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GUÍA PARA EL EXAMEN DE CONCIENCIA (2)

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Conviene avivar la conciencia de la presencia de Dios, que nos mira con amor. Escuchemos, al
llegar la final del día, su palabra que nos invita a descansar en Él:
“Vengan a mí todos los que se sientan fatigados y agobiados por la carga, que yo les daré
descanso. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, y encontrarán el descanso que
buscan, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt. 11, 28 — 30)

Vamos a repasar esta jornada, pidamos la gracia de ver con humildad el día que termina, y con
esperanza el día de mañana. Pensemos primero en tres aspectos:
a) ¿Cómo ha sido la actitud de Dios para con nosotros el día de hoy?
b) ¿Cómo ha sido nuestra actitud para con Dios?
c) ¿Qué podemos pedir para el día de mañana a fin de vivir con mayor plenitud nuestra relación
con Él y qué cuidado en particular deberíamos tener el día de mañana?
Conviene también preguntarnos si hemos sido capaces de descubrir a Dios en el rostro de las
personas que viven a nuestro lado: ¿cómo nos ha ido hoy en este sentido?, ¿cómo les ha ido a los demás
con nosotros?
Finalmente, vale la pena repasar qué tanto esfuerzo hemos puesto en el cumplimiento del propósito
en el que nos habríamos de esforzar de modo especial el día de hoy.

Concluyamos este pequeño examen de conciencia invocando con esperanza la misericordia de Dios:
Señor, ten misericordia de nosotros… porque hemos pecado contra Ti.
Muéstranos, Señor, tu misericordia… y danos tu salvación
Dios Todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve
a la vida eterna. Amén.

Recurramos a Nuestra Señora del Cielo, para que nos lleve a Jesús, ya que nuestros pasos son cortos
y torpes.
Oh señora mía, oh madre mía, yo me ofrezco enteramente a ti. En prueba de mi filial
afecto te consagro en este día, mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra, todo
mi ser. Ya que soy todo tuyo, oh madre de bondad, guárdame y defiéndeme como hijo (a) tuyo
(a). Amén.

Ahora sí, vayámonos a descansar, mientras nos quedamos dormidos podemos repetir las palabras
del Salmo 4:
En paz me acuesto y en seguida me duermo, porque Tú solo, Señor, me haces vivir
tranquilo.

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