Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Atalía
«Cuando Atalía, madre de Ocozías, vio que su hijo era muerto, se levantó y
destruyó toda la descendencia real.» (2a. Reyes 11:1)
LEASE: 2a CORINTIOS 22.
Hay un paralelo sorprendente entre la relación de Israel con Judá y la de los
descendientes de Caín, y los de Set. Caín se apartó, él y su familia, de todas las
personas temerosas de Dios en su día. Años más tarde las hijas de los camitas
tentaron a los hijos de Set, y acabaron preparando la escena para el diluvio. De la
misma manera el idólatra Israel se separó primero de Judá. Luego por medio de
una mujer licenciosa, trató de entrampar a Judá, y con ello lo preparó para la
cautividad babilónica.
La licenciosa mujer que de esta manera preparó la caída moral de Judá fue Atalía,
la hija de Acab y de Jezabel. Era la verdadera personificación de toda la maldad
de sus padres. Jezabel había traído el veneno de Sidón y lo había inyectado en
las venas de Israel. Y ahora Atalía iba a trasvasarlo a las venas de Jerusalén.
Notamos en este relato que un rey de la casa de David, en vez de aliarse con el
profeta de Dios en el conflicto entre Acab y Elías, se decidió en cambio a favor de
la dinastía de Acab. Incluso permitió a Joram, príncipe heredero que se casara con
la hija de Jezabel.
Si Jerusalén no se hubiera ya apartado mucho del servicio de Jehová, la llegada
de Atalía y sus sacerdotes de Baal habría incitado una reacción violenta en contra
por parte del pueblo de Jerusalén. Pero no ocurrió tal cosa. Al contrario, Atalía
pasó a regir Israel en el momento que fue hecha reina.
En bastantes aspectos Atalía se parece a su propia madre Jezabel, y lo que hizo
Atalía en Jerusalén es similar a lo que había hecho Jezabel en Jezreel, en
Samaria. Aparecieron en Jerusalén templos a Baal por todas partes. El tenor de
vida de Jerusalén cambió completamente. La mundanalidad prevalecía y los que
temían a Jehová tuvieron que partir de Jerusalén.
Pero Jehová llamó a Jehú, el cual eliminó a la dinastía de Acab en Israel y dio
muerte al hijo de Atalía, Ocozías. En vista de ello Atalía decidió exterminar a todos
los otros hijos de Joram, su esposo, posibles herederos del trono, y se puso ella
misma al frente.
Milagrosamente se salvó un hijo de Ocozías, Joás, que fue escondido en casa de
Josafat, una hija del rey Joram, mujer del sacerdote Joyada. Esta mujer era
hermana de Ocozías. Atalía reinó seis años. Después de este tiempo Joyada
proclamó rey a Joás. Atalía fue ejecutada y todos los altares de Baal derribados.
Parece no haber límites a la capacidad para el mal en una mujer con las entrañas
de Jezabel o de Atalías cuando no reconoce los límites de su propia naturaleza
humana, o rehúsa aceptar las limitaciones que Dios ha establecido.
BENAÍA
= «Jehová ha construido.»
(a) Levita, hijo de Joiada, de Cabseel de Judá (2 S. 23:20). Su padre era
sacerdote (1 Cr. 27:5); si Joiada estaba al servicio del altar, fue probablemente el
principal de los sacerdotes que se unieron al ejército para poner a David sobre el
trono (1 Cr. 12:27). Benaía era valiente. Descendió a una cisterna para dar muerte
a un león. Abatió a dos héroes moabitas. Armado tan sólo de un cayado, se midió
con un gigante egipcio y, arrebatándole su lanza, le dio muerte con ella (2 S.
23:20, 21; 1 Cr. 11:22, 23). Mandaba a los cereteos y a los peleteos, la guardia
personal del rey David (2 S. 8:18). Mandaba también al tercer ejército durante el
tercer mes (1 Cr. 27:5, 6). Benaía y la guardia permanecieron fieles a David
durante la rebelión de Absalón (cp. 2 S. 15:18; 20:23) y de Adonías (1 R. 1:10).
David le ordenó que escoltara a Salomón, con la guardia, hasta Gihón, para que
fuera ungido rey (1 R. 1:32-38); como jefe de la guardia, dio muerte a Adonías (1
R. 2:25), a Joab (1 R. 2:29-34), y a Simei (1 R. 2:46). A la muerte de estos
conspiradores, Benaía fue ascendido a general en jefe de los ejércitos de Salomón
(1 R. 2:35).
(b) Uno de los valientes de David, piratonita (2 S. 23:30; 1 Cr. 11:31; 27:14).
(c) Príncipe de la familia de Simeón (1 Cr. 4:36).
(d) Levita y guarda de las puertas (1 Cr. 15:18, 20; 16:5).
(e) Sacerdote que tocaba la trompeta delante del arca (1 Cr. 15:24; 16:6).
(f) Padre de Joiada, uno de los consejeros de David (1 Cr. 27:34).
(g) Levita descendiente de Asaf (2 Cr. 20:14).
(h) Levita supervisor de las ofrendas del templo (2 Cr. 31:13).
(i) Padre de Pelatías, príncipe de Judá (Ez. 11:1, 3).
(j) Es también el nombre de cuatro hombres que se casaron con mujeres
extranjeras (Esd. 10:25, 30, 35, 43).
Betsabé.
“Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Es Betsabé, hija de Eliam,
mujer de Urías Heteo” (2a de Samuel 11:3).
Léase: 2a Samuel 11:2-5, 26, 27; 12:15-24; 1a Reyes 1:11-40
El nombre de Betsabé va unido al terrible pecado cometido por David. Es tan
terrible que nos asombra que pudiera ser cometido por un hombre de quien Dios
se había agradado. Representa tres transgresiones distintas. En primer lugar, un
acto de adulterio ignominioso. Segundo, David hizo embriagar a Urías, en un
esfuerzo para disimular su propia culpa. Finalmente, intrigó y dispuso las cosas de
forma que Urías muriera en el ataque a una ciudad. Dio órdenes expresas de que
se le dejara en la estacada.
Dios no hace acepción de personas y estos hechos son relatados en la Biblia.
David el elegido de Dios fue culpable de una conducta vergonzosa. Pero también
hemos de observar la conducta de Betsabé. Como es natural, al hablar de este
asunto siempre hablamos de lo que hizo David, pero hemos de pensar en lo que
hizo Betsabé también.
David se fijó en Betsabé al verla bañándose, mientras él se paseaba por el terrado
de su casa. Hemos de suponer que Betsabé debía darse cuenta que se estaba
bañando en un lugar en que podía ser observada. Probablemente, era en el
terrado, que se hallá en la mayoría de las casas en oriente en lugar del tejado. Allí
pasa el aire y es un lugar agradable para estar, especialmente al atardecer.
Betsabé no debía haberse expuesto y, por tanto, tenemos que hacerla
responsable de su falta de pudor. En modo alguno se intentan estas palabras
como una disculpa para David. Sobre este punto no se necesitan más
comentarios.
No se nos dicen las circunstancias de la entrevista de Betsabé con David cuandó
éste la mandó llamar. Sólo sabemos los resultados. «Cuando llegó, David se
acostó con ella… La mujer quedó embarazada.» No sabemos si podía presentir el
motivo de la llamada, pero sí que tenía que haberse resistido a los requerimientos
del rey. Si Betsabé rió hubiera consentido bajo ninguna circunstancia, como era su
deber, David no habría tenido oportunidad de cometer este pecado y ella tampoco.
Por tanto, hemos de considerar a Betsabé como cómplice en el adulterio.
El resto de la historia es bien conocido. Urías era un hombre leal, sincero e
incapaz de pensar la traición que habían cometido contra él su esposa y el rey.
Los dos. Muerto Urías Betsabé, ocupó el lugar de una de las esposas de David.
Cuando dio luz al hijo ella ya se hallaba en el palacio.
Las Escrituras no nos dicen nada con respecto a la forma en que ella juzgó su
propia conducta. Sólo se nos habla de David. El relato nos muestra el pecado y
arrepentimiento de un gran hombre. También el castigo que sufrió por el mismo.
Finalmente, nos habla de su restitución. Porque David pagó toda su vida las
consecuencias de estos pecados. Betsabé es responsable con el rey. La historia
es un aviso, a toda mujer que juega con su hermosura física, de los graves
peligros en que incurre. Dios exige que todos nuestros caminos sean rectos en su
presencia.
Cetura
“Y Cetura, concubina de Abraham…” (1 Crónicas 1:32).
DAVID. El más grande y el más amado rey de Israel. Nació en el 1040 a.C. (2 S.
5:4). Se le menciona unas 800 veces en el Antiguo Testamento y 60 en el Nuevo
Testamento; y con Salomón, uno de sus monarcas más famosos. Era el menor de
ocho hermanos y tenía dones musicales y poéticos notables, que cultivaba
mientras pastoreaba ovejas. Ya ungido (probablemente en secreto) como nuevo
rey, por Samuel, entró al servicio del rey Saúl. Este, celoso de la fama que David
iba adquiriendo, especialmente tras matar a Goliat, trató de quitarle la vida (1 S.
18:13 – 19:1); ante las amenazas que le presentaba Saúl, el joven David se
convirtió en proscrito (1 S. 19:11; 21:10); huyó a Gat, ciudad filistea (1 S. 21), y
luego se refugió en la apartada cueva de Adulam (1 S. 22). Abiatar y un buen
grupo de descontentos Se le unieron (1 S. 22:2). Saúl salió a perseguirlo (1 S. 23;
Sal. 7:4; 1 S. 26); cuando Saúl murió en el monte Gilboa en 1010 a.C., lo
coronaron rey de Judá (2 S. 2:4). En 1003 a.C. Israel entero lo aclamó rey (2 S.
5:1-5; 1 Cr. 11:10; 12:38). Tras derrotar a los filisteos (2 S. 5:18-25) capturó
Jerusalén, baluarte de los jebusitas, y la convirtió en capital religiosa cuando llevó
a ella el arca (2 S. 6; 1 Cr. 13; 15:1-3); organizó la adoración (1 Cr. 15, 16); amplió
el reino por los cuatro costados (2 S. 8; 10; 12); dio gran impulso al culto de
Jehová y ensanchó su reino por sucesivas y extensas conquistas. Durante la
guerra con los amonitas, cometió su gran pecado, por el cual recibió castigo y del
que se arrepintió sinceramente. Conforme a las costumbres de su tiempo, tuvo
varias esposas, una de ellas hija de Saúl.
La figura de David, como hombre y como rey, tiene un relieve tal en la historia del
pueblo de Israel que no deja de ser el tipo del Mesías, que debe nacer de su raza.
A partir de David, la alianza con el pueblo se hace a través del rey; así, el trono de
Israel es el trono de David (Is. 9:6; Lc. 1:32); sus victorias anuncian las del Mesías,
lleno del Espíritu, que reposa sobre el hijo de Isaí (1 S. 16:13; Is. 11:1-9); reportará
sobre la injusticia. Por la victoria de su resurrección cumplirá Jesús las promesas
hechas a David (Hch. 13:32-37) y dará a la historia su sentido (Ap. 5:5).
David, llamado por Dios y consagrado por la unción (1 S. 16:1-13), es
constantemente el «bendito» de Dios, al que Dios asiste con su presencia; porque
Dios está con él, prospera en todas sus empresas (1 S. 16:18), en su lucha con
Goliat (1 S. 17:45 y ss.), en sus guerras al servicio de Saúl (1 S. 18:14 y ss.) y en
las que él mismo emprenderá como rey liberador de Israel: «Por doquiera que se
iba le daba Dios la victoria» (2 S. 8:14).
David, encargado como Moisés de ser el pastor de Israel (2 S. 5:2), hereda las
promesas hechas a los patriarcas, y en primer lugar la de poseer la tierra de
Canaán. Es el artífice de esa obra de posesión por la lucha contra los filisteos
inaugurada en tiempos de Saúl y proseguida durante su propio reinado (2 S. 5:17-
25). La conquista decisiva es coronada por la toma de Jerusalén (2 S. 5:6-10), a la
que se llamará «Ciudad de David». Se convierte en la capital de todo Israel, en
torno a la cual se efectúa la unidad de las tribus, que con el arca introducida por
David ha hecho de Jerusalén una ciudad santa (2 S. 6:1-9), y David desempeña
en ella las funciones sacerdotales (2 5. 6:17). Así, «David y toda la casa de Israel»
no forman sino un solo pueblo en torno a Dios
David responde al llamado de Dios con una profunda adhesión a la causa del
pueblo de Dios. Su religión se caracteriza por el imperativo de servir a la obra de
Dios; así se guarda de atentar contra la vida de Saúl, incluso cuando tiene ocasión
de deshacerse de su perseguidor (1 S. 24:6). Perfectamente abandonado a la
voluntad de Dios, está pronto a aceptarlo todo de El (2 S. 11:25 y ss.) y espera
que el Señor transforme en bendiciones todas las desgracias que tiene que sufrir
(1 S. 16:17). Es el humilde servidor, confuso por los privilegios que Dios le otorga
(2 S. 7:18-29), y por esto es el modelo de los «pobres» que, imitando su abandono
a Dios y su esperanza llena de mansedumbre, prolongan su oración en las
alabanzas y en las súplicas del Salterio.
Al «cantor de los cánticos de Israel» (2 S. 23:1) debemos hoy los cristianos
numerosos salmos, el plano del Templo (1 Cr. 22:2-8), así como la organización
del culto en el Templo de Jerusalén (1 Cr. cf r. 23-25) y numerosos cantos (Neh.
12:24-36), e incluso ya en tiempos de Amós se decía que la invención de los
instrumentos músicos muchos de ellos venían del mismo David (Am. 6:5).
La gloria de David no debe hacer olvidar al hombre: tuvo sus debilidades y sus
grandezas; rudo guerrero, astuto también (1 S. 27:10 y ss.); cometió graves faltas
y se mostró débil con sus hijos ya antes de su vejez. Su moral es todavía burda:
durante su permanencia con los filisteos se comporta como jefe de salteadores
contra los enemigos de Israel (1 S. 27:8-12), y es lo bastante listo para que al cabo
de más de un año Aquis no se dé cuenta de ello (1 S. 29:6 y ss.). No se pueden
pasar en silencio sus despiadadas reacciones después del incendio de Siclag (1
S. 30:17) y en su lucha contra Moab (2 S. 8:2). Finalmente muestra su condición
humana conservando su odio contra todos los que han hecho daño, y confía sus
venganzas póstumas a Salomón. Pero 1qué magnanimidad revela en su fiel
amistad con Jonatán, en el respeto que muestra siempre a Saúl, así como también
al arca (2 S. 15:24-29), a la vida de sus soldados (2 S. 23:13-17), y con su
generosidad (1 S. 30:21-25) y perdón (2 S. 19:16-24).
Por lo demás, se muestra político avisado, que se granjea la simpatía en la corte
de Saúl y cerca de los ancianos de Judá (1 S. 30: 26-31), desaprobando el
asesinato de Avenir (2 S. 3:37, 38) y vengando el homicidio de Cibal (2 S. 4:9-12).
David es uno de los grandes hombres del Antiguo Testamento, uno de los
precursores de Cristo, uno de los tipos de Jesús el Mesías.
El Mesías desciende de David; el éxito de David hubiera podido hacer creer que
se habían realizado ya en él todas las promesas de Dios a Israel. Pero una nueva
y solemne profecía da nuevo impulso a la esperanza mesiánica (2 S. 7:12-16). A
David, que proyecta construir un templo, le responde Dios que quiere construirle
una descendencia eterna: «Yo te edificaré una casa» (2 S. 7:27). Así orienta Dios
hacia el prevenir la mirada de Israel. Promesa incondicionada que no destruye la
alianza del Sinaí, sino que la confirma concentrándola en el rey (2 S. 7: 24). En
adelante, Dios ofrece guiar a Israel y mantener su unidad por la dinastía de David.
El Salmo 132 canta el vínculo establecido entre el área —símbolo de la presencia
divina— y el descendiente de David.
Así se comprende la importancia del problema de la sucesión al trono davídico y
las intrigas a que da lugar (2 S. 9:20; 1 R. 1). Y todavía se comprende mejor el
puesto que ocupa David en los oráculos proféticos (Os. 3:5; Jer. 30:9; Ez. 34:23 y
ss.). Para ellos evocar a David es afirmar el amor celoso de Dios a su pueblo (Is.
9:6) y la fidelidad a su alianza (Jer. 32:20 y ss.). De esta fidelidad no se puede
dudar aun en lo más duro de la prueba (Sal. 89:4 y ss.; 20-46).
Cuando Cristo vino a la tierra se cumplen los tiempos; se llama, pues, a Cristo
«Hijo de David» (Mt. 1:1); este título mesiánico no había sido nunca rehusado por
Jesús, pero no expresaba plenamente el imperio de su persona; por eso Jesús,
viniendo a cumplir las promesas hechas a David, proclama que es más grande
que él: es su Señor (Mt. 22:42-45). No es solamente «el siervo de David», pastor
del pueblo de Dios (Ez. 34:23 y ss.), sino que es Dios mismo que viene a
apacentar y a salvar a su pueblo (Ez. 34:15 y ss.); Jesús es humanamente el
«retoño de la raza de David», cuyo retorno aguardan e invocan el espíritu y la
esposa (Ap. 22:16 y ss.).
Débora, la Nodriza
“Entonces murió Débora, nodriza de Rebeca, y fue sepultada al pie de Betel,
debajo de una encina, la cual fue llamada Alon-bacut” (Génesis 35:8).
Léase: Genesis 35:1-15
Las Escrituras nos hablan de dos Déboras. Una, en tiempo de Barac, gobernó
como profetisa a Israel. La otra, fue el ama de leche de la familia patriarcal de
Jacob. Merece nuestra atención el que esta ama de Rebeca sea mencionada en
las Escrituras.
Tenemos delante la Santa Revelación de Dios. La dio a su Iglesia para vencer a
Satán. En este libro se nos habla del destino de cielos y tierra, y con todo, cabe en
el relato el referirse a un ama de leche en tiempos patriarcales. Esto es lo que
leemos en el versículo que hemos leído. Allon Bacut significa “encina del lloro”.
Débora sería una sierva de muchos años en la casa. Cuando murió, Jacob había
ya regresado con su esposa y los suyos de Padan-Arán a Canaán. Había plantado
sus tiendas en Betel. Sus hijos eran ya hombres. El tendría unos sesenta y pico de
años para este tiempo, y Débora sería una anciana de ochenta a noventa.
Obsérvese la consideración que se tiene a esta antigua sierva en la casa de
Jacob. Isaac y Rebeca se la habrían dado a Jacob cuando la familia de éste
empezó a aumentar. Probablemente, en la casa de Jacob habría cuidado a José y
a Dina. Se había quedado con la familia. Todos la tratarían con cariño y se
sentirían apegados a ella. Cuando finalmente hubo sonado su última hora toda la
familia está presente en su entierro. Jacob y los suyos la acompañaron a su última
morada con lágrimas en los ojos, según vemos en el nombre dado al lugar.
Hoy nos hemos librado de la esclavitud. Obsérvese, sin embargo, que incluso en
tiempos en que existía esta triste relación entre hombres, Dios inspiraba con su
gracia una fe que convertía esta maldición en una bendición: las cadenas de la
esclavitud podían ser cadenas de amor.
Débora significa “una abeja”. Un nombre apropiado para una sirvienta. Un símbolo
de actividad, diligencia, tesón. Porque la gracia de Dios convirtió a Débora en un
siervo querido y fiel. ¿No es esto un ejemplo hoy para muchos cristianos que sólo
trabajan pensando en la recompensa, como la hormiga?
En el caso de la sirvienta, Dios inspira en Débora un tierno afecto hacia Jacob,
Lea, Raquel y los demás, afecto que es correspondido. No sólo quieren que se les
sirva, sino que aprecian y agradecen los servicios prestados. Débora pasa a ser
un miembro de la familia. Al morir es como si hubiera muerto uno de los deudos
entrañables, como la muerte de un hijo. Como si hubiera sido una hermana de
Jacob o de Lea.
Aquí también hay una lección. Hoy no existen en el mismo sentido este tipo de
relaciones, entre esclavos y dueños, y apenas en siervos y amos. Pero sí existen
relaciones en que otros seres humanos pueden ser tratados como objetos, se les
saca el provecho y luego se les abandona como si no hubieran existido. Cuando
una persona deja de ser útil a la otra se la arrincona, se le pone a un lado:
“Hallaremos a otra en su lugar.”
Este tipo de relación hace imposible la fe. Impide la devoción en el que sirve, lo
cual niega la fe. Impide cumplir la responsabilidad del que utiliza los servicios del
otro, que cree que ha cumplido al pagar el salario; la fe aquí también es muerta.
La relación humana es muerta también: en ella no hay ayuda mutua para el
crecimiento de la fe.
Débora, la profetiza
“Las aldeas quedaron abandonadas en Israel… hasta que yo, Débora, me levanté,
me levanté como madre de Israel.”
Léase: Jueces 4:4; 5:5
Débora es Ia Juana de Arco de la asombrosa historia de Israel. Israel cayó
repetidas veces en la idolatría. En estos períodos había perdido todo sentimiento
de conciencia nacional y habría renunciado a su prestigio y honor. Pero tenía
también una resistencia y una elasticidad que le permitía recobrarse como ninguna
otra nación. Se recobraba totalmente de lo que parecía una desintegración
espiritual y política. Esta capacidad de renacer de sus cenizas era un don de Dios.
Que Dios tenía destinado que Israel tenía que restaurarse, se hace evidente de
modo perfecto cuando consideramos la historia de Débora y los días en que vivió.
Casi todos los llanos de Palestina habían ya sucumbido a la fuerza de los
cananeos. Jabín, el rey de éstos, residía en Hazor y dominaba a Israel por medio
de sus fuerzas armadas. Tenía un potente ejercito, especialmente temido por sus
novecientos carros herrados. En contra de ellos los esfuerzos de la infantería eran
inútiles. En consecuencia la gente de Israel que poblaba la tierra baja tenía que
pagar tributo a Jabín. Vivían en condiciones de servidumbre. Sólo la gente de las
regiones montañosas habían conservado su libertad, simplemente porque los
carros de guerra de Jabín no se adaptaban al terreno montañoso. Los que vivían
en las regiones de montañas como Efraín, poseían todavía una cierta
organización, y habían resistido heroicamente.
La esposa de Lapidot, que vivía debajo de una palmera, entre Rama y Betel, en
tierra de Efraín, los había inspirado a esta resistencia. Su nombre era Débora, y la
llamaban «la madre de Israel». Era astuta, denodada y tenía el don de la profecía
y del canto. Les recordaba a sus compatriotas en las montañas la historia de la
liberación de Egipto, el paso por el Sinaí, y les profetizaba días mejores en el
futuro. Como juez, administraba justicia y les daba consejos. Su reputación era
sólida y les inspiraba confianza. Con la ayuda de Barac organizó un ejercito
pequeño permanente entre el pueblo. Entrenó e inspiró al jefe de este ejercito,
Barac, y le dio instrucciones en la forma en que debía presentar batalla a Sisara,
el general del ejercito de Jabín. Su capacidad militar era evidente, y lo prueba que
Barac requiriera de Débora que ella le acompañara a la batalla.
Se alistaron diez mil hombres de Neftalí y Zabulón, y los estacionó en el monte de
Tabor. Débora dirigió destacamentos que se apoderaran de los pasos en las
montañas. Conocía a Jabín y su altivez, y sabía que entraría en el valle del Kisón,
terreno sumamente peligroso entonces para los carros herrados, por ser la
estación de las lluvias.
Todo sucedió como ella había previsto. Barac estaba esperando en la ladera del
Tabor. Los otros bloqueaban los pasos hacia la región del norte. Barac descendió
del monte con sus hombres. Sisara se hallaba en el valle de Kisón. Dios envió una
tormenta de truenos y relámpagos que desbarató completamente las filas de
Jabín. Las huestes de Barac se lanzaron contra el ejercito en desorden de Jabín y
los carros acabaron arrastrados o atascados en el turbulento Kisón. La derrota de
Sisara fue completa. El mismo pereció en su huída en manos de una mujer,
mientras descansaba agotado en una tienda.Dios llevó a cabo una gran victoria a
través de una mujer. Barac contribuyó a la misma, pero las alabanzas no
recayeron sobre el. Débora era poderosa porque la movía el Espíritu del Señor.
De El recibía su inspiración y el fuego de su corazón. Su heroísmo se contagió a
todos aquel día. Aún hoy Dios elige a alguna mujer e implanta en ella del temor de
su nombre. La nombra «madre de Israel». De ella irradia inspiración y despierta a
los que duermen, para que la luz de Cristo los ilumine.
DÁMARIS
Mujer ateniense que se convirtió al cristianismo por la predicación de Pablo en el
Areópago, juntamente con otras personas, entre las cuales también estaba
Dionisio el areopagita (Hch. 17:34).
DAN
Quinto hijo de Jacob, padre de la tribu del mismo nombre.
DALILA
= «coqueta, veleidosa».
Filistea del valle de Sorec, que entregó a Sansón a los filisteos después de haber
llegado a conocer el secreto de su fuerza.
DAVID. El más grande y el más amado rey de Israel. Nació en el 1040 a.C. (2 S.
5:4). Se le menciona unas 800 veces en el Antiguo Testamento y 60 en el Nuevo
Testamento; y con Salomón, uno de sus monarcas más famosos. Era el menor de
ocho hermanos y tenía dones musicales y poéticos notables, que cultivaba
mientras pastoreaba ovejas. Ya ungido (probablemente en secreto) como nuevo
rey, por Samuel, entró al servicio del rey Saúl. Este, celoso de la fama que David
iba adquiriendo, especialmente tras matar a Goliat, trató de quitarle la vida (1 S.
18:13 – 19:1); ante las amenazas que le presentaba Saúl, el joven David se
convirtió en proscrito (1 S. 19:11; 21:10); huyó a Gat, ciudad filistea (1 S. 21), y
luego se refugió en la apartada cueva de Adulam (1 S. 22). Abiatar y un buen
grupo de descontentos Se le unieron (1 S. 22:2). Saúl salió a perseguirlo (1 S. 23;
Sal. 7:4; 1 S. 26); cuando Saúl murió en el monte Gilboa en 1010 a.C., lo
coronaron rey de Judá (2 S. 2:4). En 1003 a.C. Israel entero lo aclamó rey (2 S.
5:1-5; 1 Cr. 11:10; 12:38). Tras derrotar a los filisteos (2 S. 5:18-25) capturó
Jerusalén, baluarte de los jebusitas, y la convirtió en capital religiosa cuando llevó
a ella el arca (2 S. 6; 1 Cr. 13; 15:1-3); organizó la adoración (1 Cr. 15, 16); amplió
el reino por los cuatro costados (2 S. 8; 10; 12); dio gran impulso al culto de
Jehová y ensanchó su reino por sucesivas y extensas conquistas. Durante la
guerra con los amonitas, cometió su gran pecado, por el cual recibió castigo y del
que se arrepintió sinceramente. Conforme a las costumbres de su tiempo, tuvo
varias esposas, una de ellas hija de Saúl.
La figura de David, como hombre y como rey, tiene un relieve tal en la historia del
pueblo de Israel que no deja de ser el tipo del Mesías, que debe nacer de su raza.
A partir de David, la alianza con el pueblo se hace a través del rey; así, el trono de
Israel es el trono de David (Is. 9:6; Lc. 1:32); sus victorias anuncian las del Mesías,
lleno del Espíritu, que reposa sobre el hijo de Isaí (1 S. 16:13; Is. 11:1-9); reportará
sobre la injusticia. Por la victoria de su resurrección cumplirá Jesús las promesas
hechas a David (Hch. 13:32-37) y dará a la historia su sentido (Ap. 5:5).
David, llamado por Dios y consagrado por la unción (1 S. 16:1-13), es
constantemente el «bendito» de Dios, al que Dios asiste con su presencia; porque
Dios está con él, prospera en todas sus empresas (1 S. 16:18), en su lucha con
Goliat (1 S. 17:45 y ss.), en sus guerras al servicio de Saúl (1 S. 18:14 y ss.) y en
las que él mismo emprenderá como rey liberador de Israel: «Por doquiera que se
iba le daba Dios la victoria» (2 S. 8:14).
David, encargado como Moisés de ser el pastor de Israel (2 S. 5:2), hereda las
promesas hechas a los patriarcas, y en primer lugar la de poseer la tierra de
Canaán. Es el artífice de esa obra de posesión por la lucha contra los filisteos
inaugurada en tiempos de Saúl y proseguida durante su propio reinado (2 S. 5:17-
25). La conquista decisiva es coronada por la toma de Jerusalén (2 S. 5:6-10), a la
que se llamará «Ciudad de David». Se convierte en la capital de todo Israel, en
torno a la cual se efectúa la unidad de las tribus, que con el arca introducida por
David ha hecho de Jerusalén una ciudad santa (2 S. 6:1-9), y David desempeña
en ella las funciones sacerdotales (2 5. 6:17). Así, «David y toda la casa de Israel»
no forman sino un solo pueblo en torno a Dios
David responde al llamado de Dios con una profunda adhesión a la causa del
pueblo de Dios. Su religión se caracteriza por el imperativo de servir a la obra de
Dios; así se guarda de atentar contra la vida de Saúl, incluso cuando tiene ocasión
de deshacerse de su perseguidor (1 S. 24:6). Perfectamente abandonado a la
voluntad de Dios, está pronto a aceptarlo todo de El (2 S. 11:25 y ss.) y espera
que el Señor transforme en bendiciones todas las desgracias que tiene que sufrir
(1 S. 16:17). Es el humilde servidor, confuso por los privilegios que Dios le otorga
(2 S. 7:18-29), y por esto es el modelo de los «pobres» que, imitando su abandono
a Dios y su esperanza llena de mansedumbre, prolongan su oración en las
alabanzas y en las súplicas del Salterio.
Al «cantor de los cánticos de Israel» (2 S. 23:1) debemos hoy los cristianos
numerosos salmos, el plano del Templo (1 Cr. 22:2-8), así como la organización
del culto en el Templo de Jerusalén (1 Cr. cf r. 23-25) y numerosos cantos (Neh.
12:24-36), e incluso ya en tiempos de Amós se decía que la invención de los
instrumentos músicos muchos de ellos venían del mismo David (Am. 6:5).
La gloria de David no debe hacer olvidar al hombre: tuvo sus debilidades y sus
grandezas; rudo guerrero, astuto también (1 S. 27:10 y ss.); cometió graves faltas
y se mostró débil con sus hijos ya antes de su vejez. Su moral es todavía burda:
durante su permanencia con los filisteos se comporta como jefe de salteadores
contra los enemigos de Israel (1 S. 27:8-12), y es lo bastante listo para que al cabo
de más de un año Aquis no se dé cuenta de ello (1 S. 29:6 y ss.). No se pueden
pasar en silencio sus despiadadas reacciones después del incendio de Siclag (1
S. 30:17) y en su lucha contra Moab (2 S. 8:2). Finalmente muestra su condición
humana conservando su odio contra todos los que han hecho daño, y confía sus
venganzas póstumas a Salomón. Pero 1qué magnanimidad revela en su fiel
amistad con Jonatán, en el respeto que muestra siempre a Saúl, así como también
al arca (2 S. 15:24-29), a la vida de sus soldados (2 S. 23:13-17), y con su
generosidad (1 S. 30:21-25) y perdón (2 S. 19:16-24).
Por lo demás, se muestra político avisado, que se granjea la simpatía en la corte
de Saúl y cerca de los ancianos de Judá (1 S. 30: 26-31), desaprobando el
asesinato de Avenir (2 S. 3:37, 38) y vengando el homicidio de Cibal (2 S. 4:9-12).
David es uno de los grandes hombres del Antiguo Testamento, uno de los
precursores de Cristo, uno de los tipos de Jesús el Mesías.
El Mesías desciende de David; el éxito de David hubiera podido hacer creer que
se habían realizado ya en él todas las promesas de Dios a Israel. Pero una nueva
y solemne profecía da nuevo impulso a la esperanza mesiánica (2 S. 7:12-16). A
David, que proyecta construir un templo, le responde Dios que quiere construirle
una descendencia eterna: «Yo te edificaré una casa» (2 S. 7:27). Así orienta Dios
hacia el prevenir la mirada de Israel. Promesa incondicionada que no destruye la
alianza del Sinaí, sino que la confirma concentrándola en el rey (2 S. 7: 24). En
adelante, Dios ofrece guiar a Israel y mantener su unidad por la dinastía de David.
El Salmo 132 canta el vínculo establecido entre el área —símbolo de la presencia
divina— y el descendiente de David.
Así se comprende la importancia del problema de la sucesión al trono davídico y
las intrigas a que da lugar (2 S. 9:20; 1 R. 1). Y todavía se comprende mejor el
puesto que ocupa David en los oráculos proféticos (Os. 3:5; Jer. 30:9; Ez. 34:23 y
ss.). Para ellos evocar a David es afirmar el amor celoso de Dios a su pueblo (Is.
9:6) y la fidelidad a su alianza (Jer. 32:20 y ss.). De esta fidelidad no se puede
dudar aun en lo más duro de la prueba (Sal. 89:4 y ss.; 20-46).
Cuando Cristo vino a la tierra se cumplen los tiempos; se llama, pues, a Cristo
«Hijo de David» (Mt. 1:1); este título mesiánico no había sido nunca rehusado por
Jesús, pero no expresaba plenamente el imperio de su persona; por eso Jesús,
viniendo a cumplir las promesas hechas a David, proclama que es más grande
que él: es su Señor (Mt. 22:42-45). No es solamente «el siervo de David», pastor
del pueblo de Dios (Ez. 34:23 y ss.), sino que es Dios mismo que viene a
apacentar y a salvar a su pueblo (Ez. 34:15 y ss.); Jesús es humanamente el
«retoño de la raza de David», cuyo retorno aguardan e invocan el espíritu y la
esposa (Ap. 22:16 y ss.).
DATÁN
Uno de los jefes de la rebelión de Coré (véase), de la tribu de Rubén, cuya
supremacía pretendía (Nm. 16:1-35).
DEBIR
(a) Rey amorreo de Eglób, muerto por Josué (Jos. 10:3, 23, 26).
(b) Ciudad en las tierras altas de Judá cerca de Hebrón. Fue una de las ciudades
de los amorreos que fue destruida y muerto su rey. Se menciona a Josué como
caudillo de Israel tomándola, pero en Jueces (Jue. 1:11-15) vemos que realmente
la tomó Otoniel, a quien Caleb dio su hija Acsa como esposa por haber tomado la
ciudad. Finalmente, la ciudad fue dada a los sacerdotes. Su nombre anterior había
sido Quiriat-sefer o Quiriat-sana (Jos. 10:38, 39; 11:21; 12:13; 15:7, 15, 49; 21:15;
Jue. 1:11, 12; 1 Cr. 6:58). Identificada con edh Dhaheriyeh, 31° 25′ N, 34° 58″ E.
(c) Lugar en el límite septentrional de Judá, cerca del valle de Acor (Jos. 15:7).
Algunos lo identifican con Thoghret ed Debr, 31° 49′ N, 35° 21′ E.
(d) Lugar en el límite de Gad, mencionado después de Mahanaim (Jos. 13:26).
Puede también leerse como Lidebir, y puede ser la misma que Lodebar (2 S. 9:4,
véase LODEBAR). Se ha sugerido su identificación con Ibdar, al sur del río
Yarmuk.
Débora, la Nodriza
“Entonces murió Débora, nodriza de Rebeca, y fue sepultada al pie de Betel,
debajo de una encina, la cual fue llamada Alon-bacut” (Génesis 35:8).
Léase: Genesis 35:1-15
Las Escrituras nos hablan de dos Déboras. Una, en tiempo de Barac, gobernó
como profetisa a Israel. La otra, fue el ama de leche de la familia patriarcal de
Jacob. Merece nuestra atención el que esta ama de Rebeca sea mencionada en
las Escrituras.
Tenemos delante la Santa Revelación de Dios. La dio a su Iglesia para vencer a
Satán. En este libro se nos habla del destino de cielos y tierra, y con todo, cabe en
el relato el referirse a un ama de leche en tiempos patriarcales. Esto es lo que
leemos en el versículo que hemos leído. Allon Bacut significa “encina del lloro”.
Débora sería una sierva de muchos años en la casa. Cuando murió, Jacob había
ya regresado con su esposa y los suyos de Padan-Arán a Canaán. Había plantado
sus tiendas en Betel. Sus hijos eran ya hombres. El tendría unos sesenta y pico de
años para este tiempo, y Débora sería una anciana de ochenta a noventa.
Obsérvese la consideración que se tiene a esta antigua sierva en la casa de
Jacob. Isaac y Rebeca se la habrían dado a Jacob cuando la familia de éste
empezó a aumentar. Probablemente, en la casa de Jacob habría cuidado a José y
a Dina. Se había quedado con la familia. Todos la tratarían con cariño y se
sentirían apegados a ella. Cuando finalmente hubo sonado su última hora toda la
familia está presente en su entierro. Jacob y los suyos la acompañaron a su última
morada con lágrimas en los ojos, según vemos en el nombre dado al lugar.
Hoy nos hemos librado de la esclavitud. Obsérvese, sin embargo, que incluso en
tiempos en que existía esta triste relación entre hombres, Dios inspiraba con su
gracia una fe que convertía esta maldición en una bendición: las cadenas de la
esclavitud podían ser cadenas de amor.
Débora significa “una abeja”. Un nombre apropiado para una sirvienta. Un símbolo
de actividad, diligencia, tesón. Porque la gracia de Dios convirtió a Débora en un
siervo querido y fiel. ¿No es esto un ejemplo hoy para muchos cristianos que sólo
trabajan pensando en la recompensa, como la hormiga?
En el caso de la sirvienta, Dios inspira en Débora un tierno afecto hacia Jacob,
Lea, Raquel y los demás, afecto que es correspondido. No sólo quieren que se les
sirva, sino que aprecian y agradecen los servicios prestados. Débora pasa a ser
un miembro de la familia. Al morir es como si hubiera muerto uno de los deudos
entrañables, como la muerte de un hijo. Como si hubiera sido una hermana de
Jacob o de Lea.
Aquí también hay una lección. Hoy no existen en el mismo sentido este tipo de
relaciones, entre esclavos y dueños, y apenas en siervos y amos. Pero sí existen
relaciones en que otros seres humanos pueden ser tratados como objetos, se les
saca el provecho y luego se les abandona como si no hubieran existido. Cuando
una persona deja de ser útil a la otra se la arrincona, se le pone a un lado:
“Hallaremos a otra en su lugar.”
Este tipo de relación hace imposible la fe. Impide la devoción en el que sirve, lo
cual niega la fe. Impide cumplir la responsabilidad del que utiliza los servicios del
otro, que cree que ha cumplido al pagar el salario; la fe aquí también es muerta.
La relación humana es muerta también: en ella no hay ayuda mutua para el
crecimiento de la fe.
Débora, la profetiza
“Las aldeas quedaron abandonadas en Israel… hasta que yo, Débora, me levanté,
me levanté como madre de Israel.”
Léase: Jueces 4:4; 5:5
Débora es Ia Juana de Arco de la asombrosa historia de Israel. Israel cayó
repetidas veces en la idolatría. En estos períodos había perdido todo sentimiento
de conciencia nacional y habría renunciado a su prestigio y honor. Pero tenía
también una resistencia y una elasticidad que le permitía recobrarse como ninguna
otra nación. Se recobraba totalmente de lo que parecía una desintegración
espiritual y política. Esta capacidad de renacer de sus cenizas era un don de Dios.
Que Dios tenía destinado que Israel tenía que restaurarse, se hace evidente de
modo perfecto cuando consideramos la historia de Débora y los días en que vivió.
Casi todos los llanos de Palestina habían ya sucumbido a la fuerza de los
cananeos. Jabín, el rey de éstos, residía en Hazor y dominaba a Israel por medio
de sus fuerzas armadas. Tenía un potente ejercito, especialmente temido por sus
novecientos carros herrados. En contra de ellos los esfuerzos de la infantería eran
inútiles. En consecuencia la gente de Israel que poblaba la tierra baja tenía que
pagar tributo a Jabín. Vivían en condiciones de servidumbre. Sólo la gente de las
regiones montañosas habían conservado su libertad, simplemente porque los
carros de guerra de Jabín no se adaptaban al terreno montañoso. Los que vivían
en las regiones de montañas como Efraín, poseían todavía una cierta
organización, y habían resistido heroicamente.
La esposa de Lapidot, que vivía debajo de una palmera, entre Rama y Betel, en
tierra de Efraín, los había inspirado a esta resistencia. Su nombre era Débora, y la
llamaban «la madre de Israel». Era astuta, denodada y tenía el don de la profecía
y del canto. Les recordaba a sus compatriotas en las montañas la historia de la
liberación de Egipto, el paso por el Sinaí, y les profetizaba días mejores en el
futuro. Como juez, administraba justicia y les daba consejos. Su reputación era
sólida y les inspiraba confianza. Con la ayuda de Barac organizó un ejercito
pequeño permanente entre el pueblo. Entrenó e inspiró al jefe de este ejercito,
Barac, y le dio instrucciones en la forma en que debía presentar batalla a Sisara,
el general del ejercito de Jabín. Su capacidad militar era evidente, y lo prueba que
Barac requiriera de Débora que ella le acompañara a la batalla.
Se alistaron diez mil hombres de Neftalí y Zabulón, y los estacionó en el monte de
Tabor. Débora dirigió destacamentos que se apoderaran de los pasos en las
montañas. Conocía a Jabín y su altivez, y sabía que entraría en el valle del Kisón,
terreno sumamente peligroso entonces para los carros herrados, por ser la
estación de las lluvias.
Todo sucedió como ella había previsto. Barac estaba esperando en la ladera del
Tabor. Los otros bloqueaban los pasos hacia la región del norte. Barac descendió
del monte con sus hombres. Sisara se hallaba en el valle de Kisón. Dios envió una
tormenta de truenos y relámpagos que desbarató completamente las filas de
Jabín. Las huestes de Barac se lanzaron contra el ejercito en desorden de Jabín y
los carros acabaron arrastrados o atascados en el turbulento Kisón. La derrota de
Sisara fue completa. El mismo pereció en su huída en manos de una mujer,
mientras descansaba agotado en una tienda.Dios llevó a cabo una gran victoria a
través de una mujer. Barac contribuyó a la misma, pero las alabanzas no
recayeron sobre el. Débora era poderosa porque la movía el Espíritu del Señor.
De El recibía su inspiración y el fuego de su corazón. Su heroísmo se contagió a
todos aquel día. Aún hoy Dios elige a alguna mujer e implanta en ella del temor de
su nombre. La nombra «madre de Israel». De ella irradia inspiración y despierta a
los que duermen, para que la luz de Cristo los ilumine.
DEMETRIO
(griego, «perteneciente a Deméter» o Ceres, diosa de la agricultura).
(a) Platero de Éfeso que instigó un motín contra Pablo (Hch. 19:24-41).
(b) Un cristiano de alta reputación (3 Jn. 12).
Dina
“Salió Dina, la hija de Lea, la cual ésta había dado a luz a Jacob, a ver a las hijas
del país” (Génesis 34:1).
Lease: Génesis 34:1-31
Dina era un chica sobre la cual hay en la Biblia un largo relato. Esta historia se
narra en el Cap. 34 del Génesis. Obsérvese la avalancha de catástrofes que
siguieron como una cadena de una primera equivocación cometida por la chica.
De un modo especial destaca la traición de sus hermanos, que mancillaron el
Pacto del Señor al atacar a los habitantes de Siquem, cuando estaban sufriendo el
dolor de la circuncisión. La circuncisión era el signo del Pacto. A causa de Dina fue
destruida toda la ciudad, y Simeón y Leví violaron la justicia porque se llevaron las
mujeres y los niños de aquella ciudad como despojos. El resultado fue tal que
Jacob consideró que “los moradores de la tierra lo tendrían por abominable”, y
tuvo que huir de Betel. Además, ella fue culpable de que Simeón y Leví recibieran
una maldición en vez de una bendición al morir Jacob.
¿De qué equivocación procede esta serie de catástrofesí De algo que llamaríamos
una travesura. Había sido educada en una casa que hoy llamaríamos cristiana.
Pero sentía curiosidad por ver cómo era el mundo, y quiso establecer contacto con
la sociedad.
Las tiendas de su padre se hallaban cerca de Siquem. Jacob no había establecido
contacto con la pequeña ciudad. Sin embargo Dina quiso ir a la ciudad y
contemplar las chicas de la misma, y aun quizá asociarse con ellas. Un día cuando
sus hermanos estaban con el ganado dejó la tienda de su padre y se fue a “ver a
las hijas del país”.
Dina sabía muy bien que se exponía a serios peligros. Habría oído la historia de
que (dos veces) su bisabuela y una su abuela habían sido prácticamente raptadas
por príncipes locales. Y se fue sola, ¡a esta edad! ¡No había que preocuparse! Ya
encontraría manera de que todo saliera bien.
Pero no fue así. Apenas hubo entrado Dina en la ciudad, y había entablado
conversación con algunos transeúntes, que el príncipe, hijo del rey Hamor, que se
llamaba también Siquem, como la ciudad, la invitó a su palacio. La historia no nos
cuenta si Dina consintió o se resistió a los halagos de Siquem; sólo sabemos que
éste “se acostó con ella, y la deshonró”.
Entonces, se nos dice, el alma de Siquem se apego a ella y se enamoró de la
joven y le pidió a su padre que se la diera por mujer.
El deseo de Dina por las cosas mundanas la había llevado a Siquem y allí había
perdido su virginidad; sabemos que se quedó en el palacio, y posiblemente habría
persistido en servir al mundo. Pero, no fue éste el curso que siguieron las cosas.
Sabemos que una vez pasados a cuchillo los siquemitas, Simeón y Leví,
saquearon la ciudad, tomaron sus riquezas y se llevaron cautivos a los niños y a
las mujeres. Al parecer esto no turbó en lo más mínimo su conciencia. Ante la
reconvención de su padre por su proceder contestaron: “¿Había este hombre de
tratar a nuestra hermana como una ramera?” Al pasar juicio sobre el hecho no
olvidemos que esta hermana era la que había dado lugar a todo lo ocurrido.
Dina no ha sido sola. También hoy hay hijas que se cansan de residir en las
tiendas del Señor. Quieren ver un poco del mundo. Quieren asociarse con los
demás, y hablar de modo inteligente de lo que han visto. Esto no es pedir mucho.
Sólo un leve contacto con el mundo.
Aunque no es de esperar que el resultado de este deseo sean también violaciones
y asesinatos, ponen en peligro la religión del hogar, y esto puede implicar la
muerte moral del alma. Para el mundo nada de esto tiene sentido, naturalmente.
Pero para la Iglesia de Dios ésta es una degradación seria.
Drusila
“Algunos días después, viniendo Félix con Drusila su mujer, que era judía, llamó a
Pablo, y le oyó acerca de la fe de Jesucristo” (Hechos 24:24).
Drusila era de Edom. Era la hija del rey idumeo Herodes Agripa y había nacido en
el año 34 D. de J. Como los suyos, Drusila profesaba la religión judía. Cuando oyó
a Pablo en Cesarea aún no tenía veinte años, a pesar de que ya habían ocurrido
muchas cosas en su vida. Era famosa por su hermosura. A los dieciseis años se
había casado con el príncipe Azizo, rey de Emesa. Pero, el gobernador romano
Félix la conoció en un festival en la corte, y se interesó en ella. Cuando Félix envió
a Drusila un nigromante judío, Simón, con una invitación personal, Drusila
abandonó quietamente la corte de Azizo y se dirigió a Cesarea, donde se casó con
Félix. Ante la ley judía evidentemente el matrimonio era ilegal. Drusila no tuvo
inconveniente en aparecer en público como la esposa de Félix. Azizo tuvo que
aguantarse, simplemente.
Drusila llevaba un año viviendo con el gobernador romano cuando Pablo llegó a
Cesarea en circunstancias que pueden leerse en el capítulo 23 de Hechos. Es
posible que cuando Pablo fue llamado ante el tribunal de Félix, para responder a
las acusaciones de los judíos, capitaneados por Tértulo, Drusila se hallara
presente en la sala, si bien no hallamos confirmación de esto en el libro de
Hechos. Pero sí hallamos allí que a los pocos días, Félix y Drusila, los dos
conversaron en privado con él respecto a la fe de Cristo.
No sabemos exactamente qué ideas se cambiaron en esta conversación, pero no
parece improbable que Pablo aprovechara la ocasión para dejar claro en oídos de
Drusila, que de nombre por lo menos todavía era judía de religión, cuáles eran los
requerimientos éticos de la ley mosaica y las consecuencias de su infracción. Este
se evidencia en el versículo 25, donde se nos dice que Pablo disertó sobre «la
justicia, el dominio propio y el juicio venidero», en términos tales que el nuevo
esposo de Drusila, Félix», «se aterrorizó y dijo: «Vete por ahora; pero cuando
tenga oportunidad te llamaré.»
Es probable que Drusila se burlara de Pablo y de sus ideas sobre el dominio
propio y la justicia. No sabemos nada más de Drusila por la Biblia, pero este
mismo hecho parece indicar que su conciencia no quedó afectada muy
profundamente, y en todo caso su conducta no lo mostró. Josefo, el historiador
judío, nos cuenta que Drusila murió en la erupción del Vesubio que sepultó a
Pompeya y Herculano. Drusila había ido allí, precisamente unos pocos días antes
de la erupción con su único hijo, Agripa, y pereció sepultada por la lava.
Drusila había deshonrado su fe judía, había rechazado a Cristo, abandonado a su
esposo y vivía en pecado. Drusila supo cuán «horrenda cosa es caer en las
manos del Dios vivo».
SADOC
= «justo», «recto».
(a) Descendiente de Eleazar, el hijo de Aarón (1 Cr. 24:3). Hijo de Ahitob (2 S.
8:17). Era indudablemente el hombre valeroso que acompañó a los jefes de las
tribus a Hebrón para transferir la corona de Saúl a David (1 Cr. 12:27, 28). Al
comienzo del reinado de David, Sadoc fue sumo sacerdote al mismo tiempo que
Abiatar (2 S. 8:17). Cuando la revuelta de Absalón, Sadoc y Abiatar
permanecieron fieles a David siguiéndole en su huida. El rey les ordenó que
volvieran a Jerusalén para observar cómo se desarrollaban los acontecimientos (2
S. 15:24-29). Después de la muerte de Absalón, David envió a decir a Sadoc y a
Abiatar que convenía sugerir a los ancianos que volvieran a llamar al rey (2 S.
19:11). Cuando Adonías intentó usurpar el trono del anciano rey, Sadoc
permaneció fiel a David, en tanto que Abiatar tomó el partido del rebelde Adonías
contra Salomón (1 R. 1:7, 8). El monarca se enteró del complot; dio orden a Sadoc
y al profeta Natán que confirieran a Salomón la unción real (1 R. 1:32-45).
Salomón despojó a Abiatar del sumo sacerdocio, cargo que entonces ostentó
Sadoc en solitario hasta su muerte (1 R. 2:26, 27; cfr. 4:4). Así, esta alta función
pasó a la línea de Eleazar. (Véase SUMO SACERDOTE.)
(b) Sacerdote de la línea de los sumos sacerdotes, padre de Salum (1 Cr. 6:12).
Descendía del segundo Ahitob (1 Cr. 6:12; Esd. 7:2) y del segundo Meraiot (1 Cr.
9:11; Neh. 11:11).
(c) Padre de Jerusa, que fue esposa del rey Uzías y madre del rey Jotam (2 R.
15:33; 2 Cr. 27:1).
(d) Hijo de Baana, restauró una parte de las fortificaciones de Jerusalén (Neh.
3:4). Es posible que sea el mismo que se adhirió al pacto (Neh. 10:21).
(e) Sacerdote, hijo de Imer. Restauró la fortificación en la zona enfrente de su casa
(Neh. 3:29). Éste es probablemente el escriba a quien Nehemías hizo uno de los
principales tesoreros del Templo (Neh. 13:13).
(f) Antecesor del Señor Jesús (Mt. 1:14).
Salomé
“Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo, con sus hijos,
postrándose ante él y pidiéndole algo” (Mateo 20:20)
Lease Lucas 20:20-28; Marcos 15:40, 41.
Salomé era la esposa de Zebedeo, y la madre de Juan y Jacobo. Lo notamos al
comparar Marcos 15:40 con Mateo 27:56. Marcos nos da el nombre de Salomé
como una de las mujeres que estuvieron presentes en el entierro de Jesús. En
Mateo no se menciona su nombre pero se la designa como la madre de los hijos
de Zebedeo. Salomé podía considerarse como muy bendecida entre las mujeres,
puesto que era la madre de dos de los discípulos más queridos por Jesús. Es
indudable que los tres apóstoles en quienes Jesús tenía más confianza eran
Pedro, Juan y Jacobo. Más adelante apareció Pablo, pero este no formaba parte
de los doce. Jacobo y Juan, junto con Pedro, siempre son nombrados en
ocasiones aparte. Jacobo murió como mártir según vemos en Hechos 12:2, por lo
que su entrada en el cielo precedió a la de los otros apóstoles. De los once que
habían presenciado la ascensión de Jesús en el monte de los Olivos, Jacobo fue
el primero llamado a la comunión con el Señor.
La vida de Salomé, pues, dio mucho fruto. Sus dos hijos retuvieron su posición
clave entre los apóstoles. Juan murió mucho más tarde. Fue el último de los
apóstoles que murió, después de la revelación de Patmos.
Salomé era la mujer de un pescador. Vivían en la cosata del Lago de Genezaret.
Era de esperar que sus hijos Juan y Jacobo seguirían moviéndose entre barcas y
redes, continuando la ocupación de su padre. Pero, el curso de la familia fue
cambiando súbitamente cuando Jesús los llamó a formar parte de su grupo. Su
posición como apóstoles de un Rey con poder en el cielo y en la tierra cambió las
ambiciones de Salomé para ellos, como veremos a continuación.
Hay multitud de leyendas con respecto a Salomé. Por ejemplo: que nació de un
primer matrimonio de José, y por ello estaba emparentada con la familia de María.
Otra, que era hija de Zacarías. El sentido de ellas es establecer el hecho que
Jacobo y Juan probablemente habrían ya oído hablar de Jesús, cuando éste los
llamó. Más probable es que la familia había oído hablar de Jesús a través de Juan
el Bautista, cuando este predicaba junto al Jordán. Esto significa que la familia ya
estaba preparada para recibir el mensaje, pues no se nos dice que Zebedeo
hiciera el menor esfuerzo para retenerlos; en cuanto a María sabemos que fue
luego ella misma a escuchar a Jesús y que siguió a las mujeres. Ya vimos que fue
una de las mujeres que preparó los lienzos y especias para el entierro de Jesús.
El pecado de Salomé era el de los apóstoles. Reconoció que Jesús era el Mesías,
pero no podía separar al Mesías de la gloria temporal de Israel. No se dio cuenta
que los hijos de Abraham lo eran por la fe, no por sus hijos y por Pedro, y quizá
sintiera incluso celos de Pedro y quiso asegurarse de que sus hijos, cuando Jesús
viniera en su Reino, tuvieran un lugar de honor en él. Estas razones,
comprensibles al considerar el orgullo natural de madre, la inducen a esta petición
pecaminosa. No procedía de la fe, sino de lo opuesto a la fe.
¿Cuál fue la respuesta de Jesúsí Dirigiéndose a sus hijos, que estaban con ella,
les pregunta si podían beber de la copa que estaba preparada para él. Los hijos
respondieron que podían. Jesús les confirmó el hecho que realmente lo harían:
profetizando con ello el martirio, del que los dos iban a morir más adelante en
distintas circunstancias. ¡Esta fue la corona de Salomé! ¡Una corona de eterno
peso de gloria!
SANTIAGO
Bajo este epígrafe se tratan varios personajes llamados Jacobo en el NT. En
nuestras versiones, el libro escrito por Jacobo, e identificado como el hermano del
Señor, recibe el nombre de Epístola Universal de Santiago (véase SANTIAGO
[EPÍSTOLA DE]). En castellano, la forma Santiago es una contracción de Santo y
del heb. Yacob.
(a) Jacobo, hijo de Zebedeo (Mt. 4:21; 10:2; Mr. 1:19; 3:17) y hermano del apóstol
Juan (Mt. 17:1; Mr. 3:17; 5:37; Hch. 12:2). Fue uno de los primeros discípulos (Mt.
4:21; Mr. 1:19, 29; cfr. Jn. 1:40, 41), y uno en los que el Señor tenía una mayor
confianza (Mt. 17:1; Mr. 5:37; 9:2; 13:3; 14:33; Lc. 8:51; 9:28). No sabemos ni
dónde nació ni dónde transcurrió su adolescencia. Asociado con Pedro y Andrés,
se dedicaba a la pesca en el lago de Galilea (Lc. 5:10), lo que pudiera ser
indicación de que procedía de algún lugar cercano. El derecho a la pesca libre en
el lago de Galilea estaba formalmente reservado a cada israelita. Zebedeo tenía
trabajadores asalariados, por lo que parece que debía existir una diferencia social
entre sus hijos y los de Jonás (Mr. 1:20). Juan, por ejemplo, era conocido del
sumo sacerdote (Jn. 18:16), y posiblemente su familia, o él mismo, poseían una
casa en Jerusalén (Jn. 19:27). El padre, Zebedeo, aparece sólo una vez en el
relato evangélico (Mt. 4:21; Mr. 1:19); no se opone a que sus hijos sigan a Jesús.
La comparación de Mt. 27:56 con Mr. 15:40; 16:1 y Jn. 19:25 permite suponer que
la madre de Jacobo se llamaba Salomé, y que era hermana de la madre de Jesús.
En tal caso, Jacobo hubiera sido pariente cercano del Señor, y, como Él,
descendiente de David. El nombre de Jacobo sólo aparece en los Evangelios
sinópticos y en Hechos, pero en el Evangelio de Juan se alude a él en dos
ocasiones (Jn. 1:40, 41; 21:2). Jacobo es siempre mencionado junto con Juan, y,
por lo general, su nombre precede al de Juan (Mt. 4:21; 10:2; 17:1; Mr. 1:19, 29;
3:17; 5:37; 9:2; 10:35, 41; 13:3; 14:33; Lc. 5:10; 6:14; 9:54), en tanto que Juan es
designado como hermano de Jacobo (Mt. 4:21; 10:2; 17:1; Mr. 1:19; 3:17; 5:37).
Se cree por todo esto que Jacobo era el hermano mayor. En Lc. 8:51; 9:28, Juan
es nombrado antes que Jacobo. Esta inversión (que también aparece en Hch.
1:13, pero no en Hch. 12:2) puede provenir de que Juan tuviera un papel más
activo dentro del colegio apostólico. Cristo dio a ambos hermanos el sobrenombre
de «Boanerges», hijos del trueno (Mr. 3:17). Jacobo, al igual que Juan, se mereció
una reprensión del Señor, al haber ambos manifestado una intensa cólera contra
el pueblo samaritano que no quiso recibir al Señor Jesús (Lc. 9:55). Su ambición
atrajo hacia él, como hacia su hermano Juan, la indignación de los demás
apóstoles (Mt. 10:41). Después de la crucifixión, Jacobo fue a Galilea, con los
apóstoles (Jn. 21:2) y después a Jerusalén (Hch. 1:13). Fue probablemente en el
año 44 d.C. que Herodes Agripa I lo hizo morir a espada Hch. 12:2). Jacobo fue el
primero de los apóstoles en sellar su testimonio con su sangre.
(b) Jacobo hijo de Alfeo; uno de los doce apóstoles (Mt. 10:3; Mr. 3:18; Lc. 6:15;
Hch. 1:13). No sabemos nada de él que sea absolutamente cierto; pero por lo
general se admite que es el Jacobo mencionado en Mt. 27:56; Mr. 15:40; 16:1; Lc.
24:10. Recibe el sobrenombre de «el Menor», indudablemente debido a su
pequeña estatura (Mr. 15:40); su madre, llamada María, era una de las mujeres
que acompañaban al Señor; tenía un hermano llamado José (Mt. 27:56). Leví,
llamado también Mateo, era otro hijo de Alfeo (Mr. 2:14). Es posible que fuera
hermano de Jacobo, pero parece más probable que se trate de otro Alfeo.
La elipsis de los pasajes de Lc. 6:16; Hch. 1:13 puede interpretarse de manera
que el apóstol Judas, no el Iscariote, sea el hermano de Jacobo. Por otra parte, es
posible identificar a María, mujer de Cleofas (Jn. 19:25) como hermana de la
madre del Señor. En tal caso, Jacobo, hijo de Alfeo, sería primo hermano de
Jesús. Pero ello sólo son conjeturas.
(c) Jacobo, el hermano del Señor (Mt. 13:55; Mr. 6:3; Gá. 1:19); estaba a la
cabeza de la Iglesia en Jerusalén en la época apostólica (Hch. 12:17; 15:13;
21:18; Gá. 1:19; 2:7, 12). Los Evangelios no mencionan más que dos veces el
nombre de este Jacobo (Mt. 13:55; Mr. 6:3), pero se halla comprendido entre los
«hermanos del Señor», que no creían en Él durante Su vida (Jn. 7:5), pero que
vinieron a ser discípulos de Él tras Su resurrección (Hch. 1:14). La cuestión del
parentesco que unía al Señor con estos «hermanos» ha sido siempre causa de
controversias. Ciertos exegetas quieren ver en ellos a los hijos de Alfeo, y los
declaran primos de Jesús. Otros piensan que se trata de los hijos de un primer
matrimonio de José. Pero siempre se les halla acompañando a María, participando
de la vida de ella, de sus viajes, y comportándose hacia ella como sus hijos (Mt.
12:46, 47; Lc. 8:19; Jn. 2:12); no puede rechazarse en manera alguna que fueran
verdaderamente los hermanos del Señor, hijos de María tenidos con José después
del nacimiento del Señor (cfr. Mt. 1:24, 25: «Y… José… recibió a su mujer. Pero
no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito…»). (Véase HERMANOS
DE JESÚS.) Jacobo figura a la cabeza de la lista (Mt. 13:55; Mr. 6:3),
probablemente porque era el mayor de los otros hijos de María. Es indudable que
participó en la incredulidad de ellos (Jn. 7:5) y en las aprensiones que mostraron
hacia el comportamiento del Señor (Mr. 3:21, 31). El Evangelio no dice ni cuándo
ni cómo Jacobo vino a ser un servidor de Cristo (Hch. 1:13, 14; Stg. 1:1). Es
posible que su conversión se produjera como con Pablo, gracias a una aparición
especial del Resucitado (1 Co. 15:7). Desde que la Iglesia se organiza en
Jerusalén, Jacobo la preside (Hch. 12:17; 15:13; 21:18; Gá. 1:19; 2:7, 12).
Ya hacia el año 37 de nuestra era, Pablo, acudiendo por primera vez a Jerusalén
tras su conversión, considera necesario visitar a Jacobo (en el año 44 d.C.) como
el más destacado entre los hermanos; en la visita de Hch. 21:18 (58 d.C.) ve en él,
por lo que parece, a uno de los jefes de la iglesia (cfr. Gá. 2:12) (Véase ANCIANO)
Los hermanos que acudían a Jerusalén se daban a conocer primero a Jacobo
para exponerle a él el motivo de su visita (Hch. 12:17; 21:18; Gá. 1:19; 2:7-9). Su
misión consistía en facilitar a los judíos su paso al cristianismo. Jacobo tenía la
misma concepción que Pablo de la salvación por la fe: ello se desprende no sólo
de la declaración de Pablo en Gá. 2:7-9, sino también del discurso de Jacobo en
Jerusalén (Hch. 15:13-21); de todas maneras, Jacobo representa también la
posición de los cristianos de origen judío. Así se explica que los ardorosos
judaizantes se cobijaran bajo el nombre de Jacobo (Gá. 2:12); también por ello se
comprende que los mismos judíos tuvieran admiración hacia aquel que ellos
mismos llamaban «el justo» (Eusebio, «Historia Eclesiástica» 2:23). Según Hch.
21:18 (en el año 58 d.C.), el NT no menciona más a este Jacobo. La historia
profana informa que sufrió el martirio en un motín del populacho de Jerusalén,
entre la muerte de Festo y la designación de su sucesor, en el año 62 d.C. (Ant.
20:9, 1).
(d) Jacobo, padre del apóstol Judas (Lc. 6:16; Hch. 1:13). No se sabe nada acerca
de él.