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GOMEZ FARÍAS VALENTÍN

(Guadalajara, 1781 – Ciudad de México, 1858) Político, Médico


Prólogo
Valentín Gómez Farías, llamado «padre del federalismo mexicano», fue uno de los
políticos más relevantes en la proclamación de Agustín de Iturbide como Emperador de
México y en su posterior caída; en la instauración en México de la masonería del Rito
Yorkino, y en la pérdida de los territorios de Texas, Nuevo México y la Alta California en
favor de los Estados Unidos. Se distinguió por su antihispanismo y por su anticlericalismo,
siendo un figura de primer orden en la hostilidad a la Iglesia Católica y a su labor cultural y
de beneficencia. Sin embargo la llamada «historia oficial» lo reivindica como uno de sus
«próceres» y su nombre se encuentra escrito con «letras de oro» en el recinto del Congreso
de la Unión.
Orígenes familiares y estudios
José María Valentín Gómez Farías nació el 14 de febrero de 1781 en la ciudad de
Guadalajara, hijo del comerciante español José Lugardo Gómez de la Vara y de María
Josefa Farías y Martínez, perteneciente a una conocida familia criolla de la sociedad
jalisciense. Por tanto, Valentín era criollo por los cuatro costados.
Sus primeros estudios los realizó en la Real Escuela de la Compañía en su ciudad natal. En
1795 ingresó al Seminario Conciliar San José de Guadalajara para emprender los estudios
de latín y el Curso de Artes, obteniendo en el año de 1800 el grado de Bachiller en Artes.
Al año siguiente emprendió los estudios de Medicina en la Real Universidad de
Guadalajara. En 1805 obtuvo el grado de bachiller en Medicina, trasladándose a la ciudad
de México para realizar sus prácticas en los Hospitales de San Andrés y de los Naturales.
En 1808 fue aprobado en su examen para obtener el título de Médico Cirujano.
Para 1811 cambió su residencia a la ciudad de Aguascalientes, donde ejerció con éxito su
profesión de médico y dio inicio su carrera política al ser designado Regidor en el
Ayuntamiento de esa ciudad. Permaneció en Aguascalientes por espacio de 6 años,
regresando a radicar a la Ciudad de México en 1817, donde permaneció tres años.
Protagonismo de Gómez Farías en la instauración del Primer Imperio Mejicano
Cuando Agustín de Iturbide dio a conocer el «Plan de las Tres Garantías», proclamado en la
ciudad de Iguala el 24 de febrero de 1821, con el cual lograría independizar a la Nueva
España de la Corona Española, al igual que la gran mayoría de la población, Valentín
Gómez Farías se adhirió entusiastamente a él.
Buscando que el movimiento por la independencia fuera lo menos cruento posible, Iturbide
envió copias de ese «Plan de Iguala» a todas partes para que todos, especialmente quienes
tenían mayor influencia social, supieran lo que dicho Plan proponía y «garantizaba». Luego
y a la cabeza del «Ejército Trigarante» se dirigió primero a las provincias donde sabía que,
por el apoyo de los habitantes, las posibilidades de triunfo eran mayores. [1]Así Iturbide se
dirigió a Guadalajara, donde sabía que contaba con el total apoyo del comandante militar
Celestino Negrete y del obispo Juan Ruiz de Cabañas. [2]El 13 de junio Guadalajara fue la
primera ciudad donde se proclamó la independencia de Nueva España. De este modo
ciudad tras ciudad y provincia tras provincia, se fueron sumando a Iturbide que no tuvo
necesidad de disparar un tiro ni derramar una gota de sangre.
El 2 de agosto entró a la ciudad de Puebla, quedando así interrumpido el camino entre la
Capital y el puerto de Veracruz, últimos lugares que quedaban en manos realistas. Esa era
la situación cuando llegó a Veracruz el que sería el último de los virreyes de la Nueva
España: el teniente general del ejército español Don Juan O´Donojú. Ante esos hechos
Iturbide y O´Donojú se entrevistaron en la ciudad de Córdoba donde, el 24 de agosto de
1821, firmaron los célebres «Tratados de Córdoba» que otorgaban a México su
independencia de la Corona Española.
El 27 de septiembre de 1821 el Ejército Trigarante encabezado por Agustín de
Iturbide entró a la ciudad de México, en medio de arcos triunfales y el júbilo de toda la
población. Iturbide se dirigió a la multitud diciendo: “Asombrad a las naciones de la culta
Europa; vean que la América Septentrional se emancipó sin derramar una sola gota de
sangre”.[3] Los «Tratados de Córdoba» protocolizaron lo que en el orden político ya
señalaba el «Plan de Iguala», y decían en su articulado:
“I. Esta América se reconocerá por nación monárquico constitucional e independiente, y
se llamará en lo sucesivo «Imperio Mexicano». II. El gobierno del Imperio será
monárquico constitucional moderado. III. Será llamado a reinar en el Imperio mexicano
(previo juramento que designa el artículo 4° del plan), en primer lugar el señor don
Fernando VII, rey católico de España; y por su renuncia o no admisión, su hermano el
Serenísimo infante don Carlos; por su renuncia o no admisión, el Serenísimo Señor infante
don Francisco de Paula; por su renuncia o no admisión, el Serenísimo Señor don Carlos
Luis, infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca; y por su renuncia o no
admisión de este, el que las Cortes del Imperio designen. IV. El emperador fijará su corte
en México, que será la capital del Imperio.”[4]
Todos los personajes nombrados en los Tratados de Córdoba rechazaron la invitación, lo
cual se supo en México el 18 de mayo de 1822. Esa decisión dejaba en manos del Congreso
mexicano la designación del Emperador; entonces la gente salió a las calles gritando
«¡Viva Agustín de Iturbide, Emperador de México!». Al día siguiente, 19 de mayo,
Valentín Gómez Farías y otros 45 diputados firmaron un documento en el que proponían a
don Agustín de Iturbide como emperador de México. Decía ese documento: “su valor y
sus virtudes lo llamaban al trono; su modestia, desinterés y la buena fe en sus tratados, lo
separaban”[5] Dos días después, el 21 de mayo, más de cien diputados se reunieron en
sesión extraordinaria para analizar los acontecimientos. Ante el pleno del Congreso del
Imperio, el diputado por Zacatecas Valentín Gómez Farías pronunció un vehemente
discurso exhortando a ratificar al libertador Agustín de Iturbide como Emperador de
México. Las Cortes declararon entonces:
“Oídas las aclamaciones del pueblo, conformes a la voluntad general del Congreso y de la
Nación (…) el Soberano Congreso Constituyente de este Imperio…ha tenido a bien elegir
para Emperador Constitucional del Imperio Mexicano al Sr. Don Agustín de Iturbide,
primero de este nombre, bajo las bases proclamadas en el Plan de Iguala...”.[6]
Protagonismo de Gómez Farías en la caída del Primer Imperio Mejicano
Más allá de los problemas lógicos y normales que debía enfrentar el nuevo gobierno, al
Emperador Iturbide se le presentó uno extraordinario: la ambición de los Estados Unidos
por el territorio mexicano, empezando por la Provincia de Tejas. Así lo confiesa quien fuera
el sexto presidente de los Estados Unidos (de 1825 a 1829) John Quincy Adams que en sus
«Memorias» dejó escrito: “El apetito por Texas fue desde el principio una pasión
occidental (…) El primer acto del gobierno mexicano después de declarar su
independencia, fue reclamar los límites como se habían fijado en el tratado de las Floridas
(tratado Adams-Onís firmado en 1819) y nosotros consentimos en ello (…) Jackson
(séptimo presidente de los EUA) sin embargo tenía tal ambición por Texas, que desde el
primer año de su administración puso a trabajar una doble máquina: negociar, con una
mano, a fin de comprar Texas; instigar con la otra mano al pueblo de aquella provincia
para que hiciera una revolución en contra del gobierno de México. Houston era su agente
para la rebelión, y Anthony Buttler para la compra.”[7]
Poco antes, en 1817, el Presidente de los Estados Unidos James Monroe, esclavista y
propietario de decenas de esclavos en su natal Virginia, había proclamado su célebre frase
«América para los americanos», en el entendido que «americanos» eran solo los
estadounidenses. Desde entonces la llamada «Doctrina Monroe» guio la política
norteamericana, y aún sigue vigente en los inicios del siglo XXI. Para llevar a la práctica su
«doctrina», el presidente Monroe encargó la tarea de buscar como anexarse Texas a Joel
Robert Poinsett, un astuto diplomático que poco antes había estado en Chile.
Como «ministro» plenipotenciario y por tanto con más atribuciones que un embajador,
Poinsett arribó a Veracruz en agosto de 1822 teniendo claramente que “si lograba el
cambio de límites propuesto por el gobierno angloamericano, se reconocería a Iturbide
para que firmase el tratado respectivo; si no lo lograba, habría que derrocar al
Emperador”.[8]En Veracruz fue recibido por el comandante militar de la plaza, el general
Antonio López de Santana, con quien entabló una misteriosa relación. Probablemente la
soberbia que siempre lo caracterizó, alagada por el hábil Poinsett, lo empezó a llevar al
bando republicano.
Llegando a la ciudad de México Poinsett se entrevistó con Iturbide para proponerle la
compra de Tejas, proposición que fue tajantemente rechazada por el Emperador. El
embajador norteamericano recurrió entonces al ámbito de la intriga y la conspiración,
empezando su labor con tres personajes importantes: Antonio López de Santana, a quien
había deslumbrado desde su llegada; Lorenzo de Zavala, diputado por Yucatán, y
Valentín Gómez Farías, diputado por Zacatecas.
Para llevar adelante sus planes, Poinsett estableció en la ciudad de México
la masonería del Rito Yorkino, como él mismo lo relataba después en carta a Rufus
King: “Con el propósito de contrarrestar al Partido fanático en esta Ciudad, y, si posible
fuera, difundir en mayor grado los principios liberales entre quienes tienen que gobernar
al País, ayudé y animé a cierto número de personas respetables, hombres de alto rango y
consideración, a formar una gran logia de antiguos masones yorkinos. Así se hizo, y un
grupo numeroso de la hermandad cenó alegremente en mi casa.”[9]
La masonería Yorkina, de obediencia a la Gran Logia de Pennsilvania y por lo tanto a los
intereses de los Estados Unidos, se difundió pronto por el país: “…las logias del rito de
York habían tomado creces, de manera que en poco tiempo en la capital y en los Estados
se contaban ciento treinta de ellas (…) ya fundado el rito de York, a él afluyeron,
desertando del escocés, muchos de sus miembros y gran parte de sus dignidades y
oficiales…”[10]
Lorenzo de Zavala, también desertor de las logias del Rito escocés para militar luego en
las del del Yorkino escribe al respecto: “La formación de las logias yorkinas fue en verdad
un suceso muy importante. El partido popular se encontró organizado y se sobrepuso en
poco tiempo al partido escocés (la masonería del Rito escocés), que se componía en su
mayor parte de personas poco adictas al orden de cosas establecido …Al principio se
reducían las tenidas a ceremonias del rito, a tratar sobre las obras de beneficencia y
funciones, pero después se convirtieron en juntas en que se discutían los asuntos públicos,
las elecciones, los proyectos de ley, las resoluciones del gabinete, la colocación de los
empleados; de todo se trataba en la gran logia, en donde concurrían diputados, ministros,
senadores, generales, eclesiásticos, gobernadores, comerciantes y toda clase de personas
que tenían alguna influencia. ¿Qué podía resistir a una resolución tomada en una sociedad
semejante?”[11]
Hábilmente Poinsett fomentó el divisionismo en el Congreso entre «iturbidistas» y
«borbónicos», mientras los diputados, cuya principal obligación era redactar la
Constitución del Imperio, se dedicaron a darse condecoraciones unos a otros sin redactar
jamás una sola línea de la Constitución que debía regir el Imperio «constitucional».
Ese fue el principal motivo por el que Iturbide disolvió el Congreso, lo que fue
aprovechado por Poinsett y sus aliados, Zavala y Gómez Farías, para completar la primera
parte de su plan para derribar el Imperio: la sublevación militar. Esta parte fue ejecutada
por Antonio López de Santana, quien se levantó en armas contra Iturbide el 1° de febrero
de 1823 proclamando en Veracruz el «Plan de Casamata» que desconocía al Imperio.
Obviamente Zavala y Gómez Farías se adhirieron al Plan de Casamata. Desde entonces y a
lo largo de los siguientes 25 años, la «dupla» destructora López de Santana- Gómez Farías
habría de aparecer en la historia mexicana en incontables ocasiones.
El 19 de marzo de 1823 Agustín de Iturbide abdicó del Trono; Lorenzo de
Zavala participaría activamente para separar la Provincia Tejana de México, llegando a ser
Vicepresidente de la República de Texas. A Valentín Gómez Farías le correspondería
continuar en México los planes de Poinsett y de la masonería Yorkina.
Labor de Gómez Farías en la destrucción de la cultura y cristiandad mexicana
Tras la caída de Agustín de Iturbide se estableció en México un sistema político copiado
del norteamericano hasta en el nombre: Estados Unidos «Mexicanos». Gómez Farías siguió
como diputado y, ahora sí, participó activamente en la redacción de la Constitución Federal
de 1824 que intentaría hacer de la Iglesia mexicana una dependencia burocrática
controlada por el Gobierno. Al año siguiente se integró al Senado como representante por
Jalisco.
Para darle una cara nacionalista al Rito Yorkino, Poinsett y Gómez Farías crearon el «Rito
Nacional Mexicano» cuya primera logia, «India Azteca», tuvo su «tenida» inaugural el 24
de junio de 1826. El orador de esa ocasión, Juan Rodríguez, dejó en claro el antihispanismo
que movía al nuevo rito masónico: “Ojalá que todos los buenos se conjuren contra la
Patria de Cortés, de Alvarado y de Fernando; desaparezca del globo esa tierra tan
fecunda en monstruos.”
El antihispanismo inoculado por el anglosajón Poinsett y el hijo de españoles Gómez
Farías, habría de servir como «punta de lanza» para destruir no solo la cultura indo-
hispano-católica que sustenta la identidad mexicana, sino también para debilitar
profundamente a México en todos los órdenes (económico, militar, social), favoreciendo
con ello los planes expansionistas de los Estados Unidos. El historiador del siglo XIX
Carlos María de Bustamante dice al respecto: “En esta sazón apareció Poinsett con el
depravado designio de fomentar la desunión, no sólo entre los mexicanos y españoles, sino
entre los mismos mexicanos, diseminó a todos sus agentes por toda la República, que
correspondieron exactamente a su misión, sembrando la discordia entre hermanos.
Nuestra República era entonces la imagen del infierno, pues todos se hostilizaron sin
piedad; logró por fin, no sólo dividirnos para que su misión sacase todo el partido posible
de nuestra desunión, desmembrándose la integridad de nuestra República, sino que se
diese la ley de expulsión de españoles”[12]
En efecto, instigado por Poinsett, el presidente Guadalupe Victoria, miembro de las logias
yorkinas, decretó el 20 de diciembre de 1827 la expulsión del territorio mexicano de todos
los españoles. Este hecho fue una especie de «carta de ciudadanía» otorgada desde entonces
a la Leyenda Negra anti hispánica.
En 1833 Antonio López de Santana fue nombrado Presidente de la República, llevando
como Vicepresidente a Valentín Gómez Farías. La «dupla» militar y política del Plan de
Casamata volvía a hacer su aparición. La prisa por llevar adelante los planes de Poinsett
llevó a Gómez Farias a decretar el 7 de mayo de ese mismo año la confiscación de las
Misiones de California y Texas, privando a esos territorios de la más importante y
organizada presencia mexicana.
Pocos meses después, el 21 de octubre, Gómez Farías decretó la supresión de la
Universidad de México por considerarla “inútil, irreformable y perniciosa”[13]
.México por considerarla “inútil, irreformable y perniciosa”.Así desapareció la
Universidad, el más alto bastión de la cultura occidental, presente en México desde 1551.
Alegando supuestos «derechos» de Patronato, Gómez Farías dio por suprimidos los votos
religiosos y decretó la completa exclusión del clero en la enseñanza, lo que en ese tiempo
significó la eliminación de todos los maestros, pues la Iglesia había sido la única instancia
preocupada por la educación de niños y jóvenes.
Evaluando la actuación de Gómez Farías como gobernante, el célebre historiador
norteamericano Joseph Schlarman dice: “… su actuación nos hace pensar en cerdo que se
haya suelto en un gran jardín y arranca de raíz cuantas plantas y flores encuentra:
destrucción desenfrenada de los frutos y trabajos del hombre.”[14]
Para los planes de los yorkinos la Iglesia, que en esos momentos carecía de obispos, era
algo más que una simple «piedra en el zapato»; por eso en la logia «La Luz» los masones
tomaron el acuerdo de suprimir en todo México a las Órdenes religiosas: “…convencidos
de que el clero es un obstáculo permanente a las reformas del Partido Americano (es
decir, los Yorkinos) pues resiste a la colonización (por los estadounidenses) de Texas, el
Rito Nacional Mexicano adopta en todas sus partes el plan político o programas de
reformas: 1° (…). 2° Abolición de los privilegios del clero y la milicia. 3° Supresión de las
instituciones monásticas…”[15]
Creía Gómez Farías -y con él todos los yorkinos- que suprimiendo las órdenes religiosas
( clero regular) quedaba eliminado el obstáculo que les representaba la Iglesia, pues
el clero secular les parecía presa fácil luego que para 1829 no quedaba un solo obispo en
México.[16]Pero en 1831 S.S. Gregorio XVI nombró seis obispos para las diócesis de
Guadalajara, Puebla, Michoacán, Linares (Monterrey), Durango y Chiapas.
Gómez Farías quiso entonces abrogarse el supuesto derecho de autorizar o no, por medio
del Congreso, los nombramientos episcopales dados por la Santa Sede. El obispo de
Michoacán Juan C. Portugal escribió a Gómez Farías: “Nadie tiene derecho, cualquiera
que sea el fundamento que alegue, para hacer el nombramiento de obispos, si no goza de
ese derecho por la Santa Sede Apostólica.”[17]
Por su parte José María Belaunzarán, obispo de Linares, escribió al Congreso el 8 de
marzo de 1834: “…Los magistrados civiles, que son los que presiden y gobiernan
civilmente, en lo que es puramente temporal, las repúblicas y todos los reinos, reciben su
autoridad de los pueblos, para regirlos y gobernarlos nada más que temporalmente; pero
jamás se les concede por éstos autoridad alguna espiritual. (…) La Iglesia no la fundaron
los emperadores, ni los reyes, ni los gobernadores, ni los congresos; la fundó sólo el Hijo
de Dios, y la trajo desde el cielo y del seno del Padre, de quien procede por generación
eterna (…) Él sólo la adquirió, no con precios corruptibles de oro y plata, como dice San
Pedro: la adquirió con su preciosísima Sangre, y la fundó sin haber tomado dictamen, ni
parecer, ni consejo a los reyes de la tierra; y sin contar con ellos para nada, manda a sus
Apóstoles autorizados ya por Él mismo..”[18]
Gómez Farías decretó entonces la expulsión de los obispos Belaunzarán y Portugal, así
como del obispo de Puebla Francisco Vázquez. Pero la proclamación del «Plan de
Cuernavaca» contra Gómez Farías, impidió que la disposición de expulsar a los obispos se
llevara a cabo.
Participación de Gómez Farías en la mutilación del territorio nacional
Más discreta pero actuando en la dupla político-militar con Santana, fue la participación de
Gómez Farías en el principal objetivo de los planes de Poinsett desde 1821: la adquisición
por los Estados Unidos de territorio mexicano. Ese objetivo se realizó en dos etapas:
primero Texas, entre 1836 y 1845; y luego California y Nuevo México, entre 1845 y 1848.
La estrategia planeada por Poinsett para obtener Texas consistió en, primero separar de
México esa provincia y convertirla en un Estado independiente, y ya después incorporarla a
los Estados Unidos. La planeación para llevarla a la práctica la realizaron los más
connotados yorkinos en dos juntas realizadas los día 3 y 4 de septiembre de 1835 en la calle
de Ursulinas N° 103 en la ciudad de México.
En la primera sesión acordaron entregar Texas “al Estado de Louisiana o a sus vecinos
pudientes, y se erija en un estado libre, soberano e independiente”.[19]Para esos días
Santana se había enemistado con los yorkinos y roto con ellos, por lo que en la sesión del
día 4 acordaron: “…ante la traición de Santana, Gómez Farías como vicepresidente dará
las órdenes y disposiciones convenientes. El Sr. Mejía (José Antonio Mejía, militar
cubano) será general en jefe del ejército federal, compuesto por ahora de todos los que
puedan reclutarse en el estado de Louisiana, y el Sr. Zavala será el director y jefe de los
colonos de Texas, a quienes se ministrarán armas, dinero, gente y cuantos auxilios
necesiten para defenderse…”
Las circunstancias hicieron que el cubano Mejía no encabezara el ejército que
separaría Texas, siendo sustituido por Samuel Houston; pero Lorenzo de Zavala cumplió
la comisión que le señaló la masonería al pie de la letra y encabezó el movimiento
independentista de los colonos tejanos, y cuando Texas logró su independencia de
México fue designado vicepresidente de la república de Texas. Una vez que Santana al
frente de una fuerza militar salió a Texas para tratar de impedir la independencia de los
texanos, Gómez Farías saboteó desde la capital los esfuerzos de defensa. Tras su victoria en
«El Álamo» torpemente Santana se dejó capturar por Houston, quien lo obligó a firmar los
«Tratados de Velasco» que hicieron realidad la primera parte del plan realizado en la juntas
de la calle de Ursulinas. La «República de Texas» existió nueve años, y el 29 de diciembre
de 1845 fue incorporada formalmente a los Estados Unidos. Para ese año la ambición
norteamericana no se conformaba ya con Texas, y tras modificar arbitrariamente los límites
de su territorio, el 24 de abril de 1846 un ejército al mando del Gral. Zacarías Taylor
invadió México. El 13 de mayo el Presidente James Polk declaró la guerra a México.
La ambición por los territorios mexicanos, motivo de esa guerra, era traslúcido, pero quedó
del todo trasparente en el mes de junio cuando una escuadra de barcos de guerra al mando
del Comodoro John Sloat desembarcó en California, proclamando cínicamente: “Declaro
a los habitantes de California que aun cuando traigo en armas una fuerza poderosa, no
llego como enemigo de California. Por el contrario, vengo como su mejor amigo, y desde
ahora  California será una porción de los Estados Unidos.”[20]
Mientras los norteamericanos continuaban la invasión militar desde el norte, en la ciudad de
México Valentín Gómez Farías y el Gral. Mariano Salas iniciaron un movimiento contra el
Presidente Mariano Paredes, al cual derrocaron y sustituyeron por el mismo Mariano Salas,
quien a su vez nombró «secretario universal» a Gómez Farías.
Los norteamericanos hicieron gestiones con López de Santana para que regresara de su
exilio en Cuba, y la flota del Comodoro David Conner lo dejó pasar. Santana Desembarcó
sin problemas en Veracruz el 12 de septiembre de 1846 y fue recibido con honores por
Gómez Farías en el Peñón. Nuevamente se integró la dupla Santana-Gómez Farías.
Mientras Santana preparaba en San Luis Potosí un ejército «de leva» para hacer frente a los
norteamericanos y el Estado de Yucatán se declaraba «neutral» y separado de México,
Valentín Gómez Farías asumió la Presidencia, suspendiendo el envío de dinero, víveres y
municiones a Santana.
Los políticos y militares yorkinos bajo la dirección de Gómez Farías, sabotearon
eficazmente los frágiles esfuerzos realizados para repeler la invasión, y “solo siete de los
diecinueve estados que entonces formaban México contribuyeron con dinero y hombres a
la defensa.”[21]Entre los políticos estuvieron los gobernadores de Oaxaca y Michoacán, y
entre los militares el Gral. Juan N. Álvarez, comandante de la Caballería Mexicana durante
la defensa de la Capital que abandonó el campo de batalla sin disparar un solo tiro, mientras
el Castillo de Chapultepec era heroicamente defendido por los cadetes del Colegio Militar,
ajenos a la traición que se fraguó en las logias yorkinas.
Tras la derrota, México fue obligado a «vender» la mitad de su territorio a los Estados
Unidos mediante el «Tratado de Guadalupe-Hidalgo», firmado el 2 de febrero de 1848. Por
parte de México firmaron los señores Bernardo Couto, Miguel Atristain y Luis G. Cuevas.
Ni Gómez Farías ni Santana estuvieron presentes ni firmaron. Pero Santana, acusado
después por los yorkinos de «haber vendido la mitad de México», resultó ser el perfecto
«chivo expiatorio» para cargarle toda la culpa. En cambio el nombre de Gómez Farías lo
escribieron con letras de oro en el Congreso y en la historia «oficial».
Los últimos años
Una vez logrado el objetivo de apoderarse de Texas, California y Nuevo México,[22]Gómez
Farías retomó sus esfuerzos por arrancar de México todo signo de cultura católica. Su
antiguo aliado y ahora adversario López de Santana regresó a México en 1853 y Gómez
Farías fue marginado de la vida política. Pero en 1854, ya viejo y cansado, López de
Santana renunció a la Presidencia y se autoexilió en Colombia.
Entonces, de las sombras salió Gómez Farías para a dirigir el rumbo de la «Revolución de
Ayutla». Así el periódico yorkino «El Rayo Federal» del 9 de abril de 1855 publicaba: “La
Revolución debe caminar actualmente con todo su poder, con toda su grandeza, con todos
su horrores. No hay que pararse en los medios, no hay convenios que aceptar…cuando se
trata de regenerar un pueblo o de reformar sus leyes, la sangre es necesaria…Nada
importa que los campos se talen, que las poblaciones se diezmen, que haya muertos a
millares, si los fines son nobles y se pretende llevar a cabo una idea, un principio cuyas
consecuencias son el progreso y la prosperidad de una gran nación”.[23]
El espíritu jacobino de Gómez Farías influyó en los políticos más radicales para que
despojaran a la Iglesia de todos sus bienes. Así la «Ley Lerdo», redactada por el yorkino
Lerdo de Tejada y promulgada por Ignacio Comonfort el 25 de julio de 1856, justificaba el
despojo diciendo que “uno de los mayores obstáculos para la prosperidad y
engrandecimiento de la nación, es la falta de movimiento o libre circulación de una gran
parte de la propiedad raíz, base fundamental de la riqueza pública”.
Y conforme al artículo 5º de la citada ley fueron vendidas todas las propiedades de la
Iglesia; no solo los conventos, sino también todos los asilos, orfanatorios, escuelas y
hospitales, a precios sumamente bajos a los amigos ricos de los masones o a ellos mismos,
obteniendo un mínimo de ganancias para el Estado, y dejando en la calle a aquellos
necesitados que se beneficiaban de estas instituciones de caridad, pero enriqueciendo a los
nuevos propietarios.
De estas subastas el Gobierno de la revolución de Ayutla recaudó solamente tres millones
de pesos y las consecuencias en las obras humanitarias de la Iglesia comenzaron a ser
evidentes. Incluso un historiador masón, Juan A. Mateos, en su «Historia Parlamentaria del
Congreso en México» reconoce que “(…) cuando el clero poseía muchas fincas rurales y
urbanas, año tras año pasaban sin las vergonzosas subastas de que actualmente tantas
familias son víctimas. La sórdida avaricia de los actuales propietarios no conoce
compasión, mientras que el clero, animado de un espíritu típicamente cristiano, toleraba y
condonaba. La Iglesia prestaba su capital al módico interés de 4, 5 y 6%, tarifa legal
entonces, y hoy desconocida.”[24]
Valentín Gómez Farías participó activamente en la redacción de la nueva Constitución que
refleja el espíritu jacobino que le impregnó, siendo el primer diputado en firmarla el 5 de
febrero de 1857. Al año siguiente, el 5 de julio, falleció en la ciudad de México. Sus restos
están depositados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

BIBLIOGRAFÍA
DE LA TORRE VILLAR Ernesto. Lecturas históricas mexicanas, Vol. 3. UNAM, México,
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