Está en la página 1de 23

El Salto Atrás

Autor: Leoncio Martínez

NACIÓ UN PAN DE TOSTADO

Personajes: (Nº de entradas a escena)

1.- ELENA: FABIANNA ESPINOZA.


2.- BRÍGIDO: LUIS MAURICE.
3.- DANIEL: JOSEPH DÍAZ.
4.- PADRE CASTRILLO: RAFAEL GALÁN.
5.- FULGENCIO: LUIS MAURICE.
6.- ARTURO: GABRIEL MUJICA.
7.- BELÉN: EXTRA.
8.- JULIETA: VANESSA NAVARRO.
9.- JERÓNIMO: RAFAEL GALÁN.
10.- VON GENIUS: GABRIEL MUJICA.
11.- MUCHACHO: EXTRA.

DESCRIPCION ESCENOGRAFICA
Es la sala de la casa de pueblo, de hacienda.
Cosas que se pueden llevar: Hamacas, mecedoras, sofás antiguos, sillas antiguas,
matas, radio viejo, alfombra vieja, ambientación de una sala de una hacienda
EFECTO DE SONIDO: Tocar la puerta, timbre, MUSICA, Coreografía etc.

ESCENA I

(Empiezan a tocar la puerta)

ELENA: (dice a la entrada) ¡Brígido!... ¡Brígido!... ¡Anda por Dios hombre, abre la puerta!
(gritando)

BRÍGIDO: ¡Voy! Espera un poco, que tengo las manos mojadas.

ELENA: Anda a abrir que de todas formas tú sólo saludas con la cabeza… !muchacho¡

BRÍGIDO: (Entrando en escena) ajá señora, mande usted.

ELENA: ¡Pero niño, vaya a abrir la puerta que no ve que están a punto de tumbarla! Y si es el
Padre Castrillo permítale pasar de una vez, cualquier otra persona viene inmediatamente a
comentármelo (Brígido empieza a salir de escena) ¡Eh! ¿Qué es eso? En esta casa se
acostumbra a que toda persona de servicio se incline a sus amos antes de retirarse.

BRÍGIDA: ¡Ay! Disculpe usted, es que la vi tan apurada (se inclina con exageración).

ELENA: (Gritando) ¡Anda a abrir la puerta!


ESCENA II

ELENA: (tipo monologo) No creo que sea el padre Castrillo, él no toca con tanto apuro sino
cuando viene a recoger la limosna, ¿Quién será? ¡Qué gente por Dios! Nunca pensé que
cuando mi nieto llegara al mundo, diera tanto trabajo, si nos da por exhibirlo en el circo con su
madre a medio real la entrada, nos hacemos una fortuna.

ESCENA III

BRÍGIDO: (Fuera de escena) ¡Señora no es el cura! Sino un niño que creo que es Sumoza.

ELENA: ¿Cómo dices atrevido?

BRÍGIDO: Digo, que Sumoza es su apellido, un amigo suyo que habla más que un loro.

ELENA: ¡Ah! Danielito Sumoza, otro que viene a curiosear, pero hay que recibirlo, porque si no
quien lo aguanta. (A Brígido) ¡Anda a abrirle pues!

BRÍGIDO: ¡Aquí se la traigo! (sale de escena).

ESCENA IV

DANIEL: (Entrando) Elenita, ¡déjame que te abrace ! ¡Ya eres abuela!

ELENA: Siiiii (lo dice sin mucha emoción).

DANIEL: ¡Ay Elena, cuando me enteré ni te imaginas como me puse de contento! No estaba
sino esperando unos cuantos días para venir a ver lo y a visitarlos.

ELENA: Ya tiene veinte días y ésta es tu casa, no tienes que esperar una ocasión especial.

DANIEL: Es cierto, debí haber venido antes, durante y después del nacimiento del niño.

ELENA: Más vale tarde que nunca (en tono irónico).

DANIEL: Y… ¿Qué resultó? ¿Hembra o varón?

ELENA: Varón

DANIEL: ¡Barón como su padre!

ELENA: Ni modo, no creo que pueda ser hijo de dos señoras.

DANIEL: No mija, que será heredero del título de su padre, los barones Von Genius de
Alemaniabpor supuesto que el varoncito será rubio o por lo menos catirito.

ELENA: (Con desazón) si, si… , mejor dicho, no se puede definir, tú sabes que los recién
nacidos son indefinibles.

DANIEL: ¿Tendrá los ojos color azules o verdes como el de su madre?


ELENA: (Más inquieta aún) No sé… no los he visto, no los ha abierto aún.

DANIEL: ¿A los veinte días no ha abierto los ojos? ¡Será ciego! Tendrá algún síndrome
especial, mira que ahora esa es la moda.

ELENA: Sí bueno, ya los abrió, pero como se la pasa durmiendo… no se los he visto bien.

DANIEL: ¡Dios! Pero qué indiferencia la tuya, ¡si tuviera un nieto, ya yo le habría visto y
registrado todo, todito!

ELENA: Aún hay tiempo.

DANIEL: Eso no va a pasar.

ELENA: ¿Pero no tienes una sobrina que es para ti como tu hija y que se casó hace poco?

DANIEL: Carmelina, hace mes y medio que se casó y ya estoy esperando.

ELENA: ¿Tú?

DANIEL: Ella… bueno, yo; estoy esperando que ella, o ellos… Si tienen un hijo sería como mi
nieto pero, no es lo mismo, ¡ay, no hablemos de cosas tristes! (Pausa) ¿Vamos a ver a la
criaturita?

ELENA: ¿Qué criaturita?

DANIEL: Niña, Witremundo.

ELENA: ¿Qué Witremundo?

DANIEL: Tu nieto.

ELENA: ¡Ah! ¿Mi nieto se llama Witremundo? ¡Me entero!

DANIEL: Me imagino que le pondrán un nombre Trinitario: Sigfrido, Rigoberto, Godofredo…


¿Vamos a ver a Godofredito?

ELENA: ¡Ahora se llama Godofredito!

DANIEL:  ¡Qué encanto! Debe ser lindo. Sangre alemana por un lado, y por ustedes, ¡no se diga!,
por todas partes le viene su sangre muy limpia: por los Torresveitía, por los del Hoyo, por los
Sampayo, de los fundadores de Cumaná… Vamos a verlo.

ELENA: Este… Ahora no se puede.

DANIEL: ¿Por qué no?

ELENA: ¡Porque no! Con mucho sentimiento, te digo que ahora no se puede ver a Godofredo
Witremundo Sigfrido, como sea.

DANIEL: Ajá… ¿Y por qué?


ELENA: (Preocupada) Pues… Porque el médico lo ha prohibido, le duele la cabeza, padece
jaqueca.

DANIEL: ¿Tan chiquito?

ELENA: Sí, le molesta la bulla.

DANIEL: Me callo.

ELENA: Le molesta hasta el aliento.

DANIEL: ¿De veras? Los nobles son flores de estufa… Mira, yo te prometo no hablar .

ELENA: Por favor, Daniel, no insistas, en este momento no puedes verlo, simplemente no es
posible.

DANIEL: Entonces… Me voy.

ELENA: ¿Tan pronto?

DANIEL: Me voy con una espina clavada en el corazón. (Empieza a salir dramáticamente).

ELENA: Pero hombre, no te pongas así tan dramático que no hay razón vale.

DANIEL: Si hay, el motivo es que mi amiga, mi hermana del alma, tú, me niegues ver a un niño
al que le debí cortar el ombligo (se pone dramático).

ELENA: Bueno, si tú supieras…

DANIEL: (Llorosa) Ya no tienes confianza en mí.

ELENA: Oye, no llores como un tonto.

DANIEL: Lloro de sentimiento, me voy… me voy resentido contigo y adolorido en el corazón.


(Dice mientras ve hacia arriba y coloca sus manos en el corazón) Adiós.

ELENA: Adiós, no dejes de venir por aquí.

DANIEL: ¡No volveré nunca más! ¡No te veré nunca más! ¡Tampoco conoceré a… como se
llame! ¡Adiós… pero para siempre! (Ya fuera de escena) ¡Elena!

ELENA: ¿Qué?

DANIEL: No puedo… A pesar de lo que me estás haciendo, no puedo irme sin demostrarte una
vez más mi amistad sincera. (Esto último lo dice sarcásticamente).

ELENA: Jamás he dudado de ella.

DANIEL: Vine a tu casa con el propósito de salvarles.

ELENA: ¿Salvarnos? ¿De qué?


DANIEL: De una calumnia.

ELENA: ¿Una calumnia?

DANIEL: Sí, (volviendo al centro de la escena) de hecho vine sólo para convencerme de que
lo que se dicen no es cierto y desmentirlo en toda Caracas si es posible… a esas infames
lenguas largas.

ELENA: (Asustada) ¡Por Dios Daniel, no me asustes! ¿Qué es lo que se dice?

DANIEL: Una cosa horrible, una mancha, una desgracia sobre tu casa, sobre los tuyos.

ELENA: ¡María Santísima!... Daniel… ¿Qué dicen?

DANIEL: Dicen por ahí que tu hija no ha dado a luz a un niño… sino a un PAN QUEMADO.

ELENA: ¿Cómo que un PAN QUEMADO?

DANIEL: ¡Un NEGRITO! Elena, un niño negro.

ELENA: un… ayayayay (Cae al sillón desvanecida).

DANIEL: ¡Ay! ¡Cómo que es verdad! (Se acerca a Elena para ayudarla a reaccionar)
¡reacciona! ¡Qué angustia! ¿Será que llamo gente? ¡No sabía que sería tan fuerte su reacción!
¡Elena! (sacudiéndola) ¡Elena! ¡El muchacho debe ser un talmone!

ELENA: (Suspira profundamente) Señor…

DANIEL: Elena resucita.

ELENA: ¡Una mancha sobre nuestra familia! ¡Un alemán negro… negritoo como el carbón
como azabache, más negro que la oscuridad!

DANIEL: Pero tranquila, no creo que eso sea cierto, ¿verdad?

ELENA: No es mentira, Daniel, nada es mentira, no sé sabe cómo, es inexplicable, un misterio


divino, el niño…

DANIEL: ¿Es un pollo quemado?

ELENA: ¡Es negro, Daniel! ¡Como una maldición! Sólo imagínate que será de ese niño cuando
tenga que bailar el vals, la polca, el Schuhplattler… ahora tenemos que aprender a bailar
tambor para enseñarle (se pone las manos en la cabeza).
(puede sonar la canción de SAN JUAN BAUTISTA Y HACEN LA Coreografía de 2
MINUTOS)

DANIEL: (Cae en la silla) ¡Qué horror! ¿Y no crees que en esto haya…?

ELENA: ¡Silencio! (Entra Brígido).

ESCENA V
BRÍGIDO: Señora, el padre Castrillo.

ELENA: ¿Viene sólo?

BRÍGIDO: Sí, señora.

ELENA: Hágalo pasar. (Brígido hace una reverencia y sale de escena).

ESCENA VI

ELENA: He mandado llamar al Padre Castrillo para que hable con Julieta.

DANIEL: ¿Con qué objeto? ¿Para qué le saque el diablo?

ELENA: El diablo ya está afuera. Ahora se necesita saber por qué mi nieto ha salido negro
como el carbón.

DANIEL: ¡Sin duda fue hechura del demonio, ES ACTO DE BRUJERÍA.

PADRE CASTRILLO: (Entrando) En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…

ELENA: Por los siglos de los siglos…

DANIEL: Amén.

ELENA: Adelante padre, tome asiento.

PADRE CASTRILLO: Señorita… Doña Elena (se sienta)

DANIEL: ¿Se puede saber a qué se debe este alto honor de visitar una vez más esta digna
mansión?

ELENA: Sí,… el Padre Castrillo, está aquí porque nos preocupa lo sucedido con Julieta y
queremos que nos diga la verdad, y yo creo que si usted la confesara TODO SE ACLARARÁ…

PADRE CASTRILLO: Señora, usted sabe muy bien que no puedo hacer eso, secreto de
confesión es secreto de confesión¡¡¡ …

ELENA: No se trata de un secreto de confesión, sino de que la logre convencer con sus santas
y sabias palabras para que nos diga que pasó.

PADRE CASTRILLO: Gracias, usted me honra, por inspirar en mi tanta confianza.

ELENA: El esposo de mi hija regresará en cualquier momento.

DANIEL: ¿Von Genius, no está en Caracas?

ELENA: No, está en Alemania en asuntos comerciales, pero está ilusionadísimo por el
nacimiento de su hijo, en cada ocasión manda una carta pidiendo una foto de su hijo, y cuando
le avisamos que era varón dijo que se embarcaría en la primera oportunidad que tuviera,
dígame si llega de repente y tenemos que mostrarle… (Con tono despectivo) eso que ha
nacido. Le confío mi última esperanza, Padre.

PADRE CASTRILLO: ¿Cree usted, que confíe más en mí que en su propia madre?

ELENA: Usted posee la gran arma que es el temor a Dios (Pausa).

PADRE CASTRILLO: El padre es alemán, ¿no?

ELENA: Sí, por descendencia.

PADRE CASTRILLO: Bueno… Iré a ver qué puedo hacer, no les aseguro nada, ¿dónde está
su cuarto?

ELENA: Como si fueras a la entrada, dobla a la derecha y en la puerta de la izquierda está, en


todo el frente. (Sale el padre de escena).

ESCENA VII

ELENA: ¡Ay! Ojalá logre algo.

DANIEL: ¡Sí! Ojalá.

(Se quedan los dos pensativos viendo al suelo mientras esperan al padre).

FULGENCIO: (Sin entrar todavía a escena) ¡Ya está preso!

ELENA: (Pegando un salto) ¡¿Preso?! ¿Quién? (Hacia Daniela)

DANIEL: ¿Quién habló así de repente que de broma no me mata de un susto? (Mientras
suspira y se lleva la mano al corazón).

FULGENCIO: ¡Soy yo, Fulgencio! ¡Ya va, ya entro para allá y les cuento!

DANIEL: Apúrate hombre, que ya me quiero enterar.

FULGENCIO: (Entrando ya en la sala) ¡Elenita! ¡Ya está preso, lo traerán ya codo con codo!

ELENA: ¿ A Quién?

DANIEL: Pobrecito.

FULGENCIO: Al mayoral del rosario, tú sabes el misio, el que vino hablando y que alemán,
francés, inglés, ese nadie le entiende nada.

ELENA: ¿A Cándido?
FULGENCIO: Sí, puse ayer la denuncia y me acaban de avisar por teléfono que ya le echaron
el guante. Es un Criminal ese hombre.

DANIEL: ¿Mató a alguien?

FULGENCIO: No que yo sepa, pero es un criminal.

ELENA: Tan humilde y servicial que parecía, bueno así es esa gente.

FULGENCIO: Sí bueno, así ocultan algunos sus instintos, mostrando una bondad falsa que de
todas formas será descubierta.

ELENA: Pero… ¿qué hizo?

FULGENCIO: Es porque ese hombre debe saber el porqué de que haya nacido un negro ojos
azabache en nuestra familia.

DANIEL: Y… ¿por qué? ¿Qué culpa tiene?

FULGENCIO: Porque… (Hacia el centro de la escena) desde que era chiquita, ese hombre
siempre le hacía cariños a Julieta, la acariciaba, se la sentaba en sus piernas, la abrazaba, le
traía flores y le cantaba en ingles…

DANIEL: Eso más bien es algo cariñoso, aunque desde un principio no debió haberle cometido
dicho acto, puesto que ése puede ser el padre de ese niño.

FULGENCIO: Y yo que se lo decía a ésta (Haciendo un gesto hacia Elena) no quiero que ese
negro tenga esas confianzas con mi sobrina.

ELENA: Eso es verdad.

FULGENCIO: Después, Von Genius se empeñó en ir a pasar la luna de miel en la Hacienda


donde tenemos a ése misio cuidado de vacas y experto jardinero.

DANIEL: ¿Y él? ¿Usted cree que Julieta se haya enamorado del negro Cándido, es un hombre
de edad?

FULGENCIO: ¡Puede pasar!

ELENA: No sé, yo creo que en esto hay algo de brujería.

DANIEL: ¿Cándido sabrá hacer brujería, No tiene pinta?

FULGENCIO: Como todos los insectos. Bueno Elena, me gustaría hablar contigo a solas, con
permiso de los presentes.

DANIEL: Vaya usted, ahora Cándido resultó brujo… no hay problema. (Salen de escena
Fulgencio y Elena) ¡Ay, así yo aprovecho y me cuelo al cuarto! (Sale también de escena).

ESCENA VIII
ARTURO: Creí haber oído voces, pero esto está más sólo que un judío en una Iglesia, no
puedo creer lo emocionado que estoy, se respira aire de grandeza, definitivamente la
maternidad es algo santo. ¡Ay Julieta! Mi prima Julieta, que no quisiste que yo fuera tu Romeo y
ahora ese hijo que has engendrado con amor, en lugar de llamarse Godofredo o una cosa así
de fea, se llamaría Arturito.

ESCENA IX

DANIEL: (Entrando a escena) ¡Lo vi, ya lo vi! ¡Estoy feliz!

ARTURO: Buenos días, ¿viene usted de conocer a mi nuevo primito?

DANIEL: ¿Su primito? ¿Ya lo conoce usted?

ARTURO: Aún no, pero es bello, ¿verdad? Se parecerá a mí, buenmozo, carismático, un
guapetón como yo…

DANIEL: Es negro como el carbón, como un pan horneado.

ARTURO: ¿Ah?

DANIEL: Sí, imagínese que parece un bizcocho quemado, un carbón negro negrito, casi que
se ve morado.

ARTURO: Sigo sin entender.

DANIEL: Usted sabe que yo no soy para nada chismoso, pero como es de la familia, se lo diré,
tiene usted un primo negro.

ARTURO: ¡Imposible!

DANIEL: Sí, señor, el hijo de Julieta parece un pan quemado.

ARTURO: Esto no puede estar pasando, tiene que ser imposible, un castigo de Dios, un
negrito, pero ¿de dónde?

DANIEL: Pues créalo.

ARTURO: ¡Oh, crueldad del destino! Ella, a quien yo quise tanto, a quien amo todavía; ella a
quien le escribí quince sonetos llamándola ángel, espuela, mi cuarzo. No puede ser…

DANIEL: No se aflija, poeta.

ARTURO: Yo amaba tiernamente a mi prima, ¿sabe usted?

DANIEL: ¡Ay hombre! Estaba usted chiquito, ¿Qué hay en este mundo que no sepa?

ARTURO: Soñaba con desposarla.

DANIEL: Y usted lo hubiera hecho mejor.


ARTURO: Claro está en mi carga genética el Schuhplattler, el vals, la polca, del mejor pueblo
Alemán del mundo.

DANIEL: Al menos usted es un sello de garantía.

ARTURO: ¡Y de los de relieve! Ella no me quiso porque le parecí poco para sus ideales, ¡no
sabe ella lo que tengo escondido! Aquí soy todo corazón, aquí todo pensamiento, un volcán…
Toque para que se queme.

BELÉN (voz grabada): ¡Échele agua!

ARTURO: ¡Aún recuerdo aquel día que me enamoré de ella! (Empieza Arturo a recordar
viendo al techo).

ESCENA X

ARTURO: Era el día de sus quince años, recuerdo que sólo me parecía bonita, empecé a
quererla aquel día, ese día, todavía recuerdo aquella canción, aquel vals Alemán, nunca
olvidaré ese día. (Comienza a sonar “tiempo de vals” y empieza a bailar). Eh no, esa no es.

ESCENA XI

JULIETA: (Entra gritando) ¿Qué te pasa? Te volviste loco…era lo que nos faltaba

ARTURO: (Sobándose la cara) Es que te amo.

JULIETA: ¡Pero eres mi primo!

ARTURO: ¡Pero te amo!

JULIETA: ¡Pero eres mi primo!

ARTURO: ¡Cásate conmigo! (Comienza a sonar la canción de “cásate conmigo”).

JULIETA: (Perpleja) ¡Pero eres mi primo! Y ya estoy feliz mente casada


(Y se va corriendo de escena, Arturo intenta seguirla, pero se queda en escena).

ESCENA XII

FULGENCIO: (Entrando a escena) Sí, ese es el último recurso.

ELENA: Disimula… Arturo, ¿Qué tal, Arturito? Supongo que habrás venido a felicitarnos.

ARTURO: Tía, hay felicitaciones que se dan con el luto en el brazo.


FULGENCIO: ¡Ah!

ELENA: Tú… ¿también lo sabes?

ARTURO: Ya me lo dijo Daniel.

DANIEL: ¡Cállese, imprudente! (quien entra de sopetón y por la misma se va)

ELENA: Pues me alegro de que hayas venido, ya que también formas parte de esta familia.

FULGENCIO: A los orfebres no se le puede decir ni un secreto.

ELENA: ¡Ay Fulgencio! Ya lo va a saber toda Barlovento.

FULGENCIO: Pocos lo ignoran.

ELENA: Daniel es un periódico de gran circulación.

FULGENCIO: Pero de muy mal formato.

ESCENA XIII

JERÓNIMO: (Entrando a escena) Buenos días a todos.

FULGENCIO: Llegas a tiempo.

ELENA: ¿Qué has pensado?

JERÓNIMO: ¡Ya va! Antes de empezar con los problemas, me gustaría dedicarle un poema a
mi bella esposa, se llama: Para Elena, de autor Anónimo; dice así: (saca un pedazo de papel
de bolsa y comienza a leer en prosa…)

Para Elena

Es el brillo de tu mirada,

es el sonreír de tu cara,

es la exactitud de palabra,

que hace más grande tu alma.

En esta mesa ante ti tumbada,

ojos fijos en el acelerador,

una lágrima que se escapa,

mirándote, veo mi vida pasada.

Cuando era alegría, fuerza,


a todo le restaba importancia,

derrochaba amor en cada técnica,

lo tenía todo estando sana.

Ahora dicen que soy fuerte,

ante ti se me cayó la máscara,

me sentía muy débil, sólo,

ese instante me sentí arropado.

Cuando el alma duele así, Elena

los antidepresivos no bastan,

no los quiero mientras pueda

contar con esa ternura que calma.

No dejes que la rutina te cambie,

no dejes de regalar esa humanidad

que te caracteriza, se te escapa,

y que en unos segundos nos cambia.

Los técnicos también saben de amor,

saben lo que ese día nos hace falta,

pudiste llegarme con ternura y gracia,

acallándome el miedo que me bloqueaba.

Te llevo en mi retina, y corazón,

desde esa tarde gris, escarchada,

a la que tú diste sentido y color,

con mimo especial y calidez necesaria.

Por ello desde hoy, te doy gracias,


deseándote soles nuevos, mil venturas,

todas te las mereces, por ser así,

de entrañable, única, y profesional,

tanto por dentro como fuera, guapa.

ELENA: ¡Gracias! (Dice con hipocresía) Pero necesito saber qué es lo que has pensado.

JERÓNIMO: ¿Qué voy a pensar, mi amor? ¡Nada!

ELENA: Contigo no se puede contar ni para los casos más graves, en vez de andar
dedicándome poemas, debiste pensar en qué hacer.

FULGENCIO: Tú, el jefe de la familia, el que tiene más responsabilidad con el asunto, el padre
de la madre, el abuelo del niño…

JERÓNIMO: ¿Qué quieren que haga? ¿Qué lo pinte con yeso para las paredes o tiza de
pizarrón?

ARTURO: ¡Ay no mijo! ¡Eso ni con cal o pintura blanca!

ELENA: Date cuenta de esta tragedia.

FULGENCIO: Mide las consecuencias de lo que pudiera ocurrir.

JERÓNIMO: Yo espero con calma los acontecimientos, entre tanto tengo que comunicarles
algo de interés… privado.

DANIEL: Por mí ni se preocupe, yo soy una tumba. (quien entra súbitamente al salón)

ARTURO: Y yo ni estoy.

JERÓNIMO: Acabo de recibir un telegrama de Herman.

DANIEL: ¡Von Genius!

ARTURO: ¡El marido!

JERÓNIMO: Llegó esta mañana a La Guaira y dentro de algunos minutos llegará aquí.

FULGENCIO: ¡Esto no puede ser bueno!

ELENA: ¡Llegará!

DANIEL: ¡Cada vez mejor!

ARTURO: ¡Coincido contigo Daniel!


ELENA: Es necesario proceder cuanto antes.

FULGENCIO: Pues bien, Jerónimo, nosotros, que si queremos a nuestro apellido y estamos
interesados en todo lo que nuble la transparencia de nuestro nombre, hemos pensado muy
bien la cuestión.

JERÓNIMO: Vamos a ver… ¿y qué han pensado?

ELENA: No hemos pensado solamente, hemos procedido, allí está el padre Castrillo,
convenciéndola a que confiese.

JERÓNIMO: Pobre niña.

FULGENCIO: Tiene que saber algo.

ELENA: Y en caso de que no ceda a las insinuaciones del sacerdote…

JERÓNIMO: ¿Qué?

FULGENCIO: Un consejo de familia.

JERÓNIMO: Un consejo de guerra, querrás decir.

DANIEL: ¡La fusilan!

ARTURO: ¡Yo le escribiré un poema de desdicha por la muerte de un ser amado!

DANIEL: ¡Dios, qué drama! ¡Creo que lloraré!

JERÓNIMO: Pues oigan: Yo no consentiré semejante tribunal, no pienso humillar a mi hija ni


rebajarla, porque la nobleza de nuestra raza no está en la sangre, sino en el espíritu, que ni se
doblega ni se rinde. Si Julieta es culpable, que tenga la altivez de su culpa, y cuando llegue el
momento de la expiación, si todos la menospreciaran, aún le quedarían los brazos de su padre
para acogerla en su dolor y mi pecho para que lo humedezca con sus lágrimas.

DANIEL: ¡Se pasó el viejo!

ARTURO: ¡Qué elocuencia!

FULGENCIO: Eso es literatura, Jerónimo, pura literatura.

JERÓNIMO: Ustedes pasan más allá de lo que pudiera sospecharse.

FULGENCIO: Si Julieta ha faltado, debe eliminarse de la familia.

ELENA: Si ha faltado, ¡y con un misio! No la reconozco como hija.

FULGENCIO: Elena, vayamos a hablar con el sacerdote a ver qué sucedió al final. (Salen los
dos de escena).
ESCENA XIV

JERÓNIMO: Y ustedes… ¿qué opinan?

DANIEL: Yo no opino… ¡Mire qué yo no me meto en asuntos ajenos!

JERÓNIMO: Ajá… sí, el santo… ¿y tú Arturito?

ARTURO: Recuérdese que yo amé, amo y amaré a su hija con todo mi corazón, no estoy de
acuerdo con ningún consejo de familia, ni de guerra, ni de paz, ni nada de eso, de hecho, no
creo que ella haya hecho nada malo, confío plenamente en ella, porque es el amor que por ella
siento el que me alumbra los senderos de la vida.

DANIEL: ¡Dios!, pero este niño es todo un poeta.

ARTURO: ¡Gracias! Sólo cosas que salen de mi inspiración.

JERÓNIMO: ¡Todo un poeta! Pero recuerda que estamos hablando de mi hija, y que tiene
esposo.

ARTURO: ¡Lo lamento, señor! No fue mi intención.

ESCENA X

FULGENCIO: (Entrando a escena junto con Elena) Ya hablamos con el sacerdote.

ARTURO: ¿Y qué?

ELENA: Dice que no hace más que llorar y que, aunque la amenazó con todas sus armas, ella
no confesó nada.

JERÓNIMO: Y no se les ocurre otra cosa, el esposo ya está aquí.

DANIEL: Perdonen porque me meta en el asunto, pero, creo que tengo una solución.

TODOS: ¿Cuál?

DANIEL: Cambiarle el niño.

ARTURO: Eso, o cambiarle el marido. (Señalándose a sí mismo).

JERÓNIMO: ¡Están locos!

FULGENCIO: No es ni tan mala idea.

JERÓNIMO: ¡Ni mi hija ni yo lo aceptaremos!

DANIEL: Es sólo un cambio temporal, y con plata todo se arregla.


JERÓNIMO: Pero después, quedaríamos en lo mismo.

DANIEL: Pero mientras se sale del apuro.

FULGENCIO: Repito que ni tan mala la idea.

JERÓNIMO: ¡Eso es una infamia! ¡Un absurdo!

FULGENCIO: ¡El honor lo impone! (Sale Fulgencio)

ELENA: ¿Dónde podríamos conseguir a un niño europeo, aunque sea prestado? ¡Ah! (A la
puerta) ¡Brígido!

ESCENA XVI

BRÍGIDO: (Entrando a escena) Dígame…

ELENA: Entre tus amigos, ¿ninguno tendrá un niño europeo que nos preste por un ratico?

ARTURO: O que nos lo alquile o nos los cambie por unas joyas.

BRÍGIDO: (Pensativo) ¡Ah! Norberto tiene un hijo bien parecido, parece alemán.

ELENA: ¡Corre y que nos lo preste por medio día, que nosotros se lo pagamos como quiera!

ARTURO: ¡Si lo consigues, te regalo mi carro nuevo , que no es mucho, pero puedes
consquistar a muchas chicas!

BRÍGIDO: ¡Pá allá voy! (Sale de escena).

DANIEL: Y yo también me tengo que ir, he estado más tiempo de lo permitido.

ARTURO: ¡Te vas en la mejor parte!

DANIEL: ¡Sí! (Triste) lo que hacen las obligaciones. (Sale de escena detrás de Brígido).

ESCENA XVII

FULGENCIO: (Entra Fulgencio) Bueno, comencemos con el consejo.

(Se sientan en el sillón de la siguiente forma: Fulgencio a la izquierda, Elena a su lado y


Arturo en el otro extremo del sillón, Jerónimo queda en pie y se pasea impaciente).

FULGENCIO: ¿Tú no piensas sentarte?

JERÓNIMO: Yo no soy cómplice de semejante disparates.


FULGENCIO: Entonces, antes de discutir esto, es hora de llamar a la responsable. Elena,
llama a la niña.

JERÓNIMO: ¿A quién?

ELENA: (Levantándose) A Julieta.

JERÓNIMO: ¡He dicho que no! (Golpeando un pupitre en la escena)

FULGENCIO: Es necesario, todos somos su sangre.

ELENA: ¡Yo su madre!

JERÓNIMO: ¡Y yo su padre! ¡A menos de que tú hayas cambiado ese asunto!

ELENA: ¡No me estás ofendiendo!

JERÓNIMO: ¡A mí es el que se me está ofendiendo, arrojándole a las sombras el honor de


castigo a mi pobre hija! ¡Dicen que el amor de madre es eterno! Y Elena, ¡tú lo has perdido!
(Salen Fulgencio y Arturo de escena)

ESCENA XVIII

(Entra Brígido)

BRÍGIDO: (Entrando) ¡Ya traje lo que me pidieron!

ELENA: Déjelo en la galería.

JERÓNIMO: No, señor. ¡Se lleva a ese niño de esta casa!

ELENA: Brígido, ¡haz lo que te mando!

BRÍGIDO: Ok, ya me voy.

ESCENA XIX

(Entra Fulgencio y se sienta)

JERÓNIMO: ¡Elena por Dios! Siéntete madre por una vez en tu vida, déjala tranquila, pon tu
amor por encima de tu orgullo, cuando el marido llegue que le hablaré a él.

ELENA: ¿Y por qué no ahora?

JERÓNIMO: Porque es a él al que tiene que rendirle cuentas.

FULGENCIO: ¿Y si Von Genius no reconoce a ese hijo como suyo?

JERÓNIMO: Allí están los tribunales, el divorcio, los exámenes de ADN…

FULGENCIO: ¿Y el escándalo?
JERÓNIMO: Peor es el crimen que ustedes pretenden.

FULGENCIO: ¿Y si la rechaza?

ELENA: ¿Y si la desprecia como mujer?

JERÓNIMO: Y…¿no es eso lo que ustedes están haciendo en este momento? Piensan
rechazarla sacándola de la familia, y despreciarla diciendo que ya no es su sangre.

FULGENCIO: ¡Jerónimo!

ESCENA XX

JULIETA: (Entrando a escena) ¡Gracias papi, gracias! Yo sabía que tú serías el único en
apoyarme. (Se acoge en sus brazos) Sostenme.

ELENA: (Acercándose a Julieta) ¡Hija mía…!

JULIETA: ¡Mamá! ¡Tú eres mala conmigo! Y te quiero decir algo…

JERÓNIMO: Déjala en paz Elena.

ARTURO: Julieta, (acercándose) mi hermosa prima, en los momentos en que el vendaval de


la desgracia llegue yo estoy aquí para ti…

JULIETA: ¡Quítate! (Metiéndole una patada en la canilla)

ARTURO: ¡Ay! ¡Qué me has dado en la canilla! Y me has cortado la frase… tan linda que es,
yo te estoy apoyando, pensé que me abrazarías como a tu padre.

FULGENCIO: Sobrina… Tú comprenderás.

JULIETA: (Irguiéndose) Sí… Lo comprendo todo; lo que no comprendo es quien los ha


llamado a ustedes a meterse en mis asuntos personales.

FULGENCIO: A mí tu madre me pidió consejos.

ELENA: No, señor, usted se vino solito.

JERÓNIMO: ¡Tú eres el principal alborotador aquí! ¿No sé por qué no te he sacado de mi
casa?

FULGENCIO: ¡Jerónimo, cálmese! (A Julieta) Tú comprendes que a mí también me duele…

JULIETA: ¡Tú no has sentido ni una pizca de dolor, comparado a lo que yo he sentido!
FULGENCIO: Eso lo sé pero…

JULIETA: ¡Pero qué! ¿Quieres que después de haber llevado a un niño en mis entrañas y
haberlo nutrido con mi alma, después de haberlo parido, cuando llevo mis senos a sus labios y
por primera vez conozco este algo sagrado que llaman amor maternal, el cual mi madre ha
perdido?

ELENA: Yo no he perdido…

JULIETA: ¡Cállese que estoy hablando! ¿vaya a desprenderme de ese niño por complacerlos a
ustedes y a sus vanidades sociales? ¡No, no y no!

JERÓNIMO: ¡Así se… habla hija mía!

ARTURO: ¡La elocuencia de su padre!

JULIETA: ¡Sépanlo bien! Que, si lo echan debajo de un puente, voy al puente a darle la vida; si
lo tiran barranco abajo, me lanzo para salvarlo. ¡Qué me importa a mí que sea negro, verde o
morado! Es mi carne, mi sangre, pero más importante, y que ustedes no conocen… Es mi
espíritu, es mi hijo. Ante la inmensidad de esa palabra ¡mi hijo! Ya no hay nada más grande en
el mundo.

ARTURO: ¡Creo que voy a llorar! (Se pone en el hombro de Jerónimo y éste se lo sacude)

JULIETA: ¡El que quiera quitármelo que pruebe! Lo muerdo, lo araño, lo descuartizo.

ARTURO: ¡Una fiera! Grrr.

ELENA: ¡Cálmate, hija mía! Esas son hipocresías de Fulgencio.

FULGENCIO: ¡Ahora toda la culpa es mía!

ELENA: ¡Sí, es tuya!

JERÓNIMO: Debe ser que allá en la hacienda no te fiabas en el color del escogedor de café.

FULGENCIO: ¿Yo?

JERÓNIMO: Sí, tú allá en la hacienda tienes una familia de puros isleños, porque son más
baratos y te dan más cache.

ARTURO: ¡Já, já! ¡A mí me han dicho que tiene un hijo de cuadritos blancos y negros! Así
juegas ajedrez sin necesidad de tablero.

FULGENCIO: ¡Un momento! No consiento que se burlen de mis muchachos.

ARTURO: ¿Qué importa? Si son naturales.

FULGENCIO: ¡Aún artificiales!

JERÓNIMO: ¿Lo ves?


JULIETA: ¡Allí está! Canalla, hipócrita, imperialista.

JERÓNIMO: ¡Cálmate hija mía! Vayamos al cuarto que tú no deberías estar resistiendo
conmoción semejante, recuerda que te hace daño que te corta la leche…

ELENA: (Acercándose) Apóyate en mi brazo.

JERÓNIMO: ¡Con el de papá le basta! (La acompaña hasta la puerta).

ARTURO: Bueno… Yo mejor me voy que tengo muchas cosas que hacer; ese Von Genius,
quien no me agrada para nada, debe estar por llegar. (Sale de escena).

ESCENA XXI

ELENA: (A Fulgencio) ¡Es tu culpa que ahora mi hija me odie!

FULGENCIO: ¡Claro está! ¡La culpa al más…!

ELENA: Jerónimo, tengo miedo.

JERÓNIMO: Hasta yo estoy asustado.

VON GENIUS: (Fuera de escena) ¡Brígido! Haga pasar mis maletas a la habitación, ¿dónde
está la gente de esta casa? ¿Cómo que no hay nadie!

ELENA: ¡Von Genius!

FULGENCIO: ¡Justo lo que no quería!

ESCENA XXII

VON GENIUS: (Entra feliz y sonriente, con mucho entusiasmo abrazando a los presentes)
¡Suegrita! ¡Suegro! ¡Tío Fulgencio, tú también! ¡Julieta! ¡Qué felicidad, Dios mío santo!

FULGENCIO: ¡A mí no me llames tío!

VON GENIUS: ¡Bien! Lo llamaré compadre, porque usted será el padrino.

FULGENCIO: ¡Sólo eso me faltaba!

ELENA: Jerónimo, ¿qué hacemos?

JERÓNIMO: ¡No me preguntes a mí!

FULGENCIO: Lo toqué por detrás y trae revólver, mejor es que no vea al niño todavía,
muéstrenle al otro.
VON GENIUS: Bueno, ¿dónde está mi hijo? ¡Quiero verlo! ¿Dónde está Julieta?

JERÓNIMO: Julieta está recogida.

VON GENIUS: ¡Ah! En su cuarto.

ELENA: ¡Pero no puedes ir todavía!

JERÓNIMO: Sí, será mejor que no pases.

VON GENIUS: ¿Por qué? Necesito ver a mi hijo… quiero conocerlo, besarlo.

ELENA: Haré que traigan al niño… (Se acerca a la puerta) ¡Brígido, tráigale el blanquito al
señor Herman!

VON GENIUS: ¿BLANQUITO? ¡Qué agradable suena esa idea! Debe parecer un PAN DE
LECHE, en mis baúles le traigo ropa, zapatos, juguetes.

JERÓNIMO: ¡Justo en el momento decisivo... es cuando mi temple tiembla!

(Sale Fulgencio)

ESCENA XXIII

BRÍGIDO: (Trayendo de la mano a un NIÑO GRANDE y que se resiste a entrar) ¡Aquí está
el niño!

MUCHACHO: Yo entro, pero me quiero ir rápido, tengo que salir a seguir VIENDO MI CLASE

VON GENIUS: ¿Ah? ¿Éste es mi hijo? ¡Es un fenómeno! Veinte días de nacido y ya habla,
éste no es mi hijo.

MUCHACHO: No, señor. Yo soy hijo de (NOMBRA A SUS PAPAS).

BRÍGIDO: Acércate muchacho.

MUCHACHO: ¿Qué? No, ¡Ese señor me va a pegar!

VON GENIUS: ¿Me quieren explicar por qué tanto misterio? Semejante comedia, me voy a
volver loco.

JERÓNIMO: Toma niño una chupeta, dile a tu madre que muchas gracias.
(Sale el muchacho de escena).

ELENA: (A Brígido) Pánfilo, ¿cómo se te ocurre traer a un niño tan grande?

BRÍGIDO: Pensé que era pa’ hacer un mandado, ya me voy. (Sale de escena).

(Entra Daniel)

DANIEL: ¡Regresé! ¿De qué me perdí?


(Todos lo ignoran)

VON GENIUS: Ok… Se acabó, ¿qué es lo que sucede?

JERÓNIMO: Te explicaré luego.

VON GENIUS: ¡No! ¡Me explicas inmediatamente!

ELENA: Sucede, querido yerno que el niño… el niño…

VON GENIUS: ¡¿Murió?!

DANIEL: ¡Ojalá!

VON GENIUS: ¿Cómo que ojalá? ¿Usted quiere que yo le meta su buen golpe?

DANIEL: No, no. Disculpe señor Herman (Sarcásticamente).

ELENA: Algo peor, no es blanco, es…

JERÓNIMO: Negro como el carbón.

VON GENIUS: ¿Qué importa? ¡Lo quiero como sea! (Yéndose a la puerta) ¡Julieta!

JULIETA: (Saliendo con un niño negro en brazos) Este es tu hijo.

VON GENIUS: ¡Mi vida!

JULIETA: ¡Amor mío!

DANIEL: ¡Nos va a matar a todos, auxilio!

VON GENIUS: (Volviendo al centro con el niño) ¡Qué lindo! ¡Qué gordito!

TODOS: ¿Eh?

VON GENIUS: Es idéntico a mi abuelo paterno.

DANIELA ¿Cómo que idéntico a su abuelo?

VON GENIUS: ¡Idéntico a mi abuelo, Alfredo el general, un hombre moreno que se enamoró de
mi abuela de origen alemán¡

ELENA: Pero… su abuelo, ¿no era blanco?

VON GENIUS: Por la línea Materna sí, pero por mi padre, cuando estuvo el abuelo de sirviendo
de militar en Alemania, se casó con una doncella. Usted sabe que a los morenos les gustan
mucho las blanquitas.

JERÓNIMO: Y a nosotros también.

DANIEL: ¡No acepto indirectas en mi contra!


ELENA: ¡Ay Jerónimo! Nuestro yerno, NIETO de una cocinera, ¡nos ha engañado!

JERÓNIMO: Él no, fue la necia vanidad de un título la que nos ha engañado.

VON GENIUS: ¡Me hacen el favor! ¡Yo no he engañado a nadie! ¿verdad, Julieta?

JULIETA: ¡Esposo mío!

VON GENIUS: ¡Nadie preguntó por mi madre o mis abuelos! Y sí lo hacen, no los niego.

DANIEL: ¡Y usted salió completamente pálido, bueno, un poco doradito!

VON GENIUS: Pero mi hijo ha dado el salto atrás.

JERÓNIMO: ¡Y qué salto!

ELENA: ¡Con trampolín! Ahora nos preparamos para echarle el agua bendita al muchacho, así
que de una vez le quitamos las malas vibras de todo este mal momento.

FIN.

También podría gustarte