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Todos se esfuercen de tener la intención recta, no solamente acerca del estado de su vida,
pero aun de todas cosas particulares, siempre pretendiendo en ellas puramente el servir y
complacer a la divina bondad por sí misma, y por el amor y beneficios tan singulares en que
nos previno, más que por temor de penas, ni esperanza de premios, aunque de esto deben
también ayudarse; y en todas las cosas busquen a Dios nuestro Señor, apartando, cuanto es
posible, de sí el amor de todas las criaturas, por ponerle en el Criador de ellas, a él en todas
amando, y a todas en él, conforme a su santísima y divina voluntad.
(Const., p. 3.a, c. 1, n. 26.)
Es esta regla una aplicación del lema de la Compañía, «A. M. D. G.», todo a mayor
gloria de Dios; y de la regla 2.a, que nos obliga a procurar nuestra santificación y la de los
prójimos: y puede con verdad decirse que en ella se compendian el Principio y Fundamento y
la Contemplación para alcanzar amor, de los Ejercicios Espirituales. Es, sin duda, una de las
principales y más hermosas reglas del Sumario, de las más universales en su aplicación y de
las de más subida perfección.
De cómo deseaba nuestro Santo Padre que la practicasen sus hijos, nos dice el P.
Ribadeneira: «Deseaba mucho que todos los de la Compañía tuviesen una intención muy
recta, pura y limpia, sin mezcla de vanidad ni tizna de amor o interés propio, y buscasen la
gloria de Dios en su ánima, cuerpo y obras y bien de las almas en todas las cosas, cada uno
con el talento que Dios le diere.» (Trat. del modo de gobierno..., c. 2, n. 3.)
Tiene la regla dos partes, íntimamente unidas: La Dios debe ser nuestro único fin en
todo.-2.a El único objeto de nuestro amor.
NOTA.—«En todas las cosas busquen a Dios nuestro Señor.» No impide esto el que
formemos y pretendamos en cada obra varias intenciones y el logro de fines en nada
opuestos a la gloria de Dios. Enseña el P. Lancicio, Opúsc. XI, c. 2, que puede la obra
alcanzar mayor mérito si se ofrece por muchos fines sobrenaturales subordinados al principal
del amor y gloria de Dios. Y el modo práctico de enderezar la obra puede ser este:
Santísimo y amadísimo Señor, Dios mío y Padre mío, yo quiero hacer esto, o decirlo, u
omitirlo 1) por puro amor tuyo, es decir, porque te amo sobre todas las cosas; 2) para
obedecer tu divino precepto; 3) para vencerme y mortificarme; 4) para satisfacer por mis
pecados; 5) para amarte y glorificarle lo más posible y todo por darte gusto y consolación,
etc.
Tengo que ayunar, ¿con qué fin? 1) para castigarme y padecer algo por Cristo; 2) para
defender la castidad a que me obliga mi estado; 3) para conservar mi salud, y así mejor
servir a Dios; 4) para disponer mí alma a la oración, a las inspiraciones divinas, y para
recibir mejor mañana la S. Comunión; 5) para satisfacer mis excesos en la comida, bebida y
otras delicias; 6) para apagar el fuego de la concupiscencia; 7) para mayor gloria de Dios y
gusto suyo y agrado de su bondad, etc...
Así se cuenta del P. Martín Stredonius, austríaco, que multiplicaba sus intenciones de este
modo: «tengo que hacer ahora mi oración: 1) para cumplir con la obediencia y mostrarme
sumiso; 2) para confesar a Dios y serle fiel; 3) para lograr de El auxilios de salvación; 4)
para inflamarme en su amor sobre todas las cosas, ejercitando la obediencia, la fe, la
esperanza, la caridad, etc
9) Disfruta del bien que hacen los demás como si usted mismo lo hiciera.
1) “El que desea saber si habita en él Dios, examine sinceramente el fondo de su corazón e indague con empeño con
qué humildad resiste al orgullo, con qué benevolencia combate la envidia, en qué medida vence los halagos y se
alegra con el bien ajeno. Examine si no desea volver mal por mal y sí prefiere perdonar las injurias antes que perder
la imagen y semejanza de su Creador.” (S. León Magno)
2) “Cuánto poder tenga para hacer daño el deseo de la vanagloria, nadie lo conoce mejor que aquel que le declara la
guerra; porque es fácil no buscar la propia alabanza cuando ésta es negada, pero es difícil no complacerse en ella
cuando se ofrece. (S. Agustín)
3) “He aquí las señales por las que se conoce si un sacerdote obra con recta intención:
1. Si ama los trabajos de su mayor desagrado y de menos relieve.
2. Si se queda tranquilo cuando sus planes no tienen éxito; quien obra por Dios alcanza su fin, que es agradarle;
quien, por el contrario, se intranquiliza al considerar el fracaso de sus planes, da indicios de que no ha obrado sólo
por Dios.
3. Si disfruta del bien que hacen los demás como si él mismo lo hiciera, y ve sin envidia que los demás emprendan
las obras que emprenden, deseando que todos procuren la gloría de Dios.” (S. Alfonso de Ligorio)
4) “Aquel que, después de ser menospreciado, deja de hacer el bien que hacia, da a entender que actúa por el aplauso
de los hombres; pero si en cualquier circunstancia hacemos el bien a los demás, tendremos una grandísima
recompensa.” (S. Juan Crisóstomo)