pero odio verte
trabajar tan duro. Quiero que tengas la vida que yo tenía cuando tenía tu
edad. Tu padre trabajaba, y aunque no teníamos mucho dinero, éramos
felices.
—Eran otros tiempos. Hoy en día, nuestra situación es más que normal,
no te preocupes, las niñas y yo estamos bien.
Elisa llegó con el abrigo de invierno justo a tiempo, la verdad no deseaba
seguir con la misma discusión con mi madre, no quería herir sus
sentimientos aunque ella había herido los míos cuando esencialmente me
dijo que era una madre de mierda. Sabía que lo dijo desde el punto de vista
del amor, pero no ayudaba, era mi culpa, yo me había sensibilizado con el
tema.
—Ve a decirle a Lucía que traiga su abrigo, nos vamos en unos minutos.
—La abuela dijo que podíamos comer un poco de pastel de zanahoria —
protestó.
Fruncí el ceño a mi madre, quien se encogió de hombros.
—Son zanahorias, es algo saludable.
Puse los ojos en blanco.
—La cantidad de azúcar que llamas glaseado en la parte superior anula
cualquier bien de las zanahorias.
Se rio, mientras abría la puerta del refrigerador y agarró el pastel de
zanahoria.
—Me encanta ser abuela. Cuando era tu madre, nunca pude darte pastel
de zanahoria en el desayuno.
—Eres mi madre —dije secamente.
—Pero ahora no puedo decirte qué comer —señaló.
—Sin embargo, lo haces de todos modos.
—¿Tu abuela te dejaba comer pastel de zanahoria? —preguntó Elisa.
—No, no lo hacía, ¿y sabes por qué? —pregunté, mirando a mi madre
que sonreía de oreja a oreja.
—¿Por qué?
—Porque tu abuela, mi madre, no la dejaba.
Elisa parecía confundida.
—Pero a nosotras si nos deja —lo dijo como si fuera lo más obvio.
—Lo sé —dije, colocando mi mano en la cadera.
—Porque soy mayor y más sabia ahora y me doy cuenta de que la vida
es demasiado corta para no comer pastel en el desayuno, y honestamente,
no es como si nuestros cuerpos tuvieran un reloj digital dentro. ¿Cuál es la
diferencia si lo comemos por la mañana o por la tarde?
—La diferencia es que tenemos un viaje por carretera y si comen azúcar
van a saltar en sus asientos —respondí.
—Relájate —dijo, ignorando completamente mis protestas—. Te van a
salir arrugas si sigues frunciendo el ceño así.
Un par de minutos después, las cuatro estábamos sentados en la mesa
comiendo pastel de zanahoria. Insistí en que la lavaran con leche, esperando
que de alguna manera contrarrestara el glaseado azucarado que hacía que
me dolieran los dientes.
—¿Van a hacer una fogata? —mi madre les preguntó, y ambas giraron
hacia mí esperando la respuesta.
Sacudí la cabeza.
—No lo sé. No estoy del todo segura de qué se trata el lugar, y no puedo
imaginar que una fogata al aire libre, sea una buena idea con el frío que está
haciendo.
—Por eso se hace el fuego —dijo mi madre.
Me reí.
—Fuego o no, eso es frío.
—Quiero hacer una fogata —dijo Elisa.
—Tal vez podría ser hija, no estoy segura.
—¿Empacaron su ropa abrigada? —preguntó mi madre.
Ambas chicas asintieron.
—Y mamá nos compró nuestras propias linternas especiales, dice que
hay animales salvajes allí y que no podemos salir solas.
—¿Animales salvajes? —preguntó, con una de sus cejas levantadas—.
¿No están hibernando o lo que sea que hagan?
—Es un refugio de la naturaleza que tiene algo que ver con la
conservación, lo único que sé es que hay un santuario de aves y que hay
algunas ardillas y otros animales que han hecho del lugar su hogar.
—Espero que se hayan vacunado contra la rabia —dijo mirándome un
poco exaltada.
Me reí.
—No creo que nadie vaya a perseguir a las ardillas y ponerles la vacuna
contra la rabia. Las chicas estarán conmigo y han prometido que no
intentarán acariciar ninguna vida salvaje.
No parecía convencida. Así que después de nuestro aumento de azúcar
matutino, era hora de irnos. Las chicas y yo abrazamos a mi madre y le
dijimos adiós. Una vez todas en el auto, tomamos camino por la autopista.
—¿Están emocionadas? —pregunté, mirando por el espejo retrovisor.
Elisa aplaudió.
—¡Yo sí! Quiero asar malvaviscos e ir a pasear por los árboles.
—Eso suena divertido. Espero que no haga demasiado frío. ¿Y tú,
Lucía? Hay varias aves alrededor del retiro, y a ti te encantan los pájaros.
—Sí —respondió sin mucho entusiasmo.
—Creo que leí que se pueden observar desde una red, lo que significa
que puedes acercarte sin tocarlos. ¿Qué tan genial será eso?
—¡Quiero ver los pájaros! —exclamó Elisa.
—Los veremos hija, y con suerte, podremos ver algunos ciervos. Estoy
segura de que van a estar vagando por ahí.
—¿Qué pasa con los osos? —Lucía preguntó—. ¿Los Lobos?
Estaba tratando de asustar a su hermana, no era tan ingenua.
—Los osos están dormidos y no hay lobos en la zona, están más al norte
y en los árboles.
—¡Quiero ver un oso! —dijo Elisa.
Sonreí, el intento de Lucía de asustar a su hermana había fracasado.
—Los osos están dormidos, sin embargo, eso no significa que sea seguro
para ti andar por ahí sin mí.
—¿Qué se supone que debemos hacer allí? —Lucía preguntó.
—No estoy segura, me dijeron que las cabañas están muy bien
equipadas, seguramente, exploraremos la naturaleza, tal vez jugar algunos
juegos, y nos relajaremos.
Lucía gimió.
—Eso suena aburrido.
—¡Quiero ir a dar un paseo! —Elisa dijo—. Traje mi cámara para tomar
muchas fotos.
Le sonreí.
—No puedo esperar a ver esas fotos.
Pasó poco más de una hora de conducción antes de que el GPS anunciara
que habíamos llegado a nuestro destino, así que seguí las señales que
indicaban dónde estacionar, y me di cuenta que ya habían otros autos en el
pequeño estacionamiento. Mis compañeros de trabajo estaban ansiosos por
escapar de la ciudad.
Abrí la puerta del vehículo, saqué a las chicas y me tomé unos minutos
para registrarme.
Era hermoso. Inhalé profundamente, dejando que el aire fresco de la
montaña infundiera mi alma, iba a ser un gran fin de semana, podía sentirlo.
Escuché mi nombre y me di vuelta para ver a mi jefe saludándome desde
una corta distancia.
Excepto por eso.
Tener una a Joe en mis días libre era demasiado, no estaba emocionada
por pasarlo con él así que esperaba que nuestras interacciones fueran
limitadas, después de todo, se suponía que sería un regalo para nosotros.
No puede esperar que pasemos cada momento con él, ¿verdad?
Capítulo Siete
Enmanuel
Uno de los beneficios de vivir en paz y rodeado de naturaleza es que
podía escuchar los autos inclusos antes de verlos, el sonido del motor
sobresalía por encima del de los pájaros.
—¡Antonio! —grité desde mi oficina— ¡Están aquí!
—Me voy —gritó.
Había estado arreglando las botellas de agua y los zumos de cortesía en
la mesa de bienvenida del comedor.
Salí de mi oficina, cerrando la puerta detrás de mí. Si alguna vez
conseguía el dinero para expandirme, me aseguraría de tener una más
grande, con mi estatura de 1,90 centímetros, el espacio se sentía muy
pequeño, parecía un armario.
Ambos caminamos por el sendero que lleva al estacionamiento para
saludar a nuestros invitados y ofrecer ayuda con el equipaje. Antonio
llevaba la tableta con los nombres de cada uno y las cabañas a las cuales
estaban asignados, para nosotros era muy importante controlar eso.
—Buenos días —saludé a un joven que llevaba un bolso—. Mi nombre
es Enmanuel y este es Antonio, él les dirá cuál es tu cabaña.
—Gracias —dijo, mirando por la zona.
Dejé a mi compañero con el hombre y caminé el resto del camino hasta
el estacionamiento. Sabía que no era necesariamente conveniente, pero no
quería autos en la zona de las cabañas, no sólo representaba un riego para
los huéspedes sino que también asustaba a los pájaros y a las demás
especies, teníamos carros para transportar el equipaje, y si yo estaba cerca
me ofrecía personalmente.
No era difícil averiguar quién era Joe, había hablado con él por teléfono
varias veces y me di cuenta desde el principio que era uno de esos tipos que
trataba de animar al grupo todo el tiempo.
—¡Joe!
Giró para mirarme, y su cabeza calva brillaba con el sol. Su cara casi se
partió en dos con su amplia sonrisa, y su cabeza me recordaba a una pelota
de baloncesto que prácticamente rebotaba hacia mí.
—¡Tú debes ser Enmanuel! —exclamó.
Le ofrecí una sonrisa amistosa.
—El mismo —dije, estrechando su mano—. Es un placer conocerte en
persona.
Asentí.
—Mi compañero estará aquí en unos minutos. Estará repartiendo las
asignaciones de cabaña.
—¡Grandioso! ¡Excelente! ¡Mi equipo está emocionado de estar aquí!
Su entusiasmo era demasiado para manejarlo, pero me recordaba a mí
mismo que necesitaba el dinero, y podía tolerar al hombre molesto durante
tres días.
—Necesito que te asegures de que todos estén en el comedor a la una.
Hay algunas reglas de seguridad importantes que necesito explicarles y
preferiría hacerlo una sola vez.
Estaba moviendo la cabeza de arriba a abajo.
—¡Absolutamente! ¡Ya lo tienes! ¡Estaremos allí!
Volví a sonreír.
—Grandioso.
Antonio llegó en el momento justo. Hice rápidamente las presentaciones
y luego hui, sabía que mi amigo me mataría luego por dejarlo con Joe pero
tenía cosas que hacer. Fui al comedor y saqué las bandejas de aperitivos que
habíamos preparado esa mañana.
Una hora después, Antonio entró.
—Eso fue ridículo.
Sonreí.
—¿Qué?
—En serio, debes añadir un guía o alguien capacitado a la lista de
personal que tienes que contratar. No creo que la mitad de ellos haya visto
nunca un árbol, querían saber dónde estaba la piscina interior y si el jacuzzi
estaba dentro o fuera. ¡Una señora quería saber si los menús del servicio de
habitaciones estaban en los cuartos!
Me reí.
—Creo que podemos culpar al viejo Joe por eso. Nuestra página web es
muy clara sobre nuestros alojamientos, las personas que vienen aquí no
buscan un servicio de cinco estrellas.
—Pues al parecer, no mencionó eso a algunos de ellos —murmuró—. De
todos modos, hizo un gran anuncio acerca de estar aquí para la orientación
de seguridad y le recordé a todos también, esperemos aparezcan.
—Más vale que aparezcan todos —gruñí—. No soy responsable si
alguien vuelve a dormir en los arbustos.
Antonio y yo nos separamos, recorriendo las cabañas y asegurándonos
de que todos encontraran su camino. Diez minutos antes de mí discurso de
seguridad, pasé por mi cabaña a buscar una chaqueta ligera.
En el comedor, avivé el fuego de la gran chimenea, alrededor de la
misma teníamos varios sofás y sillones de madera. Entre mi lista de deseos
era tener una casa club con juegos y grandes sofás para mis invitados.
—Todo a su debido tiempo —dije en voz alta.
Había pasado los últimos días haciendo una lista de las cosas que quería
y de los costos, como parte de la preparación de la presentación que daría
en la junta con Tim. Era una lista larga y trataba de hacerla menos sobre lo
que yo quería y más sobre lo que beneficiaría a la vida silvestre de la zona.
Sonreí, saludando a la gente que se presentaba y se sentaba en la mesa.
El grupo era de unas treinta personas con un puñado de niños, todos tenían
el aspecto de oficinistas, su piel era pálida y la ropa de campamento parecía
completamente nueva.
—¡Buenas tardes a todos! —elevé mi voz por encima del grupo para
tratar de llamar la atención. El silencio cayó sobre la habitación, dándome
la palabra—. Me alegro de verlos a todos y espero que tengan un gran fin
de semana. Quiero repasar algunos detalles antes de entregarle el itinerario
a Joe.
El hombre estaba de pie cerca del frente de la habitación, no muy lejos
de mí, prácticamente podía sentir su falso entusiasmo golpearme y eso me
molestaba mucho, odiaba a las personas que se esforzaba demasiado y él
era uno de esos.
Empecé mi discurso de seguridad, recordando a todos que se
mantuvieran en los senderos y que no deambularan solos en la noche. Podía
observar como esa advertencia alarmaba a más de uno, y me alegraba,
quería que tuvieran miedo. No había nada más peligroso que un tonto sin
miedo.
—¿Hay alguna pregunta? —pregunté una vez que había cubierto lo
básico.
La puerta se abrió a mi derecha, y el aire frío se apoderó de todo el
comedor, una mujer y dos chicas pequeñas entraron. Miré a Joe,
asegurándome de que conocía a las persona y automáticamente noté su
irritación por el retraso, aunque lo escondió bien.
Me quedé mirando a la mujer que estaba ocupada llevando a las niñas a
los asientos cerca del fondo. Su cabello castaño claro, naturalmente rizado,
llegaba a la mitad de su espalda, se veía suave y sin ningún producto que lo
recargara. Tenía una figura estilizada, de caderas ligeramente acampanadas.
Al terminar con las niñas giró para mirarme y quedé impresionado por su
belleza, no parecía una contadora, sino una estrella de cine.
No podía obtener una lectura exacta del color de sus ojos, pero estaba
seguro de que eran claros. Llevaba poco maquillaje, y supuse que no pasaba
mucho tiempo al aire libre, su piel se veía impecable con un brillo
saludable.
Me di cuenta de que estaba mirándome fijamente cuando estrechó sus
ojos en mi dirección, rápidamente miré hacia otro lado, tratando de recordar
lo que había estado diciendo antes de que me interrumpiera la hermosa
mujer que llegaba tarde. Miré las caras alrededor de la habitación, tratando
de orientarme.
—¿Preguntas? —dije nuevamente, siguiendo el hilo de lo que estaba
diciendo.
—¿Habrá alcohol gratis? —alguien preguntó.
—Tenemos un pequeño servicio de bar, con licor limitado, les pedimos
que sean sensatos.
—Traje algunas botellas, Gail —respondió un hombre.
Me quejé por dentro. No entendía la necesidad de beber hasta el punto de
emborracharme mientras disfrutaba de un fin de semana en el bosque, eso
no tenía sentido para mí.
—Recordaré a todos que este es un asunto familiar y que por favor
beban responsablemente —dije, sintiendo la necesidad de recalcar ese
punto—. Estar en el bosque tiene sus peligros, así que les pido, por favor,
no entren de noche, no me hago responsable de lo que pueda pasarle. Los
caminos a sus cabañas están claramente marcados y bien iluminados, dejen
la exploración para las horas del día. Dicho esto, diviértanse y disfruten de
la paz y la tranquilidad que ofrecemos aquí. Estaré cerca por si tienen
alguna pregunta.
—¡Ya lo escucharon, todos! —Joe dijo, aplaudiendo— ¡Volvamos aquí a
las cinco para una gran cena y una excelente conversación!
El grupo se puso de pie, mezclándose y charlando entre ellos. Me alejé
del frente de la sala y fui a hablar con Antonio sobre los preparativos de la
cena, trabajábamos con un servicio de catering local debido a que ninguno
de los dos éramos muy buenos cocineros, podíamos preparar unos filetes a
la parrilla o una buena olla de chile sobre una fogata, pero para un grupo tan
grande, necesitábamos algo un poco más económico.
—¿A qué hora llegará la comida? —le pregunté a Antonio, que estaba a
cargo del servicio de cena.
—A las cuatro, eso nos dará tiempo para preparar todo. Pedí una caja
extra de vino para este grupo, creo que son del tipo a los que les gusta.
Me reí.
—Está bien.
Estaba a punto de decir algo insultante cuando sentí un golpecito en el
hombro, giré y me encontré con la hermosa mujer que había llegado tarde.
Verdes —ese fue mi primer pensamiento.
Tenía unos ojos verde pálido que eran inquietantes y sexys al mismo
tiempo, la caían parecer muy misteriosa y eso me inquietaba. De cerca,
podía notar algunas pecas muy claras en su nariz y mejillas, estaba
convencido de que no llevaba maquillaje. Era una de las raras bellezas
naturales que había encontrado en mi vida.
¿Peligroso?
Mirar fijamente a esos ojos activó mi sistema interno de advertencia de
que estaba en peligro, y no hablaba en el sentido físico, era algo que me
decía que la mujer estaba a punto de comerme vivo, y no en el buen sentido.
Sabía que estaba enojada, algo en sus hermosos ojos me lo decían.
Tal vez estaba enojada consigo misma —pensé con esperanza.
Había llegado tarde y probablemente era una de esas estiradas que se
mantenían a un nivel muy alto.
—Hola —la saludé—. ¿Necesitas algo?
Me miraba con el ceño fruncido, estaba realmente enojada.
¿Cómo podría haber cabreado a una mujer a la que le había dicho
literalmente cinco palabras? Eso tenía que ser una especie de récord.
—Sí, de hecho, lo necesito —lo dijo de una manera que me hacía
preocupar un poco por mi integridad física, así que di un paso atrás.
—¿Qué está pasando?
—¿Es usted el propietario?
Miré a Antonio, y luego a ella. Su elección de palabras lo decía todo,
estaba en problemas. Inmediatamente empecé a revisar una lista en mi
cabeza, las habitaciones estaban limpias, y todas tenían sabanas recién
puestas, no podía entender que estaba mal.
—Sí, soy yo —dije con indecisión.
Giró hacia las niñas que estaban detrás de ella.
—Lucía, toma a tu hermana y vayan a comer algo, estaré con ustedes e
un minuto.
Oh, mierda, ella estaba enviando a los testigos lejos, esto no iba a
terminar bien.
—¿Está todo bien? —le pregunté, genuinamente preocupado.
—No, en realidad, no lo está, me gustaría hablarle de mi cabaña, a
menos que tenga a alguien más a cargo de la asignación de las mismas.
Sacudí la cabeza.
—Yo soy el encargado. ¿Qué está pasando?
Capítulo Ocho
Corina
Al salir de nuestra cabaña estaba muy molesta, pero luego, cuando entré
y vi al hombre que era el dueño o gerente, me enojé aún más, nadie debería
ser tan guapo. Había decidido que los hombres atractivos debían tener algún
defecto de carácter, Dios no era tan generoso para hacer a alguien tan
hermoso y con buena actitud.
El hombre que me miraba con expresión de ciervo atrapado en los faros
era demasiado sexy para su propio bien, estaba intrigada por su altura, debía
inclinar la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos.
Eran color avellana con manchas doradas, el cabello corto negro
azabache cuadraba perfectamente con su estructura ósea masculina de
mandíbula cuadrada. Estaba bien afeitado, algo que me sorprendía, pensaba
que los hombres de montaña se asemejaban a bestias peludas y de poco
higiene personal.
Además de todo eso olía delicioso, no podía evitar inhalar, tratando de
identificar los olores, podía percibir un olor a cedro y vainilla con un toque
de pino, y aunque no tenía sentido, era una combinación perfecta en él.
—¿Tu cabaña? —preguntó con una voz profunda que parecía haber
acariciado mi piel.
Me lamí los labios, sacando toda la molestia que traía cuando me
acerqué, y lo miré fijamente.
—Mi cabaña tiene una sola cama doble.
Miró a su amigo que me observaba detalladamente. Yo le devolví una
mirada, nada agradable, y tuvo la osadía de sonreírme. Giré para
concentrarme nuevamente en esos ojos color avellana del hombre que me
estaba molestando con su buena apariencia.
—No ofrecemos camas de reina o de rey —dijo con esa voz suave que
me hizo pensar en la miel caliente.
—Está bien, pero ¿esperas que yo y mis dos hijas nos amontonemos en
esa cama? Son pequeñas, pero no sé si alguna vez has dormido con un niño,
parecieran que tienen ocho piernas cuando duermen. Para mañana estaré de
muy mal humor por la falta de sueño y confía en mí, no querrás que esté
más malhumorada de lo que estoy ahora.
Levanto sus cejas negras y tupidas.
—No, definitivamente no.
—¿Tienes catres? ¿Bolsas para dormir? No sé cómo sucedió esto.
Se aclaró la garganta.
—Siento la confusión, todas nuestras cabañas están reservadas por su
grupo de trabajo.
Me puse una mano en la cadera.
—Espero que no me estés diciendo que debo calarme todo esto.
Él sonrió y yo casi me derrito.
¡Dios mío! Era como estar cara a cara con un machote de Hollywood.
O estaba caliente por la falta de sexo en mi vida y me excitaba por la
más mínima cosa o él me hacía sentir realmente así, estaba segura que era la
segunda opción.
—Nunca le diría a nadie eso —dijo, con los ojos llenos de preocupación
—. Tengo una cabaña con dos camas, si eso funciona. ¿Pueden las chicas
compartir una?
La forma en que lo dijo casi me hacía sentir ternura, y lentamente asentí.
—Sí, eso funcionará. ¿Por qué dijiste que estaba todo reservado si tenías
una cabaña disponible? ¿Cuesta más?
Sonrió.
—No, no cuesta ni un centavo más, es la mía, ustedes se van allá y yo
me quedo con la que le asignamos, total, sólo hay un solo yo.
La forma en que dijo esa última frase me calentó la barriga.
¿Estaba coqueteando? No lo creo.
Tenía dos niñas conmigo, eso normalmente los espantaba.
—¿Nos das tu cabaña? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—Sí. Iré contigo y te ayudaré a trasladar las cosas a mi cabaña.
—Gracias —dije con verdadero aprecio—. Realmente lo aprecio y siento
haber salido tan molesta, las chicas vieron la cama individual e
inmediatamente estalló una guerra sobre quién dormía dónde.
—Puedo conseguir un catre si lo necesitas —se ofreció.
Sonreí.
—Gracias, pero estarán bien durmiendo juntas. No les digas que te lo he
dicho, pero a menudo duermen así en casa.
Se rio.
—Tu secreto está a salvo conmigo.
—Chicas —grité, agitando mi brazo para llamar su atención.
Se levantaron y caminaron hacia nosotros. Elisa estaba mirando al
hombre, y sólo en ese momento me di cuenta de que no sabía su nombre,
así que giré para mirarlo.
—Lo siento, probablemente te presentaste a todos al principio de ese
discurso, soy Corina Sandoval, ella es Lucía, y ella es Elisa.
Sonrió la misma sonrisa sexy que hace que una persona se sienta
cómoda.
—Hola, Lucía y Elisa, soy Enmanuel Raga, encantado de conocerlas,
disculpen la confusión de antes, pero ahora vamos a llevarlas a una cabaña
un poco más cómoda.
—¿Vives aquí? —Elisa le preguntó.
Asintió.
—Claro que sí.
—¿Incluso en el invierno? —presionó.
—Es invierno —dijo Lucía.
—Vivo aquí todos los días —respondió Enmanuel antes de abrir la
puerta y hacernos un gesto para que saliéramos.
—Gracias —dije mientras pasaba junto a él.
—Bienvenidas —respondió—. ¿De dónde son?
—Portland.
—¿Vives en una cabaña? —Elisa volvió a entrar en juego.
Se rio.
—Sí, y ustedes se van a quedar en mi cabaña.
—¿En serio? —exclamó, con los ojos muy abiertos.
Asintió.
—Resulta que la cabaña que les asignamos era un poco pequeña para
ustedes.
—Sólo tenía una cama —le dijo Lucía—, y somos demasiado grandes
para caber en una cama.
—Quiero vivir en el bosque —dijo Elisa, claramente queriendo la
atención de Enmanuel.
—Elisa… —dije, intentando que dejara de molestar al pobre hombre.
Me miró y sonrió.
—Está bien.
Está muy emocionada de estar aquí —le dije.
—¿Alguna vez habías acampando, Elisa? —preguntó.
Sacudió lentamente la cabeza.
—A mamá no le gusta dormir en el suelo.
—Elisa —advertí.
Se rio.
—No es para todo el mundo.
—¿Vas a acampar? ¿Esto es acampar?
—No creo que llamaría a quedarse en una cabaña con luces y un baño ir
de campamento —respondió—. Pero sí, voy a acampar, a veces, tomo un
saco de dormir y me voy de excursión al bosque por un par de días.
—¿Llevas una tienda de campaña? —preguntó Lucía, claramente
interesada en lo que decía.
Se encogió de hombros.
—A veces, si hace frío o llueve.
Elisa y Lucía se veían muy impresionadas.
—Esta es nuestra cabaña —dije, abriendo la puerta.
Habíamos dejado las maletas hechas y listas. Él agarró la mía, la más
grande, mientras yo recogía la más pequeña que las chicas estaban
compartiendo, cada una tomó sus mochilas y abrigos de inviernos y lo
siguieron hasta la puerta.
—Mi cabaña está justo aquí —dijo, caminando por un sendero que se
alejaba del resto.
Quedé inmediatamente impresionada cuando su cabaña apareció a la
vista. Tenía un pequeño porche cubierto con una mecedora, se veía muy
hogareño y acogedor, exactamente como yo esperaría que se viera un
refugio en la montaña.
Abrió la puerta, empujándola y haciendo un gesto para que entráramos,
sus modales eran impecables. Al entrar pude notar que todo estaba limpio y
ordenado, realmente parecía ser muy cómoda, además de ser lo
suficientemente grande para albergar a diez personas.
—Esto es agradable —comenté.
—Gracias. Hay un dormitorio por ahí con una cama matrimonial, y el
sofá se saca para una segunda cama.
La idea de dormir en su cama, en su dormitorio, era un poco
abrumadora.
—¿Estás seguro de que quieres renunciar a tu casa? —pregunté, cayendo
en cuenta de que era su casa.
No era un simple cambio de habitación, en realidad estábamos en su
casa.
Sonrió.
—Sólo son un par de días y estaré bien. Quiero que disfrutes de tu
estancia y no puedes hacerlo si no duermes bien.
—¡Mira, mamá! —exclamó Elisa—. ¡Tiene una cocina!
—Elisa, no toques nada —advertí.
—Hay agua fría en la nevera, las comidas las servimos en el comedor,
pero si trajeron bocadillos, o comida extra, pueden colocarlos en los
estantes, no hay problema. Hay toallas limpias en el baño y las sábanas de
la cama son nuevas, el armario de la ropa de cama está en el baño y
encontrarás más mantas y sábanas para el sofá cama.
—Gracias —dije, sintiéndome muy agradecida con el hombre—. Esto es
realmente mucho y lo aprecio, me siento un poco malcriada.
Guiñó el ojo.
—Una dama merece ser mimada de vez en cuando. Te dejaré sola para
que te instales. La cena es a las cinco, si no trajiste una linterna, tengo una
justo al lado de la puerta.
—Tengo mi propia linterna —dijo Elisa.
—Buena chica. Mantén eso en tu bolsillo todo el tiempo, ¿de acuerdo?
Asintió, con la cara muy seria.
—Lo haré.
Salió por la puerta, dejándonos a las tres solas. Tomé mi maleta y entré
al dormitorio, tenía una cama de troncos con un colorido edredón a cuadros
como colcha, estaba escasamente decorada con una alfombra, todo era muy
masculino, como el hombre al que pertenecía.
Coloqué mi maleta junto a la puerta y volví a la sala de estar abierta. Las
chicas tenían la misión de abrir todas las puertas de los armarios mientras
husmeaban entre las cosas del hombre.
—Oigan, no —las regañé—. Él está siendo muy generoso al permitirnos
quedarnos en su casa, deben respetar su privacidad.
Cerraron los armarios y caminaron por la cabaña, inspeccionando los
pequeños tesoros que encontraban.
—Mira esto —dijo Elisa, recogiendo un cuadro enmarcado.
No podía ocultar mi curiosidad y me acerqué para comprobarlo.
—Vaya —dije sin querer en voz alta.
Era una foto de Enmanuel en la cima de un acantilado, llevaba su equipo
de escalar, sus mejillas rojas y sus ojos llenos de emoción, era una foto
preciosa, tanto el hombre como el paisaje.
—Quiero escalar una montaña —declaró Elisa.
—Eso no es una montaña —corrigió Lucía—, es una roca.
—Ambas tienen razón —les dije, poniendo la foto de nuevo en el
estante.
—¿Podemos ir al lago ahora? —Elisa preguntó.

Era al menos la tercera vez que preguntaba desde que llegamos, estaba
ansiosa por practicar sus habilidades de salto de roca, había visto la foto en
el pequeño folleto que Joe nos entregó antes de venir. Se veía hermoso y
sereno, la verdad yo también tenía ganas de ir.
—Tendrán que ponerse los abrigos —les dije—. Va a hacer frío en el
agua.
Hubo algunas leves quejas pero ambas hicieron lo que les pedí. Me puse
mi propio abrigo con la piel falsa alrededor de la capucha y los guantes para
salir de la cabaña.
Comencé a estudiar la zona tratando de encontrar a Enmanuel,
secretamente esperaba que se ofreciera como nuestro guía turístico
personal.
Desafortunadamente, no lo vi, y no tenía el coraje de buscarlo y pedirle
que saliera con nosotras. Era un buen hombre que hacía lo que se suponía
que debía hacer como dueño de la propiedad, no estaba interesado en
alguien como yo, aunque cuando me miraba me hacía sentir como si fuera
la única mujer en el mundo.
Tenía el presentimiento de que un hombre así tendría una larga fila de
mujeres tras él, era guapo, encantador y varonil. No había duda de que traía
a muchas detrás de él, era nuestra tendencia a las mujeres de las cavernas,
todas queríamos a alguien que pudiera cuidarnos, que fuera duro cuando y
gentil cuando fuera necesario.
Me permitiría fantasear con él. Esas cosas eran buenas para el alma.
Capítulo Nueve
Enmanuel
No estaba completamente despierto cuando recordé que no estaba en mi
propia cama. Pestañeé, estiré los brazos sobre mi cabeza y me golpeé contra
la pared, y mis pies sobresalían del colchón, estaba en una de las pequeñas
cabañas de alquiler y una hermosa mujer estaba en mi dormitorio, sin que
yo estuviera con ella.
Me senté, arqueando la espalda para tratar de resolver la torcedura de la
posición incómoda de dormir, mi cuerpo era muy grande como para dormir
en una cama tan pequeña. Pasar la noche en el lugar, me hizo pensar en que
esta era otra de las mejoras que quería hacer, no era la única persona alta en
este mundo y necesitaba proporcionar un mejor alojamiento para adultos de
tamaño normal.
Me levanté, comprobando la hora y pude notar que era más temprano de
lo que usualmente me levantaba, pero todo era culpa de la cama, no era
nada cómoda. Entré en el pequeño baño y me di una ducha rápida, era
extraño estar en casa pero no en la mía, y aún más extraño ver a una mujer
y dos niñas pequeños en mi hogar.
Había pasado por la cabaña después de la cena para recoger mis cosas.
Corina estaba sentada en el sofá, y las chicas a su lado mientras les leía
un libro de mi colección. La escena era algo sacado de una de las novelas
que me gustaba leer cuando nadie miraba, nunca había querido una familia
así para mí, pero me intrigaba la idea, me gustaba verlas en mi casa.
Salí de la ducha, me quité la toalla vistiéndome rápidamente. Tenía que
alejar la idea de ella en mi cama de mi mente, anoche, antes de dormir, me
quedé pensando en qué llevaría puesto y ese pensamiento me llevó a otros
que me dejaron duro, y no podía servir el desayuno con mi bulto
sobresaliendo de los pantalones.
Agarré mis llaves, el teléfono y salí de la cabaña. Inhalé el aire frío de la
mañana que estaba un poco nublada, era mi momento favorito del día, todo
estaba en paz, excepto el sonido de alguien cantando. Miré a mi izquierda y
vi el brillo amarillo de una luz que venía de la cabaña de al lado, no estaba
seguro de si era el ocupante cantando o si estaba escuchando música, pero
de todas maneras era malo y arruinaba toda la calma del lugar.
Me negaba a que el ruido me hiciera cambiar de humor, así que caminé
hacia el comedor, recogiendo algunos pedazos de basura desechada en el
camino. No importaba cuántas veces preguntara y cuántos cubos de basura
sacara, la gente no se molestaba en poner su mierda en ellos.
Entré en el comedor, encendí las luces y me dirigí a la chimenea para
encender el fuego. Teníamos calentador, pero no siempre era fiable,
entonces fingía que la chimenea era más auténtica y no necesitábamos de él.
Entré en la cocina para sacar los ingredientes del desayuno que serviríamos
hoy a nuestros invitados.
Antonio llegó unos minutos después, parecía haber descansado bien y
recién duchado.
Me miró un poco extrañado.
—¿Olvidaste tu navaja de afeitar?
—En realidad, si lo hice —dije, tocando mi mandíbula—, pero un día no
va a matarme.
—¿Cómo fue pasar la noche como una persona normal?
—Soy una persona normal —respondí.
Se rio.
—Ya sabes lo que quiero decir, nunca habías dormido en una de esas
cabañas, te dije que eran demasiado pequeñas.
Antonio había vivido en el retiro durante un mes antes de decidir alquilar
una cabaña más grande en la carretera a unos pocos kilómetros, ninguno de
los dos quería vivir con el otro y a él no le gustaban las pequeñas que
estaban destinadas para el alquiler, y esto era lo indicado ya que podía ser
usada por nuestros huéspedes.
—Son pequeñas, pero las personas no viven en ellas, es sólo para un par
de noches, las cabañas están bien.
—¿Pudiste pasar algún tiempo con la encantadora dama? —preguntó
con una sonrisa.
—No, la encantadora dama tiene dos hijas y probablemente un marido o
novio que la espera en casa.
—No vi un anillo en su dedo —señaló.
—No todas las mujeres usan anillos —respondí.
Se burló.
—Las mujeres como ella usan anillos. De estar casada, comprometida o
incluso con un simple novio, créeme que él insistiría en que llevara un
anillo, está demasiado buena para andar por ahí sin uno en el dedo.
Me reí.
—Puedes ser muy misógino, sabes.
—Sólo digo que si mi esposa o mi novia se pareciera a ella, querría que
todos supieran que está ocupada.
—¿Quieres decir que querrías marcarla?
Puso los ojos en blanco.
—No digo que vaya a mear en su pierna y marcar mi territorio, pero me
gustaría que otros tipos se retiraran.
—Los anillos no siempre son un método efectivo para hacer eso.
—Estás pensando demasiado el asunto, no está casada, tengo buen ojo
para estas cosas.
Saqué el tazón de masa de waffles de la cocina, poniéndolo al lado de las
dos waffleras que ya estaban listas para usar.
—Buenos días —dijeron un par de mujeres mayores mientras entraban al
comedor.
—Buenos días —dije. —. Estamos por servir el resto del desayuno, hay
café recién hecho, pueden servirse.
—Gracias, esto es muy hermoso.
—Es muy bonito —estuve de acuerdo.
—Nos encantaría volver en primavera con nuestras familias —dijo uno
de ellas—. ¿Ofrecen alquiler de cabañas individuales?
—Sí, claro.
—¿Ofrece un descuento en la tarifa por el alquiler de varias cabañas?
Tengo cuatro hijos y no hay forma de que quepamos en una sola.
Hice una mueca, siempre era la misma queja, sabía que nuestros precios
no eran los más amigables con las familias.
—Estoy seguro de que se nos ocurrirá algo. Puede enviarme un correo
electrónico cuando se acerque la fecha y veremos qué hay disponible.
La otra mujer llenó la taza con café y se volvió para mirarme.
—Sabes, si pudieras construir unas cuantas cabañas más, un poco más
grandes que puedan albergar a seis personas, podrías realmente ganar
mucho dinero, a las familias les encantaría venir aquí para pasar un fin de
semana fuera.
Sonreí y asentí. No era la primera vez que lo escuchaba, y yo estaba
trabajando en eso, pero el problema real en todo esto era el dinero, tenía que
tener suficiente para poder hacer todos los cambios.
—Estamos trabajando en ello —les dije—. Voy a buscar la fruta fresca
—me excusé de su consejo financiero.
Agarré el tazón de plátanos, naranjas y manzanas y lo saqué. Antonio
estaba ocupado cocinando huevos revueltos en la estufa de la cocina.
Me di vuelta para volver a la cocina y vi a Corina y a las chicas
entrando. La luz del sol estaba detrás de ella, dándole un efecto de halo, me
detuve a mirarla fijamente y ella me sonrió. Llevaba un jean ajustado y
botas planas hasta las rodillas, con su abrigo cerrado por completo.
Elisa me vio y me saludó con su mano.
—Hola —las saludé.
—¡Hola, Enmanuel! —Elisa dijo con una gran sonrisa.
—¿Cómo has dormido? —le pregunté.
—¡Realmente bien! Me encanta tu casa.
Me reí.
—No te pongas muy cómoda ahí dentro.
—Muchas gracias por dejarnos usar tu cabaña —dijo Corina.
—Eres bienvenida, pueden servirse ustedes mismas, necesito ir por unas
cuantas cosas más a la cocina.
Diez minutos más tarde, el desayuno estaba en pleno apogeo y la
mayoría de los huéspedes ya habían llenado sus platos. Agarré un plato y
me serví un poco de fruta y un par de tostadas antes de ir a la mesa donde
Corina y las chicas estaban sentadas.
—¿Puedo unirme a ustedes? —pregunté.
—Absolutamente —dijo Corina con una sonrisa.
Me senté al lado de Elisa, que me sonreía.
—Me comí todo mi waffle —dijo con orgullo.
—Buen trabajo. ¿Qué hay de ti, Lucía?
Me miró y se encogió de hombros.
—No me gustan los waffles.
—Tenemos huevos —le ofrecí—. Si eso no funciona, tengo algunas
cajas de cereales fríos que puedo conseguirte.
—Ella quiere pastel —dijo Elisa.
Corina gimió.
—Elisa, no necesita pastel.
—Nana nos deja comer pastel a veces, dice que debemos comerlo
porque la vida es demasiado corta.
Me reí, mirando a Corina. Supuse que la Nana estaba alimentando a las
niñas con pastel. Corina sacudió la cabeza, con una mirada de resignación
en su rostro.
—Nana es mi madre, y está en esa etapa de vivir la vida al máximo,
incluyendo comer pastel en el desayuno.
—Creo que me podría gustar tu abuela —le dije a Elisa—. Me gusta el
pastel, nunca lo he desayunado, pero sí brownies.
Me di cuenta de que había dicho algo equivocado cuando Elisa se
emocionó mucho y miró a su madre.
—Mamá, ¿podemos desayunar brownies?
—Lo siento —dije, sintiéndome tonto por mi paso en falso.
—No lo lamentes, estoy segura de que mi madre habría llegado a los
brownies eventualmente.
—¿Qué van a hacer hoy? —pregunté.
—Fuimos al lago ayer y recorrimos la naturaleza —respondió Elisa.
Me fijé en Lucía, que era mucho más sumisa que su hermana menor.
—¿Qué hay de ti? ¿Qué te gusta hacer?
Se encogió de hombros.
—No lo sé.
—Le gustan los pájaros —respondió Elisa por ella.
—Lucía es una amante de los animales —dijo Corina con orgullo.
Miré a Lucía.
—Yo también amo a los animales, es por eso que compré este lugar, me
encanta estar cerca de la naturaleza y cuidar de todos ellos.
—Quiero ser médico de animales cuando sea mayor —dijo Lucía en voz
baja.
—Eso es impresionante. ¿Quieres ayudar a los perros y gatos, o a la vida
salvaje?
Se encogió de hombros otra vez.
—No lo sé.
Me fijé en Corina quien estaba sonriendo a su hija. El parecido entre las
tres era muy fuerte, su mirada se movió hasta mí y me sorprendió
observándola fijamente, le sonreí y luego tuve una gran idea.
—Si no hacen nada después del desayuno, me gustaría mostrarles algo.
Corina sonrió.
—Creo que podemos salir del ejercicio de construcción de equipo que
Joe ha planeado.
—No quiero alejarte de nada importante —dije.
Puso los ojos en blanco.
—Confía en mí, sólo puedo manejar pequeñas dosis de eso.
No tenía que explicar qué era “eso”, sabía exactamente a lo que se
refería con respecto a su jefe.
—Genial, siéntate y volveré enseguida.
Puse mi plato vacío en la basura y fui a la despensa de la cocina.
Encontré los pequeños brownies envueltos individualmente que compramos
a una mujer local, esperaba que Corina no se enojara demasiado, así que los
escondí en los bolsillos de mi chaqueta y volví a la mesa.
Me senté, miré a Corina y no podía dejar de sonreír.
Sacudió la cabeza.
—Tengo miedo de preguntar.
Me reí y saqué los brownies, dándole uno a cada una de ellas. Ella
estalló en risas, y su cara se iluminó.
—Tendrán que preguntarle a su madre cuándo pueden comer eso —les
dije a las chicas.
—Mamá, ¿podemos comerlos ahora? —Elisa preguntó con entusiasmo.
Corina levantó las manos.
—Que coman pastel.
Capítulo Diez
Corina
Las chicas terminaron sus brownies y luego se tomaron un vaso de leche
tratando de bajar toda la azúcar de su organismo, antes de que Enmanuel
nos llevara fuera. Me sentía completamente alagada, debido a que el dueño
del lugar estaba dispuesto a pasar un tiempo con nosotras y Elisa estaba
absolutamente enamorada de él, no estaba segura de sí era porque
necesitaba una figura paterna o porque simplemente era muy extrovertida.
Lucía, por otro lado, no estaba segura, era una chica reservada, y no solía
conocer a gente nueva, le tomaba un tiempo antes de que realmente hablara
con extraños, mi niñas era completamente diferentes y me encantaba que
tuvieran sus propias personalidades.
Mientras caminábamos, no podía evitar mirarlo, se notaba que conocía el
lugar y estaba muy cómodo en el boque. Podía notar que tenía un rastrojo
oscuro a lo largo de su mandíbula, era increíblemente sexy y eso hacía aún
más difícil no mirarlo.
—Por aquí —dijo, dirigiendo el camino hacia la zona de las aves.
Al llegar al lugar, abrió la puerta que llevaba a la zona de los pájaros.
—¿Podemos entrar? —Lucía preguntó sorprendida.
—Sí, pero no podemos tocar ninguno de los pájaros, hay un par heridos
y están en rehabilitación.
—Ya escucharon a Enmanuel, sin tocar —reiteré.
El hábitat era mucho más grande de lo que pensaba extendía hasta los
árboles con pequeños comederos para pájaros colocados alrededor. Había
uno que guindaba de una rama y él extendió su brazo para tomarlo
diciéndoles a las chicas que se detuvieran.
—Este tipo tuvo una mala racha con algo —dijo en voz baja.
—Antonio y yo lo encontramos y lo trajimos aquí para que se mejorara.
—¿Va a morir? —Lucía preguntó.
Enmanuel sonrió, poniéndose en cuclillas para mirarla.
—No, está a salvo aquí, y casi listo para volver a la naturaleza.
—¿Y si se lastima? —preguntó con preocupación.
—Si se lastima y lo encuentro, lo traeré de vuelta. Es importante que no
interrumpamos la naturaleza, hacemos lo que podemos para ayudar a los
que pueden ser ayudados, pero nunca queremos interferir con el orden
natural de las cosas.
—¿Podemos acariciarlo? —Elisa preguntó.
Enmanuel sacudió lentamente su cabeza.
—No, no podemos. Si se acostumbra demasiado a los humanos, no
podrá volver a ser un pájaro.
Sonreí, apreciando la forma en que lo explicó de una manera que ella
podía entenderlo, estaba segura que había una explicación mucho más
complicada pero él lo mantenía simple, tenía una forma muy natural de
tratar con las niñas, me preguntaba si tenía sus propios hijos.
—¿Cómo es que no hay muchos pájaros alrededor? —Lucía preguntó.
Enmanuel se levantó de nuevo.
—Es invierno y la mayoría se han ido al sur, en primavera, es un lugar
salvaje, las currucas y los chochines regresan y a todos les gusta intentar
cantarse unos a otros.
—Quiero oír cantar a los pájaros —dijo Lucía.
La vi descongelarse ante mis propios ojos. Enmanuel sabía cómo
hablarle, cómo conectarse con ella. Su conocimiento sobre los animales era
una gran ventaja.

—Tal vez volvamos en la primavera —dije.


Enmanuel me miró.
—Me gustaría eso.
Miramos alrededor de la zona de las aves un poco más antes de salir y
tomar nuevamente el sendero. Las chicas iban al frente, apuntando a todo,
recogiendo palos, piedras, y pasándola bien en general.
—Les gustas mucho a las dos —le dije—. Lucía rara vez se conecta con
alguien.
Se rio.
—¿Debería preocuparme que un marido celoso o un padre venga a por
mí?
—No. Eso es lo último de lo que te tienes que preocupar.
Me miró a los ojos fijamente por unos segundos.
—Es bueno saberlo —dijo con esa voz ronca que me hacía sentir que me
tocaba—. Tengo que volver, las llevaré a las cabañas.
—Gracias por tomarte el tiempo para mostrarnos el lugar.
—Fue realmente un placer. ¿Puedo salir con ustedes mañana antes de
que se vayan?
—Sí —respondí demasiado rápido—. Me gustaría eso.
—Grandioso, estoy seguro de que nos veremos más tarde, y así podemos
fijar una hora.
Se despidió de las chicas y nos dejó delante de su propia cabaña.
Mientras se alejaba lo observé esperando que mirara hacia atrás, y cuando
lo hizo, me dio una sonrisa juguetona. Sonreí, sin importarme que me
hubiera pillado mirando, estaba coqueteándome y aunque se sentía raro, con
él era algo natural.
Comprobé la hora y pensé que era mejor que me presentara al menos a
una de las actividades que Joe había programado.
—Vamos, chicas, vamos a la sala a jugar.
Las chicas comenzaron a caminar detrás de mí, y estaba a medio camino
cuando escuché que me llamaban, al girar me di cuenta que era Sofía
corriendo hacia nosotras.
—Espérame.
—¡Oye! Pensé que nos habías abandonado.
Ella se quejó.
—Olvidé que usé la excusa de la muerte de la abuela el año pasado, así
que Joe me llamó y me dijo que o traía mi trasero aquí o ni me molestara en
ir el lunes a la oficina, creo que puede ser un tipo duro cuando quiere serlo.
—Chicas, adelántense y las veré allí —les dije.
—Lo siento —murmuró—, a veces olvido que están ahí.
—No son exactamente invisibles —bromeé—. No es tan malo aquí
arriba.
Hizo una mueca y miró a su alrededor.
—Hay demasiados árboles.
Me quedé sin aliento.
—¡No! ¿Cómo se atreven los árboles a crecer en el bosque?
—Detente, sabes a lo que me refiero, probablemente haya pájaros
sentados en las ramas ahora mismo, esperando para cagar en mi cabeza.
Me reí.
—En realidad, la mayoría de los pájaros que estarían colgando en los
árboles se han ido al sur por el invierno.
Me miró, levantando una ceja.
—¿Desde cuándo sabes cosas sobre los pájaros?
—Desde hace unos minutos, acabo de recibir una encantadora lección
sobre las aves de un hombre muy guapo.
Miró a izquierda y derecha.
—¿Dónde? ¿Dónde está? Quiero un pedazo.
—No.
—No me digas que lo viste primero —se quejó.
—Sí, lo vi primero, pero no, no te vas a meter con él. Es un tipo muy
agradable y no creo que sea tu tipo.
Estudió mi cara.
—Te gusta.
—No.
—¡Oh Dios mío, te gusta!
—Shh —dije, golpeando su hombro.
—Eres extremadamente ruidosa.
—¿Dónde está este hombre? ¿Trabaja aquí? Por favor, no me digas que
es uno de nuestros compañeros.
Sonreí.
—Es el dueño del lugar.
—Oh, wow. ¿Qué aspecto tiene? Dame todos los detalles.
Estaba muy feliz de describirle a Enmanuel.
—No es sólo su apariencia —le dije—. Es el paquete completo.
—Maldición, estás mal por este tipo. Deberías ir por él.
Me burlé.
—No voy a ir por nadie, vamos, ya es tarde para la hora de juego que Joe
preparó.
Ella se quejó.
—Odio esto, y peor aún, se supone que debo compartir la habitación con
George.
Me estremecí.
—Asqueroso. ¿Por qué te pondrían con George?
—Porque es el único que no tiene un compañero de cuarto
aparentemente, tiene como noventa años y se tira pedos todo el tiempo, no
quiero estar encerrada en una pequeña habitación con él.
—Puedes quedarte en nuestra cabaña —le dije.
—Sí, claro. ¿Cuatro de nosotros en una de esas pequeñas cabañas? No lo
creo.
Sonreí
—No estoy en una cabaña pequeña, estoy en la del dueño.
Jadeó antes de agarrar mi brazo y detenerme.
—¿Qué? ¿Te estás acostando con él?
—No, él está en la cabaña que me asignaron, me cedió la suya cuando se
enteró que sólo había una cama para mí y las niñas.
—Maldición, fue muy amable de su parte, y diablos sí, aceptaré esa
oferta.
Entramos en el comedor juntas, y Joe levantó la cabeza de donde estaba
sentado y frunciéndole el ceño a Sofía.
—Estás en problemas —susurré.
—Cállate, esto es tan estúpido. ¿Cómo vamos a ser un mejor equipo
jugando al maldito Monopoly?
Encontré a mis chicas sentadas en el suelo con otros dos niños
trabajando en un rompecabezas. Enganché mi brazo en el de Sofía y la llevé
a una de las mesas abiertas donde había un juego de scrabble.
—Siéntense, tenemos que parecer que nos estamos divirtiendo.
—¿Quieres que juegue al Scrabble? —preguntó con sarcasmo—. Dios
mío, podría estar en casa, preparándome para ir al club, pero en vez de eso,
estoy jugando al Scrabble, creo que oficialmente soy una vieja.
—Con veintiocho años no eres una vieja y una noche sin el club te hará
bien —dije.
—Por favor, dime que hay alcohol.
Sonreí.
—Si hay, lo sacarán con la cena.
—Gracias a Dios. ¿Nos van a servir salchichas en un palo?
Me reí.
—Si lo hacen, sé que mis chicas estarán encantadas, se mueren por
comer la comida del campamento.
Preparamos el juego, pero hicimos muy poca ortografía. Charlamos,
chismeamos e hicimos un buen trabajo fingiendo que nos divertíamos,
aunque en secreto, la estaba pasando muy bien, me agradaba estar lejos de
casa, no tenía que preocuparme por la lavandería o por lavar los platos. Era
bueno sentarse y relajarse.
—Me muero de hambre —se quejó Sofía—. Siento que estamos en
prisión.
La pateé bajo la mesa cuando vi a Enmanuel entrar en el comedor.
—Ahí está —siseé.
Cuando se giró para mirar detrás de ella, la pateé de nuevo.
—¡No mires!
—¡Ay, maldita sea! ¿Cómo se supone que voy a verlo si no lo miro?
—Bueno, no seas muy obvia por favor —dije, haciendo lo posible por no
mirarlo directamente.
Sofía soltó un silbato bajo.
—Demonios, ¿estás segura de que no puedo tenerlo?
—No —gruñí.
—Si no vas tras de él, yo lo haré. Ese es un hombre que merece ser
perseguido y montado con fuerza.
La pateé de nuevo.
—¿Podrías bajar la voz? Estamos rodeadas de gente con la que
trabajamos y de mis hijas.
Sonrió antes de alcanzar algunas fichas y ponerlas en el tablero, sus
dedos estaban bloqueando mi vista, y en el momento en que los apartó, mis
ojos casi se salieron de mi cabeza.
—¿Cuánto es eso, como doce puntos o algo así? —preguntó con una
sonrisa maliciosa en su cara.
—No se puede poner un polvo en la pizarra —siseé.
—Es una palabra —replicó.
Estaba a punto de explicarle por qué no podía cuando Enmanuel
apareció al lado de la mesa.
—Interesante elección de palabras —dijo con esa voz tan sexy.
—Es mía —dijo Sofía, mirándolo, mientras se quitaba el cabello rubio
de la cara—. Supongo que estar en el aire de la montaña saca mi lado
diabólico.
—No tienes otro lado — dije en voz baja.
—¿Quieren tomar una copa antes de la cena, señoritas? —Enmanuel
preguntó.
—¡Si! —Sofía dijo, saltando de la mesa y casi volteando nuestro juego
—. ¿Dónde? ¿Qué tipo? En realidad no me importa. ¿Dónde?
La profunda risa de Enmanuel me envolvió, y yo sólo quería matarla.
—Pasa por esa puerta, Antonio está ahí dentro. Estoy seguro de que te
ayudará.
Sofía prácticamente huyó de la mesa, y Enmanuel tomó su asiento libre.
—Lo siento —dije, sacudiendo la cabeza—. No está acostumbrada a
estar fuera de la ciudad.
—¿Estuvo aquí anoche? No recuerdo haberla visto y no parece del tipo
que se pasaría por alto.
Me reí.
—No, no puedes perderte a Sofía, llegó hace un rato después de que
nuestro jefe llamara y le exigiera que viniera, no le gustan las cosas al aire
libre.
Asintió.
—Lo entiendo, sin embargo espero que te estés divirtiendo.
—Lo estoy —dije, mirándolo directamente a los ojos—. De verdad la
estoy pasando muy bien.
—Me alegra. Mejor voy a ver a los demás, te veré más tarde.
Lo vi alejarse. Cada vez que me mostraba un poco de atención, sentía
que un calor se apoderaba de mi cuerpo, me alegraba que mañana fuera el
último día, no podía estar cerca de él sin querer saltarle encima.
Capítulo Once
Enmanuel
Era un servicio de cena fácil. Joe había pedido comida mexicana, y
nuestra empresa de catering habitual estaba más que feliz de complacer la
petición preparando un festín. Cuando la entregaron, los olores que
emanaban de las bandejas de aluminio me hicieron la boca agua.
Una vez servido todo el grupo, mi amigo y yo nos sentamos en una mesa
cercana a la entrada de la cocina, intentábamos no estorbar mientras
estábamos cerca por si alguien necesitaba algo.
—Oh, genial —murmuró Antonio en voz baja.
Me volví para ver qué era lo que le molestaba, dándome cuenta de que
Joe se había parado de su mesa dirigiéndose a la parte delantera del
comedor. Nadie parecía darse cuenta, todos estaban comiendo y hablando
entre ellos.
Por mi parte, había estado robando miradas a Corina toda la noche
mientras se reía con su amiga y sus hijas, estaba enamorado de ella, no
podía dejar de mirarla.
—¡Todos! —Joe gritó—. ¿Podrían prestarme atención, por favor?
Esperé, observando hasta que la habitación finalmente se calmó y miró
hacia él.
—Aquí vamos —susurré.
Antonio se rio.
—Mejor abro más vino.
—Quiero agradecerles a todos ustedes por venir. Lo hemos pasado muy
bien las últimas veinticuatro horas y me siento muy honrado de llamarlos
mi equipo. ¡Tengo el mejor equipo! ¡Dense un aplauso!
Hubo algunos aplausos, pero las miradas en los rostros de las personas
no coincidían con sus acciones, esperaba que fuera el final de su discurso,
pero no era así.
—Quiero que todos agradezcan a nuestro maravilloso anfitrión,
Enmanuel. Enmanuel, ¿podrías por favor ponerte de pie?
Quería decirle que este era su momento, no el mío, pero me puse de pie,
sin querer ofender al hombre.
—Gracias, me gusta mucho tenerlos a todos aquí.
Me senté, sintiéndome un poco cohibido, no esperaba que me
reconocieran.
—La gente de esta sala ha hecho de nuestra compañía una de las
mejores, de verdad aprecio el duro trabajo que vienen realizando y a las
familias que los apoyan, sólo lamento que el resto de sus familiares no
hayan podido venir, por favor, transmítanles mi agradecimiento. Estoy
esperando otro gran año con todos ustedes. ¡Disfrutemos de nuestra última
noche aquí!
La ronda de aplausos fue sincera mientras la gente levantaba sus gafas y
aplaudía el final de su discurso. Estuve tentado de aplaudir, pero Joe tomó
su asiento antes de saltar una vez más. Las miradas en los rostros de sus
trabajadores expresaba desesperación.
—Lo siento —empezó Joe—, hay una persona más a la que debo
agradecer. Corina, ¿quieres subir aquí?
La miré, y pude observar que la vergüenza se apoderaba de ella, no
quería ir al frente. Su amiga la empujó, animándola a ponerse de pie.
Llevaba los mismos jeans pero se había quitado el abrigo, dejando ver un
bonito jersey negro cuello alto que enmarcaba perfectamente su cara, se
veía impresionante.
—Gracias, Joe —dijo, con la voz baja.
—Corina ha sido recientemente la encargada de entrenar a nuestros
nuevos contratados, un trabajo que nadie envidia, pero ella lo maneja como
toda una profesional. Hablo en nombre de todos aquí cuando digo lo mucho
que apreciamos tu trabajo duro, sin ti, no estaríamos hoy aquí, estoy muy
agradecido de tenerte como parte de mi equipo. ¿Pueden todos por favor dar
un aplauso para nuestra querida, dulce Corina?
Los aplausos fueron en serio, con su amiga Sofía haciendo algunos
silbidos y levantando la voz por encima de todos. Podía ver la incomodidad
en la forma en que Corina estaba de pie, tenía las mejillas ligeramente
ruborizadas pero no se veía nada cómoda, me gustaba esa humildad, la
mayoría de las personas se hubiesen crecido ante tal ocasión, pero ella no lo
hacía, parecía que estaba lista para salir del lugar.
Cuando Joe le hizo un ligero gesto de asentimiento, dándole el visto
bueno para que se fuera, prácticamente corrió hacia el pasillo que albergaba
los baños y mi oficina, después de eso su animado jefe volvió a su mesa y
todos siguieron con su comida, nadie pareció darse cuenta de que Corina
había abandonado la habitación.
—Volveré —le dije a Antonio.
—No te esperaré despierto —dijo con una risa.
Caminé por el pasillo, y ella estaba saliendo del baño.
—Hola —la saludé.
—Hola.
—¿Estás bien? —pregunté.
Ella asintió.
—Sí, estoy bien, sólo que odio cuando hace eso.
Sonreí.
—Aparentemente valora tu trabajo.
—Porque tiene razón en que la oficina se está desmoronando sin mí —
murmuró—. Realmente podría hacer un mejor trabajo contratando a la
gente adecuada.
—Todos parecen respetarte —dije.
Estábamos cara a cara en el salón mal iluminado. Podía oír el ruido en el
comedor mientras todos parecían hablar a la vez, pero ambos estábamos
completamente solos en el pasillo sin que nadie pudiera vernos. Me miraba
con esos hermosos ojos que silenciosamente me daban la aprobación que
pedía sin darse cuenta.
—Supongo —susurró.
Me acerqué a ella.
—Apuesto a que eres el centro de atención dondequiera que vayas —le
dije—. Tienes una manera de comandar una habitación.
Apretó un poco los labios.
—A algunas personas no les gusta eso.
—A mí sí.
Sus ojos cayeron en mi boca, quería besarme, y yo también deseaba
hacerlo.
—¡Oye! —la voz de una mujer cortó el momento como una hoja
oxidada.
Cerré los ojos, rogando por paciencia.
—¿Qué pasa? —Corina preguntó, mirando a su amiga.
Respiré hondo y me alejé de ella, no necesitaba estar besando a una
invitada, nunca lo había hecho y no sería la primera vez.
—Las niñas y yo queremos volver a la cabaña —dijo, mirándome, y
luego Corina—. Quédate tranquila y sigue en lo que sea que estabas.
—No estoy haciendo nada —respondió rápidamente Corina.
—Yo iba a mi oficina —dije—. Que tengas una buena noche.
—¿Te veré más tarde? —lo dijo como una pregunta.
Sonreí.
—Sí, absolutamente.
Me dio una sonrisa sexy antes de seguir a su amiga por el pasillo. Entré
en la oficina, y cerré la puerta detrás de mí apoyando mi cabeza en ella.
—Movimiento tonto, Enmanuel.
No quería adquirir el hábito de besar a una invitada, no deseaba que el
resto de las personas pensaran que seducía a todas las mujeres que entraban
al retiro, los hombres nunca dejarían que sus damas se quedaran aquí, sería
malo para el negocio si me conocieran como el gigoló.
Desperdicié una hora en mi oficina, asegurándome de que los invitados
salieran del comedor, cuando finalmente salí, Antonio ya estaba empezando
el proceso de limpieza, así que me acerqué a ayudarlo, limpiando las mesas
y enderezando las sillas.
—¿De qué se trata? —preguntó después de un tiempo.
—¿De qué se trataba qué? —pregunté inocentemente.
—Tú y ella.
—Nada, sólo quería asegurarme de que estuviera bien.
Se rio.
—Mentira.
Suspiré.
—Estaba hablando con ella y luego su amiga apareció terminando con
cualquier cosa que pudiera haber pasado, así que no pasó nada.
—Lo siento —dijo.
—No lo hagas, nunca iba a pasar a más, ella tiene su propia vida.
—Aun así, un poco de picante extra en tu vida es bueno para el alma —
dijo con una risa.
—Mi alma está bien —le aseguré—. No quiero darle al negocio una
mala reputación. Si empezamos a actuar como depredadores, vamos a
asustar a las personas.
—No es como si tuvieras que anunciar lo que estás haciendo —dijo.
—Estas cosas tienen una forma de moverse, lo quieras o no, incluso
insinuarme a ella es demasiado.
Dejé de responderle, no iba a mentirle y decirle que no quería que pasara
algo, porque de verdad lo deseaba, me hubiera encantado besarla, pero
desafortunadamente, un beso me hubiera dejado con ganas de más, de
verdad dudaba que fuera del tipo de mujer a la que pudiera besar una vez y
alejarme.
Antonio y yo trabajamos juntos hasta que todo estuvo limpio y listo para
el desayuno de despedida de la mañana.
—Hasta mañana —dije, despidiéndome mientras caminaba hacia su auto
estacionado detrás del comedor.
Mi camioneta también estaba en la parte de atrás, pero fuera de la vista
de los clientes, no quería que creyeran que podían estacionarse cerca de las
cabañas.
Caminé hasta la pequeña cabaña, feliz de que fuera mi última noche en
esa cama, pero no de que ella se fuera. Cerré la puerta y me senté en el
borde de la cama para quitarme las botas de senderismo que siempre
llevaba, me gustaba estar preparado para cualquier cosa, y el calzado
apropiado era una necesidad.
Me quité el suéter que tenía puesto y luego la camiseta. La cabaña era
cálida, demasiado para mi gusto, la mía era muy fresca, y amaba dormir
afuera bajo las estrellas, la brisa fría mientras descansaba era muy
agradable, no podía esperar que llegara la primavera. Antonio y yo ya
estábamos planeando una escapada, cerraríamos el retiro por una semana y
haríamos parte del Sendero de los Apalaches.
Me quité el pantalón largo, pateándolo a un lado y me acomodé en la
cama queriendo leer algo, extrañaba mis libros, así que busqué en mi
teléfono uno de mis blogs favoritos sobre senderismo.
Escuché un suave golpe en la puerta. Tenía que ser uno de mis invitados,
me levante colocándome el pantalón nuevamente, sin subirlo del todo antes
de que volvieran a tocar, quienquiera que fuera, estaba impaciente. Caminé
hasta la puerta y la abrí un par de centímetros.
—Hola —dijo Corina muy suavemente.
—Hola —respondí, con los pantalones abiertos en las caderas.
Me miró expectante.
—¿Puedo entrar?
—Um, sí, claro —dije, abriendo la puerta—. ¿Está todo bien?
Me di cuenta de que llevaba una bata rosa y un par de sandalias, no era
exactamente un atuendo apropiado para caminar en el bosque de noche.
—Sí.
—¿Las chicas están bien?
Ella asintió a medida que yo cerraba la puerta, podía sentir el aire frío y
me agradó.
—Están profundamente dormidas en tu casa con Sofía.
—Oh —dije, mirando mi pecho desnudo, sintiéndome muy mal vestido.
—Me preguntaba si podríamos continuar donde lo dejamos antes —
susurró.
—¿Lo que dejamos antes? —pregunté.
Cogió el cinturón que rodeaba su bata y lo desató, y yo la miraba
embelesado. Me preguntaba si me había quedado dormido y ahora estaba
soñando. La túnica se abrió, revelando el poco pelo entre sus muslos, y mis
ojos la estudiaban detalladamente hasta llegar a su escote. Ella se encogió
de hombros, dejando que se deslizara por sus brazos hasta el suelo.
Estaba completamente desnuda, e inmóvil frente a mí, y yo apenas podía
respirar. Sus pechos eran redondos y sus pezones rosados.
—Quiero ese beso —susurró.
Asentí.
—Yo también lo quiero.
Me acerqué a ella, extendiendo la mano para trazar la punta de mi dedo
sobre su hombro. Su piel era suave como la seda, tal como yo esperaba.
Seguí moviendo mi mano por su cuello hasta llegar a su nuca para tomarla
con un poco de fuerza mientras mi boca caía en la suya.
El primer roce de mis labios sobre los suyos fue como ser golpeado por
una corriente eléctrica. La besé como si fuera la última cosa que haría en mi
vida, mi boca se movía con ganas haciendo un poco de presión, hasta que la
separó un poco, dejando espacio para que mi lengua entrara.
Gemí, pasando un brazo alrededor de su cintura tirándola hacia mí,
cuando sentí sus pechos apretados en mi piel sabía que estaba perdido y no
había vuelta atrás.
Éramos sólo nosotros dos, una mujer sexy que estaba en mi mente desde
que la vi por primera vez veinticuatro horas antes, y yo.
Capítulo Doce
Corina
Nunca había sido tan audaz en toda mi vida.
Su brazo me sostuvo cerca de su pecho desnudo mientras su boca
saqueaba la mía, me sentía viva, como si hubiese estado en un sueño
profundo y su beso me había despertado. Su cuerpo estaba caliente y duro
de arriba a abajo, lo rodeé y lo acerqué a mí de manera imposible, quería
arrastrarme sobre él, que estuviera sobre mí y me penetrara.
Me quejaba en su boca, sentía como si mi cuerpo estuviera envuelto en
llamas, el frío camino hacia su cabaña fue olvidado con el calor de él
rodeándome.
—¿Bueno? —susurró, con sus labios revoloteando sobre los míos.
—Muy bueno, no te detengas.
—No quiero —respondió antes de cerrar su boca sobre la mía.
La intensidad de su beso cambió, se volvió más salvaje y desesperado,
sabía que quería lo mismo que yo. Levanté la mano, pasándola por su
cabello corto y luego por su mandíbula, no me cansaba del hombre,
necesitaba más.
Sus manos se deslizaron sobre mi cuerpo, frotando mis caderas y
subiendo por mi espalda. El botón de sus pantalones abiertos lastimaba mi
piel, así que los empujé hacia abajo, dejando visible su erección, estaba
dura, larga y prometedora de éxtasis.
Se quitó los pantalones y automáticamente puso su mano entre mis
piernas, jadeé cuando sentí el calor de su palma e involuntariamente me
empujé contra ella, frotándome sin querer.
—¿Estás segura? —preguntó con voz ronca.
—Sí —respondí con un beso en la mandíbula.
—A la mierda —gruñó.
Me levantó y me llevó a la pequeña cama, dejándome caer en el colchón.
Me tumbé horizontalmente, con las piernas colgando sobre el borde y la
cabeza peligrosamente cerca del otro lado.
Se elevó sobre mí, mirando mi cuerpo desnudo, podía notar como me
miraba fijamente, por un momento hubo destello de autoconciencia pero la
furiosa erección que se esforzaba a través de los ajustados calzoncillos que
llevaba ayudaba a calmar mis preocupaciones, él me deseaba, pude notarlo
antes en el pasillo, y hacía mucho tiempo que no sentía eso de parte de un
hombre.
—Eres una mujer hermosa, Corina —susurró.
Su tono reverente me bañó, tocando los nervios y enviándome a un
pequeño frenesí en mi vientre. Extendió su brazo tocando suavemente mis
pechos, yo estaba extasiada. Sus ojos se encontraron con los míos y podía
ver la pasión que ardía allí.
—Quiero esto —le dije.
—Si sólo tengo una oportunidad de estar contigo, la aprovecharé al
máximo —gruñó.
Se arrodilló en el borde de la cama, y yo me sostuve con mis codos
mirando el poco pelo negro que sobresalía entre mis piernas, pero parecía
que él no lo hacía. Su mano se movía en la parte interior de mis muslos
abriéndome las piernas. No podía creer lo que estaba a punto de hacer.
—Enmanuel —dije su nombre casi como un gemido.
—Shh —susurró, besando el interior de mi rodilla antes de mover su
boca por mi muslo.
Mis entrañas temblaban con anticipación. Nunca había estado con otro
hombre aparte de Trent, por ende estaba un poco asustada, pero de la mejor
manera. Trataba de relajarme mentalmente, total, sería una noche y no lo
vería más, una noche de éxtasis, como Sofía me había dicho. El mantra de
mi madre sobre vivir la vida al máximo había sido el empujón final que
necesitaba para hacer algo tan atrevido, audaz y tan completamente
diferente a mí.
Cuando sentí su aliento caliente rozando mis labios inferiores, casi
exploto. Luchaba contra el frenesí, tratando de no avergonzarme a mí
misma y venirme con un simple roce. Su lengua se deslizaba sobre mis
pliegues, y yo me sentía en otro mundo, mi cuerpo se abría a él, y el calor
me inundaba, me hacía cosquillas en todas las terminaciones nerviosas y
haciéndome temblar de placer.
—Oh Dios —me quejaba mientras su lengua se deslizaba sobre mí.
Gimió contra mí, la vibración se disparó por todo mi cuerpo, apreté
fuertemente la manta debajo de mí, agarrándome a la vida mientras trataba
de apaciguar mis gemidos.
No podía detener lo que estaba pasando, mi cuerpo se estaba disparando
hacia la cima. Metí la mano entre mis piernas y pasé mis dedos por su
cabello mientras el lamía con ganas, ya no podía más, me quebré por
completo viniéndome en su boca, mi espalda se arqueó por completa, y
podía sentir lo apretada que estaba por dentro.
Su boca estaba sobre mi estómago, y podía sentir su lengua rozando mi
piel, al llegar a mi pecho empezó a lamer mis pezones, a medida que sus
rusticas manos los apretaban. Estaba flotando en una nube y no quería bajar
de allí.
—¿Te gusta? —preguntó, acariciando mi cuello y la poca barba en su
mandíbula me raspó la piel.
Lo rodeé con mis brazos, abrazando su cuerpo al mío, sentir su peso me
hacía desearlo aún más.
—Mucho —respondí con una sonrisa avergonzada.
Se movió al lado de la cama, metió su mano entre mis piernas. Mi
cuerpo se sacudió una vez más, todavía estaba sensible debido al orgasmo
que acababa de tener, hice lo mismo que él, y bajé mi mano hasta tu pene
para acariciarlo, lo necesitaba dentro de mí.
—¿Lista? —preguntó.
Me encantaba que fuera súper respetuoso y me diera la oportunidad de
echarme atrás.
—Estoy lista.
Prácticamente rebotó en la cama, antes de detenerse y mirarme fijamente
una vez más. Había una mirada en su cara que me hacía sentir incómoda.
—¿Enmanuel?
—Esta maldita cama —gruñó, bajando la mano y agarrándome el brazo,
poniéndome de pie—. No puedo hacerlo aquí.
Volvió a besarme y en un instante, su comportamiento típicamente
tranquilo desapareció, y se convirtió en un hombre con una misión.
Su brazo me rodeó la cintura, tirándome hacia él, levantándome por
completo, mis dedos apenas rozaban el piso mientras me besaba
salvajemente. Me aferré a su cuerpo a medida que nuestras lenguas bailaban
juntas entre su boca y la mía, me sentía como si estuviera flotando y me di
cuenta de que lo estaba, Enmanuel caminaba por toda la cabaña llevándome
en sus brazos.
Con una mano, empujó su ropa interior hacia abajo, pateándola
hábilmente mientras me besaba, sin dudas era un hombre multitarea, y muy
talentoso en este tema. Con los dos brazos a mí alrededor, me levantó más
alto, podía sentir la madera fría en mi espalda y la usé para apoyarme
mientras guiaba su gran erección a mi apertura.
Moví mis caderas hasta que pude sentirlo palpitar, empujó una vez,
rompiendo la barrera que había estado cerrada durante tanto tiempo, respiré
profundamente, el momento de la penetración me impactó, me estiró.
—¿Estás bien? —jadeó.
Gemí en respuesta, apoyando mi cabeza contra la pared mientras mis
dedos se clavaban en sus hombros.
—Sí, quiero más.
Empujó nuevamente y su pene me estiraba a medida que se movía más
profundamente dentro de mi cuerpo. Me agarré a sus hombros,
deslizándome lentamente a lo largo de él hasta que me encajé
completamente en su eje.
—Cógeme —le dije.
—Me estás apretando muy fuerte.
Sonaba como si estuviera sufriendo. Quería responder pero mi cuerpo
estaba envuelto en un completo éxtasis, cada nervio, cada célula estaba
concentrada en lo que estaba sintiendo. Mi respiración se había vuelto
rápida y superficial mientras mi cuerpo se ajustaba a la invasión.
Sus brazos se apretaron a mí alrededor.
—Oh, mierda —respiré cuando el primer golpe de felicidad eléctrica me
atravesó.
—¿Te gusta? —preguntó de nuevo, quedándose completamente quieto.
—¡Muévete! —ordené—. Cógeme.
Gruñó, metiendo su pene dentro de mí. Me agarré fuertemente,
rebotando arriba y abajo con la pared a mi espalda. Podía oír mis jadeos y
gemidos de placer desde algún lugar lejano.
—Oh mierda, oh mierda —gimió—. No puedo contenerme.
—No te contengas —le exigí.
Mi cuerpo ya estaba al borde de un segundo orgasmo, podía sentirlo en
espiral y sabía que sería mucho más fuerte que el primero, clavé mis uñas
en sus espalda agarrándome ya casi sin fuerzas.
Él empujaba fuerte con mis piernas alrededor de su cintura. Quería
aguantar un poco más, deseaba que esto durara mucho más pero mi cuerpo
tenía otras intenciones, no podía evitar que el orgasmo estallara.
Grité, cerrando los ojos cerrados mientras las estrellas estallaban en la
oscuridad.
—¡Si! —me quedé sin aliento.
Estalló dentro de mí, y su bajo gruñido se volvió agudo. Caí sobre él,
rodeándole el cuello con mis brazos y besando su mejilla, la dulce euforia
casi me hacía llorar. Me abrazó mientras giraba su cara para besarme.
Nos quedamos así varios minutos hasta que dejé escapar un suspiro de
satisfacción, me soltó, deslizándome por su cuerpo hasta que mis pies
volvieron al suelo. Lo miré, detallando por última vez al hombre que había
sacudido mi mundo.
—Debería volver —dije, dando un paso a su alrededor para recoger la
bata desechada.
—Oye —dijo, extendiendo la mano y agarrándome el brazo—, espera.
—Necesito regresar.
—¿Cuándo puedo volver a verte? —preguntó.
Sonreí.
—Creo que es mejor si dejamos esto aquí.
—¿Qué? —preguntó, sonando muy sorprendido.
Había asumido que lo que todos los hombres querían era algo de una
sola noche, le estaba ofreciendo una salida fácil.
—Tengo mucho equipaje, y no quieres meterte en eso, me la pasé bien,
gracias.
Se burló.
—¿Gracias?
Sonreí, atando el cinturón de mi bata antes de subirme a sus pies y darle
un beso rápido.
—Gracias por un buen rato, nos vemos por ahí.
—No me importa el equipaje —dijo.
Sonreí, despidiéndome mientras me acercaba a la puerta.
—Nadie quiere equipaje, esto es lo mejor.
Salí, dejando al hombre de pie desnudo y mirándome fijamente. Me
sentía traviesa de la mejor manera, nunca había hecho nada parecido, sólo
estaba un poco desanimada de no tener la oportunidad de hacerlo otra vez,
una vez que llegara a casa y regresara al mundo real, volvería a mi vida
normal y mundana.
Enmanuel estaría atormentando mis sueños durante muchas largas y frías
noches.
Capítulo Trece
Enmanuel
Después de que Corina se fue, no podía dormir, no dejaba de pensar en
lo que había dicho antes de despedirse. Ella vino a mí, me ofreció su
cuerpo, y luego se fue sin pensarlo dos veces, me sentía usado, y no estaba
acostumbrado a ese sentimiento y la verdad no me gustaba, creía que nos
llevábamos bien, que éramos una de esas parejas que sabían de inmediato
que debían estar juntos.
No pensaba necesariamente en el largo plazo o en algo serio, pero me
inclinaba hacia algún tipo de relación, tendría sentido si tenía a alguien en
casa, no sería la primera mujer que se me insinúa durante su escape de fin
de semana.
Mi retiro no era Las Vegas, no me enganchaba con las invitadas y las
despachaba al día siguiente sabiendo que no regresarían, ese no era mi
estilo. La verdad es que estaba herido y un poco enojado por cómo había
actuado.
—La próxima vez, procura que dure más tiempo —me regañé a mí
mismo mientras caminaba hacia el comedor para preparar el desayuno a
nuestros invitados que estaban por marcharse.
Había sido algo embarazoso, debí haber contado ovejas, patatas o algo
para aguantar un poco más, no había sido mi mejor actuación, pero en mi
defensa, había tardado mucho en llegar, una vez que las cosas están en
marcha no hay manera de pararlas.
Cuando llegué a la cocina, Antonio ya estaba preparando las cosas,
hicimos algo ligero para el último día, y me gustaba animar a la gente a
tomarlo para llevar, nos daba menos trabajo a ambos, aunque hoy, quería
retrasar las salidas, al menos la salida de un grupo de tres.
Los invitados entraron en silencio y la mayoría tomaba una taza de café,
panecillos y se iban. No podía evitar la sensación de estar un poco
desanimado por lo que había pasado, al darse cuenta de mi actitud, mi
amigo me llevó a un lado para no molestar a los pocos huéspedes que se
sentaron a desayunar.
—¿Qué te pasa? —preguntó—. Actúas como si alguien hubiera pateado
a tu cachorro.
Sacudí la cabeza.
—Nada.
—Mentira. ¿Es la presentación lo que te deprime?
Miré alrededor, asegurándome de que nadie escuchara mi confesión.
—No, es una mujer.
—¿Una mujer? —preguntó confundido.
—Sí, ella.
—¿Ella? ¿Pasó algo anoche?
Me encogí de hombros.
—Fue a mi cabaña.
Me golpeó el brazo.
—¿Qué demonios? ¿Me lo estás diciendo ahora?
—No había tenido oportunidad, no creí que necesitara llamarte después
de que ocurriera.
—No lo entiendo, finalmente te acostaste después de lo que debe ser el
período de sequía más largo de la historia y parece que tu mundo se ha
acabado. ¿Qué es lo que está pasando? ¿Tuviste problemas de rendimiento?
Oh Dios, no me digas que no fuiste capaz de levantarlo.
—Vete a la mierda. Lo hice muy bien, gracias, pero se va hoy y no
quiere nada más.
Se volvió hacia mí.
—Déjame asegurarme de que estoy entendiendo esto. Tuviste sexo con
una mujer hermosa y ella no quiere ataduras. ¿Es eso cierto?
—Sí, pero...
Levantó una mano.
—No. No hay peros, eso es lo que tu deberías querer, no una esposa, me
lo has dicho varias veces.
—No quiero una esposa, pero me gustaría volver a verla, es hermosa y
me gusta mucho.
—Ni siquiera la conoces. Además, tiene dos hijas y probablemente un
ex-marido que está locamente celoso. ¿Realmente quieres ese tipo de
drama?
Dejé escapar un suspiro.
—Suenas como ella.
Se rio.
—Por favor, dime que no te pusiste a lloriquear y le rogaste que te
abrazara.
—No, pero dijo que no la quería porque venía con mucho equipaje, y
puedo manejar eso, porque de si la quiero para mí.
—Tal vez la quieres porque sabes que no puedes tenerla —sugirió.
—No, no es eso.
La puerta se abrió y el aire frío entró en la habitación.
—No mires ahora, pero tu amante acaba de entrar.
Yo, por supuesto, me di la vuelta para mirar, y ella hizo lo mismo
regalándome una pequeña sonrisa.
Saludé a Elisa, quien me devolvió el saludo con mucho entusiasmo. Vi
como Corina guiaba a las chicas a la mesa para que se sirvieran el
desayuno, ella se sirvió una taza de café mientras las pequeñas panecillos
envueltos.
—Ve a hablar con ella —dijo.
—¿Y qué le digo?
Se encogió de hombros.
—Cualquier cosa, es mejor que quedarse aquí haciendo pucheros.
—No estoy haciendo pucheros.
No pude decir mucho más, Elisa se dirigía directamente a mí.
—Hola —la saludé.
—Hola, ¿tienes tiempo para llevarnos a ese sendero natural? —preguntó
dulcemente.
—Mamá dice que estás muy ocupado, pero ¿puedes?
Miré detrás de la niña y Corina estaba de pie a unos metros de distancia.
—Si su mamá dice que pueden, yo puedo hacer algo de tiempo.
Elisa dio un giro.
—¡Mamá, él puede! ¡Él puede!
Corina se rio.
—Oye. ¿Seguro que tienes tiempo? No quiero molestarte.
—No es una molestia. Antonio puede encargarse de la limpieza —giré
para mirarlo, dándole una sonrisa cursi, sabía que no estaría en desacuerdo
—. ¿Por qué no terminan su desayuno mientras yo busco mi chaqueta? —
les dije.
—Gracias —dijo Corina antes de llevar a Elisa a una mesa.
Antonio me dio una palmada en el hombro.
—Haz que cuente —bromeó.
—Lo haré —dije antes de salir corriendo a buscar mi chaqueta.
Tardé menos de tres minutos en regresar al comedor, no quería parecer
demasiado ansioso, pero lo estaba. Deseaba pasar unos minutos con ella, y
con suerte, podría convencerla de que me dejara verla de nuevo.
Elisa se levantó de la mesa cuando entré.
—¡Estamos listas! —gritó al otro lado de la habitación.
Miré a Corina. Se levantó, tiró su taza a la basura y se unió a mí cerca de
la puerta. Nos pusimos en marcha. Mientras caminábamos me quedé atrás
para intentar hablar con ella, las chicas iban felices adelante jugando con
todo a su paso, y no quería que nos escucharan.
—¿Está todo bien? —pregunté, manteniendo mi voz baja.
—Sí, absolutamente —respondió.
Aclaré mi garganta.
—Si te hice sentir incómoda, lo siento.
—Enmanuel, no estoy, ni estaba, incómoda, la pasé muy bien este fin de
semana, de hecho, me divertí más de lo que pensaba. Ni siquiera me había
dado cuenta de que necesitaba un fin de semana fuera de mi vida regular.
Sonreí, esperando que se refiriera a mí.
—Eso es algo bueno, ¿verdad?
—Definitivamente. No quiero que las cosas se pongan raras entre
nosotros, nos divertimos, ¿verdad?
—Por mi parte no será así, pero me gustaría volver a verte, pero no voy a
presionarte, querías algo sin ataduras, no estoy pidiendo nada serio.
Ella disminuyó su ritmo.
—No, no fue así en absoluto, no buscaba nada, simplemente sucedió.
Asentí.
—Bien. Siento que debo decirte que eres la única persona con la que he
hecho eso.
Se rio.
—No creo que sea la única persona —bromeó—. Me daba la impresión
de que estabas bien versado en lo que hacíamos.
No podía evitar que mi ego se elevara con el cumplido, había estado
cuestionándome a mí mismo y a mis talentos, pero ella me dio el visto
bueno.
—Quise decir con un invitado, no quiero que pienses que me engancho
con todas las mujeres bonitas que se quedan aquí, lo que pasó entre
nosotros fue la primera vez para mí.
Ella sonrió, y sus ojos verdes bailaban con diversión.
—¿Estás diciendo que soy especial?
—Mucho —respondí—. Eres una mujer muy especial, y disfruté este
breve tiempo que hemos pasado juntos.
Su dulce sonrisa calentó mi corazón.
—Yo también.
—Este fin de semana ciertamente resultó diferente, estaba preparado
para esconderme de todos los nerds de las matemáticas.
Se echó a reír.
—Oh, qué bien.
—No es nada personal, pero los contadores no son exactamente
conocidos por sus excitantes estilos de vida —dije con una risa.
—No, supongo que no.
—Has cambiado mi opinión —le dije.
Me miró, sus ojos buscando los míos.
—No estaba exactamente emocionada de visitar un retiro en el bosque,
no soy fanática de la naturaleza, esperaba que fuese frío, húmedo y muy
incómodo, pero me gusta estar aquí, es muy acogedor y súper limpio.
—Estaré aquí —le dije—. Si alguna vez quieres volver de visita, estaré
aquí, siempre, te hago una invitación abierta a ti y a las chicas.
—Te lo agradezco, sé que a las chicas les encantaría volver.
Me dio esperanza, y esperaba que no fueran sólo palabras, podría estar
tratando de apaciguarme.
Paseamos tranquilamente por los terrenos hasta que se acercaba el
mediodía, trataba de alargar el tiempo lo más que podía, no quería que se
fueran, no entendía por qué me atraía tanto esta mujer, pero sentía una
conexión que no se parecía a nada de lo que había experimentado antes.
—Probablemente debería irme —dijo mientras doblábamos la esquina
hacia la zona de la cabaña—. Tenemos un corto viaje y luego una tonelada
de ropa para lavar y ponernos al día.
—Entiendo. Te ayudaré con tus maletas.
Caminamos hasta mi casa para recoger las maletas y luego caminar hasta
su auto. No fue difícil encontrarlo, considerando que era el único que
quedaba en el estacionamiento.
—Digan adiós a Enmanuel, chicas —dijo Corina.
Elisa me rodeó con sus brazos en la cintura.
—Gracias por llevarnos a pasear y mostrarnos los pájaros.
—Eres bienvenida, disfruté pasar el tiempo con ustedes.
Miré a Lucía, aunque estaba un poco alejada podía verla observándome.
—Espero que vuelvas para otra visita, Lucía.
Ella sonrió.
—Quiero ver los pájaros.
—Estarán aquí en unos meses, te encantarán los cantos de los pájaros.
Se acercó más, podía ver que dudaba sin saber qué hacer, así que le
extendí mi mano ofreciéndole un apretón, ella lo estrechó, y su brillante
sonrisa me hizo sonreír.
—Muy bien, chicas, suban al auto —dijo Corina.
Se subieron al asiento trasero, dejándonos a su madre y a mí mirándonos
fijamente, me hubiera encantado darle un beso, pero eso no estaba en las
cartas.
—Espero volver a verte.
—Adiós, Enmanuel —dijo con una sonrisa, sin hacer promesas.
Vi cómo se subía al vehículo y se alejaban, su partida dejó una ausencia
que nunca antes había experimentado.
Regresé al comedor, sabiendo que Antonio probablemente estaba
enfadado por haberlo dejado solo tanto tiempo. Abrí la puerta del y miré a
mi alrededor, todo estaba casi listo.
—¿Hola? —llamé.
—Aquí —respondió Antonio desde la cocina—. ¿Te has acostado con
alguien?
Puse los ojos en blanco, me alegraba mucho de que nadie más estuviera
conmigo, eso habría sido incómodo.
—No, imbécil.
Salió de la cocina secándose las manos con una toalla.
—Era una buena pregunta, estuviste fuera el tiempo suficiente, pero
tomando en cuenta tu rendimiento anterior, sólo habrías necesitado cinco
minutos en lugar de dos horas.
—Jódete.
Se rio.
—¿Y? ¿Conseguiste su número?
—Ella tiene el mío, y no tuve el valor de pedirle el suyo, aunque si
quisiera, sería bastante fácil localizarla, sé dónde trabaja.
Se echó a reír.
—Ese es mi chico.
Sonreí.
—Voy a empezar la limpieza, gracias por cubrirme.
—No hay problema, puedes darme un buen bono de Navidad y
estaremos en paz.
Capítulo Catorce
Corina
No dejaba de mirar por el espejo retrovisor, y no tenía nada que ver con
revisar el tráfico, lo hacía simplemente por este fin de semana que acaba de
pasar y por Enmanuel, cosa que me sorprendía, mi cuerpo aun vibraba
después de todo lo que había pasado. Suspiré audiblemente.
—No puedo esperar a contarles a mis amigos sobre los pájaros —dijo
Lucía.
Me sorprendía su entusiasmo.
—Me alegro de que te hayas divertido —le contesté.
—Me divertí mucho —dijo Elisa—. Quiero volver, para dormir en una
tienda y asar malvaviscos. ¿Cómo es que no hicimos nada de eso?
—Porque hacía demasiado frío para estar afuera —respondí—. La
próxima vez.
Al escucharme pude darme cuenta de que ya estaba planeado regresar.
No podía, ¿verdad? ¿Qué significaría si volviera? ¿Esperaría que
pasáramos el rato o que durmiéramos juntos? ¿Lo haría? Ni siquiera sabía
cuánto cobraba por el alquiler de una cabaña. ¿Me cobraría?
Había más preguntas que respuestas en mi mente y no valía la pena tratar
de resolverlas, le había dicho que era mejor dejar todo como estaba, y era lo
correcto, no estaba en posición de intentar tener una relación con un
hombre, apenas y podía con las niñas.
Debía dejarlo atrás, aunque la idea de no volver a verlo me entristecía un
poco, era un buen tipo y disfruté de nuestro tiempo juntos, aunque fuera
muy breve. Me perdí en mis propios pensamientos mientras conducía el
resto del camino de vuelta a casa de mi madre, por primera vez en mucho
tiempo las chicas estaban hablando entre ellas en vez de discutir y
molestarse.
Era agradable, si pasar un fin de semana fuera de casa generaba estos
resultados en ellas, sin duda debería hacerlo menudo, mamá tenía razón, un
poco de tiempo para nosotras tres era exactamente lo que todas
necesitábamos.
Las niñas querían ver a su abuela y contarle todo sobre su viaje, así que
acepté pasar a darle una corta visita antes de irnos a la casa y empezar con
las tareas de fin de semana. Por mucho que me gustara escaparme, no
cambiaba el hecho de que todavía había ropa que lavar y una casa que
limpiar.
Estacioné el auto frente a la casa de mi madre, tratando de pensar que
tanto le diría sobre el viaje, no quería un sermón, pero me la había pasado
muy bien y quería compartirlo, y aunque nos contábamos todo, preferí no
mencionar mi pequeña aventura con Enmanuel.
Cuando llegué a la cocina, ella estaba sacando un lote de galletas del
horno, y las niñas hablaban demasiado rápido muy emocionadas.
—Sentémonos y me cuentan todo con galletas recién hechas —les dijo.
—Quítense los abrigos y cuélguenlos por favor —dije tratando de que se
calmaran un poco.
—Parece que se divirtieron mucho —dijo con una sonrisa.
Asentí.
—Lo hicieron.
—¿Y tú? —preguntó.
Sonreí.
—También, el lugar era hermoso y muy tranquilo, no me había dado
cuenta de lo ruidosa que era mi vida hasta que llegamos allí, me costó un
poco dormir debido a lo silencioso y oscuro que estaba todo.
Se rio antes de servir las galletas en un plato y llevarlo a la mesa.
—Me gustaba ir a las montañas con tu padre, aunque no lo hacíamos con
mucha frecuencia, siempre era como si hubiera algo más importante que
hacer, ojalá nos hubiéramos centrado más en vivir que en todas las cosas
que pensábamos que debíamos hacer para disfrutar de la jubilación, al final
no resultó bien para él.
—Lo siento, mamá —dije—, sé que lo extrañas.
—Lo extraño, pero estoy bien. Sólo me pongo de este humor, me
molesta recordar todas la cosas que no hicimos cuando tuvimos la
oportunidad, espero que aprendas de mis errores y vivas de verdad. No
esperes hasta que llegue el momento, no todo se trata de lavar los platos y la
ropa. ¡Vive!
—Nana, vimos pájaros y dimos paseo por la naturaleza y Enmanuel dijo
que podemos volver —dijo Elisa, volviendo al comedor.
—También nos dejó dormir en su cabaña —añadió Lucía.
Mi madre me miró, con las cejas levantadas.
—¿Perdón?
—Enmanuel es el dueño del retiro —le expliqué rápidamente—. La
cabaña original que nos dieron sólo tenía una cama doble, y todas las demás
estaban reservadas, así que nos dio su cabaña.
—Vive allí —dijo Lucía.
—Vaya, eso fue muy generoso —dijo mi madre, tomando asiento en la
mesa—. Creo que nunca había oído hablar de una persona tan hospitalaria
como para renunciar a su propia cama. ¿La esposa de Enmanuel estuvo de
acuerdo con esto?
Mientras preguntaba me lanzó esa mirada que me daba cuando era
adolescente y salía con un chico.
—No tiene esposa —le respondí.
Ella sonrió.
—Ya veo.
—Dijo que podemos volver en la primavera cuando todos los pájaros
estén allí —dijo Lucía con entusiasmo—. Dice que es muy bonito y que nos
gustará.
—Y que podemos asar malvaviscos si tenemos mucho cuidado con el
fuego.
—Parece que pasaron mucho tiempo con este Enmanuel —dijo mi
madre.
Elisa movió su cabeza de arriba a abajo.
—Era muy agradable, desayunamos juntos y cenamos, era muy
divertido, me gustaba.
Mi madre me estaba mirando.
—¿Había alguien más allí? —preguntó sarcásticamente.
—Sí, mamá —dije, sintiendo que la conferencia se acercaba.
—Había mucha gente, pero no eran divertidos —le dijo Lucía—. Sofía
vino y pudimos pasar un poco de tiempo con ella.
Me alegraba mucho que ya estuvieran dormidas cuando decidí hacerle
mi visita nocturna a Enmanuel, no podía imaginarme cómo se habría
tomado mi madre esa noticia. Me miraba con criterio, chasqueando la
lengua y moviendo el dedo hacia mí.
—Ya veo —dijo otra vez.
Pensé en levantarme e irme antes de que pudiera decir lo que realmente
quería, pero entonces se daría cuenta de que le estaba ocultando algo.
Las chicas terminaron sus galletas y entraron en el cuarto de juegos que
mi madre les había preparado dejándonos a ambas solas en la mesa.
Sacudí la cabeza.
—No lo digas —le advertí.
—¿Qué? ¿No puede una madre preguntar sobre la vida amorosa de su
hija?
—No hay vida amorosa y lo sabes.
—No sólo las chicas se divirtieron —dijo con una sonrisa.
—Ya te dije que el lugar era muy bonito, aunque el tiempo fue muy
corto, pero estoy feliz de que lo hayamos logrado.
—¿Y este Enmanuel? ¿Se divirtieron?
Me quejé.
—Mamá, no, era el dueño del lugar, además de que era un espacio
pequeño, y hablaba con todo el mundo.
—Ah, pero no cenó con todos y dudo que los llevara a pasear por la
naturaleza en privado. ¿Es un hombre joven, o viejo?
—Probablemente tenga treinta años —le respondí.
Ella asintió.
—¿Guapo?
—Es atractivo, lo admito.
—Te gusta —declaró.
—Mamá, llegué a conocerlo por cinco minutos completos, no me
enamoro tan fácilmente.
—No creo que las chicas se pongan tristes si lo haces, parece que les
agrada mucho.
Me encogí de hombros.
—Fue amable con ellas.
—¿Sería un buen padre?
Casi me ahogo tratando de tragar un pedazo de galleta.
—¡Mamá! ¡Ni siquiera estoy pensando en eso! ¡Shh! Apenas acabo de
salir de un matrimonio. No estoy buscando nada.
—Ese matrimonio se acabó hace mucho, has estado sola durante dos
años, es tiempo suficiente para seguir adelante, y Trent ciertamente lo hizo.
—No voy a traer un hombre alrededor de las chicas, no todavía, no
necesitan a alguien que luego se marche, me gustaría darles una estabilidad.
Me levanté de la mesa y puse los vasos vacíos en el fregadero.
Mi madre se levantó para seguirme.
—Como he dicho, la vida es demasiado corta para seguir las reglas y
preocuparse por lo que pueda pasar, tienes que vivirla mientras dure.
Sabía que me lo decía porque me amaba. Desde que mi padre murió, de
un ataque al corazón repentinamente, había estado con el mantra de “la vida
es corta”.
—Lo sé, mamá, lo haré, sólo que no es el momento adecuado.
Me dio un abrazo.
—A veces, no podemos elegir cuando es el momento adecuado, las
cosas pasan por una razón, puedes luchar contra ello, o elegir seguir
adelante y ver a dónde te lleva la vida.
—Ya veremos —dije, sin comprometerse.
Recogí a las chicas y nos fuimos a la casa. Nuestro hogar era una casa de
ladrillos que Trent había comprado para nosotras, era vieja y se tenían que
arreglar algunos detalles pero todo eso tendría que esperar.
Acompañé a las chicas adentro, ordenándoles que desempacaran la
maleta y llevaran todo a la lavandería, luego fui a la cocina a ocuparme de
los platos sucios que habían quedado del desayuno del viernes, pero
mientras enjuagaba y cargaba el lavavajillas, pensé en Enmanuel, alejé esos
pensamientos tratando de seguir el consejo de mi madre.
Aunque me gustara Enmanuel y quisiera tener una relación, no podría
ver cómo funcionaría, no me interesaba tener algo de fin de semana, él vivía
en el bosque y yo en la ciudad y además había hablado de pasar unos días
en acampando para alejarse de todo.
¿Qué significaría eso para nosotros?
No podía tener un novio que sólo estuviera una vez al mes, por otra
parte, podría ser una forma de tenerlo en mi vida sin que sea algo serio, las
niñas no se acostumbrarían a que él anduviera por ahí, y cuando las cosas se
esfumaran entre nosotros, no sería gran cosa, él se alejaría de nuestras vidas
y ellas se olvidarían de él.
No podía creer que estuviera considerando volver a verlo, sabía que las
cosas no funcionarían entre ambos y no quería meterme en algo que
terminaría pronto, no quería salir herida. La traición de Trent me había
cortado en dos y no estaba segura de poder vivir de nuevo con eso, y
tampoco deseaba que las niñas me vieran así otra vez.
Había hecho un buen trabajo dejando a Trent en el pasado y que ellas
estuvieran bien, después de dos años de esfuerzo estábamos reconstruyendo
nuestras vidas y tenía miedo de arriesgar el progreso que habíamos hecho
juntas.
Enmanuel era un gran tipo, y estaba segura de que sería un novio
encantador, pero no estaba segura de estar preparada para ese tipo de cosas
otra vez, sin embargo, ciertamente iba a extrañar el sexo.
Capítulo Quince
Enmanuel
Recorrimos los pasillos del Home Depot en Portland, recogiendo los
suministros necesarios para el mantenimiento general del retiro, Antonio
tomó un enorme paquete de baterías colocándolo en el carrito que yo estaba
empujando.
—Necesitamos invertir en más recargables —le dije.
Se burló.
—Los huéspedes siempre se llevan las linternas a casa, así que
estaríamos enviando esas baterías con ellas, es más barato de esta manera.
Tenía un buen punto.
—Tal vez podamos esperar hasta principios de año para comprar algunas
de estas cosas —dije. El carro estaba lleno, y eran cosas que necesitábamos,
pero maldita sea, odiaba tener que sacar el dinero—. No tenemos nada
reservado para un par de semanas.
—Desearía que trajeran sus propias linternas —se quejó.
—Es parte del costo de hacer negocios. Necesitamos conseguir un par de
lonas para el montón de leña, están expuestas y es necesario.
Lo seguía mientras caminaba por la tienda. Trabajamos bien juntos,
estaba muy agradecido de tenerlo como amigo y como socio. Al pasar por
el pasillo de los pisos, no podía evitar mirar, había estado buscando uno
nuevo para sustituir los de las cabañas.
—Quiero conseguir algunos precios para los pisos —le dije.
—¿Para la presentación? —preguntó.
—Sí —respondí, llevando el carro por el pasillo.
Pasamos los siguientes diez minutos hablando de colores y durabilidad,
tomé un par de fotos con mi teléfono para verlas luego, antes de ir por las
lonas.
Con nuestro viaje de compras de suministros terminado y mi camioneta
cargada con todas las cosas que necesitaba, nos dirigimos a un restaurante
para almorzar.
—¿Hablaste con ella? —preguntó mientras escaneábamos nuestros
menús.
—¿Hablar con quién? —pregunté, sabiendo exactamente de quién estaba
hablando.
—Supongo que eso es un no —dijo.
—No ha llamado y no voy a acosarla, eso es todo, dejó muy claro que no
quería nada, y tengo que respetar eso.
—¿Cuál es su historia? —preguntó.
Me encogí de hombros.
—No lo sé, no hablamos mucho exactamente.
Se rio.
—Supongo que no.
—Necesito concentrarme en esta presentación, suponiendo de que sea
real.
Hizo una mueca.
—Tampoco sabes nada de él, ¿eh?
Sacudí la cabeza.
—No. Comprobé el grupo con el que dijo que estaba y son legítimos,
pero si no se pone en contacto la próxima semana, lo llamaré, ese dinero
podría cambiar el juego para nosotros.
—Bien. Sé agresivo, muestra algo de iniciativa, probablemente le
gustará eso.
Me reí.
—Le gustará o me mandará al demonio, supongo que tengo una
oportunidad al cincuenta por ciento.
La camarera vino y tomó nuestras órdenes. Antonio me miró y podía ver
que había algo en su mente.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
Respiró profundamente.
—Mi mamá quiere que vaya a casa para Navidad —dijo.
—¿Y? ¿No quieres ir?
—Claro quiero ir, pero odio dejarte solo —respondió.
Sonreí.
—Antonio, tienes una familia que te quiere, ve a verlos, además, algún
tiempo en San Diego será bueno para ti, te recordará cómo es el sol.
—¿Estás seguro? Puedo decirle que no.
—No, ve a casa, ve a visitar a tu familia. Si tuviera una familia a la que
ver, no dudaría en dejarte.
Sonrió con suficiencia.
—Gracias.
—Sólo soy honesto —le dije con una risa.
—Estaré fuera una semana.
—¿Compraste tus boletos?
—Mi mamá lo hizo —dijo con una sonrisa vergonzosa.
—Bien. Me alegro por ti, no te sientas mal por ir a casa, no puedo creer
que no vayas más a menudo.
Se burló, tomando un trago de agua.
—Mi familia es grande, y los amo, desde la distancia. Nos llevamos
mucho mejor cuando hay par de miles de kilómetros entre nosotros, una
semana al año es suficiente para todos.
—Aprecia lo que tienes porque nunca sabes cuándo puede desaparecer
—le dije, hablando por experiencia.
—Lo siento. No debí haber dicho eso.
—No lo lamentes, se fueron hace mucho tiempo, mis padres eran
geniales, pero quién sabe si aún nos llevaríamos bien, murieron antes de
que tuviera la oportunidad de irritarme con ellos.
Lo dije tratando de no desenterrar sentimientos que habían quedado atrás
hace mucho tiempo. Estar triste y revolcarse en la pena y la autocompasión
no era parte de mí, tenía que seguir adelante, haciendo lo que suponía ellos
hubieran querido que hiciera.
Apestaba tener que pasar solo las vacaciones, pero no sería la primera
vez. Desde que mis padres murieron, hace doce años en un accidente de
barco, pasaba la mayoría de las fiestas solo, pero no me daba cuenta de la
verdad soledad hasta que llegaba Navidad.
—¿Qué vas a hacer toda la semana? —preguntó.
Sonreí.
—Voy a caminar desnudo y ser uno con la naturaleza, podría beber un
poco, hacer una buena hoguera, y tal vez leer un nuevo libro.
Se quejó.
—Sé qué haces eso.
—¿Hacer qué?
—Caminar desnudo cuando no hay nadie.
Me reí.
—Por supuesto que sí, deberías probarlo. Es un sentimiento que no
puedo describir.
—Por favor, no lo intentes —gimió—. ¿No se enfrían tus trastos?
Me reí.
—Un poco, es como bucear en un lago helado bajo un cielo nocturno,
muy refrescante, confía en mí, una vez que lo hagas, serás adicto.
—¿Qué pasa con los mosquitos? ¿No pican entre las piernas?
Puse los ojos en blanco.
—Tienes una extraña preocupación por mi pene, pero está bien, ni fría,
ni mordida, ni nada más.
Se rio.
—Es bueno saberlo.
Nuestra comida fue entregada, y hablamos de lo que haría en la costa
oeste mientras no estuviera.
Iba sentirme muy solo sin él.
Nos separamos en el restaurante, iba a tomarme el resto del día libre, a
menudo trabajábamos siete días a la semana, y cuando teníamos estas
pausas en el negocio, aprovechábamos el tiempo libre.
Toqué la bocina una vez cuando Antonio se desvió por el camino de
tierra que conducía a su casa mientras yo continuaba hasta el refugio para
descargar los suministros. Estacioné mi camioneta cerca del cobertizo
donde guardamos la mayoría de los suministros, probablemente la
estructura aguantaría un año más antes de que necesitara algunas
reparaciones o ser reemplazada completamente.
Era otra cosa más que se añadió a la lista de cosas que necesitaban
atención.
Sabía que no tenía que preocuparme por aburrirme mientras Antonio
estaba fuera, había muchas cosas que hacer en el retiro, podía trabajar
durante tres semanas seguidas y aun así no acabaría.
Dos horas más tarde, con la mercancía descargada y guardada, me senté
en el escritorio de mi pequeña oficina y comencé a trabajar en las cuentas,
era la parte menos agradable de todo mi trabajo. Cuando había buen tiempo,
solía tomar la laptop, las facturas e irme a afuera a laborar, me encantaba la
sensación del sol calentando mi piel, el aire fresco, el sonido de la
naturaleza y la vida a mí alrededor. La tranquilidad era como un bálsamo
para el alma, estar rodeado de la vida salvaje me hacía sentir menos solo.
El teléfono de la oficina sonó, lo que siempre era algo bueno, cada vez
que lo hacía significaba negocios, así que contesté rápidamente.
—¿Sr. Raga? —preguntó una voz de hombre.
—Sí, soy yo. ¿Quién llama?
—Hola, Enmanuel, es Tim Barnes, nos conocimos hace un par de
semanas.
—¡Sr. Barnes! Es genial saber de usted. ¿Cómo está todo?
Me preocupaba un poco que no llamara, por eso al escuchar su voz el
alivio me invadió. Alcancé el cuaderno de notas con mi lista de deseos
garabateada a través de las páginas, estaba al alcance de mi mano,
necesitaba convencerlo de que nos diera esa gran donación.
—Todo muy bien. Quería hacerles saber que hemos hablado con los tres
candidatos y estamos listos para fijar una fecha para las presentaciones.
—¡Genial!
—Estamos mirando el veintisiete de este mes. ¿Le parece bien?
Asentí antes de recordar que no podía verme.
—Sí, perfecto. ¿Dónde?
—En la ciudad de Nueva York —respondió.
Me acobardé un poco, no era un amante de la gran ciudad, sin embargo,
si eso era lo que debía hacer lo haría, necesitaba ese dinero y les
demostraría y a la junta que mi retiro era digno de su dotación.
—Estaré allí.
—Te enviaré un correo electrónico con los detalles. ¿Has tenido la
oportunidad de pensar en lo que harías con el dinero?
Casi me reí.
—Sí, señor, he venido preparando una presentación.
—Bien, bien. Espero ver lo que tienes planeado.
—Estaré allí —dije.
—Asegúrate de traer a tu familia, me encantaría conocerlos.
Mi corazón se hundió.
—Lo haré —murmuré, sin hacer ningún compromiso real.
Colgué el teléfono mirándolo fijamente por unos segundos antes de
mover mis ojos a la lista de cosas que quería, nunca iba a conseguir ese
dinero y ese listado se quedaría dentro de esa libreta. Me levanté del
escritorio completamente descorazonado.
No tenía familia, y la manera en la cual el hombre lo mencionaba
continuamente parecía un requisito indispensable, una vez que se diera
cuenta de que era soltero, no estarían tan enamorados de mi pequeño retiro,
el dinero se escaparía de mis manos automáticamente.
—Demonios —gruñí antes de apagar la lámpara del escritorio y salir de
la oficina.
No estaba de humor para mirar los números, no quería pensar en lo que
me hacía falta, lo único que deseaba en este momento era un poco de aire
fresco. Caminé hasta mi cabaña, me puse mi pesado abrigo y mis botas
forradas de piel, metí unos cuantos artículos esenciales en mi mochila y salí
a caminar por el bosque.
Era lo primero que hacía cuando las cosas se ponían difíciles. Me dirigí a
los árboles, reflexionando sobre la situación mientras caminaba, subí una
colina empinada y me dirigí a uno de mis lugares favoritos para pasar el
rato, pensaba en Corina, en el retiro, y en mi futuro.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntaba una y otra vez.
Me sentía perdido, un hombre sin brújula. Vivía cada día, pero no tenía
objetivos a largo plazo en mente, mi única meta era expandir mi sitio de
trabajo, no trataba de hacerme rico, ni metas, ni si quiera que quería en la
vida.
Perder a mis padres a la madura edad de diecinueve años había cambiado
mi visión de la vida, y aunque no creía que lo hubiera hecho, a veces,
miraba todo lo que había hecho y me preguntaba dónde me había
equivocado. Los chicos de mi edad tenían hipotecas y familias, pasaban los
fines de semana llevando a los niños a actividades deportivas y se iban a la
cama con sus esposas todas las noches.
Tenía la hipoteca, pero eso era todo, no era infeliz, pero tampoco era
completamente feliz, me sentía incompleto.
Algo faltaba.
Capítulo Dieciséis
Corina
Me froté los ojos, los números se desdibujaban frente a mí mientras me
sentaba en el escritorio a revisar unas hojas de cálculo, tomé de mi taza de
café, necesitando una infusión de cafeína para ayudarme a ver bien, Joe
había tenido la amabilidad de enviarme un nuevo cliente.
La empresa estaba hasta el cuello, su contador anterior los había dejado
un desastre y yo estaba luchando para hacer cara o cruz de las ridículas
hojas de cálculo.
—¿Por qué, por qué, por qué? —me quejé, tratando de entender por qué
había decidido ser contadora.
—Porque, porque, porque —cantó la voz de Sofía.
Levanté la vista y la vi entrando con una taza de café fresco de una
tienda local.
—Oh sí —respiré.
—Café de verdad.
Ella se rio, y yo inmediatamente tomé un sorbo, dejando que el sabor
audaz se filtrara en mi alma.
—Joe me habló del nuevo cliente —dijo ella, tomando asiento.
—Me imaginé que necesitaría algo de lo bueno.
—Dios, no sé por qué me hace esto —gemí.
—Porque sabe que eres la mejor y puedes manejarlo —dijo con una
sonrisa.
—Es un asco.
—Hablando de chupar —dijo, su voz adquirió esa cualidad traviesa—.
¿Has hablado con tu hombre de montaña caliente?
—No, y no es mi hombre de la montaña.
—Podría ser.
Sacudí la cabeza.
—No necesito un hombre de montaña o cualquier otro, sólo se
interpondrá en mi camino.
—Si con ello te refieres al sexo caliente, estás muy equivocada.
Puse los ojos en blanco.
—No siempre se trata de sexo.
—Claro que sí, nuestro mundo sería un lugar mejor siempre se tratará de
eso.
Me reí.
—Lo dudo seriamente.
—Sabes que te gustaba —dijo.
—Sí, pero eso no significa que quiero estar con él.
—Mentirosa, puedo verlo en tus ojos y en toda tu cara, claro que lo
quieres en tu vida.
Le fruncí el ceño.
—No puedes ver una mierda.
Sacudió la cabeza.
—Te conozco, tienes una mirada extraña, como si estuvieras sonriendo
por dentro.
—No lo hago —protesté sin ninguna convicción real.
—Podrías llamarlo —me respondió.
—¿Y decir qué? Oye, es la chica con la que te acostaste el fin de
semana, hagámoslo de nuevo.
Se encogió de hombros.
—Creo que probablemente sería un poco menos grosera al respecto, pero
sí.
Quería llamarlo e invitarlo a cenar, llevármelo a la cama y hacer muchas
cosas, pero la responsabilidad me decía que no debía, necesitaba mantener
la cabeza despejada y no quedar atrapada en una aventura amorosa que
nunca podría ser.
—No puedo —dije las palabras y me di cuenta que dolían un poco.
Me miró y sonrió.
—Lo sabía.
—¿Y qué? Sí, lo quiero, y me gustaría el paquete completo, sólo que no
está destinado para mí, ya tuve mi única oportunidad de amor y matrimonio
y el resto de las cosas que van con él.
—Amiga, la gente se divorcia y se vuelve a casar para ser felices para
siempre, y tú también puedes, Trent es tu pasado, no dejes que defina tu
futuro, no puede ganar, sal al mundo y se feliz. Pude notar los fuegos
artificiales entre Enmanuel y tú, y ese tipo de cosas no se dan muy a
menudo, diablos, mataría por que un hombre me mirara así, y a mí me
encantaría sentir eso por alguien, esa chipa en mi vientre.
Sonreí.
—Sentí una chispa, y creo que él también la sintió.
—Sé que lo hizo —me aseguró—. Te estaba comiendo con la mirada,
incluso cuando no lo mirabas. Lo sorprendí observándote varias veces con
ojos muy hambrientos.
Suspiré.
—Si yo fuera otra persona, absolutamente iría por él, es un poco extraño
que sea soltero, quiero decir, ¿lo has visto?
Sonrió.
—Lo vi bien, y creo que está soltero por elección, tal vez había estado
esperando a la mujer adecuada, y probablemente esa mujer seas tú.
—Sí, claro —murmuré—. Podría tener a cualquiera, no soy la mujer
adecuada.
—Creo que deberías convencerlo de eso, parecía pensar que eras muy
adecuada para él, llámalo.
—No puedo.
—Sí puedes.
Me mordí el labio inferior, era peligrosa, y me daba esperanzas, me hacía
creer que podía tener un poco de emoción en mi vida.
—Tengo que volver a trabajar en esto —dije, tratando de sacar cualquier
pensamiento sobre Enmanuel de mi mente.
Se echó a reír.
—Buen intento, pero sé que lo quieres, y no voy a dejar de acosarte hasta
que lo llames.
—Vete para que pueda trabajar.
Su risa la siguió cuando salió por la puerta.
En el momento en que estaba sola, me dejé llevar por esa noche en su
cabaña, recordando la sensación de sus manos ásperas raspando mi piel y la
forma en que se había sentido cuando me penetró. Pensar en ese momento
me daba mucho calor, así que abaniqué mi mano frente a mi cara, tratando
de enfriar mis pensamientos y mi creciente excitación.
Me concentré en los números, ponerme nerviosa por un hombre que no
podía tener no me iba a hacer ningún favor, ya había pasado mucho tiempo
sin uno en mi vida y podría volver a eso sin problema.
Pero no quería hacerlo, me gustaba lo que le había hecho a mi cuerpo,
sentirme deseada se sentía realmente bien.
—Mierda —murmuré, comprobando la hora.
Era un poco antes de las tres, ya había trabajado bastante. Podía llevarme
el resto a casa y hacerlo en la comodidad de mi pijama con una copa de
vino en la mano.
Organicé todos los papeles y salí dos horas antes de lo habitual. Podía
observar las miradas de mis compañeros pero mantuve mi barbilla en alto,
merecía salir temprano al menos una vez, había hecho más trabajo en seis
horas que ellos en una semana.
Iba a sorprender a las chicas recogiéndolas en la escuela, rápidamente
llamé a mi madre para impedir que saliera de la casa.
—Mamá —dije cuando ella respondió.
—No llego tarde, ¿verdad? —preguntó.
—No, hoy salgo temprano, y quiero ir por las niñas a la escuela.
—¿Estás enferma? —preguntó.
Me reí entre dientes.
—No.
—Nunca sales del trabajo temprano.
—Lo sé, pero hoy quería hacerlo, y tampoco creo que fuera a trabajar
mucho de todas formas.
—¿Por qué no?
Dudé en responderle con la verdad, éramos muy cercanas cercanos, y
probablemente se daría cuenta si no se lo decía.
—No puedo concentrarme.
—¿Por qué? ¿Qué tienes en mente?
—Él —confesé.
Su suave risa me hacía sentir un poco mejor, eso quería decir que no me
estaba juzgando.
—No me sorprende, me di cuenta de que sentías algo por él.
—No tengo nada —protesté.
—Corina, está bien, no te culpo por querer tener un novio, al contrario,
quiero que te diviertas, disfruta de tu juventud, confía en mí, el tiempo no es
amable con el cuerpo de una mujer. No es justo, pero es la cruz que todos
debemos llevar.
—¿Me estás animando a coquetear con un extraño? —pregunté.
—No es un extraño y tengo la sensación de que no te estoy animando a
hacer algo que no has hecho ya.
Podía sentir mis mejillas sonrojadas. Una vez más, el calor se apoderaba
de mi cuerpo, los sentidos arácnidos de mi madre eran ridículos, esperaba
heredar el mismo rasgo para usarlo contra mis propias hijas algún día.
—Mamá, no es así.
—Sabes, estaba pensando en ir a una exposición de artesanía este fin de
semana, y las chicas quieren acompañarme. ¿Por qué no me las dejas para
el fin de semana? Iremos de compras y me ayudarán a sacar todos los
adornos de Navidad.
Sabía lo que estaba haciendo.
—No tienes que llevarte a los niñas.
—Quiero hacerlo, este será mi regalo de Navidad pata ustedes.
—Más bien tu regalo para mí —me burlé.
—Tienes el fin de semana libre para hacer lo que quieras, y si fuera tú,
usaría ese tiempo sabiamente.
Me quejé.
—¿Y si no quiere verme?
—Entonces te quedas en casa y te relajas, aunque tengo el
presentimiento de que querrá verte.
Estaba nerviosa sólo de pensarlo.
—No lo sé.
—De cualquier manera, me gustaría llevarme a las chicas, ya se te
ocurrirá qué hacer.
—Gracias, mamá, sé que las niñas estarán encantadas de ayudarte con la
decoración.
—Las veré mañana —dijo terminando la llamada.
Conduje hasta la escuela pensando en lo que diría.
¿Podría realmente invitarme a su casa?
No era tan valiente, nunca había sido tan atrevida en mí vida, y se
suponía que iba a pasar la página con respecto a los hombres, me volvería
más fuerte y dura.
En el gran esquema de las cosas, llamarlo y preguntarle si podía verlo
era algo menor en comparación con lo que había hecho en su casa.
Sonreí, recordando la expresión de su cara cuando se me cayó la bata,
esa mirada no la olvidaría jamás. Estaba muy nerviosa de camino a su
cabaña, y estuve a punto de regresar si no abría la puerta en el tercer
llamado.
Lo hice y no me arrepentía de nada.
Llegué hasta la línea donde se debe estacionar el auto, para esperar a que
las niñas salieran, y tomé mi teléfono.
Busqué en mis contactos y presioné el botón de llamar.
—Hola, es Corina —le dije cuando contestó el teléfono.
—Corina —dijo con obvia sorpresa—. Hola, no pensé que tendría
noticias tuyas. ¿Cómo estás?
Sonreí, dejando que el sonido de su voz se apoderara de mí.
—Estoy bien. ¿Y tú?
—Bien, genial.
—¿Está reservado para el fin de semana? —le pregunté.
—No, no tengo nada reservado para las próximas semanas.
Trataba de controlar mis nervios, el corazón me latía fuertemente,
mientras me recordaba a mí misma que era una mujer valiente y audaz,
podría pedirle que me invitara a su casa, bueno esencialmente que me
cogiera.
—Entonces, ¿estarás solo? —pregunté.
—Yo soy.
—¿Quieres compañía? —pregunté con lo que esperaba que fuera una
voz sexy.
—¡Sí! —respondió rápidamente—. ¿Las chicas y tú?
Aclaré mi garganta.
—No, sólo yo, las chicas estarán con mi madre.
—Comiendo pastel para el desayuno —dijo con una risa.
—Sí, estoy segura de que lo harán.
—Me encantaría que vinieras el fin de semana. ¿Te veré el viernes?
—Mejor que sea el sábado —dije, tratando de no dejarle a las niñas todo
el fin de semana a mi madre.
—Perfecto el sábado, espero verte con ansias, gracias por llamarme, no
tienes ni idea de cuántas veces había tomado mi teléfono queriendo
llamarte.
No pude evitar sonreír.
—No tienes mi número.
—No eres tan difícil de encontrar.
—Te veré en unos días —le dije, poniendo el vehículo en marcha.
—Estaré esperando.
Terminé la llamada sintiéndome bien con el resultado, tenía un
hormigueo y mi corazón estaba haciendo una extraña danza en mi pecho, no
podía esperar para verlo. Me alegré de que mi madre lo sugiriera, esto me
daría la oportunidad de conocerlo un poco mejor.
Necesitaba saber si había una posibilidad de que esto se convirtiera en
algo real o si sólo era un capricho pasajero.
Capítulo Diecisiete
Enmanuel
Me sentía como un niño pequeño en la mañana de Navidad. Me levanté
temprano, limpié mi cabaña y me aseguré de que las sabanas estuvieran
limpias, no estaba seguro de hasta dónde llegaría su visita, de todas formas
había arreglado la cabaña más cercana a la mía, no quería que pensara que
estaba haciendo ninguna suposición.
Le había dado órdenes estrictas a Antonio de no acercarse al retiro este
fin de semana, apenas ella llegara cerraría la puerta y no quería
interrupciones.
Recibí un mensaje de texto de Corina diciéndome que estaba cerca.
Revisé mi aliento y olí la frescura de la pasta de dientes que había usado
después de tomar mi café matutino, planeaba besarla, y necesitaba estar
listo para eso.
Esperé cerca del letrero de madera en el área de estacionamiento, su auto
levantó un poco de tierra apenas entró al área, estacionándose cerca de mí.
Caminé hasta la puerta del conductor y se la abrí, estaba muy ansioso por
verla.
—Hola —dije.
—Hola —dijo ella, saliendo con un pie.
Alcancé su mano para ayudarla. Llevaba un par leggings negro, botas
que le llegaban hasta la rodilla y un suéter de punto que le colgaba de la
cadera. El cabello suelto y al natural la hacía ver hermosa, tomé la parte de
atrás de su cabeza dándole un beso rápido.
—Me alegro de que estés aquí —dije, liberándola.
—Gracias por dejarme venir, espero que no tuvieras ningún plan.
Sacudí la cabeza.
—Ninguno, de verdad me alegra mucho que vinieras.
—Creo que es más silencioso que la última vez.
Sonreí.
—No hay nadie aquí, estamos absolutamente solos.
Miró a su alrededor como para verificar mi declaración.
—¿Te quedas aquí arriba solo?
—Sí, y sin nadie alrededor, podemos hacer lo que queramos.
Ella sonrió.
—¿Lo que queramos?
Asentí.
—Cualquier cosa.
Caminé por el estacionamiento cerrando la puerta de la entrada, ahora
estaba seguro de que estábamos completamente solos.
Asumiendo que nadie había saltado la puerta.
—Solos —dijo con una voz suave.
Le guiñé un ojo.
—Solos.
Abrió la puerta trasera para tomar un pequeño bolso, se la quité,
llevándola en una mano y agarrando la suya con la otra, temí que la retirara,
pero no lo hizo. Volvimos a mi cabaña, abrí la puerta y esperé a ver si
entraba.
Me miraba con esos hermosos verdes, esperé, dándole la oportunidad de
pedir un alojamiento diferente.
—Gracias —dijo ella y entró.
Respiré con alivio y la seguí dentro.
—¿Puedo ofrecerte algo de beber? —pregunté, llevando su bolso a mi
dormitorio.
Era otra suposición peligrosa, pero iba a seguir con la corriente hasta que
me dijera lo contrario.
—No gracias —respondió, moviéndose por la habitación como si la
viera por primera vez—. El lugar se diferente.
Se dio cuenta de las velas.
—Nada es diferente —dije.
Se acercó a una de las velas y señaló.
—Eso no estaba ahí antes.
Me esforcé en pensar en una buena excusa.
—Las tormentas invernales eliminan la energía, por eso siempre tengo
velas a mano.
Asintió antes de tomar una e inhalar.
—Esto huele increíble.
—No hay necesidad de sentarse en una apestosa habitación a la luz de
las velas —bromeé.
Las velas eran parte de mi plan de romance, había comprado vino y
algunos quesos gourmet, deseaba que todo fuera perfecto, hacía mucho
tiempo que no intentaba cortejar a una mujer, y estaba un poco nervioso. Se
dirigió a la chimenea, con las manos extendidas quedando de pie frente a
ella.
—Es tan acogedor aquí —comentó.
—Quería que estuvieras caliente —le dije, moviéndome para pararme su
lado.
—Gracias —dijo, girándose para mirarme.
Me miró fijamente durante varios segundos.
—¿Pasa algo malo? —pregunté, sosteniendo su mirada.
Sonrió.
—No. Sólo intentaba imaginarte sentado frente al fuego en una fría
noche de invierno, leyendo un libro.
Me reí entre dientes.
—No es tan difícil de imaginar, es como paso la mayoría de mis noches.
—Creo que nunca había conocido a nadie como tú —dijo, manteniendo
mi mirada.
—Creo que eso es algo bueno —respondí.
—Lo es.
—Sé que es temprano, pero es un fin de semana, y estamos solos.
¿Puedo servirte una copa de vino? No hay reglas, somos tú y yo y nadie
más.
Sonrió nuevamente.
—Me gustaría eso. ¿Quizás podamos asar malvaviscos más tarde?
Sonreí.
—Tengo un poco en la despensa del comedor.
—Grandioso.
Se sentó en una de las dos sillas que estaban a cada lado de la chimenea,
no tenía televisor, así que durante el invierno, movía las sillas para que
estuvieran de cara a la chimenea, las llamas eran mi entretenimiento. Serví
dos copas de vino y regresé con ella.
—¿Disfrutaron Lucía y Elisa su tiempo aquí? —pregunté.
—Absolutamente, no saben que estoy aquí, de habérselo dicho, hubieran
querido venir.
—¿No las querías aquí?
Fijó la mirada en su copa.
—Quería y a la vez no, deseaba un tiempo a solas contigo.
Sus palabras eran exactamente lo que yo quería oír.
—¿Para?
Dejó escapar un respiro.
—Lo que pasó entre nosotros, no fue normal para mí.
—Para mí tampoco.
—¿Es eso raro? —preguntó.
No. ¿Crees en el destino?
—No —respondió rápidamente.
Me reí, sorbiendo mi vino.
—Yo tampoco, pero contigo, y estoy tentado a creer en él.
—No estaba mintiendo cuando dije que tengo mucho equipaje —dijo.
Asentí.
—¿Tu marido?
—Mi ex-marido, sí.
—¿Sigue en la foto? No quiero interponerme en el camino de nada.
Bebió de su copa, sus ojos se dirigieron al fuego.
—No está en mi foto. Trent, mi esposo de seis años, nos dejó hace dos
años, aparentemente, a su novia no le gustaba que volviera a casa con su
esposa e hijas, lo último que supe de él era que se iba a Francia por un largo
tiempo.
—¿Hace cuánto tiempo fue eso? —pregunté.
Sonrió.
—Hace dos años.
—¿No se mantiene en contacto con las chicas? ¿Paga la manutención al
menos?
—No, nunca quiso tener hijos, pero creo que se le olvidó mencionarme
eso.
—Lo siento —dije por falta de algo mejor que decir—. No puedo
entender cómo un hombre podría mantenerse alejado de sus hijos, y mucho
menos de ti.
Se encogió de hombros.
—Me enamoré de él cuando era joven e ingenua, sabía que decir para
atraerme, y me enamoré de él casi de inmediato, tenía dieciocho años y la
atención de un tipo mayor que parecía haber salido de las páginas de la
revista GQ. Cuando cumplí los diecinueve años tuve a Hazle, y Trent me
había dicho que estaba en la facultad de derecho cuando nos conocimos,
pené que me cuidaría y se haría cargo de nosotras, pero no fue así.
—¿No estaba en la escuela de leyes?
—No, estaba tomando un par de clases en el colegio comunitario, y no
recuerdo en qué momento pasó, pero terminé manteniendo a nuestra
familia, estudié en la universidad, obtuve mi título de asociado en
contabilidad y comencé a trabajar.
—¿No trabajó? —pregunté con horror.
—No, quiero decir, lo hacía en ocasiones, Trent se aprovechaba de su
apariencia, encantaba a las mujeres para conseguir lo que quería, trabajaba
en ventas, y era bueno en eso, pero nunca duraba mucho en un trabajo.
Sacudí la cabeza con incredulidad.
—Lo siento mucho. ¿Qué hace ahora?
—Nada, no conseguirá un trabajo porque tendría que pagar la
manutención de los niñas, y siendo sincera no me importa, me alegra que
esté fuera de nuestras vidas. Me siento fatal por haber tomado una decisión
de mierda al elegir tener hijas con él.
Me dolía el corazón por las niñas, no conocía a este tipo Trent, pero me
hubiera encantado darle una paliza.
—Eres una buena madre.
Ella terminó el vino.
—Esa es mi historia de aflicción. ¿Cuál es la tuya? ¿Por qué vives aquí
arriba solo?
Me reí.
—Mi historia de dolor no es nada comparada con la tuya, estoy aquí
porque quiero estar, es simple, siempre me había gustado estar al aire libre.
Intenté ir a la universidad, pero terminé faltando a más clases de las que iba,
me di cuenta de que era un desperdicio de dinero y lo dejé después del
primer semestre.
—Ouch. ¿Qué pensaron tus padres de eso?
Miré al fuego, tratando de ordenar mis pensamientos, y luego la miré a
ella.
—Si estuvieran vivos, se habrían enojado, pero al final, creo que se
hubiesen alegrado de que fuera feliz.
—Lo siento —dijo.
—No lo sientas.
—¿Tienes hermanos, hermanas?
Sacudí la cabeza.
—No, soy hijo único de hijos únicos, mi árbol genealógico está bastante
desnudo.
—Oh. Supongo que estás acostumbrado a la soledad.
—Lo estoy. ¿Y qué hay de ti? ¿Hermanas o hermanos?
—No —respondió—. Mi padre murió hace unos años, así que sólo
quedamos mi madre, las niñas y yo.
Éramos almas gemelas, ambos solos en el mundo.
Hablamos durante otra hora sobre lo que nos gustaba y lo que no, era
agradable hablar con alguien, me di cuenta de que había estado muy solo
durante años, a pesar de que Antonio y yo éramos amigos, nunca nos
hablábamos.
—¿Quieres esos malvaviscos ahora? —pregunté.
Sonrió.
—Sí.
Salté de mi silla y le dejé caer un beso en la mejilla.
—Siéntate y volveré en un minuto.
Corrí al comedor y tomé las cosas que necesitaba, teníamos los
ingredientes a mano para las malvaviscos por si acaso.
—Eso fue rápido —dijo con una risa cuando entré por la puerta.
Sonreí.
—Mi objetivo es complacer.
Diez minutos más tarde, estábamos hundiendo los dientes en
malvaviscos pegajosos sentados en el suelo frente a la chimenea.
—Esto está demasiado bueno —dijo, usando la punta de su dedo para
limpiarse el chocolate de la mejilla—. No puedo contarles a las chicas sobre
esto, se pondrán muy celosas.
—Será nuestro secreto.
Usando mí pulgar, limpié un poco de chocolate que le había quedado en
la comisura de los labios, concentrando mi mirada en ellos.
Quería probarla de nuevo, me incliné hacia adelante, presionando
suavemente mis labios contra los suyos, abrió levemente su boca y pude
saborear el chocolate y el vino, era una combinación embriagadora.
Me acerqué más, besándola más apasionadamente. El beso era diferente
al de nuestra primera vez, se sentía más conectado, más completo, más
todo, había pensado que había sido bueno cuando la besé el fin de semana,
pero esta vez fue mucho mejor, no quería dejar de hacerlo.
—Sabes tan bien —susurré, descansando mi frente en la suya.
—También me gusta como sabes —susurró.
—¿Esto está bien? —pregunté.
Echó la cara hacia atrás una o dos pulgadas, mirándome directamente a
los ojos.
—Esto está muy bien, aunque no vine aquí con esto en mente.
Sonreí.
—¿Ni siquiera un poco?
Su suave risa me rozó.
—Vale, definitivamente se me pasó por la cabeza, bueno más que eso, no
dejo de pensarte desde que dejé tu cabaña, o la mía, tu entiendes.
Sonreí, besando la punta de su nariz.
—Yo tampoco.
Capítulo Dieciocho
Corina
El escenario no podría haber sido más perfecto, el fuego crepitaba y
estallaba, las llamas bailaban y creaban hermosas sombras alrededor de la
habitación, la chimenea era la única luz en el lugar, arrojándonos a ambos
en un suave resplandor anaranjado.
Acarició suavemente mi brazo mientras me besaba.
—Estoy un poco caliente —susurré.
—Entonces probablemente deberíamos quitarte toda esa ropa —dijo con
voz ronca.
—¿Y tú? ¿No tienes calor?
Sonrió mientras se quitaba el suéter.
—Mucho.
En lugar de quitarme la ropa, me concentré en que se desnudara, la
primera vez que estuvimos todo pasó demasiado rápido, y no pude
disfrutarlo. Quería maravillarme con el pecho definido, lleno de pelo negro,
tenía los abdominales planos y definidos, y sus bíceps perfectos, era
perfecto. Suponía que su cuerpo tonificado era el resultado de trabajar en
casa, cortar madera y hacer cosas varoniles, dudaba que hubiera pasado un
día de su vida en un gimnasio.
Se desnudó hasta quedar en ropa interior antes de mirarme.
—Todavía estás vestida.
Asentí lentamente.
—Estaba disfrutando del espectáculo.
—Mi turno —susurró.
Me senté adelante, y me quité la camisa, dejándome el sujetador de satén
negro antes de bajarme los leggings que tenía puestos, posando para él y
dejándolo mirar.
—¿Y bien?
Sus ojos vagaban por mi cuerpo antes de volver a mirarme, sacudiendo
lentamente la cabeza.
—No soy un hombre minucioso —soltó.
Pestañeé.
—¿Qué?
—Cada vez que te veo, te toco, me meto dentro de ti, y pierdo todo el
control —respiró, extendiendo la mano para trazar un dedo sobre mi muslo
—. Haces que me duela, y tengo miedo de acercarme demasiado, podría
explotar antes de empezar.
Sonreí.
—No creo que seas un hombre minucioso, no te preocupes, tenemos
toda la noche.
Sonrió, tirando de mí antes de ponerme suavemente sobre la alfombra.
—Bien, porque quiero pasar cada minuto dentro de ti.
Sus palabras fueron como si un relámpago atravesara mi cuerpo, abrí mis
piernas invitándolo a tocarme, a medida que me besaba deslizaba su mano
sobre mi pecho cubierto de satén y mi estómago, la metió entre mis piernas,
tocándome sobre mi ropa interior, que ya estaba húmeda por mi necesidad
de él.
Gemí suavemente en su boca, y su lengua se metió en la mía. Levanté mi
mano para tocarlo, su piel era suave y sus bíceps duros, sentirlo me hacía
sentir embriagada. Deslizó su mano debajo de mis bragas frotando mi
clítoris, haciéndome estallar, sabía que no duraría demasiado, estaba al
borde del orgasmo y no quería aguantar.
Culpaba al vino y al ambiente, todo era perfecto, y yo estaba borracha de
lujuria, y su simple roce me hacía sentir más intoxicada. Giré la cabeza a un
lado, jadeando mientras sus dedos se deslizaban sobre mi clítoris, su boca
cayó sobre mi cuello, lamiéndolo y mordiéndolo mientras empujaba su
dedo dentro de mí.
Estaba más que excitada, sentía un cosquilleo en todo mi cuerpo y mi
piel me quemaba de placer.
—Eso es —susurró cerca de mi oído—. Puedo sentir cómo te aprietas,
quiero que te abras completamente para mí.
Gemí de nuevo, sentir su voz cerca de mi oído hizo que mi cuerpo
reaccionara al máximo, cerré los ojos, dejándome llevar completamente por
el momento. Empujó un segundo dedo dentro de mí, estirándome mientras
los deslizaba dentro y fuera.
—Oh Dios —dije cuando el orgasmo comenzó a rodar lentamente por mi
cuerpo.
Podía sentir una especie de electricidad corriendo desde la punta de los
dedos de los pies, subiendo por la parte interior de mis muslos, y estallando
en mi vientre. Apreté su bíceps con una de mis manos, y la otra se aferró a
su caja torácica mientras continuaba acariciando la llama dentro de mí.
Sacó sus dedos y me bajó las bragas, terminando de sacármelas con su
pie cuando cayó en mis tobillos. Se deshizo de su propia ropa interior,
arrastrándose sobre mí, deslizando una mano bajo mi espalda y
desenganchando mi sostén.
Me acosté en la suave alfombra mirando al hombre que se parecía a un
dios mitológico. Su cabello oscuro brillaba con la luz del fuego, su piel
tenía un leve brillo por el sudor, parecía un oscuro ángel vengador mientras
me miraba fijamente.
—Eres hermosa —gruñó, extendiendo la mano para tocar mis senos.
Masajeó y amasó mi pecho con una mano mientras la otra acariciaba mi
cadera.
Me acerqué, agarrando la erección que se apoyaba en mis muslos,
apretándola varias veces, sacando fuertes gruñidos de él con cada tirón.
—Tómame —supliqué—. Te necesito dentro de mí.
Siseaba con los dientes apretados.
—Me pones tan duro que me duele de la mejor manera.
—Cógeme ahora, Enmanuel —ordené.
Estaba palpitando de necesidad, quería sentirlo dentro de mí con
urgencia.
Se movió, empujando mis piernas abiertas de par en par mientras se
arrodillaba entre ellas, acarició mis labios inferiores, completamente
húmedos, mientras me miraba, me estremecí. Lo observaba a medida que
deslizaba un dedo dentro de mí.
Tuve que cerrar los ojos, era intensamente erótico, y mi cerebro estaba
sobrecargado de sensaciones. Gemí una vez más, moviendo mis caderas
hacia arriba, llevando su dedo más adentro de mi cuerpo.
—Maldita sea —respiró—. Demonios, eres extremadamente sexy.
Volví a gemir, deslizándome a lo largo de su dedo hasta que sentí sus
nudillos contra mí, dejándolo estático y mirándome a los ojos. Todo esto era
nuevo para mí, nunca había sido tan audaz y descarada, me hacía sentir
como una diosa, segura para poder hacer de todo.
Tomé su mano y la saqué de dentro de mí.
—Te deseo—respiré.
Sus ojos se encontraron con los míos.
—Demonios —murmuró, pasando por encima de mí.
Deslizó su pene dentro de mí de un solo golpe, sólo quería disfrutar de la
sensación y dejarme llevar. Giré mi cabeza de lado a lado mientras mi
cuerpo se ajustaba a su circunferencia, podía sentir los espasmos de mi
vagina, apretándolo y empujándolo más profundamente. Siseaba y maldecía
en voz baja mientras se introducía más profundamente.
Su cara estaba justo encima de la mía mientras se apoyaba en sus codos.
—Por eso —gimió.
Abrí los ojos para mirarlo.
—¿Por qué? —pregunté, y mi cabeza se llenó de tanta pasión que no
podía pensar con claridad.
—Por eso no puedo durar, por dentro eres extremadamente apretada y
húmeda, soy incapaz de luchar contra la atracción del éxtasis, quiero
permanecer dentro de ti durante horas.
Le ofrecí una gran sonrisa, y comencé a tocar su pecho con la punta de
mis dedos.
—Me gusta que estés dentro de mí.
Se sacudió, succionando otro tirón de aire a través de los dientes
apretados.
—Eso, mierda, mierda, mierda.
Sonreí, abriendo más las piernas antes de sujetarlas alrededor de su
trasero y tirar de él más profundamente. Gimió y comenzó a moverse en
breves y rápidos arrebatos, lo tomé por el cuello y acerqué para besarlo, su
lengua se movía desesperada dentro de mi boca, haciéndome saber que me
deseaba tanto como yo a él.
Se balanceó contra mí antes de alejarse. Me levantó las caderas,
apoyando mi trasero en sus muslos y comenzó a penetrarme con fuerza, la
nueva posición hacía que su pene rozara terminaciones nerviosas que ni si
quiera sabía que existían. Disminuyó su intensidad y me miraba fijamente
mientras lo hacía.
Me mordí el labio inferior para no gritar de placer, era exquisito, podía
sentir el poder de su cuerpo dentro y debajo de mí, sus duros muslos se
flexionaban en mi trasero con cada empujón. Levantó una mano y me
apretó uno de mis senos mientras su otra mano se anclaba en el suelo. Se
movía metódicamente dentro y fuera, hasta que yo no aguantaba más.
El orgasmo estaba tan cerca, justo fuera de alcance, y lo estaba alargando
a propósito, él estaba decidido a ir lento, pero yo estaba ansiosa, frustrada y
desesperada por la liberación. Me levanté, agarrando uno de sus fuertes
brazos y clavando mis uñas en su carne.
—Ahora, por favor —supliqué.
Sacudió la cabeza.
—Todavía no.
Grité.
Estar al borde del éxtasis me estaba volviendo loca, me golpeé en el
suelo, su cuerpo se balanceaba duro e inquebrantable mientras continuaba
su lento deslizamiento hacia adentro y hacia afuera.
—¡Maldita sea! —Grité.
—Aguanta un poco —rasgó las palabras.
—No puedo —gimoteé.
—Por favor —puso una mano en mi vientre—. Sólo un poco más —me
animó.
Sentía que moriría mil veces antes de que me diera lo que quería, lo que
necesitaba. Podía sentir como mi cuerpo se tensaba por completo, el
orgasmo estaba muy cerca, desesperado por entrar en erupción.
—Enmanuel —dije—, no puedo.
Deslizó su mano más abajo hasta llegar a mi clítoris y comenzar a
masajear.
Mis ojos se abrieron de golpe, y mis caderas se doblaron hacia adelante.
—¡Oh Dios! —grité.
El placer era demasiado intenso, cada vez frotaba más fuerte y rápido.
—Eso es, ese es el punto —animó.
Ya no podía más, exploté y estaba convencida de que había muerto. Las
estrellas estallaron en la oscuridad de mis parpados, gemí, grité y maldije
mientras poderosas olas de pura felicidad se estrellaban contra mí. Intentaba
escapar, mi cuerpo no podía procesar la cantidad de placer que estaba
recibiendo. Podía sentir como su pene se agrandaba dentro de mí y llegaba
más allá de mi capacidad.
Todo era demasiado bueno. Sus gritos de júbilo alimentaban mi propio
placer, me sentía atrapada en una ola, siendo arrojada en un paseo salvaje.
Cuando finalmente me estrellé en la superficie de la realidad, Enmanuel
estaba sobre mí, y su cuerpo se sacudía una y otra vez mientras respiraba
profundamente.
—Mierda —respiré, acariciando su espalda mientras trataba de calmarlo
—. Creo que casi me matas.
Su risa estruendosa contra mi pecho me decía que eso lo hacía muy feliz.
—Creo que yo morí allí por un segundo o dos, mi corazón se detuvo.
Lo mantuve cerca, absorbiendo el calor de su cuerpo mientras trataba de
darle sentido a lo que acababa de pasar. En todos mis años, nunca había
experimentado algo tan completamente visceral, pude sentirlo en cada, cada
nervio, era casi aterrador haber sentido tanto placer.
Descansamos en la alfombra frente al fuego por un largo tiempo, dudaba
que alguno de los dos tuviera fuerza para moverse. Cuando el fuego empezó
a morir y el aire frío nos bañó la piel, era hora de moverse.
—Vamos a la cama —dijo, levantándose.
Me ayudó a levantarme, y con las piernas aún temblorosas, caminamos
hasta su cama, al acostarnos juntos, decidí que era mucho más cómoda con
él en ella, apoyé mi cabeza en su pecho y suspiré con satisfacción.
—Hace mucho tiempo que no dormía con un hombre —le dije.
Se rio, envolviendo su brazo y sosteniéndome cerca.
—Yo también —bromeó.
Sonreí, quedándome dormida en sus fuertes y capaces brazos.
Capítulo Diecinueve
Enmanuel
Todavía estaba medio dormido cuando me di cuenta de que ella estaba
allí, el peso de su cuerpo en mi pecho era más reconfortante que cualquier
manta caliente, envolví mis brazos un poco más a su alrededor, inhalando
su olor. Era una criatura hermosa, estaba claro que podría acostumbrarme a
despertarme con ella en mis brazos.
Demonios, podría acostumbrarme a dormir con ella en mis brazos.
No quería moverme para no despertarla, deseaba estar con ella todo el
día. Un suave gemido se escapó de sus labios.
—¿Qué hora es? —susurró con voz somnolienta.
—No estoy seguro, no quiero moverme.
Su aliento me bañó el pecho.
—Por mucho que me gustaría pasar el día desnuda en tus brazos, el
deber me llama.
—Haré un poco de café —dije, besando la parte superior de su cabeza.
Se levantó de la cama, dejando un vacío que tenía poco que ver con la
ausencia de su cuerpo y más con la de su presencia. La vi caminar desnuda
hacia el baño, al llegar a la puerta se detuvo y giró darme una sonrisa
juguetona.
Me levanté, me puse la ropa interior y entré en la sala de estar. Puse a
hacer el café antes de avivar el fuego, había un poco de frío en el ambiente,
y yo echaba de menos el calor de su cuerpo cubierto sobre el mío, me iba a
costar mucho dormir bien sin ella para mantenerme caliente.
Corina regresó a la sala de estar justo cuando estaba sacando el café de la
estufa, serví dos tazas y me acerqué. Llevaba una de mis camisetas, que le
cubría un poco más abajo del trasero, viéndose increíblemente sexy,
haciéndome pensar en llevarla de vuelta al dormitorio para una pequeña
delicia matutina.
—¿Puedo hacerte unos huevos? —pregunté.
—Me gustaría eso —dijo, tomando la taza.
La rodeó con sus manos, soplando antes de tomar el primer trago.
Me encontré observándola, y su mirada se fijó con la mía.
—Lo siento, te ves muy sexy, no puedo evitar mirar.
Sonrió, pasando una mano sobre sus rizos rebeldes.
—No estoy segura de sentirme sexy pero gracias.
—Eres impresionante.
—Gracias. ¿Puedo salir?
Me encogí de hombros.
—Si quieres, aunque puede que haga un poco de frío.
—No me importa —dijo con una sonrisa—. Normalmente tengo frío
todo el tiempo, pero no lo siento.
Me reí.
—Lo harás después de estar afuera unos minutos con nada más que mi
camiseta.
Guiñó el ojo.
—Tengo puestas las bragas.
—Veremos cuánto tiempo se quedan —respondí.
Vi cómo abría la puerta, y esperaba que volviera a entrar, pero no lo
hizo. Sabía exactamente lo que estaba sintiendo en ese momento, a menudo
hacía lo mismo, esa primera ráfaga de aire frío de la montaña era
vigorizante, era sin duda una gran manera de empezar el día con el pie
derecho.
Levanté la mirada del sartén cuando la puerta se abrió unos minutos
después.
—¡Demonios! —exclamó, caminando directamente hacia el fuego—.
¡Eso fue una locura! ¡Nunca había hecho algo así!
—Se siente bien, ¿eh?
—¿Haces eso? —preguntó.
Me reí.
—He salido fuera en mi traje de cumpleaños una o dos veces.
—¡No! ¿En serio?
Asentí.
—No hay nadie alrededor, siéntete libre de intentarlo, no me importaría.
Se rio.
—Estoy segura de que no te importaría, pero por hoy es suficiente, tal
vez en otro momento.
—Espero que haya otro momento.
Freí el tocino, puse un poco de pan en la tostadora y le serví un plato
lleno de huevos esponjosos.
Nos sentamos en mi pequeña mesa para desayunar.
—¿Nieva aquí? —preguntó.
Me encogí de hombros.
—Llega a caer un poco, las partes más altas consiguen más.
—Apuesto a que debe ser bonito —dijo.
—Es hermoso, ni si quiera podría describirlo, todo se siente mucho
mejor y realmente te hace feliz estar vivo.
Sonrió.
—Creo que me gustaría ver eso algún día.
—Siempre eres bienvenida aquí.
Dejó escapar un largo suspiro.
—Me gustaría volver, pero con la Navidad a la vuelta de la esquina,
tengo mucho que hacer.
—¿Lo celebras? —pregunté.
—Lo intento, tenemos un árbol artificial que debo llegar armando, sé
que las chicas se mueren por poner el nuestro después de pasar el fin de
semana con mi madre, iban a sacar todos los adornos y mi mamá se luce
con su decoración.
Sonreí, imaginándome una casa acogedora con un montón de adornos
navideños.
—Eso suena bien.
—¿Pones un árbol? —preguntó.
Me encogí de hombros.
—Hago un pequeño árbol de Charlie Brown, en realidad no hay mucho
que celebrar, soy más del tipo que disfruta cada día y no uno sólo en
particular.
—Enmanuel, ¿con quién pasas las vacaciones?
—A veces con Antonio, pero la mayoría, sólo somos yo y el bosque.
No quería su compasión, ni tampoco que se sintiera mal por mí, estaba
acostumbrado a estar solo la mayoría del tiempo, y así lo prefería, a veces,
demasiada gente me estresaba. La soledad no era algo malo, me molestaba
que las personas de hoy en día se enfocaran más en lo material que en otra
cosa, odiaba a los invitados que aparecían en el retiro con teléfonos y
tabletas y estaban tan ocupados tomando fotos, que se perdían lo que estaba
pasando justo delante de ellos.
—Ven a mi casa —me dijo—. Quiero que vengas a Portland.
Me acobardé visiblemente, retrocediendo ante la invitación de pasar
tiempo en la ciudad, iba allí una vez al mes y porque era obligatorio.
—No me importa estar solo —le dije—. He aprendido a apreciar el
silencio, son las pequeñas cosas que realmente cuentan, no puedes evitar
despertar en una mañana fría y nevada y tomar una taza de café sin
interrupciones, es como si los pájaros no se atrevieran a cantar, es
impresionante.
—Estoy segura que sí, y suena increíble, pero te estoy invitando a mi
casa, y eres el primer hombre que invito.
—¿En serio? —pregunté con sorpresa.
Frunció el ceño.
—Sí, de verdad, no he estado con un hombre desde Trent, ya te lo había
dicho.
—Lo sé, pero no puedo creer que no tengas una larga fila de hombres
golpeando tu puerta, si yo viviera en la ciudad, te habría acosado como a un
ciervo en celo.
Levantó una ceja.
—No tengo ni idea de lo que significa, pero suena algo intenso.
Me reí.
—Lo siento, eso fue contundente, significa que estuviera loco por ti.
Ella sonrió.
—Ya veo, pero no cambies de tema, ya he estado en tu mundo, es tu
turno de venir al mío.
Sonreí.
—Te enseñé lo mío, y ahora quieres enseñarme lo tuyo.
—Algo así —respondió—, y las chicas estarían encantadas de volver a
verte.
Lo medité antes de que se me ocurriera una idea.
—¿Por qué no vienen aquí? —sugerí.
Levantó las cejas.
—No lo sé.
—A las chicas les gusta estar aquí, podría hacer algo especial para ellas.
—Mi mamá —dijo.
—Tráela.
—¿Qué?
—Podemos hacer la cena aquí.
—No lo sé —dijo con indecisión—. No quiero imponerme, esto es algo
que es muy íntimo para ti.
Extendí la mano y la tomé por el brazo.
—No es una imposición, me encantaría tenerlas a todas aquí, incluso tu
madre, podemos asignarle su propia cabaña, y ustedes se quedarían en la
mía, yo me voy a otra.
—De ninguna manera te voy a echar de la cama otra vez —dijo con una
risa.
—Entonces únete a mí en ella.
—No puedo —hizo una mueca.
Asentí.
—Lo sé, y lo comprendo, pero puedes dormir en mi cama cuando lo
desees.
—Hablaré con mi madre —finalmente aceptó.
Sonreí, emocionado por la idea de tenerlas aquí. No importaba que fuera
Navidad, sólo estaba emocionado con la idea de tener compañía, y más que
eso, de que ella estuviera conmigo, realmente deseaba compartir más
tiempo a su lado.
—Avísame con tiempo, pediré un festín.
—No tienes que hacer eso, mi madre y yo solemos cocinar.
—No puedo invitarte y luego pedirte que hagas la cena —le dije.
Sonrió, moviendo la cabeza.
—No conoces a mi madre, insistirá en hacer un gran jamón.
Me encogí de hombros.
—Bien, ella puede hacer un jamón y yo me encargaré del resto.
—Eres persistente.
Se rio.
—Lo soy cuando quiero algo.
Le dio un mordisco al crujiente tocino.
—Yo también.
—Bien. ¿Qué puedo regalarle a las niñas para Navidad?
—No —dijo, sosteniendo su tenedor—. No vas a comprarles regalos.
Me encogí de hombros, no quería discutir con ella al respecto.
—¿Qué hay de ti? ¿Qué puedo hacer por ti?
—Estar aquí es suficiente —dijo—. Sé que te ganas la vida alquilando el
lugar.
Sonreí, inclinándome hacia atrás en mi silla.
—Sé lo que puedes regalarme —dije con una sonrisa.
Sonrió.
—¿Quién dijo que te iba a dar algo?
—Lo harás, te quiero a ti, con un gran lazo rojo y nada más.
—¿Ni siquiera un poco de encaje rojo? —preguntó.
Sentía como mi pene se estremecía entre mis pantalones al imaginármela
con lencería roja.
—Encaje rojo —dije, moviendo la cabeza—. Me gusta el encaje rojo.
Guiñó el ojo.
—Ya veremos.
—Eres muy mala —me quejé—. Voy a estar sufriendo.
—Tal vez si eres un buen chico, me escabulliré a tu cabaña de nuevo.
—Más te vale —gruñí.
Se levantó de la mesa, con la camisa en la parte alta del trasero y no
dejaba de mirarla. Me levanté para seguirla a la cocina, estaba parada en el
fregadero cuando me acerqué por detrás apretando una de sus nalgas y
besando suavemente su cuello.
—Me vas a dificultar mucho la salida —susurró, inclinando la cabeza a
un lado y dándome acceso total a su cuello.
—Ese es mi plan —respondí, acercándome a ella dejándola sentir la
erección que sobresalía de mi ropa interior.
Me acerqué, deslizando mi mano sobre su pecho antes de meterla entre
el lavabo y su cuerpo. Encontré mi camino bajo las bragas, deslizando un
dedo dentro de su calor húmedo, ella no se resistió, así que tomé eso como
una señal para seguir adelante y divertirnos un poco antes de que se fuera.
La tomé, hasta que ambos estábamos jadeando y gimiendo con placer.
—Haces que sea muy difícil irse —jadeó, volviéndose hacia mí.
Me levanté la ropa interior y dejé caer un beso en sus labios.
—Ese era el plan.
Golpeó mi pecho desnudo y, el calor de su palma prácticamente me
quemó.
—Tengo que irme.
Me alejé, dejando que se vistiera.
Me vestí rápidamente antes de acompañarla a su vehículo.
—Por favor, vuelve —le dije.
—Hablaré con mi madre.
—Estoy seguro de que estará más que feliz de venir aquí, y sé que las
chichas estarán encantadas, espero verlas a todas.
Me dio un beso rápido antes de entrar en su auto, abrí la puerta y me
despedí mientras salía del estacionamiento.
Esa chica estaba haciendo que deseara compañía, siempre había pensado
que estaba bien estar solo.
Me estaba haciendo replantear todo lo que sabía de mí mismo.
Capítulo Veinte
Corina
Mi viaje a las montañas se estaba volviendo adictivo. Una vez más,
sentía como mi cuerpo vibraba, era una especie de satisfacción y cosquilleo,
realmente placentero. Nunca había tenido la inclinación a experimentar con
drogas durante mi juventud, pero tenía la sensación de que la euforia que
sentía era lo que los adictos perseguían. Quería otra ronda con Enmanuel, el
corto encuentro en la cocina había sido satisfactorio, pero yo quería más.
Sabía que estaba brillando, estaba feliz y eso se reflejaba.
Me reí al llegar al frente de la casa de mi madre, sus decoraciones
navideñas estaban esparcidas por el césped, la conocía muy bien, una vez
que las niñas se iban arreglaba todo de la manera habitual.
Toqué la puerta antes de entrar.
—Estoy aquí —llamé.
Podía oler las galletas, era la receta, no tan secreta de mi madre, un toque
de extracto de menta.
—Aquí —dijo.
Entré en la cocina y descubrí que era sólo ella.
—¿Dónde están las chicas?
—Me ayudaron con un lote de galletas y declararon que estaban listas.
Están en el cuarto de atrás jugando con sus muñecas.
Cogí una galleta y le di un mordisco.
—¿Estaban buenas?
—Por supuesto. ¿Lo estaba?
—¿Estaba qué? —pregunté, disfrutando de la galleta húmeda.
—¿Estuvo bueno?
Me detuve con la galleta a medio camino de mi boca.
—¡Mamá!
—Oh por favor, no soy virgen. ¿Te lo pasaste bien?
No podía evitar que la sonrisa se extendiera por mi cara.
—Lo hice, me la pasé muy bien, gracias por cuidar a las niñas.
—Sabes que me encanta pasar tiempo con ellos.
—Está solo ahí arriba —le dije.
—Eso debió ser un fin de semana muy agradable.


Lo fue, pero quise decir que está solo, no tiene familia, y dice que no le
importa. Le creo cuando dice que está en paz allí, es difícil no estarlo, el
retiro es absolutamente idílico, pero está solo.
Parecía pensativa.
—¿Eso te hace quererlo más o menos?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Lo invité a pasar Navidad con nosotras.
Levantó sus cejas.
—¿Lo hiciste?
Asentí.
—Lo hice.
—Corina, eso es maravilloso, me alegro por ti.
—Me dijo que no —dije, reventando su pequeña burbuja—. Sin
embargo, nos invitó, a las cuatro, a pasar Navidad en el retiro.
Brincó poniéndose una mano en el corazón.
—Oh, Dios mío, eso es muy generoso.
—No vamos a ir, no vamos a invadir su casa, creo que sólo estaba siendo
amable.
—¿Por qué no? ¿Tendrá invitados?
—No, pero...
—Corina, acabas de decirme que el hombre no tiene a nadie. ¿De verdad
vas a dejarlo ahí arriba solo? ¿En Navidad?
Me encogí de hombros.
—Dice que le gusta la tranquilidad.
Me miró antes de asentir.
—Creo que me gustaría tener la oportunidad de escapar, y me encantaría
conocer el lugar, las chicas han hablado de ello sin parar este fin de semana.
Yo quería ir, deseaba regresar, sin embargo esperaba que mi madre me
dijera que era una mala idea, que me convenciera de que era un error lo que
sea que estuviera pasando entre ambos. Me estaba haciendo sentir cosas que
tenía miedo de sentir, si me decía que era una idea horrible y que dañaría a
las chicas, no iría, sería capaz de decirle que no y no sentirme mal por ello.
Lo anhelaría, pero estaría segura de saber que estaba haciendo lo correcto.
—Mamá, no sé si quiero salir de la ciudad para Navidad —dije, tratando
de animarla a que me diera la excusa que necesitaba.
—¿Adónde vamos? —Lucía preguntó.
Me di la vuelta, sin darme cuenta de que habían entrado en la cocina.
—¿Qué? ¿Irse? No vamos a ninguna parte.
—Dijiste que no quieres ir —me recordó ella—. ¿A dónde no quieres ir?
Miré a mi madre, preguntándome si me había tendido una trampa.
—A ninguna parte, y no deberías escuchar las conversaciones de la
gente.
Lucía no me creyó. Mi madre sonrió y miró a mi hija.
—Tu madre me estaba diciendo que le gustaría salir de la ciudad por
Navidad.
—¿En serio? —Elisa preguntó—. ¿Dónde?
Estaba en aprietos, en el momento en el que les dijera a donde teníamos
pensado ir, no se iban a rendir, y aunque yo tenía la última palabra, no sería
capaz de soportar sus ruegos y súplicas para que volviera.
Me resigné a la situación.
—¿Qué les parecería volver al retiro para quedarse un par de días para
Navidad?
Lucía y Elisa empezaron a saltar y a aplaudir.
—¡Sí! —gritaron al unísono.
Con ese tipo de reacción, no había forma de que pudiera cambiar de
opinión, sólo esperaba que Enmanuel no cancelara su oferta, eso destruiría a
las chicas y entonces yo tendría que destruir sus hermosas bolas.
Miré a mi madre, que sonreía con una mirada de satisfacción en su
rostro, y giré para mirar a las niñas.
—Enmanuel nos ha invitado a quedarnos un par de días, la Nana
también irá con nosotras, tendremos la cena de Navidad allí y nos
quedaremos una o dos noches.
Quería poner las expectativas bastante bajas, por si acaso, sabía que no le
daba suficiente crédito a Enmanuel, pero el tiempo y la experiencia me
habían enseñado a ser cuidadosa, especialmente en lo que respecta a los
corazones de las chicas, me negaba a que fueran lastimadas por otro
hombre.
—¡Sí! —gritaron al unísono.
—Podemos ir a ver los pájaros de nuevo —dijo Lucía con una sonrisa.
—Y vamos a dar otro paseo por la naturaleza —respondió Elisa.
—Quiero volver a jugar a los juegos junto al fuego —añadió Lucía—.
Esta vez me llevaré mi libro.
—Supongo que está decidido —dije, mirando a mi madre—. Será mejor
que llame a Enmanuel y se lo haga saber, espero que sepa en qué se está
metiendo.
—Tengo la sensación de que estará muy contento con la noticia —dijo
mi madre.
No podía evitar sonreír.
—Creo que tienes razón en eso, parecía disfrutar de las chicas cuando
estuvimos allí, es un hombre muy sociable, o al menos, siento que es muy
extrovertido, es difícil imaginarlo pasando tanto tiempo solo.
Mi madre se encogió de hombros.
—Tal vez por eso es que es social, ansía el contacto humano.
—¿Vamos a tener regalos allí? —Elisa preguntó.
—Podríamos tener un par —respondí—. Celebraremos la Navidad en
familia en un lugar hermoso, esto se tratará más sobre estar juntas y menos
sobre regalos, podemos tener nuestros regalos en casa.
No parecía convencida.
—¿Tendremos un regalo? Es Navidad, tenemos que tener regalos.
—Ya veremos —dije—. Creo que jugaremos, beberemos chocolate
caliente y tal vez cantaremos villancicos. ¿No es un regalo bastante grande?
Las dos chicas me miraron como si estuviera loca. No diría que estaban
mimadas, pero se habían acostumbrado a abrir una pila de regalos en la
mañana de Navidad, tendría que ponerme creativa con ese lado de las cosas.
—Creo que eso suena encantador —añadió mi madre, apoyándome.
Sonreí a las chicas y las eché de la cocina.
—Vayan a buscar sus cosas, tenemos que ir a casa.
Una vez que salieron de la cocina, me volví hacia mi madre, tenía una
sonrisa pícara, estaba feliz por todo lo que había pasado.
—Estoy deseando conocer a tu hombre —dijo—. Hablaremos de la
comida esta semana.
—Enmanuel quiere ordenar todo, aunque le dije que insistiría en hacer
un jamón.
—¡No puede pedir comida! —dijo ella, horrorizada—. Yo me encargaré
de la cena, será mi forma de agradecerle su generosidad, supongo que hay
una cocina.
Asentí.
—En realidad no la vi, pero él dijo que sí, de todas formas, en su cabaña
hay una pequeña.
—¡Grandioso! ¡Esto va a ser muy divertido! No puedo esperar a
decírselo a las chicas del club de lectura esta noche, van a estar muy
celosas.
Sonreí, de verla tan feliz, se merecía un poco de alegría en su vida.
—Estoy segura de que lo apreciará, se lo haré saber. Gracias, mamá, por
todo, aprecio que cuides a las niñas.
—De nada, solamente quiero que seas feliz. Sé que dices que no
necesitas un hombre en tu vida pero tener a alguien con quien caminar por
la vida es un tesoro, y si lo encuentras, no debes dejarlo ir.
Sacudí la cabeza.
—Te estás adelantando mucho, es una comida juntos.
—Creo que es más que eso, pero lo prometo, no diré ni una palabra.
Puse los ojos en blanco.
—Mentirosa, sé que no dejaras de pedirme información o de animarme
para que vaya tras él.
Se echó a reír.
—Soy tu madre, ¡por supuesto, lo haré!
Podía notar su emoción, y dudaba que fuera sólo por ir a pasar Navidad
al retiro, quería conocerlo, y yo estaba de acuerdo con eso. Le di un abrazo
rápido antes de acompañar a las chicas a la puerta.
Ya con las niñas en el auto, nos dirigimos a la casa. Hablaban in parar de
lo que harían en el retiro, me encantaba verlas tan emocionadas, no podía
comprarles regalos elegantes o llevarlas a Disneylandia, lo que significaba
que no las veía a menudo tan alegres por algo. Enmanuel no tenía ni idea
del regalo que me había dado, ya estaba pensando en las muchas maneras
en que le iba a agradecer por ser tan amable.
—Esta vez tendremos que asar malvaviscos —les dije—, y tal vez
salchichas, no hay nada mejor que una salchicha asada en una fogata.
—¿En serio? —Elisa preguntó con emoción—. ¿Podemos hacer una
fogata?
—No sé si una fogata, pero creo que Enmanuel nos dejará asarlos sobre
el fuego de la chimenea, necesitaremos hacer una lista de cosas para llevar.
Estaba hablando más conmigo mismo que con ellas, hacía una lista
mental de las comidas, ropa y juguetes para mantener entretenidas a las
niñas.
—¿Es tu novio? —Lucía preguntó y casi me salgo de la carretera.
—¿Qué?
—¿Te gusta? —presionó.
—¿Por qué preguntas eso? —pegunté, sintiéndome completamente
culpable.
—Parece que le gustas —dijo ella, sonando mucho mayor para sus ocho
años.
—Te sonreía mucho, hay un chico en mi clase que me sonríe, y mi
amigo me dijo que le gusto.
—Somos amigos —respondí con sinceridad.
—Me gusta —anunció Elisa.
—A mí también —Lucía estuvo de acuerdo.
No podía esperar a llamarlo más tarde, se lo había prometido antes de
irme.
Pasé las siguientes horas limpiando la casa y asegurándome de que las
chicas hicieran sus tareas, dejé que vieran un poco de televisión mientras yo
usaba la portátil para hacer un poco de compras navideñas, tenía en mente
un regalo especial para alguien muy especial.
Esperé para llamarlo hasta después de que las chicas se acostaran, tenía
la sensación de que se iban a dormir pensando en sus próximas vacaciones,
sabía que sería así. Me metí en mi habitación, cerré la puerta para que no
me oyeran, e hice la llamada que me moría por hacer todo el día.
—Hola —le dije cuando cogió el teléfono.
—Hola, estaba pensando en ti.
—Oh, ¿en qué estabas pensando? —pregunté en voz baja.
Su risa de barítono me puso la piel de gallina.
—No creo que pueda decirlo por teléfono, podría ser ilegal.
Sonreí.
—Es curioso, yo tenía pensamientos similares.
—¿Hablaste con tu madre y las chicas? —preguntó.
—Sí, lo hice, y todas están encantadas con la idea de pasar unos días allí.
¿Estás seguro de que estás preparado? Será cualquier cosa menos pacífico.
—Estoy listo, y muy emocionado, no puedo esperar. Prometo que me
aseguraré de que sea una Navidad especial para ellas y para ti.
No podía evitar sonreír, sabía que lo haría.
—No puedo esperar.
Capítulo Veintiuno
Enmanuel
Bajé la escalera y di un paso atrás, no podía evitar sonreír, el comedor se
veía increíble, no quería que mi ego se elevara pero, había hecho un gran
trabajo, estaba como para hacer una gran sesión de fotos para el sitio web
del retiro. Había hecho un esfuerzo extra para asegurarme de que fuera
perfecto.
Saqué la escalera del centro de la habitación y miré a Antonio, que me
había estado dirigiendo desde abajo, su ayuda había hecho que las cosas se
movieran mucho más rápido y me ahorró la molestia de subir y bajar la
escalera un millón de veces para asegurarme de que la fila de luces
estuviera recta.
—Dale —le dije.
Sonrió y apagó las luces principales antes de pulsar el botón para
encender las cientos de luces parpadeantes que había colocado en las vigas
del techo, me acerqué al gran árbol que ambos habíamos cortado del
bosque, de nuestra propiedad. Quería un árbol enorme, desafortunadamente,
después de arrastrarlo hasta el comedor, me di cuenta de que no cabría
fácilmente a través de una puerta pequeña.
Con muchos insultos y gruñidos, lo metimos dentro y lo pusimos delante
de las ventanas en arco que daban al bosque, y aunque no sabíamos lo que
estábamos haciendo lo decoramos de la mejor manera posible, al
encenderlo, parecía una gran explosión. El alcohol que habíamos
consumido mientras decorábamos probablemente lo hizo un poco más
divertido.
—Maldición —dijo con reverencia en su voz—. Esto es increíble, estoy
tentado de quedarme.
Di unos pasos atrás y asentí.
—Perfecto, es absolutamente perfecto. El interior coincide con el
exterior, no puedo esperar a que lo vean.
Estaba asombrado por la belleza, habíamos hecho todo lo posible, quería
que la visita de Corina y su familia fuera especial. Había ido a Home Depot
con la intención de recoger unos cuantos hilos de luces pero, cuando me di
cuenta regresé con mi camioneta cargada con la mitad del departamento de
navidad, justifiqué el gasto diciéndome a mí mismo que podría usar los
adornos en los años venideros.
—Esto es bastante asombroso —Antonio estuvo de acuerdo—. Podemos
usar estas luces para bodas y celebraciones de cumpleaños, debimos hacer
esto hace años.
—Estoy de acuerdo, y ahora no estoy tan seguro de querer ampliar el
comedor, tiene un encanto especial.
El polvo de la nieve fuera de los grandes ventanales del comedor hacía
que pareciera algo salido de un cuadro de Thomas Kinkade, era
espectacular y sabía que a las niñas les iba a gustar, me emocioné al
imaginar sus caras cuando les mostrara el comedor, incluso el Grinch más
grande del planeta se transformaría en un amante de la Navidad después de
ver nuestra exhibición.
—Realmente te superaste a ti mismo —dijo mi amigo parándose a mi
lado—. Esto parece muy profesional.
—¿Creerías que este es el primer año que pongo un árbol de verdad? —
pregunté.
—Sí, lo creería, recuerda, que era yo quien intentaba decorar el maldito
retiro contigo.
—No puedes culpar a mi inexperiencia, creo que el whisky agrio que me
obligabas a beber tenía algo que ver con mi torpeza.
Se rio.
—Buena historia, sigue con eso.
Sonreí.
—Esa es mi historia y me mantengo fiel a ella.
—Voy a buscar la cámara, esto tiene que salir en la página web, tengo el
presentimiento de que estaremos ocupados durante los próximos diez años
por la forma en que esto se ve, todo lo que falta es una linda familia,
vestidos con pijamas que combinen.
Me reí entre dientes.
—Me aseguraré de conseguir una foto de Lucía y Elisa asando
malvaviscos sobre el fuego, Corina dijo que no paran de hablar de eso. No
tomes una foto antes de que ponga esos centros de mesa.
Se quejó.
—Suenas como una chica.
—Trabajé duro en esas cosas y vi el mismo video instructivo al menos
cien veces, tú busca la cámara y yo los centro de mesa.
—Me alegra saber que no estarás solo —dijo, con la voz seria.
Sonreí.
—A mí también, tengo suficiente comida en la despensa para alimentar a
un pequeño ejército y darles bocadillos bajo la luna, además de eso, mucho
vino, champán y un poco de ron para evitar el frío.
—Sólo estás un poco excitado —dijo con una risa.
Aplaudí, mirando alrededor del comedor.
—Sólo un poco.
—Esto es ciertamente exagerado —comentó—. Creo que nunca había
tenido una Navidad como esta, es como estar en el país de las maravillas
pero en la vida real.
—Quiero que las chicas tengan una experiencia única, que vean la
belleza de la Navidad y se sientan importantes y especiales. Corina sigue
diciéndome que no se trata de los regalos, y tiene razón, deseo que sientan
realmente la magia de la temporada, y estoy creando todo para que sea así.
Se rio de nuevo.
—Definitivamente estás preparando algo, estoy seguro de que les va a
encantar, y odio ser un aguafiestas, pero necesito llegar al aeropuerto, va a
ser una locura.
—Te llevaré —dije.
—Gracias, mis cosas ya están en el auto. ¿Me sigues a mi casa?
—Estaré justo detrás de ti.
Antes de salir del comedor apagué todas las luces y eché una última
mirada alrededor, queriendo asegurarme de que cuidaba cada detalle.
Cuando salí del salón, las luces de los bastones de caramelo que bordeaban
el camino a ambos lados brillaban con fuerza, además de eso, tenía una luz
de proyección plantada en el suelo frente a la pared del comedor que
producía copos de nieve giratorios.
Antonio ya se había ido después de que buscara mi abrigo en mi cabaña.
Conduje hasta su casa, lo recogí y me dirigí al pueblo. Estaba repasando
todos mis planes y las decoraciones en mi cabeza, debía ser perfecto, sabía
que era mucho pedirle a Corina que dejara sus tradiciones familiares
habituales para que la pasara conmigo, y necesitaba que las cosas salieran
perfectamente para que no se arrepintiera de su decisión.
—¿Hiciste la presentación? —Antonio me preguntó mientras conducía
por la autopista de dos carriles hacia la ciudad.
Me encogí de hombros.
—No sé si siquiera importa, creo que necesito centrar mis esfuerzos en
hacer crecer el retiro por mi cuenta.
—Le gustaste al tipo —insistió—. Podrías hacer mucho con una infusión
de dinero.
—Estoy en un punto en el que creo que puedo tomar un préstamo del
banco, no sería exactamente medio millón, pero podría conseguir una
cantidad generosa y hacer algunas mejoras en el lugar. Eso traerá más
ingresos, será un proceso lento, pero lo conseguiré.
—No te rindas —dijo severamente—. Haz tu mejor presentación y lucha
por ese dinero, ayudas mucho a la vida silvestre, tienes la reputación en la
zona de rehabilitar a los pájaros heridos y otras aves en forma no oficial, la
gente te conoce y sabe de tu trabajo, sé que les encantaría ver que puedes
hacer más.
Me encogí de hombros.
—Ya veremos, no me estoy rindiendo, pero ya no hago una lista de
deseos.
—Lleva a Corina y a sus hijas —dijo.
—¿Llevarlas a dónde? —pregunté, mirándolo.
—A Nueva York, puedes hacerlos pasar por tu familia.
—¡No! —prácticamente grité—. No voy a hacer un plan para conseguir
dinero, especialmente una donación, eso no está bien.
—Que te exijan que te cases y tengas hijos no está bien —respondió—.
Eso es arcaico, hay muchos hombres y mujeres solteros que lo hacen bien
por su cuenta, no todos necesitan graduarse de la escuela secundaria e
inmediatamente caminar por el pasillo.
Sacudí la cabeza otra vez.
—No puedo hacerlo.
Se burló.
—No tienes que presentarla necesariamente como tu esposa, tal vez con
su presencia sea suficiente, por supuesto, si tuviera un anillo brillante en su
dedo, podría ayudar a sellar las cosas.
—De ninguna manera, y tampoco voy a pedirle que lo haga. Ella me
diría que me fuera a la mierda, y no voy a arruinar lo que sea que podamos
tener mintiendo y maquinando.
—Te gusta —dijo.
—Duh, eso es un hecho.
—¿Por qué no hablas con ella sobre la situación? —sugirió—. Si le
gustas lo suficiente, podría ofrecerse a ser tu amante del día para ayudarte,
nadie va a salir herido, es una simple reunión y ya. Una vez que tengas el
dinero, puedes decirles que ella te dejó. Demonios, eso podría incluso
conseguirte más dinero.
Sacudí la cabeza.
—Estoy preocupado por tu alma.
—Mi alma está bien.
—Ella nunca lo aceptaría —dije, pensando en la ridícula idea.
—Pero podría. ¿Qué tiene de malo preguntar?
—Puede que no quiera volver a hablarme nunca más —me quebré—. Si
cree que la estoy usando o a las niñas, me echará a la calle, y aunque no la
conozco bien, sé que no es ese tipo de mujer.
Me detuve en la zona de entrega y estacioné la camioneta.
Antes de bajarse, se giró para mirarme.
—Tu futuro depende de esto, y el mío está ligado al tuyo, no me
decepciones.
—Haré lo que pueda, pero no mentiré —le dije.
Se encogió de hombros.
—Como quieras.
Me bajé de la camioneta pera estrechar su mano.
—Que tengas una gran Navidad y te empapes de todo ese sol, vas a
necesitarlo para que te acompañe durante los próximos meses.
Se rio.
—Lo haré. Que tengas una buena Navidad, disfruta de tu nueva familia.
—Ha. Ha.
—Oye, no es mentir o engañar si es verdad. Pasarás las vacaciones con
ella, su madre y sus hijas, creo que eso te pone muy cerca de tener una
relación.
—Vete —le ordené, no queriendo escuchar sus planes ni un minuto más.
Todavía se estaba riendo cuando entró en el aeropuerto. Volví a la
camioneta y me alejé, pese a que su idea no estaba mal, no me sentía
cómodo con ella, pero también era injusto que me excluyeran por ser
soltero.
Iba a esperar después de Navidad, había una buena posibilidad de que su
madre me odiara y de que las niñas la pasaran mal, no tendría que
preocuparme por pedirle que fuera mi esposa falsa si no me hablaba más.
Pasé por un restaurante de comida rápida antes de dejar la ciudad y
volver a casa. Todavía había algunas cosas más que quería hacer para
preparar el lugar, además de eso debía alistar la cabaña que le asignaríamos
a su madre.
Me había esforzado más en preparar el lugar para Corina y su familia
que en una semana de huéspedes de pago.
Cuando volví al retiro, ya había pensado en más cosas que quería hacer.
Iba a estar muy ocupado todo el día y hasta bien entrada la noche, todo
tenía que ser perfecto.
Absolutamente perfecto.
Después de escuchar la historia de las chicas, quería que supieran que
eran especiales y que eran dignas, necesitaba hacer que sus vacaciones
fueran magnificas, no podía imaginar lo que debió haber sido para ellas ser
abandonadas por su padre.
Era un pedazo de mierda y se lo diría si tuviera la oportunidad, le haría
saber que era un maldito tonto por alejarse de una hermosa esposa y dos
hermosas hijas, no merecía conocerlas.
Los trataría como las princesas que son.
Capítulo Veintidós
Corina
Me recosté en mi silla, satisfecha con lo que había logrado, había tomado
un completo y total desastre y lo había convertido en un gran paquete, tenía
la sensación de que Joe me estaba probando al darme un cliente tan difícil,
pero estaba segura de que había pasado la prueba con éxito.
Darme una palmadita en la espalda era bien merecido. Revisé la hora,
había estado contando los minutos para salir del trabajo, era mi último día
antes de Navidad. Las chicas sólo tenían medio día en la escuela y luego
estábamos oficialmente en vacaciones, estaba muy emocionada por tener a
alguien con quien pasar la fecha.
Me encantaba la Navidad, pero normalmente era un día de compras y
preparativos frenéticos, seguido de un día de limpieza y caos para tratar de
restaurar el orden en la casa. Me sentía elegante, íbamos a salir de la ciudad,
a un centro turístico.
No se lo había dicho a nadie excepto a Sofía, pero me moría por gritarlo
desde los tejados. Respiré profundo, tratando de concentrarme nuevamente
en el trabajo. Revisé lo que había hecho una vez más antes de enviárselo a
Joe. Dos segundos después de pulsar el botón de envío, mi jefe estaba en la
puerta de mi oficina.
—Eso fue rápido —comenté.
—¿Qué quieres decir?
—Acabo de enviarte el archivo del nuevo cliente que me diste hace un
par de semanas.
—¡Oh! —exclamó con genuina sorpresa—. ¿Lo terminaste?
—Sí, todo está listo para un nuevo trimestre.
Entró y tomó asiento sin molestarse en esperar una invitación.
—Nunca dejas de impresionarme.
—Gracias.
—En realidad es por eso que estoy aquí —dijo.
Mi estómago se tambaleaba la emoción. Metió la mano en el bolsillo
interior de su traje y sacó un sobre.
¡Bono de Navidad!
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, esperaba uno, pero no contaba
con ello.
—¿Qué es esto? —pregunté despreocupadamente.
Se rio.
—Creo que lo sabes, pero te lo diré de todas formas, es un bono y no
sólo porque es Navidad, es una recompensa por hacer tan buen trabajo, este
equipo no estaría donde estamos hoy si no fuera por ti. Recordé cuando te
contraté por primera vez, estabas recién graduada y mis superiores me
dijeron que buscara a alguien con mayor experiencia, pero yo vi en ti una
gran determinación y supe que serías buena.
Sonreí, ruborizándome un poco, no estaba acostumbrada a que me
felicitaran, eso me hacía sentir como una estrella, y aunque a veces parecía
forzado, él seguía diciéndolo. Tenía que creerlo.
—Aprecio tus amables palabras —le dije.
—No son sólo palabras, Corina. Lo digo en serio, sé que puedo ser un
poco exagerado a veces, pero digo la verdad cuando te digo que eres
realmente un activo preciado para esta compañía y para mí, me has hecho
una estrella brillante en esta empresa y quiero transmitirte eso. Creo que es
hora de que hablemos de adónde vas a partir de aquí.
Mi excitación anterior se evaporó, esas palabras generalmente no
llevaban a nada bueno.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, tratando de entender todo lo que
estaba pasando.
—Quiero decir, has sido invaluable para mí, eres mi mano derecha, y me
gustaría hacerlo oficial.
Se me secó la boca.
—¿Cómo?
No quería emocionarme demasiado, sabía que había mucha gente en la
oficina que había trabajado allí por más tiempo que yo y tenía mucha más
experiencia. Había rumores de que Joe ascendería, y que la única manera de
que eso pasara es que alguien ocupara su lugar como gerente de nuestro
departamento de contabilidad.
—Creo que después de que comience el próximo año, es hora de
empezar a hablar de hacerte el gerente del departamento.
Me tomó un segundo procesar las palabras.
—Gracias.
—Te lo mereces, trabajas duro y pones el listón muy alto.
Asentí.
—He trabajado muy duro para esto. ¿Alguien más lo sabe?
Sonrió.
—Sólo la gente que lo necesita.
—Te lo agradezco, Joe, de verdad que sí. Te prometo que mantendré la
dedicación y el trabajo duro cuando me asciendan, me gusta hacer bien mi
trabajo.
—Es bueno saberlo porque odiaría despedirte después de promocionarte
—dijo con un guiño.
Abrí mi boca.
—¡No!
—Estoy bromeando, no tengo ninguna duda de que lo harás muy bien.
—Gracias. Espero que sea un buen momento para recordarte que saldré a
la una hoy.
Asintió.
—No te preocupes, que tengas unas buenas vacaciones.
—Gracias, realmente aprecio tus elogios, sólo me hace querer hacerlo
mejor.
—Cuento con eso —dijo antes de salir.
Esperé unos treinta y dos segundos antes de romper el sobre. Sentía que
mi corazón se aceleraba a medida que veía los números del cheque, de
verdad le gustaba mucho mi trabajo.
Podía sentir las lágrimas brotar en mis ojos, había trabajado
incansablemente durante dos años para llegar a donde estaba. Cuando Trent
nos abandonó, pensé que estábamos destinados a una vida de pobreza.
Después de pasar demasiados días llorando y sintiéndome como un
completo pedazo de mierda, me levanté, me desempolvé y decidí que podía
criar a mis hijas sola.
Revisé la hora de nuevo y decidí que ya había trabajado bastante. Quería
pasar por el banco a depositar el cheque y luego pasar a buscar a las chicas,
estaba ansiosa de que nuestras vacaciones comenzaran. Se suponía que no
íbamos a ir a casa de Enmanuel hasta la víspera de Navidad, pero me
preguntaba si se molestaría si subíamos un día antes.
Le dejé un mensaje en el buzón de voz y en el correo electrónico,
empaqué mi portátil, mi bolso, y salí de la oficina. Caminé hasta el cubículo
donde Sofía se estaba limando las uñas.
—¿Trabajando duro? —pregunté.
Levantó la cabeza.
—Nadie está trabajando duro hoy, ni si quiera debimos haber venido a la
oficina, nadie es productivo.
Sonreí.
—Me voy de aquí.
Frunció el ceño.
—No es justo.
—Me salté la manicura y me partí el trasero —dije con una sonrisa—.
Que tengas una linda Navidad.
—Creo que tu Navidad va a ser mucho mejor, vas a tener mucho sexo.
—Shh —fruncí el ceño—. No voy a tener mucho sexo, mi madre y mis
hijas estarán allí.
—Oh, por favor, te colarás en su cama.
Sonreí.
—Podría.
Salí de la oficina, me ocupé de unos recados y llegué a la escuela de las
niñas justo cuando salían.
—¿Qué piensan ustedes de ir al retiro mañana? —pregunté.
Ambas gritaron su aprobación al mismo tiempo.
—¿Podemos, mamá, podemos? —Elisa preguntó.
—Necesito llamar y ver si Nana está de acuerdo, además debo
preguntarle a Enmanuel si podemos.
—¡Quiero irme ahora! —exclamó Lucía.
Me reí.
—Tenemos que empacar y hacer algunas en casa antes de poder irnos.
Se quejaron, pero aceptaron limpiar sus habitaciones y ayudar con sus
maletas. Esperé a que las chicas estuvieran en sus habitaciones antes de
irme a mi cuarto y llamar a Enmanuel, estaba segura que no le molestaría
que nos fuéramos un día antes, pero quería preguntar antes.
—Hola —le dije cuando respondió.
—Hola —me saludó.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
Me agradaba mucho su suave risa, haciéndome recordarlo en la cabaña y
no podía evitar sonreír.
—Me estoy ocupando de algunas cosas antes de que llegues.
—¿Eso significa que no estás listo para la compañía? —pregunté, sin
poder ocultar mi decepción.
—Estoy muy listo para la compañía —dijo.
—¿Incluso si dicha compañía se adelanta un día? —pregunté
tentativamente.
—¿En serio?
—Si no hay problema —dije—. Terminé de trabajar temprano y las
niñas ya no tienen escuela.
—Absolutamente, me encantaría que vinieras temprano, todo está listo.
Tengo una cabaña para tu madre si ella lo desea y una para mí, de todas
formas si prefiere quedarse con ustedes no hay problema.
—Hablaré con ella, pero tengo el presentimiento de que apreciará su
propia cabaña.
—¡Grandioso! Me muero por verlas.
Sonreí, tratando de calmar los nervios que se apoderaban de mí.
—¿Hay algo que pueda aportar?
—Sólo ese cuerpo sexy —dijo con una risa.
Sus cumplidos siempre se sentían genuinos.
—Mi cuerpo estará allí, tal vez incluso con las campanas puestas.
—Me gusta cómo suena eso —dijo con voz ronca.
Terminé la llamada y rápidamente llamé a mi madre, quien estaba de
acuerdo en adelantar nuestro viaje. Tranqué dejando el teléfono a un lado
para respirar profundamente, estaba nerviosa por volver a verlo, tal vez la
idea de que mi madre lo conociera, hacía que me sintiera así, me hacía
darme cuenta de que no era una simple relación de fin de semana.
No estaba preparada para la realidad, o al menos, no creía estar lista, no
quería enamorarme de un hombre que me rompiera el corazón, Enmanuel
era guapo, exitoso y estaba fuera de mi alcance, no era el tipo de hombre
que se fijaría en una mujer con dos niñas.
Dejé los nervios a un lado, aunque nuestra historia no terminara con un
“felices para siempre” iba a disfrutar del momento. No quería que las chicas
se encariñaran demasiado con él, pero eso no significaba que no
pudiéramos pasar unos días lejos de nuestras aburridas vidas en la ciudad,
sería una Navidad especial, una que podríamos recordar con cariño.
Enmanuel dijo que no quería que trajéramos nada, pero no podía
aparecer con las manos vacías. Caminé por el pasillo, revisando las
habitaciones de las niñas, asegurándome de que estuvieran limpiando, entré
en la cocina y saqué los ingredientes para hacer un pastel de nuez.
Levanté mi teléfono y encendí la estación de Navidad en Pandora, era la
primera vez en mucho tiempo que me sentía realmente feliz, incluso con
Trent cerca, no me había sentido así, desde que apareció en mi vida sabía
que en algún momento me dejaría, por muy extraño que parezca.
Mi madre me había dado un sermón sobre el embarazo de Lucía cuando
mi matrimonio era un desastre, pero ingenuamente pensé que un bebé lo
mejoraría, y no me arrepiento de haber tenido dos niñas hermosas.
—¿Puedo ayudar? —preguntó Lucía, viniendo a la cocina.
Sonreí, me agaché y la abracé fuerte.
—Absolutamente. ¿Dónde está tu hermana?
—Está viendo la televisión.
Agarré el taburete y lo arrastré hasta el mostrador para ella.
—¿Estás emocionada?
—Mucho. ¿Podemos construir un muñeco de nieve?
—No estoy segura de que haya nieve ahí arriba.
—¿Pero podemos asar malvaviscos? —preguntó.
Sonreí, probablemente era la décima vez que me lo pedía.
—Sí, prometo que prenderé fuego a una cabaña si es necesario y puedes
asar malvaviscos hasta que tu corazón esté contento.
—¡Mamá! ¡No puedes iniciar un incendio!
Me reí, me encantaba la manera como los niños tomaban las cosas
literalmente.
—No encenderé un fuego, pero prometo que encontraré la forma de asar
malvaviscos contigo.
Me miró, con su carita radiante. A veces, cuando miraba a mis hijas,
sentía que mi corazón estallaría de amor, no le tenía cariño a Trent, pero
nunca podría odiar al hombre que me había dado los dos mejores regalos
del mundo.
Capítulo Veintitrés
Enmanuel
Revisé varias veces las decoraciones asegurándome de que todo
estuviera perfecto. Me aseguré de que hubiera suficiente comida tanto para
los aperitivos como para el resto de las comidas, era mi primera vez como
anfitrión, y aunque anteriormente había recibido muchos grupos e invitados,
Corina y su familia eran diferentes, no estaría trabajando y eso también era
nuevo para mí.
Me miré en el espejo para asegurarme de no tener nada entre los dientes
antes de arreglar mi cabello con mis dedos. Estaba nervioso, conocer a los
padres de una mujer que interesaba de verdad era algo raro, lo único que
sabía de ella era que iba a ser muy exigente. Querría asegurarse de que sus
nietas y su propia hija no se metieran en otra mala situación.
Iba a comportarme de la mejor manera posible. Cuando mi teléfono sonó
alertándome de un mensaje de texto, mi corazón se aceleró, debía ser ella,
revisé rápidamente dándome cuenta que venían por la carretera.
Agarré mi chaqueta y salí a esperarlas. Escuché los neumáticos crujiendo
sobre la grava en el área de estacionamiento, y unos segundos más tarde, se
estaba deteniendo a unos metros de mí.
Me acerqué al auto para abrir su puerta.
—Hola.
—Hola —dijo, saliendo del vehículo—. Voy a abrir la puerta trasera,
prepárate.
Me reí entre dientes, apartándome del camino, Elisa salió del auto y
Lucía por el otro saltando y bailando.
—Hola, chicas —las saludé.
—¡Estamos aquí, estamos aquí! —exclamó Elisa.
—Él puede verte —dijo Lucía secamente.
—Estoy feliz de verlas —les dije a ambas.
Elisa me dio un abrazo antes de alejarse.
Miré hacia arriba para ver una versión más antigua de Corina cerca de la
parte delantera del vehículo, me parecía que tenía unos cincuenta y tantos
años, su cabello tenía un toque de gris con los mismos rizos suaves, lo
llevaba mucho más corto que el de su hija, lo que la hacía ver mucho más
madura.
—Hola —dije con una sonrisa—, mi nombre es Enmanuel.
—Es un placer conocerte, Enmanuel. Soy Laura, o como todos me
llaman, Nana.
—Encantado de conocerte, Laura —le dije, sin sentirme en confianza
para llamarla Nana.
—Gracias por invitarnos, tienes un hermoso lugar aquí.
Sonreí, mirando a Corina que parecía un poco nerviosa. Le devolví la
sonrisa a Laura.
—Eres bienvenida, pero debería ser yo quien debería agradecerte por
dejarme ser parte de tus vacaciones.
Laura sonrió, y miró a su hija con una especie de mirada secreta que no
podía entender, pero al parecer Corina sí.
—Gracias por invitarnos —dijo Corina.
Asentí, muriéndome abrazarla y darle un beso, pero preferí mantener las
manos en su lugar.
—Te ayudaré con tus maletas.
Presionó el botón de su llavero, abriendo el maletero.
—Gracias —murmuró.
Podía sentir que estaba incomoda, pero esperaba que eso desapareciera
pronto. Agarré una maleta y me volví para ver a Laura observándome.
—Habilité una de las cabañas para que puedas descansar, si te parece
bien —le dije nervioso.
—Eso sería encantador —dijo con una cálida sonrisa.
—¿Vamos a dormir en tu casa otra vez? —Lucía preguntó.
Sonreí.
—Sí, lo harán.
—¿Vas a dormir allí también? —preguntó.
—¡No! —Corina y yo dijimos al mismo tiempo.
—Enmanuel se va a quedar en una cabaña como la última vez. ¿Cómo se
dice?
—Gracias —dijeron los dos con una voz cantarina.
—Esta es tu cabaña —le dije a Laura—. Estaré al lado si hay algún
problema.
—¡Bastones de caramelo! —exclamó Elisa mientras señalaba las luces
que bordeaban el camino entre las cabañas.
—Mira allí —dijo Lucía, señalando donde había dispuesto el pesebre
inflable.
Corina me miró con una sonrisa.
—Decoraste.
—Lo hice —dije con una sonrisa, mirando sus hermosos ojos verdes.
—¿Esto es para nosotras? —preguntó ella en voz baja.
Me encogí de hombros.
—Quería que fuera especial.
—Esto es genial.
—Hay más, vamos a guardar sus maletas y les mostraré el resto.
Laura entró en el pequeño porche.
—Voy a instalarme.
—¿Podemos encontrarnos aquí en diez minutos? —sugerí.
—No tengo ningún problema —dijo con una sonrisa.
Me volví a Corina.
—Me llevaré tu maleta.
—No tenías que hacer todo esto —dijo.
—Quería hacerlo, y la verdad me divertí mucho. Tengo otra sorpresa,
pero necesito unos minutos, volveré aquí para acompañarlas a todas al
comedor.
Sonrió.
—¿Qué tienes en la manga?
Me incliné hacia adelante, dejando caer mi voz en un susurro.
—No es lo que hay en mi manga.
Se ruborizó.
—Eres muy malo.
—¿Significa eso que tengo carbón en mi media?
—Significa que podrías tener mucha suerte —dijo guiñando un ojo antes
de dar la vuelta—. Elisa, Lucía, vamos a guardar nuestras cosas.
Me gustaba verlas entrar en mi casa. Fui rápidamente al comedor y
encendí todas las luces, presioné el botón para encender la música navideña
de los niñas y me tomó un segundo para asimilarlo todo.
No podía esperar a que lo vieran, saqué las galletas y abrí la botella de
vino, sabía que a Corina le gustaría, pero no estaba seguro de su madre, por
si acaso había comprado una variedad de licores, parecía que estaba
tratando de impresionar a Laura, así que debía relajarme.
Volví a las cabañas justo cuando Laura salía.
—Realmente es encantador aquí —dijo.
—Me encanta este lugar —le dije—. Nunca he sido del tipo que podría
vivir en la ciudad, y aunque lo intenté, no funcionó.
—Puedo entender el encanto.
Corina y las chicas se unieron a nosotros.
—¿Listo? —pregunté.
Una gran nube estaba sobre nosotros, era un poco pasada la una de la
tarde, pero ya estaba oscureciendo, lo que era perfecto para mi sorpresa. Las
luces de los bastones de caramelo brillaban suavemente mientras nos
dirigíamos al comedor.
—¡Wow! —Corina exclamó cuando vio el comedor—. ¡Oh Dios mío!
¡Enmanuel!
Su excitación calentó mi corazón. Las chicas hacían sonidos de alegría
mientras apuntaban a las luces y a los diversos inflables que había colocado.
—¿Listas? —pregunté, parado frente a la puerta.
—No puedo ni siquiera imaginar lo que tienes dentro —dijo Corina.
—Cierren los ojos —dije, mirando a cada una. Cuando sus ojos se
cerraron, abrí la puerta y entré—. Bien, adelante.
Mientras entraban observe la cara de cada una, todas jadeaban pero nadie
dijo nada, pude ver lágrimas brillando en los ojos de Corina.
—Enmanuel —dijo finalmente Corina—. No sé qué decir.
—Sí —dijo Laura—. Esta es la más hermosa exhibición de Navidad que
he visto, me siento como si acabara de entrar en una postal.
—Sí, eso —dijo Corina con una risa.
—¡Es tan bonito! —Elisa dijo.
Ambas chicas caminaron hasta el árbol, extendiendo la mano y tocando
algunos de los adornos. Observaba con orgullo como se movían por todo el
comedor observando los detalles en los cuales había trabajado muy duro,
coloqué una casa de muñecas en un rincón, con la esperanza de entretener a
las chicas durante su visita, no estaba seguro de si jugaban con eso, pero
quería estar preparado.
—Tengo galletas y otros bocadillos —dije, señalando a la mesa.
—Realmente te superaste a ti mismo —dijo Corina—. Estoy abrumada,
es simplemente impresionante.
—Quería asegurarme de que tuvieran una Navidad especial.
Laura agarró una galleta, le dio un mordisco y asintió.
—Muy bien.
—Yo no los hice —confesé.
—¿Podemos jugar con la casa de muñecas? —Lucía preguntó.
—Absolutamente —les dije a ambas.
Corrieron a la esquina donde había colocado una variedad de juguetes,
dejándonos solos a los tres.
—Gracias por todo —dijo Corina otra vez—. Estoy completamente
impresionada.
—Tengo vino —dije, mirando a Laura—. No estaba seguro te gusta el
tinto, así que también compré blanco, y pinot.
Ella sonrió.
—Cariño, bebo lo que se me pone delante, no soy una catadora de vino.
—Genial —dije con alivio. Serví tres copas de un blanco ligero, y nos
sentamos en las sillas junto a la chimenea para ver a las niñas jugar—.
Estaba pensando que podría hacer espaguetis para la cena.
—Puedo cocinar —ofreció Laura.
—No, no puedo dejarte cocinar, eres mi invitada.
—Me encanta cocinar —insistió.
Bebimos vino y charlamos un poco antes de que Laura y yo entráramos
en la cocina, sabía que era la segunda fase del interrogatorio, Corina me dio
una mirada que me dijo buena suerte antes de que la dejara.
—Agradezco la ayuda —dije, queriendo interrumpir el silencio en la
cocina.
—Oh, no me importa en absoluto, te tomaste muchas molestias para
hacer todo esto tan bonito, que es lo mínimo que puedo hacer.
—Fue un placer —le aseguré.
Llené una olla con agua y la puse en la estufa, Laura estaba a mi lado,
añadiendo ingredientes a otra olla para hacer la salsa.
—Sabes, han sido un par de años difíciles para Corina y mis nietas —
comenzó.
Me preparaba para una conferencia sobre por qué debería dejarlas en
paz.
—Corina no me dijo mucho, pero deduje que no lo había sido.
—No, no lo ha hecho, ese ex suyo era un verdadero pedazo de mierda,
no la trató bien.
—Siento oír eso —dije.
—No tienes que lamentarlo, pero tienes que tener cuidado.
—No soy como su ex —le dije.
Se volvió para sonreírme.
—No, no lo eres, de hecho, usando la sabiduría que he reunido a lo largo
de los años, voy a decir que eres un hombre muy bueno, creo que nunca
había conocido a un hombre que estaría dispuesto a pasar por tantos
problemas por una mujer que apenas conoce.
—Me gusta —solté.
No me importaba su interrogatorio.
Se rio.
—Me di cuenta de eso, y tú le gustas, incluso a las chicas, y si te digo la
verdad, a mí también, creo que cuando juntas todo eso, obtienes un muy
buen resultado.
No podía evitar sonreír, tenía su aprobación, podía relajarme un poco.
—Espero un resultado positivo.
—Creo que lo que hiciste aquí, estoy bastante segura de que es lo más
bonito que había visto en mi vida, y no hay mucho que logre
impresionarme, pero esto sí.
Sonreí.
—Espera a ver lo que tengo planeado para después de la cena.
Se echó a reír.
—Oh, Dios mío. Realmente estás lleno de sorpresas, me alegro de que te
haya encontrado, creo que serás muy bueno para ella, para todas,
necesitaban a alguien como tú en sus vidas.
—Gracias por tu estímulo, pero estoy dejando que Corina tome las
decisiones, no quiero presionarla en algo para lo que no está preparada.
—Bien, creo que lo harás muy bien.
Serví nuevamente nuestras copas, y los dos cocinamos la cena juntos,
hablando un poco de mi retiro y de cuánto tiempo había vivido en la zona.
Ella hacía lo mejor que podía para interrogarme suavemente, y como no
había nada que esconder no me importaba responder a todas sus preguntas.
Capítulo Veinticuatro
Corina
Las chicas terminaron de cenar sin hacer ningún alboroto, se quedaron
hablando entre ellas, y ni una sola vez tuve que pedirles que terminaran sus
comidas, hacía mucho tiempo que no disfrutábamos de una cena familiar
sin al menos una discusión.
—¿Terminaron su cena? —Enmanuel preguntó.
Me volví para mirarlo, por el tono de su voz sabía que algo pasaba.
—¿Qué piensas hacer? —le pregunté.
Había un brillo en sus ojos. Miró a mi madre que tenía esa sonrisa en su
cara que decía que sabía lo que estaba pasando.
—Dame tres minutos —dijo antes de saltar de la mesa.
Lo vi salir y me volví para mirar a mi madre.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Yo? Nada.
—Mentirosa, sabes que lo que está pasando.
Las chicas parecían confundidas, pero ninguna tuvo que preguntarse por
mucho tiempo lo que pasaba cuando volvió al comedor quitándose la nieve
del cabello.
—Está nevando —dijo con una sonrisa.
Levanté una ceja.
—¿Hiciste que nevara?
Se rio.
—No tengo esa clase de poder. ¿Listas?
—Definitivamente.
—Agarren sus abrigos —ordenó.
No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, trataba de imaginar algo pero
el hombre era una caja de sorpresas. Se quedó en la puerta, esperando que
nos reuniéramos.
—¿Se supone que debemos cerrar los ojos? —pregunté, sonriendo.
—Podrías, pero te va a costar mucho ver.
Abrió la puerta y extendió un brazo, haciendo un gesto para que
saliéramos. Escuché los villancicos antes de salir del comedor, miré a mí
alrededor tratando de ubicar de donde venía el sonido pero no vi nada. En
un instante, toda la zona se iluminó con lo que parecía un millón de luces.
—¡Mamá! —gritó Elisa—. ¡Mira!
Me di la vuelta para ver a qué estaba apuntando, era un Santa y varios
renos en la parte superior del techo, estaban iluminados con luces que
hacían que pareciera que se movían, era algo espectacular.
—Absolutamente fantástico —dije—. Estoy asombrada.
Las dos chicas corrieron hacia él, lanzando sus brazos alrededor de su
cintura.
—¿Quieren acercarse más? —preguntó.
—No en el techo —advertí.
Sonrió.
—Por supuesto que no. Santa no apreciaría que nos acercáramos
demasiado, pero hay una pequeña plataforma muy segura.
Hice una mueca.
—No lo sé.
—Mamá, por favor —suplicó Elisa.
—Las mantendré a salvo —dijo Enmanuel, mirándome directamente a
los ojos.
Asentí, sabiendo que lo haría.
—Está bien.
Caminé detrás de él mientras conducía a las chicas por el costado.
—Corina —me llamó mi madre.
—¿Qué?

—Va a mantenerlas a salvo —dijo.


Dirigí mi mirada nuevamente a Enmanuel, y sostenía la mano de Elisa,
esa escena hacía que mi corazón se acelerara.
—Lo sé.
—Es un buen hombre.
Sonreí.
—Lo sé.
Los observaba a los tres, Enmanuel levantó a Lucía hasta la plataforma
antes de ayudar a Elisa a subir, y aunque no podía escucharlos, sabía que lo
que les estaba diciendo las hacía muy felices, las chicas hablaban y
señalaban a los renos.
—Creo que voy a volver a mi cabaña —dijo mi madre después de unos
minutos—. Por cierto, creo que las chicas estarán bien solas.
La miré, sabiendo que tenía una expresión culpable en mi cara.
—No voy a dejarlas solas.
—Podrías si quisieras, no sería distinto a que durmieras en el extremo
opuesto de la casa, estarán bien.
—No las dejaré —dije otra vez.
—Como quieras, pero yo lo haría si fuera tú.
—¡Mamá!
Su risa se quedó atrás mientras caminaba de vuelta a su cabaña. Su
sugerencia había sido muy tentadora, pero no quería dejar solas a las niñas,
no la primera noche.
No pasó mucho tiempo antes de que Elisa se precipitara hacia mí, con su
rostro lleno de alegría.
—¡Ya podemos asar malvaviscos! —anunció.
—Si te parece bien —dijo Enmanuel.
Asentí.
—Está bien, si no asamos malvaviscos, nunca oiré el final de esto.
—¡Increíble! He estado esperando todo el día por unos malvaviscos
pegajosos.
Sin avisar, me rodeó los hombros con un brazo y me abrazó mientras
entrábamos en el comedor. Desde que llegamos había estado anhelando sus
manos en mi piel, era difícil estar cerca y no poder tocarlo. No quería
confundir a las chicas, y aunque sabía que mi madre sabía lo de Enmanuel y
yo, las demostraciones de afecto delante de ella todavía eran un poco
incomodas para mí.
—¿Qué puedo hacer? —pregunté.
—Puedes sentarlas frente a la chimenea, ya tengo todo listo.
Desapareció en la cocina, dejándome sola con mis chicas. Miré a cada
una, y sus ojos brillaban de emoción y de vida, sus mejillas estaban
enrojecidas por el frío y ambas parecían que explotarían de felicidad en
cualquier momento, estaba muy feliz de verlas así.
Las ayudé a quitarse los abrigos y los colgué en los ganchos cerca de la
puerta, dirigí mis ojos al gran árbol de navidad y no podía evitar sonreír, era
simplemente perfecto, los adornos y colores no ningún tema en específico,
exactamente como debería ser un árbol de Navidad, y aunque no era
perfecto en el sentido tradicional, lo era para nosotras.
Comprobé que las chicas estuvieran bien y me escapé unos minutos a la
cocina, la necesidad de besarlo era demasiado. Lo encontré en la despensa,
caminé hacia él y le di vueltas, agarrándole la cara con ambas caras para
besarlo. Su boca devoró hambrienta la mía.
—Vaya —susurró cuando me alejé—. Creo que rompiste los
malvaviscos.
Me eché a reír, mirando la bolsa de malvaviscos, las barras de chocolate
y la caja de galletas que aún tenía en sus brazos.
—Se derretirán de todos modos.
Sonrió.
—Estoy de acuerdo, había estado esperando eso todo el día.
—Yo también —dije con una sonrisa. Extendí la mano para quitarle la
bolsa de malvaviscos—. Déjame ayudarte con un poco con eso.
—O podríamos cerrar la puerta y encerrarnos los dos solos por un buen
rato —dijo, rebotando las cejas.
—Por muy tentador que suene, no sé cómo se sentirían las chicas si nos
encontraran golpeando en la despensa.
Su risa resonó a nuestro alrededor.
—¿Golpeando? Me gusta pensar que soy un poco más elocuente que eso.
Me encogí de hombros.
—Me gusta golpear mi cabeza contra la pared, mi espalda contra el
colchón y creo que entiendes lo que quiero decir.
—Creo que lo que acabas de decir me ha hecho necesitar un minuto a
solas en la despensa —gimió.
Le guiñé un ojo y me fui. Enmanuel se unió a nosotros en la fogata
luciendo un poco incómodo, me causaba gracia saber por qué estaba así.
Puso malvaviscos en cada una de las brochetas dándoselas a las niñas para
que las sostuvieran sobre el fuego.
—No demasiado cerca —dije cuando Elisa su brocheta más cerca de las
llamas.
Enmanuel se paró a su lado, manteniendo una mano en su cabello
mientras la ayudaba a asar el malvavisco perfecto, ocasionalmente la tiraba
suavemente hacia atrás cuando se acercaba demasiado, la protegía como lo
haría un padre.
—Estoy lleno —dijo Enmanuel después de haber comido más
malvaviscos de lo que cualquier humano debería.
—Chicas, es hora de lavarse los dientes y meterse en la cama —dije,
poniéndome de pie.
—Las acompañaré —dijo él—. Dejadme encargarme de estas cosas.
—Ayudaré. Chicas, aléjense del fuego, pueden jugar un rato más
mientras nosotros terminamos aquí.
Cinco minutos fueron suficientes para que me diera unos cuantos besos
más antes de tener que dar las buenas noches. Seguí a Enmanuel a la
cocina, y en el momento en que atravesé el arco, me agarró, dejé escapar un
chillido de sorpresa que se calmó rápidamente al besarme apasionadamente,
volviéndose un gemido mientras sus manos me recorrían como sólo él sabía
hacerlo.
Le devolví el beso, extendiendo la mano para dejar la caja de galletas en
el mostrador antes de abrazarlo, necesitaba mantenerlo cerca, prácticamente
tragándome su lengua, tenía un sabor dulce y sexy, moría por tenerlo
nuevamente dentro de mí.
—Woah —dijo, separándose y descansando su frente contra la mía—.
Me estás matando.
Dejé escapar un profundo suspiro.
—Mañana en la noche, ¿puedo contar contigo para que me ayudes a
sacar los regalos que Santa Claus trajo?
Asintió antes de alejarse.
—Por supuesto.
Bajó la mano para ajustar la erección que se le metió en los pantalones,
moría por acariciar su entrepiernas abultadas pero me contuve, eso sería
muy cruel.
—¿Listo? —pregunté después de unos segundos.
Se quejó.
—Eres una zorra.
—Tal vez si eres un buen chico, Santa Claus te traiga algo traerá algo
especial —dije con una sonrisa.
Asintió lentamente.
—Seré un niño muy bueno.
Me reí suavemente antes de volver al comedor principal para recoger a
las chicas. Estaban jugando con la casa de muñecas, completamente
contentas y llevándose bien, eso no era algo que sucedía muy a menudo, era
un verdadero milagro de Navidad, era imposible discutir mientras en medio
del hermoso escenario que Enmanuel había creado, se sentía acogedor y
mágico.
—¡Vamos, chicas! —ordené, aplaudiendo.
—Cinco minutos más —suplicó Lucía.
—Puedes jugar todo el día mañana —lo prometí.
Enmanuel se movió por el comedor, apagando las luces.
—Vamos, señoritas —gritó.
Por supuesto, cuando les pidió que se fueran, ambas saltaron y se
precipitaron a la puerta, Elisa tomó su mano mientras caminábamos de
vuelta a la cabaña. Nos acompañó hasta la puerta, se despidió y se fue a su
propia cabaña.
Me sentí feliz, era un sentimiento muy profundo en mi alma, no sé cómo
hacía para que todo se sintiera bien, una especie de energía recorría mi
cuerpo por completo, era como un rayo de luz cálida que emanaba de mi
vientre y se extendía por todos lados.
—Buenas noches —les dije a las chicas después de acomodarlas en el
sofá cama.
Entré en su dormitorio y retiré las mantas. Los recuerdos de haber
dormido con él en la gran cama cobraron vida, se había sentido muy bien
amanecer en su pecho, estaba en completa paz, y no era a lo que estaba
acostumbrada, normalmente siempre me preocupaba por algo, pensando en
lo que vendría después o en el trabajo, las cuentas por pagar y las niñas.
Cuando estaba con él, todas las preocupaciones se desvanecían, sólo
vivía el momento, me hacía sentir como si fuera especial, y eso era algo que
nunca sentí con Trent, con él me había sentido como un sujeta libros,
sosteniendo una familia, no servía para nada más que para ir a trabajar y
cuidar de la casa y las niñas, pero cuando estaba con Enmanuel me sentía
como en un pedestal.
Me metí en la cama, inhalando el olor de él que permanecía en la
habitación a pesar de la ropa limpia, estar allí me hacía pensar en cómo
sería tener una verdadera relación con él.
Los pensamientos que me llevaron a un sueño feliz con imagines llenas
de nosotras.
Capítulo Veinticinco
Enmanuel
Me levanté temprano, con la emoción del día que me invadía. Estaba
encantado de tener compañía, me había acostumbrado tanto a estar solo,
incluso cuando el retiro estaba reservado, que casi había olvidado lo que era
ser social, no podía esperar para sentarme a desayunar con Corina y su
familia. Quería llevarlas a pasear y mostrarles algo de la vida salvaje que
seguramente vagaría por ahí.
Me duché y me vestí con mis habituales pantalones de campamento, una
camiseta y mi jersey de lana favorito, me até las botas y me dirigí al
comedor para preparar el café, pero al momento en el que abrí la puerta
supe de inmediato que no estaba solo, el olor a café impregnaba el ambiente
y pensé que tal vez los planes de Antonio habían cambiado.
Entré en la cocina y encontré a Laura con un libro en una mano y una
taza de café en la otra.
—Buenos días —la saludé.
Miró hacia arriba y sonrió.
—Buenos días, espero que no te importe que haya venido a preparar el
café, usualmente me despierto muy temprano, pero a pesar de que mi
cuerpo está despierto, mi cerebro no lo está sin una taza de café.
Sonreí y caminé para servirme una taza.
—Lo entiendo completamente. ¿Cómo dormiste?
—Como los muertos —dijo con una pequeña risa—. Es muy tranquilo,
al principio, pensé que tal vez sería demasiado, pero fue increíble.
—Es muy pacífico —estuve de acuerdo—. No estoy seguro de poder
dormir en la ciudad.
—Me lo imagino. ¿Cuánto tiempo has vivido aquí arriba?
Tomé mi café, calculando los años.
—Unos cinco años.
—¿En serio? ¿Eres el dueño?
Asentí.
—Lo soy, lo conseguí a muy buen precio y desde entonces he estado
trabajando para hacerlo un poco más grande y mejor.
—Pareces joven —dijo, dejando la declaración pendiente.
—Tengo treinta y un años —respondí a la pregunta que no hizo.
—Y eres dueño de un negocio, eso es impresionante. ¿Qué te hizo querer
comprar un refugio en el bosque?
Me encogí de hombros.
—Siempre me había atraído el aire libre, intenté ir a la universidad y me
sentí sofocado, como si no pudiera respirar, luego pensé en trabajar como
guardabosques o algo así, pero esto se dio y era algo en lo que todos
salíamos ganando.
—Lucía me dijo que tienen un santuario de aves en el terreno —dijo.
Sonreí.
—Sí, eso es reciente, no soy un experto en conservación ni nada de eso,
pero sé lo suficiente para ayudar a algunas de las aves que se lastiman.
Espero expandir la propiedad y tener un santuario más grande y tal vez
incluso ayudar a los cervatillos que son huérfanos.
Sus ojos se abrieron mucho.
—Oh, Dios mío, eso es algo noble.
Me encogí de hombros.
—Los huérfanos en la naturaleza no terminan bien.
—A las chicas les encantaría ver ciervos bebés.
—Es un asunto delicado —le expliqué—. Las leyes prohíben domesticar
muchas especies de animales salvajes, no pueden ser tocados o curados por
las personas para que no dependan de nosotros.
Ella asintió.
—Lo entiendo, pero creo que si llega a ese punto, a Lucía le encantaría
ayudarle en cualquier aspecto.
Sonreí.
—Me encantaría que me ayudara, es una chica inteligente con una
inclinación natural hacia los animales, espero algún día pueda ponerlo en
práctica.
—Yo también —respondió—. Entonces, ¿qué te trajo aquí? ¿Eres de la
zona de Portland o fue nuestro hermoso paisaje el que te atrajo?
Sus preguntas ya no se sentían como un interrogatorio sino más bien
como un interés general en saber quién era yo, y no me importaba contarle.
—Soy de Portland, técnicamente, de Rockport, mis padres tenían un
hogar allí.
—¿Y dónde están ahora?
Miré en el oscuro líquido dentro de mi taza como si fuera a encontrar
una respuesta diferente a la misma vieja pregunta.
—Murieron hace doce años.
—Oh, Dios, lo siento —dijo ella, luciendo muy incómoda.
—No pasa nada, fallecieron en un accidente.
—Eso debe haber sido horrible. ¿Tienes alguna otra familia?
Sonreí, sacudiendo lentamente la cabeza.
—No, sólo los árboles y yo.
Parecía pensativa.
—Tú y Corina son almas gemelas, soy su única familia, su padre falleció
hace un par de años.
—Lo siento —dije, devolviendo las condolencias.
Sonrió.
—Gracias.
—Iba a hacer el desayuno para las chicas. ¿Querías ayudar?
—Por supuesto, un hombre que cocina es difícil de encontrar.
—Si no cocinara, me moriría de hambre —dije con una risa.
—¿Siempre has sido soltero? —preguntó.
Me daba la impresión de que estábamos de vuelta en el modo de
interrogatorio, aunque trataba de disimularlo.
—Sí, siempre.
—¿Por qué? —preguntó sin rodeos—. Eres un joven atractivo.
Sonreí.
—Supongo que porque no he encontrado una mujer que esté tan
interesada en un hombre que prefiera dormir bajo las estrellas en vez de una
cama grande en una enorme casa en los suburbios.
Se rio.
—Supongo que eso podría ser un problema. ¿Alguna relación seria?
Me encogí de hombros.
—Tuve una novia en la universidad, pero nos alejamos un poco de la
vida del otro, no me importa estar solo.
—Pero es agradable tener a alguien en tu vida con quien puedes contar
—dijo.
—Tengo a Antonio —respondí.
—¿Antonio? ¿Es una mascota?
Me reí.
—Podría ser una peste, pero no, es mi mejor amigo. Normalmente está
aquí y me ayuda a dirigir las cosas, pero se fue a casa de su familia, en la
costa oeste, por las vacaciones.
—Ah, entiendo. Creo que todos necesitamos a alguien en nuestras vidas,
aunque nos guste nuestro espacio y privacidad. Estoy muy contenta de tener
a Corina y a las chicas, no sé qué sería de mi sin ellas, después de que ese
pedazo de basura las abandonara, pensé que seguro que mi pobre hija se
desmoronaría, había perdido a su padre y luego a su marido en muy corto
tiempo, eso sin duda quebraría a cualquier, de seguro a mí me habría
quebrado, pero no a ella, mi niña era como un fénix que se levantaba de las
cenizas.
—Ella me dijo sobre el ex —dije, con voz sombría—. El tipo es un
imbécil, estoy feliz de que esté fuera de su vida, y aunque odie que haya
abandonado a Elisa y Lucía, tal vez fue lo mejor que les pasó.
Me dio un golpe en el brazo.
—Exactamente. ¡No podría estar más de acuerdo! Ella nunca lo habría
dejado, estaba tan decidida a hacer que su matrimonio funcionara, a pesar
de que era completamente miserable, Trent nunca me agradó, tenía un mal
presentimiento sobre él desde el principio, y a pesar de que su padre y yo la
apoyamos, me alegré cuando se fue.
—Eso tuvo a haber sido difícil —dije.
—Fue horrible, mi confiada y hermosa hija se desvanecía y yo no podía
hacer nada, era un hombre terrible. Ella merece ser apreciada, valorada,
amada.
Asentí.
—Absolutamente.
Nos concentramos en hacer el desayuno. Yo me ocupé de los panqueques
mientras Laura se ocupaba del tocino y los huevos.
Escuché que la puerta se abría, seguida por el sonido de unas niñas
excitadas.
—Creo que han olido el tocino —dijo Laura con una risa.
Corina se había dado una ducha y se veía hermosa esta mañana.
—Buenos días —la saludé, deseando darle un beso de bienvenida
apropiado.
—Hola. Se levantaron temprano.
—Me conoces —dijo Laura—. Me encanta levantarme con el sol.
—Te traeré una taza de café —le dije.
—Gracias.
Unos minutos después, estábamos sentados en el comedor y disfrutando
de nuestro desayuno juntos.
—Mamá, ¿cómo va a saber Santa Claus dónde encontrarnos? —Elisa
preguntó—. ¿Dejará nuestros regalos en nuestra casa?
Corina palideció, miró a su madre y luego a mí, pidiendo ayuda en
silencio. Me limpié la boca con la servilleta.
—Le envié una carta rápida diciéndole que estarían aquí para Navidad
—respondí fácilmente.
—¿Lo hiciste? —Elisa preguntó.
Asentí.
—Lo hice, está todo cubierto, no tienes nada de qué preocuparte, Santa
estará aquí esta noche.
Elisa sonrió, y su sonrisa dentada calentaba mi alma.
—Gracias.
—No hay de qué.
Corina sonrió.
—Gracias.
Guiñé el ojo.
—De nada.
—Bueno, estoy casi llena —dijo Laura—. Chicas, ¿por qué no me
ayudan a limpiar la mesa y luego vamos a dar un paseo?
—Puedo ocuparme de la mesa —dije—. Eres mi invitada.
—Tonterías —dijo Laura, poniéndose de pie—. Ustedes dos siéntense y
terminen su desayuno.
Masticaba mi tocino, viendo a Lucía y Elisa ayudar a Laura a llevar los
platos sucios a la cocina, Corina esperó hasta que las niñas estuvieran
alejadas de nosotros y sonrió.
—Gracias por la portada de Santa Claus, no había pensado en ese
detalle.
—Soy rápido —dije con una risa.
—Me alegro de que uno de nosotros lo sea, eso pudo haber sido un
desastre, y aunque no creo que Lucía crea en Santa Claus, tiene la
amabilidad de seguirme la corriente y no se lo ha estropeado a su hermana.
—Eso es muy genial. ¿Creíste en Santa Claus?
Sacudió la cabeza.
—No, es decir, probablemente lo hice hasta que tuve tal vez cinco años.
Había un mierdecilla en el jardín de infancia que se aseguró de que todos
supiéramos que Santa Claus no era real.
No pude evitar reírme.
—Qué mal eso.
—No bromeo. ¿Qué hay de ti?
Me encogí de hombros.
—Honestamente no lo recuerdo, no creo que mis padres fueran fanáticos
de Santa Claus, dejaban muy claro que eran ellos los que me compraban los
regalos y si no me comportaba, volvían a la tienda.
—Me encanta que las chicas lleguen a creer en algo mágico. Anoche,
Elisa me dijo que cree que así es como se ve el Polo Norte, eso significa
que hiciste un gran trabajo para cumplir sus deseos y sueños, estoy segura
de que recordaran esta navidad por el resto de sus vidas, y no hablaran de
los regalos o el festín, sino de todo lo especial que hiciste.
Sus palabras llegaron a mi corazón y de repente sentía la necesidad de
llorar, y no eran lágrimas de tristeza, sino de felicidad.
—Me alegro de poder ser parte de esto, soy yo quien debería
agradecerte, nunca había pasado una Navidad con niños. Me encanta ver las
miradas de asombro en sus rostros, creo que estoy más emocionado yo que
ellas por el día de mañana.
Se rio.
—No creo que sea posible.
Laura volvió con las chicas.
—Vamos a dar un paseo, uno muy, muy largo. Ustedes dos disfruten de
la privacidad.
—Mamá —protestó Corina.
—¿Recuerdan las reglas? —le pregunté a Lucía y a Elisa.
Ambas asintieron.
—Sigue el rastro —dijo Elisa.
Lucía, para no ser superada por su hermana pequeña, añadió sus dos
centavos.
—Nunca te salgas del camino, no toques ningún animal, y no te alejes
del bosque.
—Perfecto —dije con una sonrisa, feliz de saber que habían estado
prestando atención.
—¡Dios mío! —Laura exclamó—. Siento que me voy de excursión con
los exploradores profesionales.
—Escuchen a la Nana y no olviden las reglas —dijo Corina.
—Adiós —dijo Laura con un guiño antes de acompañar a las chicas a la
puerta.
Corina se volvió hacia mí.
—¿Estás seguro de que estarán bien por su cuenta?
Asentí.
—Es bastante seguro siempre y cuando se mantengan en los senderos, no
pueden llegar muy lejos si siguen las reglas.
—Vale, confío en ti.
Esas simples palabras significaban mucho para mí, confió en mí para
cuidar de sus preciosas hijas, eso me hacía sentir como si hubiera ganado la
lotería.
Capítulo Veintiséis
Corina
Ayudé a limpiar la mesa, guardando todo mientras Enmanuel salía a
buscar leña para el fuego. Me tomó dos minutos tratar de analizar todo,
hace par de meses jamás me hubiese imaginado que pasaría Navidad con un
hombre hermoso, amable y cariñoso, en su retiro en la montaña. Nunca
hubiera pensado que alguien como yo pudiera ser tan feliz.
La sensación era extraña, pero ciertamente podía acostumbrarme a ella.
Era como estar envuelta en un cálido abrazo todo el tiempo, prácticamente
podía sentirlo a mi alrededor, creando un suave zumbido de electricidad que
hacía que mis sentidos hormiguearan.
Volvió a entrar, cargando en sus brazos la leña para la fogata, y aunque
era una tarea simple me hacía sentir cálida por dentro al verlo hacer algo tan
básico y sexy, era la cavernícola interior, le gustaba el fuego.
Me senté en una de las sillas junto a la chimenea.
—Entonces, ¿de qué hablaban tú y mi madre?
Se levantó del suelo y se sentó en la silla junto a la mía.
—Oh, esto y aquello —dijo con una sonrisa.
—¿Qué significa eso?
Tenía una mirada en su cara que lo hacía parecer avergonzado.
—Me estaba coqueteando, y a pesar de que traté de que se decepcionara,
ella seguía insistiendo.
Mi boca se abrió, y lo miré fijamente.
—¿Qué? —grité. No estaba segura de sí estaba enojada, sorprendida,
herida o todo lo anterior.
—¿Ella hizo qué?
Echó la cabeza hacia atrás y se rio. Lo miré fijamente antes de darme
cuenta que me diera cuenta de por qué se reía.
Golpeé su pierna.
Extendió su mano tomándome por el brazo y llevándome a su regazo.
—Estaba bromeando.
—Oh, Dios mío, voy a matarte.
Usó su mano para agarrar la parte de atrás de mi cabeza.
—Mátame lentamente —susurró sobre mis labios antes de besarme
apasionadamente.
Olvidé mi ira y mis celos y lo besé profundamente, tomé su cara entre
mis manos, manteniéndolo firme mientras lo devoraba. Estaba hambrienta
de él, quería mucho más que un beso, pero no podía llevar las cosas más
allá, en cualquier momento mi madre regresaría con las niñas y no quería
que me encontraran.
Le di un pequeño empujón en su pecho.
—Eres peligroso.
—Me estás matando de verdad —gimió.
—Más tarde —susurré, tomando mi asiento de nuevo.
—Tu madre sólo quería conocerme un poco mejor —dijo—. Era una
especie de café con interrogatorio.
—Lo siento, sólo está cuidando de mí, nunca aprobó a Trent y yo no la
escuché, entonces revocó mi licencia de adulto, bueno no toda, todavía
puedo trabajar, limpiar la casa y cuidar de mis hijas, pero ya no controlo mi
vida amorosa.
Se rio.
—Algo me dijo sobre él.
—Tenía dieciocho años, supuse que estaban en contra de la idea de que
estuviéramos juntos por mi edad, pero aparentemente, sabían mucho más
que yo.
—Ella quería saber sobre el retiro —añadió.
Asentí, sonriendo imaginando la manera suave en como mi madre
sonsaca para sacar la información.
—¿Como por qué vives aquí o por qué lo compraste?
—Ambas, y lo entiendo, supongo que es extraño que un tipo viva aquí
arriba solo, creo que quería saber si tenía un sótano lleno de dispositivos de
tortura.
Sonreí.
—¿Lo tienes?
Guiñó el ojo.
—Tal vez te lo muestre en otro momento.
—¿Qué haces aquí arriba todo el tiempo? —le pregunté.
Se encogió de hombros.
—Esas cabañas son viejas, así que debo arreglar y limpiar todo. Cuando
tengo tiempo libre, salgo a explorar la propiedad y me meto en el bosque, la
verdad hay mucho que hacer para mantenerme ocupado, aunque espero que
algún día pueda contratar personal.
—¿Un día? —lo cuestioné.
—Quiero hacer más —dijo—. Hablé con tu madre sobre mis planes para
el futuro aquí.
—Ah, ella estaba probando tus sueños, créeme que si no los tuvieras,
probablemente habría empacado y ya estaríamos de regreso a casa.
Me reí.
—Parecía impresionada, aunque mis sueños son sólo eso, haría falta un
pequeño milagro para conseguir lo que necesito para cumplir mi lista de
deseos para este lugar.
—¿Préstamo bancario? —le sugerí.
Se inclinó hacia atrás en su silla.
—Posiblemente, pero hay otra opción, aunque dudo que resulte, hay un
grupo que tiene algo de dinero que quiere donar a una causa digna, y uno de
sus representantes vino hace un tiempo a revisar el espacio, y me invitó a
hacer una presentación para intentar convencer a su junta de que mi
pequeño retiro es la causa digna que pueden apoyar.
Sonreí.
—¡Eso es impresionante! ¡Felicidades!
Sacudió la cabeza.
—No, no me felicites, no sé si lo conseguiré, y para ser sincero dudo
hacerlo, tienen unos requisitos muy específicos.
—Tienes que ser positivo —animé.
—¿Por qué no vamos a dar un paseo? —preguntó, cambiando de tema.
—Claro, si quieres.
—Podríamos volver a mi casa —dijo, moviendo las cejas.
—¿Tu casa o la cabaña en la que estás?
—Cualquiera de los dos funciona para mí.
Me eché a reír.
—Creo que esa idea puede esperar, tengo algunas cosas en mi auto que
necesito sacar, regalos y los kits de la casa de jengibre. ¿Quieres ayudarme?
—Me encantaría.
Fuimos hasta mi vehículo y descargamos el maletero, para luego guardar
los regalos de Navidad que había traído. Guardamos las cosas unos tres
minutos antes de que mi madre volviera con las niñas.
—¡Estamos listas para hacer galletas! —exclamó Elisa quitándose el
abrigo y dejándolo caer al suelo.
—Abrigo.
Se dio la vuelta y lo recogió antes de colgarlo en un gancho junto a la
puerta, mi madre colgó el suyo antes de mirar a Enmanuel.
—¿Te la pasaste bien? —preguntó.
—Sí, gracias por eso —dije en voz baja.
—Fue un placer —respondió—. Ahora, tenemos que hacer galletas para
Santa y luego decorar las casas de jengibre, voy a hacer pasteles para
mañana, ustedes dos probablemente tengan cosas que hacer.
—Mamá, ayudaré a cocinar.
—Supongo que todos podríamos trabajar en la cocina —dijo, mirando a
ambos.
—Me encantaría hacer algo de repostería —dijo Enmanuel, aplaudiendo.
—Puedes ayudarme a hacer mi casa de pan de jengibre —dijo Elisa.
—Me encantaría —le dijo Enmanuel.
—En realidad, traje un par de kits extra —dijo mi madre con una
sonrisa.
No había sido casualidad, no le gustaba que la molestaran mientras
cocinaba, así que nos entretenía con las casas de jengibre.
Ella ha estado usando la misma táctica desde que yo tenía la edad de
Lucía.
—Veo a través de ti —le dije.
Ella sonrió.
—Enmanuel, ¿dónde está ese alijo de vino que prometiste? Necesito una
copa para hacer mis pasteles especiales.
Me reí.
—Básicamente, a la Nana le gusta embriagarse a la hora de la cena en
Nochebuena, es una tradición.
—Me ayuda a dormir mejor —dijo con un encogimiento de hombros.
—No te preocupes —dijo Enmanuel.
—Chicas, salgamos de la cocina antes de que la Nana empiece a
gritarnos.
Pasamos la tarde construyendo casas, probando las galletas de mi madre
y pasándola bien.
—¿Y bien? —Enmanuel preguntó, dando vueltas a su casa de pan de
jengibre para que la miráramos—. ¿Paso?
Elisa aplaudió.
—Eso es muy lindo.
Se rio.
—No lo sé, creo que el tejado se caerá.
—Eso pasa —le aseguró Lucía—. Tienes que usar mucho glaseado.
Suspiró.
—La próxima vez.
—Creo que se ve encantador —le dije.
Enmanuel se puso de pie.
—¿Qué quieren para cenar? Tengo algunas pizzas congeladas, burritos o
sopa.
—Creo que la pizza es una buena elección —respondí por ellas.
—¿Podemos irnos a la cama? —Lucía preguntó.
Me di la vuelta y la miré fijamente, con los ojos bien abiertos.
—¿Qué? —sentía que debía revisarla a ver si estaba enferma, que ella
pidiera irse a la cama era muy raro.
—Quiero ir a la cama para que Santa Claus pueda venir —respondió.
Sonreí, entendiendo su motivo.
—Vale, lo entiendo, pero quiero que comas algo. ¿Qué tal un sándwich?
Ambas asintieron con la cabeza.
—Dos sándwiches en camino —dijo Enmanuel.
Lo vi entrar en la cocina, incapaz de aplastar el deseo que florece en mi
vientre. Era un hombre muy bueno, y que las chicas se acostaran temprano
podría ser algo bueno. Volvió unos minutos después con sándwiches de
pavo y queso.
—Despacio —les di una conferencia a las chicas, que se estaban
comiendo sus sándwiches.
Enmanuel se rio.
—Parecen tener hambre.
—Parecen ansiosas por irse a la cama.
—¡Listo! —Lucía dijo que como si acabara de ganar una carrera.
—Voy a hacer que se acuesten —dije, poniéndome de pie.
—Chicas, vayan a darle las buenas noches a la Nana.
Se metieron en la cocina, dejándome a solas unos minutos con
Enmanuel.
Sacudió la cabeza.
—¿Cómo van a dormir? Recuerdo que cuando era niño estaba tan
emocionado que no podía dormir en toda la noche antes de Navidad.
—Saben que Santa Claus no vendrá si no se duermen, es una regla, estoy
segura de que no dormirán de inmediato pero se quedaran en la cama.
—¿Y tú? —preguntó con voz ronca—. ¿Te quedarás en la cama?
Sonreí.
—Santa no se duerme en Nochebuena.
—¿Qué pasa con los elfos de Santa? —preguntó.
—Santa estaría perdido sin sus elfos —respondí.
—¿Habrá cierto elfo esperando a Santa?
Se rio.
—Con las campanas puestas.
—¿Pensé que llevaba las campanas?
No tuvo la oportunidad de responder, Lucía y Elisa regresaron, ansiosas
por irse a la cama.
—Buenas noches, Lucía, buenas noches, Elisa —dijo Enmanuel,
despidiéndose de las niñas.
—Cepíllense los dientes —ordené cuando regresamos a la cabañas.
—Pónganse sus pijamas nuevas —mientras se cambiaban acomodé su
cama—. Y a dormir —les dije.
Saltaron en la cama riendo, y las envolví en la manta, sabiendo que no
había forma de que se durmieran pronto, pero no podía ocuparme de los
deberes de Santa si no se dormían.
—¿Qué tal una historia? —pregunté.
—No, nos vamos a dormir —dijo Lucía.
Me reí.
—Creo que necesitas unos minutos para relajarte, voy a lavarme los
dientes y a ponerme mi pijama y si todavía están despiertas, leeremos una
historia.
Entré en el dormitorio y cerré la puerta. Rápidamente me puse algo más
cómodo, pasé unos minutos en el baño, cepillándome los dientes y rociando
un poco de perfume. Cuando salí, mi madre estaba sentada en la cama,
leyendo la historia que les había prometido.
—¿Ya terminaron en la cocina? —pregunté.
—Sí, estoy agotada. Pensé en pasar a darles las buenas noches y
desearles una muy feliz Nochebuena antes de irme a la cama.
—Puedo hacerlo —dije, asintiendo al libro.
—No te preocupes, tengo la sensación de que estos pequeños frijoles
saltarines van a estar rebotando por algún tiempo, y tú tienes algunas cosas
que hacer.
Asentí con comprensión.
—Esto es verdad.
—Adelante, haré que se duerman antes de irme a la cama.
Sonreí, agradeciéndole muchas cosas.
—Gracias.
—Que tengas una buena noche —dijo mientras salía por la puerta.
Capítulo Veintisiete
Enmanuel
Saqué el queso y las galletas antes de servir dos copas de vino. Apenas
Corina saliera con las niñas, Laura sintió un cansancio extremo, al salir, me
dijo que acostaría a las chicas y que esperara por su hija.
Sentía como si tuviera resortes en mis zapatos mientras caminaba por el
comedor, sacando los adornos extras incluyendo los rellenos de las medias.
Comí algunas de las galletas, levanté la cubierta de uno de los pasteles de
manzana frescos e inhalé, sin duda Laura sabía lo que hacía, no podía
esperar para probarlos.
Oí que la puerta se abría y cerré rápidamente la tapa, por si acaso era
Laura, probablemente me golpearía las manos y me regañaría por meterme
en sus cosas, sonreí imaginando la escena.
Esperaba a que Corina entrara y estaba seguro de que ella lo sabía, su
madre nos había estado empujando a estar juntos desde que llegaron.
Cuando entré en el salón, me detuve, observando a Corina bajo el suave
destello que reflejaban las luces de navidad, se veía hermosa, y el reflejo
titilante la hacía lucir joven y bonita.
Caminé hacia ella, detallando lo que tenía puesto, un mono suave y una
camisa roja floreada, era simple y sexy.
—¿Hiciste que se durmieran? —pregunté.
—No, mi madre se está encargando de ello.
Sonreí.
—No me sorprende.
—A mí tampoco.
—No cenamos —dije, señalando el plato de queso—. Pensaba que tal
vez podríamos tomarnos un minuto para comer antes de ponernos con los
deberes de Santa.
—Sí, por favor, me muero de hambre.
—También serví un poco de vino.
Sonrió.
—Es como si me leyeras la mente, esta es mi habitual cena de
Nochebuena.
—Sentémonos —dije llevando el plato a la zona de asientos cerca de la
chimenea.
Se sentó, comiendo un poco de queso.
—Esto es agradable, creo que podría acostumbrarme.
—¿A la chimenea? —pregunté.
—La chimenea, el silencio, el vino… —estuvo callada durante unos
segundos antes de volverse hacia mí—. La compañía.
—Yo también podría acostumbrarme —estuve de acuerdo.
Observarla mientras tomaba vino a la luz del fuego era fascinante, en un
instante, sentía como si me hubieran golpeado con una tonelada de ladrillos,
tenía verdaderos sentimientos por ella y eran muy fuertes, algo que jamás
había sentido por alguien. Miré hacia otro lado, necesitando procesar todo
lo que me estaba pasando.
—Gracias por el descanso, pero ahora es tiempo de ocuparme —dijo
antes de terminar su copa de vino.
—Dime qué hacer, tus deseos son órdenes para mí.
Ella sonrió.
—Voy a tener eso en mente.
—Espero que lo hagas.
Se levantó y se dirigió a la despensa. Tomé el papel de regalo y los
suministros necesarios y la seguí hasta el comedor.
—Tú toma esa pila y yo haré esta —ordenó.
Agarré una caja pequeña y plana.
—¿Qué es esto?
—Es un juego de DS —dijo con una sonrisa.
Arrugué la nariz al leer la parte de atrás de la caja.
—¿Qué es un DS? —se echó a reír.
—Oh Señor, estás realmente fuera de contacto.
Sonreí.
—No tengo un televisor, creo que eso debería haber sido obvio.
—No podría imaginarme viviendo tan simple —dijo, dejando de hacer lo
que estaba haciendo—. Pareces feliz y bien adaptado.
Me sonreí.
—No estoy seguro de que eso sea un cumplido.
—Lo es, creo que nos quedamos tan atrapados en nuestro mundo, que
nos olvidamos de mirar a nuestro alrededor y ver lo que realmente vale la
pena, y tú lo haces.
Me encogí de hombros.
—Supongo que sí, me gusta pensar de esa manera.
—Estoy repensando mis regalos ahora —dijo, sosteniendo una caja
blanca similar en su mano.
—No, no lo reconsideres, estas son las cosas que las hacen felices.
—Deseo que salgan más a menudo, no quiero que estén metidas de
cabeza en las pantallas todo el tiempo.
Comencé el proceso de envoltura.
—Tráelas aquí, todas son bienvenidas en cualquier momento.
—¿Cuando tienes invitados cuánto pagan?
—Lo resolveremos, de todas maneras siempre está mi cabaña —miré
hacia arriba para ver su reacción.
Ella sonrió.
—Esperaba que dijeras eso, pero ten cuidado con lo que ofreces, puede
que acepte tu oferta.
—Espero que lo hagas.
Volví al trabajo, cortando papel y haciendo lo mejor para envolver los
regalos ordenadamente, era mucho más difícil de lo que parecía, ella lo
hacía lucir fácil pero para mí era un poco complicado. Terminé mi pila de
regalos y los puse bajo el árbol.
—Eso se ve tan bonito —dijo, trayendo su propia pila al árbol.
—¿Y ahora qué? —pregunté.
Respiró profundamente.
—Ahora, le damos un mordisco a algunas de las galletas y escondemos
las otras.
Levanté una ceja.
—¿Por qué?
Ella sonrió.
—Porque Santa se comió las galletas.
—Ah —dije, asintiendo—. Lo entiendo. ¿Debo dejar algo de caca de
reno afuera?
Se echó a reír.
—Buen detalle, pero creo que estarán bien si no pisan la caca a primera
hora de la mañana.
—Tengo chocolate caliente y panecillos para el desayuno, supongo que
estarán demasiado ocupadas jugando con sus cosas nuevas como para
querer comer mucho.
—Pues es así, eso fue muy inteligente de tu parte.
—Gracias. ¿Siguiente?
—Por lo general, yo me encargo de las medias, pero tú ya lo has hecho,
mi madre se encargó de los pasteles y de la comida, entonces no lo sé, estoy
perdida.
—¿Cómo es eso?
—Porque normalmente esto es una aventura en solitario para mí, me
quedo despierta hasta las dos o tres de la mañana corriendo de un lado a
otro para tener todo listo. Las chicas se levantan al amanecer, así que
normalmente duermo como dos horas, la Navidad se resume a tomar café
todo el día tratando de mantenerme despierta antes de la cena, todo mientras
persigo a las chicas.
—¿Tu ex no te ayudaba? —pregunté.
Puso los ojos en blanco.
—Sí, claro. Normalmente se quedaba fuera bebiendo, llegaba a casa y se
desmayaba. Un año, las chicas y yo esperamos hasta casi las nueve para que
se levantara de la cama. ¿Sabes lo que es intentar retrasar la Navidad para
un par de niñas muy ansiosas? ¿Has oído alguna vez esa frase “Gatos de
pastoreo”? Era peor que eso. Finalmente las dejé abrir sus regalos, pero a
Trent no le importaba una mierda, nunca fue un gran padre, ojalá lo hubiese
visto mucho antes, pero no me di cuenta a tiempo, lo único que llegué a ver
fue como salía de nuestras vidas.
Me acobardé.
—Lo siento, de verdad, lo siento, pero creo que estás mejor sin él. No
quiero sonar como el villano, pero de verdad, eres mucho más de lo que él
se merecía.
—Gracias, estoy aprendiendo a creer eso.
—Siento que no hayas creído eso en ningún momento de tu vida,
mereces ser amada y ser feliz, deberías ser mimada, sentarte junto al fuego
después de un largo día y beber vino.
Quería decirle que me aseguraría de que eso ocurriera, que sería el tipo
de hombre que la ayudaría con su carga y caminaría a su lado para ayudarla,
la mimaría lo mejor que pudiera.
Preferí no decir nada, no estaba seguro de hasta donde quería que llegara
nuestra relación y no quería presionarla. Cuando me dijo que tenía equipaje,
pensé que se refería al ex y a sus hijas, pero era mucho más que eso.
—Bueno, tenemos algo de tiempo —dijo con voz suave—. ¿Qué tal otra
copa de vino?
—Siéntate, te lo traeré.
—Eres demasiado amable.
Me mudé a la cocina y vertí el vino, agarré más queso y lo llevé al fuego.
—Aquí tienes —dije, entregándole su copa.
—Gracias.
—¿A qué hora se levantan normalmente? —pregunté.
Se rio.
—Normalmente, a las siete, pero supongo que mañana alrededor de las
cinco o seis si tenemos suerte.
—No puedo esperar a ver sus caras.
—Es muy divertido, me encanta poder hacerlas sonreír, aunque la
emoción de los regalos sólo dure un par de días. Este año, me voy a centrar
más en vivir el momento, no quiero pensar en el trabajo o en los quehaceres
del hogar.
Sonreí.
—Haré lo mismo, es la primera vez que lo hago, voy a apreciar cada
momento.
—Te sugiero que tomes un poco de café ante de que empiece toda la
locura, es demasiado para la primera hora de la mañana.
Me reí.
—Estoy advertido.
—También debería advertirte sobre mi madre —dijo con una mueca.
Eso me asustó.
—¿Debo preguntar?
—Es muy... estresante.
—¿Estresante? ¿En Navidad?
—Sí, le gusta tener orden en medio del caos, y créeme que lo es. Tendrá
una gran bolsa de basura abierta y revoloteará para recoger el papel de
regalo, pero no antes de inspeccionar a fondo cada pedazo para asegurarse
de que no hay nada valioso.
Me encogí de hombros.
—Bueno, al menos no es una de esas que prohíbe que se rompa el papel
de envolver.
—¡No! ¿En serio?
Sonreí, asintiendo al recordar a mi madre.
—Mi madre insistía en que usáramos, lo que era esencialmente un
abrecartas, para deslizarlo bajo la cinta y evitar que se rompiera el papel,
para luego guardarlo y usarlo año tras año.
—Vaya. Vale, tu madre se lleva el pastel.
Nos quedamos callados, mirando el fuego. Me permití el raro lujo de
vagar por el sendero de los recuerdos, mi infancia había sido de las mejores,
eso me hacía preguntarme si por eso había perdido a mis padres tan joven.
Sólo tuve veinte años realmente buenos con ellos y eso era todo lo que iba a
conseguir.
—Me encanta estar aquí —dijo, rompiendo el silencio.
Me acerqué y tomé su mano.
—Bien, porque me gustaría que me visites a menudo.
Me puse de pie, tirando de ella, no sabía cuánto tiempo tenía para estar a
solas con ella, así que quería disfrutarlo al máximo. Tomé su copa de vino,
la puse en la mesita de café y la rodeé con mis brazos, la sostuve cerca,
absorbiendo su calor.
Me incliné y la besé, era un beso lento y apasionado. Nos balanceamos
suavemente frente al fuego, moviéndonos al ritmo de los latidos de nuestros
corazones, sus manos corrían por mi espalda hasta llegar a mi cabello
acariciándolo con suavidad, podía sentir como su pecho se frotaba en el
mío.
—Creo que deberíamos ir a tu cabaña —susurró.
—Creí que nunca me lo pedirías —dije—. Necesito apagar todo, dame
dos minutos.
—¿Por qué no te reúnes conmigo allí?
Moví la cabeza de arriba a abajo, cerrando la compuerta de la chimenea.
—Vale, ahora mismo voy.
—Trae el vino —dijo con una sonrisa antes de salir por la puerta.
Prácticamente corrí por la habitación, desenchufando las luces, cerrando
la puerta trasera y asegurándome de que todo estaba cerrado por la noche.
En total, probablemente me llevó unos tres minutos, pero parecían
trescientos. Estaba medio erecto y ansioso por llegar a ella, las niñas
tendrían su mañana de navidad, pero a mí me tocaba Nochebuena.
Capítulo Veintiocho
Corina
Me desnudé en el baño de la pequeña cabaña, me miré en el espejo,
ajustando el pequeño sujetador de terciopelo rojo con un lazo blanco y
esponjoso que hacía juego con las bragas, me puse un gorro de Santa y
terminé el conjunto con unas campanitas en las caderas. Se suponía que era
una Sra. Claus sexy, acomodé el cabello en los hombros y me senté en el
borde de la cama.
—No —murmuré, levantándome para encontrar una pose más sexy.
La puerta se abrió de golpe antes de que tuviera la oportunidad de
encontrar mi pose sexy, en vez de eso, me quedé en el medio de la
habitación mirándolo como un idiota.
—Mierda —respiró, parado en la puerta abierta.
Podía sentir el aire frío por toda mi piel, e hizo que me estremeciera,
dándole la señal de cerrar la puerta de una patada detrás de él sin quitarme
los ojos de encima.
—Feliz Navidad —dije, sacudiendo un poco las caderas para hacer sonar
las campanas.
—Esto es una locura, lo juro, tuve este sueño anoche. ¿Eres real?
Me reí, y las campanas tintinearon con el movimiento.
—Soy muy real.
—Mierda —dijo otra vez—. Te ves increíble, no te muevas, quiero
grabar esta imagen en mi memoria.
Sonreí, girándome para darle mi pose más seductora.
—¿Mejor?
—Mucho, siento que voy a explotar en mis pantalones.
Me acerqué a él, tomé las dos copas y la botella de vino de sus manos y
las puse sobre la mesa, asegurándome de inclinarme más de lo necesario,
dándole una gran vista de mi trasero. Se acercó, tomando mis nalgas entre
sus manos y apretándolo con ganas. Me levanté, frotándome lentamente
contra la erección que quería liberarse.
—¿Vas a hacer sonar mis campanas? —pregunté con una voz sensual.
Mordisqueaba mi oreja de una manera muy sensual, y sus manos
recorrían mi piel tratando de colarse entre mi ropa interior.
—Puede que esté un poco desorientado ahora, pero haré sonar.
Jadeé cuando tomó mi mano y la puso en su erección, las campanas de
mis caderas tintineaban.
—Te necesito desnudo —gemí. Estaba muy mojada.
—No te muevas y no te quites ese traje —ordenó.
—Puede que se interponga en el camino —le dije.
—No habrá problema, confía en mí, además, con lo duro que estoy,
podría atravesar esa tela endeble.
Sus duras palabras me hacían temblar, me di la vuelta para ver cómo se
quitaba la ropa, y no perdió tiempo en quedar completamente desnudo, su
erección sobresalía mientras se acercaba a mí. Me agaché y lo rodeé con mi
mano.
Lo besé, sosteniéndolo en mi mano y acariciando su pene antes de
apartarme de sus labios y arrodillarme ante él. Miré hacia arriba, miré sus
ojos y sonreí.
—Jo, jo, jo —susurré antes de cerrar la boca sobre su eje.
Deslicé mi lengua a lo largo de su erección, lamiéndolo y chupándolo.
Me quitó el sombrero y lo tiró al suelo antes de pasar sus manos por mi
cabello, estaba más que excitado. Chuparlo me hacía sentir poderosa y sexy,
escuchar sus gemidos de placer me llenaba de éxtasis.
—Arriba —dijo tan bajo que apenas lo escuché—. Arriba.
Me puse de pie y me limpié la boca mientras lo miraba a los ojos.
—¿Pasa algo malo? —pregunté.
—Todo está bien, demasiado bien, apenas y puedo mantenerme en pie.
Pasé la punta de mi dedo sobre su pecho y lo sentí sacudirse.
—Pero no había terminado —hice un puchero.
—Yo voy a ser el que termine si me sigues chupando así.
—Sigue hablando así y voy a terminar —le dije.
Sentía como si mi vientre estallaría en cualquier momento, estaba
demasiado excitada, y aunque el alcohol ayudaba un poco, él era el
causante de todo.
Me tomó por el brazo haciéndome girar y poniendo un brazo alrededor
de mi cintura. Podía sentir el calor de su cuerpo, me estaba llevando a la
locura.
—No te muevas —susurró cerca de mi oído.
Me puso la rodilla entre las piernas, obligándome a separarlas, respiraba
con dificultad, ansioso por lo que pasaría a continuación. Estaba tan cerca
del orgasmo que temía que apenas me tocara iba a venirme.
Pasó un dedo por la columna vertebral, desabrochando mi sujetador,
dejando mis pechos al aire. Su dedo siguió su camino por mi columna hasta
la parte baja de mi espalda antes de besarme justo donde había finalizado el
recorrido, mis piernas temblaban tanto que temía desmoronarme en el
suelo.
Movía sus manos suavemente sobre mis muslos, haciendo que mi piel se
erizara por completo, estaba desesperada por él. Podía sentir el pelo de su
pecho cuando se acercó a mi espalda, y ese simple roce hizo que me
estremeciera.
Me quejé, moviendo la cabeza a un lado y pidiendo más en silencio,
mientras me acariciaba el cuello, deslizó su mano sobre mi vientre hasta
meterla bajo mis bragas de terciopelo, me puse rígida, esperando el
momento en que sus dedos revolotearan sobre mi clítoris, cuando me tocó
por primera vez, me sacudí, estaba a punto de llorar de necesidad.
—Sí —dije, dejando que el fervor se apoderara de mí.
—Sí, ¿qué? —preguntó cerca de mi oído.
—Sí, por favor.
—¿Quieres que ponga mi dedo dentro de ti? —preguntó.
Su grosería me excitaba aún más de lo que estaba.
—Sí —gimoteé.
—¿Así? —susurró, deslizando un largo dedo dentro de mí.
Me quejé, con la cabeza echada hacia atrás para descansar en su hombro.
—¿Qué hay de esto? —preguntó, empujando un segundo dedo dentro de
mí.
Mi cuerpo se sacudió, empujaba mi pelvis contra ellos, llevándolos más
dentro de mí.
—Deseo tu pene dentro.
Gruñó, mientras sus dedos entraban y salían.
—Me vuelves loco —susurró, a medida que movía sus dedos más rápido
—. Me haces venir tan fuerte que siento que estoy alcanzado las nubes,
quiero cogerte así todo el tiempo, escucharte gemir y que grites mi nombre.
Apenas me aferraba a la realidad, mi cuerpo estaba llegando a un clímax
que sabía que me haría hacer todas esas cosas que él acaba de decir.
—Oh Dios —respiré.
—Dilo, Corina, di mi nombre.
—Enmanuel —respiré, el nombre desencadenó una respuesta en lo
profundo de mi alma—. Enmanuel —lo dije de nuevo mucho más fuerte.
—Eso es —gruñó, con su mano moviéndose hacia mi cabello.
Agarró puñados, manteniendo mi cabeza firme mientras sus dedos se
deslizaban sobre mi clítoris hasta hacerme gritar y temblar contra su cuerpo.
Sus dedos descansaban dentro de mí mientras mi orgasmo se desvanecía
lentamente.
—Te necesito dentro de mí —respiré.
—No he terminado.
—No estás ni siquiera cerca de haber terminado.
A pesar de su promesa de dejarme la ropa interior puesta, me las quitó,
haciendo sonar las campanitas cuando tocaron el suelo. Se acercó,
colocando estratégicamente mis manos en la puerta y guiándose a mi
apertura antes de sumergirse profundamente. Me quejé mientras su cuerpo
llenaba el mío, estaba otra vez en un punto alto de placer, ese primer
deslizamiento me hacía sentir completa.
—Duro, Enmanuel, quiero que me des duro.
—Si te doy tan fuerte como me muero por hacerlo, podría hacerte pasar
por esa puerta.
Me estremecí de alegría.
—¡Hazlo!
Rugió, su cuerpo se movía rápido mientras se mecía contra mí. Su poder
y su fuerza se dirigían hacia mí, empujándome contra la puerta. Gritaba,
golpeando la madera mientras me cogía fuerte.
Sentía que mi cuerpo irrumpía a su alrededor, apretándolo y tirando de él
mientras me penetraba un poco más lento. Me agarró fuertemente de las
caderas, haciéndome sentir que sus dedos quemaban mi piel, sus caderas se
sacudieron contra mí.
Se retiró, dejándome con una sensación de vacío y agotada. Sus fuertes
brazos me envolvieron, podía sentir su corazón latiendo en su pecho,
dejándome allí durante varios segundos.
—¿Estás bien?
—Estoy mucho mejor que bien —le dije.
Se alejó, besándome con firmeza.
—Me encantaría que pudieras pasar la noche conmigo, hay muchas
cosas que me encantaría hacer con tu cuerpo.
Me reí entre dientes.
—Es muy tarde y esas chicas se van a levantar muy temprano.
—Estoy dispuesto a sacrificar un poco de sueño si eso significa que
puedo estar contigo.
Sonreí.
—Yo también.
—¿Te quedas otros quince minutos? —preguntó en voz baja.
Me reí entre dientes, sabiendo que quince minutos iban a ser mucho más
tiempo.
—Claro, dormiré en otro momento.
Se agachó, me levantó, llevándome a la cama para acostarme
suavemente. Era casi una hora más tarde cuando me acosté jadeando
después de otra ronda con él.
—Dios mío —respiró—. No creo que vaya a caminar muy bien mañana.
Me reí.
—¿Tú? Creo que soy la que debería decir eso, tenía las rodillas en mis
mejillas.
Su profunda risa calentó mi alma.
—Eres una mujer flexible, no puedo esperar a ver de qué otra forma
puedes doblarte.
—Es la cama, esta cama no fue hecha para tener sexo.
Se giró hacia su lado y dejó caer un beso en la punta de mi nariz.
—No sé nada de eso, creo que lo hicimos bien.
Suspiré, sin querer irme pero sabía que si no lo hacía lo lamentaría.
—Mejor me voy.
—Feliz Navidad —dijo con una sonrisa.
Me reí.
—Sí, definitivamente es una Feliz Navidad.
Se levantó de la cama y me ayudó a levantarme. Recogí la ropa que
estaba dispersa y me vestí para el corto viaje a la otra cabaña, se puso un
par de calzoncillos e insistió en acompañarme hasta su puerta.
—Te vas a congelar —le advertí.
—Necesito refrescarme —dijo con una risa.
Me reí suavemente, cuando estaba a su lado me sentía libre.
—Buenas noches —susurré, sin querer molestar a las chicas que
dormían en el sofá.
Me dio un beso de buenas noches.
—Buenas noches, nos vemos en un par de horas.
Entré y fui a su habitación para arrastrarme hasta su cama, me sentía
como si acabara de pasar por una de las clases de yoga más largas, mi
cuerpo estaba estirado y completamente saciado, me llevó menos de dos
minutos desmayarme con una sonrisa en los labios.
Capítulo Veintinueve
Enmanuel
Me desperté con risas y golpes suaves, pestañeé varias veces, tratando de
despejar mi cabeza, no estaba en mi cama, y tenía un poco de resaca, no
entendía que pasaba. Me froté los ojos y volví a oír los golpes, sentía mi
cabeza nublada, nada estaba bien.
—Oh mierda —murmuré, dándome cuenta de que era la mañana de
Navidad y no me había levantado tan temprano como esperaba.
Levanté mi mano para revisar la hora en mi reloj, nunca me perdonaría si
me quedara dormido en mi primera Navidad con las niñas.
—¡Maldita sea! —ruñí cuando vi que eran más de las seis. Tiré la manta
e inmediatamente me di cuenta de que estaba desnudo—. Mierda.
Me esforcé por encontrar mi ropa, me puse los pantalones sin ropa
interior y corrí hacia la puerta, la abrí para encontrar a Laura y a las chicas
que estaban en el pequeño porche, ambas me veían con ojos brillantes,
listas para la fiesta, su abuela también estaba lista.
Laura me miró, con una ceja levantada. Me di cuenta de que estaba sin
camisa, pero no había nada que hacer al respecto.
—Es Navidad —anunció.
Asentí.
—Sí, lo siento, me... me quedé un poco dormido.
—¡Es hora de abrir los regalos! —exclamó Elisa.
—¿Me das dos minutos para ponerme una camisa y unos zapatos? —
pregunté—. Prometo que no me llevará mucho tiempo, no retrasaré tu
Navidad.
Laura sonrió.
—Creo que podemos darte tres minutos, Corina parece tener algunos
problemas para levantarse esta mañana también, apenas se estaba parando
de la cama cuando salimos para acá. Los esperamos en el árbol.
No estaba seguro de si me estaba sonrojando, pero algo me decía que sí,
parecía un adolescente que acababa de ser atrapado por su madre, o por
alguien.
—No creo que debas ir al comedor —murmuré.
No tenía por qué decirle dónde podía o no ir, pero esperaba que lo
entendiera.
—Por supuesto que no, iremos a ver si Corina está lista, no te preocupes,
tómate unos minutos para recomponerte.
Entonces ahí me di cuenta de que me estaba sonrojando.
—Gracias. Lo siento, prometo que no me llevará más que un par de
minutos.
—¡Apúrate, Enmanuel! —Elisa ordenó.
—No lo lamentes —dijo con una pequeña risa—. Estoy feliz de saber
que fue una buena noche, o mañana.
Cerré la puerta y me quité los pantalones para vestirme adecuadamente.
Me llevó menos de tres minutos cambiarme, pero luego decidí lavarme los
dientes para no agredir a nadie con mi aliento de dragón. Hice un trabajo
rápido, buscando más la sensación de frescura de la menta que la limpieza
de los dientes, me puse mis botas, sin molestarme en atar las agujetas y
arreglé mi cabello con las manos.
Salí corriendo, pero me di cuenta que había dejado mi chaqueta así que
me devolví para tomarla, me encogí de hombros y corrí hacia el comedor.
Se suponía que debía haberme levantado temprano para encender el fuego,
hacer chocolate caliente y encender todas las luces, me sentía horrible por
arruinar la magia de la mañana de Navidad.
Enchufé las luces primero antes de correr a la chimenea para iniciar el
fuego, acababa de encenderlo cuando escuche las fuertes voces de las niñas,
mire a mi alrededor asegurándome de que todo estuviera en orden, me
alegré de que nos hubiéramos ocupado de los preparativos antes de ir
corriendo a mi cabaña.

La puerta se abrió, dejando entrar el aire frío en la habitación mientras


las chicas corrían hacia el árbol de Navidad para inspeccionar la pila de
regalos envueltos debajo de él.
—¡Santa Claus nos encontró!— Gritó Elisa.
—¡Mira, mamá! Trajo regalos.
Laura y Corina entraron detrás de ellas, lancé una mirada rápida a ellas y
me sentía un poco culpable por mantenerla despierta hasta tan tarde. Tenía
una cola de caballo en su cabello un poco despeinada y unas ojeras un poco
pronunciadas, llevaba lo que podría haber pasado por un pijama, pero
sospeché que era más bien un traje versátil de leggins y una larga camisa a
cuadros, completaba el atuendo con unas pantuflas de patas de oso que la
hacían ver hermosa, me gustaba el aspecto natural, y el hecho de saber de
qué el cansancio que sentía era culpa mía por mantenerla despierta hasta
tarde, hacía que me sintiera muy posesivo y varonil.
—¿Café? —preguntó, mirando hacia mí con ojos aún adormecidos.
—No llegué tan lejos —le dije con una pequeña sonrisa—. Parece que
dormí un poco más tarde de lo que había planeado.
—Pondré el café en marcha —dijo Laura—. Ustedes dos controlen a
esas chicas, yo volveré con el café y una bolsa de basura.
—Gracias —murmuró Corina.
—¿Qué hacemos? —le pregunté a Corina, sintiéndome completamente
fuera de mi elemento.
Vi a las chicas revoloteando alrededor del árbol como pequeñas abejas
pululando una hermosa flor.
Me miró y sonrió.
—Nos quitamos de en medio.
Las chicas ya estaban haciendo dos montones, clasificando los nombres
en las etiquetas, las veía moverse por todos lados muy emocionadas.
Llevaban una pijama roja con pantuflas a juego, que parecía una mini
versión de las de Corina.
—¡Hecho! —exclamó Elisa—. ¿Podemos abrirlos ahora?
—Esperen a la Nana —dijo su madre con más paciencia de la que yo
podría haber mostrado.
Laura entró en la habitación llevando una bandeja con tres tazas de café
muy fuerte. Ambos tomamos nuestras tazas. Podía disfrutar del líquido
caliente por mi garganta, cerré los ojos, saboreándolo, cuando los abrí todo
se veía más claro y brillante, la cafeína había hecho su efecto.
—¡Está bien! —dijo Laura, poniendo la bandeja en una mesa—.
¡Hagámoslo!
Corina y yo tomamos asiento, y Laura quedó de pie con su bolsa de
basura lista.
Veía con asombro como las chicas rompían sus regalos, chillando y
gritando de alegría, era mágico. Observaba sus caras animadas mientras
sostenían sus regalos desenvueltos, era como si estuvieran hablando su
propio idioma, ambas hablaban rápido y con frases incompletas.
—Vaya —dije cuando el frenesí comenzó a disminuir.
Apenas había terminado mi primera taza de café cuando terminaron de
abrir los regalos, pero noté que había quedado uno debajo del árbol.
—Olvidaron uno.
Ambas chicas miraron a Corina, quien les dio una seña de aprobación.
—Adelante.
Lucía se puso de pie y recogió el regalo, Elisa la siguió mientras ambas
caminaban hacia mí.
Las miré, luego a Corina.
—¿Qué está pasando?
—Esto es para ti —dijo Lucía, entregándome la caja.
—¿Para mí? —pregunté sorprendido.
—Ayudé a elegirlo —dijo Elisa con una sonrisa.
—Gracias —dije, con voz ronca.
—Ábrelo —ordenó Lucía.
Tomé la caja y lentamente empecé a sacar el papel, cuando Corina aclaró
su garganta, fue entonces cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo.
—Lo siento —dije con una sonrisa vergonzosa.
Rompí el papel, abriendo la caja para encontrar una navaja suiza, bueno,
una versión de una navaja suiza.
—¡Chicas, esto es increíble!
—¿Te gusta? —Elisa preguntó.
—¡Me encanta! Voy a llevar esto dondequiera que vaya, es muy práctico.
¿Saben lo que es esto?
Lucía asintió.
—Dijiste que solías tener uno y lo perdiste, es un pequeño cuchillo, tijera
y un pequeño destornillador.
—Esta es una muy buena herramienta para tener cuando estás en el
bosque, gracias, esto es espectacular.
Ambas estaban radiantes, estaba casi conmovido hasta las lágrimas. Miré
a Corina, que me sonreía con una extraña mirada en su rostro, tenía la
sensación de que ella estaba sintiendo lo mismo en ese momento. Era como
si mi corazón explotaría en cualquier momento.
—De nada —dijo Elisa.
—Entonces, ¿qué les trajo Santa? —les pregunté.
Mi única pregunta resultó en una ráfaga de conversación, apenas podía
mantener el ritmo, me traían sus regalos, me hablaban de ellos y charlaban,
Laura y Corina también estaban siendo bombardeadas.
—Elisa, juguemos con nuestras nuevas muñecas en la casa de juegos —
dijo Lucía, recogiendo algunas de las muñecas que habían recibido para
Navidad.
—Haré chocolate caliente y sacaré los panecillos y las rosquillas —dije,
levantándome.
Deslicé la multi-herramienta en mi bolsillo, siempre estaría allí. No
podía recordar la última vez que había recibido un regalo, en realidad,
habían sido las últimas Navidades que pasé con mis padres. Y aunque había
recibido detalles de amigos, nunca uno envuelto en papel festivo.
—Yo ayudaré —se ofreció Corina.
—Y yo me ocuparé del desastre —dijo Laura, sonando demasiado feliz
para hacerlo.
Me alegraba tener un momento a solas para nosotros. Entré en la
despensa y cogí la mezcla de chocolate caliente.
—¿Cómo estás? —pregunté.
Ella sonrió.
—Te dije que era rudo.
Me reí.
—Me quedé dormido.
—Yo también, mi mamá dijo que te despertó.
Asentí.
—Sí. Me las arreglé para ponerme los pantalones, pero eso fue todo, les
di una buena vista.
Se rio.
—No creo que se hayan dado cuenta.
—Bien, odiaría marcarlas de por vida.
Ella entró en la despensa. Agarré dos tazas del estante y las llené de agua
antes de meterlas en el microondas. Estaba perdido en mis pensamientos,
pensando en la Navidad, en mis padres y en todos los años que había
pasado solo, siempre había escuchado que no puedes perderte de algo si no
lo habías vivido, y aunque no me molestaba estar solo, después de pasar
tiempo con Corina y su familia, definitivamente lo extrañaría.
Temía pasar la siguiente Navidad solo y miserable, en este momento sólo
podía pensar en lo que no tenía, y eso me llevaría por un oscuro y solitario
camino que no quería recorrer.
Traté de sacudirme la tristeza que me invadió de repente, me sentía fatal
por algo que ni siquiera había sucedido.
Corina y las chicas estaban allí ahora, y no iba a arruinar la gran Navidad
que estaba teniendo por dejarme llevar por la autocompasión.
—¿Está todo bien? —preguntó.
Giré para mirarla.
—¿Qué? ¿Por qué? Estoy bien.
—Estabas suspirando.
Agarré su mano, besé la parte de atrás y sonreí.
—Lo siento, tuve un momento, todo esto ha sido tan bueno, que no
quiero que termine.
Ella me besó.
—No se ha acabado.
—Tengo algo que quiero darte, no estoy seguro de cuándo podremos
estar un minuto más a solas.
—¡No! —dijo.
—¿No? —pregunté—. ¿Cómo qué no?
—Ya has hecho mucho por nosotras, no puedo aceptar nada de ti.
—Claro que puedes.
—Enmanuel, es demasiado, no sé qué decir.
—Di que eres feliz —respondí.
—Soy feliz, esta se convirtió en la mejor Navidad de todas, la volviste
algo especial y sé que todas la recordaremos con mucho cariño en los
próximos años. Este es un mágico país de las maravillas de invierno y es
perfecto tal como es.
Sonreí.
—Grandioso. Me alegro de que te sientas así, pero todavía hay algo que
quiero darte, es mi manera de decir gracias, hace mucho tiempo que no
tenía una familia con la cual compartir esta fecha, y quiero mostrarte lo
agradecido que estoy por ti, las niñas y tu madre.
Su cara se suavizó.
—Bien.
Capítulo Treinta
Corina
El hombre me iba a malcriar, iba a hacer que nunca quisiera irme y
volver a mi mundo real, cuando estaba en el retiro con él, era como estar en
una tierra de fantasía, todo era diferente cuando estábamos juntos, me sentía
como una princesa, era amable, considerado y siempre comprobaba que yo
tuviera todo lo que quería y necesitaba.
—Enmanuel, no puedo creer que me hayas comprado algo —le dije
mientras caminaba hacia un armario y se ponía en cuclillas.
Se volvió para mirarme con una sonrisa tonta en su cara.
—Lo escondí aquí.
—¿Qué? ¿Por qué?
Se rio.
—No quería que te tropezaras con él en mi camarote.
Puse los ojos en blanco.
—No voy a escarbar en el cajón de tu ropa interior.
Se levantó, con la mano detrás de él mientras caminaba hacia mí.
—Puedes cavar a través de lo que quieras, no tengo nada que esconder,
excepto lo que traigo en mi espalda —se rio.
—Lo tendré en cuenta.
Se paró frente a mí, la risa alegre se fue y fue reemplazada por algo
mucho más serio, podía ver que estaba nervioso, así que esperé, dejando
que se tomara su tiempo.
—Para ti —dijo, entregándome el pequeño paquete plano envuelto en
papel dorado y perfecto un lazo rojo en la parte superior.
—Enmanuel...
—No lo digas, quería hacerlo, deseaba consentirte, honestamente, nunca
había tenido a nadie a quien hacer regalos, y Antonio no cuenta, quiero que
lo tengas.
Asentí, quedando completamente en silencio mientras mis manos
temblorosas desenvolvían cuidadosamente la cinta que sostenía el papel de
la caja, él tampoco dijo nada, sólo me miraba. La risa de las chicas en la
otra habitación era apenas audible por el sonido de mi corazón latiendo en
mis oídos.
Abrí la caja y jadeé.
—Enmanuel.
Cogí el delicado collar de diamantes con los dedos, casi con miedo de
tocarlo, pasé mi pulgar sobre el diamante lágrima, era simple, elegante y
perfecto.
—Si no te gusta, puedes devolverlo. No estaba seguro de cuál era tu
estilo, ya que nunca te he visto usar joyas, pero apenas lo vi pensé en ti.
Mi corazón palpitaba y las lágrimas llenaban mis ojos, nublando mi
visión.
—Es hermoso, nunca lo devolveré.
—Me alegro de que te guste.
Lo miré a los ojos.
—Gracias. Honestamente no sé qué decir, estoy abrumado, es la primera
vez que me pasa esto.
—¿Qué parte? —preguntó.
—Todo —dije con una pequeña risa—. Nunca me habían dado joyas, y
mucho menos recibido un regalo de un hombre.
—¿Y tu esposo? —preguntó con confusión.
Sonreí, sacudiendo lentamente la cabeza.
—No, Trent no me dio regalos, no podía, estaba quebrado y comprar
regalos para cualquiera significaba sacar dinero sus propios bolsillos.
Sus ojos bailaban con ira.
—Lo siento, debiste ser tratada mucho mejor que eso.
—Me doy cuenta de eso ahora, pero cuando vivía la situación, no lo
entendía, era muy joven cuando todo empezó, no sabía nada más, y a pesar
de que tuve un par de novios antes que él, esa fue mi primera relación
formal. Yo era ingenua y no veía lo horrible que era, odio haber
desperdiciado gran parte de mi vida, pero eso ya está en el pasado.
—Estás avanzando —estuvo de acuerdo.
—¿Me ayudarás a ponerme esto? —pregunté.
—¿Quieres ponértelo? —preguntó con sorpresa.
Sonreí.
—Por supuesto, quiero llevarlo, es precioso.
Sonrió, con aspecto orgulloso. Me di la vuelta y quité la cola de caballo
del camino, y sus dedos rozaban mi cuello mientras trabajaba en el broche.
Me di la vuelta para que me la viera.
—Perfecto, es perfecto para ti, es delicado y hermoso, como tú.
Revisé detrás de mí para asegurarme de que seguíamos solos y me
incliné hacia adelante para darle un beso rápido.
—Gracias. Has hecho de este un momento muy especial y estoy
agradecida.
—De nada —respondió—. Ahora, es mejor que saquemos este chocolate
caliente y la comida antes de que vengan a buscarnos.
Llevamos todo a una mesa, sentándonos y comiendo el pequeño
desayuno mientras las chicas nos contaban cuentos de por qué querían
cierto juguete.
—Necesito empezar con ese jamón —dijo mi madre, levantándose de su
silla frente al fuego.
—Yo ayudaré —dijo Enmanuel, saltando.
Levantó la mano.
—No quiero ser grosera, pero me va mucho mejor en la cocina cuando
estoy sol, no me gusta que la gente juegue en mi caja de arena.
Enmanuel me miró.
Sonreí.
—No está mintiendo, confía en mí, es más seguro para todas las partes
involucradas si te mantienes fuera de su camino, cuando sea el momento de
pelar las patatas nos llamara, se guarda el trabajo sucio para su lacayo, es
decir, para mí.
Se rio.
—Entendido, mantendré mi trasero fuera de la cocina.
—Todas tus otras partes también —dijo mi madre antes de entrar en su
dominio.
Enmanuel la vio irse antes de volver a tomar su asiento.
—Me siento culpable de que ella cocine, es mi invitada y está cocinando
todo.
—Le encanta cocinar, es lo suyo, necesita sentirse útil.
Asintió pero no parecía que lo entendiera del todo.
—Pero estará de pie durante horas, sólo quiero que se relaje.
Sonreí.
—Una vez que termine de cocinar y se sirva la comida, se relajará, tengo
la sensación de que se sentará aquí y no se moverá durante unas horas, y me
tocará el área de limpieza.
—Estaremos en el servicio de limpieza —corrigió. —. De ninguna
manera te dejaré limpiar después de que ella cocine, ni lo sueñes.
—Funciona para mí, creo que las chicas estarán listas para una siesta
después de la cena, por lo menos yo a necesitaré.
Me miró, con esa misma picardía en sus ojos que me decía que estaba
pensando en sexo.
—Me vendría bien una siesta.
Me reí.
—Eres insaciable.
—Sólo contigo.
Me relajé en la silla, y el diamante descansaba en mi pecho, nunca me lo
quitaría, siempre serviría como un recordatorio del tiempo que habíamos
pasado en este lugar, no sabía lo que había en nuestro futuro y no me
importaba pensar en ello, quería disfrutar del momento.
Giré la cabeza para ver a las chicas jugar sin pelear, el fuego crepitante y
los olores que emanaban de la cocina me dieron una sensación de calma que
nunca antes había sentido. Giré la cabeza para mirar a Enmanuel, tenía los
ojos cerrados y sospeché que podría estar dormido, se veía relajado y
tranquilo, supuse que me veía similar. Me sentía completamente a gusto, no
tenía ninguna preocupación, podría vivir en ese momento por el resto de
mis días.
—Necesito conseguir algo de leña para el fuego —dijo Enmanuel,
levantándose y dejando caer un beso sobre mi cabeza—. ¡Oh, mierda!
—Está bien —le aseguré, sabiendo que el beso había sido por
costumbre.
No mostramos ningún signo de afecto delante de las chicas porque no
quería que hicieran preguntas.
—Lo siento —dijo antes de salir del salón.
Giré para ver si las niñas se habían dado cuenta, y en efecto, lo hicieron,
ambas me miraban y sonreían.
—¿Qué? —pregunté a la defensiva.
—Le gustas —se burló Elisa.
Sonreí.
—Tal vez. Voy a ver si Nana necesita ayuda, pórtense bien y no salgan.
Entré en la cocina, el olor a jamón cocido y a una variedad de hierbas y
especias hizo que mi estómago gruñera.
—¿Puedo ayudar en algo?
—Todavía no, necesitaré las patatas peladas en una hora.
Asentí, levantando la tapa de una olla y ganándome un golpe en el dorso
de mi mano. Me reí, sacudiendo la cabeza.
Algunas cosas nunca cambian.
—Está bien.
—Es un bonito collar —comentó.
Alcancé mi mano para tocarlo.
—Gracias.
—¿Asumo que él te lo regalo?
Asentí.
—Lo hizo.
Dejó el gran cuchillo que había estado usando para cortar zanahorias.
—No te sientas culpable.
—No lo hago.
—Mentirosa, te conozco demasiado bien, sientes que no lo mereces y
eso te hace sentir culpable, pero no es así, mereces cosas bonitas y que un
buen hombre te trate bien y que ponga tus necesidades por delante de las
suyas.
—Se siente extraño —le dije.
Suspiró.
—Y por eso, lo siento mucho. No deberías sentirte extraña de que un
hombre te trate como una reina, debí haberme puesto firme y prohibirte ver
a Trent.
Me burlé.
—Ambas sabemos que eso nunca hubiera funcionado.
—Tu padre odiaba verte con Trent, lo aceptó por tu bien, pero quería que
te trataran bien, sin duda le hubiese gustado conocer a Enmanuel, es el tipo
de hombre que sabe lo valiosa que eres, puedo verlo cada vez que te mira, y
esa es la forma en que una mujer debe ser tratada.
Sonreí, sabiendo que ella tenía razón.
—Es un buen hombre.
—Sí, lo es. Ahora vuelve a sacar tu trasero y pasa tiempo con ese buen
hombre, gritaré cuando necesite tu ayuda.
Salí de la cocina y me congelé en la puerta, no podía moverme, miré la
escena que tenía delante y sentía que mi mundo cambiaba bajo mis pies.
—¿Qué pasa? —preguntó mi madre, viniendo a mi lado.
Ambas veíamos como Enmanuel jugaba con las chicas, estaba sentado
en el suelo, vistiendo a una de las muñecas Barbie, no podía describir con
palabras lo que sentía.
Me dio una palmadita en el hombro.
—No dejes que esa se escape —susurró antes de volver a la estufa.
Me uní a ellos, sentándome y jugando con mis hijas y el hombre que me
hacía sentir toda esta felicidad. Jugamos hasta que mi madre nos llamó para
nuestra comida tardía, había pelado las patatas ella misma dejándonos jugar.
Después de que nos llenamos hasta el punto de casi explotar, ninguno
estaba dispuesto a hacer mucho.
—Voy a llevar a las chicas de vuelta a la cabaña —anunció mi madre
después de la cena—. A todos nos vendría bien un poco de descanso.

—Gracias, mamá —dije, sabiendo que nos estaba dando más tiempo a
solas.
—Supongo que probablemente deberíamos comenzar con la limpieza —
dijo Enmanuel, mirando la mesa todavía llena de platos sucios.
Me quejé.
—Realmente necesitas contratar una criada.
Se rio.
—En realidad, espero poder hacer eso, en un par de días voy a defender
mi caso para esa financiación.
—¿En serio? No sabía que era tan pronto.
Asintió.
—Sí. ¿Te gustaría ir conmigo? Es en Nueva York, serían dos días.
Dudé, tratando de frenar mi respuesta instintiva de rechazar la invitación
antes de pensarlo.
—Tendré que consultar a mi madre para ver si puede cuidar a Lucía y
Elisa, pero me encantaría.
—¿En serio? —preguntó con sorpresa.
Envolví mis brazos alrededor de su cintura y lo besé.
—Sí, de verdad, me encantaría una excusa para pasar más tiempo a solas
contigo, además, es lo menos que puedo hacer. Has hecho mucho por
nosotras, esta es realmente la mejor Navidad que he tenido en mis
veintisiete años en el planeta.
Me besó.
—Esta es mi mejor Navidad también, hiciste que abriera los ojos a un
mundo completamente nuevo.
Ambos ignoramos los platos sucios y sólo disfrutábamos uno del otro,
iba a ser muy difícil volver a casa después de unos días tan increíbles.
Capítulo Treinta y Uno
Enmanuel
Aunque no me abandonaban, así lo sentía, pronto volvería a estar solo, y
ni siquiera Antonio estaría cerca para molestarme, seríamos simplemente
los árboles y yo y la tarea de limpiar las secuelas de la mejor Navidad que
había tenido. Todavía estaba zumbando por la euforia, pero la despedida
que se avecinaba iba a ser difícil.
—¿Esta está lista? —le pregunté a Corina mientras recogía una maleta.
—Sí, está lista para salir y también lo está esa bolsa de cosas junto a la
puerta.
Tomé la bolsa y la acompañé hasta el vehículo en el estacionamiento.
Laura salió del comedor con la pequeña caja de sobras que insistí en que se
llevara, yo tenía suficiente, había pasado mucho tiempo preparándonos un
festín que no se olvidaría pronto.
Lucía y Elisa estaban en el comedor jugando a última hora con la casa de
muñecas, Laura puso la caja en el auto y regresó al salón. Aproveché que
todas estaban ocupadas y volví a mi cabaña para despedirme en privado de
Corina.
Llamé a la puerta una vez antes de entrar, ella estaba el mostrador de mi
pequeña cocina.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Estoy limpiando, no te voy a dejar con un desastre.
—Está bien.
Dejó lo que estaba haciendo y miró a su alrededor.
—Supongo que eso es todo entonces, todo está empacado y listo.
Caminé hacia ella, la rodeé con mis brazos manteniéndola cerca.
—Echaré de menos tenerlas cerca.
—Yo también extrañaré verte.
—¿Pero te veré en dos días? —pregunté.
—Sí, necesito hablar con mi madre, pero estoy segura de que no le
importará vigilar a las niñas.
Le di un beso rápido.
—Espero pasar tiempo contigo, cenaremos en un buen restaurante y
veremos la ciudad si quieres.
Miró hacia arriba y sonrió.
—Definitivamente me gustaría eso.
La acompañé hasta su vehículo. Laura estaba saliendo con Lucía y Elisa,
pero las chicas no parecían felices.
—¿Qué pasa? —le pregunté a Elisa, que estaba haciendo pucheros.
—No queremos irnos.
Sonreí y me puse en cuclillas delante de ella.
—La pasé muy bien, gracias por venir a pasar el rato conmigo, tal vez
puedas venir de nuevo.
Su cara se iluminó.
—¿En serio?
—Depende de su madre, pero cuando quieran venir aquí, ella puede
llamarme.
Me rodeó con los brazos en el cuello, casi me golpeó en el trasero.
—¡Te quiero!
Sus palabras me aturdieron, así que le di una palmadita en la espalda.
—Yo también te quiero —dije, sin saber qué más decir y sin querer herir
sus sentimientos.
Me puse de pie y ayudé a meterla en el vehículo. Laura y Lucía ya
estaban dentro con los cinturones de seguridad puestos, Corina estaba de
pie junto al auto, mirándome fijamente. Probablemente no estaba feliz de
escuchar lo que Elisa había dicho, esperaba que no fuera demasiado raro.
—Eres un buen hombre —dijo en voz baja.
—Gracias, y tu una buena mujer.
Se rio.
—Te veré en un par de días, muchas gracias por todo, realmente te
superaste a ti mismo y esto fue muy divertido.
—Gracias por venir, conduce con cuidado.
Las vi irse, moviendo mi mano mientras el auto desaparecía a lo lejos.
Así como así, el retiro se sentía enorme y desolado, estaba solo una vez más
y no se sentía tan reconfortante como de costumbre, me di la vuelta, con las
manos en las caderas examinando la zona, sin las chicas saltando y
hablando por doquier esto se sentía sin vida.
Sólo me iría un par de días y podría posponer la eliminación de las
muchas luces y decoraciones, o podría empezar a hacerlo en ese mismo
momento, iba a ser una tarea monumental, así que decidí comer un poco de
pastel y llamar a Antonio antes de abordar el proyecto.
Corté una gran rebanada de la tarta de manzana que Laura había hecho y
la llevé a la silla junto al fuego, pero no era lo mismo sin ella, era una
locura que en cuestión de días me hubiera acostumbrado a tenerla sentada a
mi lado.
Tomé un par de bocados antes de llamar a Antonio. Había enviado un
mensaje de texto anoche y otra vez esta mañana, prometí llamarlo tan
pronto como estuviera solo, no quería perder ni un minuto con mis invitadas
por estar al teléfono.
—¿Se fueron? —preguntó, contestando el teléfono.
—Sí, hace un par de minutos.
—¿Estás llorando en tu cerveza? —se burló.
—No, estoy comiendo pastel.
Se rio.
—Bonito desayuno.
—Tiene manzanas —respondí.
—¿Estás listo? —preguntó, yendo directo a lo que quería hablar.
Suspiré, sabiendo que las posibilidades de conseguir la financiación eran
muy escasas.
—Voy a repasar la presentación de nuevo, pero estoy tan listo como
puedo estar.
—Vas a usar el traje, ¿verdad?
Me reí.
—El traje.
—Sólo tienes uno, es el traje.
—Cierto, y sí, me pondré el traje, me arreglaré el cabello y dejaré las
botas en casa.
—Buen chico.
Le di otro mordisco al pastel.
—Corina me acompañara —dije, dejando caer la información.
—¿Qué? —gritó—. ¿En serio? ¿Va a fingir ser tu esposa?
—No, nada de eso, tiene unos días libres y las chicas no van a la escuela,
así que le pedí que viniera conmigo para que pudiéramos tener un par de
días para nosotros, espero llevarla a cenar, disfrutar de la ciudad y pasar un
buen rato.
Su risa hizo que pusiera los ojos en blanco, a veces podía ser muy
inmaduro, así que esperé a que se recuperara.
—¿Por buen rato te refieres al sexo? ¿No tuviste suficiente estos días?
—En primer lugar, no hay suficiente sexo, especialmente con ella, y en
segundo lugar, no es como si nos hubiéramos quedado en la cama durante
dos días, estaban las niñas y su madre, no era exactamente el momento
propicio para tener mucho sexo.
—Pero encontraste una manera —dijo fácilmente.
No podía evitar sonreír.
—Fue una muy feliz Navidad —respondí.
Se rio.
—Estoy seguro de que lo fue, entonces, ¿vas a tratar de hacerla pasar por
tu esposa?
—No, ella va conmigo como amiga, bueno espero que sea más que eso,
tampoco quiero asustarla pidiéndole que sea mi esposa después de vernos
exactamente tres veces.
—Cuando la presente a los miembros de la junta, ¿cómo la llamará?
Sonreí.
—Corina, ese es su nombre.
—Ya sabes lo que quiero decir. ¿Es tu novia? ¿Tú amiga? ¿Tu amante?
Te advierto que la última podría no ir tan bien con lo que es obviamente un
grupo muy conservador. ¿Prometida?
—¡No!
Se rio.
—Estás irritable. ¿Cómo vas a llamarla?
—¿Por qué tengo que darle un título?
—Porque, ¿qué vas a decir? “Ella es Corina” eso sonará muy frío, y si
los de la junta no te patean el trasero, ella lo hará.
Hice una mueca, pero tenía razón.
—No lo sé, no había pensado en eso, ya se me ocurrirá algo.
—Tienes dos días, no esperes hasta que llegue el momento.
Suspiré.
—Lo tengo. ¿Cómo estuvo tu Navidad?
—Bien, mi hermano condujo hasta aquí y pude conocer a mi nueva
sobrina, hoy, todos fueron a la play0a.
Me reí.
—Es muy extraño escuchar eso.
—¿Nevó?
—No, pero hace un frío infernal, mejor me voy, necesito empezar quitar
algunas decoraciones, creo que me tomará una semana desmontar todo yo
solo.
—Asegúrate de que estén abajo antes de que yo llegue —dijo.
—Creo que los dejaré arriba ahora.
—Mi mamá está llamando —dijo con una pequeña risa—, tengo que
irme.
Sacudí la cabeza, dejé mi teléfono y terminé mi pastel, reflexionando
sobre su consejo, no estaba seguro de cómo presentarla, no creía que podría
llamarla novia, no sin antes hablarlo con ella, por ahora sería mi amiga, así
la consideraba y esperaba que ella sintiera lo mismo.
Metí mi plato sucio en el lavavajillas y salí para aprovechar el buen
tiempo, no quería escarbar en la nieve para encontrar las luces de los
bastones de caramelo. Pasé las siguientes horas quitando los adornos
exteriores, y devolviéndolos cuidadosamente a sus cajas, para luego
guardarlos en el cobertizo para usarlos el próximo año. Ya estaba planeando
cómo hacerlo más grande y mejor para los niñas.
Me estaba adelantando, no había garantía de que Corina y yo
hablaríamos el año que viene, y justo en ese instante me di cuenta de que la
quería en mi vida por mucho tiempo, deseaba hacer planes para la próxima
Navidad, y para la siguiente, y para el resto de mi vida.
Entré en la cabaña donde Laura se había quedado. Había un sobre en la
cama, lo tomé y vi mi nombre escrito en él.
Lo abrí rápidamente.
—Querido Enmanuel —leí en voz alta—. Gracias por un tiempo
maravilloso, estoy feliz de que Corina te haya conocido, se merece un buen
hombre y después de verte estos últimos días, estoy segura de que la
tratarás a ella y a mis nietas como se debe. Espero que vayas a cenar pronto
a la casa. Cuídate, Laura.
Estaba sonriendo mientras metía la carta en el sobre, esto me daba la
impresión de que tenía su aprobación para salir con su hija, y no podía
explicar por qué, pero eso me hacía feliz, me gustaba saber que su madre lo
aprobaba, respetaba mucho a Laura, y me habría partido el trasero por
obtener su aprobación si no se hubiera dado libremente.
Doblé el sobre y lo metí en el bolsillo lateral de mis pantalones antes de
ocuparme de la limpieza. Fui hasta la cabaña donde me había quedado para
cambiar las sábanas. Mientras barría el suelo, encontré una de las campanas
que Corina se había puesto en la cadera, sonreí, metiéndola en mi bolsillo
también.
Dejé la pila de ropa sucia fuera de mi cabaña y cambié las de mi propia
habitación. Pasé el resto del día haciendo los quehaceres de rutina, mientras
pensaba en ella, y aunque disfrutaba de la tranquilidad del día, se sentía
demasiado tranquilo.
Revisé las sobras del refrigerador antes de llevar un plato a mi cabaña
para acomodarme para dormir. Estuve tentado de llamarla, pero recordé que
me había prometido llamarme después de que las chicas se acostaran.
—Maldición —susurré en el silencio de mi propia cabaña.
Las extrañaba a todas, el caos, incluso echaba de menos las peleas.
Capítulo Treinta y Dos
Corina
Las chicas se habían dormido casi inmediatamente después de entrar en
el vehículo, las observaba a través el retrovisor, y me encantaba verlas así,
el tiempo que habían pasado al aire libre corriendo por todos lados las había
agotado, estaba feliz de que la pasaran tan bien, dudaba que un viaje a
Disneylandia podría haber superado la diversión que tuvieron en el retiro.
—Te ves feliz —comentó mi madre.
Giré para mirarla, con mi sonrisa intacta.
—Lo estoy.
—Ustedes dos son muy buenos juntos, es muy relajado, y te calma, te
redondea, suavizando todos esos bordes afilados que tienes.
—Oye —protesté.
—Sólo quiero decir que tus experiencias pasadas te han dejado hastiada,
y es comprensible, y no es que lo esté defendiendo, pero cuando estás a su
lado eres diferente, me recuerdas a una mariposa delicada cuando está
cerca, te vuelves frágil y confías en él para que te cuide.
Pensé en lo que decía y asentí.
—Me siento diferente a su alrededor, más relajada, no tengo que tener
las defensas altas, y siempre estar en guardia, con él, siento que tengo una
pareja, está ahí para llevar la responsabilidad, aunque no sea suya.
Tenía una sonrisa serena en su rostro.
—Me alegro mucho por ti. ¿Y ahora qué?
—¿Cómo que ahora qué?
—¿Lo verás de nuevo?
Me imaginé que era la oportunidad perfecta para pedirle que cuidara a
las niñas por un par de días.
—En realidad...
—Sí —dijo.
Me reí.
—No dije nada.
—Quieres que cuide a las chicas para que ustedes dos puedan estar
juntos. ¿Cuándo?
Hice una mueca.
—Dentro de dos días.
—Está bien.
—¿Estás diciendo eso porque estás tratando de que estemos juntos?
Se rio.
—Corina, están juntos, no tengo que intentar hacer nada.
—No sé lo que somos, pero creo que estar juntos es un poco
presuntuoso, sólo nos estamos viendo, realmente no lo sé, nunca hemos
hablado de eso.
—Creo que cuando dos personas congenian, no tienen que tener esa
conversación, simplemente sucede, y entonces un día, te encuentras casado
y con hijos.
Me reí.
—Espero que no sea tan fácil y que no haya ninguna excitación.
—¿Volverás al retiro? —preguntó.
—¿Alguna vez?
—No, en un par de días.
Me di cuenta de que no le había informado de nuestros planes.
—Nos vamos a Nueva York. Bueno, él se va, y yo me voy con él.
—¿Qué hay en Nueva York?
—Dará una presentación a una fundación que está considerando su retiro
para darle una gran donación, tiene muchos planes para el lugar, y voy a ir a
darle apoyo.
Ella asintió.
—Espero que lo consiga, creo que puede hacer grandes cosas, me alegro
de que vayas con él.
—Yo también.
Estuvo callada durante varios minutos.
—Las chicas lo aman, de verdad lo hacen, no puedo creer lo mucho que
Lucía se abrió a su alrededor, normalmente es muy reservada.
—Lo sé —estuve de acuerdo—. Tiene una manera de ser con ella, se
pone a su nivel y le da el espacio justo.
—Será un gran padre —dijo.
Me reí.
—Más despacio, nadie lo está entrevistando para un papel de padre.
—Yo lo estaba haciendo, las chicas también y no me digas que tú no lo
hiciste. Es amable, gentil y paciente, te habría aconsejado que intentaras
encontrar un hombre con al menos dos de esas cualidades, pero encontraste
uno con las tres, eso es una rareza.
—No es una vaca preciada —dije secamente.
Se rio.
—¡Marque a ese chico!
Me quejé.
—Eres terrible.
—Desearía que tu padre estuviera aquí —dijo en voz baja—. Estaría tan
feliz de verte salir de esa pesadilla que fue Trent, se preocupaba mucho por
ti, todo lo que queríamos es que fueras feliz, eso fue lo que siempre
quisimos, odio que no haya podido conocer a Enmanuel.
—Yo también —susurré—, yo también.
—Me gusta pensar que tu papá está ahí arriba mirando, tal vez él envió a
Enmanuel a ti.
Sonreí, luchando contra las lágrimas.
—Me agrada pensar eso también.
—Tendría sentido —dijo con una extraña mirada en su cara.
—¿Qué tiene sentido? —pregunté.
Ella me saludó con la mano.
—Enmanuel entrando en tu vida, te enamoraste de él al igual que las
niñas, y a mí me gusta mucho.
—¿Crees que papá lo envió a mi manera?
Se encogió de hombros.
—¿Por qué no?
—No sé si creo en todo eso —dije con indecisión—. No estoy segura, no
quiero que las chicas se acerquen demasiado y que luego las deje.
—Enmanuel no me parece la clase de hombre que las abandonaría, en el
peor de los casos, si los dos deciden no estar juntos, estoy dispuesta a
apostar mi casa a que él todavía querría estar en la vida de las niñas, se
preocupa por ellas, no puedes negar eso.
Sonreí.
—No, no lo negaré, pero ¿qué pasa si me encuentro con alguien más?
¿Qué tan raro sería eso?
—Te estás adelantando mucho, las inseguridades que te dejo Trent se
están apoderando de ti y no puedes permitirlo, él era una simple manzana
podrida. Los hombres de verdad trabajan para mantener a sus familias, las
aman y hacen lo necesario para hacerlas felices, tu ex marido era un
perdedor.
Me reí.
—Caramba, mamá, dime cómo te sientes realmente.
—Oh, no me hagas empezar, lo mantengo de categoría G porque las
chicas están en el asiento trasero, así que confía en mí, si dijera lo que
realmente siento, querrías lavarme la boca con jabón.
—Lo sé, lo sé, me pasa lo mismo, pero no puedo decir nada despectivo
sobre su padre.
—Deja de intentar encontrar un problema con él, acéptalo como es y ya,
me agrada pensar que hay más gente buena en el mundo como Enmanuel,
que imbéciles como Trent.
Quería aceptar lo valioso que era Enmanuel, pero no podía, el tiempo
que había pasado con Trent hacía que cuestionara todo, mi valor, mi
belleza, me había hecho sentir como si yo no lo mereciera, me hizo pensar
que le debía por estar conmigo porque era un gran premio.
—No quiero que me manipulen —confesé.
—Trent era un manipulador, Enmanuel no lo es. Escucha a tu vieja y
sabia madre, he dado unas cuantas vueltas a la manzana y creo que soy muy
buena leyendo a las personas, y él no es un mal tipo.
Me quedé sin aliento.
—No digo que sea un mal tipo, pero no estoy segura de que sea, ya
sabes, mejor.
—¿Mejor? —preguntó—. ¿Mejor en qué?
—Cualquier cosa que Enmanuel haga será mucho mejor que Trent, él era
mi línea base, pero ¿significa eso que es seguro ir a por todas? Supongo que
no confío en mí misma, después que me dejó caí muy fuerte, por no ver lo
que realmente era.
Me alcanzó a través de la consola central y tocó mi antebrazo.
—Confía en ti, y hazlo en mí, él no es así.
Me lamí los labios, tratando de dejar atrás los miedos que se asomaban,
odiaba a mi ex marido por todo lo que me había hecho, y dos años después,
todavía estaba luchando por ser mi verdadero yo.
—Lo intentaré —respondí—. Lo intentaré, un paso a la vez.
—Bien, es todo lo que puedo pedir.
Después de dejar a mi madre en su casa, estaba de vuelta en la mía con
la misión de guardar todos los juegues nuevos y el equipaje, las niñas ya se
habían despertado y saltaban de alegría.
—¿Cuándo vamos a volver? —Lucía preguntó.
Me reí.
—Acabamos de llegar a casa.
—Quiero volver —dijo Elisa—. ¿Podemos vivir allí?
Levanté las cejas.
—Es un poco lejos.
—Puedes llevarnos a la escuela —razonó Lucía.
Me burlé.
—¡Eso es una hora de ida y vuelta!
—¿Puede Enmanuel vivir con nosotras? —Lucía sugirió.
Puse los ojos en blanco.
—Ustedes se están adelantando mucho, vayan a guardar sus juguetes,
voy a ver que tenemos para cenar, puede que tengamos que ir al
supermercado.
Los dos se quejaron.
—Pero acabamos de llegar a casa —se quejó Elisa.
—Estabas diciendo que querías volver al retiro —le recordé.
—Eso es diferente, es divertido, la tienda de comestibles es aburrida.
—Estoy de acuerdo, pero es necesario, vayan a arreglar las cosas, las
llamaré si vamos.
Las dos corrieron por el pasillo a sus habitaciones. Suspiré y fui a la
cocina, hurgando en la despensa y la nevera, le había dado las sobras de la
cena de navidad a mi madre, y ahora me arrepentía de esa decisión, iba a
tener que cocinar.
No podía evitar preguntarme qué estaba haciendo Enmanuel en este
momento. ¿Estaba sentado frente al fuego bebiendo chocolate caliente?
Sonreí al imaginarlo con sus piernas estirada y una taza de café en la mano,
siempre tenía una mirada tranquila en su rostro, como si estuviera
completamente satisfecho con su vida, envidiaba eso, y aunque había
pasado por momentos difíciles en su vida, no permitió que eso lo derribara.
Era inspirador, y la mejor parte era que él no lo sabía, era muy humilde,
lo que se prestaba a su naturaleza amable, no podía imaginarlo teniendo
enemigos, había algo tan intrínsecamente genuino en él, que no había forma
de que alguien pudiera disgustarse.
Me concentré en la cena y encontré un par de cajas de macarrones con
queso, eso sería suficiente para las tres. Con ese problema fuera del camino,
podría encargarme de empacar para mi próximo viaje, no tenía exactamente
un guardarropa que incluyera vestidos apropiados para una velada en Nueva
York.
Abrí las puertas del armario y miré la poca ropa aburrida que tenía, y
aunque moví todo de un lado a otro me di cuenta de que no tenía nada que
funcionara para ese viaje, mi ropa era de colores oscuros, sin brillo, sin
vida, y sin emoción. Los pantalones era aburridos y blazers que eran
perfectamente apropiados para la oficina. Me acobardé, sacando el único
vestidito negro que tenía, lo había comprado antes de que naciera Elisa.
Nunca había tenido la oportunidad de usarlo, y después del segundo
embarazo, mis caderas nunca entraron en el vestido, no sabía por qué lo
tenía guardado aun, debí haberlo donado hace mucho tiempo, pero sólo para
distraerme intenté ponérmelo.
Me eché a reír cuando la cremallera se atascó a mitad de camino sobre
mi trasero. Lucía entró en mi habitación y me miró, parecía horrorizada.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
—Me estaba probando un vestido.
—¿Por qué?
—Porque voy a salir a cenar con Enmanuel en un par de días y quiero
usar un lindo vestido.
Me miró de arriba a abajo.
—Ese es demasiado pequeño.
Me reí de su declaración muy contundente.
—Sí, no encaja.
—¿Qué te pondrás?
Me giré para mirarla.
—Supongo que tendremos que ir de compras mañana.
—Te ayudaré a elegir un vestido —se ofreció.
Sonreí.
—Gracias. Apreciaría tu ayuda.
Salió de la habitación y yo me sacudí con mucho cuidado del vestido, sin
duda iba al montón de ropa que iría a la tienda de segunda mano. Me vestí
con mi atuendo de casa y me puse a lavar la ropa, al mismo tiempo que
comencé a hacer una maleta para mi viaje.
Esperaba un cambio de escenario para los dos, la verdad deseaba una
buena cena que con suerte incluiría luz de velas y una buena botella de
vino, seguida de un paseo frío por una calle de la ciudad aún decorada para
la Navidad.
Estaba aprendiendo algo sobre mí misma, era una romántica.
No me había dado cuenta de que me gustaban las cosas cursis, pero
desde que Enmanuel entró en mi vida, me encantaban.
Capítulo Treinta y Tres
Enmanuel
La tomé de la mano, mirando los altos edificios a ambos lados de la calle
mientras el taxista navegaba expertamente por las concurridas calles de la
ciudad, y ciertamente nunca podría vivir en una metrópolis, conducir con
tantos autos alrededor es una locura.
—Vaya —respiré, tratando de absorberlo todo.
Me había acostumbrado a que los árboles fueran lo único que se alzara
sobre mí.
—Es mucho —dijo, apretando mi mano.
Con solo mirarla me calmaba, estaba hipnotizado por ella. Cuando salió
del baño del hotel, me quedé sin palabras, llevaba un vestido que acentuaba
sus curvas, manteniendo un aspecto muy digno, se veía sexy y con clase,
era simplemente perfecto.
—No sé si te lo dije, pero eres hermosa, y ese vestido es impresionante,
te ves magnifica.
Sonrió.
—A pesar de que te ves tenso en ese traje, te ves muy bien.
Dejé escapar una risa nerviosa.
—Creo que la última vez que me puse una corbata fue en el funeral de
mis padres, siento que me estoy ahogando.
—Sólo tienes que usarlo por un tiempo —me aseguró.
—Como ese vestido —dije con voz ronca—. Sólo lo tendrás puesto por
un tiempo antes de que caiga al suelo.
Sonrió.
—Te va a costar mucho concentrarte en tu presentación si tienes la
mente puesta en el sexo.
Sonreí.
—Mi mente siempre está en el sexo cuando estás cerca.
El taxi se detuvo frente a un hotel, podía sentir como las mariposas
revoloteaban en mi estómago, y mis manos se ponían sudorosas.
Me apretó la mano.
—Lo harás muy bien, sólo habla desde el corazón, si estás en la carrera,
es porque ya les gustas, sé simplemente tú.
Asentí.
—Espero que sea suficiente.
Salimos del taxi y seguimos las señales hasta el salón de baile donde la
fundación celebraba su fiesta, atravesamos las puertas y casi salgo
corriendo del lugar, un escaneo alrededor de la habitación me dijo que era
un asunto familiar, me sorprendió ver niños corriendo de un lado a otro.
Había maridos y esposas, riendo y hablando con otras parejas. A medida
que nos adentrábamos en la habitación, podía escuchar las conversaciones
que tenían, hablaban de sus hijos y de lo que hacían en la escuela, unos
felicitaban a otros por cumplir su vigésimo aniversario de bodas.
No era un criminal o un matón, pero me sentía fuera de lugar, estaba
convencido de que todo el mundo me miraba, pero me di cuenta que no era
a mí, sino a Corina a quien observaba.
—Hay mucha gente aquí —dijo en voz baja—. No imaginaba que sería
así.
—Yo tampoco, espero no tener que dar mi presentación delante de toda
esta gente, me derrumbaré.
—No, no lo harás —dijo, apretando mi mano otra vez—. Vamos a tomar
un trago.
Esperaba que fuera alcohol de verdad, necesitaba un trago fuerte.
—Dos copas de champán por favor —le pedí al camarero.
Nos sirvió y tomé un largo sorbo, recordando mis modales sociales y
evitando vaciar la copa.
—Muy bien, ahora es el momento de mezclarse y charlar —dijo Corina
—. He visto la televisión, se supone que tenemos que ir por la habitación,
sonreír y charlar para conseguir apoyo para ti, debemos encontrar al pez
gordo.
Sonreí.
—Eres aterradora.
—Estoy en una misión para conseguirte ese dinero, sé que te lo mereces
y que harás grandes cosas con ese aporte, así que me aseguraré que todos
sepan que eres la mejor opción.
Le di un beso en la mejilla.
—Gracias por estar en mi esquina, significa mucho tener tu apoyo.
Significaba mucho tenerla a mi lado, me sentía más fuerte cuando estaba
conmigo. La habitación llena de gente me habría intimidado antes, pero no
con su apoyo.
Veía a todas las familias mezclarse y me hacía sentir más nervioso, y
aunque no recibiera la donación, no importaba, si ella me seguía viendo con
admiración todo estaría perfecto para mí.
Nos abrimos paso por la habitación, sonriendo tanto que hacía que me
doliera la cara. Corina parecía encajar bien, hablaba con otras madres sobre
sus hijos, me sentía honrado de tenerla a mi lado.
—¡Enmanuel! —escuché que me llamaban.
Reconocí vagamente la voz, y giré para ver a Timothy Barnes viniendo
hacia mí.
—Tim —llamé.
—Me alegro de que lo hayas logrado —dijo, estrechando mi mano.
Le devolví el apretón.
—No podía perder esta oportunidad, gracias por invitarme.
—¿Quién es esta encantadora dama? —preguntó.
Había olvidado que Corina estaba allí, giré para mirarla, y en el
momento, dije lo primero que se me ocurrió.
—Tim, te presento a mi esposa, Corina.
Sentía como se quedaba estática a mi lado, no podía creer que acababa
de decir esas palabras.
—Encantado de conocerla, Corina.
Eché un vistazo para mirarla, esperando verla lista para matarme, en
cambio, estaba sonriendo.
—Me alegro de conocerte, Tim, Enmanuel me ha contado todo sobre ti y
tu fundación, espero que pueda persuadir a tus colegas.
Sonrió.
—Espero que él también pueda, desde el principio fue mi primera
elección.
—Te lo agradezco —le dije.
—Necesito comprobar algunas cosas, las presentaciones comenzarán en
unos minutos.
Se alejó, dejándome para enfrentar a Corina, me volví para mirarla,
esperaba que me diera una bofetada, una patada o algo.
Pero no hizo nada de lo esperado.
—Corina, yo...
—¡Enmanuel Raga! —escuché mi nombre.
Me di la vuelta para ver a un hombre con un micrófono.
—Vamos —susurró Corina detrás de mí.
La miré, buscando en su expresión algún signo de ira, peor no logré ver
nada, asentí y me moví para tomar mi posición en el podio. Por un segundo
pensé en alejarme, no podía ordenar mis pensamientos, la palabra “esposa”
aun retumbaba en mi cabeza.
Justo cuando pensaba que era una causa perdida, la encontré entre la
multitud, mirándome directamente.
Sonrió y asintió, animándome a dar mi discurso.
Busqué en el bolsillo interior de mi chaqueta y saqué las tarjetas que
había escrito con mi discurso, aclaré mi garganta, y arranqué.
—Buenas noches —comencé. Sentía como la calma se apoderaba de mí.
Dirigí mí mirada a ella, necesitando su apoyo silencioso para seguir
adelante. Hablé de mis objetivos y de lo que podría hacer con el dinero si
elegían mi retiro como destinatario, me apasionaba la naturaleza y me
sentía muy cómodo hablando de ella, de la vida salvaje o cuando estaba
entre los árboles.
Di mi discurso y recibí una ronda de aplausos, sonreí, agradecí a la
multitud y dejé el podio. Corina había ido hasta la barra, cuando la alcancé
estaba terminando un trago de tequila.
Eso probablemente no era una buena señal.
—Hola —dije, levantando una mano para llamar la atención del
camarero—. Un whisky, puro por favor.
El hombre asintió y rápidamente me sirvió la bebida, trayendo una copa
de champán para ella.
—Buen trabajo —dijo ella con una sonrisa firme.
Oh-oh.
—Gracias —respondí.
—De verdad, lo hiciste muy bien —dijo otra vez.
Su tono había cambiado, era frío y distante.
—Enmanuel —la voz de Tim cortó el silencio que había entre Corina y
yo.
—Oye —dije, tratándolo con cariño.
Me dio una palmada en el hombro.
—Dijiste todas las cosas correctas, sabía que mis colegas se
impresionarían, honestamente, todo esto fue un espectáculo de perros y
ponis, pero debíamos hacer lo justo.
—¿Perdón? —Pregunté, yendo a la defensiva—. ¿Qué quieres decir?
Sonrió.
—Quiero decir, ya estaba presionando para que consiguieras el dinero,
pero algunos de los miembros de la juntas estaban reacios, tenían miedo de
que fueras un soltero que malgastara el dinero, y aunque insistí en que eras
un buen hombre, necesitaban verlo por sí mismos. Algunos de ellos
tuvieron la oportunidad de hablar con tu esposa, y sus temores de que
tomaras el dinero y huyeras se disiparon.
Asentí, sin confirmar ni negar lo de la esposa.
—Espero haber causado una buena impresión.
—Absolutamente, de hecho, quería felicitarte.
—¿Felicitarme? —le pregunté.
—La junta está de acuerdo conmigo, hablaremos de los detalles pronto,
pero tú eres nuestra elección para la financiación.
Abrí mi boca sin poder creerlo.
—¿Qué? ¿En serio? Vaya, gracias.
Sonrió.
—De nada, y gracias por traer a esta encantadora dama . Fue un placer
conocerla, Corina.
—Gracias, Tim. Por favor, dale las buenas noches a tu esposa de mi
parte.
Guiñó el ojo.
—Lo haré, que tengas una buena noche.
La noche era muy extraña, por un lado, estaba eufórico de saber que
había conseguido la financiación, y por otro, estaba aterrorizado por la
reacción de Corina a lo de esposa.
—¿Podemos hablar? —Corina preguntó en voz baja.
—Seguro.
—Afuera.
Dejé mi vaso, y le quité el suyo también, no quería que tuviera un arma,
la seguí fuera del lugar.
—Corina —empecé.
Levantó una mano y me impidió hablar.
—No —dijo—. Dime algo y por favor sé honesto.
Moví la cabeza de arriba a abajo.
—Lo haré.
—¿Me invitaste aquí para hacerme pasar por tu esposa y así poder
conseguir esa financiación?
—No —respondí honestamente.
—Me presentaste como tu esposa. ¿Por qué lo hiciste si no querías que
pensaran eso?
Sacudí mi cabeza, frotando mi mano contra mi frente.
—Simplemente salió, y sé que no debí haberlo hecho, pero todos estaban
con sus familias que lo dije sin pensar.
Ella asintió lentamente.
—Sin pensar, claro. ¿Te dijo Tim que la junta no quería dar fondos a un
soltero?
Hice una mueca, no podía mentir.
—Me dijo que trajera a mi familia —admití, sintiéndome como una
completa y total serpiente.
Ella asintió.
—Ya veo, debería haberlo sabido.
—No es así —insistí—. No te invité aquí para hacerte pasar por mi
esposa, te lo juro, eso no es lo que pasó aquí, lo hice porque tuve un
completo lapsus de juicio.
Suspiró.
—Eso es desafortunado, Enmanuel, realmente lo es, pensaba que me
estaba enamorando de ti, que eras diferente, debería haberlo sabido mejor.
Se alejó de mí, levantando la mano para llamar a un taxi.
—Corina, espera, por favor, déjeme explicarle.
—Ya dijiste suficiente. Estoy feliz de que hayas conseguido tu
financiación, sé qué harás grandes cosas con ese dinero, felicitaciones,
espero que tengas una buena vida. Lo digo en serio.
La miré fijamente, observando impotente como se subía a un taxi, no
podía moverme del sitio a medida que el vehículo se alejaba.
Repetí sus palabras en mi mente.
¿Se estaba enamorando de mí?
Tenía que volver a entrar, no podía conseguir el dinero y huir, mi
corazón estaba dividido entre dos direcciones. Mi futuro en el retiro estaba
en juego, si Tim o los otros miembros de la junta pensaban que me iba a
escapar, reconsiderarían su decisión de darme el dinero, pero si no iba tras
ella, podría salir de mi vida para siempre.
Cerré los ojos, debatiendo qué hacer y decidí volver a entrar. Corina
estaría en el hotel, así que me quedaría aquí agradeciéndoles a todos su
apoyo y luego iría a tratar de solucionar las cosas con ella.
Capítulo Treinta y Cuatro
Corina
Estaba más que exhausta, y era algo más allá que un simple agotamiento
físico, mentalmente no podía más y me dolía el corazón, todo acababa de
terminar, sólo quería irme a casa, cerrar las ventanas e hibernar.
No quería pensar en lo que había pasado, anoche, el engaño de
Enmanuel estaba muy recién.
Me sentía como si hubiera estado en una montaña rusa del infierno.
Después de dejar la fiesta, fui al hotel, empaqué mis cosas y me dirigí al
aeropuerto, me había costado una fortuna conseguir un vuelo de última hora
a Portland, peor necesitaba salir de allí cuanto antes. Estaba muy feliz de
haber dejado mi auto en el aeropuerto en lugar de aceptar la oferta de mi
mamá de llevarme.
Arrastré mi maleta detrás de mí, caminando hacía mi auto, a través de la
oscuridad del estacionamiento. Eran justo después de las seis de la mañana,
me había llevado horas conseguir un vuelo y estuve despierta toda la noche,
estaba de un humor de mierda.
Llegué a mi vehículo después de lo que parecía una caminata de tres
kilómetros. Sabía que mi madre estaría despierta, pero la verdad, una parte
de mí no quería enfrentarla, no deseaba decirle que se había equivocado con
Enmanuel, no estaría feliz.
Estacioné el auto frente a su casa y me bajé, rezando para que ya se
hubiera tomado su café. Sentía como mis piernas temblaban a medida que
caminaba a la entrada. Golpeé suavemente, sin querer despertar a las niñas,
podía oír a mi madre en el otro lado, siempre tan cuidadosa, no abría la
puerta hasta saber quién era.
—Mamá, soy yo —dije en voz alta para que lo oyera.
Oí que la cerradura giraba, y un segundo después, la puerta se abrió.
—¿Corina? ¿Qué demonios estás haciendo aquí? Pensé que no
regresabas hasta mañana.
—He vuelto —murmuré.
—Oh, Dios mío, entra.
—¿Tienes café?
—Por supuesto —dijo, cerrando la puerta detrás de mí.
Me sirvió una taza fresca y me ordenó que me sentara en la mesa de la
cocina, sentía como si hubiera vivido este momento antes, y básicamente lo
había hecho. Recordé haber llevado a las niñas a su casa temprano la
mañana después de que Trent se fuera, las habíamos acostado y nos
sentamos en la mesa a tomar café mientras le contaba la historia de cómo
me había abandonado.
Ahora, estaba reviviendo todo una vez más, y admitir que había tomado
otra mala decisión.
—Dime lo que pasó —dijo después de darme tiempo para procesarlo
todo.
—Lo juzgué mal, no es quien yo creía que era.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con preocupación—. ¿Qué pasó?
Dejé escapar un largo suspiro.
—Me usó.
—No me lo creo.
—Me usó para conseguir esa financiación de la que nos habló.
Ella frunció el ceño.
—No entiendo cómo pudiste ayudarlo.
—La junta no quería dar dinero a un soltero, necesitaba una familia para
persuadirlos de que no iba a malgastar el dinero, así que me presentó
delante de todos como su esposa.
—Oh —dijo ella, mirando pensativa—.Qué raro.
—No es extraño, es retorcido. Me usó para conseguir la financiación,
aparentemente todos pensaban que tenía una familia, entonces llegué yo a
su vida enamorándome de sus tonterías de anzuelo, sedal y plomada. Me
presenté en esa fiesta pensando que era el comienzo de algo nuevo, algo
realmente genial, pero no tenía ni idea de que me iba a hacer quedar como
un idiota.
—¿Eso fue lo que dijo? ¿Dijo que te invitó para tratar de persuadirlos de
que le dieran el dinero?
—No, quiero decir, no lo sé, no le di la oportunidad de explicarse,
cuando le pregunté lo negó.
—Estoy segura de que hay una explicación razonable —insistió.
Sacudí la cabeza.
—Lo dudo, pero no me importa, estoy muy enojada.
—Lo siento —dijo—. Pero si sirve de algo, nunca hubiera adivinado que
tenía motivos ocultos, lo que pude ver era completamente real, estoy segura
de que siente algo por ti.
—Me usó, y usó a mis chicas, eso es imperdonable, siempre había sido
muy cuidadosa, nuca salí con nadie para no traer a ningún hombre a sus
vidas para que no salieran lastimadas, y ahora que lo hago, las lastiman, no
es justo para ellas, no merecen ser abandonas por segunda vez.
—Estás estresada y molesta, date un tiempo para pensar en todo, no te
apresures a juzgar. Dale la oportunidad de explicar lo que pasó y por qué
hizo lo que hizo.
Me burlé.
—Creo que está bastante claro por qué hizo lo que hizo, el dinero, le
encanta ese retiro. Cada vez que estábamos juntos no paraba de hablar de
todo lo que quería hacerle al lugar y que necesitaba dinero para poder
hacerlo, tiene grandes sueños, y no lo culpo por eso, pero sí por su
deshonestidad.
—Estoy de acuerdo en que fue deshonesto —dijo.
—Era sombrío, mamá, tanto como el infiero, fue un imbécil
manipulador.
Se rio.
—Puedo ver que tienes fuertes sentimientos sobre esto, siento mucho
que te haya hecho sentir mal, pero creo que necesitas pensar en ello de otra
manera.
—¿Qué manera sería esa?
—Enmanuel es un hombre atractivo, y te dije que es un buen hombre,
tiene muchas cualidades redentoras, sería deseable para cualquier mujer.
Le fruncí el ceño.
—¿Cómo ayuda esto?
—Él te eligió a ti —dijo ella—. De todas las mujeres que podía tener, te
eligió a ti, eres especial, le gustas, y estoy tan segura de eso como que el sol
saldrá en unos veinte minutos.
Sacudí la cabeza.
—No puedo creer que me haya usado, penaba que era diferente, todo lo
que creía sobre él no está claro en este momento. ¿Estaba realmente
emocionado de tenernos a todas allí para Navidad o era todo parte de su
plan? Me siento una estúpida y una tonta.
—No eres ninguna de esas cosas. ¿Puedes estar abierta a la idea de que
todo esto fue un malentendido?
—No.
Mi teléfono estaba vibrando en mi bolso, sabía que era él, lo tomé y
apagué, no quería saber nada de Enmanuel, no deseaba escuchar sus
excusas o explicaciones, todo estaba demasiado recién, y terminaría
creyendo sus tonterías y volvería a caer en los mismos viejos patrones que
tenía con Trent.
No pude hacerlo, no iba a dejarme arrastrar a otra relación poco
saludable.
—No se trata sólo de mí —dije.
—¿Qué no es sobre ti? —preguntó mi madre, parpadeando varias veces.
Dejé escapar un largo suspiro.
—Aunque aceptara las disculpas de Enmanuel y creyera que todo fue un
malentendido, rompió la confianza que tenía en él, y cuando ocurra de
nuevo, porque estoy segura de que será así, podría lastimar a las chicas, y
no hablo en el sentido físico, pero ¿qué pasa si hace algo que las haga sentir
mal? No puedo arriesgarme a eso. Que Trent nos abandonara fue lo mejor
que pudo haber pasado, les ahorró una infancia llena de promesas vacías,
nunca tendrían que ver la mirada que ponía cuando algo le disgustaba.
—Corina, te estás adelantando mucho. Sí, es bueno que Trent se haya
ido, y sí, me alegro de que las chicas no tengan que preocuparse por ser
manipuladas por él, sin embargo, lo siento, pero no creo que Enmanuel sea
nada de eso.
No íbamos a estar de acuerdo en el asunto, ella no era la sentía como su
corazón se rompía en pedazos por segunda vez, no se quedaría para secar
las lágrimas de sus hijas.
—Probablemente debería irme a casa —dije—, estoy exhausta y no
quiero pensar en nada de eso, no quiero hablar.
Sonrió y asintió.
—Está bien, te dejaré en paz, ve a casa y duerme un poco, yo me
quedare con las chicas un rato más.
—No, no tienes que hacer eso.
—Corina, te quiero, pero tienes un aspecto horrible. ¿Estuviste despierta
toda la noche?
—En su mayoría, sí.
—Ve a casa y duerme unas horas, las niñas y yo nos quedamos
despiertas hasta tarde viendo películas, no le va a hacer bien a nadie tener
una madre malhumorada y niños malhumorados en la misma casa, es una
receta para el desastre, las llevaré a casa después del desayuno, puede que
les haya prometido que podrían comer algo de pastel.
Me quejé.
—Mamá, tienes que dejar de darles pastel en el desayuno, estoy segura
de que hay una regla en contra de eso.
—Es una tarta de manzana, eso debería contar como comida saludable.
Puse los ojos en blanco, no podía ganar ninguna discusión con ella.
—Está bien, me vendría bien un par de horas de sueño, gracias.
Puso su mano sobre la mía.
—De nada. Duerme un rato, y con respecto a Enmanuel, no te precipites,
estás agotada. Creo que podrás ver claramente cuando hayas tenido tiempo
para pensarlo.
Me burlé mientras caminaba a la cocina para tirar lo que quedaba de café
en mi taza.
—Pasé toda la noche pensando en eso. ¿Sabes que ni siquiera fue a
buscarme después de que me fui? Estuve en el hotel durante unos treinta
minutos, y nunca apareció, volvió a la fiesta porque eso era lo más
importante para él.
Ella hizo un gesto de dolor.
—Ouch. Esa no fue su mejor decisión.
Me sentí reivindicado.
—Exactamente, quedó más que claro que nunca fui su prioridad, era su
preciado dinero, si tal vez, hubiera aparecido en el hotel, las cosas fueran
distintas, pero no lo hizo, y eso me dejó muy claro lo que realmente le
importaba a él y no era yo. Me imagino que es sólo cuestión de tiempo
antes de que me volviera un fantasma de todos modos.
—¿Fantasma? ¿Te mató? —la mirada en su cara no tenía precio.
Sonreí.
—No, no me mató, habría desaparecido como un fantasma. Una vez que
obtuviera lo que necesitaba me dejaría a un lado y no me necesitaría para
nada, completaría su lista de deseos, conocería a otra mujer y eso sería todo.
Ella asintió lentamente.
—No me hace feliz que haya mentido sobre la situación, pero aún no
estoy convencida de que fuera intencional, ve a casa, duerme un rato y nos
vemos en unas horas.
Le di un abrazo.
—Gracias.
—De nada.
Salí de su casa, estaba completamente cansada, tanto mental como
físicamente, para cuando llegué a la puerta principal, estaba lista para caer
en la cama, sabiendo que las chicas probablemente me despertarían, así que
me tomé el tiempo para ponerme la pijama, no quería que supieran que
había pasado una noche tan mala que me había acostado con la ropa puesta,
tendrían preguntas para las que no tenía las respuestas.
Iba a ser bastante difícil explicarles que no volveríamos a ver a
Enmanuel, temía esa conversación, las conocía perfectamente y sabía que
no iba a ser tan fácil, preguntarían una y otra vez hasta que finalmente se
diera cuenta de que no lo verían más.
Había aprendido la lección, otra vez, no más hombres guapos y sexys
para mí, iba a convertirme en monja o lo más parecido a ella.
Capítulo Treinta y Cinco
Enmanuel
Al mirar la pantalla de arribo y salida de los aviones me ardían los ojos,
mi vuelo se había retrasado debido a un problema mecánico, estuve tentado
de alquilar un auto y conducir de vuelta pero no estaba seguro de poder
mantenerme despierto durante toda la carretera, no había pegado un ojo
durante toda la noche, estaban rojos y me dolían por haber estado abiertos
tanto tiempo.
Me picaba la piel y había un zumbido en la parte de atrás de mi cabeza,
había probado el alcohol y el café y nada de eso funcionaba para restaurar
la sensación de normalidad en mi mente y mi cuerpo. Cuando pasé por la
seguridad del aeropuerto y descubrí que mi vuelo se había retrasado, casi
caigo de rodillas, busqué desesperadamente otro pero no había nada que
hacer, tenía la sensación de que no les importaba que tuviera que atender a
una mujer enfadada y herida.
Necesitaba hablar con Corina, había vuelto al hotel una hora después de
que me dejara en la acera, y no estaba, todavía no creía que me hubiera
dejado en Nueva York, entendía perfectamente porque se fue de la fiesta,
pero se había ido de la maldita ciudad, eso me decía todo lo que necesitaba
saber sobre lo enojada que estaba.
Recordé la incredulidad que había sentido, había estado en shock,
vagando por el hotel, tenía la loca idea de que ella estaría vagando por el
lobby, al principio pensé que podía estar en el bar, pero cuando no la
encontré me di cuenta que algo pasaba, al subí a la habitación me di cuenta
de que su maquillaje y sus cosas no estaban en el baño y su maleta
tampoco, me había dejado, y sin dejar una nota o enviarme un mensaje de
texto.
Todas las llamadas que hice después de darme cuenta de que se había ido
habían quedado sin respuesta, y hace una hora, esas llamadas habían
empezado a ir directamente al buzón de voz, diciéndome que o bien estaba
bloqueando mi número o su teléfono estaba apagado, me estaba apartando
de su lado sin querer escuchar una explicación al respecto.
Incluso pensar en esa posibilidad me hacía sentir mal, sentía un nudo en
el estómago, la había cagado, lo sabía, y si pudiera volver atrás, lo habría
hecho en un instante, me sentía como un imbécil, debí haberla perseguido,
no debería haberla presentado como mi esposa, debí haber sido sincero con
ella sobre las estipulaciones que me acompañaron para conseguir el dinero.
Había muchos “debería tener” y ninguno de ellos me ayudaba ahora. No
podía perderla, si fuera necesario me arrodillaría ante ella, rechazaría el
dinero si eso la hiciera sentir mejor, no necesitaba hacer crecer el retiro, las
cosas estaban bien como estaban, podía seguir con mi plan original y
continuar ahorrando para conseguir lo que quería. Le diría que el dinero
significaba nada si ella no estaba en mi vida, no podría hacer nada si no
estaba a mi lado.
Gruñí, mirando fijamente el número de mi vuelo y la palabra “retrasado”
después de él.
—Demonios.
Tropecé con una de las sillas vacías que había en el aeropuerto,
alegrándome de que no hubiera mucha gente alrededor para mirarme, no
estaba de humor para convivir con las personas. Me estaba revolcando en
mi propia miseria cuando alguien se sentó a mi lado, estaba a punto de
levantarme y pasar a una de las otras sillas vacías cuando miré y vi a Tim.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunté.
Había sido grosero, pero estaba de un humor horrible y no me apetecía
besar traseros.
Sonrió con suficiencia.
—Supongo que lo mismo que tú, estoy en este vuelo, más bien, espero
estar en este vuelo.
—Oh —dije, dándome cuenta de que vivía en Portland—. Lo siento,
estoy irritado por el retraso.
Sonrió.
—Sucede que hago este viaje bastante a menudo y aprendí a esperar
siempre que se retrasa, espero que el viaje haya valido y un pequeño retraso
no lo dañe.
Asentí.
—Absolutamente. Gracias de nuevo por poner mi nombre en el
sombrero y convencer a la junta de que soy digno de la donación.
Sonrió.
—Seré honesto, yo no tuve mucho que ver mucho en ese asunto, fueron
realmente mi esposa e hija las que hicieron que ocurriera.
—¿Su esposa e hija? —pregunté con confusión.
—Hace poco más de un mes, nuestra hija se metió en un problema, algo
que pudo haber acabado muy mal, está en esa fase de rebeldía donde nos
lleva al límite a su madre y a mí, juro que la niña ha hecho que los últimos
cabellos negros que tengo se vuelvan grises, pero creo que después de su
encuentro contigo, podría hacerlo.
Sacudí la cabeza, estaba absolutamente confundido.
—No estoy seguro de haber conocido a su hija. ¿Estaba ella allí anoche?
Se rio.
—No, ella no va a esas cosas, las encuentra sofocantes y aburridas, la
conoció en su retiro.
—¿En mi retiro? —pregunté, buscando en mis bancos de memoria para
tratar de recordar a la hija.
Raramente conocía a los huéspedes por sus nombres, pero me sentía
horrible por no recordarla.
—Bebió demasiado, por cortesía de una de sus malas decisiones,
aparentemente se perdió y durmió su borrachera en el bosque, y tú la
encontraste.
Me quejé.
—Lo siento —dije, recordando lo enojado que estaba—. No debí haber
sido tan duro con ella, estaba frustrado y un poco asustado.
—Hiciste exactamente lo que debías hacer, la asustaste lo suficiente
como para pensar mucho sobre sus decisiones.
—¿No estaba con un grupo de vendedores de autos? —pregunté,
recordando el incidente mucho más claramente.
Él suspiró.
—Sí, lo estaba, fue uno de los muchos trabajos que ha tenido, ya no
trabaja para la compañía. Después de su incidente en el bosque, dejó ese
trabajo y volvió a la universidad, realmente ayudaste a ponerla en el camino
correcto, quería agradecerle personalmente. Mi esposa investigó un poco su
retiro y ambos acordamos que la donación debería ir a un lugar como ese.
Me sentía aliviado de que las cosas salieran como habían salido,
pudieron haber sido mucho peor.
—No tienes que agradecerme, estaba haciendo mi trabajo, su hija no es
la primera que se ha desviado del camino, pero si fue la primera en
desmayarse en el bosque toda la noche, y me asustó mucho, pero seguí su
consejo y puse más iluminación, no me gustaría perder a otro huésped.
Se rio.
—Tienes una forma divertida de probar los límites en todos los sentidos
del camino.
—Me alegro de que haya funcionado.
Miró a su alrededor.
—¿Dónde está su encantadora esposa?
Hice una mueca, no podía mentirle, aunque me costara la donación.
—Corina no es mi esposa.
—¿Qué? —preguntó con sorpresa.
Sacudí la cabeza.
—Ella no es mi esposa, apenas nos estábamos conociendo, pero me temo
que lo estropee.
—¿No es tu esposa? Podrías haberme engañado. Demonios, me
engañaste.
Hice una mueca, esperando que el hombre me dijera que revocaba su
oferta.
—Lo siento mucho, nunca quise engañarte, me dejé llevar por el
momento y se me escapó.
—Supongo que mis suposiciones sobre tu estado civil no ayudaron, lo
siento por eso.
—No es tu culpa, debí haberte dicho desde el principio que no tengo
familia.
Asintió, observando a través de las ventanas antes de volver a mirarme.
—Los dos parecían estar genuinamente enamorados, me recordaron a mi
esposa y a mí cuando nos casamos, todos se burlaban de nosotros diciendo
que teníamos estrellas en la mirada, y justamente vi eso en ustedes dos.
—Nuestro matrimonio fue una sorpresa para ella, y no hace falta decir
que una buena, está bastante enfadada conmigo, por una buena razón.
Se rio.
—No puedo decirte cuán a menudo mi esposa se enoja conmigo, debo
admitir que mínimo una vez a la semana, y aunque no es mi intención
pareciera que es lo mío, pero ella siempre me perdona. A veces, se necesita
un poco más de rogativa, pero me ama, y eso es lo que importa. Cuando
alguien a quien amas te hace enojar, puede sentirse como si estuviera
herido, y debes arreglar eso, los malentendidos son algo peligroso en una
relación, así que tu trabajo es siempre ser muy claro sobre lo que sientes por
ella, mientras seas honesto sobre eso, el resto es una solución fácil.
Reflexioné sobre lo que estaba diciendo, nunca le dije sobre mis
sentimientos por ella, y es que ni yo lo sabía hasta el momento en el que me
di cuenta de que se había ido, necesitaba estar a su lado, nunca sería el
mismo si no estaba conmigo.
—Gracias, seguiré tu consejo, y con suerte, podré arreglar el desastre
que hice.
Se rio.
—Confío en que lo harás.
Hablamos un poco más sobre el retiro y mis planes. Dirigía
constantemente mi mirada hacia la pantalla, estaba ansioso por volver a
Portland. No estaba seguro de cómo iba a hablar con ella, considerando que
no recibía mis llamadas, pero encontraría la manera.
Cuando el avión finalmente aterrizó en Portland, ya era tarde. Cada
minuto que pasaba sin que pudiera hablar con Corina me volvía loco, no
podía comer ni dormir, necesitaba café, pero me sentía muy mal del
estómago y no me atrevía a probar nada.
Llegué hasta mi camioneta estacionada en el aeropuerto, y la llamé
nuevamente. Volvió a ir directamente al buzón de voz.
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Apoyé mi cabeza en el reposacabezas y cerré los ojos, tenía que haber
una forma de encontrarla. Busqué en mi memoria, analizando cada
conversación que tuvimos con la esperanza de encontrar una pista de cómo
encontrarla, conduciría por todas las calles de la ciudad, no me iba a ir sin
pelear, tenía que saber lo que sentía por ella.
Sacudí mi cabeza sabiendo que acababa de vivir uno de sus mayores
temores, Trent la había hecho sentir muy mal y de seguro creía que yo la
había engañado. Sabía que se sentía traicionada y que estaba muy enojada
conmigo, pero quería que supiera que yo también me había enamorado de
ella, debí habérselo dicho cuando tuve la oportunidad.
No lo hice y ahora puede que nunca tenga la oportunidad.
Capítulo Treinta y seis
Corina
El movimiento de la cama, seguido de pequeños cuerpos acurrucados a
mi lado, me despertó de la pesadilla que había estado teniendo. Sonreí y
envolví a mi hija menor en un brazo trayéndola a mi pecho.
—Buenos días —murmuré.
—Mamá, es hora de comer —respondió Elisa.
Me quejé, rodando en mi cama y frotándome los ojos. Podía ver la luz
del día entrando por las persianas.
—¿Es realmente la hora del almuerzo? —pregunté.
Sentía como si apenas había dormido una hora, mi cerebro no estaba
listo para estar despierto todavía.
—Sí —respondió Lucía—. Nana dijo que nos haría el almuerzo porque
estabas demasiado cansada, pensaba que regresarías a casa mañana.
—Cambié de opinión —murmuré, sin ánimo de explicar el estado de mi
vida amorosa a un niño de ocho años.
—¡Chicas! —gritó mi madre desde algún lugar más allá de la puerta
abierta de mi dormitorio—. Dejen que su madre se levante en paz. El
almuerzo estará listo en unos pocos minutos.
No quería levantarme, deseaba quedarme en la cama todo el maldito día.
Las chicas saltaron de mi cama, sacudiéndola mientras se iban, me quejé,
sintiendo un poco de resaca, y aunque el alcohol había desaparecido en
algún momento de la noche mientras estaba sentada en el aeropuerto, la
sensación que tenía se debía a un corazón roto, la ira y la falta de sueño.
Tiré las mantas, sabiendo que sólo estaba prolongando lo inevitable, si
no me levantaba de inmediato, las chicas vendrían nuevamente y esta vez
con mi madre. Salí de la cama a trompicones y entré directamente en el
baño de mi habitación, encendí la ducha y me desnudé, necesitaba una
ducha para lavar todo, quería olvidarme de las últimas veinticuatro horas.
Me paré bajo el agua, levantando mi cara para que el chorro de agua
callera en ella, necesitaba quitarme toda esta ira que tenía acumulada y
despertarme, no planeaba hacer mucho por el día, pero tenía que estar
despierta, no quería ser un zombie tirado en el sofá.
Después de vestirme con jeans viejos y una sudadera con capucha aún
más vieja, me dirigí a la cocina. Las chicas estaban sentadas a la mesa,
comiendo sándwiches de queso a la parrilla y sopa de tomate.
—Gracias —le murmuré a mi madre, caminando alrededor de ella para
empezar el café.
—Te hice uno también —dijo—. Necesitas comer.
—No tengo hambre.
—Come de todas formas.
No iba a discutir con ella, no tenía ánimos. Con una taza de café y un
queso a la parrilla en la mano, me senté en la mesa con mi madre y mis
hijas, ambas habían comido su almuerzo en un tiempo récord.
—Chicas, ¿por qué no van a jugar un rato? —dijo mi madre.
Trataba de ocultar mi expresión, sabiendo que sería de irritación, estaba
enviando a las niñas lejos para poder hablar a solas conmigo, pero yo no
tenía ganas de hacerlo, sólo deseaba sentarme y ver comedias románticas y
sentimentales en la televisión.
—¿Qué? —pregunté una vez que las chicas se fueron—. No he
cambiado de opinión sobre nada.
—Qué pena —regañó—, estás cometiendo un error.
Abrí mi boca.
—¡Mamá! ¿De qué lado estás?
—Estoy de tu lado, y siempre lo estaré, pero no te dije lo suficiente con
Trent, así que te lo voy a decir ahora. Te estás equivocando al sacar a ese
hombre de tu vida, él cometió errores, como todos, y no será la primera vez,
te aseguro que tú también meterás la pata de vez en cuando.
—Caramba, mamá, tus habilidades para subir el ánimo siguen
mejorando.
—No seas amargada —me regañó, haciéndome sentir como esa misma
chica de dieciocho años que se había enamorado de un hombre mayor y
quería la aprobación de su madre.
—No estoy amargada.
Se rio, mojando un trozo de su sándwich en la sopa de tomate antes de
darle un mordisco.
—Estás de mal humor, creo que necesitas dormir un poco más.
—¿Tú crees?
—Jovencita, sigo siendo tu madre, y aunque seas adulta, te lavaré la
boca con jabón por haberme insultado.
—Lo siento —murmuré—. Es sólo que no puedo hacerlo de nuevo,
simplemente no tengo fuerzas. Sobreviví después de Trent y tal vez eso me
hizo un poco más fuerte, pero no quiero que me pisoteen otra vez, si no
hubiera sido por las chicas y por ti, no creo que hubiera sido capaz de
recuperarme, estoy completamente rota.
—Oh, cariño, no estás rota, te forjaste en el fuego.
Sonreí.
—Me gusta eso.
—Es verdad, pasaste por un período difícil en tu vida y saliste más fuerte
que nunca, mira lo bien que ha ido, estás prosperando en tu carrera, tienes
hijas sanas, felices e inteligentes, no tienes que demostrarle nada a nadie,
pero tampoco formar una coraza alrededor de tu vida, pasaste por un
infierno y sobreviviste. Te debes a ti misma vivir esta aventura con
Enmanuel y ver a dónde va, si se va a la mierda, está bien.
Me reí de su elección de palabras muy contundentes.
—Supongo que es una forma de decirlo.
—Es la única manera de decirlo. ¿Qué tienes que perder?
Me quejé.
—No quiero estar triste, no quiero que me hagan daño.
—Salir herido y estar triste es parte de la vida, esas cosas pasarán, pero
no significa que debes quedarte en ellos.
—No sé si valga la pena —le dije—, quiero decir, podría estar
perdiéndome al Sr. Perfecto al pasar tiempo con él.
Se burló, golpeando su mano contra la mesa.
—Chica, no hay nada más correcto que Enmanuel, mira todo lo que hizo
por ti y las chicas, estoy completamente segura de que no fue un proyecto
económico, puso un montón de dinero, tiempo y energía para hacer esa
hermosa exhibición para nosotras, bueno para ti, eso le da un poco de
libertad de acción en mi libro.
—¿Y si es por eso que lo hizo? —pregunté lo primero que pasó por mi
cabeza—. ¿Y si hizo todo eso para impresionarme? Por eso me siento
manipulada, pudo haber sido sincero conmigo, no me hubiese importado ir
con él y fingir ser su esposa, no me gustó que me mintiera, fue demasiado
escurridizo y manipulador y no puedo permitirme entrar en algo así, no otra
vez.
Puso los ojos en blanco.
—Te das demasiado crédito.
—¡Mamá! Estás siendo muy mala.
—No, no lo estoy, digo que no creo que se hubiera esforzado tanto si su
única intención fuera que fueras su esposa de mentira, te lo habría pedido,
el tipo no tiene un hueso manipulador en su cuerpo.
—Eso no lo sabes —respondí.
—Confío en la opinión que tengo sobre él, y no estoy diciendo que te
cases con él, pero tienes que darle una oportunidad, te crie para que seas
una oyente compasiva, deja que te explique las cosas.
—No quiero.
Se rio, levantándose de la mesa.
—Eres demasiado terca, eso lo heredaste de tu padre.
Me levanté y tomé mi bolso. Me había dado mucho en qué pensar, podía
al menos mandarle un mensaje y hacerle saber que las cosas no iban a
funcionar entre nosotros, no importaba cuán herida y traicionada me
sintiera, sabía en el fondo que Enmanuel no era un mal tipo, lo había visto
hacer demasiado bien para creer que era un sinvergüenza.
Eso no significaba que estuviera lista para escuchar lo que tenía que
decir, pero no lo ignoraría completamente. Encendí mi teléfono, y esperé
que se iniciara y revisé mi buzón de voz y de mensajes de texto.
—¿Qué demonios? —murmuré, comprobando el último texto de él.
Había dejado de intentar llamarme o enviarme mensajes, si al menos
hubiera dejado un mensaje de voz o alguna señal.
Volví a la cocina y sostuve mi teléfono.
—¡Ni siquiera intentó llamar!
—Apagaste el teléfono —respondió ella, enjuagando los platos del
almuerzo y poniéndolos en el lavaplatos.
—¡Pero no envió un mensaje de texto! —me quejé.
Puso los ojos en blanco.
—Estás haciendo el ridículo, no quieres hablar con él pero estás enojada
porque no llamó.
—Iba a enviarle un mensaje de texto para hacerle saber que habíamos
terminado, pero supongo que ya no debo hacerlo, me superó rápidamente.
¡Sabía que me estaba usando!
—No sabes nada de eso.
Dejé mi teléfono.
—Lo sabía, no volveré a escucharte nunca más.
—Nunca fuiste el tipo de chica que hacía dramas por todo, pero ahora,
estás abrazando a tu reina del drama interior. Puedes sentarte aquí y estar
enojada, triste, o lo que quieras, las chicas y yo teníamos planes para hoy y
me gustaría mantenerlos.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué planes?
—Les prometí que iríamos a ver la nueva película de Frozen, y ya
compré las entradas.
—¿Qué? —pregunté, sospechando de sus motivos—. ¿Por qué no me lo
dijiste esta mañana?
Se encogió de hombros.
—Se me olvidó.
—Me quedaré con ellas, puedes tomarte el día.
Se puso una mano en la cadera.
—Ya compré los boletos y les prometí que los llevaría, además, eres
muy tacaña cuando las llevas al cine, yo les compro palomitas de maíz y
caramelos.
—Porque las palomitas y los dulces cuestan el doble de la maldita
entrada de cine —me quejé.
Se rio.
—Por eso me las llevo, no encontraremos con Betty y sus nietas allí, no
esperaba que regresaras hoy.
Suspiré, un poco triste por quedarme sola.
—Bien.
Se acercó a mí, tomó mis dos manos y me miró directamente a los ojos.
—Escoge la felicidad, no dejes que tu pasado defina tu futuro. Puedes
tenerlo todo si das un salto de fe.
Dejó caer mis manos y se fue. La miré fijamente, preguntándome qué
demonios estaba diciendo ahora, a veces, me recordaba a Yoda, sus
oraciones estaban bien estructuradas, pero había días que no le encontraba
sentido a nada de lo que decía.
Las chicas habían dejado sus bolsos en casa de mi madre, lo cual me
parecía sospechoso. Me despedí de ambas con un beso y las observé
mientras se iban, supuse que estar sola era perfecto para mi humor. Cerré la
puerta y miré alrededor del salón vacío, el árbol todavía estaba en pie, podía
desmontarlo mientras no tuviera más nada que hacer.
No quería hacerlo, en cambio, coloqué música a todo volumen activando
mi lista de reproducción para días tristes, necesitaba sacarlo todo de mi
sistema antes de volver al trabajo y reanudar mi rutina normal, y hoy era el
indicado.
Volví a la cocina, asegurándome de tener vino a la mano para más tarde,
sería de esas noches donde tomaría un baño caliente con burbujas y una
copa. Escuché que llamaron a la puerta y pensé que las chicas habían
olvidado algo.
Abrí la puerta y jadeé.
—¿Enmanuel? —dije su nombre, pero no estaba segura de que fuera él.
—Hola —dijo con esa sonrisa vergonzosa que siempre hacía saltar mi
corazón.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo supiste dónde vivía?
Se encogió de hombros.
—No puedo revelar mis fuentes.
Sacudí la cabeza.
—Mi madre.
Todo tenía sentido, no tenía entradas para la maldita película, ella había
preparado todo el asunto, y ahora su discurso antes de irse estaba muy claro,
la mujer era una entrometida profesional.
—¿Puedo entrar?
Debí decirle que se perdiera y que no volviera a tocar mi puerta, pero en
vez de eso, abrí la puerta y le hice un gesto para que entrara.
Capítulo Treinta y Siete
Enmanuel
Me dejó entrar lo que tenía que ser una buena señal. Su madre me había
prometido que Corina estaría en casa, y estaba agradecido con ella por
tenerla de aliada. Después de una rápida búsqueda en Google, encontré la
dirección de su madre, y a partir de allí no fue difícil encontrar su número
de teléfono fijo, no estaba seguro si las personas mantenían esas líneas
activas pero me alegro mucho de que Laura lo hiciera.
Me llamó cuando salió de la casa de su hija, dándome luz verde para
entrar con una advertencia muy severa de que ella personalmente me
filetearía una parte especifica de mi cuerpo si la lastimaba, pero le prometí
que no lo haría, Laura era una dama agradable, pero podía ver que se volvía
peligrosa en un apuro.
—Gracias —dije, sentándome en el sofá al que ella hizo un gesto.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó, tomando asiento en una silla al otro
lado de la habitación.
Estaba poniendo distancia entre nosotros, sus acciones hablaban por sí
solas.
—¿Estás bien? —pregunté, observando sus ojos hinchados y
percatándome de que su chispa habitual se había ido.
Me lanzó una mirada nada agradable.
—Estoy bien, me levanté tarde o temprano, como quieras verlo.
Supongo que no tengo que preguntar cómo encontraste mi casa. ¿Mi
madre?
Sonreí.
—Sí.
Suspiró.
—Siento como si hubiera planeado una conspiración en mi contra.
—No, por favor, no te sientas así. Estaba desesperado por hablar contigo,
quería verte y explicarte lo que pasó.
—Creo que está bastante claro lo que pasó, necesitabas una esposa para
conseguir tu dinero, y justamente aparecí en el momento indicado, me
encantaste, lo admito, me enamoré de tu mierda de anzuelo, sedal y
plomada. Es culpa mía por ser tan malditamente crédula, debía estar clara
de que los hombres como tú no son reales.
—Soy real —insistí—. Nada de lo que pasó entre nosotros fue mentira.
Me miró con desprecio.
—¿En serio? ¿Por casualidad me pediste que te acompañara a Nueva
York a un evento que requería que tuvieras una esposa? Me presentaste
como tu esposa. ¿Qué se suponía que debía decir? ¿Se suponía que debía
hacer el ridículo negándolo? No. No quería avergonzarme, así que lo
acepté, y vaya, mira lo que pasó, conseguiste tu financiación.
Me froté una mano sobre la mandíbula.
—Lo siento, te diré que lo siento un millón de veces, nunca fue mi
intensión usarte, ni si quiera iba a pedirte que me acompañaras, sólo
deseaba pasar más tiempo contigo.
—Quieres decir, que querías tener más sexo y pensaste que obtendrías
algún beneficio de la falsa relación que creaste.
—¡No! —dije, haciendo mi voz fuerte y clara—. Eso no es lo que pasó.
Entiendo que estés enojada, y tienes todo el derecho de estarlo, pero no te
usé para el sexo o cualquier otra cosa, yo no soy así.
Se inclinó hacia atrás, con la sorpresa en su cara.
—¿Por qué? ¿Por qué hiciste eso?
Sacudí la cabeza.
—No tengo ninguna buena excusa, simplemente pasó, estábamos allí en
el momento y me vi atrapado en la pequeña fantasía que había creado en mi
cabeza.
—¿Qué fantasía?
—Que tú y yo estábamos juntos. Todo se sentía bien, y no voy a negar lo
que hice, sé que la cagué, pero no sabía cómo presentarte. ¿Eras mi novia?
No lo sabía, tampoco quería decir que eras mi amiga, eso parecía insultante
para todo lo que habíamos compartido, y hubiera sido mentir sobre lo que
sentía.
—Podría haber sido mucho más fácil si me lo hubieses dicho, si me
hubieras hecho saber que esperaban que llevaras una esposa, así habría
estado mejor preparada, todo eso me tomó por sorpresa.
—Lo sé —susurré—, lo sé.
Estuvo callada tanto tiempo, que pensé que ya había terminado con la
conversación. No quería que todo acabara aquí, que dijera que todo estaría
bien.
—Enmanuel, te conté todo sobre mi ex, me usaba como un accesorio o a
las chicas cuando nos necesitaba o intentaba impresionar a alguien, y lo que
hiciste me trajo un montón de viejas heridas y miedos, me llevó a una época
en la que no quiero volver a vivir, tampoco quiero que las niñas pasen por
eso, no puedo permitir que las lastimes.
—Nunca lastimaría a esas chicas, o a ti, jamás intencionalmente, todo lo
que pasó fue un error, y no diré que fue inocente porque tus sentimientos
fueron heridos, pero no quise hacerlo, eres hermosa, valiosa y significas
todo para mí.
Vi cómo su expresión se suavizaba y esperaba que estuviera avanzando.
—¿Por qué yo? —respiró profundamente—. ¿Por qué te interesas por
mí? Tengo dos hijas y no soy nada especial, podrías tener cualquier mujer
en esta tierra, no entiendo que quieres de mí, todo esto me hizo entender
que es demasiado bueno para ser verdad, y que tú también lo eres.
Lentamente sacudí mi cabeza.
—No soy demasiado bueno, eres tú quien lo eres para mí, eres una mujer
fuerte y hermosa, y haces que quiera ser un hombre mejor. Cada vez que
estoy contigo, solo quiero conocerte mejor, y con respecto al sexo, me
encanta, no me malinterpretes, pero es la verdad.
Me ofreció una pequeña sonrisa, siendo ese el primer signo real de
esperanza.
—El sexo es bastante bueno.
Asentí.
—Lo es, y no quiero renunciar a ello, pero lo haré si crees que es todo lo
que quiero de ti, pero puedo asegurarte que las cosas van mucho más allá,
las quiero a todas.
Dejó escapar un largo suspiro.
—¿Y los niñas?
—Obviamente, amo a esas niñas.
—Hay algo más que no te dije sobre Trent —dijo con voz suave.
Tenía que prepararme para lo que se avecinaba. Si me decía que les
había hecho daño a las niñas, lo encontraría, no me importaba en que
continente estuviera, lo cazaría y lo haría pedazos, ya odiaba al tipo y eso
sólo sería la guinda del pastel.
—¿Qué hizo? —pregunté, mi voz era tan baja que apenas escuché mis
palabras.
—No fue lo que hizo, pero tenía unas expectativas extrañas, quería
chicos, eso es todo, no quería hijas. Cuando Lucía nació, estaba tan
decepcionado, que se negó a abrazarla, cuando creció un poco más, se
encariñó con ella, pero no creo que la haya amado nunca, cuando Elisa, fue
intencional esperando que fuera un niño, pensaba que si le daba un hijo,
arreglaría lo que estaba mal en nuestro matrimonio, pero cuando ella nació,
fue la gota que colmó el vaso para él.
Fruncí el ceño.
—¡Es el que lanza los cromosomas Y! Qué idiota. ¿No entiende la
ciencia básica?
Ella sonrió.
—No, tiene unas creencias muy arcaicas y se negaba a creer que él
podría ser el que produjera chicas y no niños. Estoy muy agradecida por
ambas, creo que el destino trabajó para tenerlas y se convirtieran en mejores
amigas.
Estaba un poco confundido sobre por qué me estaba contando eso hasta
que entendí.
—¿Crees que no me encantaría Lucía y Elisa porque son chicas?
Se encogió de hombros, sin mirarme a los ojos.
—Se me pasó por la cabeza, eres del tipo de hombre muy masculino.
Me reí, tenía que hacerlo, era absurdo.
—Corina, tienes que conocerme mejor que eso, no me importa si son
chicas, chicos o algo intermedio, son maravillosas y las amo, las amo a
todas ustedes.
Levantó su mirada del suelo para mirarme directamente.
—¿Qué?
—Lo que escuchaste, te amo, y aunque esto me sorprende mucho, sé que
es amor, nunca había sentido esto por alguien más, no puedo dejar de pensar
en ti, y no es un capricho, es real, mi corazón sabe lo que quiere, y esa eres
tú.
Se lamió los labios.
—Hablas en serio —lo dijo como una declaración.
—Muy en serio —dije—. Y a las chicas también, quiero mostrarles
mucho, llevarlas a pescar y a hacer excursiones, deseo jugar a las muñecas
con ellas y enseñarles a encender una fogata. Sé que no son mías, pero las
amaré como si fueran.
—Esto es demasiado —susurró—. Estoy abrumada, no sé qué decir.
Sabía lo que quería que dijera, pero no la presionaría. Me había
enamorado rápidamente de ella, tal vez desde el momento en que la conocí,
para mí fue fácil ya que nunca antes había sentido esto por alguien y mucho
menos salido herido de una relación. Había quedado profundamente
marcada por el último hombre que había amado, pero estaba dispuesto a
tratarla con tierno cuidado hasta que estuviera lo suficientemente curada
para amarme.
—Di que me darás una oportunidad —susurré—. Por favor, prometo que
nunca haré nada que te haga dudar de mí otra vez, probablemente haré
cosas estúpidas de vez en cuando, pero por favor, quiero que sepas que sólo
seré yo siendo un imbécil y que no eres tú la que está mal.
Estaba sonriendo.
—Eres muy cursi.
Sonreí, poniéndome de pie, ella también lo hizo, encontrándose conmigo
en el medio de su sala de estar.
—Me gusta tu casa —le dije con una sonrisa, tomándola en mis brazos.
—No puedo creer que mi madre te haya dicho dónde vivía, realmente
necesito tener una charla con ella sobre su libertad de información.
—Presenté un caso sólido —dije, apoyando mis brazos alrededor de sus
caderas, para luego subir mis manos hasta su espalda—. ¿Significa esto que
me perdonas?
Dejó escapar un exagerado suspiro.
—Realmente vas a ser un problema.
—¿Un problema?
—Vas a estar en mi mente veinticuatro siete. ¿Cómo voy a trabajar
cuando todo lo que puedo pensar es en ti?
Sonreí, y luego besándola, agradecido de tenerla de nuevo en mis brazos.
Las últimas doce horas habían sido un infierno, había intentado imaginarme
seguir mi vida sin ella y era un infierno, no quería volver a pensar en eso,
iba a demostrarle que podía ser un buen novio.
—Podría haber falseado un poco la verdad —susurré contra sus labios.
—¿Cómo es eso? —preguntó, agarrándose en mis brazos.
—No creo que pueda renunciar al sexo, quiero tener relaciones sexuales
contigo todo el tiempo.
Se rio.
—Nunca te dejaría dejarlo, es una necesidad mutua que compartimos.
—Tu madre dijo que iba a quedarse con las niñas durante toda la noche
—dije con voz ronca.
Sonrió, y pude ver esa chispa familiar en sus ojos.
—Me dijo lo mismo.
—¿Vas a invitarme a pasar la noche? —pregunté, esperando no ser
demasiado presuntuoso.
Sentí como frotaba la parte inferior de su cuerpo contra el mío.
—¿Necesito preguntar?
—No lo haré si no estás lista para eso, me tomaré esto tan lento o tan
rápido como quieras, no hay presión, hacemos esto en tus términos.
Me agarró el trasero y me apretó con fuerza.
—Mis condiciones son que estarás desnudo en mi cama en los próximos
cinco minutos.
Su demanda fue como un tiro de éxtasis directo a mi pene, podía sentirlo
duro y listo en mis pantalones. La agarré y la sostuve cerca mientras mi
boca se movía sobre la suya, la bese durante cinco minutos sin separarme
por un instante, iba a usar cada segundo para mostrarle cuánto la amaba.
Capítulo Treinta y Ocho
Corina
Si los corazones podían cantar, el mío lo estaba haciendo en ese
momento, bailaba y festejaba en mi pecho, me había dicho que me amaba.
Me alegré de que fuera tenaz. Podría haberle perdido para siempre de
haber sido por mí, pero le agradezco que haya venido hasta aquí.
Lo rodeé con mis brazos, sosteniéndolo cerca, quería tenerlo por
completo pegado a mí. La ropa estaba en el medio, necesitaba contacto
corporal completo.
—Dormitorio —murmuré contra sus labios.
—Dijiste cinco minutos —respondió.
Me reí, dándole una nalgada.
—Ahora no es el momento para bromas.
—Ahora es el momento perfecto para las bromas, planeo meterme
contigo todo el día y la noche.
Me estremecí contra él, sabiendo que haría exactamente eso, me alejé,
tomé su mano y lo llevé a mi dormitorio.
—Deleite de la tarde —dije las palabras en voz alta, pero más para mí
mismo.
Se rio.
Cerré la puerta detrás de nosotros. Una parte de mí seguía preocupada de
que mi madre pasara por aquí por alguna razón, no quería interrupciones.
Estaba mirando alrededor de mi habitación, la cama estaba sin hacer y la
ropa que había usado en casa seguía en el suelo. Me acobardé, estaba un
poco avergonzada del desastre que tenía en mi dormitorio.
—Ignora el desorden, apenas me levanté hace una hora.
Se volvió para mirarme, con una sonrisa tonta en la cara.
—Me gusta, es muy propio de ti, me agrada conocer el otro lado de
Corina, el verdadero.
—Esta soy yo —dije.
—Ahora, quiero verte.
Tomó mi sudadera, tirando de ella hacia arriba y por encima de mi
cabeza, estaba un poco avergonzada de no llevar algo sexy y coqueto. Se
agachó, cerrando su boca sobre mi pezón a través del sostén de encaje
blanco que tenía puesto, el calor de su lengua se sentía exquisito, era como
si una corriente eléctrica se apoderaba de mis venas. Mi sangre se calentaba
mientras bombeaba por mi cuerpo, enviando escalofríos por mi columna y
poniendo mi piel de gallina.
Se puso de pie y se encogió de hombros antes de quitarse la camiseta que
llevaba puesta. Me acerqué a él y le devolví el favor, cerré mi boca sobre su
pezón plano lamiéndolo con ganas, lamí su piel hasta pasar a su hombro, y
llegar a su garganta, quería probar cada centímetro de él. Su duro pecho era
el mejor afrodisíaco, nunca me cansaría de tocar y besar su sólida fuerza, un
testamento del hombre trabajador que era.
Gemía, el calor se acumulaba entre mis piernas mientras devoraba su
pecho. Era tan fuerte, suave y un alma hermosa, y aunque su aspecto era
agradable, fue su personalidad lo que me enamoró.
—Te necesito desnudo —respiré.
Abrí el botón de su pantalón, bajé la cremallera, y deslicé mi mano bajo
sus calzoncillos, envolviendo mis dedos alrededor del eje duro.
Se sacudió mientras lo masturbaba, acariciándolo e imaginando el
mismo acero duro dentro de mi cuerpo, comencé a besarlo lentamente y
presionándome contra él, absorbiendo el calor de su piel. Me quitó pantalón
llevándose mi ropa interior también. Me las quité de una patada mientras él
me desabrochaba el sostén y me lo quitaba.
—Mucho mejor —dijo.
—Tú —jadeé mientras su mano se movía entre mis piernas.

—¿Yo? —se burlaba, mientras sus dedos se deslizaban sobre mis


pliegues, resbaladizos de deseo, cada vez que me tocaba así no podía pensar
con claridad.
—Tú. Desnudo.
—Shh —susurró antes de que su lengua se metiera en mi boca al mismo
tiempo que me penetraba con un dedo.
Gemí, presionando mis pechos contra el suyo. Mis pezones sensibles se
rastrillaban sobre él, podía sentir los pelos de su pecho puntiagudos y
ásperos, se sentía tan bien, comencé a frotarme más fuerte, animándolo a
mover su dedo más profundamente. Envolvió su brazo alrededor de mi
cintura, sosteniéndome fuertemente contra él a medida que devoraba mis
labios.
El primer cosquilleo del orgasmo comenzó en los dedos de los pies antes
de empezar una lenta espiral a través de mis piernas, mis músculos se
contraían mientras mi cuerpo se endurecía contra él.
—Ahora tienes que estar desnudo —dije, alejándome de él.
Se quitó los zapatos, el pantalón y la ropa interior antes de ponerse de
pie ante mí. Me quedé observando su cuerpo por unos segundos, era un
verdadero hombre. Pude ver una pequeña cicatriz en su muslo y otra en su
costado, era robusto, fuerte y completamente mío.
—Desnudo.
—Mío —respondí.
Asintió lentamente.
—Tuyo, y tú eres completamente mía.
De repente me sentía hambrienta. Salté sobre él, y me recibió con los
brazos abiertos, envolviéndome en ellos y sosteniéndome mientras nuestras
bocas se unían. Estábamos tan cerca, que nada podía interponerse entre
nosotros, y era precisamente como quería estar.
Lo acompañé hacia atrás y le ordené que se acostara en la cama, hizo lo
que le pedí, descansando su cabeza en mis almohadas mientras me miraba.
Mis ojos vagaban por su cuerpo desnudo, descansando en la gran erección
que sobresalía.
—Te amo —dije las palabras que me vinieron a la mente mientras lo
miraba.
Estaba desnudo a la luz del día y me miraba con adoración y deseo, lo
sabía en el fondo de mí alma, lo amaba, y amaba todo él.
—Te amo —repitió las palabras.
Me subí a la cama, a horcajadas, antes de inclinarme para besar su duro
pecho de nuevo, era adicta a su cuerpo, no podía mantener mi boca alejada
de él, me acerqué a su boca, tomándolo e infundiendo todo el amor que
sentía por él en el beso.
Sus manos cayeron sobre mis caderas, guiando mi cuerpo sobre el suyo
hasta que su eje estaba en mi abertura, ajusté mis caderas y lentamente
empujé su cuerpo. Sus ojos color avellana estaban abiertos de par en par y
llenos de amor y ternura, en ese momento, mientras nuestros cuerpos se
unían, podía sentir como nuestras almas lo hacían también.
Me senté completamente sobre él, presionando su pecho y sentándome,
sostuve su mirada a medida que frotaba mis manos sobre su pecho,
amasándolo suavemente y tocándolo. Me mecí, lenta y suavemente, y él me
entregaba el control total de la situación, permitiéndome marcar el ritmo
mientras su mano subía y bajaba lentamente por mis muslos antes de
deslizarse por mi caja torácica.
Eché la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos y dejándome me llevar por
todas las sensaciones, tener relaciones con el hombre que amaba iba mucho
más allá del sexo. Podía sentir el amor que me tenía cada vez que me
tocaba, su fuerza y energía en lo más profundo de mi ser. Comencé a
moverme más rápido, la necesidad de llegar a nuestra cima juntos
superando mi deseo de ir despacio.
Tomó mi pecho con una de sus manos, frotando la almohadilla de su
pulgar sobre mi pezón, jadeé, sintiendo la primera sacudida de placer a
través de mi cuerpo, comenzando entre mis piernas. Su pene se sacudió
dentro de mí, diciéndome que su propio orgasmo estaba cerca.
Dejé caer mi cabeza hacia adelante, mirándolo una vez más. Me miraba
con una intensidad que casi me lleva al límite.
—Dios, eres tan hermosa, podría verte hacer el amor conmigo todo el
día.
Le ofrecí una pequeña sonrisa.
—Tampoco te ves muy mal desde mi punto de vista.
Su tímida sonrisa calentó mi corazón.
Me acerqué, pasando mi mano por su cabello antes de tocar su cara. Dejé
caer mi boca sobre la suya, queriendo estar completamente conectada al
hombre mientras mi cuerpo alcanzaba un clímax que sabía que iba a sacudir
mi mundo.
La conocida ola de calor y el hormigueo de cada terminación nerviosa se
precipitó a través de mi cuerpo en una lenta ola. Jadeé, el orgasmo
consumía todo mi cuerpo, el estado de éxtasis en el que me encontraba me
hacía imposible respirar.
Rodeó mi cuerpo con sus brazos sosteniéndome fuertemente contra él
mientras sus caderas se levantaban, explotando dentro de mí.
—Te amo —gruñó mientras su cuerpo se sacudía y se mecía debajo de
mí.
—Te amo.
Cuando la ola de felicidad pura finalmente me liberó, me desplomé
contra él, apoyando mi cabeza en su pecho. Sus brazos me mantuvieron
cerca, nunca me había sentido más segura y amada en toda mi vida, esta vez
me entregó más que su cuerpo, me dio una nueva vida.
—Maldita sea, mujer, me vas a matar uno de estos días, mi corazón no
puede soportarte.
Me reí contra su pecho, sin querer alejarme de él.
—Morirás como un hombre muy feliz.
—Esto es cierto, no creo que haya una mejor manera de hacerlo que
enterrado en lo más profundo de tu calor.
Mi cuerpo reaccionó a sus palabras, teniendo un pequeño espasmo que
apretó su pene aun semi erecto dentro de mí.
—¿A dónde vamos desde aquí? —pregunté, temiendo la respuesta.
Sabíamos que nos amábamos, pero había tanto que necesitábamos
trabajar, no podía soportar pensar en estar lejos de él, pero cada uno tenía
sus propias responsabilidades.
—Quiero estar contigo —dijo—, de eso estoy seguro, ya veremos el
resto.
—¿Estás seguro de que quieres meterte en todo esto? —le pregunté—.
Entrar en una familia cuando habías estado soltero toda tu vida no será
fácil, no quiero hacer esto a medias.
—Bien, porque yo estoy dentro.
—¿Cuándo nos veremos? —pregunté, preocupada de que el tiempo que
pasamos separados pudiera ser perjudicial para nuestra relación.
Dejó escapar un largo aliento.
—Corina, voy a estar contigo, venderé el retiro si es necesario, nada en
este mundo es más importante para mí que tú y las chicas.
—¡No puedes venderlo! —jadeé, levantándome para mirarlo a los ojos.
—Sé que no es lo ideal, pero podemos vernos los fines de semana, el
dinero que está en camino me permitirá contratar personal, hablaré con
Antonio, le pagaré más para que asuma mayores responsabilidades, esto es
real, es lo que deseo.
Sonreí, dejando caer un ligero beso en sus labios.
—Al regresar de las vacaciones me espera un ascenso, no puedo
renunciar ahora.
—No renuncies a nada, haré que esto funcione.
Dejé caer mi cabeza sobre su pecho.
—Sé que lo harás, eres un buen hombre, Enmanuel. Siento no haber
confiado en ti, disculpa por no haberte dado el beneficio de la duda.

—Tómalo tan despacio como sea necesario, no voy a ir a ningún lado,


voy a esperarte el tiempo que sea, pero cuando te sientas insegura sobre
algo, por favor habla conmigo, puedo ser un poco tonto y no ver lo que está
justo delante de mí, te necesitaré para mantenerme a raya.
Me reí suavemente contra su pecho.
—Lo hará muy bien, Sr. Raga.
Capítulo Treinta y Nueve
Enmanuel
Llevé la bandeja con cinco tazas de chocolate caliente humeante a la
chimenea de la nueva cabaña que se había construido en la propiedad, era
enorme y era mi parte favorita del lugar, era perfecta para reunir a grupos
pequeños y grandes de personas. Lucía me seguía, llevando un plato de
galletas recién horneadas.
—¿Quién está listo para unas galletas? —pregunté en voz alta.
Elisa saltó del sofá donde había estado escuchando una historia que le
leía Laura.
—¡Yo, yo, yo!
—¿Cómo no lo sabía?
Repartí las tazas de chocolate antes de sentarme junto a Corina en el
sofá.
—Gracias —dijo con una sonrisa.
—De nada —le dije, dándole un beso rápido en la mejilla.
Ella suspiró.
—Me encanta este lugar, me alegro de que lo hayas cerrado por una
semana.
—Beneficios de ser el dueño, puedo reservarlo para las personas más
especiales de la tierra.
—¿Nosotras? —Elisa preguntó.
Sonreí.
—Sí, ustedes. ¿Qué piensan de la nueva cabaña?
Lucía sonrió.
—Me gusta, y me gusta más mi habitación.
Me reí entre dientes.
—Ni siquiera está terminado todavía.
—Pero sé que será la mejor.
—¿Volverá el contratista después del año nuevo? —Laura preguntó.
Asentí.
—Sí, va a terminar el cableado de las nuevas cabañas y luego me
ayudara con las nuestras.
Corina giró su cara hacia la mía.
—No puedo creer que estés construyendo una casa.
Me reí.
—No lo haré solo, tengo mucha ayuda.
—Aun así, es enorme, no puedo esperar para ir a comprar muebles. Ya
he visitado algunas tiendas para tener una idea de cómo decorar.
—Tú estás a cargo de ese departamento, yo construyo, tú decoras.
La nueva casa estaba en la parte trasera de la propiedad, lejos de las de
alquiler, quería privacidad para la familia. Estábamos reciclando parte de
los materiales de la propiedad para ayudar con los gastos, había trabajado
con un arquitecto para diseñar la casa familiar perfecta.
—Creo que estará listo para mudarse cuando las chicas salgan de la
escuela en el verano —le dije.
Había comprado la propiedad contigua a la mía y había trabajado duro
todo el año ampliando el refugio para aves y construyendo un granero que
se utilizaría para ayudar a los cervatillos huérfanos. Con la expansión de las
nuevas cabañas y el aumento de los ingresos, no sólo pude contratar algo de
personal, sino que estaba haciendo más por los animales.
—¿Vamos a vivir aquí pronto? —Elisa preguntó.
—Pronto —respondió Corina—. Enmanuel necesita terminar la nueva
casa y ustedes deben terminar la escuela.
—¿Y luego empezamos nuestra nueva escuela? —Lucía preguntó.
Miré a Corina, dejando que ella respondiera.
—Sí —anunció.
Las niñas asistirían a una escuela especializada en estudiantes rurales,
sólo se presentarían en el lugar tres días a la semana, los otros dos verían
clases en línea. Después de mucha discusión entre Laura, Corina y yo,
acordamos que lo intentaríamos durante un año.
Ambas chicas aplaudieron.
—¡Gracias! —Elisa dijo.
Laura se había sentado en una silla cerca de la chimenea.
—Creo que va a ser muy bueno para ellas, tendrán mucho tiempo para
jugar al aire libre aquí y aprenderán mucho, estoy encantada de que me den
alguna excusa para vivir aquí a tiempo parcial, tengo grandes planes para
esa cabaña.
Me reí.
—Esa cabaña necesita grandes planes —bromeé.
—Sólo dime lo que necesita y haré lo que pueda para personalizarlo.
—Te lo haré saber.
Lucía se deslizó del sofá y se fue a jugar con la casa de muñecas que
había sido trasladada a la cabaña. El comedor era sólo eso, un comedor.
Habíamos ampliado la cocina y servíamos tres comidas al día, gracias al
personal que se había podido contratar.
Aún era una empresa pequeña, Antonio y yo hacíamos gran parte del
trabajo, y no me importaba, me agradaba ser práctico. Las viejas cabañas
seguían siendo una mercancía caliente, y muchos huéspedes pedían
específicamente esas, y aunque las nuevas eran habitables, estaban siendo
constantemente mejoradas.
—Te las arreglaste para superarte con tus adornos —dijo Laura después
de que nos sentáramos en silencio por un rato.
Sonreí.
—Tenía que mejorar, el grupo que estuvo aquí la semana pasada quería
el País de las Maravillas de Invierno que habíamos ilustrado en el folleto.
Antonio consiguió una buena oferta con una compañía que iba a quebrar, y
quiere hacerla más grande el año que viene.
—Creo que una vez que se sepa que este lugar está aquí, no podrás
cerrarlo durante una semana el año que viene, por los momentos es el
secreto mejor guardado, pero pronto, estarás completamente reservado por
un largo tiempo.
—Gracias —dije con una sonrisa—. Ese es el objetivo, una vez que
acabemos con las remodelaciones, todo estará listo. No quiero que sea
demasiado grande, eso frustrará el propósito de ser pequeño e íntimo.
Ella asintió.
—Es perfecto tal y como está.
—A Joe le parece bien que trabaje desde casa unos días a la semana —
dijo Corina con una sonrisa—, es agradable estar en la cima de la cadena
alimenticia, dudo que me hubiese dejado ir y venir a mi antojo si todavía
estuviera en la parte inferior.
—Porque eres buena en lo que haces —le dije—, eres buena en todo.
Ella se rio.
—La adulación te llevará a todas partes.
Elisa se había unido a Lucía en la esquina, su tranquila charla llenaba la
habitación, me encantaba verlas llevándose tan bien. Pasé mucho tiempo en
su casa de Portland, pero las exigencias de mi negocio me alejaban
demasiado, deseaba demasiado tenerlas a todas en un solo lugar, apenas
regresé las extrañaba como un loco, odiaba dejarlas, pero las chicas y
Corina entendían por qué.
—Creo que a mi cacao caliente le vendría bien algo extra —dijo Laura
—. ¿Qué hay de ustedes dos?
Levanté mi mano.
—Absolutamente.
Se levantó y fue a la pequeña cocina que era mayormente de alcohol y
bocadillos.
Corina se apoyó en mí.
—Me haces tan feliz.
—Tú logras eso en mí —susurré—. No sabía que podía ser tan feliz,
cada día me despierto y tengo que pellizcarme para asegurarme de que todo
sea real.
—Es real.
Laura regresó, rematando nuestros chocolates calientes con un poco de
whisky.
—Mamá, ¿podemos abrir un regalo? —Lucía preguntó.
—Chicas, ya hablamos de esto —empezó—, esa era la tradición en la
familia de Enmanuel.
—Pero Enmanuel es nuestra familia ahora —argumentó Lucía.
—No lo sé.
—Creo que deberíamos —dije, odiando ir en contra de los deseos de
Corina.
—¡Sí! —exclamó Elisa—. Sólo un pequeño regalo.
Corina suspiró.
—Bien, uno, sólo uno. No pueden abrir otro si no es lo que creían que
era. ¿Entendido?
Ambas chicas asintieron antes de correr hacia el enorme árbol que se
encontraba frente a las ventanas. Este año, las chicas me ayudaron a
decorar, habíamos pasado un fin de semana entero haciendo adornos para
colocarlos a principios de diciembre, había sido un desorden completo, pero
muy divertido.
Llevaron sus regalos elegidos al piso frente a la chimenea. Ambas
estadas encantadas rompiendo los envoltorios y descubriendo sus nuevos
regalos. Elisa me miró, pidiéndome silenciosamente permiso, y yo asentí.
Saltó, y Lucía la siguió mientras corrían de vuelta al árbol.
—¡Chicas, dije uno! —Corina regañó.
—Esta es para ti —dijo Elisa, entregando a su madre la pequeña caja.
—¿Para mí? —preguntó con confusión—. ¿Cuándo llegó eso ahí abajo?
Lucía se rio.
—Era un secreto.
—¿Esto es de tu parte? —preguntó mirándome.
—Tienes que abrirlo para averiguarlo —le dijo Elisa.
Laura estaba mirando, con una gran sonrisa en su cara, tenía el
presentimiento de que las chicas le habían contado nuestro secreto.
Corina me miró.
—¿Tuviste algo que ver con esto?
Sonreí.
—Tal vez.
Arrancó el papel, revelando una caja blanca, al abrirla, encontró un
pequeño cofre de terciopelo negro, esa era mi señal.
Corina pasaba su mirada de las niñas a mí sin abrirlo.
—Oh Dios mío —respiró.
Me levanté del sofá y me puse de rodillas delante de ella.
—Corina, ¿quieres casarte conmigo?
Respiraba con dificultad, tratando de encontrar aire.
—Oh, Dios mío.
—Quiero hacerlo oficial, que seamos una familia entera, nos divertimos
mucho juntos, y te quiero a ti, Lucía, y a Elisa más que a nada en el mundo,
a ti también, Laura.
Laura se rio, secándose las lágrimas que corrían por su cara.
—Oh, Enmanuel, eres un encanto.
Miré a Corina, esperando su respuesta.
—Te prometo que te haré feliz, haré lo que sea necesario para hacerte
sonreír cada día.
—Sí, me casaré contigo, ¡por supuesto, me casaré contigo!
Elisa y Lucía chillaron, saltando de arriba a abajo con emoción,
aplaudían y se abrazaron entre ellas antes de saltar encima de mí.
—¿Puedo ponerte ese anillo en el dedo? —pregunté.
—Sí —respiró, mientras las lágrimas corrían por su cara—. Estoy
sorprendida, pero muy feliz.
Deslicé el anillo en su dedo antes de inclinarme hacia adelante y tomar
su cara entre mis manos, la besé de una manera tierna, debido a que las
niñas estaban allí.
—¡Estoy tan emocionada de planear una boda! —dijo Laura—. ¿Qué te
parece, en primavera? Oh, ya sé, podemos hacer una boda en el país de las
maravillas de invierno aquí. ¿No sería perfecto?
Miré a Corina.
—Creo que tenemos un planificador de bodas.
Ella se quejó.
—Tengo miedo, mucho miedo.
—Quiero llevar un vestido bonito —dijo Lucía.
—Yo también —dijo Elisa—. Quiero que sea rosa con flores púrpuras.
—Creo que tenemos a nuestras chicas de las flores —dije con una risa.
Corina seguía sonriendo, y sus ojos se centraron en el anillo que había
elegido con la ayuda de las chicas, había sido difícil comprarlo y
mantenerlo escondido de ella, habían jurado guardar el secreto, y a juzgar
por su cara, habían mantenido su promesa de no decírselo.
Después de terminar nuestras galletas y el cacao, llevamos a las chicas a
la cama. Corina estaba en mis brazos, y podíamos escuchar las voces
parlanchinas de todavía del par. Le acaricié suavemente el brazo,
sintiéndome más satisfecho de lo que nunca había estado.
—Te amo, me haces muy feliz.
—Te amo —susurró—. No puedo esperar a hacer oficial a nuestra
familia, no quiero pasar otra noche lejos de ti.
—Pronto —lo prometí—, estoy construyendo un hogar que espero te
haga feliz.
—Podría vivir en una choza mientras te tuviera a ti y a las chicas, son
todo lo que necesito, la casa. es la guinda del pastel.
La apreté fuerte.
—¿Cuándo nos vamos a casar?
—¿Mañana es muy pronto para ti? —preguntó.
Me reí.
—Tendrás que hablar de eso con tu madre, estaba decepcionada de no
haber podido darte una gran boda la primera vez, quiero que sea capaz de
hacerlo esta vez.
—Estoy tan contenta de no haber tenido una gran boda con Trent, está
será mi única boda real, y espero que sea la última.
—Claro que sí —gruñí, dando la vuelta para hacer un sándwich con ella
debajo de mí.
Epílogo
Corina

Tres meses después

Puse la cesta de pan en la mesa y miré alrededor para asegurarme de que


no había nada más que necesitáramos para la cena, volví a la cocina, levanté
la tapa de la olla de verduras al vapor y las transferí a un bol. Era nuestra
primera cena en la casa nueva, Enmanuel había estado trabajando duro para
terminarla, y aunque había una que otra cosa que terminar, ya habíamos
mudado todos los muebles y nos preparábamos para mudarnos oficialmente
en dos meses.
No podía esperar, estaba lista para hacer un hogar con él. Eran las
vacaciones de primavera y estábamos pasando unos días en el retiro, el
lugar estaba reservado por completo, y las chicas y yo estábamos ayudando
con pequeñas cosas, aunque Enmanuel no nos dejaba hacer mucho con la
excusa de que estábamos de vacaciones, traté de señalar que estábamos en
casa y por lo tanto no podía considerarse como vacaciones, pero se negaba
a dejarnos hacer mucho.
La verdad es que no me importaba el resto. Últimamente había estado
muy agotada y apreciaba dormir hasta tarde. Con la cena puesta sobre la
mesa, me limpié las manos y subí a buscar a las chicas.
—Es hora de cenar —anuncié, entrando en la habitación de Lucía donde
estaban jugando.
Miré las cortinas rosa gasa que Enmanuel había colgado, eran
exactamente lo que ella quería, completaban la habitación haciéndole lucir
como la de una princesa. Las dejé lavándose las manos y volví a bajar.
Envié un mensaje rápido a mi madre y a Enmanuel para asegurarme de que
estuvieran en camino. La cena era muy importante para mí.
—Estoy aquí —dijo Enmanuel, entrando por la puerta principal.
Caminé hacia él, dándole un beso de saludo.
—Estoy feliz de verte. ¿Te quedaras o tienes que volver?
—Necesito hacer una última comprobación después de la cena, pero
luego soy todo tuyo.
—Bien, porque tengo algo muy especial en mente —susurré.
Gimió.
—Me gusta el sonido de eso.
—Toc, toc —gritó mi madre, abriendo la puerta.
Entró con una bolsa de supermercado reutilizable que parecía pesar cien
libras.
—¿Qué trajiste? —pregunté—. Tengo la cena cubierta.
Sonrió.
—Esto no es para la cena, son revistas, folletos y algunas muestras de
color.
—Después de la cena, mamá, después de la cena —le dije.
Sabía que ella llevaría la planificación de la boda al siguiente nivel,
cuando tenía un proyecto en sus manos, se esforzaba al máximo, y aunque
era una boda pequeña, con respecto a los invitados, exageraría en todos los
demás aspectos.
Esperaba que mi anuncio no arruinara sus planes.
—Todos tomen asiento —ordené.
Me encantaba nuestra nueva mesa de comedor, era lo suficientemente
grande como para sentar a seis, pero la que quería en realidad, era como
para sentar a diez personas, ya podía imaginar grandes celebraciones
navideñas con amigos y familia. Nos sentamos y disfrutamos de la comida
que había hecho desde cero, me encantaba la cocina y no podía esperar a
usarla regularmente.
—Gracias —dijo Enmanuel, limpiándose la boca—, estuvo increíble.
—No hay de qué. Todos permanezcan sentados, tengo una pequeña
sorpresa para todos ustedes.
Me levanté, fui a la cocina, y busqué una tarta y la coloqué en el centro
de la mesa sonriendo.
—¡Pie! —exclamó Elisa—. ¿De qué es?
Sonreí.
—Enmanuel, ¿podrías abrir la caja y decirle a todos lo que hay dentro?
Se encogió de hombros.
—Voto por la tarta de queso.
—¡Manzana! —Elisa dijo.
—¡Quiero una cereza! —Lucía hizo su petición.
No podía dejar de sonreír, mientras Enmanuel sacaba la tapa de la caja.
Me miró con una expresión confusa. Sacó el molde de la tarta, mirando
fijamente al centro de la misma, pude darme cuenta del momento exacto
cuando se dio cuenta de lo que estaba mirando.
—¡No! —exclamó—. ¿En serio?
—¿De qué tipo es?—Elisa preguntó.
Miré a mi madre, que se había puesto la mano en la boca, y las lágrimas
brotaban de sus ojos.
—¿De qué tipo? —Lucía preguntó con impaciencia.
Enmanuel sacó la foto del molde vacío y la sostuvo.
—Es el tipo de chico.
Por primera vez desde que estábamos juntos, veía lágrimas en sus ojos,
su enorme sonrisa calentaba mi corazón.
—Sorpresa —susurré.
—¿Qué es eso? —Elisa preguntó—. Creí que íbamos a comer pastel...
Me reí.
—Tengo una tarta de queso, pero es una foto de tu hermano pequeño —
le expliqué.
Lucía y Elisa parecían muy confundidas.
—No tenemos un hermano.
—Lo tendrán en unos seis meses —les dije—. Estoy embarazada, hay un
bebé creciendo en mi vientre.
—¡Vamos a tener un bebé! —Lucía gritó.
—¡Voy a ser una hermana mayor! —Elisa dijo en voz alta.
Miré a mi madre que estaba llorando abiertamente, y usaba una servilleta
para limpiar las lágrimas.
—Felicitaciones, me alegro mucho por ti, por los dos.
—Gracias, mamá.
Enmanuel se levantó de su asiento y caminó alrededor de la mesa, me
tomó en sus brazos y me abrazó fuerte.
—Estoy muy contento.
—¿Estás de acuerdo con esto? —le pregunté—. Sé que nada de esto
estaba planeado, o por lo menos no en tan poco tiempo.
—Estoy muy bien con esto, sabes que lo quería —me dio un beso rápido
y me susurró al oído—. Hubiera estado igual de feliz si fuera una chica.
—Lo sé —respondí.
—Traeré la tarta de queso —dijo mi madre, levantándose de la mesa—.
Siéntate, y levanta los pies.
—Gracias —respondí, tomando mi asiento en la mesa.
—¿Cómo se va a llamar? —Lucía preguntó.
Miré a Enmanuel, encogiéndome de hombros.
—¿Qué tal Daniel, Danny para abreviar? —dijo.
Escuché el jadeo de mi madre, y el corazón me dio un tirón en el pecho.
—¿Qué? —respondí casi sin aliento.
Enmanuel asintió, tomando mi mano.
—Daniel Michael Raga.
Mi mamá puso el pastel en la mesa y repartió rebanadas.
—Seguro que sabes cómo hacer llorar a una dama.
—Lo siento —dijo Enmanuel—. No quiero hacerte llorar, quiero
mantener vivo el recuerdo de mi padre y el de Corina.
—Es hermoso —le dije—. Me encanta, no puedo esperar que llegue el
día para conocerlo.
—Supongo que será mejor que añada más a la casa —dijo Enmanuel.
—Las chicas pueden compartir una habitación —le aseguré.
Sacudió la cabeza.
—No, ya tienen sus propias habitaciones, y a mí no me importa construir
una casa grande para nuestra gran familia.
Me reí, sosteniendo mi tenedor.
—Terminemos con esto primero antes de que empieces a planear tu
equipo de béisbol.
—Tenemos que hablar de esta boda —dijo mi madre después de
aclararse la garganta—. ¿Qué tan embarazada quieres estar cuando camines
por el pasillo?
Miré a Enmanuel.
—No lo sé.
—Ya compraste el vestido —me recordó mi madre.
—Podríamos posponer la boda —sugerí.
Los ojos de mi madre se iluminaron.
—Esos eran mis pensamientos exactamente, propongo esa boda de
invierno que mencioné antes, sería perfecta.
Enmanuel se encogió de hombros.
—Lo que las haga felices a ustedes, para mi está bien.
—Buena respuesta —dijo mi madre con una risa.
Después que terminamos con la cena, las chicas volvieron a subir y
Enmanuel volvió a ocuparse de algunas cosas, dejándonos a mi madre y a
mí a solas. Nos sentamos en el sofá, y el fuego ardía en la chimenea de
piedra, tenía sus revistas extendidas y me entregaba varias muestras de
color.
—Supongo que tenías razón —le dije.
—Tendrás que ser más específico, tiendo a tener mucha razón.
Puse los ojos en blanco.
—Quiero decir que tenías razón al decirme que le diera a Enmanuel la
oportunidad que se merecía, todavía no puedo creer que estuve a punto de
renunciar a todo esto, sinceramente dudo pudiera encontrar un hombre tan
perfecto como él.
—Sé que no lo habrías hecho, Enmanuel llegó a tu vida en el momento
indicado, te mostró cómo amar y lo que es ser amado.
Sonreí.
—Sí, lo hizo. No puedo creer que vayamos a tener un niño pequeño, no
puedo esperar.
—¿Vas a seguir trabajando? —preguntó suavemente—. Siempre odiaste
ir a trabajar cuando las chicas estaban pequeñas.
Respiré profundamente.
—He pensado mucho en ello. Todavía necesito hablar con Enmanuel,
pero creo que puedo hacer un par de días en la oficina y el resto del tiempo
trabajaré desde casa, él puede cuidar del bebé los días que yo vaya a la
empresa.
—¿Crees que le gustará eso? Cuidar de un bebé es difícil, incluso para
una madre con experiencia.
Sonreí.
—Enmanuel no tendrá ningún problema, es natural, no creo que se haya
enfrentado a un problema que no pueda manejar.
—Supongo que tienes razón —dijo con una risa—. Será un buen
momento para crear lazos afectivos entre todos.
—Estoy de acuerdo, y no puedo esperar a verlo con un bebé, voy a tener
que dejarlo encerrado aquí, cualquier mujer que vea a mi hombre con mi
bebé va a querer clavar sus garras en él.
Se rio a carcajadas.
—El embarazo te pone celosa.
—Supongo que me siento un poco protectora.
—Muy bien, hablemos de colores —dijo, cambiando la conversación a
la boda.
Sonreí, recogiendo las muestras y cediendo a su necesidad de planear la
boda perfecta.
—Supongo que ahora tenemos a nuestro portador del anillo —comenté.
—Corina, será un bebé —sermoneó.
—Tal vez, pero he visto bodas con el bebé metido en un carro.
Ella jadeó.
—¡Oh, Dios mío! Es perfecto, lo vestiremos con un pequeño esmoquin.
De repente estaba muy emocionada por planear la boda. Nos adentramos
en la planificación, mi madre era intensa, no se le escapaba ningún detalle,
estaba completamente agradecida de tenerla en mi vida, era mi mejor
amiga, sin ella, nada de esto sería real. Había sido mi roca después de que
Trent me dejara, incluso en medio de todo el dolor, era fuerte cuando yo no
podía serlo.
Mientras estaba en la cama esa noche con la mano de Enmanuel apoyada
en mi vientre, pensaba en mi futuro. Supongo que debía agradecer a Joe por
arrastrarnos al retiro en primer lugar, me preguntaba qué sería de mi vida en
este momento sin ese evento del trabajo.
¿Habría intervenido el destino y encontrado otra manera de reunirnos?
—Te amo —susurró en la oscuridad—. Te amo a ti y a nuestros hijos... a
todos ellos.
—Te amo.
—Quiero adoptarlas —soltó.
Giré mi cara para mirarlo.
—¿Qué?
—Las veo como mías, quiero adoptarlos, si está bien para ti y para ellas.
No podía detener las lágrimas, y no era a causa de las hormonas.
—Ellas te ven como su padre, estarán encantadas de tener tu apellido.
—Bien. Hablaré con un abogado y empezaré el papeleo, nunca las
dejaré, estaré aquí para siempre, amo a esas chicas con todo mi corazón,
puedes confiar en eso.
Asentí.
—Sí, confío en ti. No puedo esperar a decírselo.
—Gracias por dejarme ser parte de tu familia, nunca pensé que llegaría a
ser el tipo de hombre que tendría esposa, hijos, incluso una suegra, pasé de
ser un tipo solitario a tener todo.
Le besé la barbilla.
—Gracias por dejarnos ser tu familia.

El fin

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