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El pensamiento político moderno: del Humanismo a la Ilustración

El pensamiento político moderno es deudor de los cambios que se generan en la


Baja Edad Media. En esta época aparecieron nuevas formas de pensamiento influidas
por la herencia de la Antigüedad clásica, se pusieron las bases del fortalecimiento del
Estado, que dará lugar en el siglo XVI a las monarquías autoritarias que configuran el
Estado moderno. La fundamentación ideológica de estas monarquías se configura en el
Humanismo y llega hasta el Despotismo ilustrado, no exenta de críticas a lo largo de
estos siglos. Por otro lado, el individuo vuelve a ser considerado como el centro del
universo. Como consecuencia de ello, se configura un pensamiento político en torno al
individuo, el Derecho Natural, que tendrá su culminación durante la Ilustración en las
revoluciones norteamericana y francesa.

En el siglo XVI Europa está sumergida en el Humanismo. El Humanismo, según


Philippart, es un movimiento estético, filosófico y religioso que aparece en Italia en el
siglo XV y se difunde por Europa en el siglo XVI, caracterizado por un esfuerzo por
afirmar el valor del hombre y de su dignidad. La Europa de este momento es un
mosaico de cuerpos políticos muy diferentes. Allí donde triunfó la monarquía autoritaria
se impuso el Estado moderno (España, Francia, Inglaterra), sustentado en una
burocracia, una diplomacia un ejército permanente y una hacienda. Junto a estos
Estados existen repúblicas urbanas (en Italia) y principados laicos y eclesiásticos (en
Alemania). El principal teórico del Estado moderno es Maquiavelo (vive entre XV y
XVI). Según Maquiavelo, el Estado surge por la necesidad del hombre de tener
seguridad. A lo largo de su principal obra, El Príncipe (1513), inspirada en la figura de
Fernando el Católico, habla de las virtudes que debe tener dicho Príncipe para gobernar:
ser un hombre hábil (“protegido por la fortuna”), fuerte (“vale más ser temido que ser
amado”), conciliador, etc. El Príncipe debe hacer caso omiso a las barreras morales para
gobernar. La razón de Estado es el único motor de la acción política, siendo la premisa
principal “el fin justifica los medios”. A pesar de que la idea del Estado ocupó el centro
de su pensamiento, no llegó a formular una teoría.

Contrarios a la teoría política de Maquiavelo se sitúan pensadores pertenecientes al


humanismo cristiano. Erasmo de Rotterdam parte de imperativos morales y religiosos
para sus concepciones políticas, plasmadas en la obra Educación del Príncipe Cristiano
(1516, dirigida al príncipe Carlos). Erasmo critica la guerra, la brutalidad y la mentira y
defiende la aplicación de preceptos evangélicos tanto en la vida pública como en la
privada. Considera preferible la elección del soberano a la herencia y aconseja
abandonar el cetro antes de cometer una injusticia, por lo que se opone a la idea de
soberanía sin límites. Más comprometido en política fue Tomás Moro, canciller del rey
Enrique VIII de Inglaterra. Moro escribió su obra Utopía (1516) donde describía una
sociedad ideal y criticaba la que le tocó vivir. El papel del Estado se reduce a la
administración de los bienes y a la dirección de la economía. También critica la
propiedad privada y el dinero como obstáculos para el establecimiento de la justicia y la
prosperidad. En Utopía todos los magistrados y sacerdotes son elegidos por sufragio
universal; además, extienden su pensamiento político por otros países. El pensamiento

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de Moro está en el germen de las teorías marxistas. La teoría política del humanismo
cristiano tuvo una amplia proyección en la España del siglo XVI, provocando una gran
controversia en torno a la colonización de las Indias. El padre Las Casas y Sepúlveda
discutieron sobre la conquista española de América. Esta polémica sirvió para aprobar
leyes que protegían a los indios, aunque con escaso éxito (Leyes de Burgos de 1512 y
Leyes Nuevas de 1542). Otra proyección es la obra del padre Vitoria en torno al
Derecho Internacional, las Relectiones Theologicae. Su idea más importante es el
rechazo a la monarquía universal, convirtiéndose en un claro defensor de un mundo
dividido en Estados independientes.

En el primer cuarto del siglo XVI, la Reforma protestante acentuó las divisiones
políticas de Europa y arruinó las ideologías políticas medievales. Lutero, monje
agustino, carecía de experiencia personal en problemas políticos. Él planteó el carácter
divino de toda autoridad establecida y la separación radical entre fe y ley. En la obra de
Lutero no se halla una noción de Estado, ya que él habla solo de autoridad. El
pensamiento de Lutero es revolucionario en el plano religioso, pero conservador y hasta
reaccionario en el político, al igual que en economía o ciencia. Lutero necesitaba el
apoyo de las autoridades laicas para consolidar su reforma. Esto fue aprovechado por
muchos príncipes para aumentar su riqueza y controlar la nueva Iglesia. Por su parte,
Calvino pretende liberar al cristiano del orden político tradicional. Su obra Institución
Cristiana (1541) contiene su doctrina política: hay que obedecer al poder civil, que
viene de Dios. El Estado estaría dirigido por una dictadura religiosa (dirigida por el
consistorio), con competencias que llegan hasta el control de la vida privada.

A medida que avanza el siglo XVI, las monarquías van fortaleciendo su poder.
Ante este hecho, los teóricos formulan nuevos planteamientos políticos para sustentarlas
o criticarlas. Uno de los que estaban a favor fue Bodino, considerado el teórico del
absolutismo laico. Bodino distinguió tres formas de gobierno en una monarquía:
popular, aristocrática o armónica (mezcla de las anteriores). A su vez diferenció tres
formas de monarquía: la tiránica, la señorial y la real. Defendió esta última, pues en ella
el rey obedece las leyes naturales y la soberanía es una e indivisible en la figura del rey.
Sostenía que las libertades del pueblo eran menos importantes que la preservación del
orden social. Además, el rey tenía la facultad de legislar sin el consentimiento de nadie,
no teniendo los súbditos derecho a ofrecer resistencia. Por el contrario, en Francia
surgieron los monarcómanos representados por los textos de Hotman (Francogallia) y
Béze. Estos parten del principio de que los magistrados han sido creados por el pueblo y
no sobre el pueblo. Los regímenes se fundan a través de un pacto en el que interviene
Dios. Si el rey viola el pacto es lícito luchar contra la tiranía. Es por ello por lo que los
hugonotes franceses apoyaron estas teorías (publicadas un año después de la matanza de
san Bartolomé). También el padre Mariana justificó el tiranicidio si el rey viola las
Cortes, puesto que el poder del monarca deriva del contrato con el pueblo representado
por las Cortes.

A pesar de todo, el absolutismo se impone en Europa en el siglo XVII. La historia


de esta centuria se resume en una palabra: crisis. Las crisis económicas se manifestaron

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en épocas de hambre, siendo el caldo de cultivo para las crisis sociales (revueltas
campesinas). La guerra también estuvo presente en el solar de todos los países europeos.
Sin embargo, la cultura vivió una época dorada. La revolución científica de esta época
no tuvo repercusiones políticas de forma inmediata. Como hemos dicho, el absolutismo
impera en Europa, disfrutando el rey de un poder sin límites. El máximo exponente del
absolutismo fue Francia. El cardenal Richelieu, primer ministro de Luis XIII, no fue un
teórico del absolutismo sino un hombre de Estado. Los textos que se le atribuyen (el
Testament, etc.) dejan claro que el poder del soberano no solo se debe a sus virtudes,
sino también a su fuerza (ejército), que el clero debe estar supeditado a la Corona y la
primacía del interés del Estado. El posterior reinado de Luis XIV, “el rey sol”, contó
con el soporte teórico de Bossuet. De formación sacerdotal, Bossuet defendió la
monarquía absoluta como la autoridad natural y sagrada. El poder viene dado por Dios y
el monarca solamente debe rendir cuentas ante él. Partidario del galicanismo, la Iglesia
debe estar sometida al Estado.

Desde Inglaterra, Hobbes defendió el absolutismo en un contexto histórico de


guerras civiles entre el Parlamento y la Corona por la soberanía. Su principal obra, el
Leviatán (1651), considera a la política una ciencia que rechaza lo sobrenatural,
defendiendo de este modo el ateísmo político. Para Hobbes, el estado natural del
hombre es la anarquía, que se resume en su célebre frase Homo homini lupus, con lo que
niega el carácter político y social del hombre que defendía Aristóteles. Hobbes afirma
que la soberanía individual se cede mediante un contrato al Estado para garantizar la paz
y la seguridad a costa de la libertad del individuo. El Estado debe estar regido por un
monarca absoluto no por derecho divino, sino por interés de los individuos. Respecto a
los límites de la soberanía, Hobbes piensa que el soberano no tiene ningún límite a su
poder, pero es intrínsecamente racional, por lo que no tiene el poder de hacer lo que
quiera. Su obra causó horror entre los propios absolutistas, ya que su absolutismo nada
debe ni a la fe cristiana ni a la fidelidad al monarca.

En Castilla, el jesuita andaluz Francisco Suárez en su obra De Legibus parte de la


soberanía popular y de la libertad de cada comunidad política para elegir el régimen de
su preferencia. No obstante, no duda que la mejor forma de gobierno es una monarquía
en la que el rey ejerce el poder por delegación. Esta delegación le confiere la soberanía,
lo que le hace superior al reino. Aunque si el rey obra en contra del bien común se
convierte en un tirano, lo que daría pie a su derrocamiento. En cuanto al conflicto entre
lo temporal y lo espiritual, Suárez defiende la supremacía papal sobre los soberanos.
También defendió el ius gentium como normas de derecho internacional entre los
Estados.

No obstante, la crítica al poder absoluto de los monarcas también se manifestó en el


siglo XVII. En la misma Francia el movimiento jansenista surgió como un movimiento
religioso que presentó también un carácter político, atacando el absolutismo de Luis
XIV. Al igual que en Francia, los protestantes ingleses también opusieron resistencia al
absolutismo. El movimiento de los Levellers (niveladores) se propagó sobre todo por el
ejército de Cromwell, siendo su líder más notable Lilburne. Estos eran pequeños

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propietarios y artesanos que reivindicaban una igualdad civil y política. Por ello, las
ideas políticas de los niveladores se funden posteriormente con las de la burguesía. El
sector más radical de los niveladores eran los Diggers (cavadores), sectores próximos al
proletariado. Se interesan por las reformas económicas y sociales, proponiendo un
sistema de propiedad comunal. Su ideólogo fue Winstanley. Por su parte, Althusius era
un calvinista alemán que defendía el principio de soberanía popular y el derecho de
resistir a un tirano. El rey está sometido a las leyes, siendo un delegado vinculado
mediante un pacto. Para Althusius el Estado es un órgano federativo compuesto de
cuerpos menores (familia, corporaciones económicas, ciudades y provincias). Desde la
filosofía también se abordó la crítica al absolutismo. El filósofo holandés Spinoza
escribió varias obras, como el Tratado teológico-político, estrechamente vinculadas al
progreso de la burguesía holandesa. Spinoza liga religión y política, declarando que los
soberanos son los depositarios del derecho civil y del derecho sagrado. Rechaza los
gobiernos monárquicos y aboga por los democráticos, de los que dice son “el más
próximo al estado natural”. Su obra termina con un himno a la tolerancia y a la libertad
de pensamiento.

Paralelamente al desarrollo absolutista en el continente europeo, en Inglaterra cobra


fuerza el modelo parlamentario y se van poniendo las bases del liberalismo tras la
Gloriosa Revolución en 1688. El padre del individualismo liberal fue Locke, quien a
finales del siglo XVII escribió su Tratado sobre el gobierno civil, donde expresa su
pensamiento político. Locke era un médico y filósofo, que defiende los intereses de la
burguesía y, por lo tanto, la Revolución Inglesa. El Estado para Locke surge de la
voluntad de los hombres. Para evitar el abuso contra los intereses individuales, el poder
ejecutivo y el poder legislativo no deben estar en las mismas manos. El poder supremo
es el legislativo, que está limitado por los derechos naturales (libertad, igualdad y
propiedad). El pensamiento político de Locke es laico, puesto que separa lo temporal de
lo espiritual. En el fondo Locke no es un revolucionario, ya que su preocupación es el
orden y la seguridad. El pensamiento político de Locke es completado en el terreno
económico por Adam Smith. Este economista escocés expresó su pensamiento en su
obra La riqueza de las naciones. El liberalismo económico de Smith asigna al Estado
funciones precisas: facilitar la producción, hacer reinar el orden, hacer respetar la
justicia y proteger la propiedad.

Las ideas liberales creadas en Gran Bretaña van a ser difundidas por el continente
europeo gracias a los ilustrados franceses en el siglo XVIII. La Ilustración es un
movimiento cultural europeo que aportó nuevos conceptos como Libertad, Progreso o
Felicidad; inventó el optimismo y se colocó bajo la bandera del Utilitarismo. Como dice
Touchard, las ideas ilustradas fueron en un principio propias de una elite aristocrática,
incorporándose posteriormente la burguesía, que protagonizó las revoluciones atlánticas
del siglo XVIII. Estas ideas ilustradas se difundieron a través de las universidades,
academias o de las sociedades económicas de amigos del país. Pero el vehículo de
difusión más destacado fue la Enciclopedia, obra de Diderot y D’Alembert, en la que
colaboraron muchos pensadores que trataron de recopilar el conocimiento humano.

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Hay que tener en cuenta que la Ilustración no pretendía acabar con el Antiguo
Régimen, sino solamente mejorarlo. No obstante, sí llevaba el germen de la revolución,
siendo una de las causas de la Revolución Francesa. Fruto de ese intento de mejora
surgió el “Despotismo ilustrado”. Esta práctica y teoría política nació como
consecuencia de la síntesis entre el absolutismo y la filosofía de la Ilustración. Según el
Despotismo ilustrado, la finalidad del Estado es conseguir la felicidad del pueblo, pero
sin la participación del pueblo en la política, algo que se resume en su célebre frase
Todo para el pueblo pero sin el pueblo. El Estado debe promover la riqueza por medio
de reformas que deberán llevar a cabo el rey y sus ministros ilustrados. El pensamiento
político del siglo de las luces estuvo influido por tres grandes personajes, representando
cada uno a un grupo social concreto: Montesquieu, Voltaire y Rousseau.

Montesquieu era un aristócrata con una línea de pensamiento muy próxima a


Locke. En su obra cumbre, el Espíritu de las Leyes (1748), analiza tres tipos de
gobierno: el gobierno republicano, distinguiendo entre la república democrática donde
el pueblo tiene el poder soberano, y la república aristocrática donde gobiernan sólo un
conjunto de ciudadanos (tipo Venecia); el gobierno monárquico en el que gobierna un
solo hombre, el rey, pero lo hace según las leyes fundamentales y su principio es el
honor; el gobierno despótico, condenado por Montesquieu, pues en él gobierna uno solo
pero según su capricho, siendo su principio el temor. La teoría política de Montesquieu
es la teoría de los contrapesos. Montesquieu no creó una teoría jurídica sobre la
separación de poderes, sino que se conformó con que el poder ejecutivo, el legislativo y
el judicial no residieran en las mismas manos. Lo que preconiza es una armonía entre
poderes, coincidiendo con los intereses de la clase social a la que pertenece, la
aristocracia liberal. También era partidario de la descentralización como contrapeso al
despotismo, reforzando así el poder de la nobleza.

Voltaire fue un ejemplo del utilitarismo político. Entiende la política desde su


situación social, la de un burgués rico. Plasmó ese pensamiento en numerables obras
(Cándido, Cartas filosóficas). Se inclinó por un régimen fuerte que defendiera la
libertad y la propiedad. No creía en la igualdad y consideraba beneficiosa la jerarquía de
las clases sociales. Persigue una serie de reformas políticas para satisfacer las
necesidades cotidianas: supresión de detenciones arbitrarias, de aduanas interiores y de
algunos derechos señoriales, prohibición de la tortura y de la pena de muerte, etc.
Ninguno de sus contemporáneos expuso un catálogo semejante de reformas, ninguno
batalló tanto por hacerlas prevaler. Voltaire inaugura lo que más tarde se llamará el
"filósofo comprometido"; él no fue un revolucionario, pero sus ideas sí.

Ante el triunfo del utilitarismo de la burguesía, algunos pensadores sostuvieron


ideas democráticas. Los sectores más próximos al proletariado carecían de conciencia de
clase, todo lo contrario a la burguesía y a la aristocracia. Rousseau fue uno de estos
pensadores solitarios. El Contrato social (1762) es su obra fundamental. Es el gran
defensor de la soberanía nacional, que para él es indivisible, inefable, inalienable y
absoluta. Realiza una crítica a tres tipos de gobierno: monarquía (muy criticada),
oligarquía (el gobierno de los sabios es el más natural) y democracia (peligro si el que

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hace las leyes las ejecuta), sin optar por ninguno: “Cada uno es el mejor en ciertos
casos, y el peor en otros", dice Rousseau. Además, estudia el origen de la sociedad
como consecuencia de un pacto social. En resumen, Rousseau no pensaba instaurar una
sociedad igualitaria, pero quería corregir la injusticia y reducir la distancia entre ricos y
pobres.

A modo de conclusión, hemos visto como el pensamiento político está ligado al


tipo de gobierno dominante. La monarquía autoritaria fue defendida inicialmente por
Maquiavelo, y con el crecimiento de esta idea tuvo lugar la aparición del absolutismo
monárquico, cuya práctica de gobierno tuvo tanto defensores (Hobbes, Bossuet) como
detractores (Locke, Spinoza). La Ilustración supuso un intento de mejora, pero trajo
consigo el germen de la revolución. De este modo, las actuales formas de gobierno de
tipo democrático preponderantes en el mundo occidental tienen su origen en los debates
ideológicos de la Edad Moderna, en las pugnas entre las diferentes tendencias y
proyectos de Estado, y en el triunfo a largo plazo de los partidarios de sistemas
representativos parlamentarios (como el caso inglés).

Para elaborar este tema he utilizado la siguiente bibliografía:

Touchard, J., Historia de las ideas políticas. Madrid, Tecnos, 2006. Libro de
referencia para abordar la evolución de las ideas políticas a lo largo de la historia. En varios
capítulos se analizan las ideas políticas creadas por pensadores entre los siglos XVI y XVIII, así
como el contexto histórico donde surgieron.

Floristán, A. (coord.), Historia Moderna. Barcelona, Ariel, 2005. Manual de historia


moderna universal muy útil para contextualizar las teorías políticas en las sociedades de la época.

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