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Ideología

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Para la corriente de la Ilustración bautizada por Napoleón como «ideólogos»,
véase Sociedad de Auteuil.
En ciencias sociales, una ideología es un conjunto normativo de emociones, ideas
y creencias colectivas que son compatibles entre sí y están especialmente
referidas a la conducta social humana. Las ideologías describen y postulan modos
de actuar sobre la realidad colectiva, ya sea sobre el sistema general de
la sociedad o en uno o varios de sus sistemas específicos, como son
el económico, social, científico-tecnológico, político, cultural, moral, religioso,
medioambiental u otros relacionados al bien común.
Las ideologías suelen constar de dos componentes: una representación del
sistema, y un programa de acción. La representación proporciona un punto de
vista propio y particular sobre la realidad vigente, observándola desde una
determinada perspectiva compuesta por emociones, percepciones, creencias,
ideas y razonamientos, a partir del cual se le analiza y compara con un sistema
real o ideal alternativo, finalizando en un conjunto de juicios críticos y de valor 1 que
plantean un punto de vista superior a la realidad vigente. El programa de acción
tiene como objetivo acercar en lo posible el sistema real existente al sistema
ideal pretendido.
Por su receptividad frente al cambio, hay ideologías que pretenden la
conservación del sistema —conservadoras—, su transformación radical y súbita —
revolucionarias—, el cambio gradual —reformistas—, o la readopción de un
sistema previamente existente —restaurativas—.
Por su origen, alcance y propósito, las ideologías pueden desarrollarse
gradualmente a través de la observación, el diálogo, el ajuste mutuo y el consenso
sobre lo que es considerado socialmente correcto, desviado o dañino, o bien ser
impuestas (incluso por medio de la violencia) por un grupo dominante
especialmente interesado en generar influencia, conducción o control colectivo, sin
distinción si este es un grupo social, una institución, o un movimiento
político, social, religioso o cultural o si su propósito se centra en promover el bien
común o un interés particular.
El concepto de ideología se diferencia del de cosmovisión (Weltanschauung) en
que este se proyecta a una civilización o sociedad entera, en cuyo caso está
relacionado con el concepto de ideología dominante, cuando esta abarca todos
los sistemas específicos de la sociedad y es compartida por una amplia mayoría
de la población. Por su naturaleza colectiva, el concepto rara vez se restringe al
modo de pensar de un individuo aislado o particular.

Origen del término[editar]


El término ideología fue formulado por Destutt de Tracy (Mémoire sur la faculté de
penser, 1796), y originalmente denominaba la ciencia que estudia las ideas, su
carácter, origen y las leyes que las rigen, así como las relaciones con
los signos que las expresan.
Medio siglo más tarde, el concepto acoge su sentido final (actualmente vigente) al
asociarse con una perspectiva epistemológica, fundada por Karl Marx y Friedrich
Engels en su obra La ideología alemana (1845-1846), para quienes la ideología es
el conjunto de principios que explican el mundo en cada sociedad en función de
sus modos de producción, relacionando los conocimientos prácticos necesarios
para la vida con el sistema de relaciones sociales; la relación con la realidad es
tan importante mantener esas relaciones sociales, y en los sistemas sociales en
los que se da alguna clase de explotación, evitar que los oprimidos perciban su
estado de opresión. En su célebre prólogo a su libro Contribución a la crítica de la
economía política Marx dice:
[...] El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base
real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas
formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida
social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el
contrario, el ser social es lo que determina su conciencia.2

Sociología e ideología[editar]
Hablamos de ideología cuando una idea o conjunto de ideas determinadas
interpretadoras de lo real son consideradas como verdaderas y son ampliamente
compartidas conscientemente por un grupo social en una sociedad determinada.
Tales ideas se convierten en un rasgo fuertemente identitario, de forma similar a
la religión, la nación, la clase social, el sexo, partido político, club social, etc. y se
forman tanto en grupos pequeños y cerrados como las sectas o grupos mayores y
abiertos como partidarios de un equipo de fútbol...
Exteriormente se ha asociado con mayor fuerza a la política, donde
el clientelismo de los partidos impone unos intereses estrechos y cerrados. En su
desarrollo lleva a que el comportamiento individual pueda derivar en una
continuada falsa creencia, en un falso pensamiento y de ahí a una falsa práctica
social. Además interiormente, los miembros del grupo ideológico admiten o no que
determinado individuo pertenezca al grupo según comparta o no ciertos
presupuestos comunes de pensamientos básicos.
La ideología interviene y justifica dirigiendo los actos personales o colectivos de
los grupos o clases sociales, a cuyos intereses sirve. Pretende explicar la realidad
de una forma asumible y tranquilizadora, pero sin crítica, funcionando solo por
consignas y lemas.
Ahora bien lo que ocasiona son falsas creencias que mantienen la interpretación o
justificación previa tal como estaba en el imaginario individual y colectivo,
independientemente de las circunstancias reales. Por ello suelen acabar
produciendo una separación entre las ideas y su práctica en la realidad,
difícilmente asumible.
Del estudio de la ideología se encarga la sociología del conocimiento, cuyo
presupuesto básico es la tendencia humana a falsear la realidad en función del
interés. Sigue el interés propio en las maneras de ver el mundo en el grupo social
al que se pertenece; maneras que varían socialmente de un grupo humano a otro
y dentro de sectores diferentes de la misma sociedad.
Interviene sobre el interés personal y cohesiona el grupo donde se asienta, porque
construye una identidad ficticia como forma de vivir y valorar una realidad
construida al margen de ella misma. De ahí que en la mayoría de los casos lleve a
una superposición de discursos según el grado de realidad y a la construcción
de utopías.
En el terreno político, y en casos extremos, acarrea la mentira repetida,
la mendacidad. En general se observa que fácilmente se pasa por un interés
desmedido, centrado en la falsa conciencia, hacia la imagen o forma de la idea de
la vida interpretada solamente en función de esas ideas, en definitiva, hacia una
ideología que tiende al totalitarismo.
El origen de las ideologías[editar]
El origen de la mayoría de las ideologías se encuentra en una corriente
filosófica cuando asume una versión muy simplificada y distorsionada, por falsa
creencia, de la filosofía original. En este sentido se produce, de forma general, un
carácter insincero, cuando un pensamiento original se convierte en «....ismo»
(Platón → platonismo; Marx → marxismo; capital → capitalismo; anarquía →
anarquismo; etc.).
Su origen se sitúa en el personal, de acuerdo con las necesidades que sustentan
socialmente un determinado pensamiento. Se separa y disocia de la realidad,
porque la manipula en forma de propio interés.
Los primeros filósofos que estudiaron la «ideología», los psicologistas franceses
(Condillac, Cabanis, Destutt de Tracy), situaron esa necesidad en el «yo interior»,
interpretado de diversas formas (psicologismo y psicofisiologismo). El sujeto se
opone a lo exterior, que se da como suceso, puesto que requiere la reflexión
individual. Estos filósofos franceses pretendían estructurar una teoría sobre el
materialismo primitivo de las sensaciones y de ahí su derivación en emociones,
pasiones y sentimientos. De manera que del hecho, del suceso o del
acontecimiento exteriores se pasa psicológicamente a la manera interior de captar
las cosas y apreciar estas categorías de la psicología personal.
Más tarde el compromiso político de filósofos sociales (socialistas utópicos, Saint-
Simon, Fourier, Proudhon) situó el interés en las necesidades de la vida social. El
vuelco que protagonizó al extenderse al ámbito de la sociedad fue considerable.
Del interés del individuo se pasó al interés del grupo. Esto provocó que se
acuñase el calificativo de «doctrinarios» para referirse a los «ideólogos» en su
enfrentamiento con el poder, lo que confirió a la palabra un sentido peyorativo que
a día de hoy no ha perdido.
Después del psicologismo de los franceses, se pasó, primeramente, a las formas
filosóficas propias y, posteriormente, a las relaciones económicas. El sentido más
elaborado de ideología, en el primer sentido, es el de Hegel y, en el segundo,
de Marx.
Se consideró la ideología como una «escisión de la conciencia», que produce
la alienación, bien sea esta considerada como
meramente dialéctica del pensamiento, en el idealismo de Hegel o dialéctica
material en el materialismo de Marx.
En el siglo XX, la ideología es considerada como problema de comunicación
social. Para los frankfurtianos, de manera especial para Habermas, la ideología
expresa la violencia de la dominación que distorsiona la comunicación. Este habla
de la relación entre el conocimiento y el interés. Esto produce una distorsión que
es consecuencia de una razón instrumental, como conocimiento interesado, y que
es la responsable de la ciencia y la tecnología falsas como ejes de la dominación
social. Es pues necesaria una hermenéutica de la emancipación y liberación. De la
misma forma, Marcuse subraya este hecho en el seno de las clases sociales, en
particular políticamente dentro de los partidos y sindicatos.
Karl Mannheim y Max Scheler enmarcan la ideología en el marco de la sociología
del saber. El saber enmarcado dentro de la dominación política genera tal cúmulo
de intereses que configura la cosmovisión de los grupos sociales. No hay
posibilidad de escapar a una ideología bien construida. Todo gira a su alrededor.
Mannheim distingue entre ideología parcial, de tipo psicológico, e ideología total,
de tipo social.
Sartre, por su parte, introduce una idea de «ideología» completamente diferente.
Para Sartre la ideología es fruto de un pensador «creador», capaz de generar un
modo de ver la realidad.3
Por otro lado, Willard van Orman Quine trata la relación entre los objetos
exteriores, de ahí fuera, y los sujetos interiores, de ahí dentro. En otros términos,
liga la ideología a un modo razonado de considerar la ontología.4
A finales del siglo XX, sin embargo, se entra en una época de infravaloración de lo
ideológico, de la mano de las ideologías conservadoras, de forma que algunos han
proclamado el ocaso de los ídolos, como "El fin de las ideologías".5 incluso
proclamado el triunfo del pensamiento único y el "fin de la historia" o el "choque de
civilizaciones".6
La ideología como falsa creencia debe estudiarse en términos de su lógica
degradada, más que en la filosofía de la que se deriva. Sin embargo, es difícil
comprender cuándo y en qué términos una filosofía pasa a ser ideología. Max
Weber afirma que las filosofías se seleccionan primero para ser ideologías
después, pero no explica, cuándo, cómo y por qué. Lo que sí podemos asegurar
es que existe una relación dialéctica, es decir de discurso, entre ideas y
necesidades sociales, y que ambas son indispensables para configurar una
ideología. Así nace el interés y las necesidades sentidas por el cuerpo social (o un
grupo de este); no obstante pueden fracasar por no tener ideas claras que lo
sustenten. Al igual que hay ideas que pueden pasar inadvertidas por no ser
relevantes para las necesidades sociales, se requiere una falsa creencia
aparentemente útil para que sea ideología.
Marx, en su Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, señala lo siguiente:
...Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las armas, que el poder material
tiene que derrocarse por medio del poder material, pero también la teoría se convierte en poder material
tan pronto como se apodera de las masas. Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando
argumenta y demuestra ad hominem; y argumenta y demuestra ad hominem cuando se hace radical.
Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo...
Marx. Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Anales franco alemanes. 1970.
Barcelona. Ed. Martínez-Roca, p 103

Concepto marxista de ideología[editar]


Karl Marx plantea que la ideología dominante de una sociedad es parte integral de su superestructura.

Friedrich Engels define la ideología como "un proceso que se opera por el llamado pensador" pero "con
una conciencia falsa."7
Tal como el materialismo histórico define el concepto, la ideología forma parte de
la superestructura, junto con el sistema político, la religión, el arte y el campo
jurídico. Según la interpretación clásica, está determinada por las condiciones
materiales de las relaciones de producción o estructura económica y social.
Para Karl Marx, las ideologías son cuerpos de ideas que aspiran a
la universalidad y a la verdad más lata y abstracta que representan los intereses
históricos de una clase social, que en su mayoría son hipótesis idealistas. Desde
esta perspectiva, son en suma formas de "falsa conciencia", porque solo reflejan
los intereses económicos y preferencias de la clase dominante.89
El concepto marxista de ideología se suele datar en las obras La sagrada
familia y La ideología alemana como crítica de la filosofía idealista alemana
posterior a Hegel. Esta crítica llegó a la economía política burguesa en La miseria
de la filosofía y más tarde El capital. aunque ya se aprecia en Crítica de la filosofía
del derecho de Hegel con la hipótesis de la "negación de la filosofía como
filosofía".9
Friedrich Engels explica que "las verdaderas fuerzas propulsoras que lo mueven,
permanecen ignoradas para el ideologo”. Sus ideas le parecen al ideólogo "como
creación, sin buscar otra fuente más alejada e independiente del pensamiento;
para él, esto es la evidencia misma, puesto que para él todos los actos, en cuanto
les sirva de mediador el pensamiento, tienen también en éste su
fundamento último". Estos impulsores incluyen tanto intereses subjetivos oscuros
como la constelación económica objetiva.7
Para Engels, la moral y la religión son ejemplos de ideologías. La moral siempre
fue "una moral de clase; o bien justificaba el dominio y los intereses de la clase
dominante, o bien, en cuanto que la clase oprimida se hizo lo suficientemente
fuerte, representó la irritación de los oprimidos contra aquel dominio y los intereses
de dichos oprimidos, orientados al futuro”.10 El origen de la forma ideológica de la
religión es la impotencia del hombre hacia la naturaleza. El bajo nivel de dominio
de la naturaleza y la dependencia de eventos naturales desconocidos conducen a
prácticas religioso-mágicas para compensar el subdesarrollo económico, técnico y
científico: "Estas diversas ideas falsas acerca de la naturaleza, el carácter del
hombre mismo, los espíritus, las fuerzas mágicas, etc., se basan siempre en
factores económicos de aspecto negativo; el incipiente desarrollo económico del
período prehistórico tiene, por complemento, y también en parte por condición, e
incluso por causa, las falsas ideas acerca de la naturaleza".11
El desarrollo de una ideología sigue una cierta lógica propia, se desarrolla "por
medio de la imaginación".12 Así, "la filosofía de cada época tiene como premisa un
determinado material de ideas que le legan sus predecesores y del que arranca".
Sin embargo, la economía "determina el modo de cómo se modifica y desarrolla el
material de ideas preexistente" indirectamente, "ya que son los reflejos políticos,
jurídicos, morales, los que en mayor grado ejercen una influencia directa sobre la
filosofía".11
El papel de la ideología, según esa concepción marxista de la historia, es actuar
de lubricante para mantener fluidas las relaciones sociales, proporcionando el
mínimo consenso social necesario mediante la justificación del predominio de
las clases dominantes y del poder político. Por otro lado, Engels también enfatiza
la "efectividad histórica" de la ideología. La negación de un "desarrollo histórico
independiente" no significa que no pueda ser puesto en el mundo, una vez por
otras causas, en última instancia económicas, y puede tener un efecto en su
entorno, de hecho su propia causa.7 Marx reconoció que dentro de formas
ideológicas puede drase elementos de verdad.9
Esta crítica ha contribuido a una desconfianza académica hacia nociones como de
"objetividad", "neutralidad", "universalidad" y semejantes.8
Entre los marxistas que se han dedicado al estudio de la ideología, o han hecho
comentarios significativos sobre el tema,
están Marx y Engels, Lukács, Althusser, Gramsci, Theodor Adorno y, más
recientemente, Slavoj Zizek.
Pese a que comúnmente suele hablarse de una teoría de la ideología homogénea
del marxismo, ligada al esquema base-superestructura, existen numerosas
variaciones teóricas que tratan este tema. Algunos analistas de la teoría de la
ideología marxista, por ejemplo Terry Eagleton, han afirmado que en los escritos
del propio Marx existen teorías diferentes sobre el punto.
Durante la etapa estalinista de la URSS, el marxismo quedó reducido
al materialismo dialéctico (o diamat) y a la concepción materialista de la historia.
Dichas doctrinas, codificadas y poco cuestionables, eran enseñadas
académicamente, con una sección incluso en la Academia de Ciencias. Para los
marxistas occidentales, y especialmente para los historiadores de orientación no
ortodoxa, que suele llamarse marxiana, sobre todo en Francia e Inglaterra (más o
menos ligados a la renovación historiográfica de mediados del siglo XX que
supuso la Escuela de Annales), es imposible explicar la historia de un modo tan
determinista. Desde ese punto de vista, suelen encontrarse en
la historiografía interpretaciones de la ideología en el sentido que la inadecuación
de la ideología dominante a nuevas condiciones o el surgimiento de ideologías
alternativas que entran en competencia con ella, produce una crisis ideológica.
Así suele admitirse que, aunque desde un punto de vista marxista clásico suene
herético, cuando una ideología dominante no cumple eficazmente su función hace
aumentar la tensión social (lucha de clases) que contribuye a la crisis de un modo
de producción y su transición al siguiente.
La ideología como crítica totalitaria[editar]
El contemporáneo filósofo político australiano Kenneth Minogue se dedicó a
observar la noción marxista de ideología en su obra La teoría pura de la ideología.
Para el autor,
El marxismo presupone por ideología un conjunto de ideas funcionales de un
individuo que dan justificación y validez universal a sus intereses.
Estos intereses se entienden principalmente como la preservación de sus medios
económicos de subsistencia una vez adoptados; excluyendo de esta categoría su
uso o los fines de consumo, que volverían a los intereses
socialmente teleológicos e infraestructuralmente culturales.
Los intereses en estas reducidas "condiciones materiales de existencia" estarían
predeterminados tecnológicamente por la particular relación social del individuo
con su ubicación en la división del trabajo, cuya forma no sería modificable ni
elegible, esto es: sus fines serían necesarios en vez de libres.
Estos intereses tienen la característica de no ser comunes (salvo con miembros de
la misma clase) y contrarios con las otras clases en forma intrínseca, ya que su
naturaleza es la de participar en una relación orgánica dual de opresores-
oprimidos.13
Minogue plantea inmediatamente una versión inversa a esta poniendo de cabeza
sus premisas básicas:
Las verdaderas ideologías son pseudo-revelaciones que reducen toda la realidad
a la existencia de grupos y géneros con predeterminados intereses opuestos.
Intereses que encarnarían en sí mismos un sistema de opresión (que incluye la
opresión de unas ideas funcionales por otras).
Requieren interpretar ciegamente el concepto de liberación como eliminación de
dichas clases de intereses opuestos.
Y el trato pragmático-revolucionario de todo pensamiento funcional como sistemas
de ideas (como ideologías) basadas en falsas racionalizaciones (siendo la verdad
incognoscible salvo en la realización de la lucha revolucionaria).
Las características de esta noción de ideología como "dogma crítico" se destacan
particularmente en el marxismo, y todas tendrían como particular característica su
tendencia a degenerar en "sociologismos" y "psicologismos" autocontradictorios
(teorías de conspiración en las cuales las formas de organización social no serían
necesidades históricas que generarían a los grupos sociales dominantes y sus
"ideologías", sino a la inversa serían elites las que crearían la sociedad con una
ideología que haría posible su poder; idea esta última que el epistemólogo Karl
Popper ya había denunciado como parte de un marxismo vulgarizado y
malinterpretado).14
También la comunidad de intereses entre grupos no solo es arbitraria (clases
sociales, géneros, razas), sino que la misma visión ideológica de la sociedad es en
realidad la sociedad ideológica que esta genera, ya que aunque presuma combatir
un sistema de opresión donde sus elementos son orgánicamente funcionales,
dicha opresión dependería solo de su ocultamiento (cuando en realidad tal
ocultamiento requeriría de una opresión preexistente) y no sería realmente
funcional en tanto no fuera planificada (planificación que la ideología sí necesita
generar).
Debido a ello, la comunidad de intereses interindividuales que presume el
revolucionario ideológico es una ficción útil (el leninismo habría sincerado este
hecho al afirmar que "los burgueses compiten para vender la soga con la que los
van a ahorcar")[cita requerida], pero termina siendo una realidad forzada cuando la
ideología llega al poder. Minogue vuelve así, contra las propias doctrinas
sistémico-clasistas (que tratan de "ideológico" a todo pensamiento), la acusación
de reificación ideológica en nuevos términos, particularmente al marxismo la
generación y dependencia para con sus propios intereses revolucionarios en una
opresiva sociedad sin clases.
La tesis de Minogue fue de gran influencia a fines del siglo XX en los círculos
políticos e intelectuales más cercanos al
pensamiento demoliberal, conservador y neoconservador, por haber dado
sistematicidad a la dialéctica de las democracias liberales occidentales en su
confrontación con las democracias populares marxistas a lo largo de la Guerra
Fría.
El siglo de las ideologías[editar]
La expresión siglo de las ideologías para definir el siglo XX fue acuñada por el
filósofo Jean Pierre Faye en 1998.15 El término ideología, reservado en el siglo XIX
al debate intelectual, se convierte en el siglo XX en el vehículo de grandes
movimientos sociales y de pensamiento, sobre el soporte de grandes masas que
son adoctrinadas por los nuevos medios de comunicación, la propaganda,
la violencia y la represión.
Propagande Fasciste. El texto dice: "Las fechorías del bolchevismo en 1919; los beneficios del fascismo
en 1923"
En el periodo de entreguerras las ideologías políticas enfrentadas
son fascismo y comunismo fundamentalmente, aunque del siglo XIX hayan
sobrevivido el liberalismo en su versión democrática (frente al que ambos se
definen), el conservadurismo, el socialismo democrático, el anarquismo y
los nacionalismos. feminismo, pacifismo, ecologismo y los movimientos por
la igualdad racial y el reconocimiento de la identidad sexual son ideologías no
estrictamente políticas, con fuerte vocación transformadora de la sociedad. 16 El
mundo religioso parece estar ausente de la mayor parte de las nuevas visiones del
mundo (en alemán Weltanschauung) hasta el final del siglo XX, cuando André
Malraux profetizó poco antes de morir (1976): el siglo XXI será religioso o no
será.17 Es pronto para confirmarlo, pero desde entonces el cristianismo integrista,
tanto católico como protestante y el fundamentalismo islámico se han renovado
(personalizados en Juan Pablo II, Ronald Reagan y el Ayatolá Jomeini) y han
encontrado acomodo en la justificación ideológica de todo tipo de intereses, tanto
en los países desarrollados (donde va más allá del interclasismo de la Democracia
cristiana de posguerra) como en los subdesarrollados (donde sustituye
al tercermundismo dominante en el periodo de la descolonización o a la teología
de la liberación de los años 1970). Lo mismo ocurre con el nacionalismo hindú.18
El europeísmo o movimiento europeo ha entrado en una clara crisis ideológica de
la que es síntoma la incapacidad de definición de los valores y las fronteras
continentales en los debates reformistas que rodean el Tratado de Lisboa dentro
de la Unión Europea.
El pensamiento débil[editar]
Por otra parte, desde las décadas de 1980 y 1990, el concepto de ideología sufre
una devaluación por su inadecuación a nuevos paradigmas intelectuales
emergentes, como el deconstructivismo (Jacques Derrida), o lo más
genéricamente llamado postmodernidad, que proponen un pensamiento
débil (Gianni Vattimo), en cierto modo una ideología flexible y acomodable a las
situaciones de cambio desconcertante que ocurren en el periodo de final de siglo y
milenio (especialmente la caída del muro de Berlín). En ese contexto cultural se
entiende la formulación del concepto de la tercera vía (Anthony Giddens), una
adaptación a la globalización y el liberalismo económico triunfante desde
posiciones socialdemócratas (el laborismo británico de Tony Blair o incluso la
presidencia de Bill Clinton) que en la práctica es una aproximación a muchas
concepciones del conservadurismo.
Uso despectivo del término[editar]
En ocasiones se usa el concepto ideología para desprestigiar o descalificar a un
sistema de pensamiento, concepción del mundo o autor, señalando que está
ideologizado. En principio, una ideología es una postura fundamentada que
propone un punto de vista superior y programa de acción propositivo ante una
situación social. Sin embargo, una ideología en manos de un grupo dominante
corrompido opera como un sistema de creencias y racionalizaciones que refuerza
su propia posición de privilegio. El uso despectivo del término entiende a la
ideología como un discurso de control social que:
Obedece a los intereses y al egoísmo grupal de sus postulantes, en lugar de
responder a una búsqueda del bien común,
Posee un conjunto de soluciones fijas y preestablecidas para los problemas
sociales,
Es dogmático, planteando premisas normativas irrefutables y que no pueden ser
comprobadas,
Se acompaña del proselitismo, propaganda y, en grados extremos,
del adoctrinamiento.
Cuenta con justificaciones internas y causas ajenas a su control para explicar sus
propios fracasos,
Egoísmo grupal[editar]
En su disertación sobre el bien humano, Bernard Lonergan detalla la relación entre
ideología corrompida y egoísmo grupal de quien la postula, y declara: "Mientras
que el egoísta individual tiene que soportar la pública censura de su modo de
proceder, el egoísmo de grupo no solamente dirige el desarrollo a su propio
engrandecimiento, sino que también abre un mercado para las opiniones,
doctrinas y teorías que justifican su proceder, y revelarán al mismo tiempo que los
infortunios de otros grupos se deben a la depravación que los corroe." 19
Es decir, la ideología se convierte en un medio práctico que habilita a la vez la
aprobación de las mayorías, su sometimiento, la autojustificación de conductas y
el error de los oponentes, aunque el conjunto de ideas no respondan a la realidad,
al interés genuino de la población ni al bien común.
Dogmatismo y totalitarismo[editar]
Según este uso peyorativo, las ideologías ven el mundo como algo estático. Es
por este hecho que cualquier ideología se ve a sí misma como la depositaria de
las ideas que pueden resolver cualquier problema de la sociedad, ya sea presente
o futuro. Esto convierte a la ideología en un dogmatismo, pues se cierra a las
ideas de los demás como posible fuente de soluciones a los problemas que se
plantean en el día a día, siendo ella la explicación total y última; lo que algunos
llaman explicación feroz.
En casos extremos, una ideología puede llevar a negar la posibilidad de disentir,
dando por verdad irrefutable sus postulados. Llegados a considerar la ideología
como verdad irrefutable, se abre el camino al totalitarismo, ya sea político o
religioso, también llamado teocracia. Cualquiera que disienta pasa a ser un
problema para el grupo dominante, pues va contra la verdad dogmática que
proclama la ideología. Tal es el problema que plantean disidentes, facciones20
y sectas.
Imperialismo
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«Imperio colonial» redirige aquí. Para otras acepciones, véase imperios de
ultramar.

Este artículo o sección necesita referencias que aparezcan en una publicación


acreditada.
Este aviso fue puesto el 30 de abril de 2014.

Imperios coloniales en 1800.

Imperios coloniales en 1900.

Imperios coloniales en 1914, justo antes del inicio de la Primera Guerra Mundial.

El imperialismo (generalmente en forma de un imperio)—que se basa en ideas


de superioridad1 y aplicando prácticas de dominación— es el conjunto de prácticas
que implican la extensión de la autoridad y el control de un Estado o pueblo sobre
otro. También puede ser una doctrina política que justifica la dominación de
un pueblo o Estado sobre otros; habitualmente mediante distintos tipos
de colonización (de poblamiento, de explotación económica, de presencia militar
estratégica) o por la subordinación cultural (aculturación). El sociólogo
estadounidense Lewis Samuel Feuer identificó dos subtipos principales del
imperialismo: el primero es el "imperialismo regresivo" identificado con la pura
conquista, la explotación inequívoca, reducciones de los pueblos no deseados, y
el asentamiento de los pueblos deseados en esos territorios. El segundo tipo
identificado por Feuer es "imperialismo progresista" que se basa en una visión
cosmopolita de la humanidad, que promueve la expansión de la civilización a las
sociedades supuestamente atrasadas para elevar los estándares de vida y la
cultura en los territorios conquistados, y la asignación de la gente conquistada a
asimilarse a la sociedad imperial. Aunque los términos "imperialismo" y
"colonialismo" están muy relacionados, no son sinónimos.
Los imperios han existido a lo largo de toda la historia, desde su mismo comienzo
en la Edad Antigua, pero el uso del término "imperialismo" suele limitarse a la
calificación de la expansión europea que se inicia con la era de los
descubrimientos (siglo XV) y se prolonga durante toda la Edad Moderna y Edad
Contemporánea hasta el proceso de descolonización tras la Segunda Guerra
Mundial.
Más específicamente, la expresión Era del Imperialismo, utilizada por
la historiografía, denomina al período que va de 1871 a 1914, en que se produjo
una verdadera carrera para construir imperios coloniales, principalmente con el
llamado reparto de África. A ese periodo se refieren dos de los textos más
importantes que fijaron el concepto: Imperialism, a study, de Hobson, y El
imperialismo, fase superior del capitalismo, de Lenin.
La perspectiva marxista entiende el imperialismo no esencialmente como una
forma de dominación política, sino como un mecanismo de división internacional
del capital y el trabajo, por el que la propiedad del capital, la gestión, el trabajo de
mayor cualificación y la mayor parte del consumo se concentran en los países
"centrales"; mientras que en los países "periféricos", que aportan el trabajo de
menor cualificación y los recursos naturales, sufren un intercambio desigual que
conduce a la explotación y el empobrecimiento. En politología también se emplea
la nomenclatura "norte-sur" para esta forma de relación.

Diferentes acepciones del término[editar]


Se puede entender como la doctrina que sostiene el dominio de unas naciones
sobre otras. Existen imperialismos desde que han existido imperios desde la
antigüedad, pero hay una tendencia actual a limitar como «imperialismo» al
proceso de expansión económica que tuvo lugar en Europa a mediados del siglo
XIX, sobre todo a partir de 1870, y este fue conocido como imperialismo
librecambista. Durante este periodo, muchos países europeos,
especialmente Gran Bretaña, se extendieron, primero de forma no oficial y más
tarde anexaron territorios y formaron colonias en África, Asia y el Pacífico. Esta
expansión fue consecuencia de la búsqueda fuera de Europa de mercados
y materias primas para la revolución industrial y se dio hasta el comienzo de
la Primera Guerra Mundial, en 1914 y permanecieron sus vestigios hasta
la descolonización, en los años 1970.
A partir de finales del siglo XIX el imperialismo se caracterizó sobre todo por la
dominación económica impuesta por las potencias sobre naciones inferiores a
éstas, ya que la dominación política cada vez fue más puesta en duda. A
comienzos del siglo XX y durante la segunda posguerra, en los países
subdesarrollados surgieron movimientos nacionalistas que muchas veces
acabaron con la colonización de otras potencias sobre ellos. En ese sentido se
debe decir que en la actualidad la prepotencia de los países más poderosos se
verifica más en el terreno económico que en el político, aunque un análisis
exhaustivo de la evolución política del sur muestra la dependencia del norte
también en lo político.
No obstante, en los albores de la Segunda Guerra Mundial, se comienza a usar la
denominación de «imperialismo» para referirse a dos nuevas potencias, más tarde
enfrentadas en la Guerra Fría; son la Unión Soviética y Estados Unidos. En este
sentido, una famosa cita del líder político inglés Winston Churchill, acerca de los
vencedores en el conflicto armado, dice: «La historia la escriben los vencedores»;
no obstante, surgirían diversas corrientes de opinión y movimientos sociales de
distinto signo político o ideológico que mantendrían posiciones críticas o
abiertamente contrarias a la visión predominante.
A finales del siglo pasado y comienzos de este (XXI) se imponen las posiciones
norteamericanas; la preponderancia económica de los EE. UU., conlleva además
un predominio cultural, encabezado por industrias del entretenimiento como la
cinematográfica y la musical. Este dominio económico-cultural, unido a la
publicidad y en el consumo, se ha valorado por algunos sectores ideológicos como
un tipo de colonialismo cultural (ver Pierre Bourdieu y Loïc Wacquant, Las razones
del imperialismo), mientras que en el campo político, se ha calificado como
imperialista la política exterior de Estados Unidos, Europa Occidental y Japón
principalmente, y su intervencionismo en diversos conflictos.

Causas[editar]
Económicas[editar]
La crisis de 1873 provocó el descenso de los precios, productos propios de cada
país prohibiendo la entrada de artículos extranjeros o gravándolos con impuestos.
Esto dio lugar a la necesidad de encontrar nuevos mercados que no estuvieran
controlados por dicho sistema. Por otra parte, potencias capitalistas europeas
como Inglaterra, Países Bajos y Francia necesitan dar salida a su excedente de
capital y lo hacen invirtiéndolo en países de otros continentes estableciendo
préstamos, implantando ferrocarriles, instalando puertos, etc. Además estos
países necesitan buscar materias primas para sus industrias, ya que empiezan a
agotarse o a escasear en Europa. La Segunda Revolución Industrial, por otra
parte, necesita de nuevas materias primas de las que Europa no dispone o
escasean, como plata, petróleo, caucho, oro, cobre, etc. Las causas económicas
fueron el fruto de la expansión del capital industrial y se vieron obligados a buscar
territorios nuevos donde pudieran invertir el exceso de capitales acumulados,
estos capitales encontraron una productiva salida en forma de créditos otorgados
a la minoría de los indígenas.
Demográficas[editar]
En Europa, entre 1850 y 1914, se produjo un gran aumento demográfico, llegando
a duplicarse su población, por lo que en algunos países empezaban a escasear
los recursos. Gran parte de la población, unos 40 millones de europeos, no tenían
otra salida que marcharse a las colonias de su respectivo país ya que no contaban
con trabajo, ni con alimentos suficientes para abastecerse todos, por ello
cambiaron su residencia en busca de riquezas y mejores condiciones de vida.
Darwinismo social[editar]
Véase también: Darwinismo social
Adoptado por los imperialistas, sobre todo en Inglaterra, para excusar sus
actuaciones. Tras conocer las teorías de Darwin sobre la evolución de las
especies por selección natural, sostenían que, al igual que las distintas especies o
razas, las sociedades más avanzadas tenían derecho a imponerse y a seguir
creciendo aunque fuera a costa de las más inferiores o atrasadas.
Científicas[editar]
Existía un fuerte interés por descubrir y analizar nuevas especies de animales y
plantas, conocer nuevos territorios y realizar investigaciones de todo tipo. Esto
hace que muchos científicos deseen progresar, lanzándose a la aventura
consiguiendo a cambio grandes avances en campos como la biología y
la botánica.
Técnico-políticas[editar]
Algunos políticos quieren hacer olvidar rápidamente sus derrotas consiguiendo
nuevos territorios. La navegación también fue un factor importante ya que
los barcos de vapor, ahora capaces de llegar mucho más lejos, necesitan disponer
de puntos costeros por todo el mundo para poder reponer las existencias de
carbón, por lo que cuando el establecimiento de estos pasó a manos del estado,
en lugar de limitarse a dicho punto, este intentó controlar cada vez más territorio.
Allí donde se tenga un predominio político se tendrá el predominio de los
productos, un predominio económico.2
Militares y geoestratégicas[editar]
El periodo entre 1871 y 1914 fue de paz entre las principales potencias europeas,
la denominada Bella Época (Belle Époque). La disponibilidad de un creciente
potencial demográfico para el alistamiento se puede emplear en territorios
extraeuropeos, siguiendo o precediendo a la expansión colonial económica de las
empresas y a la emigración.
Las razones geoestratégicas eran resultado de la competencia por el dominio de
rutas navales (escalas necesarias para el repostaje de los buques) y de espacios
continentales clave, como la denominada área pivote del Asia Central o el imperio
continuo en África (la continuidad territorial entre las bases navales en mares
opuestos).

Consecuencias[editar]
Demográficas[editar]
En general, la población sufrió un incremento al disminuir la mortalidad —por la
introducción de la medicina moderna occidental— y mantenerse una alta
natalidad. Ello se tradujo en un desequilibrio entre población y recursos, que aún
hoy día persiste. No obstante, en algunas zonas la población autóctona sufrió una
drástica reducción (especialmente durante la primera fase del imperialismo) como
consecuencia de la introducción de enfermedades desconocidas, tales
como viruela, gripe, etc. En otros lugares, la población indígena fue simplemente
reemplazada por colonos extranjeros.
Económicas[editar]
La explotación económica de los territorios adquiridos hizo necesario el
establecimiento de unas mínimas condiciones para su desarrollo. Se crearon
infraestructuras destinadas a dar salida a las materias primas y agrícolas que iban
destinadas a la metrópolis. Las colonias se convirtieron en abastecedoras de lo
necesario para el funcionamiento de las industrias metropolitanas, mientras éstas
colocaban sus productos manufacturados en los dominios. La economía
tradicional, basada en una agricultura autosuficiente y de policultivo, fue sustituida
por otra de exportación, en régimen de monocultivo, que provocó, en gran medida,
la desaparición de las formas ancestrales de producir y la extensión de cultivos.
Sociales[editar]
Las consecuencias sociales se manifestaron en la instalación de una burguesía de
comerciantes y funcionarios procedentes de la metrópolis que ocuparon los
niveles altos y medios de la estructura colonial. En algunos casos, se asimilaron
determinados grupos autóctonos dentro de la cúspide social. Se trataba de las
antiguas élites dirigentes y de miembros de determinados cuerpos del ejército o la
función pública colonial. En ambos casos su asimilación fue acompañada de una
profunda occidentalización. Cuando, a raíz del proceso de descolonización,
comienzan a surgir estados a partir de lo que fueron colonias, esos grupos
sociales ocuparán una posición relevante en la administración y el gobierno de los
nuevos países.
Políticas[editar]
Los territorios dominados sufrieron un mayor o menor grado de dependencia
respecto a la metrópolis, en función del tipo de organización administrativa que les
fue impuesto. Sin embargo, esta dependencia no estuvo exenta de conflictos, que
fueron el germen de un antiimperialismo protagonizado generalmente por las
clases medias nativas occidentalizadas, que reclamaban la toma en consideración
de las tradiciones autóctonas. Ello se canalizó a través de las premisas del juego
democrático que las metrópolis defendían para sí mismas pero que negaban a sus
colonias: libertad, igualdad, soberanía nacional, etc.
Culturales[editar]
El imperialismo condujo a la pérdida de identidad y de valores tradicionales de las
poblaciones originarias y a la implantación de las pautas de conducta, educación y
mentalidad de los colonizadores. Asimismo, supuso la adopción de las lenguas de
los dominadores (especialmente el inglés, el francés y el español). Ello arrastró a
una fuerte aculturación. La religión cristiana (católica, anglicana, protestante, etc.)
desplazó a los credos preexistentes en muchas zonas de África o bien se fusionó
con esas creencias, conformando doctrinas de carácter sincrético.
Ecológicas[editar]
La introducción de nuevas formas de explotación agrícola e inéditas especies
vegetales y animales provocaron la modificación o destrucción de los ecosistemas
naturales. Así, por ejemplo, el bisonte fue casi exterminado en las praderas
americanas; el conejo se convirtió en una auténtica plaga tras su introducción
en Australia, donde carecía de depredadores naturales; las grandes selvas
tropicales fueron objeto de una deforestación causada por
la sobreexplotación maderera y la introducción de los monocultivos de plantación;
los ríos fueron contaminados con residuos procedentes de los sistemas de
extracción de metales preciosos.

Militarismo
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Cartel del reclutamiento del Ejército Imperial Japonés.

Militarismo es la ideología según la cual la fuerza militar es la fuente de toda la


seguridad. En su forma más leve se postula a menudo con argumentos muy
variados, para justificar la preparación militar de una sociedad, todos los cuales
tienden a asumir que la paz a través de la fuerza es la mejor o única forma de
conseguir la paz. Su política se resume en el aforismo latino «Si vis pacem, para
bellum» («Si quieres la paz, prepárate para la guerra»).
El militarismo tiende a ser definido en oposición directa con los movimientos por la
paz de los tiempos modernos. Históricamente, el término se utilizó haciendo
referencia a estados específicos implicados en el imperialismo, por
ejemplo: Esparta, el Imperio Japonés, el Imperio Británico, Estados Unidos,
el Imperio Alemán y la Alemania nazi, el Primer Imperio Francés, la Italia fascista,
la Unión Soviética, Irak bajo Saddam Hussein. Hoy se emplea a menudo el
término «militarista» más que nada aplicado en occidente a los países liderados
por los Estados Unidos[cita requerida] (junto con el Reino Unido y Australia)
e Israel[cita requerida], y a otros como China, Francia, Corea del
Norte, Irán, Venezuela y Siria[cita requerida].
Caricatura de Art Young en la revista estadounidense The Masses, publicada en marzo de 1916,
durante la Primera Guerra Mundial.

El militarismo es en ocasiones contrastado con los conceptos de poder nacional


comprensivo, poder duro y poder blando [cita requerida]. Por ejemplo, el liderazgo
actual de China sostiene que una China fuerte es necesaria para la seguridad
nacional, pero que el militar es sólo un componente del poder nacional y que una
atención excesiva en lo militar puede originar la precarización de otras áreas
importantes como por ejemplo la economía civil.[cita requerida] Sin embargo, los temas
militaristas predominan con frecuencia en las actitudes chinas, tales como la
disputa con Taiwán, Rusia o Japón.
Otro aspecto del militarismo es el ascenso de un pequeño grupo de oficiales
militares a un poder imbatible, como sucedió en Irak, en la Alemania Nazi y en la
mayoría de los países latinoamericanos hasta la década de 1980. Sin embargo,
aunque muchos estados militaristas son dictaduras militares, el militarismo no es
sinónimo de régimen dictatorial o autoritarismo. La democracia liberal y el
militarismo no son términos mutuamente excluyentes.

Generales prusianos en Sadowa (1866): Bismark, general Vogel von Falkenstein, general von
Steinmetz, von Roon, general von Fliess y general Herwarth von Bittenfeld.

En el Reino Unido, y en los Estados Unidos, desde fines del siglo XVIII d. C. hasta
hoy, casi siempre fue un civil el secretario de Guerra y el primer lord del
Almirantazgo, o secretario de Marina (en Estados Unidos). Durante las guerras
contra Francia, desde la Revolución francesa hasta la caída de Napoleón, solo
hubo un primer lord del Almirantazgo no civil (el almirante Lord St Vincent) y sólo
por tres años. Siempre, en esa época y hasta el fin de la Guerra Fría, los
secretarios de Guerra (luego de Defensa) fueron civiles.1 En cambio, en Argentina,
desde la Independencia, los ministros de Guerra y Marina (hasta 1898), y luego
los ministros de Guerra y los ministros de Marina (hasta mediados de la década de
1940), después los ministros de Ejército, de Marina, de Aeronáutica, y de Defensa
fueron casi siempre militares.
Una forma de medir el militarismo es el porcentaje del Producto Nacional
Bruto que un país emplea en gastos militares. En 2001, Corea del Norte tenía el
máximo porcentaje de inversión militar, con un 31,3 %, seguida de Angola (22 %
en 1999), Eritrea (19,8 % en 2001), Arabia Saudí (13 % en 2000), Etiopía (12,6 %
en 2000), Omán (12,2 % en 2001), Catar (10 % en los años
2000/2001), Israel (8,75 % en 2002), Jordania (8,6 % en 2001) y
las Maldivas (8,6 % en 2001). El mayor gasto en términos absolutos; sin embargo,
es el realizado por Estados Unidos que en 2007.

Militarismo por país[editar]


Militarismo en España[editar]
El militarismo en España es un tema clásico de la historiografía de la Edad
Contemporánea en España. El militarismo español se expresó a través
del pretorianismo o predominio de los militares en la vida política. Frente la
debilidad y sucesivos fracasos (denominados desastres) de la presencia colonial
exterior, la aplicación principal del ejército fueron las sangrientas guerras civiles y
la represión política y social interna. Además de su papel como poder
fáctico (o Estado dentro del Estado),2 el prestigio del llamado estamento militar le
mantuvo como una parte de las clases dominantes, que incluso llegó a generar
comportamientos que superaron el tradicional corporativismo para ser descritos
como endogámicos o de casta.3
Según el profesor Francisco Alía Miranda, de la Universidad de Castilla-La
Mancha, la intervención del Ejército español en la vida política ha sido una
constante en la Edad Contemporánea hasta los años 1980. Esta ha revestido dos
formas: unas veces ha actuado «como grupo de presión para influir en las
decisiones del poder civil» convirtiéndose «en una espada de Damocles que lo
atenazaba y amenazaba»; y en otras ha suplantado directamente al poder civil,
«tras cambiar gobiernos y regímenes políticos a su antojo».4
Militarismo en Japón[editar]
El militarismo japonés se impuso el Imperio de Japón en la década de 1930 y le
condujo a la segunda guerra sino-japonesa, primero, y a la Segunda Guerra
Mundial, después.
Aunque el Ejército Imperial Japonés y la Armada Imperial Japonesa gozaban de
una gran autonomía e influencia política debido al modelo prusiano con el que se
formó la constitución Meiji, varias tentativas diplomáticas favorecieron la paz,
como el Pacto Briand-Kellogg de 1927 o el Tratado Naval de Londres de 1930.
Sin embargo, el ultranacionalismo fue característico de los políticos de extrema
derecha y de los militares conservadores desde el principio de la Restauración
Meiji, contribuyendo de gran manera a la política pro-bélica de los años 1870.
Algunos antiguos samuráis establecieron sociedades y organizaciones patrióticas,
como la Sociedad del Océano Negro (gen'yosha 玄洋社, fundada en 1881) y su
posterior rama, la Sociedad del Dragón Negro (Kokuryukai 黒龍会) o Sociedad del
Río Amur fundada en 1901. Estos grupos se volvieron activos en la política
nacional y extranjera, ayudaron a fomentar los sentimientos belicistas y
sustentaron las causas ultranacionalistas hasta el final de la Segunda Guerra
Mundial. Después de las victorias de Japón sobre China y Rusia, los
ultranacionalistas se concentraron en los asuntos nacionales y percibieron
amenazas como el socialismo y comunismo.

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