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LA PRINCESA DE FUEGO

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos
que se acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le
llevase el regalo más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de
todos los tipos y colores, de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre
todos aquellos regalos magníficos, descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada,
hizo llamar a quien se la había regalado. A pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida
cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:

- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también
es sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor
se ablandará y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan


enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de
regalos y atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos.
Desanimada, terminó por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y
de aquella piedra tosca surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma
tendría que ser como el fuego, y transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.

Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra,
dedicó su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo,
las joyas y los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la
princesa salían encantados por su carácter y cercanía, y su sola prensencia transmitía tal calor
humano y pasión por cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de
fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como
había prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días

YA NO AGUANTO MAS
Había una vez dos puertas en la misma casa. Una era una bella puerta de salón, mientras que la
otra era una puerta de baño del montón, pero en lo que coincidían ambas era en que llevaban
una vida de perros. La casa estaba llena de niños traviesos y descuidados que no dejaban de
arrearles portazos y golpes día tras día.
Cada noche, cuando todos dormían, las puertas comentaban su mala fortuna, pero mientras la
puerta de salón se mostraba siempre harta y a punto de explotar, la puerta de baño la
tranquilizaba diciendo:
- No te preocupes, es normal; son niños y ya aprenderán; aguanta un poco y verás cómo todo
cambiará a mejor.
Y la puerta de salón se calmaba por algún tiempo. Pero un día, tras una gran fiesta en la casa
llena de golpes y portazos, explotó diciendo:
"Ya está bien. No aguanto más. Al próximo portazo que me den, me rompo y se van a enterar de
lo que es bueno.
No hizo caso de las palabras de la otra puerta, y cuando al día siguiente recibió su primer golpe,
la puerta del sálón se rompió. Aquello causó un gran revuelo y preocupación en la casa, y los
niños fueron advertidos para tener más cuidado, lo que llenó de satisfacción a la puerta, que
saboreaba su venganza.
Pero pasados los primeros días de problemas, los dueños de la casa se hartaron de la
incomodidad de tener una puerta rota. Sin embargo, en lugar de arreglarla, decidieron
cambiarla, así que sacaron de su sitio la antigua puerta y sin ningún miramiento la abandonaron
junto a la basura.

Entonces la bella puerta de salón se lamentó de lo que había hecho, pues por no haber
aguantado un poco más, ahora se veía esperando a ser convertida en serrín, mientras que su
amiga, la vulgar puerta de baño, seguía en su sitio y además era tratada con más cuidado...
Afortunadamente, la puerta de salón no acabó hecha serrín, porque un hombre muy pobre la
descubrió junto a la basura y aunque rota, le pareció la mejor puerta que podía encontrar para
su pobre casa; y la puerta fue feliz de tener otra oportunidad y volver a hacer de puerta, y de
aceptar con agrado las incomodidades de un trabajo tan duro y tan digno como es ser una
puerta.

LA INQUIETANTE SONRISA DE UN NIÑO


- Mi hijo no debe llorar.
Intentó detener aquella catarata, pero el líquido se abrió paso hasta llegar a los pies de Jack Seis
dedos. Dos zancadas le bastaron para cruzar el zigzagueo de orina y pararse frente a su hijo.
- Mis cigarros no los traes, mi dinero tampoco. Eres una calamidad.
Simón ya conocía el modus operandi de su padre. No debía llorar ni orinarse, pero a sus siete
años era imposible no temer.
- Eres como tu madre, débil como una perra.
Jack Seis dedos con una impresionante cachetada le limpió las lágrimas, incluso las que estaban
por venir.
- Habla, y deja de gemir!
Simón temblaba, corría evitando las pozas de agua, con firmeza sostenía tanto el dinero bajo el
cinturón de vaquero, como los revólveres de plástico. Un juguete así le daba cierta seguridad en
un barrio como ese, aunque sólo fuera ilusoria. Si no era la pandilla, sería su padre quien
desatara la frustración acumulada. Pero, aún así, con esa ira y su indiferencia, era su padre. El
único nexo con la raíz, con ese símbolo de pertenencia. Lo admiraba, quería ser como él; seguro,
frío, con el aura de hielo que sólo se ve en los héroes del cinematógrafo.
No debía tardarse y para no cometer errores repetía una y otra vez la marca de cigarrillos. Pero
al doblar la esquina se encontró con la tropa del barrio. El Gordo Harry le cerró el paso, Simón
retrocedió, pero tres de ellos le quitaron el dinero.
Entre risas y burlas lo empujaron, lo botaron y escupieron, pero Simón se incorporó. Con cierto
aire de dignidad pandillera llevó sus manos a las pistolas de plástico. Quiso desenfundar, pero
aunque eran sólo un juguete, no poseía la sangre fría de su padre. Huyó secándose las lágrimas
después que el Gordo Harry lo golpeara. Un pequeño mensaje para su padre.
Jack Seis dedos cogió la chaqueta de cuero, se calzó la manopla y antes de dar el portazo, dijo:
- Debiste defenderte, no mereces llamarte mi hijo. A lo mejor nunca lo fuiste, ella era una
ramera.
Simón miró la foto de su madre, intentó traer algún recuerdo, pero su memoria no poseía otra
imagen. Lloró un par de horas.
Buscó sus pistolas de plástico y luego de jugar tuvo una idea. Saldría en busca del Gordo Harry,
le demostraría a su padre que era de la peor calaña. Aunque Harry le matara a golpes, lo
enfrentaría y desenfundaría sus pistolas. Cogió su cinturón de juguete, lo abrochó y salió.
Fuera del bar, Simón se escondió hasta que vio llegar al Gordo Harry.
- Miren muchachos, el hijo del ahora Cuatro dedos Jack.
Harry rió, extrajo del cinturón un pequeño bulto. Lo abrió y tiró en el callejón varios trozos de
carne.
- Llévaselo a tu padre. Que conserve sus dedos, nadie se mete con el Gordo Harry.
Fue en ese instante que Simón se incorporó. Llevó sus manos al cinto de plástico y con aire a lo
Clint Eastwood desenfundó sus pistolas similar a como lo mostraban en televisión.
El Gordo Harry rió al ver a ese muchacho esquelético, sin miramientos se burló mientras calzaba
la manopla.
Simón disparó y el tiro dio en plena barriga, el proyectil despedazó la grasa y la camisa se tornó
rojiza. La segunda bala penetró la rótula destruyendo algunos trozos de hueso. Incrédulo, Harry
cayó de rodillas. La tercera, entró en el cráneo, le voló parte del parietal y los sesos cayeron al
pavimento. Con el cuarto tiro mató a uno de su pandilla, la bala entró en el pecho haciendo
estallar el corazón. Y con el quinto hirió de muerte a su guardaespaldas, el tiro expuso el globo
ocular y la sangre quedó como una estela al momento de caer. El resto de la pandilla huyó.
Al otro día, la policía introdujo a Jack Seis dedos en la patrulla, aún sangraba su mano. Simón
jugaba en la puerta mientras, en el interior de la casa, un oficial sacaba las armas de Jack
envueltas en un plástico. De seguro le darían veinte años por los tres asesinatos.
Simón cantaba, despreocupadamente extrajo de su bolsillo la foto de su madre y sonrió. Al
doblar la patrulla por el callejón, lo último que Jack vio de su hijo fue una inquietante sonrisa
seguida de una mirada de hielo similar a la suya.

DIOSES
Bajo un cielo casi índigo y a campo abierto, los soldados de ambos ejércitos golpeaban las
espadas contra los escudos, produciendo un estruendo sólo comparable con las grandes
tormentas estivales que cada año azotaban la isla de Solitas. Quinientos pasos sobre la hierba
mecida por el aire distaban al ejercito sincerita del honestita. Los yelmos, abrasados por el sol
del mediodía, ardían en las cabezas de aquellos hombres cuyas almas estaban sedientas de
sangre enemiga. El sonido penetrante de las cornetas se enfiló milagrosamente por encima
del estruendo, dando la señal del inicio de la batalla. Los soldados corrieron blandiendo
espadas afiladas y porfiando gritos salvajes en busca de sus oponentes. El choque de los dos
ejércitos en el campo de batalla fue ensordecedor. La sangre tiñó las hojas de las espadas y
en nombre del Dios Totus y el Dios Semper, sinceritas y honestitas empezaron a matarse los
unos a los otros.
Valer, un veterano soldado sincerita de cuerpo cenceño y ágil, se deshizo del abrasador
yelmo, descubriendo así su pelo rizado, y abrió un tajo mortal en el cuello de un honestita que
cayó fulminado al suelo. ¡Por Totus que nunca he visto una batalla tan sangrienta como esta!,
exclamó para sus adentros el sincerita. Sobre Valer se abalanzó en aquel instante un temible
honestita membrudo cuyos ojos rezumaban odio. Apenas pudo el sincerita detener con el
escudo el golpe de espada del enemigo; aquel honestita tenía una fuerza descomunal.
-¡Has matado a mi hermano! ¡Por Semper que yo vengaré su muerte! -exclamó el honestita,
blandiendo su espada manchada de sangre.
Valer se sentía impotente ante la fuerza del honestita. Protegiéndose con el escudo, fue
retrocediendo ante el ataque salvaje de su enemigo. ¿Pero cuánto tiempo podría aguantar
así? A cada golpe de espada recibido sobre el escudo, su cuerpo temblaba y se debilitaba.
Para Valer sólo existía una forma de salir vivo de allí; corrió hacia el bosque que flanqueaba el
campo de batalla con el honestita pisándole los talones. ¡No huyas cobarde! ¡Bastardo!,
bramaba el honestita. Pero Valer en realidad no huía de su enemigo; simplemente quería
cambiar los papeles de aquella lucha desigual. Quería dejar de ser la presa, para convertirse
en cazador.
En tanto la sangrienta batalla continuaba en campo abierto, Valer se escabulló por entre los
árboles y matorrales del bosque. El iracundo honestita, confundido en medio de la vegetación,
había perdido la pista del ágil Valer. Se detuvo y escuchó el terrorífico fragor proveniente de la
batalla que acontecía cerca de allí. ¿Dónde se ha metido ese hijo de perra?, se preguntó,
mirando en derredor. Y como un rayo caído del cielo, ante la sorpresa del honestita, Valer
saltó desde lo alto de un árbol sobre su enemigo, haciendo silbar en el aire la hoja de su
espada hasta que ésta alcanzó el yelmo del membrudo hombre. El honestita cayó sobre un
suelo cubierto de hojas secas y la sangre recorrió su frente. Valer no estaba convencido de
haberlo matado, pero algo extraño acudió a sus oídos cuando se disponía a ensartar con su
espada el corazón del honestita; un silencio escalofriante inundó el aire. ¿Qué significa esto?,
se preguntó Valer confundido. Empuñando su espada, se desentendió de rematar a su
enemigo y corrió hacia el campo de batalla, con un funesto presagio recorriéndole el alma.
No podía creer lo que veía; una infinidad de cuerpos inertes yacían sobre la hierba del campo.
Todos los soldados honestitas y sinceritas habían muerto. ¿Cómo es posible?, se preguntaba
Valer. En todos sus años de soldado jamás había presenciado algo similar. Impresionado ante
tal escena, el sincerita no se percató que a su espalda estaba el membrudo honestita con el
yelmo quebrado y la frente manchada de sangre.
-¿Estás viendo lo que yo? ¡Todos están muertos¡ -Preguntó el honestita, quitándose el yelmo.
-Sí... Creo que sí -balbuceó el sincerita.
Ambos anduvieron en silencio entre los cuerpos que yacían sobre el campo y, después de
cerciorarse de que todos estaban muertos, llegaron a la conclusión de que aquello sólo podía
ser el resultado de un acto divino. Pero, ¿por qué el Dios Samper o el Dios Totus había
tomado una decisión así? Ninguno tenía la respuesta.
Fue entonces, cuando el sol ya empezaba a ocultarse tras las montañas y la luz se
desvanecía, que Valer atisbó la figura de una mujer en el horizonte ¿Qué hacía una mujer en
aquellos parajes? Los dos soldados, asiendo sus respectivas espadas, corrieron tras ella
hasta alcanzarla.
Era una mujer extremadamente bella que, con el pelo negro y ensortijado, vestía una túnica
blanca y sandalias de lino.
-¿Qué haces aquí, mujer? -preguntó Valer, con gesto contrariado.
El honestita, alzando la espada y blandiéndola junto al cuello de la mujer, agregó:
-Contesta a la pregunta si no quieres perder tu hermosa cabeza.
La mujer no se asustó y con voz queda respondió:
¿Sabéis por qué estabais luchando?
Los dos soldados se miraron y Valer respondió:
-Solitas es una isla demasiado pequeña para albergar a dos pueblos y a dos Dioses. Por eso
sólo el pueblo que honre al verdadero Dios debe permanecer aquí. Por eso luchamos; el
vencedor será el que venera al verdadero Dios.
El honestita movió la cabeza afirmativamente e insistió:
-Ahora dí qué estás haciendo aquí.
La mujer sonrió y respondió:
Estoy aquí para deciros que tanto honestitas como sinceritas habéis sido necios. Obcecados
por vuestro orgullo y vuestra ignorancia habéis sido incapaces de daros cuenta que Totus y
Semper eran en realidad el mismo Dios. El miedo a aceptar la diferencia os ha llevado a
manchar vuestras espadas con la sangre de vuestros hermanos. Sí, hermanos, pues
pertenecéis a dos pueblos hermanos que han interpretado a Dios de forma diferente; y en vez
de respetaros, os habéis matado los unos a los otros. Dios nunca os ha pedido que matarais
en su nombre; y no ha sido Dios quien ha tomado la decisión de que todos los soldados,
excepto vosotros dos, murieran en esta batalla. Habéis sido vosotros, hombres necios, que
creyendo luchar en nombre de Dios, habéis luchado en nombre de la sinrazón y os habéis
matado los unos a los otros.
Los dos soldados se arrodillaron ante la mujer y entonces comprendieron que quien había
hablado era el oráculo, por lo que habiendo escuchado la Verdad. Ahora tenían una misión
insoslayable: explicar a sus respectivos pueblos lo que el oráculo acababa de rebelar.

YO SE LO QUE TE ASUSTA
Decía ser una persona sin miedo alguno. Para mi el mayor de los temores no significaba nada
como es la muerte. Sigue sin significarme nada.
Hoy me veo aquí, acostado y desesperado pese a un extraño encierro. Solo puedo ver por un
pequeño vidrio hacia el cielo. Escuchó llantos y susurros en un ambiente frió y sombrío.
Petrificado miro lo poco que me rodea y como a través de ese vidrio desciendo lentamente
mientras palas sincronizadas dejaban caer tierra sobre mi. Una reacción de escalofrió me hizo
golpear y gritar hacia todos lados de lo que muy confusa y real seria el entierro de mi presunta
muerte.
Esos llantos de dolor que anteriormente había escuchado fueron opacados por los míos llenos
de miedo y desesperación. Nadie parecía escucharme.
Resignado veía como por ese pequeño vidrio la tierra apagaba la luz. Sin fuerzas por la bruma
del dolor di mi último grito que se perdió en lo oscuro de lo que increíblemente podría decir, mi
ataúd.
Volví a despertar con lágrimas en lo que era mi habitación. Feliz de que solo hubiese sido un
horrible sueño.
Mi orgullo fue lo demasiados grande como para no contar nada aunque mi madre se dio
cuenta y me dijo en tono de gracia: “- Yo se lo que te asusta. Firma: La pesadilla -“. Una
respuesta tan certera pensaba mientras desayunaba.
Al atardecer mientras volvía de la escuela recibo un mensaje en mi celular de mi madre. Al
leer ese mensaje hubiera querido que sea otra de las burlas que caracterizan a mi divertida
madre y no un regaño que me hizo caer el celular del miedo. “ Hijo donde anduviste metido?
Me costo una vida sacar la tierra de tus sabanas”.

EL HOMBRE QUE APRENDIO A TEMER


Esta, es la historia de Manuel. La historia de aquel hombre que una noche aprendió a temer.
Manuel era un tipo recio, fuerte y bien parado. Para cuando le sucedió todo lo que narraré a
continuación, Manuel tenía la curiosa edad de treinta y tres años. Era 31 de octubre, víspera
del día de los muertos y el mismo día en el que Don José, quien se consideraba el hombre
más fuerte del pueblo, era enterrado. Como Manuel quería ocupar tan prestigioso lugar, esa
misma noche de 31 de octubre, decidió retar al mismísimo diablo, en quien no creía.

Ese día, bien temprano, cuando todo el pueblo volvía del cementerio, Manuel sacó su peinilla
y comenzó a sacarle filo, en frente del portón de su casa. El hacer eso en aquel pueblo era
sinónimo de que iba a haber una riña, pero como Manuel no tenía enemigos aún, la gente se
extrañaba de verlo en tal situación. Muy pronto una murmurante multitud rodeaba a Manuel y
tapaba el paso por la vieja calleja. Nadie se atrevía a preguntarle nada a Manuel, pues su
rostro empapado en sudor y su mirada fija en las chispas que salían de la hoja de su machete,
lo hacían ver inquietante y amenazante. Por fin, luego de un rato, el lechero del pueblo, Don
Gustavo, dio un paso adelante y con trémula voz le preguntó a Manuel:
-¿Con quien vas a pelear vos?-

Manuel respondió sin voltearle a mirar:

-Le voy a demostrar a todos, quién es ahora el más fuerte en el pueblo. Esta noche, víspera
del día de los muertos, iré a lo que todos conocen como la curva del diablo y pasaré la noche
ahí. Como el diablo no existe, les demostraré a todos que no hay porque temerle. Pero en
caso de que exista, con esta misma peinilla le cortaré el rabo y las orejas y al amanecer los
traeré para que todos los vean-.

Dicho esto, la gran mayoría lo tomó por loco, pues ya eran muchas las historias que se
contaban aquel sitio, reconocido porque quien pasase por ahí luego de las seis de la tarde,
seguramente el diablo lo mataría y robaría su alma. Las viejas rezanderas se persignaban,
otros le rogaban que no cometiera tal locura y otros le animaban, invadidos de júbilo al ver la
valentía del hombre.

Al caer la tarde, Manuel se puso de pie y con su peinilla, más afilada que nunca y blandida al
cielo, gritó a los cuatro vientos:

-Mañana, con las primeras luces del día, este pueblo tendrá un nuevo héroe, pues probaré
que ni dios ni el diablo existen y que para el hombre no hay imposibles. Mañana entraré al
pueblo lleno de gloria, con un rabo y una cola, bien sea del diablo o del guatín que cace para
comenzar las fiestas del pueblo,

Así pues, Manuel partió hacia el oriente, a la salida del pueblo y cuando ya el día sofocaba
sus luces en el horizonte, Manuel llegó al famoso sitio. Ahí, al lado de un viejo pozo que había
en el lugar, se sentó a esperar el día, confiado de que nada pasaría, más que animales,
pájaros y algo de frío.

Mientras pasaban las horas, Manuel se iba llenando de orgullo y de satisfacción. Ya se


imaginaba rodeado de las muchachas del pueblo y del respeto de todos. Ya se imaginaba
lleno de regalos y al mismo alcalde condecorándole por sus valerosos actos. Pasaron las diez,
las once, la doce, la una y nada sucedía. Manuel, confiado de su triunfo, decidió recostarse y
dormir las horas que faltaban para que amaneciera. Al fin y al cabo, y según él, nada iba a
suceder y le esperaba un día glorioso.

Cuando Manuel estuvo profundamente dormido, iban siendo casi las tres de la mañana, hora
en la que dicen que todo lo oscuro deja este mundo y huye despavorido a su profundo
encierro. En medio de su sopor, Manuel escuchó un ruido infernal, como si cien cerdos
murieran a la vez, como si cien toros bufaran a la vez, como si cien volcanes estallaran a la
vez. Manuel, se despertó sobresaltado, pero no vio absolutamente nada. Todo a su alrededor
estaba tranquilo y normal. Manuel vio la hora y decidió no dormir más. Se inclinó en el pozo
para sacar un poco de agua, pues sentía su garganta reseca como si hubiera comido arena.
Estaba en aquella tarea cuando un repugnante olor le llegó a su nariz. Era un olor fétido, como
a carroña o como a azufre quemado. Manuel supuso que aquel olor provenía del agua del
pozo y decidió devolver el agua. La noche era clara por la luna llena y le dejaba ver
perfectamente lo que hacía y hasta alcanzaba a ver su cara reflejada en el fondo del pozo. De
un momento a otro, Manuel sintió que sus manos estaban pegadas al lazo que sostenía el
balde y sintió su cuerpo paralizado y sintió un escalofrío como de muerte. Luego escuchó
unos pasos que se acercaban detrás de él. Unos pasos firmes y pesados. Sonaban como los
cascos de un toro al andar. Manuel, hacía enormes esfuerzos para respirar y lograr moverse
pero nada valía. Quería sacar su peinilla y amenazar a lo que sea que estuviera ahí, pero sólo
podía mover sus ojos y medio balbucear algunas palabras. Entonces su mirada se fijó en el
fondo del pozo y dicen que lo que sus ojos vieron no se puede describir…

Al otro día, a las siete, Don Gustavo el lechero, pasaba por aquel lugar a llevar su leche al otro
pueblo y se llevó la sorpresa de encontrar a Manuel tirado a un lado del camino. Cuenta Don
Gustavo que Manuel estaba desnudo y con su cuerpo rígido. En un principio, creyó que
estaba muerto pero al acercarse, vio que Manuel movía sus ojos alocadamente de un lado
para otro. La boca, la nuca y el pecho los tenía ensangrentados y llenos de moscas. Manuel
se había mordido la lengua y se la había cercenado por la mitad. Don Gustavo, hombre viejo y
sabio, sabía que la leche pura de sus vacas podía cortar muchos males y lleno de fe, lavó el
cuerpo de Manuel en leche y fue así como logró sacarlo de la rigidez y al menos hacerlo
caminar. Cuando don Gustavo llegó con Manuel al pueblo, muchos lo estaban esperando con
ansia de saber qué había pasado aquella tétrica noche pero nadie pudo saberlo con exactitud.
Manuel nunca pudo contar lo que vio en el fondo del pozo pues, ya no tenía lengua y sus
sentidos ya no eran los mismos. Desde entonces Manuel es conocido como el bobo del
pueblo y todos los domingos se le ve llegar muy puntual a la misa de seis de la mañana.
Desde aquel día, Manuel aprendió a temer.

LO QUE SUCEDIÓ DE NOCHE


Era noche y observaba aquel cuerpo inerte, tendido en el suelo, bañado en sangre y con dos
hombres con pasamontañas despojandole de sus pertenencias !que injusticia al ver el
acontecimiento!, yo grite !vayanse, viene la policia! pero no me hicieron caso, cuando de
pronto, habiendo realizado el acto, los sujetos se fueron, sonaban a lo lejos las sirenas, me
acerque al cuerpo poco a poco, no sin antes pensar lo atrevido de mi accion, observe las
facciones de aquel cuerpo inmovil que yacia en el suelo, tenia dos orificios de bala, uno en el
pecho y otro finalmente en la cabeza. No paso mucho tiempo para que me diera cuenta de
que el hombre que habia sido asaltado era yo, la atroz realidad me baño como agua fria,por
que no recordaba nada?,como llegue a este estado?, lo unico que se, es que en este
momento, no soy mas que un fantasma hablando de su propia muerte.

EL ULTIMO PASAJERO
Por aquel tiempo me ganaba la vida tansportando a las personas de un lugar a otro en mi
pequeño vehiculo marca chevrolet. No era algo que me fascinara sin embargo no tenia mas
alternativa; tenia 52 años y hacia 2 que me habian exiliado de mi trabajo en una compañia que
fabricaba taladros.Me habia desempeñado como empleado de la empresa algun tiempo antes
de la fatal decision que tomaron en mi contra. Bueno, poco despues decidi empezar con esta
poco fructifera manera de mantener a mi familia.Era un servicio sacrificado, sin duda, el hecho
de pasarte casi todo el dia sentado frente al volante, con el ensordecedor ruido de los
claxons,los excentricos pasajeros, en fin aquella no era mi vida. Un dia abordaron abordaron a
mi auto una pareja de esposos de avanzada edad, me pidieron que los llevase a una hacienda
que se hallaba unos 30km fuera de la ciudad, era un lugar bastante alejado y remoto.Para
llegar ahi se debia atravezar primero una amplia carretera de doble sentido que daba directo
al lugar solicitado.Eran casi las 7:00 pm, en otras circunstancias no hubiera aceptado la
carrera, pero el dia no habia sido bueno en lo se referia al sustento material asi que acepte
llevarlos por un alto precio. Llegamos a la hacienda a las 11:00pm. Me di cuenta, que de no
ser por las pequeñisimas casitas que se divisaban, hubiera creido que el lugar estaba
totalmente deshabitado.Luego del pago de la cuantiosa suma de dinero, me dispuse a
regresar a la civilizacion; algo que me tomaria unas 2 horas tomando en cuenta que a esas
horas aquellos territorios se hallaban libres de tansito vehicular. Si tenia suerte probablente
me encontraria en el camino copn algun cliente desesperado en llegar a la ciudad, aunque yo
no creia en la suerte. En fin, las cosas se dan cuando uno menos las espera. Ya habia pasado
cerca de 1:00 desde que comenze el viaje de regreso, los ojos ya me empezaban a pesar
debido al cansancio y en eso oh sorpresa una figura larga y negra a primera vista, al lado
derecho de la pista que me hacia señas para que me deuviera alzando lo que parecian ser
dos brazos, en forma vertical apuntando al cielo estrellado.Dude en hacercarme, era
realmente extraño que una persona completamente sola se encontrara en medio de la
carretera a esas horas, peromientras mas me hacercaba,masme compadecia de aquel pobre
ser. Cuando me hallaba a unos 10mtros de distancia el sujeto bajo los brazos y no tuve opcion
me detuve. Hubiera sido la peor escoria del mundo de haberme pasado de largo; despues de
todo en el fondo yo era un buen tipo. Era obvio que aquel indiduo unicamente tenia un destino;
llegar a la ciudad a si que directamente me estacione de modo que el asiento trasero se
ubicara a su altura.El tipo abrio la puerta y abordo el auto.Jamas vi un sujeto que hiciera mejor
el papel de incognita como el; estaba completamente cubierto con un abrigo negro y en la
cabeza llevaba un sombrero negro de fieltro de alas anchas y copa regular que me parecio
databa del siglo pasado.Eraextraño el hecho de que mientras el sujeto aun no habia subido al
auto la temperatura se habia mantenido estable, calida; desde el momento en que se sento al
lado de la ventanilla el clima cambio radicalmente, habian bajado por lo menos 10 grados. Me
percate de esto al instante. Reinicie el viaje esperando que se acabara cuanto antes. Oia su
respiracion fuerte y lenta era escalofriante, me pregunte si estaria mal de salud,pero no me
atrevia a hablarle. Disimuladamente movi mi espejo retrovisor para enfocar su rosto
haciendome tenebrosas especulaciones, sin embargo son saco cubria parte de su cara con lo
que solo alcanze a divisar dos ojos desorbitados y que miraban directamente los mios. Haci
nos quedamos casi un segundo ,luego de que yo cambiara el rumbo de mi vista.Estaba
atemorizado al ver sus ojos pude darme cuenta de que estaba grave.Me atrevi a hablarle le
dije:¿se encuentra bien ? le dije, pero el tipo ni se inmuto.Seguro que no puede hablar me dije.
Segui conduciendo inquieto, mientras me hacercaba mas a la ciudad, ya podia ver las luces
nocturnas y eso me tranquilizaba. A la 1:22 mi vehiculo alcanzo la ciudad, esperaba algun
sonido de mi cliente que me indicara donde dejarlo, pero no dijo nada solo aquella respiracion
profunda que me hacia pensar en su salud. Y de pronto un sonido de ultratumba que invadio
el auto.Instintivamente voltie a mirar al sujeto pero mi sorpresa fue enorme al no encontrarlo
sentado en el lugar que habia ocupado.Detuve el auto en seco.Por instante pense que se
habia esfumado pero luego supese que se habia resbalado del asiento.Gire el torso para mirar
su cuerpo caido pero no estaba ahi. Baje del auto, la puerta trsera estaba cerrada ¿Pudo
haber bajado del auto en movimiento? lo dude mucho y sobre todo en su estado. Revise el
auto por completo, luego mire al frente, me encontraba justamente en laentrada del
cementerio dela ciudad. Mi cuerpo temblo;subi al auto y me aleje rapido pensando en lo que
habia sucedido.
Mi mente estaba paralizada. Conducia mi auto sin darme cuenta del recorrido que tomaba.
Decididamente se trataba de un hecho paranormal, misterioso, un hecho detectivesco. No me
atrevia a mirar a la parte trasera del auto por temor a que se apareciera de pronto entre las
sombras. Al llegar a mi hogar eran casi las 3:00 am, mi esposa dormia placidamente de modo
que retuve mis deseos de narrarle mi truculenta experiencia con mi excentrico cliente de
ultratumba, asi que me devesti y me acoste, recordando y tratando de dar una explicacion
logica a aquella extraña desaparicion. Me dormi, aunque no dejaba de estar alerta, en mis
sueños, tuve una mala noche con sobresaltos y pesadillas. Al amanecer, me sentia mas
tranquilo y decidi tomarme el dia libre. Mi mente me atrajo hacia mi auto, me dirigi hacia el con
paso vacilante, abri la puerta trasera y mi sorpresa fue grande al mirar hacia abajo. No, no era
el cuerpo de ultimo pasajero, era su retribucion por el favor que le habia dado al transportarlo
al cementerio. Varias monedas derramadas, algunas en el asiento, todas bastante antiguas,
de otros tiempos pasados. Era mi paga por el servicio....

LA PREGUNTA
-Mamá... ¿Si Dios existe y es tan bondadoso, porque permite que ese señor de ahí no tenga
un brazo?
Carolina se detuvo en seco ante una tienda de deportes del centro comercial.
Contemplaba a su hija. Los grandes ojos de la niña advertían una sensación de curiosidad
mezclada con tristeza.
-Cariño, a veces Dios no puede ocuparse de todo.
No pudo contestar mas que eso, porque no sabía que contestar a la pregunta que le hacía
una inocente niña de ocho años.
- Vamos, hija. Llevemos la compra al coche antes de que se descongelen las varitas de
pescado.
La niña obedeció guiando débilmente el carro del supermercado, mientras su madre le
imprimía la fuerza necesaria para mover 120 euros de compra.
A pocos metros de las puertas automáticas que comunicaban con el parking, varios gritos
provocaron que madre e hija se detuvieran a tan solo un metro de la salida.
Decenas de personas que también acudían a por la compra semanal también dirigieron su
atención a la fuente de aquellos gritos.
En uno de los halls del supermercado había una persona bastante alta, con gabardina y por
su aspecto, sin duda era árabe. Gritaba alzando las manos.
Varios vigilantes del centro comercial corrían hacia el individuo que parecía sufrir algún tipo de
trance.
Cada vez se congregaba más gente alrededor. Gente que salía de las cajas del
supermercado, y gente que acababa de entrar a él.
Cuando uno de los vigilantes se le acercó, el individuo gritó más fuerte; estremeciendo a todos
los espectadores de aquel improvisado espectáculo.
De repente, el vigilante salió corriendo despavorido, aullando.
En ese momento, todos vieron como aquella persona sostenía en una mano un dispositivo
alarmantemente similar a un detonador.
Se despojó de la gabardina. Decenas de cartuchos de explosivos tapizaban el cuerpo de
aquel individuo, que ahora se arrodillaba, mientras seguía mascullando palabras
incomprensibles.
Uno de los vigilantes apuntó con su arma reglamentaria desde una veintena de metros.
Apretó el gatillo.
La bala salió, pero el estruendo de la brutal explosión hizo que el disparo no sonase ni a
cincuenta centímetros.
Quince minutos después, medio centro comercial estaba en ruinas.
Carolina tuvo suerte. Cuando salió de la inconsciencia provocada por un fuerte impacto en la
cabeza, el ulular de cientos de sirenas la recordó el infierno al que acababa de sobrevivir.
Su hija no estaba a su lado. Se puso en pié con dificultad. Cientos de restos humanos y
cascotes tapizaban el suelo esmerilado del centro comercial.
Gritó. Había mas gente gritando. El pánico recorría su cuerpo.
Pronto encontró a su hija. Yacía en el suelo con la cabeza aplastada por un gran trozo de
malaquita ornamental que antes formaba un pedestal. Su antes impoluto vestidito rosa estaba
ahora teñido del rojo mas doloroso. Un brazo había sido amputado por la onda expansiva y
descansaba a dos metros del resto de su hija.
Carolina se desmayó y no volvió a despertar hasta treinta horas después.
El resto de sus días los pasó en un estado catatónico.
La última pregunta que le formuló su hija la atormentó hasta el día de su muerte.

Príncipe de las tinieblas


El doctor Walter mira por la ventana la caída de la tarde y ve como las sombras se hacen cada
vez más largas e indefinidas. Sabe que le queda poco tiempo, pues tardó demasiado en
decidirse. Ahora deberá hacer una carrera contra la noche que avanza lenta pero inexorable.
Debió tomar una decisión drástica: o se marchaba con el alma marchita y vencida o finalmente
se cobraba venganza por la muerte de su querida hija Ana, aunque deba pagar con su propia
vida. Para ello debió vencer su eterna cobardía en un desesperado intento por serenar su
espíritu.
Cuando uno de los criados encontró el cuerpito de la niña apenas adolescente, violada y con
el cuello roto entre el monte que circunda la hacienda, sintió que él también de a poco
comenzaba a morirse. Todavía sentía en sus labios aquel beso gélido y postrero sobre la
frente de Ana.

Walter, tras la muerte de su joven mujer, solo y con su hija Ana de apenas nueve años,
decidió alejarse de la ciudad yendo a vivir a una casona de la familia en plena campiña
tratando de darle a la niña más seguridad y dedicarle más de su precioso tiempo que los
negocios en la ciudad le habían arrebatado. Mientras tanto él se dedicaría a lo que realmente
disfrutaba hacer: escribir. Tenía varias ideas esperando y una incansable imaginación a la que
por fin le podría dar rienda suelta.
Walter es un hombre de unos cincuenta años, menudo e inquieto, Después de la pérdida de
su esposa, vencido y con cierto cansancio moral por un siglo XX que se venía con guerras,
pestes, destrucción y sobre todo mucha mediocridad a la que un hombre culto como él le
costaba adaptarse. Él siempre prefirió caminar por el borde del mundo de los sueños, que
lastiman menos, acarician más y de los que de ser necesario, siempre se puede escapar.
Finalmente tomó la decisión. Delegó la administración de los negocios de su familia y en el
campo trató de comenzar con su hija una vida nueva y feliz. Pero al tiempo de establecerse, la
soledad y la velocidad de su genio fueron produciendo algunos cambios en su conducta.
Ignoraba a su hija, apenas adolescente, que deambulaba todo el día sin rumbo dentro de la
finca sobre una yegua blanca que su padre le había regalado. Encerrado en su dolor el
hombre se refugió en sus propias fantasías comenzando a beber. Luego dejó de afeitarse y
dejó su pelo largo y desprolijo, lo que agigantaba más la creencia general de que se estaba
volviendo loco.
-o-

Walter rompió la copa contra el piso, fue a su habitación y tomó del cajón de su mesa de luz
un crucifijo con cadena de plata que fuera obsequio de su mujer. La besó con devoción y la
colgó de su cuello, se persignó y comenzó a rezar en voz alta transpirando copiosamente,
pero no el sudor cálido producto del esfuerzo, si no ese frío producido por el temor, los nervios
y esa eterna cobardía que casi siempre sobrepasa su fuerza de voluntad. Volvió a mirar por la
ventana como las sombras “reptaban” alargándose.
Finalmente y de forma espasmódica tomó la gran decisión. Fue casi corriendo hasta el leñero
del hogar, revolvió hasta encontrar un tronco de madera dura y rojiza de unos cincuenta cm.
de largo y no muy grueso. Luego se encaminó a la cocina que estaba vacía pues el personal
de la finca ya se había retirado y sobre la tabla de cortar carne, con una hachuela de trozar
pollos comenzó a sacarle punta para hacer una estaca. Cada golpe se multiplica por mil en la
soledad de la casa y se va expandiendo por la campiña adormecida. Cada tanto mira por la
ventana calculando cuanto tiempo falta para que llegue la noche, mientras se limpia la
transpiración de la frente con una de sus mangas. Se aflojó el corbatín de lazo del cuello para
respirar mejor. Luego se quitó la chaqueta sintiendo el frío de la camisa pegada a la espalda
por el sudor. Cuando la punta de la estaca estuvo terminada, salió por la puerta mosquitera y
cruzó el patio casi corriendo hasta las caballerizas entre el chillido y aleteo de los patos y
gallinas que le dejan el paso huyendo desesperados. En el granero, en un carro viejo y
desvencijado encontró una caja de herramientas, buscó entre ellas hasta encontrar una maza
lo bastante grande para dar un buen golpe. Encendió un farol a kerosén que había colgado de
una viga y corrió nuevamente por el patio entre el graznido y el revolotear de las aves de
corral.
Ya era la media tarde cuando comenzó a transitar en subida el camino hacia la cima donde se
encontraba el enorme caserón de madera de dos plantas. En el pasado había pertenecido a
una familia importante que la había abandonado hacía muchos años escapando de una peste.
Nunca se supo más de ellos, ni siquiera si habían sobrevivido pues no volvieron más. La
enorme estancia abandonada se convirtió así en un criadero de ratas y murciélagos.
La casona está en la cima a unos doscientos metros y a cincuenta metros sobre nivel, su
aspecto es fantasmal y se destaca sobre el cielo opaco de la tarde. Lo sorprende a si mismo
su valentía, de la que no se sabía capaz. Debía ser la temeridad de los cobardes, que como
las ratas, al encontrarse cercadas atacan jugándose el resto.
Los goznes de la puerta chirriaron anunciando su presencia. Debió empujar fuerte y con todo
su cuerpo para abrirla. La luz del farol apenas alumbra la penumbra por el vidrio muy
ahumado. Intentó levantar la mecha pero ya estaba al máximo. Apenas abrió la puerta, al
ruido de arrastre lo siguió un silencio profundo y latente como si miles de ojos lo estuviesen
observando. De pronto el aire pareció ponerse en movimiento, una gran cantidad de
murciélagos comenzaron a volar en círculos sobre su cabeza. Walter se frenó aterrado
cerrando los ojos por miedo a que lo choquen, pero finalmente se recompuso y avanzó
sintiendo en el sudor de su cara el viento que produce el batir de cientos de alas.
Pero él buscaba el premio mayor, el que seguramente estaría en el sótano. ¡Al fin se verían
las caras! Por las ventanas y algunas hendijas grandes que había entre las maderas resecas
de la construcción, notó que la luz diurna ya casi se extinguía. ¡Debía hacerlo ya!
Estaba claro que si no llegaba a matarlo antes de cerrarse la noche, sería él quien moriría
disecado sin una sola gota de sangre en las venas. De pronto sintió que sus pasos sonaban a
hueco, dedujo que estaba caminando sobre el techo del sótano, se agachó para aprovechar
mejor la débil luz del farol buscando barrer con el pié la puerta cubierta por el polvo. Buscaba
una argolla grande que sirviera para jalar y abrir. Pero no lo logró. Debió dejar a un costado el
farol, la estaca y el martillo para poder arrodillarse y usar las dos manos. A pesar de la gran
capa de polvillo que la cubría al fin dio con ella, pero al intentar abrirla pareció estar sellada al
borde. No bien la pudo mover pareció “eructar” un rancio olor a humedad y encierro que el
instinto le hizo cerrarla nuevamente. Se recompuso de a poco y finalmente la abrió haciendo
palanca con la estaca. Pero al abrirla no soportó su peso y la puerta cayó sobre el reverso
produciendo un gran estruendo sobre el piso de madera. El polvo casi llegó hasta el techo
entre el revolotear asustado de los murciélagos y la estampida de las ratas pasando entre sus
pies. Intentó huir, pero estaba paralizado. Finalmente se recompuso, tomó de nuevo los
elementos que había dejado a un costado e intentó bajar la escalera peldaño a peldaño,
retirando asqueado con la estaca y el codo las telas de araña que parecen querer aferrarse a
su cara tirándolo para atrás. Los escalones están resbaladizos y flojos, producto de la
humedad ambiente que habrían absorbido durante tantos años. El sótano parece profundo y
muy amplio, apenas si recibe un poco de luz de unas claraboyas pegadas al techo con los
vidrios rotos. En la penumbra se pueden apreciar algunas herramientas, carretillas barriles y
sobre todo muchas botellas cubiertas de polvo.
Siente (o presiente) el chillido y el movimiento de las ratas dando vueltas entre sus pies, tal
vez desorientadas por ver a un extraño en sus dominios, no baja el farol tratando de ignorarlas
y evitar un poco el miedo y la repulsión que siente por ellas.
¡De pronto lo ve! ¡Ahí está! ¡En el rincón más oscuro! Es un enorme ataúd de roble lustrado
subido a una antigua mesa polvorienta. Es el único objeto con brillo y color entre todo el gris
que lo rodea, señal de que ha tenido actividad últimamente. Walter mira el féretro que parece
destacado por un haz de luz invisible. Siente un escalofrío al pensar que está ante el “Señor
de las Tinieblas” y su cabello parece crisparse de terror.
Avanza temeroso hacia él, tropieza con algo blando, tal vez una rata y cae de rodillas pero el
instinto lo mantiene con su torso erguido manteniendo en alto el farol en una mano y en la otra
la maza y la estaca. Un par de ratas se suben por su pierna entre la botamanga y las aleja
desesperado, pateando el aire y a golpes de estaca. Rápidamente se pone de pié y respira
profundo tratando de buscar aire para tranquilizarse, tiene poco equilibrio pero no se atreve a
apoyarse en nada por asco y temor a la mordida de ratas. Trata de respirar por la boca para
no sentir el olor húmedo y fétido del ambiente. Apoya el farol en un sobrante de la mesa, hace
lo mismo con la maza y la estaca y comienza a buscar con sus manos temblorosas el cierre
del ataúd. Finalmente lo encuentra. Acaricia el crucifijo que lleva colgado del cuello para darse
ánimo y reza un Padre Nuestro mientras con las uñas de las dos manos comienza a levantar
lentamente la tapa que está fría como si fuera de metal.

¡Ahí está!, hermoso, con sus rasgos finos y delicados, la piel blanca como empolvada, sus
cabellos renegridos y peinados hacia atrás, con las patillas y parte del pelo entrecano que le
nace en punta desde la frente. Viste un impecable esmoquin negro, camisa y corbatín blancos
y tiene sus manos cruzadas sobre el pecho en una actitud de paz y relax. Walter por un
momento duda, le cuesta creer que esa figura tan maravillosa y carismática sea capaz de
tanta crueldad, pero piensa en su hija y le vuelve el rencor, entonces apoya decidido la punta
de la estaca contra su pecho y descarga sobre ella un mazazo tan fuerte como el odio
acumulado durante tanto tiempo. La madera penetra casi sin resistencia, hasta que se oye el
ruido de la punta contra el fondo del cajón.
Quietud. Pasan unos segundos o minutos y nada perturba el silencio del ambiente. Todo
parece haber entrado en un estado de nirvana. El fracaso envuelve a Walter que vencido deja
caer la maza. Tal vez lo de la estaca de madera era solo un cuento inventado por algún
escritor borracho.
¡¡De pronto el monstruo cobra vida lanzando un grito estertóreo y paralizante!! Abre los ojos
inyectados de sangre que casi se salen de sus órbitas, los pelos entrecanos se ponen de
punta, la boca perfecta muestra ahora unos colmillos largos y amenazadores. Levanta el torso
para saltar fuera del cajón pero no lo consigue. Uno dos, tres veces intenta enganchar sus
piernas en el borde sin conseguirlo. Una de sus manos, blanca y helada, se apoya sobre la de
Walter que todavía mantiene firme la estaca intentando quitarla en un último intento de
supervivencia. Hace un nuevo intento por retirarla pero no lo consigue, entonces intenta con la
otra mano agarrar a Walter por el cuello pero aferra el crucifijo y entonces se siente un chirrido
y olor a carne quemada en la palma de su mano, vuelve a dar un grito desesperado
revolcándose en la mortaja hasta casi darla vuelta y comienza a descomponerse en cenizas.
En unos segundos queda su ropa vacía y el olor a azufre se hace insoportable.
Es demasiado para Walter, siente un fuerte dolor en el brazo izquierdo y una terrible opresión
en el pecho, hasta que finalmente le estalla el corazón. Cae sobre la mesa llevándose consigo
el farol a kerosén al piso y el fuego comienza a expandirse entre la desesperación de las ratas
que chillan escapando y los murciélagos que buscan una salida de aquel infierno.
-o-

Cuando los vecinos de la comarca vieron el incendio en la cima, algunos se acercaron a


caballo y otros en carros portando baldes para ayudar, pero arriba no había agua para
combatir el fuego. Entonces se resignaron mirando la enorme hoguera, aunque también un
tanto aliviados. La casa era espeluznante y corrían muchas leyendas y anécdotas sobre la
misma. En general les inspiraba mucho miedo. Algunos daban una vuelta enorme antes que
pasar por su frente, así que el incendio traía también un poco de liberación a la comarca. La
noche profunda hace las llamas más fuertes y altas devorando enseguida la construcción de
madera reseca.

Al otro día los criados y empleados de Walter recorren el lugar todavía humeante. Algunos
curiosos se acercaron y otros siguieron cuchicheando toda la noche sin dormir inventando
historias sobre la casona. En realidad, era tan poco lo que pasaba en ese patio alejado del
mundo que el incendio era todo un acontecimiento social. Cuando removieron los escombros
todavía humeantes, reconocieron el cuerpo carbonizado de Walter por el crucifijo de plata que
siempre llevaba al cuello. El ama de llaves comentó acongojada: si seguro que es el cuerpo
del señor Walter. Era un buen hombre pero nunca pudo superar la muerte de su hijita a manos
de un degenerado. Poco a poco se volvió loco y en su tontera ¿A que no saben a quién
culpaba.
- ¿A quien...?
¡¡A Drácula!!

Una carcajada nerviosa rubricó las palabras del ama de llaves. Nadie advirtió que al
mencionar el nombre, por unos instantes, una ráfaga de viento, como un suspiro profundo
sacudió las cenizas...

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