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SISTEMAS DE TRABAJO INDÍGENA Y ORGANIZACIÓN TERRITORIAL

Pasadas las primeras décadas de la conquista, la corona estaba interesada en proteger la llamada
«república de los indios», amenazada por las depredaciones de colonos sin escrúpulos que sacaban
ventaja de la inocencia de los indios y de su ignorancia de los métodos europeos. Por otra parte, la
perenne escasez de dinero de la corona naturalmente la condujo a aumentar al máximo sus ingresos de
“las Indias” por cualquier medio a su alcance. El grueso de aquellas rentas se derivaba directamente de
los indios en forma de TRIBUTO, o indirectamente en forma de trabajo que producía bienes y servicios
que dejaban un dividendo a la corona
En un momento en que el tamaño de la población indígena se reducía de forma catastrófica, el mero
intento de conservar las tasas de tributos en los niveles del período inmediato posterior a la conquista
significaba una manera de incrementar la dureza sobre las comunidades indígenas, cuando al mismo
tiempo se producía también una disminución de la fuerza de trabajo disponible para su distribución
Cualquier pretensión, por tanto, de aumentar la contribución indígena sólo podía quebrar aún más la
«república de los indios» que parecía claramente condenada a la destrucción como resultado del impacto
de la conquista y de la caída de la población
El pago del tributo, en producto o dinero, o en una combinación de los dos, fue obligatorio para los
indios bajo la administración española desde la conquista hasta su abolición durante las guerras de
independencia a comienzos del siglo xix. Pagado bien a la corona o bien a los encomenderos, el tributo
ocupaba un lugar central en la vida indígena1 como una imposición ineludible, severamente
discriminatoria puesto que a ella sólo estaban sujetos los indios.
La organización de la recaudación del tributo se dejó en manos de un nuevo grupo de funcionarios,
los corregidores de indios, que comenzaron a hacer su aparición en las áreas más densamente pobladas
de la América española desde la década de 1560. Estos corregidores de indios, con nombramiento sólo
por dos o tres años, fueron designados como respuesta de la corona a los encomenderos. Ya fueran
peninsulares, salidos del círculo de personas que cada virrey traía consigo de España, o criollos sin
tierras o encomiendas de su propiedad, se esperaba que funcionaran como agentes de confianza de la
corona en una medida en que los encomenderos, con un interés directo en los indios bajo su cargo,
nunca pudieran serlo. Sin embargo, dependiendo de un pequeño salario extraído del tributo indígena,
normalmente el corregidor usaba su corta permanencia en el cargo para obtener el máximo del enorme
poder con que había sido investido. Poco podía hacerse para impedirle que hiciera sus propias
extorsiones privadas, puesto que el organizaba el tributo y desviaba parte de la fuerza de trabajo hacia
empresas de beneficio personal. Por esto, los mismos funcionarios que se pretendía que cuidaran de los
intereses de la «república de los indios» se encontraban entre sus más peligrosos enemigos
REPARTIMIENTO DE INDIOS:
SERVICIO PERSONAL, ENCOMIENDA, MITA Y YANACONAZGO

Durante los primeros años, la explotación del metal consistía en localizar arenas auríferas, lavarlas y
recoger los granos. La demanda de mano de obra fue cada vez mayor.
La emigración hacia América estaba limitada por la Corona a súbditos de los reinos peninsulares.
La compra de esclavos africanos a los portugueses resultaba cara. La solución se encontró en la
población indígena.
Los taínos no veían sentido alguno en un trabajo que sólo les daba para subsistir; para ellos el oro
no tenía valor alguno. Los españoles consideraban a los taínos como holgazanes y primitivos por su
poco interés en trabajar a cambio de un jornal.
La consecuencia de todo ello fue que se comenzó a organizar un repartimiento de indios,
organización de mano de obra indígena. El trabajo forzoso o servicio personal planteaba serios
problemas de orden ético y jurídico, ya que las Corona había declarado que los indígenas eran súbditos
libres del rey, obligados sólo a pagar tributo, pero no podían ser forzados a trabajar. Pero sin el trabajo
indígena no se podía sostener el negocio del oro.
En 1503, la reina Isabel la Católica firmó una Real Provisión legalizando los repartimientos de
indios en favor de los españoles bajo ciertas condiciones. Con este documento nacía la encomienda
americana.
Desde 1503 hasta 1505 Nicolás de Ovando, Gobernador
2 de La Española, generalizó los repartos de
indios en la isla, lo que permitió desarrollar inmediatamente y a gran escala la producción aurífera. En
1509, Ovando fue sustituido por el hijo del descubridor de América, Diego Colón, en la gobernación de
las Indias.
El problema de la necesidad de mano de obra indígena y la prohibición de someter al indio a
trabajos forzados, se solucionó bajo el gobierno de Diego Colón. «(1509-1515), se hallaron dos fórmulas
que permitirían hacer a cada uno de su capa un sayo, aunque respetando exteriormente la ley y la
justicia. Estas serían, respecto a los “indios de guerra”, la guerra justa o defensiva; para los “indios de
razón”, la encomienda.
Guerra justa: “En caso de que pacíficos europeos dedicados a la explotación o el rescate se viesen
atacados, sin provocación ni motivo, tenían derecho a defenderse y a esclavizar a los prisioneros de
guerra así obtenidos”.
Encomienda: A los “indios de razón” [pacíficos] se les aplicó la encomienda, vieja institución
medieval nacida en la frontera peninsular con los moros: un hombre libre y sin recursos servía a un
señor o encomendero a cambio de protección, cobijo, alimento y vestido (encomienda personal); o un
pequeño propietario libre cedía al señor toda su tierra, o parte de ella, o bien pagaba un censo o canon en
especie a cambio de protección eficaz contra los enemigos musulmanes (encomienda territorial). En
América la encomienda se aplicó a los “indios de razón”, por supuesto sin consultarles, falseando el
propósito y finalidad de aquélla. Los repartimientos de indios se convirtieron en encomiendas de indios,
y el empresario minero en encomendero; nada variaba en la práctica, pero en teoría se dignificaba el
sistema.
En concreto ¿Qué era la encomienda? Un vínculo jurídico impuesto al indio y que la corona
concedía a los particulares españoles en compensación por determinados servicios. El titular de la
encomienda o beneficiario (llamado encomendero) obtenía como beneficio del tributo, pagado
generalmente en especies, o bien servicios que el vasallo indígena debía al rey. A la vez, el encomendero
estaba obligado (teóricamente) a velar por los indígenas, darles instrucción, protegerlos y además debía
afrontar diversas cargas de tipo militar (defensa de la zona), civil, religioso y económico. No era
propietario de la encomienda ni podía heredarla, porque era beneficiario temporal y limitado de la
Corona, aunque el beneficio podía ser otorgado por varias vidas. En general se daba al beneficiario y al
heredero, pero en Rio de la Plata y Tucumán la costumbre era el usufructo por tres o cuatro generaciones
El encomendero no ejercía funciones públicas sobre sus encomendados (sino el corregidor, los
alcaldes y gobernadores). Esto quiere decir que no las administraba libremente. El virrey y gobernadores
podían otorgarlas, pero debía confirmarlas el rey.
Hasta mediados del siglo XVII generalmente el encomendero obtenía todos los indios de un
pueblo/lugar o los que estaban sometidos a un cacique, con el objeto de preservar la comunidad
indígena.
Sin embargo muchas veces la encomienda para el indígena se convertía en trabajo forzado, pues en
lugar de cobrar tributo los encomenderos, en su gran mayoría, preferían el servicio personal.
Ahora bien, cuando ya no fue posible continuar con él, subsistió de todos modos bajo la forma de
asignación de trabajadores indígenas para realizar tareas de cultivo, construcción y otras, en beneficio de
los españoles. Es así como los indígenas, encomendados o no, estarán sujetos a este repartimiento de
trabajo que se transforma en sinónimo del término peruano
3 “mita”.
Esta obligación de los pueblos indígenas de proveer un número determinado de trabajadores
destinados a cumplir tanto tareas de carácter público, como labores para patrones privados, no es
estrictamente un tributo de trabajo desde el momento en que hay un salario que lo retribuye, pero de
todas maneras significa una compulsión directa para disponer de mano de obra barata.
La mita consistía en turnos de trabajo que debía realizar la sexta parte de los indios tributarios de un
pueblo. La mitad de ellos debía cumplir los trabajos propios de la mita, según indicara el cabildo; los
integrantes de la otra mitad podían elegir a quien alquilarse.
La duración de los turnos laborales variaba: 6 meses en estancias, 3 en servicio doméstico, 1 mes en
construcción. Una vez terminado su turno, el indio mitayo podía regresar a su pueblo para realizar otros
tipos de labor o bien alquilarse nuevamente.
Los yanaconas eran indígenas capturados en campañas guerreras y los repartía el gobernador en
forma individual o por familias, en una condición parecida a la esclavitud: debían prestar servicios
permanentemente (y no por periodos) sin percibir ningún pago. Residían en las haciendas. Se les pagaba
principalmente con el alquiler de tierras para el cultivo de subsistencia.
ORGANIZACIÓN TERRITORIAL:
PUEBLOS DE INDIOS Y REDUCCIONES

En teoría los indios vivían de manera segregada en el mundo colonial A los españoles, excepto los
funcionarios reales, no se les permitía vivir entre ellos y, a su vez, a los indígenas no se les permitía
residir en las ciudades de españoles, salvo que lo hicieran en barrios especialmente reservados Pero, al
tiempo que se realizaban enérgicos intentos para confinarlos en un mundo propio, eran inexorablemente
incorporados a un sistema de trabajo y a una economía monetaria europeos.
A través del tiempo, España apuntó a concentrar en comunidades (o reducciones) a los indígenas.
Esto facilitaba la tarea de supervisión y también evangelización, como así la disminución de la
dispersión indígena. El virrey Toledo del Perú desarrolló cambios importantes al organizar las
reducciones, convirtiéndose en depósitos de mano de obra, y modificando la mita incaica función de la
necesidad de intensificar la explotación minera bajo el control estatal. También dispuso que el tributo
indígena fuera pagado en pesos y no en especies, lo que obligaba a los indígenas a trabajar a cambio de
un salario.
Esta era una consecuencia natural de la abolición del sistema de trabajo personal a los
encomenderos en 1549. Con la esclavitud prohibida 4 y la encomienda de servicios que tendía a ser
reemplazada por la encomienda de tributo, se hacía necesario diseñar métodos alternativos para
movilizar la fuerza de trabajo indígena.
Los virreyes de la segunda mitad del siglo xvi estimularon hasta donde fueron capaces un sistema
de trabajo asalariado, pero con la población indígena disminuyendo rápidamente tuvieron que recurrir a
la coerción para salvar del colapso la frágil vida económica de las Indias. La mano de obra forzada no
significaba nada nuevo ni en México ni en Perú, había existido antes de la conquista y después de ella,
pero fue reorganizada en la década de 1570 sobre una base sistemática, aunque con variaciones
regionales inspiradas en anteriores prácticas Los trabajadores indios reclutados eran arrancados
cruelmente de sus comunidades y trasladados a los campos, a las obras públicas o a los obrajes para la
producción de ropa de lana y algodón y, sobre todo, a las minas. La corona hizo esfuerzos a comienzos
del siglo XVII legislando contra los peores abusos de este sistema de trabajo, aunque sin mucho éxito.
Hacia comienzos del siglo xvi el viejo estilo de la «república de los indios», basado en estructuras
heredadas del período anterior a la conquista, se hallaba en un estado de avanzada desintegración. Las
presiones para incorporar a los indios a la vida y la economía de la nueva sociedad colonial eran
sencillamente demasiado poderosas como para poderlas resistir. Los indios que se trasladaban a las
ciudades para convertirse en criados y empleados de los españoles eran gradualmente asimilados e
hispanizados. Fuera de las ciudades de los españoles, sin embargo, un mundo nuevo estaba en proceso
de formación.
Los llamados pueblos de indios  fueron aldeas de indígenas, fomentados por las autoridades
españolas partir de la Real Cédula de 1545. Se les ideó para realizar un cobro más eficiente de
los tributos; para aumentar el control y aculturación de la población sometida, mediante la
prédica cristiana; y para asegurarse de concentraciones de mano de obra disponible.
El pueblo de indios era reconocido en derecho como la organización administrativa básica de la
llamada república de indios, es decir era una suerte de municipio indígena. 
La política de asentamiento urbano de las etnias conquistadas en villas en muchos casos se limitó a
entregar un reconocimiento jurídico o relocalizar a poblados ya existentes, pero otras ocasiones
los pueblos de indios fueron concentraciones de población dispersa en asentamientos designados ex
profeso.
El pueblo de indios se constituían como un espejo pauperizado de la ciudad española. La
urbanización era en damero, de ser posible, con plaza central, mercado, una capilla, un calabozo, la casa
del cacique  y, finalmente, las dependencias de un cabildo indígena.
Legalmente la autoridad superior era el corregidor de indios, encargado de todas las reducciones
y pueblos de indios de una comarca. El representante español permanente en el pueblo era el cura
doctrinero. El cacique y su cabildo actuaban como colaboradores de este último.
Pero superando esta jerarquía formal, muchas veces el encomendero o hacendado vecino, con la
venia de los corregidores y curas o gracias a la negligencia de capas administrativas superiores, actuaba
sobre el pueblo como suprema autoridad de facto.

REDUCCIONES

La política de pueblos de indios, complementada5 con las reducciones, fue apoyada por una parte del
clero católico, que vio en ella un instrumento frente al abuso de la mita minera y el desacreditado
sistema de encomienda, acusado de haber sido convertido por los encomenderos en una método
solapado de enriquecimiento y explotación privada.
Las reducciones de indios, también llamadas misiones jesuíticas, eran poblaciones en las que se
asentaron los indígenas, separados de las ciudades donde vivían los españoles, con una finalidad
eminentemente evangelizadora. Las labores misioneras se inician en 1531. Su mayor desarrollo por
franciscanos y jesuitas se dio en Paraguay, Mesopotamia argentina y sur de Brasil.
El régimen de vida en las reducciones era comunitario y los bienes pertenecían a la reducción, sin
que pudiesen ser enajenados. En primer lugar, la corona abstuvo a los indígenas de las misiones por el
término de 10 años de pagar tributo y de prestar servicio personal. Poco después, el plazo se amplió a 20
años y ya en la segunda mitad del siglo XVII los indígenas debían abonar al rey la tasa anual de $1 de 8
reales en plata, pero continuaban libres de la mita y el servicio personal. El excedente producido por
trabajo indígena era administrado, acumulado y comercializado o invertido por los jesuitas, lo cual
contribuyó a un desarrollo económico local importante hasta su expulsión en 1767.
La disponibilidad de esta mano de obra trajo reacciones hostiles hacia los misioneros por parte de
los colonos, pero sus reclamos no prosperaron.
Las misiones formaban parte de una organización internacional compleja, con un carácter vertical y
una autoridad elegida en forma vitalicia, el general. Este elegía a las autoridades provinciales que
estaban al frente de las diferentes Provincias del Mundo. Las misiones argentinas dependían de las
Provincias del Paraguay (parte de Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia), con sede en Córdoba. Los
provinciales debían recorrer las misiones e informar sobre su desarrollo al general. Luego se
encontraban los superiores y vice superiores de las reducciones, con sus asistentes o consultores. Cada
grupo de pueblos tenía un superintendente de guerra.
Cada pueblo manejaba sus intereses económicos particulares, pero existe una coordinación general
del Procurador de la misión. Éste mantenía relaciones con un encargado de vender los diferentes
productos y comprar lo necesario en Buenos Aires y Asunción.
Al frente de cada pueblo y en relación de dependencia directa con el superior estaba un religioso
auxiliado por un compañero o bien dos si eran pueblos numerosos. Éstos administraban los bienes
indígenas y manejaban los aspectos de la vida colectiva, tanto espirituales como civiles.
El cabildo constituye la máxima autoridad. Estaba integrado por un corregidor (máximo funcionario
civil del pueblo), ejercido comúnmente por los caciques y nombrado por el gobernador, previa propuesta
de padres. Otros cabildantes eran el teniente corregidor, dos alcaldes de la hermandad, un alférez real,
alguaciles y secretarios, los cuales eran elegidos entre los caciques y sus familias.
Para el establecimiento de los pueblos de las reducciones se elegía una llanura extensa, para un
trazado ordenado, además de observar la disponibilidad de recursos.
Los pueblos contaban con plazas, iglesias, cementerios, patios, casas para los padres y edificaciones
varias (talleres artesanales, graneros y almacenes).
Las viviendas de los indígenas, construidas por familia, eran uniformes y agrupadas en números de
6 o 7 que conforman bloques.
A cada indio se le asignaba una parcela de tierra que podía considerar propia y heredarla a sus hijos.
Así se producía mandioca, maíz, batata, verduras y6árboles frutales, todo lo cual se llevaba a los silos
(productos comunales y particulares). Los pobladores obtenían diaria o semanalmente parte de lo que
habían depositado mientras que otra estaba destinada a cubrir necesidades de emergencia (viudos
huérfanos) y el excedente se comercializaba.
Una actividad importante en la cría de ganado vacuno además del caballar y ovino. Poseían
plantaciones de yerba y algodón, además de caña de azúcar, y trigo.
Además de cultivar su predio familiar, los indígenas cultivaban la tierra comunal. Trabajaban por
turnos.
Las reducciones se integraban en una totalidad ya que ante cosechas malas, los territorios se
auxiliaban para equilibrarse entre sí, habiendo además una notable diversidad de la producción.
Además de las tareas agropecuarias, los indígenas elaboraban a escala doméstica ciertas
manufacturas. También ejercieron ocupaciones como la fabricación de embarcaciones para el comercio
y el transporte, actividades artesanales como la pintura, la orfebrería, la tornería, la imprenta, relojería,
estatuaria, etcétera.
Mediante el trabajo colectivo los pueblos de las misiones lograban casi autoabastecerse, ya que
satisfaciendo sus necesidades de consumo, producían maderas, lienzos, yerbas, alimentos y
manufacturas que colocaban en diferentes centros comerciales, como Potosí.
Las comunidades misioneras tuvieron además una significación eminente de carácter militar. Por
una parte constituían especie de guarniciones, capaces de resistir por medio de las armas de la
penetración portuguesa en las zonas fronterizas, e igualmente podían operar como instrumento militar a
disposición de las autoridades españolas.
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